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LUIS VIVES, ENRIQUE VIII Y LA PAZ DE EUROPA Ante una gran pompa de velas hinchadas que en el horizonte se avistaban, allí donde el cielo y el mar se funden en im beso trémulo, preguntábanse los marine- ros de las islas Medas, viendo avanzar una armada que pasaba de veinte galeras: —¿ Serán acaso corsarios ? —No, que son turcos de Turquía. —No, que son franceses. —No, que son moros berberiscos... Y no eran ni una cosa ni otra. A Barcelona acaba de llegar, apresurado el huelgo y la frente sudorienta, un correo enviado desde Blanes, con la nueva cierta: —Que veintiuna galeras y nueve leños con remos se van acercando. Es la armada del Emperador Carlos V, en que va embarcado prisionero el Rey de Francia. Acontecía esto el 17 de junio de 1525. Se apeó el Rey galante en la ciudad caballerosa, que respetó su dolor y le hizo olvidar su vencimiento. Alojóse en uno de los más bellos palacios de la Ciudad Condal, que era la mansión llamada del Huerto del Arzobispo de Tarra- gona, lindante con la Rambla y formando esquina con la actual calle del Conde del Asalto. Era la más linda y deseable de las cárceles, poblada de naranjos coposos que le alegraban con su color, con su olor, con 85

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L U I S V I V E S , E N R I Q U E V I I IY L A P A Z D E E U R O P A

Ante una gran pompa de velas hinchadas que en elhorizonte se avistaban, allí donde el cielo y el mar sefunden en im beso trémulo, preguntábanse los marine-ros de las islas Medas, viendo avanzar una armada quepasaba de veinte galeras:

—¿ Serán acaso corsarios ?—No, que son turcos de Turquía.—No, que son franceses.—No, que son moros berberiscos...Y no eran ni una cosa ni otra. A Barcelona acaba

de llegar, apresurado el huelgo y la frente sudorienta,un correo enviado desde Blanes, con la nueva cierta:

—Que veintiuna galeras y nueve leños con remos sevan acercando. Es la armada del Emperador Carlos V,en que va embarcado prisionero el Rey de Francia.

Acontecía esto el 17 de junio de 1525. Se apeó elRey galante en la ciudad caballerosa, que respetó sudolor y le hizo olvidar su vencimiento. Alojóse en unode los más bellos palacios de la Ciudad Condal, que erala mansión llamada del Huerto del Arzobispo de Tarra-gona, lindante con la Rambla y formando esquina conla actual calle del Conde del Asalto. Era la más linday deseable de las cárceles, poblada de naranjos copososque le alegraban con su color, con su olor, con

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LORENZO RIBF.a

su verdura. De ese su florido encierro salió paraoír misa en la catedral, que estuvo llena de lum-bres y llena de pueblo y se engalanó con los mejo-res ornamentos y lució la magnifícente custodia quehabía sido trono del postrero de los reyes de su di-nastía, Don Martín el Humano. Comulgó en lamisa; con la virtud que la credulidad popular atri-buía a la persona de los Reyes de Francia, curó lampa-rones (porcellanes, en la lengua de la tierra) a cuantosenfermos se acercaron al Cristianísimo, haciendo sobreellos la señal de la Cruz y una breve oración (i) . A lanoche, organizóse un lucido banquete en la galera real,al cual asistió la flor de la sociedad barcelonesa, y a lasalida del festín, honrado y embellecido por la presen-cia de más de veinte damas, organizóse una vistosa ca-balgata, iluminada por numerosas antorchas, que fue apasar por delante del palacio del Huerto del Arzobis-po. El Rey de Francia estuvo a la ventana, admirandoel vistoso desfile. Y reparando en las damas, tan ata-viadas como hermosas, les dirigió muchas cortesías y

(i) Esta credulidad duró muchos años. El poeta festivo de SevillaBaltasar de Alcázar (1530-1606) tiene esta linda letra, llena de travesura ysal volátil, que hace referencia a este presunto privilegio de la Casa deFrancia:

Pues el pago de mi fe,luana,, es verme, cual estoyal Rey de Francia me voy;no me preguntes a qué.Sufriendo las sinrason-esque ine hiciste, me han salidodos bultos tras el oídoque parecen lamparones:si lo son, yo no lo sé;mas por la duda en que estoy,al Rey de Francia me voy;no me preguntes a qué...

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requiebros, diciéndolas que la prisión que más sentía-era la que ellas le daban. Este gustoso cautiverio y sa-brosos hierros en que las damas barcelonesas tuvieronpreso al Rey galante, terminaron pronto. Al quinto díase acabó la deliciosa prisión. El Rey prisionero conti-nuó su viaje a Madrid, como un meteoro triste, dejan-do un fugaz perfume de madrigales.

Con el prendimiento de Francisco I, Rey de Fran-cia, ocurrido el día de la fiesta del Apóstol San Matías(24 de febrero del propio año) terminó el primer epi-sodio de las luchas crónicas que sostuvieron el ReyCristianísimo y el Rey Católico, tan crónicas y tan en-carnizadas que, partidas én tres episodios, cada uno deellos duraba el clásico decenio de las epopeyas antiguas.La fiesta de San Matías tuvo para el Emperador unasignificación augural, y fue para él un aniversario cele-bérrimo. El día de San Matías había nacido, el año de1500. El día de San Matías, año de 1525, se había ase-gurado la posesión de Italia y la hegemonía del mun-do, por la victoria de Pavía y la cautividad de Francis-co I. Coronóse en Aquisgrán de Emperador el año 1530,el día de San Matías; así que toda su vida profesó unasingular devoción al santo Apóstol que había presididosu nacimiento y sus más prósperos destinos, incoandola brillante serie de sus gloriosos cumpleaños. Hasta elmonasterio de Yuste, a cuya puerta quiso dejar todoel ruido de los negocios mundanos en las postrimerías•de su vida, le acompañó el indeleble recuerdo y la dul-císima triple conmemoración. Para ese día había al-canzado del Papa un jubileo plenísimo que se ganaba•cuantas veces se entraba a rezar en la iglesia donde él,el Emperador, estuviese vivo o enterrado. Y en Yusteaconteció que lo celebrase por última vez. Vistióse de

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fiesta y se puso el collar del Toisón de Oro. A la misa,mayor, al tiempo que se hace la ofrenda, adelantóse aofrecer los escudos y coronas correspondientes a sus-años, que en aquel año -fueron cincuenta y siete. Dios,que hace los días del hombre mensurables, quiso queaquella oblación fuese la postrera. Sus criados, aqueldía, también se pusieron galanes. Mandó que hubiera,sermón, y porque la iglesia del monasterio no era tangrande que cupiese en ella la multitud que se reunió demuchas leguas a la redonda para lucrar la indulgenciaplenaria concedida, quiso que hubiera dos sermones,,uno en la iglesia y otro fuera. En aquella ocasión se re-juveneció. Uno de sus servidores escribió: "V. vn., nopuede pensar cuan bueno está... El día de Santo Matíasalió a ofrecer al altar mayor por sus pies; es ver-dadque ayudándole un poquito..."

Tornando de esta breve digresión, diré que el epi-centro de los movimientos convulsivos de estas guerrascrónicas estaba en Italia. El sitio donde por lo comúnse debatía la ira de los reyes y el estúpido furor de lospueblos era, para decirlo con palabras de Luis Vives,la Insubria y la Galia circumpadana, esto dicho en tér-minos de humanista; dicho en términos corrientes, lacuenca del Po.

Las guerras nacían unas de las otras, con la increí-ble fecundidad con que en la mente del contemporáneoautor del Orlando furioso surgían las peripecias de gro-tescos heroísmos, sino que aquí, en Italia, teñida di san-guigno, los protagonistas eran reales, las huestes efec-tivas y la matanza verdadera. Luis Vives, con vigoro-sos trazos, describe la situación a que las guerras endé-micas habían conducido a Europa: campos talados;edificios derruidos; ciudades pujantes pobladas de so-

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ledacl, cubiertas de ceniza, y como mendigas sentadasen el suelo; hambre y frío; carestía y miseria; flojera ydesgana en el estudio; vilipendio de las letras de huma-nidad, rotura y soltura de costumbres, perversión deljuicio que aprobaba la maldad como si fuese acciónloable. De ver renovados estos acerbos frutos de laguerra de todos los tiempos, Dios perdone nuestrosojos.

"Afortunado parto de la naturaleza (exclama paté-ticamente Luis Vives), dádiva preciosa del cielo, felizagüero y prenda segura para todo el orbe cristiano seráaquel hombre por cuyo medio, Cristo posando más apa-ciblemente sus ojos sobre los negocios humanos, devol-verá la paz a su pueblo. A ese hombre mortal la huma-nidad le será deudora de una inefable sucesión de bie-nes. ¡Ojalá a muchas personas privadas a quien Diosconcedió generosa voluntad para ese empeño nobilísi-'mo, les hubiera dado la facultad correlativa! ¡Ojalávosotros, Príncipes a quien Dios con mano larga conce-dió el poder, por vuestra parte, añadierais el querer!"

Y con osado apostrofe, dirigiéndose a Carlos V, ledice estas graves palabras:

"Cierto es que Tú, bien visible y bien alta enarbo-íaste una bandera que hace que depositemos en Ti lasmejores esperanzas de la anhelada quietud del mundo.Creemos que ese generoso pecho tuyo alberga, a una>

voluntad y poder; y que Tú, que puedes tenderle lamano y levantar el nombre cristiano, del abatimientoen que se derrumbó, tienes la voluntad y pondrás el co-rrespondiente esfuerzo vigoroso. Declaran tu enormepoderío tantos y tantos reinos, no adquiridos con san-gre ni inhumanas carnicerías, sino heredados de tusmayores por un oculto consejo de Dios, que por blan-

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dos lazos matrimoniales unió a Príncipes tan distantesen dominios y en origen, con el designio de que Tú enesa crisis de los tiempos-, fueses Príncipe tan grande.A tu título de Rey, nombre que de suyo ya es glorioso ymagnífico, añadióse la sagrada y augusta dignidad deEmperador, ante la cuál se inclinan todas las otras dig-nidades humanas."

."La suerte de tu nacimiento quedó comprobada portantas victorias como se te vinieron a las manos sin quelas esperases. No sólo fueron quebrantados potentes y •temerosos ejércitos, sino que dos de los más temidosPríncipes de la Cristiandad cayeron en tu poder: Fran-cisco, Rey de Francia, y el Papa Clemente VII, que nosolamente era el supremo jerarca de la Iglesia, sino po-deroso también en riquezas, en armas, en dominios..."

Pero con estos hechos brillantes, Carlos V no hizo,dice Luis Vives, más que echar los cimientos.de haza-ñas más preclaras. Por aquel tiempo Carlos V habíaordenado la expedición a Italia; y no solamente Euro-pa, sino el Asia también, estaban colgadas del éxito deesta campaña, y en ella tenían puestos los ojos y oídos,y sobre todo en la persona del Rey: ¿Qué va a hacercon tan grandes aprestos ? ¿ Cuál va a ser el suces'o deesta empresa? Aparejos tan copiosos y tan minuciosos,maquinación tan ambiciosa y vasta, conmoción tan ra-dical que parece que España se descuaja, de su propioasiento, le dice (respondiendo a un fundado recelo deque sea para todo lo contrario), supongo que no serápara un estéril alarde de tu poderío ni para promoverun ruido huero, ¿qué cosa puede ser más ajena de estosgraves momentos ?, ni con el intento de sojuzgar a Ita-lia. Sojuzgar a Italia es (es notable esta imagen pinto-resca y expresiva) pescar -mia anguila, que por más es-

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J.UIS VIVES, ENKIOCE VIII Y LA PAZ BE EUROPA

trechelmente que la aprietes, se te escurrirá de tas nía-nos por su viscosidad. ¿ Qué empresa puede haber másreñida con tu prudencia política y con tu proceder tanrico de múltiples experiencias ? Como si fueras un pe-regrino (un turista, ahora diríamos) curioso de descu-brir a Italia, y ese tu viaje viniere a resultar un viajeentretenido y de pasatiempo. Nadie duda (el primeroque lo dudaba era el propio Luis Vives) que esa expe-dición trasalpina tiene una finalidad sólida, estable, du-radera; una finalidad cual lo desea el mundo, porquela necesita: la paz entre los príncipes, firme y perma-nente ; un acuerdo en las opiniones, que, como más útilque es a la humanidad, yo la considero más difícil quela primera, a saber, la paz entre los príncipes cristia-nos..."

"¿Has pensado alguna vez en lo que estás obligadoa hacer Tú, a quien compete la restauración de casitodo el orbe que, tambaleándose como está, necesita deun pilar como el que allá, en la mitología, cuéntase deAtlante, a quien, cuando estuvo cansado de sosteneren sus hombros el eje del mundo, Hércules se ofrecióhacer sus veces? Yo no sé si con estas columnas de tuimperial escudo quisiste significar que vas a sustituir aAtlante, puesto que en Ti renació un segundo Hércu-las. Y ahora, sin fábulas ni alegarías, dígote que tra-.bajos no desemejantes a los hercúleos tendrás que lle-var a término feliz si has de responder a las esperanzasy hacer buenos tus principios."

Todos estos pasajes citados se tomaron de la carta•dedicatoria a Carlos V del tratado De la concordia yde la Discordia.

Parece que coincidieron en París el P. Franciscode Vitoria y Luis Vives, y parece que se trataron. En

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LORENZO RIÜER

las obras de Luis Vives yo no he podido rastrearlo;pero el pacifismo de ambos respira mansedumbre apos-tólica y está impregnado del Evangelio de paz. La igle-sia tiene horror a la sangre. Fue el diablo, espíritu ho-micida, según San Pablo, enemigo jurado del linajehumano, quien introdujo en el mundo la guerra. Laguerra es una obra de la carne. Manifiestas son las obrasde la carne, dice San Pablo: Enemistades, iras, contien-das, disensiones, envidias, homicidios, todo el enormecomplejo de pasiones inconfesables que entran en elcomplejo enorme de ese crimen gigantesco. Con. triste-za hemos de reconocer que la historia humana, por unalamentable restricción, puede decirse que es la relaciónde esas matanzas metódicas y colectivas, reducidas a.-lo que se decía el arte de la guerra, espectacular, pic-tórico; arte nacido poco antes de Luis Vives en Italia,,nodriza de guerras, según J. Burckardt en La cul-tura del Renacimiento en Italia. Italia, pues, hizode la guerra una ciencia y un arte completo y ra-zonado. En Italia tuvo su expresión primera la técni-ca de guerra sabiamente conducida. Durante la guerramilano-veneciana (1451-1452) entre Francisco Sforzay Jaime Piccinino, un escritor militar, Antonio Porcello-Pandoni, sigue el cuartel general de Piccinino con elencargo de redactar una relación de los más salienteshechos de armas para Don Alfonso el Magnánimo, Reyde Ñapóles. Ese mismo autor no pudo excusarse, a fuerde neutral, de redactar un informe objetivo del ejército1

milanés de Francisco Sforza, quien le acompañó defila en fila y le prometió transmitir a la posteridad loque él había visto. En Italia nació la cosa y el nombre-de la cosa; Maquiavelo la bautizó: Arte 'de la guerra.De espectacular y pictórica nosotros hemos visto el

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arte de guerra convertido en la ciencia implacable y fríade la destrucción. Luis Vives, este suave pedagogo enCristo, abominando de la guerra, en su tratado De ira-dendis disciplinis, dice:

"No de otra manera debieran tratarse las guerrasque se tratan los latrocinios: sobriamente, secamente,en su repulsiva desnudez, no encareciéndolas con nin-guna suerte de alabanzas, sino recargándola con todasuerte de abominaciones.

Las bélicas alternativas que registra la Historia,esos encaballamientos alternos de unas naciones sobreotras, destructores todos, tienen expresión eficaz en estepasaje del Profeta Joel:

"Los residuos que dejó la oruga se los comió lalangosta; los residuos que dejó la langosta se los co--mió el pulgón, y lo que quedó del pulgón se lo comió elañublo." Sanckificaie bellum!, clama el mismo Profeta:¡ Santificad la guerra; humanizad la guerra! Empresamuy ardua esa de santificar la guerra, porque original-mente la guerra es hija del pecado. Empresa ardua esade humanizar la guerra, puesto que es la propia inhu-manidad.

De San Agustín es esa profunda sentencia: "Nohay cosa más discorde por vicio ni más sociable por na-turaleza que el linaje humano." En nuestros tiemposcalamitosos una vez más la discordia viciosa se ha so-brepuesto a la sociabilidad natural y ha roto aquellaunidad que debiera ser la explicación y la confirmaciónde la venida del Hijo de Dios al mundo y ;ha desbarata-do la blandura de la paz geórgica soñada por Isaías :"Las espadas se convertirán en azadas y las lanzas seencorvarán en forma de hoces; una nación no alzará

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el cuchillo contra otra nación ni se ensayará más parala guerra."

La encarnación del Verbo, según San Pablo, dedos hizo uno y derribó la pared medianera de las nacio-nes y aniquiló las enemistades en su propia carne. Des-terró los nombres de bárbaro y de extranjero; mató laxenofobia, a fin de que la armonía humana fuese ima-gen de- la armonía divina. En la sagrada persona deJesús fundiéronse todos los pueblos para ser un solopueblo y un solo cuerpo. Todas las gentes son cohere-deras, concorporales (como dice San Pablo con una pa-labra felicísimamente audaz), copartícipes de los mis-mos destinos, de las mismas promesas, de las mismasesperanzas.

La guerra nace, como dice el Desterrado de Pat-mos, de las profundidades de Satanás: Altitudines Sa-tanae. Allá, en aquellas minas negras, se engendra elmonstruo abominable y se hincha el parto bestial. Perolos hombres hacen la guerra y la conducen o creen con-ducirla a sus fines; pero, en hecho de verdad, son con-ducidos, son arrastrados por ella como Hipólito, el hé-roe de la tragedia de Séneca, fue arrastrado y dilace-rado por los propios caballos que montaba. Dios, en ex-presión de Job, coge a los maliciosos en su propia astu-cia. Es Dios, en definitiva, quien con su dedo marcacomo si fuera un agua dócil, entre dos riberas, el cursode la Historia.

San Agustín, que vio la guerra tan de cerca, batien-do los muros de su ciudad episcopal de Hipona, sitiadapor los vándalos, dice: "Quien contempla con dolor losmales de la guerra, tan grandes, tan horrendos, tancrueles, confiese que es la miseria suprema. Quien lacontempla como un espectáculo, quien la hace sin un su-

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frimiento íntimo y sin que se le conturben las entrañas,es que perdió el sentido de humanidad: Hmnanum per-didit sensutn."

Toda guerra es un enigma. ¿Por qué han bramadolas tuiciones y los pueblos meditaron vanidades'/ Esose lo pregunta el Salmista y no se responde a sí mismo.Y si ilustrado con luces del cielo el Real Profeta no losabía, es lógico que tampoco lo sepan las naciones quebraman. Pero sí; algo llegan a saber en su propio da-ño. Llegan a saber que la guerra es absurda, es estúpi-da, es innecesaria; pero lo saben cuando en holocaustogigantesco se han sacrificado veintidós millones de hom-bres, parte no pequeña de la humanidad.

Había que subir a estas serenas alturas de la Teo-logía para dominar la cumbre en que se sitúa Luis Vi-ves para hacer el juicio de la actualidad que vivió. Estagenerosa teología agustiniana, paulina, cristiana, enfin, alienta en esos tres documentos sensacionales porsu palpitante oportunidad, que ahora se dan traducidosíntegramente, creo que por primera vez, emanados deaquél a quien Lange llamó Apóstol de leu paz. El pri-mero cronológicamente está fechado en Brujas a losocho días andados de julio del año I524> ocho meses an-tes de la batalla del Parque de Pavía y del prendimien-to del Rey. de Francia, Francisco I. En una ausenciatemporal de Inglaterra, de donde embarcaba y tomabala vuelta de Brujas, a la fin del invierno, con el madu-rado designio de contraer matrimonio con MargaritaValldaura, hija de valencianos, pensando restituirse denuevo allá por el otoño venidero, Luis Vives escribióuna carta a John Langland, confesor de Enrique VIII,porque le consideraba el hombre más indicado para in-fluir en el ánimo del Rey. Es una carta confidencial, ín-

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tima, sacramental diríamos, o como una confesión he-cha a sovoz, con acento sincerísimo, como el que poníael Beato Juan de Avila en su Epistolario Espiritual; ycontiene pensamientos de un subido ascetismo como deTomás de Kempis o. de Juan Gersón o del autor deltratado medieval De miseria, conditionis hiwnanae. Enesa carta no disimula Luis Vives su miedo al Turco (erasu gran obsesión) ; ese miedo pánico que toma diferen-tes nombres, según las épocas, pero que en todos tiem-pos el Este, el ominoso Este ha proyectado sobre el Oc-cidente: Gog y Magog, 'Gengis Khan, el Tártaro, elTurco, Rusia. Ese miedo en la carta está no más queinsinuado; pero con una alarma muy significativa ymuy apremiante lo está en el tratado De la Concordia,y de la Discordia, cuyas son estas palabras que ahoratienen una pavorosa realidad y un actualidad sombría:"Próximos están al incendio y al peligro los pueblosque tienen sus confines pegados con el Turco y vecinossus términos. Los cristianos que están algún tanto'másapartados apenas tienen una precaria seguridad, gra-cias a aquellos pueblos fronterizos que por la comúnsalvación montan la guardia, como los alemanes que ladeben a los húngaros, y los franceses que de ella sondeudores a los italianos. Hundida esa primera línea, sialgunos de los que están más adentro se consideran se-guros es porque desconocen la naturaleza del incendio,o ignoran o no recuerdan, no diré yo los casos de añejamemoria, sino de la nuestra, de forma que parecen serajenos a su tiempo o peregrinos en su patria. Desde dos-cientos afws acá, ¿con qué frontefas se ha contentado elTurco? ¿Con aquellas que señalaron los pactos de pue-blos y de naciones? ¿Con aquellas que la. naturaleza, le-vantó? No atajaron su carrera los ríos caudalosos ni

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las altas montañas la retardaron, ni el misino mar laenfrenó. Aquella su fogosa, avidez de poderío venció,superó, arrolló todos los obstáculos y pasó allende, por-que le abrieron vía libre hacia, los países cristianos, pre-cisamente las armas y los odios de los príncipes cris-tianos. \

Hemos de decir que por esta vez el cielo engañóesos miedos. Muy pocos años después que los ojos deLuis Vives, cargados de negros presagios, naufragaronen la noche eterna, nacido en sangre del César Carlos,crecía en la aldea de Legancs, a dos leguas de Madrid,un muchachuelo vivaz que andaba suelto entre los tri-gales y con una ballesta pequeñita derribaba pájaros sindueño, o él era derribado a pedrada limpia de los árbo-les donde se había subido- a hurtar fruta con due-ño. Este muchacho, que respondía al nombre vulgar deJerónimo, era el botón y el capullo del vencedor de mo-ros y de turcos, del héroe de Túnez y Lepanto, el prota-gonista de la oda triunfal de Herrera. Este muchachohizo que el gran poeta levantara del suelo la lira debronce que pudo sostener la pesadumbre de la epopeyaporque se conjugaron en una misma empresa, comodice el poeta

,.el Joven de Austria, y el valor de España.

A pocos meses de distancia de este primer documen-to, Vives osó escribir a Enrique VIII una carta que di-ríamos de política internacional sobre la prisión deFrancisco I, Rey de Francia, por el César Carlos V.Esa casi apostólica carta rebosa amor a Francia: ''Alen-tamos la esperanza de que no os cebaréis, ni Tú ni elCésar Carlos, en una nación inocente y destituida de

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defensas, ni asolaréis el más floreciente reino del mun-do cristiano, ni arrancaréis esc segundo ojo suyo a toda,la Europa. ¿ Qué culpa tiene el pueblo, si al Rey le plu-go declarar la guerra, contrariando, según se dice, lavoluntad de todos los miembros de su Consejo?"

Esta delicada francofilia que se insinúa con tantaternura en la carta a Enrique VIII, tiene expresiónmás explícita y más dramática en otras obras de Vives:

"¡ Treinta años de hacerse guerra perniciosísimapara el nombre cristiano; treinta años de guerra, casisin respiro, Francia y España! El español ha quitadoal francés Ñapóles, Milán, Navarra, Rosellón; le oca-sionó desastres, aniquiló ejércitos brillantes y, a lo úl-timo, cautivó a su Rey... No, no canto yo aquí las glo-rias de España; por otra suerte de hazañas querría yaverla celebrada, no por sus armas ni por sus victorias...No tendría yo a España por peor si hubiera resultadovencida, ni la tengo por superior a Francia porque hasido vencedora. ¿ Qué otra cosa ha hecho mi pluma sinoabominar de esas furias rabiosas ? No va mucha dife-rencia entre el alabar al guerrero por sus armas o porsu inhumanidad; o loar a un cristiano por sus triunfossangrientos o por haber desertado de las banderas deCristo y pasádose a las del diablo. ¡ Quiera el Cielo quealgún día pueda ver yo un más noble pugilato entreEspaña, que me engendró, y Francia, que me formó;una contienda tranquila y más digna de hombres cris-tianos; no verlas enzarzadas en la triste competenciade cuál de las dos acarreará a la otra males mayores,,sino trabadas en empeñado certamen cuál será más ins-truida, cuál será más prudente, cuál será más huma-na, cuál será más virtuosa, cuál será más santa! ¡ Ohsi yo alcanzara a ver tanta hermosura antes de salir

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de este mundo! ¡ Cómo daré gracias a Dios por haber-me hecho nacer en la más venturosa de las edades!"

Luis Vives emigró de esta vida sin que pudiera en-tonar, como el anciano Simeón, el Nutvc dimittis de lasbellas esperanzas realizadas.

La pesadumbre, la consternación que dice Luis Vi-ves se abatieron sobre el reino de Francia por el inopi-nado prendimiento de su Rey por los veteranos de Es-paña y de Alemania, gentes alabanciosas, jactanciosas,por tantas batallas ganadas al francés, gentes ham-brientas, astrosas, no pagadas, que vencían o moríanfanáticamente al grito de ¡Viva el Imperio! ¡Viva elEmperador!, fueron en todo el mundo estupor y pasmo.La victoria de Pavía produjo una de las mayores crisisque registra la historia de Europa hasta la era napo-leónica, dice un historiador. Nosotros podríamos ex-tenderla hasta la guerra cuyos rescoldos humean toda-vía. Aquella victoria significaba que Italia había caídoen poder de España y del Imperio. Ninguna ferocidaddeshonró, por entonces, la rutilante victoria militar nila persona del valiente Rey preso fue víctima de nin-gún cobarde ultraje. El propio Amadís de Caula, ninuestro generoso Tirante el Blanco se comportaranmás cortesanamente con el Rey vencido como lo hicie-ron los capitanes vencedores. Cierto es que los solda-dos le arrancaron las plumas del yelmo y aun pedazosdel hábito magnífico y la cadena de la Orden de SanMiguel que llevaba al cuello ;• pero no por desacato, sinocomo por reliquias, para memoria, dice el historiadorde Carlos V, Fray Prudencio Sandoval, cuya descrip-ción de la batalla de Pavía, es de las mejores que se hanescrito. Cuando Lannoy, uno de los héroes de la jor-nada, reconoció al brillante Rey de Francia en el más

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LORKNZO RIEEK

deplorable estado, cubierto de sangre, apenas reconos-cible; conmovido le besó la mano, recibió de hinojos laespada vencida que Francisco I le ofrecía, y en truequele entregó la suya vencedora. Magnífica escena, comopara otro cuadro de Las lanzas si el siglo xvi tuvierasu Velázquez.

Correos fueron despachados inmediatamente a Es-paña, Alemania, Inglaterra y Roma. Cuando D. RuyDíaz de Pefialosa presentóse al joven Emperador, enMadrid, castillo famoso, y le anunció que el día 24 defebrero, aniversario de su nacimiento, el Rey de Fran-cia había caído en sus manos, Carlos palideció inten-sísimamente, y con lentitud, y en voz alta, como paraasegurarse de haber bien comprendido, repitió las pa-labras del mensajero, pesándolas una por una en sudesconcertante magnitud:

El Rey está pfeso en mi poder, y la batalla, está ga-nada para mí.

Y calló, y bajó la cabeza grávida de pensamientosy se retiró a su cámara. Necesitaba soledad. Se ahino-jó y se puso en oración. La idea primera que cruzó sumente fue la de una cruzada contra el Turco. No quisoque se encendieran lumbradas de regocijo; sólo en ha-cimiento degracias autorizó que recorriesen Madrid al-gunas procesiones que fueron al templo de NuestraSeñora de Atocha, en que el Emperador participó.Jamás Carlos V se reveló más grande que en aquellahora plenísima de su vida. Ante sus ojos se abría unporvenir de una pujanza sin límites. Para él y susespañoles parecía escrito aquel verso de Virgilio:

H-is ego nec metas rcrum nec tenipofa pono;Imperium sine fine dedi.

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LUIS VIVES, ENRIQUE VIII Y LA PAZ BE EUROPA

A éstos no les pongo ni límites ni tiempo; imperioles he dado sin fin.

El tercer documento es un muy grave doctrinalde príncipes y señores como tantos abundan en nues-tra literatura política. Toda ella es política de Diosy gobierno de Cristo. Tiene el tono mesurado deuna encíclica papal, y está muy robustamente cons-truida. Ño se le puede quitar nada sin daño delarmonioso edificio. Por aquel tiempo se incubaba lapaz que... estalló en el Tratado de Madrid; demasia-do dura para dictada por el Emperador de Romanos,que debiera haberse ceñido a aquella fórmula clásicade imponer paces, practicada por Roma,:

Parcere subfectis et debeilare siíperbos.

Paz humillante en demasía para que el Rey fedí-frago, como se le llamó, es decir, quebrantador de la féjurada, con aquella fe propia del siglo xvi, tan seme-jante a la fe púnica, no meditara su quebrantamiento,aun sin la más autorizada y solemne de las absolucio-nes. La guerra no tuvo más que una momentánea so-lución de continuidad. Se embraveció de nuevo más am-plia, más erizada, más enconada. La mentida paz deMadrid trajo la sacrilega, la nefanda, la sangrientaorgía del Saco de Roma:

Per me si va. nella citta dolente...

LORENZO RIBER.De la Real Academia Española.

I O I

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LORENZO K.IBER

CARTA DE LUIS VIVES A JUAN LANGLAND, OBISPO

DE LINCOLN, CONFESOR DEL ILUSTRE REY DE

INGLATERRA.

Se me dice que algunas embajadas en misiones depaz de una parte y de otra son expedidas y reexpedi-das por los reyes interesados; las respuestas que traen,yo las ignoro. Mas paréceme a mí que a esa guerra,ni fuerzas humanas la provocaron ni la lleva la vo-luntad de los beligerantes. Los franceses ninguna otracosa desean más ansiosamente que la paz'; a vosotrosesa guerra os repugna; el Emperador anhela la quie-tud; y con todo, la guerra se arrastra y se prolongapor los que no quieren la guerra. Desean la paz y noconsiguen dar con ella. ¿ Quién no descubre en ese rarofenómeno la existencia de una voluntad más eficaz ypujante que la voluntad humana, cuyo querer conduceestos sucesos, puesto que la paz no puede encontrarse,aun cuando andan en su busca aquellos en cuyas ma-nos parece que reside; que es objeto de todos sus de-seos y que nosotros estamos presuadidos que ellos pue-den alcanzar y regalárnosla? No es entre sí mismoque combate el género humano, si no que hace guerraa Cristo. Y por ello es indigno de paz. No hay paspara los impíos. No hay concordancia para los sober-bios, sólo el bueno es amigo del bueno; el malo no esamigo ni del bueno ni del malo.

Se suena que casi no hay otro obstáculo para lapaz del mundo si no que ninguna de las partes beli-gerantes quiere pedirla, la primera. ¿Qué cosa puede

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LUIS VIVES, ENÍUOUE VIH. Y LA PAZ DE EUROPA

decirse de mayor arrogancia y soberbia que esta ver-daderamente inspirada y salida de la escuela del dia-blo, que por esto mismo será el eterno enemigo deDios y que nunca inducirá a nadie a que pida perdón ?¡ Cuan grande es la ignorancia de la verdad! Con unpoco de cordura y algo más de atención cualquiera en-tendería que no ha3r actitud más gallarda, más gene-rosa, que honre más y que realce más, que esa de ade-lantarse espontáneamente a pedir la paz primero. ¿ Quéotra cosa quiere decir: Hagamos paces; sino: Cese-mos la matanza, atajemos los saqueos, restablezcamosla concordia, devolvamos a la humanidad el comercio,la religión, las letras, las artes, la tranquilidad, la se-guridad, el contentamiento de la vida; restituyamos almundo su faz risueña; desterremos la tristeza del orbe;vivan los buenos y campeen a su sabor, reprímase laaudacia de los malos y de los forajidos ?

Yo no atino a ver por qué razón el que dijera estoprimero, el que tomase la iniciativa de invitar al enemi-go para que le ayudase en tan generoso y glorioso em-peño, debiera sufrir mengua en su honor si aquel ciza-ñoso enemigo de la parábola evangélica no hubierahecho una copiosa siembra de mala hierba y no hu-biera falseado la realidad y no hubiera sustituido, enla conciencia de los hombres las virtudes sólidas y lasauténticas alabanzas con otras malignas y torcidas in-terpretaciones.

Cuentan los navegantes españoles que en ese Nue-vo Mundo por ellos descubierto hay ciertas islas quesi entre ellas se produce alguna colisión armada, re-caban la honra mayor para el que se adelanta a pedirpaz al enemigo y que es tenido por hombre malo y porenemigo público el que la niegue a quien se la pide; y

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LOEKNZO RIBER

que soportan con la más viva mala gana a aquelloscuyos enemigos se les hubiesen anticipado a la peti-ción de paz que, en su sentir, es el más sabroso y glo-rioso de los deberes. ¿De qué nos sirve la cultura?¿ De qué la humanidad ? ¿ De qué tan numerosas artesque hacen agradable la vida? ¿De qué la prolija for-mación intelectual y moral? ¿De qué el magisteriodel Dios omnipotente, si entre tan maravillosas adqui-siciones mantenemos los juicios más corrompidos?Aquellos pueblos rudos y bárbaros sin letras, sin ins-trucción, sin religión, aprendieron en la sana escuela dela naturaleza recias y verdaderas enseñanzas. Mas,para común daño, introdujéronse en nuestra sociedaddos vicios insaciables, desconocidos en los pueblos abo-rígenes : la ambición y la avaricia, que llegadas a losumo hacen que nada baste a nadie, puesto que siem-pre le falta algo a aquel hambriento abismo de codi-cia. Y así es que ya no nos satisfacen riquezas ni nosllenan honores, animalillos, como somos, a quien parael sostenimiento en vida y para sepultura en la muer-te basta media yugada de tierra. Y, a pesar de todo,en alas de nuestro pensamiento, rodeamos tierras y ma-res, alborotándolo todo, trabucándolo todo, por servira nuestras pasiones, sin que ni el número de los quemueren cada día ni nuestos propios achaques nos ad-viertan nuestra fragilidad ni hacia qué destino tene-mos que emprender el viaje. !

¿Quién no se percata como de una monstruosidadabominable del hecho de que en flaqueza natural tangrande anide una tan obstinada ferocidad y una tanterca malicia? ¡A guerrear, pues; a vencer, pues; afavor del Turco que a unos y a otros nos devorará: alvencido postrado y al vencedor cansado! De esta ma-

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LUIS VIVES, ENRIQUE VIII Y LA PAZ DE EUROPA

ñera el águila dirime las pugnas entre dos animalesmenores, para comérselos al uno y al otro. Si la na-turaleza hubiera impuesto ineludiblemente que estecorpezuelo nuestro no se satisficiese si no de grandesespacios de tierras y de mares, en ella, por ventura,podríamos descargar la culpa, cuando, por nuestra de-fensa, por todo lo largo y por todo lo ancho, suscitá-remos tanto alboroto y tanta y tan sangrienta polva-reda. Ahora ese saco hediondo, ese saco estrecho quecon unos cuantos bocados no solamente se llena., sinoque regüelda; esa piltrafa condenada a perecer en pla-zo tan breve, ¡ cuántas tragedias promueve! ¡ Provi-dentísima y muy amorosa naturaleza que porque nin-gún hombre dañase a ningún otro hombre nos atribuyóunos cuerpos tan reducidos que con poquísimos ali-mentos se hinchen para condenar con justicia mayor,como con nuestro propio testimonio, los engaños y lasinjurias mutuas y convencernos de que las maldadesson imputables exclusivamente a sólo nosotros! Y nos-otros, en cambio, olvidándonos de la naturaleza, olvi-dándonos de Dios, corremos a nuestro mutuo aniqui-lamiento. Eso lo oímos decir cada día, pero por unaoreja nos entra" y por otra nos sale. Eso cada día lopensamos, pero con la conciencia desvaída y floja. Atal extremo de vicios hemos llegado que confundimosla enfermedad con la salud y hacernos de los remedioscomo delirios e invenciones seniles. Tiempo vendrá enque Dios inequívocamente y a las claras nos dará aconocer que esa astuta e insípida sapiencia es unatrágica demencia. Eso será aquel día grande en que lajusticia se convertirá en juicio; e, individualmente ysin publicidad, cuando cada uno de nosotros, libre delenvoltorio de ese cuerpo ruin, se presentará en el tri-

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.UMtIÍSZO MEES

bunal del Juez severo y justiciero. Y aun en esta vida,indagúese por separado la opinión de cada uno de aque-llos hombres que con arrogancia y boato profesan yvenden sabiduría humana. ¿ Qué clase de sabiduría esesa de ser vejado, de ser lacerado, de ser despedazado,día y noche, por el odio, por la envidia, por el orgullo,por la hinchazón, por la ira, por el engaño, por la im-postura, por el terror; y ese no gozar ni de la paz deldía ni del reposo de la noche? A esto se reduce la sa-biduría de los hombres; en esto consiste su grandeza:en ser miserable por causar la ruina ajena.

Perdonárseme debe este desahogo de mi justo do-lor por las calamidades de esa edad nuestra, en que elpueblo cristiano, desechando todo asomo de caridadevangélica y olvidado de su Cristo, abusa de sus fuer-zas en su propia perdición. En ningún otro tiempo es-tuvo abocado a una crisis más evidente y más angus-tiosa que la actual, con un enemigo poderosísimo queatisba la ocasión; ajenado Cristo de un pueblo deser-tor y fiero, y que, abandonadas sus santísimas bande-ras, corre a refugiarse en los campamentos de todoslos vicios y de la idolatría, que trasladó el culto debidoa Dios a los hombres y a los metales,' puesto que concelo mayor cuidamos los intereses de los* hombres mor-tales que los de Dios que vive por los siglos de los si-glos. Por eso es que vivimos y obramos, como hijosque han abdicado de su filiación por manera que pa-recemos excluidos de la tutela y del cuidado de Diosabandonados a nuestra mentecatez, cuya obra únicason las calamidades y la ruina y la miseria de toda Eu-ropa. Y en medio de tantas catástrofes, con los labioshonramos al Dios de paz, mientras nuestros corazo-nes están envenenados de sañudo y sangriento odio.

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LUIS VIVEá, ENRIQUE VIII Y LA PAZ DE EUKOFA

Y no los príncipes solos, sino también las personas pri-vadas, las que manifiestan la mayor y más estrechade las amistades; por manera que ahora con más tris-te verdad que en cualquier otra época puede decirse:Todo hombre es mentiroso. Y no solamente para conlos hombres (lo que, en fin de cuentas, sería tolerable)llevamos una cosa manifiesta en la boca y otra ence-rrada en el pecho, sino también para con Dios misino,no pensando, con punible olvido, que Él cala más agu-damente nuestros pensamientos que nosotros mismos.Hablamos el lenguaje de los hijos de Dios, pero la vidaes como de enemigos suyos. Voy a poner fin, puesto queme dirijo a ti que no ignoras nada de'esto y querríasverlo enmendado. ¡ Pluguiera al cielo que a los mejoresavisos no se opusieran, en obstáculo tan crecido, nues-tros propios pecados!... Padre mío, ten salud.

A los ocho días andados de julio de 1524. Brujas.

II

CARTA DE LUIS VIVES A ENRIQUE VIII, ILUSTRE REY

DE INGLATERRA, SOBRE LA PRISIÓN DE FRANCISCO I,

REY DE FRANCIA, POR EL CÍCSAR CARLOS V.

Aíi increíble observancia y amor para con Tu Ma-jestad hacen que por la misma manera con que te de-seo toda suerte de colmadas felicidades, también megozo cuando se encarnan en realidades esos votosmíos. Y es tan grande la opinión que tengo formadade Tu virtud y de Tu prudencia que es antiguo en míel anhelo de ofrecerte alguna coyuntura y cuasi ma-teria por la cual demuestres esa gran lumbre de Tu

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LORENZO RIBEE

ánimo y de Tu probidad, así para Tu gloria como paraejemplo de los príncipes restantes. Y diríase que unacontecimiento reciente me ha ofrecido la verificaciónde mi deseo: El César Carlos ha hecho prisionero aFrancisco Rey de Francia. También Tú te arrimas aalguna participación de su gloria. Ahora espero yo quevais vosotros a esforzaros y a dedicar el más acuciantede los afanes porque entiendan todos, no. ya los con-temporáneos, sino también los venideros a quienes lle-gare la noticia de hecho tan glorioso, que vosotros notanto tuvisteis en vuestro poder al Rey de Francia,como os tuvisteis a vosotros mismos en vuestro podery que no caísteis bajo el señorío y jurisdicción de lafortuna temeraria y ciega, sino que vosotros la do-minasteis, y estos sucesos tan venturosos no os hicie-ron más insolentes, sino que prudentemente os acor-dasteis de la inconstancia de la prosperidad y de laversatilidad de los casos humanos y que en vuestrosadentros pensasteis que lo que pasó al Rey de Franciapuede pasar a cualquiera de vosotros (cosa que noquiera el cielo), porque todo a todos es común y nin-guno está exento de la suerte humana. Por todo elloes que alentamos la consoladora esperanza de que usa-réis con templanza de vuestra victoria y que no os ce-baréis en una nación inocente y destituida de defensasni asolaréis el más floreciente reino del mundo cris-tiano, ni arrancaréis ese segundo ojo suyo a toda laEuropa. ¿Qué culpa tiene el pueblo si al Rey le plugodeclarar la guerra, contrariando, según se dice, la vo-luntad de todos los miembros de su Consejo?

Ciertamente que por lo que toca a nuestro prove-cho y al de vuestros pueblos, yo no hago tanto caudaldel cautiverio del Rey Don Francisco I, cosa que hará

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1.U1S VIVES, ENRIQUE VIII Y LA PAZ DE EUROPA

que, o la guerra se acabe automáticamente, o que fa-cilite su desenlace y, por ende, sea más breve, comohag'o estima del ejemplo que daréis y de las enseñanzasque aprenderéis según la penetrante agudeza de vues-tros juicios y vuestra experiencia y prudencia. Lo pri-mero que aprenderéis será no fiar en ningún éxito,bien para no emprender guerras a la ligera y alegre-mente, bien considerando los varios azares de la gue-rra, y cómo Marte es tornadizo e incierto, cómo a ve-ces los vencidos, los puestos en fuga, los acorralados,los sitiados vencieron al vencedor y prendieron a quienles tenía puesto cerco y, finalmente, cuánto daña a todoun reino, a tantas gentes y pueblos como constituyenun reino, la ciega ambición o la audacia sin consejode un hombre solo.

¿Quién será capaz de describir cuánta pesadumbrese abatió sobre la Francia toda, a la primera noticiade la cautividad de su Rey? ¡Silencio y pasmo doquie-ra; soledad, desolación! ¡ Cuánta consternación en losespíritus! ¡ Qué pánicos terrores, de día y de noche!i Qué presentimientos de toda suerte de peligros, y quécongoja en los espíritus ante el resultado enigmáticode esta guerra! ¿Qué será de la Francia? Ningúnfrancés se prometía más que subversiones, asolamien-tos, huidas, muertes, estragos, incendios, acabamien-tos y ruina total; y todo ello atroz, todo ello indescrip-tible. Es que los franceses ignoran vuestra templanzay mansedumbre y recelan que vuestro capricho no osaconseje lo que os consintiere la fortuna; cuando, muyal contrario, yo no tengo la más leve duda que lo quese os antojare será tanto más comedido cuanto másdesmedido fuere vuestro poder.

Con todo, en medio de ese inmenso desastre de

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Francia, no hay nadie que sea de ánimo tan inexora-ble y tan fiero que no compadezca su suerte, bien porser cristianos, bien por ser hombres, bien porque loque a ellos acaeció hubiera podido suceder a cualquie-ra. ¡Oh, qué materia tan rica de hacer bien y ele cuán-to merecimiento a los ojos de Dios y de cuánta gloriaen la estimación de los hombres, si Tú y Carlos envia-seis cuanto antes allá una embajada que con palabrasvuestras consolase a los míseros franceses y les diesealivio y esperanza buena; que les dijese que no gue-rreáis con la nación francesa por sacrificar vidas, sinoque la contienda se limita a fijar las fronteras de larespectiva soberanía; que preferís recuperarla apoya-dos en la fuerza del derecho y con la intervención deamigables componedores, que con violencia y matanzamutua; que no consentiréis que vuestros soldados co-metan en Francia asesinatos ni pillajes y que vosotrosvais a tener de ellos él mismo cuidado cariñoso que sicada uno de vosotros estuviera en la situación deFrancisco; situación en la cual es necesario que os co-loquéis por caridad y benevolencia en conformidad contodas las leyes divinas y humanas, para defenderlecomo huérfanos que son, orfandad que vosotros lesocasionasteis arrebatándoles el padre. Así, entre losRomanos, gente la más experta en el arte de gobernarpueblos, aquellos caudillos que habían sojuzgado a al-guna nación o pueblo a su dominio, admitíanlos inme-diatamente en su clientela y patrocinio, y aquel pue-blo conocía por experiencia no haber tenido jamás do-minadores más benévolos ni más bienhechores queaquellos capitanes con quienes cruzara las armas; ha-ced que los franceses entiendan que han perdido a unRey, pero que han cobrado dos defensores y patronos;

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LUIS VIVES, ESTRIQUE VIJI Y IA PAZ DE EUKOFA

que en adelante no sentirán soledad de un monarca; yen este mismo sentido enviad muchos otros mensajestranquilizadores que vosotros podéis imaginar tantomejor que yo, cuanto me superáis en agudeza de jtiicioy en sagacidad política.

Al mismo tiempo pienso que vosotros no. ignoráiscuan grande oportunidad y sazón es ésta para llegara la meta de vuestros deseos. Con aquella vuestra pro-verbial templanza y mansedumbre desarmaríais a to-dos los pueblos de Francia, les quitaríais todo apetitode represalias y aun de defensa propia y, por decirloasí, arrancaríais el arma de sus manos, pues hartas ve-ces la desesperación empuja a supremos heroísmos ytienen la misma equivalencia el ánimo grande y el des-esperado. Allégase a esto que afianzaríais vuestro po-derío conquistándoos, mediante esa clemencia y mode-ración, la mayor y más rendida bienquerencia de vues-tros subditos, que son los más válidos apo3ros que pue-da tener un Príncipe; y no habrá nación que no osquisiera por Reyes, a fuer de divinidades enviadas delcielo benigno. ¿Qué cosa hay más propia de la natu-raleza humana que hacer bien, aprovechar, ayudar,conservar y salvar al mayor número posible? Y porencima de todas estas consideraciones, daríais satis-facción a Cristo, en quien debéis tener puestos los ojosinvariablemente, por cuanto, muy en breve (¿qué es-pacio largo puede darse en la efímera vida humana?)tendréis que presentaros en su tribunal divino, tan ca-llando, arrumbado todo el tropel y el estruendo devuestra fortuna militar, en ningún punto distintos nidiferentes de cualquier persona privada, y donde sólopodrá valeros la vida inocente y piadosa. No añadiréya ningún otro aviso porque no parezca que doy con-

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LORENZO RIEER

sejo a Tu prudencia y a la de tus consejeros y espe-cialmente del Señor Cardenal (Wolsey), varón de unasoberana experiencia en la gestión de los negocios pú-blicos. ;

Esto escribí en Oxford;, en mi estudioso aparta-miento lejos de la corte y de los afanes cortesanos.Reiráste quizás de este parecer mío, bien porque en-tenderás que proviene de quien juzga de cosas que noson de su incumbencia y que no tiene asaz conocidas niexploradas, bien porque te doy unos avisos que con mu-cha anterioridad y con más diáfana claridad a Ti sete ocurrieron. ¡Ojalá fuera yo un monitor superfluo yexhortase como se dice a la carrera, a quien ya va porella abalanzado. Mas yo no pude dejar de hacerlo obli-gado ya por el grandioso afecto que Te profeso, yapor amor de la pública tranquilidad y de la paz de loscristianos por la cual abogué siempre y exclusivamen-te y continuaré haciéndolo en lo sucesivo, si no cambiaesta idea mía, cosa que no permita Cristo. Si en algúnpunto erré, merecerá venia la hermosa y generosa cau-sa de este error mío. Concédate Nuestro Señor Jesu-cristo aquel Espíritu suyo de lenidad y mansedumbre,en quien debes situar tu mayor y más sólida gloria ytus riquezas más brillantes y firmes. En esa tu Ox-ford, a los 12 días de marzo de 1525.

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I.UJS VIVES, ENRIQUE VIII Y LA PAZ BK EUROPA

III

CARTA A ENRIQUE VIII, REY DE INGLATERRA, SOBRE

LA PAZ ENTRE EL CÉSAR Y FRANCISCO I , REY DE F R Á N -

CIA, Y SOBRE EL MEJOR ESTADO DEL REINO.

Con el mismo ahinco con que en todo tiempo ex-horté a la paz a Tu Majestad y a todos los otros prín-cipes con quien tuve alguna privanza, ahora en esteque corremos, en que el nombre de paz se vuelve a oír,me alegré todo, así por causa.del bien público, comopor el de los mismos príncipes para con los cuales porrazones infinitas abrigo los mejores deseos, siendo laprincipal la consideración de que la salud pública andaunida tan estrechamente con la de ellos y con su buenseso que no pueden en manera alguna divorciarse. Elpríncipe en la república es lo que el alma en el cuerpoy un cierto trasunto del Hacedor de la naturaleza. Esde ver cuan profundamente turbado y afectado que-da el cuerpo cuando el alma está afectada y turbada;] qué flamígeras y siniestras antorchas relumbran enlos ojos; cuan fea tercedura la del rostro, qué atrozagitación del cuerpo todo! Cuando el ánimo sobre-excitado remite y se serena, todo el cuerpo se acomodaa su nueva situación. Del mismo modo, el Príncipetransfunde sus pasiones todas en la ciudad de su go-bierno y la colectividad en masa se acomoda a su ejem-plo. Por eso, Ja preocupación primaria del Príncipebuen merecedor de tan honroso nombre debe ser la demostrarse en la vida privada y en la pública tal cua-les quiere que sean sus vasallos. Debe imaginarse queactúa en un teatro colmado hasta los bordes, donde

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LORENZO R1BER

ningún hecho ni ningún dicho suyo queda ignorado.Ni la oscuridad ni la soledad son estorbo para la di-vulgación de ningún acto suyo. La brillantez de su je-rarquía alumbra todo lo que está alrededor y no pue-de, aun cuando lo quiera, engañar tantos ojos cuantosson los que están puestos en él. La parlera fama ex-plora y pregona-sus más recatadas intimidades. Todocuanto ven que agrada y merece la aprobación del quemanda, eso todos lo siguen; de bruces y sin tino échan-se en ello, como si fuera motivación suficiente el he-cho de que haya juzgado que así debía hacerse aquelen quien piensan que así como reside el poder supremo,residen también la más exquisita prudencia y el másavisado consejo. Siempre los hay que no ignoran sermuy malo lo que hacen, pero al menos por la imitaciónde sus costumbres esperan que van a congraciarse conaquel en cuya mano están la fortuna, las riquezas, lasdignidades, los honores y todos los restantes gajesobjeto de la más viva acucia de los mortales.

En el montón de estos tales ocupan lugar prefe-rente los aduladores, ponzoña la más activa de los po-derosos, puesto que le cierran el paso principal a la sa-biduría, que es: Ser enseñado, ser reprendido. Cosaes ésta no menos necesaria al Príncipe que a las de-más personas privadas. No hay hombre alguno que sinaquella doctrina y sin aquella admonición esté asaz in-formado para la sabiduría: ha menester maestros yexperiencia; necesita quien le demuestre sus erroresy quien se los enmiende para pulir y limar su espíri-tu que, de suyo, es rudo'e inculto.

A todos éstos, aléjalos del Príncipe el adulador,como si el Príncipe no fuera un producto originalmen-te tosco como los restantes mortales, sino que naciera

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LUIS VIVES, ENRIQUE VIII Y LA PAZ DE EUROPA

grande y acabado. La realidad es precisamente todo locontrario. Sus regalos, sus placeres, su soberanía en-cima de todos le espolean para toda licencia. Es me-nester ponerle frenos que cohiban la desmedida y des-apoderada soltura de su antojo, porque de lo contrario,si todos le empujan en su caída y no le detiene nadie,a sí y a sus cosas hundirá en el precipicio. .Robusto pi-lar del reino son los amigos prudentes y libres quemantienen el poder en su comedida templanza, y elrey, bien por el respeto que la prudencia le merece,bien por la persuasión y la autoridad de quien le acon-seja y avisa, conviértese a la práctica y al cultivo dela virtud. El Príncipe, llegado este caso, disfruta deun pueblo .semejante a sí, a saber, de un vasallajeinmejorable y gobierna un reino en quietud, que nose deja seducir de novedades. En siendo malo el Rey,los subditos son malos, y entre malos no hay concor-dia duradera. Espinosa y desabrida tarea la del go-bierno de malos y más desabrida y espinosa aun si quienlos gobierna es malo. No hay sumisión más dúctil quela de los buenos al bueno; como no hay trabazón mássólida y firme que la de la bondad. Los gobiernos demano fuerte e inmoderada presto se disuelven y sonmás duros que durables, puesto que ningún vínculoestable une al Príncipe con los subditos y para la rup-tura violenta no se espera más que la ocasión. No haycoacción alguna que pueda retener indefinidamente,contra su voluntad, a animal ninguno que tenga opor-tunidad de escaparse, y el que es víctima de la coacciónno tiene afán más agudo que el de romper con todoaquello que pone obstáculo a su libertad. Aglutinanteespiritual muy recio es la bondad entre los buenos, y

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LORENZO E.IBER

el buen vasallo oye al buen gobernante con la mismaatención con que se oye a sí mismo.

Por todo ello éste debe ser el primer cuidado delPríncipe discreto que quiere en definitiva conservarsu reino y legarlo a sus herederos; a saber: hacersebueno a sí y a los suyos; que en el gobierno sea muyhábil y enseñe a sus vasallos a obedecer modesta ydócilmente. ¡Cosa extraña, o por decir mejor, absurdae incomprensible! Los domadores de fieras, el afánpreferente y primero que se imponen es el de aman-sar sus zahareños instintos y enseñarlas a obedecerlo que les mandan, pensando que de este modo conse-guirán tenerlos esclavos de su voluntad, sin dificul-tad ni riesgo. Si no depusiesen su braveza y se dejasendomar desobedeciendo la voz de mando dé su doma-dor e instructor, convertirían contra él toda su cruel-dad instintiva. Así los caballos son amaestrados parallevar sus jinetes y sus cargas; así los toros prestansus cuellos a la coyunda; así a los elefantes se les po-nen encima torres altas y así hacen uso de los leonescomo si fueran perros y, en cambio, quien gobiernahombres, monteses y rudos todavía, sin cuidado pre-vio alguno, vive en afectada tranquilidad, siendo asíque no hay res brava más intratable y arisca que elhombre y para cuya doma, en ausencia de la virtud, serequiere harto tiento y maestría. Sin más bagaje queel de la violencia y el temor júzganse algunos asazprovistos y dotados para ese menester tan delicado.Con aquellos recursos que son serviles y no liberales,deforman al pueblo infiltrándole naturaleza y condi-ción serviles y nada hacen ni dicen digno de personaslibres; y éstos, en justa correspondencia, a guisa deinfieles y rencorosos esclavos, en ninguna otra cosa

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piensan con más tenacidad y ahinco que en la fugaclandestina del dueño cruel. Aquellos que abrigan ensu pecho alguna nobleza, andan siempre al acecho dela ocasión de afirmar su personalidad. Y así es queninguna cumbre se asienta en cimiento más endebleque una monarquía que se afianza sobre el miedo y nohay poderío menos firme que el de aquel a quien mu-chos temen, y el mismo que es temido fuerza es quesea de peor condición que el de la multitud intimida-da, puesto que no fiarse de nadie ni de ningún lugarni de ningún tiempo ni poder depositar su seguridaden hombre alguno y recelar de todos, esto no es reinar,sino estar recluido en una mísera y asfixiante mazmo-rra. Conocidas son las expresiones de Augusto y deTrajano; que no querían reinar sobre malos y queestaban dispuestos a dimitir el imperio si no.podíanser príncipes de la república. ¡ Cuánta y cuan serenaplacidez convino que hubiese en aquellos espíritus quese sentían seguros no con sus lanzas y con sus escoltas,sino con la bienquerencia de sus vasallos! Yo he to-mado esta conjetura de Ti, a quien más y con mayorfrecuencia veo rodeado del tierno amor de los tuyos,que de tu propia escolta personal. ¡ Cuan raras vecesusas de guardias!, y aun las veces que lo haces, há-ceslo más por alarde protocolario y por seguir la cos-tumbre de tus mayores, que porque te persuadas quete es menester, pues de tal manera te rodean, quequienquiera puede acercarse a Ti y en tu palacio no tehace servicio mayor la guardia viva que la que estápintada en los tapices que decoran sus paredes. Esto,en fin de cuentas, es ser libre y ser rey; así te saboreascon el fruto de tu confianza y tu seguridad, por ma-

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ñera que no hay ninguno de los tuyos que no prefierainferir daño a su cabeza que ocasionarlo a tu pie.

Si el aglutinante de estos afectos fue como creo,la bondad, durarán siempre; no hay cemento más fir-me de la amistad ni cola más pegadiza que la virtud.Entre malos la benevolencia no dura más tiempo queaquel en que a entrambos es útil. Eliminado el prove-cho, la amistad se disuelve. M.as, la amistad cuajadaentre buenos, puesto que no atiende al provecho, lamisma virtud que la concilio la conserva .y no puededirimirse sin ella. Por esto es que los príncipes debenponer todo su interés y su afán en hacer buenos a lossuyos, puesto que ellos sean buenos. Esta es la indus-tria más indicada para amansar a los hombres; estelazo de unión que reciamente vincula al gobernantecon el gobernado. La virtud engendra la amistad ypara el amor rio hay cosa difícil ni pesada. Si por ven-tura en obsequio del amigo hay que exponer la for-tuna, los hijos, la sangre b la vida, resulta sabrosoeste sacrificio y no hay cosa más placiente en lagrande amistad que las grandes pruebas de afecto yhasta donde el caso lo permita, mostrar de ello seña-les inequívocas. Los que no son buenos afectan que-rerse en la prosperidad; mas en horas de crisis sonlos primeros desertores.

Allende de todo lo dicho, la virtud es tranquila ytemplada, no sueña en novedades revolucionarias y asícomo es menospreciadora de la fortuna, no tienecuenta con su propio interés ni con las riquezas, sinoque se afianza toda en el espíritu. Si a ello se añadela piedad cristiana, está añadidura constituye el co-ronamiento de la virtitd, o por mejor decir, es. la vir-tud única atenta no más que a la salida de este mun-

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do; y, pensando con suprema cordura que esta vidaes una peregrinación, soporta con harta docilidad elmando de cualquiera. ¿Qué importancia tiene para éllo que el príncipe ordene de su fortuna o de su cuer-po, si harto miró por el bien de su alma? ¿Qué in-terés tiene para un efímero mortal un año más o me-nos de vida que le quede o bajo qué príncipe los hayade vivir, si en el cielo tiene otro ;Rey y Señor al cualllegará con tanta mayor celeridad cuanto mayor seasu desafecto de las cosas humanas? Mas, el mal ciu-dadano, ignorante o descuidado de los intereses de alláarriba, sin tener pensamiento alguno más que paraesta vida presente, propende con harta facilidad a es-tablecer mudanzas en el príncipe y en la organizacióndel reino. Inquieto es el juicio del hombre malo y nun-ca se acomoda a la realidad y actualidad de las cosas;desea frecuentes renovaciones, como los que padecende insomnio que sin descanso se revuelcan en la camay buscan posturas nuevas como si la nerviosidad re-sidiese en la cama y no en la dolencia. El que está enposesión de la virtud, hasta tal punto se contenta conella, que no tiene más anhelo ni otro ideal que el deconservar y mantener aquella condición y estado quele permite practicarla y amarla, no ignorando, por otraparte, que toda mutación política trae consigo alboro-tos, muertes, rapiñas, calamidades y todo un cortejode fieros males; y por ello mira con horror tanto es-trago, fruto de la mudanza.

El necio o el impío que no proyecta su pensamien-to a lo que está por venir, reacciona ante lo que tocacon las manos y ve con los ojos, en el sentido exclu-sivo de desear que se cambie; piensa que todo lo. otroes muy parecido a lo presente y que él va a colocar-

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se en mejor posición. Al mismo tiempo, quien tieneinstintos truculentos o arde por poseer honores o ri-quezas, siéntese empujado a satisfacer su pasión pro-vocando asesinatos y catástrofes, persuadido de quelo que interesa, no es adonde se ha de ir, sino por quécamino. Por esto es que yo (o me engaño muy mucho)tengo la arraigada convicción que a los príncipes y a.los que ejercen cualesquiera funciones directoras, paramantener el pueblo en la obediencia con la mayor tran-quilidad y salud de la república, ninguna otra cosales conviene tanto como la de procurar imbuirle yadesde la edad tierna en opiniones rectas y sanas por-que sepa cuál sea el uso, cuál el premio y cuál el finde cada cosa; cuánto y hasta qué punto se ha de to-mar de ella, en cuánta estima se la debe tener y quela manipulen como los honrados orífices, cual si fue-ra una suerte de piedra lidia o de toque para conocerlos quilates y la aplicación de todo lo que deseamos oaborrecemos, dinero, posesiones, amigos, honores, no-bleza, dignidad, mando, hermosura, fuerzas, placeres,ingenio, ambición, virtud y religión; no sea que in-virtiendo los valores respectivos no hagan caudal de lomayor y sobreestimen lo pequeño y lo ruin; que pordinero, por sombras, por trampantojos, por sueños queellos mismos se fabrican, promuevan graves tragedias,con un olvido y descuido totales de la religión, de lacordura, de los bienes auténticos y macizos. Estos sonlos que mientras temen por su dinero, por sus regalos,,por su ambición, reniegan de la patria, de la hones-tidad, del bien; sacrifican el bien público en aras delos intereses privados y se forjan una necia, de puroingenua, imagen de la libertad que no les hace libres,.sino que les hace malos.

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Por lo que toca a los ciudadanos adultos y ya for-mados, la instrucción literaria y la formación religio-sa les enseñará la prioridad y la certidumbre de susdeberes. No; una formación religiosa que no pase más

• allá de los signos y ritualidades exteriores porqueaun en medio de ellas el espíritu puede permanecer im-puro e impío: No, una cultura literaria que limitadaa porfías y polémicas hace a los hombres testarudosy tesoneros, en vez de mesurados y prudentes; sino detodos aquellos nobles afanes que componen las cos-tumbres y dan solidez y consistencia a la vida. La re-ligión que se les enseñe sea la que, levantando los es-píritus y los corazones a lo celestial, les convierta atodos a la práctica de la honestidad y les inflame enel amor de los bienes soberanos. De la formación re-ligiosa no se exime nadie. En cuanto a la instrucciónliteraria, al pueblo en general se le ayudará bien pormedio de conferencias, bien mediante libros escritosen lenguas vulgares sobre materias dignas de ser leí-das y conocidas con los cuales se engañan las horas deholganza, no con seniles consejas ni con hazañas no-velescas que no pueden traer ningún motivo de edi-ficación.

Mas, el primer afán que se impone es el de des-truir la admiración del dinero, de cohibir él lujo, des-pertar el amor de la sobriedad, encender el mutuo afec-to, no buscar el logro pecaminoso, inculcar que la vir-tud es la única y verdadera ganancia. Y, a seguida^apártese a los hombres de aquellas cosas por cuya cul-pa se cometen delitos gigantescos y vicios capitales.

Con un pueblo como este que acabo de trazar, vaa ser felicísimo tu reinado. De un pueblo así, tú notanto tendrás la dirección laboriosa, como el espec-

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táculo apacible y la fácil exhortación. Tus vasallos segobernarán a sí mismos y serán tales que más lestendrás que avisar que no castigar. Ya ves cómo lacifra y el resumen del buen gobierno gira sobre labondad, como en su propio eje, por manera que al fin,aquel príncipe tendrá gobierno gustoso y estable quehaya hecho a sus subditos buenos; y fácilmente loshará buenos con su ejemplo personal. Nadie sufre queuno exija de los otros lo que no da él y no en balde sedijo que la más eficaz persuasión es la de la con-ducta.

Empero, ni el gobernante puede consagrarse a estecuidado, ni los subditos pueden consagrarse a la virtudsi no reina paz. La guerra como Una tempestad lo tras-.torna y revuelve todo. La única sazón oportuna deconservar la bondad del pueblo es la paz; todo lo queal hombre le hace mejor, sólo en la paz tiene su efec-tividad y vigencia: todo lo que mejora y da realce alhombre, en la guerra languidece: letras, religión, le-yes, justicia, negocios, quietad, honrada artesanía, co-mercio y trabajo fecundo. En habiendo guerra,', la so-ciedad toda adolece, como en un cuerpo enfermo nohay miembro que desempeñe con normalidad su fun-ción privativa. Las letras que fructifican con el ociotranquilo y con el favor de los príncipes, oreadas yalimentadas como por una aura salubre, en el generalalboroto y destraído el espíritu de los príncipes porotras punzado-ras acucias,' es fuerza que callen, ca-riacontecidas y mustias, y más siendo de suyo de vozmedrosa y delicada que no se deja oír en el fragor yestruendo de las armas y entre el son de las trompasy los truenos de las bombardas. Interrumpido el co-mercio, sobrevienen las restricciones; las relaciones so-

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ciales se agrian y piérdese aquel clima de amabilidad,tan grato a la orden de los hombres estudiosos. Pier-de todo su valor aquella honra que es como la accióny la vida que ejercita los hombres y hace que las be-llas artes crezcan y florezcan. ¿Y qué religión puedehaber con los espíritus embravecidos por el odio mu-tuo, ahogados y tintos en sangre y en sevicia, en caossacrilego y horrendo donde lo divino anda revueltocon lo humano, por manera por más se le tiene a unoapto para la guerra, cuanto menos tiene conciencia yreligión? Pasatiempos son de la milicia, pillar casas,despojar templos, estuprar doncellas, incendiar villasy ciudades. Locura grande esa de destruir lo que nopuedes conservar.

Estas son las ventajas de la guerra: no aprovechara nadie y dañar a muchos, sin ningún respeto o mira-miento de Dios, que es el soberano Maestre y Gober-nador del mundo. Cuerpos dañados albergan tan cie-gos espíritus que no atinan a ver la justicia de Diosy toman a mala parte cualquier consejo sano. Ellos sonlos que dicen a Dios: Apártate de nosotros; no quere-mos la ciencia de tus caminos. ]Y con qué insolenciay con qué desfachatez descuidan las leyes divinas ymenosprecian las humanas, hasta el punto que no pa-rece que haya cosa alguna verdadera y genuinamen-te militar, tanto como estar persuadido que ningunaequidad y bondad reza para los que ejercen esa pro-fesión, que no están sujetos a derecho alguno, queellos son quienes llevan en la vaina enfundadas, a una,la ley y la espada; que cualquier antojo de su malvadavoluntad es lo justo y lo equitativo, y creen poder ejer-cer su capricho no ya sobre el pueblo, sino sobre losmismos príncipes, puesto que reinan gracias a su apo-

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yo y al esfuerzo de su brazo. ¿Qué esclavo hay com-prado en almoneda pública, que con tan servil obe-diencia ejecutase las órdenes de su señor, como ennuestros tiempos, los reyes de Francia se doblegaronal más liviano capricho de los esguízaros, porque es-taban convencidos de que eran ellos el sostén y el ci-miento de su corona? A los príncipes aun cuando to-das las otras circunstancias les invitasen a la guerra,

. deberían retraerles la sola consideración de que tienenque hacerla con soldadesca que es la peor laya dehombres y la más procaz de todas. Y no solamente lossoldados se muestran tales para con el príncipe ajeno,,sino también con el propio, cuya dignidad, riquezas,poderío, piensan estar depositados en sus solas manosy pueden transferirlos donde les pluguiere. Xingunode estos pensamientos se les acude en la paz, porqueel pueblo está allí tranquilo, los nobles están quedos yquietas las vecinas naciones y sus monarcas respecti-vos. Los mismos militares de ocasión reducidos a lavida civil y al traje de paisano se ven destinados atrabajos de provecho social y tienen tiempo y holgurapara más cuerdas iniciativas. Y si por desgracia esaparte ataca e inficiona las alturas del principado, hayque pensar que las capas sociales inferiores sientenmucho más acertadamente el agobio y la vejación. Elpueblo bajo no solamente sufre la opresión de los mili-tares profesionales a quienes obliga un juramento, sinode todos aquellos que se les agregan o fingen estarlesagregados, con la aviesa idea de hacer daño con laimpunidad que la licencia marcial comporta, estandoabsorbidos por las preocupaciones bélicas los que tie-nen autoridad para atajarles en el desafuero. Si yano es que no se atreven a castigarles, porque ellos tam-

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bien se arrogan la privilegiada condición de militares,TÍO sea que vayan a promover disturbios y motines en3a más vidriosa de las inoportunidades.

Y por remate de todo esto, el pueblo agobiado depechos y tributos, barrido por las armas el comerciopor tierra y por mar, vive en suma estrechez y mise-ria, tan exprimido y tan arruinado que cuando, porfin, retornan ia paz y la quietud en la dura postguerra,la convalecencia se le hace harto larga y difícil. Mu-chos cesantes en su oficio liicrativo, si son inválidos,se dedican a la mendicidad, y si no lo son, se dedicanal pillaje, escudados en la licencia sin freno y en laimpunidad inevitable en tiempos de guerra; como sila salvación del reino estuviera depositada en las ma-nos de aquellos que acarrean al reino la mayor y lapeor parte de las calamidades.

Por todas estas razones, los buenos acongojadosodian el presente estado de cosas, al par que los malosse habitúan a la criminalidad y, por ende, la impuni-dad, les contenta y les es aborrecible todo derecho, todaley, todo juez y les corresponde una hostilidad encarni-zada.

Y en ese lastimoso estado, ¡cuál se debe de mos-trar la faz del reino! Kspantáranse los príncipes abuen seguro, si la vieran pintada como en una tabla.Cuanto en la cuenta del príncipe cargamos el caos yel desastre que la guerra ocasiona; tanto en su des-cuento debemos poner las bienandanzas, hijas de lapaz, que debe ser el más entrañable de nuestros amo-res. El estudio pule el espíritu; la religión le levantaa Dios; el comercio y artesanía proporcionan trabajo,pan y bienestar; la justicia pública impone paz en lasociedad y su pacífica convivencia, cada cual posee en

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seguros sus bienes, sus hijos, su esposa, su hogar, suhacienda; cuya posesión en la guerra es azarosa e in-eierta, y las más de las veces ocasiona enojo y pe-sadumbre.

Todas estas venturas de la paz débense al prínci-pe, como alma que es de las leyes, garantía de la pú-blica quietud, arbitro de la concordia. Por ello es quese dice 'que los que la violan, obraron contra la pazdel Señor Rey. Tú eres aquel por quien en público yen privado y en la mesa y en el lecho nos saborea-mos y regalamos-con las dulzuras de la seguridad. Túeres el fiador de todos nosotros en nombre de las le-yes. No siendo así, más nos valiera llevar vida sal-vajina y montes a fuer de cavernícolas que alternarcon unos hombres entre los cuales la bondad es unaestupenda rareza. Por esto es que al príncipe bon-dadoso y pacífico sigúele como merecida consecuen-cia el encomio de los letrados que le son deudores deaquel su oficio fecundo. Bajo este aspecto se distin-guió por manera muy singular Augusto César, cele-brado por toda suerte de escritores, para quienes élcon la festiva y bienvenida paz que derramó por la fazdel universo mundo, creó una sabrosa y tranquila hol-gura, consiguiendo aquella gloria, que es de todas lasglorias la más rara, ganándose tan grande amor delSenado y del pueblo romano que, después de muerto,cuando toda adulación era ociosa, demostraron cuán-to le quisieron vivo, compitiendo todo en entusiasmopor honrar la memoria del difunto: sxis exequias notuvieron tasa ni tuvieron fin, inspiradas por el mássincero e insobornable de los afectos. Al quedar huér-fano de la presencia física de aquel Padre de la Pa-tria, retuvieron fresca su memoria, que se renovaba

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periódicamente en cada uno de los aniversarios. Tanprofundamente -arraigó en el ánimo de todos el re-cuerdo del mejor de los príncipes que por considera-ción a él el mundo soportó cuatro príncipes seguidos,uno tras otro, malos todos ellos, a cual peor, a cuatrotiranos, cuales no los soportara si en vez de ser em-peradores hubieran sido esclavos.

A esta alabanza y gratitud de los hombres de letrasañádese la holgada abastanza que si llega a los sub-ditos no puede el rey llamarse pobre, como no puedellamarse rico si es él sólo quien acapara la riqueza,Engáñase el príncipe si piensa que su opulencia, si élamontona, va a ser mayor o más firme qué la del pue-blo; pues aun siendo infinito el dinero es menester quemuchos le manejen; y todo cuanto necesite el prínci-pe moderado para sí, lo tiene al alcance de la mano.¿Y no es cierto que con mayor seguridad y con envi-dia menor guarda cada cual su templada medianía?

Alléganse a esto los votos que hacen los buenos porla salud de 61 solo, y el amor- efusivo y cordial que to-dos profesan a aquél que les otorga el pacífico goce desus bienes. Pero todas estas y muchas otras ventajasque pudieran decirse, quedan superadas por. la íntimay sana satisfacción que experimenta el príncipe en sugobierno, por la conciencia que tiene de que cumplecon su deber. Del pintor, del pastor, del zapatero, delcarpintero o de cualquier otro artesano que no sabecumplir su cometido todos se ríen y le muestran dis-plicencia. Lo que acontece en lo grande, pasa tambiénen lo pequeño, y tiénese por cosa aborrecible y fea elque cada uno no ejerza cumplidamente su propio oficio.

De esta manera, el príncipe se torna una imagen, lamás expresiva del Príncipe del mundo, que extiende

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donde quiera su imperio saludable. Quien no experi-mente su bondad, atribuyalo exclusivamente a culpasuya. El que es el Sumo Bien, en tranquilísimo régimende piedad, lo dispone todo, y nadie siente sil poder sinotemplado con su bondad. No aterroriza arbitrariamen-te y porque sí, ni amenaza todo lo que puede; pero, esosí, demuestra toda su capacidad de hacer bien y a to-dos invita así con la grandeza de sus beneficios. Estavivaz imagen del Rey de la mansedumbre no puede elpríncipe reproducirla en tiempo de guerra, cuando hayque hacer el terror ostensible y hay que causar al ene-migo todo-el posible daño, y aun amenazar con el queno se ocasiona. Mientras tú temes, veste obligado a sercruel, odiado de los enemigos, sospechoso a los aliados,enojoso a los subditos. Por esto es menester conservarla paz a todo evento, como que es la razón más oportu-na para gobernar el reino y para afianzarlo. Conseguis-te tú la paz, primeramente con el favor de Dios, autory conciliador de toda paz y concordia; y luego, por tubondad nativa y por el consejo del Señor Cardenal, va-rón grande y dechado de prudencia. Acaso, andandoturbias las cosas, no tendrás holgura de comparar la pazcon la guerra, ocupados tus sentidos todos en el cuidadoy conducción de la guerra, mientras vas tomando pre-cauciones para ti o maquinas asechanzas para los otros.Ahora que disfrutas de quietud, sopesa bien una cosay otra, compara ese amor con aquel odio, esa unidadcon aquella rotura y dime: ¿Trocaras el cuidado ylos azares de la guerra con la actual seguridad? ¿Cam-biaras este pacífico certamen y este pugilato, en quetodos atienden a su deber, con aquellas súbitas alar-mas y aquellos recelos continuos ?

Sin cuento son los gastos de la guerra, y modera-

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dos y tolerables los gastos de la paz. En la paz el pue-blo es bueno, y por ende dócil y dúctil; en la guerra esferoz, maligno, murmurador. A tu carácter de exqui-sita afabilidad y placidez convienen maravillosamentelas artes de la paz mansa. En la guerra todo suda san-gre ; todo rezuma inhumanidad. El príncipe mismo ate-rroriza siempre y siempre teme.

Cierto es que aquella guerra anduvo perezosa yaburrida. Otro gallo cantara si la cosa, por un lado yotro, se hubiera encrudecido.

Todo esto que te dije como en cifra y resumen, sitú, con la ejercitada agudeza de tu ingenio, lo consi-derares muy de asiento y detenidamente (cosa que yono puedo hacer en una carta tan larga, yo que te escri-bo y de ti pudiera recibir mejores y más copiosas ense-ñanzas), sin duda hallaras cuánto tiene que ser el afánque debes poner en evitar esa comezón de guerrear, ycon qué cuidado, y con ambas manos, como se dice, rete-ner esta situación de tranquilidad. No hay que aceptarla guerra a la ligera y alegremente ni trocar la pazcierta por una victoria soñada.

No hay cosa alguna que con más ahinco y frecuen-cia deba pensarse y madurarse como la guerra, en laque no es lícito- el reincidir, y a la cual el príncipe deberesolverse muy a duras penas, aun presionado por ne-cesidad ineluctable, no sin haber antes apurado todoslos medios con resultado negativo. No hay guerra tanfeliz que no deba posponerse a cualqttiera paz desas-trosa, ora pienses los cuidados que acarrea, ora losgastos, ora los peligros. Así que ceda el príncipe algúntanto de su derecho antes de que se lo juegue todo, yevite con una leve flexión de su costado ese tan fierogolpe de la fortuna. La guerra tiene sus alternativas y

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cambia én un abrir y cerrar de ojos las situaciones; esveleidosa la fortuna militar. Por eso el dios de la gue-rra fue llamado Mavorte, porque da muchas vueltas.No está en la misma mano que toma la guerra el de-jarla. El comienzo de la guerra está en manos del prín-cipe ; el éxito, en manos de la fortuna, o por decirlo conmayor verdad y cristiandad, en manos de Dios, cuyavoluntad para con nosotros, y no sin razón, nos es des-conocida, ignorando, como ignoramos, la gracia quecon El tenemos.

No de otro modo que el dinero que deliberadamen-te ponemos sobre una carta, .no sabiendo cuyo será, enun momento, pasa a propiedad ajena; así, movida unaguerra, el príncipe y todo su poder juégase al caprichode la suerte. ¡ Cuántos fueron los que se han arrepentí-do de tina guerra comenzada con los mejores auspi-cios ! ¡ Y cómo a ninguno le pesó de la paz ganada conalgún perjuicio o con alguna injusticia! No hay repú-blica menos estable que la que a cada momento saca arelucir las armas. ¿Cuántas veces llegó Atenas a ex-tremas crisis? Incendiada por los persas, tiranizadapor los lacedemonios que igualaron sus murallas conel suelo; quebrantada por el primer Filipo, afligida porel segundo Filipo, despedazada por Mitrídates, casiborrada por Sila. Aquella belicosa Roma 'fue tomadapor Tacio, sitiada por Porsena, incendiada por los ga-los, aterrorizada por Pirro, sacudida por Aníbal y, alfin, por sus propias armas destrozada.

Dirán algunos: Las armas y la guerra acrecien-tan los reinos. Sí; pero también esas mismas armas yesa misma guerra ocasionan su perdición y ruina. Aca-so no haya en la paz tanto y tan ominoso esplendor ytanta gloria, desde luego falsa; pero hay más quietud:

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hay menos debate y menos riesgo, por ende, muchísimamás firmeza, asentada en más robusta solidez. No cui-do, dijo aquel rey sapientísimo que se llamó Teopom-po, cuan gran reino voy a legar a mis hijos, sino cuanduradero y estable. Tú nada pides a los otros, ni losotros te piden nada a Ti. En uno y otro extremo está elpeligro, ora combatas con un enemigo más fuerte o conun enemigo más débil. No hay poder tan flaco a qtiienle falten fuerzas para dañar y que esté destituido detoda facultad de ayudar y hacer bien. Sobran recursospara el daño, y tan hacedero es causar mal por fuerzasuya como por flaqueza nuestra.

Aquí tienes, Rey glorioso, lo que a mí, el más adic-to y apasionado de tu Majestad, parecióme que en estetrance te debí escribir acerca de la guerra y la paz.Tú recibirás estas advertencias mías con aquella man-sedumbre con que sueles recibir todas mis cosas, o me-jor, aquella benevolencia con que escuchas a quienes,te avisan, y de la cual no te desprendes en ningunaocasión, conocida y experimentada, no solamente portus subditos ingleses, sino también por las naciones ex-tranjeras. Mis estudios, cuya tranquila holganza Túme procuras, no pudieron dejar que pasase en silen-cio esta oportunidad de escribirte. Solamente añadiré,antes de terminar, que no conviene en modo algunoque ignores (aun cuando Tú lo oyes o lo alcanzas porconjeturas) que las naciones todas, conforme nos lodeja entender la fama y las conversaciones de los hom-bres, esperan de Ti, y casi por su propio derecho te loexigen, que puesto que mostraste al mundo asomos yesperanzas de paz, des feliz remate a esta paz, trayen-do a la concordia a la Cesárea Majestad de Carlos, porel ascendiente y amistad que con él tienes, no sea que

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LORESTZO RIBEE.

esta flor hechicera de la paz haya mostrado con hartoenvidiosa brevedad su hermosura y su alegría, sin darel fruto cierto que esperábamos. ¡Ojalá proporcioneseste gozo sólido a todo el orbe cristiano; para que dévuelta a toda Europa la gloria de la quietad, se te debaa Ti solo, y compuestas las discordias entre príncipes,y apaciguados los tumultos y el polvo bélico, podamostrasladar nuestras preocupaciones a la religión, a lapiedad, a los negocios específicamente cristianos. Túmismo ves hasta qué grado el mundo lo necesita. Yono comprendo con qué otra cosa pueda decorarse másel Defensor de la fe o con qué otras obras puedes con-traer mayores merecimientos para con Cristo, a quienpido que siempre pienses y hagas todo cuanto hayade redundar en la salud y la felicidad Tuya y de tureino.

Brujas, 8 de octubre de 1525.

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NOTAS

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