María Rosa Lojo - La que arde en el baile

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  • 7/27/2019 Mara Rosa Lojo - La que arde en el baile

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    La que arde en el baile

    Mara Rosa Lojo

    Y as te vern bailandoloca en cada amanecer

    como metida la danzamuy adentro de tu ser.

    Agustn Carabajal,LA TELESITA, Chacarera

    El doctor Tefilo Rosas ha sido invitado a una fiesta.

    La invitacin no ha llegado, como otras, en tarjeta, con letras de oro sobre unabandeja de plata. No viene de uno de los salones que puede y debe frecuentar por lazos

    familiares, ni de la casa de Gobierno, donde a veces ha estado por los compromisospolticos de su padre. Viene de un lugar que no suelen visitar los varones de su clase, a noser cuando buscan muchachas fciles y frescas, unas iguales a las otras, que se olvidan ydesaparecen a la maana siguiente como si se hubieran marchitado en unas horas.

    Esa invitacin se la ha hecho casi al odo Eustaquio, el capataz de los campos dePedro Aroz, y Tefilo Rosas no ha dudado en aceptarla, aunque no se propone informar asus anfitriones sobre sus planes nocturnos. Ir solo con el capataz.

    Naturalmente, no puede vestirse como lo hara para un saln cualquiera. Ni fraqueni levita, slo chaqueta, camisa limpia y pauelo al cuello. Nada de charol en los pies, sinounos botines de suave carpincho. Se peina con un toque de colonia inglesa, porque a laspaisanitas, aun las ms humildes, les gustan los perfumes, y algunas, si pudieran, sebaaran en agua florida.

    El capataz, que todava es mozo, lo est esperando en la tranquera, con un par decaballos bien ensillados. Para llegar al baile hay que cruzar el bosque, pasar junto a losmontes de algarrobos y quebrachos que aaden sombras a la noche. Pero no se tropiezancon ladrones ni nimas en pena por el camino oscuro, apenas interrumpido por ramalazosde luna, sino slo con gente alegre que tambin va a la fiesta. Ninguno tan bien montado.La mayora, a pie.

    Los caminantes saludan a los jinetes y se apartan con respeto si las vueltas delestrecho camino los cruzan con ellos. El baile se oye, mucho antes de verse. El bombo, elvioln y la guitarra llegan a los odos de cabalgaduras y de caballeros sin que se avisten eltecho de paja del rancho, las polleras floreadas de las mujeres o las fogatas que alumbran alos bailarines.

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    El doctor Rosas tantea el bolsillo donde guarda una libreta de apuntes y un lpizafilado. Si puede, escribir algunas notas y tratar de esbozar algunos croquis de la genteque baila y de las ropas que llevan, no tan vistosas ni tan coloridas, a decir verdad, comosuelen ser las de los campesinos en otros lugares de la tierra.

    En realidad, es se el verdadero objetivo de su viaje desde Buenos Aires. No lasvisitas a la familia, ni la carrera poltica que el doctor Rosas, recin graduado en la capital,debera comenzar en la provincia de su nacimiento para seguir los pasos de su padre. Ni lasleyes ni la poltica le interesan a Tefilo, que prefiere ocultar sus genuinas aficiones para noexponerse a la burla de amigos y parientes. Cmo confesarlas sin hacerse acreedor a lamisma sonrisa irnica que, bajo la impecable cortesa, tanto paisanos como seores de laclase decente le dedican a los gringos. Esos ingleses o alemanes -a veces hombres defortuna, a veces slo cientficos que dependen de subvenciones o de mecenas- con ganas deperder el tiempo, absurdamente apasionados -en la primera dcada del nuevo siglo!- porcostumbres viejas y lenguas moribundas, por los trastos sobrantes de la Historia que ya ha

    sentenciado el Progreso.

    Los invitados pudientes son bien recibidos: dos asientos sin respaldo, pero de cuero,en medio de los cajones de madera y los crneos de vaca donde se aco-moda el resto de laconcurrencia. Primero ven bailar a otros: gatos y chacareras, triunfos y cielitos, hasta que laduea de casa le hace una seal a tres muchachas, que los llevan a zapatear sobre el piso detierra. Los cohetes explotan bajo los pies de los bailarines, subrayando su destreza. El olor aplvora excita los sentidos y agudiza la sed. En los intervalos beben de la bota ginebra ycaa, y tambin chambao de aloja (que ya casi no se consigue) en un antiguo vaso de astade buey.

    - Quin paga el consumo? -se interesa Tefilo.

    - Hoy, seor, los promesantes.

    - Promesantes? Pero que de qu santo?

    - De la Telesita, pues. sta es una Telesiada.

    El doctor Rosas no recuerda que en el santoral figure ninguna virtuosa mujer de esenombre. Le responden que es un diminutivo, por Telsfora, y piensa, sin resultado, en

    alguna mrtir del Imperio Bizantino.El tributo exigido a los fieles tampoco parece propio de una mujer de virtud. Para

    cumplir la promesa, Telsfora, presuntamente apellidada Castillo, pide a los devotos quebeban y dancen y que le pongan velas. Al final de la fiesta y de la noche, cuando todas lasvelas se hayan apagado, tendrn que tomarse siete copas por ella.

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    Pero el doctor Rosas busca informantes, ms que creyentes. Acude a la autoridad, elcomisario del pueblo, que tambin est en el baile.

    - No es que venga por mi gusto, don Rosas. Hay que estar vigilando. Donde se tomay se baila, se termina a cuchilladas.

    - Quin era esa Telesita?

    - Una pobre loca, seor.

    - Si me disculpa, comisario -interviene el capataz-, no era loca. Era una yanga, unainocente.

    - Para el caso da igual. Loca, o inocente, no tena mucho seso. Y adems, medio puta.

    - No, seor, no era puta. Putas son las que cobran, y que se sepa, la Telesita nunca lecobr a nadie. Y no vena a los bailes para eso.

    - A lo mejor ni encontraba con quin. Si era una negra roosa, ya pasada de madura ycon las ropas hechas un andrajo.

    - Se le rompan bailando y bailando. Y no era roosa, ni fea ni vieja. Sala de lasfiestas y se meta a baarse en la laguna. Tena el olor de las flores del monte. Y losque la vieron desnuda cuentan que era ms linda que ver el lucero.

    - Los borrachos, amigo, ven cualquier cosa.

    - Pero sobre todo era buena. Y lo sigue siendo. Nunca le falla al pobre que ha perdido

    un caballo, que ha quedado tullido, que tiene enfermo un hijo.

    - Dicen que la fe mueve montaas.

    - No ser la suya, que usted no cree ni en su madre.

    - Ms respeto, que me lo llevo detenido.

    Tefilo toma de un brazo a Eustaquio y lo coloca en el centro del baile, paraapartarlo de las iras del comisario.

    Una muchacha le canta una relacin, que distrae al capataz con sugestivaspromesas:

    Anteanoche tuve un sueo

    Que dos negros me matabanHaban sido tus dos ojos

    Que de cerca me miraban.

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    Tefilo Rosas se aproxima a uno de los promesantes, mientras ste se repone de laltima chacarera sentado sobre un tronco.

    - Y usted, si me permite, qu le debe a la santa?

    El hombre carraspe, incmodo, y se atus los bigotes blancos.

    - Un asunto de mucha monta, seor.

    - De qu se trata, si se puede saber?

    - No tengo reparo en decirlo, pero usted, que es mozo, no crea que alguna vez no leva a llegar el turno. A cualquiera, por macho que sea, le puede pasar. Es que ya nome funcionaba.

    - No saba que a una santa se le pidieran esas cosas.

    - Hay que saber elegirla. Tiene que ser una santa alegre, que le guste la diversin.

    - Y se lo cumpli?

    - Tanto, que estoy pensando en cambiar a una de cuarenta por dos de veinte, comodice la copla.

    Una mujer joven, con las enaguas almidonadas, los mira y se re, mientras empinaun chifle. Tefilo se le acerca y la invita al prximo gato.

    La chica zapatea con botines nuevos. Huele a verbena, y en la cara lisa y sedosa le

    brotan gotitas de sudor. El doctor Rojas piensa en beber con la punta de la lengua esasflores saladas.

    - De qu se rea cuando rae miraba?

    - De lo que estaba dicindole el viejo Fermn.

    - Cmo sabe lo que me dijo?

    - Por ac todo el mundo lo conoce y ya est enterado de qu pata cojea.

    - Y le parece que la santa realmente le habr satisfecho el pedido?

    - Quin sabe si por un ratito, para que no desespere y se haga ilusiones. Pero ni lossantos pueden resucitar a los muertos.

    Ahora es Tefilo quien se re a carcajadas, mientras sigue bailando. Qu graciapodr pedirle l a la Telesita antes de que se acabe la noche? Quiz no tenga que pedirle

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    nada. Se siente bastante vivo y bastante buen mozo como para ganarse por sus propiosmedios lo que est deseando.

    Mientras descansan, le ofrece a su compaera el pauelo perfumado para secarse lacara.

    - Me tiene intrigado su Telesita. Qu era, al final: puta o virgencita, linda o fea,limpia o sucia, joven o vieja?

    - Cada uno la ve como quiere verla. Todos concuerdan en que bailaba, eso s. No seperda una fiesta. Llegaba con su puco en la mano, su platito de barro, y le servande comer y de tomar. Ni de tomar ni de zapatear se cansaba nunca. Bailaba hastaque se le deshacan las trenzas, y se le rompan los collares de cuentas, y se legastaban en pedazos las ojotas y se le deshilachaba la ropa.

    - No tena compaero?

    - Dicen que no. Dicen que viva sola, en un rancho del monte. Y hay quien aseguratambin que nunca haba tenido a nadie. Que as como era de mostrarse, sinembargo nunca dej que ninguno se le arrimara.

    - Y de qu muri?

    - Quemada.

    - Cmo quemada? La quemaron?

    - Tambin hay quien lo dice. Que alguno despechado le quem el ranchito, porque notoleraba que una mujer viviera libre y sola. Otros cuentan que se qued dormida allado de un fogn, y que se cay encima y se le incendiaron los harapos, y comohaba bebido mucho, le cost reaccionar y levantarse.

    - Y aun as la creen santa?

    - Y a quin daaba con tomar y bailar, o con hacer su voluntad de viajera? Naci enTolonja y alegr todas las fiestas de la provincia. Pas por Forres, por Beltrn, porLa Banda, y hasta por Santiago. Y tampoco hizo mal ninguno una vez muerta. Todolo contrario.

    - Cmo que una vez muerta? Es que alguien la vea o tena tratos con ella?

    - Claro. A muchos se les ha aparecido.

    - Ah, s?

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    - S. En una encrucijada, en una noche sin luna, al vadear un ro peligroso, en elmedio de una tormenta.

    Y siempre ha sido para indicarles el camino correcto, para salvarlos de la fatalidad.

    Un paisano le solicita permiso para un baile con su pareja y el doctor Rosas sequeda solo. Busca la chaqueta donde tiene guardada la libreta de apuntes. Se acomoda enun rincn y comienza a escribir. En los bailes populares se ha entronizado un cultocampesino difcil de clasificar. Su objeto es una figura femenina, la Telesita, que pareceresponder, por las caractersticas del ritual, a una deidad errante, de tipo dionisaco, cuyosfieles bailan y se embriagan durante toda la noche, como ella misma, segn es fama, lohaca en vida. Sin embargo, la soledad en que habitaba en el seno de los bosques, sufamiliaridad con la Naturaleza, la aproximan ms a la figura de Diana cazadora, emblemade la independencia y la libertad femeninas. No deja de ser sugestiva la coincidencia de susatributos con su presunto nombre de bautismo: Telsfora, la que llega lejos...

    Comienza a dibujar el personaje, tal como cree imaginarlo, pero no puede. No llegaa decidir la edad ni los rasgos de la danzarina. Comprueba, con fastidio, que su compaerade baile ha desaparecido. Quizs otro, ms rpido y de seducciones ms convicentes, hasabido llevrsela hacia las secretas cavidades del bosque donde ya se han refugiado otrasparejas, para que no se rompa el embrujo del alcohol v la danza, antes de que amanezca.

    No bien comienzan a reverberar en el cielo las pri-meras luces, como un eco de otromundo, los bailarines u oficiantes realizan el ltimo rito: quemar un mueco de trapo que esla efigie de la Telesita. Se mata la muerte al reproducirla, se la invoca para que la vidarenazca de sus cenizas -piensa Tefilo-, mientras sube, tambalandose, al zaino que loespera.

    El retorno por el medio del bosque es melanclico. Los ltimos restos de la noche seenredan en las copas y las ramas de los rboles, como los jirones de las ropas quemadas ygastadas en el baile de la Telesita. La vuelta del da, piensa, no har ms real un paisaje queva desapareciendo. Las hachas estn borrando las selvas y los montes de Santiago delEstero. Los animales y los hombres que las habitan, y la lengua que hablan -el quechua quebaj hace siglos desde el altiplano-, pronto sern voces y formas deambulantes en elespacio vaco, despojadas de las races que hacan posible su existencia.

    - No saba que usted crea tanto en la Telesita, Eustaquio.

    - Yo tampoco, don Rosas, hasta que la empez a ofender el comisario. Le gust lafiesta?

    - Me gust mucho. Lstima que todo se acabe.

    - No la Telesita, don Rosas. Cuanto ms baila, ms dura, cunto ms arde, ms vive.

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    Tefilo Rosas duerme la maana. Despus del almuerzo demorado, la noche vieneenseguida, interminable para su gran desvelo. Vuelve sobre sus anotaciones de la jornadaanterior, y abre la libreta en la pgina donde ha quedado el dibujo inconcluso de la Telesita.Tampoco esta vez logra terminarlo, porque lo distrae un leve choque de piedras contra losvidrios. Aparta las cortinas y abre la puerta ventana.

    Al principio no ve nada. Luego, cuando proyecta la luz del candil sobre la oscuridaddel campo, cree distinguir las lneas de una figura femenina. Sale al exterior y echa a andartras ella. La mujer no lo espera. Sigue adelante, como si lo estuviera llevando o guiando aalguna parte, pasa por entre los rboles plantados de la propiedad, hasta que dejan atrs losjardines y se internan en el bosque natural. Tefilo Rosas, poco avezado a los laberintos dela espesura, camina con creciente dificultad. Tropieza con la base de unos troncos nudosos,y cae de bruces, y el candil que lleva en la mano se derrumba sobre la hojarasca. Una

    llamarada se propaga por el follaje, rpida como la plvora de los cohetes del baile, yalcanza a la mujer que vuelve la cara hacia l, y en esa cara Rosas reconoce los rasgos de lamuchacha con la que ha bailado. El cuerpo desnudo flamea como si fuera una hoja que elviento de la hoguera mueve a voluntad, pero no se quema, y la cara le sonre, hasta que lasllamas trepan a lo alto de las copas del bosque, y explotan con un lujo de fuegos artificiales,y la muchacha se agranda y chisporrotea en un vrtigo giratorio, titila como una estrella ydesaparece.