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 Lucía Miranda, una historia de amor en la conquista  Cuenta la leyenda, que en la expedición realizada por Sebastián Caboto ocurrió una historia muy particular. Como dice una canción: "Ésta es la historia del eterno triángulo", sólo que en este caso son dos caciques timbúes los que le disputan a un español el amor de una hermosa española llamada Lucía Miranda. La expedición de Caboto había fundado un fuerte el 11 de mayo de 1527 a orillas del Carcarañá, río que desem-boca en el Paraná. Fue el primer establecimiento europeo en nuestro territorio, y fue llamado Sancti Spiritus. La leyenda nos llega a través del historiador Ruy Díaz de Guzmán en su libro La Argentina, de 1612. Se cuenta que entre los timbúes que habitaban la zona del fuerte, había dos caciques que eran hermanos. Uno se llamaba Mangoré, y el otro, Siripo, de unos treinta años ambos, valientes y expertos en las artes de la gu erra. Mangoré se había enamorado de una mujer española que vivía en la fortaleza, llamada Lucía Miranda; estaba casada con el español Sebastián Hurtado. Los timbúes tenían tratos con los españoles y les llevaban alimentos. Mangoré le hacía muchos regalos a Lucía, y la ayudaba dándole comida. La española, muy agradecida por los regalos, le daba un trato muy amoroso. El caci-que se entusiasmó más de la cuenta con Lucía. Tanto pensaba en ella, que organizó en su mente el rapto de su amor no correspondido. Decidió invitar al marido de Lucía a mudarse a su pueblo, donde recibiría hospedaje y amistad, pero el español, con buenas razones, se negó. El cacique terminó por perder la paciencia. Con gran indignación y mortal pasión, al ver que la española no le prestaba la at ención que él deseaba, y el esposo menos todavía, comenzó a preparar una traición a los españoles para conseguir a Lucía. En ese momento de la historia entra en acción el otro cacique, su hermano Siripo. Mangoré le dice que no con-venía obedecer a los españoles, porque éstas eran tierras timbúes, y ellos eran tan señores en sus cosas, que en po-cos días los pondrían bajo su control, y en perpetua servidumbre. Entonces le pide a su hermano que lo ayude a destruir a los españoles, matando a todos y asolando el fuerte. Pero Siripo no quiere saber nada, y le pregunta cómo podía él pensar en una traición, cuando los españoles siempre le habían profesado amistad y él se sentía tan atraído por Lucía. Mangoré le replica indignado que así convenía para el bien común de los timbúes, y como él lo quería así, su hermano tenía que aceptarlo. Con esto persuadió a Siripo que accedió a realizar el

Lucía Miranda

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Lucía Miranda, una historia de amor en la conquista

 

Cuenta la leyenda, que en la expedición realizada por Sebastián Caboto ocurrió una historia muy 

particular. Como dice una canción: "Ésta es la historia del eterno triángulo", sólo que en este caso

son dos caciques timbúes los que le disputan a un español el amor de una hermosa española

llamada Lucía Miranda.

La expedición de Caboto había fundado un fuerte el 11 de mayo de 1527 a orillas del Carcarañá, río

que desem-boca en el Paraná. Fue el primer establecimiento europeo en nuestro territorio, y fue

llamado Sancti Spiritus.

La leyenda nos llega a través del historiador Ruy Díaz de Guzmán en su libro La Argentina, de 1612.

Se cuenta que entre los timbúes que habitaban la zona del fuerte, había dos caciques que eran

hermanos. Uno se llamaba Mangoré, y el otro, Siripo, de unos treinta años ambos, valientes y 

expertos en las artes de la guerra. Mangoré se había enamorado de una mujer española que vivía en

la fortaleza, llamada Lucía Miranda; estaba casada con el español Sebastián Hurtado.

Los timbúes tenían tratos con los españoles y les llevaban alimentos. Mangoré le hacía muchos

regalos a Lucía, y la ayudaba dándole comida. La española, muy agradecida por los regalos, le daba

un trato muy amoroso. El caci-que se entusiasmó más de la cuenta con Lucía. Tanto pensaba en ella,

que organizó en su mente el rapto de su amor no correspondido. Decidió invitar al marido de Lucía

a mudarse a su pueblo, donde recibiría hospedaje y amistad, pero el español, con buenas razones, se

negó. El cacique terminó por perder la paciencia. Con gran indignación y mortal pasión, al ver que

la española no le prestaba la atención que él deseaba, y el esposo menos todavía, comenzó a

preparar una traición a los españoles para conseguir a Lucía.

En ese momento de la historia entra en acción el otro cacique, su hermano Siripo. Mangoré le dice

que no con-venía obedecer a los españoles, porque éstas eran tierras timbúes, y ellos eran tan

señores en sus cosas, que en po-cos días los pondrían bajo su control, y en perpetua servidumbre.

Entonces le pide a su hermano que lo ayude a destruir a los españoles, matando a todos y asolando

el fuerte. Pero Siripo no quiere saber nada, y le pregunta cómo podía él pensar en una traición,

cuando los españoles siempre le habían profesado amistad y él se sentía tan atraído por Lucía.

Mangoré le replica indignado que así convenía para el bien común de los timbúes, y como él lo

quería así, su hermano tenía que aceptarlo. Con esto persuadió a Siripo que accedió a realizar el

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ataque en el momento más oportuno.

La traición 

Mangoré planeó el asalto al fuerte con más de cuatro mil hombres, aprovechando la salida varios

españoles en busca de comida, entre ellos el marido de Lucía. Así salió con treinta hombres hacia la

fortaleza, con comida y otras cosas, y repartió todo entre los españoles. Éstos, agradecidos, lo

hospedaron en el fuerte por aquella noche. Una vez seguro de que todos dormían, Mangoré mandó

matar a los centinelas, y abriendo la puerta hizo que entra-ran los cuatro mil hombres que

esperaban emboscados fuera del fuerte. Los españoles se defendieron con gran va-lentía, pero ésta

no alcanzó. Fue una carnicería. Los pocos que pudieron salir con vida escaparon hacia los barcos y 

se salvaron. Mangoré murió en el ataque.

Sólo quedaron con vida en el fuerte cinco mujeres, entre las cuales estaba la tan cara Lucía Miranda,

más cuatro muchachos que fueron capturados. Siripo, viendo a su hermano muerto por una mujer

española, lloró mucho, y lo único que pensó fue en quedarse con ella como prenda.

El Triángulo 

Lucía lloraba mucho por su situación, aunque Siripo la trataba muy bien. El cacique, al verla así, la

tomó por mujer y la consolaba diciéndole que era señora de todos sus dominios.

 Al tiempo llegaron ante Siripo unos guerreros con un cautivo; era Sebastián Hurtado, el marido de

Lucía. Éste, viendo el fuerte destruido, sólo pensó en buscar a su mujer y quedarse prisionero de los

timbúes, si eso bastaba para ver a su Lucía. Siripo, al reconocerlo, ordenó que lo ejecutasen. Pero

Lucía rogó por su marido y Siripo accedió a tomarlo como esclavo.

Sin embargo, ocurrió que Lucía y su esposo se veían a escondidas del cacique, y éste se enteró por

una de sus esposas que estaba celosa de la “españolita”. Preso de una rabia infernal mandó que se

armase una gran pila de madera sobre la cual se puso a Lucía Miranda y la prendió fuego. Ella

aceptó con gran valor la sentencia y muerte. Al marido le reservó otro tipo de muerte. Lo ataron de

pies y manos a un algarrobo, y le lanzaron dardos, primero, y luego, flechas hasta que lo mataron.

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La historia 

Hasta acá la leyenda. ¡Qué historia! Pero ¿fue cierta? Eso parece ¿no?, aunque está comprobado por

diversos historiadores que no hubo ni una mujer en la expedición de Sebastián Caboto.

Lo cierto es que los españoles y los indígenas tenían un trato cordial, comprometiéndose estos

últimos a traer alimentos a cambio de mercancías que los españoles les daban. El trato de los

españoles a los indígenas no era de igual a igual, como estos últimos habrían esperado.

Un día, antes de que Caboto partiera en expedición, ocurrieron diversos incidentes con los

indígenas, que dieron lugar a fuertes actos de violencia por parte de los españoles. Los indígenas

dejaron de ir a comerciar al fuerte. Todo hacía temer un ataque indígena. Una vez partido Caboto, el

capitán Gregorio Caro, encargado del fuerte, descuidó su defensa. Había muchos españoles que

tenían sus casas fuera del muro, si se le podía decir muro a una pila de tierra. En septiembre de

1529, pocos días después de partir Caboto en expedición, tuvo lugar el asalto, incendio y destrucción

del fuerte de Sancti Spiritus.

Ocurrió de madrugada, la guardia del fuerte no estaba en su lugar. Varios cientos de indígenas

habían rodeado el fuerte en silencio durante la noche y se lanzaron de golpe sobre los somnolientos

españoles. Éstos, en vez de dar lucha hasta la muerte como cuenta la leyenda, salieron despavoridos

sin saber hacia dónde correr. El jefe del fuerte, Gregorio Caro, que en la leyenda tiene otro nombre y 

muere valientemente, fue el primero en refugiarse en los barcos, seguido por varios otros. Uno de

los barcos logró retirarse de la zona de combate, pero el otro quedó vara-do, y no pasó mucho hasta

que los indígenas lo tomaron y quemaron. El fuerte fue destruido totalmente junto con las veinte

casas que había mandado a construir Caboto.

La mayor parte de los antiguos historiadores de las tierras argentinas, Ruy Díaz de Guzmán, Lozano,

Guevara, Charlevoix, Azara y otros, contaron la historia de Lucía Miranda como cierta.

Modernamente, el historiador Legui-zamón demostró que fue el cronista Ruy Díaz de Guzmán el

creador de la leyenda del martirio de Lucía Miranda en la destrucción del fuerte Sancti Spiritus. Su

relato fue tomado por los historiadores posteriores, hasta que a fines del siglo XIX, el autor de la

Historia del Puerto de Buenos Aires, Eduardo Madero, formuló la primera duda, y hoy está ya

completamente demostrada la absoluta carencia de fondo histórico que tiene esta historia. Ella, sí

tiene un fondo cultural: la relación entre los españoles e indígenas, y la lucha por la tierra.

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También se quiso ver un intento de contener y desprestigiar las relaciones sexuales entre españoles

e indígenas, que por lo general sucedían al revés de lo que se cuenta en esta historia, eran más

comunes entre hombres españoles y mujeres indígenas. En la época en que Ruy Díaz escribió el

relato (principios del siglo XVII) la relación entre españoles e indígenas era muy co-mún, y 

horrorizaba los pocos sacerdotes que había en estas zonas.

Lucía Miranda y La Maldonada

Se ha dicho que en la crónica de Díaz de Guzmán hay dos novelas: la de Lucía Miranday la de La Maldonada. Por conocidas, las sintetizamos brevemente. En la expedición deCaboto, de 1526, una mujer casada, Lucía Miranda, despertó las ansias de un cacique.Este, por poseerla, incendió el fuerte de Corpus Christi, raptó a Lucía y vivió con ella;pero Lucía no abandonó a su marido y se veía con él a escondidas. Una concubina delcacique, celosa, descubrió el hecho y lo reveló al cacique. Este aprisionó a Lucía y a sumarido y los quemó vivos. Este es el novelón o la posible verdad.Algo se ha discutido sobre la tragedia. El sabio Manuel Domínguez, paraguayo, quisoacumular algunas posibilidades para justificar su autenticidad. No lo consiguió. Elhecho de que Félix de Azara, en el siglo XVIII, haya mencionado el suceso, no significaque haya sido auténtico. Sólo repitió la tradición de lo referido por Díaz de Guzmán. Laindiscutible realidad de que el fuerte de Caboto haya sido quemado tampoco pruebaque el drama haya existido. La crítica unánime considera falso el relato, por la sencillarazón de que en la expedición de Caboto no embarcaron mujeres. Lo demostróEduardo Madero, en su Historia del Puerto de Buenos Aires, en 189230, y José ToribioMedina, años después, en su monumental estudio sobre El veneciano Sebastián Cabotoal servicio de España31. Sin mujeres, ni ninguna mención documental de Luca ydemás dramatis personae, no hay historia que valga. Díaz de Guzmán, enconsecuencia, inventó la novela o la tragedia nunca existida. El argumento sirvió deejemplo a una de nuestras primeras escritoras y, más tarde, a otros novelistas, comoHugo Wast, poetas y cuentistas.Sin embargo, un instante de reflexión es necesario. Díaz de Guzmán no era novelistani cuentista. No tenía imaginación ni necesidad de crear semejante episodio. De algúnlado debió salir ese argumento. Lo más probable, como en otros casos, es una posibleconfusión de fechas. Nosotros, hace tiempo, elaboramos una reconstrucción del hecho

que puede aclarar algunas dudas. En la expedición de Caboto, de 1526, no habíamujeres. Es algo que no se discute. En cambio, en 1536, diez años más tarde --un 36en lugar de un 26--, en la expedición de don Pedro de Mendoza, había mujeres. Esalgo que tampoco se discute. Hemos hallado los nombres de algunas de ellas, entre lascuales había enamoradas, o sea, muy amplias en sus atenciones. El fuerte de Cabotofue destruido, quemado por los indios. El fuerte de Corpus Christi, fundado por ordende Mendoza, también fue quemado. El enamoramiento del indio por Lucía pudo haberexistido en la tragedia de 1536 que, andando setenta años, cuando escribió Díaz de

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Guzmán, pudo ser ubicado, por un simple error de fechas, no en 1536, en laexpedición de Mendoza, en que había mujeres y Corpus Christi fue quemado, sino en1526, en que también fue quemado Sancti Spíritus. En otras palabras: unacontecimiento de 1536, posiblemente real, fue ubicado en 1526, en que no eraposible por la ausencia de mujeres. En cuanto a los nombres de los personajes, los de

los indios todos pudieron ser reales, y los de los españoles no se hallaron endocumentos porque las listas de los acompañantes de Mendoza son sumamenteincompletas. Sólo los hay parecidos. He aquí una explicación que quita a Díaz Guzmánla probabilidad de ser el primer novelista de Paraguay y Río de la Plata.En el caso de La Maldonada, el argumento es muy distinto. Francisco Ruiz Galán,representante de don Pedro de Mendoza, como su segundo, cuando el adelantadopartió a España, quedó en Buenos Aires y se hizo famoso por su crueldad. Díaz deGuzmán relata que, una vez, condenó a una mujer, conocida como La Maldonada, aestar atada a un árbol para que la comiesen las fieras. La Maldonada vio acercarse auna leona, la cual, en vez de devorarla, la protegió de otros animales. El hecho sedebió a que La Maldonada, tiempo antes, había hallado a la leona en el momento de

dar a luz y la había ayudado. La leona la habría reconocido, etcétera. Groussac dijoque era una reminiscencia de Las noches éticas, de Aulio Gelio, en que un episodiosemejante ocurrió con un cristiano en el circo de Roma. El esclavo había sacado unaespina a un león, en África, y éste lo habría reconocido en el circo y, por tanto, nodevorado. La semejanza es indudable. Lo que no sabemos es si ejemplares de AulioGelio había en Paraguay y si Díaz de Guzmán disfrutó de su lectura. En cambio, lo quemuy bien sabemos es que Francisco Ruiz Galán tenía la costumbre de condenar a losconquistadores a ser atados a un árbol para que los comiesen las fieras. Elconquistador Antonio de la Trinidad, a su regreso a España, levantó un expedientepara acusar a Ruiz Galán de haberlo hecho atar con un árbol con una cadena y echarloen el campo a los tigres que lo comiesen. Lo mismo que sucedió a La Maldonada. El

episodio referido por Díaz de Guzmán no difiere mucho de este hecho biendocumentado de la Trinidad. En cuanto a la influencia de Aulio Gelio hay que notar queéste habla de una espina y Díaz de Guzmán del parto de una leona. La Maldonadapudo ser la mujer de un Maldonado cuyo nombre es el de una ciudad de la costauruguaya próxima a Punta del Este.La Argentina de Díaz de Guzmán, crónica o anales del descubrimiento, conquista ycolonización del Río de la Plata y Paraguay, es la mejor historia de esta parte deAmérica antes de que los investigadores modernos acudiesen a los archivos. Ya dijimosque fue glosada y plagiada por sus sucesores en el campo de nuestra historia. Fue unaguía y un modelo, un rumbo del cual nadie se apartó. Su mayor crítico y comentarista,el franco-argentino Paul Groussac --más franco que argentino--, antiespañol y

anticriollo, le dedicó un ensayo que, en su época, fue considerado insuperable por laprecisión de sus anotaciones. Una revisión de su crítica, hecha por nosotros, demostróla endeblez de muchas de sus correcciones y censuras. Creemos haber reivindicado aDíaz de Guzmán de todo lo malo que se le achacó. Aún queda mucho por hacer. Lohistoriadores que nos sucedan deben volver a las páginas de Díaz de Guzmán connuevos aportes documentales y nuevas concepciones críticas.