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MARÍA BARANDA EL OJO QUE VIVE Y VE Enrique Hernández-D’Jesús Para André Bretón la palabra era la pasión, el lenguaje, el poder de la revelación, el estado más noble de la pureza, de lo que élllamó la pureza salvaje, la recreación del mundo y de las formas, ungolpe de dados para otro francés, un leve movimiento de las hojas yel centelleo de la montaña. En lo poético es hablar con la mirada, esmirar con la voz, encontrar la belleza en la soledad y dar vueltascomo el gran caracol sumergido en los sentimientos, siemprecreadores. María Baranda es ese estallido, esa voz celebratoria de lapalabra. Su poesía posee, evoca, canta, reza, suspira, vive, al mismotiempo reposa con esa música que

María Baranda, México, 1962

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Lectura de la obra de María Baranda

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MARÍA BARANDA

EL OJO QUE VIVE Y VE

Enrique Hernández-D’Jesús

Para André Bretón la palabra era la pasión, el lenguaje, el

poder de la revelación, el estado más noble de la pureza, de lo

que élllamó la pureza salvaje, la recreación del mundo y de las

formas, ungolpe de dados para otro francés, un leve movimiento

de las hojas yel centelleo de la montaña. En lo poético es hablar

con la mirada, esmirar con la voz, encontrar la belleza en la

soledad y dar vueltascomo el gran caracol sumergido en los

sentimientos, siemprecreadores. María Baranda es ese estallido,

esa voz celebratoria de lapalabra. Su poesía posee, evoca, canta,

reza, suspira, vive, al mismotiempo reposa con esa música que

despierta las distintas geografías,los distintos movimientos de lo

sentido en carne propia. Estoytambién, con la poeta, en la

montaña en que Dylan celebraba sucumpleaños, estamos en el

tiempo real de la palabra hablada,volcada, enamorada, vacilante.

Depositaria del hombre en susustancia primaria. Así descubro los

versos de María Baranda. Suscaligrafías sumergidas en los

campos donde una niña visita las rosas.

El diálogo con el espejo, moradas imposibles, cruce de la

mariposamarina en el asombro. La poeta crea la unidad. Más

bien, vence losespacios con la palabra, las palabras vivas en la

mesa de disección,con el cuerpo de la mujer, siempre en el

milagro del estado armónicodel festín, de la comunión de los

contrarios, desnuda, es una metáfora en la ceremonia del

poetizar. “Y en una mesa de mantel delluvia / soy el eterno alarido

del ahogado”. La poeta habla, proponela eternidad, la alteración

del tiempo, la orfandad, la inocencia atadaen la realidad y el

espacio. Así como Baudelaire se planteó la belleza

horrible, así configura el sacrificio en la imagen luego de la

batalla,literalmente: realidad y eucaristía, piedra cambiante en el

mismo río,en la naturaleza equilibrada del tatuaje, en el precipicio,

en el abismoconstante. En este cruce de vida y muerte, en esta

representaciónfrente al lenguaje María crea su espíritu, su lógica,

la ceremonia,víctima al hablar del silencio en la vastedad de las

imágenes.

Poemas largos que fascinan por su visión, develándonos

distancia,concreción en el naufragio, sombras en el árbol de las

ardillas. Suoferta poética es contenida. Crece en los blancos

espacios, en loprofundo inserta el verso en el papel. Sus pasos

encuentran laspalabras del principio: “como la sed de la memoria”

Rompiendo lasamarras, en el canto de los muertos. Conviviendo

en las Pirámides alsoplo de las sibilas: “Calígrafo por mí aquí en

mi adentro, / yo tecelebraré en el mercado salobre de mi lengua.”

Su lengua eterna,visionaria, envolvente, encarnando la búsqueda

que inician losalquimistas. Los poseedores del pensamiento

sólido, entre lo visibley el fulgor, entre la luz y la espesura de la

expresión, a altastemperaturas, crecientes en el verso

resplandeciente. Tiene el ojo delruiseñor, el pudor de la

oscuridad, los sentidos de lo inesperado:Todo en mí avanza y se

detieney todo por entero desciende en un relincho:

lo que no fui lo que no soy,

lo que me nubla y me desaparece, animal

quelame al animal de la doliente…

El animal de costumbre de Juan Sánchez Peláez, lo esencial,

palabras sencillas, igual a los diálogos que nos enseñaron los

poetasNáhuatl, el habla de ricas sonoridades, lo intenso, la

memoria, elcamino a la inmensidad del bosque y de los ríos.

En otro de los nuestros Ramón Palomares el animal es un ser de

poderes luminosos, un canto, palabras escritas en la niebla, voz

mássencilla siendo esencia popular, como nos lo descubrió Juan

Rulfo,es lo esencial, hasta llegar a la memoria de los hospitales,

del viajeroincansable, donde la revelación anuncia ese paso del

Gaviero, Maríaes la fuerza, el engolosamiento de imágenes y,

sobre todo, lamúsica. Es una golosa de la vida y de la poesía, y

no puede parar, yhasta altas horas, esas horas en que le golpean

los relámpagos y,literalmente, caen cerca de su casa, donde

sigue bebiéndose todo elNilo y la infancia de este niño absorto en

sí mismo del que hablóGastón Baquero, la poeta queda sin

respiración. Y así, con el aireque apenas alcanza en la arbitraria

vida, aparecen las luces de laoscura calle que transitamos. Fuego

de la ternura, ocaso de lospenitentes, caminos con miles de

redes, infinitos soles, lunas yaguafuertes, es la lluvia

ensimismada, en la primera huella del amor,detenida en signos,

gestos, deseos, ganas, padecimientos. Todo onada, todo y todo

en abrazos, sufrimientos, desproporciones, líneas,veredas, la

ternura que se tiene para el otro, para encantar almas,vivir el

amor del otro, de ese otro que se enciende en la inmensidad

y paciente vislumbra, atornilla, escapa con la palabra y desciende

por las aguas de las montañas, en la mejilla de la

poetaprimaveral,de la encantada. Es la palabra, es absorber la

palabra, lossentimientos, crear en la palabra la poética del ser, la

razón delabsurdo, las calles de bondades, desconchadas. Si no

hay bondad enla palabra, no hay bondad en la poesía.

Octavio Paz hablaba del regreso a sí mismo, sin el ego ni la

conciencia personal. María multiplica su presencia y va en la

búsqueda del origen, su alteración devora los sentidos, el tiempo,

dándole formas a los espejos, fragmentándolos, atándolos a la

realidad donde el poeta vence la oscuridad, con las palabras de la

vida, en el gran festín de la mujer de Novalis. Comunión con lo

quevive y ve.

Moradas imposibles

(1998)

Qué es eso Dios

de ser loado con toda la tristeza,

si no es amor

al menos la fascinación

de ser un cuerpo ensangrentado.

Qué es eso

de ser por siempre nazareno

en ese huerto de pájaros

enfurecidos que devoran

tus párpados al aire pálido.

Y qué de la misericordia

de la flor con ese cáliz

de cristal que lanza

telarañas por tu cuerpo.

Todo tú con tu delirio en llamas

ardiente como un tritón

ante el anzuelo. Cuántos

suspiros brotaron de la tierra

para decir que tú venías a palpitar

cercando templos y mercados

con tu fuerza labrada

en la saliva de los mataderos.

Cuántas veces por qué

gritaste entre las nubes

"¡Atrévanse!", y solo,

centímetro a centímetro,

tuviste miedo. Y yo me alzaba

al aire y te aguardaba

en este génesis de humo

como hace tantos años

te veía con tu corona

ardiente de víboras y víboras

llorando bajo los rayos del relámpago.

Tu sombra era la bruma de mi piel,

la profecía metálica del alba. Y tú

sangrabas ebrio

como una hoja seca y te caías,

lento, a medio enloquecer.

Ampárame Señor en tu alambrada

y súbete conmigo hacia el vacío.

Recuerda que ya viejos

apestamos y que ciegos

somos ángeles nocturnos

para velar el sueño

de los hijos

y los hijos

que amanecen

por nosotros

muertos. (para Álvaro Mutis)

En los pistilos

De luz te vi nacer donde la estirpe

de un sol de sangre entre las nubes

límpido alumbra la voz de las raíces.

Si entro en tu sueño me despierto,

amanecen las sombras por tu alcoba,

en tu nombre se enciende verde el mundo

donde estallan luciérnagas de lumbre.

Desde lo alto de ti en un acorde me bendices

y con el barro de tu boca formas

un pedazo de mí como tu historia propia.

Calla por ti el soplo lengua adentro,

la ronca voz donde maldices.

Tu piel en su ritmo me levanta

y en los cármenes te escucho pesumbroso

cómo devoras mi carne y mis fermentos.

Todo en mí avanza y se detiene

y todo por entero desciende en un relincho:

lo que no fui lo que no soy,

lo que me nubla y me desaparece, animal

quelame al animal de la doliente.

¿Qué la detiene en el mar?

Del aire es la quietud que tengo

para mirarte yo por esta mano

como si el mar fuera de ti

y tú de nadie fueras.

De ti supe lo que era ser

un solo golpe al viento,

oscura voz sutil ante la gracia,

frágil en la espesura de una selva.

Corrí entonces caimán para encontrarte

al alba en el exilio de un insecto.

Del agua me enseñaste aquel milagro

donde gemir a plena niebla

era vivir la noche entera.

Aún recuerdo el río

de las naranjas y los loros

que chillaban anunciando

tu primer deslumbramiento.

Al paso entonces galopabas

refrescándote

en el arrullo de las vacas.

Eras el corazón de un niño contra el viento.

Y a la caída de las hojas,

de campánulas y siemprevivas, inmóvil

bajo el sable de los truenos,

trazaste la estela de un mandato

con el fervor apenas contenido

y la reverencia ante el paraje

de un hechizo. Y ante las gárgolas

del alba mirabas a lo lejos

un cielo irresistible

para caer cuerpo a cuerpo

en los esteros, una isla

bajo el temblor de una centella

y aquel terrible adiós

en la genealogía de la yerba.

¿Qué la redime del tiempo y del vacío?

Saliste entonces de la noche

cuando del pan cortábamos el hambre,

cuando las frondas de la sangre

enloquecían el destino de los hombres.

Surgiste al viento y a las nubes

cuando el fulgor lanzaba hacia las rocas

el tiempo en que vegetan los insomnes,

cuando de boca en boca transparentes

los sueños crepitaban como un bálsamo

de sombras silabeando

los nombres de esa noche, el torrente

profundo del alumbre. Y luego de los cielos

bajaron pájaros, caballos ciegos, y tú,

cautiva en el acierto

de dar un paso en el comienzo

te fuiste en la premisa

de ser una en el mundo y silenciosa

junto a la sed del sol

por una página de vidrio,

un solo espejo, donde miramos

todos muriéndonos de asombro.

Las bodas de las flores se dan sobre el estigma.

El polen se desprende al comenzar la aurora

y en un solo momento la vida se redime

y entonces se retira.

La santa en penitencia grita

que pueda ser de fuerza su grandeza, bailando

en este reino sin escrúpulos. Teresa

es soberana en su magnificencia y con su voz

de pájaro en su preñez avisa: "Escribo

abierta, volando y con jacintos

de golpe me doy cuenta

que estoy viva." Y de misterios tantos

se tiñó su lengua, su resplandor

fue aquel fecundo encuadre

con sus trenzas, sus mejillas ardiendo

en jeroglíficos y en éxtasis

los ángeles agradecidos

lamieron el temor en su flaqueza.

"Señor, lo que pasó

pasó, ahora muéveme hacia el gozo

y con tus alas determina quién

ser por mí aquel letrado único

de corazón ensimismado

que de provecho diga

en oratorio: Perra,

hagamos juntos este mundo."

¿Qué sombra la rehúye como a una reina aciaga

y sin mitología y la sumerge en lo que

escribe el día?

Hija eres de la mar en tu tercera

sílaba varada. Profética y hermosa

con tu lanza y un querubín

llevándote entre nubes infinita

en la distancia. Casta tú

la de los ojos en ascenso, lloraste

sigilosa bajo el palo

de la cruz que venerabas, riendo

hacia la luna airosa con tu alta

cabellera desatada. Azul

era el rumor en fuga

de rostros y viejas alimañas,

cuando los animales

celebraron sus bodas con tu manto

de virgen desbocada, piel adentro

en los vitrales que ahora,

por la noche, te desangran. Vestida

a pie de guerra, en ese regimiento

en que enlazas, corriste

como loca venturosa, iluminando

en sacrificio la carne áurea

de todas las miradas. Ser

que ya llegaste o todo

siempre es lejos y fluye

en la distancia.

En la corola

Del cielo los vapores tus raíces.

Del aire y de las aguas tu mirada,

floreces por la lluvia como un loto

al mar de ola en ola te desprendes.

Ardes en la lengua a los favores

de un niño que es hermoso por difunto.

Avanzas hacia él entre las llamas

de un sol sobre su cuerpo donde emerges

frondoso tú de él en un abrazo

al vuelo de los siglos sigilosos.

Dios, le dices, bebe luz al aire

por los bordes del néctar

perfumado en los trapiches.

¿Qué jeroglífico descifra

en su prodigio soberana

y la borra del sueño y del olvido?

Si renacieras tú de mí

entre mis manos, bajo una nube

de moscas noche a noche,

en silencio pudiera ser por ti

la vieja impúdica cayéndose de bruces,

la pública bajo su falda que tus pies

te lava. Si penitente así, de costa

a costa apareciera

bajo la túnica, relámpago

del miedo que te llama. Si me llamaras

mirando lo que miro: las víboras

que brotan de tu palma y que un

templo son donde tú gritas

visible e invisible en prados

que lamen alabanzas, entonces

volviera yo a ti siendo ceniza

y fuera un río de sangre, un lúgubre

Jordán pintarrajeado, huyendo

yo por ti en esas aguas, anfibia

en la piedad te mostraría

aquella red que cada vez,

mas en silencio, te arrojara.

Con solo dos o tres estambres revientan

las flores masculinas. Ascienden desde el fondo

de sí mismas candentes y jugosas. A mano suelta

se revuelcan, se crían bajo este cielo a medias

entre luz y sombra. Afónicas marchitan y lentas

agonizan.

Hubiera yo veloz por él el mundo

recorrido en velocípedo. Habría yo

cruzado hasta la época

clásica en fulgor y extraordinaria

sobre todo en el periodo del eclipse

cuando el mundo se fundó en una Acrópolis.

Habría yo ido hasta la estela inaugurada

en su rigor y fundamento y visto azul

aquella dulce cortesana

que en cuadrángulo esculpida

profusamente en su dintel

lo aguarda. Habría yo estado

en una ciudad de oro o de marfil

en armonía trazada con piedra

de caliza y un tablero mural

de proporciones máximas,

piramidal, arquitectónica por él,

enfática y cautiva entre las rocas

de cantera gigantescas. De Oriente

a Occidente en velocípedo habría

yo ido hasta ese territorio de aves

y serpientes, por edificios y santuarios,

por puertas interiores y gradas ordinarias,

buscándolo geométrico, animal

que embellece las fachadas.

Hubiera yo por él

naturalista ido periférica

en ese siglo atestiguando

el Nuevo Mundo entre dos ruedas,

que no al hablar sino al rodar

en sus cadenas, me conducen

venidera en el aliento

de un epopeya

que él, con todo atrevimiento,

aguarda.

¿Qué incendia su palabra y la ilumina

en la forma más nítida del alma?

Zumba la charla de los insectos.

Rudos guerreros de alto prestigio

bendicen en un relámpago

el vértigo de su imperio.

Aquí la cal, el salitre y el cobre,

y bajo un cielo líquido

el ofrecimiento de la nube que huye

como una diosa aérea, veloz

en la adivinación de los espejos.

Una hilera de huellas marcaba

el camino del rayo. Y en los montes

la estrella del oro gritaba

tiránica arrastrando visiones de polvo:

saurios en las rocas del alba,

víboras lamiendo la diáspora, ángeles

y más ángeles a la entrada del mundo

En el estigma

Una espada de luz lo que maldices.

Chacales te rodean al alba

para invocar tu carne que humedece.

En huertos de presagios te desgajas, tu voz

se escucha al fuego alucinada

quemando el tiempo que deserta en el delirio.

Anduve tras de ti enloquecida

donde florecen yerbas santas.

Por ti la perra del Señor retumba

por el monte, se encorva al aire

y se revuelca.

Las flores viejas reciben de las jóvenes

el polen de la aurora, como la sed

que se desprende de la primera lluvia.

Yo no pretendo por ti ser otra cosa

que la nube fecunda de esta cópula

el vértigo sagrado en que me miras

mirarte desde aquí como una loba.

No puedo dar licencia a mis demonios

que en plena voluntad son mi fragancia

de ser uno en el otro siendo oscuros

en la culpa divina de este desposorio.

Acércame hacia ti con sutileza

y déjame a la sombra de este mundo

que todo ya por ti se paraliza

y en pensamiento principio y fin

se vuelven polvo. Que la sangre

de mi cuerpo sea tu sangre, y el aire

de mi aire sea tu soplo. Te quiero

a ti sangrientamente así tan lúcido

por donde salen y entran las luciérnagas

volando como locas vaporosas

en el arrobamiento de ser favorecida

gozándome en esto que yo soy

siendo bendita: hambre

en el hambre en cumplimiento

de ser sólo una bestia

de paso por el mundo.