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Los origenes del totalitarismo. Hanna Arendt

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  1. 1. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 2 Hannah Arendt L O S O R G E N E S D E L T O T A L I T A R I S M O ENSAYISTAS 122 SERIE MAIOR Ttulo original: The origins of the totalitarianism 1951, 1958, 1966, 1968, 1973, Hannah Arendt Editor: Harcourt Brace Jovanovich, Inc., Nueva York Versin espaola de Guillermo Solana Grupo Santillana de Ediciones, S. A., 1974, 1998 Torrelaguna, 60. 28043 Madrid Telfono (91) 744 90 60 Telefax (91) 744 92 24 Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. Beazley, 3860. 1437 Buenos Aires Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. de C. V. Avda. Universidad, 767, Col. del Valle, Mxico, D.F. C. P. 03100 Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. Calle 80, n. 10-23 Telfono: 635 12 00 Santaf de Bogot, Colombia Diseo de cubierta: TAU Fotografa: Shinzo Hirai ISBN: 84-306-0288-7 Dep. Legal: M-24.108-1998 Printed in Spain - Impreso en Espaa Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
  2. 2. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 3 Hannah Arendt Los orgenes del totalitarismo Los totalitarismos han constituido un fenmeno que no se podr soslayar siempre que se quiera hacer una caracterizacin de nuestro siglo. Su estudio necesita bucear en sus orgenes, que para Hannah Arendt son el antisemitismo y el imperialismo. Fue escrito por el convencimiento de que sera posible descubrir los mecanismos ocultos mediante los cuales todos los elementos tradicionales de nuestro mundo poltico y espiritual se disolvieron en un conglomerado donde talo parece haber perdido su valor especfico y torndose irreconocible para la comprensin humana, intil para los fines humanos. Uno de ellos, que se presentaba como pequeo y carente de importancia polticamente, el antisemitismo, lleg a convertirse en el agente catalizador del movimiento nazi y, a travs de l, de la Segunda Guerra Mundial y las genocidas cmaras de la muerte. Otro, la grotesca disparidad entre causa y efecto que, introdujo la poca del imperialismo, cuando las condiciones econmicas determinaron en unas pocas dcadas una profunda transformacin de las condiciones polticas en todo el mundo. Un actual neototalitarismo amenaza con nuevas destrucciones y ataques a la Humanidad. Hannah Arendt llega a sus conclusiones despus de examinar la transformacin de las clases en masas, el papel de la propaganda en relacin con el mundo no totalitario y la utilizacin del terror como verdadera esencia del totalitarismo en cuanto sistema de gobierno. En su captulo final analiza la naturaleza del aislamiento y la soledad como condiciones necesarias para una dominacin total. Esta edicin aade a la primera, que logr consideracin de verdadero clsico en el tema, las revisiones y ampliaciones de la nueva edicin de 1966 y los prefacios a los de Harvest de 1968. Hannah Arendt (1906-1975), filsofa alemana de origen judo, se doctor en filosofa en la Universidad de Heidelberg. Emigrada a Estados Unidos, dio clases en las universidades de California, Chicago, Columbia y Princeton. De 1944 a 1946 fue directora de investigaciones para la Conferencia sobre las Relaciones Judas, y, de 1949 a 1952, de la Reconstruccin Cultural Juda. Su obra, que ha marcado el pensamiento social y poltico de la segunda mitad del siglo, incluye, entre otros, Los orgenes del totalitarismo, La condicin humana y La vida del espritu.
  3. 3. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 4 A HEINRICH BLCHER PROLOGO A LA PRIMERA EDICION NORTEAMERICANA No someterse a lo pasado ni a lo futuro. Se trata de ser enteramente presente. KARL JASPERS Dos guerras mundiales en una sola generacin, separadas por una ininterrumpida serie de guerras locales y de revoluciones, y la carencia de un Tratado de paz para los vencidos y de un respiro para el vencedor, han desembocado en la anticipacin de una tercera guerra mundial entre las dos potencias mundiales que todava existen. Este instante de anticipacin es como la calma que sobreviene tras la extincin de todas las esperanzas. Ya no esperamos una eventual restauracin del antiguo orden del mundo, con todas sus tradiciones, ni la reintegracin de las masas de los cinco continentes, arrojadas a un caos producido por la violencia de las guerras y de las revoluciones y por la creciente decadencia de todo lo que queda. Bajo las ms diversas condiciones y en las ms diferentes circunstancias, contemplamos el desarrollo del mismo fenmeno: expatriacin en una escala sin precedentes y desraizamiento en una profundidad asimismo sin precedentes. Jams ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jams hemos dependido tanto de las fuerzas polticas, fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si se atiene uno al sentido comn y al propio inters. Es como si la Humanidad se hubiera dividido a s misma entre quienes creen en la omnipotencia humana (los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar las masas para lograr ese fin) y entre aquellos para los que la impotencia ha sido la experiencia ms importante de sus vidas. Al nivel de la percepcin histrica y del pensamiento poltico prevalece la opinin generalizada y mal definida de que la estructura esencial de todas las civilizaciones ha alcanzado su punto de ruptura. Aunque en algunas partes del mundo parezcan hallarse mejor preservadas que en otras, en lugar alguno pueden proporcionar esa percepcin y ese pensamiento una gua para las posibilidades del siglo o una respuesta adecuada a sus horrores. La esperanza y el temor desbocados parecen a menudo ms prximos al eje de estos acontecimientos que el juicio equilibrado y la cuidadosa percepcin. Los acontecimientos centrales de nuestra poca no son menos olvidados efectivamente por los comprometidos en la fe en un destino inevitable que por los que se han entregado a un infatigable optimismo. Este libro ha sido escrito con un fondo de incansable optimismo y de incansable desesperacin. Sostiene que el Progreso y el Hado son dos caras de la misma moneda; ambos son artculos de supersticin, no de fe. Fue escrito por el convencimiento de que sera posible descubrir los mecanis- mos ocultos mediante los cuales todos los elementos tradicionales de nuestro mundo poltico y espiritual se disolvieron en un conglomerado donde todo parece haber perdido su valor especfico y torndose irreconocible para la comprensin humana, intil para los fines humanos. Someterse al simple proceso de desintegracin se ha convertido en una tentacin irresistible no slo porque ha asumido la falsa grandeza de una necesidad histrica, sino porque todo lo que le era ajeno comenz a parecer desprovisto de vida, de sangre y de realidad. La conviccin de que todo lo que sucede en la Tierra debe ser comprensible para el hombre puede conducir a interpretar la Historia como una sucesin de lugares comunes. La comprensin no
  4. 4. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 5 significa negar lo que resulta afrentoso, deducir de precedentes lo que no tiene tales o explicar los fenmenos por tales analogas y generalidades que ya no pueda sentirse el impacto de la realidad y el shock de la experiencia. Significa, ms bien, examinar y soportar conscientemente la carga que nuestro siglo ha colocado sobre nosotros y no negar su existencia ni someterse mansamente a su peso. La comprensin, en suma, significa un atento e impremeditado enfrentamiento a la realidad, un soportamiento de sta, sea como fuere. En este sentido es posible abordar y comprender el afrentoso hecho de que un fenmeno tan pequeo (y en el mundo de la poltica tan carente de importancia) como el de la cuestin juda y el antisemitismo llegara a convertirse en el agente cataltico del movimiento nazi en primer lugar, de una guerra mundial poco ms tarde y, finalmente, de las fbricas de la muerte. O tambin la grotesca disparidad entre causa y efecto que introdujo la poca del imperialismo, cuando las dificultades econmicas determinaron en unas pocas dcadas una profunda transformacin de las condiciones polticas en todo el mundo. O la curiosa contradiccin entre el proclamado y cnico realismo de los movimientos totalitarios y su evidente desprecio por todo el entramado de la realidad. O la irritante incompatibilidad entre el poder actual del hombre moderno (ms grande que nunca hasta el punto incluso de ser capaz de poner en peligro la existencia de su propio Universo) y la impotencia de los hombres modernos para vivir en ese mundo, para comprender el sentido de ese mundo que su propi fuerza ha establecido. El designio totalitario de conquista global y de dominacin total ha sido el escape destructivo a todos los callejones sin salida. Su victoria puede coincidir con la destruccin de la Humanidad; donde ha dominado comenz por destruir la esencia del hombre. Pero volver la espalda a las fuerzas destructivas del siglo resulta escasamente provechoso. Lo malo es que nuestra poca ha entretejido tan extraamente lo bueno con lo malo que, sin la expansin por la expansin de los imperialistas, el mundo habra llegado a estar unido; sin el artificio poltico de la burguesa del poder por el poder, jams se habra descubierto la medida de la fortaleza humana y, sin el mundo ficticio de los movimientos totalitarios en los que pusieron de relieve con inigualable claridad las incertidumbres esenciales de nuestro tiempo, podramos haber sido conducidos a nuestra ruina sin darnos cuenta siquiera de lo que estaba sucediendo. Y si es verdad que en las fases finales de totalitarismo aparece ste como un mal absoluto (absoluto porque ya no puede ser deducido de motivos humanamente comprensibles), tambin es cierto que sin el totalitarismo podamos no haber conocido nunca la naturaleza verdaderamente radical del mal. El antisemitismo (no simplemente el odio a los judos), el imperialismo (no simplemente la conquista) y el totalitarismo (no simplemente la dictadura), uno tras otro, uno ms brutalmente que otro, han demostrado que la dignidad humana precisa de una nueva salvaguardia que slo puede ser hallada en un nuevo principio poltico, en una nueva ley en la Tierra, cuya validez debe alcanzar esta vez a toda la Humanidad y cuyo poder deber estar estrictamente limitado, enraizado y controlado por entidades territoriales nuevamente definidas. Ya no podemos permitirnos recoger del pasado lo que era bueno y denominarlo sencillamente nuestra herencia, despreciar lo malo y considerarlo simplemente como un peso muerto que el tiempo por s mismo enterrar en el olvido. La corriente subterrnea de la Historia occidental ha llegado finalmente a la superficie y ha usurpado la dignidad de nuestra tradicin. Esta es la realidad en la que vivimos. Y por ello son vanos todos los esfuerzos por escapar al horror del presente penetrando en la nostalgia de un pasado todava intacto o en el olvido de un futuro mejor. HANNAH ARENDT Verano de 1950
  5. 5. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 6 PROLOGO A LA PRIMERA PARTE: ANTISEMITISMO El antisemitismo, una ideologa secular decimonnica cuyo nombre, aunque no su argumentacin, era desconocido hasta la dcada de los aos setenta de ese siglo y el odio religioso hacia los judos, inspirado por el antagonismo recprocamente hostil de dos credos en pugna, es evidente que no son la misma cosa; e incluso cabe poner en tela de juicio el grado en que el primero deriva sus argumentos y su atractivo emocional del segundo. La nocin de una ininterrumpida continuidad de persecuciones, expulsiones y matanzas desde el final del Imperio Romano hasta la Edad Media y la Edad Moderna para llegar hasta nuestros das, embellecida frecuentemente por la idea de que el antisemitismo moderno no es ms que una versin secularizada de supersticiones populares medievales1 no es menos falaz (aunque, desde luego, menos daina) que la correspondiente nocin antisemita de una sociedad secreta juda que ha dominado, o aspira a dominar, al mundo desde la antigedad. Histricamente, el hiato entre el ltimo perodo de la Edad Media y la Edad Moderna, con respecto a las cuestiones judas resulta an ms marcado que la grieta entre la Antigedad romana y la Edad Media o que el golfo considerado frecuentemente como el punto decisivo de la Historia juda de la Dispora que separ las catstrofes de las primeras Cruzadas de los precedentes siglos medievales. Porque este hiato dur casi dos siglos, desde el XV a finales del XVI, durante los cuales las relaciones entre judos y gentiles fueron siempre escasas, la indiferencia de los judos a las condiciones y acontecimientos del mundo exterior fue en todo momento considerable y el judasmo lleg a ser ms que nunca un sistema cerrado de pensamiento. Fue entonces cuando los judos, sin ninguna intervencin exterior, empezaron a pensar que la diferencia entre la judera y las naciones no era fundamentalmente de credo y de fe, sino de naturaleza interna, y cuando la antigua dicotoma entre judos y gentiles era ms probable que fuese racial en su origen que no que se tratara de una cuestin de disensin doctrinal2 . Este cambio en la estimacin del carcter aparte del pueblo judo, que entre los no 1 El ultimo ejemplo de esta nocin es Warrant for Genocide, The myth of the Jewish world-conspiracy and the Protocols of the Eiders of Zion, Nueva York, 1966, de NORMAN CORN. El autor parte de la implcita negacin de que exista, al fin y al cabo, una Historia juda. En su opinin, los judos son gentes que vivieron diseminadas por Europa desde el Canal de la Mancha al Volga, con muy poco en comn, salvo el ser descendientes de adeptos a la religin juda (p. 15). Los antisemitas, por el contrario, pueden reivindicar un linaje directo e ininterrumpido a travs del espacio y del tiempo desde la Edad Media, en la que los judos fueron considerados agentes de Satn, adoradores del diablo, demonios en forma humana (p. 41), y la nica mitigacin a tan vastas generalizaciones que parece dispuesto a hacer el autor de Pursuit of the Millennium es que l se refiere exclusivamente a la ms temible especie de antisemitismo; la especie que desemboca en matanzas y en un intento de genocidio (p. 16). El libro tambin se esfuerza en demostrar que la masa de las poblaciones germanas nunca fue verdaderamente fanatizada contra los judos, y que su exterminio fue organizado, y principalmente realizado, por los profesionales del SD y de las SS, organizaciones que en manera alguna representan una muestra tpica de la sociedad alemana (pp. 212 y ss.). Cun deseable sera que esta declaracin pudiera encajar en los hechos! El resultado es que la obra se lee como si hubiera sido escrita hace cuarenta aos por un muy ingenioso miembro de la Verein zur Bekmpfung des Antisemitismus, de infausta memoria. 2 Todas las citas proceden de la obra de JACOB KATZ, Exclusiveness and Tolerante, Jewish-Gentile Relations in Medieval and Modern Times (Nueva York, 1962, cap. 12), un estudio absolutamente original, escrito al nivel ms alto posible y que, desde luego, debera haber hecho estallar muchas nociones muy estimadas por la judera contempornea, como afirma la solapa; pero no fue as, por haber sido completamente ignorado por la gran prensa. Katz pertenece a la nueva generacin de historiadores judos, muchos de los cuales ensean en la Universidad de Jerusaln y publican obras en hebreo. Es en cierto modo un misterio el hecho de que sus obras no sean rpidamente traducidas y publicadas en los Estados Unidos. Con ellos ha acabado indudablemente la lacrimosa presentacin de la Historia juda, contra la que Salo W. Baron protestaba hace cuarenta aos.
  6. 6. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 7 judos se hizo frecuente slo mucho despus, en la poca de la Ilustracin, es claramente la condicin sine qua non para el nacimiento del antisemitismo, y resulta de alguna importancia sealar que se produjo primeramente en la interpretacin que los judos hicieron de s mismos, aproximadamente en el tiempo en que la cristiandad europea se escinda en aquellos grupos tnicos que cuajaron polticamente en el sistema de las modernas Naciones-Estados. La historia del antisemitismo, como la historia del odio a los judos es parte de la larga e intrincada historia de las relaciones entre judos y gentiles bajo las condiciones de la dispersin juda. El inters por esta historia no existi prcticamente hasta mediados del siglo XIX en que coincidi con el desarrollo del antisemitismo y su furiosa reaccin contra la judera emancipada y asimilada, evidentemente, el peor momento posible para establecer datos histricos fiables3 . Desde entonces ha sido falacia comn a la historiografa juda y a la no juda aunque generalmente por razones opuestas aislar los elementos hostiles en las fuentes cristianas y judas y recalcar la serie de catstrofes, expulsiones y matanzas que han marcado la historia juda de la misma manera que los conflictos armados y no armados, la guerra, el hambre y las epidemias han marcado la Historia de Europa. Resulta innecesario aadir que fue la historiografa juda con su fuerte predisposicin polmica y apologtica la que acometi la bsqueda de rastros de odio a los judos en la historia cristiana, mientras corresponda a los antisemitas buscar rasgos intelectualmente no muy diferentes en las antiguas fuentes judas. Cuando sali a la luz esta tradicin juda de un antagonismo a menudo violento respecto de cristianos y gentiles, el pblico judo se sinti no slo insultado, sino autnticamente sorprendido4 hasta el punto de que sus portavoces lograron convencerse a s mis- mos y convencer a los dems del hecho inexistente de que el alejamiento judo era debido exclusivamente a la hostilidad de los gentiles y a su falta de ilustracin. El judasmo, afirmaban especialmente los historiadores judos, haba sido siempre superior a las dems religiones en el hecho de que crea en la igualdad humana y en la tolerancia. El que esta autoengaosa teora, acompaada por la creencia de que el pueblo judo haba sido siempre el objeto pasivo y sufriente de las persecuciones cristianas, llegara a constituirse en una prolongacin y modernizacin del antiguo mito de la eligibilidad y desembocara en nuevas y a menudo muy complicadas prcticas de separacin, destinadas a mantener la antigua dicotoma es quizs una de esas ironas reservadas a aquellos que, por cualesquiera razones, tratan de embellecer y de manipular los hechos polticos y los datos histricos. Porque si los judos tenan algo en comn con sus vecinos no judos en que apoyar su recientemente proclamada igualdad, era precisamente un pasado religiosamente predeterminado y mutuamente hostil, tan rico en realizaciones culturales al ms elevado nivel como abundante en fanatismos y groseras supersticiones al nivel de las masas ignorantes. Sin embargo, incluso los irritantes estereotipos de este gnero de historiografa juda descansan sobre una base ms slida de hechos histricos que las anticuadas necesidades polticas y sociales de la judera europea del siglo XIX y de comienzos del XX. La historia cultural juda era infinitamente ms diversa de lo que entonces se supona y las causas de desastre variaban con las circunstancias histricas y geogrficas, pero lo cierto es que variaban ms en un entorno no judo que dentro de las comunidades judas. Dos factores muy reales tuvieron una influencia decisiva en los fatdicos errores todava frecuentes cuando se trata de presentar popularmente la historia juda. En ningn lugar y en poca alguna tras la destruccin del Templo poseyeron los judos su propio territorio y su propio Estado; para su existencia fsica siempre dependieron de las autoridades no judas, aunque a los judos de Francia y tambin de Alemania durante el siglo XIII5 se les otorg algunos medios de autoproteccin y el derecho a llevar armas. Esto no significa que los judos estuvieran siempre privados de poder, pero es cierto que en cualquier conflicto, no importa cules fueran sus razones, los judos no slo eran vulnerables, sino que estaban desvalidos y, por tanto, resultaba natural, especialmente en los siglos de completo extraamiento, que procedieron a su 3 Es interesante sealar que J. M. Jost, el primer moderno historiador judo, que escribi en Alemania a mediados del pasado siglo, se mostraba mucho menos inclinado que sus ms ilustres predecesores a los habituales prejuicios de la historiografa secular juda. 4 KATZ, op. cit., p. 196. 5 Ibd., p. 6.
  7. 7. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 8 elevacin a la igualdad poltica, que sintieran como simples repeticiones todos los estallidos de violencia. Adems, las catstrofes eran consideradas dentro de la tradicin juda en trminos de martirologio, que a su vez tena sus bases histricas en los primeros siglos de nuestra Era, cuando tanto judos como cristianos desafiaron la potencia del Imperio romano, as como en las condiciones medievales cuando a los judos les quedaba abierta la alternativa de someterse al bautismo y salvarse as de la persecucin, aunque la causa de la violencia no era religiosa, sino poltica y econmica. Esta agrupacin de hechos dio pie a una ilusin ptica que han sufrido desde entonces historiadores tanto judos como no judos. La Historiografa se ha ocupado hasta ahora ms de la disociacin cristiana de los judos que de la inversa6 , olvidando el hecho, por otra parte ms importante, de que la disociacin juda del mundo gentil, y ms especficamente del entorno cristiano, fue de mayor importancia que la inversa para la historia juda por la obvia razn de que la autntica supervivencia del pueblo como entidad identificable dependi de tal separacin voluntaria y no, como se ha supuesto corrientemente, de la hostilidad de cristianos y no judos. Slo en los siglos XIX y XX, tras la emancipacin y con la difusin de la asimilacin, desempe el antisemitismo un papel en la conservacin del pueblo, puesto que entonces los judos aspiraban a ser admitidos en la sociedad no juda. Aunque los sentimientos antijudos estuvieron extendidos entre las clases cultas de Europa durante el siglo XIX, el antisemitismo como ideologa sigui siendo prerrogativa de los fanticos en general y de los lunticos en particular. Incluso los dudosos productos de las apologas judas, que nunca convencieron ms que a los convencidos, eran ejemplos destacados de erudicin y saber en comparacin con lo que los enemigos de los judos podan ofrecer en materia de investigacin histrica7 . Cuando, tras el final de la guerra, comenc a clasificar el material para este libro, recogido de fuentes documentales y a veces de excelentes monografas, durante un perodo de ms de diez aos, no exista una sola obra que abarcara la cuestin de extremo a extremo y de la que pudiera decirse que cumpla las normas ms elementales de erudicin histrica. Y la situacin apenas ha cambiado desde entonces. Esto es tanto ms deplorable cuanto que recientemente se ha tornado ms grande que nunca la necesidad de un tratamiento imparcial y verdadero de la historia juda. Las evoluciones polticas del siglo XX han empujado al pueblo judo al centro de la tormenta de acontecimientos; la cuestin juda y el antisemitismo, fenmenos relativamente carentes de importancia en trminos de poltica mundial, se convirtieron en el agente catalizador, en primer lugar, del crecimiento nazi y del establecimiento de la estructura organizadora del Tercer Reich, en el que cada ciudadano tena que demostrar que l no era un judo; despus, en el de una guerra mundial de una ferocidad sin equivalentes, y finalmente, de la aparicin del crimen sin precedentes de genocidio en medio de la civilizacin occidental. Me parece obvio que todo esto haya exigido no slo una lamentacin y una denuncia, sino tambin una comprensin. Este libro es un intento por comprender lo que en un primer vistazo, e incluso en un segundo, pareca simplemente afrentoso. La comprensin, sin embargo, no significa negar la afrenta, deducir de precedentes lo que no los tiene o explicar fenmenos por analogas y generalidades tales que ya no se sientan ni el impacto de la realidad ni el choque de la experiencia. Significa, ms bien, examinar y soportar conscientemente el fardo que los acontecimientos han colocado sobre nosotros ni negar su existencia ni someterse mansamente a su peso como si todo lo que realmente ha sucedido no pudiera haber sucedido de otra manera. La comprensin, en suma, es un enfrentamiento impremeditado, atento y resistente, con la realidad cualquiera que sea o pudiera haber sido sta. Para esta comprensin, aunque, desde luego, no resulte suficiente, es indispensable una cierta familiaridad con la historia juda en la Europa del siglo XIX y con el concurrente desarrollo del antisemitismo. Los captulos siguientes se refieren slo a aquellos elementos de la historia del siglo XIX que realmente figuran entre los orgenes del totalitarismo. An queda por escribir una historia que abarque el antisemitismo, tarea que est ms all del alcance de este libro. Mientras 6 Ibd., p. 7. 7 La nica excepcin es el historiador antisemita Walter Frank, director del Reichsinstitut fr Geschichte des Neuen Deutschlands, nazi, y editor de nueve volmenes de Forschungen zur Judenfrage, 1937-1944. En especial, la propia contribucin de Frank puede ser consultada con provecho.
  8. 8. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 9 exista esta laguna hay justificacin suficiente para publicar estos captulos como contribucin in- dependiente a una historia ms vasta, aunque fuera concebida originalmente como parte constituyente de la prehistoria, por as decirlo, del totalitarismo. Adems, lo que es cierto para la historia del antisemitismo, es decir, que cay en manos de los fanticos no judos y de los apologistas judos y fue cuidadosamente evitada por reputados historiadores, es cierto mutatis mutandis para casi todos los elementos que ms tarde cristalizaron en el nuevo fenmeno totalitario; apenas fueron advertidos por la opinin ilustrada o por la del pblico en general, porque pertenecan a una corriente subterrnea de la historia europea en la que, ocultos a la luz del pblico y a la atencin de los hombres ilustrados, suscitaron una virulencia enteramente inesperada. Ya que slo la cristalizadora catstrofe final llev estas tendencias subterrneas al libre conocimiento pblico, ha habido una tendencia a equiparar sencillamente al totalitarismo con sus elementos y orgenes, como si cada estallido de antisemitismo, de racismo o de imperialismo pudiese ser identificado como totalitarismo. Esta falacia es tan desorientadora en la bsqueda de la verdad histrica como perniciosa para el juicio poltico. Las polticas totalitarias lejos de ser simplemente antisemitas, racistas, imperialistas o comunistas usan y abusan de sus propio elementos ideolgicos y polticos hasta tal punto que llega a desaparecer la base de realidad fctica, de la que originalmente derivan su potencia y su valor propagandstico las ideologas la realidad de la lucha de clases, por ejemplo, o los conflictos de intereses entre los judos y sus vecinos. Sera ciertamente un grave error subestimar el papel que el racismo puro ha desempeado y sigue desempeando en el Gobierno de los Estados sudistas, pero sera an ms errneo llegar a la conclusin retrospectiva de que grandes zonas de los Estados Unidos han estado bajo la dominacin totalitaria durante ms de un siglo. La nica consecuencia directa y pura de los movimientos antisemitas del siglo XIX no fue el nazismo, sino, al contrario, el sionismo, que, al menos en su forma ideolgica occidental, constituy un gnero de contraideologa, la respuesta al antisemitismo. Esto, incidentalmente, no significa decir que la autoconciencia juda fuera una simple creacin del antisemitismo; incluso un sumario conocimiento de la historia juda, cuya preocupacin central desde el exilio babilnico fue la supervivencia del pueblo contra los abrumadores riesgos de dispersin, debera bastar para barrer este ltimo mito en estas cuestiones, un mito que se ha puesto en cierto grado de moda en los crculos intelectuales tras la interpretacin existencialista que Sartre hizo del judo como alguien que es considerado y definido judo por los dems. La mejor ilustracin, tanto de la distincin como de la conexin entre el antisemitismo pretotalitario y el totalitario, es quiz la ridcula historia de los Protocolos de los Sabios de Sin. El empleo que los nazis hicieron de esta falsificacin, como libro de texto para una conquista global, no es ciertamente parte de la historia del antisemitismo, pero slo esta historia puede explicar ante todo por qu ese cuento inverosmil contena suficiente plausibilidad como para ser til como propaganda antijuda. Lo que, por otra parte, no puede explicar es por qu la apelacin totalitaria al dominio global, ejercido por los miembros y los mtodos de una sociedad secreta, poda convertirse en un atractivo objetivo poltico. Esta ltima funcin, polticamente mucho ms importante (aunque no propagandstica-mente), tiene su origen en el imperialismo en general, en su muy explosiva versin continental, los llamados panmovimientos en particular. De esta manera, este libro se limita en tiempo y espacio tanto como en el tema. Sus anlisis se refieren a la historia juda en Europa central y occidental desde la poca de los judos palaciegos al affaire Dreyfus, en tanto que result relevante para el nacimiento del antisemitismo y fue influido por ste. Estudia los movimientos antisemitas que estaban slidamente basados en las realidades fcticas caractersticas de las relaciones entre judos y gentiles, es decir, en el papel que los judos desempearon en el desarrollo de la Nacin-Estado, por un lado, y su actividad en la sociedad no juda, por el otro. La aparicin de los primeros partidos antisemitas en la dcada de los aos 70 y en la de los 80 del siglo XIX marca el momento en el que trascendieron la base fctica del conflicto de intereses y de la experiencia demostrable y se inici el camino que concluy con la solucin final. Desde entonces, en la era del imperialismo, seguida por el perodo de los movimientos y Gobiernos totalitarios, no es ya posible aislar la cuestin juda o la ideologa antisemita de temas
  9. 9. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 10 que casi carecen por completo de relacin con las realidades de la moderna historia juda. Y ello no simple ni primariamente porque estas cuestiones desempearan un importante papel en los asuntos mundiales, sino porque el mismo antisemitismo era empleado para fines ulteriores que, aunque en su instrumentacin sealaran a los judos como las vctimas principales, dejaban muy atrs todos los temas particulares de inters tanto judos como antijudos. El lector hallar las versiones imperialista y totalitaria del antisemitismo del siglo XX en la segunda y tercera partes de esta obra, respectivamente. HANNAH ARENDT Julio de 1967
  10. 10. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 11 PROLOGO A LA SEGUNDA PARTE: IMPERIALISMO Rara vez pueden ser fechados con tanta precisin los comienzos de un perodo histrico y raramente fueron tan buenas las posibilidades de los observadores contemporneos para ser testigos de su preciso final como en el caso de la era imperialista. Porque el imperialismo, que surgi del colonialismo y tuvo su origen en la incongruencia del sistema Nacin-Estado con el desarrollo econmico e industrial del ltimo tercio del siglo XIX, comenz su poltica de la expansin por la expansin no antes de 1884, y esta nueva versin de la poltica de poder era tan diferente de las con- quistas nacionales en las guerras fronterizas como del estilo romano de construccin imperial. Su fin pareci inevitable tras la liquidacin del Imperio de Su Majestad que Churchill se haba negado a presidir y se torn un hecho consumado con la declaracin de la independencia india. El hecho de que los britnicos liquidaran voluntariamente su dominacin colonial sigue siendo uno de los acontecimientos ms trascendentales de la historia del siglo XX. De esa liquidacin result la imposibilidad de que ninguna nacin europea pudiera seguir reteniendo sus posesiones ultra- marinas. La nica excepcin es Portugal, y su extraa capacidad para continuar una lucha a la que han tenido que renunciar todas las dems potencias coloniales europeas puede ser ms debida a su atraso nacional que a la dictadura de Salazar; porque no fue slo la mera debilidad o el cansancio debido a dos asesinas guerras en una sola generacin, sino tambin los escrpulos morales y las aprensiones polticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas, los que se pronunciaron contra medidas extremas, la introduccin de matanzas administrativas (A. Carthill) que podan haber destrozado la rebelin no violenta en la India y contra una continuacin del gobierno de las razas sometidas (lord Cromer) por obra del muy temido efecto de boomerang en las madres patrias. Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todava intacta autoridad de De Gaulle, se atrevi a renunciar a Argelia, a la que siempre haba considerado tan parte de Francia como el dpartement de la Seine, pareci haberse llegado a un punto sin retorno. Cualesquiera que pudieran haber sido los trminos de esta esperanza si la guerra caliente contra la Alemania nazi no hubiese sido seguida por la guerra fra entre la Rusia sovitica y los Estados Unidos, se siente retrospectivamente la tentacin de considerar las dos ltimas dcadas como el perodo durante el cual los dos pases ms poderosos de la Tierra pugnaron por lograr una posicin en una lucha competitiva por el predominio en aquellas mismas regiones aproximadamente que haban dominado antes las naciones europeas. De la misma manera, se siente la tentacin de considerar a la nueva y difcil distensin entre Rusia y Amrica como el resultado de la aparicin de una tercera potencia mundial, China, ms que como la sana y natural consecuencia de la destotalitarizacin de Rusia tras la muerte de Stalin. Y si evoluciones posteriores confirmaran estas incipientes interpretaciones, significara en trminos histricos que hemos vuelto, en una escala enormemente ampliada, al punto en el que comenzamos, es decir, a la era imperialista y a la carrera de colisiones que condujo a la primera guerra mundial. Se ha dicho a menudo que los britnicos adquirieron su imperio en un momento de distraccin, como consecuencia de tendencias automticas, aceptando lo que pareca posible y resultaba tentador, ms que como resultado de una poltica deliberada. Si esto es cierto, entonces el camino al infierno puede no estar empedrado de intenciones como las buenas a que alude el proverbio. Y los hechos objetivos que invitan a retornar a las polticas imperialistas son, desde luego, tan fuertes hoy, que uno se inclina a creer mnimamente en la verdad a medias de la declaracin, en las vacuas seguridades de buenas intenciones por parte de ambos bandos, de un lado, los compromisos americanos con un inviable statu quo de corrupcin e incompetencia y, de otro, la jerga seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberacin nacional. El proceso de construccin nacional en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para la independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y estril, ha determinado unos enormes vacos de
  11. 11. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 12 poder en los que la competicin entre las superpotencias resulta tanto ms fiera cuanto que parece definitivamente desechado con el desarrollo de las armas nucleares el enfrentamiento directo de sus medios de violencia como ltimo recurso para resolver todos los conflictos. No slo atrae inmediatamente el potencial o la intervencin de las superpotencias cada conflicto entre los pequeos pases subdesarrollados, sea una guerra civil en Vietnam o un conflicto nacional en Oriente Medio, sino que sus verdaderos conflictos, o al menos el cronometraje de sus estallidos, parecen haber sido manipulados o directamente causados por intereses y maniobras que nada tienen que ver con los conflictos e intereses en juego en la misma regin. Nada era tan caracterstico de la poltica de poder en la era imperialista como este paso de objetivos de inters nacional localizados, limitados y por eso predecibles, a la ilimitada prosecucin del poder por el poder que poda extenderse por todo el globo y devastarlo sin un seguro objetivo nacional y territorialmente prescrito y por eso sin direccin previsible. Esta reincidencia se ha tornado tambin evidente en el nivel ideolgico, con la famosa teora de las fichas de domin segn la cual la poltica exterior ame- ricana se siente obligada a llevar la guerra a un pas por la integridad de otros que ni siquiera son vecinos de se y que es claramente una nueva versin del antiguo Gran Juego cuyas reglas permitan e incluso dictaban la consideracin de naciones enteras como piedras que emergen de un ro, o como peones, en la terminologa de hoy, para obtener las riquezas y el dominio de un tercer pas que a su vez se tornaba simple escaln en el inacabable proceso de la expansin y de la acumulacin del poder. Fue de esta reaccin en cadena, inherente a la poltica imperialista de poder y representada a nivel humano por la figura del agente secreto, de la que dijo Kipling (en Kim): Cuando todos estn muertos, el Gran Juego est terminado. No antes; y la nica razn por la que su profeca no lleg a cumplirse fue la limitacin constitucional de la Nacin-Estado, mientras que hoy nuestra nica esperanza de que no llegue a cumplirse en el futuro est basada en las limitaciones constitucionales de la Repblica americana y en las limitaciones tecnolgicas de la era nuclear. Esto no significa negar que la inesperada resurreccin de la poltica y los medios imperialistas tiene lugar en condiciones y circunstancias ampliamente modificadas. La iniciativa de la expansin ultramarina se ha desplazado hacia Occidente, desde Inglaterra y la Europa occidental hasta Amrica, y la iniciativa de la expansin continental en cerrada continuidad geogrfica ya no procede de la Europa central y oriental, sino que est exclusivamente localizada en Rusia. Las polticas imperialistas, ms que cualquier otro factor, han sido las que han determinado la decadencia de Europa, y parecen haberse cumplido ya las profecas de los polticos e historiadores que afirmaron que los dos gigantes que flanqueaban a las naciones europeas por el Este y por el Oeste acabaran por surgir como herederos de su poder. Nadie justifica la expansin ya mediante la misin del hombre blanco, por una parte, y una ensanchada conciencia tribal a unir pueblos de similar origen tnico, por otra; en vez de eso, omos hablar de compromisos con Estados clientes, de las responsabilidades del poder y de la solidaridad con los movimientos revolucionarios de liberacin nacional. La misma palabra expansin ha desaparecido de nuestro vocabulario poltico, que ahora emplea los trminos extensin o, crticamente, sobreextensin para referirse a algo muy similar. Y lo que resulta polticamente ms importante, las inversiones privadas en tierras alejadas, originalmente el primer motor de las evoluciones imperialistas, son hoy superadas por la ayuda exterior, econmica y militar, facilitada directamente por los Gobiernos. (Slo en 1966 el Gobierno americano gast 4.600 millones de dlares en ayudas y crditos al exterior, ms 1.300 millones anuales en ayuda militar durante la dcada 1956-65, mientras que la salida de capital privado en 1965 totaliz 3.690 millones de dlares y, en 1966, 3.910 millones)1 . Esto significa que la era del llamado imperialismo del dlar, la versin especficamente americana del imperialismo anterior a la segunda guerra mundial, que fue polticamente la menos peligrosa, est definitivamente superada. Las inversiones privadas las actividades de un millar de compaas norteamericanas 1 Estas cifras proceden, respectivamente, de The Politics of Private Foreign Investment, de LEO MODEL, y de U. S. Assistance to less developed Countries, 19561965, de KENNETH M. KAUFFMAN y HELENA STALSON, ambos textos en Foreign Affairs, julio de 1967.
  12. 12. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 13 operando en un centenar de pases extranjeros y concentradas en los sectores ms modernos, ms estratgicos y ms rpidamente crecientescrean muchos problemas polticos aunque no se hallen protegidas por el poder de la nacin2 , pero la ayuda exterior, aunque sea otorgada por razones puramente humanitarias, es poltica por naturaleza precisamente porque no est motivada por la bsqueda de un beneficio. Se han gastado miles de millones de dlares en eriales polticos y econmicos en donde la corrupcin y la incompetencia los han hecho desaparecer antes de que se hubiera podido iniciar nada productivo, y este dinero ya no es el capital superfluo que no poda ser invertido productiva y beneficiosamente en la patria, sino el fantstico resultado de la pura abundancia que los pases ricos, los que tienen en comparacin con los que no tienen, pueden permitirse perder. En otras palabras, el motivo del beneficio, cuya importancia en la poltica imperialista del pasado lleg a ser sobreestimada frecuentemente, ha desaparecido ahora por completo; slo los pases muy ricos y muy poderosos pueden permitirse soportar las grandes prdidas que supone el imperialismo. Probablemente, es an demasiado pronto (y queda ms all del alcance de mis consideraciones) para analizar y examinar con algn grado de confianza estas recientes tendencias. Lo que parece incomdamente claro incluso ahora es la fuerza de ciertos procesos aparentemente incontrolables que tienden a frustrar todas las esperanzas de desarrollo constitucional en las nuevas naciones y a minar las instituciones republicanas en las antiguas. Los ejemplos son excesivos para permitir siquiera una sumaria enumeracin, pero la aparicin de un gobierno invisible de los servicios secretos cuyo alcance en la poltica interior, en los sectores cultural, docente y econmico de nuestra vida, slo recientemente se ha revelado, es un signo demasiado ominoso para dejarlo pasar en silencio. No hay razn para dudar de la afirmacin de mster Allen W. Dulles segn la cual los servicios de inteligencia han disfrutado en este pas desde 1947 de una posicin ms influyente en nuestro Gobierno de la que disfrutan los servicios de inteligencia en cualquier otro Gobierno del mundo3 ; ni hay razn para creer que esa influencia haya disminuido desde que formul su declaracin en 1958. Se ha sealado a menudo el peligro mortal que el Gobierno invisible supone para las instituciones del Gobierno visible; lo que resulta quiz menos conocido es la ntima conexin tradicional entre la poltica imperialista y la dominacin por el Gobierno invisible y los agentes secretos. Es un error creer que la creacin de una red de servicios secretos en este pas tras la segunda guerra mundial fue una respuesta a la amenaza directa que para su supervivencia nacional supona la red de espionaje de la Rusia sovitica; la guerra haba impulsado a los Estados Unidos a la posicin de la mayor potencia mundial, y fue esta potencia mundial, ms que su existencia nacional, la desafiada por la potencia revolucionaria del comunismo dirigido desde Mosc4 . Cualesquiera que sean las causas de la ascensin americana al poder mundial, la deliberada prosecucin de una poltica exterior encaminada a ese poder o una aspiracin al dominio global no figuran entre ellas. Y cabe decir lo mismo respecto de los pasos recientes y todava de tanteo del pas en direccin a una poltica de poder imperialista para la que su forma de gobierno est menos preparada que la de cualquier otro pas. El enorme foso entre los pases occidentales y el resto del mundo no slo y no primariamente en riqueza, sino en educacin, dominio tcnico y competencia en general, ha atormentado las relaciones internacionales desde el comienzo incluso de una genuina poltica mundial. Y este vaco, lejos de disminuir en las ltimas dcadas bajo la presin de unos sistemas de comunicaciones en rpido desarrollo y la resultante reduccin de las distancias 2 El ya citado artculo de L. Model proporciona (p. 641) un muy valioso y pertinente anlisis de estos problemas. 3 Esto es lo que Mr. Dulles dijo en un discurso pronunciado en la Universidad de Yale en 1957, segn The Invisible Government, de DAVID WISE y THOMAS B. Ross, Nueva York, 1964, p. 2. 4 Segn Mr. Dulles, el Gobierno tena que luchar contra el fuego con fuego, y despus, con una desarmante franqueza, merced a la cual el antiguo jefe de la CIA se distingui de sus colegas de otros pases, explic lo que esto significaba. La CIA, por implicacin, ha de seguir el modelo del Servicio de Seguridad del Estado Sovitico que es ms que una organizacin de la polica secreta, ms que una organizacin de espionaje y contraespionaje. Es un instrumento para la subversin, la manipulacin y la violencia; para la intervencin secreta en los asuntos de otros pases (El subrayado es de la autora). Vase The Craft of Intelligence, de ALLEN W. DULLES, Nueva York 1963, p. 155.
  13. 13. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 14 terrestres, ha aumentado constantemente y est cobrando ahora proporciones verdaderamente alarmantes. Las tasas de crecimiento demogrfico en los pases menos desarrollados son ahora dobles de las de los pases ms avanzados5 , y cuando este factor bastara para que fuera imperativo asistirles con excedentes alimenticios y con excedentes de conocimiento tecnolgico y poltico, es ese mismo factor el que invalida toda ayuda. Obviamente, cuanto mayor sea la poblacin, menor ayuda per capita recibir, y la verdad de la cuestin es que despus de dos dcadas de programas de ayuda masiva, todos los pases que para empezar no han sido capaces de ayudarse a s mismos como ha sido el Japn son ahora ms pobres y estn ms alejados que nunca de cualquier estabilidad econmica o poltica. Por lo que se refiere a las posibilidades del imperialismo, esta situacin las consolida temiblemente por la sencilla razn de que nunca han importado menos las puras cifras; la dominacin blanca en Sudfrica, donde la minora tirnica es superada hoy en una proporcin de diez a uno, no ha estado probablemente nunca ms segura que hoy. Es esta situacin objetiva la que convierte a toda la ayuda exterior en instrumento de dominacin extranjera y coloca a todos los pases que precisan de esta ayuda por sus decrecientes probabilidades de supervivencia fsica ante la alternativa de aceptar alguna forma de gobierno de razas sometidas o hundirse r- pidamente en una anrquica ruina. Este libro se refiere solamente al imperialismo colonial estrictamente europeo, cuyo final sobrevino con la liquidacin de la dominacin britnica en la India. Narra la historia de la desintegracin de la Nacin-Estado que demostr contener casi todos los elementos necesarios para la subsiguiente aparicin de los movimientos y Gobiernos totalitarios. Antes de la era imperialista no exista nada que fuera una poltica mundial, y sin ella careca de sentido la reivindicacin totalitaria de dominacin global. Durante este perodo el sistema de la Nacin-Estado se mostr incapaz tanto de concebir nuevas normas para manejar los asuntos exteriores que se haban convertido en asuntos globales como de hacer observar una Pax Romana en el resto del mundo. Su pobreza y su miopa polticas concluyeron en el desastre del totalitarismo, cuyos horrores sin precedentes han oscurecido los ominosos acontecimientos y la mentalidad an ms ominosa del perodo anterior. La investigacin erudita se ha concentrado casi exclusivamente en la Alemania de Hitler y en la Rusia de Stalin a expensas de sus menos dainos predecesores. El dominio imperialista, excepto cuando se trata de utilizar esa denominacin, parece casi olvidado, y la razn principal de que ese hecho resulte deplorable es que en los aos recientes su importancia en los acontecimientos contemporneos se ha tornado ms que evidente. De esta manera la controversia sobre la guerra no declarada por los Estados Unidos en Vietnam se ha formulado desde ambos bandos en trminos de analogas con Munich o con otros ejemplos extrados de los aos 30, cuando la dominacin totalitaria era el nico peligro claro presente y omnipresente; pero las amenazas de la poltica de hoy en hechos y palabras tienen un ms portentoso parecido con los hechos y las justificaciones verbales que precedieron al estallido de la primera guerra mundial, cuando una chispa en una regin perifrica de inters secundario para todos los interesados poda iniciar una conflagracin mundial. Subrayar la desgraciada importancia que este medio olvidado perodo tiene para los acontecimientos contemporneos no significa, desde luego, ni que la suerte est echada y estemos entrando en un nuevo perodo de polticas imperialistas, ni que en todas las circunstancias deba acabar el imperialismo en los desastres del totalitarismo. Por mucho que seamos capaces de saber del pasado, ello no nos permitir conocer el futuro. HANNAH ARENDT Julio de 1967. 5 Vase el muy instructivo artculo de ORVILLE L. FREEMAN, Malthus, Marx and the North American Breadbasket, en Foreign Affairs, julio de 1967.
  14. 14. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 15 PROLOGO A LA TERCERA PARTE: TOTALITARISMO I El manuscrito original de The Origins of Totalitarianism fue concluido en el otoo de 1949, ms de cuatro aos despus de la derrota de la Alemania de Hitler, menos de cuatro aos antes de la muerte de Stalin. La primera edicin del libro apareci en 1951. Retrospectivamente, los aos que pas escribindolo, a partir de 1945, se me aparecen como el primer perodo de relativa calma tras dcadas de desorden, confusin y horror las revoluciones tras la primera guerra mundial, la ascensin de los movimientos totalitarios y el debilitamiento del Gobierno parlamentario, seguidos por toda clase de nuevas tiranas, fascistas y semifascistas, dictaduras de partido nico y militares y, finalmente, el aparentemente firme establecimiento de Gobiernos totalitarios que descansaban en el apoyo de las masas1 : en Rusia, el ao 1929, el ao de lo que ahora se denomina la segunda revolucin, y en Alemania, en 1933. Con la derrota de la Alemania nazi, parte de la historia llegaba a su fin. Este pareca el primer momento apropiado para examinar los acontecimientos contemporneos con la mirada retrospectiva del historiador y el celo analtico del estudioso de la ciencia poltica, la primera oportunidad para tratar de decir y comprender lo que haba sucedido, no an sine ira et studio, todava con dolor y pena y, por eso, con una tendencia a lamentar, pero ya no con mudo resentimiento e impotente horror. (He dejado mi prlogo original en la edicin actual para indicar el talante de aquellos aos.) Era, en cualquier caso, el primer momento posible para articular y elaborar las preguntas con las que mi generacin se haba visto forzada a vivir durante la mayor parte de su vida de adulto: Que ha sucedido? Por qu sucedi? Cmo ha podido suceder? Porque tras la derrota alemana, que dej tras de s un pas en ruinas y una nacin que senta que haba llegado al punto cero de su historia, emergieron montaas de escritos virtualmente intactos, una superabundancia de material documental sobre cada aspecto de los doce aos que haba conseguido durar el Tausendjhriges Reich de Hitler. Las primeras selecciones generosas de este embarras de richesses, que incluso hoy en manera alguna han sido adecuadamente publicadas e investigadas, comenzaron a aparecer en relacin con el proceso de Nuremberg de los principales criminales de guerra en 1946, en doce volmenes de Nazi Conspiracy and agression2 . 1 Resulta, sin duda, muy inquietante el hecho de que el Gobierno totalitario, no obstante su manifiesta criminalidad, se base en el apoyo de las masas. Por eso apenas es sorprendente que se nieguen a reconocerlo tanto los eruditos como los polticos, los primeros por creer en la magia de la propaganda y del lavado de cerebro, los ltimos por negarlo simplemente, como, por ejemplo, hizo repetidas veces Adenauer. Una reciente publicacin de los informes secretos sobre la opinin pblica alemana durante la guerra (desde 1939 a 1944), realizados por el Servicio de Seguridad de las SS (Meldungen aus dem Reich. Auswahl aus den Geheimen Lageberichten des Sicherheitdienster der SS 1939-1944, editada por Heinz Boberach, Neuwied y Berlin, 1965), resulta muy reveladora al respecto. Muestra, en primer lugar, que la poblacin se hallaba notablemente bien informada sobre los llamados secretos las matanzas de judos en Polonia, la preparacin de un ataque a Rusia, etc. y, en segundo lugar, el grado hasta el que las vctimas de la propaganda han permanecido capaces de formar opiniones independientes (pp. XVIII-XIX). Sin embargo, el punto de la cuestin es que esto no debilit de ningn modo el apoyo general al Rgimen de Hitler. Es completamente obvio que el apoyo de las masas al totalitarismo no procede ni de la ignorancia ni del lavado de cerebro. 2 Desde el comienzo, la investigacin y la publicacin del material documental han estado guiadas por la preocupacin por actividades delictivas y la seleccin se ha realizado habitualmente con el fin de perseguir a los criminales de guerra.
  15. 15. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 16 Cuando en 1958 apareci la segunda edicin (de bolsillo), estaba ya disponible en bibliotecas y archivos mucho ms material documental y de otro gnero, referente al rgimen nazi. Lo que yo entonces aprend era suficientemente interesante, pero apenas exiga cambios sustanciales tanto en el anlisis como en el argumento de mi estudio original. Pareca aconsejable realizar numerosas adiciones y sustituciones de citas en las notas, y el texto fue considerablemente ampliado. Pero estos cambios eran todos de naturaleza tcnica. En 1949, los documentos de Nuremberg eran conocidos slo parcialmente y en su traduccin inglesa, y gran nmero de libros, folletos y revistas, publicados en Alemania entre 1933 y 1945, no estaban todava disponibles. Adems, tuve en cuenta en cierto nmero de adiciones algunos de los ms importantes acontecimientos tras la muerte de Stalin la crisis de sucesin y el discurso de Kruschev ante el XX Congreso del Partido, as como nueva informacin sobre el rgimen de Stalin obtenida de nuevas publicaciones. As es que revis la Tercera Parte y el ltimo captulo de la Segunda Parte, mientras que la Primera Parte, referente al antisemitismo, y los primeros cuatro captulos sobre el imperialismo permanecan inalterados. Por otro lado, existan ciertos atisbos de una naturaleza estrictamente terica, que yo no posea cuando conclu el manuscrito original, terminado con unas Observaciones concluyentes que eran ms bien inconclusivas. El ltimo captulo de esta edicin, Ideologa y terror, reemplaz a aquellas Observaciones, que, hasta el grado en que todava eran vlidas, fueron trasladadas a otros captulos. En la segunda edicin yo haba aadido un Eplogo en el que examinaba brevemente la introduccin del sistema ruso en los pases satlites y la revolucin hngara. Este examen, escrito mucho ms tarde, era diferente en su tono, ya que se refera a acontecimientos contemporneos y se torn anticuado en muchos detalles. Ahora lo he eliminado, y ste es el nico cambio sustancial de esta edicin en comparacin con la segunda (la de bolsillo). Resulta obvio que el final de la guerra no signific el final del Gobierno totalitario en Rusia. Al contrario, fue seguido por la bolchevizacin de Europa oriental, es decir, la extensin del Gobierno totalitario, y la paz no ofreci ms que un significativo punto de inflexin desde el que analizar las similaridades y diferencias en mtodos e instituciones de los dos regmenes totalitarios. Lo que fue decisivo no fue el final de la guerra, sino la muerte de Stalin ocho aos ms tarde. Retrospectivamente parece que esta muerte no fue simplemente seguida por una crisis de sucesin y un deshielo temporal hasta que hubiera logrado afirmarse un nuevo lder, sino por un autntico, aunque nunca inequvoco, proceso de destotalitarizacin. Por eso, desde el punto de vista de los acontecimientos, no haba razn para actualizar ahora esta parte de mi obra; por lo que a nuestro conocimiento del perodo en cuestin se refiere, no ha cambiado drsticamente lo suficiente para exigir extensas revisiones y adiciones. En contraste con Alemania, donde Hitler emple conscientemente su guerra para desarrollar y, valga decir, perfeccionar el Gobierno totalitario, el perodo de la guerra en Rusia fue un perodo de suspensin temporal de la dominacin total. Para mis propsitos son de mximo inters los aos desde 1929 a 1941 y posteriormente de 1945 a 1953, y nuestras fuentes para estos perodos son tan escasas y de la misma naturaleza que lo eran en 1958 e incluso en 1949. Nada ha sucedido, ni es probable que suceda en el futuro, que pueda presentarse con el mismo inequvoco final de la historia o las mismas pruebas horriblemente claras e irrefutables con que documentarlo como sucedi en el caso de la Alemania nazi. La nica adicin importante para nuestro conocimiento, el contenido del Archivo de Smolensko (publicado en 1958 por Merle Fainsod) ha demostrado hasta qu punto seguir siendo decisiva para todas las investigaciones sobre este perodo de la historia rusa la escasez de la ms elemental documentacin y de material estadstico. Porque aunque los archivos (descubiertos en la sede del partido en Smolensko por los servicios alemanes de informacin y capturados luego en Alemania por las fuerzas de ocupacin americanas) contienen unas 200.000 pginas de documentos y se hallan virtualmente intactos en lo que se refiere al perodo comprendido entre 1917 y 1938, la cantidad de informacin que no nos pueden proporcionar es verdaderamente sorprendente. Incluso con una casi inabarcable abundancia de material sobre las purgas desde 1929 a 1937, no El resultado es que se ha despreciado gran parte de un material muy interesante. El libro mencionado en la nota uno constituye una muy grata excepcin a la regla.
  16. 16. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 17 contienen indicacin del nmero de vctimas ni de otros vitales datos estadsticos. Donde dan cifras, stas son desesperanzadoramente contradictorias; las diferentes organizaciones proporcionan series distintas, y lo que llegamos a saber de forma indudable es que muchas de esas cifras, si llegaron a existir, fueron retiradas por orden del Gobierno3 . Adems, el Archivo no contiene informacin sobre las relaciones entre las diferentes ramas de la autoridad, entre el partido, los militares y el NKVD, o entre el partido y el Gobierno, y se muestra mudo respecto de los canales de comunicacin y mando. En suma, no sabemos nada acerca de la estructura de la organizacin del rgimen, de la que estamos tan bien informados con respecto a la Alemania nazi4 . En otras palabras, mientras se ha sabido siempre que las publicaciones oficiales soviticas servan fines propagandsticos y eran profundamente indignas de crdito, ahora resulta que las fuentes fiables y el material estadstico no existieron probablemente en parte alguna. Cuestin mucho ms seria es la de si un estudio sobre el totalitarismo puede permitirse ignorar lo que ha sucedido y sigue sucediendo en China. Aqu nuestro conocimiento es an menos seguro de lo que era sobre la Rusia de los aos 30, en parte porque el pas ha conseguido aislarse a s mismo mucho ms radicalmente contra los extranjeros tras la revolucin victoriosa y en parte porque todava no han venido en nuestra ayuda los desertores de los escalones superiores del partido comunista chino lo que, desde luego, es en s mismo suficientemente significativo. Lo poco que hemos sabido durante diecisiete aos esbozaba dos diferencias muy importantes: tras un perodo inicial de considerable derramamiento de sangre el nmero de vctimas durante los primeros aos de dictadura ha sido estimado plausiblemente en quince millones, aproximadamente un 3 por 100 de la poblacin de 1949 y, en trminos de porcentaje, considerablemente menos que las prdidas demogrficas debidas a la segunda revolucin de Stalin y tras la desaparicin de una oposicin organizada, no hubo un aumento del terror ni matanzas de personas inocentes, ni categora de enemigos objetivos, ni procesos espectaculares, aunque s existieron en gran medida confesiones pblicas y autocrticas, ni crmenes descarados. El famoso discurso pronunciado por Mao en 1957, Sobre la manipulacin correcta de las contradicciones en el pueblo, usualmente conocido bajo el equvoco ttulo Dejemos que aparezcan cien flores, no fue ciertamente un alegato en favor de la libertad, pero reconoca contradicciones no antagonsticas entre las clases y, lo que es todava ms importante, entre el pueblo y el Gobierno, incluso bajo una dictadura comunista. La forma de tratar con los oponentes era la rectificacin del pensamiento, un elaborado procedimiento de constante moldeamiento y remoldeamiento de las mentes al cual ms o menos pareca sujeta toda la poblacin. Nunca supimos muy bien cmo funcion este sistema en la vida cotidiana, quin estaba exento de l es decir, quin remoldeaba, y carecemos de indicaciones sobre los resultados del lavado de cerebros, si fue duradero y produjo cambios de personalidad. Si se confiara en las presentes declaraciones de los dirigentes chinos, todo lo que se consigui fue hipocresa en gran escala, el terreno de cultivo de la contrarrevolucin. Si esto era terror, como muy ciertamente era, se trataba de un terror de diferente gnero y, cualesquiera que fuesen sus resultados, no diezm la poblacin china. Reconoca claramente un inters nacional, permita al pas desarrollarse pacficamente, emplear la competencia de los descendientes de las antiguas clases dominantes y mantener niveles acadmicos y profesionales. En suma, era obvio que el pensamiento de Mao Ts-tung no sigui la trayectoria de Stalin (o de Hitler, en esta cuestin), que no era un asesino por instinto, y que el sentimiento nacionalista, tan destacado en todos los levantamientos revolucionarios en los antiguos pases coloniales, fue lo suficientemente fuerte como para imponer lmites a la dominacin total. Todo esto pareca contradecir ciertos temores expresados en este libro (Una sociedad sin clases, Las masas). Por otra parte, el partido comunista chino, tras su victoria, apunt inmediatamente a ser internacional en su organizacin, omnicomprensivo en su alcance ideolgico y global en sus aspiraciones polticas (cap. XII, Totalitarismo en el poder), es decir, que sus rasgos totalitarios se hicieron manifiestos desde el comienzo. Estos rasgos se tornaron ms prominentes con el 3 Vase la obra de MERLE FAINSOD, Smolensk under Soviet Rule, 1958, pp. 210, 306, 365, etc. 4 Ibd., pp. 73, 93.
  17. 17. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 18 desarrollo del conflicto chino-sovitico, aunque el mismo conflicto puede haber sido desencadenado por cuestiones nacionales ms que ideolgicas. La insistencia de los chinos en rehabilitar a Stalin y denunciar los intentos rusos de destotalitarizacin como desviacin revisionista fue suficientemente amenazadora y, para empeorar las cosas, fue acompaada por una poltica internacional profundamente implacable, aunque hasta ahora infructuosa, que pretenda la infiltracin de agentes chinos en todos los movimientos revolucionarios y la resurreccin de la Komintern bajo la direccin de Pekn. Todas estas evoluciones son difciles de juzgar en el momento presente, en parte porque no sabemos lo suficiente y en parte porque todo contina en un estado fluyente. A estas incertidumbres que corresponden a la naturaleza de la situacin hemos aadido desgraciadamente las dificultades que son obra de nosotros mismos. Porque no facilita la cuestin, ni en la teora ni en la prctica, el hecho de que hayamos heredado del perodo de la guerra fra una contraideologa oficial, el anticomunismo, que tiende tambin a ser global en sus aspiraciones y nos tienta a construir nuestra propia ficcin para que nos neguemos en principio a diferenciar las diversas dictaduras unipartidistas comunistas, con las que nos enfrentamos en la realidad, del autntico Gobierno totalitario, como puede desarrollarse, aunque en diversas formas, en China. Lo interesante, desde luego, no es que la China comunista sea diferente de la Rusia comunista o que la Rusia de Stalin fuera diferente de la Alemania de Hitler. La ebriedad y la incompetencia que tan ampliamente asoman en cualquier descripcin de la Rusia de los aos 20 de los aos 30, y que siguen estando hoy muy extendidas, no desempearon papel alguno en la Alemania nazi, mientras que la indecible y gratuita crueldad de los campos alemanes de concentracin y de exterminio parece haber estado considerablemente ausente de los campos rusos, donde los cautivos moran de abandono ms que de tortura. La corrupcin, el azote de la Administracin rusa desde el comienzo, se hall presente en los ltimos aos del rgimen nazi, pero aparentemente ha estado totalmente ausente de China despus de la revolucin. Podran multiplicarse las diferencias de esta clase; son de gran significacin y parte de la historia nacional de los respectivos pases, pero no proporcionan una directa orientacin sobre la forma de gobierno. Indudablemente, la monarqua absoluta fue algo muy diferente en Espaa, en Francia, en Inglaterra y en Prusia; pero en todas partes constituy la misma forma de gobierno. Lo que en nuestro contexto resulta decisivo es que el Gobierno totalitario resulta diferente de las dictaduras y tiranas; la capacidad de advertir esta diferencia no es en manera alguna una cuestin acadmica que pueda abandonarse confiadamente a los tericos, porque la dominacin total es la nica forma de gobierno con la que no es posible la coexistencia. Por ello tenemos todas las razones posibles para emplear escasa y prudentemente la palabra totalitario. En fuerte contraste con la escasez e incertidumbre de nuevas fuentes para el conocimiento fctico con respecto al Gobierno totalitario, encontramos un enorme aumento en el nmero de estudios sobre todas las variedades de nuevas dictaduras, sean o no totalitarias, durante los ltimos quince aos. Esto, desde luego, es particularmente cierto en lo referente a la Alemania nazi y a la Rusia sovitica. Existen ahora muchas obras que resultan indispensables para nuevas investigaciones y estudios del tema, y, en consecuencia, me he esforzado por complementar mi antigua bibliografa (la segunda edicin de bolsillo no llevaba bibliografa). El nico gnero de textos que, con pocas excepciones, no he incluido adrede son las numerosas Memorias publicadas por los antiguos generales y altos funcionarios nazis tras el final de la guerra. (Es suficientemente comprensible y no debera bastar para alejarlas de nuestra consideracin el hecho de que este gnero de apologas no brille por su honestidad. Pero la falta de comprensin que estas reminiscencias muestran respecto de lo que sucedi realmente y de los papeles que los mismos autores desempearon en el curso de los acontecimientos es verdaderamente sorprendente y les priva de todo menos de un cierto inters psicolgico.) Tambin he aadido los relativamente escasos puntos de importancia a las listas de lecturas correspondientes a la Primera y la Segunda Parte. Finalmente, por razones de conveniencia, la bibliografa, como el libro, aparece ahora dividida en tres partes separadas.
  18. 18. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 19 II Por lo que a la documentacin se refiere, la temprana fecha en que este libro fue concebido y escrito ha mostrado no constituir la dificultad que poda razonablemente presumirse, y esto es cierto tanto por lo que se refiere al material sobre la variedad nazi como sobre la variedad bolchevique del totalitarismo. Esta es una de las particularidades de la literatura sobre el totalitarismo: los primeros intentos de los contemporneos de escribir su Historia, que, segn todas los normas acadmicas, estaba destinada a zozobrar por falta de una impecable documentacin y por su implicacin emocional en el tema, han soportado notablemente bien la prueba del tiempo. La biografa de Hitler de Konrad Heiden y la biografa de Stalin de Boris Souvarine, escritas y publicadas en los aos 30, son en algunos aspectos ms precisas y casi en todos los aspectos ms importantes que las biografas clsicas de Allan Bullock e Isaac Deutscher, respectivamente. Esto puede tener varias razones, pero una de ellas es ciertamente el simple hecho de que en ambos casos el material documental ha tendido a confirmar y a complementar lo que ya se conoca gracias a los relatos de importantes desertores y de otros testigos oculares. Por decirlo ms drsticamente: no necesitamos el Discurso Secreto de Kruschev para saber que Stalin cometi crmenes o que este hombre supuestamente sospechoso de locura decidi confiar en Hitler. En lo que se refiere a este ltimo, nada prueba mejor que esta confianza que Stalin no estaba loco; se mostraba justificadamente suspicaz respecto de todos aquellos a los que deseaba o proyectaba eliminar, y entre stos figuraba prcticamente la totalidad de los que ocupaban los ms altos escalones del partido y del Gobierno; confiaba naturalmente en Hitler porque no le quera mal. Por lo que se refiere a Stalin, las sorprendentes declaraciones de Kruschev, que por la obvia razn de que su audiencia y l mismo estuvieron totalmente complicados en el asunto ocultaban considerablemente ms de lo que revelaban, tuvieron el desgraciado resultado de minimizar a los ojos de muchos (y desde luego a los de los eruditos con su amor profesional por las fuentes oficiales) la gigantesca criminalidad del rgimen de Stalin, que, al fin y al cabo, no consisti simplemente en la difamacin de unos pocos centenares de miles de destacadas figuras polticas y literarias, a las que se poda rehabilitar pstumamente, sino en el exterminio de los literalmente indecibles millones de personas a las que nadie, ni siquiera Stalin, poda considerar sospechosas de actividades contrarrevolucionarias. Y fue precisamente con el reconocimiento de algunos crmenes como ocult Kruschev la criminalidad del rgimen en conjunto, y es precisamente contra este camuflaje y contra la hipocresa de los actuales dirigentes rusos todos los cuales se prepararon y progresaron bajo Stalin contra lo que se halla ahora en casi abierta rebelin la joven generacin de intelectuales rusos. Porque ellos saben todo lo que es necesario saber sobre las purgas masivas y la deportacin y el aniquilamiento de pueblos enteros5 . La explicacin que de los crmenes formul Kruschev la demente suspicacia de Stalin ocultaba el aspecto ms caracterstico del terror totalitario, el de desatarse cuando ha muerto ya toda oposicin organizada y el dirigente totalitario sabe que ya no necesita temer nada. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la evolucin rusa. Stalin comenz sus gigantescas purgas no en 1928, cuando admiti: 5 A las vctimas del Primer Plan Quinquenal (1928-1933), estimadas entre nueve y doce millones, es necesario aadir las vctimas de la Gran Purga se calcula que fueron ejecutadas tres millones de personas y detenidas y deportadas entre cinco y nueve millones (vase la importante Introduccin de Robert C. Tucker, Stalin, Bukharin, and History as Conspiracy a la nueva edicin de la relacin literal del Proceso de Mosc de 1958, The Great Purge Trial, Nueva York, 1965). Pero todas estas estimaciones parecen ser inferiores a las cifras reales. No tienen en cuenta las ejecuciones en masa, de las que nada se supo hasta que las fuerzas alemanas de ocupacin descubrieron unos enterramientos en masa en la ciudad de Vinnitsa que contenan millares de cuerpos de personas ejecutadas en 1937 y en 1938 (vase, de JOHN ARMSTRONG, The Politics of Totalitarianism. The Communist Party of the Soviet Union from 1934 to the Present, Nueva York, 1961, pp. 65 y ss.). Es innecesario decir que este ulterior descubrimiento hace que los Regmenes nazi y bolchevique parezcan an ms variaciones del mismo modelo. Puede advertirse mejor hasta qu grado figuran en el centro de la oposicin actual las matanzas en masa de la era staliniana, examinando el proceso de Sinyavsky y Daniel, por la importante seleccin publicada en The New York Times Magazine, de 17 de abril de 1966, al que cito aqu.
  19. 19. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 20 Tenemos enemigos internos, y cuando tena razones para sentir temor saba que Bujarin le haba comparado con Genghis Khan y que estaba convencido de que la poltica de Stalin estaba conduciendo al pas al hambre, a la ruina y a un rgimen policaco6 , como as fue, sino en 1934, cuando todos sus antiguos oponentes haban confesado sus errores y el mismo Stalin, en el XVII Congreso del Partido, tambin denominado por l Congreso de los Triunfadores, declar: En este Congreso ... no hay nada ms que demostrar y, parece, nadie con quien luchar7 . No es que se ponga en duda el carcter sensacional y la decisiva importancia poltica que el XX Congreso del Partido tuvo para la Rusia sovitica y para el movimiento comunista en general. Pero la importancia es poltica: la luz que las fuentes oficiales del perodo post-staliniano arrojan sobre lo sucedido antes no debe ser confundida con la luz de la verdad. Por lo que a nuestro conocimiento de la era de Stalin se refiere, la publicacin por Fainsod del Archivo de Smolensko, que he mencionado anteriormente, sigue siendo, con mucho, la ms importante, y resulta deplorable que la primera seleccin al azar no haya sido seguida por una ms amplia publicacin del material. A juzgar por el libro de Fainsod, queda mucho por saber del perodo de la lucha de Stalin por el poder a mediados de los aos 20: sabemos ahora cun precaria era la posicin del Partido8 , no slo porque prevaleca en el pas un talante de franca oposicin, sino porque se encontraba agobiado por la corrupcin y la embriaguez; sabemos tambin que un manifiesto antisemitismo acompaaba a casi todas las demandas de liberacin9 ; que el afn por la colectivizacin y la deskulakizacin a partir de 1928 interrumpi la NEP, la nueva poltica econmica de Lenin, y con ella un comienzo de reconciliacin entre el pueblo y su Gobierno10 ; conocemos cun fieramente se opuso a tales medidas la solidaridad de toda la clase campesina, que decidi que es mejor no haber nacido que unirse al koljs11 y se neg a ser dividida en cam- pesinos ricos, medianos y pobres, para ser lanzada contra los kulaks12 hay alguien que es peor que estos kulaks, y es el que est pensando en cazar a la gente13 ; y que la situacin no era mucho mejor en las ciudades, donde los trabajadores se negaban a cooperar con los sindicatos controlados por el Partido y que denominaban a sus directores diablos bien alimentados, bizcos hipcritas y cosas por el estilo.14 Fainsod seala certeramente que estos documentos muestran con claridad no slo cun 6 TUCKER, op. cit., pp. XVII-XVIII. 7 Cita tomada de la obra de MERLE FAINSOD, How Russia is Ruled, Cambridge, 1959, p. 516. ABDURAKHMAN AVTORKHANOV (en The Reign of Stalin, publicado bajo el seudnimo de Uralov, en 1953 en Londres) habla de una reunin secreta del Comit Central del Partido en 1936 tras los primeros procesos espectaculares, en la que Bujarin, segn el informe, acus a Stalin de transformar el Partido de Lenin en un Estado policaco y fue apoyado por ms de las dos terceras partes de los miembros. Este relato, en especial lo referente al fuerte apoyo obtenido por Bujarin en el Comit Central, no parece muy plausible; pero aunque fuese cierta, teniendo en cuenta el hecho de que esta reunin se celebraba cuando la Gran Purga ya se haba iniciado, no revela la existencia de una oposicin organizada, sino ms bien lo contrario. La verdad de la cuestin, como seala Fainsod certeramente, parece ser la de que el difundido descontento de las masas era ya muy corriente, especialmente entre los campesinos, y que hasta 1928, al comienzo del Primer Plan Quinquenal las huelgas... no eran infrecuentes, pero que semejantes tendencias de oposicin jams llegaron a concentrarse en cualquier forma de desafo organizado al Rgimen, y que para 1929 1930 toda alternativa de organizacin se haba esfumado de la escena, si es que haba llegado a existir anteriormente. (Vase Smolensk under Soviet Rule, pp. 449 y ss.) 8 Lo asombroso, como indica FAINSOD, op. cit., p. 38, no es que el Partido resultara triunfante, sino que al fin y al cabo lograra sobrevivir. 9 Ibd., pp. 49 y ss. Un informe de 1929 describe los violentos estallidos antisemitas durante una reunin; los miembros de Komsomol presentes permanecieron callados... La impresin que poda recogerse era la de que todos estaban de acuerdo con las declaraciones antijudas (p. 445). 10 Todos los informes de 1926 muestran un significativo declive de los llamados disturbios contrarrevolucionarios, ndice de la tregua temporal que el Rgimen haba logrado con el campesinado. En comparacin con los de 1926 los informes de 1929-30 parecen comunicados de un encarnizado frente de batalla (p. 177). 11 Ibd., pp. 252 y ss. 12 Ibd., especialmente las pp. 240 y ss., y 446 y ss. 13 Ibd., todas estas declaraciones proceden de los informes de la GPU; vanse especialmente las pp. 248 y ss. Pero resulta completamente caracterstico el hecho de que tales declaraciones se tomaran mucho menos frecuente a partir de 1934, en el comienzo de la Gran Purga. 14 Ibd., p. 310.
  20. 20. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 21 extendido estaba el descontento de las masas, sino tambin la falta de una oposicin suficientemente organizada contra el rgimen en conjunto. Lo que no advierte, y lo que en mi opinin resulta igualmente probado, es que exista una obvia alternativa a la captura del poder por parte de Stalin y a la transformacin de la dictadura de Partido nico en dominacin total y que sta era la continuacin de la NEP, tal como fue iniciada por Lenin15 . Adems, las medidas adoptadas por Stalin con la introduccin del Primer Plan Quinquenal en 1928, cuando su control del Partido era casi completo, demuestran que la transformacin de las clases en masas y la concomitante eliminacin de cualquier solidaridad de grupo eran la condicin sine qua non de toda dominacin total. Con respecto a la indisputada dominacin de Stalin a partir de 1929, el Archivo de Smolensko tiende a confirmar lo que ya sabamos de fuentes menos irrefutables. Esto es incluso cierto en el caso de algunas de sus curiosas lagunas, especialmente las referentes a los datos estadsticos. Porque esta ausencia demuestra simplemente que, como en otros aspectos, el rgimen de Stalin era implacablemente consecuente: todos los hechos que no estuviesen conformes o que ofrecieran la posibilidad de no coincidir con la ficcin oficial datos sobre cosechas, criminalidad, autnticos incidentes de actividades contrarrevolucionarias, a diferencia de las ulteriores conspiraciones ficticias eran tratados como carentes de existencia. Resultaba, adems, completamente de acuerdo con el desprecio totalitario por los hechos y la realidad el que todos estos datos, en vez de ser recogidos en Mosc procedentes de las cuatro esquinas del inmenso territorio, fueran conocidos por vez primera en las respectivas localidades a travs de su publicacin en Pravda, Izvestia o cualquier otro rgano oficial de Mosc; de esta forma, cada regin y cada distrito de la Unin Sovitica reciba sus datos estadsticos oficiales y ficticios muy de la misma manera que reciba las no menos ficticias normas que le fijaba el Plan Quinquenal.16 Enumerar brevemente unos pocos de los ms sorprendentes puntos que antes podan ser slo supuestos y que ahora han quedado demostrados por pruebas documentales. Siempre habamos sospechado, pero no lo sabamos con certeza, que el rgimen nunca fue monoltico, sino que se hallaba conscientemente construido en torno a funciones superpuestas, duplicadas y paralelas y que su estructura grotescamente amorfa era conservada unida por el mismo principio del fhrer el llamado culto de la personalidad que hallamos en la Alemania nazi17 ; que la rama ejecutiva de este Gobierno especial no era el Partido, sino la polica, cuyas actividades operacionales no eran reguladas a travs de los canales del Partido18 ; que las personas enteramente inocentes a quienes el rgimen liquid a millones, los enemigos objetivos en el lenguaje bolchevique, saban que eran delincuentes sin un delito19 ; que fue precisamente esta nueva categora, diferenciada de los primeros autnticos enemigos del rgimen asesinos de funcionarios del Gobierno, incendiarios y 15 Se pasa habitualmente por alto esta alternativa por culpa de la comprensible pero histricamente insostenible conviccin de que existi una evolucin ms o menos suave de Lenin a Stalin. Es cierto que Stalin casi siempre hablaba en trminos leninistas, de forma que a veces pareca que la nica diferencia entre los dos hombres radicaba en la brutalidad o en la insania del carcter de Stalin. Tanto si sta era una astucia consciente por parte de Stalin como si no lo era, la verdad de la cuestin es, como certeramente observa TUCKER, op. cit., p. XVI, que Stalin llen esos viejos conceptos leninistas con un nuevo contenido distintamente staliniano... La caracterstica ms distinta fue el relieve por completo no leninista otorgado a la conspiracin, que lleg a convertirse en el sello de la poca. 16 Vase FAINSOD, op. cit., especialmente pp. 365 y ss. 17 Ibid., p. 93 y p. 71. Resulta completamente caracterstico que los mensajes a todos los niveles recalcaran habitualmente las obligaciones contradas con el camarada Stalin, y no con el Rgimen, el Partido o el pas. Nada subraya quiz ms convincentemente las similaridades de los dos sistemas como lo que Ilya Ehrenburg y otros intelectuales stalinianos tuvieron que declarar en sus esfuerzos por justificar su pasado o simplemente por informar sobre lo que pensaban durante la Gran Purga. Stalin no saba nada de la insensata violencia empleada contra los comunistas, contra la intelligentsia sovitica, ellos se lo ocultaban a Stalin, y si hubiera habido al menos alguien que se lo hubiera contado a Stalin o, finalmente, el culpable no era Stalin en absoluto, sino el correspondiente jefe de la polica (citas de TUCKER, op. cit., p. XIII). Es innecesario sealar que esto es precisamente lo que tuvieron que decir los nazis tras la derrota de Alemania. 18 Ibd., pp. 166 y ss. 19 Las palabras estn tomadas de la apelacin presentada por un elemento extrao a la clase en 1936: Yo no quiero ser un delincuente sin un delito (pgina 229).
  21. 21. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 22 bandidos la que reaccion con la misma completa pasividad20 que conocemos tambin a travs de las normas de conducta de las vctimas del terror nazi. Nunca hubo duda alguna de que la oleada de denuncias mutuas durante la Gran Purga result tan desastrosa para el bienestar econmico y social del pas como eficaz para fortalecer al dirigente totalitario, pero slo ahora conocemos cun deliberadamente puso en marcha Stalin esta amenazadora cadena de denuncias21 cuando proclam oficialmente el 29 de julio de 1936: Inalienable calidad de cada bolchevique en las circunstancias presentes debe ser la capacidad para reconocer a un enemigo del Partido por muy bien enmascarado que pueda hallarse22 . (El subrayado es de la autora.) De la misma manera que la Solucin Final de Hitler significaba para la lite nazi la obligatoriedad de cumplir el mandamiento T matars, la declaracin de Stalin prescriba: T levantars falso testimonio, como norma directriz de la conducta de todos los miembros del Partido bolchevique. Finalmente, todas las dudas que hubieran podido alimentarse respecto de la dosis de verdad en la teora segn la cual el terror de los ltimos aos 20 y durante los 30 fue el elevado precio en sufrimientos que hubo que pagar por la industrializacin y el progreso econmico, se ven confirmadas por el primer vistazo a la situacin y al curso de los acontecimientos en una determinada regin23 . El terror no produjo nada de este gnero. El mejor documentado resultado de la deskulakizacin, la colectivizacin y la Gran Purga no fue ni el progreso ni la industrializacin rpida, sino el hambre, las caticas condiciones en la produccin de alimentos y la despoblacin. Las consecuencias han sido una perpetua crisis en la agricultura, una interrupcin del desarrollo demogrfico y el fracaso del desarrollo y la colonizacin del hinterland siberiano. Adems, como evidencia el Archivo de Smolensk, los mtodos de dominacin de Stalin lograron destruir toda medida de competencia y capacidad tcnica que el pas hubiese adquirido tras la Revolucin de Octubre. Y todo esto constitua, desde luego, un alto precio, no slo en sufrimientos, pagado para abrir carreras en las 20 Un interesante informe de la OGPU, que data de 1931, subraya esta nueva completa pasividad, esa horrible apata que produjo el indiscriminado terror contra personas inocentes. El informe menciona la gran diferencia entre las antiguas detenciones de enemigos del Rgimen cuando un detenido era conducido por dos milicianos y las detenciones en masa cuando un miliciano poda conducir grupos de personas, andando stas tranquilamente, sin que nadie intentara escapar (p. 248). 21 Ibd., p. 135. 22 Ibd., pp. 57-58. Para conocer el creciente talante de simple histeria en estas denuncias en masa, vase especialmente pp. 222, 229 y ss., y la encantadora historia de la p. 235, en donde nos enteramos de que uno de los camaradas haba llegado a pensar que el camarada Stalin haba adoptado una actitud conciliadora respecto del grupo trotskysta- zinovievista, reproche que en la poca significaba, por lo menos, la inmediata expulsin del Partido. Pero no hubo tal suerte. El siguiente orador acus de ser polticamente desleal al hombre que haba tratado de superar a Stalin, y ste confes inmediatamente su error. 23 Por extrao que parezca, el mismo Fainsod llega a tales conclusiones tras una acumulacin de pruebas que apuntan en direccin opuesta. Vase su ltimo captulo, especialmente pp. 453 y ss. Es an ms extrao que esta mala interpretacin de los hechos haya sido compartida por tantos autores. En realidad, apenas alguno ha llegado tan lejos en esta sutil justificacin de Stalin como Isaac Deutscher en su biografa, pero muchos todava insisten en que las implacables acciones de Stalin eran... una forma de crear un nuevo equilibrio de fuerzas (ARMSTRONG, op. cit., p- gina 64), y concebida para ofrecer una solucin brutal pero consecuente a alguna de las contradicciones bsicas inherentes al mito leninista (RICHARD LOWENTHAL, en su muy valioso World Communism. The Disintegration of a Secular Faith, Nueva York, 1964, p. 42). Existen algunas pocas excepciones a esta reminiscencia marxista, as, por ejemplo, RICHARD C. TUCKER (op. cit., p. XXVII), quien afirma inequvocamente que el sistema sovitico hubiese estado en mejor situacin y mejor equipado para enfrentarse despus con la prueba de la guerra total de no haber sido por la Gran Purga, que fue, efectivamente, una gran operacin destructora de la sociedad sovitica. Mr. Tucker opina que esto refuta mi imagen del totalitarismo, lo que a m me parece que es un error. La inestabilidad es un requisito funcional de la dominacin total que est basada en una ficcin ideolgica y presupone que un movimiento, como algo distinto de un Partido, se ha apoderado del poder. La caracterstica de este sistema es que el poder sustancial, la potencia material y el bienestar del pas son sacrificados constantemente al poder de la organizacin, de la misma manera que todas las verdades fcticas son sacrificadas para que sea consecuente la ideologa. Es obvio que en una pugna entre la fuerza material y el poder material, o entre el hecho y la ficcin, ese poder y esa ficcin sern los que lo pasen mal, y esto fue lo que sucedi tanto en Rusia como en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Pero sta no es una razn para subestimar el poder de los movimientos totalitarios. Fue el terror a la inestabilidad permanente el que ayud a organizar el sistema de satlites y es la presente estabilidad de la Rusia sovitica, su destotalitarizacin, la que, por una parte, ha contribuido considerablemente a su presente fuerza material, pero la que, por otra, ha determinado la prdida de control de sus satlites.
  22. 22. Hannah Arendt L o s o r g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 23 burocracias del Partido y del Gobierno a sectores de poblacin que a menudo no eran sencillamente analfabetos en poltica 24 . La verdad es que el precio de la dominacin totalitaria fue tan alto que ni en Alemania ni en Rusia ha sido todava completamente pagado. III He mencionado anteriormente el proceso de destotalitarizacin que sigui a la muerte de Stalin. En 1958, yo no tena an la seguridad de que el deshielo fuera algo ms que una relajacin temporal, un gnero de medida de emergencia debida a la crisis de sucesin y no diferente de la considerable relajacin de los controles totalitarios durante la segunda guerra mundial. Incluso ahora no podemos saber si el proceso es final e irreversible, pero con seguridad ya no puede ser denominado temporal o provisional. Porque aunque uno pueda observar el zigzagueo a menudo asombroso de la lnea poltica sovitica desde 1953, es innegable que la gran polica del imperio ha sido liquidada, que la mayor parte de los campos de concentracin han sido cerrados, que no se han realizado nuevas purgas contra enemigos objetivos y que los conflictos entre los miembros de la nueva direccin colegiada son resueltos mediante destituciones y exilios de Mosc en vez de tener que recurrir a los procesos espectaculares, las confesiones y los asesinatos. Indudablemente, los mtodos seguidos por los nuevos dirigentes en los aos