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Margo Glantz Ignacio M. Altamirano: los géneros literarios de la nación En 1836 se fundó la Academia de Letrán, la primer asociación literaria de importancia en el México independiente. Desde su inicio tuvo como finalidad la de impulsar una literatura que fuera expresión de lo nacional. En ese proyecto participó la primera generación romántica: Andrés Quintana Roo, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio Rodríguez Galván, Fernando Calderón, José María Lafragua, Manuel Payno, José y Juan Nepomuceno Lacunza, Fernando Calderón. En Memorias de mis tiempos, Prieto avisa: “...para mí, lo grande y trascendental de la Academia, fue su tendencia a mexicanizar la literatura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar...”(1) La Academia de Letrán y otras instituciones de ese tipo, primero en la época de la anarquía (1823-1853) y, más tarde al restaurarse la República después de la derrota de Maximiliano, tuvieron un carácter colectivo y político. Con la creación de las Veladas Literarias entre 1867 y 1868 y la revista El Renacimiento (1869) se reiteró el carácter de esas asociaciones y su intento por restaurar el ambiente cultural de México y conciliar todas las tendencias en pugna durante la guerra de Intervención, pues allí se reunían tanto liberales como conservadores.Asistían Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez y Manuel Payno, ya escritores maduros, junto a Vicente Riva Palacio, Luis G. Ortiz, José Tomás de Cuéllar y Juan A. Mateos, y al lado de ellos, otros aún más jóvenes, Justo Sierra, Juan de Dios Peza, y entre los conservadores Roa Bárcena, Segura, el padre Montes de Oca. LA LITERATURA COMO GERMEN Y ARMA DE LA DEMOCRACIA Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) fue el más activo y entusiasta promotor de una literatura nacional como proyecto político y cultural; indio puro, quien según la leyenda entró a la primaria sabiendo sólo náhuatl, asciende en la escala social gracias a una beca que le fue otorgada por el Instituto Literario de Toluca, a instancias de Ignacio Ramírez; ocupa puestos relevantes en los gobiernos liberales, toma las armas en favor de la Reforma al lado de Juárez, lucha contra la intervención francesa como coronel, funda varios periódicos y, como ya se dijo, en 1869, El Renacimiento; su incorruptibilidad, su austeridad, su entusiasmo, su conocimiento de varias lenguas, diversas literaturas y su amplia cultura le permiten ejercer de 1867 a 1890 un magisterio intelectual incontestable, hasta el momento en que la generación modernista consideró obsoleto su discurso. Se vuelve famoso cuando en 1861, como diputado federal se lanza contra la Amnistía. Justo Sierra, recién llegado a México relata admirado esa proeza oratoria: La pequeña estatura agigantada por el ademán y el acento; la altivez de la frente bajo la negra melena lacia; el crispamiento irónico de la gran boca suriana que se condensaba en relámpagos en la mirada y en sonoridades vibrantes, calientes, extrañas en la voz, sin llegar al grito jamás, y sobre todo, la palabra, la imagen, la idea, todo mesurado en medio de la pasión desbordante, todo artístico, correcto, rítmico, todo eso lo oí, lo vi, lo sentí por instinto; ahora es cuando me doy cuenta de ello, pero no lo olvido, semejantes espectáculos no se olvidan jamás.(2) En Revistas Literarias de México (1821-1867, Altamirano, Ln. t. I) además de establecer el canon de la literatura nacional –para él nacida después de la Independencia con Fernández de Lizardi–, proclama un manifiesto y traza un ideario. Las primeras frases de su texto tienen un tono esperanzado y profético, auguran el total renacimiento de las letras mexicanas, interrumpida su producción por la contienda armada que había dispersado a los miembros de aquellas academias y liceos, quienes habían trocado, como debía de ser, la pluma por la espada: El fragor de la guerra ahogó el canto de las musas. Los poetas habían bajado del Helicón y subían las gradas del Capitolio. ¡La lira cayó a los pies de la tribuna en el Foro, y el númen sagrado, en vez de elegías y cantos heroicos, inspiró leyes! Bendito sea ese cambio, porque a causa de él, la literatura abrió paso al progreso, o más bien dicho, lo dio a luz, porque en ella venían encerrados los gérmenes de las grandes ideas, que produjeron una revolución grandiosa: la literatura había sido el propagador más grande de la democracia (Lit. nac., I p. 4-5) Lo significativo en este pasaje, además del tono heroico, es la relación que se establece entre literatura y democracia, como si el triunfo del ideario liberal hubiese sido posible gracias a que los poetas, antes de

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  • Margo Glantz Ignacio M. Altamirano:

    los gneros literarios de la nacin En 1836 se fund la Academia de Letrn, la primer asociacin literaria de importancia en el Mxico independiente. Desde su inicio tuvo como finalidad la de impulsar una literatura que fuera expresin de lo nacional. En ese proyecto particip la primera generacin romntica: Andrs Quintana Roo, Guillermo Prieto, Ignacio Ramrez, Ignacio Rodrguez Galvn, Fernando Caldern, Jos Mara Lafragua, Manuel Payno, Jos y Juan Nepomuceno Lacunza, Fernando Caldern. En Memorias de mis tiempos, Prieto avisa: ...para m, lo grande y trascendental de la Academia, fue su tendencia a mexicanizar la literatura, emancipndola de toda otra y dndole carcter peculiar...(1) La Academia de Letrn y otras instituciones de ese tipo, primero en la poca de la anarqua (1823-1853) y, ms tarde al restaurarse la Repblica despus de la derrota de Maximiliano, tuvieron un carcter colectivo y poltico. Con la creacin de las Veladas Literarias entre 1867 y 1868 y la revista El Renacimiento (1869) se reiter el carcter de esas asociaciones y su intento por restaurar el ambiente cultural de Mxico y conciliar todas las tendencias en pugna durante la guerra de Intervencin, pues all se reunan tanto liberales como conservadores.Asistan Guillermo Prieto, Ignacio Ramrez y Manuel Payno, ya escritores maduros, junto a Vicente Riva Palacio, Luis G. Ortiz, Jos Toms de Cullar y Juan A. Mateos, y al lado de ellos, otros an ms jvenes, Justo Sierra, Juan de Dios Peza, y entre los conservadores Roa Brcena, Segura, el padre Montes de Oca. LA LITERATURA COMO GERMEN Y ARMA DE LA DEMOCRACIA Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) fue el ms activo y entusiasta promotor de una literatura nacional como proyecto poltico y cultural; indio puro, quien segn la leyenda entr a la primaria sabiendo slo nhuatl, asciende en la escala social gracias a una beca que le fue otorgada por el Instituto Literario de Toluca, a instancias de Ignacio Ramrez; ocupa puestos relevantes en los gobiernos liberales, toma las armas en favor de la Reforma al lado de Jurez, lucha contra la intervencin francesa como coronel, funda varios peridicos y, como ya se dijo, en 1869, El Renacimiento; su incorruptibilidad, su austeridad, su entusiasmo, su conocimiento de varias lenguas, diversas literaturas y su amplia cultura le permiten ejercer de 1867 a 1890 un magisterio intelectual incontestable, hasta el momento en que la generacin modernista consider obsoleto su discurso. Se vuelve famoso cuando en 1861, como diputado federal se lanza contra la Amnista. Justo Sierra, recin llegado a Mxico relata admirado esa proeza oratoria: La pequea estatura agigantada por el ademn y el acento; la altivez de la frente bajo la negra melena lacia; el crispamiento irnico de la gran boca suriana que se condensaba en relmpagos en la mirada y en sonoridades vibrantes, calientes, extraas en la voz, sin llegar al grito jams, y sobre todo, la palabra, la imagen, la idea, todo mesurado en medio de la pasin desbordante, todo artstico, correcto, rtmico, todo eso lo o, lo vi, lo sent por instinto; ahora es cuando me doy cuenta de ello, pero no lo olvido, semejantes espectculos no se olvidan jams.(2) En Revistas Literarias de Mxico (1821-1867, Altamirano, Ln. t. I) adems de establecer el canon de la literatura nacional para l nacida despus de la Independencia con Fernndez de Lizardi, proclama un manifiesto y traza un ideario. Las primeras frases de su texto tienen un tono esperanzado y proftico, auguran el total renacimiento de las letras mexicanas, interrumpida su produccin por la contienda armada que haba dispersado a los miembros de aquellas academias y liceos, quienes haban trocado, como deba de ser, la pluma por la espada: El fragor de la guerra ahog el canto de las musas. Los poetas haban bajado del Helicn y suban las gradas del Capitolio. La lira cay a los pies de la tribuna en el Foro, y el nmen sagrado, en vez de elegas y cantos heroicos, inspir leyes! Bendito sea ese cambio, porque a causa de l, la literatura abri paso al progreso, o ms bien dicho, lo dio a luz, porque en ella venan encerrados los grmenes de las grandes ideas, que produjeron una revolucin grandiosa: la literatura haba sido el propagador ms grande de la democracia (Lit. nac., I p. 4-5) Lo significativo en este pasaje, adems del tono heroico, es la relacin que se establece entre literatura y democracia, como si el triunfo del ideario liberal hubiese sido posible gracias a que los poetas, antes de

  • convertirse en patriotas armados, hubiesen formado parte de esas asociaciones ahora renacidas, donde se inculcaba y se inculcara, a travs de la literatura, la idea y los programas de la libertad. En pocas palabras, el ejercicio de la libertad va precedido por el ejercicio de la poesa. Ya se vislumbran, adems, ideas positivistas avant la lettre: el tema del progreso, el poeta como obrero aquel grupo de entusiastas obreros, y sus logros literarios, debe(n) colocarse al lado del periodismo, del teatro hasta aqu, asociacin lgica pero, y ahora viene lo notable, se asocian tambin (al) adelanto fabril e industrial, de los caminos de hierro, del telgrafo y del vapor (Ibid, p. 30). Relacionada con todos los adelantos tcnicos del siglo XIX, o ms bien formando parte de ellos, la literatura deber desarrollarse como una literatura nacional, gracias a una nueva raza literaria, la de los jvenes formados por la guerra, haciendo posible esa empresa colectiva que para Altamirano ya empezaba a hacer eclosin en ese momento, 1869, ao en que se escribe el texto comentado. No es extrao que estando tan cerca el recuerdo de la lucha armada, en el nuevo prestigio de la literatura resuene una nota blica: Es la ocasin, pues, de hacer de la bella literatura un arma de defensa, asegura Altamirano. Y de qu manera, cabe preguntarse? En cierta medida, ya lo hemos dicho, es lgico mantener vivo ese tipo de vocabulario en un pas cuyo pasado cercano comporta en su haber varias invasiones extranjeras e innumerables discordias civiles. Es lgico tambin que si la literatura lleva en sus entraas los grmenes de la democracia, sta deba defenderse contra los embates del enemigo, pues practicar la literatura es una de las formas ms positivas de hacer patria. QU GNERO LITERARIO ES APROPIADO PARA UNA CULTURA NACIONAL? No se trata sin embargo de cualquier gnero literario. Altamirano privilegia uno: la novela. Segn el prcer, debe promoverse una literatura absolutamente nuestra que funcione a manera de arma de defensa. Y esa arma de defensa ser naturalmente la novela, quiz la forma ms discursiva capaz de alcanzar amplios pblicos en pases analfabetas: pues generalmente hablando, contina Altamirano, la novela ocupa ya un lugar respetable en la literatura, y se siente su influencia en el progreso intelectual y moral de los pueblos modernos (p. 29). La novela es para l, el libro de las masas, la lectura del pueblo y est destinada a abrir el camino a las clases pobres para que lleguen a la altura de se crculo privilegiado y se confundan con l. Si utilizamos unas palabras que alguna vez pronunci Monsivis, Altamirano sera: uno de esos escritores liberales y nacionalistas porque desean la independencia y la grandeza de una colectividad, y son nacionalistas porque anhelan el sello de identidad que los ampare, los singularice, los despoje de sujeciones Pero, qu es exactamente la novela para Altamirano? Qu tipo de novelas se requieren para un pas como Mxico? La novela es el libro de las masas. Los dems estudios, desnudos del atavo de la imaginacin, y mejores por eso, sin disputa estn reservados a crculos ms inteligentes y ms dichosos, porque no tienen necesidad de fbulas y de poesa para sacar del ellos el provecho que desea. Quiz la novela est llamada a abrir el camino de las clases pobres para que lleguen a la altura de este crculo privilegiado y se confundan con l. Quiz la novela no es ms que la iniciacin del pueblo en los misterios de la civilizacin moderna, y la instruccin gradual que se le da al sacerdocio del porvenir. El hecho es que la novela instruye y deleita a ese pobre pueblo que no tiene bibliotecas, y que aun tenindolas, no poseera su clave; el hecho es que entretanto llega el da de la igualdad universal y mientras haya un crculo reducido de inteligencias superiores a las masas, la novela, como la cancin popular, como el periodismo, como la tribuna, ser un vnculo de unin con ellas, y tal vez el ms fuerte. (pp. 39-40). En realidad si tomamos en cuenta literalmente las palabras de Altamirano, la novela sera un gnero menor, apropiado para las masas iletradas, por esa capacidad de fabulacin que es necesaria para entretenerlas; la filosofa, y otras disciplinas humansticas ms rigurosas pertenecen a la lite. Pero no basta con escribir novelas, para que se conviertan en un instrumento un arma de cohesin nacional y eduquen a las masas es necesario que sean amenas, no demasiado profundas, que sus ancdotas sean atractivas y su fondo moral, y

  • por tanto su intencin debe ser filosfica y trascendental, y adems estar al servicio de un partido y, curiosamente, hasta de una secta religiosa. La novela hoy suele ocultar, concluye el Maestro, la biblia de un nuevo apstol o el programa de un audaz revolucionario (p. 18). De algn modo, la novela es una especie de escuela porttil cuyo contenido laico pero de espritu misionero y religioso ayude a simplificar el conocimiento ms elevado para ponerlo a disposicin de las masas, gracias a su capacidad de atraer y entretener: ...es en la edad moderna y particularmente en nuestros das cuando este gnero se ha desarrollado hasta llegar a ser el favorito del pueblo, y hasta ser necesario disfrazar con l todos los otros a fin de vulgarizarlos (p. 18). La palabra vulgarizacin no es aqu totalmente peyorativa. Se incluye en un repertorio de programas cuya alta misin es educar a las masas desposedas. Es ciertamente una forma de paternalismo. Diseminar la cultura de manera amplia es la tarea. No existe mejor recurso para ello que la novela histrica, tan en boga en ese tiempo, tanto en Europa como en los Estados Unidos: La historia de ese gran libro de la experiencia del mundo est de hoy en ms, abierto ante los ojos, y su conocimiento no ser el privilegio de un grupo de hombres favorecidos por la suerte, pues engalanada con los atavos de la leyenda, se la hace aprender al pueblo, que saca de ella provechosas lecciones (Ibidem., p. 30). Ejemplos muy variados son exhibidos por Altamirano para demostrar la excelencia de este tipo de literatura: Walter Scott, Victor Hugo, Eugenio Se, Alejandro Dumas, en Europa, en la Amrica anglosajona, Fenimore Cooper, y en la Amrica espaola la Amalia de Mrmol o la obra de Esteban Echeverra. Las novelas extranjeras son simplemente ejemplos de cmo cultivar un gnero. El novelista mexicano tiene el deber de inspirarse en su propia realidad para crear una verdadera literatura nacional, si quiere salir de su dependencia con el extranjero, es decir, si quiere descolonizarse; para ello ha de aprovechar la mina inagotable de la historia antigua de Mxico, y la de los monumentos arqueolgicos explorados y explotados por los viajeros extranjeros, pues estos tesoros a nadie deben enriquecer ms que a los historiadores mexicanos (p. 10). La conquista, la predicacin misionera, la oscura poca colonial tambin son campos frtiles y por ello fueron en parte utilizados en los folletines histricos de Riva Palacio, de 1868 a 1872, y, ciertamente, las recientes luchas por la libertad de la patria, temas que trataran en sus novelas el propio Altamirano (Clemencia) y Juan A. Mateos (El cerro de las campanas). Estamos muy lejos definitivamente de cualquier doctrina del arte por el arte, se trata de un concepto utilitario de la literatura manejada a manera de universidad abierta. Subraya adems la accin benfica del periodismo, medio excelente para difundir las ideas y una de las formas adecuadas para publicar novelas, de donde se deduce la importancia del folletn, cuyo modo de produccin difiere totalmente del europeo, concebido sobre todo como empresa comercial. La literatura facilitara la rpida entrada a la cultura de quienes hasta ese momento no haban tenido esa suerte. La novela histrica debera asimismo convertirse en un instrumento eficaz para apuntalar la moral de los jvenes, y reemplazar as la enseanza religiosa desterrada por las Leyes de Reforma: Pero nosotros deseamos la moral ante todo, porque fuera de ella nada vemos til, nada vemos que pueda llamarse verdaderamente placer; y como los sentimientos del corazn tan fcilmente pueden ser conducidos al bien individual y a la felicidad pblica cuando se forman desde la adolescencia, deseamos que en todo lo que se lea en esta edad haya siempre un fondo de virtud. Lo contrario hace mal, corrompe a una generacin y la hace desgraciada y la impulsa a cometer desaciertos que son de difcil enmienda (p. 38). Es notable: las reuniones organizadas por Altamirano con el nombre de Veladas Literarias revisten un carcter sagrado, sus miembros formarn el apostolado del porvenir y los sitios de reunin de los escritores conforman un santuario de donde saldrn de nuevo otros profetas de civilizacin y de progreso, que acabarn la obra de sus predecesores (Ibidem., p. 16). Por ello y de inmediato elabora una especie de ndice de autores prohibidos, susceptibles de corromper a la juventud, el grupo humano a quien va dirigido esencialmente su proyecto educativo: ...las luchas del corazn no necesitan del vicio para ser interesantes (p. 38). Descarta a Paul de Kock por su moral equvoca, sus cuentos le parecen ejemplos de costumbres disolutas y, entre otros menciona de paso al marqus de Sade llamndolo equivocadamente Marqus de Sardes, nota cmica si se tiene en cuenta la erudicin de Altamirano y la ingenua exhibicin que de ella hace. Este ndice se acrecienta con los extranjeros que han ridiculizado a los mexicanos, cuyo raro acierto (sera) el de ensartar tantas necedades con respecto a nosotros, que indignaran si no hiciesen reir de buena gana (p. 35).

  • La novela ser nacional, o no ser En cuanto a la novela nacional, la novela mexicana, con su color americano propio nacer bella, interesante, maravillosa. Mientras que nos limitemos a imitar a la novela francesa, cuya forma es inadaptable a nuestras costumbres y a nuestro modo de ser, no haremos sino plidas y mezquinas imitaciones, as como no hemos producido ms que cantos dbiles imitando a los trovadores espaoles y a los franceses. La poesa y la novela mexicana deben ser vrgenes, vigorosas, originales, como lo son nuestro suelo, nuestras montaas, nuestra vegetacin (pp. 13-14). Lo mexicano por encima de todas las cosas y, como resultado, la abolicin de toda servil imitacin. Ya lo hemos dicho, es una proclama patritica que pretende erradicar de la escritura la mentalidad dependiente. Los moldes extranjeros dan como resultado una literatura espuria, asevera Altamirano: ...nosotros todava tenemos mucho apego a esa literatura hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas espaola y francesa en que hemos aprendido, y que slo ser bastante a expulsar y a extinguir, la poderosa e invencible stira de Ramrez, que en s es tan original y tan consumado, como habr pocos en el Nuevo Continente (Ibidem, p. 14). No se trata de repudiar a otras literaturas ni dejar de estudiar a los clsicos, autores indispensables, pero deseamos una literatura absolutamente nuestra, como todos los pueblos (p. l5). Imitar es exhibir un complejo de inferioridad, no independizarse de la metrpoli o de las metrpolis. La aspiracin a producir una literatura aderezada con materiales autctonos haba sido expresada antes por otros autores, por ejemplo, un Luis de la Rosa, un Jos Mara Lafragua,3 quienes no lograron fundar su deseo en una formulacin consciente de un programa nacionalista (Batis, p. 61). Altamirano conmina a los escritores mexicanos a producir de manera programtica una literatura nacional, porque no se trata solamente de una cuestin de talento sino de voluntad. Se busca una identidad y esta no puede existir si se carece de una literatura propia. Paisaje, historia, tipos humanos constituyen la materia prima. Un proyecto definitivamente colectivo y de ndole religiosa que una vez definido ha de contar con el apoyo oficial, nica forma de alcanzar el profesionalismo, problema que ha aquejado siempre a los escritores mexicanos: ...la proteccin del estado recompensar los afanes de los literatos, no siendo ya este trabajo estril y sin competencia (p. 9). La lengua nacional Estrechamente vinculado con el problema de la identidad est el problema de la lengua. Deberan acatarse los modelos formales de la tradicin lingstica espaola? Habra que sujetarse a la preceptiva y a las ordenanzas acadmicas de un pas extranjero, del cul Mxico ya se haba independizado polticamente? Era posible alcanzar una total independencia si la lengua misma no se independizaba tambin? No era fundamental seguir los dictados de la lengua popular, tal y cmo se hablaba en Mxico? Para decidirlo, Altamirano se pregunta si hay una tradicin de novela mexicana y, en caso de haberla, interrogarla para descubrir si puede ofrecer algunas respuestas al problema de la lengua en Mxico: Como se ve desde luego, estamos en la infancia de este ramo en la literatura (p. 40). Existe un precursor, el Pensador Mexicano, Fernndez de Lizardi, cuyas obras son sin duda las ms conocidas de nuestro pueblo, y a quien puede llamarse con razn el patriarca de la novela mexicana (p. 40). La popularidad del Periquillo es tan grande, piensa Altamirano, que no hay mexicano que no lo conozca, sus mritos son inmensos, su osada y su clarividencia enormes, por ejemplo, anticipar muchos de los descubrimientos sociales de la novela francesa, haber producido su novela en tiempos del virreinato y haberse atrevido a denunciar las lacras de sus instituciones, incluyendo las religiosas; adems, incluir en su texto a todas las clases sociales del pas y aceptar las consecuencias de la censura y la persecucin. Sin embargo tiene una crtica seria que formularle: Si algo puede tacharse al Pensador, es su estilo, que sea intencionalmente o porque no pudo usar otro, es vulgar, lleno de alocuciones bajas y de alusiones no siempre escogidas. Pero ciertamente, si hubiese usado otro, ni el pueblo le habra comprendido tan bien, ni habra podido retratar fielmente las escenas de la vida mexicana. Este reproche del estilo que le han dirigido crticos poco profundos, queda desvanecido desde que vemos a autores afamados como Vctor Hugo y Eugenio Sue, hacer hablar a sus personajes el argot (sic) del populacho ms bajo de Pars; y ya se sabe que Los misterios de Paris y Los miserables son obras que ocupan el primer lugar en la literatura contempornea. Evidentemente ste, lejos de ser un defecto, es una cualidad,

  • porque retrata fielmente las costumbres. El lpero, la china, el bandido y aun el currutaco, el estudiante y las damas de entonces, no podan hablar el lenguaje del petimetre de hoy, ni el de los hombres instruidos de la actualidad. En cuanto a la forma del Periquillo, no puede acusarse al Pensador de no haberla hecho ms elegante. El no tena ms que los modelos antiguos que imitar u los imit cuanto pudo (Ibidem. p. 42-43). Sin duda, en el fragmento citado se advierten varias incoherencias. La primera sera la sujecin total a los modelos europeos como modelo de imitacin (Sue, Hugo), premisa que es una contradiccin de principio frente a su decreto de originalidad nacional. Por otra parte, el uso de la palabra vulgar, aqu si francamente despectiva: significa lo bajo, lo grosero, lo plebeyo, concepcin que ratifica el carcter aristocrtico del pensamiento de Altamirano, quien se dirige a un pblico pequeo, altamente seleccionado, cosa natural en una sociedad en donde la proporcin de analfabetos era inmensa. Cmo compaginar su desprecio por lo vulgar, con su idea de que la novela es el gnero por excelencia para las masas, justamente por su posibilidad de vulgarizacin? Es que en el primer sentido del trmino, tal y como lo usa Altamirano, vulgarizacin slo querra decir diseminacin o difusin? Pero si, como vemos, aprobaba el estilo y el lenguaje empleados por Lizardi porque reproduca lo popular, es decir las costumbres, por qu nunca se rebaj a escribir siguiendo los dictados populares? No pretendi, junto a sus colegas los escritores de las Veladas hacer borrn y cuenta nueva de cualquier literatura anterior? No quiso iniciar con ese grupo y su revista El Renacimiento una tradicin nacional completamente nueva que erradicase todo lo que se haba producido en el perodo colonial? No deca que el Periquillo estaba modelado en el Quijote, en Rinconete y Cortadillo; en el Picaro Guzmn de Alfarache, en el Lazarillo de Tormes, en el Gran Tacao y en el Gil Blas (p. 43)? Y estos modelos procedentes del antiguo rgimen colonial no conspiraban contra el imperativo de la originalidad? Y, por ltimo, por qu entre los numerosos escritores a los que pasa revista en su intento por establecer una tradicin literaria y un canon nacionales, nunca menciona a Incln, quin, igual que el Pensador, recurri al lenguaje coloquial para darle vida a su popularsima novela, publicada en 1866, en plena Intervencin francesa, y ya muy popular para 1869? Curiosamente, Francisco Pimentel, cercano a Altamirano, habla de Incln en su Historia Crtica de la Literatura de 1885, pero para reprocharle su psimo y descuidado estilo. Pimentel peda que la novela mexicana tuviera argumentos autctonos pero su lengua deba ser estrictamente la castiza: De adoptar como modo de escribir las variaciones de idioma que hay en Mxico respecto de Espaa, lo que resultara en una jerga de gitanos, un dialecto brbaro, formado de toda clase de incorrecciones, de locuciones viciosas, cosa que no puede admitir el buen sentido, llamado en literatura buen gusto.4 Faltar a las normas del buen gusto es seguir los dictados del lenguaje autctono, es decir, el del vulgo, el del populacho. Seguir el buen gusto es seguir las normas del lenguaje castizo, el de la Metrpoli. Pimentel, uno de los fundadores de la Academia de la Lengua en 1875, rebate ms tarde a Altamirano cuando asevera, dejando muy claro el postulado recin asentado: Es de advertir que Altamirano, en el Liceo Hidalgo, dijo una vez, discutiendo con nosotros: Que as como en Mxico haba habido un Hidalgo, el cual en lo poltico nos hizo independientes de Espaa, deba haber otro Hidalgo respecto al lenguaje. Le contestamos: Que no slo un Hidalgo de esos, sino varios, y eran los escribientes pblicos, brbaros e ignorantes, a quienes nuestro pueblo llama Evangelistas (sic), los cuales en toda su plenitud usan la jerigonza recomendada por don Ignacio.5 Otra de las contradicciones del pensamiento de Altamirano y de sus contemporneos: la materia prima, el fondo, tenia que ser nacional, reproducir las costumbres y los paisajes, retomar la historia, desde el punto de vista ortodoxo del pensamiento liberal; en cambio, la forma deba ser la clsica, esa lengua castiza y tradicional, definida por los cnones acadmicos de la metrpoli. Tambin Garca Icazbalceta a quien conoca muy bien Altamirano utiliz para su Vocabulario de Mexicanismos la novela de Incln. Vuelvo a hacer la pregunta, por qu lo excluy Don Ignacio del canon y cmo no advirti que su lenguaje tena muchas semejanzas con el que manejaba el Pensador Mexicano, a quien tanto admiraba? Sea lo que fuere, dejo abiertas las preguntas. A manera de conclusin, transcribo un pasaje del texto citado de Huberto Batiz, resume muy bien la trayectoria de Altamirano y la de sus contemporneos:

  • Traspuesto el medio siglo, el tema patritico y cvico, el popular y, muy ocasionalmente, el indgena, afloran paulatinamente en nuestra literatura, en tan vigorosa transformacin, que se podra hablar de una evolucin concomitante al trnsito de lo colonial, independiente a lo republicano. Una evolucin ms experimentada que dirigida con un criterio de finalidad. A Altamirano, un reformado, ante todo, toc el papel de catalizar, de recolectar las tendencias vigentes. Mas: influido por sus lecturas sudamericanas, se convirti en el instigador del nacionalismo mexicano. El le dio programa literario y lo convirti en aglutinante cultural. Y lo que en un principio naci como un credo menos artstico que social, tico o poltico, se transform en la esttica que gui a varias generaciones hasta la revuelta de carcter cosmopolita del modernismo.6 NOTAS: 1 Ignacio Manuel Altamirano, La literatura nacional, Mxico, Porra, 1949, 3 vol. ed. y prol. de Jos Luis Martnez, p. 306. 2 Citado por Huberto Batiz, ndices de El Renacimiento, Semanario literario Mexicano (1869), Mxico, unam, 1963, p. 29. Salvo aclaracin en contrario, todos los subrayados son mos. 3 Cf. el precursor ensayo de Luis Mario Schneider, Ruptura y continuidad. La literatura mexicana en polmica, Mxico, fce, 1975; y recientemente, Jorge Ruedas de la Serna, coord., La misin del escritor. Ensayos mexicanos del siglo xix, Mxico, unam, 1996, y, especialmente la presentacin pp. 7-13, y, en la antologa, la nota de Jorge Rojas a Carta de una poetisa de Altamirano, pp. 225-228; Jorge Ruedas de la Serna, coord., Historiografa de la literatura Mexicana, Ensayos y comentarios, Mxico, unam, 1996, especialmente, Rosaura Hernndez Monroy, Altamirano, crtico, pp. 8-106 y Mara Elena Victoria Jardn, La literatura mexicana los ojos de una historia crtica, pp. 156-173. 4 Citado por Schneider, op. cit, p. 117. 5 Ibd., pp. 117-118. 6 Batiz, op. cit., p. 61. Cf. adems, Jorge Luis Borges, El escritor argentino y la tradicin, en Discusin, Buenos Aires, 1966, 4a ed. pp. 151-162; Eric Hobsbawm, Terence Ranger et.al, The Invention of Tradition, Londres, Cambridge University Press, 1983; Jos Luis Martnez, Mxico en busca de su expresin, en Historia general de Mxico, Mxico, sep/El Colegio de Mxico, 1981, T. iii; Jos Emilio Pacheco, presentacin, La novela histrica y de folletn, Mxico, Promexa, 1991, 2a ed. Margo Glantz, "Ignacio M. Altamirano: los gneros literarios de la nacin", Fractal n 31, octubre-diciembre, 2003, ao VIII, volumen VIII, pp. 77-92.