Mayt - La Piedra de Emet

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    La piedra de Emet

    MaytDescargo: Xena, la Princesa Guerrera, Gabrielle, Eva y todos los demás personajes que han aparecido en la serie detelevisión Xena, la Princesa Guerrera, así como los nombres, títulos y el trasfondo son propiedad exclusiva deMCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir ningún derecho de autor al escribir este fanfic.Todos los demás personajes, la idea para el relato y el relato mismo son propiedad exclusiva de la autora. Este relatono se puede vender ni usar para obtener beneficio económico alguno. Sólo se pueden hacer copias de este relato parauso particular y deben incluir todas las renuncias y avisos de derechos de autor.Antecedentes: Esta historia hace alguna referencia a hechos que tuvieron lugar en mis otras historas, Silencios y Lacámara. No es necesario que leáis esas historias antes de leer La piedra de Emet.Comentarios: Siempre se agradecen, los buenos y los no tan buenos.Subtexto: Esta historia describe una relación amorosa entre dos mujeres. Si sois menores de 18 años o si paravosotros es ilegal leer este texto, no continuéis.Se agradecen comentarios: [email protected].

    Título original: The Emeth Stone. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2010

    1

    Oyó el grito de advertencia de Andre y se torció hacia la izquierda en el momento en queun sai pasó volando junto a su brazo y se clavó en el hombro de uno de los hombres de Maligno.Al volverse vio su origen: una figura vestida de blanco y del color del sol. No había manera deconocer la identidad del guerrero, pues llevaba la cara tapada. La lucha continuó y, como lossuperaban a razón de tres a uno, la ayuda del desconocido fue bien recibida. Cuando el últimode los hombres de Maligno se hubo retirado, buscó con la vista al desconocido. Ahora que teníalos dos sais en las manos, el desconocido se los sujetó a las botas claras que protegían su carnedel fuego de las arenas del desierto. Se empezó a alejar, rumbo a una yegua que esperaba.

    —¡Espera! —llamó, pero fue en vano. El desconocido se marchó a caballo sin decir palabra.

    Andre se detuvo detrás de ella.

    —¿Quién será ésa?

    —¿Ésa? ¿Estás seguro de que es una mujer?

    —Sí, estoy seguro. Tú, morena hermana mía, tienes una protectora misteriosa. Llega, lucha porti y luego se marcha en silencio. Me pregunto qué quiere.

    —¿Crees que lo sabe?

    —Si lo supiera, ¿por qué no te lo diría? Vamos, volvamos al campamento. Padre estarápreocupado.

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     —Andre, quiero ver a Compreda.—Venga ya. Sólo dice tonterías. Es más una loca que una sabia.

    —Lo sé, pero si consiguiera averiguar qué es cierto de todo el galimatías que suelta...

    —Está bien. Pero después de ver a padre. El viejo se preocupa.

    Se quedó mirando al guapo hombre que tenía delante.

    —¿Es padre el que se preocupa o es Lasa?

    —Un hombre casado como yo no tiene prisa por volver con su esposa.

    La de pelo negro sonrió.

    —En el poco tiempo que hace que nos conocemos, lo único que sé con absoluta certeza es que

    quieres a Lasa más que a tu vida.—Eres una romántica.

    —No hay debilidad en el amor, sólo fuerza.

    —¿Lo dices por experiencia?

    Se quedó parada, turbada.

    —No lo sé, pero algo me dice que es cierto.

    Andre le pasó un brazo reconfortante a su hermana por la cintura.

    —Algún día recordarás.

    Ella apoyó la cabeza en su hombro.

    —Estoy cansada, Andre.

    Preocupado, abrazó a la hermosa mujer que no había tardado en convertirse en una amiga deconfianza.

    —Ven, regresemos antes de que se haga de noche.

    Ninguno de los dos sabía que el ojo atento de la desconocida los observaba.

    Compreda dijo con cautela:

    —Os digo que...

    Andre intervino rápidamente:

    —Anciana, no queremos oír tus supersticiones.

    La vidente miró a la mujer a quien habían puesto el nombre de Ravin.

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    —Puede que tú, joven, no quieras, pero creo que tu hermana tiene otra opinión. Hija, el chico estan...

    Andre protestó:

    —¡Chico!

    —Sin ánimo de ofender. A mi edad sois todos unos niños. Anda, sal a jugar con tu espada.

    Andre avanzó un paso hacia la vieja.

    —Se me está agotando la paciencia.

    Ella dijo con calma, sin percibir ninguna amenaza:

    —Motivo de más para que te marches.

    Su hermana le rogó suavemente:—Andre, no pasa nada.

    Andre se volvió, con un temor palpable en su actitud.

    —Aquí tienes una vida. No dejes que sus palabras destruyan...

    Compreda interrumpió:

    —¡Basta ya!

    Andre apartó la lona de la tienda y salió. Compreda reflexionó sobre lo mucho que habíacambiado el joven desde la llegada de la morena. El hecho de que la aceptara inmediatamentecomo hermana dejaba al descubierto la dolorosa profundidad de una trágica pérdida que ahoraera algo más fácil de soportar. Dios había sido misericordioso.

    —Quería a su hermana. No está dispuesto a perderte a ti también.

    —Lo sé. Yo siento lo mismo.

    —¿Tenías un hermano?

    —No lo sé. Andre tiene algo que me conmueve profundamente. No quiero decepcionarlo.

    —Puede que lo hagas cuando averigües tu nombre.

    —¿Tú lo sabes?

    —No, hija. No veo con tanta claridad.

    —¿Qué ves?

    La anciana se acercó y se sentó frente a la morena. Cogió la mano de la joven entre las suyas.

    —Eres guerrera. Eso no es ningún secreto. Pero lo que no todos saben, salvo los que están máscerca de ti, como Andre, es que tienes un corazón tierno. Lo que sólo yo sé es que tu corazón ha

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    sido herido, ha conocido la oscuridad, pero se salvó gracias al amor. El amor de la persona aquien amas.

    —¿La persona a quien amo?—Sí, la persona a quien amas te salvó una vez y la persona a quien amas volverá a salvarte.

    —¿Cómo lo sabes?

    —¿Cómo se saben las cosas? Eres fuerte y sabia, Ravin, pero sin tu nombre, sin saber de dóndevienes, quién es tu gente, estás disminuida. Sin la persona a quien amas a tu lado, estásincompleta. ¿No lo notas?

    —Sé que sin mi nombre me siento como si hubiera una vida fuera de mi alcance.

    —En mi sueño, recuperas tu nombre cuando, en secreto, entregas tu corazón a la persona queamas.

    Ravin se echó a reír.—¿En secreto? ¿Qué voy a hacer, plantarme en el umbral de mi tienda tapada con un velorogando el privilegio de un beso a todo el que pase, sin saber si el siguiente puede ser miverdad?

    Riéndose con ella, Compreda meneó la cabeza.

    —No, hija, lo sabrás, y no será algo tan sencillo como un beso.

    Pensativa, Ravin preguntó:

    —¿Cómo lo sabré? ¿Me voy a enamorar de nuevo?

    Compreda dijo enigmática:

    —Hay distintas clases de amor. No te refrenes por falta de imaginación.

    Sonriendo, Ravin abrazó a la anciana vidente.

    —Creo que eres tú la que necesita refrenar su imaginación.

    Apartándose de la alegre joven, Compreda cambió de tono:

    —Alguien te ha hecho esto. Alguien que sabía que al separarte de la persona a quien amasimpediría que cumplieras tu destino. Ravin, haz caso de lo que te digo. No hay mayor poder queel amor.

    Compreda se marchó arrastrando un poco los ancianos pies. Ravin reflexionó sobre lo últimoque había dicho. Le resultaba familiar. No había nada dentro de ella que quisiera discutir con lasabia: que había conocido la pérdida; que su corazón conocía la oscuridad y que el amor lahabía salvado, un amor, una persona amada que superaba lo imaginable. Tenía muchaspreguntas, pero la más acuciante era por qué. ¿Por qué querría alguien apartarla de su destino?

    Andre paseaba de lado a lado delante de su padre.

    —Esa mujer está loca. Padre, díselo. Todos lo sabemos. Le damos comida, refugio, peroninguno de nosotros se cree lo que dice Compreda.

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     Su padre miró a los hermanos. Se sentía al mismo tiempo bendecido y maldito.

    —Ravin, Andre tiene razón al dudar de los consejos de Compreda.—Yo no he dicho que la haya creído.

    —Pero no descartas la posibilidad. —Decevis notaba los límites de su poder como patriarca dela tribu. No le gustaba la sensación que lo oprimía, recordándole que formaba parte de lahumanidad, no de Dios.

    —No sé quién soy. Quiero creer que algún día lo sabré.

    Andre no pudo disimular su miedo.

    —¿No te basta con ser parte de nosotros?

    —Andre, por favor. —Ravin se acercó a su hermano y le puso una mano en el pecho—. Sabes

    lo que siento. Os quiero a padre y a ti y no tengo intención de dejaros. —Se volvió haciaDecevis—. Padre, tú sabes lo agradecida que estoy.

    Decevis respondió con ternura:

    —Sí, hija, lo sé. No nos traicionas buscando tu identidad. Te prometí que te ayudaría como mefuese posible. Ahora dime, ¿qué es lo que necesitas?

    Agradecida, Ravin se postró a los pies de Decevis.

    —No pido nada más que seguir viviendo aquí como hija tuya. La visión de Compreda, susconsejos, me sirven para estar abierta a las posibilidades. Mi corazón vivirá aquí con vosotros a

    menos que os hartéis de mí y me expulséis.

    —Eso lo dudo, hija. Eres la única que ha conseguido controlar a Andre. Su esposa no puede.

    Como protesta, Andre no pudo evitar intervenir.

    —¿Habéis acabado? ¿Podemos pasar a un tema más urgente?

    —Por supuesto, chico. ¿Qué te preocupa?

    Para Andre, cuando Decevis lo llamaba “chico” sólo le transmitía amor. Transmitía una historiaentre padre e hijo, entre maestro y aprendiz. Y aunque Andre se presentaba como hombre y

    guerrero ante el patriarca, al contrario de lo que le ocurría cuando lo decía Compreda, por dentrose regodeaba en el hecho de que en esta familia de tres él siempre sería “el chico”.

    —Los ladrones siguen esquilmando nuestros rebaños. Tenemos que pastorear con espadas,además de cayados.

    Decevis se mostró firme.

    —Haced lo que sea necesario. No nos van a robar nuestros medios de vida. —Siguió hablandomientras le acariciaba el pelo a Ravin—: El legado de fuerza de esta tribu no va a terminar convuestra generación.

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    Los bandidos, los que aún podían, se batieron en retirada. Ravin se volvió hacia su misteriosaprotectora. Las separaban más de veinte pasos. A través de la tela sólo se veían los penetrantesojos verdes.

    —No te vayas.

    La figura volvió a enfundar los sais que tenía en la mano en las vainas de las botas, dio laespalda al combate y echó a andar.

    —Te ruego que no me dejes. —El tono de Ravin traicionaba su desesperación—. Déjame ver tucara, o al menos dime cómo te llamas. —La desconocida se detuvo, con la cabeza gacha. Ravinsintió que podía estar cediendo, que por fin podía haber una conexión más allá de la luchacomún. Por el este llegaron tres jinetes al mando de Andre. Éste llamó a Ravin al tiempo quedetenía el caballo ante ella. Desmontó de un salto.

    —¿Estás bien?

    A Ravin le costó apartar la vista de la desconocida, temerosa de que como en el caso de unaaparición fuera a desaparecer de inmediato. Dijo, sin disimular su enfado:

    —Sí, estoy bien. Maligno se está acostumbrando a robarnos.

    Andre se volvió hacia la desconocida. Lo único que vio fue su espalda.

    —¡Oye, tú! ¿Quieres mostrarte?

    La desconocida decidió que había llegado el momento de revelarse. Alzó una mano parasoltarse el turbante. Su pelo rubio, su tez clara y sus ojos verdes le daban una delicada belleza.Andre se sintió inesperadamente reconfortado por su aspecto. Ravin, a su vez, se quedó

    cautivada. Sintió que le daba un vuelco el corazón, pero no se fió del motivo. ¿Era simplementeel hecho de ver a la mujer, como había adivinado Andre, que se ocultaba tras la ropa, el hechode haber desvelado un misterio, o había algo más? La joven no expresaba nada.

    Andre fue el primero en hablar. Su tono era autoritario.

    —Me llamo Andre, hijo de Decevis. Estás sin permiso en las tierras de mi tribu.

    Ravin posó la mano en el brazo de su hermano.

    —Andre, sólo nos ha ayudado.

    Andre percibió la afinidad de Ravin con la desconocida.

    —Cierto, ¿pero por qué razón?

    La desconocida se dirigió sólo a la mujer:

    —Por el bien supremo.

    Ravin miró fijamente a la desconocida. Andre se tranquilizó mientras seguía hablando por latribu de Decevis, como le correspondía.

    —Ésa es una noble causa. ¿Estás haciendo una cruzada?

    La desconocida tomó la medida al guapo hombre.

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     —No, estoy viviendo mi destino.

    Andre se sintió intrigado.

    —Está bien que tu destino te haya traído hasta aquí. ¿Quieres comer con nosotros?La respuesta de la desconocida fue respetuosamente reacia.

    —No, gracias.

    Esto no se lo esperaba Andre.

    —¿Estás destinada a estar sola?

    Su dolor le daba motivos para ser cauta con lo que decía. No iba a revelar la verdad.

    —Hubo un tiempo en que creía que no. Ahora ya no lo sé.

    Andre afirmó:

    —Te ofrecemos nuestra hospitalidad.

    —Y yo os lo agradezco, pero tengo que cerciorarme de que mi propio campamento está a salvode los bandidos.

    Ravin no pudo evitar intervenir. Quería obtener una información muy concreta.

    —Entonces, ¿estás sola?

    A la desconocida se le estaba partiendo el corazón. No podía imaginar un destino peor que serinvisible para la persona amada.

    —Cuidaos. —Esto, dicho con compasión, mitigó el insulto que sintieron los hermanos cuandola desconocida se dio la vuelta y se alejó de ellos.

    Andre se volvió hacia Ravin.

    —Es extraño, hermana. Estaba seguro de que quería algo de nosotros.

    Ravin seguía con la mirada fija en la desconocida mientras ésta se montaba en su yegua.

    —Sea lo que sea lo que está buscando, puede que nosotros no podamos dárselo.

    —En nuestras tierras, el agua potable y una buena comida bajo una tienda fresca suponen elparaíso. Le hemos ofrecido el paraíso y no ha querido aceptarlo.

    —Tal vez es una mística y desea la soledad.

    Poniéndole a Ravin la mano en el hombro, Andre instó amablemente a su hermana a regresar alcampamento.

    —Sería la primera mística que conozco que tiene la habilidad de una guerrera. Somos una tribuhospitalaria. Eso lo sabe todo el mundo.

    Ravin echó a andar junto a su hermano.

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     —Sí, eso lo puedo jurar. Rescatáis a los perdidos.

    Andre se volvió hacia Ravin. Se sentía intrigado.

    —¿Tú crees que está perdida?Ravin se detuvo y se volvió para mirar el lugar donde antes estaba la desconocida.

    —Creo que busca algo... o a alguien.

    Andre sonrió.

    —¿Quieres rescatarla?

    —Es lo que se le da bien a nuestra familia.

    —Sí, efectivamente. Y es de sabios hacerlo.

    Lo siguiente que dijo Ravin fue una respetuosa petición.

    —Entonces, ¿no te parece mal si le llevo comida y agua?

    Andre no quería desanimar a su hermana.

    —Si consigues encontrarla.

    Ravin no disimuló su entusiasmo.

    —Me resultará fácil seguirle el rastro.

    Andre se echó a reír.

    —Sabes hacer muchas cosas, hermana mía.

    El rastreo no fue demasiado difícil. La desconocida había encontrado el sendero que cruzaba lascolinas. Había subido a lo alto, donde los árboles la protegían del viento y desde donde podíaver a todo el que se acercara. Ravin adivinó en qué meseta había instalado la desconocida sucampamento. Eligió un camino alternativo para conservar el anonimato. Subió más alto para verel campamento sin impedimento. Era pequeño y eficaz. Había una fogata, la yegua estaba biencepillada y la desconocida estaba sentada en una peña contemplando el desolado valle del este.Esta desconocida era una belleza para la vista, pero no había consuelo en su misterio, sólo una

    atenta intriga.

    Ravin se acercó con cautela. Había visto luchar a la joven guerrera. En su forma de combatirhabía un matiz difícil de definir, una mezcla de rabia, pena y temeridad. Fuera lo que fuese loque le había sucedido a la mujer sin nombre, había hecho que estuviera dispuesta a sacrificar suvida por el bien supremo, un bien que perseguía y encontraba en aquellos a quienes no conocía.Ravin no comprendía qué había provocado tal ahínco en la joven guerrera. Queríacomprenderlo.

    —Hola.

    La desconocida miró a su visitante, a quien no había invitado, pero a quien esperaba. No dijonada.

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    Ravin se sintió incómoda con el silencio. Intentó aliviar la tensión con una delicada muestra dehumor.

    —Deberías tener cuidado. Podría traer una espada en lugar de una cesta con comida.

    —Sabía que eras tú. —No había arrogancia en el tono tierno de la desconocida—. No te tendríamiedo ni aunque tuvieras una espada en la mano.

    Ravin se quedó desconcertada al oír eso. ¿Cómo había sabido la desconocida que era ella y porqué no tenía miedo? ¿Era orgullo o le producía confianza?

    —Puede que te pida que te expliques en otro momento.

    —Algunas cosas no se pueden explicar.

    —No respondiste a Andre. ¿Tienes nombre?

    La desconocida guardó silencio. Le costaba hablar con la mujer que tenía delante.Ravin decidió empezar de nuevo.

    —Yo me llamo Ravin.

    La desconocida estaba atenta.

    —Ravin. Es un nombre interesante.

    —Padre dijo que el color de mi pelo y la agudeza de mis ojos le recordaban a un cuervo. Ravines una forma antigua de ese nombre. No se le ocurría otro que ponerme.

    —Debes de haber sido una niña impresionante.

    El rostro de Ravin se ensombreció visiblemente.

    —Nadie sabe qué clase de niña fui ni qué clase de vida he llevado hasta hace seis lunas.

    —¿Qué quieres decir?

    —He perdido mi nombre y todos los recuerdos de mi vida. Padre me encontró y me dio suprotección.

    —¿No recuerdas nada?

    —A veces surge algo que me resulta familiar. Ciertas frases e imágenes.

    —Pero pareces feliz.

    Ravin no se esperaba esta observación por parte de la desconocida. La felicidad era algo querara vez se planteaba.

    —Sí, soy feliz. —Levantó la vista, hablando pensativa, más para sí misma que para ladesconocida—: Pero luego llega la noche. Me gusta mirar las estrellas, aunque cuando lo hagome siento incompleta. Compreda, la vidente de nuestra tribu, me dice que tengo a una personaamada. No recordar a la persona que amas...

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    La desconocida se quedó desconcertada.

    —Yo creía que Andre...

    Ravin sonrió de oreja a oreja.—¿Andre? ¡No! A Lasa, su esposa, no le haría la menor gracia. De todas formas, el corazón deAndre le pertenece a ella por encima de cualquiera. Para mí es un hermano.

    Ravin se dio cuenta de repente de todo lo que le había revelado ya a la desconocida. Le habíacontado más de lo que pretendía. ¿Por qué buscaba a la joven? ¿Por qué le salían las confesionescon tanta facilidad?

    —Dime cómo te llamas. —Fue una petición humilde.

    La desconocida respondió sin vacilar.

    —Gabrielle.

    —¿Y de dónde eres, Gabrielle?

    —De Grecia, de un pueblecito llamado Potedaia.

    —Eso está muy lejos de aquí. ¿Qué te trae a los límites del desierto?

    —Como he dicho, estoy siguiendo mi destino.

    —Sí, por el bien supremo. ¿No es una vida solitaria?

    —Sé quién soy. Sé en qué creo. ¿Qué hay que sea más importante?

    —Podría discutírtelo, pero antes de hacerlo, dime, ¿en qué crees?

    —En el amor.

    —¿Y en la amistad? ¿La amistad que te hemos ofrecido Andre y yo?

    —No era el momento adecuado para aceptar vuestra invitación.

    —¿Y ahora es un buen momento? Te ofrezco fruta, queso, pan y vino dulce.

    —Yo no tengo nada que ofrecerte a cambio.

    —Sí que tienes. Me basta con una buena hoguera y conversación. Es decir, si te animas a decirmás de dos palabras cuidadosamente pensadas.

    Gabrielle esbozó una sonrisa agridulce.

    —En otra época tenía fama de ser buena bardo.

    —¿En serio? Cuéntame la historia de tu vida, Gabrielle.

    La comida era buena, la compañía mejor. Gabrielle empezó a permitirse estar relajada, menostemerosa de traicionar la verdad. Ravin vio cómo aparecía tangiblemente la personalidad deGabrielle a medida que transcurría la velada. La noche cayó a su alrededor. Con ella, una dulce

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     —De nada, y gracias por la conversación. Sabes escuchar. Todavía tengo la sensación de queme queda mucho que averiguar sobre ti. Espero que me des la oportunidad de hablar contigo denuevo.

    Gabrielle asintió con un gesto seco.—Me apetece mucho.

    —Cuídate, Gabrielle.

    —Tú también. —Gabrielle se trabó con sus propias palabras. No podía pronunciar el nombre dela mujer. Ansiaba algo más que el contacto de su mano.

    —Padre, ¿quieres aconsejarme?

    —Hija mía, esta tal Gabrielle es griega. Los griegos son infieles. Hay que poner en duda suscostumbres. —Decevis hizo hincapié en sus siguientes palabras—: Nuestras sospechas están

     justificadas. —Era evidente para Decevis que Ravin no se sentía satisfecha—. Hija, ¿qué es loque te preocupa? ¿Qué te ha dicho?

    —No es nada que haya dicho. Es que no comprendo por qué me ha ayudado poniendo enpeligro su propia vida.

    —¿Se lo has preguntado?

    —Dijo que ella era así.

    —Eso es admirable. Pero te lo vuelvo a advertir. Los griegos no son personas morales. No sepuede confiar en ellos. Puede que tenga un motivo oculto que ninguno de nosotros es capaz de

    ver.

    —Tendré cuidado.

    —Sé que lo tendrás.

    Ravin hizo una pausa. La conversación había ido bien. ¿Se atrevía a plantear la pregunta quedeseaba hacer desde hacía tanto tiempo?

    —Padre, ¿me hablas de Lea?

    El humor de Decevis cambió visiblemente. Ravin supo que no era para bien.

    —Padre, sé que es doloroso.

    —¡No, Ravin, no lo sabes! ¡No lo sabes y rezo para que jamás sufras el dolor de perder a unhijo!

    —Padre, hay tanto misterio en torno a ella.

    —Porque mi dolor y el dolor de nuestra tribu siguen siendo demasiado hondos.

    —Pero a lo mejor te ayudaría hablar de Lea. ¿No te ayudaría a llorarla?

    Decevis gritó sin controlar la rabia:

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    —¡No necesito tu ayuda ni la de nadie para llorar a mi hija!

    Ravin se sintió humillada al ver el tormento de Decevis.

    —Perdóname, padre. —Se inclinó ante él y salió de su tienda.

    Ravin había estado callada durante la mayor parte del trayecto. Gabrielle deseaba saber en quéestaba pensando su acompañante.

    —¿En qué piensas?

    Ravin contestó sin vacilar:

    —Estaba pensando en ti. Sigo sin comprender por qué estás aquí.

    Gabrielle miró hacia delante.

    —He viajado y he visto mucho mundo. Eso me ha enseñado mucho. Lecciones que no creo quehubiera aprendido si me hubiera quedado en casa.

    —Cuéntame.

    —Ravin, no somos tan distintos. Las personas tienen dioses distintos, reyes y reinas distintos,héroes distintos, pero todos somos sólo personas que intentan vivir bien.

    —Y tú estás decidida a ayudar a otros a vivir bien. Ése es tu bien supremo.

    —No es mi bien supremo. Es el de todos nosotros. Alguien me lo enseñó hace mucho tiempo.

    —Así que has tenido un maestro.

    —Más de uno.

    Siguieron cabalgando, de nuevo en silencio. Ravin se planteó si podía permitirse la libertad deexpresar sus ideas sin censura. Sabía que corría un riesgo. Y sin embargo, al cabo de un rato,decidió pensar en voz alta.

    —Ha habido una persona especial en tu vida.

    Gabrielle tuvo cuidado con su respuesta.

    —Sí.

    —¿Por qué no te casaste con él?

    El dolor de Gabrielle se agudizó, pero habló con tono tranquilo:

    —A mi marido lo mataron poco después de casarnos.

    Ravin no se esperaba tal explicación.

    —Lo siento. Fue afortunado de tener tu amor. —Gabrielle no respondió. Ravin sintió su propiapena—. No pretendo tomarme tu pérdida a la ligera, pero creo que has tenido suerte de conocera tu amado. —Sus palabras fueron recibidas de nuevo con el silencio. Ravin tuvo miedo dehaber ofendido de verdad a su acompañante—. ¿Gabrielle?

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     Gabrielle se dirigió más a su propio corazón que a Ravin.

    —Yo quería a Pérdicas. Tuvimos un breve amor juvenil y lo recordaré como algo precioso hastael día en que me muera, pero él no era... Hubo alguien más en mi vida, mi alma gemela, miamor.Ravin percibió que ahora iban a cambiar de dirección. No sólo en su corto trayecto, sino en laconversación. Gabrielle no había dicho el nombre de su amor, ni había indicado en absoluto quesus palabras fuesen una invitación. El momento de compartir recuerdos dolorosos había pasado.Ravin quería saber más, pero éste no era el momento. Al cabo de un rato de silencio que lesirvió para poner en orden sus ideas, decidió dar un giro a la conversación.

    —He intentado hablar con padre sobre Lea, pero le cuesta. No logro imaginarme lo que siente...al haber perdido a una hija.

    Gabrielle se encogió. La espada de la ignorancia tenía doble filo. La mujer que tenía al lado nosabía nada de sus penas respectivas.

    —Yo sé lo que supone haber perdido a mi hija.

    Esto volvió a pillar a Ravin por sorpresa. Se preguntó cuánto dolor había sufrido la joven y siera este dolor lo que le daba una sabiduría que iba más allá de sus años.

    —Lo siento. Entonces lo comprenderás.

    —Puedo intentarlo. Esperanza estuvo conmigo muy poco tiempo. Le fallé. Es una carga que dela que un padre nunca puede librarse.

    —La querías.

    —Con todo mi corazón. Pero el amor no garantiza que las personas no se hagan daño o se fallenmutuamente.

    —Déjame ver. —Ravin se había arañado el brazo con unos matorrales.

    —No es nada.

    —Eres... —Gabrielle se controló antes de terminar la idea.

    —¿Soy cómo? —preguntó Ravin en broma.

    La respuesta fue una regañina.

    —Estás sangrando. Eso es sangre.

    Ravin asintió.

    —Muy bien.

    Gabrielle sacó una venda de su morral.

    Ravin comentó lo evidente:

    —Estás preparada.

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    El humor de Gabrielle todavía no había hecho acto de presencia.

    —He visto muchas heridas a lo largo de mi vida.

    —No te apartas al verla. —Ravin especificó—: La sangre.

    —Hago lo que debo hacer.

    —La vida de un guerrero...

    El tono de Gabrielle se volvió solemne:

    —Ha habido ocasiones en que, mirara donde mirase, lo único que veía era sangre. Hasta el cieloestaba rojo.

    Ravin se sentía genuinamente desconcertada.

    —¿Por qué sigues?Gabrielle terminó de sujetar la venda.

    —Nunca ha habido una lucha en la que haya participado que no fuese necesaria. No siempre heestado de acuerdo con los métodos, pero sabía que lo que estábamos haciendo era lo mejor quepodíamos hacer.

    —¿Podíamos?

    —He luchado al lado de otros. —Deseosa de cambiar de tema, Gabrielle anuncióanimadamente—: ¡Ya está!

    —Gracias.

    Gabrielle observó el paisaje.

    —¿Por qué me has traído aquí?

    —Es que hay muy buenas vistas de las tierras de alrededor. —Ravin tomó aliento haciendoacopio de valor. Al mismo tiempo se preguntó por qué le costaba tanto hallar las palabras—.Para serte sincera, quería pasar un rato a solas contigo. Para conocerte mejor.

    —¿Por qué?

    —¿Es que tiene que haber una razón?

    —No lo sé. He conocido a gente y, desde las primeras palabras o la primera mirada, he sabidoque no quería saber nada de ellos, y luego he conocido a otros que no tardaban en parecermeviejos amigos.

    —Has viajado por muchas tierras y has conocido a muchas personas distintas.

    —Ravin, no quiero parecer arrogante, pero cuando se vive en el camino, éste pierde suatractivo. Es lo que he hecho y lo que seguiré haciendo, pero no finjo que es más de lo que es.

    —Pero tampoco es menos. Perdóname, pero no parece que tengas muchas ganas de marcharte.

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    —Ahora mismo supongo que no.

    —Pues quédate.

    —¿Por qué? ¿Para qué?

    Ravin no logró controlarse.

    —Por mí. Por una amistad.

    Gabrielle guardó silencio.

    —Lamento parecer presuntuosa. Es que pensaba que a lo mejor no querías estar totalmente solaen la vida. Y me parecía que tenías buena opinión de mí. Quédate un tiempo.

    —He perdido a muchos amigos.

    Ravin estaba decidida.—Yo he perdido mi pasado, pero eso no me va a impedir crearme una vida.

    —Hay cosas que no sabes de mí. De lo que me ha traído hasta aquí.

    —Y no estás preparada para compartirlas conmigo. Lo sé.

    —¿Y cuando lo haga?

    Ravin ofreció una promesa sincera:

    —Te escucharé.

    Gabrielle no estaba convencida.

    —Tu padre preferiría verme marchar.

    —Desconfía de todos los extranjeros. Parece tener unas ideas muy fijas sobre los griegos. —Ravin sonrió para quitar hierro a sus palabras—. Pone en duda tus motivos y tu moralidad.

    —No me sorprende.

    Decidiendo cambiar de tema y pasar a otro más agradable, Ravin preguntó a la joven guerrera:

    —Dime, los griegos hacen juegos de habilidad, ¿verdad?

    Gabrielle respondió con ligera desconfianza.

    —Sí.

    —Vamos a hacer una fiesta para celebrar nuestra buena suerte. Habrá muchos concursos dehabilidad. Tú montas muy bien a caballo y manejas tus armas como una maestra. Seguro quehay un concurso en el que te gustaría participar.

    Gabrielle dijo con falso titubeo:

    —Es posible.

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     Ravin respondió con una sonrisa sardónica:

    —Hay alguno en el que se tiene que participar con un compañero.

    Gabrielle estaba disfrutando del momento:—Ya.

    —¿Te lo pensarás?

    Conocedora de su respuesta, pero sin querer darla todavía, contestó con tono dubitativo:

    —Me lo pensaré.

    Andre estaba al lado de Gabrielle.

    —Se lo está tomando muy en serio.

    —Ya lo creo. Se ha empeñado en que practiquemos.

    —Está decidida a vencernos a mí y a Jóel.

    —Eso es lo que pasa por meterte con ella.

    —Todavía estoy aprendiendo. Es toda una mujer, esta hermana mía.

    —Sí que lo es.

    —¿Así que la admiras?

    —Sí, Andre, la admiro.

    —Ella también tiene muy buena opinión de ti. Ravin parece más feliz desde que llegaste.Necesitaba un amigo, aunque a veces me entran celos del tiempo que pasáis juntas. —Gabriellemiró a Andre a los ojos—. Tranquila. Yo tengo a Lasa y a mis propios amigos. —Hizo unapausa y luego sonrió de oreja a oreja—. Gabrielle, no sé cómo voy a soportar perder ante dosmujeres.

    Gabrielle sonrió igual que él.

    —Veremos si hoy recibes una nueva lección.

    —¿No vas a tener piedad de mí?

    —Tanta como Ravin.

    —Pues tengo motivos sobrados para preocuparme.

    Ravin se acercó a los dos con cara de pocos amigos.

    —Gabrielle, estamos a punto de iniciar la carrera, ¿y tú te dedicas a hacer migas con lacompetencia?

    —Andre me estaba rogando piedad.

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    Andre protestó:

    —¡Yo no he hecho tal cosa!

    —Hermano mío, todos los espectadores se apiadarán de ti mientras adquieres un nuevoconcepto de humildad.El cuerno del juez sonó indicando el inicio.

    Ravin no disimuló su emoción:

    —¡Nos toca!

    Gabrielle miró a Andre.

    —Es tu hermana.

    Andre respondió riendo:

    —¡Sí, pero por adopción!

    Las normas de la carrera eran bien sencillas. Un relevo en el que cada pareja llevaba una varacon la bandera de su equipo, que había que pasar de un miembro de la pareja al otro. La carreraera un trayecto en línea recta con una zona bien señalada hacia la mitad para realizar el pase.Cuanto mejor se realizara el pase, más oportunidades tenía el caballo de no perder velocidad.Gabrielle y Ravin habían decidido que debía empezar Gabrielle. Dado que Jóel tambiénempezaba por su pareja, Ravin y Andre correrían el uno contra el otro hasta la meta.

    Todos los corredores, un total de nueve equipos, se acercaron. Teran, el juez de salida, indicó alos jinetes que ocuparan sus puestos. Gabrielle sujetaba su bandera con una mano mientras

    controlaba a su yegua. Sonó el cuerno y empezó la carrera. Ravin esperaba atenta al momentoadecuado para galopar al lado de su compañera. Sintió la descarga de adrenalina al ver queGabrielle se acercaba.

    —Vamos, vamos.

    Andre le gritó:

    —Tu amiga lo hace bien.

    Ravin le gritó a su vez:

    —Presta atención, Andre. A lo mejor aprendes algo.

    Gabrielle, Jóel y dos más se iban acercando. Sus respectivos compañeros se prepararon. Cuandolos caballos llegaron a la zona de pase, las cuatro parejas de jinetes cabalgaron codo con codo.Ravin no apartaba la mirada de Gabrielle. Gabrielle miró a Ravin a su vez y luego gritó:

    —¡Tuyo!

    Ante el pasmo de Ravin, Gabrielle le lanzó la bandera. Por instinto, Ravin la atrapó y siguióadelante, dejando que los demás se debatieran con un pase más convencional de mano a mano.Jóel y Andre completaron su pase con éxito. Andre azuzó a su semental. Aunque montaba elcaballo más veloz del territorio, no pudo reducir la distancia que lo separaba de su hermana.Ravin cruzó la línea de llegada con dos cuerpos de ventaja. Ravin redujo el paso de su caballo y

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    trotó de regreso a la línea de llegada para recibir el vino del premio que la aguardaba. Gabrielleazuzó suavemente a su yegua para reunirse con ella.

    —¡Hermana! ¿Qué clase de pase ha sido ése?

    Ravin se volvió para mirar a Andre, que se acercaba.

    —Yo diría que un pase eficaz.

    —Yo no te lo he enseñado.

    —Se me acaba de ocurrir.

    —¡Hemos ganado!

    Ravin se volvió hacia Gabrielle, que ya estaba a su lado.

    —Andre estaba admirando nuestra nueva técnica de pase. Ha sido muy sorprendente.Gabrielle sonrió.

    —Nunca se sabe qué va a suceder.

    —Bueno, no puedo decir que no estuviera advertido. Que disfrutéis del vino, pero no dejéis quese os suba a la cabeza.

    —¿El vino o la victoria? —dijo Ravin riendo.

    —Las dos cosas, hermana mía.

    Ravin se volvió hacia su compañera. No lograba disimular su alegría.

    —Bien hecho, Gabrielle. Pero la próxima vez, te agradecería que me avisaras con tiempo...

    —Pero Ravin, si te he avisado con tiempo de sobra. —Gabrielle gozaba de la conversación. Lerecordaba a otra época de su vida.

    —¿Más vino? —ofreció Ravin.

    Gabrielle lo rechazó con cortesía.

    —No, gracias.

    —Ha sido un buen día. Una buena carrera, buen vino, buena compañía.

    —Creo que estás como una cuba.

    Ravin se echó a reír alegremente.

    —Es posible.

    —¿Qué te hace tanta gracia?

    —Me he portado tan bien desde que padre me encontró.

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    —Y...

    —No soy una niña, y desde luego no soy su hija, pero me importa que padre se sienta orgullosode mí. Me refreno mucho. No te haces idea.

    Gabrielle contempló a Ravin. Estaba asombrosamente bella a la luz de los faroles. Llevaba unatúnica azul clara. Llevaba el largo pelo negro suelto y su sonrisa era dulce y libre de todapreocupación. Hacía una noche cálida y estaban disfrutando del premio de la carrera en laintimidad de la tienda de Ravin. Gabrielle se imaginaba muy bien cuánto del espíritu libre deXena seguía agitándose en el interior de Ravin y lo difícil que le debía de resultar a vecesobedecer a Decevis. Gabrielle nunca había visto u oído a Ravin mostrar la menor falta derespeto hacia el patriarca de la tribu. Había poco que discutir. Decevis dirigía bien a su tribu,aunque tendía a una dureza inesperada. No perdonaba la más mínima infracción de la ley de sudios. Parecía temer que hacer tal cosa fuese una muestra de debilidad. Los castigos eran rayanosen la crueldad. Eran duros, con la intención de inculcar disciplina y promover la obediencia.Como hija adoptiva de Decevis, Ravin tenía mucho cuidado con lo que hacía. También vigilabaa Gabrielle. Ésta no tardó en caer en la cuenta de que Ravin sólo intentaba evitar una infracción

    accidental del protocolo por parte de su nueva amiga. Decevis no aceptaba como excusa eldesconocimiento de la ley a la hora de pronunciar sentencia, cosa que varios extranjeros habíanaveriguado dolorosamente.

    Pero ahora estaban en la tienda de Ravin y las normas estaban al otro lado de la lona.

    —¿Gabrielle?

    —Sí, Ravin. —Gabrielle se sentía como si estuviera entreteniendo a una niña tierna.

    —No estoy borracha de vino, ¿sabes?

    —¿No?

    —No. —Ravin se acercó más a Gabrielle y le cogió la mano. La sensación fue repentina einesperadamente terrorífica, pero atractiva. Ravin se sentía atraída por ella. Se concentró en sumano, que sujetaba la de Gabrielle. ¿Qué era lo que sentía? Desde el principio, Gabrielle habíamantenido las distancias físicas con Ravin. El contacto era demasiado difícil, dada la verdad queocultaba y el control que necesitaba mantener. Ravin se quedó inmóvil. Levantó la vista paramirar a Gabrielle. Los ojos de esmeralda de Gabrielle y el mechón de pelo rubio que le caíasobre la frente aumentaron la confusión de Ravin. Ésta soltó la mano—. Perdona.

    Gabrielle había luchado por conservar la serenidad todo este rato.

    —¿El qué?

    —Estoy borracha —dijo Ravin, más para sí misma que para su acompañante, buscando unafugaz seguridad—. Tengo que estar borracha.

    La confusión de Ravin era tangible. Gabrielle vio cómo la mujer fuerte y apasionada se metía enun caparazón. Ésta no era Xena. Gabrielle deseaba reconfortar a Ravin, pero sabía que acercarsea ella físicamente sería un gran riesgo. El contacto físico había causado la reacción.

    —Estoy cansada, Gabrielle.

    —Pues te dejo para que puedas dormir.

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    Ravin se había incorporado y se abrazó a sus propias piernas. Sus ojos observaban a Gabriellemientras ésta se levantaba y preparaba su morral. Gabrielle volvió los ojos hacia Ravin, sinsaber qué iba a ver. Vio a Ravin, a Xena, en pleno estado de vulnerabilidad. Cómo deseó en esemomento demostrarle su amor, pero en cambio intentó tranquilizarla.

    —Descansa un poco.

    Ravin asintió.—Lo haré.

    Cuando Gabrielle apartó la lona de la entrada de la tienda, Ravin la llamó. Gabrielle se volvió.Ravin parecía temblar. Gabrielle no lo pudo soportar. Dejó caer su morral y corrió hasta suamada.

    —¿Qué te ocurre?

    —Al tocarte, he sentido...

    Gabrielle alzó la mano y acarició el pelo de Ravin.

    —¿Qué has sentido?

    El contacto. El tacto de Gabrielle. Algo se rompió dentro de Ravin. Sabía que estaba a punto deperder el control. La fiebre que ardía en su interior en ocasiones y que la impulsaba a galoparcon su caballo hasta el agotamiento se alzaba deprisa. No lo entendía. Sabía visceralmente queera su pasado, que luchaba por salir a la superficie. Por mucho que agradeciera saberlo, loreprimió, porque sabía que su ferocidad tenía el poder de consumirla.

    —Gabrielle, por favor, déjame.

    Gabrielle se echó hacia atrás sobre los talones.

    —¿Ravin?

    —¡Vete! —La palabra estalló con la fuerza plena de una violenta tormenta.

    Xena había vuelto, la Xena que jamás permitiría que se viera su vulnerabilidad. Gabrielle selevantó y se marchó sin decir palabra. En el exterior, en medio de la noche, respiró hondo.Pronto. Pronto llegaría el momento de confesar la verdad.

    La anciana levantó su bastón y golpeó la lona al tiempo que exclamaba:

    —¿Hay alguien ahí? Si estás, asómate.

    Gabrielle había dormido mal. Se levantó y abrió la entrada de la tienda. Cuando sus ojos seacostumbraron al sol de la mañana avanzada, consiguió enfocar a una anciana. Antes de poderdecir nada, la mujer habló:

    —¿Tú eres la extranjera?

    —Soy Gabrielle.

    —Yo soy Compreda. Ravin te ha hablado de mí.

    Gabrielle intentó concentrar la mente.

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     —Compreda. Sí.

    —Tenemos que hablar. Ven a dar un paseo conmigo.

    —¿Ahora?

    —¿Se te ocurre un momento mejor?—Ahora mismo, creo que no sé nada.

    —Oh, sabes la verdad y por eso debemos conocernos.

    Compreda había conseguido hacerse con toda la atención de Gabrielle.

    Caminaban por el sendero solitario. Compreda mantenía un paso regular apoyándose en subastón.

    —Dime por qué has venido aquí. Quiero la verdad, no lo que les has contado a Ravin o aDecevis.

    —Estaba buscando a alguien.

    —Y la has encontrado, ¿no?

    Gabrielle contempló el rostro ajado de la anciana. Decidió confiar en ella.

    —Sí, es cierto.

    —Pero ella no te conoce.

    —No.

    —¿Y qué vas a hacer al respecto?

    Gabrielle dijo con seguridad:

    —Le voy a contar la verdad.

    —¿Cuándo?

    —Cuando me parezca el momento adecuado.

    La preocupación de Compreda no se calmó.

    —Ravin está mal. Hoy ha venido a verme. Cuéntame qué ocurrió anoche entre vosotras dos.

    —Nada, en realidad. Ella bebió demasiado vino. Se acercó a mí y me cogió la mano. Fueentonces cuando cambió. Parecía asustada y confusa y entonces me dijo que me marchara.

    —Un simple contacto físico. Puede ser muy poderoso. Yo hablé un momento con Xena antes deque se transformara en Ravin. —Gabrielle se detuvo en seco. Compreda se dio la vuelta—. Oh,sí, lo sé. Una loca como yo no olvida fácilmente cómo ver. —Compreda avanzó los pasosnecesarios para colocarse al lado de Gabrielle. Puso la mano en la espalda de Gabrielle parallevarla hacia delante—. Por lo que sé, el resto de la tribu sólo ve a Ravin. Xena siente ciertadebilidad por los sabios del mundo.

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     —En mi tribu había una sanadora que nos cuidó bien a las dos.

    —Me alegro de que tu sanadora diera un buen ejemplo. Como he dicho, Xena y yo hablamos unmomento. Me enteré de tu nombre y supe que compartíais un vínculo especial. ¿Es tan fuertecomo me dijo Xena?

    —Sí.—Muy bien. Ésta puede ser una época difícil. ¿Tienes la fuerza suficiente para aguantar?

    —Xena y yo hemos soportado muchas cosas.

    —Con esto volverás a poner a prueba la fe que tenéis la una en la otra y la que tienes tú en timisma. Te lo advierto, Gabrielle. No estás en Grecia. Aquí no se acepta el amor entre dosmujeres. Te vas a enfrentar no sólo a la pérdida de memoria de Xena, vas a enfrentarte a lascostumbres de su tribu de adopción.

    —¿Por qué has acudido a mí?—Porque Xena ha salvado a mi gente y no debería perder la vida por ello. Ya sabes cómo sonlos hombres, juegan a ser políticos y líderes, pero nosotras, las mujeres, cambiamos el mundodía a día, vida a vida, dando a luz, enseñando, curando, trabajando en los campos, creando unhogar para nuestras familias, cuidando de nuestros templos. Los hombres están demasiadociegos para ver la verdad de la vida que los rodea cada día. Hago esto porque es lo que hago. Esel único camino que tengo. ¿Comprendes?

    —Sí, comprendo. Xena tiene su camino y yo tengo el mío.

    —Y la gloria es que podéis ser fieles a vosotras mismas sin dejar por ello de seros fieles la una a

    la otra, ¿verdad?

    —Sí.

    Gabrielle llevaba ya un tiempo observando a Xena como Ravin. La pregunta que se hacía a símisma era si Xena era la misma mujer al haber perdido sus recuerdos. Era difícil contestar lapregunta con objetividad. Al principio su respuesta fue un sí tajante. Ravin y Xena eran lamisma persona. Lo único que tenía que hacer era reavivar los recuerdos de Xena. Habría undeseo, una necesidad subyacente dentro de su amada de conocerse como la persona que era.Pero en realidad, Gabrielle tenía dudas. Dudaba de que Ravin fuese Xena. Se miraba a sí mismay sabía que la persona que era había llegado a ser gracias a las experiencias de toda su vida. Erala jovencita de Potedaia, la amiga y luego amada de Xena. Había viajado a tierras lejanas y

    había aprendido a base de vivir en culturas distintas de la suya, o simplemente a base deobservarlas. Había sido la esposa de Pérdicas, la joven reina de las amazonas, la madre deEsperanza; había visto a su propia hija maligna morir a manos de su nieto monstruoso; habíaintentado seguir las enseñanzas del profeta Eli, había experimentado la muerte por crucifixión,había visto las maravillas del paraíso y había probado la fruta del infierno, había huido de la irade los dioses olímpicos como protectora de Eva, y había reanudado su reinado sobre la naciónamazona cuando ésta se encontraba bajo asedio. Si le quitaran cualquiera de esos recuerdos, nosería la misma mujer. Si le quitaran su amor, el amor que había sido el cimiento de su serdurante los últimos largos años, ¿quién sería?

    Ravin tenía la fuerza física de Xena, aunque Gabrielle dudaba de que Ravin conociera el gradocompleto de su capacidad. Ravin también poseía la capacidad innata de evaluar críticamente alas personas. Había demostrado respeto por la vida. A las personas más débiles o menos hábiles

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    les ofrecía cuidados y ayuda, aunque no ponía en práctica sus considerables conocimientoscomo sanadora. Pero había algo más. A Gabrielle le preocupaba la falta de seguridad en símisma que tenía Ravin. Había aceptado la comunidad de la tribu y había permitido que éstasubsumiera su identidad de un modo que Xena jamás habría permitido. Ravin no quería estartotalmente sola. Xena lo haría para conservar su integridad, aunque eso le costara la vida.

    Ahí estaba la diferencia. Xena sabía que nunca podría volver a casa por completo. Los pecadosde su pasado se interponían siempre entre ese sueño y ella. Era un sueño que sólo podía vivir enel estado de amnesia que ahora experimentaba. Gabrielle se preguntaba si, de tener laoportunidad, Xena habría escogido alguna vez el sueño. Creía que no. Recordaba que una vezlas Parcas le dieron a Xena esa misma oportunidad y que ella la rechazó. De modo que lo queahora había ocurrido no podía ser una decisión consciente. ¿O acaso Xena había cambiado deidea después de todo lo que había sucedido desde el ofrecimiento de las Parcas? Si eso eracierto, habría optado por olvidar el amor que se tenían y también a Eva. Habría olvidado todo elbien realizado a lo largo de los años. No, Gabrielle no iba a aceptar que la pérdida de memoria yuna vida nueva fuesen elección de Xena. Gabrielle recordaba su propia decisión de conservarsus recuerdos. Podría haber olvidado cómo traicionó a Xena a cambio de olvidar a su familia,

    sus amigos, sus amores. Ese precio era demasiado alto. Xena había tenido la esperanza de queGabrielle tomara la decisión que tomó, pero no interfirió en esa decisión.

    Y por ello, Gabrielle sabía que, aunque ella deseara lo contrario, Ravin, sin los recuerdos deXena, nunca sería Xena. También sabía que Xena nunca elegiría convertirse en Ravin. Gabrielletenía claro lo que tenía que hacer. Xena no esperaría menos de ella.

    —Mi amor.

    Ravin se quedó profundamente estremecida por la conciencia de algo imposible e inaceptable.Gabrielle no estaba sola. Se levantó de donde estaba sentada. Se plantó ante Gabrielle.

    —¿Qué dices?

    Gabrielle levantó la vista hacia Ravin, encontrándose con su mirada.

    —Sólo lo que me has preguntado.

    —¿Por qué iba a venir tu amor al desierto?

    —No lo sé muy bien. Nos separamos mientras ayudábamos a una aldea a luchar contra un señorde la guerra. Esperé y luego emprendí la búsqueda. Averigüé que una caravana había pasado porallí y que alguien que coincidía con la descripción de mi amor iba con ellos. De modo que seguíel rastro y me trajo hasta aquí.

    —¿Por qué no me contaste esto antes?

    —Tenía mis razones.

    —Muchos extranjeros pasan por nuestras tierras. ¿Qué aspecto tiene tu amor?

    —El tuyo.

    Ravin retrocedió un paso como si la hubiera abofeteado.

    —No te conozco. —Se volvió para regresar por el camino, para volver por donde había venido.Lo que Gabrielle decía no podía ser cierto. Se consideraba una abominación a ojos de la tribu, a

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    ojos del dios de la tribu. Esto no podía ser cierto y, si lo era, era la gracia de dios lo que le habíapermitido abandonar su vida anterior.

    Gabrielle se quedó mirando y esperando con paciencia. La alta guerrera había detenido sumarcha. Gabrielle sólo podía imaginarse la batalla que se estaba librando en su interior. Al cabode unos instantes, Gabrielle, decepcionada, vio cómo la mujer llamada Ravin echaba a andar denuevo para alejarse del campamento.

    —Vieja. —La voz de la guerrera exigía reconocimiento.Compreda respondió con interés.

    —Ravin.

    —¿Qué clase de hechizo has tramado?

    Compreda se tomó la acusación con calma.

    —¿A qué te refieres, hija?—La extranjera, Gabrielle. Ha dicho que ella es mi amada.

    —¿Y qué dice tu corazón?

    Ravin no se esperaba la apacible pregunta.

    —No puede ser ella.

    —¿Eso ha dicho tu corazón?

    La rabia de la voz de Ravin no había cedido.

    —No. Yo digo que no puede ser ella.

    —¿Por qué no?

    —Porque ella... —La sensación de pérdida de Ravin empezó a hacerse más intensa y titubeó.Ravin sabía que no se podía confiar en la lealtad de Compreda. Ésta nunca se había sentidosujeta a la ley.

    —¿Hija?

    Ravin retrocedió.

    —Debo hablar con padre.

    Compreda se recostó en su silla. Lo que había estado esperando había ocurrido. Deseó podersentirse satisfecha con el desafío de Gabrielle, pero sabía que no iba a ser tan fácil. Todavíaquedaban demasiados peligros que superar antes de que se pudiera hacer justicia.

    Decevis escuchó a su hija atentamente. Sus temores se estaban haciendo realidad, pero aún noestaba preparado para darse por vencido.

    —La griega dice mentiras. Te advertí de que no te hicieras amiga suya. Haz caso de miadvertencia, hija. Lo que esta mujer dice es maligno. —Decevis alargó la mano y cogió la de

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    Ravin—. No hay mal alguno en ti. No le permitiré que te haga creer que has sido capaz de talcorrupción.

    Ravin sintió una profunda pena.

    —Padre, ¿cómo puede estar tan mal el amor?

    Decevis no quería enredarse con la pregunta de Ravin y decidió pasarla por alto.

    —Es contra natura.El mayor anhelo de Ravin se liberó de las considerables ataduras que ella misma se habíaimpuesto.

    —¿Quién soy, padre?

    Decevis confió en el peso de su autoridad incontestada.

    —Eres mi hija. Eso es lo único que necesitas saber.Ravin habló con el corazón:

    —Quiero más.

    Decevis se mantuvo firme.

    —Si ser la hija de Decevis no es suficiente...

    —Por favor, compréndelo —suplicó Ravin.

    —Eres tú quien debe comprender. Debes elegir quién quieres ser. Mi hija o la ramera deGabrielle.

    Ravin se quedó horrorizada por la forma en que Decevis presentaba las cosas. Le ofrecíaúnicamente los extremos de su moralidad. Ella sabía que la persona que era entraba dentro de lodesconocido.

    —Discúlpame, padre. No pretendía molestarte. —Ravin se dio la vuelta deseando no haberacudido a Decevis en busca de ayuda. Cuando estaba a punto de marcharse, se detuvo al oír sunombre. Se volvió de nuevo hacia el patriarca. Éste había recuperado su majestuosidad.

    —¿Has leído los pergaminos de Gabrielle?

    —No, señor.

    —Yo tengo copias. —Señaló un baúl situado cerca de los pies de Ravin—. Están en ese baúl.Cógelos y léelos. Decide tú misma si eres la mujer griega que Gabrielle desea que seas.

    Andre insistió:

    —Tus insinuaciones son inaceptables.

    Gabrielle conservó la calma.

    —¿Para quién, para ti o para Ravin?

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     —Estoy de acuerdo. Por favor, déjanos, hermano. Regresaré al campamento dentro de unamarca.

    Andre se volvió hacia Gabrielle. Habló en voz tan baja que sólo ella lo oyó:

    —Ojalá nuestras diferencias no existieran, porque te respeto. Pero escúchame bien. Lucharéhasta el último aliento para impedir que hagas daño a mi hermana.

    Gabrielle asintió. Ella también respetaba al joven. Sólo podía admirar su devoción.

    Ravin esperó a que Andre hubiera dejado el campamento. Se volvió hacia Gabrielle, convencidade lo que debía hacer.

    —Gabrielle, yo no soy la mujer a quien llamas Xena, y aunque lo fuese, no tengo ningúnmotivo para volver a ser ella. Padre me ha enseñado los pergaminos. La vida de Xena es unavida de violencia y muerte. Si no fuese por los ladrones de Maligno, no tendría motivo para

    alzar una espada. ¿Por qué quieres que me convierta en ese monstruo?—Xena, tú no eres un monstruo.

    —Dime, ¿qué es lo que más deseas para mí?

    Gabrielle sabía la respuesta sin necesidad de pensársela.

    —Que encuentres la paz.

    —Estoy en paz.

    —¿Sí? —Gabrielle no pudo disimular su incredulidad.

    —Lo estaba antes de que llegaras. Déjame en paz, Gabrielle.

    Gabrielle se desanimó.

    —¿Cómo puedo? ¿Y nuestro amor?

    Ravin dijo tajantemente:

    —El amor del que hablas está mal.

    Gabrielle se quedó atónita. Xena no podría haber dicho nada más doloroso. Ravin continuó:

    —Lo que estás haciendo no tiene nada que ver conmigo. Se trata de ti. De lo que tú quieres.

    Gabrielle miró a su amada y supo que lo que decía era, en parte, cierto. Su vida se había hechoinseparable de la de Xena. Su camino estaba con Xena. Podía aceptar la muerte de Xena, perono podía aceptar que Xena no quisiera tener nada que ver con ella. La mujer que tenía delantedecía una verdad que Gabrielle no deseaba aceptar. Ravin estaba convencida de que su Xenahabía muerto y que seguiría muerta para ella.

    Ravin aguardó una respuesta. Observó cómo se producía un cambio. Los ojos brillantes ysinceros de la joven se apagaron. Una sombra, como una nube que se tragara al sol, se apoderóde ella, dejando una pálida angustia.

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    Gabrielle no sabía cómo luchar. No sabía qué podía decir para recuperar su importancia en lavida de la otra. ¿Cómo convences a alguien para que te ame cuando te ha dicho que no te ama yno lo quiere hacer, que la mera idea de ese amor le resulta ofensiva, que el murmullo antesconstante del amor ya no late en su corazón? Desesperada, se rindió.

    —Lo siento. He hecho mal en intentar cambiarte. El cambio sólo se produce si tu corazón lodesea.

    Ravin sintió una lástima cada vez mayor. Por fin había ganado la discusión, pero no sentíasatisfacción alguna.—¿Dónde irás?

    La pérdida y la confusión de Gabrielle eran tangibles.

    —No lo sé.

    —¿Te irás a casa?

    Gabrielle respondió como siempre lo había hecho:

    —Mi hogar está con... —Se le apagó la voz. No pudo completar la idea. Seguía siendo cierta ensu corazón, pero la vida se la había negado—. A Grecia. Mi hermana y mi sobrina viven enPotedaia, y además está Eva.

    —¿Quién es Eva?

    —La quiero como si fuese mi propia hija. Es la hija de Xena.

    Ravin tuvo que hacer un esfuerzo para conservar el equilibrio. Pero no quiso ceder.

    —Me alegro de que no vayas a estar sola.

    —Xe... Ravin. Sólo tengo una cosa que pedirte.

    Ravin se mostró cauta.

    —¿El qué?

    —¿Puedo...? —Gabrielle abrió los brazos—. ¿Despedirme?

    Ravin se acercó y estrechó a la joven entre sus brazos. Gabrielle había luchado a su lado. Había

    sido una buena amiga durante el tiempo que habían compartido. Pedir un abrazo no era grancosa.

    Gabrielle la abrazó estrechamente, notando la fuerza de su amada. El dolor era agudo yprofundo. Respiró hondo y se apartó.

    —Jamás te olvidaré.

    Ravin se había preparado. Se había hecho inmune a todo sentimiento.

    —Ni yo a ti. Buen viaje.

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    Gabrielle se dio la vuelta y se alejó. Ravin se quedó allí en silencio observando cómo la siluetade la joven guerrera desaparecía más allá de las dunas mientras los brillantes colores de lapuesta del sol inundaban el cielo.

    Gabrielle viajó hasta el anochecer. Una serie de cavernas le prometía refugio. Vio una luz quesalía de una de ellas. Al acercarse se dio cuenta de que la luz emanaba de una antorchaencendida. Tras atar a su yegua, se detuvo en el umbral de la caverna. En la pared había grabadauna inscripción en un idioma que desconocía. Gabrielle esperaba que fuese una invitación y nouna advertencia. Sacó la antorcha de su soporte y se adentró en la caverna. La cueva daba paso auna gran cámara. En cada uno de sus seis rincones ardían antorchas alegremente. Gabriellereconoció el espacio como un templo. En el centro había un altar y sobre el altar una piedra, unhexágono perfecto. La piedra tenía una altura de tres dedos, con grabados pulcros y bienmarcados del mismo alfabeto que había visto en la entrada. Sospechó que su origen seremontaba a un antiguo culto. Gabrielle alargó la mano para tocar la piedra.

    —¡No!

    Gabrielle apartó la mano, se volvió y vio a una mujer en uno de los rincones de la cámara.—No pretendía asustarte, pero la piedra de Emet es implacable, a menos que sea algo más quela curiosidad lo que te lleva a tocarla y estés buscando su poder.

    La mujer, se fijó Gabrielle, era unos cuantos años mayor que ella. Era alta y delgada. Llevabauna túnica verde que caía en suaves pliegues sobre su cuerpo. Sus ojos eran de un profundo tonode almendra, su voz suave y tranquilizadora. Gabrielle se dio cuenta de que ni había oído nipercibido la llegada de la mujer.

    —No, no sé qué lugar es éste.

    —Un antiguo templo de una época que muchos han olvidado o desean olvidar.

    —¿Y esto? —Gabrielle señaló la piedra de Emet.

    La mujer se acercó.

    —Algunos lo consideran un regalo de nuestro dios. Otros lo consideran una maldición. Lapiedra de Emet tiene el poder de conceder un ruego, pero no siempre como uno se imagina elruego.

    Gabrielle se quedó desconcertada por lo que decía la mujer.

    —No comprendo.

    La mujer continuó con un deseo sincero de hacer claro lo que estaba oscuro.

    —Uno puede rogar no volver a pasar hambre nunca más y encontrar la muerte antes de desearsu próxima comida. —Entonces hizo una pregunta a la joven desconocida que tenía delante—:El ruego ha sido concedido, ¿no es así?

    Gabrielle lo entendió entonces.

    —Ya veo.

    La mujer sonrió porque se dio cuenta de que la desconocida lo entendía de verdad.

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    —Me llamo Cala. Soy la guardiana de este templo. Eres bien recibida si buscas refugio.

    Gabrielle agradeció la invitación.

    —Sí, gracias. Sólo por esta noche.

    Cala optó por no reprimir su propia curiosidad.

    —¿Puedo preguntarte hacia dónde te diriges?

    Gabrielle se lo pensó. El presente había quedado relegado a un lado mientras buscaba refugio.Titubeó.—No lo sé. —Luego dio una respuesta rutinaria—: De vuelta a casa, a Grecia.

    —¿De vuelta? ¿Has estado en nuestras tierras?

    —Sí. He estado acampada cerca de la tribu de Decevis.

    —Decevis. —Cala dejó que el nombre flotara un momento entre ellas—. ¿Has llegado aconocer a su gente?

    A Gabrielle le costaba mantener la conversación, pero contestó a pesar del dolor y la confusión.

    —He conocido a su hijo y su hija.

    Cala precisó:

    —¿A la nueva hija, a Ravin?

    —Sí. —Gabrielle empezaba a tener esperanzas de averiguar más cosas sobre Ravin.

    —Es impresionante.

    —¿La conoces?

    —Sólo de fama. —Cala miró atentamente a la desconocida. Tenía una sospecha a la que no diovoz—. ¿Puedo preguntarte cómo te llamas?

    Gabrielle lamentó su propia falta de cortesía.

    —Perdona, me llamo Gabrielle.

    —Se está haciendo tarde, Gabrielle. Puedes acomodar a tu yegua en una cueva de al lado. No lepasará nada.

    —Gracias.

    Gabrielle se quedó mirando en silencio mientras Cala se daba la vuelta y la dejaba sola en eltemplo. Clavó los ojos en el espacio que había ocupado la figura de Cala. Gabrielle no sabíacuánto tiempo había pasado hasta que consiguió desprenderse de su mirada vacía. Era la fatigalo que exigía su atención. Estaba cansada y deseaba reposar. Al poco, Gabrielle apagó todas lasantorchas menos una y se tumbó para descansar. Tardó en dormirse. El recuerdo del día serepetía sin cesar en su mente. Xena, Ravin, despidiéndola, rechazando su amor, afirmando quesu amor estaba mal. El sueño no detuvo sus pensamientos. Los acontecimientos del día sefueron hundiendo cada vez más en su mente y su corazón. Su alma empezó a desgarrarse. Lo

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    que antes era parte de ella exigía liberarse, clavando brutalmente un cuchillo en su esencia,condenando su amor.

    —¡No! —gritó Gabrielle una y otra vez—. ¡No! —El desgarro la abrumó al sufrir el dolor de uncorte en el corazón—. Me duele. —Apretó los brazos sobre su corazón mientras luchaba porrespirar. El impacto del rechazo de Xena se había suavizado y en su ausencia se alzaba laangustia descarnada y herida de haber sido despedida por su amada. Oía la voz de Xena, subelleza resonante que la despojaba de su esperanza. Gabrielle se puso en pie. Quería correr, huirde la imagen y de los sonidos que convergían sobre ella. Sus bordes afilados y ardientes lehacían heridas dentro de la herida. No quería sufrir más. Se levantó y al tambalearse sindirección se fue acercando al centro de la cámara. Su pena seguía rebosando sus límites. Cegadapor sus propias lágrimas, no reconocía dónde estaba, aunque todavía salía luz de la únicaantorcha encendida. Alzó la mano para sujetarse y cuando la bajó, la posó sobre la piedra deEmet.—¿Dónde está?

    —La he metido en una cámara contigua por su propia seguridad.

    —Ojalá lo hubieras hecho antes.

    —Anciana, no me sermonees. Le advertí del poder de la piedra. —Cala no podía disimular sucompasión—. No puedo creer que esto haya sido intencionado.

    Entraron en la pequeña cámara. Gabrielle estaba tumbada en un camastro. A su lado había unasilla, el único otro mueble de la estancia. Compreda se acercó y se sentó en la silla. Estabaprofundamente apenada. Puso la mano sobre la mejilla de Gabrielle. Ésta alzó su propia mano ycubrió la de Compreda. Gabrielle notó la suave piel ajada y se consoló con ella.

    Compreda hizo la preocupante pregunta:

    —¿Por qué le habrá hecho esto Dios?

    Cala estaba desconcertada.

    —¿Qué fue lo que rogó?

    —Por lo que ella misma dice, la joven siente poco respeto por los dioses. No hubo ningúnruego.

    —Siempre hay un ruego. Incluso en el corazón de aquellos que no creen existe un deseo deencontrar un principio o un final y, en contadas ocasiones, una continuación de lo que se tiene.

    Compreda se enfureció.

    —No se merecía esto.

    —Tú y yo sabemos mejor que nadie que conceptos como “justo” son irrelevantes. Así es lavida.

    —Cala, puede que tengas razón, pero me da igual.

    —Anciana, por eso he enviado a buscarte. Eres la única que conozco dispuesta a enfrentarse aun acto de Dios.

    —Tienes un fino sentido del humor, Cala.

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     —¿Qué se puede hacer?

    —Primero tengo que ver a Ravin.

    El genio de la vidente no estaba dispuesto a tolerar más indulgencias.

    —Tú no eres Xena. Ella no era una cobarde. Habría dado su vida por Gabrielle sin dudarlo uninstante.

    Ravin se esforzó por conservar la serenidad bajo el ataque verbal de Compreda.

    —¿Y tú cómo lo sabes?

    —Por las leyendas.

    —¿Es que las leyendas...?

    Interrumpiéndola, Compreda siguió adelante:

    —Las leyendas proceden de las propias palabras de Gabrielle. Son una generación anteriores ati y a Gabrielle. No es que Gabrielle las creara para su propio provecho. Cantaba la canción deXena por su amor por ti.

    —Por Xena. Tú misma has dicho que yo no soy Xena.

    La vidente la retó:

    —¿Es que no tienes compasión?

    Atormentada por la discusión implacable, Ravin preguntó con agresividad:

    —¿Por qué has venido a mí? Gabrielle se ha ido. Va de camino a Grecia.

    Compreda se calló. Su silencio resultaba incómodo. Cuando por fin habló, lo hizo con rencor:

    —¿De camino? ¡Jamás regresará a Grecia!

    Ravin se quedó atónita. Se veía acusada de un crimen del que no tenía conocimiento.

    —¿Qué quieres decir?

    —Te llevaré con ella.

    Ravin no tardó en darse cuenta de que Compreda la llevaba a las cavernas del templo. Habíaoído hablar de ellas, pero Decevis le había prohibido poner un pie en ellas. La orden delpatriarca siempre le había resultado desconcertante, porque el templo era un lugar de culto a sudios. Ravin había pensado en más de una ocasión que visitar el templo habría sido beneficiosopara ella. Se debatía con la fe de Decevis, con el concepto mismo de un dios omnisciente yomnipotente. Aceptaba las leyes del dios más que al dios mismo. Las leyes eran un concepto degobierno y de moralidad que a ella le costaba poco comprender. Su preocupación siempre era laaplicación de esas leyes. Dado que le correspondía a Decevis juzgar las infracciones y aplicar elcastigo, le costaba aceptar la disparidad que veía entre la supuesta misericordia de dios durantelos actos de devoción y la severidad de la sabiduría de dios demostrada en la práctica a través deDecevis.

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     Las dos cruzaron la caverna principal del templo hasta el lugar donde estaba alojada Gabrielle.Una antorcha iluminaba la estancia. Gabrielle estaba sentada en el camastro. Tenía una mantasobre los hombros. Estaba abrazada a sus rodillas, pegadas al pecho. Estaba inmóvil. Sus ojosde esmeralda eran dos pizarras vacías.

    Ravin se enfureció.

    —¿Quién le ha hecho esto?

    Contrariamente a su propio y reciente estallido, Compreda contestó con fría calma:

    —Nadie. Ha tocado la piedra de Emet.

    —¿Emet?

    —La palabra procede de la tribu hebrea. Significa verdad, fidelidad. La piedra tiene el poder de

    reflejar el corazón de uno sobre su esencia corpórea.Ravin dio un paso hacia Gabrielle.

    —No lo entiendo.

    —Hablamos de un antiguo proverbio: “Que ni la misericordia ni la verdad te abandonen: átalasalrededor de tu cuello, escríbelas en la tableta de tu corazón”. Cuando Gabrielle posó su manosobre la piedra, la verdad de su corazón salió a la superficie. Estoy convencida de que su deseoera separarse de los sentidos de la vida. Ya no hay nada que pueda ver u oír y que pueda hacerledaño.

    Ravin no daba crédito.

    —Estás diciendo que ella ha pedido esto.

    —Ser sorda y ciega, no. No oír ni ver jamás su tormento, sí. Dios actúa de formas que los merosmortales no podemos comprender. Nunca hay manera de saber qué ocurrirá si posas la manosobre la piedra de Emet, sólo que se hará tu voluntad según la sabiduría de Dios.

    Alargando la mano, Ravin se detuvo y se volvió hacia la vidente.

    —¿Nota si alguien la toca?

    Compreda se permitió sentir esperanza.

    —Sí, ¿por qué lo preguntas?

    Ravin se acercó a Gabrielle y se arrodilló delante de ella. Tocó con delicadeza la mano deGabrielle. Ésta levantó la cabeza con interés. Éste no era el tacto frío de una anciana. Era cálido,de una vida más joven pero distinta de la que la había encontrado. Ravin apretó la mano deGabrielle para tranquilizarla.

    Ravin hizo un juramento:

    —Cuidaré de ella, pero no puedo ayudarla. —Volvió a posar la mirada en la vidente—. Por loque tú misma has dicho, Compreda, la mujer que podía rogar a Dios ya no existe.

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    Exasperada, Compreda espetó:

    —Te dejo con Gabrielle y con tu mezquina conciencia.

    Gabrielle se aferró a la sensación del nuevo contacto y esperó sin saber qué iba a salir de él. Sehabía despertado en la oscuridad y el silencio. Había hecho un esfuerzo por recordar dóndeestaba. El templo. La pena implacable. Todo había cesado. Había perdido el conocimiento. Nosabía qué le había pasado ni por qué. Una mano amable la tocó. Al principio se apartó asustada,pero la mano la ayudó a levantarse y la llevó hasta donde ahora estaba. Era un camastrocolocado contra la pared de piedra. Tenía un pequeño espacio que era su mundo. Recordó unaépoca en que se vio encerrada en una cámara por el señor de la guerra Draxis. Donde laoscuridad había sido uno de sus métodos para intentar doblegarla. Se acordó de una heridaprevia por la cual perdió el oído y la capacidad de hablar y tenía que luchar por comunicarse.Era como si ambas pérdidas se hubieran unido en una sola. Todavía conservaba la voz, teníatacto y olía el aroma mohoso de la caverna mezclado con el aroma del incienso encendido.

    No tenía control. Estaba a merced de otros. Aceptó la pérdida inmediata con una resignación

    inesperada. ¿Qué más podían quitarle? Había perdido a Xena. Había perdido toda suindependencia. Su conexión con el mundo se había cortado.

    El contacto le volvió la palma de la mano hacia arriba. Notó que un dedo trazaba marcas suavessobre ella. Notó una repetición. No captó el significado hasta la tercera repetición. Gabriellepidió:

    —Otra vez. Escríbelo otra vez.

    ¿Necesitas algo?

    Sí que necesitaba algo, pero no era nada que se pudiera dar fácilmente. Replicó:

    —No, gracias.

    Estarás atendida.

    Gabrielle ladeó la cabeza dándose por enterada y luego se echó hacia atrás. Las letras griegaseran su conexión. Sintió alivio de que el griego fuese un idioma conocido por bastantes de losmiembros de la tribu de Decevis. Quiso conocer a su benefactor.

    —¿Quién eres?

    Cala.

    Gabrielle se sintió confusa. Creía que era Cala quien la había encontrado y que ésta era unapresencia distinta.

    —¿Quién me ha encontrado?

    Yo.

    Gabrielle envolvió la mano de su benefactora con la suya. Por el tacto comprobó que era unamano más grande y más fuerte que la suya, con los callos de alguien que manejaba una espada.Conocía esta mano íntimamente. Ravin estaba empeñada en conservar el anonimato. Gabrielleno la desafiaría.

    Decevis estaba furioso.

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     —¡Qué haces con esa mujer!

    Ravin se mantuvo firme.

    —Ayudarla. Le estoy dando la misma hospitalidad que tú me diste a mí.

    —Nada bueno saldrá de eso.

    —Padre, no esperaba oírte decir una cosa así.

    —Esto ha ido demasiado lejos. Te prohíbo que la vuelvas a ver. Enviaré a otra persona aayudarla.

    —Eso no tiene sentido. ¿Por qué no puedo ayudar a Gabrielle?

    Golpeando la mesa que tenía delante con el puño, exclamó:

    —No voy a perder a una segunda hija.

    Algo se hizo evidente para Ravin.

    —Hay algo que no me estás contando.

    Decevis no hizo caso de Ravin.

    —Haré que esa mujer se marche.

    —Si lo haces, me iré con ella. —Ravin hizo una pausa, tratando desesperadamente de contener

    sus emociones—. Padre, temes perderme. Te aseguro que me perderás si intentas que me quedeaquí con mentiras o amenazas.

    —Eras una hija obediente antes de que llegara Gabrielle.

    —No pretendo faltarte al respeto. ¿Acaso está mal preguntar cuál es la verdad? Padre, te losuplico, ¿cuál es la verdad?

    —Mi verdad es lo único que necesitas.

    Ravin no se dio por vencida.

    —No quiero tu verdad ni la verdad de Gabrielle. Quiero mi propia verdad. ¿Cómo me convertíen tu hija?

    Decevis la rechazó.

    —Si no me quieres, déjame.

    —Padre...

    El dolor de Decevis era abrasador.

    —¡Vete! Vete con los demonios que atormentan esta tierra.

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    Ravin se dio la vuelta y salió de la tienda del patriarca. La pena y la rabia le atenazaban elpecho. Regresó a su tienda. Sus ojos recorrieron cada rincón. No sabía qué estaba buscando.Ojalá una sola de sus pertenencias le dijera lo que debía hacer. Fue hasta un baúl de tamañomediano y se arrodilló delante. Al abrir la tapa, sus ojos se posaron en una bolsita. Sabía quedentro había dos piedras, una piedra azul y una piedra verde que no tenían valor real. No teníanel más mínimo valor salvo para la mujer que había sido en otro tiempo. Le habían dicho que labolsita había estado atada a su cinturón. La abrió y se echó las piedras en la palma de la mano.Tan ligeras, y sin embargo, cargaban con el peso de su pasado. Mirándose al espejo, sostuvo lapiedra azul cerca de su ojo. ¿Era ésa la conexión? Y la piedra verde. ¿Era un símbolo de los ojosde su amor, unos ojos verdes y cautivadores como los de Gabrielle?

    Gabrielle averiguó que tenía tres cuidadoras, Cala, Compreda y, por último, Ravin de incógnito.Había poca cosa que se pudiera hacer por ella. Estaba alimentada. Compreda la lavaba. Cala leofrecía pacientemente palabras de consuelo en la palma de la mano. Ravin se interesaba por susnecesidades, pero nada más.

    Por un cambio en el aire de la caverna Gabrielle notó la presencia que entraba en la cámara.

    También notó la incomodidad de sentirse observada. Esperó pacientemente una señal más clarade que no estaba sola. No hubo ninguna. De modo que habló:

    —¿Quién está ahí?

    Ravin estaba ante Gabrielle. Su rabia no se había calmado. La dureza de Decevis era intolerable.Se negaba a visitar a Gabrielle para ver lo que le había hecho su dios. Ravin se puso a darvueltas de un lado a otro, furiosa con el mundo que había causado el dolor y la pena que habíanafectado a Gabrielle.

    Gabrielle alargó la mano.

    —Por favor, ¿quién eres?

    Ravin se apartó. Cala estaba en el umbral.

    Ravin exigió, más que pidió:

    —Dile que estás aquí.

    Cala habló suavemente mientras se acercaba a Gabrielle:

    —¿Dónde está tu corazón, Ravin? —Colocando su mano sobre la de Gabrielle, preguntó—:¿Por qué tienes tanto miedo de Gabrielle?

    —¿Cómo puedes mirarla, a una mujer que estaba tan viva, sin...?

    Cala interrumpió a Ravin mientras escribía su nombre en la palma de la mano de Gabrielle:

    —¿Acaso das únicamente a las personas que están enteras y te apartas de cualquier cosa que terecuerde las pérdidas de la vida?

    —Yo no soy así. He ayudado a todas las personas de la tribu que han estado necesitadas.

    —¿Entonces sólo Gabrielle te atormenta el alma? —Cala echó el pelo de Gabrielle a un lado—.Ahora va a descansar. —Cala se levantó y se puso al lado de Ravin—. Tengo cosas que hacer.¿Vas a estar cerca o tengo que llamar a alguien para que esté con ella?

  • 8/18/2019 Mayt - La Piedra de Emet

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    Ravin se mostró desafiante. Nadie podía atreverse a suponer que la conocía.

    —Me quedo.

    La respuesta de Cala fue igual de firme:

    —Bien.

    El sueño de Xena la había calmado. Una mezcla de momentos íntimos compartidos, depequeños gestos que las unían. El tapiz de imágenes empezó a deshilacharse, a desgarrarse yarder, tanto por dentro como por los lados. La tela se hacía jirones, desintegrándose, y ella nopodía impedirlo.

    —¡No! —gritó Gabrielle dormida. Despierta de golpe, seguía en la oscuridad. Alzó el puño paraluchar por salir de esa oscuridad. Su puño fue recibido por una mano que detuvo su impulso.Levantó el otro brazo como protesta, pero notó que otra mano le sujetaba el brazo al cuerpo—.¡No! —Fue un grito cansado. Más bien una rendición. Agachó la cabeza y la hundió en el pecho

    de la otra persona. Dejó paso a las lágrimas y su miedo se transformó. En ese momento era laencarnación de su absoluta vulnerabilidad y dependencia. Ravin estrechó a Gabrielle. Se acabóla lucha. Gabrielle sintió los fuertes brazos que la rodeaban. Se hundió en el abrazo. Olía a laotra. Era el olor de Xena. Sus palabras brotaron como una súplica—. Ayúdame. Por favor,ayúdame.

    Ravin oyó la súplica y estrechó a Gabrielle con más fuerza. Esta mujer creía que Ravin era suamada. Esta mujer había recorrido el desierto buscándola. Esta mujer, famosa por sus dotescomo narradora, que había inmortalizado la búsqueda de la redención realizada por Xena, estamujer suplicaba por su vida como si Ravin pudiera dársela, como si Ravin fuese la mismaPrincesa Guerrera. Gabrielle seguía llorando. Ravin abrazó a Gabrielle con ternura pero confirmeza. No la iba a soltar.

    Compreda encontró a Gabrielle dormida en brazos de Ravin. Ésta no había dormido. Volvió lacabeza hacia la vidente que se acercaba y esperó. Compreda no la defraudó:

    —Me alegro de que puedas darle consuelo. Uno se podría confundir y pensar que te importa.

    —No te debo ninguna explicación.

    —¿Vas a seguir fingiendo que no la amas?

    Ravin empezó a soltarse con cuidado de Gabrielle. Se levantó y se quedó al lado de la joven. Nohabía motivo alguno para seguir luchando con su corazón. Sin apartar la mirada, Ravin

    pronunció las palabras que se le exigían. Fue una oración, callada por el asombro en cuantocobró voz:

    —Sí que la amo.

    La guerrera y la vidente se quedaron en silencio, embelesadas ambas por la joven dormida.Compreda interrumpió su contemplación.

    —Hay una solución para ti y para ella.

    Ravin se sobresaltó por la esperanza que se le brindaba.

    —Continúa.

  • 8/18/2019 Mayt - La Piedra de Emet

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    —La piedra de Emet. Su corazón debe querer cambiar. Si albergas alguna incertidumbre sobrelo que siente Gabrielle, te arriesgas a un resultado que no será como a ti te gustaría. Podríadestruirla aún más.

    Ravin se acercó al umbral de la cueva, colocando la mano sobre la fría pared de roca, elcontacto de la carne con la piedra. Se fijó en su mano, con una sensación muy distinta al tactode Gabrielle. Se enfrentaba a la promesa de la nada. Le asustaba pensar que la calidez que sentíade Gabrielle fuese siempre recibida en el anonimato. ¿Por qué no podía marcharse? ¿Por quétenía esta sensación de responsabilidad? ¿Podía creer en el amor de Gabrielle como prueba desu propia identidad? Si era cierto, si ella era Xena, ¿estaría dispuesta a sacrificar todo lo queahora tenía tanto valor para ella? ¿Acaso lo desconocido era mucho más rico? ¿Qué podía sermás rico que la paz que su actual hogar le proporcionaba? En palabras de la propia Gabrielle, lalucha de Xena por redimirse era constante. ¿Podía el amor de una mujer compensar el regresocierto a un estado de pesar incesante?

    —Me pides que renuncie a todo lo que conozco por ella.

    —No es cierto. Colocar la mano de Gabrielle sobre la piedra de Emet le dará una segundaoportunidad de alcanzar su destino.

    —¿De qué le servirá si no tiene a Xena? Morirá de pena.

    —Sabes que no. Te tiene a ti. Te he observado con ella.

    Perdida en sus reflexiones, Ravin miró a Compreda en busca de seguridad.

    —¿El poder de la piedra de Emet la cambiará aunque lo que crea sea mentira?

    —La mentira es tuya, no de Gabrielle. Cuando su mano se pose sobre la piedra, su corazón

    creerá que eres suya.

    Ravin contuvo su impaciencia. El empeño de Compreda en que ella era la Princesa Guerrera eraconstante y no se podía hacer nada al respecto.

    —Como Xena. Ésa es la mentira.

    —Dime, ¿qué mayor crueldad existe que perder dos veces a la persona amada? Ten cuidado.Serás su destrucción si haces que te pierda otra vez. —Compreda escrutó el espeso silencio quehabía entre ellas. Se estaban desarrollando dos conversaciones. La vidente se preguntaba sialguien las oía—. Ravin, si es cierto que no eres Xena, ¿por qué no puedes permitir queGabrielle te ame?

    —Eso sería otra mentira. Aunque me quisiera por mí misma, no podemos estar juntas. Va encontra de las leyes de la tribu.

    —No le has hecho ninguna promesa. Si su corazón anhela conocerte, será fiel a quien eres y aquien serás con ella con el paso de los ciclos de la luna. ¿Es que no quieres que sepa que puedeamar a otra persona?

    —No ama a otra persona. Sigue amándome a mí. Y para ella, yo soy Xena.

    —Es cierto que sigue amándote a ti. —Compreda decidió abandonar su razonamiento y emplearuna táctica distinta. Suspiró—. Está bien. Ravin, acepto tu verdad. La piedra de Emet revelará lasabiduría de Dios. Cómo lo haga, estoy segura de que no podemos ni imaginarlo. Confía en queDios se manifestará con su poder. Tus propias palabras reflejan la verdad confusa de Gabrielle.

  • 8/18/2019 Mayt - La Piedra de Emet

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    Al posar su mano en la piedra de Emet, Gabrielle saldrá de su oscuridad. Ésa será la nuevaverdad de Gabrielle.

    Gabrielle se agitó. Notó una mano en la frente.

    —¿Quién es?

    La mano cogió la suya y escribió en la palma. Ravin. Por fin, Ravin se identificaba.

    —Hola —fue la suave respuesta de Gabrielle.Ravin siguió escribiendo. Tu mano otra vez en la piedra de Emet.

    Gabrielle se quedó callada. La piedra le había hecho esto. Ravin percibió la desconfianza deGabrielle.

    Reza para ver y oír el mundo como antes.

    El silencio de Gabrielle continuó.Yo estaré contigo.

    Ravin estrechó la mano de Gabrielle entre las suyas, incitando a la mujer a consentir.

    ¿Era, ha sido siempre tan fácil? ¿Volver y pedir que esto se invierta? Gabrielle se preguntó porqué la habían hecho esperar.

    —Debe de haber un riesgo.

    Ravin había estado observando atentamente la expresión de Gabrielle. Estaba segura de que

    podía leer los pensamientos de Gabrielle. Ravin volvió a la palma de la mano de Gabrielle.Nunca se sabe, fue su respuesta.

    Gabrielle había sentido que lo había perdido todo antes de colocar sin querer la mano en lapiedra. Pero no era cierto. Había más que perder. Ahora tenía a Ravin a su lado insistiéndolepara que confiara en aquello que le había quitado tanto. Que se atreviera a albergar la esperanzade que podía volver a vivir. ¿Cómo viviría si se le daba una segunda oportunidad? Nada habíacambiado desde que su mano tocó la piedra. Xena seguía creyendo que era Ravin. Pero se habíaproducido un cambio. Ravin había cambiado. Gabrielle no sabía hasta qué punto.

    —Llévame a la piedra.

    Ravin bajó la cabeza y soltó un sonoro suspiro.

    —Gracias.

    Ayudó a Gabrielle a levantarse y luego la guió hasta la cámara de la piedra de Emet. Sedetuvieron ante la piedra. Ravin sintió un miedo creciente. No había dónde escapar ni formaalguna de obtener consuelo. Debía tener fe. Oyó que otros se acercaban. Eran Cala y Compreda.Intercambiaron miradas. Ravin dijo:

    —Con vosotras como testigos, que Dios se apiade de nuestras almas.

    Escribió en la palma de la mano de Gabrielle: ¿Lista?

    —Sí.

  • 8/18/2019 Mayt - La Piedra de Emet

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     Ravin situó la mano de Gabrielle encima de la piedra y le dio un golpecito para indicarle queestaba en posición. Gabrielle volvió sus ojos sin vista hacia Ravin.

    —Ravin, pase lo que pase, gracias por intentar ayudarme.

    Ravin sintió que su propio deseo crecía en su interior. No podía perder a Gabrielle por unamujer muerta desde hacía tiempo pero reflejada dentro de ella. Ravin fijó la mirada en Gabriellemientras ésta bajaba despacio la mano. En el momento mismo en que la mano de Gabrielle tocóla piedra, Ravin, por un repentino impulso desesperado, colocó su propia mano sobre la piedra.Ravin levantó la mano. ¿Qué había hecho? Cala y Compreda guardaban silencio. Gabrielle teníalos ojos cerrados. Se abrazó a sí misma. Su cuerpo empezó a mecerse a medida que una mareade emociones se alzaba dentro de ella. Abrió los ojos y se encontró con la mirada expectante ycompasiva de Ravin. La propia mirada de Gabrielle estaba clavada en la mujer que teníadelante. Ravin alargó la mano hacia ella. Gabrielle retrocedió.

    Gabrielle estaba muy angustiada.

    —Lo siento muchísimo.

    Ravin intentó consolarla.

    —¿El qué? No has hecho nada malo.

    —Creía con todo mi corazón que eras Xena. Lo que te he hecho pasar es imperdonable.

    Ravin no daba crédito al cambio de Gabrielle. Compreda interrumpió el silencio.

    —Eso no importa. Lo que importa es que has vuelto entera a este mundo.

    Las lágrimas silenciosas se derramaron en torrente mientras Gabrielle sentía la repentinaacometida de su pérdida. Nadie comentó nada mientras presenciaban el fin de la esperanza de lamujer de encontrar a Xena. La piedra de Emet había hecho un corte rápido en el corazón deGabrielle, que sangraba de nuevo.

    —Me siento débil.

    —Eso es normal. Cala, lleva a Gabrielle de nuevo a su cámara. Gabrielle, seguiremos hablandocuando hayas descansado.

    Gabrielle no se opuso a la vidente y se dejó acompañar.

    Ravin seguía inmersa en su propia confusión. Rompió la quietud de la estancia con un fuertegolpe de la mano contra la columna de piedra.

    —¿Qué ha pasado?

    Compreda se mostró implacable en su valoración.

    —¿Acaso no es evidente? Ve y oye.

    Ravin contraatacó:

    —Pero ya no ve a Xena en mí.

  • 8/18/2019 Mayt - La Piedra