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L. CERFAUX LA SALVACION EN S. PABLO La salvación siempre ha sido la preocupación central del hombre. Hoy, tal preocupación se ha hecho angustiosa. Sólo el Cristianismo posee la palabra salvadora. Nadie como S. Pablo la ha expuesto con toda su profundidad y riqueza. La Soteriologie Paulinienne, Divinitas, 5 (1961), 88-114. La muerte y resurrección de Cristo en la obra salvadora de Dios. El orden histórico de. los hechos nos invita a comenzar hablando de la muerte de Cristo. El orden pedagógico en cambio, pide comenzar por la resurrección. Así lo hizo san Pablo explicados los frutos de la resurrección de Cristo, le fue mas fácil dar a entender el por qué de su muerte. Tal fue también el proceso de la fe de los primeros cristianos. El primer dogma que aceptó la Iglesia primitiva fue la resurrección de Jesucristo; desde la fe en la resurrección le fue fácil creer que Cristo ha muerto por nuestros pecados, según las Escrituras (1 Cor 15, 3). La resurrección de Cristo fue aceptada, desde el principio, como fundamento de nuestra salvación: en ninguno otro hay salud (fuera de Jesús resucitado) pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Act 4, 12). Por eso en seguida entendieron los judíos que habían empezado los tiempos nuevos, anunciados por los profetas. De este modo la predicación de Cristo resucitado, entronca con toda la corriente soteriológica del Antiguo Testamento. Y en qué sentido la resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra salud? El capítulo 15 de la 1.ª Carta a los Corintios es una amplia respuesta a esta: cuestión: Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que mueren (1 Cor 15, 20). La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra esperanza, porque Jesucristo ha resucitado como anticipo y primicia de nuestra resurrección: Si Cristo es primicia, nuestra resurrección habrá de ser conforme a la suya; la resurrección nos configurará al Cristo glorioso: llevaremos la imagen del hombre, celeste (1 Cor 15, 49). De ahí que Jesucristo resucitado sea no sólo el fundamento, sino también el modelo de nuestra salvación. Configuración con Cristo glorioso, término y plenitud del dinamismo ascendente de todo cristiano que predestinado a ser conforme a la imagen del Hijo (Rom 8, 29) ha de ir esculpiendo en sí mismo con el ejercicio de las virtudes, la imagen de Jesucristo. Por su resurrección se ha hecho posible, en el tiempo, tal transformación. Pero a su vez la resurrección de Cristo ha sido posible porque fue precedida de su muerte. Situados en este horizonte nos es más fácil comprender el sentido de la muerte: era necesario que Cristo muriera para que, siendo enemigos, fuéramos reconciliados con Dios (Rom 5, 10). La muerte ha rescatado la amistad con - Dios, legada a nosotros por la resurrección. Y si Cristo ha muerto para resucitar, nuestra glorificación pedirá también una muerte a nuestros pecados por el bautismo (Rom 6, 4), al hombre viejo por el espíritu (Ef 4, 22), según fórmulas paulinas.

Lucien Cerfaux

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L. CERFAUX

LA SALVACION EN S. PABLO

La salvación siempre ha sido la preocupación central del hombre. Hoy, tal preocupación se ha hecho angustiosa. Sólo el Cristianismo posee la palabra salvadora. Nadie como S. Pablo la ha expuesto con toda su profundidad y riqueza.

La Soteriologie Paulinienne, Divinitas, 5 (1961), 88-114.

La muerte y resurrección de Cristo en la obra salvadora de Dios.

El orden histórico de. los hechos nos invita a comenzar hablando de la muerte de Cristo. El orden pedagógico en cambio, pide comenzar por la resurrección. Así lo hizo san Pablo explicados los frutos de la resurrección de Cristo, le fue mas fácil dar a entender el por qué de su muerte. Tal fue también el proceso de la fe de los primeros cristianos. El primer dogma que aceptó la Iglesia primitiva fue la resurrección de Jesucristo; desde la fe en la resurrección le fue fácil creer que Cristo ha muerto por nuestros pecados, según las Escrituras (1 Cor 15, 3).

La resurrección de Cristo fue aceptada, desde el principio, como fundamento de nuestra salvación: en ninguno otro hay salud (fuera de Jesús resucitado) pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Act 4, 12). Por eso en seguida entendieron los judíos que habían empezado los tiempos nuevos, anunciados por los profetas. De este modo la predicación de Cristo resucitado, entronca con toda la corriente soteriológica del Antiguo Testamento.

Y en qué sentido la resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra salud? El capítulo 15 de la 1.ª Carta a los Corintios es una amplia respuesta a esta: cuestión: Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que mueren (1 Cor 15, 20). La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra esperanza, porque Jesucristo ha resucitado como anticipo y primicia de nuestra resurrección:

Si Cristo es primicia, nuestra resurrección habrá de ser conforme a la suya; la resurrección nos configurará al Cristo glorioso: llevaremos la imagen del hombre, celeste (1 Cor 15, 49). De ahí que Jesucristo resucitado sea no sólo el fundamento, sino también el modelo de nuestra salvación.

Configuración con Cristo glorioso, término y plenitud del dinamismo ascendente de todo cristiano que predestinado a ser conforme a la imagen del Hijo (Rom 8, 29) ha de ir esculpiendo en sí mismo con el ejercicio de las virtudes, la imagen de Jesucristo. Por su resurrección se ha hecho posible, en el tiempo, tal transformación.

Pero a su vez la resurrección de Cristo ha sido posible porque fue precedida de su muerte. Situados en este horizonte nos es más fácil comprender el sentido de la muerte: era necesario que Cristo muriera para que, siendo enemigos, fuéramos reconciliados con Dios (Rom 5, 10). La muerte ha rescatado la amistad con -Dios, legada a nosotros por la resurrección. Y si Cristo ha muerto para resucitar, nuestra glorificación pedirá también una muerte a nuestros pecados por el bautismo (Rom 6, 4), al hombre viejo por el espíritu (Ef 4, 22), según fórmulas paulinas.

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Con la muerte y resurrección de Cristo queda cerrado el evangelio de salvación. Para que este evangelio produzca su fruto, ha de ser trasmitido por la predicación de los apóstoles y aceptado por la fe del pueblo. Mensaje y fe son las dos condiciones que hacen posible el efecto salvífico de la muerte y resurrección de Cristo (Rom 1, 16-17), que se despliega en el tiempo y apunta a la parusía como a su plenitud. La salvación cristiana tiene pues como dos ritmos: uno de primicia, de participación en el tiempo; el otro de posesión plena en la . eternidad. Empecemos por este último.

La salvación escatológica

La parusía abierta al hombre por la resurrección de Cristo, se desarrolla en dos escenas principales: la venida de Cristo, la resurrección de los muertos.

San Pablo en las dos cartas a los Tesalonicenses y en el capítulo 15 de la primera a los Corintios, nos describe la venida del Señor en medio de nubes, precedido por la trompeta del ángel y rodeado del cortejo de los resucitados que han de juzgar al mundo y aun a los ángeles. Su doctrina está enteramente dentro de la línea de la tradición judía que nos trasmiten el Salmo 109 y algunos de los capítulos de Daniel, y que queda plasmada en el Nuevo Testamento en el capítulo 24 de san Matea y en el Apocalipsis. Por esto no nos ocuparemos de ella.

Más específicamente paulino es el segundo aspecto señalado: la resurrección, de los muertos. San Pablo señala tres tiempos en la resurrección: la resurrección de Cristo, la de los cristianos, la de todos los hombres (1 Cor 15,23-24).

Ya hemos hablado del hecho de la resurrección de Cristo. Aunque haya sucedido mucho antes de. su segunda venida, puede considerarse como suceso escatológico, pues por la resurrección se inauguran los tiempos nuevos en la vida del Pueblo de Dios.

El segundo tiempo señalado por san Pablo es la resurrección de los cristianos, la reanimación de su cuerpo mortal. Los Corintios se podrían preguntar sobre la oportunidad de la resurrección: ¿no serié mejor dejar al alma sola sin el peso del cuerpo? La mentalidad espiritualista de Platón, su concepción demasiado dicotómica del. hombre favorecían sin duda esta actitud en el pueblo griego. Sin embargo san Pablo afirma la resurrección del cuerpo. La razón siempre es la misma: porque Cristo resucitó saliendo con su propio cuerpo del sepulcro.

Pero que no teman los Corintios: este cuerpo no será el cuerpo groseramente carnal, corruptible, que la carne y sangre no pueden poseer el reino de Dios, ni la corrupción heredara la incorrupción (1 Cor 15, 50); sino que seremos inmutados y revestidos de mortalidad (1 Cor 1:J, 5)-53).

La espiritualización del cuerpo no la entiende san Pablo de un nodo filosófico, sino religioso. Para los griegos, espíritu es la parte superior del hombre que se contrapone a la materia; por eso sería inconcebible, según esta mentalidad, un cuerpo espiritualizado. Pero el espíritu -el neuma paulino-, no es la mente humana, sino el fruto de la experiencia religiosa tal como se manifiesta en el Antiguo Testamento. Espíritu es un contacto con Dios a través de su fuerza y su santidad. La espiritualización así entendida,

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como transformación en Dios, no excluye la materia, la asume elevándola al rango de la gloria.

Un último tiempo: la resurrección de todos, el fin.

A primera vista podría parecer que san Pablo habla solamente de la resurrección de los cristianos y no dice nada de la resurrección universal. La descripción del fin, y en especial la frase: el último enemigo reducido a la nada será la muerte (1 Cor 15,26), prueban sin embargo lo contrario. Advirtamos además que san Pablo se mueve dentro de la línea de la tradición que veía en la resurrección de los muertos un requisito para poderse presentar al tribunal que ha de premiar o castigar a todos los hombres. Este tribunal es para san Pablo universal: para que cada uno reciba el premio de sus acciones (2 Cor 5, 10).

Con la resurrección universal Cristo restaura definitivamente su reino por la aniquilación de todo principado, toda potestad y todo poder (1 Cor 15, 24). En el juicio unos serán premiados por sus buenas obras, otros castigados a la eterna condenación, humillados en la soberanía de Cristo (Rom 2, 6-11).

Vencido el enemigo, Jesucristo devuelve su reino al Padre. El océano vivo de la eternidad invade el río del tiempo. Sin embargo el Hijo, realizador de la obra temporal, permanece el Hijo encarnado, sometido al Padre. Todos los que han creído en Él quedan integrados a su propia sumisión. Dios será todo en todas las cosas (Cor 15,28) escribe san Pablo en fórmula estoica. En la sumisión total de la criatura que permanece presente a Dios en la imagen de su Hijo,. Dios exalta su gloria.

El hombre está delante de Dios con su cuerpo glorificado, pero es su inteligencia, su alma; quien vive en la alegría, porque en adelante verá a Dios cara a cara (1 Cor 13, 12). El alma conoce a Dios como es conocida por Él desde toda la eternidad (ibídem). Su eternidad comienza en el cara a cara; mejor: ella es el cara a cara.

Realización actual de la salvación

Como hemos dicho desde la resurrección de Cristo vivimos ya en tiempos escatológicos, estamos participando de la salvación futura. San Pablo habla abundantemente de este tema. La necesidad de presentar un objeto adecuado a la indigencia intelectual y mística de los griegos le da ocasión para ello. Además, el tema central de la predicación paulina: la ley ha caducado; ha sido suplida por la justicia en Cristo, implica esta inmanencia de lo escatológico en el tiempo. Su doctrina la podríamos resumir en tres puntos:

El Espíritu Santo anticipa al cristiano la participación en los bienes celestes.

La unión con Cristo por el Bautismo es unión con Cristo resucitado.

Desde ahora poseemos ya la justicia, don de Dios.

Los dones del Espíritu Santo

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San Pedro la mañana de Pentecostés explica así el fenómeno del don de lenguas de tos apóstoles: No están borrachos como vosotros suponéis, pues no es aún la hora tercia; esto es lo dicho por el, profeta Joel: ,y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños (Act 2, 15-17).

Es la presencia del Espíritu Santo que se manifiesta por sus dones ya desde los albores de la Iglesia.

Para san Pablo esta presencia del Espíritu tiene un doble sentido escatológico: es primicia del cielo (Rom 8, 23); es prenda de nuestra herencia (Ef 1,14). Es primicia en cuanto nos comunica algo de la gloria futura; es prenda en cuanto nos asegura su plena posesión.

La presencia del Espíritu en el alma del cristiano y por él en todo el cuerpo de la Iglesia; se manifiesta de múltiples formas. En primer lugar por los carismas, que Pablo enumera en varios pasajes de sus cartas. Carismas propios especialmente de los primeros tiempos de la Iglesia, y para utilidad de todo el cuerpo. Don del Espíritu es también nuestra filiación divina que nos hace suspirar por su plena realización en la otra vida (Rom 8, 23). El Espíritu presente en nosotros es además quien nos comunica la sabiduría de Dios, que nos hace capaces de juzgar de las cosas de Dios, que el hombre carnal no puede entender. Este Espíritu que todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios, es el que nos comunica un anticipo de los bienes futuros, los que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor 2, 9). Por fin, el Espíritu Santo se manifiesta por las virtudes teologales por, las que participamos oscuramente de la futura visión de Dios, pues la fe es mirada de nuestra inteligencia puesta inmediatamente sobre Dios, y la caridad no pasa jamás (1 Cor 13, 8).

El Espíritu, ya sea como prenda ya como primicia, se manifiesta siempre, realización en el tiempo de la salvación escatológica.

Unión a Jesucristo resucitado

Pero no sólo se manifiesta por los dones del Espíritu, sino también por la unión a Jesucristo resucitado, con cuya configuración se ha de consumar nuestra resurrección.

San Pablo habla de ello en múltiples pasajes: He muerto a la ley para vivir para Dios (Gál. 2, 19); No vivo yo, es Cristo quien vive en mi (Gál 2, 20); porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me libró del pecado y de la muerte (Rom 8, 2) etc. etc. Por la resurrección la vida de Jesús se ha injertado en los cristianos.

La posesión de la justicia

Creemos sin embargo que se podría reducir esta fórmula a cualquiera de las dos anteriores: justificación es sinónimo de don del Espíritu o de vida en Cristo resucitado. San Pablo usa el verbo justificar en el sentido que los griegos daban a la justicia: pago por una deuda, por el pecado en concreto: Y ahora son justificados gratuitamente por su gracia, por la redención de Cristo Jesús (Roni 3, 24). Por eso cuando ha de explicar en

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su controversia con los judíos que las obras de Jesucristo son lo que nos redime del pecado en contraposición a las obras de la ley, S. Pablo usa el verbo justificar -dicaiosis-. Fuera de esta intención polémica, apenas emplea tal fórmula y usa otras expresiones sinónimas: vida en Cristo, presencia del Espíritu.

En resumen: Ya sea como don del Espíritu, ya como vida en Jesucristo o como justificación, una misma realidad queda expresada: lo que la teología ha llamado la gracia santificarte.

Con lo dicho queda pues diseñado el papel de la gracia en la salvación del cristiano: la gracia no es sólo capacidad y garantía de salvación, es participación y como participación, posesión inadecuada que nunca agota sus posibilidades. De ahí que la gracia aparezca como un principio dinámico, susceptible de crecimiento. Principio dinámico no determinado, sino indiferenciado pues está condicionado por la libertad humana que puede frustrarlo en cualquier momento de su desarrollo. En la misma intencionalidad del dinamismo de la gracia, se abre el horizonte al que el hombre está destinado: la visión cara a cara.

Conocimiento del misterio de salvación

Para terminar señalemos el hecho de una cierta evolución en la soteriología de san Pablo: evolución en la expresión y forma de presentar su mensaje. En las primeras Epístolas hasta la primera a los Corintios, su preocupación era presentar una salvación total del hombre contra las divisiones dicotómicas de los griegos. Poco a poco el mensaje de salvación se va interiorizando al ritmo de las preocupaciones e indigencias intelectuales de sus oyentes: la salvación se presenta referida de un modo especial a la parte superior del hombre; se insiste pues en el goce del alma, aun cuando el cuerpo permanezca en el sepulcro. Más adelante el mensaje adquiere otra expresión más rica y profunda: el mensaje se ha hecho misterio del cristianismo.

Su vida en Éfeso puso a Pablo en contacto con un ambiente religioso muy apasionado por las ceremonias secretas y las doctrinas de los iniciados. Además pudo constatar que en su Iglesia de Colosas, se habían infiltrado ideas de carácter sincretista, fruto de las teorías semitas sobre los ángeles y las especulaciones cósmicas orientales, todo ello cubierto por pretendidas revelaciones, semejantes a las de los misterios griegos.

Ello hizo que san Pablo presentara su evangelio de salud en forma de Misterio, revelado por Dios a los apóstoles. La expresión es distinta; el contenido está en la misma línea de los capítulos anteriores; Además de las Epístolas de la Cautividad, tal concepción paulina se refleja en algunos pasajes de las grandes Epístolas a los Romanos y Corintios.

El misterio de salud abraza la totalidad del cosmos: todo el tiempo y todo el universo. Empezó con la predestinación eterna de Dios. Cristo, imagen de Dios, primogénito de toda criatura, en el que han sido hechos todas las cosas (Col 1, 15-16), imprime en la creación un orden del que brota un dinamismo hacia la unidad en la sumisión a Dios.

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Después, el drama. Se produce la dispersión: las fuerzas cósmicas, los ángeles del mal, se han separado de Dios, y han atraído a los hombres a su órbita: los hombres han pecado, han caído en la idolatría, se han separado de Dios.

La obra de Cristo consistirá en volver todas las cosas a la unidad a la que estaban predestinadas. Terminada su redención, el Hijo se someterá al Padre para que Dios llegue a ser Todo en todas las cosas.

Este es el misterio de salvación, el misterio de Cristo (Ef 3,4) de dimensiones ahora cosmológicas. Este misterio tiene en san Pablo un carácter de revelación; gnosis. en vocabulario griego. El misterio de Cristo es el misterio del evangelio (Ef 6 19) que Dios reveló a los Apóstoles y de un modo particular a san Pablo : A mí el menor de todos los santos, me fue otorgada esta gracia de anunciar a gentiles la incalculable riqueza de Cristo (Ef 3,8). Los Apóstoles tienen la misión de trasmitir por la predicación el misterio que será recibido por la fe de los cristianos.

Este misterio de Dios, que es Cristo, encierra en si todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia; y si como hemos dicho, se presenta como revelación, será necesario un adecuado conocimiento para tener acceso a las riquezas de Dios: A fin de que unidos en caridad, alcancéis todas las riquezas de la plena inteligencia y conozcáis el misterio de Dios, esto es a Cristo, en quien se bailan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 2-3). Este conocimiento junto con la fe, que abraza a su vez las tres virtudes teologales, nos hará cristianos perfectos: Hasta que todos alcancemos la unidad: de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos (Ef 4, 13).

Pero este conocimiento no es una gracia individual; se da en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, su pleroma. En la Iglesia es donde se revela el misterio: en ella, que abraza bajo una misma fe a judíos y gentiles, se hace patente aquella unificación de todos en Cristo. El cristiano perfecto será pues el que bajo la iluminación del Espíritu, y por la comprensión de la palabra penetra profundamente en el misterio de salud, encerrado en Cristo y patente en su Iglesia.

El misterio en el conjunto de la doctrina paulina

Lo dicho hasta aquí obliga a preguntarnos: la gnosis cristiana o conocimiento del misterio con que san Pablo formuló últimamente su síntesis soteriológica, ¿no es algo más que una mera primicia de la visión beatífica?, ¿es acaso la misma visión?, ¿o por el contrario desaparecerá completamente con ella? Y por fin: ¿qué relación tiene con los otros elementos antes insinuados: la fe, el bautismo, la caridad?

El conocimiento del misterio de Cristo, como despliegue que es de la fe, está ya en la línea de la visión: es no sólo una prenda, sino un anticipo, como la vida de Cristo lo es de su resurrección. En la parusía éste conocimiento será asumido, perfeccionado, hasta llegar al conocimiento supremo, la visión cara a cara. La síntesis soteriológica de las Epístolas de la Cautividad conserva pues las mismas características que enunciábamos al terminar el capitulo anterior: el conocimiento del misterio tiene lugar en un horizonte mayor: el de la parusía (Col 3, 4; Ef 6, 8).

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Tampoco se prescinde en esta síntesis de los elementos enunciados antes como esenciales: la caridad conserva la misma importancia que en las grandes epístolas. San Pablo lo formula en varios pasajes de las cartas de la Cautividad: enraizados y fundados en la caridad (Ef 3, 17). Caridad y gnosis están en perfecto acuerdo: el ideal de un cristiano es el de crecer sin cesar en la caridad y en la riqueza de la plenitud de la inteligencia para llegar al conocimiento del misterio de Cristo. La fe y el bautismo junto con el mensaje evangélico, siguen siendo las condiciones de salvación: En Él también vosotros que escucháis la palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salud, en el que habéis creído, fuisteis sellados con el sello de Espíritu Santo prometido, prenda de nuestra herencia, rescatando la posesión que Él se adquirió para alabanza de su gloria (Ef l, 13-14). Nada ha cambiado, pero una nueva luz ilumina el antiguo paisaje.

Tradujo y condensó: CARLOS J. BLANCH