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Manifiesto Vintage

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Editorial dedicado a la ropa con vidas anteriores.

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Todas las prendas son de Diagonal Patriotismo a quienes agradecemos las facilidades prestadas.

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La segunda vida de las prendas.

Todos los años, la altamente globalizada industria de la moda mueve millones de dólares en todo el mundo. Dada la cantidad de prendas que se producen y se venden cada día, no resulta sorprendente la cantidad de basura que, también, produce esta misma industria. A veces en casos que escapan a la comprensión, como el escándalo que enfrentó la cadena sueca H&M a principios del año pasado: bolsas repletas de prendas nunca usadas fueron arrojadas, sin más, a los conte-nedores de atrás de una tienda en Nueva York.

Estamos en el apogeo de la era fast-fashion, low cost. Prendas que son diseñadas y producidas a enorme velocidad y en grandes cantidades. Las cadenas de moda accesible tienen unos reflejos sorprendentes para reaccionar ante la demanda de los consumidores: hoy, el diseñador en jefe de una gran casa presenta una prenda en pasarela; mañana, todos vemos la foto en el monitor de nuestras pantallas; pasado mañana empieza el proceso de producción de una prenda similar pero de materiales y precios infinitamente inferiores; la próxima semana podemos comprarla en el centro comercial. Si bien la experiencia es divertida y de alguna manera refrescante, hay dos grandes riesgos inherentes: terminar uniformado junto al resto de los consumidores (un ticket de consumo, un número, una estadística) y que esa prenda, fetiche cuando empecé a escribir este párrafo, tres meses (unos cuantos renglones) después se ha convertido en un trozo de tela inservible.

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Si tienen la fortuna de tener una abuelita con un armario lleno de prendas sobrevivientes a las décadas, saben lo emo-cionante que es poseer un abrigo o un par de aretes que nadamás verlos te remiten a una vida transcurrida. Esas prendas emocionalmente cargadas dicen cosas en clave de silencio cuando su poseedor las observa al abrir el clóset. Un bolso Chanel auténtico es un objeto precioso, pero si te lo ha heredado tu abuela su valor es simplemente incalculable. Yo sé, no todos tenemos abuelitas con doscincuentaycincos, pero esa sensación de las que les hablo la conozco: tengo un abrigo destinado a durar toda una vida que en realidad durará quizá dos.

Hay que saber encontrar la belleza donde nadie se ha detenido a mirar.

En el largo camino que recorren las piezas de ropa, desde la imaginación de un diseñador hasta el sitio final donde ya nadie se las va a poner, hay un punto intermedio en el cual un vestido Halston o unos zapatos Marc Jacobs tienen la oportunidad de vivir de nuevo: las tiendas vintage y los tianguis de segunda mano. En las primeras, las prendas ya han sido seleccionadas de entre un imposible universo de ropa mientras que en los segundos, el consumidor mismo debe realizar esta tarea. Los resultados finales son bastante similares: lo que te llevas a casa es un hallazgo. Una prenda única que se diferenció del resto de prendas con las que languidecía esperando tu llegada (no la rodeaban otras iguales pero de otra talla, idénticas a las de la tienda de unas cuadras más adelante) y que ya tuvo una vida previa que, a diferencia del abrigo regalado por la abuela, siempre va a ser un misterio para ti. Te llevas a casa, por unos pocos pesos, un vestido, un misterio y la satisfacción de estar creando la segunda vida de una prenda.

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