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D O S S I E R
Hace trescientos aos, el 1 denoviembre de 1700, fallecaCarlos II, el ltimo monarcade la Casa de Austria enEspaa. Con graves deficienciasfsicas y en los lmites de lanormalidad mental, tuvo unreinado lamentable, no slodebido a su evidenteincapacidad, sino a laculminacin lgica de unproceso histrico que abarcatoda la trayectoria de laDinasta. Carlos II, dentro de suslimitaciones, fue un hombrebueno y muy religioso, un maridoatento y un monarca que trat demantener la dignidad en un reinodescoyuntado. Pero los pequeos logrosexperimentados en materia poltica, econmica o intelectual no se debena su actuacin, sino a la vitalidad de una sociedad civil emergente.
El triste ocaso de los AustriasCARLOS II
Dignidad de reyMarina Alfonso MolaCarlos Martnez Shaw
Culminacin lgicade la Dinasta
Ricardo Garca Crcel
El triste reino del HechizadoJos Calvo Poyato
3D O S S I E R
Arriba, Carlos II a
los cuatro o cinco
aos, retratado con
con perro y
arcabuz; al fondo
aparece la Fuente
de los Tritones, que
en aquella poca
estaba en Aranjuez
(annimo
castellano, Madrid,
Museo del Prado).
Derecha, Carlos II en
La adoracin de laSagrada Forma,(Claudio Coello,
1648, Monasterio de
El Escorial). En la
portadilla del dossier,
Carlos II, con
armadura (Claudio
Coello, Madrid,
Museo del Prado).
El pase es el anverso
de un duro de 1700,
probablemente la
ltima moneda
acuada bajo
Carlos II.
Marina Alfonso Mola y Carlos Martnez ShawProfesores de Historia ModernaUNED, Madrid
L A FIGURA DE CARLOS II HA SUSCITADOuna rara unanimidad entre los historiadores,que no ahorran los trminos negativos paracalificarle. As, en una de las ltimas snte-sis sobre su reinado, el gran hispanista britnicoJohn Lynch resuma con unas lacnicas palabras to-da una tradicin valorativa: "Carlos II fue la ltima,la ms degenerada y la ms pattica vctima de laendogamia de los Austrias". Sin embargo, la revisinde la obra de su reinado constituye un precedente ala reinterpretacin de los pocos datos que se tienenacerca de su biografa ntima a lo largo de una vidade casi treinta y nueve aos.
Hay que partir del hecho incontestable de su de-ficiente constitucin fsica. En este caso, apenas sise cuenta con un solo testimonio relativamente favo-rable, el que ofrece poco despus de su nacimiento,el 6 de noviembre de 1661, la Gaceta de Madrid,que le describe como un nio "hermossimode facciones, cabeza grande, pelo negroy algo abultado de carnes". A partir deah, todos los datos coinciden en se-alar el retraso en su desarrollo, sudebilidad congnita y su psimasalud, quebrantada por continuosaccesos de fiebre, desarreglos in-testinales y fuertes catarros. Prue-ba irrefutable de su raquitismo fueque comenz a andar a la tardaedad de cuatro aos, del mismo mo-do, fue de caza por primera vez a los
ocho aos (abril de 1670) y no mont a caballohasta los nueve (mayo de 1671). Sobre estas cir-cunstancias naci una primera stira:
"El prncipe, al parecerpor lo endeble y patiblando
es hijo de contrabandopues no se puede tener".
No est tan claro, sin embargo, que la causa desus deficiencias fueran los frecuentes enlaces con-sanguneos de los Austrias. En el caso de Carlos II,el historiador britnico Henry Kamen, con una pun-ta de irona, llega a calificarle como fruto incestuo-so, dado que Felipe IV se haba casado con su so-brina, Mariana de Austria, prometida anteriormen-te a su hijo Baltasar Carlos. En trminos generales,cabe pensar que esta repetida endogamia haya po-dido tener estos negativos efectos, pero con losmismos antecedentes nacieron prncipes y prince-sas sin ninguna tara fsica ni mental.
En cualquier caso, debe afirmarse que Carlos hu-bo de luchar toda su vida contra una indudable des-
ventaja de partida, que debi agravarse por el in-sensato rgimen diettico imperante en la
Corte de los Austrias (excesivas prote-nas y grasas animales, consumidas en
forma de asados y en cantidadespantagrulicas; poco pescado y es-casas verduras y frutas), que tam-poco fue una caracterstica exclu-siva de su reinado. En sus ltimosaos, cuando se encontraba enplena madurez, fue perceptible su
avanzada calvicie y su aspecto pre-maturamente caduco y envejecido.
En definitiva, el componente somtico
2
Dignidad de reyCarlos II, a pesar de susimportantes minusvalasfsicas y de estar en el lmitede la normalidad mental,siempre fue consciente de susdeberes como rey y trat decumplirlos hasta en susltimos momentos
motivando una primera stira:
5Mariana de
Neoburgo, segunda
esposa de Carlos II.
La boda tuvo lugar
en Valladolid, el 4
de mayo de 1690; el
rey contaba 28
aos; ella, 22 y era
una mujer rubia,
esbelta y guapa
(Lucas Jordn, hacia
1694, Madrid,
Museo del Prado).
probable que una comprensible timi-dez indujese al monarca a inclinarsepor el celibato, a preferir los apaci-bles placeres de la soltera; peroaqu, por primera vez, su profundosentido de la realeza le empuj acumplir con sus deberes como so-berano que incluan los de dar unheredero a la Corona y a concertarsu boda con Mara Luisa de Orlens,primognita de Felipe de Orlens, her-mano del Rey Sol.
Tras el compromiso matrimonial, firma-do mediante poderes el 30 de agosto de 1679, lareina se puso en marcha hacia la frontera espaolay el rey acudi a su encuentro, pernoctando enAranda de Duero y en Burgos antes de reunirse consu prometida en la pequea poblacin de Quinta-napalla, donde se celebr la sencilla ceremonia deesponsales, tras lo cual la regia pareja pas a laciudad de Burgos para consumar el matrimonio a lanoche siguiente (19 de noviembre de 1679). Cosaque debi producirse de manera natural y satisfac-toria, pues todas las fuentes coinciden con la opi-nin delicadamente expresada por Henry Kamen:"Cuanto sabemos es que Carlos pareca encantadoy que la reina no tuvo queja alguna". An ms, lapareja se retir para disfrutar de una prolongada lu-na de miel, que no concluy hasta la entrada oficialen Madrid, el 13 de enero del ao siguiente.
De hecho, el soberano se dej conquistar por losindudables encantos de Mara Luisa, una mujerque los retratos pintan como atractiva y las crni-cas describen llena de vitalidad y aficionada al bai-le, a la caza y a la equitacin. En cualquier caso, lapareja debi vivir en armona, si atendemos los co-mentarios de la marquesa de Villars, esposa delembajador francs, sobre la reina: "Seguramente noes posible gobernarse mejor, ni con ms dulzura ycomplacencia para el rey. (...) A todas las gentes debuen sentido les parece que la reina joven no pue-de hacer cosa mejor que contribuir por su parte aatraerse la continuacin de la amistad y del carioque ese prncipe le demuestra".
El 12 de febrero de 1689, la reina muri des-pus de sufrir una herida mientras montaba a ca-ballo en los alrededores del palacio de El Pardo.Sus temores de que pretendan envenenarla tuvie-ron eco en el rumor que circul por la Corte tras suinesperado y prematuro fallecimiento, acerca deque le haban dado a beber "agua de la vida", unapcima ponzoosa del curandero malagueo LuisAlderete. En cualquier caso, el rey viudo hubo deresignarse a contraer segundas nupcias, asumidascomo un deber regio, lo cual no fue obstculo paraque se pasase una semana examinando en la inti-midad la lista de candidatas que le haba sido pro-puesta por el Consejo de Estado.
Finalmente, el 15 de mayo se decidi por Ma-riana de Neoburgo, hija del elector palatino, FelipeGuillermo. Celebrados los esponsales por poderesen Neoburgo (28 de agosto de 1689), Carlos volvia ponerse en marcha por tercera vez, ahora tambin
para acudir a recibir a la nueva reina,que haba cruzado la frontera el 6de abril de 1690, producindoseel encuentro el 4 de mayo en Va-lladolid, de donde la real parejasali para hacer su entrada ofi-cial en Madrid, el 20 del mismomes.
Los reyes pronto hubieron de presi-dir las solemnes honras fnebres por
el elector palatino, padre de la sobe-rana, ceremonia que tuvo por escenario
El Escorial y que fue aprovechada al mismotiempo como acto de desagravio por la captura en elmonasterio del valido Fernando de Valenzuela y paraconsagrar la nueva sacrista, presidida por el famosocuadro de La Sagrada Forma, de Claudio Coello, unade las grandes obras maestras de la pintura cortesa-na del reinado. Poco sabemos de la vida ntima delos esposos, pues las crnicas se centran especial-mente en las desavenencias de Mariana de Neobur-go con la reina madre, Mariana de Austria, as comoen las intrigas de la soberana en favor de los intere-ses austracos y en sus criticadas relaciones con sucamarilla de favoritos: el capuchino fray Gabriel de
D O S S I E R
Carlos II se cas a
los 18 aos con
Mara Luisa de
Orleans, sobrina de
Luis XIV. Tras la
noche de bodas,
cuanto sabemos es
que Carlos pareca
encantado y que la
reina no tuvo queja
alguna. Arriba,
Carlos II hacia 1685,
en poca de su
matrimonio con
Mara Luisa
(Carreo de
Miranda, Toledo,
Museo de El Greco).
Abajo, la
infortunada reina,
muerta a
consecuencia de un
accidente de
equitacin en 1689,
a los 29 aos de
edad (grabado
francs).
no ayud en absoluto a Carlos para cumplir con susobligaciones como soberano de un Imperio.
Debilidad mentalCuestin ms difcil de dilucidar es el grado exac-
to de su capacidad mental. Se sabe que su forma-cin, fundamentalmente a cargo del jurista Francis-co Ramos del Manzano, profesor de derecho de laUniversidad de Salamanca y miembro de los Conse-jos de Castilla y de Indias, constituy un proceso la-borioso (ya que al parecer no aprendi a leer y escri-bir hasta la edad de nueve aos), y de resultados de-cepcionantes, sobre todo si juzgamos su insegura ca-ligrafa y su psima redaccin, tal como se refleja enlos escasos documentos oficiales de su puo y letra(en la mayora, su firma es un mero facsmil) o en lascartas que escribi a Luis XIV con motivo de su pri-mer compromiso matrimonial.
Fuera de ese dato irrefutable, hemos de conten-tarnos con los testimonios de los embajadores, espe-cialmente los venecianos, o del nuncio pontificio.Los primeros hablan de defectos de su voluntad, co-mo la inconstancia y la pereza, pero le reconocen no-bleza de carcter y un gusto muy cortesano por la ca-za, la pintura y la msica; por el contrario, el mar-qus de Villars, embajador de Luis XIV en Madrid, loencontr sumamente ignorante en letras y ciencias.
El retrato ms completo y conocido se le debe alnuncio: "El rey es ms bien bajo que alto, no mal for-mado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara lar-ga, la barbilla larga y como encorvada hacia arriba;el labio inferior tpico de los Austrias; ojos no muygrandes, de color azul turquesa y cutis fino y delica-do. Mira con expresin melanclica y un poco asom-brada. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinadopara atrs, de modo que las orejas quedan al descu-bierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuandocamina, a menos de arrimarse a una pared, una me-
sa u otra cosa. Su cuerpo es tan dbil como su men-te. De vez en cuando da seales de inteligencia, dememoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por locomn tiene un aspecto lento e indiferente, torpe eindolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacercon l lo que se desee, pues carece de voluntad pro-pia." Carlos II tena entonces veinticinco aos.
En suma, el soberano debi sufrir de serias limi-taciones en el aspecto intelectual, aunque no puedaconsiderarse como un absoluto deficiente o retrasa-do mental. El duque de Maura, su ms concienzudobigrafo, lleg a la conclusin de que Carlos tuvo unentendimiento mediocre, pero casi normal; esta opi-nin ha sido recogida por los estudiosos posteriorescomo Antonio Domnguez Ortiz que le reconocenuna cierta inteligencia lastrada por su distraccin, sutimidez y su irresolucin; tambin hay quienes creenque "pudo estar perfectamente dentro de los lmitesde la normalidad", como Luis Ribot, en su excelentesntesis sobre el reinado. Es decir, sin hablar de unairremediable anormalidad, todos coinciden en acep-tar una evidente insuficiencia en las facultades inte-lectuales del soberano.
A la bsqueda de un herederoCon estas carencias, Carlos II viaj poco al mar-
gen del circuito caracterstico de los Sitios Reales,que le llevaban de Madrid a El Escorial y de El Par-do a Aranjuez. La primera salida fuera de la Corte tu-vo lugar en 1677, cuando el monarca contaba dieci-sis aos, y fue con motivo de la apertura de las Cor-tes en Zaragoza. La segunda gran jornada real tuvolugar con ocasin de su primer matrimonio. Es muy
4
7Lucas Jordn adul
a Carlos II en un
retrato ecuestre,
donde las
convenciones de la
pintura cortesana le
permitieron
presentar una
imagen de apostura
y de sentido de la
realeza. Si la
primera cualidad
parece poco
autntica, la
segunda se
aproxima a la figura
del ltimo Austria
espaol (boceto
pintado hacia 1694,
Madrid, Museo del
Prado).
sidor general, Baltasar de Mendoza, que ademsproces tanto a fray Mauro como al padre Daz. Elreinado pareca acabar en tragicomedia, como re-coge una de las stiras del momento:
"Las damas le hechizanlos frailes le pasmanlos lobos le aturdenlos cojos le baldan".
Un testamento acertadoPero todava el monarca tuvo tiempo de realizar
el ltimo acto decisivo de su vida. En efecto, ni ladebilidad fsica ni la limitacin mental impidierona Carlos II ser consciente de sus obligaciones comorey, mantener su dignidad como monarca y conser-var su sentido de la majestad. Ya en su primer ac-to pblico, cuando a los cuatro aos recibi el ju-ramento de fidelidad de sus sbditos, el 17 de sep-tiembre de 1665, supo estar a la altura de las cir-cunstancias.
Tambin supo reconocer la labor, sin duda ar-dua, de su preceptor, al que elev a la dignidad deconde de Francos en 1678. Aparte de cumplir susdeberes conyugales, como se esperaba de un prn-cipe cristiano, lleg en ocasiones a tomar la inicia-tiva de ocuparse tambin personalmente de susobligaciones polticas al frente de la Monarqua, almenos en dos ocasiones: tras el cese del duque deMedinaceli, en 1685, y tras el cese del conde de
Oropesa en el ao 1691 (ver La Aventura de la His-toria, n 11, septiembre de 1999, El Motn de losgatos, por Jos Calvo Poyato), aunque sus caren-cias le obligaron a renunciar a su propsito.
Y, finalmente, nadie niega su profundo conceptode la dignidad de la Monarqua Hispnica, cuando,en el difcil momento de decidir la sucesin, se pro-nuncia a favor de la opcin que permita preservarla unidad de todos los territorios (amenazada porlos pactos secretos de las grandes potencias) bajoun nico soberano, firmando su testamento en fa-vor del duque de Anjou el 3 de octubre de 1700 ynombrando al cardenal Portocarrero como regentede la Monarqua el 29 del mismo mes. La integri-dad de la Monarqua pareca quedar garantizadacon la clusula que nombraba al segundo hijo delGran Delfn heredero de "todos mis reinos y domi-nios, sin excepcin de ninguna parte de ellos".
Fue sin duda una decisin solemne, justa y acer-tada, como reconocen incluso sus bigrafos menoscomplacientes. John Lynch no duda en calificarlacomo "el nico momento de grandeza de toda su vi-da". Y un epitafio satrico, escrito en francs, salvatambin este solo acto: Aqu yace Carlos Segundo,rey de las Espaas/que nunca hizo campaas/niconquistas, ni hijos/Que as vivi durante treintaaos/en que se vio reinar a tan buen prncipe,/tenauna salud tan escasa/que, por decirlo francamen-te,/solamente hizo su testamento.
Carlos II se extingui el da 1 de noviembre de1700. Su salud, siempre precaria, se haba resen-tido endmicamente de unas fiebres paldicas con-tradas en 1696 a orillas del Tajo en una de sus vi-sitas a Aranjuez, lo que pudo ser quizs la causa fi-nal de su muerte.
Adems de los documentos de su reinado y de lostestimonios de sus contemporneos, nos han queda-do sus retratos. Nada de su congnita debilidad pa-rece percibirse en los dos cuadros (el de Sebastinde Herrera Barnuevo y el de mano annima conser-vado tambin en el Museo Lzaro Galdiano) que noslo presentan como un nio gordezuelo, inflado porlos ampulosos ropajes de adulto y acechado por lacorona real. Juan Carreo de Miranda le retrat co-mo un adolescente de expresin triste y tez lvida,vestido de negro contra el fondo oscuro de los pesa-dos cortinajes del viejo Alczar de los Austrias. Sloen el cuadro conservado en la Coleccin Harrach seresalta su postura mayesttica realzada por el rasoprpura del hbito del Toisn de Oro. Claudio Coelloprefiri representar su dignidad humana y de su sen-tida religiosidad en el cuadro de El Escorial.
Finalmente, Lucas Jordn le adul en un retratoecuestre, donde las convenciones de la pintura cor-tesana permiten presentar tambin una imagen deapostura y de sentido de la realeza. Segn se ha vis-to, si la primera cualidad parece poco autntica, lasegunda se aproxima a esta revisin favorable de lafigura humana de Carlos II... Aunque nadie haya lle-gado tan lejos en esta estima como el austracista ca-taln Narcs Feliu de la Penya, que en 1709 definial ltimo de los Habsburgos como "el mejor Rey queha tenido Espaa". n
D O S S I E R
Carlos II ante los
restos de su padre,
exhumados en el
curso de los
exorcismos que se
le hicieron al
Hechizado(litografa de J. M.
Mateu, siglo XIX).
la Chiusa, su secretario privado Enrique Javier Wiser,llamado El Cojo, y su dama de cmara, la condesaMara de Berlepsch, cuyo nombre se castellanizabaa veces como Perlis y en las stiras, como Perdiz.
En cualquier caso, existe alguna informacin deuna estancia feliz en el otoo de 1699 en El Esco-rial, donde los reyes parecieron revivir su luna demiel e incluso a concebir la esperanza de tener des-cendencia, as como de otra jornada en El Escorialy Aranjuez, en la primavera de 1700, en cuyotranscurso el rey vivi las ltimas horas dichosas desu vida. En definitiva, tampoco parece que Carlosfuese indiferente a los encantos de su segunda es-posa, una mujer alta, de cabellos rubios y de buenporte, tal como aparece en el retrato ecuestre deLucas Jordn. La reina sobrevivi muchos aosal rey, pero su apuesta por el archiduqueCarlos le vali un largo destierro en Ba-yona (1706-1738), hasta que al fi-nal de sus das fue autorizada a re-gresar a Espaa, para venir a mo-rir a Guadalajara (1740).
El problema sucesorio estuvosiempre planeando sobre la vidade Carlos II. Aunque algunos estu-diosos han llegado a pensar en laimpotencia del soberano, dada sudbil constitucin, nada parece ava-lar semejante hiptesis. Al principio, in-
cluso la falta de heredero se carg en la cuenta de lareina Mara Luisa, segn rezaba la consabida e inge-niosa coplilla:
"Parid, bella flor de lisen afliccin extraa
si pars, pars a Espaasi no pars, a Pars".
Sin embargo, pronto todo el mundo estuvo con-vencido de la esterilidad del rey, extremo que eltiempo no hizo sino confirmar. En este sentido, sonreveladoras las palabras del embajadador de Fran-cia, el marqus de Rbenac, que tras recibir lasconfidencias de Mara Luisa, pudo afirmar que "lareina no era virgen, pero tampoco sera madre".Ninguna credibilidad tiene por el contrario la mal-vola insinuacin de uno de los pasquines que apa-recieron en la Corte:
"Tres vrgenes hay en Madridla librera del cardenal
la espada del duque de Medina Sidoniay la reina nuestra seora".
HechicerasPrecisamente la falta de heredero dara lugar a
uno de los episodios ms aireados del reinado, elde los exorcismos practicados para romper el su-puesto hechizo que condenaba al rey a la esterili-dad. Un episodio lamentable que, a pesar de su ca-rcter puntual y meramente anecdtico, ha pervivi-do en el propio sobrenombre, El Hechizado, otorga-do al soberano. Aunque la imagen del rey hechiza-do se haba difundido ya en tiempos de Valenzuela(as como la del rey prisionero, en tiempos de JuanJos de Austria), precisamente como argumentopara descalificar la poltica de aquellos ministros,la ilusin colectiva de la Corte se opera a partir dela actuacin del imprudente dominico Froiln Daz,nuevo confesor del rey, que acept como verdica lainformacin comunicada por otro dominico, Anto-nio lvarez de Argelles, confesor del convento deCangas de Tineo, de que unas monjas exorcizadasle haban asegurado que el monarca haba sido em-brujado a los catorce aos.
La historia, en cualquier caso, slo se entiendeen el ambiente de exagerada credulidad reinanteen la Espaa contrarreformista. Pues, en efecto, elpadre Daz no actu solo, sino que hubo de contarcon la connivencia del inquisidor general, Juan To-ms de Rocabert, e incluso pudo recibir el respal-
do del embajador austraco, el conde de Ha-rrach, que ech su cuarto a espadas di-
vulgando las revelaciones del demonioque martirizaba a un joven poseso de
Viena. Y, finalmente, el instrumen-to de los exorcismos practicadosal monarca hubo de ser un capu-chino saboyano, fray Mauro Ten-da, que vino a la Corte espaolaavalado por la recomendacin deotra endemoniada.
El desdichado experimento quedinterrumpido a finales de 1699, gra-
cias a la intervencin del nuevo inqui-
6
9Arriba, Mariana de
Austria, una regente
sin experiencia
poltica, pero
orgullosa e imbuida
de su papel, trat de
ejercer el poder real
durante la minora
de edad de su hijo y
an despus
(annimo
madrileo, Madrid,
Museo del Prado).
Abajo, Carlos II en la
poca de la regencia
de su madre
(atribuido a Juan
Martnez Mazo,
Madrid, Museo
Lzaro Galdiano).
cin y digestin de los alimentos, provocndoleproblemas gstricos.
Su falta de salud y las graves carencias seala-das condicionaron de forma negativa su educa-cin, pese a los esfuerzos que en este terreno rea-liz su madre, Mariana de Austria, quien hubo dehacerse cargo de la responsabilidad que supona lamisma, ya que el prncipe no haba cumplido aunlos cuatro aos cuando falleci su padre, en el mesde septiembre de 1665.
Dada la edad del heredero, se haca obligadauna regencia que afrontase la minora del mismo.Felipe IV haba dejado en su testamento instruc-ciones muy precisas para que su viuda, a la quenombraba regente, afrontase en las mejores condi-ciones posibles el papel que le otorgaba la nuevasituacin. Mariana de Austria era lega en materiapoltica, de la cual haba estado alejada en vida desu marido, y la muerte de ste cargaba sobre susespaldas la responsabilidad de gobernar un in-menso Imperio, sacudido desde haca muchas d-cadas por una grave y profunda crisis, adems deasumir una minora de edad, siempre llena de di-
ficultades y ms en este caso, por los graves pro-blemas fsicos y mentales de su hijo.
La Junta de GobiernoEn sus funciones la auxili una Junta de Gobier-
no, en la que estaban representados todos los pode-res del Estado: la Iglesia, la Aristocracia, la Milicia ylos Consejos que configuraban el aparato adminis-trativo. Tambin formaba parte de la misma, comono poda ser de otro modo en aquella sociedad mar-cada por el providencialismo, un telogo que salva-guardase la ortodoxia de las decisiones. Integrabanla Junta los condes de Castrillo, presidente del Con-sejo de Castilla, y de Pearanda, miembro del Con-sejo de Estado; el marqus de Aytona, en represen-tacin de la nobleza del Reino; don Cristbal Crespde Valldaura, por el Consejo de Aragn; el arzobispode Toledo don Baltasar de Moscoso y Sandoval y elinquisidor general, don Pascual Folch de Cardona yAragn, como representantes de la Iglesia.
Llamaron la atencin de los cortesanos ciertas no-tables ausencias en la composicin de la Junta. Noestaban en ella ni el conde de Medina de las Torres,compaero de correras y alcahuete real en los lti-mos aos de vida del monarca fallecido, ni don JuanJos de Austria, el nico de los hijos bastardos habi-dos por Felipe IV que fue reconocido por su padre.Solo los ms avispados comprendieron la razn deellas: Doa Mariana de Austria se sinti siempreofendida en su dignidad por los amoros sostenidospor su esposo y aborreca a un individuo como Me-dina de las Torres, cuya funcin principal era el ce-lestinaje. Tampoco soportaba la presencia de un bas-tardo, que igualmente era smbolo de las correras de
D O S S I E R
As vio el
embajador francs
al ltimo hijo de
Felipe IV (derecha),
cuando le present
en sociedad: El
prncipe parece ser
extremadamente
dbil. Tiene en las
dos mejillas una
erupcin de
carcter herptico.
La cabeza est
completamente
cubierta de
costras...
(Felipe IV, por
Velzquez, Londres,
National Gallery).
Jos Calvo PoyatoCatedrtico de HistoriaInstituto de Lucena, Crdoba
C ARLOS II NACI EN EL ALCZAR REALde Madrid el 6 de noviembre de 1661, enmedio del ambiente de melancola y tris-teza que haba producido la muerte delheredero de la Corona, el prncipe Felipe Prspero.Tras aquella muerte, el futuro de la Casa de Austriaen Espaa quedaba pendiente de la salud del re-cin nacido. Una salud que dejaba mucho que de-sear. En tales circunstancias, la Corte cometi elpeor de los errores: cerrarse en un hermetismo ab-soluto y esconder al recin nacido de las miradasindiscretas. Aquella actitud dio ms pbulo a losrumores, llegndose a afirmar que lo nacido no eravarn, sino hembra, con lo que la sucesin al tronode Felipe IV estaba gravemente complicada. El em-bajador francs en Madrid fracas en su deseo de
ver al recin nacido, lo que exacerb an mslos nimos.
Un nuevo intento, protagonizado por unenviado especial del rey de Francia pa-ra este fin, hizo comprender a FelipeIV que la situacin creada era insos-tenible y que se haca necesario pre-sentar en sociedad al pequeo Car-los. As se hizo, segn el informe queel embajador galo envi a su rey, y que
hizo un retrato bien distinto del ofreci-do por las fuentes oficiales: El prncipe
parece ser extremadamente dbil. Tiene
en las dos mejillas una erupcin de carcter herp-tico. La cabeza est completamente cubierta decostras. Desde hace dos o tres semanas se le haformado debajo del odo derecho una especie decanal o desage que supura. No pudimos ver esto,pero nos hemos enterado por otro conducto. El go-rrito, hbilmente dispuesto a tal fin, no dejaba veresta parte del rostro.
El informe no poda ser ms desgarrador y, aun-que en el mismo pudiese haber algn deseo deagradar a su regio destinatario, cargando las tin-tas en lo negativo, la realidad es que la dbil yquebrantada salud que siempre acompa a Car-los II a lo largo de su vida avala las impresionesque recibi el emisario francs. El que sera el l-timo monarca de la rama espaola de la Casa deAustria mostr siempre un aspecto miserable: pa-deci raquitismo y tuvo graves problemas de sa-lud; el prognatismo tpico de su familia mand-bula saliente, por lo que no encaja la dentadurainferior con la superior le dificultaba la mastica-
8
El tristereino delHechizadoUna regente inexperta, sola y conganas de mandar; un rey incapaz,juguete de su madre y sus esposas;una nobleza dividida y envidiosa;un pas despoblado, en bancarrotay codiciado por sus vecinos...
11
Arriba, Juan Jos de
Austria (annimo
madrileo, Madrid,
Museo del Prado);
abajo, el duque de
Medina de las
Torres (grabado,
Madrid, Biblioteca
Nacional). La
ausencia de ambos
en la Junta de
Gobierno llam
mucho la atencin.
El primero era el
nico de los hijos
bastardos habidos
por Felipe IV, que
fue reconocido por
su padre; el conde
haba sido uno de
los nobles que goz
hasta el final de la
confianza y amistad
del rey, no en vano
fue su alcahuete y
compaero de
correras amorosas.
Se comprende, por
tanto, que la reina
regente no
soportara la
presencia del
bastardo, smbolo
de las infidelidades
de su marido, y que
aborreciera a un
individuo como
Medina de las
Torres, cuya
funcin principal
haba sido el
celestinaje.
frecuencia a causa de una climatologa especial-mente caprichosa y que trajeron hambrunas ymuerte por todas partes; la sangra que supona lapermanente saca de hombres jvenes para engrosarlas filas de los ejrcitos de su Catlica Majestad yla emigracin a Amrica.
La suma de todos estos factores hizo que la po-blacin de los distintos reinos peninsulares pasase,entre 1580 y 1680, de ocho millones y medio a al-go menos de siete millones de habitantes. Nume-rosos testimonios de viajeros de la poca presentanen sus memorias un panorama desolador: grandesextensiones desrticas y verdaderos pramos, don-de haba que hacer muchas leguas para encontraruna miserable venta caminera o un villorrio apenaspoblado. Espaa era, a comienzos del reinado deCarlos II, el pas con ms baja densidad de pobla-cin del Occidente europeo.
La voracidad fiscal de los gobiernos de Olivaresllev a la continua alteracin del valor de las mo-nedas. Unas alteraciones que se conocen con elnombre de baile del velln, que arras lo poco quequedaba en pie de la maltrecha economa castella-na, sometida a una inflacin galopante, y la com-petencia de productos de importacin ms baratosy de mejor calidad. El Estado ordenaba la acua-cin de monedas en las que se sustitua parte de laplata por cobre, pero se mantena el valor nominalde las mismas. Con el paso del tiempo se incre-ment la cantidad de cobre utilizado, hasta llegar-se a la acuacin de monedas de este metal, sinmezcla alguna de plata.
Era la llamada mala moneda o moneda de vellnque en el reinado de Carlos II inund los circuitosmonetarios. Dicha actuacin, que supona un ver-dadero fraude un robo de Estado, hizo que seperdiese la fe en la moneda y que en la prctica hu-biese un doble sistema de pagos y precios: las co-sas tenan diferente valor, segn se pagase en mo-neda buena de plata o en vellones; ese fue el lla-mado premio de la plata que lleg a alcanzar bajoel reinado del ltimo de los Aus-trias espaoles el 275 por cientodel precio de monedas de vellnde similar valor terico.
Ocurri en diferentes ocasio-nes que, para hacer frente alproblema que el propio gobiernohaba creado, se decretaron de-flaciones; es decir, se redujo elvalor de las monedas de vellnpara acomodarlo al real que te-nan. Se ordenaba a los desdi-chados poseedores de dichasmonedas acudir a las cecas,donde eran reselladas, disminu-yndolas de valor. Estas reduc-ciones, que no fueron una prc-tica excepcional, arruinaron amucha gente e hicieron que endiferentes lugares, ante el re-chazo a tomar unas monedascuyo valor poda esfumarse en
las manos de su propietario, apareciese una eco-noma de trueque.
Don Juan Jos: triunfo y decepcinNithard, que en 1668 hubo de pechar con la im-
popularidad que signific la Paz de Lisboa, por laque oficialmente se declaraba la independencia dePortugal, ocup su cargo de valido hasta febrero de1669, cuando su principal valedora ya no pudosostenerle. Sobre su persona se concentraron todosataques de una poderosa nobleza enemiga del en-cumbramiento de aquel sacerdote extranjero, y que
utiliz como ariete de sus pre-tensiones a Don Juan Jos deAustria.ste, que haba rechazado elnombramiento de gobernador delos Pases Bajos, huy de Con-suegra capital de la Orden deSan Juan, de la que era prior alser advertido de que la regentese dispona a apresarle,acusado de conspira-cin y desobediencia.Se traslad a Cata-lua, donde habadejado buen re-cuerdo de su eta-pa como virrey, ydesde all, arropa-do por un ejrcitopopular, march so-bre Madrid exigiendola salida de Espaa de
D O S S I E R
De arriba abajo, tres
de los miembros de
la Junta de
Gobierno: Cristbal
Cresp de Valldaura,
por el Consejo de
Aragn; el conde de
Pearanda,
miembro del
Consejo de Estado,
y el marqus de
Aytona, en
representacin de
la nobleza del Reino
(grabados, Madrid,
Biblioteca
Nacional).
su esposo, aunque la que dio lu-gar al nacimiento de don Juan Jo-s perteneciese a la poca de suprimer matrimonio. Para la paca-tera de la viuda de Felipe IV, lasola presencia de aquel hijo deladulterio era una ofensa. Adems,la ambicin del bastardo que ha-ba insinuado a su padre, pocoantes de su muerte, su deseo decontraer matrimonio con una desus hermanastras, las infantasya haba llevado a Felipe IV a ale-jar de la Corte a aquel insolente.
La Junta de Gobierno se reuni-ra a diario en el Alczar Real yasesorara a la regente en todoslos asuntos relacionados con elgobierno de la monarqua. Estabaintegrada por gentes cualificadasy competentes, pero distantes del
drama de unaviuda de treinta aos que necesi-taba de unos afectos y apoyos per-sonales, que all no encontr. Es-tos vinieron de la mano de su con-fesor, un jesuita de origen alemn,que haba llegado con ella a Espa-a. Se trataba del padre EverardoNithard, que asumi el papel devalido y a quien la regente, apro-vechando la muerte del arzobispode Toledo, introdujo en la Junta deGobierno, pese a las crticas quesurgieron ante su nombramiento,por ser extranjero. El problema seresolvi nacionalizndole espaol.Nithard hubo de hacer frente auna complicada situacin, tantointerna como externa, agravadamuy pronto por los feroces ataquesque recibi deDon Juan Jos
de Austria, que no se conformabacon el destierro de la Corte en quese le mantena, ni con el papelque la regente le asign, al nom-brarle gobernador de los PasesBajos. Un nombramiento envene-nado que tena como objetivo l-timo alejarle an ms de los ver-daderos centros de decisin delpoder.
Guerra, peste, hambreLa situacin interna de la Mo-
narqua a comienzos del reinadode Carlos II era la consecuenciade una larga y profunda crisis, cu-yos orgenes hemos de buscar enel reinado de Felipe II. El rangode primera potencia mundial lehaba obligado a realizar grandes
esfuerzos humanos y econmicos,en muchos casos superiores a lasposibilidades reales que se ten-an. Bajo el reinado del Prudente yde su hijo y sucesor, Felipe III, lasdificultades pudieron sortearse,porque la llegada de grandes can-tidades de oro y plata americanoshaba permitido, no sin dificulta-des, equilibrar el presupuesto y,cuando ello no fue posible, seacudi al emprstito e incluso a ladeclaracin de bancarrota. Perocon la subida al trono de Felipe IVy la llegada al poder de un nuevoequipo de gobernantes, encabeza-dos por Gaspar de Guzmn, con-de-duque de Olivares, la situacinlleg a niveles de extrema grave-dad. Olivares entenda que el prestigiode una monarqua, cuyos intere-
ses se extendan por todo el orbe conocido y con unaextensin en la que no se pona el Sol, obligaba a lapresencia de Espaa all donde hubiese un conflic-to, aunque en el mismo no se dilucidaran interesesestrictamente espaoles. La paz general que, con al-gunas excepciones, se impuso en Europa a comien-zos del siglo XVII y que permiti un respiro a los es-quilmados recursos humanos y materiales de la Mo-narqua toc a su fin, cuando conclua la segundadcada de la centuria. En 1618, comenz el mayory ms demoledor conflicto de la poca, la Guerra delos Treinta Aos, en el que Espaa particip activa-mente, lo que a la postre nos condujo al enfrenta-miento con la Francia de Luis XIII y de Richelieu.Tampoco se renov la tregua de los Doce Aos, fir-mada con los holandeses y que expir en 1621,abriendo un nuevo frente de lucha que requera in-gentes cantidades de hombres y dinero.
Aquella nueva fase blica coincidi con un dra-mtico descenso en la llegada demetales preciosos procedentesde las Indias, con lo que la solu-cin a las dificultades financie-ras hubo de afrontarse de formadiferente. Subieron los impues-tos existentes y se aprobaronotros nuevos. Aquel incrementofiscal pesaba, adems, sobre unapoblacin en crisis econmica ydemogrfica. Los distintos reinospeninsulares haban visto dismi-nuir su poblacin desde 1580, acausa de diferentes factores, ta-les como el contagio de variasepidemias de peste entre lasque destaca la que asol la Pe-nnsula de norte a sur, entre1597 y 1602 provocando un mi-lln de vctimas; las continuasprdidas de cosechas que hicie-ron su aparicin con aterradora
10
El padre Everardo
Nithard asumi el
papel de valido y la
regente,
aprovechando la
muerte del
arzobispo de
Toledo, le introdujo
en la Junta de
Gobierno, pese a las
crticas que
surgieron ante su
nombramiento por
ser extranjero
(grabado, Madrid,
Biblioteca
Nacional). Abajo, el
Imperio en Europa
espaol a
comienzos del
reinado de Carlos II
(por Enrique
Ortega).
br al bastardo vicario general deAragn, con el fin de alejarle deMadrid y sus alrededores. DonJuan Jos se resign con su nuevodestino y se retir a Zaragoza,donde haba de fijar su residenciaa la espera de tiempos mejores.Saba ya que, a causa de su origenespreo, en ningn caso aquellaaltanera austraca le llamara a laCorte.
El Duende de PalacioDoa Mariana pudo al fin respi-
rar y otra vez su soledad, que loscortesanos no entendieron, la lleva confiar polticamente en un cu-rioso personaje que ha pasado ala Historia con el nombre de ElDuende de Palacio y cuyo verda-dero nombre era Fernando de Va-lenzuela. Haba entrado en el Alczar como caba-llerizo de la mano de su esposa, una de las damasde la regente, y en pocos meses, ante la sorpresageneral, se convirti en su nuevo valido. El estuporde la alta nobleza era total. Si haban rechazado aNithard por extranjero, odiaban a aquel advenedizo
que no tena mayores mritos quelos de ser un correveidile que sedaba maa para organizar fiestas ysaraos con los que distraer a la au-gusta madre del rey. Otra vez, como le haba ocurridocon Nithard, su aislamiento antela responsabilidad del gobierno yla difcil educacin de un nio pro-blemtico, lanzaron polticamentea la regente en brazos de un per-sonaje que a los ojos de la ranciaaristocracia cortesana no era msque un mequetrefe. Los grandesse sintieron humillados y posterga-dos, por lo que se juramentaronpara acabar con aquella situacin.En este ambiente se acercaba el finde la minora de edad del rey. Laeducacin recibida haba sido muylimitada, por causa de las circuns-
tancias de su infancia y adolescencia. Mariana bus-c a los mejores preceptores y para su educacin seprepar un programa al uso para cualquier prncipede su poca, aunque nada aprovechase, dadas las li-mitaciones del alumno. Otra cosa diferente era la re-lacin de dependencia de aquel nio hacia ella, que
D O S S I E R
50
40
0 10
Budapest
Ragusa
Siracusa
Mesina
Cagliari
Palermo
Npoles
Londres
Miln Venecia
Praga
Viena
Poitiers
Madrid
Ceuta
Cdiz
ValenciaCrdoba
Sevilla
Valladolid
Toledo
Utrecht
ColoniaBruselas
Pars
Zurich
Gnova
Florencia
Bolonia
Roma
Tarento
Lyon
Marsella
Burdeos
Toulouse
La Corua
Bilbao
LOS ESTADOS EUROPEOS DE CARLOS II
Zaragoza
Oporto
Lisboa
O C A N O
A T L N T I C O
M A R
M E D I T E R R N E O
REINO
DE
FRANCIA
REINO DE
INGLATERRA
SACRO IMPERIO
ROMANO
GERMNICO
CORONA
DE
CASTILLA
CORONA
DE
ARAGN
REINO DE
POLONIA
IMPERIO
OTOMANOREINO
DE
PORTUGAL
REINO
DE
NPOLES
REINO DE SICILIA
CERDEA
Barcelona
13
La mala moneda omoneda de velln
(aleacin de cobre
y plata) inund los
circuitos
monetarios en el
reinado de Carlos
II. Eso hizo que se
perdiese la fe en la
moneda y que
hubiese un doble
sistema de pagos
y precios: las cosas
tenan diferente
valor segn se
pagase en moneda
de plata o de velln.
La plata lleg a
alcanzar el 275 por
ciento del precio de
monedas de velln
de similar valor
terico. A la derecha,
anverso
y reverso de
cincuentn de
plata (cincuenta
reales) de Carlos II.
Nithard, as como diversas reformas administrati-vas. Lleg a amenazar a Doa Mariana de Austriaindicando que si el lunes no sala el padre jesuitapor la puerta ira en persona el martes a echarle porla ventana.
En las mismsimas puertas del Real Alczar apa-reci clavado un pasqun que deca:
Para la reina hay descalzasy para el rey hay tutor,
si no se muda de gobierno,desterrando al confesor.
El lunes en cuestin era el 25 de febrero de1669, fecha en que Nithard abandon la Corte pa-ra dirigirse a Roma, en medio de la alegra de losmadrileos, que esperaban ansiosos la entrada delde Austria. Sin embargo, las expectativas desperta-das en torno a la figura del bastardo de Felipe IV nose materializaron. Los quecrean que con la cadade Nithard haba so-nado la hora deDon Juan Josquedaron defrau-dados. Es difcilconocer las cau-sas por las cua-les no aprovechla coyuntura quese le brindaba.
A comienzos de1669, era un triunfador
y entre las clases populares gozaba de tal predica-mento que era necesario remontarse muy atrs pa-ra encontrar a alguien que le igualase en prestigio.En aquella sociedad donde el providencialismo eragua para la mayora de las gentes, fueron muchoslos que equiparaban su origen ilegtimo, y hasta supropio nombre con los de otro bastardo ilustre, ho-mnimo suyo: Don Juan de Austria, el vencedor delos turcos en Lepanto. Las masas populares le con-sideraban como un mesas que haba de redimir ala Monarqua de las profundas simas en las que seencontraba sumida.
Comoquiera que la regente haba cumplido pun-tualmente todas las exigencias planteadas por DonJuan Jos: destierro de su confesor, reformas admi-nistrativas y la creacin de una denominada Juntade Alivios, tambin ella exigi contrapartidas, como
la disolucin del ejrcitoque le haba acompaa-
do desde Aragn, queera donde radicabasu verdadera fuer-za. Los siguien-tes meses trans-currieron en me-dio de un hervi-dero de amena-
zas y rumores. Enjunio, Doa Maria-
na, que haba fortale-cido su posicin, nom-
12
CRONOLOGA
1661. Hijo de Felipe IV y de Ma-riana de Austria, nace en el Alczarde Madrid el da 6 de noviembre. 1665. Muere el rey (17.IX). Ape-nas terminado un largo periodo delactancia, Carlos le sucede. La re-gencia es ejercida por su madre.Privanza de Everardo Nithard.1668. Paz de Aquisgrn (2.V).1669. Cada y destierro de Nit-hard. El real bastardo Don Juan Jo-s de Austria marcha sobre Madridy lanza un ultimtum a la regente(25.II). Fernando Valenzuela, nue-vo valido.1671. Desastroso tratado comer-cial con Holanda.1674. Francia se apodera delFranco Condado.1675. Es declarado mayor deedad: inicio de su reinado (6.XI). 1676. Valenzuela, primer minis-tro (22.IX) y grande de Espaa.Junta de Gobierno (23.XII). 1677. Don Juan Jos de Austriaacta como primer ministro.1678. Paz de Nimega: tratados
entre Francia y Holanda (10.VIII) yEspaa y Francia (17.VIII).1679. Bodas por poder en Fontai-nebleau con Mara Luisa de Orleans,sobrina de Luis XIV (30.VIII). Mue-re Juan Jos de Austria (17.IX). Ra-tificacin de las bodas, en Quintana-palla, Burgos (19.XI).1680. Desgobierno y profundacrisis econmica. El duque de Me-dinaceli, Juan Francisco Toms dela Cerda, se hace cargo del poder.Huelga del personal subalterno depalacio (VII).1681. Luis XIV invade Luxembur-go.1683. Espaa declara la guerra(26.X). Courtrai pasa a Francia (XI).1684. Fracaso francs en la inva-sin de Navarra (III). Toma de Lu-xemburgo (4.VI). Tregua de Ratis-bona con Francia, por veinte aos(15.VIII).1685. Cada y confinamiento delduque de Medinaceli (11.VI). Go-bierno de Manuel Joaqun lvarezde Toledo, conde de Oropesa.
1686. Liga de Augsburgo: tratadoantifrancs (17.VII) de Espaa, elImperio, Holanda, Suecia, Baviera,Suabia y Franconia. 1688. Adhesin de Inglaterra a laLiga de Augsburgo.1689. Muere la reina Mara Luisa(12.II). Se acuerda una nueva bo-da, con Mara Ana de Neoburgo(15.III). Guillermo de Orange, reyde Inglaterra, se adhiere a la Ligade Augsburgo.1690. Carlos y su esposa se en-cuentran en Valladolid (4.V). Espa-a se adhiere a la alianza de Ingla-terra, Holanda y Austria contraFrancia. Reanudacin de las hostili-dades en Catalua, Flandes, el Me-diterrneo y las Antillas. Victoriafrancesa en Fleurus (1.VII).1691. Rendicin de Mons (8.IV).Ocupacin francesa de Camprodn(23.V-25.VIII). Destitucin del vi-rrey de Catalua, duque de Villaher-mosa. Ocupacin de Seo de Urgel(12.VI). Cada y destierro de Oro-pesa (27.VI).
1692. Los franceses ocupan Na-mur (V). Victoria naval de Inglate-rra en la Hogue.1693. Ocupacin francesa de Ro-sas, Palams y Gerona (VI) y triun-fo en Neerwinden (29.VII). El du-que de Escalona, nuevo virrey deCatalua. 1695. Consolidacin del frentecataln con ayuda de las tropas aus-triacas del prncipe de Darmstadt.1696. Nuevas hostilidades conFrancia. El marqus de Gastaaga,nuevo virrey de Catalua. Muerte dela reina madre (15.V).1697. Los franceses toman Barce-lona. Paz de Rijswick (20.IX).1698. Carlos II nombra herederoa Jos Fernando, hijo del elector deBaviera (14.IX).1699. Muere Jos Fernando(8.II). Motines en Madrid por lacaresta de la vida (25.IV y 24.V).1700. Carlos nombra heredero aFelipe de Anjou, nieto de Luis XIV(2.X) y muere, el da 1 de noviem-bre.
15
Arriba, mapa de
Espaa en 1690
(Madrid, Biblioteca
Nacional). Abajo,
Mariana de Austria
entrega la corona a
su hijo; lo curioso
del grabajo es la
fecha, 1672, es
decir, tres aos
antes de que el Rey
subiera al trono
(calcografa grabada
por Pedro
Villafranca, Madrid,
Biblioteca
Nacional).
drid. Doa Mariana, rebasada por lacompleja y grave situacin, acabaceptando la marcha de su protegido,que se refugi en el monasterio de ElEscorial, acogindose al asilo eclesis-tico.
Pero los grandes, que se haban sen-tido engaados anteriormente, no seconformaron e indicaron al rey que lla-mase a su lado al bastardo para que leasistiese en la tareas de gobierno e, in-cluso, violaron el asilo al que se habaacogido Valenzuela y le desterraron alas islas Filipinas, el ltimo confn delImperio. Doa Mariana transigi conaquellas humillaciones, mientras espe-raba que amainase la tormenta y con-fiaba en el ascendiente que conserva-ba sobre su hijo. Pero en esta ocasinsus planes fracasaron, porque la noble-za consigui aislar al joven rey de la in-fluencia materna.
El retorno de Don Juan JosUna noche, acompaado del duque
de Medinaceli, Carlos II abandon elReal Alczar y se traslad al palaciodel Buen Retiro, donde se instal la Corte y a don-de acudi su hermanastro para hacerse cargo de lasriendas del gobierno. Su primera medida fue des-terrar a Toledo a la madre del rey, para eliminar suinfluencia. Era a principios de 1677 cuando DonJuan Jos de Austria alcanzaba su deseo de hacer-se con las riendas de la monarqua en la que reina-ba tan dbil titular.
Pocas veces en la Historia un gobernante ha des-
pertado tantas expectativas e ilusiones como elnuevo valido. El providencialismo de aquella socie-dad y el deseo de cambio, como frmula para sacara la monarqua de la profunda crisis en la que sehallaba sumida, incrementaron esas expectativas.Don Juan Jos era aclamado por las muchedum-bres que se congregaban a su paso. Sin embargo,sus apoyos en la Corte eran menos slidos. La gran-deza le haba utilizado para acabar con Valenzuelay con la madre del rey, pero para sus miembros nopasaba de ser un bastardo, aunque su padre hu-biese sido Felipe IV.
Poco a poco, las ilusiones depositadas en su per-sona se fueron apagando. Las reformas prometidasllegaban con lentitud y el valido no tena solucionesrpidas para poner fin a una situacin que requeratiempo para ser enderezada. Adems, se preocuppor aislar a su hermano de cualquier influencia queno fuese la suya, as como por perseguir a sus ene-migos. Hubo numerosas detenciones y sonadosdestierros, mientras que asuntos graves de gobier-no se dilataban. Con todo, Don Juan Jos afrontalgunos problemas con decisin y demostr tenermejores dotes de gobernante que sus predecesores.Legisl contra el lujo, regulariz el abastecimientode los productos de primera necesidad, impuls lasJuntas de Comercio para reactivar la economa, et-ctera. Pero la ingente tarea que tena por delanterequera el esfuerzo de todos y mucho tiempo. Y nocont ni con lo uno ni con lo otro. Muy pronto, re-aparecieron los libelos y los papeles satricos, quel haba utilizado con maestra contra sus enemi-gos. Aquel terrible arma se volva ahora contra l.
Por si no eran suficientes los problemas internos,un nuevo conflicto desatado por Francia llev a laderrota de las armas espaolas y a la firma de la Paz
D O S S I E R
Fernando
Valenzuela, que
sera conocido
como El Duende dePalacio, haballegado a la corte
como caballerizo y
la regente lo
encumbr a valido,
suscitando la ira de
la nobleza, que le
consideraba un
advenedizo.
Polticamente era
un intil,
limitndose sus
habilidades a la
organizacin de
fiestas (Carreo
de Miranda, Madrid,
Museo Lzaro
Galdiano).
la madre propici y estimul como for-ma de mantener su control sobre l.
Segn el testamento de FelipeIV, la mayora de edad haba dedeclararse cuando Carlos cum-pliese los catorce aos, cosa queacaeci el 6 de noviembre de1675. Das antes de que llegasedicha fecha, la regente trat, sinxito, de obtener de su hijo que semantuviesen la Junta de Gobierno ylas prerrogativas que ella tena. Conaquella iniciativa trataba de prolongar dehecho la situacin de minora de edad. La vsperadel cumpleaos, la regente envi una carta al Con-sejo de Estado, sealando que al haber llegado lafecha de la proclamacin de la mayora de edad delrey, a partir de aquel momento los decretos habr-an de hacerse en su nombre y a l sera a quien seelevaran las consultas.
Los manejos de Doa MarianaEl comienzo de la mayora de edad de Carlos II
depar un llamativo suceso que puso de manifies-to, una vez ms, las enconadas luchas por el poderque se tejan en torno a su persona.
Impulsado por los condes de Medelln y Talhara,adems de por su preceptor, Ramos del Manzano,Carlos II acept que su hermanastro entrase en la
Corte y se entrevistase con l. Conclui-da la entrevista, Don Juan Jos se re-
tir al palacio del Buen Retiro,donde deba esperar instruccio-nes. El objeto de esta casi clan-destina reunin era elevarle alpuesto de primer ministro. Cuan-do la reina madre se enter, man-tuvo una reunin con aquel pobre
nio de catorce aos elevado al tro-no por causa del destino. Nadie sabe
lo que ocurri durante la misma, peroresulta fcil imaginarlo: Carlos II sali con
los ojos enrojecidos por el llanto y orden que suhermanastro se retirase de inmediato a Zaragoza.
Se vivieron momentos de tensin, porque DonJuan Jos convoc a sus parciales y plante la po-sibilidad de dar un golpe de Estado, ya que conta-ba con el apoyo de las clases populares madrileas,que, conocedoras de su presencia, le aclamaron yvitorearon por las calles. Pero se rechaz la pro-puesta, porque el golpe no iba dirigido contra la re-gente, que ya haba dejado de serlo, sino contra elpropio rey. Don Juan Jos acept retirarse a Aragn,pero las consecuencias de aquel revuelo no queda-ron ah.
El rey acept una consulta en virtud de la cualfirmara los decretos, pero no se disolva la Junta deGobierno. Eso significaba que era monarca nomi-nal, pero que las riendas del poder continuaran enmanos de su madre. En aquellos momentos, DoaMariana pudo contar con el apoyo de un importan-te sector de la nobleza, que a cambio le exigi eldestierro de Valenzuela, cuya presencia en la Cortese le haca insoportable. La viuda de Felipe IV cum-pli su palabra de forma parcial, al enviar al validoa Granada, donde le nombr capitn general deaquel reino, permitindosele de nuevo el regreso ala Corte, una vez que volvi a ver fortalecida su pro-pia posicin.
De nuevo en la Corte, Valenzuela se dedic a laorganizacin de celebraciones y festejos, si bien escierto que impuls las obras pblicas y se preocu-p del abastecimiento a Madrid de los artculos deprimera necesidad a precios razonables. Sus servi-cios fueron premiados con el ttulo de marqus deVillasierra, al que se le concedi la grandeza de Es-paa. Aquello fue una bofetada para la rancia aris-tocracia, que vio cmo aquel advenedizo era equi-parado a ellas. Manifestaron su descontento conuna huelga: dejaron de asistir a la Corte y de reali-zar las funciones que en la misma tenan enco-mendadas. Para hacer frente a aquella situacinllamaron otra vez a Don Juan Jos.
El clima poltico de la capital se enrareci y sellen de tensin. Como en la poca de Nithard, lospasquines y las hojas volanderas circularon por to-das partes, satirizando con dureza a Doa Mariana,a su valido y al mismsimo Carlos II. Incluso sopla-ron vientos de guerra civil. Los Consejos de Estadoy de Castilla elevaron consultas pidiendo al rey quealejase a Valenzuela de la Corte y que se conmina-se a Don Juan Jos para que no avanzase sobre Ma-
14
17
Arriba, Carlos II y
Mar Ana de
Neoburgo (grabado
conmemorativo de
los esponsorios
reales, en 1690,
Madrid, Biblioteca
Nacional). Abajo,
Carlos II cede sucarroza a unvitico; el rey, derodillas, ofrece su
carruaje a un
sacerdote de la
iglesia de San
Martn que se
diriga a pie con el
vitico para un
enfermo (grabado
de Romeyn de
Hooghe, coloreado
posteriormente).
vstagos. A finales de agosto de 1689, se celebr enDsseldorf el matrimonio por poderes, pero los no-vios no se encontraron hasta el 3 de mayo del ao si-guiente, como consecuencia del largo y complicadoviaje que trajo hasta Espaa a la nueva reina. ConMara Ana de Neoburgo lleg un numeroso squitode alemanes, parte de los cuales constitua una ca-terva de ambiciosos que colaboraron, en no poca me-dida, a la psima impresin que caus a los madri-leos su nueva soberana.
A diferencia de la primera esposa del soberano, lanueva reina se entrometi cuanto pudo en la vida po-ltica de la Corte, lo que le llev a nu-merosos enfrentamientos con su sue-gra, que haba retornado a la corte trasla muerte de Don Juan Jos de Austria.Aunque Doa Mariana mantena unaactitud muy diferente a la de su pocade regente, nunca dej de ejercer cier-ta influencia. El alejamiento de la pol-tica de Mara Luisa de Orleans habahecho que las relaciones de suegra ynuera fuesen aceptables, pero ahora laactitud de Mara Ana de Neoburgoplanteaba esa relacin en trminosmuy diferentes.
La ansiada sucesin tampoco llegcon el nuevo matrimonio. La de Neo-burgo, que saba bien que era lo queen Espaa se esperaba de ella, hizotodo lo que estuvo en su mano paraproporcionar un heredero a la monar-qua. Se prest a tratamientos espe-ciales, invoc la ayuda de las imge-nes ms veneradas por los madrileosy se someti a perodos de reposo con-yugal para retomar las relaciones ma-trimoniales con mayor vigor. Todo fue
intil, con lo que el rechazo que su conducta y lade sus allegados produca, se convirti en animad-versin. Algunos de los alemanes que trajo en susquito, como El Cojo o La Perdiz, hubieron inclu-so de abandonar Espaa acusados de graves abu-sos. La falta de descendencia hizo que desde me-diados de la ltima dcada del siglo se planteaseen trminos testamentarios la sucesin de Carlos II.
Esfuerzos normalizadoresTras la muerte de Don Juan Jos de Austria, el
gobierno fue entregado al duque de Medinaceli,quien demostr competencia para hacer frente a lasituacin. Continu algunas de las lneas trazadaspor el hermanastro del rey y decidi devolver el cr-dito al sistema monetario. Pocas semanas antes deasumir su mandato se haba decretado una terribledeflacin de la moneda de velln que alcanz un400 por ciento. Para paliar los efectos de la misma,se orden una reduccin de precios en igual pro-porcin, que no result eficaz. Las consecuenciasde aquellas decisiones fueron desastrosas, pero erael comienzo de la recuperacin. Los atribuladossbditos de Carlos II pudieron a partir de entoncescomprobar atnitos cmo pasaban los aos sin quese alterase el valor de las monedas, ni se realizasenacuaciones fraudulentas por parte del Estado. Seentr as en una senda de estabilidad imprescindi-ble para avanzar en la superacin de la crisis.
Por otra parte, la paz exterior permiti a Medi-naceli dedicarse con mayor energa a los asuntosinternos. Se racionaliz el gasto y se busc el equi-librio presupuestario. Se redujeron las fiestas y losdispendios que haban caracterizado la vida en laCorte en tiempos de Felipe IV y en la poca de laprivanza de Valenzuela. Se cre un organismo es-pecfico para los asuntos econmicos, la llamada
D O S S I E R
Arriba, grabado
alegrico de 1678,
en el que Juan Jos
de Austria sostiene
a la monarqua de
Carlos II
(calcografa grabada
por Pedro
Villafranca, Madrid,
Biblioteca
Nacional). Abajo,
alegora de la vida y
muerte de Mara
Luisa de Orleans,
primera esposa de
Carlos II (grabado
de Gregorio Fosman
y Medina, 1690,
Madrid, Biblioteca
Nacional).
de Nimega, que se saldara con la dolorosa prdidadel Franco Condado. El apoyo de las clases popula-res se enfri a la par que creca el nmero de susenemigos. En la primavera de 1679 el clima erafrancamente hostil hacia su persona. Slo la muer-te, que le sobrevino el 17 de septiembre tras unacorta enfermedad, le salv de una cada que todosconsideraban inminente. El rey apenas se preocuppor su entierro, interesado como estaba en los asun-tos de su prximo matrimonio.
Matrimonios realesSi durante los aos de infancia y adolescencia, la
mayor preocupacin de los que rodeaban a Carlos IIfue su salud, una vez subi al trono, la prioridad fuebuscar sucesin a la corona. En el terreno matrimo-nial no haba mucho donde elegir, dado el endiosa-miento de la Casa de Austria, que no considerabaadecuada a su rango a la mayor parte de las prince-sas casaderas. Si a ello unimos la imposibilidad decontraer matrimonio con las que eran de religin
protestante, el nmero de las candidatas que-daba dramticamente reducido: princesas
francesas o parientes de la rama imperialde la familia. Esta segunda opcin sehaba impuesto reiteradamente, dandolugar a una endogamia y a enlacesconsanguneos cuyo resultado era elpropio Carlos II, hijo del matrimoniode un to con su sobrina. Se aprovech un parntesis de paz con
Francia para plantear el enlace con unaprincesa de esta nacionalidad. Tras largas
negociaciones se ajust el matrimonio con
Mara Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV. El ReySol hizo pblica la boda el 30 de junio de 1679 y elmatrimonio por poderes se celebr en Fontainebleauel 31 de agosto, pero hasta noviembre no se encon-traron los esposos. Parece ser que la novia retras elencuentro todo lo posible, mientras que Carlos II es-peraba ansiosamente el encuentro.
Todo apunta a que las expectativas de Luis XIV, enel sentido de convertir a su sobrina en la valedora delos intereses de Francia en Madrid, se vieron defrau-dadas. Mara Luisa de Orleans nunca se adapt a lascostumbres de la Corte espaola y no se entrometien la vida poltica de su pas de adopcin. En tornoa su figura se centr la cuestin de la sucesin al tro-no, de dar un heredero a la corona, que nunca lleg,provocando una general desilusin. No fue una reinapopular y en la Corte se senta insegura; tema in-cluso que la matasen. Cuando muri, en febrero de1689, como consecuencia del golpe recibido al caerde un caballo, corri el rumor, nunca confirmado, deque haba sido envenenada.
Ante la falta de descendencia, el Consejo de Es-tado plante de forma inmediata la necesidad de unnuevo matrimonio real. Con una rapidez desacos-tumbrada, se estudiaron diferentes posibilidades yse decidi el enlace con Mara Ana de Neoburgo, hi-ja del elector del Palatinado. La razn de dicha elec-cin se fundament en la proverbial fertilidad de lasmujeres de esta familia. La madre de la futura reinahaba quedado embarazada en veinticuatro ocasio-nes y de tal cmulo de preeces sobrevivan catorce
16
19
Luis XIV (Claude
Lefebvre, Museo de
Versalles). El ReySol fue el monarcams poderoso de su
poca y su pas,
Francia, domin la
poltica europea
durante todo su
reinado. Combin
las acciones
militares, las
concesiones
polticas y las
presiones
diplomticas, a fin
de hacer valer los
derechos
borbnicos al trono
de Espaa; no en
vano era nieto de
Felipe III, yerno de
Felipe IV y cuado
de Carlos II.
casi toda Europa en un campo de batalla. Por lo querespecta a la Pennsula Ibrica, la lucha afect, so-bre todo, a Catalua donde las tropas espaolas, eninferioridad de condiciones, trataron de sostener losembates del duque de Noailles, que ocup Campro-dn, Rosas, Palams y Gerona, contando con la co-laboracin de algunos sectores de la poblacin. Sinembargo, esa colaboracin ces cuando los france-ses bombardearon Barcelona en julio de 1691.
En 1697, la Paz de Rijswick puso fin a esta con-tienda en la que, pese a la superioridad militar fran-cesa sus tropas, dirigidas por Vendme, se habanapoderado de Barcelona Luis XIV se mostr genero-so con Espaa. No solo devolvi todas las conquistasefectuadas durante la guerra, sino que incluso en-treg las plazas conquistadas por Francia con ante-rioridad. As retornaron a dominio espaol Luxem-burgo, Ath, Charleroi, Chimay, Courtrai, Mons... Elzorro de Versalles tena ya puesta la vista en la suce-sin espaola y deseaba congraciarse con Madrid.
Desde 1696, en las cancilleras europeas se da-ba como segura la falta de descendencia de CarlosII, por lo que su sucesin se convirti en el asuntode mayor relieve de las relaciones internacionales.La diplomacia europea consideraba a Espaa comouna potencia que haba perdido el esplendor deotras pocas, pero que conservaba unos extensosdominios coloniales que, administrados convenien-temente, podan hacer reverdecer pasadas glorias.Para Versalles, el asunto revesta tal importanciaque todos sus recursos se pusieron al servicio delcandidato elegido por Luis XIV para suceder a Car-los II: su nieto, el duque Felipe de Anjou. Conse-guir la herencia espaola supona para Franciaconstituir un bloque poltico y militar dotado de unpoder como no haba existido hasta entonces. Parael emperador Leopoldo, la herencia espaola era unasunto de familia y la deseaba para el segundo desus hijos, el archiduque Carlos.
En torno a estas dos opciones se crearon en Ma-drid sendos partidos para apoyar la candidatura
francesa y austraca. Sin embargo, en 1696 CarlosII otorg testamento a favor de Jos Fernando deBaviera que era a quien le unan lazos de sangrems estrechos. La reaccin de Luis XIV fue promo-ver un reparto de los territorios de la Monarqua es-paola, lo que supona un alevoso atentado a los de-rechos de un Estado soberano. El asunto del repar-to no era nuevo; desde 1668 haba un precedente,
D O S S I E R
JOS FERNANDO DE BAVIERA
J os Fernando de Baviera naci en Viena en1692 y muri en Munich en 1699, cuando anno haba cumplido los siete aos de edad. Erahijo del elector de Baviera, Maximiliano Manuel, yde la archiduquesa Mara Antonia, nieta de FelipeIV, la cual muri de sobreparto pocas semanasdespus de dar a luz. Esta archiduquesa austracahaba sido considerada en Madrid durante mu-chos aos como la novia oficial de Carlos II.
En 1696, poco antes de morir, Doa Marianade Austria logr que su hijo hiciese testamento afavor de Fernando Jos, en quien tena deposita-das grandes esperanzas y que era la nica des-cendencia directa que en aquel momento tena lamadre de Carlos II.
Cuando en La Haya se firm el tratado de par-ticin de la Monarqua espaola, impulsado por
Luis XIV de Francia, a Fernando Jos se le adju-dicaron los reinos peninsulares, salvo Guipz-coa, los colonias americanas, los Pases Bajos yCerdea. Los dems territorios de la Monarquapasaban al archiduque Carlos de Austria o al Del-fn de Francia. Pese a la amputacin de sus dere-chos que aquel bochornoso reparto significaba,Maximiliano Manuel, a quien la totalidad de laherencia espaola pareca venirle larga, aceptla propuesta. Cuando en Madrid se tuvo conoci-miento del caso, la indignacin fue general y Car-los II anunci en el Consejo de Estado que habaredactado testamento, sealando como herederouniversal de todos sus Reinos, Estados y Seor-os a Jos Fernando sin permitirle renuncia algu-na a ninguno de ellos.
Sin embargo, la Parca frustrara todos los pro-
yectos. A primeros de 1699, Jos Fernando de Ba-viera cay repentinamente enfermo. Los mdicos,aunque no haba unanimidad en el dictamen,diagnosticaron unas viruelas locas. El tratamientoprescrito no dio resultados y el 5 de febrero su sa-lud se agrav de forma alarmante. Su padre le vi-sit aquel da y le llev unos juguetes; para no pre-ocuparle, el chiquillo aparent una mejora queno era real, provocando una enternecedora esce-na que oblig a Maximiliano Manuel a abandonarla estancia para no llorar ante su hijo.
En la madrugada del 6 de febrero, mora elheredero de la Monarqua hispnica. Su muerteiba a cambiar el curso de la historia. Por muchascortes europeas circul el rumor de que aquelnio haba sido envenenado y que las instruccio-nes para ello procedan de Versalles.
Arriba, el cardenal
Luis Fernndez de
Portocarrero. Su
intervencin fue
decisiva en la
redaccin del
testamento de
Carlos II en favor
de Felipe de Anjou
(Madrid, Biblioteca
Nacional). Abajo,
Ana de Austria y
Mara Teresa de
Austria, infantas
espaolas y reinas
de Francia; la
primera, hija de
Felipe III, se cas
con Luis XIII y fue
la madre de Luis
XIV; la segunda, hija
de Felipe IV, fue la
esposa de Luis XIV y
abuela de Felipe de
Anjou (Simon
Bernard, Museo de
Versalles).
Junta Magna. Eran los primeros pasos de unlargo y difcil camino. Una prueba de las
dificultades existentes estribaba en elhecho de que tres de los integrantes dela mencionada Junta eran telogos,claro indicio de la fuerza que mante-na el providencialismo frente al prag-matismo que trataban de imponerMedinaceli y su equipo. Tambin se
dedic especial atencin al comerciocon Amrica, abandonado durante dca-
das en manos de mercaderes y compaasextranjeras. No fue ajeno a esta decisin el
hecho de que Medinaceli hubiese sido anterior-mente presidente del Consejo de Indias.
Pero la mayora de edad del monarca y la desapa-ricin de Don Juan Jos de Austria no haban pues-to fin a las luchas polticas en la Corte. Es cierto queno alcanzaron la tensin ni la virulencia de pocasanteriores, pero Medinaceli hubo de hacer frente anumerosas intrigas y a las rivalidades ancestrales delas ms linajudas familias asentadas en los consejos.Cansado y agobiado por las dificultades econmicas,ya que las medidas puestas en marcha no podan darfrutos inmediatos, solicit el relevo, que le fue acep-tado en la primavera de 1685. Para sustituirle, fuenombrado el conde de Oropesa.
Por primera vez en muchos aos, se produjo uncambio de gobierno manteniendo la lnea polticade la etapa anterior. Oropesa continu con el sane-amiento econmico, con el equilibrio presupuesta-rio y la estabilidad monetaria como pilares bsicosde la recuperacin. La muestra ms palpable deello fue una decisin revolucionaria: se cre unaSuperintendencia de Hacienda, que anulaba alConsejo de dicho nombre e inauguraba el desman-telamiento del aparato administrativo que, basadoen un sistema de consejos, haba presidido la vidaespaola durante doscientos aos. Junto a las re-formas econmicas, Oropesa trat de introducircambios en aquella anquilosada sociedad. Plante
el final de los privilegios que exoneraban a la no-bleza de pagar impuestos, para que tambin con-tribuyese al sostenimiento del Estado. Asimismodecret una reduccin de la cifra de clrigos y delas fundaciones religiosas, cuyo nmero era exorbi-tante. Ni que decir tiene que atrajo sobre su perso-na las iras y los odios de los tres poderes mayoresde la monarqua: la Iglesia, la nobleza y el aparatoburocrtico.
A pesar de los ataques que recibi y de los obs-tculos puestos en su camino, Oropesa, hombre decapacidad, talento y recursos, resisti bien los em-bates de sus enemigos. Sin embargo, esa situacincambi con la llegada a Madrid de la nueva reina,con la que el ministro choc frontalmente al in-miscuirse sta en sus decisiones. Sus adversariospolticos encontraron en Mara Ana de Neoburgo lapalanca de la que hasta entonces haban carecido.En junio de 1691, Oropesa era cesado en sus fun-ciones, porque la dbil voluntad de Carlos II no ha-ba resistido las presiones de su mujer. Las coplaspopulares no se lo perdonaran:
Rey inocenteReina traidora
Pueblo cobardeGrandes sin honra.
La batalla sucesoriaComenz entonces un periodo de inestabilidad y
desgobierno que coincidi con los manejos interna-cionales relacionados con la sucesin de Carlos II.Desde 1688, una gran coalicin europea formadapor el Imperio, Holanda, Suecia y Espaa sostenauna enconada lucha contra las ambiciones imperia-listas de Francia. La guerra, larga y dura, convirti a
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Arriba, Felipe V,
retratado a finales
de 1700, semanas
antes de salir hacia
Espaa (Rigaud,
Museo de Versalles).
Bisnieto de Felipe
IV, sus lazos
familiares con
Carlos II eran igual
de distantes que los
del pretendiente
austriaco; lo
determinante en su
designacin fue la
actividad
desarrollada por la
diplomacia francesa
y la actitud del
cardenal
Portocarrero, en el
otoo de 1700.
Abajo, el embajador
espaol, rodilla en
tierra, reconoce a
Felipe de Anjou
como rey de
Espaa, en
presencia de la
Corte francesa, el 16
de noviembre de
1700 (Pars,
Biblioteca
Nacional).
venan de la oposicin del conde de Oropesa, que ha-ba vuelto al gobierno en 1696 para poner orden enel desbarajuste existente y los manejos de Luis XIVen torno al reparto de la monarqua.
Los franceses lograron eliminar uno de esos obs-tculos al conseguir la cada de Oropesa a media-dos de 1699, aprovechando un motn producidopor el encarecimiento del trigo y otros productos deprimera necesidad por causa de movimientos espe-culativos en los que estaba implicada su mujer. Sinembargo, la difusin en Madrid, en la primavera de1700, de un nuevo tratado de reparto descubiertopor el embajador de Espaa en La Haya, Bernaldode Quirs, volvi a restarles posibilidades.
A estas alturas de su vida, la salud de Carlos IIestaba muy quebrantada. Descartada por todos laposibilidad de sucesin, salvo por Mara Ana deNeoburgo, las presiones sobre el decrpito monar-ca se intensificaron, instndole a que otorgasetestamento. Todas las bazas estaban a favor deFrancia, pero el rey se negaba a designar sucesora un familiar de Luis XIV, su mortal enemigo, cu-ya desvergonzada actitud le repugnaba. A prime-ros de octubre de 1700, presionado por quien sehaba hecho cargo de las riendas del gobierno trasla cada de Oropesa, el arzobispo de Toledo, car-denal Portocarrero, que le plante la cuestin delnombramiento de sucesor como un grave asuntode conciencia, otorg testamento.
El 1 de noviembre Carlos II falleca en el Alc-zar madrileo. Abierto el testamento, se hizo p-blica la voluntad del difunto. Su sucesor sera elduque de Anjou y reinara con el nombre de Feli-pe V. Pero a aquella decisin produjo una verda-dera convulsin en media Europa y varias poten-cias se aprestaron a la guerra, ante la posibilidadde la creacin de un bloque borbnico que unieselas monarquas que se asentaban a ambos ladosde los Pirineos, porque si bien el testamento de-jaba clara la imposibilidad de dicha unin, LuisXIV no se pronunci en contra de la misma. Esaactitud fue interpretada como un pronunciamien-to a favor de una nica monarqua. Felipe V ten-dra que conquistar con las armas en la mano eltrono que le legaba el testamento del ltimo delos austrias espaoles. Sera tras un largo y san-griento conflicto conocido como la Guerra de Su-cesin espaola. n
D O S S I E R
FELIPE, DUQUE DE ANJOU
F elipe de Anjou naci en Versalles en 1683y muri en Madrid en 1746. Era nieto deLuis XIV y de Mara Teresa de Austria, hi-ja de Felipe IV de Espaa, por quien le venanlos derechos sucesorios al trono de Espaa. Erafrancs de nacimiento y Borbn de corazn.
A lo largo del reinado de Carlos II, las rela-ciones hispanofrancesas estuvieron marcadaspor la hostilidad y el enfrentamiento. Esta situa-cin colocaba en muy mala posicin sus expec-tativas como candidato al trono de Espaa, unavez que quedaron descartadas las posibilidadesde descendencia del monarca espaol. A pesarde los obstculos, Luis XIV decidi apostar fuer-te por su nieto para convertirle en rey. En Madridse cre un partido francs impulsado por losembajadores Harcourt y Blcourt, el dinero y lainusitada generosidad de Luis XIV en la Paz deRijswick. Muy pronto este partido cont con elapoyo de Portocarrero, que consideraba a Fran-cia como la mejor garanta para mantener la in-tegridad territorial de la Monarqua hispnica.Poco a poco, esta opcin sucesoria gan influen-cia en los crculos cortesanos madrileos.
Portocarrero logr vencer la resistencia delangustiado y moribundo Carlos II, quien otorgtestamento a favor de Felipe de Anjou el 11 de oc-tubre de 1700. Cuando el 1 de noviembre deaquel ao falleca el desdichado monarca, se supoque el prximo rey de Espaa se llamara Felipe Vy sera un Borbn. Pocos das despus llegaba aVersalles la noticia del testamento y el duque deAnjou fue presentado por su abuelo a la Cortefrancesa como rey de Espaa.
Felipe V era un joven de 17 aos a quien Fe-neln, su preceptor, le haba inculcado severoscriterios de conducta, rayanos en la rigidez moralque caracterizaran su vida. Al primer Borbn es-paol no se le conocen amantes, pero era un lu-jurioso que calmaba su rijosidad en el tlamonupcial, acudiendo al confesionario con la mismafrecuencia con que yaca con su esposa. Su edu-cacin, no pudo lograr que se sobrepusiese a lahipocondra y melancola que dominaban su esp-ritu. Con el paso del tiempo esa melancola seconvirti en una depresin prxima a la locura.Irnicamente, en algunos documentos histricosse le motej con el sobrenombre de El Animoso.
Archiduque Carlos
de Austria
(annimo de
escuela alemana,
siglo XVIII, Madrid,
Palacio Real). Los
derechos del
archiduque al trono
de Espaa eran,
fundamentalmente,
dinsticos, pues los
lazos de sangre con
los Austrias
espaoles bisnieto
de Felipe III
resultaban ya muy
lejanos.
al plantearle Luis XIV al emperador deAlemania una frmula sobre ello,que no prosper.
Dada la falta de descendenciadel monarca espaol y la aquies-cencia de Londres y de La Haya,la posibilidad del reparto cobrabavisos de posibilidad en los lti-mos aos de Carlos II. Luis XIV in-vit al emperador a sumarse a lapropuesta, segn la cual Jos Fer-nando de Baviera recibira los reinospeninsulares, las colonias americanas, losPases Bajos y Cerdea. Para el archiduque Carlossera el ducado de Miln. Y para el delfn de Fran-cia, los restantes territorios italianos y Guipzcoa,que se segregaba de la parte asignada al prncipebvaro. El elector de Baviera, pese a la asignacinde toda la herencia de Carlos II en favor de su hijo,acept aquel inicuo reparto.
Las nicas reticencias eran las del emperadorLeopoldo. En Espaa, la situacin se viva con dra-matismo. Slo en este entorno de crispacin es ex-plicable el lamentable caso de los hechizos del rey,promovido por el confesor real fray Froiln Daz yun exorcista asturiano. Segn el planteamiento deestos clrigos, la falta de descendencia regia eradebida a un hechizamiento que se haba hecho almonarca y, en consecuencia, la forma de librarledel mismo era exorcizarle.
A comienzos de febrero de 1699, se produjo unacontecimiento que cambi el panorama: Jos Fer-nando de Baviera falleci repentinamente, con loque la sucesin por va testamentaria quedaba otra
vez abierta. Los partidos francs y aus-traco redoblaron sus esfuerzos por
atraerse partidarios con influenciaa sus respectivas candidaturas.La capital de Espaa se convirtien un nido de intrigas.A favor de los franceses estaba elpodero militar de su rey, que pa-reca ser la nica garanta capaz
de asegurar la integridad de los do-minios de la monarqua y era una de
las obsesiones de Carlos II en estos l-timos aos de su vida. En contra pesaban
las continuas agresiones perpetradas por Luis XIVa lo largo del reinado y los vergonzosos manejos delreparto que haba promovido.
A favor de Leopoldo I estaba la tradicin familiar:eran la otra rama de la casa de Austria. Tambin sevaloraban sus reticencias al reparto impulsado por elmonarca galo. Pero la potencialidad militar del Im-perio no poda garantizar la integridad de la Monar-qua en caso de un conflicto con Francia.
Los errores de los representantes diplomticos im-periales en Madrid, donde actuaban con exigenciasimpropias de su posicin y la actitud de Mara Anade Neoburgo una de las bazas principales con quecontaban los imperiales ms preocupada por supropio futuro como reina viuda que por apoyar al ar-chiduque Carlos, debilitaron las opciones austriacas.Por el contrario, la labor de los embajadores france-ses Harcourt y Blcourt, sumando voluntades a sucausa, hizo que la sucesin francesa se afianzase ca-da vez ms. Los mayores obstculos para que CarlosII hiciese testamento en favor del nieto de Luis XIV
20
ARCHIDUQUE CARLOS DE AUSTRIA
E l archiduque Carlos era hijo del empera-dor Leopoldo I de Austria y de su segundaesposa, Leonor de Neoburgo. Haba naci-do en Viena en 1685; en esta ciudad morira,siendo emperador, en 1740.
Era el segundognito del emperador y su pa-dre pretendi para l el trono de Espaa ante lafalta de descendencia de Carlos II, invocando la-zos de familia y dinsticos de la Casa de Austriaen l. Realmente los posibles derechos al tronodel archiduque iban poco ms all de los dins-ticos sealados por su padre, habida cuenta deque su consanguineidad con Carlos II era ms le-jana que la que podan ofrecer los otros dos can-didatos, ya que en ambos casos se trataba de bis-nietos de Felipe IV.
En la Corte de Madrid se cre un partido aus-traco, impulsado por los embajadores imperia-les, el conde de Lobkowitz primero y el de Ha-rrach despus. A este partido se sumaron los con-des de Aguilar y Frigiliana, miembros del Consejode Estado, y tambin una figura clave de los lti-mos aos del reinado de Carlos II, el conde deOropesa.. La reina Mara Ana de Neoburgo, que
siempre puso por delante sus propios intereses,slo impuls la candidatura del Archiduque comomal menor, cuando ya era demasiado tarde paralos de la rama imperial de la Casa de Austria.
La mayor oposicin a las pretensiones de Le-opoldo I de convertir a su hijo Carlos en rey deEspaa llegaron de la mano del poderoso arzo-bispo de Toledo, el cardenal Portocarrero, quepropugnaba la sucesin borbnica al trono deCarlos II.
Los austracos no aceptaron el testamento delltimo de los Austrias espaoles. Por Viena, in-cluso, circul el rumor de que dicho testamentono responda a la verdadera voluntad del monar-ca difunto. Con el apoyo de Inglaterra y de Ho-landa, los imperiales, que contaban con impor-tantes apoyos en la Pennsula, sobre todo en laCorona de Aragn, se aprestaron a la lucha parareclamar por va de guerra lo que considerabanun atropello a sus derechos. El archiduque Car-los de Austria vino a Espaa en el transcurso dela contienda desencadenada la Guerra de Suce-sin espaola y organiz una corte en Barcelo-na, ciudad que le apoy sin reservas. En 1710lleg a entrar en Madrid, donde fue recibido confrialdad y hostilidad. En 1711, a la muerte de suhermano Jos, recibi la corona del Sacro Impe-rio Romano Germnico.
Retrato ecuestre de
Carlos II (Carreo
de Miranda,
Bruselas, Museo de
Arte Antiguo). El
rey aprendi a
montar tarde; ni fue
buen jinete, ni tuvo
salud para disfrutar
de los paseos o las
galopadas a caballo
y ni siquiera parece
que le gustaban... en
eso, la dinasta se
haba degradado
mucho.
caso, siempre prim ms el juicio negativo que lasvaloraciones positivas de la periferia. Toda la histo-riografa espaola ha sido contundente contra CarlosII. Slo desde los aos setenta de nuestro siglo pa-recen emerger los puntos de vista de la Espaa peri-frica, redimensionando la imagen del reinado deCarlos II. La biografa de Kamen (1980) y un con-junto de trabajos, tanto en el mbito socioeconmi-co como en el cultural, parecen revalorizar el reina-do inscribindolo en un nuevo marco: el del debateentre centro y periferia, entre modelos enfrentadosde poltica econmica proteccionista y librecambis-ta, entre planteamientos polticos absolutistas yconstitucionalistas. Lo que siempre se haba juzgadocomo la sima ms profunda del viejo Imperio espa-ol, se observa como la apertura de posibilidadeseconmicas ilusionantes; lo que se haba considera-do el fin, se contempla ahora como la transicin enla esperanza. Frente a la contemplacin fatalista delreinado de Carlos II, se ha confrontado una miradaque ha planteado el reinado desde la ptica de la hi-ptesis contrafactual: la Espaa que podra haber si-do. En el reinado de Carlos II se produciran cambiospositivos que favorecan a la periferia en contra delcentro castellano; unos cambios que seran aborta-dos por la Guerra de Sucesin y sus derivaciones.
Esta imagen se ha dado, sobre todo, desde la his-toriografa catalana. Como la figura personal de Car-los II era poco defendible, se glos a Don Juan Josde Austria como la hora de la periferia. Cuando es-te personaje fue situado en sus justos y no muy glo-riosos lmites, se apel al neoforalismo: el supuestocambio de Carlos II respecto a Felipe IV, en funcinde una nueva sensibilidad foral del rey Carlos II con-trapesada por un rearme de la fidelidad catalana a laMonarqua. Una fidelidad, eso s, de transicin; unaconcesin estratgica que se fundamenta en la per-cepcin de que un rey dbil siempre puede ser ren-table. Carlos II representara, en definitiva, para es-ta historiografa, la gran ocasin de la periferiade intervenir en los ncleos de decisin po-ltica y econmica a caballo de una Mo-narqua que, por primera vez, dejabahacer. Este proyecto intervencionista,que representaran los austracistasdurante la Guerra de Sucesin, sefrustrara definitivamente en 1714.
Valoraciones interesadasQu podemos hoy decir ante las dos
posiciones historiogrficas que hemos de-lineado? Qu representa el reinado de Car-
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23
Mar Ana de
Neoburgo, hacia
1707. La reina viuda
residi primero en
Toledo y, desde
1706 a 1738, en
Bayona, donde se
pint este retrato.
Luego regres a
Espaa, falleciendo
en Guadalajara en
1740 (Jacome
Coustillart,
coleccin
particular).
Ricardo Garca CrcelCatedrtico de Historia ModernaUniversidad Autnoma de Barcelona
H ENRY KAMEN AFIRMA, CON RAZN,que ningn reinado en toda la historiade Espaa goza de peor fama que el deCarlos II. Los juicios de los observadorescoetneos franceses, italianos o ingleses son impla-cables en su valoracin del rey. La persona de Car-los, el ltimo rey de la dinasta Austria, la verdad esque difcilmente puede merecer otras valoracionesque la piedad o conmiseracin hacia unas deficien-cias o limitaciones ciertamente patticas. DesdeGarca Argelles a Alonso Fernndez, han puesto derelieve su perfil patolgico: proceso prematuro deenvejecimiento con alopecia incluida (calvo a los 32aos), delgadez extrema, postracin, crisis epilpti-cas, impotencia sexual, sndrome de Klinefalter, ra-quitismo... El consenso respecto a las connotacionesde la persona de Carlos II es absoluto. Pero ese con-senso se rompe cuando se trata de valorar su reina-do, la gestin poltica de sus aos como rey. La ima-gen cambia radicalmente segn el mirador de las ob-servaciones: centro o periferia.
La imagen ms penosa del reinado de Carlos IIemana ciertamente de Castilla. El marqus de Ville-na en 1700 hablaba muy dolido de la justicia aban-donada, la polica descuidada, los recursos agota-dos, los fondos vendidos, la religin disfrazada, lanobleza confundida, el pueblo oprimido, las fuerzasmermadas y el amor y el respeto al soberano perdi-dos. De similares descalificaciones est llena la do-cumentacin de la poca. Si se ha hablado de lageneracin de 1598, marcada por la muerte deFelipe II, tambin podemos hablar del 98 del siglo
XVII, marcado por la larga agona de Carlos II, conla amenaza de desintegracin del territorio espaolque representaron los tratados de reparto del Impe-rio hispnico que se firman a lo largo del reinado.
El sndrome de riesgo o amenaza de que Espaapudiera sufrir lo que unos aos ms tarde vivira Po-lonia estaba muy presente en la sociedad espaola.Y ese sndrome que recibira una triste confirmacinen Utrecht en 1713, no se superara, por lo menoshasta el Tratado de Viena de 1725, tras el que pare-ce asumirse la nueva normalidad territorial de la Mo-narqua espaola. Lo que Hazard denomin crisisde la conciencia europea mirando el espejo francs,en Espaa fue autntica crisis de la propia identidadterritorial espaola. Esta generacin de 1698 fueinfinitamente ms pobre intelectualmente que la del98 anterior. Slo los novatores rompen las lanzasracionalistas en una atmsfera terriblemente medio-cre. Los presuntos hechizos del rey manipulado porsu confesor, los constantes bandazos polticos de laCorte, la vulgaridad del entorno... ni dejaron florecerel proyectismo alternativo de los arbitristas, sino queslo propiciaron el desarrollo de la stira cortesana y,desde luego, generaron algn que otro sueo utpi-co, como el de la Sinapia.
Una visin menos pesimistaLos observadores coetneos desde la periferia
vieron el reinado de distinta manera, en especialdesde Catalua. Durante la Guerra de Sucesin hu-bo algunos pronunciamientos catalanes favorablesal significado de Carlos II; Narcs Feliu de la Peaen sus Anales de Catalua (1709) lleg a decir:Fue, en fin, el mejor rey que ha tenido Espaa.Ciertamente, el empeo de defender la candidatu-ra austracista del archiduque Carlos frente a FelipeV llevaba a envolver a Carlos II en un aura de reco-nocimiento, atribuyndole mritos por encima desus propias cualidades.
En la memoria histrica espaola, en cualquier
22
El reinado del desdichado Carlos IIes susceptible de algunasvaloraciones positivas, que sedeben a la fuerza de una sociedadcivil emergente
Culminacinlgica de laDinasta
25
Arriba, Juan Jos de
Austria (E. Cuevas,
Madrid, Convento
de las Descalzas
Reales). Hijo
ilegtimo de Felipe
IV y la comedianta
Mara Caldern, La
Calderona, fue el
personaje ms
espectacular del
reinado de su
hermanastro; lo
tuvo todo: apoyo
popular y
oportunidades para
lograr la gloria
militar y la fama
como ministro de
Estado, pero, quiz
por falta de
constancia o de
decisin, se qued a
medias en todo...
incluso en la vida,
que no fue muy
larga, pues falleci
a los 49 aos de
edad. Abajo, Carlos II
retratado hacia los
25 aos de edad;
sta es la imagen
ms conocida del
rey: feo de rostro y
apariencia tanto de
enfermo como de
infeliz. Pero l, pese
a su manifiesta
incapacidad, no
constituy un
problema de
incoherencia con
las esencias de la
Casa de Austria,
sino que fue,
justamente, una
perfecta
culminacin de su
lgica histrica
(Carreo de
Miranda, Madrid,
Museo del Prado).
de Carande, demostraron cunta miseria haba bajode las alfombras imperiales.
Ha sido la historiografa europea contempornea(franceses como Chaunu, Bennassar, Prez y Vin-cent, entre otros; anglosajones como Elliott, Kamen,Parker y Kagan) la que ha redimido definitivamentea los Austrias de los infiernos historio