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Matera 4: Amigos

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Matera 4, sobre amigos.

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Amigos contra fantasmasMarilynne Robinson

Yo sabía por qué Sylvie sentía que había niños en el bosque. Yo lo sentía también, pero no lo creía. Me senté en el tronco, tirándole piedras a mi zapato, porque sabía que si volteaba a mirar atrás mío, sin importar lo rápido que lo hiciera, la consciencia atrás mío dejaría de estar ahí, y sólo volvería a acercarse cuando yo me volteara de nuevo. Incluso si hablara justo en mi oído, como a menudo parecía a punto de hacer, al girarme no encontraría nada. Así, era persistente y provocador y brusco como los niños medio salvajes y solitarios. Esto es algo que Lucille y yo juntas ignoraríamos y yo había evitado la orilla todo ese otoño, porque cuando estaba sin nadie y además claramente solitaria, la provocación era mucho más difícil de ignorar. Tener una hermana o un amigo es como sentarse de noche en una casa iluminada. Los de afuera pueden verte todo lo que quieran, pero no tienes la obligación de verlos a ellos. Simplemente dices “Acá están los perímetros de nuestra atención. Si acechas alrededor, debajo de las ventanas hasta que los grillos se callen, cerraremos las cortinas. Si quieres que aguantemos tu envidiosa curiosidad, debes permitir-nos ignorarla”. Cualquiera con un vínculo humano sólido es así de arrogante, y es la arrogancia tanto como la comodidad y seguridad lo que envidian y admiran los solitarios. Yo había sido, por así decirlo, echada de la casa hacía ya suficiente tiempo como para poder obser-var eso en mí misma. Ahora ya no había ni frontera ni marco entre yo y estos niños fríos y solitarios que casi respiraban contra mi mejilla y casi me tocaban el pelo.

Tomado y traducido de la novela Housekeeping, de 1980.

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4Karolina Rojas

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Amistad de grandes, amistad de chicos.

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Mi amiga T. no quiere que la ponga en Facebook. Vivimos en países contiguos y nos visitamos cuando menos una vez

al año.Ya que nuestra amistad debe soportar largos periodos en los cuales

sólo nos comunicamos de manera electrónica o telefónica, una desconexión intangible pero muy real se hace patente. He descubierto que mi amiga ha instaurado un ritual para la continuación de nuestra amistad, una actividad intensamente física, que le da una especie de choque eléctrico al enfriamiento físico de la distancia.

Hace un mes fuimos juntas a un Hamam. Todo está minuciosamente planeado. Nuestras parejas deben hacer-

se cargo de los niños, llevarlos a ver una exposición de dinosaurios, por ejemplo. O tienen tres días enteros para fortalecer lazos, mientras nosotras dejamos todo atrás y vamos a un tercer país, con saunas que flotan en el mar. Así fue la sesión que inauguró este ritual.

Pagamos la entrada, ella me invita, tal vez porque fue su idea, tal vez porque estoy sin empleo, tal vez porque ella es mas rápida y yo más dependiente. Buscamos los vestieres, guardamos nuestras ropas, zapatos y relojes en los casilleros húmedos. Y ahí estamos, todas las mujeres desnudas, portando nuestra desnudez más vulnerable. No hay trucos. Nos ayudamos a lavar. En el Hamam esto es importante. Gorilas sin pelo, ayudándose a salir de la piel vieja. Conversamos y callamos también. Y después volvemos a nuestras vidas que son socialmente, económicamente, teóricamente distintas.

Pero mi corazón late muy cerca del suyo.

HamamCatalina José Renjifo

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C.J.R.

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Acá está, por fin, su primer amigo. Abrió la caja, lo desempacó y lo tiene frente a usted, tan extrañado como usted lo estaría al salir de una caja y encontrarse frente a una persona que nunca ha visto antes.

Puede ser difícil al principio, pero no se preocupe, con el tiempo se irá esa sensación. Es apenas natural sentirse desorientado, la caja donde venía era blanca y no tenía ningún letrero más que el que dice “amigo” en letras de molde. Una letra seria, sin serifas. No había ins-trucciones, sugerencias de uso, una guía sobre cómo comportarse con él para sacarle el mayor provecho, nada. Sólo “amigo” y ya.

Se siente un poco defraudado. Si usted supiera tener amigos, no lo habría pedido por correo.

Nuestros ingenieros, aunque talentosos, a veces creen que la gente sabe más de lo que sabe. Su fe en el ser humano es, podemos decirlo, excesiva. Cuando nos dimos cuenta de la confusión por la que han pasado algunos de nuestros clientes, decidimos tratar de corregirla.

Por eso hemos enviado este artículo a esta popular revista, para que nos hagan el favor de publicarla y todos ustedes que han pedido un amigo sepan qué hacer con él, cómo disfrutarlo al máximo y qué cuidados tener.

Empecemos por los motivos que hacen que una amistad termine, que, siendo numerosos, no son demasiados. Si empezáramos con los cuidados, quizás no terminaríamos nunca. Vale aclarar que no vamos a tratar casos particulares, que tiene cada uno sus matices. Tratare-mos, en cambio, algunas de las situaciones más frecuentes vividas por nuestros clientes y referidas a nosotros por nuestro departamento de quejas.

Mantenimiento de su amigoCorporación Cajablanca

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1. Aburrimiento. El cliente se queja de que su amigo le aburre. Siempre cuenta las mismas historias, los mismos chistes, las mismas cosas. ”Ya no me aguanto más a mi amigo”, dice uno.

Ante eso no hay mucho que decir. “Hasta la belleza cansa”, decía José José y eso es cierto de todo. El remedio es dosificar la amistad o tener siempre pensamientos nuevos.

2. Abandono. El cliente se queja de que su amigo dejó de llamar-le, ya no le contesta los emails, no le pone “I Like” a lo que escribe en Facebook.

Puede estar relacionada con la primera, pero no necesariamente. Es especialmente difícil para el cliente si la causa del abandono, que puede más o menos sorpresivo y repentino, no se hace explícita. Puede tratar de hablar con el amigo, pero si no le pasa al teléfono ni contesta los correos, quizás no tenga solución.

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3. Distancia. También sucede que con el paso del tiempo, el amigo toma un camino diferente, con otros intereses y ocupaciones. La distancia puede ser geográfica o filosófica o estética o de otra índole, pero el caso es que ya no tienen mucho de qué hablar ni gran cosa que compartir.

El remedio es cambiar con el amigo, seguirle sus gustos con cuidado e imitarlo en todo. Desafortunadamente, ese remedio puede llevar al primer punto, el aburrimiento.

4. Incomodidad. El cliente se queja de que su amigo espera demasiado de él, lo mira con una cara rara, le pregunta cosas que él no tiene por qué saber y se muestra hosco y decepcionado al darse cuenta que no sabe.

Esto es muy difícil de solucionar. Obviamente el amigo tiene una imagen errada del cliente, lo ha puesto en un pedestal y eso lo hace sentirse incómodo. Una solución es hablar con el amigo y explicarle que no es tan chévere como él cree, que es normal, que se siente asfixiado por sus reclamos de que sea mejor persona y que tenga más consciencia social.

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5. Decepción. Es el revés de la situación anterior. El cliente se da cuenta de que el amigo no es tan buena persona como creía o se imaginaba. Las virtudes que el cliente creía ver en el amigo no están ahí y se siente estafado.

A menudo, en vez de corregir esa visión distorsionada y de culparse a sí mismo por ese error de juicio, el cliente comienza a sentir repe-lencia. Culpa al otro, lo acusa de estafador y engañante. Dicen que la empresa le mandó un producto defectuoso. “¿Quién podría ser amigo de ese gañán?”. El fin de la amistad parece inevitable.

La solución es darse cuenta de que el aprecio que sentía por su amigo era excesivo y hacer una evaluación mejor calibrada de sus cualidades humanas. Una vez hecho esto, la amistad puede continuar. Incluso florecer.

6. Traición. Está relacionada con la anterior. Un amigo actúa en contra de los intereses del cliente. Le quita un trabajo, un novio o una novia, el apartamento que quería. El cliente está decepcionado, no quiere hablarle más. El amigo ahora tiene otros amigos, el cliente se siente triste. No hay solución.

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7. Robo. Relacionada con las dos anteriores. El cliente descubre que el amigo le roba cosas, no necesariamente materiales aunque también. Le roba otros amigos. Le roba datos importantes, conoci-mientos. Le roba sus libros favoritos que ahora son los libros favoritos del amigo y anda por ahí, dándoselas de ser el único que los ha leído. Roba también frases cómicas o ingeniosas del cliente, dichos poco comunes, muletillas en el lenguaje.

De raíz, tiene que ver con una visión errada del carácter del amigo. De nuevo, se quejan de los defectos de fábrica (obviamente, una vez desempacado el amigo no somos responsables) con una rabia directa-mente proporcional a la estima anterior. Tampoco tiene solución.

Tras enumerar en esta primera carta las precauciones que deben tener con su nuevo amigo, esperamos que esta revista también publique más adelante en este u otro número las actividades que les sugerimos hacer con sus nuevos amigos.

Atentamente, Corporación Cajablanca

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Cuando Julián volvió de Estados Unidos en el 89, sintió una cachetada fría de desadaptación cultural. Bogotá era cochina, olía a excremento con jabón y la gente andaba con dos piedras en cada mano.

Tenia catorce años y se las daba de skater y poeta. En Bogotá no se podía patinar porque todas las calles y aceras estaban llenas de hue-cos y sus poemas se fueron volviendo cuentos sin puntuación.

No conocía a nadie y nadie le caía bien. En el recreo de vez en cuan-do se le acercaba Libardo, el campeón de natación del colegio. Tenía la piel vuelta mierda por el acné, seguramente por el cloro, pensaba él.

La integración de JuliánAlain de Beaufort

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“¿Quiubo, Julián? ¿Qué escribe?”.“La letra para una canción de hardcore. Tengo un amigo que tiene

una banda en Estados Unidos y me pidió que le escribiera unas can-ciones”, dijo Julián.

“¡Qué soda, llavecita! Oiga, ¿va a ir al concierto de conciertos este fin de semana?”, preguntó Libardo.

La verdad es que no tenía amigos con bandas de hardcore, pero desde su llegada a Bogotá se había vuelto un mentiroso compulsivo. Mentiras culas, que igual no impresionaban a nadie. En cuanto al con-cierto, sí sabía de él, ¿cómo no? Era el evento mas publicitado en la historia del país. Pero se hizo el que no sabía.

“¡Güevón! ¡Van a estar Los Toreros Muertos, Miguel Mateos, Hom-bres G! ¡Va a estar del putas!”, le dijo Libardo. “Y me sobra una boleta en gramilla, se la vendo por lo mismo que pagué”.

“No conozco ninguna de esas bandas”, dijo él.“¡Son la verga! No lo piense tanto, tome la boleta, me da la plata

mañana y el sábado nos encontramos frente a la entrada seis. Estaré con mis primas pereiranas que son recuquiflojas”.

Llego el sábado, y se quedó esperando casi dos horas a Libardo fren-te a la entrada seis. Se resignó a entrar solo, alcanzó a sentir lástima de sí, un tris. Pero se sacudió y sacó pecho. No necesitaba a nadie, especialmente no a una gala como Libardo.

El estadio estaba hasta las tetas. Sintió la leve ilusión de que tal vez encontraría espíritus afines. Si existían otros skaters en Bogotá, tendrían que estar aquí. Pero pasaron las horas y las bandas vomitivas y nadie tenía pinta de conocer a los Butthole Surfers.

A eso de las tres de la mañana sus ojos cansados se quedaron mirando a una chica. Pensó que se había trabado con humo secunda-rio, porque la chica que veía no era posible. Se parecía a Siouxie, de Siouxie and The Banshees, pero con una belleza latina extrema. Sus manos empezaron a sudar. Las manos de ella estaban entrelazadas con las de un punk fornido y ambos estaban haciendo cara de culo. Parecía que ellos también pensaban que el evento era patético.

Se quedó congelado mirándolos. Los vio dándose un beso con lengua agresivo y los vio caminando hacia la salida. No encontró la manera de hacer contacto.

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Las siguientes semanas le dio vueltas y vueltas en su cabeza. Dife-rentes posibilidades de entablar una conversación. También fantaseó cómo le zanganearía la novia al punk, una vez lo dejara entrar en confianza, y luego el punk lo perdonaría y armarían una banda.

“¿Quiubo, Julián? ¿Quiere Tostacos?”, le preguntó Libardo.“No”.“¿Todavía está puto por lo del concierto?”.“¿Quién dijo que yo andaba puto?”.“No, pues como se la pasa mirándome rayado, yo pensé, ¿no?”, dijo

Libardo. “No pues, le pido disculpas otra vez, pero como le dije me salió ese paseo a Santa Marta y como no tenía su teléfono…”.

“No, fresco”, dijo él. “Lo que pasa es que tengo unos problemas muy complicados que tengo que solucionar. Pero no tienen nada que ver con usted”.

“Pues vine a invitarlo a la fiesta quinceañera de Betty, la que está en noveno B”.

Él sabía quién era Betty, pero se hizo el que no. “Venga y se despeluca. ¡Intégrese, marica!”.La fiesta fue en la sala comunal de un conjunto residencial cerca

de Las Villas. Era una minitk y, cuando entró, todos estaban bailando Boys, Boys, Boys de Sabrina. Puso su regalo sobre una mesa junto a la lechona; era una traducción de Las Flores del Mal de Baudelaire.

Betty se le acercó y le dio un beso en la mejilla empinándose. Su pelo negro estaba suspendido en una ilusión de liviandad gracias a cantidades tóxicas de productos químicos. Lucía un vestido rosado de princesa que resaltaba su escote cubierto completamente con escar-cha. Se veía chistosa pero también provocativa.

“Ven y bailamos”, le dijo Betty.Empezó a sonar una canción de Niche sobre Cali.“Yo no sé bailar salsa”, le dijo.“Yo te enseño”.La pista se lleno de humo y burbujas. Ella puso la mano izquierda de

Julián sobre su cintura y tomó la otra en su mano derecha.“¡Uy! Te sudan un jurgo las manos”, dijo. “Mi tía vende un producto

llamado No Sweat que quita eso”.

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“¿Ah, sí?”, dijo él.“Más bien bailemos separaditos”.Empezó a tomar aguardiente mezclado con vino de manzana

Cariñoso. Poco después vomitaba en el parqueadero. Empezó a llorar y a moquear desaforadamente. Extrañaba a sus parceros gringos y las patinadas en los parqueaderos de los centros comerciales. Sintió un profundo rencor hacia su papá por haber perdido su trabajo en la Ford y, con él, sus visas.

“Julián, estaba buscándolo por todas partes. ¿Se echó la ceba?”, le preguntó Libardo. “Métase el dedo en la garganta para que le termine de salir todo”.

“Déjeme en paz, gonorrea”, dijo él.Libardo sacó su billetera y de ella una papeleta. La desdobló y con

la punta de su tarjeta débito sacó un pase de perico que colocó debajo de su nariz.

“Hágale chino, que me quiero rumbear a la prima de la Betty”, dijo Libardo.

Se metió el pase y se limpió la cara con una servilleta que había traído Libardo. Se paró con su ayuda y volvieron a la fiesta donde re-partían caldo de costilla. Se tomó una taza y se le pasó la maluquera.

Después de que Libardo le diera un Hall’s Mentholyptus, Betty se le acercó y le dijo algo al oído que no entendió por la bulla.

Las siguientes semanas se la pasó en fiestas de quinceañeras con Betty y Libardo. Poco a poco fue aflojándose, primero con el meren-gue, luego con el vallenato, hasta llegar a un nivel aceptable de sabor con la salsa. Aprendió a tomar con moderación, o por lo menos dejó de guasquearse. Libardo lo recogía en su Mazda Coupé 626 con rines anchos. Lo escuchaba llegar desde la avenida, la banda Pasaporte toteando desde su Pioneer. Luego pasaban por la Betty y por último por la pareja de Libardo de esa noche. Nunca lo vio salir con la misma chica dos veces.

Se compró unos mocasines en Bosi y unos pantalones de paño en Carlos Nieto. Betty lo acompañó y luego fueron a comer helado a Picos.

“Oye… ¿Te puedo hacer una pregunta personal?”, dijo Betty.

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“Ajá”.“Tú eres virgen, ¿no?”.Se puso rojo.“No te apenes”, dijo ella. “Lo digo porque nunca he durado tanto

con alguien sin tirar. Me parece relindo, y conocerte más a fondo hará que nuestra primera vez sea más especial. Además, ya no te sudan las manos cuando estás conmigo”.

Esa noche la perdió en un motel cerca al aeropuerto. Libardo los esperó en el parqueadero. Insistió que era su responsabilidad ya que él había desvirgado a Betty y además quería celebrar que Julián y él serían hermanos de leche.

Dos horas después, dejaron a Betty en su edificio y Libardo agarró furioso la Autopista Norte. Alcanzaron los 180 kilómetros por hora en los Jardines de Paz, sin música, los dos sintiendo la fuerza de la gravedad en silencio.

“Marica, Julián, usted me cae rebién”, dijo Libardo cuando se detu-vieron en el peaje.

“Usted me cae bien, también, Libardo”.Pasó el tiempo y la amistad se fue solidificando. Julián y Betty

se cansaron de tirar y después de un poco de drama pasaron a ser también buenos amigos. Iban los tres para arriba y para abajo. Si no había fiestas de quinceañeras, se iban a la finca de Betty en Chinauta, se emborrachaban en el baño turco y luego salían a rumbear a Melgar por la noche donde cada cual se hacía su levante.

Betty y Julián le hicieron una mini intervención a Libardo. Una noche le sangró la nariz por meter demasiado perico y Libardo se puso las pilas a entrenar para competir en el torneo nacional. Julián se puso a escribir canciones de rock en español y Betty las cantaba en las izadas de bandera. Betty quedó embarazada de un suplente de Millonarios y ambos la acompañaron a planificación familiar y luego se fueron en carro a Cartagena a pasar Semana Santa. Julián aprendió de Libardo a ser más seguro. Él con su piel granosa podía levantarse a todas esas viejas porque no se ponía con güevonadas. Y de Betty aprendió a dejar el cinismo y a acoger su lado cursi. Pero, Julián no sabía qué les había aportado a sus amigos y eso lo carcomía un poco.

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Una tarde Julián hacía fila en el Corral de la Pepe Sierra cuando la volvió a ver: la chica del Concierto de Conciertos. Estaba sola comien-do papas a la francesa en una mesa.

“¿Me puedo sentar contigo?”, dijo Julián. “Te ví hace unos meses en el Concierto de Conciertos. Me impactaste y he querido conocerte desde entonces”.

“Qué boleta”, dijo ella. “Hágale”.Julián se sentó.“Te pareces a Siouxie de Siouxie and The Banshees”.“¿Usted cómo conoce a esa banda? No tiene pinta de conocer ese

tipo de música”.Julián se miro. Lucía un saco de rombos que Betty la había dado de

cumpleaños. “No puedes juzgar a un libro por su portada”. Julián se quito el saco para revelar una camiseta de Los Smiths, la

del soldado con el casco que dice “Meat is Murder”.“Pues sí, lo primero que pensé es que usted era un gomelo de segun-

da”, dijo ella.“Si me dejas, puedo mostrarte que soy eso y mucho mas”.“Bueno, pero deje de tutearme. Me exaspera”, dijo ella.Julián se cuadró con Ximena, que así se llamaba la muchacha.

Ella andaba vulnerable porque su punketo se había botado desde el piso 19 de la torre C de las Torres del Parque. Al comienzo su parche la rechazó pero después de un poco de drama, todos se aceptaron mutuamente hasta el punto que Betty y Ximena se volvieron súper amigas. Una noche Libardo trató de caerle a Ximena mientras Julián se recuperaba de la extracción de sus cordales. Ella lo cacheteó y después de un poco de drama todos se perdonaron.

Poco a poco Bogotá dejó de oler a caño, y la gente dejó caer las pie-dras de sus manos, o por lo menos así se lo pareció a Julián.

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Silvie Boutiq

De niña, tenía dos amigos imaginarios: Pron.tito y Pintuco. El primero me incitaba a hacer tonterías y el segundo me aconsejaba para no irla a embarrar. Cada vez que tenía que decidir alguna cosa, se me apare-cía este par, para empujarme cada uno hacia su lado.

Por ejemplo cuando ahorqué a mi hermana. Estábamos en medio de una pelea cuando Pron.tito gritó “ahórquela” y yo, haciéndole caso, le puse las manos alrededor del cuello. Pintuco decía “no lo haga, es su hermanita” y en ese momento mi mamá la salvó.

Así eran las cosas hasta que cumplí los 5 años. Ese día, de repente, sin más ni más, llegaron los dos para decirme unas cuantas cositas. Me extrañó porque nunca se habían aparecido en un momento que no fuera el de decidir algo –eran como el diablito y el angelito de los dibujos animados (seguramente los saqué de ahí).

Yo estaba en el zarzo* viendo y oyendo a las palomas, cuando llega-ron. Me dijeron que se tenían que ir, que ya era hora de que yo tomara las decisiones por mí misma. Es uno de los recuerdos de infancia más claros que tengo. Lo más loco de todo es que para uno son reales, no importa que haya sido uno mismo quien los creó.

El hecho es que cogí una revista llena de polvo que estaba por ahí, y me puse a mirarla, tratando de no llorar y de pensar en otra cosa…

Mientras que las palomas… las palomas… ¿cómo es que se dice?…

* Esta palabra no aparece en el real diccionario de la lengua de 1970, así que espero que esté ortográficamente correcta.

Cuando los amigos imaginarios se van

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Llegó a eso de las siete a mi casa, estaba pálido y no sabía cómo em-pezar a hablar, me dijo que fuéramos al parque porque me tenía que decir algo importante. Fui arriba y me lavé los dientes sin mirarme mucho al espejo, en esa época no usaba seda dental. Caminé detrás de él como en un velorio, le seguí los pasos hasta el parque y me miró a los ojos; Mary había vuelto y había acabado de hablar con ella en el gimnasio que tenía su papá cerca al centro comercial. Por fin, después de todo ese tiempo, le había dado una esperanza. Al parecer lo quería, lo había pensado bien y definitivamente quería estar con él, sólo había tenido que irse un tiempo para entenderlo. Casi no podía gesticular, la emoción se le notaba en todo, pero especialmente en esos temblorcitos casi imperceptibles alrededor de la boca; me sentí feliz por él, siempre la había querido y ella siempre era el tema de conversación desde que nos conocimos. Ahora que había vuelto podían ser felices, iban a poder besarse en algún matorral del barrio y de los brackets de ella saldrían mil reflejos de la luz de la luna que se elevarían como rayos láser demarcando su posición geográfica.

Pero hacía un mes que él estaba con Angie; no sé si por despecho o por simple orgullo le había pedido que fuera su novia, ella dijo que sí y se dieron un beso en la fiesta de Natalia. Yo los vi desde el otro lado de la sala y me dio envidia, ¿por qué él siempre podía besarlas a todas y yo no? Una noche que estábamos jugando botella al frente de la casa de XXX lo había pensado: en todos los tiros le tocó besarse con las más lindas, yo en cambio terminé con una lengua babosa y fría metida en la garganta, sentí repulsión y rabia, además no creo que yo tuviera la más mínima idea de besar a alguien.

- ¿Qué va a pasar con Angie?- De eso quería hablarle.- ¿Cómo así?- Sí, dígale a Angie que se cuadren, yo sé que usted le gusta. Yo

quiero estar con Mary.

Puñalada traperaGabriel Mejía

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Me quedé quieto y medio me reí, una risita tonta de esas que hace la gente cuando está cagada del susto. Yo estaba cagado del susto. Claro que me gustaba Angie, claro que me alegraba saber que yo le gustaba a ella, claro que quería que estuviera conmigo, ¿pero así? ¿Qué mierda le iba a decir? “Hola Angie, él no te quiere, se va con su exnovia, pero yo sí te quiero a ti, yo soy tu segunda oportunidad, no soy él pero me tienes a mí”. ¿Qué tontería era esa, de dónde venía este ingenio repen-tino, esta forma extraña de jugar con los demás? El amor desespera y de la desesperación me imagino que nacen estas soluciones desca-belladas, tenía miedo pero quería jugar así, con miedo y con indigna-ción, como en una pelea callejera.

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La primera vez que le di un beso a Angie estábamos en la sala de su casa, sus papás estaban en el cuarto y no se oía casi nada, sólo el ca-mión de la basura afuera o algún eco de los vecinos. A pesar de saber que estaba actuando por influencias externas, la besé y le toqué la pierna. Me gustó, quería seguir subiendo y tocarle las tetas pero había muchos cojines de diferentes tamaños, cojines tejidos con lana gruesa que no me dejaban moverme, los nervios no me dejaban pensar bien, parecía un borracho, medio brusco, medio amariconado, así que sólo logré rozarla con el dedo pequeño de la mano izquierda. Pero eso me bastó para sentir que lo había hecho todo: Angie y yo éramos novios y el plan se había completado, Mary, Angie, él y yo.

Un mes después estábamos subidos en un árbol del parque de la iglesia, tomábamos vino blanco barato que parecía gaseosa, fumá-bamos American Gold y nos reíamos. De pronto otra vez la seriedad, otra vez algo importante que decir, otra vez él me miró a los ojos.

- Angie me dijo anoche que sigue enamorada de mí.

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Teddy Ramírez

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1 Soñé que veía el perfil de una niña que era mi amiga en Facebook, pero que yo no la conocía. Después, en el sueño, aparecemos sus amigas y yo visitándola en el hospital. La niña tenía como 14 años, era rubia, muy bronceada, con la frente chiquita y bajita. Daba la sensa-ción de ser bogotana pero vivir en otro sitio, por ejemplo São Paulo, y practicar surf. No parecía enferma, y decía que ella “sabía qué era eso”, porque ella y sus amigas estaban hablando de líos de pareja. En-tonces yo me acordaba que le había visto unas fotos en Facebook con el novio, también rubio y bronceado pero mayor que ella, de digamos 32 años, de esas personas que se sabe que parecen menores de lo que son porque son optimistas, practican deporte y tienen conciencia de la importancia de mantener un buen estado físico. En ese momento entraban a la habitación los papás de la niña y la conversación se cortaba. La niña saludaba al papá “¡hola orejitas!” porque el señor era orejón (y un poco mayor para tener una hija de 14 años), y el sueño se acaba.

Sobre dos amigos inexistentesEduardo Arias González

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Hace algunos años Mario y yo abrimos un perfil de Myspace con una foto de una chica que encontramos en internet. El perfil es http://www.myspace.com/chichichic123.

Para llenar los campos de los intereses, juntamos los nuestros exa-gerando un poco, intentando redactar como esperaríamos nosotros que redactara la chica de la foto. El que creo que quedó mejor fue el campo de la música: “mi opera favorita (en realidad la unik opera que me gusta porque en general toda la opera sucks) es el dido y eneas de purcell. ademas me gusta el rap y la musica de malher, y el electro pero del nuevo”.

Aunque la chica de la foto es rubia, después subimos una foto de una pelirroja, otra de una con el pelo negro, y otra de un negro musculoso y sin camisa (cuidando que todas fueran autorretratos); finalmente escribimos que vivía en Vietnam. Hasta el momento “chic chick” tiene 987 amigos, principalmente hombres, de los cuales 4 son amigos reales de Mario y míos. Aparte de esos 4, todos los demás han solicitado su amistad. Al hacer la solicitud, escriben cosas como “Nice pic!!”, “dam you look so sexy”, o “hey hi... I am in Saigon for a week and was wondering if you can recommend me some place to go for Saturday night? Any crazy party place here? Thanks...”

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“En las torres [de Fenicia] había unos túneles verticales que se lla-maban ‘cárcamos’, eran unos huecos que iban paralelos a los túneles de los ascensores y por donde se metía todo el cableado telefónico y de citofonía. Para entrar a los cárcamos tocaba ir hasta el piso 5 o 14 en una torre o al 10 de la otra torre (en el primer piso y en los garajes también había entradas pero por estar a la vista de los porteros no las usábamos). La entrada era una pequeña puerta cuadrada de 60 por 60 centímetros que estaba a uno ochenta de altura, casi llegando al techo, me imagino que era así de pequeña y de alta para evitar que entráramos. Por la noche nos metíamos a los cárcamos, de día no lo hacíamos pues estábamos jugando fútbol y además podía estar alguien haciendo un mantenimiento a las redes de comunicación del conjunto. Tocaba entrar entre varios, pues uno tenía que hacerle ‘pata iguana’ al otro para poder alcanzar el borde de la puerta y luego empujarlo para ayudarlo a treparse, siempre se tenía que quedar al-guien por fuera para ayudar al último en treparse y vigilar. En el borde de la puerta uno metía el cuerpo y lo primero que buscaba era la escalera que estaba pegada a la pared, el túnel medía como 1.50 x 1.50 metros. Adentro estaba muy oscuro, creo que solamente había unos 5 bombillos en todo el recorrido, si uno miraba hacia abajo se veía una pequeña luz, el bombillo de los primeros pisos; si uno se soltaba de las varillas en forma de U que formaban la escalera, se mataba.

Subíamos en grupos grandes, nos metíamos de a diez personas en los cárcamos, era común que el que iba arriba le pisara a uno las manos, o que uno le jalara los pies para que avanzara; había mucho drama, pero era un drama muy simulado, todo el tiempo alguien decía que no encontraba el siguiente escalón, que algo estaba res-baloso, que había un cable de la luz suelto, que la puerta de salida había sido cerrada; ser alarmista era una manera de darle emoción a la metida a los cárcamos, o también era una manera de camuflar el único peligro real: soltarse, caer, morirse. El objetivo de subirse era llegar al techo del edificio, ahí estaba la última puerta, que era todo un

CárcamosAndrés Roldán

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desafío pues ahí la distancia entre la escalera y el hueco de salida era como treinta centímetros más larga, entonces, sin soltarse totalmente del escalón, uno alargaba una pata, empujaba la puerta, soltaba una mano, se agarraba del borde y con un empuje coordinado saltaba para salir del túnel de los cárcamos: esta acción era la más difícil de todas; más de una vez tocó devolverse porque alguien no se atrevió a hacerlo. Uno de los más hábiles era Orduz, por eso casi siempre él iba de primeras, para que abriera esa puerta y ayudara a los otros.

Subir con Orduz era garantía de pasarla bien en los cárcamos y luego al llegar a la terraza uno veía Monserrate atrás y las luces en-frente, y entre el pasado y el futuro de Bogotá, uno estaba totalmente en el presente, contando chistes o fumando cigarrillos. Era siempre de noche y hacía frío, uno no sabía bien si temblaba sólo por el frío o porque todavía faltaba la bajada. Bajar era igual de difícil, así que uno todavía no se relajaba, sólamente la calma volvía cuando uno llegaba nuevamente al piso de la puerta inicial o luego se tomaba una Colom-biana en la tienda Los Delfines o en la casa de alguien.

Orduz contaba una historia de una vez que subió sólo y Figueroa, el portero que echaron por el robo de la pintura del Salón Comunal, se puso a perseguirlo por entre los cárcamos, pero eso es una historia que no me sé bien, o que para contarla, ya tocaría otro día”.

Fotos: Nicolás C

onsuegra

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Hay gente que, aún en su más adulta adultez, conserva sus amigos del colegio. Hay otros que no. Que salieron del colegio, salieron de la universidad, entraron al mundo del trabajo y en todo esos pasos, en ese triple salto que para todos será mortal, terminaron desligándose de ellos.

Los que tienen sus amigos del colegio se saludan así:“Hola amigo del colegio. Hace tanto tiempo que nos conocemos

y aún así no nos hemos aburrido el uno del otro, la una de la otra, etcétera, ¿cómo has estado?”.

“Bien, amigo del colegio. Tú sabes… En mis cosas me ha ido bien, como siempre me va. He tenido complicaciones con lo que ya sabes, lo que te conté el otro día, pero se han resuelto. ¿Qué has sabido de nuestros otros amigos del colegio?”.

Amigos del colegioCamilo Calvetti

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“Están todos bien. Se fueron de viaje con otros amigos del colegio y la pasaron fabuloso. Se encontraron a un grupo de gente que ni idea, pero como los amigos del colegio iban juntos, no tuvieron que meter-se con ellos ni hablarles”.

“Menos mal. Hay una gente muy rara por ahí”.“Ciertamente. Gente que ni idea”.“Que ni idea, sí”. “Qué felicidad me da que seamos amigos desde el colegio. No sé

cómo hace la otra gente”.“De acuerdo, amigo del colegio. Deben pasársela viendo televisión

o dándose en la cabeza contra una pared. Me pregunto qué amigos tendrán en facebook, con quién se verán, ¿será que el mundo para ellos es triste? ¿Será que tienen gente que los conozca bien, a fondo, como nos conocemos nosotros, amigo del colegio?”.

“Yo creo que no, amigo del colegio. Bueno, sí… tendrán sus familias, los que las tienen. Pero no más. Es como si quisieran ocultar algo, me parece. Como si les diera vergüenza haber sido niños y adolescentes. Quieren dárselas de que llegaron al mundo en la adultez, sin haber tenido jamás amigos del colegio”.

“Qué raro. A mí me sucede, amigo del colegio, que cuando conozco a alguien nuevo pienso de inmediato: ‘con esta persona nueva jamás me conoceré tan a fondo como con mis amigos del colegio’. Pienso: ‘se trata de una persona pasajera que entra y sale de mi vida como las moscas en mi casa’. Pienso: ‘con esta persona jamás compartiré todo lo que he compartido con mis amigos del colegio’ y ahí mismo se me quitan las ganas de conocerla más”.

“Claro, es que pudiendo uno acumular más experiencias con los amigos del colegio, ¿para qué hacerlo con alguien más?”.

“Pero también hay gente que no tuvo la suerte de estar en nuestro colegio, ¿no? Entonces de pronto vienen de colegios donde la gente es maluca. O no, no maluca, exagero. Pero como poco interesante”.

“Uy, sí, seguro que eso pasa. Qué suerte tenemos de ser amigos del colegio y gente interesante al mismo tiempo. ¿No? Bueno, amigo del colegio, me tengo que ir. Tengo que ir a cascarle a un man que me quiere quitar la esposa. Nunca cambies”.

“Que le casques rico. Nunca cambies, chao”.

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Decidí ponerle a mi hijo Gerardo, Humberto. No es por coincidencia que yo en noviembre deliraba una historia de amor mientras él me ro-baba el texto, grabando mis palabras desde el micrófono conectado a mi oficina, (que, después descubrí amarrado por el enfermero, no era otra cosa que el disco duro de mi hermana menor); que por esos días estuviese él mismo, publicando el cementerio de Praga. Hoy lo leo y siento la misma emoción que él cuando escuchaba, ávido de más, como vino de madeira, mis fluidos monólogos sobre su poema inédito y mis dotes clarividentes. Ella era una campechana del piú, de las piú que quedaban aún por ese entonces en las riberas del desolado Cauca, lejos del Cauca, mas allá en San Juan del Cesar, recogiendo almendri-llo, frutilla de amaretto para mezclarla con chirrinchi de cáñamo.

Estaba yo en Cali, eran las ferias del 2004 y esa tarde nos bebimos una garrafa de blanco entre los tres. Salimos ya petrolizados al remate de la corrida en Zaperoco a encontrarnos con los amigos del colegio de Alejo; la escena es más bien confusa, yo seguí bebiendo aguar-diente hasta más no poder. Recuerdo estar bailando con una gorda mientras le decía que bailar con ella era como montar en Mercedes y ella respondía: “yo tengo uno, te doy una vuelta cuando querás”.

“Ya me la está dando”, dije, para luego, siguiente luz mnémica, estar en el carro de Alejo ya sin Crístofer gritándole “Imbécil ¿por qué me dejó esperando hora y media ahí?”, mientras él se culiaba una negra, según recuerdo dijo, en algún putiadero de moda de la época. Una la-guna de olvido se cierne sobre mi mente hasta el otro día, cuando me despertaron contándome cómo llevamos a la comitiva de Zaperoco a donde Alejo, y yo me encerré en el baño a vomitar, y me quedé ahí hasta que me ayudaron a llegar a la cama.

Más o menos un año después mientras me quitaba la ropa durante el striptease que le hicimos de despedida de soltera a Rita, entendí cómo es que la había preñado sin tocarle un pelo, y era obvio, me había violado esa noche en Cali: mi mamá no era mi mamá sino la bruja Liliana que me metía mandrágora en las pastillas que me vendía

Mi amigo HumbertoJoaquín Gómez

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para la psicosis diciendo que eran hechas a base de suero de veneno de culebra, y ya drogado, vendía el polvo a las putanas como Rita que no querían quedar preñadas de su novio sino meterle un hijo ajeno para vengarse por alguna cagada que su paranoia le había obligado a cometer.

Nació Gerardo, en esa época todavía no asociaba yo lo de su padre Humberto; en realidad el muchachito no es nada mío sino de su papá y su mamá pero yo en esa época, tal vez atraído por la belleza de su madre, no podía sino reemplazar un delirio por otro, al parecer más elaborado que el anterior por varias razones, tal vez la única aterri-zada sea una deficiencia de serotonina, es decir, que estoy demente; claro que no niego que los viajes a Villa de Leyva por hongos cada mes para secarlos y mambearlos de a poquito todos los días durante dos años, tuvo que haber contribuido bastante a tal deficiencia y por lo tanto al delirante estado en que me sumergí por mucho tiempo.

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El hecho es que estábamos en una finca unos amigos, su mamá y yo. Obviamente yo le coqueteaba a ella, porque para mí era motivo de orgullo el hecho, ficticio por cierto, de que me hubiera violado y tu-viéramos un hijo. Me desperté temprano ese día y ya el niño estaba ju-gando por los corredores. Me pidió algo de tomar y le ofrecí jugo, pero él dijo que no, que quería gaseosa. Al instante entendí que al estar su madre dormida él pretendía evadir la censura de tomar gaseosa a las siete de la mañana. Sin embargo, le pregunté si su mamá le dejaba tomar gaseosa por la mañana. Él me dijo que sí con una sonrisa mali-ciosa pero encantadora; que en la casa él podía tomar gaseosa cuando quisiera. Le serví un vaso de Colombiana ya sin gas y yo tomé otro, fue como si entráramos en una comunicación telepática. Él cogió un balón de futbol y yo lo seguí al jardín. “Jugamos”, me dijo, y empeza-mos a jugar metegol tapa. Luego él puso la regla “el que la bota va por ella” y justo va y la bota a unos matorrales. “Ve tú”, me dice. “Pero tú fuiste el que la botó”. “Sí, pero ahí hay culebras”. Entonces le dije que fuéramos los dos y él se armó de valor y saltó sobre la hojarasca, cogió el balón a toda prisa y salió corriendo hacia el pasto.

La culebrita sabanera no hace nada, pero yo en mi delirio pensaba que sí, que son culebritas que viven en el curubital y si te pican tienes media hora de vida y que el único antídoto es cortarse una hueva y hervirla en leche de sauco. Cuando terminamos el juego me dijo “y si me hubieran picado ¿qué? Me muero”. “No”, le dije, “la culebrita sabanera no pica”. Buen entrenamiento de culebrero, pensaba, para un niño de cinco años, soy un buen papá.

La última vez que lo vi, Gerardo ya no era mi hijo, sino el hijo bas-tardo de Umberto Eco con su hija bastarda Rita y todos los demás no éramos sino eunucos. Yo, recién castrado por mi ex novia, la culebrita del curubital, y los demás, por ser inferiores a mí, recién castrados por lo mismo. No lograba entender o acomodar en mi delirio cómo es que no vendían papilla de testículo para la picadura de culebra. Solo que-daban enteros mi ídolo Humberto, inaccesible por vivir en el Olimpo, y su hijo, mi amigo, que se salvaba por su edad.

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Kevin Mancera

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49Paola Gaviria (Powerpaola)

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50 Paola Gaviria (Powerpaola)

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Deterioro de la amistadSamuel Johnson (1758)

En la vida no hay mayor o más noble placer que la amistad. Es difícil considerar que este gozo sublime pueda verse impedido o destruido por innumerables causas, y que no hay posesión humana cuya dura-ción sea menos cierta.

Muchos han hablado, en un lenguaje muy exaltado, sobre la per-petuidad de la amistad, de constancia invencible, y de una calidez inalienable; y se han visto algunos ejemplos de hombres que se han mantenido fieles a sus elecciones tempranas, y cuyo afecto ha predo-minado sobre cambios de suerte y contrariedad de opinión.

Pero estos casos son memorables por ser escasos. La amistad que deben practicar o esperar los mortales comunes, debe surgir del placer común y debe terminar cuando cese el poder de deleitarse mutuamente.

Por lo tanto es posible que muchos accidentes sucedan, por los cuales el ardor de la gentileza se reduzca, sin que se presenten bajezas criminales o despreciable inconstancia en ninguna de las partes. No siempre nos es posible dar placer, y poco sabe aquel quien cree ser siempre capaz de recibirlo.

Aquellos que felizmente pasarían sus días juntos pueden separarse por el diferente cause de sus asuntos; y la amistad, como el amor, muere por las largas ausencias, aunque pueda aumentar por inte-rrupciones cortas. Lo que hemos extrañado lo suficiente como para desearlo, es más apreciado cuando lo tenemos de vuelta; pero aquello que se ha perdido hasta ser olvidado, al final se encontrará con poca alegría y, menos aún, si se le ha encontrado un sustituto. Un hombre desprovisto del compañero al que solía abrir su alma, y con quien compartía las horas libres y alegres, primero siente el día pesándole mucho; sus dificultades lo oprimen y sus dudas lo distraen; ve el tiempo ir y venir sin la gratificación que desea, y todo es tristeza en

Traducido de The Idler No. 23. Publicado el sábado 23 de septiembre, 1758.

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su interior y la soledad lo rodea. Pero esta inequietud nunca dura; la necesidad encuentra reemplazos, se descubren nuevas diversiones y se admiten nuevas conversaciones.

No hay expectativa que se frustre con mayor frecuencia, que la que surge naturalmente del prospecto de encontrar a un viejo amigo tras una larga separación. Esperamos que la atracción se reviva y que la unión se renueve; ningún hombre piensa en lo mucho que el tiempo lo ha alterado y muy pocos se preguntan por el efecto que ha tenido en otros. La primera hora los convence de que el placer que habían disfrutado antes terminó para siempre; diferentes paisajes han dejado impresiones distintas; las opiniones de los dos han cambiado; y esa similaridad de modales y sentimientos se perdió, lo que le confirma a cada cual la buena opinión de sí mismo.

A menudo la amistad se destruye por tener intereses opuestos, no sólo por el poderoso y visible interés que forma y mantiene el deseo de fortuna y grandeza, sino por mil competencias secretas y peque-ñas, apenas conocidas por la mente en donde operan. A duras penas hay un hombre sin alguna nimiedad favorita que valora por encima de mayores logros, algún deseo o mezquindad cuya frustración no puede

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aguantar pacientemente. Esta pequeña ambición a veces se insulta antes de hacerse conocida y a veces resulta vencida por la insensible petulancia; pero tales ataques raramente se hacen sin que conlleven la pérdida de la amistad; porque todo quien haya visto la parte vulnera-ble siempre resultará temible, y el resentimiento seguirá consumién-dose en secreto, porque la vergüenza le impide ser descubierto.

Sin embargo, esta es una malignidad lenta, que un hombre sabio obviará considerándola inconsistente con el silencio, y un buen hom-bre la reprimirá, considerándola contraria a la virtud; pero la felicidad humana a veces resulta violada por golpes más repentinos.

Una pelea que comenzó ligeramente sobre un tema que, momen-tos antes, era indiferente a ambas partes, continúa por el deseo de conquista, hasta que la vanidad se enciende con rabia y la oposición termina en enemistad. Contra este rápido daño, no sé qué seguridad pueda haber: a veces los hombre resultan sorprendidos por dispu-tas; y aunque ambos se apuren a reconciliarse, apenas disminuya el tumulto, es raro encontrar dos personas que puedan de inmediato ahogar su descontento o instantáneamente disfrutar las mieles de la paz, sin recordar las heridas del conflicto.

La amistad tiene otros enemigos. La sospecha siempre endurece al cauteloso y el asco repele al delicado. Muy ligeras diferencias a veces separarán aquellos unidos por una larga reciprocidad de costumbre o beneficencia. Lonelove y Ranger se retiraron al campo a disfrutar de su compañía mutua y regresaron en seis semanas, fríos y petulantes. El placer de Ranger era caminar por los campos y el de Lonelove era sentarse en un emparrado; ambos habían cedido ante el otro y ambos estaban enojados por haber tenido que ceder.

La enfermedad más fatal de la amistad es la decadencia gradual, o el disgusto aumentado por causas demasiado nimias para mencionar y demasiado numerosas para remover. Los que están enojados pueden reconciliarse, los que han sido heridos pueden ser compensados; pero cuando el deseo de agradar y la disposición de gustar del amigo se disminuye calladamente, no hay esperanzas para la renovación de la amistad; igual que cuando al ver la energía vital hundirse en la languidez, ya no hay necesidad del médico.

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Andrés Felipe Uribe Cárdenas

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Pero… ¿Cómo así? ¿Con quiénes?

Fotonovela

Nada, con unos amigos que no conoces todavía pero que son mucho más chéveres que tú, son más chistosos, más imaginativos. Además cocinan rico.

Me voy a vivir con unos amigos. No lo tomes a mal.

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Me gustaría que tú también pudieras ser amigo de ellos. Pero son demasiado selectivos con sus

amistades…

Pues yo también justamente hoy conseguí unos amigos súper chéveres. Pensaba presentártelos mañana…

Preséntaselos a otra. Con mis amigos me basta.

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Robert DavidsonEdgar Lee Masters (1915)*

I grew spiritually fat living off the souls of men.If I saw a soul that was strongI wounded its pride and devoured its strength.The shelters of friendship knew my cunningFor where I could steal a friend I did so.And wherever I could enlarge my powerBy undermining ambition, I did so,Thus to make smooth my own.And to triumph over other souls,Just to assert and prove my superior strength,Was with me a delight,The keen exhilaration of soul gymnastics.Devouring souls, I should have lived forever.But their undigested remains bred in me a deadly nephritis,With fear, restlessness, sinking spirits,Hatred, suspicion, vision disturbed.I collapsed at last with a shriek.Remember the acorn;It does not devour other acorns.

* Tomado del Spoon River Anthology, que cuenta la historia de 244 habitantes de un pueblo en Illinois a través de epitafios escritos por los propios difuntos.

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Me engordé espiritualmente con las almas de los hombres.Si veía un alma fuerte

Hería su orgullo y devoraba su fuerza.Los refugios de la amistad sabían de mi astucia

Cuando podía robarle a un amigo, lo hacía.Y donde pudiera agrandar mi poder

Socavando ambiciones, lo hacía,Para así alisar la mía.

Y triunfar sobre otras almas,Sólo para afianzar y demostrar mi fuerza superior,

Era para mí un deleite,La aguda emoción de la gimnasia del alma.

Devorando almas, debí haber vivido por siempre.Pero sus restos indigestos me generaron una nefritis mortal,

Con miedo, inquietud, un desánimo permanente,Odio, sospecha, visión nublada.

Colapsé al fin con un chillido.Recuerda la bellota;

No devora otras bellotas.

Robert DavidsonEdgar Lee Masters (1915)

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Manuel Hernández

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¡Era mi mejor amigo!

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El saltoCatalina Holguín

Tuvimos que reservar un hotel caro y malo. El que está al lado del museo Mi Colombia, ese en el que los niños hacen en plastilina un chicharroncito siete taches para poner en una bandeja paisa de jugue-te. Encima de eso, el hotel estaba como a 10 minutos a pie del hotel de las terrazas, en el que claramente, no conseguimos reservas para el balcón para ver bien los juegos de luces y música que hacen con el agua. Les dije una y otra vez que un sábado, de puente, que coincidía con el DÍA INTERNACIONAL DEL AGUA! no era el mejor momento para visitar el Salto del Tequendama.

Éramos cuatro y nos tocó meternos como a la brava a ese cuarto de hotel. Esa primera mañana, después de desayunar en el Archie’s que abrieron en la antigua fábrica de cal, nos fuimos caminando por la ronda del río. El sendero estaba un poco resbaloso (faltaba mante-nimiento y unos avisos de precaución), pero fue muy lindo. Además Jorgito me cogió la mano por primera vez. Lástima que estuviéramos todos embutidos en ese cuarto. Igual, nos tomamos fotos, metimos los pies al río, y finalmente llegamos al mirador del Salto. Claro, como era Día del Agua, nos tocó una fila insoportable, aunque se me pasó rapidísimo porque Jorge estaba ahí. Y bueno, yo como una nerd mi-rándolo toda tragada. Qué oso.

El mirador es una plataforma super cool que hicieron al otro lado del río, como suspendida arriba de la Virgen, entre el bosque. Mi mamá me decía que esa era la Virgen de los suicidas, y que a veces se botaban las parejas de amantes, y me pareció tan triste. Les dije a todos, “¡Oigan! Esta es la virgen de los suicidas”. Y, claro, Andrea y Esteban que están muy góticos últimamente quisieron tomarle fotos y se prometieron hacer sus votos matrimoniales ahí en un FUTURO.

Cuando finalmente llegamos a la plataforma (que era mucho más grande de lo que me imaginaba) no me pude concentrar pensando en Jorge y en que quería darle un beso y seguro él a mí. Él estaba muy emocionado con la vista, y en cambio a Esteban le dio vértigo porque está uno como suspendido en el aire y suena el agua durísimo y se

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puede uno quedar ahí toda la vida viendo el agua bajar y bajar y si uno desenfoca los ojos sólo ve el bulto de agua que baja muy revolcada y blanca. También me puse a tratar de seguir con la mirada un poco de agua, y entonces sentía que se paralizaba el mundo y la caída de agua también, porque toda la cabeza se me enfocaba en ese pedazo de agua suicidándose con tanta alegría hasta caer y estallarse contra las piedras del lecho del Salto, donde esa misma agua se transforma en una cortina de la lluvia más fina. ¡Sobra decir que me quedó el pelo un espanto con toda esa agua!

Desde la plataforma se veía el hotel del Salto, al que se llegaba en tren hace mucho tiempo como me decía mi abuela, y que ahora es como el hotel más caro del mundo. Les dije, ¿sí ven la terraza que nos PERDIMOS por venir en puente? Desde esas terrazas es que se ve la cascada con las luces y la música. Y la verdad que uno pensaría que siendo Colombia sería una cosa chambona, pero no, esa noche vimos el show desde la carretera, al pie del hotel con un jurgo de gente y como era DÍA DEL AGUA al menos nos tocaron los juegos pirotécni-cos más wau del mundo y yo con Jorge, pues ni hablar.

¿Que si pasó algo con Jorge esa noche? Pues no, porque Esteban y Andrea estaban ahí todo el tiempo, como si no captaran el mensaje o algo.

El siguiente día ya no fue tan chévere. Jorge quería hacer rapel por los riscos hasta llegar al río. Yo ni loca me iba a mandar por ahí. Andrea y Esteban se pusieron dizque a comprar suvenires asquerosos para toda la familia: que la bolita de cristal con el Salto, el llavero con la virgen de los suicidas, un libro de tercera dimensión que simula el agua y un cómic del Capitán, que es como el pescado más famoso del río.

Conclusión: me tocó sentarme como una inepta toda la mañana en Mazorca’s INC. a oír música y ver el Salto en una mesa esquinera que al menos tenía buena vista. Me imaginé otra vez al borde de la casca-da, y me imaginé que yo era como una surfista y pasaba de un lado al otro de la caída de agua, esquivando piedras, mirando el paisaje abrir-se y ese valle que se destapa a lo lejos. Luego caía con mucha gracia y con estilo esquivaba las piedras de abajo y seguía de pie, en un wetsuit

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muy negro, corriendo sobre el agua hasta pasar a los que hacían rapel por los riscos y a propósito hacía una maroma para que Jorge me viera y yo me hacía como si nada, como si estuviera aburrida haciendo esto tan común que es surfear por el río Bogotá.

Estaba en esas, englobadísima, cuando aparece Jorge y se me sienta en frente. Yo pensé: “Listo, ¿ya qué más quieres? Tenemos este lugar tan especial para tí y para mí (no tan cierto, pues estaba repleto!), escondámonos en el bosque, al otro lado del río, y nos damos muchos besos”.

No dije nada de eso, claro. En vez, me quedé con las palmas de las manos apretadas entre las piernas porque me estaban sudando mu-chísimo. Jorge empezó a tartamudear (mala seña) y entonces me dice: “Tenemos un problema”. “¿Cuál?”, quería gritarle yo (pero estaba muda). “Pues que yo te gusto más a tí que tú a mí. (Sigo muda). Digo (dice), es que tú crees que yo… amigos…”.

Deje de oír. Patético. Me acordé de una canción de un grupo inglés que se llama Los Campesinos:

He whispered “oh my god this really is a joy to behold” I thought he said “it’s a joy to be held” so I held him too close It was a grave mistake, he never came back again.

¡¡¡¡El SALTO APESTA!!!! Ahora pienso que lo de la mano es porque estaba resbaloso el sendero.

Bueno, eso es la gran historia de mi paseo, Nenis. Ahora tengo un amigo más. (¿Lo saco de mi Facebook?) Como ves, hace rato no te escribía así de largo, y sólo cuando estoy triste, pero es típico mío. Te mando la canción porque me encanta y la estoy oyendo mucho. Obvio.

¡Besos!Helen

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71Francisco Toquica

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Mis amigosJuan David Correa

Se quedaron vestidos de pantaloneta, medias, y guayos para salir a jugar fútbol en el potrero de la Avenida Treinta con Calle 22, junto a Colseguros, esas torres desde donde se suicidaban personas que nunca conocí. Se quedaron con el balón en la mano, y el trote hacia el pastizal frente a la fábrica de cervezas Andina que a esa hora del día, digamos las ocho de la mañana, invadía el potrero. Los veo haciendo los dos arcos con sacos. Hacemos pico y pala y escogemos los equipos. No sé cuántos de cada lado. Pero pongamos seis jugadores por grupo. Dos arqueros y cinco y cinco que arrancan a correr detrás de un Adidas Tango chiviado pues el original costaba mucho. El partido no tenía tiempo. Corrían y anotaban goles un mono de ojos verdes a quien apodábamos Pelé, y otro moreno, grueso, que pasaba como un tractor corriendo llamado Fabián. Fabián Álvarez, hermano de Julio y de Fer, primero en tener un Atari en el barrio. Fabián, víctima de una apendicitis, uno de esos muchachos intrépidos capaces de guardar ese órgano en un frasco de vidrio para exhibirlo como un trofeo. Hugo, el hermano de Pelé, también corría. Y corría Álvaro Felipe, y uno al que le decíamos Caucho, de nombre Víctor, que venía de Bucaramanga, o de Barbosa, y tenía un Celebrity Verde automático. Y corrían los más grandes: Óscar, que se murió, creo, en un accidente de carro; Juan Pablo, hermano del Flaco, que había nacido en Estados Unidos y que prefería el béisbol al fútbol. Y Omar noséqué. Omar, que vivía en el bloque cuatro. Y también corría otro al que llamábamos Lechona, un gordo mayor que daba taponazos durísimos y que se enfurecía cuando lo llamábamos por ese merecido apodo. Rulos –por su pelo– y Nenito –por llorón–, dos hermanos, Andrés y Alejandro; y Hugo Andrés –ese sí que no tenía apodo–, siempre tan bien peinado y cuidado por sus dos padres tan correctos que lo llevaban a clases de tenis todos los sábados por la mañana al Club El Campín, adonde nunca nos invitaba, en su Renault 18 negro. Corría también Francis-co, con los mocos siempre visibles, a punto de caerle en los guayos, ese muchacho hijo de un tipo rarísimo que tenía un Toyota Celica

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deportivo. A veces iban los de otras manzanas, que no eran amigos. Mis amigos eran leales a la Manzana K de esa urbanización llamada Usatama que por años tuvo un muro de ladrillo con el cual se nos quería proteger del barrio Samper Mendoza y en consecuencia, del Santa Fe. Había otros: Mogollo, por sus cachetes; Cucú, por chiquito y cansón como el pájaro, yo era Bombillo, porque alguna vez me rapé; el otro era Dientes, porque tenía una rara enfermedad en sus dos incisivos superiores que parecían podridos (de él sí sé que es un exi-toso empresario del pan en Hoboken, NJ); Pato, su hermano, porque caminaba así.

Después de jugar fútbol podía haber una gaseosa helada para el equipo ganador, una de esas litro de vidrio que tomábamos a pico de botella frente a una tienda donde contaba el equipo perdedor las monedas para llegar, quizá, a los mil pesos. De ellos ya no sé nada, ni quiero saber. No los he buscado en Facebook, ni me interesa recupe-rarlos: no por ellos, claro, que deben seguir siendo buenas personas, sino por mí, que prefiero quedarme con el potrero, las vueltas en bicicleta emulando a Bernard Hinault, o a Luis Herrera, la idea de que el mundo era eso: unos amigos reunidos en el centro de una manzana de edificios amarillos y nada más, con apodos aún inocentes que no querían decir ni cuchillo ni jabón.

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Humberto Junca

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Amigos que me gusta recordarLuisa Roa

Mi primer amigo se llamaba Juan y todo el tiempo me daba regalos. Tengo muy presentes sus regalos pero no me acuerdo de la cara de Juan. Es más, recuerdo que ésta era una relación atravesada por el interés, pues a mí me gustaban los regalos que Juan me daba y, por alguna razón que desconozco, a él le encantaba estar conmigo. Luego tuve otra amiga que se llamaba Claudia, era del colegio. Claudia me sorprendía, porque para ser tan niña era una verdadera perra. Le en-cantaba ser intrigante y todo el tiempo ponía en conflicto a las otras niñas. Ella se consideraba muy inteligente, así que pensaba que los demás éramos idiotas; es más, creía que yo no me daba cuenta de lo que pensaba. Me gustó ser su amiga por un tiempo porque me parecía divertida, pero terminé por aburrirme, entonces un día no le volví a hablar. Luego conocí a Shirley. Siempre tenía novios y siempre tenia conflictos con sus novios. Su papá tenía una pistola y jugábamos con ella, aunque a veces me daba mucho miedo hacerlo. Un día su papá le compró un mico, lo metieron en una jaula y lo pusieron en la sala. Cuando hacíamos tareas el mico era una molestia, no paraba de gritar y de hacer cosas obscenas. A Shirley parecía no importarle porque siempre estaba pensando en los novios, y como yo nunca había teni-do uno, no sabía exactamente de qué me estaba hablando. Después se fue del colegio y nunca la volví a ver. A Carlos lo conocí en el barrio y todo el tiempo estaba trabado. Yo me sentaba por las noches en las banquitas del parque para hablar con él. Con el tiempo y las charlas me enamoré de él y un día se lo confesé, pero Carlos me dijo que lastimosamente él no me correspondía, pero que le gustaba parchar conmigo. Estuve triste un tiempo, pero me recuperé. Carlos dejó las drogas y ahora es padre de familia, aún seguimos hablando. Andrés siempre caminaba por ahí solo y un día yo me estaba tomando una gaseosa en una esquina del barrio y me habló. Yo no le entendí lo que me decía, pero me cayó muy bien, me pareció divertido. Andrés esta-ba lleno de manías, entre ellas llamarme todos los lunes a la misma hora para contarme historias sobre exorcismos y brujería. Sabía

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mucho de eso, pero yo no entendía mucho. Todavía somos amigos y el otro día me contó que él iba a desaparecer en cualquier momento, como cuando se revientan las burbujas de jabón. Isabel es una de las amigas que más me ha gustado tener. Me gustaba que se reía todo el tiempo, nada le parecía lo suficientemente serio. Su papá era una especie de Indiana Jones y nos contaba sus experiencias en la Pampa Argentina. Cuando Isabel era niña le regaló un tigrillo de cumpleaños, pero el animal se escapó y mató a un perro del barrio. Isabel siempre se reía cuando me contaba la historia. Nunca la volví a ver. Cuando estudiaba en el Colombo conocí a Jeffrey, era un metalero al que le encantaban las drogas y los tatuajes. Nos sentábamos en el parque de la Independencia a perder el tiempo, casi siempre permanecíamos callados. Ocasionalmente me contaba lo que le pasaba con sus novias y lo que había hecho el fin de semana. A veces estaba tan drogado que no podía hablar y se le ponían los ojos muy brillantes. Hoy en día no sé nada de Jeffrey. Laura tenía muy mal carácter, pero leía un montón. Me molestaba que tratara tan mal a la gente, pero al final no me importaba porque hablábamos de muchas cosas. Incluso coincidimos en que nos gustaban Thomas Bernhard y los discos de Glenn Gould. Siempre hablábamos de cosas trágicas, fumábamos muchos cigarri-llos y nos deprimíamos. Un día Laura se consiguió un novio y se fue con él para México. Arturo es el amigo más divertido que he tenido, de hecho, viví un tiempo con él . Era aficionado a la opera y a las fiestas. Cuando salíamos de fiesta siempre terminaba siendo amigo de la mitad del bar. Todo el tiempo nos reíamos, aunque él era de esas personas que tenían una tragedia en su pasado, todo un drama,

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creo que por eso veneraba a María Callas. Roberto estaba bueno y era inteligente. Le encantaba ser considerado un idiota para que en el momento menos esperado pudiera sorprendernos a todos con una frase inteligente. Leía mucho, pero no le contaba a nadie, prefería que la gente supiera que era modelo en campañas publicitarias. Le aburría el drama y siempre se burlaba de la desgracia ajena, la compasión le parecía un sentimiento vulgar. Un día me dijo que las mujeres no guardábamos ningún misterio, que más bien éramos insoportables y corrientes, pero que, sin embargo, le gustábamos un montón. A Mauricio no le gustaba salir de su casa. Yo lo conocí por pura coinci-dencia, por un amigo de un amigo. Nos caímos muy bien y decidimos entablar una larga amistad por teléfono, hablábamos todas las noches de lo que veíamos en televisión. Le tenía miedo a las mujeres, por eso no tenía novia. Veía muchas películas y coleccionaba noticias biza-rras, como una de una señora que hacía brujería y vivía en Fontibón y terminó matando no sé cuantos ancianos. A Sebastián lo conocí en un concierto, era un tipo tranquilo. No le gustaban ni el trago ni las drogas. Le encantaba Dennis Cooper y su película favorita era Ex drummer. Hablábamos de muchas cosas, él siempre era ecuánime e imparcial, nunca perdía el control. Lo que más me gustaba es que siempre me daba chocolates. Nunca había conocido una persona que cocinara tan bien como Camila. Sabía de cosas que nunca me imaginé que existieran en la cocina. También contaba historias increíbles, como la de una princesa iraní que conoció. Me contó que la princesa llegó a Colombia después de la caída del Cha de Irán, así que no sabía ni vestirse sola, estaba acostumbrada a tener sirvientes que lo hacían por ella. Cuando murió, ya muy viejita, no tenía ni una arruga porque nunca se había reído. De verdad me gustaban sus historias. Por último está Daniel. Yo lo había visto por ahí en fiestas y eventos por el estilo, y un día me habló y me pidió un favor. Después del favor empezaron las visitas, y después de las visitas se volvió costumbre que se quedara una o dos veces a la semana en mi casa. Él era noctámbulo, así que me hablaba y me hablaba hasta que me quedaba dormida. Al otro día, encontraba notas por ahí en las que me contaba a qué hora me había dormido. Recuerdo una: “a la una de la madrugada te quedaste dormida noiser”.

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SofásManuel Kalmanovitz G.

Los amigos ayudan a los amigos a subir sofás. No importa el piso ni el sitio en el mundo.

El otro día alguien hablaba de sus amigos. Decía que fue a comer con un amigo. Que un amigo le recomendó un libro. Que otro amigo se acaba de morir y era genial. Que otro amigo tiene un gusto exquisi-to. Y así.

Ahora, no sé si todos esos amigos de los que hablaba le ayudarían a subir un sofá a un cuarto, quinto, piso. Debería esta persona pensar en eso antes de hablar de tantos amigos. Porque los amigos de verdad, los que le ayudarían a subir el sofá, no son tantos.

Es una inflación de la amistad, eso de decirle amigo a alguien que no lo es. Habría que usar fracciones para designar los matices de amistad con los que nos encontramos en nuestra vida, una forma de calibrar y medir las amistades.

Si alguien ayuda a subir el sofá sólo hasta el segundo piso sería un medio amigo. O si no ayudaría con un sofá, pero sí con una poltrona, lo mismo. Y luego cuartos de amigo, octavos, un tercio de amigo.

Así sabríamos a qué atenernos cuando hablamos con alguien, si po-demos decir algo negativo de alguno de sus amigos sin que se sienta también insultado por la solidaridad amistosa que existe.

Si son, digamos, medio amigos o menos, podría hablársele mal del otro. Y a juzgar por la reacción también se mediría la amistad.

Si la persona revira (“no hable mal de fulano, que es mi amigo”) entonces ya se sabría: esa persona es más que medio amigo y, por lo tanto, le ayudaría a subir el sofá hasta donde sea necesario, cuarto, quinto, sexto piso. No importa, así es la amistad.

Habrá quienes digan que la teoría del sofá es inútil, inútil como un sofá imaginario donde uno no puede reposar sus extremidades can-sadas al final del día, donde no puede pensar en lo hecho o en lo que falta por hacer, en los interrogantes que ofrece el mundo.

Pero esas personas están equivocadas. Habrá quien diga, jugueto-namente, “no tengo sofá, ¿acaso eso implica que no tengo amigos?”

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Y reirá, creyendo haber probado que la teoría del sofá es absurda e inútil. Pero que se rían. Igual estarán equivocados porque la teoría no habla de un sofá concreto sino de uno abstracto. Uno que cualquiera de nosotros que haya cargado un sofá, que haya visto un sofá, tiene en la mente.

Es una medida de esfuerzo y de incomodidad. Porque la amistad es pasarla rico, sí, pero también es hacer favores no tan ricos.

Pensaba en todo esto mientras oía a este tipo hablar de todos los amigos brillantes que tenía. Pensaba en esto y veía al susodicho y era claro que el pobre no tenía nadie que le ayudara a subir un sofá a ninguna parte. Ni siquiera a un segundo, a un tercer piso.

Pero lo que le pasaba al tipo es que, como no sabía lo que era tener un amigo, se creía con muchos.

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Pacto de Sangre

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Natalia Sorzano

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Alexander Ríos

razones por las que dejamos de ser amigos

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no pudimos seguir teniendo esas largas y plácidas tardes de conver-sación, té y pastelillos, desde que ella empezó a asegurar que había sido raptada por los alienígenas.

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cuando, luego de que aceptamos que nos habíamos perdido y que los rescatistas tardarían en encontrarnos, él propuso ser el encargado de administrar el alimento.

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éramos amigos hasta que él me dijo que nunca lo fuimos.

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hasta que Rachid nos contó que él no usaba papel higiénico sino que se limpiaba con la mano. lo dijo así, como si nada, mientras cená-bamos sus recetas árabes. ese día me despedí sin darle la mano.

n

- no quiero ser más tu amigo, desde que eres sordo ya no tiene nin-guna gracia.

- ¿qué?

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la verdad es que nunca fui su amigo. su padre me pagaba a mí y a otros chicos del colegio para que fingiéramos. fue divertido.

n

…se trata de un favor sencillo, es que necesito que seas mi fiador para un crédito que quiero pedir al banco. sobra decirte que nunca tendrás que pagar nada, es tan sólo un requisito que…

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querido:creo que ésto no está funcionando. me voy con Carlos. nunca dudes

de su amistad, la culpa es totalmente mía. ahí te dejo pollo en la nevera.

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le informamos que el servicio de amistad con # de referencia IC8304 será suspendido en caso de que no sea cancelado en las próximos tres días en los puntos de pago autorizados.

cordialmente,

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porque eres un aburrido.

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Flora: una amiga que me quiero comerKaren Biswell

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91Adriana Cuéllar

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DiegoCarolina Sanín

En el pasado Mundial de Fútbol el jugador que me cayó bien fue Diego Forlán, de la selección de Uruguay. Yo quería que se ganara la copa y lo que hubiera por ganar en el mundo, e incluso lo que hay para ganar y ya se han ganado otras personas. Tan bien me caía que era mi amigo. El domingo pasado lo vi jugando la Copa América, en la televisión, y creo que era el mismo. Sí creo, creo que sí. Digo “sí” tres veces: una en voz alta (resonada), otra susurrada (sin hacer vibrar las cuerdas vocales) y otra mentalmente (escuchando): una vez para cualquiera a quien le llegue la palabra que mando de viaje, otra vez para que la palabra que yo paso le llegue a quien esté próximo a mí, a la segunda persona contando desde mí hasta el fin del mundo, y una tercera para mí misma y sola, en silencio, con la palabra quieta.

¡Si! Sí…—Sí—.En mi historia, cuando se mudó a mi edificio y empezamos a jugar

con las casitas, Diego dijo que se llamaba Dragan. Que valía que él era los tíos. Aunque ahora vaya y venga con otro nombre y haya pasado mucho tiempo, sigue con el mismo pelo rubio que le sale de la cabeza y le baja. Se lo deja largo como cuando tenía siete años. Es por el pelo que lo reconocí, por el pelo y por la creatividad. En Bogotá, en los años setenta, no había niños como él. Tampoco en Bogotá hay insectos en las casas, debe de ser por la altura. El que no haya plagas hace que la gente crea que la vida debe ser de dos maneras, a saber, cómoda y decente, y también hace que la gente crea que es necesario que el tiempo, él solo, lo estropee todo.

Cuando lo vi jugar en la Copa América, Diego me pareció tan valioso como antes, cuando también jugaba pero conmigo, a la familia, en las casitas de juguete. Primero valía que ambos éramos adultos. Luego, él era la tía y el tío, y manejaba en las casitas los muñecos correspon-dientes, y valía que yo era yo misma, la hija, que era un solo muñeco. Las casitas estaban llenas de aire. Estaban en mi casa, que estaba en un edificio. A los del 301 la mamá se les había suicidado tirándose

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por la ventana. En el barrio donde estaba mi casa no había ni un solo árbol, y eso hacía que afuera y adentro fueran lo mismo, aire en un lugar y ya.

Cuando éramos bebés Diego no me dijo cómo se llamaba. Todavía no vivía en el edificio, ni tampoco yo, que vivía donde mis abuelos en una casa con reja y rosal. No sabíamos hablar y creo que no sólo eso sino que tampoco podíamos entender los idiomas. No caminábamos. No hay nada qué decir de la amistad entre bebés. Uno la vive y luego la olvida, y no es como la alimentación de los bebés, que uno olvida pero sobre la que luego los adultos pueden contarle algo. No, sobre la amistad entre bebés a uno nunca le dirán nada porque no hubo un día en que los adultos la sospecharan siquiera.

No. No. No. Cada uno estaba en su cochecito, en el parque de la 85. No todos los

bebés me llamaban la atención, aunque fueran iguales a mí. Iguales que yo. Pero él sí, Diego Forlán, que iba a ser el mejor jugador de la selección de Uruguay andando el tiempo. Andando el tiempo hacia la destrucción del mundo. Me llamó la atención y no moví las manos ni hice gorjeos, pues eso no es lo importante. Aunque yo no era todavía una persona, tampoco era ningún otro animal. No hice nada con él. Un bebé no hace nada con nadie. Lo que pasó fue que lo vi y lo hice mi amigo, y luego a cada uno lo empujaron, en su cochecito, de regreso a su propia casa.

De ahí hasta tres años después no hay ninguna foto en la que yo aparezca. No sé cómo era yo, cómo fui, cómo vine. Luego hay una en la que estoy en la playa, en Santa Marta. Mi mamá aparece contra el margen derecho, soplando aire dentro de un flotador que me voy a poner para bañarme en el mar sin tener que ahogarme. Si uno se fija en el estómago de mi mamá, ve que es más grande que el de una persona. Adentro acaba de empezar Diego Forlán, que ella sopla en el salvavidas. Pero no lo sopla hasta que se acaba sino que deja un poco adentro para que siga creciendo. Luego salió, era mi hermano y estaba lleno de cosas para que uno hablara de ellas (pelo, dedos, piel, de todo), aunque en el aire que rellenaba el salvavidas no se le hubiera visto nada.

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Amigos contra fantasmas (Marilynne Robinson) 2–3Sin título (Karolina Rojas) 4–7

Hamam (Catalina José Renjifo) 8-11Mantenimiento de la amistad (Corporación Cajablanca) 12-16

La integración de Julián (Alain de Beaufort) 18–23Amigos imaginarios (Silvie Boutiq) 24-25Puñalada trapera (Gabriel Mejía) 28–28Indios y vaqueros (Teddy Ramírez) 29Sin título (Nicolás Consuegra) 30-35

Sobre dos amigos inexistentes (Eduardo Arias González) 36–37 Cárcamos (Andrés Roldán) 38–41

Amigos del Colegio (Camilo Calvetti) 42–43Mi amigo Humberto (Joaquín Gómez) 44–46

Cara de pocos amigos (Kevin Mancera) 47Sin título (Paola Gaviria) 48-51

Deterioro de la amistad (Samuel Johnson) 52–54Sin título (Andrés Felipe Uribe Cárdenas) 55

Fotonovela 56–57Robert Davidson (Edgar Lee Masters) 58–69

Sin título (Manuel Hernández) 60-63Mi mejor amigo 64-65

El salto (Catalina Holguín) 66-69Sin título (Francisco Toquica) 70–71

Mis amigos (Juan David Correa) 72-73Riña (Humberto Junca) 74–75

Amigos que me gusta recordar (Luisa Roa) 76–79Sofás (Manuel Kalmanovitz G.) 80–81

Pacto de sangre (Natalia Sorzano) 82-83razones por las que dejamos de ser amigos (Alexander Ríos) 84-85

Flora: una amiga que me quiero comer (Karen Biswell) 86-89Amigos de Patacón (Adriana Cuéllar) 90-91

Diego (Carolina Sanín) 92-95La contracarátula es de Juan Mejía y Giovanni Vargas.

Revista Matera. No. 4. I semestre 2011. Issn: 2145-9746

Matera se publica en Bogotá, Colombia, dos veces al año. Su director y diagramador es Manuel Kalmanovitz.

Escríbanos a la calle 62 #9-23 o al email [email protected].

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