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16 : Letras Libres Mayo 2005 J.H. Elliott LOS REINADOS EN ESPAÑA Más allá de las manipulaciones ideológicas y las comprensibles reservas morales que provoca, la construcción del imperio español en América fue una aventura prodigiosa que cambió drásticamente el curso de la historia. El inglés J. H. Elliott, un clásico entre los hispanistas, vuelve a esta saga histórica única, al tiempo que analiza las últimas novedades bibliográficas. 1. Sería una historia merecedora de un largo volumen”, escribió el Capitán John Smith en su A Description of New England de 1616, relatar las aventuras de españoles y portugueses, sus afrentas y derrotas, sus peligros y miserias que, con tan incompara- ble honor y constante resolución, han acometido y resistido en sus descubrimientos y territorios, más allá de lo que se pueda creer, y que a nosotros condenan a la necedad, la pere- za y la negligencia... Al hacer este impetuoso llamamiento a sus compatriotas para comprometerse a “erigir una colonia”, el Capitán Smith los de- safiaba a la acción mediante el ejemplo dado por los ibéricos, empeñados en encontrar “nuevas tierras, nuevas naciones y nuevo comercio”, al mismo tiempo que mira con acritud el error cometido por Inglaterra al haber rechazado “la honesta oferta del noble Colón.” 1 En el corazón de la historia del imperialismo occidental y de las expansiones transoceánicas existe un episodio de imitación y competición entre Estados. Comenzó en el siglo XV con la riva- lidad entre los dos Estados que componían la península ibéri- ca: Castilla y Portugal. Entre 1474 y 1479 se hallaban trenzados en una guerra, nacida del intento de Alfonso V de Portugal por evitar el ascenso de la presunta heredera, Isabel, al trono de Castilla. Una vez finalizada la guerra con la victoria de Isabel y su marido, Fernando de Aragón, la rivalidad continuó, conver- tida esta vez en una lucha por el espacio. La circunnavegación del Cabo de Buena Esperanza, en 1487, por una partida de reco- nocimiento a las órdenes de Bartolomeo Díaz, abre el camino para el establecimiento de una ruta marítima capaz de otorgale a los portugueses acceso a Asia. Para no perder ventaja con res- pecto a la monarquía portuguesa, en 1492 Fernando e Isabel alcanzan un acuerdo para aceptar la “honesta oferta del noble Colón” de traerles las riquezas de Oriente surcando el Atlántico en dirección oeste. “Sería una historia merecedora de un largo volumen”, como observaba el capitán John Smith, “recitar las aventuras de es- pañoles... sus afrentas y derrotas, sus peligros y miserias” en el periodo que sigue al épico viaje de Colón. Es, precisamente, esta “historia merecedora de un largo volumen” la que Hugh Thomas nos ofrece en forma triunfante en El imperio español 2 . Siendo un historiador que también ha gozado de una carrera en la vida pública, Hugh Thomas, hay que decirlo, jamás ha sido hombre de pequeños volúmenes. Su reputación se inició con la sensa- cional e innovadora historia de la Guerra Civil Española 3 y se mantendría a través de sus siguientes publicaciones, tales como Cuba: The Pursuit of Freedom 4 ; An Unfinished History of the World 5 ; 1 The Complete Works of Captain John Smith (1580-1631), editado por Philip L. Barbour (tres volú- menes, University of North Carolina Press, 1986), volumen 1, pp. 228-249. Ortografía y puntuación actualizadas. 2 Hugh Thomas, El imperio español, traducción de Víctor Pozanco, Planeta, Barcelona, 2004. 3 La Guerra Civil Española, Grijalbo, 1995. 4 Harper and Row, 1971. 5 Hamish Hamilton, Londres, 1979.

Los reinados en España

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LOS REINADOS EN ESPAÑAMás allá de las manipulaciones ideológicas y las comprensibles reservasmorales que provoca, la construcción del imperio español en América fueuna aventura prodigiosa que cambió drásticamente el curso de la historia.El inglés J. H. Elliott, un clásico entre los hispanistas, vuelve a esta sagahistórica única, al tiempo que analiza las últimas novedades bibliográficas.

1.

“Sería una historia merecedora de un largo volumen”, escribióel Capitán John Smith en su A Description of New England de 1616,

relatar las aventuras de españoles y portugueses, sus afrentasy derrotas, sus peligros y miserias que, con tan incompara-ble honor y constante resolución, han acometido y resistidoen sus descubrimientos y territorios, más allá de lo que sepueda creer, y que a nosotros condenan a la necedad, la pere-za y la negligencia...

Al hacer este impetuoso llamamiento a sus compatriotas paracomprometerse a “erigir una colonia”, el Capitán Smith los de-safiaba a la acción mediante el ejemplo dado por los ibéricos,empeñados en encontrar “nuevas tierras, nuevas naciones ynuevo comercio”, al mismo tiempo que mira con acritud el errorcometido por Inglaterra al haber rechazado “la honesta ofertadel noble Colón.”1

En el corazón de la historia del imperialismo occidental y delas expansiones transoceánicas existe un episodio de imitacióny competición entre Estados. Comenzó en el siglo XV con la riva-lidad entre los dos Estados que componían la península ibéri-ca: Castilla y Portugal. Entre 1474 y 1479 se hallaban trenzadosen una guerra, nacida del intento de Alfonso V de Portugal porevitar el ascenso de la presunta heredera, Isabel, al trono deCastilla. Una vez finalizada la guerra con la victoria de Isabel ysu marido, Fernando de Aragón, la rivalidad continuó, conver-

tida esta vez en una lucha por el espacio. La circunnavegacióndel Cabo de Buena Esperanza, en 1487, por una partida de reco-nocimiento a las órdenes de Bartolomeo Díaz, abre el caminopara el establecimiento de una ruta marítima capaz de otorgalea los portugueses acceso a Asia. Para no perder ventaja con res-pecto a la monarquía portuguesa, en 1492 Fernando e Isabelalcanzan un acuerdo para aceptar la “honesta oferta del nobleColón” de traerles las riquezas de Oriente surcando el Atlánticoen dirección oeste.

“Sería una historia merecedora de un largo volumen”, comoobservaba el capitán John Smith, “recitar las aventuras de es-pañoles... sus afrentas y derrotas, sus peligros y miserias” en elperiodo que sigue al épico viaje de Colón. Es, precisamente, esta“historia merecedora de un largo volumen” la que Hugh Thomasnos ofrece en forma triunfante en El imperio español2. Siendo unhistoriador que también ha gozado de una carrera en la vidapública, Hugh Thomas, hay que decirlo, jamás ha sido hombrede pequeños volúmenes. Su reputación se inició con la sensa-cional e innovadora historia de la Guerra Civil Española3 y semantendría a través de sus siguientes publicaciones, tales comoCuba: The Pursuit of Freedom4; An Unfinished History of the World5;

1 The Complete Works of Captain John Smith (1580-1631), editado por Philip L. Barbour (tres volú-menes, University of North Carolina Press, 1986), volumen 1, pp. 228-249. Ortografía ypuntuación actualizadas.

2 Hugh Thomas, El imperio español, traducción de Víctor Pozanco, Planeta, Barcelona, 2004.

3 La Guerra Civil Española, Grijalbo, 1995. 4 Harper and Row, 1971.5 Hamish Hamilton, Londres, 1979.

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La conquista de México6; y, en forma más reciente, La trata de escla-vos7. Entre ellos suman miles de páginas y representan un logroimpresionante.

Todos estos libros demuestran un voraz apetito por la infor-mación. Basados en un amplísimo conjunto de lecturas, tantode fuentes primarias como secundarias, son textos cuyo enfo-que incluye los distintos puntos de vista, al mismo tiempo que ofrecen gran cuidado a la hora de presentar los detalles, por loque su lectura resulta esclarecedora. Hugh Thomas pertenece a ese linaje de historiadores con grandes dotes narrativas, po-seedores de la habilidad para evocar personas, lugares y acon-tecimientos; capaces de mantener vivo el relato, sin que eso signifique dejar de ofrecer una opinión. Esta tradición, repre-sentada en el siglo XIX por historiadores tales como Macaulay,Froude y Prescott, y por G.M. Trevelyan, C.V. Wedgwood yGarret Matingly en el siglo XX, ha permanecido últimamente enla sombra ante los historiadores profesionales, aunque jamás haperdido su atractivo para el público. Habiendo sido tildados de“anticuados” con excesiva facilidad, esta clase de estudiosos nosrecuerdan la importancia permanente que tienen para la histo-ria la voluntad humana y la contingencia de los acontecimien-tos, al mismo tiempo que nos ayudan a recuperar un sentido delpasado como algo que se mueve a lo largo del tiempo.

Escrito con inmenso brío y elegancia, El imperio español cuen-ta una historia que puede resultarle familiar a muchos lectores.No obstante, el relato incluye tal abundancia de detalles que lofamiliar se transforma en desconocido. El recuento del “Ascensodel imperio español”, subtítulo asignado por Thomas a su obra,ha sido narrado en repetidas oportunidades, entre las que no sedebe olvidar al historiador de Harvard Roger B. Merriman consu trabajo de cuatro volúmenes, The Rise of the Spanish Empire inthe Old World and in the New, publicado entre 1918 y 19348. No obs-tante, el descubrimiento de muchas cosas desde que aparecierala obra de Merriman hacía necesaria una reformulación de loshechos. Merriman, mucho más obsesionado con la historia ins-titucional que Thomas, comienza su recuento con un volumendedicado a la España medieval y acaba, tres volúmenes más tarde,con la muerte de Felipe II en 1598. Por su parte, la narración deThomas se inicia con “España en la encrucijada”, en aquel otoñode 1491 cuando Fernando e Isabel preparan el asalto final a laciudad de Granada, último bastión islámico en territorio ibéri-co, y termina a comienzos del decenio de 1520 con la conquistade México por parte de Cortés y con el regreso de la expediciónde Magallanes a España tras haber circunnavegado el globo. Enese momento, los cimientos del imperio global español ya hansido instalados, aunque todavía falta la conquista del Perú.

Este corte en el relato de la expansión transoceánica de Castillaen un punto cercano al inicio del reinado del emperador CarlosV en 1519 (reinado al que Merriman dedica todo un extenso volu-men) parece extraño y despierta preguntas inevitables sobre la

escala del trabajo de Thomas. ¿Habrá que pensar que simple-mente se le acabó el espacio o bien se esconde aquí la intenciónde continuar con una versión renovada de Merriman en uno omás volúmenes, para contar la conquista del Perú y la consoli-dación del imperio español en Europa y América? En forma sorprendente, el libro concluye con una vívida evocación deSevilla, capital de un creciente dominio atlántico español, esce-na que bien podría haber sido el telón inicial de un segundovolumen, antes que la conclusión del presente trabajo.

La historia narrativa no es una forma de historia conducentea la economía, y si bien Thomas logra una importante proezade condensación en su relato de la conquista de México –temasobre el que, por lo demás, ha escrito extensamente–, en estevolumen se permite el lujo de demorarse en los detalles de aquellas personas y lugares que dan vida a su narración. Colónaparece como un “hombre de pelo prematuramente cano –queantaño fuera pelirrojo–, sus ojos azules, su nariz aquilina, y unospómulos que a menudo enrojecen en su alargado rostro”, mien-tras Alonso de Hojeda, uno de los capitanes de Colón, es “unhombre apuesto de aspecto inteligente, de baja estatura y grandes ojos”, y el conquistador Pedrarias Dávila, comandantede la expedición al Nuevo Mundo de 1514, “alto, de complexiónpálida, ojos verdes y pelirrojo” que destaca por su “crueldad [y]su arrogancia.” En cuanto a los lugares, Thomas ha visitado casila totalidad de los sitios que menciona, incluyendo “pequeñospueblos que raramente aparecen señalados en los mapas, tantoen los antiguos como en los modernos”. Es el caso de pueblosde Extremadura como La Abertura, situado “en la cima de un monte” y “con una cantidad de agradables riachuelos en susproximidades”, o Madrigalejo, donde murió Fernando el Cató-lico en “un edificio de un solo piso que el paso del tiempo no haalterado ni mejorado.”

Esta historia, según la cuenta Thomas, es esencialmente un relato centrado en los españoles, antes que en la gente queconquistaron y asesinaron. Está escrito como un relato épico y se lee como tal: una saga sobre la “valentía y la crueldad” es-pañola, a medida que los conquistadores se abren camino porselvas impenetrables y acaban con los indígenas que huyen aterrorizados a refugiarse en sus aldeas. No posee otro argumentocentral que la asombrosa audacia y determinación exhibida porlos conquistadores y no nos lleva mucho más allá en la solucióndel gran problema histórico que explique cómo “España”, unaalianza reciente y de carácter más bien nominal entre las coro-nas de Castilla y Aragón, es capaz de convertirse, en el curso dealgo más de una generación, en una potencia europea dominantecon un imperio extendido por el mundo.

No obstante, a diferencia del relato de Merriman, Thomasposee el mérito de haber integrado en un todo los distintos desa-rrollos ocurridos en forma simultánea a ambos lados delAtlántico, de manera que los lectores encuentran un hilo queinterconecta decisiones y acontecimientos. Al mismo tiempo, apesar de que al inicio y al final del relato emplea las ya muy cono-cidas y probadas narraciones de los viajes de Colón y la con-

6 Planeta, 1995.7 Círculo de Lectores, 1999.8 Publicado originalmente por Macmillan y reimpreso por Cooper Square, 1962.

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quista de México, la atención prestada por Thomas a pasajesmenos familiares de la progresiva dominación española delCaribe y sus incursiones en el territorio de América Central, le dan una perspectiva más clara a acontecimientos como la conquista de México y la posterior conquista del Perú, en com-paración a otros textos de índole general sobre este periodo.

Esta etapa caribeña, durante la cual se producen la ocupa-ción de Jamaica (1509) y de Cuba (1511), así como la reclamaciónque Balboa hace del Océano Pacífico para la corona de Castilladespués de atravesar el istmo de Panamá (1513), representa unmomento clave con vistas a la forma que adoptará la futura expan-sión española. En lo que casi podría pasar por una frase casualal comienzo de su relato de la conquista de Cuba, Thomas escri-be: “El imperio español se expandía como si hubiera sido unextenso cultivo; conducido y motivado localmente.” Estas pala-bras proporcionan la clave de buena parte de lo que acontecerádespués. Las iniciativas locales y la movilización local de recur-sos determinaron en gran medida el carácter y el ritmo de latoma de tierras en la América española.

Para comprender las iniciativas locales, uno ha de conocer ala gente que las llevó a cabo. Los años de la conquista españoladel Caribe permiten un primer acercamiento a Cortés y Pizarroen el periodo inicial de sus andaduras. También nos vemos lascaras con figuras tan importantes como Diego Velázquez, gober-nador de Cuba, quien luego lamentaría por el resto de su vidahaber autorizado la expedición de Cortés a México en 1519. Amedida que Thomas va presentando su largo reparto de perso-najes (muchos de los cuales se hallan hoy completamente olvi-dados) y saca a la luz la crónica de sus feudos y rivalidades, supreocupación por los hombres y los acontecimientos le trae cuan-tiosos dividendos a la hora de explicar y clarificar el desarrollode las iniciativas locales, con lo que, una y otra vez, la corona seveía obligada a aceptar los acontecimientos como fait acompli.

En uno de sus libros menos conocidos, Quién es quién de los conquistadores,9 Thomas recopiló una fuente indispensable deinformación biográfica sobre los conquistadores de México. EnEl imperio español también procura recuperar las raíces familiaresy las relaciones personales de los personajes que, a ambos ladosdel Atlántico, se vieron envueltos en la “empresa de las Indias”de España. Se trata de gente como el obispo Juan Rodríguez deFonseca, quien fuera el primer ministro para las Indias de Españay que tuvo a su cargo la organización del tráfico de las flotas desdeSevilla; o Nicolás de Ovando, enviado por Fernando e Isabel aimponer el orden en La Española (posteriormente dividida entrela República Dominicana y Haití). Este tipo de detalles biográ-ficos, que han sido pacientemente recolectados a través de unaamplia variedad de fuentes, proporcionan importantes clavespara comprender cómo fue adquirido en un primer momentoel imperio español y como sería posteriormente asentado, gober-nado y conservado. Algunas de estas claves conllevan intrigan-tes preguntas. Por ejemplo, cuántos de los que participaron en

la conquista y colonización de América eran, como PedrariasDávila, de ascendencia judía –a pesar de la restricción migra-toria a las Indias que pesaba sobre los conversos–. La Española,supuestamente, estaba llena de ellos. ¿Qué conclusión podemossacar?

Investigaciones recientes han resaltado la contribución esencial al proceso de conquista y asentamiento realizado porfamilias y redes locales. Nicolás de Ovando, Hernán Cortés yFrancisco Pizarro, por ejemplo, provienen de la árida región deExtremadura y resulta imposible entender la conquista y el esta-blecimiento de América sin tomar en cuenta la parte que le cabea las conexiones extremeñas, muchas de las cuales se basaban enel clientelismo, la amistad y los lazos familiares.10 Al incluir talesdetalles personales, a riesgo de empantanar el relato en deter-minados pasajes, Hugh Thomas ha facilitado la tarea de los his-toriadores que algún día enfrenten la investigación sistemáticade las vidas e interconexiones de aquellas personas que crearony mantuvieron unido el imperio español en Europa y Américao, según el decir de la época, la “monarquía española”. Tal comolos conquistadores arrasaron América por pepitas de oro, los his-toriadores atacarán ese texto buscando pepitas de información.Otros, en cambio, simplemente preferirán dejarse llevar por la fascinante crónica de extraordinarios acontecimientos quecambiaron la faz de la Tierra.

2.Hacia el final de su libro, al escribir sobre la generación que cre-ció durante los primeros veinte años del siglo XVI y que creó unimperio con los territorios conquistados por Castilla en las Indias,Hugh Thomas advierte que “todos poseían una visión de la anti-gua Roma de la que tomaban su inspiración, incluso si ese viejoimperio era considerado insuperable por todos los hombres desaber”. En Romans in a New World,11 destacado libro que arrojanueva luz sobre la conquista española de América, David Luphercuenta que “aunque ninguno de los antiguos romanos jamás estuvo cerca de poner un pie en el Nuevo Mundo”, su presenciaefectivamente “acompañó a los españoles en cada legua del camino”. Si la creación del imperio portugués de ultramar pro-porcionó el impulso inicial para la empresa española en la Indias,sería el imperio romano el que ofreciera el modelo para que losespañoles midieran sus logros.

Desde hacía mucho, los historiadores estaban al tanto de lapresencia fantasmal de Roma rondando la aventura imperialespañola del siglo XVI. En sus momentos críticos, Hernán Cortés,el más ilustrado de los conquistadores, solía encontrar la ade-cuada alusión a los clásicos. Por su parte, sus seguidores, admi-radores y defensores nunca dudaron en comparar sus hazañas

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9 Salvat, 2001.

10Ver Ida Altman, Emigrants and Society: Extremadura and America in the Sixteenth Century(University of California Press, 1989). También en el texto de Ida Altman Transatlantic Tiesin the Spanish Empire (Stanford University Press, 2000) se puede reparar cómo un solo pue-blo español, Brihuega, proporcionó más de mil emigrantes a la región mexicana de Puebla,entre los años 1560 y 1620.

11 David A. Lupher, Romans in a New World: Classical Models in Sixteenth Century Spanish America,University of Michigan Press, 440 pp.

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con las de Julio César. Los propios conquistadores estaban seguros de haber sobrepasado los éxitos de los romanos. En suincomparable Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,escrita durante los últimos años de su vida tras haber participadocomo soldado en la Conquista, Bernal Díaz del Castillo señalacon orgullo haber tomado parte en muchas más batallas y con-tiendas que en “las cincuenta y tres que los cronistas le atribuyena Julio César”. Por otra parte, los frailes que llegaron a Américaa convertir a los pueblos indígenas, así como los funcionariosreales que vinieron a gobernarlos, encontraron en los clásicosanalogías de gran utilidad para aco-meter su empresa, según luchabanpor imponer las bendiciones de lacristiandad y la “civilización” a lospueblos bárbaros. Finalmente, laelección de Carlos de Gante, rey deCastilla y Aragón, a la cabeza delSacro Imperio Romano Germánicono sólo incorpora en la imaginería yterminología oficial un antecedenteromano (además de una serie de para-lelismos), sino que también sugirió asus propios contemporáneos el hechode hallarse a punto de presenciar unrenacimiento de la “monarquía uni-versal”.

A pesar de que estas menciones yparalelismos con los clásicos han sidoasumidas hace ya tiempo por la lite-ratura histórica, es poco el esfuerzoque se ha hecho para hacer una inves-tigación sistemática de las fuentes uti-lizadas por aquellos que crearon ymanejaron el imperio americano deEspaña, y mucho menos de sus for-mas de lectura o interpretación. Estetipo de trabajo requiere la presenciade un estudioso con conocimientos dela Antigüedad clásica. El profesor de clásicos en la Universidadde Puget Sound David Lupher ha aceptado el desafío.12 Al haceruna lectura de los textos españoles provenientes del siglo XVI

con la mirada de un especialista en la materia, el catedráticoLupher ha llevado a cabo una interesante y original contribu-ción a nuestra comprensión de la historia de la conquista espa-ñola y la colonización de América.

Hay que advertir que su libro Romans in a New World no esapto para quienes se rindan con facilidad. Si bien desarrolla unaargumentación convincente, escrita con toda lucidez, inevita-blemente depende de una lectura minuciosa de los textos, por

lo que muchos podrán sentirse pobremente preparados paraseguir al autor en su particular agon (para usar una de sus pala-bras favoritas). Sin embargo, para aquellos que se interesen porsumergirse en los debates ocurridos en España durante el sigloXVI en lo que se refiere a la aspiraciones de Castilla al título deIndias, o bien para quienes quieran saber más sobre los modosen los que la observación del ancho mundo a través de los clá-sicos acaba por afectar la visión del observador; en ambos casos,este es un libro indispensable.

Aunque el capítulo que inaugura el libro contiene una fasci-

nante descripción de los usos de las analogías clásicas realiza-das por conquistadores e historiadores de la época, una partesustancial del libro está dedicada a la “controversia de las Indias”.Dicha controversia fue planteada en las aulas de la Universidadde Salamanca alrededor de 1530 por el teólogo neotomistaFrancisco de Vitoria y alcanzaría su punto más álgido duranteel famoso debate de Valladolid ocurrido en 1550, entre el estu-dioso humanista Juan Ginés de Sepúlveda y el dominico “após-tol de los indios”, Bartolomé de las Casas (quien ocupa un lugardestacado en el texto de Hugh Thomas). En el corazón de estedebate, que ha recibido enorme atención por parte de la inves-tigación histórica, yacen las interrogantes relacionadas con elderecho de los españoles a conquistar y ocupar las tierras de otrasgentes, así como el tratamiento que debían recibir las poblacio-nes indígenas que habían subyugado. Como ha sido señalado

12Otra estudiosa que ha empleado sus conocimientos de los clásicos en forma valiosa paraestudiar la historia de la América colonial española es Sabine MacCormack, autora deReligion in the Andes (Princeton University Press, 1991). La catedrática MacCormack es edito-ra de la colección en la que está publicado el texto de David Lupher.

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en numerosas ocasiones, ningún otro imperio ha sufrido tan largay dura agonía sobre su derecho a ejercer dominio sobre otros.13

Bajo la percepción generalizada, esta controversia gira entorno a la aplicabilidad de la teoría aristotélica de la “esclavitudnatural” a los habitantes indígenas de América. Lupher, sinembargo, realiza una poderosa argumentación para mostrar lafamosa controversia como una disquisición en torno a interpre-taciones antagónicas de los antecedentes históricos provenien-tes de la Roma imperial. A pesar de que su punto de partida esla cuestión jurídica de la soberanía global de Roma, junto conlos precedentes que esto pudiera acarrear para el establecimientode una monarquía española mundial, la controversia pronto pasaa incluir una revisión completa del carácter de la experienciaimperial romana, en la medida que, según Lupher, los partici-pantes abusaron de la autoridad de los clásicos en su búsquedade munición para lanzar contra sus enemigos. Así, Sepúlvedase mostró como un fanático partidario de las obras y virtudesromanas, mientras Las Casas era un enconado opositor de los romanos a quienes, en lugar de artífices de una misión civilizadora, consideraba como los verdaderos bárbaros queextendieron su dominio tiránico sobre gente inocente. ¿Qué clasede modelo era esto para España?

El meticuloso análisis que Lupher realiza de los densos textos escritos por Las Casas deja claro hasta qué punto el domi-nico poseía un extraordinario dominio de una gran variedad defuentes clásicas. Ahora, aunque Las Casas haya sido el más per-sistente y celebrado participante en el debate, existen muchosotros que también tomaron parte, algunos de ellos relativamentedesconocidos hasta que Lupher vino a sacarlos de la oscuridaden la que se hallaban. Así por ejemplo, el estudioso enfoca supoderosa linterna sobre la figura del dominico dálmata VinkoPaletin. Siendo un hombre joven, Paletin participó durante cua-tro años en la conquista de Yucatán y redactó una descripciónacompañada de un diagrama de las ruinas de Chichén Itzá, dondedecía haber encontrado inscripciones púnicas. La supuesta evi-dencia de que los cartaginenses poseyeron territorios en sueloamericano sirvió para alimentar la creencia según la cual losromanos, como herederos de los cartaginenses, habían sido algu-na vez los señores de las Indias. No obstante, otro manuscritoindica que Paletin ponía en duda sus conclusiones. Claro que,a diferencia de su compañero dominico Las Casas, Paletin semantuvo siempre como declarado admirador de Roma.

La exhaustiva indagación realizada por Lupher en torno a lascontribuciones a la polémica de las Indias, tanto publicadas comono publicadas, lo conduce a una sección final del libro suma-mente sugerente, donde describe el modo en que la controver-sia sobre el carácter del legado imperial de Roma acabaría porinfluir en la percepción del pasado español. Estableciendo para-

lelismos entre la invasión española de las Indias y la invasiónromana de España, Las Casas y sus partidarios dieron pie a unarevisión del papel de los antiguos iberos, quienes resistieronheroicamente a los romanos durante el sitio de Numancia, paraluego ser obligados a realizar trabajos forzados en las minas delsur de España, de la misma manera que los indios estaban sien-do obligados a realizar trabajos forzados en las minas de Perú.Tal vez, tras todo lo expuesto, los verdaderos ancestros de losespañoles modernos no fueron los conquistadores y colonosromanos sino los iberos.

La sección final del libro de Lupher proporciona una valiosademostración de cómo, con el paso del tiempo, los acontecimientosen el Nuevo Mundo acabarían influenciando la percepción que los europeos tenían de su propia civilización y cuestiona lavalidez del modelo interpretativo clásico al que habrían echadomano en su intento de hallar una explicación a la sorprendentevariedad de pueblos y civilizaciones descubiertas en sus viajes deultramar. Con ello se sienta una conclusión adecuada a un sólidotrabajo de estudio, capaz de proporcionar nuevas ideas desde unaperspectiva novedosa en torno a la forma en que los antiguos euro-peos se percibían a sí mismos y al “Otro”.

En un trabajo tan exhaustivo, resulta extraña la omisión de un análisis de la palabra “colonia” y de las formas en que lafundación de colonias en la antigüedad clásica puede haberinfluenciado la actividad colonizadora de los primeros españo-les y europeos modernos.14 Originariamente, el colonus romanoera un simple granjero que cultivaba la tierra. La palabra tam-bién comenzó a emplearse para designar a los miembros de lascolonias, asentamientos de inmigrantes formados por soldadosveteranos a las afueras de Roma, y posteriormente en el resto deItalia. Con todo, el empleo original persistió, no sólo asociadoa los granjeros que actuaban como propietarios, sino incluso conaquellos que fueron sometidos a trabajar la tierra. Es probableque, debido a esta connotación peyorativa, durante la rebeliónde los pobladores de La Española contra el gobierno de Colón, decidieran rechazar el nombre de colonos, insistiendo enel hecho de que ellos eran propietarios de sus casas, con todoslos derechos que ello conlleva.

Un diccionario español de 1611 define colonia en la acepciónromana como “porción de tierra ocupada por gentes de afuera,tomada a la ciudad que domina ese territorio, o traídas de otraspartes.” Los territorios de España en tierra americana, no obs-tante, nunca fueron llamados “colonias” con anterioridad al sigloXVIII. Sólo hacia finales de este siglo, los ministros en Madridcomienzan, al menos entre ellos, a seguir la costumbre desarro-llada por los ingleses de describir sus territorios americanos como“colonias”. Cuando el capitán John Smith escribía sobre “erigiruna colonia”, los términos “colonia” y “plantación” eran inter-

13 El historiador que más contribuyó a acercar este debate a los lectores angloamericanos fueLewis Hanke, autor de La lucha por la justicia en la conquista de América (Istmo, 1988) y demuchas otras publicaciones. Para una aproximación más reciente, ver Anthony Pagden, Lacaída del hombre: el indio americano y los orígenes de la etnología comparativa (Alianza, 1988).

14Este es el tema de un influyente artículo escrito por el historiador de la antigüedad clásicaM.I. Finley, y que no aparece citado en la bibliografía de Lupher: “Colonies – An Attemptat a Typology”, Transactions of the Royal Historical Society, 5a serie, Vol. 26 (1976), pp. 167-188.Mi agradecimiento al catedrático Glen Bowersock por la orientación prestada en lo que serefiere a dicción romana.

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cambiables en la dicción inglesa y venían a significar una plan-tación de gente, tal como la colonia romana. Durante el siglo XVIII,sin embargo, la palabra comenzó a connotar el estatus de depen-diente, en inglés, según el modelo de la provincia romana.

En la práctica, el “imperio” español diferiría del modelo roma-no en que, en lugar de tratarse de un imperio con provinciasdependientes, era más bien un conjunto de territorios –cada cualcon sus propias leyes, instituciones y privilegios reconocidos–que compartían filiaciones políticas en torno a una soberaníacomún. Los territorios americanos, a pesar de poseer estatus desubordinados en calidad de conquistas de Castilla y no como

resultado de la unión resultante de una herencia dinástica, erantratados como un complejo de distintos reinos y territorios quecon el tiempo adquirirían sus propias leyes y ordenanzas.Indudablemente, las complicaciones de gobernar una monar-quía global construida según estas líneas eran enormes, con loque la efectividad de sus gobiernos dependía, en última instan-cia, de la competencia de los funcionarios reales que formabanparte de la burocracia imperial.

3.Uno de los funcionarios más trabajadores y eficientes del sigloXVI fue Juan de Ovando, quien ocupa el lugar principal de unnuevo estudio de Stafford Poole,15 investigador independienteque ya tradujera y editara un texto de Las Casas y que tambiénpublicó una biografía de un arzobispo mexicano en el siglo XVI.16Ovando, perteneciente a la misma familia extremeña de Nicolásde Ovando, cuyos éxitos en estabilizar el asentamiento infantilde La Española son narrados por Hugh Thomas, trepó por laescalera burocrática bajo el gobierno de Felipe II hasta conver-tirse en presidente del Consejo de Indias y del Consejo deFinanzas, así como en un extraordinario reformador. A él se debeel intento de ordenar la compleja legislación para el gobiernode las Indias que con el tiempo se había convertido en una mara-ña, para lo cual empleó un sistema de codificación. Entre susnumerosas reformas también hay que mencionar su actividadcomo instigador de los famosos cuestionarios diseñados para pro-porcionar un vasto caudal de datos que harían posible un gobier-no informado de los territorios americanos por parte de España.

Desgraciadamente, a pesar de la meticulosa investigación rea-lizada por Poole, se echa en falta bastante información personalsobre este funcionario real que ha sido objeto de interés histó-rico por largo tiempo. Con todo, Poole consigue emplear losarchivos de forma provechosa para llevar a cabo una tarea quehacía rato se demandaba, y nos ofrece un análisis claro y fide-digno sobre la carrera y las actividades de este sobresaliente servidor del burócrata real, Felipe II. Como ministro responsa-ble del gobierno de las Indias, correspondió a Ovando lucharcontra las implicaciones derivadas de la campaña iniciada porLas Casas y sus acólitos en busca de justicia para los indios. Coneste propósito, en 1573 emitió una serie de ordenanzas para losnuevos descubrimientos y poblamientos encaminados a evitarla repetición de las atrocidades cometidas. Dichas ordenanzas,explica Poole, “aún ocupan un lugar único en la historia mo-derna. Ningún otro imperio colonial llegó a tal extremo en lareglamentación de su expansión y en el cuidado por evitar cual-quier acción en detrimento de las poblaciones indígenas.”Desgraciadamente, también se puede describir como un inten-to por cerrar las puertas del establo una vez que el caballo ya seha desbocado.

15 Stafford Poole, Juan de Ovando: Governing the Spanish Empire In the Reign of Philip II, Universityof Oklahoma Press, 293 pp.

16 In Defense of the Indians, traducido y editado por Stafford Poole, C.M. (Cristianismo y defensadel indio, 1998); Pedro Moya de Contreras, Catholic Reform and Royal Power in New Spain, 1571-1591 (University of California Press, 1987).

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Aunque Ovando era un administrador a la vieja usanza ro-mana –en cuya biblioteca personal tenía, como todo funciona-rio real respetable, no sólo los correspondientes volúmenes dederecho romano, sino algunas obras de los grandes clásicos–,también era un administrador con conciencia cristiana.Precisamente, serán la defensa de la fe cristiana y la difusión delos beneficios del cristianismo entre los pueblos paganos lo queproporcione a aquellos españoles que se habían inspirado en elmodelo imperial romano la creencia de haber llegado más alláque los propios romanos. “Es obviedad que no ha menester deprueba alguna”, escribía un jurista español del siglo XVII, “encuánto los españoles superan a los romanos, y cómo han hechollegar a los indios leyes, costumbres y artes más saludables y provechosas, junto con otras muchas cosas que sirven para vidamás humana y civilizada.”

No obstante, a medida que las nuevas generaciones de espa-ñoles comenzaron a lidiar, tal como Ovando, con la extensiónde la misión civilizadora y con el gobierno de un imperio cuyospredecesores sólo se habían preocupado de expandir, las analo-gías con Roma comienzan a parecer cada vez más inquietantes.A comienzos del siglo XVII algunos comienzan a echar mano alas obras de Salustio y de Séneca, en un intento por averiguar siel país, corrompido por las clases ricas, correría la misma suer-te que Roma en su descenso. Porque si Roma proporcionaba un modelo para la expansión y gobierno del imperio, tambiénmostraba su decadencia y caída.

Hacia finales del siglo XVII, España y su imperio eran amplia-mente percibidos como víctimas de un estado de decadencia terminal. Si el capitán John Smith y sus contemporáneos habíanvisto en España un modelo de inspiración, ahora los británicosle daban la espalda. Los modelos, además de ofrecer inspiración,también pueden servir como advertencia. A partir de entonces,se comienza a pensar que la posesión de colonias de ultramarpor parte de España fue el origen de su caída, en la medida quesignificó el despoblamiento de la madre patria, así como la difusión de una serie de falsos valores surgidos de la idea de que la única riqueza verdadera era la plata de México y Perú. Laexplotación de las minas americanas, argumenta Sir Josiah Child en su A New Discourse of Trade (1693), ha ocasionado quelos españoles “dejen mayormente de lado el cultivo de la tierray la producción de bienes que en ello se origina...”

El imperio británico del siglo XVIII, a diferencia del espa-ñol, fue ideado como un imperio basado en el comercio, no enla conquista.17 Como imperio comercial los británicos consi-guieron un éxito espectacular, y la prosperidad y riquezas obte-nidas no tardaron en alimentar la envidia de sus rivales. Entreellos estaba España, donde la dinastía Borbón, que había acce-dido al trono en 1700, intentaba enderezar la torcida herenciarecibida de sus predecesores de la casa de Habsburgo. Y ¿quémás natural para un reformador español del siglo XVIII que bus-

car un nuevo modelo de inspiración? Esta vez, sin embargo, en lugar de Roma, sería Gran Bretaña. La creación de un ver-dadero imperio comercial, con la consiguiente reorganizacióndel gobierno de los territorios americanos y la explotación racio-nal de los recursos en beneficio de la madre patria, aparecíacomo el único camino de salvación para una España atrasada y subdesarrollada.

El esfuerzo realizado durante el gobierno de Carlos III, entre1759 y 1788, encaminado a revitalizar y modernizar España y suimperio de ultramar, es el tema principal de un importante estu-dio nuevo, Apogee of Empire,18 escrito por el profesor emérito decultura y civilización española de la Universidad de PrincetonStanley J. Stein, junto con la antigua bibliógrafa para España yLatinoamérica de esta universidad, Barbara H. Stein.Ampliamente conocidos por su influyente libro The ColonialHeritage of Latin America,19 publicaron no hace mucho un volu-men que antecede a Apogee of Empire donde se encargan de revi-sar los intentos reformistas borbónicos a comienzos del XVIII.20

Este nuevo volumen, a pesar de aparecer en forma independiente,de alguna manera viene a completar lo que podría ser conside-rado como un proyecto dividido en dos partes.

El trabajo de ambos es una contribución monumental a nuestro conocimiento y comprensión de los procesos internosdel imperio español durante el siglo XVIII; proyecto para el que,como es el caso, se necesitan dos vidas completas dedicadas a la investigación. Los autores han desenterrado un montón dedocumentación y conocen hasta el menor detalle de la políticacolonial y comercial de España. En este texto, esa política puedeser seguida de memorando en memorando, según los ministrosreformistas pugnaban por lograr una “modernización” en con-tra de toda clase de intereses personales y de la más cerrada oposición. En ninguna otra persona confiaría tanto como en losStein a la hora de adentrarme en los pasillos del poder en Madrid durante el siglo XVIII, o bien para investigar las rece-siones secretas de las casas mercantiles de Ciudad de México yCádiz. Sin embargo, también se necesita resistencia para unalabor así, porque el nivel de detalle que acompaña esta discu-sión es casi desbordante.

Si, en mi opinión, el primero de los volúmenes pecaba de loque me parecieron anticuados prejuicios sobre la incapacidadde los españoles para adoptar la causa del crecimiento econó-mico y encaminarse hacia una civilización moderna, Apogee ofEmpire no es tan condenatorio y en cierto momento reconoce lanecesidad de tomar en consideración “el contexto dado por lascondiciones y la inercia” del tiempo y del lugar. Esto lo con-vierte en un texto más equilibrado y convincente que el ante-rior. Al igual que los restantes libros reseñados en este artículo,posee el gran mérito de tratar a España y su imperio americanobajo un mismo marco. Además, cuenta con algunas piezas de

17 Entre las obras más recientes sobre el surgimiento de la ideología imperial británica duran-te el siglo xviii, hay que mencionar la de David Armitage, The Ideological Origins of the BritishEmpire (Cambridge University Press, 2000).

18 Stanley J. Stein y Barbara H. Stein., Apogee of Empire: Spain and New Spain in the Age Of CharlesIII, 1759-1789, John Hopkins University Press, 464 pp.

19 Oxford University Press, 1970.20 Plata, comercio y guerra: España y América en la formación de la Europa moderna (Crítica, 2002).

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colección, como el análisis de la destitución del ministro refor-mista de Carlos III en 1796, el marqués de Esquilache, mediantela combinación de revueltas violentas con una serie de interesespersonales.

Las implicaciones de esta destitución para el futuro de lasreformas introducidas por los Borbones fueron profundas, algoque los Stein siguen detalladamente a través de la historia de losesfuerzos realizados por el gobierno para incrementar los ingre-sos y liberar el sistema comercial monopólico con América. Elprograma reformista Borbón, inspirado en los éxitos ingleses yguiado por consideraciones “racionales” de maximización de losrecursos coloniales con el objeto de devolver a España al lugaradecuado que le correspondía entre las naciones de Europa, esampliamente criticado como responsable de socavar la estruc-tura del imperio español de las Indias, lo que conduciría pos-teriormente a la independencia de América Latina. Claro quefueron los británicos, al volver la espalda al ejemplo ofrecidopor los Habsburgo en España, quienes primero perdieron suimperio en América.

David Lupher nos recuerda que el teórico de la agriculturadel siglo XVIII Arthur Young, ignorando la influencia ejercidapor el modelo romano sobre España, escribiría lo siguiente sobrelos días de apogeo del imperio español: “En la hora presente,contamos con su ejemplo para guía de nuestras creencias, encambio ellos no tuvieron ejemplo que guiase su conducta.” Sólocuatro años después de que fueran escritas estas palabras, lascolonias británicas en América declararían su independencia.El imperio español, en cambio, superó la crisis ocurrida en lasdécadas de 1770 y 1780 y sobrevivió por otra generación más,hasta que la población mestiza, siguiendo el ejemplo de los colo-nos norteamericanos, se liberó de la madre patria. Trescientosaños de imperio tocaban a su fin.

Si bien se trataba de un imperio con muchas falencias, en elmundo angloamericano existe una extendida ignorancia e incom-prensión sobre los aspectos más positivos presentes en los éxitosde la España imperial. Una oportunidad para reconsiderar estebalance fue ofrecida desde mediados de octubre del 94 en el museode Arte de Seattle, que en asociación con el Patrimonio Nacio-nal de España organizó la exposición “Spain in the Age ofExploration, 1492-1819” (España en la era de la exploración)21.Durante los últimos años, el Patrimonio Nacional ha realizadouna destacable labor para la conservación, restauración y exhi-bición de la extraordinaria riqueza de los tesoros arquitectóni-cos y artísticos a su cargo y, tal como aclara el cuidado catálogo,la exposición ofrece una oportunidad única para contemplarmuchos trabajos que jamás han sido exhibidos fuera de España.

Algunos de ellos aparecen como una verdadera revelación.Hasta hace poco, como lo demuestra un artículo de reciente apa-rición, se daba por descontado que “Hasta la llegada de los holan-

deses en la década de 1630, el Nuevo Mundo nunca había sidoexaminado de forma científica. Su flora y fauna nunca habíansido catalogadas; sus pueblos jamás habían sido descritos en formasistemática.”22 Pues bien, uno de los cuatro grandes temas de laexposición es “La ciencia y la corte”. Así, en el ensayo que formaparte del catálogo titulado “‘El mundo es sólo uno y no muchos’:Representación del mundo natural en la España Imperial”, JesúsCarrillo Castillo da cuenta de la expedición científica encargadaen 1569 por Felipe II para estudiar la flora de México y Perú. Fueel mismo año en que Juan de Ovando envió su cuestionario paraobtener una descripción de los territorios americanos, lo que tes-tifica el interés de la corte por obtener información precisa sobrela enorme extensión de tierra gobernada por España.

La expedición fue comandada por el doctor de la corte,Francisco Hernández, quien nunca alcanzaría Perú. Sin em-bargo, pasó siete años en México realizando investigación yhaciendo un enorme esfuerzo para clasificar su flora y su fauna,totalmente nuevas para los europeos. El resultado quedó reuni-do en un manuscrito de 16 volúmenes donde se describían másde tres mil plantas, cuarenta cuadrúpedos, 58 reptiles, treintainsectos y 35 minerales. Para mayor tragedia, este monumentaltrabajo fue destruido en un incendio ocurrido en el Escorial en 1671. Sin embargo, dos copias de las ilustraciones originalestomadas de otro manuscrito y presentes en la exposición danuna idea de la riqueza perdida.

Los otros grandes temas de la muestra son “Imágenes delimperio”, “Espiritualidad y mundanidad” e “Intercambio a tra-vés de culturas”, explorados en forma clara e informativa en losensayos del catálogo. En un acercamiento vivo y sugerente altratamiento de los retratos reales españoles, Sarah Schroth hace notar cómo los descendientes de Carlos V establecen una referencia directa con los retratos de la Antigüedad y delRenacimiento de los doce emperadores de Roma al hacerseretratar en armadura de batalla o en traje de victoria, sosteniendoel báculo de un general. Aunque técnicamente nunca llegarona ser emperadores, el modelo ofrecido por la Roma imperialsiempre estuvo a mano.

Al evocar algunos de los logros que acompañaron la adqui-sición española de su imperio americano, esta exposición que seextiende por tres siglos nos recuerda también su duración –unaduración en algo comparable a ese imperio romano al que inten-tó imitar y superar simultáneamente–. Consciente del incenti-vo que ofrecía, así como de la advertencia que planteaba la Romaimperial, el imperio español desarrolló sus propios mecanismosde supervivencia, que le fueron perfectamente útiles durante unlargo periodo. Los ejemplos, ya sean buenos o malos, no son guíasinfalibles en la política. Sin embargo, quienes se consideran asalvo de los procesos históricos de auge y caída de un imperio,con toda probabilidad se darán cuenta de que es la historia laque tiene la última palabra. ~

– Traducción de Pedro Donoso© 2004 NYREV, Inc.

21 Spain in the Age of Exploration, 1492-1819. Una exposición en el Museo de Arte de Seattle, 16de octubre, 2004-2 de enero, 2005; y en el Norton Museum of Art, West Palm Beach,Florida, 2 de febrero-1 de mayo, 2005. Catálogo de la exposición editado por ChiyoIshikawa. Seattle Art Musem/University of Nebraska Press, 240 pp. 22 Ver Benjamin Moser, “Dutch Treat”, The New York Review, 12 de agosto, 2004.