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Luna Lunera Xabier Villanueva Amadoz - 1 - LUNA LUNERA Siempre he oído hablar a la gente de mí, de la pobre criatura que al nacer se quedó huérfana de madre. Ella sabía que iba a morir el día que tendría que ser el más feliz de su vida, el nacimiento de su primer y único fruto. Ella me lo decía susurrándome, al igual que hacía todas las noches antes de acostarse cuando me contaba cuentos. El que más me gustaba era el de la princesa y el enano; quizá era porque al caerse las lágrimas mientras lo contaba, veía a la persona más hermosa y más maravillosa que conocería jamás en la vida que conocemos. Trataba del cumpleaños de una aburrida princesa que ni trapecistas, magos ni nada semejante le hacían sonreír hasta la llegada de un enano trapecista. Él era el único que conseguía hacerle reír, hasta que caía exhausto por sus múltiples piruetas. La princesa, triste, se retiraba a sus aposentos. El enano al recuperar las fuerzas iba a pedirle a la princesa que se marchara para siempre con él, lejos de palacio, pero la imagen de un monstruo reflejado en un espejo acababa por matarlo. Era entonces cuando la princesa decía a sus súbditos: “De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón”. La historia de mi madre es la de la princesa, salvo que en este cuento la bella muere y la bestia vive. Ella quería que yo naciera, que abriera los ojos a esa luna llena tantas veces admirada en su tierra natal, aún sabiendo los acontecimientos venideros. Yo no iba a ser un chico “normal”, necesitaría mucho esfuerzo y la ayuda desinteresada de mucha gente para labrarme un futuro sin más barreras de las que la enfermedad atraía. Al menos eso le decían los sueños el día 3 de cada mes, día en el que casualmente nací. Sus augurios se hicieron ciertos salvo por la deformidad que supuestamente iba a tener. Esas visiones en realidad no le hablaban de ninguna enfermedad. Lo único que querían alertarle era de que yo iba a ser una niña, cuya vida estaría marcada por la desigualdad y el miedo. Lo extraño de todo fueron aquellos primeros instantes de vida que tuve. No lloré. Ella me había estado preparando 9 meses haciéndome fuerte con sus alentadoras palabras para ese momento. Desde entonces tendría que valerme sin más ayuda que la mía físicamente hablando. Siempre tendría a mi madre conmigo.

Luna lunera

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Relato corto narrado en primera persona acerca de un mundo gobernado por hombres. Nuestra protagonista, nos hablará de un maleficio al que está condenada su familia desde tiempos inmemoriales.

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Xabier Villanueva Amadoz

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LUNA LUNERA

Siempre he oído hablar a la gente de mí, de la pobre criatura que al nacer se

quedó huérfana de madre. Ella sabía que iba a morir el día que tendría que ser el más

feliz de su vida, el nacimiento de su primer y único fruto. Ella me lo decía

susurrándome, al igual que hacía todas las noches antes de acostarse cuando me

contaba cuentos. El que más me gustaba era el de la princesa y el enano; quizá era

porque al caerse las lágrimas mientras lo contaba, veía a la persona más hermosa y

más maravillosa que conocería jamás en la vida que conocemos.

Trataba del cumpleaños de una aburrida princesa que ni trapecistas, magos ni

nada semejante le hacían sonreír hasta la llegada de un enano trapecista. Él era el

único que conseguía hacerle reír, hasta que caía exhausto por sus múltiples piruetas.

La princesa, triste, se retiraba a sus aposentos. El enano al recuperar las fuerzas iba a

pedirle a la princesa que se marchara para siempre con él, lejos de palacio, pero la

imagen de un monstruo reflejado en un espejo acababa por matarlo. Era entonces

cuando la princesa decía a sus súbditos: “De ahora en adelante, que todos los que

vengan a palacio no tengan corazón”.

La historia de mi madre es la de la princesa, salvo que en este cuento la bella

muere y la bestia vive. Ella quería que yo naciera, que abriera los ojos a esa luna llena

tantas veces admirada en su tierra natal, aún sabiendo los acontecimientos venideros.

Yo no iba a ser un chico “normal”, necesitaría mucho esfuerzo y la ayuda desinteresada

de mucha gente para labrarme un futuro sin más barreras de las que la enfermedad

atraía. Al menos eso le decían los sueños el día 3 de cada mes, día en el que

casualmente nací. Sus augurios se hicieron ciertos salvo por la deformidad que

supuestamente iba a tener. Esas visiones en realidad no le hablaban de ninguna

enfermedad. Lo único que querían alertarle era de que yo iba a ser una niña, cuya vida

estaría marcada por la desigualdad y el miedo.

Lo extraño de todo fueron aquellos primeros instantes de vida que tuve. No

lloré. Ella me había estado preparando 9 meses haciéndome fuerte con sus

alentadoras palabras para ese momento. Desde entonces tendría que valerme sin más

ayuda que la mía físicamente hablando. Siempre tendría a mi madre conmigo.

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La gente se apena porque no la llegué a conocer en vida. Es cómico oír eso. Yo

la conozco mejor que nadie porque ella me transmitió todas sus inquietudes a través

de sus pensamientos y de sus palabras. Además, hacía capaz el mayor de los milagros:

ver y sentir como ella. Gracias a esto he llegado a entender el amor que sentía hacia

mí. En una sociedad en la cual casan a los hijos por dinero incluso antes de nacer es

normal que haya personas disconformes. Ella no quería ese futuro para mí. No quería

verse toda su vida junto al hombre que ella no eligió y perder a los hijos venideros por

una sociedad miserablemente capitalista. Ella no se consideraba feminista, no creía

que hiciera falta cambiar de dictador. Sólo tenía el firme deseo de ser igual y de tener

las mismas oportunidades que todo el mundo para ser feliz. Únicamente eso.

Conocí medio mundo en ese viaje desesperado a ninguna parte emprendido

con tesón por mi madre, en busca de esas oportunidades que quería para mí. Huía del

calor que la abrasaba por dentro guiada por los susurros del viento hacia una tierra fría

y virgen. Quería encontrar la fusión perfecta entre el sol y la luna. En su país, él

siempre se ha asemejado al hombre, mientras que ella representa a la mujer. El sol

simula la fuerza y el poder. La luna, en cambio, la belleza y la ternura. Un paisaje en el

que los dos convivieran de continuo en el horizonte era su gran anhelo. El mío

también. Lamentablemente, algo tan hermoso no hemos llegado a encontrar ninguna

de las dos. Quizá esa búsqueda de perfección nos haga vagar sin rumbo por siempre

jamás pero es un riesgo que debemos correr.

¡Quién sabe si mis descendientes encontrarán ese gran tesoro! Por mi parte he

seguido los pasos de mi madre a la hora de su educación. Esos consejos en forma de

sueños y la posibilidad de hablar con ella antes de nacer es algo que siempre

tendremos. Nuestra familia está destinada a ese don (o maleficio, según como se

mire), junto a la certeza de no llegar a ver a nuestras hijas en cuerpo presente. Es algo

que todas lo asumimos con amor, con ese amor que nos invade y nos lleva a

asegurarles que algún día podrán tener esa familia que a nosotras nos ha privado el

destino en vida.

Sin embargo, una vez recibida la muerte, todas las generaciones nos hemos ido

reuniendo en nuestra venerada luna, haciéndonos eco de las vivencias de cada una. Es

alentadora la imagen de este árbol genealógico constituido por mujeres de rasgos tan

diferentes. Con eso se demuestra que todas partimos de una misma semilla y que el

aspecto exterior no tiene nada que ver. De la tez morena que comparto con mi madre

apenas reconozco a mi abuela, una persona baja y con unos rasgos asiáticos. Lo mismo

me pasa con mi nieta, cuya piel crea gula al confundirla con el chocolate.

Aquí soy una desdichada. Lo único que cambia y me alienta son las almas que

vienen. Aparte de ver a toda mi familia huir generación tras generación para intentar

encontrar un lugar a sus hijos, me asusta ver todo lo que está sucediendo en la Tierra.

Sería un alivio ser ciega pero es algo que un alma no puede conseguir. Las lágrimas no

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son alivio suficiente para paliar la visión del declive de los recursos naturales. Lo

sagrado de los árboles se ha perdido, ahora son presa de las llamas o del frío acero; los

animales son abandonados a su suerte después de haberles arrancado su piel o

colmillos; se organizan guerras por dinero o por diferentes ideales; la humanidad hace

posible la existencia de un tercer mundo; las aguas son contaminadas gracias a la

permisibilidad de los que gobiernan…; podrían enumerarse miles de grandes casos y

millones de pequeños detalles.

A mi parecer, el mayor de los desastres contemplado por mi alma vacía es la

llegada de todas aquellas mujeres a consecuencia de la desgracia humana. Cautivas y

sentenciadas por hombres a los que un día amaron. Víctimas de una sociedad con

aparente amnesia. Las mutilaciones, el ácido sulfúrico sobre la piel o las violaciones no

es lo más grave de este asunto. Yo, que he sufrido en mis carnes el maltrato, veo una

total pérdida de la única capacidad que nos distingue del resto de mamíferos: la razón.

Una razón que nos ha hecho pasar de adorar la divinidad femenina al extremo de

destruir a lo más sagrado, la tierra fértil de nuestra sangre en forma de mujer.

A lo largo de la historia muchas revoluciones se han encargado de cambiarla. La

mayoría de las veces el uso de la fuerza ha sido su bandera. Sin embargo ha habido

momentos en que la revolución ha sido posible gracias a la palabra. Me hubiera

gustado ver coincidir a Ernesto y a Mahatma (la rebeldía sosegada por la sabiduría) en

el mismo espacio de tiempo para poder así dar cordura al resto de las mentes

confusas. Al final, todos esos movimientos sociales son esclavos del tiempo porque los

logros realizados acaban en el olvido. ¡Liberté, egalité, fraternité! Esas palabras son

cada vez más olvidadas, así como la flaqueza del bolchevique aumenta cada día.

Por mi parte, la revolución de la cordura es en la única que creo. Aquí en la luna

es posible. No hay fronteras, no se construyen muros alrededor de los territorios, no

existen diferentes razas, pues todas forman un todo. Aquí nos invade un ansia de amar

y ser amados superior a cualquier cosa. Nos cuidamos los unos a los otros que es la

mejor forma de combatir la adversidad.

Deseo ver llegar un momento en el que el día 3 no sea la unión de la vida y la

muerte para mis descendientes sino el comienzo de una vida llena de paz y sosiego.

Para ello mucho habrá que cambiar. Alguna fuerza dentro de nosotras ha hecho

acercarnos a los hombres no deseados. La misma que hace posible la muerte de cada

una de nosotras el mismo día de dar a luz. Hasta el comienzo de la verdadera

evolución del ser humano estoy convencida de nuestro maleficio. Cada átomo de

esperanza conseguirá realizar una fuerza universal mayor a las trabas existentes.

Destruiremos a los demonios de la noche en forma de sueños apacibles. De algún

modo, estoy convencida de la posibilidad en que el enano del cuento llegará a no

morir y podrá disfrutar así la vida junto con su amada princesa en el bosque. Los

cuentos siempre se han caracterizado por el final feliz de los protagonistas. Nuestras

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vidas son extensos relatos labrados de dolor y sufrimiento. Ya es hora de convertir las

criadas en cenicientas. Ya es hora de no llorar las pérdidas de nuestros seres queridos.

Levantar la vista al horizonte en las noches de San Juan y sentir nuestro calor. Allí

velaremos por vosotras y engrasaremos vuestros pobres corazones de hierro oxidados

por las penas.

Alguien dijo alguna vez que los sueños, sueños son. Yo digo que los sueños se

basan en la realidad. Mientras tengamos sueños seguiremos vivas. Yo por mi parte

bajo a la Tierra de vez en cuando intentado mantener las ganas de soñar. Pensar en

ello cuando os despertéis sintiendo un abrazo dulce y reconfortante. Lo que los

científicos denominan “homo sapiens” todavía no ha llegado pero juntas podemos

lograrlo. La unión hace la fuerza.

Según su definicón, utopía es la palabra que define al “plan, proyecto, doctrina

o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”.

Hay que redefinir la palabra porque esta utopía en concreto es posible. De hecho, lo

utópico sería no pensar de ese modo.