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LEONARDO GARET El milagro incesante Vida y obra de Marosa di Giorgio Ediciones ALDEBARÁN 2005 1

Marosa Vida

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LEONARDO GARET

El milagro incesante

Vida y obra de

Marosa di Giorgio

Ediciones ALDEBARÁN2005

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Advertencia

Los libros y los poemas que integraron Los papeles salvajes, son citados, en todos los casos, de acuerdo a esa edición. Cuando difiere la ubicación de un texto con respecto a la que ostenta cuando su primera aparición, se deja expresa

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constancia. Se han percibido pocas variantes de significación entre las versiones de los textos, salvo las de Poemas y Humo, que se señalan en el capítulo correspondiente.

Aquellos textos que no tienen numeración, sino solamente separación con asteriscos, se citan numerados a fin de permitir su más fácil localización. Se ha elegido, sobre todo en la primera parte, referida a la vida de Marosa, la señalización de las citas mediante iniciales de referencias, para permitir una mayor fluidez de lectura.

Todos los libros que tenían un prólogo en su primera edición lo perdieron al pasar a formar parte de Los papeles salvajes. Dichos prólogos se transcriben íntegramente o una parte sustancial de los mismos, como forma de permitir a los nuevos lectores de la obra de Marosa, un acercamiento completo a las obras tales como fueron en su momento.

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Propósitos

Escribir el testimonio personal que me dejó su ser de excepción, pero también hacerme eco del sentimiento generalizado de todos cuantos la conocieron, creo que es mi ineludible deber a la memoria de Marosa di Giorgio. Tuve la necesidad de dejar pasar un tiempo de

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meses para siquiera pensar en abordar el tema. A partir del momento de iniciar este libro me fue indispensable el diálogo con quienes también fueron sus amigos. Pretendo que sea documental sin dejar de ser vivo y pasional. El tema, como ninguno, exige la conjunción de ambos enfoques.

Para la segunda parte realicé una relectura de toda su obra intentando acercarme al secreto de su vigencia y profundidad.

Es notable constatar que empezó a transcurrir el tiempo tempranamente vislumbrado por Wilfredo Penco en 1979: “…no creo equivocarme al afirmar que en los años venideros, más tarde o más temprano, una aureola mítica rodeará el prestigio literario de Marosa di Giorgio”. (Prólogo, Clavel y tenebrario.) Se hace imperioso que quienes estuvimos a su lado, demos fe, en este proceso, que el prestigio mítico emergente de su obra, de su presencia y de su forma de vida, no debe ocultar algunos rasgos inseparables de su persona, tales como la simpatía y la bondad. Estos son los menos contribuyentes para formar la aureola mítica, pero son los primeros que se hacen presente para quienes la tuvimos en la cercanía del corazón.

La parte biográfica de este libro se vio generosamente enriquecida por los aportes de Nidia di Giorgio, su hermana, y también mi amiga, y por todas la personas que consulté sobre un aspecto determinado y acerca de los cuales dejo constancia en cada oportunidad. A todas ellas mi agradecimiento.

Marosa sin duda se quedaría contenta si escuchara el recuerdo que compartimos todos quienes tuvimos el privilegio de estar cerca de su persona y su afecto. Quienes no la conocieron tengan la seguridad de que era diáfana y viva, como cada una de sus palabras.

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Vida

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Una sacerdotisa en el altar

La imagen en el espejo

Las biografías poéticas y anecdóticas tienden a eliminar distancias, se confunden en una propuesta que es como otro tejido en el plano profundo de la página. Marosa es la que transitó determinadas calles porque sus pasos se sienten en el papel y las criaturas de sus poemas la acompañan y se le caen diademas al ritmo de su paso. El

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presente ejercicio de superponer una Marosa histórica a otra enteramente formada por ella misma, puede parecer del todo innecesario. En efecto, nada mejor para describir su infancia que un poema con ese motivo, nada mejor que para hablar del lugar “real” de la chacra de su abuelo, que el El mar de Amelia 33, por ejemplo, pero esta superposición nos trae la comprobación asombrosa de esa coincidencia, mostrando irrefutablemente, que estamos en presencia, como pocas veces en la historia del arte, de alguien que vivió su propia obra y escribió su propia vida. Aunque en su caso se trate –otra vez- de escribir sus propios sueños.

Marosa di Giorgio, un ser humano magnífico

En las reuniones de la más diversa índole, Marosa era el centro natural de gravitación por su personalidad avasallante, aún siendo retraída; se imponía su voz baja pero perfectamente audible, su particular modo de vestirse, de maquillarse, de estar. La conversación y las miradas giraban a su alrededor y ella permanecía buena parte del tiempo en silencio. Sus expresiones precisas, personales, comprensivas, cultas, chispeantes, demostraban que, a pesar de parecer ausente, estaba perfectamente al tanto de lo que se estaba tratando. Jamás buscaba sobresalir. No le gustaba ejercer protagonismo de ningún tipo y la ganaba el mutismo cuando una mesa de café se volvía un poco

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extendida. Le gustaba el diálogo mano a mano, casi secreto, propicio a la confidencia importante, el razonamiento justo, la búsqueda de la comprensión profunda. Preguntaba y se asombraba con facilidad, porque la vida era para ella un incesante milagro. Creo que no es posible mayor capacidad de enriquecimiento espiritual que con el contacto que se podía tener con Marosa. Pero así como tenía condescendencia hacia todas las situaciones humanas no podía transigir con la mediocridad literaria. Un silencio absoluto la envolvía cuando se trataba de opinar sobre un texto que no era de su agrado. Era de una intuición certera y profunda. Sabía las distancias entre la autenticidad y el éxito, y entre éste y la honestidad intelectual. Prefería siempre la mesa del café a la académica y abordaba con la misma naturalidad e interés los pequeños temas y los trascendentes.

Primeros años

Nací y vivo en Salto del Uruguay, una ciudad que queda cerca del agua y de la luna.

Ficha, Magnolia.

En una quinta una niña se hamaca, ensimismada. Es imposible no ver la cabellera. No color fuego, sino castaña casi rubia, suelta, luminosa de ingenuidad y de sueños. La niña une palabras que suelta al viento de los naranjales, de los viñedos y los alelíes. Al alcance de su voz caminan su madre y su hermana, entre dos canteros, allá, sobre el horizonte, el padre empuña una azada, en el porche se desliza el abuelo con traje de pana verde y escopeta al hombro.

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Cuando estábamos jugando Marosa había desaparecido. La buscábamos y estaba hamacándose. Al poco tiempo empezó a escribir, con algunas indicaciones de mamá, mucho antes de ir a la escuela. Cuando tenía nueve años escribió un poema a la Virgen. (N)

Había nacido en Salto. En un internado creo, pero nosotros ya vivíamos en el campo, en la chacra, porque mi padre tenía una chacra y los abuelos también. Eran dos chacras juntas...una sobre la avenida San Martín y otra sobre la avenida Apolón. Yo viví en las dos al final, porque iba de una a la otra. (RM)

Marosa nació en el Sanatorio Salto. (N)

Era por junio y por domingo y a mitad del día. Imagino el rostro pálido de mi madre, y más allá a los campos con la escarcha crecida –como mármol levísimo, lúcido, adecuado sólo para construir estatuas de ángeles- y con las telarañas de perlas y las naranjas como bombas de oro, olvidado ya el azaharero origen. Y del campo hablo, porque a él partí apenas vividos ocho días. (Señales mías, Druida.)

* * *

La primera casa-quinta que tuvieron los Médicis fue en Apolón y San Martín. En esos años vivieron en la quinta mis padres, los abuelos, Josefina, melliza de mi madre y su hija Poupeé y la empleada Magdalena criada por los abuelos, con su hijo Pocho. Llegaron a trabajar con nosotros trece peones. Hermano de Magdalena era Julio, uno de los peones, que de noche tocaba la guitarra para todos nosotros. (N)

La chacra que tendría dimensiones y habitantes que Don Eugenio nunca pudo soñar.

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Doménico di Giorgio vino de Italia con su hijo Pedro, de diecisiete años. (Su esposa, Marianna Grossi, había fallecido).

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Fatalmente, la poesía invade la historia: Pedro di Giorgio, di Giorgio Pedro, acompañado por su padre, porque era un adolescente, y al desembarcar en el puerto de Salto (Toscana-Génova-Marsella-Buenos Aires-Salto, cuarenta días marinos), la primera muchacha con la que cambió unas palabras fue con Clementina Médici; y después de varios años se reencontraron y se casaron (WP)

Pedro di Giorgio se estableció en Salto y su padre se volvió a Italia. Pedro fue agricultor, experto en plantaciones de árboles. A sus manos se le deben los árboles de la Estación Arapey. Cuando se casó con Clementina Médici, el padre de ella le entregó una chacra para trabajar. La chacra de Apolón y San Martín.

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Con Eugenio Médicis si inició la familia materna en América. Eugenio Médicis aparece en un álbum de principios del siglo

XX, con su foto y la indicación de que proviene de un “paesello del Circondario di Pontremoli, Provincia di Massa e Carrara. Fatto il servizio militare per 32 mesi nel Battaglione Alpino, 3ª Compagina, con irreprensible condotta, nel 1884 venne a Salto, ove si dedicó al piccolo commercio ambulante nel dipartimento.” 1

Eugenio Médicis casó con Rosa Arreseigor, de sangre vasca. Prosperó en su actividad comercial y se construyó un edificio cercano al puerto, en la hoy esquina de Albisu y Brasil. No se señala el momento en que adquirió la chacra adonde iría sus últimos años junto a su hijas Clementina y Josefina, mellizas, e Ida. Josefina tendría dos hijos, Rubén Darío, que falleció muy joven, y Hebe Iris (Poupeé), aludida repetidamente por Marosa ya que compartieron los años de infancia, y que se iría a vivir a Santa Fe, e Ida, que contrajo enlace con Carlos D. Zunini, y sería la madre de Carlos Celiar e Ilse Nevia.

1 Li italiani di Salto all’ Esposizione di Milano, 1906.

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Clementina contraería enlace con Pedro di Giorgio. A Marosa la acompañó una nostalgia que llegaría a adquirir

profundidad cósmica, todopoderosa: A estos dos seres que viajaron desde lo hondo del universo, a juntarse y a crearme, Pedro y Clementina –Clementina, Pedro, ahora aparentemente no visibles, dejo el pimpollo sacro de la rosanieve. Dejo la rosa roja de la resurrección sombría. (Diamelas a Clementina 12)

* * *

La casa de mis abuelos era larga, oscura y baja, y su edad, de cien años, y apropiada sólo para que la morasen fantasmas o algunas gentes extrañas y hermosísimas, o un animal blanco y poderosamente milagroso. En su torno todas las flores se ceñían y todas las bestias y las sombras todas y los destellos. Yo partí de ella sólo para ir a la escuela; pero, la escuela quedaba apenas más allá y también bajo las flores; borroneó mi caligrafía primera el polvo amarillo de la garganta de las amapolas. (Señales mías, Druida.)

* * *

La obra literaria, sobre todo poética, nace de las primeras impresiones del ser humano La narrativa exige mayor incidencia de la observación y el cuestionamiento adultos. La obra de Marosa nace del recuerdo del paraíso perdido.

Mi infancia está en los campos,los árboles, los demonios,los perros, el rocío;queda en medio del arvejal,y adentro de la casa;a veces, venía a visitarnos el arco-iris,serio como un hombre,las larguísimas alas tocando el cielo.

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mi infancia es la luna,patente como una rosa,y el grito de los muertos.

Ficha, Magnolia

De ese paraíso perdido se destacan las imágenes de los familiares y de ellos y sobre todo en los primeros libros, la abuela: “Oh bruja-Rosa dulcísima, transforma a la calabaza en cubitos de vidrio, de amor y de miel; me llama por una sola palabra que yo bien recuerdo, y yo acudo” (Magnolia 41), que merece uno de los pocos poemas con título de toda la obra de Marosa, Abuela, penúltimo poema de Magnolia.

Si bien perfectamente individualizadas en su poesía, no quedan aisladas la casa y la quinta. Son el mundo y forman parte de un estilo de vida. En El mar de Amelia 7 se nombra a la “quinta de Savio” y en El Mar de Amelia 16 a Las chacras de Menoni, de Bottaro, la chacra de Zunini, de Malvasio, la chacra de Medici o Varese, todo bajo las deslumbrantes estrellas de los indios.

* * *

Éramos una familia de clase media. Había familias que estaban muy bien económicamente, que tenían estancias grandes. Pero, ¿de dónde va a salir una aristocracia en el Uruguay? En los ámbitos en que yo me movía no se veían diferencias. Las niñas de esas grandes familias iban al liceo conmigo, eran niñas como las otras, sencillas. No sé por qué Salto tiene esa fama. (RRP)

* * *

Leía y caminaba de un modo casi obsesivo, pero también distraído, pero también atento, a lo largo de duraznos, ciruelas, almendros, rosales, morenas, vides, olivares. Iba y venía.

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A la vuelta de las caminatas, en su casa, la esperaban revistas extranjeras. Eran publicaciones finas, algunas en italiano, a las que mi abuelo Eugenio Médicis estaba suscripto. (MM)

Esa literatura y ese otro idioma fueron determinantes en la formación de Marosa. Siempre me sentí italiana y sudamericana, a la vez. El lugar donde transcurrieron mis primeros trece años, parecía un trasplante de Toscana. Todos habían venido de allá y se conocían; eran vecinos allá y hablaban, claro está, en italiano; y fundaron las maravillosas quintas de naranjas, las quintas negras y de oro. (JLG2)

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Jugar jugaba poco, pero tenía muñecas, las miraba, las cuidaba, plantaba claveles. Así transcurrió mi infancia, muy vigilada por mis padres, que yo no necesitaba vigilancia era muy tímida pero, me cercaron siempre. Me gustaba mucho ir a la escuela, lloraba si no podía ir a la escuela. Lo demás está en los libros. (REE)

La primera creación literaria de Marosa fue ella misma. Cierta vez comentó que tenía que actuar de Marosa. Y nada más profundamente correcto porque desde su primer libro se firmó con el nombre que la inmortalizaría sin nunca revelar el suyo verdadero: María Rosa.

Pero el deseo de fabular no se agota fácilmente: Marosa es el nombre de una planta italiana, fantástica; cada tanto da una flor sumamente abrillantada. Parece ser que esta flor fue traída de las Galias, o no, pero formó parte de los rituales druídicos. Así decían siempre en mi casa. A lo mejor inventaron todo. Inventaron el nombre Marosa. (LB)

María Rosa (Rosa como su abuela), había nacido el 16 de junio de un año determinado, pero Marosa nació un 16 de junio. Y nada más. Acaso de un año que es una creación de ella misma. El tiempo es el que uno desea y eso que puede interpretarse como una flaqueza fue para ella su fuerza. Marosa se consideró -y estuvo- fuera del tiempo.

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El asunto de la “s” que le agregó a Médici es otra invención de Marosa porque el abuelo aparece citado con el apellido italiano, sin “s”.

El juego con las fechas y los nombres reaparece en: María Rosario de Giorgio Médici, nacida el 16 de junio de...Y se oyó el milenio, mas no el siglo ni el año. (Mesa de esmeralda 12).

Con su nombre juega a confesarlo, y no: “Rosa es el nombre secreto de mi raza” (Está en llamas 32).

En un poema se produce su nacimiento con el nombre adoptado: …Me parece que, hoy, es el día de mi nacimiento. Papa y mamá dicen “Se llamará Marosa”. (La liebre de marzo 116).

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¿Cuáles son los senderos que nos llevan a nuestros primeros libros? ¿Y más todavía, cuáles las ilusiones que empiezan a dejarnos atrapados entre sus tapas? Allá, en la quinta, se abría un túnel hacia las palabras que una niña recorría, obediente y encandilada.

“Siempre fue tocada por una mano mágica. Jugaba pero siempre incorporaba elementos vegetales, las hojas de laureles eran los panes, las hojas de magnolias eran los cuencos donde se preparaban los alimentos para las muñecas. Matizábamos con jazmines y flores para hacer un plato multicolor”. (N)

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La felicidad de la infancia quizá sea uno de los mitos más cultivados por la literatura y por la memoria. A pesar de esa imagen repetida, en la infancia se sufre el temor al desamparo, a la muerte, al sexo desconocido. Si se trata de alguien de exquisita sensibilidad, resulta impensable que los primeros años transcurran sin experiencias negativas, de esas capaces de marcar para toda la vida. Esta interpretación fuera de la estandarizada es la que se adivina en la poesía de Marosa, en sus más lejanos recuerdos. Ella delimitó tempranamente su territorio poético en una región de seres sobrenaturales que

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literalmente la hechizaban, pero también la estremecían de terror. En ese libro -¿olvidado, excluido?- Visiones y poemas, confiesa: Hay un costado de mi infancia, horrible.

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Cuando de la infancia se trata, se necesita buena observación y mejor memoria, para percibir que hay experiencias imponderables que escapan al mito de la felicidad. “La terrible infancia” comienza En todos los vestidos 18 y culmina: Y desde la casa nos llamaban, nos llamaban, nos llamaban. // La lista infinita de mandamientos y llamados.

Hay experiencias que marcan un tiempo para siempre. Marosa recuerda:

Hasta los cuatro años fui, me parece, como todo el mundo. Pero ahí sufrí una perturbación...Decía los cuatro años...entonces quedé, me transformé en una testigo, sensible y ardiente, de todas las cosas.

Mi protagonismo era como testigo: las cosas pasaban, yo las miraba en profundidad, con una atención extrema y dolorosa. Quedé expectante.

Las causas de aquella "perturbación" temprana no remitían a ninguna lógica. No... un día en el jardín, de pronto, me emparenté con la magnolia. Como ella eché unos ojos grandes, blancos, negros, nerviosos, fijos. (ELSF)

Recuerdo tener miedo, que algo estuviera en las sombras, acechando, sobre todo de noche porque la casa estaba siempre abierta y estaba rodeada de una arboleda de noche impenetrable...Y las sombras de los mayores que aunque fuesen protectores, infundían un poco de miedo también. (RM)

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Entre esas primeras impresiones de miedo se destaca la experiencia del sexo. Unida para siempre a lo natural pero también al misterio.

De niña viví en el campo y vi acoplarse a los animales. Me llamaba la atención el apasionamiento de las gatas, que tienen normalmente una expresión tan impasible y lejana. Y noté volar moscas ensambladas. Yo veía sin morbosidad alguna. Como un ángel que observase las cosas del tiempo y de la tierra. Ahora, esos recuerdos me sirven para la escritura erótica que estoy haciendo. (EM)

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No tenía habilidad. Mamá me impulsó a bordar unos pañuelos pequeños de gasa casi transparentes. Había que usar hilos de colores: oro, verde-luz. Era un trabajo lento, exquisito, que se me fue de las manos. (MM)

Era la anunciación de una incapacidad práctica general que tendría este otro reconocimiento: Una cosa es estar sentada contemplando las preciosas licoreras como fue cuando era chica, y otra es tener que ordenar el aparador todos los días, regar las plantas, quitar el polvo y todo lo demás...eso para mí no es. (RM)

* * *

Veo a Marosa niña asomarse en la persona mayor que me saluda llena de nervios, antes de subirse al avión que la llevará a Colombia. Había sido invitada a las jornadas de poesía que se organizan en Medellín. Los nervios eran más fuertes que ella, aunque más que el miedo a volar, le preocupaban los aeropuertos, ir a dar a otro lado, perderse. Sabía desenvolverse mucho mejor de lo que parecía, o de lo que quería dar a entender y sólo una vez se quedó en Buenos Aires, mientras su avión levantaba vuelo. Le ocurrió el 30 de mayo de 2001.

Primeros estudios.

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La escuela queda lejos. Pero la niña asiste con pasión desvelada y con devoción por su maestra, a pesar de que ya desde los cuatro años, sabía leer y dibujar sus primeras letras.

Tenía cinco años y mamá me llevó de la mano a la escuela número 13. aunque invisible, mamá me sigue sosteniendo la mano, como en aquella hora. Recuerdo el sol de oro; un tulipán en el mismo color, que a los pocos días llevé a la maestra. Pero lo que más se me grabó, insisto, fue mi madre, de sacón granate, dialogando con la maestra. Y un humo tornasolado que veló y alzó para siempre todo. 2

Se trataba de la Escuela Nº 13, Agraria, (frente a la entonces quinta de Guglielmone). Iba junto a Nidia, que ingresó a la escuela con cuatro años. En 5º y 6º años, Marosa y Nidia asistieron a la Escuela Urbana Nº 8 de Salto.

Cuenta Nidia que el padre las traía muchas veces en sulky a la escuela. Sin duda este recuerdo se convirtió en esta vivencia casi en estado puro:

Cuando nací me encontré con eso: El Coche. En plena edad de los automóviles y los aviones, él estaba allí, largo y negro, y tirado por caballos; tenía lámparas; papá era el auriga, y nosotras, mi hermana, y yo, Nidia y yo, viajábamos, tan naturalmente, por arriba de los jardines encantados, donde nacían arvejas con antenas y luciérnagas comestibles. Los vecinos salían a mirar; saludaban con las manos. Pero, a la vez, parecía que, siempre, era muy tarde, e iba a ocurrir algo desolador, y nosotros nos salvábamos en El Coche. (Clavel 110)

* * *

Peleándose con las palabras como cosas, quizás en esos tiempos la niña no estaba muy lejos de adivinar que en la escritura el tema es

2 El Observador, 2002. Cit. Por Eduardo Espina en Volverá y será la misma, Montevideo, El Observador, 18 de agosto de 2004.)

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lo de menos, es un asunto del escritor con la escritura misma, como le gustaba decir cuando le hablaban de la originalidad de sus temas.

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No creo que mis relatos tengan tono de cuentos infantiles. De niña, con mi hermana Nidia, leíamos a Constancio Vigil, cuyos cuentos protagonizados por animales nos producían un gran encanto; o a Calleja, inquietante por la actividad de brujas y hadas. Leí Alicia en el país de las maravillas de adulta, habiendo publicado ya muchos libros. Siempre me conectan a Carroll y su Alicia, como si hubiese algún vínculo. Alicia es inefable, no encuentro calificativo que le venga bien. La conocí desde solo una lectura, y es un esplendor escondido que no debo volver a visitar. La niña que atraviesa mi trabajo, la que lo protagoniza bajo diferentes nombres, o con el propio, es Marosa, es mi alma andando y andando como sin fin, encandilada. (RRP)

Es necesario destacar la perspicacia de Marosa –“esplendor escondido que no debo volver a visitar”- es la clara conciencia de la necesidad de preservar su originalidad. La crítica señala paralelos y hasta ha llegado a dictaminar una dependencia de Marosa con respecto a Lewis Caroll. Son, en cambio, acentuadas las diferencias entre la niña que obra respondiendo a la atracción irresistible del misterio y de un Eros que convive en llamativa empatía con el Eros de todas las criaturas y la niña que vive la arbitrariedad de las asociaciones libres.

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Las maestras eran muy buenas, y yo era una niña correctísima. Me gustaba mucho ir a la escuela. Una vez que debí faltar, mandé a mamá a que mirara por los ventanales de la escuela lo que estaban enseñando, para no perder eso. En el liceo era igual. (RRP)

“A la escuela 8 papá nos llevaba frecuentemente en sulky”. (N)

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Coincidió la pérdida que experimentó la niña cuando debió abandonar el mundo idílico de la chacra para seguir estudiando, con la pérdida real de las propiedades de la familia, una decadencia económica que se había iniciado con la enfermedad del abuelo, una parálisis. La chacra había significado un patrimonio importante, con árboles frutales de todo tipo, viñedos y elaboración de dulces, conservas y vinos. “Las cosas más insólitas venía la gente de la ciudad a buscar a casa. La abuela no supo manejar los negocios y a mi padre no le gustaba hacerlo. Cuando el abuelo vendió, se hizo lechería y se cortaron las plantaciones.” (N)

La sensación de pérdida inmerecida se traslada literariamente a un texto, el Poema 12 de Druida.

Y quedará fija en esta imagen de sí misma:

A los diez añosyo era aquella alta niña rubiaal pie de las parvas de papas que mi padre levantabacerca de los rosales y la luna.

(Historial de las violetas 29)

* * *

La intuición del mundo de los adultos, o de habitar el misterio, es el momento en que Marosa toma la Primera Comunión. La Primera Comunión, realizada en el Templo del Carmen, marcó la línea divisoria entre la niñez y la adolescencia. Llevábamos Nidia y yo, vestidos de organdí blanco, manta celeste, varas de azucenas. El atuendo de María inmaculada. Hubo fotos, un pequeño festejo y yo me desmayé. (WP)

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Aprobó el examen que se exigía para el ingreso al liceo. Concurrió al que era por entonces el único liceo público de Salto (hasta 1965), el Instituto Politécnico Osimani y Llerena.

Apenas pasado el umbral de la adolescencia, Dios me quitó el bosque. Y me trajo a la ciudad que, con todos sus espejos y sus flores, no es el bosque. Mucha gente empezó a deslizarse en mi torno, a indagar en mi rostro; pero, inútilmente. (Señales mías, Druida.)

Tenía sobresaliente en todas las materias. (N) Marosa conservaba un muy buen recuerdo de sus profesores y

de sus compañeros de clase. Cumplí los estudios de bachillerato como todas las niñas del mundo. Sólo que, muchas veces, una luciérnaga, venida de antes, me calcinó los deberes. (Señales mías, Druida).

El primer día en el liceo

En ocasión de los cien años del liceo al que concurrió Marosa se editó en 1973 un álbum “Instituto Politécnico Osimani y Llerena”, con la dirección de Aníbal Barrios Pintos. Marosa colaboró con un texto que da cuenta de su ingreso al liceo, que más que una crónica es verdaderamente un poema. Esta es la primera vez que se reproduce:

Primer día en el liceo

Un día, no sé cuál, porque se lo llevaron las flores.Yo, todavía, vivía adentro de la rosa natal; por el aire

transitaban las azucenas y la miel. Y las hermosas moscas moradas que nacen adentro de los alelíes.

No sé cómo llegué al Instituto Politécnico Osimani y Llerena. Yo era una pequeña niña con un ramo de rosas en la mano, o de naranjas salvajes, invisibles, pero evidentes. Ya, la misma extraña, con el mismo miedo y la misma seguridad de las estrellas. ¿Qué me habrían dicho? Tal vez, “álgebra”, por primera vez, y yo creí que era el

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nombre de otra azucena con muchas vueltas de pétalos; “Prehistoria y Oriente”. Caras de piedra mirando el cielo y lapislázuli en el Valle de las Reinas.

Lo que recuerdo bien fue el regreso. Al bajar del coche rojo, empecé a pasar jardines y más jardines con nombres conocidos. A lo lejos, el sol caía, deslumbrante y triste, porque algo había cambiado y no se sabía qué. Sin embargo, las vecinas eran las mismas, las de siempre, cortaban las violetas para el té de antes y después de la cena; así lo exigía el ceremonial. Vi las alteas con su olor a lluvia y a altea, las salvias con su mantón de miel, y el saúco negro de las pesadillas. Mis familiares me estarían aguardando con gran inquietud, porque algo, ya, había cambiado y no se sabía qué.

Todos los gatos de la casa salieron a esperarme; eran cien o solo uno; eran cien. Amarillos, blancos, negros, amarillos. Se apostaron a los dos costados del camino. Las miradas escrutadoras y fijas.

Ayer y hoy.Las mismas preguntas.Ninguna respuesta.

El adulto que rememoró este día interpreta -¿o recuerda? que el significado de comenzar el liceo era el enfrentamiento con el mundo. A un mundo que la alejaría, invariablemente, de la chacra. En Mesa de esmeralda, en la sección Cumbres borrascosas, se vuelve sobre el primer día de liceo:

Dieron vuelta los años. Era mi primer día de liceo.Saqué los pies de entre las sábanas, angostos. Bellos como de

loza; tan livianos que parecían huecos; hasta resonaban. Me puse el vestido blanco y empecé a andar por los senderos. El mundo ya estaba para mí en contra y yo estaba segura y asustada. Había ramos de naranjas, y pomelos, y ramos de limones. Las frutas no se veían sueltas, abundantes, sino atadas. Los amos de las huertas estarían festejando alguna cosa. Ellos también eran enemigos; se sonrieron.

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Apareció el vehículo rojo, y se detuvo, que llevaba la gente a la ciudad. Me arreglé el vestido breve –y trepé-, me puse la pequeña máscara liceal. (Cumbres 25)

El primer año, la familia todavía vivía en la chacra: “Marosa iba al liceo en el ómnibus que pasaba al mediodía y volvía de tardecita, cuando cerraban los comercios. Tenía que hacer tiempo después del liceo para volver”. (N)

Cuando Marosa asistió el segundo año, ya la familia se había mudado al centro de la ciudad de Salto.

En el liceo Marosa y Nidia llamaban la atención por sus presencias de égloga.

Fuimos niñas un tanto fantásticas. Con la prima Ilse, formamos un trío pálido, hierático; íbamos al alba al liceo, con tiesas túnicas blancas; pero muy pintadas, con caravanas titilantes y flores en el pelo. Esto conmocionó a la población del Salto, gris y rutinaria (salvo numerosas excepciones). El mundo está dividido entre los que sueñan y los que no sueñan. (WP)

Fueron excelentes estudiantes, pero a ninguna de las dos le atrajo el estudio de una carrera universitaria.

Marosa llegó a asistir unos meses a la Facultad de Derecho. Pero prontamente descubrió que no se pueden forzar los caminos y que el suyo estaba signado por la vocación de construir mundos con palabras. Nunca tendría el más mínimo arrepentimiento por el abandono de los estudios curriculares.

La mirada propia

Así como Marosa indagó aplicada y fervientemente sobre su memoria, lo hizo al mismo tiempo sobre el acto mismo de la creación. De pronto se enciende un punto, y de ahí salta un camino, un bosque, un panorama entero. (EE) Aquella persona que parecía estar viviendo tan para afuera, era, sin embargo, alguien que estaba en todo momento rodeada de su propio mundo. Eduardo Espina le preguntó acerca del

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significado para ella de la palabra “poema”, y le contestó: Esta palabra se ha transformado en el dibujo de mi vida. La siento caer hasta mi frente, hasta mi alma, como seres, objetos, acaso pimpollos rojos. Me acostumbré a vivir con esa angustia y ese amor, porque tienen algo de las dos cosas. (EE)

* * *

De ascendencia toscana y vasca (Médicis-Arreseigor, di Giorgio Médicis) quisieron el azar y la suerte que creciera en una granja de la ciudad norteña uruguaya Salto, y allí presencié el milagro de la Creación, como si hubiese visto el origen del mundo, tales eran la belleza y lo sorpresivo de todo lo que aparecía. Esto me influyó, me formó, y formó mi escritura, que es un largo cántico de agradecimiento y admiración en varios volúmenes.

(Informe Curricular, de puño y letra de Marosa, proporcionado por su hermana Nidia).

* * *

Recuerdo, me recuerdo, pequeñísima, con un vestido azul con pecas rojas, siguiendo a mi padre que araba. Con bueyes. Sobre el lomo de los bueyes iban parados muchos pájaros de diverso tamaño y color. Era un grupo sobrenatural. Papá me dijo –Por qué no haces un libro? Lo pensé: ¿Qué querrá decir? ¿Armar materialmente un libro con papel y cartón, tapas y hojas? ¿O escribirlo? No me animé a preguntar. Tenía seis años. (WP)

* * *

Yo no creo mucho en los signos aunque sé, por supuesto que los astros influyen...eso está científicamente aprobado, pero tan al pie de la letra como alguna gente sigue a los signos, yo no. Pero en lo popular y en lo así no tan popular, el signo de Géminis parece que es el

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signo de los artistas...Ahora, yo, a pesar de ser un ser un tanto trémulo como te digo ahí, es decir como tocado siempre por otra cosa que tampoco se bien qué es, tengo una firmeza, como una línea que sigo, y a eso me refiero cuando digo que no soy ambigua en el sentido de que no vacilo mucho sino que voy por un camino...un camino difícil, pero lo voy siguiendo...(RM)

* * *

Las raíces de estas cosas son un tanto insondables, siempre. Yo veo un paisaje, una campiña de Toscana, al pie y en la ladera de los montes Apuanes. Veo a Lusana, el sitio de Pedro, mi padre. Membrillo de Lusana nombré a mi último libro.

Y crecí en la zona de San Antonio, en Salto. Chacras, huertas, granjas fundadas por italianos. Pero las raíces repito, son insondables. Habría que ir hasta la burbuja de donde saltó el universo, a la voluntad de Dios. (ROM)

* * *

A veces me pregunto qué hubiera pasado si hubiese nacido y crecido en una ciudad, con breves, escasas visitas al campo. No sé.

El periodista le dijo: “Se podría haber inhibido la parte de creación?

Y con decisión contestó: -Si, si. Nací donde debía nacer. (REE)

Entrada en la ciudad y en la poesía

Salto era una ciudad de alrededor de 50.000 habitantes en el comienzo de la década del 50.

Las casas en las que vivieron en la ciudad de Salto serían, por su orden: en calle Silvestre Blanco entre Delgado y Zorrilla; en calle 19 de

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abril, a la altura de la Plaza de Deportes, y la tercera en 8 de Octubre 457, ap. 4.

El primer escritor que conoció textos de Marosa fue Adolfo Montiel Ballesteros. Montiel llegó a aprobar la publicación de un conjunto anterior a Poemas que su autora, a las pocas semanas de habérselo enviado, destruyó. En las palabras de Marosa se hacía presente Montiel, con su picardía y su figura quijotesca.

La entrada de Marosa di Giorgio al mundo de las letras fue junto a los diálogos con los amigos Artigas Milans Martínez y Julio Garet Mas. Este último fue el primero en ocuparse de comentar un libro suyo. Lo hizo en diario y después recogió ese texto en el libro La cigarra de Eunomo, en 1954.

La memoria de su primera década en la ciudad de Salto, era inseparable del múltiple artista Leonardo Astiazarán (Cacho), del animoso Jorge Real (Negro), de la profesora de italiano Paulina Muñoa (Chingola). Quien llegaría a ser editorialista del diario El Pueblo, el Esc. Enrique A. Cesio, la recuerda así: “Introducido en la huella memoriosa de la nostalgia, recuerdo la vida cincuenta años después, como sentado en aquellas sillas de madera y cuero alrededor de las redondas mesas de mármol blanco, del café Sorocabana, tan únicas. Ahí estaba Marosa, con sus polleras ajustadas y sus altos tacones. También frecuentaban su hermana Nidia; Cacho Astiazarán; Piba y Chingola Muñoa y mis amigos del liceo y otros más, a veces juntos, y otras separados, de Nidia Arenas con “Varón” Silva y Rosas; Cerqueira Leites, o Pepe Arruabarrena y todos los que iban y venían –mañana, tarde y noche- con los temas del teatro, el liceo, la cultura, la poesía. Marosa era parte de ello, aunque hablara poco, porque seguramente ya estaba en su mundo propio, espíritus llenos de flores, verduras, duendes y mitos”. (EAC)

* * *

No eran de este grupo pero no por eso menos amigos, el arquitecto y artista plástico César Rodríguez Musmanno y el Prof. Julio

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César Zino (Lucho). Ambos dirigieron en los años 1962-1967 una galería de arte en calle Florencio Sánchez, casi Artigas, llamada “Estudio 2”. Marosa desde siempre tuvo una actitud alerta ante la variedad de los movimientos culturales. “Marosa –recuerda César- era la primera que llegaba a todas las exposiciones y era la que se encargaba de atender como anfitriona a los artistas invitados. En oportunidad de una exposición del pintor informalista abstracto, Juan Ventayol, se hizo un acto en que Marosa recitó sus poemas y la señora de Ventayol los interpretó mediante la danza.” “Fue –sigue recordando Rodríguez Musmanno- la primera experiencia de integración de lenguajes que me tocó de cerca.” Algo similar protagonizarían, años más tarde, César y Marosa, cuando en el ICUS, Instituto Cultural Uruguayo Soviético, realizaron una exposición de poemas ilustrados. Poemas manuscritos por Marosa y pinturas de César amalgamados en una misma tela. La exposición estaba abierta cuando la dictadura allanó el ICUS. Nunca se supo el destino de esas obras.

* * *

De la década siguiente sería su amistad con el malogrado Tono Maglio, el pintor Osvaldo Paz, el profesor de filosofía Carlos García, el actor Raúl Balbiani, el pintor Horacio Rosete y quien esto escribe.

El periodista Ramón Mérica da una idea del impacto que provocaba Marosa en Salto, al comienzo de los sesenta: “Era una señora extraña: el pelo muy largo que se desplomaba sobre la espalda desnudísima en verano, que se enredaba en los chales en invierno, que siempre merodeaba por encima de pechos como de mascarón de proa (la imagen me vino porque en el Club Remeros había, y hay, un mascarón colgado de una pared), la cintura muy fina, quizá muy apretada por aquellos cinturetes Marilyn Monroe que radio Salto promocionaba con euforia, los collares interminables, las caravanas haciendo juego aún más interminables, y después los tacos, aquellos tacos que parecían salir de abajo de la tierra y clavarse en sus zapatos, aquellos tacos sobre los que ella evolucionaba, ausente, enhiesta, la

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mirada sin saber adónde iba porque estaba velada por unos anteojos en punta hacia arriba, me parece que con piedritas brillantes, aunque creo que no miraba nada, mucho menos vidrieras. Eso sí: todo el mundo la miraba a ella.” (RM)

* * *

Marosa fue en Salto, en sus primeros años, una solitaria. Al noble grupo de sus primeros amigos debe oponérsele, contrastando, el de quienes veían en ella nada más que una excéntrica a la que miraban con condescendencia. Debe decirse esto porque si hay algo que debe destacarse es la bondad de quien no guardó el mínimo rencor a aquellos jueces, hoy y ayer sombras sin nombre. Qué difícil habrá sido para la pequeñez provinciana y pacata aceptar a aquella mujer que era figura de destaque en sus trabajos, la intendencia y el diario, donde era cronista, que tenía como amigos u ocasionales interlocutores a las figuras del profesorado y de la política, y aceptar, a la vez, su presencia en los bailes de carnaval con un cetro de reina y un vestido de lentejuelas y aquellos lentes que parecían un eterno antifaz.

Los lugares de Marosa, de lecturas y encuentros, fueron: el Sorocabana, la confitería Oriental, El Ding Dong y El Galeón. En ese orden, no por preferencias, sino más bien por las horas del día.

* * *

Bueno...Vos sabés que yo tenía el cabello muy largo, y la gente siempre dijo que yo era rara...siempre dijo. Vos te acordás que en Salto, me llamaban “La rara”. (RM)

En un poema percibe claramente su presencia de entonces y el instante de enfrentamiento con la ciudad:

Ella tomó de aquello y se cubrió la cara que logró enseguida un opaco esplendor. Y luego se puso la ropa justa, el cinto, las esmeraldas falsas, que parecían más bellas que las legítimas, y soltó su cabello rojo.

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Casi no se podía avanzar por las calles, pues la gente la percibía hasta casi sin verla, y daba silbos, la gentecita daba coces, silbos, o criaba unas orejas largas y oscuras.

Pero ella proseguía hierática. (Mesa de esmeralda, Cumbres 26)

No sólo en Salto sino en la ciudad que fuera, llamaba la atención y era la “rara”, por la rareza y los colores de su vestimenta, por la bijouterie y por sus hábitos de pasar horas en un café, frecuentemente sola y fumando. Esa agresión que ella percibía, enseña la brecha enorme que generaba la incapacidad de comprensión. Ayer y hoy, ni conmiseración ni condescendencia. Marosa fue dueña de sí misma y de su opción.

A mediados de la década del 70 me integré al círculo de sus amigos. Fue para mí los tiempos de cuando la mesa de café era un ateneo, una retorta de alquimista, una mesa de planificaciones y el retablo de los sueños. Al Sorocabana, al Ding Dong, se agregan las reuniones en casa de amigos -a las que me referiré más adelante-, y los encuentros en la Librería Salto, de “Lila” Escanellas y “Pipa” Pose.

Primeros poemas

Tuvo idea muy clara de su destino:Me di cuenta alrededor de los 8 o 9 años que comencé a

pergeñar algo, siempre inspirándome en lo que me rodeaba, también en las figuras de la iglesia católica, que mamá era muy católica y yo también estaba ya iniciada en eso, entonces la Virgen me hipnotizó de algún modo, con su belleza, su manto azul y escribí para la Virgen. Eso de muy niñita y después fue evolucionando como una cosa más abarcadora y desembocó en los poemas eróticos de ahora. (REE)

De los años de estudiante son los primeros poemas que tivieron

contacto con las letras de molde. En un periódico estudiantil, encontré los que, casi con seguridad, son los más antiguos poemas publicados

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por Marosa. A pesar de tener ese sabor a expresiones más leídas que sentidas, permiten la comprobación de su innata intuición. La autora tenía la noción del verso sin haber tenido tiempo de enterarse de que existían retóricas. Los dos poemas aparecieron en el periódico estudiantil Adelante, correspondiente a julio de 1946. Se transcriben:

Mi día

Era un día de lilas y jazmines,era un día de alas...¡era mi día!Los pájaros artistas sus clarinesconcertaban en cálida armonía.

De los oscuros, íntimos jardineshabía huído la melancolía...¡y una lluvia rosada de jazminessesgaba continua sobre aquel día!

Yo, trémula, extática en la espera,sentí abrirse en mi rubia primaveraun ansia secreta como un corazón...

Y hoy te pregunto ¿por qué no viniste,por qué de tu cumbre no descendiste?¡Yo no esperé nunca con igual pasión!

El encuentro

Yo iba por el mundo, con mi gajo de retamahúmedo aún de niebla...por tierra desconocida...

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buscando los ojos negros, vivos como llama,¡dos ónices regios para abrochar mi vida!

¡Arabia! ¡Arabia! Desprendió la pobre ramasu floración blanca...¿qué importa la flor caída?Arabia. ¡Y en ella tú, el que sólo odia o solo ama!¡Moreno hasta el encanto, la pupila ardida,

y en la sonrisa un sello de enigma o “ananké”!¡Oh! Eres como el sueño más salvaje que soñé!...Rehuyamos el oasis de viva enredadera,

rehuyamos el torrente azul de agua tranquila,¡yo quiero este desierto que arde en una hoguera!¡yo quiero la tormenta de fuego que aniquila!

* * *

En su acercamiento inicial a la poesía, debe de haber sentido lo que le gustaba repetir: A escribir he venido al mundo. Nunca negó sus primeros contactos, que fueron “por correo”, aunque, a su lado, había poetas como Enrique Amorim, Julio Garet Mas, Milans Martínez, Altamides Jardim, Walter Peralta, Gregorio Rivero Iturralde, Margarita Muñoa y Rondán Martínez, entre otros. (MM)

De los años siguientes a los poemas trascriptos y seguramente perdidos si no integraron su primer libro, son unos textos quizá inhallables; la propia autora declara su existencia: Por 1949 obtuve –gracias a excesiva buena suerte- el primer premio de prosa y poesía, en un certamen para estudiantes organizado por la revista Nocturno de Buenos Aires. (Autoprólogo, Visiones y poemas).

* * *

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Marosa vivió durante tres meses en Santa Fe, provincia de Entre Ríos, en 1955, en casa de su prima Hebe Iris, (Poupeé) que vivía allí desde su matrimonio con el abogado penalista Adolfo Alfredo Rojas Mors. Es la explicación de la publicación de su tercer libro, Humo, en Santa Fe. Los intentos de su prima y de su tía Josefina de que se quedara con ellas fracasaron; volvió a Salto donde vivió las siguientes dos décadas de su vida.

Primeras publicaciones

Cuanto más se estudia su poesía, más se confirma la existencia de una unidad incontrastable que puede ser comparada con un organismo vivo. Esa vida dio su primer grito en Poemas (1953), con más precisión en el primer texto de ese pequeño conjunto de ocho, y concretamente, en el primer párrafo del primer poema. Porque ese promontorio alumbrado por la luna es un lugar desde donde se percibe claramente el mundo que se iría a desarrollar.

El segundo libro, Visiones y poemas, apareció en Venezuela, por las manos amigas de Conie Lobel y Jean Aristeguieta y permite tener una idea de la repercusión del primero. Incluye jucios de Montiel Ballesteros: “Jamás he sentido mayor sensación de gracia y de sueño que en la maravillosa aventura de sus poemas” y otro de Artigas Milans Martínez: “La poesía de Marosa di Giorgio es todo un originalísimo hallazgo, por lo que tiene de creación propia, de descubrimiento y por el profundo contenido lírico que la traspasa”, así como un poema de Manuel Pacheco, que en sus primeros versos, expresa: “He recibido tu nombre // como si fuera un sueño, // dulcemente caído de la luna; // como un pétalo de agua // huyendo de la cueva del rocío.”

Humo (1955) apareció en Santa Fé, R. A. formado por dieciséis poemas, también numerados pero esta vez con números romanos. Esta peculiaridad de simplemente numerar los textos, que se reitera en casi todos sus libros de poesía, contribuye a la sensación de unidad. Nada es distinto, todo se continúa.

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Digno de destacar es el hecho de que en las sucesivas reediciones, Marosa integró siempre la totalidad de los dos pequeños libros, el de Salto y el de Santa Fe, con muy contadas variantes. Y que eliminó el libro aparecido en Venezuela. Se intentará explicar este hecho en el capítulo correspondiente.

* * *

No se puede concebir una edición más humilde del primer y tercer libro de Marosa. A ambos conservo con sendas dedicatorias a mi padre. Son comparables al Libro sin tapas, de Felisberto Hernández, ese otro grande de la narrativa americana al que Marosa se sentía íntimamente hermanada. Poemas y Humo son de papel de diario, sin tapas, portadilla, hojas en blanco, ni índice. Dieciséis páginas y formato 13 x 19 cms. en el primer caso, y veintiséis páginas y formato 13 x 19,5 en el segundo. Notoriamente se trata, en ambos casos, de ediciones de autor. Nada mejor que esta constatación de los humildes comienzos para valorar mejor el genuino reconocimiento que se fue ganando. Desde siempre su camino fue el del esfuerzo y la sinceridad, sin apresuramientos, sin banderas prestadas, creyente sólo en la honestidad de la superación.

* * *

Cuando aparece Humo ya le habían avisado recibo a la autora de Poemas y a esa correspondencia pertenecen las siguientes apreciaciones que se incluyen en el reverso de la tapa de Humo:

“Sus poemas están sacudidos por relámpagos; el versículo juega a los remolinos como una pequeña hoja de sufrimiento. Da una de las notas más particulares a la nueva poesía”. (Juvenal Ortiz Saralegui)

Es dueña de una prosa lírica sorprendente, articulada, poemática, de una riqueza y complejidad profundas, creadora de un clima que roza el misterio y la irrealidad. En ella confluyen esas nieblas enigmáticas que crean el hechizo de Maeterlinck y Poe, con una

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delicadeza recóndita auténticamente suya. Es una gran prosista, una prosista excepcional, sin parentesco con ninguno de los nuestros”. (Dora Isella Rusell)

También en el reverso de la tapa de Humo aparecen estas palabras de Jean Aristeguieta, citadas por Conie Lobell: “Si fuéramos a buscar ligazones para estos poemas en prosa habría que lindar con los salmos de David, con los asombros de Safo”. (Prólogo, Visiones y poemas).

En Druida aparece una nota de Conie y un poema de Jean. Comienza así Conie: “En el mes de junio (cuando los duendes de la lluvia estremecen el aroma de la noche) nació Marosa di Giorgio Médicis, en Salto, Uruguay.” Y así comienza el poema de Jean: “Vaticinas, Marosa, el ángel de junio de tu nacimiento y la escarcha de la alucinación, cuando con tu voz lejana insistes en la soledad de los seres, en el silencio transfigurado de la nostalgia”.

* * *

Es impensable la obra de Marosa sin las fuertes presencias familiares. El padre y la madre, en primer lugar. Una periodista le plantea: “En Clavel y tenebrario tu padre aparece definitivamente santificado y tu madre, en cambio, es como si hubiera crecido hacia una definición más bien terrible” y Marosa contesta: Ella tiene una mirada profunda y vigilante. Era y es como un águila sobre Nidia y sobre mí. Y es una poetisa secreta. En la manera de vivir, de recordar. Puso en mi vida terror y ensueño. Cuando la evoco en los poemas le rindo un extraño y permanente homenaje. (AM)

Es del caso agregar que la madre, Clementina, tenía una hermana melliza, Josefina, que escribió dos pequeños libros de poemas. Uno con el marosiano nombre Sendas de cielo a los que amo. (Salto, S/f).

Acaso la unidad de toda la obra provenga de la atención a la intuición como determinante de sus textos. En su primer contacto con la escritura, descubrió para siempre, que le debía respeto religioso a su

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mundo interior: Todo empieza como un pequeño relámpago, una palabra que se adelanta, ornamentada; algo del pasado o del futuro que me cae en las manos. Hoy me desperté y hubo una palabra. No recuerdo cuál. Una palabra a partir de la cual nació un pequeño texto que tuve que escribir. Porque si no lo escribo se va. No vuelvo a recordarlo. (MEG)

El primer crítico de Marosa

La primera consideración crítica aparecida sobre Marosa corresponde a Julio Garet Mas, quien la incluyó en el último capítulo de su libro La cigarra de Eunomo (Montevideo, Numen, 1954. 142 pp.) La cigarra de Eunomo trata la obra de 34 poetas uruguayas, incluyendo abundante material de cada una de las autoras estudiadas.

La crítica literaria de mi padre, en particular la de este libro, se encuadra dentro de un estilo que cada vez me parece más oportuno y necesario y que T. S. Eliot llama “crítica con fervor”3.

No es poco incluir en una obra antológica nacional a una autora de nada más que aquel primer cuadernillo y haber destacado, a pocas semanas de ver publicado el segundo libro, algunos de los rasgos que se convertirían en tópicos de la crítica marosiana.

En su cuerpo central dice el artículo titulado Marosa di Giorgio Médicis:

“De imaginación, sueño y profundo latido humano está hecha la creación de Marosa di Giorgio Médicis, que, a momentos hace pensar en la del peruano José María Eguren, y en la de la dilectísima autora de Las puertas del secreto, sin que este hable de influencias; sólo dice semejanzas expresionales e íntimas. Porque sus recuerdos, sus intuiciones, sus éxtasis son enteramente suyos y traen un nuevo matiz que lleva su nombre; una forma inédita de sentir y soñar.

Mi poesía –si existe- es la sombra de aquel tiempo.

3 T. S. Eliot, Criticar al crítico, Madrid, Alianza editorial, 1967.

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¡Existe! Y cuán grato es celebrarla.Tan reveladoras como los Poemas, tan bellas y quizás más

bellas todavía, las Visiones. Este libro contiene emoción, maravillamiento, ternura; siendo de arte moderno, avanzado, ofrece una sensación de primitividad que encanta como unas manos amantes que despiden luz como el vuelo de las mariposas”. 4

Los pequeños grandes libros

Tres libros de Marosa aparecieron en Ediciones Lírica Hispana, de Caracas, -Poemas y visiones, Druida y Magnolia- editados por aquellas entusiastas de la poesía que eran las venezolanas Conie Lobell y Jean Aristeguieta. 5

El simpático formato (8 x 11.2 cms.) nacido sin duda de la voluntad de sus autoras de poder distribuirlo por vía postal en todos los países del idioma, permitió que tuviera una buena llegada a los poetas de América y que fuera reconocida por sus pares de otros países antes de tener lectores en su propio país. “edición limitada para los poetas”, dicen los ejemplares de Lírica Hispana.

En estos breves libros la autora, radicada en Salto y sin planes por el momento de alejarse, ostenta claridad y convicción reveladoras acerca de la familia literaria en la que nacía su obra. Son más que significativas las notas con que se presenta y que no volverá a incluir en la reedición de los libros en editoriales uruguayas: en Visiones y poemas incluye un Autoprólogo, en Druida, el prólogo Señales mías, indispensable para todo comentario que pretenda abarcar la relación del

4 ? La cigarra de Eunomo, Montevideo, Numen, 1954.

5 Lírica Hispana se inició en febrero de 1943 y apareció en forma regular hasta 1967. A partir de 1968, Jean Aristeguieta fundó una revista-libro de similar espíritu aunque de formato más convencional, que se llamó Árbol de fuego y en ella se publicó Gladiolos de luz de luna, en 1974.

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poeta con su obra, y en Magnolia, una Ficha. (Se incluyen estos textos en las páginas correspondientes al estudio de cada uno de los libros).

Druida y Magnolia pueden ser leídos, sin modificaciones, en las sucesivas ediciones de Los papeles salvajes. Pero la sección Visiones de Visiones y poemas no se volvió a editar. Marosa tenía muy poca preocupación por llevar cuenta precisa de su obra. Puede comprobarse que en la casi totalidad de las publicaciones críticas y diccionarios, con datos bibliográficos la mayoría de las veces aportados por ella misma, olvida Visiones y poemas de la misma manera que equivoca el año de su primer libro, que es 1953 y no 1954, como lo repitió siempre. Dijo la fecha correcta en el Autoprólogo, de Visiones y poemas y en Señales mías de Druida. Un manuscrito que enumera sus libros, con su letra titubeante de sus últimos meses restituye el reconocimiento a Visiones y poemas.

Los textos de Visiones postulan el mundo recién descubierto, lo delimitan y formulan. Da la sensación de que lo que vendrá está en ese pequeño conjunto de poemas. Un rasgo curioso de Visiones es que los poemas tienen título, aunque solamente en el índice, como para que no interrumpan la continuidad de la lectura. Son ocho textos titulados, toda una rareza en el contexto de su obra.

Marosa y las máscaras

Una fuerte tendencia a la representación compartió Marosa con su hermana Nidia y aún con su madre. Recordaba que hacían representaciones de personajes mitológicos. A mi me bastó una vez ver una película y ver una vez un circo para que la imaginación ya aceptara eso como el mundo propio...Entonces después de ver eso se abrió una zona, además de que lo de interpretar está en mí...me encantaría ser actriz...Y en la adolescencia con mi hermana, habíamos elegido eso, que no pudo ser...Entonces tuvimos que ser empleadas municipales. (RM)

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Un poema de La guerra de los huertos, recoge aquel clima: Y el pequeño filme se rueda otra vez, hacemos una

representación en la que mi madre es siempre la primera actriz usando peluca rubia y máscara de plata, y en la que yo, siempre, encarno al destino, a la muerte; salgo de cualquier lado, de un hueco de la tierra, de un ramo de manzanas. (Poema 32)

Y también La liebre de marzo 122: Fue cuando hicimos las comedias místicas, Isabel, Iris, Nidia y

yo. Y a cada uno de los que venían a vernos, se daba un cucurucho de arroz, margaritas –fritas-, o corales. Y ellos aplaudían rezando vagamente.

La escuela también favoreció la temprana vocación:

“Las maestras me daban las poesías de las actividades escolares y así seguí. En el liceo me comunicaba poco. Sigo siendo tímida pero hago lo que tengo que hacer porque sino no podría andar por el mundo. Además soy poeta y debo cumplir con mi destino.” (REE)

En 1954 escribió: Integro desde hace algunos años el conjunto teatral “Decir”. Esta precisión de fechas demuestra que su experiencia de la representación es anterior a la de publicación de un libro, lo que explica, de alguna manera, su predilección por los recitales escenificados.

El teatro es una de mis preferencias, y hubiera querido dedicarme por entero al teatro o al cine, pero eso era imposible en Salto. (RRP)

Se vinculó al Conjunto “Decir”, un grupo de teatro que Nydia Arenas formó en 1947 en el Liceo Nocturno de Salto. Nydia era una argentina que se radicó en Salto cuando contrajo enlace con Bernardo Silva y Rosas, ya nombrado por su sobrenombre, Varón. (El Conjunto Decir se presentó el 18 de mayo de 1947, con una clase práctica en el Ateneo de Salto. Se representó “Amores y amoríos”, fragmentos de “El genio alegre” y “Secreto de confesión” de Serafín y Joaquín Alvarez

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Quinteros. El 18 de octubre de 1947 se representaron: Las “Cosas” de Gómez, de Pedro Núñez Seca y Pedro Pérez Fernández y Los angelitos, de José Antonio Saldías.

El Conjunto Decir llegó casi al medio centenar de obras puestas en escena hasta la disolución del grupo, el 18 de mayo de 1972, exactamente a los veinticinco años de su creación.)

* * *

La lista de actuaciones de Marosa en el Conjunto Decir se formó con informaciones del archivo del teatro “Larrañaga” de Salto y de algunos programas conservados por amigos. Me animo a decir que es completa: 6

Obra: Mi querida RuthAutor: Norman KrasnaPersonaje: Edith WilkinsFecha: 20 / 8 / 1950

Obra: Un marido como hay pocosAutor: Manuel BarberaPersonaje: MercedesFuga: 31 / 5 / 1951

Obra: Tu vida y la míaAutor: Malena SandorPersonaje: MarthaFecha 21 / 9/ 1951

Obra: Fablilla del secreto bien guardado

6 Fue invalorable el apoyo de Myriam Albisu y de Estela Rodríguez

Lisasola en la exhumación de los programas. Así como la memoria de Nidia.

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Autor: Alejandro CasonaPersonaje: Leonela27 / 4 / 1952

Obra: Un marido como hay pocosAutor: Manuel BarberaPersonaje: MercedesFecha: 1 / 6 / 1952

Obra: Barranca abajoAutor: Florencio SánchezPersonaje: RudecindaFecha 9 / 11 / 1952

Obra: El sí de las niñasAutor: MoratínPersonaje: Doña IreneFecha: 10 / 5 / 1953

Obra: Las de BarrancoAutor: Gregorio de LaferrerePersonaje: PepaFecha: 14 / 11 / 1953

Obra: Nuestros hijosAutor: Florencio SánchezPersonaje: MercedesFecha: 19 / 6 / 1954

Obra: Tres maridos mucho amor y nada másAutor: Alcira Olivré

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Personaje: CelinaFecha: 16 / 5 / 1954

Obra: La malqueridaAutor: Jacinto BenaventePersonaje: La AcaciaFecha: 9 / 11 / 1954

Obra: La dama de las cameliasAutor: Alejandro DumasPersonaje: NaninaFecha: 25 / 8 / 1955

Obra: Fin de semana (La fiebre del heno)Autor: Noel CowardPersonaje: Clara Fecha: 5 y 6 / 11/ 1955

Obra: Somos dueños del mundoAutor: Alcira OlivéPersonaje: TriniFecha: 10 / 8 / 1957

Obra: El último hijo del solAutor: Carlos María PrincivalleRecitado de Marosa19 / 5 / 1957

Obra: El negrito del pastoreoAutor: Yamandú RodríguezInterpretación de Marosa10 / 10 / 1957

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La ronda de los cuervosCreación libre de Nydia S. ArenasPersonaje: Eleonora15 / 8 / 1959

Obra: Proceso de familiaAutor: Diego FabriPersonaje: NinaFecha: 15 / 8 / 1959

Obra: El PuenteAutor: Carlos GorostizaPersonaje: ElenaFecha: 25 / 8 / 1960

Obra: Catalina no me lloresAutor: Enrique SuárezPersonaje: CarlotaFecha: 30 / 7 / 1960

Obra: Esperando al zurdoAutor: Clitford OdetsPersonaje: EdnaFechas: 25, 26, 27 / 8 / 1961

Obra: Los maridos engañan de 7 a 9Autor: Ríos y OlivariFecha: 1961

Obra: ¡¡Oh, Carolina!! Autor: William Somerset MaughamPersonaje: LorandeFecha: 18 / 5/ 62

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Obra: Los prójimosAutor: Carlos GorostizaPersonaje: VecinaFecha: 18/12/68

No como actriz sino como “Apuntadora”, figura Marosa en el elenco de El Pasado de Florencio Sánchez, estrenado en el teatro Larrañaga, el 20 de septiembre de 1951.

Tengo en mis manos un programa de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, de Federico García Lorca, del 11 de julio de 1957. Otras obras del conjunto Decir -que no se conserva noticia de que hayan sido representadas en el teatro Larrañaga- son: El mundo quebrado y Las aceitunas.

En la ciudad de Tacuarembó, en el cine Gran Rex, el día martes 9 de noviembre de 1954 se representó La Malquerida de Jacinto Benavente. (Fue estreno en Tacuarembó, de acuerdo al programa que se conserva de la representación en Salto). En el reparto figuran, entre otros: Nydia Arenas como Raimunda, Marosa como La Acacia, y Nidia di Giorgio como La Milagros.

En el Salón de Actos del Instituto Politécnico Osimani y Llerena, se estrena Mano santa, de Florencio Sánchez, el 30 de junio de 1956. El mismo año Marosa es Asistente de Dirección de Espectros, de Ibsen, representada en el teatro Larrañaga, el 29 de noviembre.

En el Ateneo de Salto y como adhesión a los actos conmemorativos del Centenario de Salto, el conjunto Decir pone en escena, el 8 de junio de 1963 y a beneficio del Liceo Nocturno de Salto, la obra El mundo quebrado, de Gabriel Marcel. Marosa representó a Natacha.

El programa de Decir de Las aceitunas, de Lope de Rueda, indica que se hizo en el Museo Histórico de Salto (inauguración de su Teatro al aire libre), el 11 de agosto de 1963 y a Marosa correspondió el papel de Águeda. Esta obra se representó junto a otras igualmente

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breves: Balada de Atta Troll, de Alejandro Casona y Feliz viaje de Thornton Wilder. Estas últimas sin actuaciones de Marosa ni de Nidia.

* * *

Marosa declaraba su esperanza de encarnar algún día a Lady Macbeth. Creo que más que la personalidad de la heroína lo que la impulsaba era el deseo de un papel verdaderamente importante. No tuvo esa oportunidad. Los compañeros del Conjunto Decir, recuerdan que Marosa tenía condiciones para la comedia. Esta observación coincide con la actitud y el espíritu que tenía en los encuentros amistosos, donde hacía gala de un finísimo sentido del humor

* * *

El sentimiento de Marosa hacia Nydia Arenas era cercano a la veneración. Lo fundamentaba no sólo en su sentimiento personal, sino en lo que creía que Salto le debía a Nydia Arenas por su acción a favor del teatro.7

7 Queda señalada la importancia del conjunto Decir, aunque no hubiera llevado a escena más que las obras en las que intervino Marosa. En el total de años de su existencia, veinticinco, el conjunto Decir duplica ese número de obras. Se representaron Ida y vuelta de Mario Benedetti, El gorro de cascabeles, de Pirandello, Espectros, de Ibsen, y además Si el asesino fuera inocente, Catalina no me llores, El puente y Parrillada. No son obras de las cuales consten fechas de representación.

Una constancia periodística informa que: “El Curso de Arte escénico del Liceo Nocturno, que dirige la Prof. Nydia S. Arenas ha venido realizando a través de ocho temporadas de espectáculos una valiosa corriente favorable al teatro, como elemento vigente y reparador de la cultura popular.

Los antecedentes de esa proficua labor llegaron hasta el seno de la UNESCO, representada por el Instituto Internacional del Teatro, el que discernió a la Prof. Nydia S. Arenas, el Primer Premio Nacional que lleva el título de Bolsa “Carlos Brussa”, discernido por primera vez en la República”. (Salto, Tribuna Salteña, 12 de noviembre de 1954).

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Nydia Arenas murió en Montevideo, en 1992. Marosa y su hermana Nidia impulsaron la idea de traer las cenizas a Salto hecho que se concretaría el 24 de octubre de 1994. En un bar de calle Yaguarón, en Montevideo (Marosa cuenta esta instancia en artículo del diario La República del 27 de noviembre de 1994), escribí lo que se grabaría en la placa de bronce que se pondría en la tumba:

Nydia S. Arenas 1916-1992

Con pasión trabajó las máscaras, la luz y el movimiento

El Teatro de Salto

Marosa vino a Salto para asistir a esa instancia. Era a ella a quien le correspondía hablar, pero como en otras oportunidades, me pidió que me encargara también de su parte. Lo leído por mí en esa ocasión se reprodujo en el diario El Pueblo, de Salto, el 13 de noviembre de 1994.

La poesía en el escenario

El contacto con la actuación le inspiraría la realización de recitales poéticos. Sentía profundamente la armonía que podía darse entre el texto, la voz y los gestos, y sus recitales resultaban una experiencia maravillosa.

Aunque Nydia S. Arenas era nacida en Argentina, su actuación en Salto formando un grupo de notable vigencia, alcanza para integrarla, por derecho propio, a la historia del teatro uruguayo. Nydia Arenas no figura en el Diccionario del teatro uruguayo I- Autores y Directores. 1940 / 2000, de Jorge Pignataro y María Rosa Carvajal (Montevideo, Cal y Canto, 2001.)

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Son cosas diversas y emparentadas. Recitar es también una creación y una recreación. La poesía es escrita para ser recibida y esto puede suceder a través de un recitado. Me interpreto a mí misma con mucho gusto. (MM)

Nada más parecido a una ceremonia religiosa que aquellos recitales. Es que cada palabra recibía una atención preferente: La escritura es también una actuación, un continuo acto. El más profundo, la develación. Pero me gusta andar en perfomances, recitales, videos. Un poco sería como quitarse el velo de humo y que la faunesa antigua ruja a la vista. Pero aún así prosigue el velo de humo. (ROM)

En Montevideo no rehusaba participar en lecturas en los más variados lugares. Era frecuente su intervención en lecturas en boliches nocturnos, juveniles. Pero lo suyo terminaba en el recitado o en la lectura. Así como no le gustaban las reuniones grandes tampoco el diálogo con el público. “Cuando estuvo en España en 2003, no quiso el coloquio después de haber recitado: “a qué complicar las cosas”, cuenta Graciela Camino que respondió. (MS)

También recorrió escenarios compartiendo el protagonismo, con Miguel Ángel Campodónico y Amanda Berenguer, por ejemplo. Recitales de estos tres escritores se realizaron en el Teatro La Candela, en septiembre de 1982. El espectáculo se llamó "Lectura concertante". Juan José Iturriberry, el músico uruguayo que integra el núcleo de Música Nueva, hizo la música especialmente para la ocasión. A este espectáculo se refiere Marosa: El libro de poemas es para transitar, agotar –y nunca se agota-, en la paz y el silencio. Me parecen sí válidas, experiencias como las que estamos haciendo con la gran poeta Amanda Berenguer y quien me interpela. En el sagrado recinto de un teatro, el autor dice los suyo, como cree que debe ser dicho y bien acompañado por una línea de música. (MAC)

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Al año siguiente, Marosa y Miguel Ángel Campodónico realizaron un recital en el Teatro La Máscara con el guitarrista José Fernández Bardesio, "en vivo". 8

Marosa realizó performances junto a Roberto Echavarren, las que este último cree que se deben consignar son: en la Alliance Française "Pecarí labiado, una ópera popular", con música de Renée Pietrafesa y otra que se llamaba "Sur", en el teatro La Máscara, con Marino Rivero (bandoneón),  ambas entre 1984 y 1987.

* * *

8 Campodónico recuerda aquellas experiencias: “Prefiero seguir evocándote cierta noche en medio del escenario del teatro “La Candela”, incomparablemente tranquila antes de leer tus textos, mientras yo me preguntaba cómo podías mostrarte de ese modo, si yo estaba deseando que un apagón o cualquier otro accidente imprevisto me liberara de lo que a esa altura se había convertido en un sacrificio, esperar mi turno para ocupar tu lugar leyendo mis relatos. Y veo a Amanda Berenguer, tan intranquila como yo, paseándose entre bambalinas mientras esperaba su turno para dar un paso adelante y comenzar con sus poemas después que yo terminara. Lo mismo que sucedió en el teatro “La Máscara”, aunque aquella vez solamente estuvimos tú y yo, Amanda ya no quiso participar, quizás los nervios, esos que tú no conociste cuando te enfrentaste al público, le aconsejaron quedarse en su casa escribiendo. O leyendo. En silencio. En “La Máscara”, te paseaste de un lado al otro del escenario, ibas y venías, te acurrucabas en un rincón, dabas un paso al frente, luego te dirigías al fondo, regresabas amenazante y parecía que habías decidido bajar a la platea, y nunca te despegabas de tu lobo, compañero sumiso y fiero al mismo tiempo, que dirigía tus pasos mientras los espectadores los seguían hipnotizados. Y en silencio. Mujer y lobo, qué espectáculo. Y yo, en “La Máscara, como en “La Candela”, otra vez esperando el cataclismo que me salvara de ocupar tu lugar.

(¿Acaso las palabras no matan las palabras? Leído en la Biblioteca Nacional, el martes 16 de agosto de 2005, en ocasión de las jornadas en recuerdo de Marosa di Giorgio. Texto inédito).

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En Francia, cuando estuvo becada en la Casa del escritor extranjero, en Saint Nazaire, participó en un film y en un video. En el teatro “La Máscara”, de Montevideo, creó el recital llamado originariamente “El Lobo” y después “Diadema”, que llevaría a los más diversos escenarios de Uruguay y de América.

Se me ocurrió cambiarle de nombre. La palabra “diadema” está dentro del recital, pero además es una guía de poemas extraída de distintos libros. Por lo tanto no deja de ser una diadema. (JLG)

Sobre Diadema culmina su valoración Guillermo Piro: “Porque Marosa di Giorgio, como el sol, nos obliga a cerrar los ojos. La verdad ciega” (Dossier Diario de Poesía) y Mirta Rosenberg: “Nunca escuché a Marosa di Giorgio en vivo, nunca la vi, y, si bien la leí y me habían llegado comentarios (siempre exaltados) de su interpretación oral de los poemas, la grabación del recital Diadema resultó para mí casi una sorpresa. Quiero decir que en cierto sentido alteró y enriqueció la lectura silenciosa que había hecho de sus libros: los cambios de voz, la entonación, el retintín entre oracular, irónico-pavoroso y de encantamiento que cobran sus versos dichos por ella misma eliminaron de mi cabeza todo atisbo de asociación que pudiera haber establecido entre su obra y casi cualquier otra tendencia de este siglo.” (Dossier Diario de Poesía).

Eduardo Casanova dirigió en 1988 el cortometraje inspirado en el poema El Lobo (producción de C.E.M.A. de filmografía de videos.) Fue filmado en el balneario “Las Brujas”, en una granja de Melilla, en la puerta del antiguo Sorocabana y frente al Palacio Santos.

Me gusta leer, recitar. Sólo el poeta sabe qué color dar a cada palabra. Hice presentaciones en diversos países y fui muy bien recepcionada. En La falena me pinto como “la recitatriz” que interpreta delante de un rosal, y a la que se le ve un solo pie, con las uñas rojas. Amo el teatro, eso es. (EE)

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La amante del teatro ha encontrado, felizmente, fervorosas cultoras de su poesía en el escenario. Así Graciela Camino que puso en escena en “El excéntrico de la 18”, en Villa Crespo, Buenos Aires la obra Lumínile, basada en textos de Marosa. Las actrices que, según el programa, fueron “las cuerpas que alojan y despliegan la palabra alta de Marosa”, se llaman: Woszezenczuk, Pagura y Pérez Laglayze. Graciela Camino declaró: “Quería hacerle un homenaje, una especie de agradecimiento por haberme encontrado con esta obra milagrosa, que es como una epifanía. Hay muchas altas poetas, pero ella tiene algo que te saca de este mundo. Hasta el sufrimiento y la muerte –que Marosa no deja de lado- tienen otro tratamiento” (MS)

* * *

Fue una habitué del cine, tanto en su etapa salteña –cinco grandes salas había en ese entonces en Salto-, como montevideana. Percibía una decadencia que muchos amantes del Séptimo Arte reconocen. En 1997 opinó: El cine se está viniendo abajo. Recuerdo “Acorazado Potemkin” y “Trono de Sangre.” (FN)

Sentía el encanto del cine, identificándose con personajes y situaciones. En Camino de las pedrerías 30, nombra a Jean Harlow, como una actriz de referencia.

De niña no iba al cine. Cuando lo conocí vi que era otra de mis salas, de mis alas. Quisiera trabajar en él, vivir en él. Me fascina. Y me espanta: ese blanco y negro podría quitar la vida. (AM)

Era un acontecimiento. Vivíamos lejos y todo cobraba una dimensión mayor o su verdadera dimensión. Ahora la técnica avanzó, llegó a su máximo y la calidad bajó. Así que actualmente acudo al cine de una manera errática, azarosa y salgo casi siempre desconforme. No me gusta contar películas ni que las cuenten: la imagen es intraducible.

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“Admiraba a directores como Sergei Eisenstein, Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Federico Fellini y Michelángelo Antonioni. Piensa que el cine debió seguir en blanco y negro”. (MM)

Tuvo una fugaz aparición en la película Montevideo Proust, junto a Manuel Espínola Gómez, dirigida por Hermes Millán. Pero esto no colmaba lo que había soñado cuando quiso ser artista de cine. Su tristeza por el poco éxito de la película era realmente muy significativa. A los pocos días del estreno ya no quiso volver a hablar de ella.

La bendición de la amistad

No recuerdo el año en que conocí a Marosa, allá por 1966 o 67. Pero no sería sino hasta enero de 1974 que comenzamos a vernos con frecuencia, cuando después de mi pasaje por la Facultad de Humanidades y Ciencias, volví a radicarme en Salto y empecé a trabajar en el liceo “Osimani y Llerena”. Las reuniones en casa de Walter Peralta y de Artigas Milans Martínez eran la cita casi semanal que nos reunía para compartir vinos y lecturas.

Es imposible aquilatar todo lo que debe la mutua simpatía inicial nuestra, a la ya consolidada amistad de Marosa con mi padre. Se veían poco y como cada cual andaba en lo suyo, se escribían cartas viviendo en la misma ciudad.

Cuando a fines de 1974 Marosa me pidió que presentara su libro Gladiolos de luz de luna, la amistad entre nosotros era una planta de raíces vigorosas. El acto se hizo en la Alianza Francesa de Salto, el miércoles 7 de agosto y fue la primera vez que estuvimos juntos en un escenario. Se había preparado una mesa con mantel blanco y un pequeño ramo de flores. En el momento de mirarla me di cuenta que para intentar vencer los nervios que me estaban asaltando tendría que hablar de pie, como me había acostumbrado a dar mis clases en el liceo. Cuando se lo dije Marosa me respondió: yo leo sentada.

Debe de haber sido en aquel acto en la Alianza que por primera vez quedó de manifiesto una diferencia que nunca lograríamos allanar.

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A mi me gustaba y me gusta llegar puntual a todos lados y eso para ella era casi pecaminoso. Aquella noche hicimos tiempo dando vueltas interminablemente hasta lograr llegar media hora tarde.

* * *

Artigas Milans Martínez era un entusiasta de hacer reuniones en su casa, de las más hospitalarias que he conocido. Artigas incitado por Marosa. Hoy parece un sueño recordar cómo la poesía se adueñaba verdaderamente de aquellas reuniones. Y eso ya desde la convocatoria. Conservo uno de los comunicados que Marosa deslizó por debajo de mi puerta:

Leonardo: dice Artigas que el sábado ofrece una gran ensalada (de ratones y hierbas mágicas), como despedida (un poco anticipada) del año. Druida.

La nota está escrita en el reverso de un certificado del Registro Civil, Libro de Nacimientos. A las convocatorias concurríamos Walter Peralta, Beatriz Siffredo (y la hija ambos, Martha, que muy joven se fue a vivir a Buenos Aires), Carlos García, Horacio Rosete y Edith, Osvaldo Paz y Miriam, Marosa, María Cristina Reyes y yo.

La firma “Druida”, con que a veces firmaba también sus cartas, confirma la identificación de Marosa con el mundo mágico de los celtas y que el título del libro no fue algo circunstancial. Se sentía orgullosa de que ese nombre tuviera aceptación entre sus amigos: “Dans ma ville natale, mes amis m’ appelaient la Druidesse. Ce mot est une flèche que j’ ai reçue, enfant, un dévoilement. J’ai officié et j’ officie toujours.” (BB) 9

* * *

9 En mi ciudad natal mis amigos me llamaban la “Druidesa. Esta palabra es una flecha que recibí de niña, un descubrimiento. Yo oficié y oficio siempre. Como una sacerdotisa, como una poetisa al pie del árbol de los druidas. Soy solamente eso. Una habitante. Del roble” (BB) Trad. Flor Izarrualde de Duvós.

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Desde el día de Gladiolos de luz de luna nos reunieron además de las mesas de café y las casas de amigos, las actividades literarias comunes.

Marosa junto a Napoleón Baccino presentó mis libros Palabra sobre palabra, en la librería “Linardi y Risso”, de Montevideo, en 1991, y después Las hojas de par en par junto a Miguel Ángel Campodónico, en el Instituto Anglo de Salto, en 1999. Yo presentaría otro libro suyo, Camino de las pedrerías, en el Ateneo de Salto, el 10 de setiembre de 1997. Juntos asistimos a escuelas y liceos de Salto, para muy informales diálogos y lecturas con los estudiantes. Pero la actividad literaria que con más frecuencia nos reunió fue la lectura de poesía, en varias oportunidades en Salto, pero también en Paysandú, Artigas y Montevideo. Las dos últimas en Salto fueron en el Ateneo, el 14 de octubre de 1998 y el 30 de mayo de 2002. Siempre con aquella diferencia en la puntualidad, que de una tortura pasó a ser para mí una rutina asumida con humor.

* * *

No había oportunidad en que no me preguntara por Cristina, mi esposa y por Aline, nuestra hija. Aline fue el nombre plural de las Empleadas que tenían alas minúsculas cerca del hombro, en Los ojos del gato eran celestes como vidrio y alhelí, como oculta guiñada. Y recordando, ciertamente, los detalles de su estudio y de su vida, con el interés que ponía en sus propias cosas. Con similar entusiasmo me contaba de su sobrina Jazmín.

Cultivábamos actividades comunes. La amistad era un árbol bajo el cual nos sentábamos para disfrutar de la vida y también para protegernos mutuamente de sus variadas inclemencias.

Cuando estaba con Marosa tenía la sensación de estar ante alguien que entendía tanto las preocupaciones pequeñas y materiales, como las espirituales y metafísicas más complejas. Podíamos estar en silencio y la comunicación se establecía igual en forma intensa. Puedo

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decir, en homenaje a la verdad, que llegué a no tener secretos con Marosa. Y eso es bastante más de lo que se le pide a una buena amistad.

El mundo del trabajo

La publicitada imagen de Marosa siempre sentada en un café, puede ser engañosa. Marosa cumplió sus años de trabajo hasta jubilarse en un no muy creativo puesto de funcionaria de la Intendencia Municipal de Salto. Había ingresado en 1962 por concurso, tal como lo había establecido el Arq. Armando I. Barbieri, entonces Intendente de Salto. La primera en ingresar de esa manera a la Intendencia Municipal de Salto, fue precisamente su hermana Nidia, en 1957. Marosa dio el concurso y sacó la máxima nota en la parte escrita. Cuando la buscaron para dar el oral, la encontraron sentada en la plaza frente a la Intendencia, creyendo que había perdido. Trabajó en la sección Registro Civil desde 1959, hasta 1978.

* * *

Le solicité a Luz Mariel Salhá, quien fuera compañera en la Intendencia, un testimonio de Marosa en el trabajo. En la respuesta que me acercó por escrito, se aprecia ese afecto natural que suscitaba Marosa, lo mismo que alguna curiosidad que va a sorprender a sus editores, que recibían los originales manuscritos:

“Ingresó a la Intendencia Municipal de Salto el día 12 de julio de 1962, por concurso.

Cumplió sus actividades en la Oficina de Registro Civil durante todo el período hasta la fecha de pedir su traslado a Montevideo, el día 28 de febrero de 1978. Se desempeñó en Comisión en la Intendencia Municipal de Montevideo.

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Era una dactilógrafa muy veloz, aunque no escribía al tacto, sino que lo hacía sólo con tres dedos.” 10

La costumbre de Marosa de no hacer sino manuscritos de su obra, la corrobora Moira Soto refiriéndose a las ediciones en Buenos Aires. “Según cuenta Edgardo Russo, que hizo la edición de toda la obra, tipeó lo que Marosa escribía con letra prolija de niña, ella apenas corregía”. (MS)

* * *

También trabajó en el diario Tribuna Salteña. Nidia era la encargada de “Sociales y Culturales” de ese diario y cuando ingresó a la Intendencia de Salto, abandonó el puesto en el diario, que ocupó Marosa. Alrededor de cinco años se mantuvo en este trabajo. Las fiestas grandes me daban miedo, confesaría. Me refirió el fotógrafo que cubría los casamientos y cumpleaños de quince junto con ella, que al principio, iba a las fiestas, pero que después él iba, sacaba la foto y le contaba los nombres de los que daban la fiesta y de algunos invitados. Marosa hacía la crónica. Nunca hubo una queja por lo que decía.

Pero parece una cruel ironía esta obligación de contemplar ceremonias y más ceremonias, con frecuencia más de una semanalmente, justamente para quien no llegaría a ser nunca protagonista de una similar.

Lo que recuerdo es una sucesión de novias. Si no quería ir a la recepción tenía al menos que asistir a la ceremonia religiosa. Eso era muy bello, tenía algo de fantástico. Ver a esas niñas con esos atuendos nevados, con esas diademas. Eran como seres de otro mundo avanzando hacia el altar. Era muy emocionante, muy poético. (RRP)

10 El texto completo de esta nota aparece en el Tomo 11 de la Colección de Escritores Salteños, que contiene el libro Pasajes de un memorial al abuelo toscano Eugenio Médici.

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Cuando se mudó a Montevideo consiguió un traslado especial, como no se estila de intendencia a intendencia y se hizo cargo de una especie de cátedra de recitales poéticos en las bibliotecas municipales. Las más de las veces llegaba a hacer la lectura y ni los empleados de la biblioteca sabían que estaba previsto un acto. Ella leía, aunque fuera sólo para algunos ocasionales y sorprendidos visitantes de la biblioteca y los propios dos o tres funcionarios. Era la cíclica conferencia de Baudelaire en Bélgica, ante un teatro con tres espectadores y el poeta de Las flores del mal saludando con tres solemnes inclinaciones de cabeza, a una platea definitivamente vacía.

El descubrimiento de Montevideoy el descubrimiento de Marosa

La repercusión de Marosa en Montevideo no sobreviene como consecuencia de su radicación en esa ciudad. En 1959 asiste en Pirlápolis, por primera vez, al Congreso de escritores americanos. Y desde entonces faltará sólo en una oportunidad a los encuentros anuales que se hicieron hasta 1970. En 1963 realiza su primer lectura de poemas en Montevideo. Fue en el Ateneo, el 19 de julio, presentada por Carlos M. Rama. Sin exageración puede decirse que desde entonces sobrevinieron innumerables lecturas y recitales. Quizás, tomando en cuenta su trayectoria, haya sido entre los uruguayos quien más importancia le dio a la divulgación oral de su poesía.

Se radicó en Montevideo en 1978. Su hermana Nidia ya lo estaba desde 1964. Montevideo la recibió como suya. El Club del Grabado de Montevideo, editó ese mismo año, su almanaque anual con ilustraciones de textos tomados de Historial de las violetas. Su integración a la ciudad puede aquilatarse porque desde el primer día se integró a todas las manifestaciones. Colaboró con las publicaciones que

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en forma a veces humilde y otras clandestinas, trataban de lanzar señales, en medio del silenciamiento general impuesto por la dictadura, de que la poesía sobrevivía.

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Recordando su desgarramiento al alejarse del campo razona:El traslado a Montevideo también tuvo su melancolía; me iba

aún más lejos del jardín en llamas. Desaparecí una noche, sin decir nada (lo que quedaba de mi familia ya estaba en Montevideo). En las manos una canastilla, con algunas cosas que quería mucho. (ROM)

El nombre de Marosa se impuso con naturalidad entre los conocedores de poesía. El crítico literario Napoleón Baccino, desde las páginas de El País, elige a Clavel y tenebrario como el mejor libro de poesía de la década.

Marosa y su madre vivieron en principio en el “Petit Hotel” (Uruguay y Yaguarón) y después de su cierre pasaron al “Hotel Americano”, en 18 de Julio 1212. Alquilaron luego en calle Gaboto 1852, el apartamento 6, en el mismo edificio y piso que Nidia.

Clementina Médici falleció el 10 de febrero de 1990. A partir de ese día Marosa vivió sola en Montevideo; sucesivamente en calle Uruguay 1292 (1993-1999) y en calle Colonia 1326, ap. 301, desde 1999. Las últimas semanas en casa de su hermana Nidia.

* * *

Regularmente Marosa me fundamentaba la conveniencia de la radicación en Montevideo. Y yo siempre le decía que cuando me jubilara, que tenía muchas cosas que hacer en Salto.

Montevideo es mi elemento. Ya, ahora, no podría vivir en otro lado. Praga es para visitarla y algún día iremos. Madrid...España puede ser. Me gustaría saber lo que es vivir en España.

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Estas palabras me las dijo repetidamente las últimas veces que nos encontramos.

La compenetración de Marosa con Montevideo debe reconocerse que fue total. Tanto que en Salto declaró: En Montevideo, donde hace ya tantos años que vivo, me sentí siempre como en casa, tanto que cuando alguien me dice “salteña” me sorprendo un poco. No sé, estoy absolutamente convencida de que nací en Montevideo, también. Tengo dos lugares, entonces. O tres, Italia sería el otro. (JLB2)

La conquista del reconocimiento

El primero y el tercero fueron libros de ediciones de autor, el segundo y el cuarto aparecieron en Venezuela y el quinto, Historial de las violetas (1965) se publicó en Aquí poesía de Ruben Yacosky, que fue el primer sello editorial que la respaldó en Uruguay. Pasaron seis años y editorial Arca publicó Los papeles salvajes, recopilación de su obra, iniciando una divulgación amplia, favorecida porque en esos años se vivió una época favorable para las editoriales uruguayas y americanas. La repercusión y el nombre de Marosa no cesaron de crecer de forma segura. Y estaba, todavía, a varios años de radicarse en Montevideo. Triunfó cuando vivía en Salto, lejos de las grandes vidrieras.

Y esa multiplicación de sus ediciones sin duda fue una de sus alegrías, porque:

Un autor no leído no tiene sentido. No voy a buscar nunca la popularidad masiva, ni me voy a desvivir por eso, pero quiero que ese barco, que esa nave que eché a andar, marche, camine. Y pasa una cosa muy rara también. Hay gente de poco cultivo a la que le interesa

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mi literatura. Será porque lo cotidiano está presente, la gente se encuentra con lo que vio, con lo que ve todos los días... (RM)

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El mundo editorial y la crítica de Montevideo acogieron a Marosa con unánime aprobación, aunque las editoriales no acompañarían el reconocimiento con una retribución económica y la dádiva de algunos ejemplares fue todo lo que obtuvo. Lo comentábamos siempre. En 1997, cuando la edita una editorial extranjera, por primera vez firma un contrato y recibe un pago por adelantado. Desde Los papeles salvajes, Marosa era muy leída en nuestro país, por lo que se puede probar, una vez más, que el profesionalismo de un escritor de ficción que respalde sus ventas exclusivamente en la calidad literaria, es nada más que una utopía en Uruguay.

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Figura en innumerables antologías. En 1966 Ángel Rama la incluye en Cien años de raros (“una de las revelaciones poéticas, recientes, insólitas”) y en 1967 Alejandro Paternain en la suya, Treinta años de poesía uruguaya.

Desde entonces se puede decir que en todas las uruguayas y cada vez con mayor frecuencia y representatividad en las más exigentes de la literatura de habla española, no deja de aparecer, siempre con presentaciones que destacan la singularidad de su obra. Fue incluida en antologías tales como las de las editoriales Planeta, (Seix Barral) y Medusario (Fondo de Cultura Económica, México), y en el Diccionario Literario de Editorial Alianza, de Madrid.

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Naturalmente, el reconocimiento no fue unánime y por eso puede ser importante que la Bibliografía sobre Marosa y la constancia de las antologías en que figura, siguieran un orden cronológico. Se puede recordar que Sarah Bollo no la incluye en su libro de referencia sobre la literatura uruguaya “desde los orígenes al presente”,11 tampoco Domingo Luis Bordoli en su antología de la poesía uruguaya contemporánea 12 y Jorge Medina Vidal no la nombra en su estudio sobre poesía uruguaya en el siglo XX. 13

En estos tres casos parece simple inadvertencia para determinados registros, porque la obra de Marosa ya se había divulgado en Uruguay y había merecido reconocimientos; y resultaba imposible de obviar. Emir Rodríguez Monegal no escribió una obra en que fuera insoslayable nombrarla, pero tampoco lo hace en forma siquiera “ocasional”, en ningún artículo. Mario Benedetti no encontró ningún poema de amor de Marosa digno de figurar en una antología hispanoamericana, en la que incluye dieciséis autores uruguayos. 14

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En 1960 se inicia la larga serie de importantes reconocimientos cuando gana el Premio del Ministerio de Instrucción Pública en poesía édita, con Magnolia.

11 Literatura uruguaya, 1807-1965, Montevideo, Orfeo, 1965;

12 Montevideo, Publicaciones de la Universidad de la República, 1966.

13 Visión de la poesía uruguaya del siglo XX, Montevideo, Diaco, Colección estudio, 1969.

14 ? Poemas de amor hispanoamericanos Montevideo, Cal y Canto, 1996. Primera edición, La Habana, Instituto del Libro, 1969

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En 1979 se le solicitan datos para incluirla en el Diccionario de la editorial Planeta. En 1980 recibe el Primer Premio del Ministerio de Educación y Cultura y en 1981 el Premio de la Intendencia Municipal de Montevideo. En 1981, en colaboración con Claudio Ross, realiza una antología de la poesía de Concepción Silva Bélinson y aparece un extenso reportaje de Ramón Mérica en el diario El Día, de Montevideo y en Buenos Aires, una plaqueta con diecisiete poemas inéditos.

Durante algunos años Marosa se presenta a Concursos y se suceden los Premios en los de la Intendencia Municipal de Montevideo: Poemas, 1er. Premio Poesía Inédita (1981); Poemas 2do. Premio Poesía Inédita (1985); Mesa de Esmeralda, 2do. Premio Poesía Edita (1985); Poemas, 1er. Premio Poesía Inédita (1987).

* * *

1982 es el año inicial de los reconocimientos internacionales: la Asociación de Estudios de la literatura en lenguas romances “Francesco Petrarca Asociación “Petrarca”, con sede en Fontaine de Vancluse, Francia, le otorgó el premio “La flor de Laura”. No pudo asistir a la entrega del premio –que no incluía el pasaje-. (Constancia deja de ello Miguel Ángel Campodónico en una nota-reportaje del 7 de enero de 1982. Ver bibliografía.)

En 1982 la B’nai B’rith de Uruguay le otorga el premio “Fraternidad”, en el año en que se instituyó, consistente en un viaje a Israel y a un país de Europa a elección. Marosa eligió Italia. Es imaginable el impacto que le produjo el descubrimiento de la ciudad de Jerusalén. 15

El crítico Wilfredo Penco realiza para el semanario El Correo (30 de abril de 1982) una Antología consultada de la poesía uruguaya y Marosa ocupa uno de los primeros lugares.

15 En el libro Pasajes de un memorial al abuelo tocano Eugenio Medici, (Colección Escritores Salteños, Tomo 11) se incluye una crónica de su visita en 1983.

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En 1983 es tema de estudio en la Universidad de Nueva York, en la cátedra de Roberto Echavarren.

En 1987 le fue otorgada la beca “Fulbrigth” por la que recorrió varias ciudades de Estados Unidos, brindando recitales.

La conquista del público argentino se inició con recitales anuales al comienzo de la década del 90, en la Sala Ricardo Rojas, en la Universidad de Buenos Aires. En el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI), presentó Los papeles salvajes.

En 1992 recibió una beca en la Casa del Escritor Extranjero, otorgada en Francia por la Alcaldía de Saint Nazaire. Resultado de esa estadía es la publicación de una traducción al francés de su obra Misales, realizada por Gabriel Saad.

En 1993 fue invitada al congreso de Escritores de la Universidad Estatal de Río de Janeiro. Asiste junto a Miguel Ángel Campodónico y Álvaro Miranda.

En 1994 asistió al Festival Latinoamericano de Poesía, realizado en Rosario, R. A. (Este festival se comenzó en 1993 y desde entonces no ha cesado de consolidarse). En 1994 hubo participación de poetas de varios países de América y de España y se realizó los días 14, 15, 16 y 17 de septiembre. A Marosa se la distinguió para cerrar las actividades del jueves 16, con un recital personal. Lo hizo con el título “Diadema”.

En julio de 1995, Diario de poesía, de Buenos Aires, le dedicó un importante Dossier, que afirmaría su repercusión en la República Argentina.

En 1997 recibió el premio Morosoli a la poesía. En 1999 recitales en Asunción del Paraguay. En 2001 y en Montevideo, el premio Bartolomé Hidalgo, de la

prensa. En 2001 recibió el Primer Premio del Festival Latinoamericano de Poesía, de Medellín.

Una de las convocatorias más importantes para los escritores de habla castellana es el Concurso “Poesía de Medellín”, con un jurado internacional y participación de poetas de todos los países.

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Concurrieron en el 2001, como ocurre en todas las ediciones y de acuerdo al prestigio de este concurso, numerosísimos libros, resultando adjudicado el único premio a Marosa por su obra Los Papeles salvajes.

No es arriesgado decir que los premios mayores eran, sin duda, el cálido afecto y reconocimiento. Un poema de Amanda Berenguer fechado en abril-mayo del 1995 que pertenece al libro inédito Los poetas, es el mejor ejemplo de ese ambiente general, en el que Marosa era un nombre con vida propia:

Esa voz de marosa 

¡marosa!, clamaban, ¡marosa! ¿dónde estás?  Por aquí, decían. Por allá, //sobre las casas, las terrazas,sobre los techos de espuma y de jacinto. Luego decían,no, por aquí, en el placard orlado de terciopelocomo un estuche de Bizancio, ¿dónde estás?¿estás ahí? Estaban seguros, llamaban: ¡marosa!y abrían las cajas con secreto, y los párpados irizadosdel espejo, las diminutas venas de las lapiceras,y abrían hasta las ranuras de nácar del Gran Libroy volvían a llamar: ¡marosa!, ¡marosa!, ¿dónde estás?por aquí, buscaban inquietos los mayores y los niños,por aquí, frío, frío, tibio, frío, más ahí, detrás, entre los brazos del candelabro, sí, por ahí, sí,debajo de las uvas, tibio, tibio, ¿dónde?¿dónde?se oía una voz incitante, un Elfo aéreo, envolvente,que se iba y venía y merodeaba, parecido casi al rumordel viento entre las hojas de un bosque sombrío.  Por ahí,

dijeron los //elegidos,por aquel lado del mundo, y todos, alucinados, se pusieron a escuchar.

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 * * *

Los viajes son, en el caso de Marosa, algo así como el índice de los reconocimientos logrados.

Fue el Primer Premio Fraternidad que otorga la B’nai B’rith del Uruguay y usufructuándolo en 1982, conoció Ámsterdam, Italia y las principales ciudades de Israel. En los años siguientes visitó Chile auspiciada por la embajada uruguaya en ese país y fue invitada a México, Colombia, ciudades argentinas, brasileras y de Estados Unidos. Estuvo viviendo en Saint-Nazaire, invitada en la Casa del Escritor Extranjero, en 1993.

* * *

Recibió una pensión graciable que sería determinante de su relativa tranquilidad en los últimos años. Es una pensión respaldada por nuestras leyes en la que se reconoce una trayectoria destacada, sea en las artes o en las ciencias. Me fue concedida hace unos años por el presidente Sanguinetti y todo el Parlamento. (MM)

* * *

No es arriesgado decir que Marosa murió cuando estaba en el apogeo de su reconocimiento. Y cuando a pesar de lo que le gustaba viajar, tenía que rechazar invitaciones porque se le superponían las fechas.

La familia

La integración de Marosa con su familia puede llamar la atención a quienes la veían tanto tiempo en un café. Así como se desprende de su obra la veneración por sus padres y abuelos, pocas

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personas cultivaron –es el término exacto-, tanto y tan profundamente su vinculación con todos los familiares de su edad y de la siguiente generación: hermana, sobrina, primos. La mesa del café había sustituido el living de su casa. Estando en el café quedaba expuesta a las visitas, como si viviera en una casa sin paredes. El que deseaba se sentaba a su mesa, a veces hasta sin pedir permiso. Y, acto continuo, ya se sentía con documentos para proclamarse su amigo. Pero la hora de encontrarse con Nidia era sagrada. También puedo decir que era mutuo el afecto que le profesaban sus familiares. Nidia y su hija Jazmín son las fieles custodios de la memoria y obra de Marosa.

Cuenta Jazmín que desde chica la conoció siempre como "Tía Búho": “Parece que ya en su casa, entre ellas se llamaban por sobrenombres, Marosa era el búho, por la sabiduría, mamá el irará y mi tía Poupeé era el chajá. Yo la asocio a la tía Búho con todos los momentos importantes de mi vida. Cuando nací, vino especialmente de Salto. Y cada domingo, fiestas de fin de año, nacimiento de mis hijas, cumpleaños, mío, de Gabriel y de las niñas, la tenía a mi lado. Pero si tuviera que elegir una fecha, sería mi casamiento, ya que ella concurrió, bailó y se encontraba feliz porque siempre tuvo una afinidad especial con Gabriel y estaba contenta de que nos casáramos.”

Un buen índice para señalar su relación con la familia es el hecho de haber compartido “todos sus premios (los que fueron en dinero), con mamá y conmigo” -rememora Jazmín y al momento recuerda otro regalo, de significado muy distinto: “Me regaló cuando era chica un gato naranja. Ese gato tenía unos ojos verdes rodeados de algo dorado, lo que le hacía tener unos ojitos muy luminosos. Todos los domingos, cuando ella venía a almorzar a casa, era tema de conversación conmigo, ya que me decía que se lo llevaría y allí hablábamos largo rato, cada una dando sus razones por lo cual debía irse o quedarse en mi poder el gato. Aún lo tengo.” Pero el relato de Jazmín tiene un final invalorable: “De lo último que habló la tía fue del gato naranja. La noche anterior a que falleciera, mamá me llamó porque

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no la veía bien y me dijo que llamaría al médico. Fui a su casa y el médico nos informó que eran los últimos momentos, que la inquietud que sentía lo manifestaba. Me senté en su cama y me quedé mirándola. Entonces abrió sus ojos y me preguntó cómo era el gato. Yo, en primer momento, le pregunté qué gato, ya que no sabía si se refería a la gata de mamá, o al gato Garfield, ya que le había contado unos días antes que mis hijas lo habían visto en una película, un gato haragán y comilón. Ella dijo, “sí, ése”. Cada dos o tres minutos abría sus ojos y me decía, "el gato, cómo es el gato?" Entonces cuando se despertaba y me preguntaba por el gato, yo le contaba que era naranja, peludo, gordo, que parecía muy suavecito. Ella se volvía a dormir tranquila, ésto se repitió varias veces hasta que no volvió a despertar. Yo me pasé a un sillón a pasar la noche y a la mañana, la tía no despertó.” 16

Nidia tiene también una versión muy personal que ha querido que no falte en este libro. Estaban ella y Jazmín en la habitación donde Marosa vivía los que serían sus últimos momentos. Nidia oyó “Vení conmigo, conmigo, vení con mamá, ¡con mamá!”. Nadie más había en el cuarto y cuando le preguntó a Jazmín qué le parecían esas voces, ella le contestó que no oía nada. No se movían los labios de Marosa y Nidia siguió oyendo una voz como la de su madre repetir lo mismo, hasta que sobrevino el silencio y constataron la muerte de Marosa.

Para Nidia era y es imposible evadirse del magnetismo profundo de la hermana: "Siempre permanecí bajo sus alas angelicales y el aura de divinidad. Ahora...igual", fue su respuesta cuando le pregunté quién era Marosa.

El mundo en la casa

16 Testimonio de Jazmín Lacoste di Giorgio. Octubre de 2005.

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Antes de ver a Marosa entrar en el café, quiero poner en primer plano su vida en la intimidad de su casa, recogida, silenciosa, que fue la matriz y la irrenunciable fuente de su obra. Le gustaba pasar largas horas acostada, leyendo, o simplemente pensando. Su día -me refiero a los años en que ya no cumplía funciones en la Intendencia y vivía en Montevideo-, no se iniciaba temprano sino a media mañana y a veces un poco más.

Fue como María Eugenia Vaz Ferreira, aunque de modo muy diverso, una enamorada del amor. La soledad no llegó a ser su tema como para la autora de La isla de los cánticos –aunque aleteaba agazapada-, porque pudo poblarla con los entes de su fantasía vestidos de recuerdos y de radiantes ensoñaciones. Por otra parte, sus familiares y un riquísimo abanico de amigos correspondieron siempre a su afecto que se volcaba como una copa de sol rebosante.

* * *

Los animales, que en su obra cumplen “funciones” tan diferentes a las que les indica su ubicación en la escala zoológica, eran para Marosa seres sagrados. Todos los animales. Recuerdo la desilusión y la rabia con que reaccionó cuando le comenté que tenía ratones. “-Y qué hiciste”, me preguntó. Les puse veneno, contesté. “Sos como todos”, me dijo entrando en uno de sus largos mutismos de reprobación. Ante la suerte de los animales -los caballos que veíamos a cada momento tirando los carros de los hurgadores- reaccionaba con una mezcla de piedad y rabia.

* * *

Lo primero en la mañana era rezar. Si bien no era de concurrir a la iglesia había en Marosa una profunda y convencida católica, que jamás cuestionó su fe, ni la sintió contrapuesta a ninguna de sus expresiones poéticas. En ambiente cristiano nació y se educó y el problema de la existencia lo plantearía dentro de esos parámetros. Los

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ángeles y santos que revolotean por el jardín y la chacra, lo mismo que Dios como un personaje, no alteran para nada el dogma de su creencia.

Soy de Dios y de sus ángeles. Eso me advirtieron y lo acato. Quisiera entrar en la teología, indagar dentro de lo posible, esa tela, esa trama, ese tejido llamado Dios. Esa cosa evasiva y alucinante. De qué está hecho Dios. Saber algo sobre Eso. Y estoy en la Iglesia Católica desde siempre. En el jardín de esa iglesia. En algún punto del mismo, mi hermana Nidia y yo seguimos con vestido blanco, con un ramo de azucenas. (EE)

* * *

De desayuno prefería té y alguna fruta. Lo contrario a la tarde en que el café se enseñoreaba de su vida.

Le gustaba el tango y la música clásica y escuchaba las emisoras Clarín y el Sodre. No tenía tocadiscos, ni radiograbador, ni televisión. Ya bastante limitados sus movimientos, cuando vivió con Nidia, miró televisión llegando a entusiasmarse con un teleteatro brasilero. Confesaba que no sabía manejar esos aparatos. “El bolero de Ravel” era su predilección si de un tema solo se trataba. Me recomendó Sibelius para acompañar los recitales que compartimos.

Antes de salir a la calle, el mundo entraba en su casa con la voz de los amigos que la llamaban por teléfono. Se delineaba el día en esas conversaciones. El living de su casa guardaba los recuerdos de sus viajes y el último regalo de los Reyes Magos, un juego de muebles de muñecas. Llamaban la atención en su casa los adornos de colores vivos, como si fueran una prolongación de su maquillaje.

En su casa no tomaba café ni alcohol. Tenía sólo un par de botellas de licores para cuando recibía alguna visita. Al contrario de esa mesa suya que parecía infinitamente abierta en los cafés, su casa era un reducto del que era muy celosa.

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La soledad que conozco es pobladísima, habitadísima. Tiene bosques, ciudades, cúpulas. Creo que se parece a Estambul, a Praga, a Budapest (ciudades soñadas). La soledad y el silencio se me confunden, se me tornan lo mismo. Es en la soledad, es en el silencio, donde se cumplen la soberbia misa, el violín más audaz y el piano más profundo. (EE)

El mediodía llegaba tarde y lo pasaba en un café adonde almorzaba. De Salto había heredado la siesta, esa costumbre no tan montevideana como de las ciudades del interior. Y después de la siesta los pasos de Marosa se orientaban, infaliblemente, hacia un café, -o dos-el lugar y la infusión.

MontevideoLos cafés, los bares, los amigos

¿Hasta qué punto alguien que ha vivido intensamente en su lugar natal y por muchos años, puede adaptarse a otra ciudad? Exteriormente se sintió muy integrada a Montevideo, pero nunca dejó de reconocer su “saudade” de Salto. Así como el paisaje ciudadano no entra en su poesía, es en una sola oportunidad que nombra a Montevideo en toda su obra. En un poema alude a esa sensación de desprotección que siente frente a la gran ciudad: “Pude huir no sé cómo, sólo yo, por una vez, todo está fijo allá, en Montevideo me da miedo”. (Mesa de esmeralda, En todos los vestidos 12).

Interrogada acerca de si en el destino de escritor se sufre, dijo:Se sufre, estoy armada de un coraje muy grande también.

Y a la pregunta, ¿De dónde sale?Contestó: -Ah, no sé. Pero lo tengo, es decir, no me detengo.

Cuando Marosa llegó a Montevideo se sintió locataria en las mesas del Sorocabana de la Plaza Cagancha, la casa central de los Sorocabanas, que tenía las mesas redondas de mármol que se habían extendido a Salto, Durazno y Colonia y en Montevideo, a las sucursales

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de la Plaza Independencia, Ciudad Vieja y General Flores. Además de la originalidad de las mesas y las sillas con respaldo cónico, los Sorocabanas mantenían otras unidades de estilo, en todas sus casas, como ser las paredes revestidas de madera oscura, gruesas columnas y buenos espejos, así como, por supuesto, un sabroso café a buen precio y la libertad de quedarse en sus mesas un tiempo indefinido. El Sorocabana de la Plaza de Montevideo era como la embajada de aquel de Uruguay y Sarandí, que había dejado en Salto.

Otros cafés hubo, innumerables. Pero tanto en Salto como en Montevideo, su fugura queda unida a un nombre: Sorocabana. Fue la insistituíble prologuista del libro que sobre el café de Montevideo, escribió Alejandro Michelena. En el final del prólogo (bueno es recordar que el café ya había cerrado cuando ella firma el prólogo), escribe: “Pasen, pasen, pasen todos. Las puertas del Sorocabana están abiertas. Nunca se cerraron, ni se cerrarán. Adentro está el mundo”.

Teresa Porzecanski la retrata con trazos enteramente compartibles: “Una dama tímida y silenciosa, escondida detrás de una apariencia siempre apoyada en la ilusión de ser hada o duende o espíritu vinculado a la naturaleza, se asombraba cada día del mundo e intentaba exorcizarlo: es lo que me viene a la mente de nuestras conversaciones de tantos años en tantos lugares, especialmente en cafés penumbrosos, a mitad de las mañanas demasiado tranquilas por las que el tiempo se iba escurriendo lentamente.” (TP)

Y Luis Bravo interpreta su presencia en el café, unida a la repercusión de su obra: “Quien observaba a Marosa sentada, detrás de sus anteojos felinos, en una de las mesas del Sorocabana o del Mincho, asistía, acaso sin saberlo, a la visión de una musa lautreamónica. Su presencia tenía una energía extásica que sólo estalla en sus poemas, con parsimonia salvaje. Sus personajes son testigos solitarios de lo que ocurre del otro lado del espejo, desde donde trafica un humus de misterio y delirio. Su cosmos es una fiesta donde se reúnen, con naturalidad, la perplejidad de la inocencia y la perversidad, en tanto corrupción de la costumbre, de la literatura.” (Inédito, leído en ocasión

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del Homenaje a Marosa en el Museo Mazzoni, de Maldonado, año 2004.

Así como rapartía su preferencia entre el café y el té, de mañana

y de tarde, también se repartía entre el vino y el whisky. En sus años en Salto prefería el vino blanco, en Montevideo, siempre la vi tomar tinto.

No soy adicta. En las reuniones necesito algunas copas para “estar”. Si no, es como si me evadiera al jardín. Quedo allá, en otra cosa. Pero tengo simpatía por los que toman mucho. No puedo evitarlo; es así. Para el trabajo el alcohol no me agrega nada. La escritura es en sí misma, un gran licor. (EE)

De los años del Sorocabana de la Plaza Cagancha vino su amistad con el profesor de historia Washington Reyes Abadie, el escritor Juan Carlos Legido, el pintor Manuel Espínola Gómez, el crítico literario Wilfredo Penco, el novelista Miguel Ángel Campodónico, el músico Jaurés Lamarque Pons, la poeta Selva Casal, el profesor y narrador Juan Introini, el dramaturgo Ariel Mastandrea, el narrador y crítico José Pedro Díaz, la poeta Amanda Berenguer, el dramaturgo Ricardo Prieto, los desaparecidos poetas Willam Katser y Claudio Ross, el pintor Eduardo Mernies, el memorialista Alejandro Michelena, la poeta Yolanda Bellomusto, el actor Roberto Fontana, la novelista y antropóloga Teresa Porzecanski, el poeta Luis Bravo, el editor Carlos Marchesi, el poeta Elías Uriarte, el novelista Enrique Estrázulas, el narrador Guillermo Lopetegui, el poeta y profesor Roberto Echavarren, el ensayista Fernando Loustaunau, el profesor Lauro Marauda, la poeta Silvia Guerra, el poeta Roberto Genta Dorado, el periodista Ramón Mérica. No se pretende agotar la lista que se extiende naturalmente más allá de la literatura. Marosa era amiga de los mozos y dueños de los bares, de las floristas, de los lustrabotas. Por otra parte, ya es raro en el ambiente de las letras quien no diga que era

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amigo de Marosa. A eso lleva su nombradía pero también su carácter, su capacidad de hacer sentir a cada uno como si fuera único.

Marosa se trasladó junto con el Sorocabana a la Calle Yi. (El pasaje por 18 de Julio en los altos del Cine Rex fue insignificante.) Y en la calle Yí otra vez se aquerenció, apenas cruzando en horas de la noche al Mincho Bar, o yendo al Outes, a El Luzón y El lobizón (ambos de tradicionales “gramajos”) y a La bodeguita española, todos lugares que no distaban más de pocos pasos unos de otros porque Marosa, que había sido del Centro durante sus primeros años en Montevideo, no lo abandonó cuando vivió en La Aguada y finalmente se conviritió en habitante ilustre del Centro. Se puede decir que desconocía otras calles que no fueran las comprendidas entre las de su casa y los alrededores de Plaza Cagancha y Plaza Independencia.

Tuvo amigos que no eran de cafés, ni de bares, sino de reuniones en casas como el crítico Ricardo Pallares, el poeta Jorge Arbeleche, el investigador Walter Rela, el poeta Rafael Courtoisie. También mantenía verdaderos largometrajes telefónicos. Dos horas discando para hablar con Marosa y recibir entonces la explicación estaba hablando con Amanda. Y amigas que visitaba puntual y ritualmente a la hora del té, como María de Monserrat.

En los últimos años, después de la muerte del último Sorocabana, el Mincho Bar heredó casi en exclusividad al grupo de amigos.

Se nota mucho la ausencia del Sorocabana, pero me gusta ir al Mincho Bar, al Outes, al Lobizón. Somos la misma gente rondando los mismos lugares. Gente del teatro, de las letras, pintores. Nos sentimos muy a gusto. Alternamos algún whisky, algún vino, con el café y su oscura pedrería. Porque yo creo que el vino oscuro y el café tienen piedras preciosas. (RRP)

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Cambian los escenarios pero la figura de Marosa en un café de Montevideo es tan popular como lo fue en la Confitería Oriental o el Sorocabana, en Salto.

Cuando tomo café quedo invulnerable. Como si me tocara un dios. Esta infusión tiene un hechizo. Ayuda al ensueño y a la distensión.

Cuando no toma café bebe licores. Le gustan con sabor a frambuesa, menta, yema o violetas. O toma vino “oscuro morado, negro, grave, fuerte, color esmeralda, turmalina, ciruela”. Con sus amigos y colegas repasamos el mundo. En el Sorocabana lo hacemos mientras tomamos café. Los viernes tomamos algunos whiskies, enfrente, en el Mincho. Los lunes tomamos vino en el Lobizón... somos moderados, la discusión es cordial, con afecto y simpatía hacia todos. No podemos entender eso de las rivalidades, persecuciones, camarillas...Sabemos que “los días se van como la hierba” y hay que encontrar la luz, permanecer en ella.

“Los que la acompañan son Wilfredo Penco, Elías Uriarte, Teresa Porzecasnki, Silvia Guerra, Leonardo Garet, Miguel Ángel Campodónico, Juan Introini, Amanda Berenguer, Luis Bravo, Juan Carlos Legido, Ramón Mérica, Ruben Loza Aguerrebere, Roberto Genta, Alfredo Fressia y Roberto Echavarren, entre otros.” (MM)

En sus primeros años en Montevideo Marosa no faltaba a presentaciones de libros, vernissages, conferencias, representaciones teatrales y cinematográficas. El tiempo fue espaciando esas salidas y llegó a considerarse un lujo para cualquier acto cultural contar con su presencia.

Salto, los infinitos retornos

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La devoción de Marosa por Salto no se quedaba sólo en los edificios, ni tampoco únicamente en las personas que permanecían en su recuerdo nítidamente; la devoción salteña creo que abarcaba, antes que nada, las pequeñas criaturas y los verdes de las quintas. Cuando venía a Salto, una o dos veces al año, me decía vamos a visitar las quintas.

“¿Volverías a contemplar ese edén? Hay quienes huyen de su antiguo mundo por el temor del desengaño” le preguntó José Luis Guarino, en ocasión de una visita a Salto. Y contestó:

No. No hay cambios. Pienso ir y mirar…esté como esté, va a vibrar lo mismo en mí y a latir de nuevo. Yo no temo esa imposible destrucción. (JLG)

Nunca como cuando Marosa visitaba Salto el auto cumplía mejor su función, porque cuando entrábamos en la Avenida Rodó, ya los ojos se le iban hacia las quintas y una sonrisa leve se le dibujaba constante, en medio de un silencio que ninguno de los dos se atrevía a romper. Y se podía detener el auto al menor gesto y arrancar sin ninguna indicación, como sólo llevado por el deseo. Pasábamos por mi antigua casa en Rodó y Paraguay y cuando tomábamos Apolón de Mirbeck, aquel paisaje era un rostro que nos estaba esperando. Yo había vivido mi primer año de vida en Apolón casi Avenida Concordia. A pocos pasos de la quinta mitológica de Marosa.

* * *

La casa de aquella chacra de Pedro di Giorgio se conserva intacta y excepto unas piezas anexadas, es dable pensar que luce tal como fue en los años de la familia di Giorgio. No así los alrededores, donde las plantaciones son otras, no están los viñedos, los olivos, los naranjos. El horizonte de plástico de los invernáculos sustituye a los montes. Y de la casa de la chacra lindera, donde vivía el abuelo Eugenio, resta sólo una pared medio derruida. Las calles de acceso

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siguen siendo de tierra y las casas que la vista alcanza a divisar, en su mayoría, son de la misma época. Persisten las bromelias en los alrededores de la casa “y más allá no hay nada”. En el frente una baldosa dice “Aquí vivió Marosa di Giorgio”.

* * *

Miguel Ángel Campodónico retrata no sólo aquellos retornos sino el círculo que se formaba alrededor de Marosa: “Y en el café “Azabache”, de tu Salto natal, mientras estábamos sentados a una de las mesas, llegaban tus admiradores, tus admiradoras, a pedirte una palabra, un consejo, una opinión, un saludo, un gesto, una mueca, lo que fuera, con tal que viniera de la hija pródiga que, de tanto en tanto, volvía al huerto familiar. Eras la soberana que recibía a sus súbditos sentada, que soportaba los pedidos de clemencia, que otorgaba indultos y salvoconductos. Yo te observaba como si estuviera ubicado en la vereda de enfrente, del otro lado de la ventana, nadie reparaba en mí, todos los ojos y las manos iban hacia ti. Aquel día habías trasladado tu trono desde el montevideano “Sorocabana”, donde también recibías delegaciones que buscaban la aprobación real. Y donde te vi. por primera vez, cuando te descubrí semioculta por los cuerpos de los que habían llegado para observarte desde cerca, no fuera que después tuvieran que admitir que habían estado en el café y no te habían visto con tanta prolijidad como para describir detalladamente las ropas que llevabas o el color de tus uñas.” 17

* * *

17 Miguel Ángel Campodónico, ¿Acaso las palabras no matan las palabras? Ponencia leída en el Homenaje a Marosa en la Biblioteca Nacional, agosto de 2005.

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Los viajes de Marosa a Salto se fueron espaciando. Vamos a esperar que se vaya el frío, decía cuando le preguntaba por la próxima venida a Salto. Y siempre la excusa era hacer un recital.

El último retorno fue para recibir el Homenaje de la Junta Departamental de Salto, en 2002, “en reconocimiento por su aporte a la cultura”. Fue el 30 de mayo y el único disertante fue Hebert Benítez Pezzolano.

* * *

Poco tiempo antes de morir, cuando le costaba levantarse, hablábamos de su próxima venida. En determinado momento me dijo Quizás vaya convertida en mariposa. Esta expresión que conté en el acto del sepelio, fue grabada en un mural del Hotel Concordia, de Salto.

Aunque viniera nada más que por dos días, Marosa no dejaba de visitar el cementerio. De mañana temprano -todo lo temprano que se le podía pedir a ella-, llevaba flores a sus familiares. Y volvía a la esquina de Uruguay y Sarandi.

En alguno de esos encuentros, al mediodía, solos en el café y sin que viniera al caso ni se continuara hablando del tema, me dijo que ella quería quedarse para siempre en Salto. Fue lo que pudimos cumplir con Nidia, merced al apoyo incondicional de Lewis Rochón y del Intendente Eduardo Malaquina.

* * *

En un reportaje le preguntaron acerca de si tenía “un sueño recurrente” y contestó:

Que vuelvo a Salto y encuentro una confitería, donde una noche de agosto...” (FN)

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Toda su poesía, se sabe, es un recurrente intento por rescatar su vida en las chacras de Salto. Pero era en la conversación donde intentaba recuperar el Salto de los amigos, el de sus años liceales y el de sus inicios en la poesía, el teatro, las bibliotecas, la vida social y el trabajo.

En mis viajes a Montevideo, que los hice desde aquellos años con buena frecuencia –fueron semanales cuando asistía a las reuniones de la Federación Nacional de Profesores-, la agenda de mis actividades trataba de adaptarse a la prioridad del encuentro con Marosa. La estación final del ómnibus de Agencia Central era en calle Uruguay casi Rondeau. Enseguida me iba al local de la Asociación Magisterial, donde funcionaba la directiva de la Federación Nacional de Profesores. A media mañana quedaba libre para encontrarme con Marosa. Habitualmente en el “Lindo Bar”. Allí organizábamos el día. Yo tenía que dar cuenta minuciosamente de las novedades de los conocidos comunes. Era una preocupación que opté por salvar con mejor nota llevando algunos diarios salteños. Ella recordaba nombres, edades, ocupaciones, como si se hubiera alejado hace apenas unos días. Y esas puestas a punto le permitían seguir acompañando las vidas de los conocidos y armando las familias en la memoria, que no le fallaba nunca. No hablaba de Salto en forma genérica, quería los detalles y la actualización de las vidas e instituciones que conocía. Como si con esos referentes, ella pudiera seguir armando el tejido del recuerdo.

Vuelvo a Salto como quien vuelve a un altar.Pero al Salto de la memoria. Dijo en 1993:

Salto era como es hoy, y tal vez en algunos aspectos, más de lo que es hoy, una ciudad con exquisiteces. (ROM)

La coquetería de Marosa

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La piel de nácar, los labios morados, las uñas verdes, azules o pintadas con lunares, el pelo colorado o anaranjado y aquel paso altivo de mascarón de proa que representara a una diosa o a una reina. Esa presencia debe enmarcarse en años en que era insólita. Y de que la lucía con postura desafiante. Porque de esto se trataba, de que trasmitía una esencia principesca, como si los Medici del Renacimiento caminaran en su cuerpo. A su lado palidecían las bellezas que no son otra cosa que perfección de líneas. Y a su delicadeza de ademanes y de gestos los combinaba con colores y adornos exageradamente llamativos, en una conjunción que parecía destinada para ella. Había conformado una presencia tan original como sus escritos y toda la sublimación de experiencias vitales que suponía su obra, se hacía presente también en la provocación de su apariencia física, que escondía, sin embargo, un alma de nube, o de lirio. Delicadeza y espiritualidad captada por el plástico húngaro radicado en Salto, José Cziffery, en el retrato que le hiciera y que se conserva en el Museo de Artes Plásticas, María Irene Olarreaga de Gallino.

El diseñador Oscar Álvarez en entrevista emitida por radio CX 14 El Espectador, en el programa Planetario, expresó: “Es una poetisa que yo admiro muchísimo y que siempre me agradece cada vez que la nombro. Tiene una manera de vestir muy particular. De repente no se viste como yo diría que es lo más elegante, pero su propia personalidad la está traspasando a través de su manera de vestir. Si la tuviera que vestir lo haría como ella se viste, no sabría vestirla de otra manera.”

Párrafo aparte merece que también en su apariencia física se buscaba, como en su obra, la identificación con animales. Eran inseparables de Marosa algún broche con mariposa y algún colgante con murciélago; mantones como alas y el pelo en llamas. Sin olvidarse, claro está, de los lentes, a manera de eficaz antifaz de mariposa. Conservo el adhesivo representando un murciélago, que estaba pegado en la puerta de su apartamento de la calle Colonia.

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Los temas, los gustos

Nada se comparaba con poder centrar un tema literario en la conversación. Entonces afloraba la vastedad de la formación de Marosa. Había leído a los grandes autores y tenía de ellos una idea vivencial clara y, a la vez, perfectamente contextualizada tanto en la época como en la corriente y los temas que trataba. Cuando emitía opinión sobre autores contemporáneos o antiguos, era sumamente cuidadosa de no herir susceptibilidades de su interlocutor, o la dignidad del evocado.

* * *

No se completa este panorama sin una enumeración de algunas preferencias y ocupaciones de Marosa. No hacía ninguna tarea doméstica; no cocinaba y frecuentemente hasta el desayuno lo tomaba en el café en el que se había aquerenciado. Puede decirse con toda propiedad que no le interesaba ningún deporte. Mucho menos el carnaval. No miraba televisión y ni siquiera tenía aparato; no se entusiasmaba con la política partidaria, aunque estaba enterada y le preocupaban con intensidad los acontecimientos políticos. Nunca antepuso nada a las relaciones personales; tenía amigos de todas las edades y de todas las trincheras políticas y religiosas.

“Viéndote como una mariposa entre la multitud, me atrevo a preguntarte si ¿te considerás parte de un Uruguay que ya no existe o parte de un Uruguay que todavía no es?”, le preguntó Eduardo Espina y Marosa respondió:

Estamos en un instante en que todos parecemos navegar entre dos mundos. Pero, como sabés, para mí no es fundamental la referencia, política-económica-social-geográfica. (EE)

* * *

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Pasaba gran parte del día acostada. Era para ella la posición ideal para leer y escribir. Esta predilección explica, en parte, que no se alejara de la escritura a mano; bien lo sabían las imprentas. Una sorpresa grande tendrían los editores si supieran que Marosa escribía muy bien a máquina, pero que se resistía porque tener la lapicera en la mano era parte del placer de la escritura. Había escrito a máquina diariamente y durante muchos años en la oficina del Registro Civil, de la Intendencia Municipal de Salto.

* * *

Marosa no hablaba en público. Sólo la oí agradecer, tenuemente, en algún homenaje. No daba conferencias, sino recitales, que son cosas muy distintas. Una vez hicimos un recital en que los porteros tuvieron que prohibir la entrada porque no cabía nadie más en los salones. Fue el organizado por la Asociación de Escribanos del Uruguay, filial Salto, en el marco de la “XXXV Jornada Notarial Uruguaya”, el 22 de octubre de 1994 y se hizo en el Museo de Artes Plásticas. Marosa decía sus poemas de memoria, así que para no desentonar demasiado, tuve que aprenderme algunos míos.

La voz de Marosa no solo llenaba la sala sino que parecía a propósito para sus poemas. Felizmente ha quedado grabada y escucharla significa volver a entrar en su encantamiento. Una voz capaz de las más sutiles inflexiones y de transmitir la profundidad del misterio con naturalidad, sin asomo de afectación.

* * *

Sentía atracción por el vino tinto y el whisky. Nunca la vi con otra bebida, aunque ella era muy de hablar de licores, sospecho que le agradaban más que nada sus botellas y colores.

Nunca conocí un caso de curiosidad tan notable como el de Marosa ante una novedad anunciada. Era materialmente imposible

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adelantarle que se le iba a contar algo. Había que decírselo en forma inmediata. No se le podía decir “después te cuento”.

Tampoco nunca conocí a nadie que se alegrara tanto de los éxitos y las cosas positivas que hacían o le ocurrían a los seres de su afecto.

Era conmovedor el cariño y la preocupación que le suscitaban los niños. Y ante los que se acercaban a las mesas de los cafés, siempre tenía palabras de dulzura y consejo.

Si una definición amplia le quedaría como acuñada para ella es la de contempladora. Respondió una vez que su ocupación favorita era Mirar la creación. (SS)

Lecturas

Era una lectora voraz, ella, la habitante natural de la fantasía -excepto las secciones de deportes y rurales-, leía hasta los avisos en los diarios. Era su manera de estar inmersa en la cotidianeidad de todos. Pero lectora sumamente selecta en cuanto a libros. Libros de poesía, novela, teatro, de filosofía y de esoterismo: “No hay arriba ni abajo. Hay que atar lo errante y desatar lo fijo”, le parecía la expresión en que debía concluir todo razonamiento profundo. Igual era su convicción de que todo lo que fue volverá a ser.

El que no lo advierte en su obra no puede darse cuenta de todo lo cerca, o dentro, que estaba Marosa del esoterismo. No iniciaba conversaciones sobre estos temas, aunque tampoco rehuía algunas provocaciones de quienes incorporaban, de pronto, la figura de Hermes, o de Madame Blavasty, a una mesa de diálogo que esperaba algo más de sus contertulios. Le surcaba entonces un relámpago en la mirada.

La reverencia de Marosa por el saber oculto le venía de su admirado abuelo Eugenio, pertenciente a la Masonería de Salto.

Con todo, hace tiempo, me dio por los libros de reflexión.

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Y me gustan las letras morosas, inquisitivas, reiterativas: Dostoievsky, Kafka, Kierkegaard, por ejemplo. Tuve hace dos años, la tremenda –tremenda- experiencia de Daniel Paul Schliebel (Diario de un enfermo nervioso).

Están las rosas, esos libros redondos, rojos. Abiertos y cerrados.” (RB)

En lo tocante a estos temas se inclinaba al gnosticismo, que por definición parte del sincretismo del judaísmo, el cristianismo, el mundo greco romano y las creencias orientales. Pero no descuidaba los libros que referían a temas de mitología, del pensamiento de los celtas y los hindúes. Tiempo vendrá en que se estudie las influencias que tuvieron en cada etapa y en cada libro estas corrientes, pero ahora corresponde simplemente dejar constancia de sus preferencias.

Marosa leía filosofía y teología.

Yo creo en un Ser superior que está reflejado, que está en todo, y cada vez es más intenso eso en mí...a medida que pasa el tiempo me siento más firme en eso, como que fuera una fuerza primera que irradia y traspasa todo y que le da un sentido a todo al final...Como aquello que decía Theillard de Chardin, que vamos marchando hacia Jerusalén celeste, hacia la ciudad ideal, y que ese es el sentido que tiene la humanidad en este viaje doloroso y donde todas las cosas van a cobrar permanencia, eternidad, felicidad. Yo espero eso. Y espero porque sé que es así porque yo leí y leo a todos los filósofos. Y me parece que en lo hondo dicen todos lo mismo. Ahí en los papeles te nombro a Kierkegaard y Kierkegaard, que es un hombre que analiza tanto al ser, es alucinante y Kierkegaard que es un teólogo, y también ese análisis que hace de la presencia de la divinidad, también me parece alucinante...Ahora para mí, ésa es la zona primordial, más que la poesía y la novela. (RM)

* * *

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Era de las personas más enterada de todo lo que se iba presentando en literatura. Pero no reconocía influencias. Incluso explicó acerca de una que parecía tal:

Yo escribí casi todo antes de leer “Alicia”. Yo leí “Alicia” muy tarde, muy grande, hace poco, después de escuchar una conferencia de Carlos Pellegrino en la Alianza Francesa, me fui deslumbrada y al otro día salí, lo compré y lo leí. Me parece fascinante. (RM)

De chiquita leía todo. Mi madre fue mi primera maestra. Cuando yo tenía cuatro años me enseñó a leer y a escribir en un solo día. Hubo un tiempo en que perseguía novelas; casi todas las que se han escrito; luego, el teatro, casi todo el que se ha escrito. (RB)

Antes que lectora fue oyente. Dice dirigiéndose a su madre: Bajo el viento que corría y sobre los yuyales, cómo hablabas de la Música, y Rubén Darío, y de todo lo que Era (Diamelas 26).

Conocía muy bien a los uruguayos, pero prefería no nombrar públicamente a sus preferidos para no herir a los que no nombraba. No se consideraba crítica literaria, No tengo lenguaje profesoral, decía. De Uruguay, Felisberto Hernández y Armonía Somers eran sus inocultables predilecciones. No tenía buena opinión de algunos nombres consagrados por el éxito de ventas.

Cuando tuvo una columna periodística, las veces en que escribió sobre autores compatriotas o extranjeros, fue para elogiarlos.

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Algunos de sus poetas preferidos fueron Emily Dickinson, Odiseo Elitys, Silvia Plath, Edna Saint Vicent Millay, Rimbaud, Paul Valery, Rilke, Hölderlin, Dylan Thomas. Y entre los narradores, Borges, García Márquez, Cortázar... Un predilecto que abarcaba toda la sensibilidad y aceptación de Marosa era Ray Bradbury -con quien me casaría en el mismo momento de verlo-. En un reportaje sobre los

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autores preferidos en prosa contestó: Proust está entre ellos y a continuación sobre cuáles eran sus poetas preferidos, dijo:

Rimbaud, Rilke, Emile Dickinson, Silvia Plats, Edna Saint Vincent Millay, Delmira Agustini, Concepción Silva Bélinzon. No nombro a las colegas vivas por razones obvias. (SS)

Y los clásicos, naturalmente, sobre los que volvía siempre. Dante. Y Homero, cuyo nombre decía con una expresión como si tocara un ser sobrenatural. Después de destacar su admiración a Lewis Carroll, explica Marosa:

Si, amo más La Ilíada, creo que se debe a esa guerra real o mítica, lo mismo da, desencadenada por la Belleza. Helena, mujer-diosa, con cabellos y sandalias de oro, y, seguramente, usando tal lo hacían las diosas, joyas “grandes como ciruelas”. Y Aquiles y Héctor. La contienda veloz y la muerte de uno de ellos. Todo entre humo dorado, fragancia y violetas sin dueño. “Así se celebraron los funerales de Héctor”. Y El Cantar de los Cantares, Las Mil y una noches, La Divina Comedia, pero no veo que todo eso, y mucho más, entre en contienda con Kierkegaard y Heidegger, y sus jardines sombríos, sus vericuetos, sus ojos transparentes. (LB)

A todos los veía juntos pero porque a todos, les veía su aspecto poético. Nadie podía coincidir mejor que Marosa con Benedetto Croce, cuando consideró que la literatura verdadera es, antes que nada, poesía.

El amor

En la vida de Marosa no hubo una relación de pareja y eso lo interpretó siempre como una opción a favor de la poesía. Enamoramientos repentinos y fugaces sí. No hay derecho –no le asiste a nadie el derecho- a decir más de lo que ella quiso decir. Imposible

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llevar con mayor recato la vida privada. En contadas confesiones me reveló algún nombre completo. Que no es relevante repetir. Lo único que quiso públicamente confesar está en la dedicatoria de La flor de lis: “Poemas de amor a Mario”.

Me enamoré una vez, pero fue un amor imposible. Vos viste que en mis poemas están todas las formas del amor, todas, todas, pero están fuertemente vividas en el ensueño...y eso a mí me colma. No es que yo haya renunciado al amor; si encuentro la pareja ideal pasará lo que tenga que pasar...no se. No es que me haya puesto cerrada en contra de eso, lo que pasa es que es difícil encontrar una pareja, para mi es difícil. (...) Lo que ocurre es que la gente transa por seguir la corriente, por hacer lo que hacen todos, y entonces después viene el fracaso, claro. Ya nada dura, ya todo es tomado como un juego. (RM)

Y a casi veinte años de las anteriores palabras, volvió a decir:

Puedo casarme hoy, mañana o pasado. Son cosas del destino. Tengo vocación de soledad. Pero estoy, como siempre, en la plenitud. Se sigue enamorando, como siempre. Son amores platónicos: no me animo a cruzar el río. Y por si alguien lo duda, confiesa que actualmente está enamorada. (MM)

Ella quiso contar que en su vida existió Mario. Después de haberlo nombrado en varias oportunidades en su poesía, a veces con el sobrenombre familiar “Puma”, le dedicó La flor de lis. Si bien tengo muy claro que existió Mario, también tengo claro que no existió mucho más que Aldonsa Lorenzo. Y que una cosa es la muchacha que Don Quijote vio a hurtadillas un par de veces y otra cosa es Dulcinea. Don Quijote y Marosa entendían muy bien las diferencias. Don Quijote le escribió una carta a su amada, y Marosa le dedica unos poemas de amor a Mario. Escribirle a Mario es también la consigna, “la flor de lis” de Marosa.

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Lo notable es cÓmo la referencia vital pasa a ser un tema literario. Mario es Eurídice, y Orfeo-Marosa, no puede hacer otra cosa que cantarle. Nunca llegar a su lado y amarle. Marosa supo también tomar de su vida los símbolos más importantes. Y llevarlos a la obra. Y encarnar el símbolo.

Enfermedad y muerte de Marosa

La enfermedad que la llevaría a la muerte, después de años de tratamiento, silencioso y secreto, le fue diagnosticada en 1993. Cáncer en los huesos. Nunca tuvo postura contraria a la ciencia y fue una respetuosa de sus médicos. Estuve enterado pero, a su pedido, ni con ella ni con nadie hablé de su enfermedad. Apenas en dos poemas de La flor de lis, se hace referencia a la enfermedad. El primero es La flor de lis 8, que trata de un examen ginecológico que da cuenta de difíciles situaciones derivadas de la descompensación general. El segundo es La flor de lis 117, que integra los días difíciles con su mundo mágico:

Papá corre por el cielo en busca de mamá. Le dice: -Marosa está enferma. Hay que llamar al médico.

Mamá contesta: -¿Qué tiene Marosa? ¿qué…tiene?

- No lo sé. Se verá.

Mamá dice: - Ella lee mucho, creo que demasiado…está sentada en la ventana mirando…viaja sola por las arboledas…ella…

Y todas estas palabras no se van; quedan esculpidas como si fuesen objetos de nácar. Lirios de oro. Lirios de plata. El cielo está colmado de las cosas que dicen papá y mamá.

Nos veíamos esporádicamente en los últimos meses porque ella ya no salía. Estando ya sin poder moverse la visité dos veces en su casa

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de la calle Colonia y alguna más en la casa de Nidia. Yo recogía los manuscritos de sus últimos poemas que integrarían el libro que planeábamos para la Colección de Escritores Salteños. La letra de Marosa, como consecuencia de una caída que le había dejado muy mal su mano derecha, era muy mala. Y ella se daba cuenta. Yo descifraba y le llevaba impresos los textos que ella me devolvía si había alguna corrección que hacer.

En una de esas oportunidades hablamos de su próxima venida a Salto. Hay que esperar la primavera, decía, porque no le gustaba el frío. Y entre una y otra palabra me dijo: Quizás vaya convertida en mariposa.

En un reportaje, a la pregunta “Cómo te gustaría morir”, había contestado: Transformándome en una Mariposa ondeante sobre el jardín natal y en la diminuta cabeza, la fantasía, mis familiares, mis animales y plantas, Dios. (SS)

Cuando ella estaba en Montevideo y yo en Salto hablábamos por teléfono los domingos al mediodía. La última vez que lo hicimos casi no le entendí. Nidia, que estaba a su lado, me dijo que le contara que a ella le iba a gustar oír ese tema. Era la presentación del libro Bares en lluvia, que habíamos publicado con César Rodríguez Musmanno. Repito que no conocí a nadie que disfrutara tanto de las alegrías de los amigos. Le di los detalles de lo ocurrido el sábado 14 de agosto en el Museo de Bellas Artes y Artes Decorativas de Salto. Sentía su aprobación manifestada apenas con un hilo de voz, pero de una calidez inexpresable. Fue ese domingo, 15 de agosto, la última vez que hablé con ella.

* * *

El 17 de agosto de 2004, a las 9: 45 de la mañana, murió Marosa en la casa de Nidia. “A consecuencia de Insuficiencia venti-respiratoria”, reza el certificado de defunción firmado por el Dr. Ignacio Larrañaga. No fue necesaria la internación para aplacar dolores intolerables. Se fue apagando con una tranquilidad completa.

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Nidia me llamó a Salto para comunicármelo. Eran las 10.30 de la mañana. Cuando pude reaccionar la llamé a mi vez y me informó que la iban a enterrar en un panteón de Montevideo. Le recordé que Marosa quería estar en Salto y Nidia me contestó que lo sabía pero que era muy costoso un traslado. Le propuse que si estaba de acuerdo yo hacía gestiones en la Intendencia. No tuve más que expresar el deseo del traslado y el Director de Cultura de Salto, Lewis Rochón Sarutte, me contestó que no iba a haber inconveniente. En cuestión de minutos me llamó para informarme que ya estaba contratada una empresa para traerla cuando se deseara.

Se dispuso entonces que se la velara ese día y hasta las nueve de la mañana siguiente en Montevideo. Roberto Echavarren dijo en el velatorio unas palabras de despedida, entre las que estaban estas: “Retrato errante, // furtiva gacela, te vas, // y vuelves, gacela inexorable, // a buscar tu cena, // tu ración de jazmines”.

* * *

Fui a buscarla a Montevideo y estuve en la Casa Velatoria a las 7 y media de la mañana. No hubo discursos oficiales. A pedido de Nidia, Poupeé leyó un texto de Marosa; y yo dije las razones del traslado a Salto. Éramos nada más que un puñado de amigos los que estábamos en ese momento en la sala velatoria. A las 9, tal como estaba dispuesto, volví con ella en la ambulancia.

* * *

Cuenta Nidia que Marosa se apagó despacio, murmurando, como si hablara con alguien. Junto a Nidia y Jazmín, estaba la prima Poupeé, que había venido desde Santa Fe.

Hago mías la palabras de Selva Casal en un homenaje: “Es difícil expresar tanto absurdo, tanta tristeza, sentir que el tiempo todo entero no es más que una larga noche donde un caos infinito nos

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separa”. 18

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Llegamos a Salto a las 15 horas y la velamos en la Biblioteca Municipal Felisa Lisasola. A las 17.30 horas el cortejo fúnebre se desplazó hacia el Cementerio Central. Entre el numeroso grupo iba el Intendente de Salto, Eduardo Malaquina. Al cementerio concurrió el Diputado Ramón Fonticiella, hoy Intendente de Salto. Asistió una delegación del Colegio y Liceo Carlos Vaz Ferreira, presidida por su Directora y un grupo de alumnos del Liceo Nº 2, con una profesora. 19

En nombre de la Intendencia de Salto y de sus familiares, la despedí en el Cementerio. Fue sepultada en el panteón de la Asociación de Empleados y Obreros Municipales de Salto.

Quedaban otras acciones por cumplir y las pude llevar adelante con el incondicional apoyo de la Intendencia Municipal de Salto. Le pedí a Nidia traer algunos muebles, ropas y adornos de la casa de Marosa para crear en Salto la Sala Marosa di Giorgio. Estuvo totalmente de acuerdo. Fui a Montevideo y en una camioneta trajimos lo más representativo de Marosa. Se conformaría la Sala Marosa di Giorgio, en la Casa Horacio Quiroga de Salto, para que las cosas que la acompañaron en su vida cotidiana, puedan ser para los que admiran su obra, otra forma de acercarse a su latido. Estamos esperando concretar ese proyecto.

18 Dossier de Hermes Criollo, año 4, núm.9, 2005.

19 El Liceo Nº 1, Osimani y Llerena, adonde Marosa había concurrido, no se hizo presente en ningún momento y de ninguna manera. (Hay una forma auténtica de enseñar, que no es curricular ni necesita proyectos, que es señalar sin palabras, las cosas importantes.)

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Al año de su muerte, la recordaba, sin hipérbole, Wilfredo Penco: “No obstante, a Marosa parece rodearla una aureola que brilla y la proyecta sobre un escenario inconcluso.

Es probable que así hubiera querido ser recordada, como lo que fue: un ser de otro mundo, en este mundo, con los pies sobre la tierra y a un tiempo levitando. Marosa en el recuerdo es la poesía del espectáculo, el espectáculo de una diosa”. 20

El periodismo de escándalo

Una suma de inexactitudes se dijeron después de la muerte de Marosa. Y se siguen diciendo.

El diario Página 12, de Buenos Aires, acoge una nota firmada por Marta Dillon que va por el camino del chisme: “Dicen que te habían robado hace poco. Dicen que ya no querías ver a nadie, maltrecha como estabas por una furia inexplicable que destrozó tu mano, la que escribía”.

Una cosa es que le habían robado, que es cierto, fue el arrebato de su cartera y un empujón que la tiró a la vereda, a consecuencia del cual se le produjo una luxación en la muñeca de la mano derecha. Pero no es cierto que le destrozara la mano. Marosa pudo escribir con gran dificultad en sus últimos meses, pero eso fue como consecuencia de su enfermedad a los huesos y no porque tuviera la mano “destrozada”. E ingresa en la completa mentira lo de “que no quería ver a nadie”. Marosa no podía salir, pero a su casa, que siempre fue un reducto al que accedíamos contadas personas, los que lo hacíamos antes, lo seguimos haciendo.

20 Semanario Brecha, Montevideo, 20 de agosto de 2005.

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El diario La Nación en su edición del domingo 22 de agosto de 2004, da cabida a un artículo de Enrique Foffani, que demuestra admiración por la obra y, sobre todo, por los recitales de Marosa. Pero quizá llevado por el clima de irrealidad del recital que lo había hechizado, incurre en un tremendismo imperdonable: “según cuentan algunos, parece que solía tomar sol desnuda sobre las tumbas” que demuestra un desconocimiento profundo de la obra de Marosa, de su apuesta al poder de la imaginación creadora, pero también una ignorancia de lo que fue la vida de Marosa, completamente alejada de supercherías y más cercana de la santidad que el común de los mortales.

Escrito en una servilleta

Yo no sé qué evoca mejor a Marosa. Si los mentirosos reflejos de la luna en un paisaje de cuento de hadas, o los reflejos de las ventanas de un bar. Lo primero llega a quien leyó su obra; lo segundo es para quien compartió con ella los premios de amistad que la vida permite en medio del rigor de los años.

Me llegan los dos reflejos y me encuentran solo. Llegué a Montevideo y no te llamo. No podemos hablar de los amigos de Salto. Una ciudad es su gente y hoy Montevideo es mucho menos rico.

Tampoco te encuentro en Salto, adonde te llevé hace casi dos meses. Son cosas inexplicables. Vamos perdiendo lo más valioso y seguimos andando. Lloramos juntos al Flaco Paz; no te enteraste de la muerte de Chingola.

Planeamos en estos últimos meses un libro. Lo pasé en limpio con tiempo para que alcanzaras a corregirlo. Llevaba en su título tu apellido, Médici. Es lo último que escribiste con tu brazo titubeante, pero con tu alma entera.

Parece que me llega tu voz, deliberadamente baja como cuando querés decir algo importante. (Lo trascendente no se viste con coturnos

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ni púrpuras, sino como vos, con colores alegres de flores.) Tus palabras me advierten que cuide los detalles del libro.

Estoy en un bar y la mesa está vacía. No llamé a nadie hoy, no he venido. Me quedé como hace dos meses, con tu número de teléfono en los dedos, me quedé como hace 36 años, con el deslumbramiento de haberte conocido.

Yo no sé qué reflejos me llegan más fuerte, si los de la luna filtrándose en los árboles, o los del bar, adonde no has venido.

En Salto sin Marosa

Al año exactamente de su muerte un grupo de amigos de Salto, colocamos una placa en su tumba, que dice:

Marosa di Giorgio Medici

Desde el 17 de agosto de 2004contempla el mundo convertida en mariposa.

Taller Literario Horacio Quiroga

Y a los cinco días en un diario de Salto apareció el siguiente comentario: “Según la filosofía de Bergson, el “élan vital” es el momento en que la conciencia ingresa en la materia organizándola. Me atrevo a pensar que en el caso de Marosa di Giorgio, es el espíritu –quizás los espíritus- que se meten en la cosas y las organizan según su impulso y sentimiento. Por eso me surgió como muy adecuado que la placa colocada en su tumba, diga que ella contempla el mundo convertida en mariposa, de manera que su espíritu está en las materiales mariposas que nos acompañan” (EAC)

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Marosa estuvo más allá de los requerimientos y preceptos de la época que le tocó vivir. Fue un alma cándida y buena. La más inteligente y la más intuitiva. Me enorgullece haber sido su amigo.

* * *

Son exactas las palabras de Roberto Echavarren: “Abría una dimensión de lo maravilloso. Y con ella desaparece un criterio, una manera de manejar las cosas, de ubicarse, que no conocíamos: llega como algo revelado; una vez aquí es parte de nosotros. Desplegó otra dimensión singular e intensa que la pobreza cotidiana de las comunicaciones ignora. Sorpresa, humor, hondura, síntesis: miraba de frente lo terrible, el misterio de una figura recorriendsoi la chacra.

Su muerte es un pérdida que escritores, lectores, sentimos como una pérdida capital, como se sintió en el ámbito del castellano, hace diez años, la pérdida de Juan Carlos Onetti. Marosa di Giorgio es ya un referente indispensable, un pedazo de nuestro aire. Está viva en nosotros, que la conocimos, como está viva su obra, que nos acompaña. Es un invento nacido de pies a cabeza, un cuerpo extraño y a la vez familiar”. 21

HOMENAJES PÓSTUMOS

21 ? Gauraguao, Barcelona, Revista de Cultura Latinoamericana, año 8, núm. 19, 2004.

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El adiós a Marosa

Palabras de Leonardo Garet. Cementerio de Salto, 17 de agosto de 2004 diario El Pueblo, Salto, 18 de agosto de 2004.

En nombre de la Intendencia Municipal de Salto, de los familiares de Marosa, de sus innumerables amigos vinculados a la literatura y el arte, de sus innumerables amigos para nada vinculados a la literatura y el arte; en nombre de los pequeños animales de nuestro campo, de las flores, el pasto, el viento, las lunas y el temblor del rocío; en nombre de los seres invisibles que pueblan las chacras, debo decir las palabras más difíciles de mi vida, pero también las más irrenunciables: la despedida de Marosa.

La obra de Marosa trascendió las fronteras geográficas y lingüísticas y ha sido reconocida en premios, traducciones, trabajos críticos, como una de las obras más valiosas del idioma español y de América. Y eso porque escribió desde dentro de ella misma.

Pero no es éste el momento de hacer evaluaciones literarias sino de hablar de algo que era fundamental en Marosa: su creencia en el entendimiento humano y concretamente en la amistad, como una de las más altas manifestaciones del hombre.

Conocí a Marosa en 1968 y desde entonces la amistad fue para nosotros un árbol que mutuamente nos preocupábamos por alimentar. No hubo nada, ningún plan, ninguna ejecución, ningún proyecto literario que no hubiéramos compartido. No había ida mía a Montevideo que no tuviera como motivo central visitar a Marosa. En una de las últimas visitas -ya Marosa no se podía levantar-, hablamos de su próxima venida a Salto. Iba a ser en setiembre porque no le gustaba el frío. Pero yo sabía y Marosa no lo ignoraba, que ese viaje no se iba a realizar. En determinado momento me dijo: “Quizás vaya convertida en mariposa”.

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Planeábamos desde hace años un viaje con un grupo de amigos a Praga. Hemos hecho recitales, conferencias, presentaciones de libros, en distintas ciudades, pero nunca coincidimos en un viaje. El único viaje que hicimos juntos fue el de hoy, de Montevideo a Salto.

Para todos quienes alcanzamos a percibir el valor inmenso del alma de Marosa, no habrá resignación por su pérdida. No será fácil, al menos. Pero nos queda su poesía, donde está ella, convertida en mariposa.

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En Montevideo, organizado por la Academia Uruguaya de Letras, en Biblioteca Nacional, el 12 de octubre se realizó el acto titulado “Momentos con Marosa”. Intervinieron: Walter Rela, Luis Víctor Anastasía. Judith Baco, Ruben Loza Aguerrebere, Álvaro Miranda, Teresa Porcekansky, Ricardo Prieto y Nidia di Giorgio. Se leyó una página de Leonardo Garet.

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En Salto, organizado por la Intendencia Municipal de Salto, el 16 de octubre de 2004, se realizó un homenaje en el Ateneo. La parte académica estuvo a cargo de Hebert Benítez Pezzolano, Jorge Arbeleche y Leonardo Garet. El Intendente de Salto, Esc. Eduardo Malaquina descubrió una foto de Marosa, realizada por el fotógrafo Marcelo Catanni. Como cierre se escuchó una grabación de la voz de Marosa recitando tres poemas y se proyectó una filmación de un Canal de TV local, realizada en la oportunidad de una de las últimas visitas de Marosa a Salto. Los asistentes firmaron un álbum que fue lacrado con la expresa indicación que deberá abrirse al cumplirse 25 años de la muerte de Marosa, el 17 de agosto de 2029.

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En Montevideo, organizado por el Departamento de Letras del Ministerio de Educación y Cultura, en su local de calle San José de esta institución, el 29 de noviembre de 2004, se realizó el acto en el que intervinieron: Selva Casal, Jorge Arbeleche, Hebert Benítez Pezzolano y Leonardo Garet. Participación musical de Ethel Afamado.

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En Montevideo, en la sede de la B’nai B’rith, en ocasión de entregarse los premios “Fraternidad”, el 9 de diciembre, de 2004. Fue único orador Miguel Ángel Campodónico.

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En Montevideo, organizado por la Academia Nacional de Letras, en sala interior del Museo Blanes, el 2 de abril de 2005, hablaron Jorge Arbeleche, Ricardo Pallares y Wilfredo Penco. Textos de Marosa fueron leídos por Antonio Larreta y recitados por Estela Medina. Antonio Larreta refiere este acto en su columna de El País del 10 de abril de 2005, con el título, Marosa y su dios.

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En Montevideo en el Museo Zorrilla, organizado por B’nai B’rith Uruguay y por la Comisión de Amigos del Museo Zorrilla, en Museo Zorrilla de San Martín, el 16 de junio de 2005. En ocasión del cumpleaños de Marosa se presentó el libro La fraternidad de la palabra. Participaron María Esther Burgueño, Miguel Ángel Campodónico, Rafael Courtoisie y Leonardo Garet.

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En Montevideo, del 15 al 19 de agosto de 2005, organizado por la Biblioteca Nacional. Marosa di Giorgio en la Biblioteca Nacional.Jornadas Académicas. Exposición documental con aportes de Nidia di Giorgio y de la “Sala Marosa”, entonces en preparación en Salto. Iconografía. Espectáculos artísticos.

Se divulgó el siguiente Programa:

Lunes 15: Palabras del director de la Biblioteca Nacional del Uruguay, escritor Tomás de Mattos, testimonio de Nidia di Giorgio. Conferencia de Roberto Echavarren:"Marosa di Giorgio: Devenir intenso".Martes 16: Eduardo Espina (Universidad de Texas): "Una mirada intencional: Medusa me dice, me seduce". Silvia Guerra (Poeta): "Lengua extraña". María Rosa Olivera Williams (Universidad de Notre Dame): "La imaginación salvaje: Marosa Di Giorgio".Guillermo Fernández (Artista plástico): "Marosa en persona". Miguel Ángel Campodónico (Escritor): "¿Acaso las palabras no matan a las palabras?". Alejandro Michelena (Escritor): "La mesa de Marosa en el Sorocabana". Elder Silva (Escritor): "Marosa y Salto en llamas". Miércoles 17: Carina Blixen (Instituto de profesores Artigas): "Reina Marosa: la niña en el umbral". Teresa Porzecanski (Escritora) "Marosa Di Giorgio: transfiguración y fervor por el "jardín natal". Hugo Achugar (Universidad de la República) : "¿Kitsch, vanguardia o estética camp? Apuntes fragmentarios sobre Marosa di Giorgio". Walter Costa (Universidad de Santa Catarina) "Énfasis y elusión en la poesía de Marosa Di Giorgio". Alicia Migdal (escritora) "Marosa autocreada".Sofi Richero (escritora): "Marosa di Giorgio vestidos de nomeolvides"Proyección del video "Lobo" de Eduardo CasanovaPresentación de Lumínile: relatos eróticos, estreno montevideano del espectáculo teatral argentino sobre Rosa mística de Marosa di Giorgio

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Dirección Graciela Camino. Actuaciones de Líbera Woszezenezuk, María Pagura y Mercedes Pérez Lagleyze. Iluminación Iván Nirich.Jueves 18: Hilia Moreira (Universidad ORT): "Lo materno divinal en Diamelas a Clementina Médici". Luis Bravo (Instituto de Profesores Artigas): Lecturas herme(neu)ticas para el códice: "los papeles salvajes" Hebert Benítez Pezzolano (Instituto de Profesores Artigas): "El otro efecto de la realidad". Presentación del libro Misales. Participaron Edgardo Russo (Editor de El cuenco de Plata) y Roberto EchavarrenViernes 19: Leonardo Garet (Escritor): "La obra como un templo". Fernando Loustaunau (Escritor); Ricardo Prieto (Escritor): "Marosa di Giorgio: El encuentro".Homenaje de la poesía. Participan: Amanda Berenguer, Rafael Courtoisie, Álvaro Ojeda, Selva Casal, Jorge Arbeleche, Sabela de Tezanos, Isabel de la Fuente, Marcelo Pareja, Maca, Mariella Nigro,

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En Salto, el 17 de agosto de 2005, en el Cementerio de Salto, organizado por el Taller Horacio Quiroga de Salto. Colocación de placa recordatoria y ofrenda floral. Recitado de un poema a cargo de Myriam Albisu y palabras de Leonardo Garet.

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En Salto, el 17 de agosto de 2005, en el Ateneo, organizado por la Intendencia Municipal de Salto. Lectura de un testimonio de Jorge Arbeleche, a cargo de Denis Dutra, conferencia de Leonardo Garet y proyección del video “El lobo” de Eduardo Casanova.

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El homenaje propuesto y no realizado. En Montevideo. En la Cámara de Representantes, en la sesión del 18 de agosto de 2004, la señora Representante Nacional María Nelba Iriarte habló destacando el significado de Marosa di Giorgio, a continuación expresó:“Por lo tanto me permito sugerir tres iniciativas al señor Presidente: realizar un minuto de silencio al final de estas palabras; hacer llegar a la prensa nuestra adhesión al sentimiento colectivo por esta pérdida y realizar una actividad con convocatoria pública de carácter artístico, en la que entre todos podamos lograr el nacimiento de sentimientos comunes, del mismo modo que Marosa decía que nacían en su casa las cosas “ desde la tierra, a veces, desde la noche hasta el alba, nacían las cosas: cubiertos, rayadores, platos, ollas, tazas. Todo allí, pulcro, tierno y casi tembloroso (...) Lo cuento, ahora, que, ya, parece cuento”.Soy conciente de la dificultad que enfrenta esta Cámara para preparar este homenaje a esta altura del año, sobre todo de un año electoral, pero pido que se haga lo posible. De lo contrario, los próximos legisladores tendrán el honor de rendir este homenaje.Solicito que la versión taquigráfica de mis palabras sea enviada a la Academia Nacional de Letras, a la Sociedad Uruguaya de Escritores y a la familia de la poetisa.”Esta propuesta fue votada en forma afirmativa por treinta y tres en treinta y siete legisladores.

El homenaje no se realizó.

Abreviaturas utilizadas

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Palabras de Leonardo Garet:

Agradecimientos:

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A los compañeros, amigos y familiares de Marosa que me acercaron recuerdos y documentos. A Alfredo López Períes y Héctor Gómez. A Nidia di Giorgio, por sus informaciones, su aprobación a este libro y su amistad.

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