Lucrecio - Poema sobre Epicuro

Embed Size (px)

Citation preview

Elogio de la filosofa Lucrecio Revolviendo los vientos las llanuras del mar, es deleitable desde tierra contemplar el trabajo grande de otro; no porque d contento y alegra ver a otro trabajando, mas es grato considerar los males que no tienes: suave tambin es sin riesgo tuyo mirar grandes ejrcitos de guerra en batalla ordenados por los campos: 10 pero nada hay ms grato que ser dueo de los templos excelsos guarnecidos por el saber tranquilo de los sabios, desde donde puedas distinguir a otros y ver cmo confusos se extravan y buscan el camino de la vida vagabundos, debaten por nobleza, se disputan la palma del ingenio y de noche y de da no sosiegan por oro amontonar y ser tiranos. 20 oh mseros humanos pensamientos! Oh pechos ciegos! Entre qu tinieblas y a qu peligros exponis la vida, tan rpida, tan tenue! Por ventura no os el grito de naturaleza, que alejando del cuerpo los dolores, de grata sensacin el alma cerca, librndola de miedo y de cuidado? Vemos cun pocas cosas son precisas para ahuyentar del cuerpo los dolores, 30 y baarle en delicias abundantes, que la naturaleza economiza. Si no se ven magnficas estatuas, de cuyas diestras juveniles cuelguen lmparas encendidas por las salas que nocturnos banquetes iluminan, ni el palacio con plata resplandece, ni reluce con oro, ni retumba el artesn dorado con las liras; se desquitan, no obstante, all tendidos 40 en tierna grama, cerca de un arroyo, de algn rbol copudo sombreados, a cuyo pie disfrutan los placeres que cuestan poco; sealadamente si el tiempo re y primavera esparce flores en la verdura de los campos: maligna fiebre no saldr del cuerpo si en prpura y bordados te revuelves con ms celeridad que s encamares entre plebeyas mantas y sayales. 50 Porque s la fortuna, el nacimiento, el esplendor del tronco hacer no pueden a nuestro cuerpo bienaventurado, presumimos que al nimo tampoco; si no es acaso cuando tus legiones veas que hierven por los anchos valles en simulacro y ademn de guerra; cuando veas que el mar tus velas cubren, y que le hacen gemir por todas partes,

te figures con esto que aterrada 60 la supersticin huye con espanto del nimo, y el miedo de la muerte deja entonces el pecho descuidado. Pues si vemos que son ridiculeces y vanidades estas cosas todas; y a la verdad los miedos de los hombres y los cuidados que les van siguiendo no temen el estruendo de las armas ni las crueles lanzas; audazmente se sientan con los reyes y seores: 70 ni sus fulgentes prpuras respetan ni sus diademas de oro; nico fruto de la ignorancia dudars que es todo, nuestra vida en tinieblas sepultada. As como los nios temerosos se recelan de todo por la noche, as nosotros, tmidos de da nos asustamos de lo mismo a veces que despavorir suele a los muchachos: preciso es que nosotros desterremos 80 estas tinieblas y estos sobresaltos no con los rayos de la luz del da, sino pensando en la naturaleza