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Universidad de Buenos Aires Facultad de ciencias Sociales Carrera de Ciencias de la Comunicación Teorías y prácticas de la comunicación I, cátedra Mangone Módulo 1: Introducción a la comunicación “La comunicación” 1 Definir la comunicación El término “comunicación” comporta y/o sugiere actualmente una serie de significados diferentes y aun opuestos. Por una parte, “comunicar” es poner en contacto o vincular lugares, polos, individuos no conectados; este significado positivo supone una relación intencional, recíproca, interaccional, de ida y vuelta entre dispositivos o sujetos que cumplirían indistintamente las funciones de emisor y receptor. Se trata del sentido de “comunicación” más cercano al vocablo latino “communico”: poner en común, compartir, ponerse de acuerdo, estar en comunión y demás. Este sentido supone la existencia de un código o sistema de signos compartido, sin el cual la comunicación no podría tener lugar. Por otra parte, el término remite a la transmisión intencional de información de manera unidireccional, en general mediante dispositivos tecnológicos cuyos poderosos 1 Por Carlos Mangone 1

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Universidad de Buenos Aires

Facultad de ciencias Sociales

Carrera de Ciencias de la Comunicación

Teorías y prácticas de la comunicación I, cátedra Mangone

Módulo 1: Introducción a la comunicación

“La comunicación”1

Definir la comunicación

El término “comunicación” comporta y/o sugiere actualmente una serie de

significados diferentes y aun opuestos. Por una parte, “comunicar” es poner en contacto o

vincular lugares, polos, individuos no conectados; este significado positivo supone una

relación intencional, recíproca, interaccional, de ida y vuelta entre dispositivos o sujetos

que cumplirían indistintamente las funciones de emisor y receptor. Se trata del sentido de

“comunicación” más cercano al vocablo latino “communico”: poner en común, compartir,

ponerse de acuerdo, estar en comunión y demás. Este sentido supone la existencia de un

código o sistema de signos compartido, sin el cual la comunicación no podría tener lugar.

Por otra parte, el término remite a la transmisión intencional de información de

manera unidireccional, en general mediante dispositivos tecnológicos cuyos poderosos

emisores envían mensajes a una cantidad enorme de receptores separados entre sí; en este

sentido, “comunicar” ya no se asocia al fomento de la participación y el intercambio de

roles en la situación comunicativa, sino a maniobras de influencia, persuasión y

manipulación de los mensajes; en otros términos, al funcionamiento de los mensajes en el

ámbito del conocimiento (nuevo o existente), de los valores y las ideologías.

Finalmente, el alcance de “comunicación” se determina a partir del contexto o

situación; en ciertas circunstancias, el simple contacto fático (tecnológico o sin mediación

de un soporte externo al hombre) basta para hablar de comunicación; en otras, sólo se

considera que hay comunicación cuando se produce una profunda comprensión de los

mensajes y un cambio de actitud. Así, dos personas que hasta entonces no se conocen u

otras dos que se encuentran separadas por una gran distancia “se comunican” por el simple

1 Por Carlos Mangone

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hecho de presentarse o saludarse telefónicamente, mientras que otras dos que conviven

desde hace años, tienen proyectos en común, crían hijos, etcétera concluyen en que “ya no

se comunican”, o en que, como dicen algunos especialistas en la relación entre padres e

hijos, tienen problemas de “incomunicación”. Estos sentidos de “comunicación” están

ligados, como se ve, a pautas de conducta y costumbres.

Ahora bien, todos los sentidos analizados coinciden en que la comunicación es una

actividad específicamente humana y voluntaria, diferenciada de los envíos de señales no

intencionales que producen otros seres vivos, como los animales o las plantas. (Por tanto, el

uso pronominal que se observa en frases como “la cocina se comunica con el patio”, en el

que “comunicarse” se aplica a cosas inanimadas y significa “tener correspondencia o paso”

no será considerado aquí como expresión de comunicación.)

En principio, formularemos, entonces, una definición amplia, capaz de abarcar la

mayor cantidad posible de los rasgos y las diferencias expuestas para la comunicación

humana: La comunicación es una forma de la interacción social intencional que actúa

sobre los modos de conocimiento y de valoración de los actores sociales, y ayuda a dar

significado a la realidad; se produce en un cierto contexto cultural, a través de

información codificada.

Influencia, persuasión y manipulación

Como se dijo, la transmisión unidireccional de información se asocia a maniobras de

influencia, persuasión y manipulación de los mensajes. En realidad, toda comunicación

entre individuos, mediados o no por soportes tecnológicos, produce una mutua –aunque

desigual– influencia, es decir, determinados efectos. En ciertas circunstancias, en efecto,

una sola palabra o un solo gesto alcanzan para provocar rubor, angustia, incomodidad o

felicidad en el interlocutor. La influencia en la comunicación es, por tanto, inevitable.

Ahora bien, es posible que el emisor busque, mediante su acto comunicativo, obtener

el consenso del receptor; por ejemplo, que se manifieste de acuerdo con determinadas

creencias políticas o religiosas, que consuma ciertos bienes, que realice tal o cual

valoración estética y demás. En este caso, se habla de persuasión. La conformidad parcial o

total con los mensajes recibidos y la realización de las conductas indicadas son expresiones

de la eficacia de mensajes –masivos, institucionales o interpersonales–, cuyos dispositivos

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argumentativos logran la adhesión sin violentar aparentemente la libertad de elección y

decisión de los receptores. En la persuasión, se produce en cierta manera una

correspondencia entre los objetivos de los mensajes y las expectativas y necesidades de los

receptores. Como se habrá inferido, esto es evidente en la publicidad.

En ocasiones, la influencia que alcanzó el nivel de la persuasión no deja ya margen

para que los receptores desoigan las indicaciones de los mensajes. En estos casos, se

produce una manipulación (del latín, “manipulus”: que se puede tener en una mano y

también unidad militar) que coarta la libertad de información de los individuos. La

comunicación manipulatoria se ejerce en sociedades con autoritarismo político, en las

existen la censura y un discurso oficial muy dominante, así como en sociedades

formalmente libres pero con sistemas de información muy concentrados u oligopólicos, en

donde la libertad de elegir resulta muy restringida.

Es muy difícil que la manipulación se concrete totalmente, porque los individuos

pueden resistir y leer críticamente los mensajes; sin embargo, para que esto ocurra, resulta

necesario contar con competencias culturales que permitan decodificar los mensajes en

función de los propios intereses y no de los objetivos mercantiles de los grandes medios o

de los objetivos políticos del autoritarismo.

Redes de comunicación

Como se habrá inferido, más allá del vínculo interpersonal, que constituye la red de

comunicación más básica y simple, en la sociedad existe una innumerable cantidad de

situaciones comunicacionales estructuradas en forma de red, es decir, como sistemas de

conexiones e interconexiones. Así, el concepto de red es útil para analizar la comunicación

en diferentes dimensiones: interpersonal, grupal, social, masiva.

En las redes se pone en juego el propio concepto de comunicación, en tanto conducta

intencional, recíproca y que busca resultados estratégicos de influencia. En el caso de las

redes comunicacionales interpersonales, por ejemplo, se pone en juego el número de

miembros que el sistema debe tener para que la combinación de relaciones

comunicacionales sea efectiva. Históricamente, el número de diez o doce integrantes ha

gozado de gran prestigio por su capacidad de interconexión; es el caso de los apóstoles, las

unidades de infantería, ciertas formaciones deportivas y demás, si bien la red no debe

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jerarquizar los lugares de emisión y debe asegurar la capacidad deliberativa de cada lugar

de emisión para dar lugar a una comunicación en sentido estricto.

El concepto de red de comunicación también puede servir a los fines de interpretar el

carácter de determinadas áreas: social, tecnológica y económica, así como de reflexionar

acerca de los efectos culturales de su funcionamiento. Un ejemplo históricamente

importante es la red de ferrocarriles argentinos, que, cuando gozaba de dinamismo, implicó

una poderosa fuerza de desarrollo, aunque centralizada hacia el puerto de Buenos Aires y

desigual. La “lectura” del diseño de esa red comunicacional proporciona información

acerca de las intenciones con las cuales se la estructuró.

Desde este punto de vista, el sistema económico y productivo también puede ser

representado como una red comunicacional. Por ejemplo, la producción en cadena propia

del fordismo se corresponde con una red unilineal, de secuencia consecutiva, cuyo destino

final es la meta de terminar un producto.

Finalmente, el concepto de red puede ser utilizado para analizar ciertos

funcionamientos de la política: la familia funciona como una red comunicacional desde

donde fluye información que es usada para construir los consensos necesarios para que las

medidas adoptadas sean aceptadas sin mayores oposiciones.

Clasificar la comunicación

Los intentos de clasificar la comunicación han sido múltiples. Dichos intentos

responden a distintas concepciones sobre la comunicación, parten de distintas disciplinas –

Matemática, Lingüística, Psicología, Sociología– y suponen diversos modelos –técnicos,

lingüísticos, psicológicos, psicosociológicos–, algunos de los cuales serán tratados en los

prácticos. El carácter de los participantes, los objetivos de la comunicación, las formas de

los mensajes, los temas tratados, el ámbito elegido y los canales utilizados son, entre otros,

criterios empleados para caracterizar, aunque siempre incompletamente, una situación

comunicativa. Veamos aquí dos ejemplos.

Según los alcances de su influencia, la comunicación podría clasificarse como micro,

meso y macro comunicación. La dimensión comunicacional es un aspecto muy importante:

cuanto más se expande la llegada de la emisión, más necesarios son, por una parte, recursos

tecnológicos complejos y, por otra, instancias intermedias entre la emisión y la recepción

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que controlen el correcto funcionamiento del circuito. La comunicación de masas, aunque

ficcionalice diálogos afectivos e íntimos con los receptores, se ubicará dentro de la

macrocomunicación.

La mesocomunicación, también llamada “comunicación intermedia”, utiliza tanto

recursos formales como informales; en este caso, el “feedback” o posibilidad de que el

receptor asuma el rol de emisor puede ser inmediato o diferido en el tiempo. La

comunicación que se produce en el marco de las instituciones, donde coexisten mensajes

formales y diferidos –como las circulares, los informes y los carteles– con mensajes

informales “cara a cara” –como los intercambios orales– constituye un ejemplo de

mesocomunicación.

La microcomunicación, por su parte, comprende las interacciones interpersonales

“cara a cara”, desde las más íntimas y familiares hasta las propias de los ámbitos informales

de la vida cotidiana, como los clubes, los bares y los lugares de estudio y trabajo.

Desde otra perspectiva que considera los condicionamientos a la comunicación, ésta

se clasifica en masiva, institucional e interpersonal. En principio, se afirma que en la

comunicación interpersonal, por su carácter informal, no hay restricciones para ejercer la

comunicación y tratar cualquier tema, en oposición a las limitaciones que imponen el

carácter público de las comunicaciones de masas y el ámbito jerarquizado de las

instituciones.

Sin embargo, una de las paradojas de la comunicación es que, muchas veces, la

distancia permite, como en el caso de las cartas o de un desconocido con quien se traba

conversación en un bar– manifestar opiniones, sentimientos y juicios de valor que caen bajo

la inhibición cuando la relación es “cara a cara” con alguien socialmente cercano.

Por otra parte, en la conversación interpersonal, el tiempo y el espacio inclinan a los

participantes a optar por ciertos temas adecuados: dos compañeros de oficina en horario

laboral charlan más de lo relacionado con el trabajo; dos hinchas de fútbol en una tribuna,

de su equipo; dos adolescentes que acaban de conocerse en un bar, de su vida y de sus

gustos. En cualquiera de esos contextos se podría comentar también la política económica,

algún escándalo de la farándula, el clima, las declaraciones de una celebridad o la estructura

del átomo, sin embargo, esto es menos probable.

Por último, estar cara a cara hace que los interlocutores constituyan en un tiempo

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mínimo un contexto en común al que hacer referencia, el cual se amplía cuando se conocen

desde antes del intercambio. Esto da lugar a que parte del contenido de las réplicas sea

implícito, es decir, sobreentendido, como en Te queda mejor tu color.

Como se ve, sujeto, lugar, tiempo y universo de referencia, son factores que

complican las posibilidades de plantear una tipología de los actos de comunicación.

La comunicación no verbal

Una tipología común, incompleta como todas, opone la comunicación verbal a la no

verbal.

Si bien el lenguaje verbal es el principal instrumento con el que cuenta el hombre

para comunicarse y aquello que lo distingue fundamentalmente de otras especies, desde los

lejanos tiempos utilizó –primero, como única posibilidad de relación y, luego, como un

importante complemento– un conjunto de recursos no verbales que, aunque no tienen la

estructura formal de una verdadera lengua, son parte inherente de la cultura de una

sociedad. Antes de desarrollar el lenguaje articulado, el hombre se manejaba sólo con esta

serie de elementos para comunicarse con sus semejantes: el espacio, el cuerpo, los objetos.

Durante mucho tiempo, la comunicación interpersonal fue asimilada a la

comunicación verbal, lo que dejó de lado el hecho de que, inevitablemente, se producen y

se reciben mensajes no verbales –no expresados por palabras– o paraverbales –

superpuestos a los verbales, como la entonación. Estos mensajes pueden ser o no

intencionales, y envían siempre una información que es decodificada por los receptores y

que los ayuda no sólo para comprender el sentido, sino también para desenvolverse

adecuadamente en el sistema cultural.

Por otra parte, la actual cultura audiovisual que, reproduce continuamente

representaciones de cuerpos, gestos y miradas, ha vuelto imprescindible el análisis de los

significados de la comunicación no verbal: sólo por esta vía pueden producirse mensajes lo

menos ambiguos posible. Esto ocurre también en el marco de una globalización cultural

que ha promovido la migración de millones de personas y, en consecuencia, intercambios

culturales lingüísticos y paralingüísticos: la incorporación en una nueva cultura exige el

conocimiento del código no verbal.

Como se verá más en detalle en los prácticos, es posible afirmar que la primera

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relación no verbal que establece el hombre es el espacio. Cada cultura tiene un manejo

diferente del espacio, ya que otorga a éste un significado particular; para comprobar esto,

basta observar que, en las diferentes lenguas, la definición de lo cercano y lo lejano

presenta matices semánticos distintos.

En la comunicación humana, la noción de espacio integra el concepto de territorio,

delimitación geográfica que implica una pertenencia colectiva y marca relaciones de

exclusión e inclusión o fronteras entre un “adentro” y un “afuera”; en este sentido, el

espacio territorial ayuda a construir las identidades por afirmación y por diferenciación. Las

distancias marcadas y los “permisos” para eliminarlas adquieren sentido en el marco de

cada cultura; por esta razón, para los sajones y los latinos, para los occidentales y los

orientales en general, etcétera, el espacio íntimo, el personal, el social y el público se

representan de manera diferente: el saludo protocolar con el apretón de manos resulta

escaso para culturas efusivas y excesivo para otras que ponen “distancia” ante lo

recientemente conocido.

Otra de las formas clave de comunicación no verbal es la mirada que, por un lado,

sirve para el reconocimiento del otro y de uno mismo, y, por el otro, a los fines de delimitar

la inquietud de la tranquilidad. La mirada fija y persistente resulta molesta para la mayoría

de las culturas y significa –como para los animales–, amenaza. El movimiento de ojos

regula la conversación, determina los asentimientos y los énfasis y se diferencia según los

sexos, las edades y los niveles de confianza.

Los gestos faciales, por su parte, acompañan toda interacción verbal y ayudan a la

correcta interpretación de los mensajes. Movimientos de la cabeza, de las cejas, la propia

sonrisa o el mensaje más ambiguo de las lágrimas (alegría o tristeza) tienen sentidos

diversos en las culturas y varían en frecuencia y énfasis según los produzcan mujeres u

hombres y según las generaciones a que éstos pertenezcan.

El “lenguaje de las manos”, la postura del cuerpo, el contacto táctil y el olfato son

otras formas de comunicación no verbal.

La comunicación institucional

A mitad de camino entre la micro y la macrocomunicación, los mensajes

institucionales adoptan formas tanto de la comunicación interpersonal y grupal, como de la

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comunicación de masas, y organizan un conjunto de mensajes que adquieren características

propias. Un emisor privilegiado de la comunicación institucional, junto con los organismos

públicos y las organizaciones sociales, son las empresas.

En este comienzo del siglo XXI, después de más de ciento cincuenta años de

capitalismo, las empresas han logrado una rehabilitación social. Si antes eran presentadas

como un espacio de acumulación económica privada, de explotación laboral y búsqueda

afanosa de lucro, y su estrategia comunicacional estaba basada en el producto a través del

prestigio que adquiría la marca, en los últimos tiempos predominan los mensajes en los

cuales ofrecen la imagen de una institución con objetivos comunitarios; así, en lugar de la

marca, predomina el lema institucional (“Estamos para servirlo”).

Este pasaje de la empresa a la institución coincide paradójicamente con la

transformación de las instituciones públicas y sociales en verdaderas empresas que buscan

la eficacia en la gestión. De allí la importancia tanto de la llamada comunicación externa de

la empresa-institución como de la denominada comunicación interna o de gestión. Una

eficiente comunicación global de la empresa es aquella que concreta un mensaje coherente

hacia adentro y hacia fuera del espacio de trabajo, y que logra que los significados de sus

discursos produzcan una identificación positiva tanto en los consumidores como en los

ejecutivos, los empleados y los obreros que conforman su personal.

La moderna comunicación institucional construye su legitimidad en las campañas

públicas, en mensajes “no comerciales”; para esto, se utilizan los recursos retóricos y

estéticos de la publicidad, pero, a la vez, se ofrece un discurso que se hace cargo no sólo de

las necesidades materiales de los consumidores, sino también de sus expectativas culturales

y espirituales.

Como se verá más en detalle hacia el final de la cursada, cuando se aborde

específicamente el tema comunicación y empresa, la comunicación institucional apela a dos

tipos principales de discurso institucional que pueden combinarse. Por un lado, el discurso

puede traducir una identificación con la empresa por su categoría, por su superioridad; se

trata de un “Digo quién soy”, en el que la legitimidad se alcanza con la sola mención de la

empresa y sus atributos, frecuentemente exagerados mediante superlativos e hipérboles. Por

otra parte, el discurso puede traducir una identificación con el “espíritu de servicio”; en

esta caso, en el mensaje predomina el receptor de los mensajes, concebido como

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beneficiario de la tarea de la empresa, así como la interpelación cálida y afectiva.

Fenómenos micro y macrocomunicaionales: rumor, secreto y chisme en la comunicación

Existen informaciones que nacen y circulan interpersonalmente y que, luego, son

reflejadas por los medios de comunicación de masas, revestidas de cierta autoridad con

respecto a su veracidad: son los rumores. A diferencia de las mentiras, que pueden ser

verosímiles si poseen alguna cuota –aunque sea mínima– de verdad, el rumor es un

sustituto de las noticias que no surge de canales institucionales y que responde a una

insatisfacción con respecto a la oferta de información que brindan los medios. Si bien los

estudios demuestran que la gran mayoría de los rumores son verdaderos, éstos adquieren

autoridad sólo cuando se comprueba su verdad o son puestos en circulación por alguna

institución de la comunicación social; en otros términos, necesitan una certificación.

En la microcomunicación, es decir, en espacios acotados, el rumor adopta la forma de

murmuración. Ésta se limita a grupos pequeños, locales, cuyos miembros están unidos por

vínculos personales, y se relaciona con detalles un tanto íntimos de los rasgos y las

conductas de personas específicas. El rumor, en cambio, generaliza mucho más y sufre una

serie de transformaciones a medida que va circulando de persona en persona; así, cumple

en algunas circunstancias la función de un arma de combate; es el caso, por ejemplo, de la

“guerra psicológica”, que busca mellar la moral de las tropas enemigas en el desarrollo de

una contienda bélica.

Rumores y murmuraciones suelen proliferar con un sentido de resistencia en

sociedades con un nivel de censura muy alto, en las que predomina el secreto.

Curiosamente, en la sociedad actual, que, como vimos, suele denominarse “de la

información”, todavía abunda, por razones de Estado (privado o público), el secreto:

militar, financiero, clínico-médico, etcétera. Por otra parte, y como una nueva paradoja de

la tecnología, los sistemas de control de la información pueden conocer tanta información

acerca de los individuos como ellos mismos o, inclusive, más (algo similar ocurre con los

países y el control satelital de su territorio). Por lo tanto, los aparatos de búsqueda y

almacenamiento de la información operan contra el secreto como resistencia del individuo

contra la invasión de su privacidad y a favor del secreto que permite a esos mismos

aparatos tener un poder adicional sobre los individuos aislados.

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Por último, habría que referirse a un fenómeno macrocomunicacional que se ha

convertido en núcleo central de la televisión mundial y que se relaciona directamente con el

rumor, la murmuración y el secreto; se trata del chisme, forma degradada de la información

no autorizada. Más allá de los bajos costos de los programas de chisme, el género explota la

curiosidad de las personas sobre la vida cotidiana de los ricos y los famosos, colocándolos

en una posición de “creadores” de información.

La noción de información

Hemos dicho que comunicar implica transmitir información. Conviene, por lo tanto,

que nos detengamos a analizar la noción de información.

El concepto de información puede ser analizado desde diferentes perspectivas. Por

una parte, en el campo de la estadística y la probabilidad, la teoría de la información, de

origen matemático, aplica criterios que permiten prever con algún grado de fundamento la

aparición de una señal. La señal es una cantidad de energía determinada y no un signo o

relación cultural entre una expresión (significante) y un concepto (significado). Desde esta

perspectiva, un emisor codifica un mensaje mediante la selección de señales de una fuente

o repertorio y el mensaje es decodificado por un receptor; ni el emisor ni el receptor deben

ser necesariamente humanos: puede tratarse también de máquinas o de organismos. La

fuente puede tener una memoria que organice las probabilidades de ocurrencia de una

señal; por ejemplo, puede contemplar que la terminación en consonantes n y s de las

palabras castellanas es muy superior a la terminación en cualquier otra consonante. Así, la

información sería una medida de la frecuencia relativa o de la probabilidad de ocurrencia –

una medida estadística– de una señal o un mensaje.

La teoría de la información contempla también la posibilidad de ocurrencia de

fenómenos desestabilizadores de la comunicación o ruidos, es decir, la distorsión producida

a partir de un inadecuado funcionamiento del canal o sistema físico-técnico que sirve de

vehículo a las señales. Los factores desestabilizadores son neutralizados mediante la

redundancia, proceso por el cual se reiteran las señales, los mensajes –o de parte de ellos–

para reforzar las posibilidades de decodificación. En la práctica, la redundancia se mide

como el excedente relativo de señales en relación con el número mínimo que habría sido

necesario para transmitir la información.

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La extrapolación de este modelo a la comunicación humana recibe, entre otras, la

crítica de suponer un receptor que, meramente, identifica lo codificado por el emisor,

cuando, en realidad, la recepción es una nueva actividad de construcción del mensaje. En

efecto, el receptor realiza inferencias, aplica estrategias de selección de la información e,

incluso, actúa como emisor mientras el emisor emite; por ejemplo, haciendo gestos que van

condicionando la emisión.

Desde el punto de vista de una de las ramas de la psicología cognitiva

contemporánea, el procesamiento de información posibilita la construcción de

conocimiento. El conocimiento es pensado no como una copia de la realidad, sino como el

resultado de la interacción entre las capacidades innatas y las posibilidades informativas

que otorga el medio. Para realizar dicha construcción, la persona cuenta, fundamentalmente

con esquemas que construyó en su relación con el medio. Los esquemas son

representaciones de las situaciones, de los conceptos y demás que permiten manejarlos

internamente y enfrentarse a situaciones iguales o parecidas en la realidad, tratándolas

como información. En otras palabras, los procesos de comunicación organizan y convierten

los datos, las situaciones, etcétera en unidades de información. Los datos están

potencialmente al alcance de la persona, pero deben ser organizados selectivamente. Así, el

conocimiento no es acumulación de información, sino un modo particular de organización

de la información en la mente.

Uno de los presupuestos básicos de la psicología cognitiva es que la mente humana es

comparable, en términos generales, a un ordenador. En ambos casos existe un hardware y

un software: por un lado, el soporte físico mediante el que se realiza la incorporación de

información (en el caso del ordenador, el soporte electrónico, y en el del ser humano, los

circuitos neuronales), y, por otro, una serie de programas que sirven para ordenar y utilizar

la información que se tiene. Además, como el ordenador, la mente humana tiene dos tipos

de memoria: una es la permanente, donde se almacena toda la información que se ha

introducido, y otra es la transitoria, con la que puede trabajar hasta que la información se

transfiere a la memoria permanente. La memoria a corto plazo tiene una capacidad

limitada, al igual que la de los ordenadores; esa limitación se ha precisado en alrededor de

siete elementos, que podrían retenerse durante unos veinte o treinta segundos. Para que

mayor cantidad de informaciones nuevas pasen a formar parte de la memoria a largo plazo,

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es necesario mejorar las estrategias de relación con la información que ya se posee;

procesar la información, mantenerla durante algún tiempo y otorgarle algún tipo de plan.

En general, la comparación mente humana-ordenador en relación con la información

recibe la crítica de dejar de lado los problemas que impone el significado: un programa

informático es ante todo una construcción formal y sintáctica; si un programa fuera capaz

de operar los símbolos chinos para construir una pregunta, por ejemplo, la construiría

formalmente, según reglas sintácticas, pero sin entender el significado de una sola palabra

del chino.

Una tercera acepción toma la información como una práctica discursiva y como una

institución de la sociedad moderna, también llamada “sociedad de la información” por estar

caracterizada, a la vez, por el flujo de noticias y la informatización. Desde este punto de

vista, la información tiene una dimensión histórica y social; se canaliza a través de soportes

específicos, como la prensa o los medios audiovisuales; utiliza formatos reconocibles,

como los géneros periodísticos, y construye consensos para la toma de decisiones o acerca

de lo que se denomina la “actualidad”. Desde esta línea, la sociedad actual es una sociedad

informatizada, informativa e informada.

A partir de las acepciones de información vistas, se podría interrogar la función de los

medios masivos. Así, podrá observarse que la redundancia, mecanismo central en la

comunicación interpersonal (con el gesto se refuerza la afirmación verbal, con ciertas

estructuras textuales se resume (algo dicho), cumple una función totalmente diferente en la

comunicación de masas de carácter audiovisual: sobre todo en los mensajes publicitarios y

promocionales de las industrias culturales, la redundancia tiende a producir una

sobreinformación con efectos “desinformadores”, ya que la posibilidad de recibir

adecuadamente tal cantidad de mensajes repetidos queda anulada por la saturación.

Por otra parte, retomando los principios de la psicología cognitiva, si el conocimiento

es el resultado de la interacción entre las capacidades innatas y las posibilidades

informativas que otorga el medio exterior a la persona, las posibilidades informativas se

ven limitadas por los medios masivos. Ciertamente, éstos manejan un concepto de

información que, en reiteradas oportunidades, no sirve para la construcción de una visión

autónoma de la realidad, ya que su “actualidad” no jerarquiza la información pertinente

para la comprensión de los fenómenos, sino que selecciona la información (real o falsa) que

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puede circular como mercancía, es decir, que resulta rentable.

La dimensión comunicacional de la cultura y la dimensión cultural de la

comunicación

Comunicación y cultura son términos estrechamente vinculados. Su relación no es

solamente un problema de palabras o de conceptos, sino que la historia demuestra que las

prácticas culturales se estructuran sobre circuitos de comunicación naturales,

interpersonales y tecnológicos. Senderos, ríos, personas, cables, frecuencias y ondas

vehiculizan transportes, individuos, mensajes, palabras e imágenes. Los hombres se

reconocieron en la mirada de los otros, se acercaron, formaron comunidades y, al mismo

tiempo, se alejaron para formar otras comunidades en territorios más distantes, para lo cual

necesitaban también mecanismos de conexión y comunicación. La aparición de nuevas

tecnologías, de las más simples a las más complejas, que permitieron al hombre desplazarse

y comunicarse reformularon en la cultura las nociones de espacio y tiempo, que, en

realidad, son representaciones humanas.

Del hombre muy sedentario de las cavernas, se pasó al nómade que se alejaba del

peligro o, en otros términos, de la emigración en busca de nuevos destinos al anclaje en un

territorio. Las culturas agrícolas, los descubrimientos de la navegación, la formación de las

ciudades, las crisis económicas, las guerras, etcétera fueron factores que colaboraron en la

existencia de un movimiento de oscilación en uno y en otro sentido –emigrar y arraigarse–,

lo que promovió el intercambio cultural y la creación de nuevas formas de comunicación.

En primera instancia, las tecnologías deslumbraron al hombre, que reaccionó como

ante aquellos fenómenos de la naturaleza que no comprendía; luego pasó a conocerlas y a

utilizarlas en su provecho. Las tecnologías fueron y son innovaciones surgidas de las

necesidades sociales, ya que se caracterizan por solucionar problemas que se le plantean al

hombre, aunque originan nuevos problemas para los que hay que buscar soluciones

distintas.

La utilización de las tecnologías deja efectos culturales, moldea reacciones y

conductas humanas, condiciona la comunicación social y caracteriza toda una época. Hubo

etapas caracterizadas por el movimiento de la navegación; otras, por la cultura del caballo

como medio de transporte y trabajo; en nuestro siglo, el automóvil hizo construir autopistas

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que, como en Los Ángeles, dejan poco espacio para el simple peatón. Hay asistimos a la

cultura del teléfono móvil, de la conferencia por Internet, del “chateo”, que también dejan

efectos culturales entre quienes los utilizan. El chateo entre personas desconocidas, por

ejemplo, sirve para reflexionar sobre diversas relaciones entre comunicación y cultura. Para

esas personas, chatear significa comunicarse; implica un umbral de relación y vínculo que,

sin embargo, generalmente, no pasa de una conversación sobre cuestiones secundarias. De

todas maneras, el chateo permite ocultar la verdadera identidad (aspecto que en otro tipo de

comunicación se percibe muy negativamente) y, de esa manera, despejar los efectos de los

prejuicios sobre la raza, el sexo, la ideología o la religión de los participantes, que sólo se

manifestarían a partir de algunas de expresiones. Como vemos, la tecnología permite

avances culturales y, al mismo tiempo, plantea interrogantes acerca de sus efectos.

Ahora bien, en realidad, cualquier modificación cultural acentúa un proceso social

preexistente, que ya se ha desarrollado lo suficiente como para articularse con la nueva

tecnología y acelerar su crecimiento. En este sentido, la sociedades no separan más a los

individuos porque éstos chateen, usen constantemente teléfonos móviles, o escuchen

música en sus walkman sin mirar al prójimo; por el contrario, el aislamiento de las personas

en las sociedades modernas es el resultado de procesos sociales y económicos que tienen su

correlato en una fragmentación cultural, productiva y familiar. Paradójicamente, en muchas

oportunidades, ese aislamiento y esa fragmentación son compensados por una cultura de

masas que devuelve al hombre la imagen de pertenecer a una comunidad y de poseer una

identidad.

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