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situaciÓn económica, por el carácter y el mooo de su producción y de su cambio condicionado por ésta. Dicha ley [ .. . ) tiene para la historia la misma importan- cia que la ley de la transformación de la energía para las Ciencias Naturales [ ... ) >> Independientemente de que acá Engels plantee de manera recu- . rrente su clásica unidad epistemológica entre ciencias de la naturale- za y ciencias de la sociedad, entre naturaleza y cultura, la cual no es tan férreamente unitaria en Marx, el hecho es que se vislumbra con claridad que el trasfondo y la esencia de la política es el problema y la manera como en cada formación social se desenvuelve la lucha de clases, presupuesto y principio que fuera planteado, de manera diáfa- na por Marx y Engels, en su famoso Manifiesto del Partido Comunista, cuando proclamaron, que: La historia de too as las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantu- vieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transfoffi1ación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna ». y es acá, en relación con este punto nodal y clave de la lucha de clases y el problema de la violencia, donde se van a desarrollar los temas más álgidos, difíciles y controvertidos de la teoría marxista de la política: la transición de la sociedad capitalista a la sociedad socialis- ta, la naturaleza y contenido de la revolución proletaria y el problema de las eventuales alianzas de clases, es decir, lo que luego en la teoría y la práctica del marxismo-leninismo se denominaría la táctica y la estrategia, pero que en Marx no tiene esos desarrollos tan dogmáticos y precisos, sino que en ocasiones son formulaciones generales, pero no por ello menos claras sobre este tópico de violencia y lucha política, pues Marx, a partir del Manifiesto, es claro al respecto y allí no se habla de evolución pacífica o profundización de la democracia para derro- car a la burguesía, sino que con realismo descarnado se plantea, que: El poder político, hablando propiciamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convier- te en clase dominante y en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación de clase. 143

Manifiesto del Partido Comunista, - Universidad …na por Marx y Engels, en su famoso Manifiesto del Partido Comunista, cuando proclamaron, que: La historia de too as las sociedades

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situaciÓn económica, por el carácter y el mooo de su producción y de su cambio condicionado por ésta. Dicha ley [ .. . ) tiene para la historia la misma importan­cia que la ley de la transformación de la energía para las Ciencias Naturales [ ... ) >> •

Independientemente de que acá Engels plantee de manera recu- . rrente su clásica unidad epistemológica entre ciencias de la naturale­za y ciencias de la sociedad, entre naturaleza y cultura, la cual no es tan férreamente unitaria en Marx, el hecho es que se vislumbra con claridad que el trasfondo y la esencia de la política es el problema y la manera como en cada formación social se desenvuelve la lucha de clases, presupuesto y principio que fuera planteado, de manera diáfa­na por Marx y Engels, en su famoso Manifiesto del Partido Comunista, cuando proclamaron, que:

La historia de too as las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantu­vieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transfoffi1ación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna».

y es acá, en relación con este punto nodal y clave de la lucha de clases y el problema de la violencia, donde se van a desarrollar los temas más álgidos, difíciles y controvertidos de la teoría marxista de la política: la transición de la sociedad capitalista a la sociedad socialis­ta, la naturaleza y contenido de la revolución proletaria y el problema de las eventuales alianzas de clases, es decir, lo que luego en la teoría y la práctica del marxismo-leninismo se denominaría la táctica y la estrategia, pero que en Marx no tiene esos desarrollos tan dogmáticos y precisos, sino que en ocasiones son formulaciones generales, pero no por ello menos claras sobre este tópico de violencia y lucha política, pues Marx, a partir del Manifiesto, es claro al respecto y allí no se habla de evolución pacífica o profundización de la democracia para derro­car a la burguesía, sino que con realismo descarnado se plantea, que:

El poder político, hablando propiciamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convier­te en clase dominante y en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación de clase.

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Es pues, por la fuerza, como se suprimen ; ;1:'; viejas relaciones de producció n, vale decir, es ilusión vana e infantil esperar que las clases dominantes, en el caso de la sociedad capitalista, la burguesía, los capital istas van a ceder voluntaria y pacíficamente e l poder a la clase trabajadora, para que asuma el poder político , la di.recciÓn de la má­quina del Estado, por e llo el proletariado la J ebe destru ir y, luego, crear unas nuevas relacion es de poder y unas nuevas rdaciones de producción que supriman la explotación asalariada.

Cabe resalta r la complej idad del pensamiento político de Marx, por cuanto éste no tiene la claridad de su pensamiento económico y esto se debe a la complej idad, a su vez, de la lucha de clases en cuan­to lucha política y no meramente económica y en la que se vio envuel­to Marx como hombre de acción con su participación en la creación del movimien to obrero internacional organizado. De otro lado, Marx no entiende la pol írica como «conspir ación •• , como «intriga .. y «ma­quinación" , a través de sec tas y organizaciones conspirativas clandes­tinas, entiende la política como lucha ab ie rta de masas, pero organizadas políticamente y entrelazadas al orden social existente. De allí que, en el Manifiesto del Partido Comunista, con su tono de procla­ma y de agitación política, en cu anto «manifi esto.. , él termine con una exhortación vehemente a derrocar a la burguesía y a llevar a cabo la revolución comunista , como la ta rea poJ(tica de la clase trabajado­ra, como su misión histó rica. Al efec to declara:

En resumen, los conumistas apoyan por doquier todo movimiento revoluciona­rio contra el régimen soc ial y político ex istente. En rodos estos movimientos ponen en primer término, como cuestión fundamental del movimiento, la cues­tión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más O menos desarrollada que ésta revista. En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y d acuerdo entre los partidos democráticos de todos los países. Los comunistas consideran indig­no ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existen­te. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen en cambio, un mundo que ganar.

Lo que quieren decir Marx y Engels, ya en 1848, fecha de la publi­cación del Manifiesto, es que el proletariado debe despojarse de todo ilusionismo constitucional, de todo «cretinismo constitucional", que ve en la figura abstracta y universal del ciudadano y sus derechos políticos la panacea, el paraíso de los derechos humanos en la tierra, si

como con ello se pudiera suprimir la asimetría de las relaciones socia­les en la sociedad capitalista. Por ello, no hay que olvidar que en esencia la forma jurídica del sujeto de derecho como libre e igual es expresión de la forma del valor de cambio, del fetichismo mercantil y, por ende, de la legitimación que está articulada a la legalidad y vice­versa, o sea que, en el positivismo legalista de la modernidad capita­lista «el derecho actúa como la forma burguesa de la política» y «la política como la forma ilusoria de la racionalidad », pero ambos son discursos ideológicos con respecto a las contradicciones reales de cla­se dentro de la sociedad capitalista. De allí que, en el sistema capita­lista persistan las antinomias ideológicas de la política tales como legitimidad/ ilegitimidad, legalidad/ilegalidad, derecho/violencia, re­presentantes/representados' democracia/autoritarismo, soberanía/de­pendencia, etc. Marx va madurando cada vez más en la idea de una revolución radical, e incluso, permanente, en la construcción de la sociedad en transición al socialismo y al comunismo y que sería un filón explotado luego por Trotsky, a comienzos del Siglo xx, en la revo­lución bolchevique de 1917. A su vez, Lenin siempre tenía en cuenta la idea necesaria de una revolución proletaria mundial, para poder consolidar la revolución comunista. Ello estaba ya en germen en Marx, cuando en 1850 escribe, en compañía del nunca bien ponderado Engels, su famoso Mensaje del Comité Central a Liga de los Comunistas, que:

... nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución perma­nente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos posee­doras, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle y no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo, en proporciones tales, que cese la competencia entre los proletarios de estos países y hasta que por 10 menos las fuerzas produc­rivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado. Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases, no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.

Marx se aparta de toda visión idealista de la política, así como de todo realismo ingenuo o mezquino de la misma, ve en ella sólo «intri­gas» y «traiciones», lo cual, sea de paso dicho, alimenta la práctica política diariamente en cualquier sociedad y también se aleja de la visión idealista de ver en la política una lucha de «ideas» por desarro­llar determinadas formas de gobierno, pues la esencia de todo régi­men político, ya sea una democracia, una dictadura militar, un régimen fascista o bonapartista, son formas de dominación política del capital,

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en donde la democracia representativa, parlamentaria, o la más «mo­derna» democracia constitucional serían las formas «regulares», «nor­males», «naturales» de dominación de la burguesfa sobre el proletariado y las otras formas de régimen político, las excepcionales, las más apro ­piadas para los períodos de crisis, en tanto la democracia lo sería para los períodos de normalidad y prosperidad capitalista.

Sin embargo, cabe anotar que en el desenvolv imiento histórico­real no se da necesariamente este tipo de mono -causalismo, pues las relaciones entre economía y política no son de simple determinación de la segunda por la primera, como cree cierto «marxismo vulgar» , pues cabría preguntar, aún e n períodos de auge revolucionario: ¡Qué está al mando: la política o la economía? Tal fue el debate en los años 60 y parte de los 70 con los Maos y los revis ionistas . Pero> el punto en Marx dentro de su cons trucción de la teoría política, que no es otra que su teoría sobre la revolución proletaria, es el aspecto central del papel de la dictadura del proletariado, en la construcción de la socie­dad en transición del socialismo y en el paso a la sociedad comunista y es así como, ya en 1852, en su famosa carta a ]oseph Weydemeyer escribe:

Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existen­cia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos his tOriadores burgueses habían expuesto ya el desarro\lo histó­rico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía eco­nómica de éstas . Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a detenninadas fas e.1hiswricas de desarrollo de la pTOducción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadu­ra del pTOlewriado; 3) que e~ ta misma dictadu ra no es de por sí m:h que el tránsito hacia la ahnlición de wdas las clases y hacia una suciedad sin clases .. .» .

En consecuencia, si lo político como esfera del poder es domina­ción, en una sociedad sin clases se generará la extinción del derecho y el Estado y, en consecuencia, también la forma de la política y las relaciones sociales fluirán transparente mente sin necesidad de me­diaciones como el dinero, el derecho, etc. Entonces, cabe la pregun­ta: ¡es esto una hipótesis científica, o es una conjetura refutada por la experiencia histórica? Definitivamente de esta última dan testimonio el derrumbe del muro de Berlín y la consecuencial restauración del capitalismo en la ex Unión Soviética y, a su vez, la diferente pero también restauración del capitalismo en la China postmaoista, hechos estos que terminaron por demostrar que en lugar de! Estado languide­cer y ser absorbido por la sociedad civil, ocurrió lo contrario, y fue e!

Estado en la economía plan, con su burocracia, la que absorbió las organizaciones sociales y fortaleció el autoritarismo estatal, de la dic­tadura de los soviets se pasó a la dictadura del partido y de ésta a la del comité central, y la tragedia se cierra con la dictadura impersonal del secretariado del partido y el surgimiento del famoso «culto a la personalidad", pues como en cualquier sociedad premoderna lo que se da es un caudillismo atroz, la presencia del líder carismático y, ante él, las masas obedientes y fanatizadas, situación al parecer muy distin­ta a lo pensado por Marx.

Sin embargo, Marx mismo había pensado que la socialización de los medios de producción y el establecimiento de un plan económico centralizado eran un paso necesario en la superación de la economía capitalista, por ello, al analizar los problemas de la agricultura capita­lista y su consecuencial obstáculo de la renta del suelo para el desa­rrollo de las fuerzas productivas en el sector agropecuario, él ve una salida en la nacionalización de la tierra y un paso previo en el ataque a la propiedad privada burguesa. Por ello, en un escrito de 1872, sobre La Nacionalización de la Tierra, plantea que:

La nacionalización de la tierra producirá un cambio completO en las relaciones entre el trabajo y el capital y al fin y a la postre, acabará por entero con el modo capitalista de producción tantO en la industria como en la agricultura. Entonces desaparecerán las diferencias y los privilegios de clase juntamente con la base económica en la que descansan. La vida a costa de trabajo ajeno será cosa del pasado. iNo habrá más Gobierno ni Estado separado de la socie­dad! La agricultura, la minería, la industria, en fin todas las ramas de la produc­ción se organizarán gradualmente de la forma más adecuada. La centralización nacional de los medios de producción será la base nacional de una sociedad compuesta de la unión de productOres libres e iguales, dedicados a un trabajo social con arreglo a un plan general y racional. Tal es la meta humana a la que tiende el gran movimientO económico del siglo XLX.

Marx, aunque no reduce la política a puro determinismo econó­mico, tampoco acepta el entendimiento de la misma en términos pu­ramente voluntaristas, así sea de clase, sin embargo, lo político no se reduce a un economicismo estrecho, en tanto no basta con la lucha puramente económica que libra a diario la clase trabajadora, para creer que ello constituye la lucha política, pues ella es puramente de resistencia, por reformas laborales en las condiciones de trabajo y sala­riales. En ese orden de ideas, la lucha económica es reformista, no es en sí misma revolucionaria, pues se hace necesario rebasar, superar este estadio de la lucha, para que ella adquiera la connotación pro­

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piamente política, de allí que en la medida en que la obra de Marx madura, ya no es sólo la lucha contra la propiedad privada como ori­gen de la desigualdad entre los hombres, lo que tiene como horizonte el movimien to comunis ta y en lo cual entronca un poco Cl lO Rousseau, sino que el Marx de los Grundrisse y El Capital piensa la génesis de la política y de la lucha de clase!> desde una matriz más profundamente mate rialista y es así como se capta la política y la d ivisión de las clases y su lucha «allí donde nace." es decir, en el seno de la división del trabajo y en los inevitables mecanismos jerárqu icos, autorilarios y dis­ciplina rios de poder q ue ello ge ne ra y rige para la soc iedad en su conjunto. Por todo esto, no era suficiente «socializar los med ios de producción » y anular la propiedad privada burguesa, instaurando una economía plan , para creer que la explotación y la d ivisión de clases de la sociedad podrían desaparecer, pues el fracaso de l «socialismo real.> así lo atest iguan, ya que la burocracia en cierta manera sustituyó a la burgues(a , en tan to la apropiac ión del exceJ en te de trabajo no se gene ra por las vías juríd icas, sino también por las vías de hecho, ya que en el marxismo mismo se hace neces~lrio distinguir entre propie­dad jurídica fm mal y prop ieJad económica rea l, siendo en términos mate rialistas más importan te b segunJa. De all í 4ue ta conquista del

ódcr político es un paso necesa rio, pero ello no garant iza por sí mismo el éxito de una re\'ol ución proletaria , pues es necesario prufundizar en la revolución permanente las relaciones sociales de producción y lu­char por disminui r y no amplia r la división social Je l trabajo, fuente de reprod ucción de la diferenciación de las clases. Sin embargo, este fue uno de los calle jones sin salida en que se vio envuelta la revolu­ción socialista , entre product iv ísmo e igualdad real, ent re tecnocra­cia y política revolucionaria .

Finalmente, cabe anotar que Marx no creyó en el movimiento es­ntáneo de las masas, él creía en la nece~idad de una dirección, que

como tal no podía ser sino política y es así como plantea en carta a Friedrich Bolte , el 23 de noviembre de 1871:

I movimiento pol ítico de la clase obrera tiene como último objetivo, claro eSLá, la conqu ista del poder político para la clase obrera y a este fin es necesario, naturalmen te, que la organización prevÍ:1 J.: la clase obrera, nacida en su propia lucha económ ica, haya alcanzado cieno grado de desarrollo. Pero, por orra parte, todo movimiento en el que la clase obrera actúa como clase contra las clases dominantes y trata de forzarlas «presionando desde afuera», es un movimiento político. Por ejemplo, la tentativa de obligar mediante huelgas a capitalistas aislados a reducir la jornada de trabajo en determinada fábrica o

rama de la industria es un movimiento puramente económico; por el contrario, el movimiento con vistas a obligar a que decrete la ley de la jornada de ocho horas, etc., es un movimiento político.Así pues, de los movimientos económicos separa­dos de los obreros nace en todas partes un movimienro político, es decir, un movimienro de la clase, cuyo objero es que se de satisfacción a sus intereses en forma general, es decir, en forma que sea compulsoria para toda la sociedad. Si bien es cierto que estos movimientos presuponen cierta organización previa, no es menos cierto que representan un medio para desarrollar esta organización.

Allí donde la clase obrera no ha desarrollado su organización lo bastante para emprender una ofensiva resuelta contra el poder colec­tivo, es decir, contra el poder político de las clases dominantes, se debe, por lo menos, prepararla para ello mediante una agitación cons­tante contra la política de las clases dominantes y adoptando una actitud hostil hacia ese poder.

Para decirlo de otra manera, la organización política emerge des­de adentro de la clase trabajadora, pero está articulada a un «afuera» y esto quien mejor lo comprendió fue Lenin, quien desarrolló el mar­xismo en la fase del imperialismo y quien es el que verdaderamente profundiza la teoría política propiamente marxista, que en Marx son caminos indicativos, pues Lenin desarrolla propiamente la teoría del partido como destacamento avanzado y conciencia de la clase obrera; desarrolla, a su vez, su teoría de la revolución proletaria en alianza con el campesinado pobre y medio, como revolución democrática na­cional; desarrolla su teoría de la insurrección, con el poder dual, o sea, un poder obrero paralelo y en confrontación con el poder estatal burgués y desarrolla la teoría del imperialismo del desarrollo desigual y de la cadena más débil del imperialismo en la lucha por la revolu­ción proletaria mundial y organiza la internacional comunista, en lu­cha y confrontación con el reformismo socialdemócrata de Bernstein y Kautsky, contra el cretinismo parlamentario y la revolución pacifica. Toda esta teoría política es de Lenin, pero tiene como base la teoría de Marx de la revolución proletaria, de allí que presentar un Marx «filó­sofo» y demócrata, frente a un Lenin fanático y autoritario es una tontería profesoral y académica, pues hay desarrollo y continuidad en el enfoque de la teoría política marxista-leninista.

Por lo que atañe a Marx, fue un teórico y hombre de acción vincu­lado a las luchas revolucionarias y a la organización política de la clase trabajadora, pero, desafortunadamente sus ideales de la socie­dad comunista han sufrido más de un revés, hay un reflujo en las luchas políticas de la clase trabajadora después de la caída y derrum­

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be del «socialismo real,}. Sin embargo, algunos creen posible un rena­cimiento de la teoría política marxista en las luchas del siglo XXI, otro creen que la sociedad contemporánea. llamada también posmoderna o sociedad red, informatizada, de la tercera revolución industrial, ha desplazado material y orgánicamente a la clase trabajadora, que in­cluso, dicen, se da una «desalarizaci6n.. Je las relaciones sociales de producción, lo cual hace que el proletariado pierde importancia es­natégica y organizativa para enfrentar el avance y dominación del capital. Sea lo que fuese s610 el futuro es el árbitro Je la verdad. La obra de Marx es y será un clásico de la teoría pol(tica.

Max Weber y el Contexto Político~Estatal colombiano

Por: Edgar Ramírez G' ,

Max Weber (1864-1920), sociólogo alemán, incursionó en estu­dios de economía, derecho, política, historia y filosofía, Ejerció la do­cencia en varias universidades -entre ellas las de Viena y Munich-, intentó sin éxito la formación de un partido alemán que combinase ideas socialdemócratas y liberales y participó activamente en el pro­ceso político constitucional de la redacción de la carta de Weimar.

Con Carlos Marx, Vilfredo Pareto y Emilio Durkheim entre otros, se le considera uno de los clásicos del pensamiento sociológico moder­no e iniciador de las corrientes antipositivistas de las ciencias socia­les. La de Weber es una sociología comprensiva de carácter hermenéutico y de connotaciones idealistas. Para teóricos contempo­ráneos de la política, como Norberto Bobbio, es el último clásico de la filosofía política.

En los textos Economía y sociedad y La ética protestante y el espíritu del capitalismo, dio una idea comprensiva sobre el desarrollo del mun­do capitalista, estableció variables explicativas de la aparición, desa­rrollo y consolidación de este sistema económico y socio-político.

Otro trabajo de singular importancia para el desarrollo de las cien­cias sociales en Occidente, es Estudios sobre la sociología de la religión ­la religión china: confusionismo y taoísmo, la religión en India: la sociología del hinduísmo y del budismo, judaísmo antiguo-, en el cual muestra de manera comparativa el ascendiente social, político y cul­tural de las religiones en el plano individual y en la formación de la conciencia colectiva de diferentes culturas tanto en Occidente como en Oriente.

Más que un revisión detallada de la obra de este pensador quisie­ra en estas líneas abordar aspectos relacionados con el ámbito de lo político-estadual del caso colombiano, a la luz de las reflexiones con­

* Sociólogo de la Universidad Autónoma Latinoamericana, Magíster en Educa­ciÓn de la Universidad de Antoquia, candidato a O(x:tor en Educación de la Universidad de Sevilla, España, Profesor Titular de la Universidad Naciuonal de Colombia. Sede Medellín ,

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signadas en obras como El político y el científico, La política como profe­sión y ¿Qué es la burocracia? de Max Weber.

Para Weber, el pensador del realismo político, la políti ca es «aspi­ración a la par ticipac ión en el poder, o la influencia en la distribución del poder", los fines del poder son O altruistas o egolstas, dicha aspira­ción se da den tro de los Estados o de los grupos humanos, pero la política siempre está movida por intereses.

La reflexión centra l de lo político en Weber refiere al Estado mo­derno, como relac ión de dominación, así lo expresa en El político y el científico, donde cali fic a al Estado moderno como «asociación de do­minio de tipo institucional , que en el in terior de un terr itorio ha tra­tado co n éx ito de mono poliza r la coacc ió n fís ica legítima como instrumento de dominio».

El pensamiento político weberiano da cuenta de la política como servicio y en eso reconoce la tradición Aristo télica , pero también hace énfasis en la política como participación en el poder y como infl uen­cia; en este enfoque, que nos remi te a Maquiavelo , la polític a no sólo incorpora elementos de reflexión - ideas pensamiento e ideologfas po­líticas-,s ino también implica las múltiples y variadas pas iones huma­nas , incluyendo el uso de fuerza, cuya expresión más racional y legal, la ejerce el Es tado de forma legítima.

Muchos de los conceptos que la moderna ciencia polrtica ha in­cluido en sus distintas d iscursiv idades interpretativas de hechos y pro­cesos po lít icos , hacen re fere nc ia a la obra de este pe nsador que considera la é tica como responsabilidad social y establece diferencias entre ética y política; el Estado moderno como el monopolizador legí­timo de la fuerza; la burocrac ia como sistema de racionalizac ión, pero igual, sistema de encuadramiento y dominación al punto que la deno­minó la moderna jaula de hierro .

Weber asimila el Es tado desde lo institucional, el cual define un orden racional , que tiene efectos coactivos respecto al individuo y la comunidad, parte de esa racionalidad insti tucional se basa en la dife­rencia entre la teor ía general de lo jurídico y la teor ía ge neral de lo social.

La fuerza cocrciriva del Es tado nace de Sli propio poder, de allí su capacidad para monopoliza r lega lmente la fuerza.

Los tipos ideales weberianos en L política como acción de domi­nac ión -tradicional, carismática y rac ional, se presentan de forma mez­clada y compleja en la realidad, pese al esfuerzo de conceptualización y abstracc ión en los constructos teóricos de Weber.

Weber le apuesta a un tipo de democracia de corte plebiscitaria que refuerce el papel del líder carismático, no obstante, no desco­noce que la racionalidad -tecno-legal y burocrática- es la ten­dencia político estatal que predomina en el desarrollo de las sociedades modernas.

Weber es partidario de una democracia plebiscitaria con líder carismático, pero con contrapoderes como el peso que ejerce una bu­rocracia racional y eficiente y un parlamento que sea capaz de contro­lar el desmedido poder de la burocracia.

El concepto de legitimación en Weber pasa por la asimilación que el individuo hace del poder del líder o del poder institucionalizado, como máxima de actitud propia que se internaliza, pasando del poder de hecho al poder del derecho, ese orden jurídico externo internalizado hace que los sujetos constitutivos del Estado-nación acaten volunta­riamente ese orden como máxima de obediencia y legitimación del poder, ello opera en cualquiera de los tipos ideales de la cosmogonía Weberiana -tradicional, carismática o racional legal.

Los poderes institucionalizados, el superior -orden constitucional­, o el inferior -la burocracia- no pueden ser reemplazados de forma indefinida por el uso de la violencia institucional, por ello es necesa­ria, la existencia de un Estado que encuentre en el derecho su funda­mento de actuación.

Weber reclama un derecho formalizado que se ejerza bajo los pre­supuestos de abstracción y generalización, con unas reglas de tipo li­beral propias del Estado de derecho de las sociedades burguesas.

El tipo ideal de Estado burgués en Weber, pasa por el garantismo de derechos y responsabilidades respecto al ejercicio de funciones ciu­dadanas, es en el Estado de derecho en donde se realizan las liberta­des individuales de cada ciudadano -Jo cual asemeja a Weber al pensamiento clásico liberal del siglo XIX-, y es lo que impide las tenta­ciones de la arbitrariedad tan propias de la concentración del poder político.

No obstante el pensamiento de corte liberal de Weber, es de ano­tar que el líder carismático como fuente legitimadora de poder y el tipo de democracias plebiscitaria por la que abogaba en la Alemania de su tiempo, dio lugar al despotismo autoritario de caudillismos arbitrarlOS, que hicieron caso omiso a los poderes y contrapoderes de control y regulación en la concentración del poder del líder carismá tico.

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El Estado en Colombia: entre la anomia y la violencia

En Colombia algunas de las reflexiones de tipo Weberiano cobran validez, sólo que algunos problemas relativos a la vida política, social y cultural tienen una historia, un contexto y un sentido propio.

En el marco de 10 estatal, apenas a finales del siglo xx e inicios del XXI se realizan esfuerzos fragmentarios de sectores socia1c:; , académi­cos y políticos por constituir modelos democráticos, los cuales tienen que enfrentarse con estructuras y relaciones signadas por la fuerza O la violencia, las conductas anómicas y los comportamientos delincuenciales.

Una de las «democracias de mayor estabilidad en América Latina en el siglo xx» (sólo registró un golpe de Estado en el siglo XX, y por ello es mostrada por las elites de poder como ejemplo de estabilidad política en la región), mantiene un conflicto armado histórico de más de cuatro décadas que polariza a la sociedad civil colombiana.

Este conflicto lleva al Estado a gastar ingentes recursos y recurrir a la ayuda externa para ganar la confrontación armada, los actores ar­mados estatales y no estatales le siguen apostando al triunfo militar como principal estrategia de superación del conflicto.

La crisis humanitaria por la que atraviesa la sociedad colombiana lleva a una profunda polarización entre los diversos actores armados, la contienda bélica hace del actual conflicto una «guerra sucia» que no respeta el derecho internacional humanitario -DIH- ni las expre­siones más sentidas de los derechos humanos referidos a la vida y a la dignidad de las personas.

Lo complejo de la crisis ha llevado a involucrar a la sociedad civil, la cual sufre las consecuencias del conflicto, porque este no tiene regulación ni acatamiento de ninguna normatividad jurídica ni códi­gos éticos que controle a los guerreros estatales y paraestatales.

La gran damnificada del conflicto armado en Colombia es la so­ciedad civil, la cual pone el mayor número de víctimas en lo que refiere a muertes violentas, desplazamiento, mutilación, secuestros, intimidación, reclutamiento forzoso, desaparecidos; generando la psi­cosis colectiva ele la guerra y nutriendo un imaginario de círculo dia­bólico de conflicto no conciliable civilizadamente.

De otro lado, las complejas y críticas relaciones que se presentan en la sociedad civil colombiana marcan una fuerte tendencia a utili­zar la violencia para dirimir conflictos ciudadanos en el marco de las relaciones cotidianas, ignorando ó desconociendo los canales

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institucionales, lo que lleva a una profunda desinstitucionalización y a la paraestatalización en la resolución de los conflictos ciudadanos.

Uno de los aspectos preocupantes de la actual crisis está relacio­nado con la frágil convivencia pacífica entre los colombianos; indicadores de convivencia internacional señalan a Colombia como país nega tivo respec to a esos estándares, igual calificación negativa se nos da de parte de organismos internacionales respecto al fomento, acatamiento y respeto de los derechos humanos y a los altos índices de violencia.

La búsq ueda de la paz es un slogan que han levantado los gobier­nos colombianos desde 1982, cuando se reconoció por vez primera la existencia del conflicto armado en Colombia, con diferentes estrate­gias que han oscilado entre la negociación o intento de pactos de guerreros, pasando por la negación del conflicto o el desconocimiento de los actores de la guerra, hasta la acción armada con ayuda de los EE . UU. de América.

El actual régimen político encabezado por el presidente Álvaro Uribe Vélez, le apuesta a la resolución del conflicto armado a través de la denominada política de seguridad democrática, la cual consiste en más hombres y armamento moderno y sofisticado para la guerra.

De o tro lado, el gobierno Uribe recurre a la ayuda externa de los EE. Uu. de América para co-financiar el denominado Pl an Patrio ta (que viene de su antecesor presidencial, con el nombre de Plan Co­lombia); este plan tiene un doble propósito, por un lado, terminar con la subversión armada y por otro, intervenir las zonas rurales que pro ­veen de materias primas al narcotráfico.

El actual régimen político también habla de paz con grupos irregu­lares armados de extrema derecha , denominados paramilitares, solo que la negociación está cubierta de sombras al no establecer de forma clara y contundente un proyecto político y jurídico que contemple la verdad, la just icia y la reparación.

El problema central del conflicto está atravesado por la existencia del narcotráfico; todos los actores de la guerra están tocados directa ó indirectamente por los efectos de este flagelo, ya sea para financiar el conflicto, para sobornar los agentes del Estado, para dotar de logística a los guerreros o para utilizar personas o grupos de la sociedad civil.

La ac tu al coyuntura histórica de la sociedad y del Estado colom­bianos puede caracterizarse como crisis profunda, generando un am­biente de incertidumbre y zozobra para amplios sectores de la sociedad; pese a las declaraciones de los sectores gubernamentales que insisten

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en avances y desarrollos en diferentes frentes de la vida de los colom­bianos.

No obstante las políticas, planes y programas de orden internacio­nal, nacional, regional y local de sectores democráticos le apuestan desde diferentes ámbitos (familia, escuela, cultural, ciudadano y polí­tico) a la transformación del conflicto armado y a modificar el uso de la violencia en la sociedad civil, para el establecimiento de relaciones y prácticas civilistas pacifistas y conviventes.

La crisis política que caracteriza el actual momento hist6rico no puede definirse como crisis exclusiva de gobernabilidad del régimen político. Es una crisis que conjuga factores históricos de larga y corta duración, los cuales fueron opacados, acallados o simplemente poster­gados, dificultando una definición moderna de la polLtica en Colombia.

No pueden los referentes clásicos de los saberes políticos, jurídicos o sociales definir la actual crisis política en Colombia como simple crisis de gobernabilidad por las dificultades y rupturas de los frágiles consensos políticos de las tradicionales elites gubernamentales para la funcionalidad del poder, el incumplimiento de las iniciativas guber­namentales y el acatamiento político.

No es una crisis de legitimidad, ya que el concepto avalaría el su­puesto de la existencia de una titularidad y ejercicio del poder, descan­sando en unas mayorías, que se expresan y deciden democráticamente.

Tampoco es una crisis de la legalid ad, porque implicaría el cuestionamiento o resquebrajamiento del Estado social de derecho y las reglas de juego que este presupone en el Estado moderno.

La crisis política es una expresión del colapso parcial del Estado, que se proclama Estado social de derecho, y del régimen político que rompe los principios ético-políticos que consignan las constituciones modernas como fundamento del poder polLtico.

El denominado pacto frente-nacionalista colombiano (pacto de los dos partidos de la tradición bipartidista en Colombia que alternó cuatrienalmente el poder entre los años1958-1974) se trasformó en contubernio bipartidista, destruyó la opción democrática para la institucionalidad pol(tica en Colombia y afirmó prácticas políticas pre­modernas que dificultaron o impidieron procesos de democratización y participación política.

Las elites gubernamentales fueron diligentes y modernizantes en los procesos de cambios económicos, en asumir las teorías del desarro­llo y crecimiento desde la perspectiva tecno-científica en el mundo del capital, pero mostraron una mentalidad política tardía y posterga­da frente a la modernización política democrática.

Los vacíos democráticos fueron ocupados por actores políticos que se relacionaron de manera informal, ilegal y violenta, constituyendo estas prácticas la forma y el contenido del pensar y el hacer de la política colombiana.

El formalismo constitucional y la organización institucional deno­tan limitaciones e insuficiencias para configurar un Estado de dere­cho que posibilite la funcionalidad de la ciudadanía con el consecuente ejercicio de los derechos y deberes plenos para el ciudadano.

La corrupción administrativa y la venalidad pública configuraron un sistema c1ientelísta que dinamiz6 prácticas políticas y económicas de acumulación, de incremento de poder, de cinismo, de desinstitucionalización, de sobre-dimensionamiento de la burocracia, lo cual produjo escepticismo y falta de reconocimiento del ciudadano frente al Estado.

Los Estados modernos y las democracias contemporáneas hacen descansar el ejercicio y la funcionalidad del poder político sobre ejes axiales como la dominación, la legitimidad, la legalidad, el Estado social de derecho y la participación política.

La ausencia o la insuficiencia de estos factores en la vida del Esta­do colombiano es lo que permite confirmar la existencia de una crisis política generalizada en la actual coyuntura política colombiana.

La dominación política

Los presupuestos políticos de la dominación pasan por los consensos y por el uso de la fuerza en los Estados modernos; respecto a los primeros, el proyecto histórico de dominación debe convocar y aunar tanto a los grupos dominantes como a los sectores subalternos, para establecer acuer­dos sobre aspectos básicos en el desarrollo de la nación.

En lo atinente al uso de la fuerza, es la credibilidad y la capacidad vinculante de las fuerzas armadas estatales que soportan y defienden el orden jurídico, lo que le da sentido y razón al uso de la fuerza institucionalizada, para que el ciudadano sienta compromiso y res­ponsabilidades con el orden legal y legítimamente constituido.

En el caso colombiano, los consensos son inexistentes y proliferan de forma yuxtapuesta distintos «órdenes» político-militares que pre­tenden monopolizar el uso de la fuerza.

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La legitimidad política

Es uno de los principios vertebradotes del poder político en las democracias modernas, fuente generadora de consensos y presupone el reconocimiento del orden político; la sociedad civil acata la institucionalidad, las prácticas y mandatos que de ella surgen O se establecen; como plantea Habermas: «Se genera una creencia de que las estructuras, los procedimientos, las acciones, las decisiones políti­cas, los funcionarios o líderes políticos de un Estado son correctos, adecuados, moralmente buenos y de que merecen por ello reconoci­miento» (1984).

La legitimidad política remite el orden justo de dominación don­de los consensos tienden a ser generalizados como realidad o ilusión, comprometiendo a través de la cohesión al mayor número posible de actores políticos, incluidos aquellos que se declaran de la oposición política.

En términos de Bobbio, la legitimidad remite a la titularidad del poder y se articula al ejercicio del poder, es decir, a la legalidad o al orden jurídico-político que se establece por y a través del Estado.

Las nuevas formas de legitimidad no pasan por la mera construc­ción de un contrato social con unanimidad de voluntades, los cam­bios en las formas de Estado establecen nuevos roles y funciones en la economía, en el ejercicio político y modifican las relaciones que es­tablecen la sociedad política con la sociedad civil.

La promulgación de la Constitución Política de 1991 en Colombia fue interpretada como un ejercicio de re -legitimación política , en la creencia de que el cambio o el remozamiento del orden legal por sí mismo produciría nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad civil.

Esta concepción constitucionalista deja de lado los escenarios y los actores que se relacionan contradictoria y antagónicamente en la sociedad, hace abstracción de los distintos sectores sociales, de las discrepancias y visiones encontradas en los partidos y movimientos sociales, de las miradas y percepciones políticas d iversas y diferentes de los ciudadanos, omite la contextualización histórica y los cambios y mutaciones del Estado moderno.

La interpretación formalista y normativa basa la legitimidad del po­der en la promulgación, adecuación o modernización de la legislación.

La legitimidad política en la sociedad moderna es cada vez más compleja cuando el papel y la función de fuentes constitutivas de legitimación transforman o desaparecen.