15
Los pájaros enloquecidos Gemma Lienas Ilustraciones de Jokin Mitxelena

Los pájaros enloquecidos

Embed Size (px)

DESCRIPTION

la tribu de camelot

Citation preview

Page 1: Los pájaros enloquecidos

Los pájarosenloquecidos

Gemma Lienas

Ilustraciones de Jokin Mitxelena

Page 2: Los pájaros enloquecidos

9

CAPÍTULO 1

Marcos estaba plasta, plasta, plasta.

—¿Los compraremos, Rosa? Anda, di que sí,

por favor.

Rosa, sin dejar de accionar su silla de ruedas,

puso los ojos en blanco. Y, aunque es muy pa-

ciente, resopló ruidosamente.

—Marcos, si me lo vuelves a decir, te vas a

quedar sin cromos.

—Venga, Rosa, no seas así...

—No soy de ninguna manera. Te lo repi-

to: cuando lleguemos, compraremos un sobre de

cromos de La guerra de las galaxias si no has

hecho el tonto...

Un ataque aéreo

Page 3: Los pájaros enloquecidos

10

LA TRIBU DE CAMELOT

—No estoy haciendo el tonto.

Rosa le dirigió una mirada de aviso y yo le

pegué un codazo, a ver si se enteraba de una vez.

—... y dejas de dar la vara con eso de com-

prarlos. ¿Entendido?

Marcos dijo que sí con la cabeza y, luego, di-

simuladamente, me dio una patada.

—Va por el codazo, Carlota —explicó por lo

bajini.

Le saqué la lengua. Parecía imbécil, mi her-

mano; encima de que trato de ayudarlo...

Fuimos andando, desde el colegio hasta lle-

gar a nuestra calle, bastante silenciosamente, lo

cual fue una hazaña increíble tratándose de Mar-

cos. Debía de estar medio loco por conseguir

esos cromos.

En cuanto estuvimos a unos pasos del quios-

co de Mordret, Marcos miró a Rosa con cara de

perrito hambriento. Y nuestra cangura sonrió:

—Muy bien. Te has portado genial, así que

aquí tienes dinero para comprarlos.

Marcos dio un brinco y soltó un alarido de

alegría, mientras el reloj de la plaza tocaba la

media.

Page 4: Los pájaros enloquecidos

UN ATAQUE AÉREO

Y, en ese mismo instante, yo solté otro ala-

rido, no precisamente de alegría, sino de terror.

—¡Nos atacan! —gritó en seguida el micro-

bio, que había visto lo mismo que yo.

Rosa, que tenía la silla de ruedas mirando

hacia el quiosco de Mordret, no había podido ob-

servar lo que se estaba preparando a su espalda,

así que se dio la vuelta con expresión de «es-

toy harta de vuestras payasadas». Y, entonces, la

cara se le contrajo en una

mueca de horror.

—Pero... pero...

¿qué es esto?

—dijo apretan-

do los puños

sobre las

ruedas de

la silla.

Una

bandada nu-

tridísima de pája-

ros volaba rápida-

mente en dirección

a nosotros.

Page 5: Los pájaros enloquecidos

—Esto parece la película Los pájaros de Hitch-

cock —dijo Rosa, con la cara pálida.

—¡Sálvese quien pueda! —gritó Marcos, co-

rriendo a resguardarse tras la silla de Rosa.

Yo lo imité. Reconozco que no fue una acción

demasiado heroica, pero estaba muerta de miedo.

Page 6: Los pájaros enloquecidos

Nuestra cangura se replegó sobre ella misma,

poniendo la cabeza sobre su regazo y tapándose

con los brazos.

Y, en ese instante, una bandada de palomas,

capitaneadas por tres gaviotas feroces y seguidas

por cinco loros verdes y unos cuantos gorriones,

Page 7: Los pájaros enloquecidos

14

LA TRIBU DE CAMELOT

con los picos por delante y las alas extendidas,

pasaron en vuelo rasante sobre nuestro grupo

para acabar entrando en el quiosco de Mordret.

—Fuera, fuera, fuera —empezó a gritar el

quiosquero descontroladamente.

Entonces recordé que, cuando investigába-

mos la desaparición del canario, descubrimos que

Mordret tiene fobia a los pájaros. Vamos, que les

tiene un miedo insuperable.

Marcos y yo sacamos la cabeza por encima

de la espalda curvada de Rosa y pudimos con-

templar al gordo quiosquero moviendo los bra-

zos como si fuera un molino de viento. Pronto

estuvo completamente rodeado de palomas que

revoloteaban a su alrededor enloquecidas, bajo la

atenta mirada de dos de las gaviotas, que se ha-

bían posado en el mostrador sobre unas revistas

del corazón.

Mordret, aterrado, cogió un periódico, lo des-

plegó y se lo puso sobre la cabeza a modo de te-

jado de dos vertientes. Por debajo de una de las

hojas asomaba su tatuaje en forma de serpiente.

—¡Socorro! ¡Que alguien saque de aquí a es-

tos bichos asquerosos!

Page 8: Los pájaros enloquecidos

15

UN ATAQUE AÉREO

Los pájaros habían ido colocándose a su al-

rededor: sobre las cajas de chicles, sobre las de

cromos, junto a las pinzas de madera que sujeta-

ban los periódicos...

Un gorrión voló hasta la cima del tejado de pa-

pel debajo del cual se hallaba la cabeza del quios-

quero y se puso a picotear las letras de imprenta.

—¡Ayuda, ayuda, por favor! —gritaba aquel

gigantón de Mordret.

Marcos y yo nos miramos, sin poder contener

las ganas de reír. Pasado el susto inicial que nos

había provocado el ataque pajaril, ahora que ya sa-

bíamos que ni palomas ni gorriones ni gaviotas ni

loros querían hacernos daño, nos partíamos de risa.

De pronto, Rosa levantó la cabeza, se dio la

vuelta y nos miró reprobadoramente.

—Vergüenza debería daros. En lugar de bur-

laros de esta forma, id a ayudar al quiosquero.

¡Vamos!

Corrimos hacia el quiosco y lo rodeamos para

llegar a su parte trasera, donde había una estre-

cha portezuela, que abrimos.

El suelo del quiosco estaba lleno de palomas

grises, bastante asquerosas, por cierto. Sus arru-

Page 9: Los pájaros enloquecidos

LA TRIBU DE CAMELOT

llos llenaban el aire. El gorrión del tejado de

papel seguía picoteando noticias y una gaviota

miraba con ojos golosos la serpiente dibujada en

el brazo de Mordret.

—Venga conmigo, señor quiosquero —le dije

tomándolo de la mano.

El hombre, como un corderito, me siguió fue-

ra, entre una nube de palomas. Una vez allí, bus-

qué un banco en el que sentarlo. Cuando se hubo

acomodado, se quitó el periódico de la cabeza.

—Me va a dar algo —decía.

Y parecía que le iba a dar un ataque porque

estaba muy muy sofocado.

Rosa se colocó junto al banco.

Page 10: Los pájaros enloquecidos

UN ATAQUE AÉREO

—¿Está usted bien? —preguntó.

En ese momento se acercó un hombre mayor

de pelo rizado bastante largo y barba blanca.

—¿Se encuentra bien? —preguntó también.

El quiosquero todavía tenía la mirada extra-

viada.

—¿Está usted bien? —repitió Rosa, mientras

le daba un cachetito amable en la mejilla.

Mordret reaccionó:

—Pues sí. Gracias por

ayudarme —dijo.

Marcos y yo nos mira-

mos sorprendidos.

—Anda, hasta puede

ser amable —dijo Marcos

en voz baja, pero no tan-

to como para que nuestra

cangura no pudiera oírlo. Y

Marcos se ganó una mirada

asesina.

Mordret suspiró, esbozó

una sonrisa y soltó una fra-

se que parecía un refrán o

algo por el estilo:

Page 11: Los pájaros enloquecidos

18

LA TRIBU DE CAMELOT

—El amigo que no ayuda y el cuchillo que no corta, que se pierdan poco importa.

El hombre barbudo dio un respingo y Marcos

me miró con cara de merluzo.

Rosa también se había quedado algo descon-

certada pero, al fi n, reaccionó:

—Tiene usted razón, amigos y amigas esta-

mos para ayudar.

EL AMIGO QUE NO AYUDA

Y EL CUCHILLO QUE NO

CORTA, QUE SE PIERDAN

POCO IMPORTA

Este refrán cuenta que son

amigos y amigas quienes están

cuando se les necesita. Por eso,

como dice el refrán, si tenemos

un amigo o una amiga que no

se preocupa por ayudarnos

cuando lo necesitamos, no

debe preocuparnos perderlo o

perderla.

Page 12: Los pájaros enloquecidos

19

UN ATAQUE AÉREO

—Ahora sí se entiende, ¿no? —le dije a Mar-

cos, que ponía cara de no pillarlo aún.

Después de esa declaración de Rosa, el tipo

de la barba se fue. Y Mordret se lamentó:

—Me han atacado. ¿Os habéis dado cuenta?

Rosa movió la cabeza sin saber si darle la

razón.

—Bueno, más que atacarlo a usted, esos pája-

ros parecían muy interesados en el quiosco.

—Todavía lo están —sollozó Mordret, seña-

lando su garita llena de alas, picos y revoloteos—.

Así será imposible que pueda cerrarlo hoy.

—Lo vamos a ayudar —dijo Rosa con voz

decidida—. Vamos, Marcos y Carlota.

Primero tuvimos que ahuyentar a todas aque-

llas aves, que se alejaron piando, graznando y

arrullando. Y luego fuimos siguiendo las instruc-

ciones de Mordret para ir recogiendo el material.

Pronto tuvimos los periódicos amontonados

y pudimos tirar de las persianas metálicas para

cerrar el quiosco. Así Mordret pudo irse a su

casa, y nosotros a la nuestra.

—Por fi n —dijo Rosa cuando hubo cerrado la

puerta del piso tras su silla.

Page 13: Los pájaros enloquecidos

202202

LA TRIBU DE CAMELOT

—Oye, ¿qué has dicho antes de un tal Hitch-

cock? —le pregunté.

—Un director de cine muy conocido que, en-

tre otras, dirigió una película titulada Los pája-ros. En ella, una familia es atacada por un grupo

de aves enloquecidas.

—¡Vaya! Qué coincidencia.

Sólo entonces Marcos se acordó de que no

había comprado los cromos de La guerra de las galaxias y montó un pollo de campeonato.

Rosa parecía derrotada.

—Por favor, Marcos, deja de hacer el tonto y

pasa a la ducha.

Pero el microbio no estaba dispuesto a ceder

ni un pelo: quería los cromos que le había pro-

metido.

Me dispuse a hacer de hermana mayor com-

prensiva:

—¿Sabes? Si te callas y te duchas rápido, ma-

ñana te llevo a comprar cromos.

Los quejidos de Marcos se acabaron en seco.

De modo que, cuando llegó papá de la agen-

cia, nos encontró ya duchados, en pijama y ce-

nando.

Page 14: Los pájaros enloquecidos

21212111

UN ATAQUE AÉREO

—Gracias, Rosa —le dijo a nuestra cangu-

ra—, te puedes ir. Ya me quedo yo con las fi eras.

Cuando Rosa se hubo marchado, papá se fue

afl ojando el nudo de la corbata mientras nos de-

cía:

—Voy a contaros algo espeluznante.

Marcos y yo lo miramos con los ojos abier-

tos: no era habitual que papá contase historias

de terror.

Page 15: Los pájaros enloquecidos

22

LA TRIBU DE CAMELOT

—Pues resulta —dijo— que el quiosco que

hay en la entrada norte del parque ha sido ataca-

do hoy a las cinco y media por una bandada de

pájaros.

Casi me atraganto con la sopa. ¿Otro quiosco

atacado por los pájaros a la misma hora? No po-

día ser una coincidencia. Aquello olía a misterio.