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La balada del café triste Carson McCullers LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE (The Ballad of the Sad Café, 1951) Carson McCullers

Mccullers Carson - La Balada Del Cafe Triste[1]

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es una novela que trata sobre una mujer con aspecto de hombre que vive sola hasta la llegada de su primo limon

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La balada del caf triste

La balada del caf triste Carson McCullers

LA BALADA DEL CAF TRISTE

(The Ballad of the Sad Caf, 1951)

Carson McCullersEl pueblo de por s ya es melanclico. No tiene gran cosa, aparte de la fbrica de hilaturas de algodn, las casas de dos habitaciones donde viven los obreros, varios melocotoneros, una iglesia con dos vidrieras de colores, y una miserable calle Mayor que no medir ms de cien metros. Los sbados llegan los granjeros de los alrededores para hacer sus compras y charlar un rato. Fuera de eso, el pueblo es solitario, triste; est como perdido y olvidado del resto del mundo. La estacin de ferrocarril ms prxima es Society City, y las lneas de autobuses Greyhound y White Bus pasan por la carretera de Forks Falls, a tres millas de distancia. Los inviernos son cortos y crudos y los veranos blancos de luz y de un calor rabioso.

Si se pasa por la calle Mayor en una tarde de agosto, no encuentra uno nada que hacer. El edificio ms grande, en el centro mismo del pueblo, est cerrado con tablones clavados y se inclina tanto a la derecha que parece que va a derrumbarse de un momento a otro. Es una casa muy vieja: tiene un aspecto extrao, ruinoso, que en el primer momento no se sabe en qu consiste; de pronto cae uno en la cuenta de que alguna vez, hace mucho tiempo, se pint el porche delantero y parte de la fachada; pero lo dejaron a medio pintar y un lado de la casa est ms oscuro y ms sucio que el otro. La casa parece abandonada. Sin embargo, en el segundo piso hay una ventana que no est atrancada; a veces, a ltima hora de la tarde, cuando el calor es ms sofocante, aparece una mano que va abriendo despacio los postigos, y asoma una cara que mira a la calle. Es una de esas caras borrosas que se ven en sueos: asexuada, plida, con unos ojos grises que bizquean hacia dentro tan violentamente que parece que estn lanzndose el uno al otro una larga mirada de congoja. La cara permanece en la ventana durante una hora, aproximadamente; luego se vuelven a cerrar los postigos, y ya no se ve alma viviente en toda la calle.

Esas tardes de agosto... Despus de subir y bajar por la calle, ya no sabe uno qu hacer; en todo caso, puede uno llegarse hasta la carretera de Forks Falls para ver a la cuerda de presos.

Y lo cierto es que en este pueblo hubo una vez un caf. Y esta casa cerrada era distinta de todas las dems, en muchas leguas a la redonda. Haba mesas con manteles y servilletas de papel, ventiladores elctricos con cintas de colores, y se celebraban grandes reuniones los sbados por la noche. La duea del caf era miss Amelia Evans. Pero la persona que ms contribua al xito y a la animacin del local era un jorobado, a quien llamaban el primo Lymon. Otra persona ligada a la historia del caf era el ex marido de miss Amelia, un hombre terrible que regres al pueblo despus de cumplir una larga condena en la crcel, caus desastres y volvi a seguir su camino. Ha pasado mucho tiempo; el caf est cerrado desde entonces, pero todava se le recuerda.La casa no haba sido siempre un caf. Miss Amelia la hered de su padre, y al principio era un almacn de piensos, guano, comestibles y tabaco. Miss Amelia era muy rica: adems del almacn, posea una destilera a tres millas del pueblo, detrs de los pantanos, y venda el mejor whisky de la regin. Era una mujer morena, alta, con una musculatura y una osamenta de hombre. Llevaba el pelo muy corto y cepillado hacia atrs, y su cara quemada por el sol tena un aire duro y ajado. Podra haber resultado guapa si ya entonces no hubiera sido ligeramente bizca. No le haban faltado pretendientes, pero a miss Amelia no le importaba nada el amor de los hombres; era un ser solitario. Su matrimonio fue algo totalmente distinto de todas las dems bodas de la regin: fue una unin extraa y peligrosa, que dur slo diez das y dej a todo el pueblo asombrado y escandalizado. Dejando a un lado aquel casamiento, miss Amelia haba vivido siempre sola. Con frecuencia pasaba noches enteras en su cabaa del pantano, vestida con mono y botas de goma, vigilando en silencio el fuego lento de la destilera.

Miss Amelia prosperaba con todo lo que se poda hacer con las manos: venda menudillos y salchichas en la ciudad vecina; en los das buenos de otoo plantaba caa de azcar y la melaza de sus barriles tena un hermoso color dorado oscuro y un aroma delicado. Haba levantado en dos semanas el retrete de ladrillo detrs del almacn, y saba mucho de carpintera. Para lo nico que no tena buena mano era para la gente. A la gente, cuando no es completamente tonta o est muy enferma, no se la puede coger y convertir de la noche a la maana en algo ms provechoso. As que la nica utilidad que miss Amelia vea en la gente era poder sacarle el dinero. Y desde luego lo consegua: casas y fincas hipotecarias, una serrera, dinero en el banco... Era la mujer ms rica de aquellos contornos. Hubiera podido hacerse ms rica que un diputado a no ser por su nica debilidad: a saber, su pasin por los pleitos y los tribunales. Se enzarzaba en un pleito interminable por cualquier minucia. En el pueblo se deca que si miss Amelia tropezaba con una piedra en la carretera, miraba inmediatamente a su alrededor para ver a quin podra demandar. Aparte de sus pleitos, llevaba una vida rutinaria, y todas sus jornadas eran iguales. Exceptuando sus diez das de matrimonio, nada haba alterado el ritmo de su existencia hasta la primavera en que cumpli treinta aos.

Fue en medio de una tranquila noche de abril. El cielo tena el color de los lirios azules del pantano, y la luna estaba clara y brillante. La cosecha se presentaba buena aquella primavera, y las ltimas semanas la fbrica haba trabajado da y noche. Abajo en el arroyo, la fbrica cuadrada de ladrillo estaba iluminada, y se oa el rumor montono de los telares. Era una de esas noches en que se oye con gusto, en el silencio del campo, el canto lento de un negro enamorado; esas noches en que uno tomara su guitarra para sentarse a tocar con calma, o en que simplemente se quedara uno descansando a solas, sin pensar en nada. La calle estaba ya desierta, pero el almacn de miss Amelia permaneca encendido, y fuera en el porche haba cinco personas. Una de ellas era Stumpy MacPhail, un capataz de rostro colorado y manos pequeas y enrojecidas; en el escaln ms alto estaban dos muchachos con mono, los mellizos Rainey: los dos eran largos y lentos, albinos y de ojos verdes. El otro hombre era Henry Macy, un personaje tmido y asustadizo, de modales comedidos y gestos nerviosos, que estaba sentado en un extremo del escaln ms bajo. Miss Amelia estaba de pie, apoyada en la puerta, con los pies embutidos en las botazas de goma, y deshaca pacientemente los nudos de una cuerda que se haba encontrado. Llevaban mucho tiempo callados.

Uno de los mellizos, que estaba mirando al camino vaco, fue el primero en romper el silencio. Dijo:

Veo algo que se acerca.

Un carnero escapado dijo su hermano.

La figura que se acercaba estaba todava demasiado lejos para ser percibida con claridad. La luna formaba unas sombras delicadas bajo los melocotoneros en flor, a lo largo del camino. Se mezclaban en el aire el aroma dulce de las flores y de las hierbas de primavera y el olor caliente, acre, de las cinagas.

No. Es algn chiquillo dijo Stumpy MacPhail.

Miss Amelia mir hacia el camino, en silencio. Haba dejado caer la cuerda y estaba jugueteando con el cierre de su mono con su mano morena y huesuda; frunci las cejas, y le cay sobre la frente un mechn de pelo negro. Mientras estaban all esperando, un perro de las casas del camino empez a ladrar furiosamente; luego se oy una voz que le hizo callar. No vieron con claridad lo que llegaba por el camino hasta que la forma estuvo a su lado, en la franja de luz amarilla del porche.

Era un forastero, y no es frecuente que los forasteros entren en el pueblo a pie y a tales horas. Adems, aquel hombre era jorobado. No medira ms all de cuatro pies de altura, y llevaba un abrigo andrajoso lleno de polvo, que apenas le llegaba a las rodillas. Sus piernecillas torcidas parecan demasiado dbiles para soportar el peso de su gran torso deforme y de la joroba posada sobre su espalda. Tena una cabeza enorme, con unos ojos azules y hundidos y una boquita muy dibujada. En aquel momento su piel plida estaba amarilla de polvo y tena sombras azules bajo los ojos. Llevaba una maleta desvencijada, atada con una cuerda.

...Buenas dijo el jorobado, jadeando.

Miss Amelia y los hombres del porche no contestaron a su saludo, ni dijeron una palabra. Se quedaron mirndole, sin ms.

Voy buscando a miss Amelia Evans.

Miss Amelia se ech hacia atrs el mechn de la frente y levant la barbilla.

Por qu?

Pues porque soy pariente suyo contest el jorobado.

Los mellizos y Stumpy MacPhail miraron a miss Amelia.

Soy yo dijo ella. Explqueme eso del parentesco.

Pues ver... empez a decir el jorobado. Pareca estar violento, casi a punto de llorar. Apoy la maleta en el ltimo escaln, sin quitar la mano del asa. Mi madre se llamaba Fanny Jesup, y vena de Cheehaw. Sali de Cheehaw hace unos treinta aos, para casarse con su primer marido. Recuerdo que contaba que tena una medio hermana llamada Martha. Y hoy me han dicho en Cheehaw que Martha era la madre de usted.

Miss Amelia le escuchaba con la cabeza ladeada. Era una mujer solitaria; no era de esas personas que comen los domingos rodeadas de parientes, ni ella senta la menor necesidad de buscrselos. Haba tenido una ta abuela, duea de unas cuadras de caballos de alquiler en Cheehaw, pero aquella ta ya haba muerto. Aparte de ella, slo tena un primo que viva en una poblacin a veinte millas de all; pero aquel primo y miss Amelia no se llevaban muy bien, y cuando por casualidad se encontraban, escupan a un lado de la calle. De tiempo en tiempo, algunas personas hacan lo imposible por sacar a relucir alguna clase de parentesco con miss Amelia, pero siempre fracasaban.

El jorobado se lanz a una larga disertacin mencionando nombres y lugares desconocidos para sus oyentes del porche, y que, aparentemente, nada tenan que ver con el asunto.

...de modo que Fanny y Martha Jesup eran medio hermanas. Y como yo soy hijo del tercer marido de Fanny, usted y yo somos... se inclin y empez a desatar la maleta. Sus manos parecan patitas sucias de gorrin, y temblaban. La maleta estaba llena de harapos y de toda clase de extraas chatarras, que parecan trozos de una mquina de coser. El jorobado hurg entre sus pertenencias y sac una fotografa vieja.

Aqu tiene un retrato de mi madre y su medio hermana.

Miss Amelia no dijo nada. Mova lentamente la mandbula, de un lado a otro, y se vea claramente lo que estaba pensando. Stumpy MacPhail cogi la fotografa y la acerc a la luz. Era un retrato de nias plidas de dos o tres aos; sus caras eran dos manchitas blancas, y poda ser un retrato antiguo de cualquier lbum de familia.

Stumpy lo devolvi sin hacer comentarios.

De dnde viene usted? pregunt.

He estado viajando contest el jorobado con voz insegura.

Miss Amelia segua callada. Permaneca apoyada al quicio de la puerta, mirando al jorobado. Henry Macy parpade nerviosamente y se frot las manos. Luego se levant en silencio y desapareci. Era un hombre excelente, y la situacin del jorobado le haba conmovido; por eso prefera no estar presente cuando miss Amelia echara al intruso de su casa y del pueblo. El jorobado segua en el ltimo escaln con la maleta abierta; sorbi con la nariz, y le tembl la boca. Quiz empezaba a darse cuenta de su posicin; tal vez comprenda lo desconsolador que era encontrarse en una poblacin desconocida, con una maleta llena de harapos, intentando convencer a miss Amelia de que eran parientes. Sea como fuere, se sent desmayadamente en la escalera y se ech a llorar.

No era corriente que un jorobado desconocido llegara al almacn caminando a medianoche y se sentara all a llorar. Miss Amelia ech hacia atrs el mechn de la frente y los hombres se miraron, violentos. El pueblo estaba silencioso.

Entonces dijo uno de los mellizos:

Me parece que ste es un Morris Finestein de primera.

Todos asintieron, ya que aqulla era una frase que encerraba un significado preciso. Pero el jorobado llor ms fuerte, porque no poda saber de qu estaba hablando. Morris Finestein era un hombre que haba vivido en el pueblo aos atrs; no era ms que un pequeo judo vivo y saltarn que lloraba cuando le llamaban Matacristos, y coma todos los das pan sin levadura y salmn en conserva. Le haba ocurrido un percance y se haba trasladado a Society City. Pero desde entonces, en el pueblo decan que un hombre era un Morris Finestein si le encontraban afeminado o cominero, o si lloraba.

Bueno, est apenado dijo Stumpy MacPhail. Algn motivo tendr.

Miss Amelia cruz el porche con dos zancadas lentas, balancendose. Baj los escalones y se qued mirando pensativamente al forastero. Alarg con precaucin uno de sus dedos morenos y toc ligeramente la joroba. El hombrecillo segua llorando, pero pareca ya ms tranquilo. La noche estaba silenciosa y la luna brillaba todava con una luz clara y suave; se iba notando fro. Entonces miss Amelia hizo algo sorprendente: sac una botellita del bolsillo de atrs de su pantaln y, despus de frotar un poco el tapn de metal contra la palma de su mano, se la ofreci al jorobado. Miss Amelia no se decida nunca a vender su whisky a crdito, y nadie recordaba haberla visto regalar ni una gota.

Beba un trago dijo. Esto le calentar las tripas.

El jorobado dej de llorar, se lami las lgrimas que le caan por la boca y bebi de la botella. Cuando termin, miss Amelia tom a su vez un buche, se calent y enjuag la boca con l y escupi. Luego bebi unos tragos. Los mellizos y el capataz tenan sus botellas, pagadas con su dinero.

Buen licor dijo Stumpy MacPhail. Miss Amelia, usted siempre hace bien las cosas.

No se pueden pasar por alto las dos botellas grandes de whisky que bebieron aquella noche; slo as puede uno explicarse lo que ocurri despus. Sin aquel whisky, quiz no hubiera llegado a abrirse el caf. Porque el licor de miss Amelia tiene una cualidad peculiar: sabe limpio y seco en la lengua, pero una vez dentro empieza a arder y ese fuego dura mucho tiempo. Y eso no es todo. Ya es cosa sabida que si se escribe un mensaje con zumo de limn en una hoja de papel, no queda rastro de la escritura; pero si se expone el papel al fuego, las letras se vuelven de un color castao y se puede leer lo escrito. Imaginad que el whisky es el fuego y que el mensaje est oculto en el alma de un hombre; entonces se comprender el valor del licor de miss Amelia. Muchas cosas que han pasado sin que se supiera, pensamientos relegados a las profundidades del alma, salen de pronto a la luz y se hacen patentes. Un hilandero que no ha estado pensando toda la semana ms que en los telares, la comida, la cama, y otra vez los telares, al llegar el domingo bebe de aquel whisky y tropieza con un lirio silvestre. Y toma el lirio en su mano, se queda contemplando la delicada corola de oro, y de pronto se siente invadido por una ternura tan viva como un dolor. Y un tejedor levanta de pronto la mirada y por primera vez descubre el cielo radiante de una noche de enero, y se siente sobrecogido de temor al pensar en su propia pequeez. sas son las cosas que ocurren cuando un hombre ha bebido el licor de miss Amelia. Podr sufrir, podr consumirse de gozo; pero la verdad ha salido a la luz: ha calentado su alma y ha podido ver el mensaje que estaba oculto en ella.

Bebieron hasta la madrugada, y las nubes cubrieron la luna y la noche se puso oscura y fra. El jorobado segua sentado en el ltimo escaln, lastimosa figura con la frente apoyada sobre las rodillas. Miss Amelia estaba de pie, con las manos en los bolsillos, un pie sobre el segundo escaln. Llevaba mucho tiempo callada. Su cara tena esa expresin que se ve a veces en los bizcos que piensan concentradamente en algo: una expresin mezcla de inteligencia y desvaro. Al fin dijo:

No s su nombre.

Me llamo Lymon Willis dijo el jorobado.

Bueno; pase adentro dijo miss Amelia. Hay algo de cena en la cocina.

Miss Amelia nunca invitaba a nadie a comer, a no ser que estuviera planeando engaar a alguna persona, o intentando sacar dinero a alguien. As que los hombres del porche pensaron que algo no marchaba bien. Ms tarde comentaron que miss Amelia deba de haber estado bebiendo toda la tarde, en el pantano. Sea como fuere, miss Amelia abandon el porche y Stumpy MacPhail y los mellizos se fueron a sus casas. Miss Amelia abri la puerta del almacn y ech una ojeada para ver si todo estaba en orden. Luego entr en la cocina, que quedaba al fondo del almacn. El jorobado la sigui, arrastrando su maleta, sorbiendo y limpindose la nariz con la manga mugrienta de su abrigo.

Sintese dijo miss Amelia. Voy a calentar esto.

Cenaron muy bien; miss Amelia era rica, y no se privaba de buenas comidas. Tomaron pollo frito (el jorobado se sirvi la pechuga), pur de rutabaga, coles y batatas asadas, color de oro plido. Miss Amelia coma despacio, con el apetito de un cavador. Estaba sentada con los codos sobre la mesa, inclinada sobre su plato, con las rodillas muy separadas y los pies apoyados en el barrote de la silla. Por su parte el jorobado engull la cena como si no hubiera probado bocado en varios meses. Mientras coma, una lgrima le resbal por la cara polvorienta; pero no era ms que una lgrima rezagada, no quera decir nada. Cuando miss Amelia termin, limpi cuidadosamente su plato con una rebanada de pan y luego verti en el pan la mezcla dulce y clara hecha por ella. El jorobado tambin se sirvi melaza, pero era ms delicado y pidi un plato limpio. Cuando dieron fin a la cena, miss Amelia ech hacia atrs su silla, apret el puo y se tent la musculatura del brazo derecho por debajo de la tela azul y limpia de la manga de su mono; era aqul un hbito inconsciente que tena al terminar las comidas. Cogi entonces la lmpara que haba sobre la mesa y seal la escalera con la cabeza, como invitando al jorobado a seguirla.

Encima del almacn estaban las tres habitaciones donde miss Amelia haba pasado toda su vida: dos dormitorios con una sala grande en medio. Pocas personas haban visto estas habitaciones, pero todo el pueblo saba que estaban bien amuebladas y muy limpias. Y he aqu que miss Amelia introduca en aquella parte de la casa a un hombrecillo desconocido, sucio y jorobado, salido Dios sabe de dnde. Miss Amelia subi despacio los escalones, de dos en dos, llevando la lmpara en alto. El jorobado la segua saltando, tan pegado a ella que la luz vacilante formaba sobre la pared de la escalera una sola sombra, grande y extraa, de sus dos cuerpos. Al poco tiempo qued el piso de encima del almacn tan oscuro como el resto del pueblo.La maana siguiente amaneci serena, con tonos plidos, rojos y rosados. Las tierras que rodeaban el pueblo estaban recin aradas, y los granjeros se pusieron muy temprano a plantar los tallos tiernos del tabaco, de un verde oscuro. Volaban cuervos a ras de los campos y sus sombras azules se deslizaban sobre la tierra. En el pueblo, los obreros salan temprano de sus casas llevando las fiambreras de la comida, y las ventanas del molino despedan reflejos cegadores con el sol. El aire era fresco, y los melocotoneros tenan una levedad de nubes de marzo con sus copas florecidas.

Miss Amelia baj al amanecer, como siempre. Se lav la cara en el agua de la bomba y en seguida empez a trabajar. Ya entrada la maana ensill su mua y sali a recorrer su plantacin de algodn, que caa cerca de la carretera de Forks Falls. Como es de suponer, al medioda todo el pueblo saba lo del jorobado que haba llegado al almacn a medianoche. Pero nadie le haba visto todava. Pronto empez a apretar el calor, y el cielo tena ya un tono azul profundo. Pero los vecinos seguan sin ver al forastero. Algunos recordaron que la madre de miss Amelia haba tenido una hermanastra, pero, mientras unos aseguraban que ya haba muerto haca mucho tiempo, otros opinaban que se haba fugado con un plantador de tabaco. En cuanto a la pretensin del jorobado de ser pariente de miss Amelia, todos coincidan en afirmar que era un engao. Y los vecinos, que conocan bien a miss Amelia, decidieron que lo ms seguro era que le hubiera puesto en la calle despus de d irle de comer.

Pero al caer de la tarde, cuando el cielo ya palideca, una mujer empez a decir que haba visto una cara arrugada en la ventana de una de las habitaciones de encima del almacn. Miss Amelia no deca nada. Estuvo un rato despachando en el almacn, discuti una hora con un labrador a propsito de una mancera, arregl unas alambradas del gallinero, cerr al ponerse el sol y se meti en sus habitaciones. El pueblo se qued intrigado y haciendo comentarios.Al da siguiente, miss Amelia no abri el almacn; se encerr dentro, y no se dej ver de nadie. Aquel da empez a circular el rumor; un rumor tan horrible que conmovi a todo el pueblo y sus contornos. Lo propag un tejedor llamado Merlie Ryan. El tejedor es muy poquita cosa: un hombrecillo cetrino, cojitranco y desdentado. Padece tercianas, es decir, que un da de cada tres le sube la fiebre, de forma que se pasa dos das tristn y enfurruado, y al tercer da se excita y a veces se le ocurren un par de ideas, casi siempre disparatadas. Era uno de sus das de fiebre cuando Merlie Ryan se volvi de pronto y dijo:

Yo s lo que ha hecho miss Amelia: ha matado a ese hombre por algo que llevaba en la maleta.

Lo dijo con toda calma, dndolo por hecho. Antes de una hora, la noticia haba recorrido el pueblo.

Aquel da, el pueblo pudo dar rienda suelta a su imaginacin, inventando una historia bien feroz y macabra, con todos los detalles espeluznantes: un jorobado, un entierro a medianoche en el pantano, miss Amelia arrastrada por las calles camino de la crcel... Y se hicieron cabalas sobre el posible destino de sus bienes. Hablaban de todo ello a media voz, agregando a cada versin algn detalle nuevo y emocionante.

Empez a llover, y las mujeres se olvidaron de recoger la ropa tendida. Y hasta hubo una o dos personas, que deban dinero a miss Amelia, que se pusieron los trajes del domingo, como si aquel da fuera un da de fiesta. Los vecinos se apiaron en la calle Mayor, murmurando y vigilando el almacn.

Hay que decir que no todo el pueblo se sum a aquel maligno festival: quedaban algunos hombres sensatos que argan que, siendo miss Amelia tan rica, no iba a asesinar a un vagabundo por cuatro porqueras. Haba en el pueblo hasta tres buenas almas que no deseaban aquel crimen, ni siquiera por inters ni por la emocin que pudiera suscitar; no les causaba ningn placer imaginarse a miss Amelia agarrada a los barrotes de la crcel o conducida a la silla elctrica en Atlanta. Aquellas buenas almas juzgaban a miss Amelia de otro modo que sus convecinos. Cuando una persona es tan distinta de las dems como ella lo era, y cuando los pecados de una persona son tan numerosos que no se pueden recordar de buenas a primeras, dicha persona requiere un juicio especial. Las buenas almas recordaban que miss Amelia haba nacido morocha y algo rara de rostro; que se haba criado sin madre, con su padre, un hombre solitario; que, ya en su juventud, la pobre lleg a medir seis pies y dos pulgadas de estatura, lo cual no es cosa corriente en una mujer, y que sus costumbres eran demasiado extraas como para poder razonar sobre ellas. Y, sobre todo, las buenas almas recordaban aquella boda tan asombrosa, que fue el escndalo ms inexplicable que haba ocurrido nunca en el pueblo.

As pues, aquellas almas de Dios sentan por miss Amelia algo parecido a la piedad. Cuando miss Amelia decida hacer alguna barbaridad, como por ejemplo irrumpir en una casa para apoderarse de una mquina de coser en pago de una deuda, o se lanzaba con saa a uno de sus pleitos, los tres justos del pueblo se sentan invadidos por una mezcla de exasperacin, de vaga inquietud y de honda e incomprensible tristeza. Pero dejemos ya a los justos, que no eran ms que tres; el resto del pueblo estuvo festejando el supuesto crimen toda la tarde.

Miss Amelia, por alguna oculta razn, pareca ajena a todo aquello. Pas la mayor parte del da en el piso alto. Cuando baj al almacn, fue de un lado para otro con la mayor calma, las manos hundidas en los bolsillos del mono y la cabeza tan baja que la barbilla le quedaba dentro del escote de la camisa. No se le vean por ningn lado manchas de sangre. De vez en cuando se quedaba parada, mirando sombramente las grietas del suelo, jugueteando con un mechn de su pelo corto y murmurando algo para s misma. Pero la mayor parte del da la pas en el piso alto.

Cay la noche. La lluvia de aquella tarde haba refrescado el aire, y el crepsculo era hmedo y fro como en invierno; no haba estrellas, y caa una llovizna fra y helada. Desde la calle se vean las lmparas de las casas, oscilantes y fnebres. Se levant el viento, no de la parte del pantano, sino de los fros y oscuros pinares del norte.

Los relojes del pueblo dieron las ocho. Todava no haba ocurrido nada. El viento nocturno y los macabros rumores del da tenan a mucha gente asustada y encerrada en sus hogares junto al fuego. Otros estaban reunidos en grupos. Unos ocho o diez hombres se haban concentrado en el porche del almacn de miss Amelia. Estaban silenciosos, esperando. No hubieran podido explicar qu esperaban; pero siempre que hay tensin en el ambiente, cuando se sabe que va a ocurrir algo importante, los hombres se renen y esperan de este modo. Y despus de la espera, llega un momento en que todos actan al unsono, no impelidos por el pensamiento o por la voluntad de un hombre, sino como si sus instintos se hubieran fundido, de forma que la iniciativa no parte de uno de ellos, sino del grupo entero. En esos momentos, ninguno titubea; y slo depende del destino el que las cosas se resuelvan pacficamente, o que la accin conjunta derive en tumulto, violencias y crmenes.

As pues, los hombres esperaban silenciosos en el porche del almacn de miss Amelia, y ninguno de ellos saba por qu estaban all o lo que haran, pero saban que tenan que esperar, y que la hora se acercaba.

La puerta del almacn estaba abierta. Dentro haba luz, y todo estaba como siempre: a la izquierda, el mostrador, con la carne, los botes de caramelos y el tabaco. Detrs del mostrador, los estantes con los comestibles. En la parte derecha del almacn se amontonaban los aperos de labranza; al fondo, a la izquierda, estaba la puerta que conduca a la escalera. La puerta estaba abierta. Y ms a la derecha, tambin al fondo del almacn, haba otra puerta que daba a un cuartito que miss Amelia llamaba su oficina. Tambin esa puerta estaba abierta. Eran las ocho de la noche y se vea a miss Amelia all dentro, sentada ante su mesa de trabajo con una pluma en la mano y unas hojas de papel ante s.

La oficina tena buena luz, y miss Amelia no pareca ver a aquella delegacin, all en el porche. Todo estaba muy ordenado en torno suyo, como de costumbre. Aquella oficina era bien conocida y hasta temida en toda la regin; miss Amelia despachaba all sus asuntos. Sobre la mesa haba una mquina de escribir que miss Amelia saba manejar, pero slo utilizaba para los documentos ms importantes. En los cajones se apilaban miles de papeles, por orden alfabtico. Miss Amelia reciba tambin en aquella oficina a las personas enfermas, pues le encantaba drselas de mdico y no le faltaban ocasiones de entregarse a esta pasin. Dos estantes enteros estaban llenos de frascos y medicinas. Junto a la pared haba un banco para los enfermos. Miss Amelia saba coser una herida con una aguja quemada sin que se llegara a infectar; tena un ungento fresco para las quemaduras; para las dolencias no localizadas dispona de variadas medicinas que haba sacado de misteriosas recetas; soltaban muy bien el vientre, pero no se podan dar a los nios porque producan unas convulsiones muy dolorosas. Para los nios tena remedios aparte, ms suaves y de sabor dulce. S, miss Amelia era un gran mdico, todos lo decan. Tena manos delicadas, aunque fueran tan grandes y huesudas, y una gran imaginacin y cientos de remedios distintos. Nunca titubeaba si se vea frente a un caso peligroso y desconocido; se atreva con cualquier clase de enfermedades, con una sola excepcin: las dolencias propias de las mujeres. Se ruborizaba con slo or hablar de aquellas cosas, y se quedaba cortada, pasndose un dedo entre el cuello y la blusa, o frotando una contra otra sus botazas de goma, y pareca una nia grandota muda de vergenza. Pero la gente confiaba en ella para todo lo dems. No pasaba facturas y tena siempre una invasin de pacientes.

Aquella noche estaba miss Amelia escribiendo sin parar con su estilogrfica; sin embargo, no poda sentarse all toda la vida fingiendo no ver a los hombres que esperaban en el porche oscuro y la observaban. De vez en cuando, levantaba la vista y les miraba en silencio, pero sin gritarles qu se les haba perdido en su almacn para andar rondando por all como almas en pena. Tena una expresin digna y seria, como siempre que estaba en su oficina. Al cabo de un rato, aquel modo de mirar de los hombres pareca molestarla; se pas un pauelo rojo por la cara, se levant y cerr la puerta de la oficina.

Aquel gesto fue como una seal para el grupo del porche. Haba llegado la hora. Llevaban mucho tiempo de pie, con la calle hmeda y oscura a sus espaldas; haban esperado mucho, y en aquel preciso instante se les despert el instinto de actuar. Entraron en el almacn todos a una, como movidos por una sola voluntad. En aquel momento los ocho hombres parecan iguales, todos vestidos con mono azul, casi todos con el pelo rubio, plidos y con la mirada fija y como alucinada. Nunca se sabr lo que hubieran podido hacer entonces: en aquel instante se oy un ruido en lo alto de la escalera. Los hombres levantaron la vista y se quedaron mudos de asombro: all estaba el jorobado, a quien ya daban por muerto. Y no era en absoluto como se lo haban descrito; nada de un pobre enanito harapiento, solo y perdido en el mundo. Pero ninguno de ellos haba visto nunca hasta entonces una cosa igual. Por el almacn cundi un silencio de muerte.

El jorobado bajaba las escaleras muy despacio, con la arrogancia de quien es dueo de cada tabla del suelo que pisa. Haba cambiado mucho en aquellos dos das. En primer lugar, estaba limpio como los chorros del oro. Llevaba todava su abriguito, pero ahora lo tena bien cepillado y remendado; debajo llevaba una camisa de miss Amelia, a cuadros rojos y negros. No usaba pantalones como los de los hombres corrientes, sino unos pequeos calzones muy ajustados que le llegaban slo a las rodillas. Las piernecillas las llevaba embutidas en unas medias negras y sus zapatos eran de una forma extraa, anudados alrededor de los tobillos, y estaban muy brillantes. Se haba ceido al cuello un chal de lana verde limn; casi le cubra las grandes orejas plidas, y las dos bandas le caan hasta el suelo.

El jorobado baj al almacn con pasitos tiesos y presuntuosos, y se plant en medio del grupo de hombres. Los hombres le abrieron paso y se le quedaron mirando boquiabiertos. Tambin el jorobado se comport de un modo extrao: fue mirando a los hombres, en silencio, hasta la altura de sus propios ojos, es decir, hasta los cinturones. Despus, con maliciosa curiosidad, fue examinando ordenadamente las regiones inferiores de cada uno de aquellos hombres, desde la cintura hasta los zapatos. Cuando termin su inspeccin cerr los ojos un momento y movi la cabeza, como si, en su opinin, lo que acababa de ver no valiera gran cosa. Entonces, con mucho descaro, y slo para confirmar su veredicto, ech atrs la cabeza y abarc en una mirada el crculo de rostros que le rodeaba. Haba un saco de guano a medio llenar a la izquierda del almacn; despus de su examen, el jorobado se fue a sentar sobre el saco. Se instal cmodamente, con las piernecillas cruzadas, y hundiendo la mano en el bolsillo de su abrigo sac algo de l.

Los hombres tardaron un rato en recobrar su aplomo. Merlie Ryan, el de las tercianas, que haba propagado el rumor aquel da, fue el primero en hablar. Mir el objeto que sostena el jorobado y murmur:

Qu es eso que tiene usted ah?

Todos los hombres saban qu tena el jorobado en la mano: era la cajita de rap que haba pertenecido al padre de miss Amelia, una cajita de esmalte azul con un adorno de oro en la tapa. Los hombres conocan muy bien aquella caja y se maravillaron. Miraron inquietos la puerta cerrada de la oficina, y oyeron a miss Amelia silbar suavemente.

S, qu tienes ah? Cacahuetes?

El jorobado levant vivamente los ojos y respondi, cortante:

Un cepo para cazar entrometidos.

Meti los deditos huesudos en la caja y se llev algo a la boca, pero no ofreci a nadie. Ni siquiera era rap lo que estaba tomando, sino una mezcla de azcar y cacao; pero la tomaba como si fuera rap, metindose un poco de la mezcla bajo el labio inferior, y buscndola luego con la punta de la lengua, haciendo muecas.

Los dientes me han sabido siempre amargos dijo, como una explicacin. Por eso tomo este polvo dulce.

Los hombres seguan rodendole, y se sentan desmaados, y como alelados. Esta sensacin no desapareci nunca del todo, pero pronto qued paliada por una nueva impresin, como si en el almacn hubiera un ambiente de intimidad y de fiesta. Los hombres que haban ido al almacn aquella noche eran los siguientes: Hasty Malone, Robert Calvert Hale, Merlie Ryan, el reverendo T. M. Willin, Rosser Cline, Rip Wellborn, Henry Ford Crimp y Horace Wells. Exceptuando al reverendo Willin, todos se parecen mucho, como ya hemos dicho; todos han pasado algn buen rato en su vida; todos han sufrido o han llorado por algo; casi todos son personas tratables si no estn exasperados. Eran todos obreros de la hilatura y vivan en casas de dos o tres habitaciones por las que pagaban diez o doce dlares al mes. Y todos, aquella noche, haban cobrado, porque era un sbado. As que, de momento, podis considerarlos como un todo.

El jorobado, por su parte, estaba ya individualizndolos mentalmente. Una vez instalado sobre el saco empez a charlar con unos y con otros, hacindoles preguntas, como por ejemplo si uno estaba casado, cuntos aos tena, cunto ganaba a la semana, etctera, y as fue llegando a preguntas ms intimas. Pronto se unieron al grupo otros vecinos; como Henry Macy, desocupados que haban husmeado algo extraordinario, mujeres que venan a buscar a sus maridos, y hasta un nio con el pelo color de estopa que se desliz en el almacn, rob una caja de galletas y se escabull sin que le vieran. Los dominios de miss Amelia estuvieron pronto muy concurridos, pero ella segua sin abrir an la puerta de la oficina.

Existe un tipo de personas que tienen algo que las distingue de los mortales corrientes; son personas que poseen ese instinto que solamente suele darse en los nios muy pequeos, el instinto de establecer un contacto inmediato y vital entre ellos y el resto del mundo. El jorobado era, sin duda alguna, de este tipo de seres. No llevaba en el almacn ms de media hora, y ya se haba establecido un contacto entre l y cada uno de los hombres. Era como si hubiera vivido aos enteros en el pueblo, como si fuera uno de los vecinos ms populares y su sitio habitual, durante incontables veladas, hubiera sido aquel saco de guano en el que se sentaba. Todo esto, junto con el hecho de ser un sbado por la noche, contribuy seguramente al ambiente de libertad y de alegra ilcita que reinaba en el almacn. Tambin se notaba cierta tensin, debida en parte a la situacin anormal, y en parte a que miss Amelia siguiera encerrada en su oficina, sin hacer acto de presencia.

Apareci a las diez de la noche. Y los que esperaban que se produjera algn drama a su entrada, quedaron decepcionados. Abri la puerta y entr en el almacn con sus zancadas lentas y dignas. Tena una mancha de tinta en la nariz y se haba anudado al cuello el pauelo rojo. No pareca notar nada anormal. Dirigi sus ojos bizcos al lugar donde estaba sentado el jorobado y se le qued mirando un momento. Al resto de los hombres les concedi tan slo una ojeada de pacfica sorpresa.

Desean alguna cosa?

Haba muchos parroquianos, porque era sbado por la noche y todos queran beber. Miss Amelia haba abierto tres das antes un barril de los antiguos, y haba llenado botellas abajo en la destilera. Cogi el dinero de los parroquianos y lo cont a la luz de la lmpara, como de costumbre. Pero lo que sucedi a continuacin ya no era corriente: antes, haba que pasar siempre al oscuro patio posterior, y all le daban a uno su botella por la puerta de la cocina. Aquella transaccin no produca ninguna alegra especial. El parroquiano tomaba su botella y se marchaba, o, si su esposa no quera ver botellas por casa, poda uno volver al porche delantero del almacn para echar unos tragos all o en la calle. El porche y el trozo de calle delante de la casa eran propiedad de miss Amelia, no haba que olvidarlo; pero ella no los consideraba como sus dominios. Los dominios empezaban en la puerta y comprendan todo el interior del edificio. All no haba permitido jams que nadie sino ella descorchase una botella o bebiera. Y ahora, por primera vez, rompa esa tradicin. Entr en la cocina, con el jorobado pegado a sus talones, y volvi con las botellas al almacn caldeado e iluminado. Y, lo que es ms, sac algunos vasos y abri dos cajas de galletas, que quedaron hospitalariamente a disposicin de la concurrencia, en una bandeja, y todo el que quera poda tomar una sin pagar.

Miss Amelia no dirigi la palabra a nadie ms que al jorobado, para preguntarle con una voz algo ronca y brusca:

Primo Lymon, lo quieres as, o te lo caliento en un cazo?

S, hazme el favor, Amelia dijo el jorobado. (Y desde cundo haba osado nadie llamar a miss Amelia por su nombre a secas, sin anteponerle un respetuoso miss? Ni siquiera su novio y esposo de diez das; nadie se haba atrevido a tratarla con tanta familiaridad desde la muerte de su padre, que por alguna razn la llamaba siempre Chiquita). Si haces el favor, calintamelo.

As empez el caf; de aquel modo tan sencillo. Recordaris que era una noche fra, como de invierno; hubiera resultado desagradable sentarse a beber en la calle. Pero dentro del almacn haba buena compaa y un calorcillo delicioso. Alguien haba encendido la estufa del fondo, y los que compraban botellas convidaban a beber a los amigos. Haba algunas mujeres por all y tomaron unas cepitas de ponche y algunas hasta un traguito de whisky. El jorobado segua siendo una novedad, y su presencia diverta a los vecinos. Sacaron el banco de la oficina, y algunas sillas ms. Unos se apoyaban en el mostrador, otros se instalaron sobre los barriles y los sacos. El whisky pasaba de mano en mano, pero no se oan palabrotas ni risotadas soeces, ni nadie se comport mal. Al contrario, la velada estaba transcurriendo con una finura rayana en la timidez. Y es que los vecinos de este pueblo no estaban acostumbrados a reunirse por puro placer: iban en grupos a trabajar a la fbrica; algunos domingos el pastor organizaba comidas campestres, y, aunque ello pueda considerarse como un placer, la finalidad de aquellas excursiones era hablarle a uno de las penas del infierno y llenarle de temor ante el Todopoderoso. Pero el espritu de un caf es algo muy diferente. Todos, hasta los ms ricos y los ms tragones, saben que en un caf como es debido hay que comportarse con educacin y no se puede ofender a nadie; y que los pobres miran a su alrededor con agradecimiento, y pinchan los arenques con delicadeza y modestia, ya que el ambiente de un verdadero caf tiene que reunir estas cualidades: compaerismo, satisfacciones del estmago, y cierta alegra y gracia de modales. Nadie haba explicado esas cosas a los reunidos aquella noche en el almacn de miss Amelia; pero todos parecan saberlas, aunque nunca haban tenido un caf en el pueblo.

Pero miss Amelia, la causante de todo, se pas la mayor parte de la noche de pie en la puerta de la cocina. Exteriormente, no pareca haber cambiado. Pero ms de un vecino la miraba con curiosidad. Miss Amelia lo observaba todo, pero sus ojos volvan siempre a posarse en el jorobado. El hombrecillo se paseaba por el almacn, tomando pellizcos de aquel polvo de su caja de rap, y se mostraba alternativamente sarcstico y amable. All donde estaba de pie miss Amelia las llamas de la estufa proyectaban un resplandor que iluminaba su cara alargada y morena. Pareca pensativa, ensimismada, y en su expresin haba una mezcla de pena, asombro y vaga satisfaccin. Sus labios no estaban tan apretados como de costumbre, pareca algo ms plida y le sudaban las manos grandes y vacas. No caba duda: aquella noche tena el aire lnguido de una enamorada.

La inauguracin del caf ces a medianoche. Todos se dijeron adis amistosamente. Miss Amelia cerr la puerta principal pero olvid echar el cerrojo. Pronto se qued el pueblo a oscuras: la calle Mayor con sus tres tiendas, el molino, las casas, todo se sumi en la noche y en el silencio. Y as terminaron aquellos tres das y noches, en los que haban tenido lugar la llegada de un forastero, una celebracin extraordinaria y la apertura del caf.Pasaron cuatro aos. No nos detendremos en ellos, porque fueron iguales unos a otros. Hubo grandes cambios, pero se produjeron poco a poco y por sus pasos: cada paso tiene poca importancia. El jorobado sigui viviendo con miss Amelia. El caf fue prosperando; miss Amelia empez a despachar whisky por vasos sueltos, y se colocaron algunas mesas en el almacn. Todas las noches llegaban parroquianos, y los sbados se reuna mucha gente. Miss Amelia empez a servir cenas de pescado frito a quince centavos la racin. El jorobado la convenci para que comprara una hermosa pianola. A los dos aos, aquello no era ya un almacn, sino un verdadero caf, que se abra todas las tardes de seis a doce.

El jorobado bajaba la escalera por las noches con un gran aire de suficiencia. Siempre ola un poco a nabizas, porque miss Amelia le atiborraba maana y tarde de caldo de verduras para que cogiera fuerzas. Le mimaba de una manera increble, pero l no medraba con nada; la comida le engordaba la cara y la chepa, mientras que el resto de su cuerpo segua encanijado y deforme. Miss Amelia tena el mismo aspecto de siempre; entre semana segua llevando botas de goma y mono, pero los domingos se pona un vestido rojo oscuro que colgaba de su cuerpo del modo ms pintoresco. Sin embargo, sus modales y sus costumbres haban cambiado mucho. Todava le encantaba enzarzarse en un pleito bien borrascoso, pero ya se iba volviendo menos feroz con el prjimo cuando se trataba de embargarle. Como el jorobado era tan exageradamente sociable, miss Amelia empez a salir un poco, a funerales y cosas as. Sus actividades mdicas seguan teniendo mucho xito y su whisky era mejor que nunca. El caf mismo resultaba un buen negocio, y se haba convertido en el nico lugar de reunin en muchas millas a la redonda.

As que, de momento, no concedis a aquellos aos ms que unas miradas casuales y fragmentarias. Ved al jorobado: marcha pegado a los talones de miss Amelia, en una maana de invierno, camino de los pinares; van a cazar. Helos aqu, durante las faenas del campo, en las fincas de miss Amelia: el primo Lymon no mueve un dedo, pero est siempre ojo avizor para denunciar el menor sntoma de pereza entre los trabajadores. En las tardes de otoo se sientan en la escalera de atrs y trocean caas de azcar. Los das sofocantes del verano bajan al pantano, donde el ciprs de las marismas tiene un color verdinegro y hay una luz soolienta sobre los matorrales. Si el sendero pasa por un hoyo enfangado o est cortado por un charco de agua negruzca, ved cmo miss Amelia se agacha para que el primo Lymon pueda subirse a su espalda; miradlos cmo vadean, con el jorobado cabalgando sobre los hombros de ella, agarrado a sus orejas o sujetndose a su frente. Algunos das, miss Amelia saca el Ford que ha comprado y lleva al primo Lymon al cine de Cheehaw, a alguna feria distante o a ver una ria de gallos; al jorobado le vuelven loco los espectculos. Naturalmente, todas las maanas estn en su caf, y durante muchas horas charlan sentados junto a la chimenea de la sala del piso alto. El jorobado pasa malas noches; le asusta quedarse solo en la oscuridad. Tiene miedo de morirse. Y miss Amelia no quiere dejarle a solas con sus temores. Es posible que la instalacin del caf tenga tambin esta causa: sirve para que el jorobado est acompaado y entretenido y pase luego mejor la noche. Ya habis echado un vistazo a lo que fueron aquellos cuatro aos. De momento los dejaremos estar.Pero creemos que el comportamiento de miss Amelia requiere una explicacin; ha llegado el momento de hablar de amor. Porque miss Amelia estaba enamorada del primo Lymon. Esto lo poda ver cualquiera. Vivan en la misma casa y nunca se les vea separados. Por lo tanto, segn la seora MacPhail, mujer chata y atareada que se pasa la vida cambiando de sitio los muebles de su sala, segn ella y sus amigas, aquellos dos vivan en pecado. Si de verdad eran parientes, slo lo eran en segundo o tercer grado, y ni siquiera eso se poda probar. Claro que miss Amelia era una mujerona inmensa, de ms de seis pies de altura, y el primo Lymon un enanillo que no le llegaba a la cintura. Pero eso era una razn de ms para la seora MacPhail y sus comadres, que eran de esa clase de personas que se regodean hablando de uniones monstruosas y otras aberraciones. Dejmoslas hablar. Las buenas almas del pueblo pensaban que, si aquellos dos haban encontrado alguna satisfaccin de la carne, era un asunto que slo les importaba a ellos y a Dios. Pero todas las personas sensatas estaban de acuerdo en negar aquellas relaciones. Qu clase de amor era, pues, aqul?

En primer lugar, el amor es una experiencia comn a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia comn no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es ms que un estmulo para el amor acumulado durante aos en el corazn del amante. No hay amante que no se d cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraa, y este conocimiento le hace sufrir. No le queda ms que una salida, alojar su amor en su corazn del mejor modo posible; tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extrao y suficiente. Permtasenos aadir que este amante no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un nio, cualquier criatura humana sobre la tierra.

Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas ms inesperadas pueden ser un estmulo para el amor. Se da por ejemplo el caso de un hombre que es ya abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte aos. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podr ser un traidor, un imbcil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo ms mnimo por eso. La persona ms mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las cinagas. Un hombre bueno puede despertar una pasin violenta y baja, y en algn corazn puede nacer un cario tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es slo el amante quien determina la vala y la cualidad de todo amor.

Por esta razn, la mayora preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razn: pues el amante est siempre queriendo desnudar a su amado. El amante fuerza la relacin con el amado, aunque esta experiencia no le cause ms que dolor.Ya dijimos antes que miss Amelia haba estado casada. Ahora podemos traer a colacin aquel curioso episodio. Recordad que todo ocurri hace mucho tiempo, y que fue el nico contacto personal que haba tenido miss Amelia, antes de la llegada del jorobado, con este fenmeno, el amor.

El pueblo era entonces el mismo de ahora; la nica diferencia es que haba dos tiendas en lugar de tres, y que los melocotoneros que bordeaban la calle eran entonces ms torcidos y ms pequeos. Miss Amelia tena diecinueve aos, y su padre haba muerto meses atrs. En aquel tiempo viva en el pueblo un mecnico reparador de telares que se llamaba Marvin Macy. Era el hermano de Henry Macy, pero no se parecan en absoluto; ya que Marvin Macy era el hombre ms guapo de la regin; muy alto, fuerte, con unos ojos grises de mirar lento, y el pelo rizado. Se desenvolva muy bien, ganaba buenos jornales y tena un reloj de oro que se abra por detrs y se vea un cromo con unas cataratas. Desde un punto de vista externo y social, Marvin Macy pasaba por ser un sujeto afortunado: no estaba a las rdenes de nadie y consegua todo cuanto se le antojaba. Pero desde un punto de vista ms serio y profundo, Marvin Macy no era un hombre envidiable, porque tena un carcter endiablado. Su fama era tan mala como la del muchacho ms perverso de la comarca, o an peor. Cuando era todava un nio, llevaba siempre en el bolsillo la oreja seca y en salazn de un hombre al que haba matado con una navaja de afeitar en una pelea. Les cortaba las colas a las ardillas del pinar slo por divertirse, y llevaba en el bolsillo izquierdo del pantaln matas de marihuana (prohibida) para tentar a los que andaban deprimidos y propensos al suicidio. Pero, a pesar de su fama, era el dolo de numerosas chicas de la regin, entre las cuales haba siempre varias muchachitas de pelo limpio y dulces ojos, de tiernas formas y modales encantadores. Marvin Macy echaba a perder a aquellas dulces muchachitas. Por fin, a los veintids aos, Marvin Macy escogi a miss Amelia. Aqulla era la mujer que deseaba, aquella joven solitaria, desgarbada, de extrao mirar. Y no la quera por su dinero; se haba enamorado de ella.

El amor cambi a Marvin Macy. Antes de enamorarse de miss Amelia, todos dudaban que aquel bruto pudiera tener alma y corazn. Pero haba una explicacin para su maldad; Marvin Macy haba tenido una infancia muy dura. Haba sido uno de los siete hijos de una pareja de desalmados. Sus progenitores, indignos del nombre de padres, eran unos jvenes montaraces que se pasaban la vida pescando y remando en el pantano. Cada hijo que les naca (y tenan uno todos los aos) era un estorbo para ellos. Por las noches, cuando volvan a su casa, se quedaban mirando a los nios como preguntndose de dnde haban podido salir. Si los nios lloraban, les pegaban, y lo primero que aprendieron aquellas criaturas en este mundo fue a buscar el rincn ms oscuro de la casa para esconderse bien. Estaban tan delgados que parecan duendecillos blancos, y no hablaban nunca, ni siquiera entre ellos. Los padres acabaron por abandonarlos definitivamente, dejndolos a merced de los vecinos. Fue un invierno muy duro; la fbrica estuvo cerrada casi tres meses y hubo mucha hambre en el pueblo. Pero no vayis a creer que en este pueblo dejan que los nios blancos se mueran de hambre por las calles. Pas lo siguiente: el mayor de los hermanos, que tena ocho aos, se march a Cheehaw y desapareci; tal vez se meti en un tren de mercancas y se fue a correr mundo, no se sabe. Los vecinos se hicieron cargo de otros cuatro hermanitos, que fueron pasando de casa en casa, y, como estaban delicados, se murieron antes de Pascua. Quedaban Marvin Macy y Henry Macy, y los llevaron a casa de una buena mujer del pueblo llamada Mary Hale, que los adopt y los cuid como si fueran sus hijos. Los dos crecieron en aquella casa y recibieron buenos tratos.

Pero los corazones de los nios son unos rganos delicados. Una entrada dura en la vida puede dejarles deformados de mil extraas maneras. El corazn herido de un nio se encoge a veces de tal forma que se queda para siempre duro y spero como el hueso de un melocotn. O, al contrario, es un corazn que se ulcera y se hincha hasta volverse una carga penosa dentro del cuerpo, y cualquier roce lo oprime y lo hiere. Esto ltimo es lo que ocurri a Henry Macy, que es tan distinto de su hermano, pues Henry es el hombre ms amable y ms sensible del pueblo: les da su jornal a los necesitados, y en la poca del caf se quedaba los sbados por la noche cuidando a los nios cuyos padres se haban ido de tertulia. Henry Macy es un hombre tmido, y se ve que es de los que tienen el corazn hinchado y sufren. En cambio, Marvin Macy se volvi descarado, audaz y cruel. Su corazn era tan duro como los cuernos del diablo, y hasta que se enamor de miss Amelia no hizo ms que dar disgustos y cubrir de vergenza a su hermano y a la buena mujer que le cri.

Pero el amor transform a Marvin Macy. Durante dos aos estuvo enamorado de miss Amelia, pero no se declaraba. Se quedaba a la puerta de su casa, con la gorra en la mano, con los ojos humildes y suplicantes, de un gris brumoso. Se reform por completo. Empez a portarse bien con su hermano y con su madre adoptiva, aprendi a no derrochar y ahorraba su salario. Y, lo que es ms, empez a volverse hacia Dios. Ya no se quedaba recostado en el suelo del porche, cantando y tocando la guitarra, todo el domingo; iba a la iglesia y a las reuniones parroquiales. Aprendi buenos modales; se fue acostumbrando a ponerse en pie y a ceder su silla a las damas, y dej de decir palabrotas y de armar camorra y de usar los nombres santos en vano.

Pas por esta transformacin durante dos aos, y mejor su carcter en todos sentidos. Y al trmino de los dos aos fue una tarde a casa de miss Amelia, llevando un ramo de flores del pantano, un paquete de chucheras y un anillo de plata. Aquella tarde se declar.

Y miss Amelia se cas con l. Ms tarde, todo el mundo se pregunt por qu. Algunos dijeron que se haba casado porque deseaba que le hicieran regalos de boda. Otros pensaron que la culpa haba sido de la ta abuela de Cheehaw, que era una mujer insoportable y regaona. Sea cual fuere la causa, miss Amelia atraves a grandes zancadas la iglesia, vestida con el traje de novia de su difunta madre, que era de seda amarilla, y le quedaba cortsimo. Fue una tarde de invierno, y el sol, que entraba por las vidrieras rojas de la iglesia, envolva a la pareja en una luz extraa. Mientras les lean las frases sacramentales, miss Amelia estuvo haciendo un gesto raro: se frotaba la palma de la mano derecha sobre el costado de su traje de seda. Estaba buscando el bolsillo de su mono y, al no encontrarlo, se impacientaba y su cara tomaba una expresin aburrida y exasperada. Cuando el pastor les hubo casado y hubo rezado las oraciones, miss Amelia sali precipitadamente de la iglesia, sin dar el brazo a su marido, y ech a andar por la calle delante de l.

La iglesia no queda lejos del almacn, as que los novios fueron a pie a su casa. Dicen que por el camino miss Amelia se puso a hablar de un trato que haba hecho con un granjero para la compra de unas cargas de lea. La verdad es que se comport con el novio lo mismo que si hubiera sido un cliente de los que iban al almacn a buscar whisky. Pero hasta entonces todo haba marchado bien; el pueblo estaba agradecido, porque vea cmo haba cambiado el amor a Marvin Macy, y esperaban que tal vez reformase tambin a la novia. Por lo menos contaban con que el matrimonio amansara un poco a miss Amelia, con que la engordara y llegara a convertirla algn da en una mujer tratable.

Se equivocaron. Los chiquillos que estuvieron aquella noche curioseando por la ventana contaron todo lo que haba pasado: primero, los novios cenaron unas cosas riqusimas que haba preparado Jeff, el viejo cocinero negro de miss Amelia. La novia repiti de todos los platos, pero el novio apenas prob bocado. Luego, la novia se puso a hacer lo que haca siempre: ley el peridico, termin un inventario de las mercancas del almacn, etc. El novio se qued en la puerta con cara de tonto, sin que le hicieran caso. A las once, la novia cogi una lmpara y subi al primer piso. El novio subi detrs Hasta entonces todo pareca bastante correcto; pero lo que ocurri despus fue cosa de impos.

No haba pasado media hora, cuando miss Amelia se precipit escaleras abajo, en pantalones y chaqueta caqui. Su rostro se haba ensombrecido tanto que pareca una negra. Cerr la puerta de la cocina de un portazo y le dio una patada tremenda. Luego se fue controlando; atiz el fuego, se sent y coloc los pies sobre el fogn. Ley el Almanaque Agrcola, se tom un caf y se puso a fumar en la pipa de su padre. Su cara seria, huraa, haba recobrado nuevamente su color natural. De vez en cuando anotaba en un papel algn dato del almanaque. De madrugada entr en la oficina y destap la mquina de escribir, que haba comprado haca poco, y empez a teclear en ella torpemente. De esta manera transcurri su noche de bodas. Cuando amaneci, sali al patio como si no hubiera pasado nada y se puso a clavar las tablas de una jaula de conejos que haba empezado la semana anterior para vendrsela a alguien.

Un recin casado hace mal papel si no consigue acostarse con su bienamada y lo sabe todo el pueblo. Marvin Macy baj aquel da con sus galas nupciales y con mala cara. Cmo haba pasado la noche, slo Dios lo sabe. Se pase por el patio mirando a miss Amelia, pero mantenindose a distancia. Hacia el medioda se le ocurri una idea y sali camino de Society City. Regres cargado de regalos: una sortija con un palo, un medalln de esmalte rosa como los que estaban entonces de moda, una pulsera de plata con dos corazones grabados y una caja de bombones que le haba costado dos dlares y medio. Miss Amelia apenas se fij en aquellos hermosos presentes; abri la caja de bombones, porque tena hambre, y despus mir los otros regalos como tasndolos... y los puso a la venta encima del mostrador. La noche transcurri igual que la anterior, con la nica diferencia de que miss Amelia se baj su colchn de pluma y lo instal junto al fogn de la cocina, y durmi all como un ngel.

As estuvieron tres das. Miss Amelia segua ocupndose de sus asuntos, y se interes mucho por la noticia de un puente que iban a construir a unas diez millas carretera abajo. Marvin Macy todava iba detrs de ella por la casa, y se le notaba en la cara cunto sufra. Al cuarto da hizo una cosa enormemente ingenua: fue a Cheehaw y volvi con un notario. Entonces, en la oficina de miss Amelia firm un documento cedindole todos sus bienes terrenos, que eran diez acres de bosques maderables comprados con el dinero que haba ahorrado. Miss Amelia estudi cuidadosamente el documento para asegurarse de que no caba ninguna posibilidad de engao y lo guard sin decir nada en el cajn de su mesa. Aquella tarde, cuando el sol brillaba todava, Marvin Macy cogi una botella de whisky y se fue solo al pantano; al anochecer volvi borracho, se acerc a miss Amelia con ojos hmedos y abiertos y le puso una mano en el hombro. Quera decirle algo, pero antes de que pudiera abrir la boca miss Amelia le dio un puetazo en la cara con tanta fuerza que le derrib de espaldas contra la pared y le rompi un diente.

El final de aquel episodio slo se puede contar a grandes trazos: despus del primer puetazo, miss Amelia propin muchos otros a su marido, siempre que se le pona a tiro, y siempre que le vea borracho. Finalmente le ech de su casa, y Marvin Macy se vio forzado a sufrir en pblico. Durante el da se quedaba rondando justo en el limite de las propiedades de miss Amelia, y, algunas veces, con ojos de loco, coga su rifle y se sentaba all a limpiarlo, mirando fijamente a miss Amelia. Si miss Amelia estaba asustada, no lo demostr, pero su cara pareca ms sombra que nunca y escupa mucho en el suelo. El ltimo intento estpido de Marvin Macy fue trepar una noche a la ventana del almacn y quedarse all sentado en la oscuridad, sin un propsito definido, hasta que miss Amelia baj la escalera a la maana siguiente. Aquello hizo a miss Amelia dirigirse inmediatamente al juzgado de Cheehaw, con la idea de que podra hacerle encerrar en la crcel por allanamiento o injuria. Marvin Macy abandon el pueblo aquel da, y nadie le vio marchar ni supo adonde se fue. Al marcharse, ech por debajo de la puerta de miss Amelia una carta larga y extraa, escrita en parte con lpiz y en parte con tinta. Era una arrebatada carta de amor, pero contena tambin amenazas: Marvin juraba que hara pagar a miss Amelia todo el dao que le haba hecho. El matrimonio de Marvin Macy haba durado diez das. Y el pueblo sinti esa satisfaccin especial que siente la gente cuando le juegan a alguien una mala pasada con medios escandalosos y terribles.

Miss Amelia se qued con todo lo que haba pertenecido a Marvin Macy: con su bosque maderable, con su reloj de oro, con todo. Pero no pareca conceder mucha importancia a aquel botn, y cuando lleg la primavera hizo pedazos la cogulla de Ku-Kux-Klan de Marvin para cubrir sus plantas de tabaco. As que Marvin Macy no hizo otra cosa que acrecentar la riqueza de ella y ofrecerle amor. Pero, aunque parezca raro, ella nunca hablaba de Marvin sin una amargura y un desprecio terribles. Ni una sola vez lleg a referirse a l por su nombre, sino que le llamaba desdeosamente ese remiendatelares con el que me cas.

Y pasado el tiempo, cuando empezaron a llegar al pueblo rumores horripilantes sobre Marvin Macy, miss Amelia se mostr muy complacida, ya que, liberado de su amor, se haba revelado al fin el verdadero carcter de Marvin Macy. Se convirti en un criminal cuyo retrato y cuyo nombre aparecieron en todos los peridicos del estado. Rob en tres surtidores de gasolina y asalt los almacenes A. & P. de Society City con una escopeta serrada. Fue sospechoso del asesinato de Sam Ojos de Chino, un conocido bandolero. Todos estos crmenes estuvieron relacionados con el nombre de Marvin Macy, hasta el punto de que su maldad se hizo famosa en muchos pases. Al fin la justicia le captur, borracho, en el suelo de un refugio de turistas, con su guitarra al lado y cincuenta y siete dlares en el zapato derecho. Fue juzgado, sentenciado y enviado al penal que hay cerca de Atlanta. Miss Amelia sinti una honda satisfaccin.

Bueno, todo esto ocurri hace mucho tiempo, y es la historia del matrimonio de miss Amelia. El pueblo se burl durante meses enteros de aquella historia grotesca. Pero, aunque los hechos externos de aquel amor sean indudablemente tristes y ridculos, no hay que olvidar que la verdadera historia fue la que tuvo lugar en el corazn del propio amante. Quin, sino Dios, puede ser el ltimo juez de este amor o de cualquier otro? En la primera noche del caf hubo varios que pensaron de pronto en aquel esposo fallido, encerrado en una crcel sombra a muchas millas de all. Y durante los aos siguientes, el pueblo no olvid del todo a Marvin Macy. Nunca se pronunciaba su nombre en presencia de miss Amelia o del jorobado; pero el recuerdo de su pasin y de sus crmenes, y el pensamiento de aquel hombre prisionero en una celda del penal, era como un bajo continuo que acompaaba, turbador, el alegre amor de miss Amelia y la algazara del caf. As pues, no olvidis a este Marvin Macy, porque va a representar un papel terrible al final de nuestra historia.

Durante los cuatro aos en que el almacn se iba transformando en caf, las habitaciones de arriba no sufrieron ningn cambio. Aquella parte de la casa se conserv tal como haba estado toda la vida de miss Amelia, tal como haba estado en tiempos de su padre y probablemente en tiempos del padre de su padre. Las tres habitaciones, como ya se ha dicho, estaban escrupulosamente limpias. Hasta el objeto ms pequeo tena su sitio exacto, y Jeff, el criado de miss Amelia, limpiaba y frotaba todo cada maana. El cuarto de enfrente era el del primo Lymon; era el cuarto donde Marvin Macy haba pasado las pocas noches que le admitieron en la casa, y antes de aquello haba sido el dormitorio del padre de miss Amelia. El cuarto estaba amueblado con una cmoda grande, un escritorio cubierto con un tapete blanco y almidonado, con bordes de ganchillo, y una mesa con tablero de mrmol. La cama era inmensa, con cuatro columnas talladas de palo de rosa oscuro. Tena dos colchones de pluma, edredones y toda clase de comodidades hechas a mano. La cama era tan alta que guardaban debajo de ella dos escalones de madera; ningn ocupante haba utilizado hasta entonces aquellos escalones, pero el primo Lymon los sacaba todas las noches y suba por ellos con solemnidad. Adems de los escalones, aunque pdicamente empujado fuera de la vista, haba un orinal de porcelana con rosas pintadas. No haba alfombras sobre el suelo oscuro y encerado, y las cortinas eran de una tela blanca, tambin con bordes de ganchillo.

Al otro lado de la sala estaba el dormitorio de miss Amelia, que era ms pequeo y muy sencillo. La cama era estrecha, de madera de pino. Haba una cmoda donde miss Amelia guardaba sus pantalones, sus blusas y su traje del domingo, y dos escarpias en la pared del bao para colgar sus botas de goma. No tena cortinas, alfombras ni adornos de ninguna clase.

La habitacin grande del centro, la sala, estaba muy recargada. Delante de la chimenea estaba el sof de palo de rosa, tapizado de seda verde. Todo era de muy buena clase y ostentoso: las mesas de mrmol, dos mquinas de coser Singer, un jarrn grande con ramas de las llamadas hierbas de las Pampas... El mueble ms importante de la sala era una vitrina grande que guardaba una serie de tesoros y curiosidades. Miss Amelia haba aadido a aquella coleccin dos objetos: uno era una gran bellota de roble; el otro, una cajita de terciopelo que contena un par de piedras pequeas, grisceas. Algunas veces, cuando no tena mucho que hacer, miss Amelia sacaba aquella cajita y se acercaba a la ventana con las piedrecitas en la palma de la mano, mirndolas con una mezcla de fascinacin, respeto y miedo. Eran los clculos renales de la propia miss Amelia, y se los haba extrado el mdico de Cheehaw haca algunos aos. Haba sido una experiencia terrible, desde el primer momento hasta el ltimo, y todo cuanto haba sacado eran aquellas dos piedrecitas; tena que concederles un valor extraordinario o, si no, reconocer que haba hecho un psimo negocio. El segundo ao de la estancia del primo Lymon con ella las hizo montar como dijes en una cadena de reloj que le regal. Tena en gran estima el otro objeto que haba aadido a la coleccin, la bellota grande; pero siempre que la miraba se quedaba triste y perpleja.

Amelia, qu significa esa bellota? le pregunt el primo Lymon.

Ya lo ves; una bellota contest miss Amelia. No es ms que una bellota que coga la tarde en que muri pap.

Cmo dices? insisti el primo Lymon.

Digo que no es ms que una bellota que vi en el suelo aquel da. La cog y me la guard en el bolsillo. No s por qu.

Vaya una razn para guardarla dijo el primo Lymon.

Miss Amelia y el primo Lymon solan conversar mucho en las habitaciones de arriba, casi siempre en las primeras horas de la madrugada, cuando el jorobado no poda dormir. Miss Amelia era una mujer silenciosa por sistema, y no dejaba que se le fuera la lengua cada vez que algo le pasaba por la cabeza; pero haba algunos temas de los que le encantaba hablar. Todos aquellos temas tenan un punto comn: eran inagotables. Le gustaba contemplar problemas a los que se poda dar vueltas durante aos y aos y que permanecan insolubles. Por su parte, el primo Lymon disfrutaba hablando de cualquier cosa, porque era un gran charlatn. Los dos enfocaban las conversaciones de un modo muy diferente: miss Amelia se mantena siempre en el ancho campo de las generalizaciones y divagaciones, y hablaba y hablaba interminablemente con su voz baja y pensativa sin llegar a ningn lado; y el primo Lymon, por su parte, la interrumpa de pronto para atrapar, como una urraca, algn detalle que, aunque no tuviera importancia, era al menos algo concreto y que ofreca algn lado prctico. Algunos de los temas favoritos de miss Amelia eran: las estrellas, el por qu los negros tienen la piel negra, el mejor tratamiento para el cncer, etc. Su padre era tambin uno de sus temas ms queridos e inagotables.

S, Law le deca a Lymon. En aquella poca s que dorma yo bien; me meta en la cama y en cuanto se apagaba la lmpara me dorma, vaya si me dorma; como si me hubiera ahogado en grasa caliente. Luego, al amanecer, entraba pap y me pona la mano en el hombro, y me deca: Ve movindote, chiquita. Y luego, ms tarde, suba de la cocina, cuando ya estaba el fogn caliente, y gritaba: Fritos de maz! Ternera en su jugo! Huevos con jamn! Y yo corra escaleras abajo y me vesta al lado del fogn mientras l se lavaba fuera, en la bomba. Y luego nos bamos a la destilera, o...

Las tortas de maz de esta maana no estaban buenas deca el primo Lymon. Se haban frito demasiado aprisa y por dentro estaban crudas.

Y cuando pap traficaba con el licor, en aquella poca... y la conversacin se prolongaba indefinidamente, con las largas piernas de miss Amelia estiradas ante la chimenea; porque encendan la chimenea invierno y verano, ya que Lymon era muy friolero. El jorobado se sentaba en una silla baja frente a miss Amelia; los pies apenas le llegaban al suelo, y generalmente llevaba el torso bien arropado con una manta o con el chal verde. Miss Amelia no hablaba de su padre a nadie ms que al primo Lymon.

Aqulla era una de sus pruebas de amor. El jorobado era su confidente en las materias ms delicadas e importantes. Slo l saba dnde guardaba miss Amelia un plano en el que est sealado el lugar donde haba enterrados ciertos barriles de whisky, en una de sus tierras, all cerca. Slo l tena acceso a su talonario de cheques, y la llave de la vitrina de los tesoros. El jorobado sacaba dinero de la caja registradora, puados enteros de dinero, y le gustaba el ruido que hacan las monedas en su bolsillo. Casi todas las cosas de la casa le pertenecan, porque, cuando se enfadaba, miss Amelia se pona a dar vueltas buscndole algn regalo... as que ahora apenas quedaba nada a mano para drselo. La nica parte de su vida que miss Amelia no quera compartir con el primo Lymon era el recuerdo de sus diez das de matrimonio. Marvin Macy era el nico tema del que no hablaba nunca con l.Dejad, pues, pasar los aos lentos y llegad a una tarde de sbado, seis aos despus de la aparicin del primo Lymon en el pueblo. Era en agosto, y el firmamento haba estado ardiendo todo el da sobre el pueblo como una sbana de fuego. Iban ya oscureciendo los resplandores verdosos del crepsculo y por doquier reinaba una sensacin de serenidad y calma. La calle estaba alfombrada con una capa de polvo seco y dorado, de una pulgada de espesor, y los nios pequeos correteaban medio desnudos, estornudaban mucho, sudaban y estaban inquietos e irritables. La fbrica haba cerrado al medioda.

Los vecinos de las casas de la calle Mayor pasaban el rato sentados en sus escalones, y las mujeres se daban aire con abanicos de hoja de palma. En la fachada de la casa de miss Amelia haba un letrero que deca: Caf. El porche de atrs estaba ms fresco gracias a la sombra de una celosa de madera, y el primo Lymon estaba all sentado, dando vueltas a una heladora. De vez en cuando quitaba la sal y el hielo y sacaba la tapa para chupar un poco y ver cmo iba quedando su obra. Jeff guisaba en la cocina. Aquella maana temprano miss Amelia haba puesto en la pared del porche delantero un aviso que deca: Cena de pollo. Esta noche veinte centavos. El caf ya estaba abierto, y miss Amelia acababa de terminar el trabajo de la oficina. Las ocho mesas estaban ocupadas y la pianola tocaba una musiquilla estridente.

En un rincn, cerca de la puerta y sentado a una mesa con un nio, estaba Henry Macy. Estaba bebiendo un vaso de whisky, cosa rara para l porque el alcohol se le suba a la cabeza en seguida y le haca llorar o cantar. Tena la cara muy plida, y su ojo izquierdo se cerraba constantemente con un tic nervioso, como le ocurra siempre que estaba agitado. Haba entrado en el caf arrimndose a la pared y en silencio, y cuando le saludaron no dijo nada. El nio que tena al lado era de Horace Wells, y lo haban dejado aquella maana en casa de miss Amelia para que le curase.

Miss Amelia sali de su oficina y entr en el caf con una rabadilla de gallina entre los dedos, pues aqul era su bocado predilecto. Ech una ojeada a la sala, vio que todo andaba bien y se dirigi a la mesa del rincn donde estaba Henry Macy. Dio la vuelta a la silla y se sent a horcajadas apoyada en el respaldo; slo quera matar el tiempo, porque todava no estaba su cena. En el bolsillo de atrs del mono llevaba una botella de Kura Krup, una medicina hecha con whisky, caramelo y un ingrediente secreto. Miss Amelia destap la botella y se la meti en la boca al nio. Luego se volvi a Henry Macy y, al ver los guios nerviosos de su ojo izquierdo, le pregunt:

Qu te pasa?

Henry Macy pareca a punto de explicar algo difcil, pero despus de mirar largamente a los ojos de miss Amelia trag saliva y no dijo nada. Miss Amelia se volvi a su paciente. Slo sobresala la cabeza del nio por encima de la mesa. Tena la cara muy encarnada, con los prpados medio cerrados y la boca abierta. Le haba salido un grano grande, duro e hinchado en el muslo, y le haban llevado para que miss Amelia se lo reventara. Pero miss Amelia empleaba un mtodo especial con los nios: no le gustaba hacerles dao y verles asustados y pataleando. Por eso haba dejado que el nio correteara por la casa todo el da, y le haba ido dando jarabes y dosis frecuentes de Kura Krup, y al caer la tarde le at una servilleta al cuello y le dio una buena cena. Ahora estaba el nio cabeceando sobre la mesa, y a veces, al respirar, dejaba escapar un gruido de cansancio.

De pronto se not un revuelo en el caf, y miss Amelia mir rpidamente en torno. Haba entrado el primo Lymon. El jorobado cruz el caf con pasitos arrogantes, como todas las noches, y cuando lleg al centro exacto del local se par en seco, y mir inquisitivamente a su alrededor, recontando a los clientes y calculando el material emocional que haba disponible aquella noche. El jorobado era un ser maligno: disfrutaba con las emociones fuertes, y se las compona para enzarzar a la gente sin decir una palabra, de un modo asombroso. l era el culpable de que los mellizos Rainey hubiesen disputado por una navaja haca dos aos, y de que no hubieran vuelto a hablarse desde entonces. l estuvo presente cuando la gran pelea entre Rip Wellborn y Robert Calvert Hale, y en todas las otras peleas que, de resultas de aqulla, hubo en el pueblo desde su llegada. Meta las narices en todas partes, se enteraba de las intimidades de todo el mundo y se pasaba la vida entrometindose en todo. Y a pesar de eso, por raro que parezca, era el alma del caf. Nunca haba tanta alegra como cuando l estaba presente. Siempre que entraba en el saln se notaba una repentina tensin en el ambiente, porque cuando aquel enredador andaba por medio no sabia uno nunca qu se le poda venir a uno encima, o qu iba a ocurrir all en cualquier momento. La gente no se siente nunca tan a sus anchas ni tan libre de cuidados como cuando entrev la posibilidad de alguna conmocin o calamidad. Por eso, cuando el jorobado hizo su entrada en el caf, todos le miraron y de pronto se oy un alboroto de voces y de botellas descorchadas.

Lymon salud con la mano a Stumpy MacPhail, que estaba en una mesa con Merlie Ryan y Henry Ford Crimp.

Hoy he ido paseando hasta Lago Podrido, para pescar dijo. Y en el camino tropec con una cosa que al principio me pareci un rbol grande cado. Pero, al pasarle por encima, siento algo que se mueve, miro otra vez, y me encuentro encima de un cocodrilo, tan largo como de esa puerta a la cocina, y ms gordo que un cerdo.

El jorobado sigui parloteando. Todos le miraban de vez en cuando, y algunos escuchaban su chchara y otros no. Haba das en que no deca ms que mentiras y fanfarronadas. Nada de lo que contaba esta noche era verdad. Haba estado en la cama todo el da, con la garganta inflamada por el calor, y no se haba levantado hasta ltima hora de la tarde, para dar vueltas a la heladora. Todo el mundo lo saba, pero l segua all, de pie en medio del caf, contando aquellos embustes y baladronadas hasta que le daba a uno dolor de cabeza.

Miss Amelia le observaba con las manos metidas en los bolsillos y la cabeza ladeada. Haba ternura en sus extraos ojos grises, y sonrea suavemente, ensimismada. A veces levantaba los ojos del jorobado y los diriga a las otras personas del caf, y entonces su mirada era orgullosa y un tanto amenazadora, como si estuviera retndoles a todos a que se atreviesen a rerse del jorobado por todas aquellas majaderas.

Jeff entr entonces con las cenas ya servidas en platos, y los nuevos ventiladores elctricos daban al caf un agradable frescor.

El nio se ha dormido dijo al fin Henry Macy.

Miss Amelia baj la vista al paciente que tena a su lado y compuso su rostro para su prxima actuacin. El nio tena la barbilla apoyada en la esquina de la mesa, y por la comisura de la boca le babeaba un poco de Kura Krup. Tena los ojos cerrados y en el borde de los prpados se le haba hospedado pacficamente una pequea familia de mosquitos. Miss Amelia le puso la mano en la cabeza y se la sacudi con fuerza, pero el paciente no se movi. Entonces miss Amelia tom al nio en brazos, con cuidado de no tocar la pierna enferma, entr en su oficina seguida por Henry Macy y cerraron la puerta. El primo Lymon se aburra aquella tarde.

No pasaba nada de particular, y, a pesar del calor, los parroquianos del caf estaban de buen talante. Henry Ford Crimp y Horace Wells estaban en la mesa del centro, abrazados por los hombros, contndose un chiste muy largo; pero cuando el jorobado se acerc a ellos no le sirvi de nada porque se haba perdido el principio de la historia. La luz de la luna iluminaba la calle polvorienta, y los pequeos melocotoneros estaban negros y quietos; no haba brisa alguna. El sooliento zumbido de los mosquitos de la cinaga era como un eco de la noche silenciosa. El pueblo estaba oscuro; solamente all abajo, a la derecha del camino, se vea la luz de una lmpara. En algn lugar de la noche, una mujer cantaba con voz aguda, salvaje, una cancin que no tena principio ni fin, y estaba formada por tres notas solas, que se repetan una vez, y otra, y otra. El jorobado estaba de pie en el porche, apoyado en la baranda, mirando hacia el camino vaco, como esperando que alguien llegase por all. Al cabo de un momento oy unos pasos que se acercaban, y luego una voz.

Primo Lymon, ya tienes la cena en la mesa.

Esta noche no tengo mucho apetito dijo el jorobado, que se haba pasado todo el da tomando rap dulce. Tengo la boca amarga.

Slo un bocadito dijo miss Amelia. La pechuga, el hgado y el corazn.

Volvieron juntos al caf iluminado y se sentaron con Henry Macy. Su mesa era la mayor del caf, y haba sobre ella un ramillete de lirios del pantano en una botella de Coca-Cola. Miss Amelia haba terminado con su paciente y estaba satisfecha de s misma. Slo se haban odo unos lloriqueos soolientos al otro lado de la puerta de la oficina, y, antes de que el enfermito se despertara, todo haba terminado. El nio estaba ahora echado sobre el hombro de su padre y dorma profundamente. Con los brazos colgando inertes a lo largo de la espalda del padre y la cara muy encarnada, sala ya del caf, camino de su casa.

Henry Macy segua callado. Coma cuidadosamente, sin hacer ruido, y no era tan ansioso como el primo Lymon, que, despus de decir que no tena apetito, se estaba sirviendo plato tras plato. De vez en cuando, Henry Macy miraba a miss Amelia y luego volva a bajar la vista.

Era una tpica noche de sbado. Una pareja de viejos que haban venido del campo estuvieron titubeando un momento en la puerta, cogidos de la mano, y al fin se decidieron a entrar. Llevaban tanto tiempo viviendo juntos que se parecan como hermanos gemelos. Eran morenos, arrugados, parecan dos cacahuetes caminantes. Se marcharon temprano, y hacia la medianoche se haban ido casi todos los parroquianos. Rosser Cline y Merlie Ryan seguan jugando u las damas, y Stumpy MacPhail estaba sentado con una botella de whisky encima de la mesa (su mujer no toleraba el whisky en su casa) y sostena pacificas conversaciones consigo mismo. Henry Macy no se haba marchado todava, y esto era algo raro en l, que siempre se iba a la cama al caer la noche. Miss Amelia bostez, pero Lymon estaba nervioso y ella no quera insinuar que ya era la hora del cierre.

Al fin, a eso de la una, Henry Macy se puso a mirar una esquina del techo y dijo con calma a miss Amelia:

Hoy he tenido una carta.

Miss Amelia no iba a impresionarse por una cosa as, porque reciba un montn de cartas de negocios y de catlogos.

S; he recibido carta de mi hermano.

El jorobado, que haba estado dando vueltas por el caf a pasitos de ganso, con las manos cruzadas detrs de la cabeza, se detuvo de pronto. Tena un instinto agudo para notar el menor cambio en el ambiente; ech una ojeada a todas las caras presentes y esper.

Miss Amelia frunci el entrecejo y apret el puo.

Te felicito dijo.

Est bajo palabra. Ha salido del penal.

A miss Amelia se le haba puesto la cara muy oscura; y, a pesar del calor que haca aquella noche, se estremeci. Stumpy MacPhail y Merlie Ryan empujaron las damas a un lado. El caf estaba en silencio.

Quin? pregunt el primo Lymon, y sus orejas grandes y plidas parecan crecer y quedarse enhiestas. Qu?

Miss Amelia dio un golpe en la mesa con las palmas de la mano.

Porque Marvin Macy es un... pero la voz se le enronqueci y slo dijo al cabo de unos momentos: Su sitio est en ese penal para el resto de su vida.

Qu es lo que hizo? pregunt el primo Lymon.

Hubo una larga pausa porque ninguno saba exactamente cmo contestar a aquella pregunta.

Atrac tres estaciones de gasolina dijo Stumpy MacPhail. Pero su explicacin no pareca muy convincente y daba la sensacin de que quedaban por mencionar muchos pecados.

El jorobado estaba impaciente. No poda soportar que le dejaran al margen de nada, ni siquiera de una gran desgracia. El nombre de Marvin Macy le era desconocido, pero le atormentaba como cualquier asunto al que se aludiera en su presencia sin estar l bien enterado, como cuando se referan a la serrera vieja que haban desmontado antes de su llegada o cuando dejaban escapar alguna frase casual sobre el pobre Morris Finestein, o recordaban algn suceso acaecido cuando no estaba l. Aparte de esta curiosidad innata, al jorobado le interesaban muchsimo todas las variedades de robos y crmenes. Empez a dar vueltas en torno a la mesa, repitindose las palabras libertad bajo palabra y penal. Pero aunque hizo preguntas insistentes, no pudo sacar nada en claro, ya que nadie se atreva a hablar de Marvin Macy en el caf, delante de miss Amelia.

La carta no deca gran cosa dijo Henry Macy. No me deca dnde pensaba ir.

Al cuerno dijo miss Amelia, que tena todava la cara ceuda y ensombrecida. En mi casa no volver a poner las pezuas jams.

Empuj la silla hacia atrs y se dispuso a cerrar el caf. El pensar en Marvin Macy debi de llenarla de temores, porque carg con la caja registradora y la meti en un escondrijo de la cocina. Henry Macy baj a la calle oscura. Pero Henry Ford Crimp y Merlie Ryan se quedaron un rato en el porche de delante. Merlie Ryan presumira despus y jurara que aquella noche tuvo un presentimiento de lo que iba a ocurrir. Pero el pueblo no le hizo caso, porque Merlie Ryan estaba siempre dndose importancia con cosas as. Miss Amelia y el primo Lymon estuvieron un rato hablando en la sala. Y cuando el jorobado pens por fin que ya podra dormir, miss Amelia le arregl el mosquitero sobre la cama y esper a que l terminara sus oraciones. Entonces se puso su largo camisn, se fum dos pipas, pero tard an mucho tiempo en irse a dormir.Aquel otoo fue alegre. Hubo una cosecha muy buena en la comarca, y en el mercado de Forks Falls el precio del tabaco se mantuvo firme, aquel ao. Despus de un largo verano, los primeros das frescos tenan una dulzura limpia y brillante. Crecan florecitas amarillas a los lados de los caminos polvorientos, y la caa de azcar estaba madura y rojiza. Todos los das llegaba el autobs de Cheehaw para llevarse a unos cuantos nios pequeos a la escuela comarcal. Los muchachos mayores iban a cazar zorros en los pinares; las ropas de invierno se aireaban en las cuerdas de tender, y las batatas quedaron preparadas en el suelo, cubiertas con paja, para los meses fros. Por las tardes se elevaban de las chimeneas delicadas columnas de humo, y la luna estaba redonda y de color naranja en el cielo de otoo. No hay una paz comparable a la quietud de las primeras noches fras del ao. Algunas veces, en las noches sin viento, se poda or en el pueblo el leve y agudo silbido del tren que pasa por Society City camino del norte lejano.

Para miss Amelia Evans aqul fue un perodo de gran actividad. Trabajaba desde la salida del sol hasta la noche. Construy un condensador nuevo y ms grande para su destilera, y en una semana sac whisky bastante para empapar toda la regin. Su vieja mua estaba mareada de tanto triturar caota, y miss Amelia escald sus tarros y se puso a hacer conservas de pera. Esperaba con impaciencia las primeras heladas, porque haba comprado tres cerdos tremendos y pensaba hacer muchos embutidos, salchichas y menudillos.

Por aquellos das la gente le not a miss Amelia algo especial. Se rea mucho, con una risa profunda y sonora, y sus silbidos tenan un no s qu melodioso y pcaro. Se pasaba el tiempo probando sus fuerzas, levantando objetos pesados o tocndose con un dedo los duros bceps. Un da se sent frente a la mquina de escribir y redact un cuento. En el cuento salan hombres forasteros, puertas secretas y millones de dlares. El primo Lymon iba siempre detrs de ella trotando pegado a sus pantalones, y miss Amelia le miraba con ojos tiernos y brillantes, y cuando pronunciaba su nombre haba en su voz un deje amoroso.

Por fin llegaron los primeros fros. Una maana, al despertarse, miss Amelia vio flores de hielo en los cristales, y la escarcha haba plateado las hierbas del patio. Miss Amelia encendi un buen fuego en la cocina y luego sali para estudiar el tiempo. Haca un aire fro y cortante, y el cielo estaba verde plido y despejado. En seguida empez a llegar gente del campo para saber qu pensaba miss Amelia del tiempo. Miss Amelia decidi matar el cerdo ms grande, y la noticia corri por las granjas de los alrededores. El cerdo fue sacrificado, y encendieron un fuego bajo de carbn de encina en el hoyo de la barbacoa. En el patio ola a sangre caliente del cerdo y a humo, y haba ruido de pasos y de voces en el aire invernal. Miss Amelia iba de un lado para otro dando rdenes, y pronto se termin la mayor parte del trabajo.

Tena que resolver un asunto aquel da en Cheehaw, as que, despus de asegurarse de que todo marchaba bien, sac el coche y se prepar para salir. Dijo al primo Lymon que fuera con ella; en realidad, se lo pidi siete veces, pero el jorobado no quera perderse el jaleo de la matanza y no quiso ir. Esto pareci contrariar a miss Amelia, pues le gustaba tenerle siempre a su lado y le entraba una nostalgia terrible en cuanto se separaba de l. Pero despus de pedirle siete veces que le acompaara ya no insisti ms. Antes de irse busc un palo y traz un crculo alrededor del hoyo de la barbacoa, a unos dos pies de la parrilla, y le dijo que no pasara de aquella raya. Sali despus de comer y pensaba volver antes de que se hiciera de noche.

Como sabis, no es tan raro que un camin o un auto pasen por el camino y crucen el pueblo cuando van de Cheehaw a otras partes. Todos los aos viene el recaudador de contribuciones a discutir con la gente rica como miss Amelia. Y si alguien del pueblo, Merlie Ryan por ejemplo, se hace ilusiones de que va a poder comprarse un auto a crdito, y cree que pagando tres dlares le van a dar una hermosa nevera como la que anuncian en los escaparates de Cheehaw, entonces, aparece un hombre de la ciudad y empieza a hacer preguntas indiscretas, se entera de todas sus dificultades y echa por tierra sus proyectos de compras a plazos. Algunas veces, sobre todo desde que estn trabajando en la carretera de Forks Falls, cruzan el pueblo los coches que llevan a los presos. Y hay bastantes automovilistas que se pierden y se paran a preguntar cmo pueden volver a su camino. As pues, no fue nada anormal que a ltima hora de aquella tarde pasara un camin por delante del molino y se detuviera en medio de la calle, cerca del caf de miss Amelia. Un hombre baj de un salto de la parte de atrs del camin, y el camin sigui su camino.

El hombre se qued en medio de la calle y mir a su alrededor. Era un hombre alto, de pelo castao y rizado, y ojos de un azul oscuro, de mirar lento. Tena los labios muy encarnados y se sonrea con la media sonrisa perezosa de los fanfarrones. Llevaba una camisa roja y un cinturn ancho de cuero repujado; todo su equipaje consista en una maleta de hojalata y una guitarra. La primera persona del pueblo que vio al recin llegado fue el primo Lymon, que oy el ruido del camin que arrancaba y sali a curiosear. El jorobado asom la cabeza por la esquina del porche, sin salir del todo. El hombre y l se quedaron mirndose, y aqulla no era la mirada de dos desconocidos que se encuentran por primera vez y se estudian el uno al otro rpidamente. Era una mirada especial, como de dos criminales que se reconocen. Entonces el hombre de la camisa roja levant el hombro izquierdo, dio la vuelta y se fue. El jorobado estaba muy plido mientras vea alejarse al hombre, y al cabo de unos momentos