1. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 2 Hannah Arendt L O S O R G E N E S D E L T O T A L I T A R I
S M O ENSAYISTAS 122 SERIE MAIOR Ttulo original: The origins of the
totalitarianism 1951, 1958, 1966, 1968, 1973, Hannah Arendt Editor:
Harcourt Brace Jovanovich, Inc., Nueva York Versin espaola de
Guillermo Solana Grupo Santillana de Ediciones, S. A., 1974, 1998
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid Telfono (91) 744 90 60 Telefax (91)
744 92 24 Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. Beazley, 3860.
1437 Buenos Aires Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. de C. V.
Avda. Universidad, 767, Col. del Valle, Mxico, D.F. C. P. 03100
Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.
Calle 80, n. 10-23 Telfono: 635 12 00 Santaf de Bogot, Colombia
Diseo de cubierta: TAU Fotografa: Shinzo Hirai ISBN: 84-306-0288-7
Dep. Legal: M-24.108-1998 Printed in Spain - Impreso en Espaa Todos
los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida,
ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un
sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn
medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico,
por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito
de la editorial.
2. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 3 Hannah Arendt Los orgenes del totalitarismo Los
totalitarismos han constituido un fenmeno que no se podr soslayar
siempre que se quiera hacer una caracterizacin de nuestro siglo. Su
estudio necesita bucear en sus orgenes, que para Hannah Arendt son
el antisemitismo y el imperialismo. Fue escrito por el
convencimiento de que sera posible descubrir los mecanismos ocultos
mediante los cuales todos los elementos tradicionales de nuestro
mundo poltico y espiritual se disolvieron en un conglomerado donde
talo parece haber perdido su valor especfico y torndose
irreconocible para la comprensin humana, intil para los fines
humanos. Uno de ellos, que se presentaba como pequeo y carente de
importancia polticamente, el antisemitismo, lleg a convertirse en
el agente catalizador del movimiento nazi y, a travs de l, de la
Segunda Guerra Mundial y las genocidas cmaras de la muerte. Otro,
la grotesca disparidad entre causa y efecto que, introdujo la poca
del imperialismo, cuando las condiciones econmicas determinaron en
unas pocas dcadas una profunda transformacin de las condiciones
polticas en todo el mundo. Un actual neototalitarismo amenaza con
nuevas destrucciones y ataques a la Humanidad. Hannah Arendt llega
a sus conclusiones despus de examinar la transformacin de las
clases en masas, el papel de la propaganda en relacin con el mundo
no totalitario y la utilizacin del terror como verdadera esencia
del totalitarismo en cuanto sistema de gobierno. En su captulo
final analiza la naturaleza del aislamiento y la soledad como
condiciones necesarias para una dominacin total. Esta edicin aade a
la primera, que logr consideracin de verdadero clsico en el tema,
las revisiones y ampliaciones de la nueva edicin de 1966 y los
prefacios a los de Harvest de 1968. Hannah Arendt (1906-1975),
filsofa alemana de origen judo, se doctor en filosofa en la
Universidad de Heidelberg. Emigrada a Estados Unidos, dio clases en
las universidades de California, Chicago, Columbia y Princeton. De
1944 a 1946 fue directora de investigaciones para la Conferencia
sobre las Relaciones Judas, y, de 1949 a 1952, de la Reconstruccin
Cultural Juda. Su obra, que ha marcado el pensamiento social y
poltico de la segunda mitad del siglo, incluye, entre otros, Los
orgenes del totalitarismo, La condicin humana y La vida del
espritu.
3. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 4 A HEINRICH BLCHER PROLOGO A LA PRIMERA EDICION
NORTEAMERICANA No someterse a lo pasado ni a lo futuro. Se trata de
ser enteramente presente. KARL JASPERS Dos guerras mundiales en una
sola generacin, separadas por una ininterrumpida serie de guerras
locales y de revoluciones, y la carencia de un Tratado de paz para
los vencidos y de un respiro para el vencedor, han desembocado en
la anticipacin de una tercera guerra mundial entre las dos
potencias mundiales que todava existen. Este instante de
anticipacin es como la calma que sobreviene tras la extincin de
todas las esperanzas. Ya no esperamos una eventual restauracin del
antiguo orden del mundo, con todas sus tradiciones, ni la
reintegracin de las masas de los cinco continentes, arrojadas a un
caos producido por la violencia de las guerras y de las
revoluciones y por la creciente decadencia de todo lo que queda.
Bajo las ms diversas condiciones y en las ms diferentes
circunstancias, contemplamos el desarrollo del mismo fenmeno:
expatriacin en una escala sin precedentes y desraizamiento en una
profundidad asimismo sin precedentes. Jams ha sido tan imprevisible
nuestro futuro, jams hemos dependido tanto de las fuerzas polticas,
fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si
se atiene uno al sentido comn y al propio inters. Es como si la
Humanidad se hubiera dividido a s misma entre quienes creen en la
omnipotencia humana (los que piensan que todo es posible si uno
sabe organizar las masas para lograr ese fin) y entre aquellos para
los que la impotencia ha sido la experiencia ms importante de sus
vidas. Al nivel de la percepcin histrica y del pensamiento poltico
prevalece la opinin generalizada y mal definida de que la
estructura esencial de todas las civilizaciones ha alcanzado su
punto de ruptura. Aunque en algunas partes del mundo parezcan
hallarse mejor preservadas que en otras, en lugar alguno pueden
proporcionar esa percepcin y ese pensamiento una gua para las
posibilidades del siglo o una respuesta adecuada a sus horrores. La
esperanza y el temor desbocados parecen a menudo ms prximos al eje
de estos acontecimientos que el juicio equilibrado y la cuidadosa
percepcin. Los acontecimientos centrales de nuestra poca no son
menos olvidados efectivamente por los comprometidos en la fe en un
destino inevitable que por los que se han entregado a un
infatigable optimismo. Este libro ha sido escrito con un fondo de
incansable optimismo y de incansable desesperacin. Sostiene que el
Progreso y el Hado son dos caras de la misma moneda; ambos son
artculos de supersticin, no de fe. Fue escrito por el
convencimiento de que sera posible descubrir los mecanis- mos
ocultos mediante los cuales todos los elementos tradicionales de
nuestro mundo poltico y espiritual se disolvieron en un
conglomerado donde todo parece haber perdido su valor especfico y
torndose irreconocible para la comprensin humana, intil para los
fines humanos. Someterse al simple proceso de desintegracin se ha
convertido en una tentacin irresistible no slo porque ha asumido la
falsa grandeza de una necesidad histrica, sino porque todo lo que
le era ajeno comenz a parecer desprovisto de vida, de sangre y de
realidad. La conviccin de que todo lo que sucede en la Tierra debe
ser comprensible para el hombre puede conducir a interpretar la
Historia como una sucesin de lugares comunes. La comprensin no
4. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 5 significa negar lo que resulta afrentoso, deducir de
precedentes lo que no tiene tales o explicar los fenmenos por tales
analogas y generalidades que ya no pueda sentirse el impacto de la
realidad y el shock de la experiencia. Significa, ms bien, examinar
y soportar conscientemente la carga que nuestro siglo ha colocado
sobre nosotros y no negar su existencia ni someterse mansamente a
su peso. La comprensin, en suma, significa un atento e
impremeditado enfrentamiento a la realidad, un soportamiento de
sta, sea como fuere. En este sentido es posible abordar y
comprender el afrentoso hecho de que un fenmeno tan pequeo (y en el
mundo de la poltica tan carente de importancia) como el de la
cuestin juda y el antisemitismo llegara a convertirse en el agente
cataltico del movimiento nazi en primer lugar, de una guerra
mundial poco ms tarde y, finalmente, de las fbricas de la muerte. O
tambin la grotesca disparidad entre causa y efecto que introdujo la
poca del imperialismo, cuando las dificultades econmicas
determinaron en unas pocas dcadas una profunda transformacin de las
condiciones polticas en todo el mundo. O la curiosa contradiccin
entre el proclamado y cnico realismo de los movimientos
totalitarios y su evidente desprecio por todo el entramado de la
realidad. O la irritante incompatibilidad entre el poder actual del
hombre moderno (ms grande que nunca hasta el punto incluso de ser
capaz de poner en peligro la existencia de su propio Universo) y la
impotencia de los hombres modernos para vivir en ese mundo, para
comprender el sentido de ese mundo que su propi fuerza ha
establecido. El designio totalitario de conquista global y de
dominacin total ha sido el escape destructivo a todos los
callejones sin salida. Su victoria puede coincidir con la
destruccin de la Humanidad; donde ha dominado comenz por destruir
la esencia del hombre. Pero volver la espalda a las fuerzas
destructivas del siglo resulta escasamente provechoso. Lo malo es
que nuestra poca ha entretejido tan extraamente lo bueno con lo
malo que, sin la expansin por la expansin de los imperialistas, el
mundo habra llegado a estar unido; sin el artificio poltico de la
burguesa del poder por el poder, jams se habra descubierto la
medida de la fortaleza humana y, sin el mundo ficticio de los
movimientos totalitarios en los que pusieron de relieve con
inigualable claridad las incertidumbres esenciales de nuestro
tiempo, podramos haber sido conducidos a nuestra ruina sin darnos
cuenta siquiera de lo que estaba sucediendo. Y si es verdad que en
las fases finales de totalitarismo aparece ste como un mal absoluto
(absoluto porque ya no puede ser deducido de motivos humanamente
comprensibles), tambin es cierto que sin el totalitarismo podamos
no haber conocido nunca la naturaleza verdaderamente radical del
mal. El antisemitismo (no simplemente el odio a los judos), el
imperialismo (no simplemente la conquista) y el totalitarismo (no
simplemente la dictadura), uno tras otro, uno ms brutalmente que
otro, han demostrado que la dignidad humana precisa de una nueva
salvaguardia que slo puede ser hallada en un nuevo principio
poltico, en una nueva ley en la Tierra, cuya validez debe alcanzar
esta vez a toda la Humanidad y cuyo poder deber estar estrictamente
limitado, enraizado y controlado por entidades territoriales
nuevamente definidas. Ya no podemos permitirnos recoger del pasado
lo que era bueno y denominarlo sencillamente nuestra herencia,
despreciar lo malo y considerarlo simplemente como un peso muerto
que el tiempo por s mismo enterrar en el olvido. La corriente
subterrnea de la Historia occidental ha llegado finalmente a la
superficie y ha usurpado la dignidad de nuestra tradicin. Esta es
la realidad en la que vivimos. Y por ello son vanos todos los
esfuerzos por escapar al horror del presente penetrando en la
nostalgia de un pasado todava intacto o en el olvido de un futuro
mejor. HANNAH ARENDT Verano de 1950
5. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 6 PROLOGO A LA PRIMERA PARTE: ANTISEMITISMO El antisemitismo,
una ideologa secular decimonnica cuyo nombre, aunque no su
argumentacin, era desconocido hasta la dcada de los aos setenta de
ese siglo y el odio religioso hacia los judos, inspirado por el
antagonismo recprocamente hostil de dos credos en pugna, es
evidente que no son la misma cosa; e incluso cabe poner en tela de
juicio el grado en que el primero deriva sus argumentos y su
atractivo emocional del segundo. La nocin de una ininterrumpida
continuidad de persecuciones, expulsiones y matanzas desde el final
del Imperio Romano hasta la Edad Media y la Edad Moderna para
llegar hasta nuestros das, embellecida frecuentemente por la idea
de que el antisemitismo moderno no es ms que una versin
secularizada de supersticiones populares medievales1 no es menos
falaz (aunque, desde luego, menos daina) que la correspondiente
nocin antisemita de una sociedad secreta juda que ha dominado, o
aspira a dominar, al mundo desde la antigedad. Histricamente, el
hiato entre el ltimo perodo de la Edad Media y la Edad Moderna, con
respecto a las cuestiones judas resulta an ms marcado que la grieta
entre la Antigedad romana y la Edad Media o que el golfo
considerado frecuentemente como el punto decisivo de la Historia
juda de la Dispora que separ las catstrofes de las primeras
Cruzadas de los precedentes siglos medievales. Porque este hiato
dur casi dos siglos, desde el XV a finales del XVI, durante los
cuales las relaciones entre judos y gentiles fueron siempre
escasas, la indiferencia de los judos a las condiciones y
acontecimientos del mundo exterior fue en todo momento considerable
y el judasmo lleg a ser ms que nunca un sistema cerrado de
pensamiento. Fue entonces cuando los judos, sin ninguna intervencin
exterior, empezaron a pensar que la diferencia entre la judera y
las naciones no era fundamentalmente de credo y de fe, sino de
naturaleza interna, y cuando la antigua dicotoma entre judos y
gentiles era ms probable que fuese racial en su origen que no que
se tratara de una cuestin de disensin doctrinal2 . Este cambio en
la estimacin del carcter aparte del pueblo judo, que entre los no 1
El ultimo ejemplo de esta nocin es Warrant for Genocide, The myth
of the Jewish world-conspiracy and the Protocols of the Eiders of
Zion, Nueva York, 1966, de NORMAN CORN. El autor parte de la
implcita negacin de que exista, al fin y al cabo, una Historia
juda. En su opinin, los judos son gentes que vivieron diseminadas
por Europa desde el Canal de la Mancha al Volga, con muy poco en
comn, salvo el ser descendientes de adeptos a la religin juda (p.
15). Los antisemitas, por el contrario, pueden reivindicar un
linaje directo e ininterrumpido a travs del espacio y del tiempo
desde la Edad Media, en la que los judos fueron considerados
agentes de Satn, adoradores del diablo, demonios en forma humana
(p. 41), y la nica mitigacin a tan vastas generalizaciones que
parece dispuesto a hacer el autor de Pursuit of the Millennium es
que l se refiere exclusivamente a la ms temible especie de
antisemitismo; la especie que desemboca en matanzas y en un intento
de genocidio (p. 16). El libro tambin se esfuerza en demostrar que
la masa de las poblaciones germanas nunca fue verdaderamente
fanatizada contra los judos, y que su exterminio fue organizado, y
principalmente realizado, por los profesionales del SD y de las SS,
organizaciones que en manera alguna representan una muestra tpica
de la sociedad alemana (pp. 212 y ss.). Cun deseable sera que esta
declaracin pudiera encajar en los hechos! El resultado es que la
obra se lee como si hubiera sido escrita hace cuarenta aos por un
muy ingenioso miembro de la Verein zur Bekmpfung des
Antisemitismus, de infausta memoria. 2 Todas las citas proceden de
la obra de JACOB KATZ, Exclusiveness and Tolerante, Jewish-Gentile
Relations in Medieval and Modern Times (Nueva York, 1962, cap. 12),
un estudio absolutamente original, escrito al nivel ms alto posible
y que, desde luego, debera haber hecho estallar muchas nociones muy
estimadas por la judera contempornea, como afirma la solapa; pero
no fue as, por haber sido completamente ignorado por la gran
prensa. Katz pertenece a la nueva generacin de historiadores judos,
muchos de los cuales ensean en la Universidad de Jerusaln y
publican obras en hebreo. Es en cierto modo un misterio el hecho de
que sus obras no sean rpidamente traducidas y publicadas en los
Estados Unidos. Con ellos ha acabado indudablemente la lacrimosa
presentacin de la Historia juda, contra la que Salo W. Baron
protestaba hace cuarenta aos.
6. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 7 judos se hizo frecuente slo mucho despus, en la poca de la
Ilustracin, es claramente la condicin sine qua non para el
nacimiento del antisemitismo, y resulta de alguna importancia
sealar que se produjo primeramente en la interpretacin que los
judos hicieron de s mismos, aproximadamente en el tiempo en que la
cristiandad europea se escinda en aquellos grupos tnicos que
cuajaron polticamente en el sistema de las modernas
Naciones-Estados. La historia del antisemitismo, como la historia
del odio a los judos es parte de la larga e intrincada historia de
las relaciones entre judos y gentiles bajo las condiciones de la
dispersin juda. El inters por esta historia no existi prcticamente
hasta mediados del siglo XIX en que coincidi con el desarrollo del
antisemitismo y su furiosa reaccin contra la judera emancipada y
asimilada, evidentemente, el peor momento posible para establecer
datos histricos fiables3 . Desde entonces ha sido falacia comn a la
historiografa juda y a la no juda aunque generalmente por razones
opuestas aislar los elementos hostiles en las fuentes cristianas y
judas y recalcar la serie de catstrofes, expulsiones y matanzas que
han marcado la historia juda de la misma manera que los conflictos
armados y no armados, la guerra, el hambre y las epidemias han
marcado la Historia de Europa. Resulta innecesario aadir que fue la
historiografa juda con su fuerte predisposicin polmica y apologtica
la que acometi la bsqueda de rastros de odio a los judos en la
historia cristiana, mientras corresponda a los antisemitas buscar
rasgos intelectualmente no muy diferentes en las antiguas fuentes
judas. Cuando sali a la luz esta tradicin juda de un antagonismo a
menudo violento respecto de cristianos y gentiles, el pblico judo
se sinti no slo insultado, sino autnticamente sorprendido4 hasta el
punto de que sus portavoces lograron convencerse a s mis- mos y
convencer a los dems del hecho inexistente de que el alejamiento
judo era debido exclusivamente a la hostilidad de los gentiles y a
su falta de ilustracin. El judasmo, afirmaban especialmente los
historiadores judos, haba sido siempre superior a las dems
religiones en el hecho de que crea en la igualdad humana y en la
tolerancia. El que esta autoengaosa teora, acompaada por la
creencia de que el pueblo judo haba sido siempre el objeto pasivo y
sufriente de las persecuciones cristianas, llegara a constituirse
en una prolongacin y modernizacin del antiguo mito de la
eligibilidad y desembocara en nuevas y a menudo muy complicadas
prcticas de separacin, destinadas a mantener la antigua dicotoma es
quizs una de esas ironas reservadas a aquellos que, por
cualesquiera razones, tratan de embellecer y de manipular los
hechos polticos y los datos histricos. Porque si los judos tenan
algo en comn con sus vecinos no judos en que apoyar su
recientemente proclamada igualdad, era precisamente un pasado
religiosamente predeterminado y mutuamente hostil, tan rico en
realizaciones culturales al ms elevado nivel como abundante en
fanatismos y groseras supersticiones al nivel de las masas
ignorantes. Sin embargo, incluso los irritantes estereotipos de
este gnero de historiografa juda descansan sobre una base ms slida
de hechos histricos que las anticuadas necesidades polticas y
sociales de la judera europea del siglo XIX y de comienzos del XX.
La historia cultural juda era infinitamente ms diversa de lo que
entonces se supona y las causas de desastre variaban con las
circunstancias histricas y geogrficas, pero lo cierto es que
variaban ms en un entorno no judo que dentro de las comunidades
judas. Dos factores muy reales tuvieron una influencia decisiva en
los fatdicos errores todava frecuentes cuando se trata de presentar
popularmente la historia juda. En ningn lugar y en poca alguna tras
la destruccin del Templo poseyeron los judos su propio territorio y
su propio Estado; para su existencia fsica siempre dependieron de
las autoridades no judas, aunque a los judos de Francia y tambin de
Alemania durante el siglo XIII5 se les otorg algunos medios de
autoproteccin y el derecho a llevar armas. Esto no significa que
los judos estuvieran siempre privados de poder, pero es cierto que
en cualquier conflicto, no importa cules fueran sus razones, los
judos no slo eran vulnerables, sino que estaban desvalidos y, por
tanto, resultaba natural, especialmente en los siglos de completo
extraamiento, que procedieron a su 3 Es interesante sealar que J.
M. Jost, el primer moderno historiador judo, que escribi en
Alemania a mediados del pasado siglo, se mostraba mucho menos
inclinado que sus ms ilustres predecesores a los habituales
prejuicios de la historiografa secular juda. 4 KATZ, op. cit., p.
196. 5 Ibd., p. 6.
7. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 8 elevacin a la igualdad poltica, que sintieran como simples
repeticiones todos los estallidos de violencia. Adems, las
catstrofes eran consideradas dentro de la tradicin juda en trminos
de martirologio, que a su vez tena sus bases histricas en los
primeros siglos de nuestra Era, cuando tanto judos como cristianos
desafiaron la potencia del Imperio romano, as como en las
condiciones medievales cuando a los judos les quedaba abierta la
alternativa de someterse al bautismo y salvarse as de la
persecucin, aunque la causa de la violencia no era religiosa, sino
poltica y econmica. Esta agrupacin de hechos dio pie a una ilusin
ptica que han sufrido desde entonces historiadores tanto judos como
no judos. La Historiografa se ha ocupado hasta ahora ms de la
disociacin cristiana de los judos que de la inversa6 , olvidando el
hecho, por otra parte ms importante, de que la disociacin juda del
mundo gentil, y ms especficamente del entorno cristiano, fue de
mayor importancia que la inversa para la historia juda por la obvia
razn de que la autntica supervivencia del pueblo como entidad
identificable dependi de tal separacin voluntaria y no, como se ha
supuesto corrientemente, de la hostilidad de cristianos y no judos.
Slo en los siglos XIX y XX, tras la emancipacin y con la difusin de
la asimilacin, desempe el antisemitismo un papel en la conservacin
del pueblo, puesto que entonces los judos aspiraban a ser admitidos
en la sociedad no juda. Aunque los sentimientos antijudos
estuvieron extendidos entre las clases cultas de Europa durante el
siglo XIX, el antisemitismo como ideologa sigui siendo prerrogativa
de los fanticos en general y de los lunticos en particular. Incluso
los dudosos productos de las apologas judas, que nunca convencieron
ms que a los convencidos, eran ejemplos destacados de erudicin y
saber en comparacin con lo que los enemigos de los judos podan
ofrecer en materia de investigacin histrica7 . Cuando, tras el
final de la guerra, comenc a clasificar el material para este
libro, recogido de fuentes documentales y a veces de excelentes
monografas, durante un perodo de ms de diez aos, no exista una sola
obra que abarcara la cuestin de extremo a extremo y de la que
pudiera decirse que cumpla las normas ms elementales de erudicin
histrica. Y la situacin apenas ha cambiado desde entonces. Esto es
tanto ms deplorable cuanto que recientemente se ha tornado ms
grande que nunca la necesidad de un tratamiento imparcial y
verdadero de la historia juda. Las evoluciones polticas del siglo
XX han empujado al pueblo judo al centro de la tormenta de
acontecimientos; la cuestin juda y el antisemitismo, fenmenos
relativamente carentes de importancia en trminos de poltica
mundial, se convirtieron en el agente catalizador, en primer lugar,
del crecimiento nazi y del establecimiento de la estructura
organizadora del Tercer Reich, en el que cada ciudadano tena que
demostrar que l no era un judo; despus, en el de una guerra mundial
de una ferocidad sin equivalentes, y finalmente, de la aparicin del
crimen sin precedentes de genocidio en medio de la civilizacin
occidental. Me parece obvio que todo esto haya exigido no slo una
lamentacin y una denuncia, sino tambin una comprensin. Este libro
es un intento por comprender lo que en un primer vistazo, e incluso
en un segundo, pareca simplemente afrentoso. La comprensin, sin
embargo, no significa negar la afrenta, deducir de precedentes lo
que no los tiene o explicar fenmenos por analogas y generalidades
tales que ya no se sientan ni el impacto de la realidad ni el
choque de la experiencia. Significa, ms bien, examinar y soportar
conscientemente el fardo que los acontecimientos han colocado sobre
nosotros ni negar su existencia ni someterse mansamente a su peso
como si todo lo que realmente ha sucedido no pudiera haber sucedido
de otra manera. La comprensin, en suma, es un enfrentamiento
impremeditado, atento y resistente, con la realidad cualquiera que
sea o pudiera haber sido sta. Para esta comprensin, aunque, desde
luego, no resulte suficiente, es indispensable una cierta
familiaridad con la historia juda en la Europa del siglo XIX y con
el concurrente desarrollo del antisemitismo. Los captulos
siguientes se refieren slo a aquellos elementos de la historia del
siglo XIX que realmente figuran entre los orgenes del
totalitarismo. An queda por escribir una historia que abarque el
antisemitismo, tarea que est ms all del alcance de este libro.
Mientras 6 Ibd., p. 7. 7 La nica excepcin es el historiador
antisemita Walter Frank, director del Reichsinstitut fr Geschichte
des Neuen Deutschlands, nazi, y editor de nueve volmenes de
Forschungen zur Judenfrage, 1937-1944. En especial, la propia
contribucin de Frank puede ser consultada con provecho.
8. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 9 exista esta laguna hay justificacin suficiente para
publicar estos captulos como contribucin in- dependiente a una
historia ms vasta, aunque fuera concebida originalmente como parte
constituyente de la prehistoria, por as decirlo, del totalitarismo.
Adems, lo que es cierto para la historia del antisemitismo, es
decir, que cay en manos de los fanticos no judos y de los
apologistas judos y fue cuidadosamente evitada por reputados
historiadores, es cierto mutatis mutandis para casi todos los
elementos que ms tarde cristalizaron en el nuevo fenmeno
totalitario; apenas fueron advertidos por la opinin ilustrada o por
la del pblico en general, porque pertenecan a una corriente
subterrnea de la historia europea en la que, ocultos a la luz del
pblico y a la atencin de los hombres ilustrados, suscitaron una
virulencia enteramente inesperada. Ya que slo la cristalizadora
catstrofe final llev estas tendencias subterrneas al libre
conocimiento pblico, ha habido una tendencia a equiparar
sencillamente al totalitarismo con sus elementos y orgenes, como si
cada estallido de antisemitismo, de racismo o de imperialismo
pudiese ser identificado como totalitarismo. Esta falacia es tan
desorientadora en la bsqueda de la verdad histrica como perniciosa
para el juicio poltico. Las polticas totalitarias lejos de ser
simplemente antisemitas, racistas, imperialistas o comunistas usan
y abusan de sus propio elementos ideolgicos y polticos hasta tal
punto que llega a desaparecer la base de realidad fctica, de la que
originalmente derivan su potencia y su valor propagandstico las
ideologas la realidad de la lucha de clases, por ejemplo, o los
conflictos de intereses entre los judos y sus vecinos. Sera
ciertamente un grave error subestimar el papel que el racismo puro
ha desempeado y sigue desempeando en el Gobierno de los Estados
sudistas, pero sera an ms errneo llegar a la conclusin
retrospectiva de que grandes zonas de los Estados Unidos han estado
bajo la dominacin totalitaria durante ms de un siglo. La nica
consecuencia directa y pura de los movimientos antisemitas del
siglo XIX no fue el nazismo, sino, al contrario, el sionismo, que,
al menos en su forma ideolgica occidental, constituy un gnero de
contraideologa, la respuesta al antisemitismo. Esto,
incidentalmente, no significa decir que la autoconciencia juda
fuera una simple creacin del antisemitismo; incluso un sumario
conocimiento de la historia juda, cuya preocupacin central desde el
exilio babilnico fue la supervivencia del pueblo contra los
abrumadores riesgos de dispersin, debera bastar para barrer este
ltimo mito en estas cuestiones, un mito que se ha puesto en cierto
grado de moda en los crculos intelectuales tras la interpretacin
existencialista que Sartre hizo del judo como alguien que es
considerado y definido judo por los dems. La mejor ilustracin,
tanto de la distincin como de la conexin entre el antisemitismo
pretotalitario y el totalitario, es quiz la ridcula historia de los
Protocolos de los Sabios de Sin. El empleo que los nazis hicieron
de esta falsificacin, como libro de texto para una conquista
global, no es ciertamente parte de la historia del antisemitismo,
pero slo esta historia puede explicar ante todo por qu ese cuento
inverosmil contena suficiente plausibilidad como para ser til como
propaganda antijuda. Lo que, por otra parte, no puede explicar es
por qu la apelacin totalitaria al dominio global, ejercido por los
miembros y los mtodos de una sociedad secreta, poda convertirse en
un atractivo objetivo poltico. Esta ltima funcin, polticamente
mucho ms importante (aunque no propagandstica-mente), tiene su
origen en el imperialismo en general, en su muy explosiva versin
continental, los llamados panmovimientos en particular. De esta
manera, este libro se limita en tiempo y espacio tanto como en el
tema. Sus anlisis se refieren a la historia juda en Europa central
y occidental desde la poca de los judos palaciegos al affaire
Dreyfus, en tanto que result relevante para el nacimiento del
antisemitismo y fue influido por ste. Estudia los movimientos
antisemitas que estaban slidamente basados en las realidades
fcticas caractersticas de las relaciones entre judos y gentiles, es
decir, en el papel que los judos desempearon en el desarrollo de la
Nacin-Estado, por un lado, y su actividad en la sociedad no juda,
por el otro. La aparicin de los primeros partidos antisemitas en la
dcada de los aos 70 y en la de los 80 del siglo XIX marca el
momento en el que trascendieron la base fctica del conflicto de
intereses y de la experiencia demostrable y se inici el camino que
concluy con la solucin final. Desde entonces, en la era del
imperialismo, seguida por el perodo de los movimientos y Gobiernos
totalitarios, no es ya posible aislar la cuestin juda o la ideologa
antisemita de temas
9. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 10 que casi carecen por completo de relacin con las
realidades de la moderna historia juda. Y ello no simple ni
primariamente porque estas cuestiones desempearan un importante
papel en los asuntos mundiales, sino porque el mismo antisemitismo
era empleado para fines ulteriores que, aunque en su instrumentacin
sealaran a los judos como las vctimas principales, dejaban muy atrs
todos los temas particulares de inters tanto judos como antijudos.
El lector hallar las versiones imperialista y totalitaria del
antisemitismo del siglo XX en la segunda y tercera partes de esta
obra, respectivamente. HANNAH ARENDT Julio de 1967
10. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 11 PROLOGO A LA SEGUNDA PARTE: IMPERIALISMO Rara vez pueden
ser fechados con tanta precisin los comienzos de un perodo histrico
y raramente fueron tan buenas las posibilidades de los observadores
contemporneos para ser testigos de su preciso final como en el caso
de la era imperialista. Porque el imperialismo, que surgi del
colonialismo y tuvo su origen en la incongruencia del sistema
Nacin-Estado con el desarrollo econmico e industrial del ltimo
tercio del siglo XIX, comenz su poltica de la expansin por la
expansin no antes de 1884, y esta nueva versin de la poltica de
poder era tan diferente de las con- quistas nacionales en las
guerras fronterizas como del estilo romano de construccin imperial.
Su fin pareci inevitable tras la liquidacin del Imperio de Su
Majestad que Churchill se haba negado a presidir y se torn un hecho
consumado con la declaracin de la independencia india. El hecho de
que los britnicos liquidaran voluntariamente su dominacin colonial
sigue siendo uno de los acontecimientos ms trascendentales de la
historia del siglo XX. De esa liquidacin result la imposibilidad de
que ninguna nacin europea pudiera seguir reteniendo sus posesiones
ultra- marinas. La nica excepcin es Portugal, y su extraa capacidad
para continuar una lucha a la que han tenido que renunciar todas
las dems potencias coloniales europeas puede ser ms debida a su
atraso nacional que a la dictadura de Salazar; porque no fue slo la
mera debilidad o el cansancio debido a dos asesinas guerras en una
sola generacin, sino tambin los escrpulos morales y las aprensiones
polticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas, los
que se pronunciaron contra medidas extremas, la introduccin de
matanzas administrativas (A. Carthill) que podan haber destrozado
la rebelin no violenta en la India y contra una continuacin del
gobierno de las razas sometidas (lord Cromer) por obra del muy
temido efecto de boomerang en las madres patrias. Cuando finalmente
Francia, gracias a la entonces todava intacta autoridad de De
Gaulle, se atrevi a renunciar a Argelia, a la que siempre haba
considerado tan parte de Francia como el dpartement de la Seine,
pareci haberse llegado a un punto sin retorno. Cualesquiera que
pudieran haber sido los trminos de esta esperanza si la guerra
caliente contra la Alemania nazi no hubiese sido seguida por la
guerra fra entre la Rusia sovitica y los Estados Unidos, se siente
retrospectivamente la tentacin de considerar las dos ltimas dcadas
como el perodo durante el cual los dos pases ms poderosos de la
Tierra pugnaron por lograr una posicin en una lucha competitiva por
el predominio en aquellas mismas regiones aproximadamente que haban
dominado antes las naciones europeas. De la misma manera, se siente
la tentacin de considerar a la nueva y difcil distensin entre Rusia
y Amrica como el resultado de la aparicin de una tercera potencia
mundial, China, ms que como la sana y natural consecuencia de la
destotalitarizacin de Rusia tras la muerte de Stalin. Y si
evoluciones posteriores confirmaran estas incipientes
interpretaciones, significara en trminos histricos que hemos
vuelto, en una escala enormemente ampliada, al punto en el que
comenzamos, es decir, a la era imperialista y a la carrera de
colisiones que condujo a la primera guerra mundial. Se ha dicho a
menudo que los britnicos adquirieron su imperio en un momento de
distraccin, como consecuencia de tendencias automticas, aceptando
lo que pareca posible y resultaba tentador, ms que como resultado
de una poltica deliberada. Si esto es cierto, entonces el camino al
infierno puede no estar empedrado de intenciones como las buenas a
que alude el proverbio. Y los hechos objetivos que invitan a
retornar a las polticas imperialistas son, desde luego, tan fuertes
hoy, que uno se inclina a creer mnimamente en la verdad a medias de
la declaracin, en las vacuas seguridades de buenas intenciones por
parte de ambos bandos, de un lado, los compromisos americanos con
un inviable statu quo de corrupcin e incompetencia y, de otro, la
jerga seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberacin
nacional. El proceso de construccin nacional en zonas atrasadas,
donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para la
independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y
estril, ha determinado unos enormes vacos de
11. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 12 poder en los que la competicin entre las superpotencias
resulta tanto ms fiera cuanto que parece definitivamente desechado
con el desarrollo de las armas nucleares el enfrentamiento directo
de sus medios de violencia como ltimo recurso para resolver todos
los conflictos. No slo atrae inmediatamente el potencial o la
intervencin de las superpotencias cada conflicto entre los pequeos
pases subdesarrollados, sea una guerra civil en Vietnam o un
conflicto nacional en Oriente Medio, sino que sus verdaderos
conflictos, o al menos el cronometraje de sus estallidos, parecen
haber sido manipulados o directamente causados por intereses y
maniobras que nada tienen que ver con los conflictos e intereses en
juego en la misma regin. Nada era tan caracterstico de la poltica
de poder en la era imperialista como este paso de objetivos de
inters nacional localizados, limitados y por eso predecibles, a la
ilimitada prosecucin del poder por el poder que poda extenderse por
todo el globo y devastarlo sin un seguro objetivo nacional y
territorialmente prescrito y por eso sin direccin previsible. Esta
reincidencia se ha tornado tambin evidente en el nivel ideolgico,
con la famosa teora de las fichas de domin segn la cual la poltica
exterior ame- ricana se siente obligada a llevar la guerra a un pas
por la integridad de otros que ni siquiera son vecinos de se y que
es claramente una nueva versin del antiguo Gran Juego cuyas reglas
permitan e incluso dictaban la consideracin de naciones enteras
como piedras que emergen de un ro, o como peones, en la terminologa
de hoy, para obtener las riquezas y el dominio de un tercer pas que
a su vez se tornaba simple escaln en el inacabable proceso de la
expansin y de la acumulacin del poder. Fue de esta reaccin en
cadena, inherente a la poltica imperialista de poder y representada
a nivel humano por la figura del agente secreto, de la que dijo
Kipling (en Kim): Cuando todos estn muertos, el Gran Juego est
terminado. No antes; y la nica razn por la que su profeca no lleg a
cumplirse fue la limitacin constitucional de la Nacin-Estado,
mientras que hoy nuestra nica esperanza de que no llegue a
cumplirse en el futuro est basada en las limitaciones
constitucionales de la Repblica americana y en las limitaciones
tecnolgicas de la era nuclear. Esto no significa negar que la
inesperada resurreccin de la poltica y los medios imperialistas
tiene lugar en condiciones y circunstancias ampliamente
modificadas. La iniciativa de la expansin ultramarina se ha
desplazado hacia Occidente, desde Inglaterra y la Europa occidental
hasta Amrica, y la iniciativa de la expansin continental en cerrada
continuidad geogrfica ya no procede de la Europa central y
oriental, sino que est exclusivamente localizada en Rusia. Las
polticas imperialistas, ms que cualquier otro factor, han sido las
que han determinado la decadencia de Europa, y parecen haberse
cumplido ya las profecas de los polticos e historiadores que
afirmaron que los dos gigantes que flanqueaban a las naciones
europeas por el Este y por el Oeste acabaran por surgir como
herederos de su poder. Nadie justifica la expansin ya mediante la
misin del hombre blanco, por una parte, y una ensanchada conciencia
tribal a unir pueblos de similar origen tnico, por otra; en vez de
eso, omos hablar de compromisos con Estados clientes, de las
responsabilidades del poder y de la solidaridad con los movimientos
revolucionarios de liberacin nacional. La misma palabra expansin ha
desaparecido de nuestro vocabulario poltico, que ahora emplea los
trminos extensin o, crticamente, sobreextensin para referirse a
algo muy similar. Y lo que resulta polticamente ms importante, las
inversiones privadas en tierras alejadas, originalmente el primer
motor de las evoluciones imperialistas, son hoy superadas por la
ayuda exterior, econmica y militar, facilitada directamente por los
Gobiernos. (Slo en 1966 el Gobierno americano gast 4.600 millones
de dlares en ayudas y crditos al exterior, ms 1.300 millones
anuales en ayuda militar durante la dcada 1956-65, mientras que la
salida de capital privado en 1965 totaliz 3.690 millones de dlares
y, en 1966, 3.910 millones)1 . Esto significa que la era del
llamado imperialismo del dlar, la versin especficamente americana
del imperialismo anterior a la segunda guerra mundial, que fue
polticamente la menos peligrosa, est definitivamente superada. Las
inversiones privadas las actividades de un millar de compaas
norteamericanas 1 Estas cifras proceden, respectivamente, de The
Politics of Private Foreign Investment, de LEO MODEL, y de U. S.
Assistance to less developed Countries, 19561965, de KENNETH M.
KAUFFMAN y HELENA STALSON, ambos textos en Foreign Affairs, julio
de 1967.
12. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 13 operando en un centenar de pases extranjeros y
concentradas en los sectores ms modernos, ms estratgicos y ms
rpidamente crecientescrean muchos problemas polticos aunque no se
hallen protegidas por el poder de la nacin2 , pero la ayuda
exterior, aunque sea otorgada por razones puramente humanitarias,
es poltica por naturaleza precisamente porque no est motivada por
la bsqueda de un beneficio. Se han gastado miles de millones de
dlares en eriales polticos y econmicos en donde la corrupcin y la
incompetencia los han hecho desaparecer antes de que se hubiera
podido iniciar nada productivo, y este dinero ya no es el capital
superfluo que no poda ser invertido productiva y beneficiosamente
en la patria, sino el fantstico resultado de la pura abundancia que
los pases ricos, los que tienen en comparacin con los que no
tienen, pueden permitirse perder. En otras palabras, el motivo del
beneficio, cuya importancia en la poltica imperialista del pasado
lleg a ser sobreestimada frecuentemente, ha desaparecido ahora por
completo; slo los pases muy ricos y muy poderosos pueden permitirse
soportar las grandes prdidas que supone el imperialismo.
Probablemente, es an demasiado pronto (y queda ms all del alcance
de mis consideraciones) para analizar y examinar con algn grado de
confianza estas recientes tendencias. Lo que parece incomdamente
claro incluso ahora es la fuerza de ciertos procesos aparentemente
incontrolables que tienden a frustrar todas las esperanzas de
desarrollo constitucional en las nuevas naciones y a minar las
instituciones republicanas en las antiguas. Los ejemplos son
excesivos para permitir siquiera una sumaria enumeracin, pero la
aparicin de un gobierno invisible de los servicios secretos cuyo
alcance en la poltica interior, en los sectores cultural, docente y
econmico de nuestra vida, slo recientemente se ha revelado, es un
signo demasiado ominoso para dejarlo pasar en silencio. No hay razn
para dudar de la afirmacin de mster Allen W. Dulles segn la cual
los servicios de inteligencia han disfrutado en este pas desde 1947
de una posicin ms influyente en nuestro Gobierno de la que
disfrutan los servicios de inteligencia en cualquier otro Gobierno
del mundo3 ; ni hay razn para creer que esa influencia haya
disminuido desde que formul su declaracin en 1958. Se ha sealado a
menudo el peligro mortal que el Gobierno invisible supone para las
instituciones del Gobierno visible; lo que resulta quiz menos
conocido es la ntima conexin tradicional entre la poltica
imperialista y la dominacin por el Gobierno invisible y los agentes
secretos. Es un error creer que la creacin de una red de servicios
secretos en este pas tras la segunda guerra mundial fue una
respuesta a la amenaza directa que para su supervivencia nacional
supona la red de espionaje de la Rusia sovitica; la guerra haba
impulsado a los Estados Unidos a la posicin de la mayor potencia
mundial, y fue esta potencia mundial, ms que su existencia
nacional, la desafiada por la potencia revolucionaria del comunismo
dirigido desde Mosc4 . Cualesquiera que sean las causas de la
ascensin americana al poder mundial, la deliberada prosecucin de
una poltica exterior encaminada a ese poder o una aspiracin al
dominio global no figuran entre ellas. Y cabe decir lo mismo
respecto de los pasos recientes y todava de tanteo del pas en
direccin a una poltica de poder imperialista para la que su forma
de gobierno est menos preparada que la de cualquier otro pas. El
enorme foso entre los pases occidentales y el resto del mundo no
slo y no primariamente en riqueza, sino en educacin, dominio tcnico
y competencia en general, ha atormentado las relaciones
internacionales desde el comienzo incluso de una genuina poltica
mundial. Y este vaco, lejos de disminuir en las ltimas dcadas bajo
la presin de unos sistemas de comunicaciones en rpido desarrollo y
la resultante reduccin de las distancias 2 El ya citado artculo de
L. Model proporciona (p. 641) un muy valioso y pertinente anlisis
de estos problemas. 3 Esto es lo que Mr. Dulles dijo en un discurso
pronunciado en la Universidad de Yale en 1957, segn The Invisible
Government, de DAVID WISE y THOMAS B. Ross, Nueva York, 1964, p. 2.
4 Segn Mr. Dulles, el Gobierno tena que luchar contra el fuego con
fuego, y despus, con una desarmante franqueza, merced a la cual el
antiguo jefe de la CIA se distingui de sus colegas de otros pases,
explic lo que esto significaba. La CIA, por implicacin, ha de
seguir el modelo del Servicio de Seguridad del Estado Sovitico que
es ms que una organizacin de la polica secreta, ms que una
organizacin de espionaje y contraespionaje. Es un instrumento para
la subversin, la manipulacin y la violencia; para la intervencin
secreta en los asuntos de otros pases (El subrayado es de la
autora). Vase The Craft of Intelligence, de ALLEN W. DULLES, Nueva
York 1963, p. 155.
13. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 14 terrestres, ha aumentado constantemente y est cobrando
ahora proporciones verdaderamente alarmantes. Las tasas de
crecimiento demogrfico en los pases menos desarrollados son ahora
dobles de las de los pases ms avanzados5 , y cuando este factor
bastara para que fuera imperativo asistirles con excedentes
alimenticios y con excedentes de conocimiento tecnolgico y poltico,
es ese mismo factor el que invalida toda ayuda. Obviamente, cuanto
mayor sea la poblacin, menor ayuda per capita recibir, y la verdad
de la cuestin es que despus de dos dcadas de programas de ayuda
masiva, todos los pases que para empezar no han sido capaces de
ayudarse a s mismos como ha sido el Japn son ahora ms pobres y estn
ms alejados que nunca de cualquier estabilidad econmica o poltica.
Por lo que se refiere a las posibilidades del imperialismo, esta
situacin las consolida temiblemente por la sencilla razn de que
nunca han importado menos las puras cifras; la dominacin blanca en
Sudfrica, donde la minora tirnica es superada hoy en una proporcin
de diez a uno, no ha estado probablemente nunca ms segura que hoy.
Es esta situacin objetiva la que convierte a toda la ayuda exterior
en instrumento de dominacin extranjera y coloca a todos los pases
que precisan de esta ayuda por sus decrecientes probabilidades de
supervivencia fsica ante la alternativa de aceptar alguna forma de
gobierno de razas sometidas o hundirse r- pidamente en una anrquica
ruina. Este libro se refiere solamente al imperialismo colonial
estrictamente europeo, cuyo final sobrevino con la liquidacin de la
dominacin britnica en la India. Narra la historia de la
desintegracin de la Nacin-Estado que demostr contener casi todos
los elementos necesarios para la subsiguiente aparicin de los
movimientos y Gobiernos totalitarios. Antes de la era imperialista
no exista nada que fuera una poltica mundial, y sin ella careca de
sentido la reivindicacin totalitaria de dominacin global. Durante
este perodo el sistema de la Nacin-Estado se mostr incapaz tanto de
concebir nuevas normas para manejar los asuntos exteriores que se
haban convertido en asuntos globales como de hacer observar una Pax
Romana en el resto del mundo. Su pobreza y su miopa polticas
concluyeron en el desastre del totalitarismo, cuyos horrores sin
precedentes han oscurecido los ominosos acontecimientos y la
mentalidad an ms ominosa del perodo anterior. La investigacin
erudita se ha concentrado casi exclusivamente en la Alemania de
Hitler y en la Rusia de Stalin a expensas de sus menos dainos
predecesores. El dominio imperialista, excepto cuando se trata de
utilizar esa denominacin, parece casi olvidado, y la razn principal
de que ese hecho resulte deplorable es que en los aos recientes su
importancia en los acontecimientos contemporneos se ha tornado ms
que evidente. De esta manera la controversia sobre la guerra no
declarada por los Estados Unidos en Vietnam se ha formulado desde
ambos bandos en trminos de analogas con Munich o con otros ejemplos
extrados de los aos 30, cuando la dominacin totalitaria era el nico
peligro claro presente y omnipresente; pero las amenazas de la
poltica de hoy en hechos y palabras tienen un ms portentoso
parecido con los hechos y las justificaciones verbales que
precedieron al estallido de la primera guerra mundial, cuando una
chispa en una regin perifrica de inters secundario para todos los
interesados poda iniciar una conflagracin mundial. Subrayar la
desgraciada importancia que este medio olvidado perodo tiene para
los acontecimientos contemporneos no significa, desde luego, ni que
la suerte est echada y estemos entrando en un nuevo perodo de
polticas imperialistas, ni que en todas las circunstancias deba
acabar el imperialismo en los desastres del totalitarismo. Por
mucho que seamos capaces de saber del pasado, ello no nos permitir
conocer el futuro. HANNAH ARENDT Julio de 1967. 5 Vase el muy
instructivo artculo de ORVILLE L. FREEMAN, Malthus, Marx and the
North American Breadbasket, en Foreign Affairs, julio de 1967.
14. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 15 PROLOGO A LA TERCERA PARTE: TOTALITARISMO I El manuscrito
original de The Origins of Totalitarianism fue concluido en el otoo
de 1949, ms de cuatro aos despus de la derrota de la Alemania de
Hitler, menos de cuatro aos antes de la muerte de Stalin. La
primera edicin del libro apareci en 1951. Retrospectivamente, los
aos que pas escribindolo, a partir de 1945, se me aparecen como el
primer perodo de relativa calma tras dcadas de desorden, confusin y
horror las revoluciones tras la primera guerra mundial, la ascensin
de los movimientos totalitarios y el debilitamiento del Gobierno
parlamentario, seguidos por toda clase de nuevas tiranas, fascistas
y semifascistas, dictaduras de partido nico y militares y,
finalmente, el aparentemente firme establecimiento de Gobiernos
totalitarios que descansaban en el apoyo de las masas1 : en Rusia,
el ao 1929, el ao de lo que ahora se denomina la segunda revolucin,
y en Alemania, en 1933. Con la derrota de la Alemania nazi, parte
de la historia llegaba a su fin. Este pareca el primer momento
apropiado para examinar los acontecimientos contemporneos con la
mirada retrospectiva del historiador y el celo analtico del
estudioso de la ciencia poltica, la primera oportunidad para tratar
de decir y comprender lo que haba sucedido, no an sine ira et
studio, todava con dolor y pena y, por eso, con una tendencia a
lamentar, pero ya no con mudo resentimiento e impotente horror. (He
dejado mi prlogo original en la edicin actual para indicar el
talante de aquellos aos.) Era, en cualquier caso, el primer momento
posible para articular y elaborar las preguntas con las que mi
generacin se haba visto forzada a vivir durante la mayor parte de
su vida de adulto: Que ha sucedido? Por qu sucedi? Cmo ha podido
suceder? Porque tras la derrota alemana, que dej tras de s un pas
en ruinas y una nacin que senta que haba llegado al punto cero de
su historia, emergieron montaas de escritos virtualmente intactos,
una superabundancia de material documental sobre cada aspecto de
los doce aos que haba conseguido durar el Tausendjhriges Reich de
Hitler. Las primeras selecciones generosas de este embarras de
richesses, que incluso hoy en manera alguna han sido adecuadamente
publicadas e investigadas, comenzaron a aparecer en relacin con el
proceso de Nuremberg de los principales criminales de guerra en
1946, en doce volmenes de Nazi Conspiracy and agression2 . 1
Resulta, sin duda, muy inquietante el hecho de que el Gobierno
totalitario, no obstante su manifiesta criminalidad, se base en el
apoyo de las masas. Por eso apenas es sorprendente que se nieguen a
reconocerlo tanto los eruditos como los polticos, los primeros por
creer en la magia de la propaganda y del lavado de cerebro, los
ltimos por negarlo simplemente, como, por ejemplo, hizo repetidas
veces Adenauer. Una reciente publicacin de los informes secretos
sobre la opinin pblica alemana durante la guerra (desde 1939 a
1944), realizados por el Servicio de Seguridad de las SS (Meldungen
aus dem Reich. Auswahl aus den Geheimen Lageberichten des
Sicherheitdienster der SS 1939-1944, editada por Heinz Boberach,
Neuwied y Berlin, 1965), resulta muy reveladora al respecto.
Muestra, en primer lugar, que la poblacin se hallaba notablemente
bien informada sobre los llamados secretos las matanzas de judos en
Polonia, la preparacin de un ataque a Rusia, etc. y, en segundo
lugar, el grado hasta el que las vctimas de la propaganda han
permanecido capaces de formar opiniones independientes (pp.
XVIII-XIX). Sin embargo, el punto de la cuestin es que esto no
debilit de ningn modo el apoyo general al Rgimen de Hitler. Es
completamente obvio que el apoyo de las masas al totalitarismo no
procede ni de la ignorancia ni del lavado de cerebro. 2 Desde el
comienzo, la investigacin y la publicacin del material documental
han estado guiadas por la preocupacin por actividades delictivas y
la seleccin se ha realizado habitualmente con el fin de perseguir a
los criminales de guerra.
15. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 16 Cuando en 1958 apareci la segunda edicin (de bolsillo),
estaba ya disponible en bibliotecas y archivos mucho ms material
documental y de otro gnero, referente al rgimen nazi. Lo que yo
entonces aprend era suficientemente interesante, pero apenas exiga
cambios sustanciales tanto en el anlisis como en el argumento de mi
estudio original. Pareca aconsejable realizar numerosas adiciones y
sustituciones de citas en las notas, y el texto fue
considerablemente ampliado. Pero estos cambios eran todos de
naturaleza tcnica. En 1949, los documentos de Nuremberg eran
conocidos slo parcialmente y en su traduccin inglesa, y gran nmero
de libros, folletos y revistas, publicados en Alemania entre 1933 y
1945, no estaban todava disponibles. Adems, tuve en cuenta en
cierto nmero de adiciones algunos de los ms importantes
acontecimientos tras la muerte de Stalin la crisis de sucesin y el
discurso de Kruschev ante el XX Congreso del Partido, as como nueva
informacin sobre el rgimen de Stalin obtenida de nuevas
publicaciones. As es que revis la Tercera Parte y el ltimo captulo
de la Segunda Parte, mientras que la Primera Parte, referente al
antisemitismo, y los primeros cuatro captulos sobre el imperialismo
permanecan inalterados. Por otro lado, existan ciertos atisbos de
una naturaleza estrictamente terica, que yo no posea cuando conclu
el manuscrito original, terminado con unas Observaciones
concluyentes que eran ms bien inconclusivas. El ltimo captulo de
esta edicin, Ideologa y terror, reemplaz a aquellas Observaciones,
que, hasta el grado en que todava eran vlidas, fueron trasladadas a
otros captulos. En la segunda edicin yo haba aadido un Eplogo en el
que examinaba brevemente la introduccin del sistema ruso en los
pases satlites y la revolucin hngara. Este examen, escrito mucho ms
tarde, era diferente en su tono, ya que se refera a acontecimientos
contemporneos y se torn anticuado en muchos detalles. Ahora lo he
eliminado, y ste es el nico cambio sustancial de esta edicin en
comparacin con la segunda (la de bolsillo). Resulta obvio que el
final de la guerra no signific el final del Gobierno totalitario en
Rusia. Al contrario, fue seguido por la bolchevizacin de Europa
oriental, es decir, la extensin del Gobierno totalitario, y la paz
no ofreci ms que un significativo punto de inflexin desde el que
analizar las similaridades y diferencias en mtodos e instituciones
de los dos regmenes totalitarios. Lo que fue decisivo no fue el
final de la guerra, sino la muerte de Stalin ocho aos ms tarde.
Retrospectivamente parece que esta muerte no fue simplemente
seguida por una crisis de sucesin y un deshielo temporal hasta que
hubiera logrado afirmarse un nuevo lder, sino por un autntico,
aunque nunca inequvoco, proceso de destotalitarizacin. Por eso,
desde el punto de vista de los acontecimientos, no haba razn para
actualizar ahora esta parte de mi obra; por lo que a nuestro
conocimiento del perodo en cuestin se refiere, no ha cambiado
drsticamente lo suficiente para exigir extensas revisiones y
adiciones. En contraste con Alemania, donde Hitler emple
conscientemente su guerra para desarrollar y, valga decir,
perfeccionar el Gobierno totalitario, el perodo de la guerra en
Rusia fue un perodo de suspensin temporal de la dominacin total.
Para mis propsitos son de mximo inters los aos desde 1929 a 1941 y
posteriormente de 1945 a 1953, y nuestras fuentes para estos
perodos son tan escasas y de la misma naturaleza que lo eran en
1958 e incluso en 1949. Nada ha sucedido, ni es probable que suceda
en el futuro, que pueda presentarse con el mismo inequvoco final de
la historia o las mismas pruebas horriblemente claras e
irrefutables con que documentarlo como sucedi en el caso de la
Alemania nazi. La nica adicin importante para nuestro conocimiento,
el contenido del Archivo de Smolensko (publicado en 1958 por Merle
Fainsod) ha demostrado hasta qu punto seguir siendo decisiva para
todas las investigaciones sobre este perodo de la historia rusa la
escasez de la ms elemental documentacin y de material estadstico.
Porque aunque los archivos (descubiertos en la sede del partido en
Smolensko por los servicios alemanes de informacin y capturados
luego en Alemania por las fuerzas de ocupacin americanas) contienen
unas 200.000 pginas de documentos y se hallan virtualmente intactos
en lo que se refiere al perodo comprendido entre 1917 y 1938, la
cantidad de informacin que no nos pueden proporcionar es
verdaderamente sorprendente. Incluso con una casi inabarcable
abundancia de material sobre las purgas desde 1929 a 1937, no El
resultado es que se ha despreciado gran parte de un material muy
interesante. El libro mencionado en la nota uno constituye una muy
grata excepcin a la regla.
16. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 17 contienen indicacin del nmero de vctimas ni de otros
vitales datos estadsticos. Donde dan cifras, stas son
desesperanzadoramente contradictorias; las diferentes
organizaciones proporcionan series distintas, y lo que llegamos a
saber de forma indudable es que muchas de esas cifras, si llegaron
a existir, fueron retiradas por orden del Gobierno3 . Adems, el
Archivo no contiene informacin sobre las relaciones entre las
diferentes ramas de la autoridad, entre el partido, los militares y
el NKVD, o entre el partido y el Gobierno, y se muestra mudo
respecto de los canales de comunicacin y mando. En suma, no sabemos
nada acerca de la estructura de la organizacin del rgimen, de la
que estamos tan bien informados con respecto a la Alemania nazi4 .
En otras palabras, mientras se ha sabido siempre que las
publicaciones oficiales soviticas servan fines propagandsticos y
eran profundamente indignas de crdito, ahora resulta que las
fuentes fiables y el material estadstico no existieron
probablemente en parte alguna. Cuestin mucho ms seria es la de si
un estudio sobre el totalitarismo puede permitirse ignorar lo que
ha sucedido y sigue sucediendo en China. Aqu nuestro conocimiento
es an menos seguro de lo que era sobre la Rusia de los aos 30, en
parte porque el pas ha conseguido aislarse a s mismo mucho ms
radicalmente contra los extranjeros tras la revolucin victoriosa y
en parte porque todava no han venido en nuestra ayuda los
desertores de los escalones superiores del partido comunista chino
lo que, desde luego, es en s mismo suficientemente significativo.
Lo poco que hemos sabido durante diecisiete aos esbozaba dos
diferencias muy importantes: tras un perodo inicial de considerable
derramamiento de sangre el nmero de vctimas durante los primeros
aos de dictadura ha sido estimado plausiblemente en quince
millones, aproximadamente un 3 por 100 de la poblacin de 1949 y, en
trminos de porcentaje, considerablemente menos que las prdidas
demogrficas debidas a la segunda revolucin de Stalin y tras la
desaparicin de una oposicin organizada, no hubo un aumento del
terror ni matanzas de personas inocentes, ni categora de enemigos
objetivos, ni procesos espectaculares, aunque s existieron en gran
medida confesiones pblicas y autocrticas, ni crmenes descarados. El
famoso discurso pronunciado por Mao en 1957, Sobre la manipulacin
correcta de las contradicciones en el pueblo, usualmente conocido
bajo el equvoco ttulo Dejemos que aparezcan cien flores, no fue
ciertamente un alegato en favor de la libertad, pero reconoca
contradicciones no antagonsticas entre las clases y, lo que es
todava ms importante, entre el pueblo y el Gobierno, incluso bajo
una dictadura comunista. La forma de tratar con los oponentes era
la rectificacin del pensamiento, un elaborado procedimiento de
constante moldeamiento y remoldeamiento de las mentes al cual ms o
menos pareca sujeta toda la poblacin. Nunca supimos muy bien cmo
funcion este sistema en la vida cotidiana, quin estaba exento de l
es decir, quin remoldeaba, y carecemos de indicaciones sobre los
resultados del lavado de cerebros, si fue duradero y produjo
cambios de personalidad. Si se confiara en las presentes
declaraciones de los dirigentes chinos, todo lo que se consigui fue
hipocresa en gran escala, el terreno de cultivo de la
contrarrevolucin. Si esto era terror, como muy ciertamente era, se
trataba de un terror de diferente gnero y, cualesquiera que fuesen
sus resultados, no diezm la poblacin china. Reconoca claramente un
inters nacional, permita al pas desarrollarse pacficamente, emplear
la competencia de los descendientes de las antiguas clases
dominantes y mantener niveles acadmicos y profesionales. En suma,
era obvio que el pensamiento de Mao Ts-tung no sigui la trayectoria
de Stalin (o de Hitler, en esta cuestin), que no era un asesino por
instinto, y que el sentimiento nacionalista, tan destacado en todos
los levantamientos revolucionarios en los antiguos pases
coloniales, fue lo suficientemente fuerte como para imponer lmites
a la dominacin total. Todo esto pareca contradecir ciertos temores
expresados en este libro (Una sociedad sin clases, Las masas). Por
otra parte, el partido comunista chino, tras su victoria, apunt
inmediatamente a ser internacional en su organizacin,
omnicomprensivo en su alcance ideolgico y global en sus
aspiraciones polticas (cap. XII, Totalitarismo en el poder), es
decir, que sus rasgos totalitarios se hicieron manifiestos desde el
comienzo. Estos rasgos se tornaron ms prominentes con el 3 Vase la
obra de MERLE FAINSOD, Smolensk under Soviet Rule, 1958, pp. 210,
306, 365, etc. 4 Ibd., pp. 73, 93.
17. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 18 desarrollo del conflicto chino-sovitico, aunque el mismo
conflicto puede haber sido desencadenado por cuestiones nacionales
ms que ideolgicas. La insistencia de los chinos en rehabilitar a
Stalin y denunciar los intentos rusos de destotalitarizacin como
desviacin revisionista fue suficientemente amenazadora y, para
empeorar las cosas, fue acompaada por una poltica internacional
profundamente implacable, aunque hasta ahora infructuosa, que
pretenda la infiltracin de agentes chinos en todos los movimientos
revolucionarios y la resurreccin de la Komintern bajo la direccin
de Pekn. Todas estas evoluciones son difciles de juzgar en el
momento presente, en parte porque no sabemos lo suficiente y en
parte porque todo contina en un estado fluyente. A estas
incertidumbres que corresponden a la naturaleza de la situacin
hemos aadido desgraciadamente las dificultades que son obra de
nosotros mismos. Porque no facilita la cuestin, ni en la teora ni
en la prctica, el hecho de que hayamos heredado del perodo de la
guerra fra una contraideologa oficial, el anticomunismo, que tiende
tambin a ser global en sus aspiraciones y nos tienta a construir
nuestra propia ficcin para que nos neguemos en principio a
diferenciar las diversas dictaduras unipartidistas comunistas, con
las que nos enfrentamos en la realidad, del autntico Gobierno
totalitario, como puede desarrollarse, aunque en diversas formas,
en China. Lo interesante, desde luego, no es que la China comunista
sea diferente de la Rusia comunista o que la Rusia de Stalin fuera
diferente de la Alemania de Hitler. La ebriedad y la incompetencia
que tan ampliamente asoman en cualquier descripcin de la Rusia de
los aos 20 de los aos 30, y que siguen estando hoy muy extendidas,
no desempearon papel alguno en la Alemania nazi, mientras que la
indecible y gratuita crueldad de los campos alemanes de
concentracin y de exterminio parece haber estado considerablemente
ausente de los campos rusos, donde los cautivos moran de abandono
ms que de tortura. La corrupcin, el azote de la Administracin rusa
desde el comienzo, se hall presente en los ltimos aos del rgimen
nazi, pero aparentemente ha estado totalmente ausente de China
despus de la revolucin. Podran multiplicarse las diferencias de
esta clase; son de gran significacin y parte de la historia
nacional de los respectivos pases, pero no proporcionan una directa
orientacin sobre la forma de gobierno. Indudablemente, la monarqua
absoluta fue algo muy diferente en Espaa, en Francia, en Inglaterra
y en Prusia; pero en todas partes constituy la misma forma de
gobierno. Lo que en nuestro contexto resulta decisivo es que el
Gobierno totalitario resulta diferente de las dictaduras y tiranas;
la capacidad de advertir esta diferencia no es en manera alguna una
cuestin acadmica que pueda abandonarse confiadamente a los tericos,
porque la dominacin total es la nica forma de gobierno con la que
no es posible la coexistencia. Por ello tenemos todas las razones
posibles para emplear escasa y prudentemente la palabra
totalitario. En fuerte contraste con la escasez e incertidumbre de
nuevas fuentes para el conocimiento fctico con respecto al Gobierno
totalitario, encontramos un enorme aumento en el nmero de estudios
sobre todas las variedades de nuevas dictaduras, sean o no
totalitarias, durante los ltimos quince aos. Esto, desde luego, es
particularmente cierto en lo referente a la Alemania nazi y a la
Rusia sovitica. Existen ahora muchas obras que resultan
indispensables para nuevas investigaciones y estudios del tema, y,
en consecuencia, me he esforzado por complementar mi antigua
bibliografa (la segunda edicin de bolsillo no llevaba bibliografa).
El nico gnero de textos que, con pocas excepciones, no he incluido
adrede son las numerosas Memorias publicadas por los antiguos
generales y altos funcionarios nazis tras el final de la guerra.
(Es suficientemente comprensible y no debera bastar para alejarlas
de nuestra consideracin el hecho de que este gnero de apologas no
brille por su honestidad. Pero la falta de comprensin que estas
reminiscencias muestran respecto de lo que sucedi realmente y de
los papeles que los mismos autores desempearon en el curso de los
acontecimientos es verdaderamente sorprendente y les priva de todo
menos de un cierto inters psicolgico.) Tambin he aadido los
relativamente escasos puntos de importancia a las listas de
lecturas correspondientes a la Primera y la Segunda Parte.
Finalmente, por razones de conveniencia, la bibliografa, como el
libro, aparece ahora dividida en tres partes separadas.
18. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 19 II Por lo que a la documentacin se refiere, la temprana
fecha en que este libro fue concebido y escrito ha mostrado no
constituir la dificultad que poda razonablemente presumirse, y esto
es cierto tanto por lo que se refiere al material sobre la variedad
nazi como sobre la variedad bolchevique del totalitarismo. Esta es
una de las particularidades de la literatura sobre el
totalitarismo: los primeros intentos de los contemporneos de
escribir su Historia, que, segn todas los normas acadmicas, estaba
destinada a zozobrar por falta de una impecable documentacin y por
su implicacin emocional en el tema, han soportado notablemente bien
la prueba del tiempo. La biografa de Hitler de Konrad Heiden y la
biografa de Stalin de Boris Souvarine, escritas y publicadas en los
aos 30, son en algunos aspectos ms precisas y casi en todos los
aspectos ms importantes que las biografas clsicas de Allan Bullock
e Isaac Deutscher, respectivamente. Esto puede tener varias
razones, pero una de ellas es ciertamente el simple hecho de que en
ambos casos el material documental ha tendido a confirmar y a
complementar lo que ya se conoca gracias a los relatos de
importantes desertores y de otros testigos oculares. Por decirlo ms
drsticamente: no necesitamos el Discurso Secreto de Kruschev para
saber que Stalin cometi crmenes o que este hombre supuestamente
sospechoso de locura decidi confiar en Hitler. En lo que se refiere
a este ltimo, nada prueba mejor que esta confianza que Stalin no
estaba loco; se mostraba justificadamente suspicaz respecto de
todos aquellos a los que deseaba o proyectaba eliminar, y entre
stos figuraba prcticamente la totalidad de los que ocupaban los ms
altos escalones del partido y del Gobierno; confiaba naturalmente
en Hitler porque no le quera mal. Por lo que se refiere a Stalin,
las sorprendentes declaraciones de Kruschev, que por la obvia razn
de que su audiencia y l mismo estuvieron totalmente complicados en
el asunto ocultaban considerablemente ms de lo que revelaban,
tuvieron el desgraciado resultado de minimizar a los ojos de muchos
(y desde luego a los de los eruditos con su amor profesional por
las fuentes oficiales) la gigantesca criminalidad del rgimen de
Stalin, que, al fin y al cabo, no consisti simplemente en la
difamacin de unos pocos centenares de miles de destacadas figuras
polticas y literarias, a las que se poda rehabilitar pstumamente,
sino en el exterminio de los literalmente indecibles millones de
personas a las que nadie, ni siquiera Stalin, poda considerar
sospechosas de actividades contrarrevolucionarias. Y fue
precisamente con el reconocimiento de algunos crmenes como ocult
Kruschev la criminalidad del rgimen en conjunto, y es precisamente
contra este camuflaje y contra la hipocresa de los actuales
dirigentes rusos todos los cuales se prepararon y progresaron bajo
Stalin contra lo que se halla ahora en casi abierta rebelin la
joven generacin de intelectuales rusos. Porque ellos saben todo lo
que es necesario saber sobre las purgas masivas y la deportacin y
el aniquilamiento de pueblos enteros5 . La explicacin que de los
crmenes formul Kruschev la demente suspicacia de Stalin ocultaba el
aspecto ms caracterstico del terror totalitario, el de desatarse
cuando ha muerto ya toda oposicin organizada y el dirigente
totalitario sabe que ya no necesita temer nada. Esto es
particularmente cierto en lo que se refiere a la evolucin rusa.
Stalin comenz sus gigantescas purgas no en 1928, cuando admiti: 5 A
las vctimas del Primer Plan Quinquenal (1928-1933), estimadas entre
nueve y doce millones, es necesario aadir las vctimas de la Gran
Purga se calcula que fueron ejecutadas tres millones de personas y
detenidas y deportadas entre cinco y nueve millones (vase la
importante Introduccin de Robert C. Tucker, Stalin, Bukharin, and
History as Conspiracy a la nueva edicin de la relacin literal del
Proceso de Mosc de 1958, The Great Purge Trial, Nueva York, 1965).
Pero todas estas estimaciones parecen ser inferiores a las cifras
reales. No tienen en cuenta las ejecuciones en masa, de las que
nada se supo hasta que las fuerzas alemanas de ocupacin
descubrieron unos enterramientos en masa en la ciudad de Vinnitsa
que contenan millares de cuerpos de personas ejecutadas en 1937 y
en 1938 (vase, de JOHN ARMSTRONG, The Politics of Totalitarianism.
The Communist Party of the Soviet Union from 1934 to the Present,
Nueva York, 1961, pp. 65 y ss.). Es innecesario decir que este
ulterior descubrimiento hace que los Regmenes nazi y bolchevique
parezcan an ms variaciones del mismo modelo. Puede advertirse mejor
hasta qu grado figuran en el centro de la oposicin actual las
matanzas en masa de la era staliniana, examinando el proceso de
Sinyavsky y Daniel, por la importante seleccin publicada en The New
York Times Magazine, de 17 de abril de 1966, al que cito aqu.
19. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 20 Tenemos enemigos internos, y cuando tena razones para
sentir temor saba que Bujarin le haba comparado con Genghis Khan y
que estaba convencido de que la poltica de Stalin estaba
conduciendo al pas al hambre, a la ruina y a un rgimen policaco6 ,
como as fue, sino en 1934, cuando todos sus antiguos oponentes
haban confesado sus errores y el mismo Stalin, en el XVII Congreso
del Partido, tambin denominado por l Congreso de los Triunfadores,
declar: En este Congreso ... no hay nada ms que demostrar y,
parece, nadie con quien luchar7 . No es que se ponga en duda el
carcter sensacional y la decisiva importancia poltica que el XX
Congreso del Partido tuvo para la Rusia sovitica y para el
movimiento comunista en general. Pero la importancia es poltica: la
luz que las fuentes oficiales del perodo post-staliniano arrojan
sobre lo sucedido antes no debe ser confundida con la luz de la
verdad. Por lo que a nuestro conocimiento de la era de Stalin se
refiere, la publicacin por Fainsod del Archivo de Smolensko, que he
mencionado anteriormente, sigue siendo, con mucho, la ms
importante, y resulta deplorable que la primera seleccin al azar no
haya sido seguida por una ms amplia publicacin del material. A
juzgar por el libro de Fainsod, queda mucho por saber del perodo de
la lucha de Stalin por el poder a mediados de los aos 20: sabemos
ahora cun precaria era la posicin del Partido8 , no slo porque
prevaleca en el pas un talante de franca oposicin, sino porque se
encontraba agobiado por la corrupcin y la embriaguez; sabemos
tambin que un manifiesto antisemitismo acompaaba a casi todas las
demandas de liberacin9 ; que el afn por la colectivizacin y la
deskulakizacin a partir de 1928 interrumpi la NEP, la nueva poltica
econmica de Lenin, y con ella un comienzo de reconciliacin entre el
pueblo y su Gobierno10 ; conocemos cun fieramente se opuso a tales
medidas la solidaridad de toda la clase campesina, que decidi que
es mejor no haber nacido que unirse al koljs11 y se neg a ser
dividida en cam- pesinos ricos, medianos y pobres, para ser lanzada
contra los kulaks12 hay alguien que es peor que estos kulaks, y es
el que est pensando en cazar a la gente13 ; y que la situacin no
era mucho mejor en las ciudades, donde los trabajadores se negaban
a cooperar con los sindicatos controlados por el Partido y que
denominaban a sus directores diablos bien alimentados, bizcos
hipcritas y cosas por el estilo.14 Fainsod seala certeramente que
estos documentos muestran con claridad no slo cun 6 TUCKER, op.
cit., pp. XVII-XVIII. 7 Cita tomada de la obra de MERLE FAINSOD,
How Russia is Ruled, Cambridge, 1959, p. 516. ABDURAKHMAN
AVTORKHANOV (en The Reign of Stalin, publicado bajo el seudnimo de
Uralov, en 1953 en Londres) habla de una reunin secreta del Comit
Central del Partido en 1936 tras los primeros procesos
espectaculares, en la que Bujarin, segn el informe, acus a Stalin
de transformar el Partido de Lenin en un Estado policaco y fue
apoyado por ms de las dos terceras partes de los miembros. Este
relato, en especial lo referente al fuerte apoyo obtenido por
Bujarin en el Comit Central, no parece muy plausible; pero aunque
fuese cierta, teniendo en cuenta el hecho de que esta reunin se
celebraba cuando la Gran Purga ya se haba iniciado, no revela la
existencia de una oposicin organizada, sino ms bien lo contrario.
La verdad de la cuestin, como seala Fainsod certeramente, parece
ser la de que el difundido descontento de las masas era ya muy
corriente, especialmente entre los campesinos, y que hasta 1928, al
comienzo del Primer Plan Quinquenal las huelgas... no eran
infrecuentes, pero que semejantes tendencias de oposicin jams
llegaron a concentrarse en cualquier forma de desafo organizado al
Rgimen, y que para 1929 1930 toda alternativa de organizacin se
haba esfumado de la escena, si es que haba llegado a existir
anteriormente. (Vase Smolensk under Soviet Rule, pp. 449 y ss.) 8
Lo asombroso, como indica FAINSOD, op. cit., p. 38, no es que el
Partido resultara triunfante, sino que al fin y al cabo lograra
sobrevivir. 9 Ibd., pp. 49 y ss. Un informe de 1929 describe los
violentos estallidos antisemitas durante una reunin; los miembros
de Komsomol presentes permanecieron callados... La impresin que
poda recogerse era la de que todos estaban de acuerdo con las
declaraciones antijudas (p. 445). 10 Todos los informes de 1926
muestran un significativo declive de los llamados disturbios
contrarrevolucionarios, ndice de la tregua temporal que el Rgimen
haba logrado con el campesinado. En comparacin con los de 1926 los
informes de 1929-30 parecen comunicados de un encarnizado frente de
batalla (p. 177). 11 Ibd., pp. 252 y ss. 12 Ibd., especialmente las
pp. 240 y ss., y 446 y ss. 13 Ibd., todas estas declaraciones
proceden de los informes de la GPU; vanse especialmente las pp. 248
y ss. Pero resulta completamente caracterstico el hecho de que
tales declaraciones se tomaran mucho menos frecuente a partir de
1934, en el comienzo de la Gran Purga. 14 Ibd., p. 310.
20. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 21 extendido estaba el descontento de las masas, sino tambin
la falta de una oposicin suficientemente organizada contra el
rgimen en conjunto. Lo que no advierte, y lo que en mi opinin
resulta igualmente probado, es que exista una obvia alternativa a
la captura del poder por parte de Stalin y a la transformacin de la
dictadura de Partido nico en dominacin total y que sta era la
continuacin de la NEP, tal como fue iniciada por Lenin15 . Adems,
las medidas adoptadas por Stalin con la introduccin del Primer Plan
Quinquenal en 1928, cuando su control del Partido era casi
completo, demuestran que la transformacin de las clases en masas y
la concomitante eliminacin de cualquier solidaridad de grupo eran
la condicin sine qua non de toda dominacin total. Con respecto a la
indisputada dominacin de Stalin a partir de 1929, el Archivo de
Smolensko tiende a confirmar lo que ya sabamos de fuentes menos
irrefutables. Esto es incluso cierto en el caso de algunas de sus
curiosas lagunas, especialmente las referentes a los datos
estadsticos. Porque esta ausencia demuestra simplemente que, como
en otros aspectos, el rgimen de Stalin era implacablemente
consecuente: todos los hechos que no estuviesen conformes o que
ofrecieran la posibilidad de no coincidir con la ficcin oficial
datos sobre cosechas, criminalidad, autnticos incidentes de
actividades contrarrevolucionarias, a diferencia de las ulteriores
conspiraciones ficticias eran tratados como carentes de existencia.
Resultaba, adems, completamente de acuerdo con el desprecio
totalitario por los hechos y la realidad el que todos estos datos,
en vez de ser recogidos en Mosc procedentes de las cuatro esquinas
del inmenso territorio, fueran conocidos por vez primera en las
respectivas localidades a travs de su publicacin en Pravda,
Izvestia o cualquier otro rgano oficial de Mosc; de esta forma,
cada regin y cada distrito de la Unin Sovitica reciba sus datos
estadsticos oficiales y ficticios muy de la misma manera que reciba
las no menos ficticias normas que le fijaba el Plan Quinquenal.16
Enumerar brevemente unos pocos de los ms sorprendentes puntos que
antes podan ser slo supuestos y que ahora han quedado demostrados
por pruebas documentales. Siempre habamos sospechado, pero no lo
sabamos con certeza, que el rgimen nunca fue monoltico, sino que se
hallaba conscientemente construido en torno a funciones
superpuestas, duplicadas y paralelas y que su estructura
grotescamente amorfa era conservada unida por el mismo principio
del fhrer el llamado culto de la personalidad que hallamos en la
Alemania nazi17 ; que la rama ejecutiva de este Gobierno especial
no era el Partido, sino la polica, cuyas actividades operacionales
no eran reguladas a travs de los canales del Partido18 ; que las
personas enteramente inocentes a quienes el rgimen liquid a
millones, los enemigos objetivos en el lenguaje bolchevique, saban
que eran delincuentes sin un delito19 ; que fue precisamente esta
nueva categora, diferenciada de los primeros autnticos enemigos del
rgimen asesinos de funcionarios del Gobierno, incendiarios y 15 Se
pasa habitualmente por alto esta alternativa por culpa de la
comprensible pero histricamente insostenible conviccin de que
existi una evolucin ms o menos suave de Lenin a Stalin. Es cierto
que Stalin casi siempre hablaba en trminos leninistas, de forma que
a veces pareca que la nica diferencia entre los dos hombres
radicaba en la brutalidad o en la insania del carcter de Stalin.
Tanto si sta era una astucia consciente por parte de Stalin como si
no lo era, la verdad de la cuestin es, como certeramente observa
TUCKER, op. cit., p. XVI, que Stalin llen esos viejos conceptos
leninistas con un nuevo contenido distintamente staliniano... La
caracterstica ms distinta fue el relieve por completo no leninista
otorgado a la conspiracin, que lleg a convertirse en el sello de la
poca. 16 Vase FAINSOD, op. cit., especialmente pp. 365 y ss. 17
Ibid., p. 93 y p. 71. Resulta completamente caracterstico que los
mensajes a todos los niveles recalcaran habitualmente las
obligaciones contradas con el camarada Stalin, y no con el Rgimen,
el Partido o el pas. Nada subraya quiz ms convincentemente las
similaridades de los dos sistemas como lo que Ilya Ehrenburg y
otros intelectuales stalinianos tuvieron que declarar en sus
esfuerzos por justificar su pasado o simplemente por informar sobre
lo que pensaban durante la Gran Purga. Stalin no saba nada de la
insensata violencia empleada contra los comunistas, contra la
intelligentsia sovitica, ellos se lo ocultaban a Stalin, y si
hubiera habido al menos alguien que se lo hubiera contado a Stalin
o, finalmente, el culpable no era Stalin en absoluto, sino el
correspondiente jefe de la polica (citas de TUCKER, op. cit., p.
XIII). Es innecesario sealar que esto es precisamente lo que
tuvieron que decir los nazis tras la derrota de Alemania. 18 Ibd.,
pp. 166 y ss. 19 Las palabras estn tomadas de la apelacin
presentada por un elemento extrao a la clase en 1936: Yo no quiero
ser un delincuente sin un delito (pgina 229).
21. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 22 bandidos la que reaccion con la misma completa pasividad20
que conocemos tambin a travs de las normas de conducta de las
vctimas del terror nazi. Nunca hubo duda alguna de que la oleada de
denuncias mutuas durante la Gran Purga result tan desastrosa para
el bienestar econmico y social del pas como eficaz para fortalecer
al dirigente totalitario, pero slo ahora conocemos cun
deliberadamente puso en marcha Stalin esta amenazadora cadena de
denuncias21 cuando proclam oficialmente el 29 de julio de 1936:
Inalienable calidad de cada bolchevique en las circunstancias
presentes debe ser la capacidad para reconocer a un enemigo del
Partido por muy bien enmascarado que pueda hallarse22 . (El
subrayado es de la autora.) De la misma manera que la Solucin Final
de Hitler significaba para la lite nazi la obligatoriedad de
cumplir el mandamiento T matars, la declaracin de Stalin prescriba:
T levantars falso testimonio, como norma directriz de la conducta
de todos los miembros del Partido bolchevique. Finalmente, todas
las dudas que hubieran podido alimentarse respecto de la dosis de
verdad en la teora segn la cual el terror de los ltimos aos 20 y
durante los 30 fue el elevado precio en sufrimientos que hubo que
pagar por la industrializacin y el progreso econmico, se ven
confirmadas por el primer vistazo a la situacin y al curso de los
acontecimientos en una determinada regin23 . El terror no produjo
nada de este gnero. El mejor documentado resultado de la
deskulakizacin, la colectivizacin y la Gran Purga no fue ni el
progreso ni la industrializacin rpida, sino el hambre, las caticas
condiciones en la produccin de alimentos y la despoblacin. Las
consecuencias han sido una perpetua crisis en la agricultura, una
interrupcin del desarrollo demogrfico y el fracaso del desarrollo y
la colonizacin del hinterland siberiano. Adems, como evidencia el
Archivo de Smolensk, los mtodos de dominacin de Stalin lograron
destruir toda medida de competencia y capacidad tcnica que el pas
hubiese adquirido tras la Revolucin de Octubre. Y todo esto
constitua, desde luego, un alto precio, no slo en sufrimientos,
pagado para abrir carreras en las 20 Un interesante informe de la
OGPU, que data de 1931, subraya esta nueva completa pasividad, esa
horrible apata que produjo el indiscriminado terror contra personas
inocentes. El informe menciona la gran diferencia entre las
antiguas detenciones de enemigos del Rgimen cuando un detenido era
conducido por dos milicianos y las detenciones en masa cuando un
miliciano poda conducir grupos de personas, andando stas
tranquilamente, sin que nadie intentara escapar (p. 248). 21 Ibd.,
p. 135. 22 Ibd., pp. 57-58. Para conocer el creciente talante de
simple histeria en estas denuncias en masa, vase especialmente pp.
222, 229 y ss., y la encantadora historia de la p. 235, en donde
nos enteramos de que uno de los camaradas haba llegado a pensar que
el camarada Stalin haba adoptado una actitud conciliadora respecto
del grupo trotskysta- zinovievista, reproche que en la poca
significaba, por lo menos, la inmediata expulsin del Partido. Pero
no hubo tal suerte. El siguiente orador acus de ser polticamente
desleal al hombre que haba tratado de superar a Stalin, y ste
confes inmediatamente su error. 23 Por extrao que parezca, el mismo
Fainsod llega a tales conclusiones tras una acumulacin de pruebas
que apuntan en direccin opuesta. Vase su ltimo captulo,
especialmente pp. 453 y ss. Es an ms extrao que esta mala
interpretacin de los hechos haya sido compartida por tantos
autores. En realidad, apenas alguno ha llegado tan lejos en esta
sutil justificacin de Stalin como Isaac Deutscher en su biografa,
pero muchos todava insisten en que las implacables acciones de
Stalin eran... una forma de crear un nuevo equilibrio de fuerzas
(ARMSTRONG, op. cit., p- gina 64), y concebida para ofrecer una
solucin brutal pero consecuente a alguna de las contradicciones
bsicas inherentes al mito leninista (RICHARD LOWENTHAL, en su muy
valioso World Communism. The Disintegration of a Secular Faith,
Nueva York, 1964, p. 42). Existen algunas pocas excepciones a esta
reminiscencia marxista, as, por ejemplo, RICHARD C. TUCKER (op.
cit., p. XXVII), quien afirma inequvocamente que el sistema
sovitico hubiese estado en mejor situacin y mejor equipado para
enfrentarse despus con la prueba de la guerra total de no haber
sido por la Gran Purga, que fue, efectivamente, una gran operacin
destructora de la sociedad sovitica. Mr. Tucker opina que esto
refuta mi imagen del totalitarismo, lo que a m me parece que es un
error. La inestabilidad es un requisito funcional de la dominacin
total que est basada en una ficcin ideolgica y presupone que un
movimiento, como algo distinto de un Partido, se ha apoderado del
poder. La caracterstica de este sistema es que el poder sustancial,
la potencia material y el bienestar del pas son sacrificados
constantemente al poder de la organizacin, de la misma manera que
todas las verdades fcticas son sacrificadas para que sea
consecuente la ideologa. Es obvio que en una pugna entre la fuerza
material y el poder material, o entre el hecho y la ficcin, ese
poder y esa ficcin sern los que lo pasen mal, y esto fue lo que
sucedi tanto en Rusia como en Alemania durante la Segunda Guerra
Mundial. Pero sta no es una razn para subestimar el poder de los
movimientos totalitarios. Fue el terror a la inestabilidad
permanente el que ayud a organizar el sistema de satlites y es la
presente estabilidad de la Rusia sovitica, su destotalitarizacin,
la que, por una parte, ha contribuido considerablemente a su
presente fuerza material, pero la que, por otra, ha determinado la
prdida de control de sus satlites.
22. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i
s m o 23 burocracias del Partido y del Gobierno a sectores de
poblacin que a menudo no eran sencillamente analfabetos en poltica
24 . La verdad es que el precio de la dominacin totalitaria fue tan
alto que ni en Alemania ni en Rusia ha sido todava completamente
pagado. III He mencionado anteriormente el proceso de
destotalitarizacin que sigui a la muerte de Stalin. En 1958, yo no
tena an la seguridad de que el deshielo fuera algo ms que una
relajacin temporal, un gnero de medida de emergencia debida a la
crisis de sucesin y no diferente de la considerable relajacin de
los controles totalitarios durante la segunda guerra mundial.
Incluso ahora no podemos saber si el proceso es final e
irreversible, pero con seguridad ya no puede ser denominado
temporal o provisional. Porque aunque uno pueda observar el
zigzagueo a menudo asombroso de la lnea poltica sovitica desde
1953, es innegable que la gran polica del imperio ha sido
liquidada, que la mayor parte de los campos de concentracin han
sido cerrados, que no se han realizado nuevas purgas contra
enemigos objetivos y que los conflictos entre los miembros de la
nueva direccin colegiada son resueltos mediante destituciones y
exilios de Mosc en vez de tener que recurrir a los procesos
espectaculares, las confesiones y los asesinatos. Indudablemente,
los mtodos seguidos por los nuevos dirigentes en los aos