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Marta Tallarico - Lectura inauguración muestra

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A partir de la intervención, las imágenes inician un decurso cooperativo, se enfrascan en el entramado de una forma lábil y derivativa; los colores, las figuras se instalan en una lógica del diálogo perpetuo. ¿Cuál es la frontera de la obra? ¿hasta dónde llega su integridad? ¿hasta dónde los caminos de su reescritura pertinaz? La obra intervenida va construyendo una identidad cifrada en el cambio, encausada en una especie de deriva sin fin.

Y en este marco, ¿cómo se configura la identidad autoral de la obra? Cabe aludir aquí a la ya clásica conferencia de Michel Foucault, “¿Qué es un autor?”, referencia insoslayable a la hora de problematizar la cuestión de la atribución originaria de toda producción textual (Foucault ancla su reflexión en el campo de la discursividad, extensible, para nosotros, al ámbito del lenguaje de las artes visuales).

El motivo que resuena a lo largo de su ensayo: «Qué importa quién habla, dijo alguien, qué importa quién habla», remite a lo que profetiza como una progresiva pérdida de función de la figura autoral en tanto subjetividad identificable con una persona física que se

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constituye en fundamento, explicación y garantía de las formas y los sentidos.

No obstante esta desacralización del referente autoral en tanto que sujeto físico, con una historia y una identidad, Foucault reconoce la presencia en el texto de lo que él llama la “función autor”, la cual tiene la forma de la identidad y de lo mismo y esa instancia de atribución originaria no se encontraría en el afuera sino en la inmanencia del propio texto. En esas coordenadas, reconocemos en la obra intervenida, la construcción de un autor que no es la suma de todos los intervinientes; no es tampoco el acuerdo o conflicto entre ellos; es un principio autoral que los excede y, al mismo tiempo, los subsume a todos.

Tal vez, el diálogo en la historia del arte se haya valido de dos modalidades dominantes: la polémica (como ropaje del combate) y la colaboración. Tanto desde una u otra perspectiva -la mano que interviene profanando o la otra mano que sigue el señalamiento de una forma- nacerá (será parido) un autor (un artista) diferente a todos los intervinientes.

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Porque de lo que se trata es de desanclar el texto de la sujeción a una instancia única de atribución, propiciar que esas marcas autorales –ropaje indiscutible de la subjetividad, de las subjetividades intervinientes– compongan una subjetividad colectivizada, una subjetividad que deje de identificarse –aunque parezca paradojal– con el sujeto único, fuente de todos los sentidos, validador de las claves de acceso a la deriva semántica, propietario del artefacto que sólo con su autorización derivaría en objeto estético.

Porque la intervención sería, acaso, la construcción utópica de una procedimiento artístico que reconfigure el exclusivismo autoral, el asedio de la oquedad –ese centro hueco– de la forma artística, el de un arte que se construye en la colaboración y el diálogo, que abra la obra para fundar un nuevo relato, una poética de la intervención.