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MEDRANO 517

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Refugio inoxidable de eternos carnavales.

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517 - MEDRANO - 1°B

Refugio inoxidable de eternos carnavales

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Libro nuestro. Bien nuestro. Queda hecho el depósito en el kiosko de la mano contraria. Medrano y Sarmiento. No se permite desmentir o hacerse el boludo ante estos recuerdos. Reconozco que entre varios textos, lágrimas y sonrisas cayeron casi de la mano. Pido disculpas por los errores posibles de la memoria. Igual así, brindo por estas historias y por ustedes. Hoy y siempre.

Bisignano Burgos, Alejandro. Bisignano Burgos, Carlos. Ferreyra Monge, Joaquín. Leiva Ugarte, Cristian Alexis. Rodriguez Rearte, David. Toth, Manuel. Galli, Martín.

517 - Medrano - 1°B - Refugio inoxidable de eternos carnavales - Primera parte

Medrano 517, Almagro - Buenos Aires : Argentina. América del sur, bien al sur.60 p. : 13x19 cm. 1. Literatura Argentina. 2. Poesía. 3. Recuerdos. 4. Sonrisas. 5. Salú

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A Charly, al que brindó la garantía para el departamento,

y -entre muchos, muchos más-, a Joaco, Uru, David, Manu y Martín.

Al viejo de arriba.Al chino de la vuelta.

Sean eternos los recuerdos que supimos conseguir.

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“Para poder volver, cuando quieras, será mejor saber irse...”

Andá a saber qué fue de la vida de aquellos nuevos habitantes. Andá y averiguá qué colores escogieron. Dónde ponen los sahumerios. Con qué traban la puerta de vidrio.

Andá y fijate si la pérdida del baño sigue vigente. Si arreglaron el marco de la puerta o si aún permanecen intactos los envases que dejamos tras el temporal. Si tu flecha sigue clavada en el tercero o si lograron descubrir la extensión del cuarto radicado en el tercer escalón de la escalera.

Andá y fijate y andá a saber, si el nuevo habitante duerme en el parquet. Si llega a juntar cinco inquilinos. Si hace torneos de fulbo o si el vecino les permite concluir las canciones o como mínimo, los cánticos de feliz cumpleaños.

Andá y fijate si en la heladera continúa la torta de Mabe y si bajo la cama del cuarto siguen durmiendo los tubos de luz.

Andá y fijate, pero al ir, volvé. Y verás que en estas hojas, intento plasmar ciertos recuerdos. Anécdotas de vida. Formas e instrucciones de cómo sobrevivir a un departamento de cuarenta y siete metros cuadrados en el que, por suerte, la vida misma, se tomó su tiempo para festejar ante nosotros.

Bienvenidos a Medrano 517. Refugio inoxidable de eternos carnavales.

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ÍNDICE (ELIJA SU PROPIA AVENTURA)

Volveremos con pizza - 11Milanesas de oro - 13

Charly Hood - 15La fiebre se va con espuma - 19

DNI - 23Signos de puntuación - 26

Cuarteto de 4 am - 29Cien pesos - 32

Si Rosario siempre estuvo cerca, te acompaño a Retiro - 35 La crema eterna - 39 Joveux Anniversaire - 42

Tercer escalón - 46 Es hora de buscar, amigos - 48

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“Ella existió sólo en un cuento. Y él es el poema que el poeta, nunca escribió.

Oh no. Oh yeah. Aggrr”.

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VOLVEREMOS CON PIZZA

Más allá de la convicción, aquella tarde lo que jugó en primera, fue el apuro. La ansiedad. La intención de conocer y descubrir a la próxima.

Imaginate de chiquito, ocho, nueve años, un diecinueve de diciembre por la mañana. Desde el vamos, ya estás enterado de la historia de la farsa de Papa Noel y del esfuerzo de mamá y papá y no aguantas, definitivamente no aguantas, cinco días sentado en paz sin saber de qué corno trata el regalo.

Bueno. Algo similar. Uno puede estar convencido de qué quiere pero no se imagina el cómo lo encontrará. Es decir, hay tantas pero tantas variables entre las palabras y lo cierto que lleva mucho tiempo –si alcanza con la vida misma, claro- descubrir con qué sentido habla la gente o con qué intención se muestras las cosas.

Yendo al grano, aquella tarde fuimos en busca de la nueva casa. Del futuro hogar en el que, según los momentos, iríamos a ser cuatro o tres o cinco si contábamos a las dudas de cada uno. Lo cierto es que Charly, Joaco y yo, estábamos seguros. Martín giraba en un tornado de no sé y deudas y necesidades de volver al mar y el Uru pendía de un hilo que un día tejía y al otro lo tijereteaba.

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Éramos tres. Firmes y seguros. Convencidos, apurados y ansiosos. Tres.

Fuimos juntos. Había una escalera que llegaba junto a su pendiente hacia una terraza. Una puerta de típica edificación antigua y una señora que nos dijo chicos, acaban de reservar la casa, pero pueden mirarla igual.

Nosotros fuimos adolescentes desesperados y sólo nos dedica-mos a mirar a las futuras inquilinas. Nosotros tres. Ellas, tres.

Plan perfecto. La vida, de una forma inesperada y hermosa, nos presentaba una ecuación en la que si hacíamos bien los cálculos, todos salíamos victoriosos.

Somos tan pero tan infantiles cuando nos deschavamos la sonrisa…

Caminamos dos cuadras y nos miramos sabiendo qué estába-mos pensando:

Listo, que la alquilen ellas. Total, el cuarto mucha privacidad no tenía en ése semipiso.

¡Pero ojo, no seamos giles!, volveremos con pizza y una botella de vino para decirles que somos lospibe que no pudie-

ron conseguir casa pero sí, tres motivos femeninos para ir a cenar.

Nunca la hicimos, pero pensarlo fue divertidísimo y mucho más rico que una grande de muzzarella.

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MILANESAS DE ORO

Yo era y soy un muchacho que se la rebusca en la cocina. Sospecho que todos los Bisignano Burgos somos así. Más de hacerlo con amor que con archi mega conocimientos culinarios. De igual manera, uno lee. Uno se fija cómo hacer-lo. Uno se interioriza con la situación y busca cómo, cuándo dejarlo así, dónde ponerlo y porqué, porqué pasó lo que con-taré, no sé. Porque amor, tuvo. Mucho. Pero salió de la forma en la que ni él, -Cristian Alexis Leiva Ugarte-, ni yo -Alejandro Bisignano Burgos- creíamos posible. Charly estaba de viaje. Por Mendoza y Chile, recorriendo en auto las tierras del vino y la montaña. Joaco aún vivía en su departamento, Manuel estaría trabajando, Martín en Mar del Plata o en Perú o vaya a saber uno dónde y David en algún bar tomando Negroni o yirando, por ahí, con su cámara y sus lentes de colores. El Uru estudiando y yo, yo estaba ahí, en Medrano, sin mucha hambre, con unas cervezas encima y a punto de ver una película.

Había decidído darle play a “No”, película basada en la cam-paña publicitaria chilena que buscaba votar el no en la elección de la continuidad de Pinochet. Linda e interesante película como para que él, el Uru, caiga apenas empezada y debie-ra ponerla desde el comienzo, de nuevo, sin ningún tipo de molestia.

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Yo estaba sentado en la silla negra del escritorio de Charly. El Uru consultó por la cena y le aclaré que en la cocina habían papas fritas o snacks o cosas así. Que se traiga una cerveza y que sigamos con la película. Sospecho que volvió a consultar por la cena y entonces, tormenta. No climática, sino emocio-nal. No sé cómo decirlo. Fue un torrencial emotívo que me llevó a decirle dejá Uru, dejá, vos sentate a ver la película que yo hago milanesas para los dos.

Supongo que un criadero de ladrillos podría dar cosas más blandas que las milanesas que hice aquél día. Creo que las rodillas de Ruggeri o el mentón de Chilavert, tienen más chances de doblarse que aquellas “milanesas”. Es más, si las unía y las ataba con piolín y las lanzaba hacia la calle, el crater que provocarían sería similar al de la bomba de Nagasaki.

Y no exgaero eh. No exagero eh. Sólo digo que aquella cena, aquél intento de amabilidad, terminó convirtiéndose en risas y en quéhijoderemilputamirálasmilanesasquehiciste. Ése placer de cocinar, se transformó en un recuerdo tranquilamente olvi-dable o desechable de la memoria.

Claro que el Uru las comío. Yo intenté con una, dos, y eso que estaban crocantes. Pero muy. Ya muy mucho muy crocantes. Imposible de saborear si no fuera por la mayonesa.

Me hice patys. Tres. Me abrí otra cerveza y terminamos de ver la peli. ¿Las milanesas? Bien, gracias. La concha de su madre.

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CHARLY HOOD

El loco apuntó entendes. Apuntó. Se levantó un día y dijo “yo puedo”. Poder de poder intentarlo. No de tener el poder. Como si fuese un He-Man, el de los dibujitos digamos, pero de Almagro. Sin tigre adiestrado y con el pelo ondulado. Mucho más flaco. Muchísimo menos fibroso. Pero idéntica-mente luchador.

Más allá de tales similitudes, podríamos atribuirle el resultado final a la ausencia oftalmológica de su mira. O al -nunca mejor dicho- fatídico epitafio de su cruzada contra el destino. O tal vez, estaríamos en condiciones de jactarlo un ilusionista. Un mago. Un polizón escondido en la manga del mejor carteador de todos los tiempos que por apuro o vaya a saber uno qué, dejó su mejor truco a la vanguardia del mal entendido.

¿De quién hablo? ¿Cuál es el personaje de esta historia? ¿Cómo llegué a la decisión de contar esta aventura? Simple y sencillo. Noté preciso desparramarme sobre éste caso puntual de súper héroe con final sin perdices.

Bienvenidos entonces, esta es la historia de Charly Hood. Un típico caso de un derrochador de ilusiones.

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Comenzó a sufrir de sus días de gloria la tarde en que se cruzó a la niña que deseó para sus noches. Charly Hood, emperador de emociones contenidas en la punta de su flecha. Un tirador empedernido. Un simple y honrado y magnifico campeón que aquella velada, tras todo su poderío, conoció el sabor de los labios de la lona.

Knock Out. Y a freír churros.

Así. Sin freidora ni dulce de leche. Al banquillo. Al vestuario. A boxes. A casa. En otros dibujitos lo hubiesen mandado a repimporotear al calabozo por desacatao. Hace años lo hu-biesen mandado a mudar. Y hace antaños, quién sabe, hace antaños lo hubiesen guardado en una pecera para estudiarlo. Todo con formol para conservarlo. Con la camisa sin planchar o la remera verde de bambula y el arco y la flecha. Eco, el arco en su punto máximo de tensión. En el último instante antes de lanzar su poesía y así, poéticamente, caer derrotado ante la sombra de la doncella.

Me fui al carajo, lo sé, pero imaginárselo a él sentado en ése escritorio que tiene más marcas que superficie, entre la puerta de la cocina y el arco del triunfo que nos separaba del patio, es terrible. Imaginarlo ahí, expectante, me transforma. Me altera el ecosistema. Me lleva de acá para allá y me deja ahí, perplejo frente a él, Charly Hood, como un fantasma.

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Él no me ve, no me percibe. Pero yo sí. Y ustedes, Uru, Joaco, si lo intentan, estoy seguro que también podrán. ¡Ustedes también eh! Deivid, Martincíto, queridísimo Manuel Toth, ustedes, también lo lograrán. Verlo ahí, en ése momento de apretar el enter...

Pucha, hubiera dado el meñique izquierdo a cambio de estar ahí. Y digo enter porque para él, para nuestro héroe sin pueblo desprotegido a quién cuidar, para nuestro héroe en ése lío tan hermoso como Medrano, su flecha, su arma, era una tecla. Una simple y negrita y chiquita tecla.

Ése pedacito de plástico, esa tecla enorme que seleccionada en-tre tantas otras nos otorga EL poder. Ése cachito que si lo des-prendes sólo obtenes peluza y migas de pan y ceniza y algún que otro líquido pegoteado en su base de operación que logra que al apretarla haga un ruido que signifique “listo, lo hice”, o “ listo, lo mandé”, o “laputamadrequeloreparió, quiéncarajo-memandóaescribirleeso”, era su flecha. Sí. Su flecha. Ése enter, era su flecha.

Ahora, continuando la historia, vale decir que aunque en su momento nadie lo haya creído capaz de semejante ataque, el loco apuntó, entendes. Apuntó. Se levantó un día y dijo “yo puedo”. Poder de poder y de querer intentarlo. No de tener o de querer el poder. Como si fuese un He-Man, el de los dibujitos, ése, ya te expliqué quién, pero de Almagro. Sin tigre adiestrado y con el pelo más ondulado que al principio de esta historia. Mucho más flaco. Muchísimo menos fibroso. Pero idénticamente luchador.

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Ése es nuestro héroe. Charly Hood. Un loco lindo al que las flechas, sólo le llegaban al departamenrto de la vecina, ahí, a siete, ocho metros hacia el cielo desde el patio.

Allá, en el paraíso del 3°A. Busquen. Busquen ahí. Que si buscan, encontrarán muchísimos pedacitos de plástico negro idénticos, muy idénticos, a la tan bendita, hermosa, maldecida, pisoteada, detestable, gastada y adorada tecla enter.

¡Salú Charly Hood! ¡Salú!

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LA FIEBRE SE VA CON ESPUMA

Me dijo que no. A los demás, también les dijo que no. A Charly, el dueño de la casa, tras todas sus plegarias, también le dijo que no. Él estaba convencido. Estaba seguro de lo que estaba diciendo. Al menos su cara lo demostraba. Uno lo mira-ba decir que no y uno confiaba en ése muchacho que hoy por hoy es Abogado -sí, ya se recibió- y no esperaba un cambio en la decisión porque él, él sí que es un tipo serio.

Él, nuestro querido Uru, como dije, es un tipo serio. Y cuando pone esa cara de que te está hablando como adulto, decidido y convencido, a uno le cierra absolutamente todo lo que dice. Porque pone cara de, cómo decirlo, pone cara de -demoro porque estoy buscando el término correcto-, ya sé. Pone cara de uruguayo.

No. Cualquiera. No pone cara de uruguayo. Pone cara de ac-tor principal de alguna telenovela colombiana en el momento en el que dice disculpa mi amada, pero no iré contigo, Soraya Montenegro.

Si. Esa cara pone. Como de hombre serio y maduro que sabe que su decisión, su postura tomada, es irrevocable. Su perma-nencia intransferible y su temperatura, elevadamente cercana a los 38°.

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Claro. Su “no” siempre fue acompañado por un termómetro en la axila que indicaba temperatura. No es que él decía que no por caprichoso. No pasaba por llevarnos la contra y listo. Por ser el distinto. El único en la casa.

Él, se quedaba y nosotros, los que estábamos, nos íbamos con las muelas empapadas de hielo y de sonrisas a la pista principal de la Avenida Santa Fe. Nos íbamos a buscar más motivos para -por ejemplo- escribir estas cosas.

Íbamos desinteresadamente a mover el esqueleto y si en algún momento, teníamos la chance y la suerte de concretar algún movimiento de ataque, no nos creíamos victoriosos. Sino que nos acordábamos de él y pensábamos qué genial sería que el uruguayo del orto esté acá presente para dictaminar la direc-ción del tiro libre.

Porque claro, se cometían faltas señores. Algunas merecedoras de tarjetas o de vasos. Otras, intrascendentes a la relación de amigos o de hermano. Nos bufarreabamos como titanes. Nos quitábamos el apellido y nos calzábamos la nacionalidad. En cierto punto, todos, de noche, eramos uruguayos.

Álvaro, Mateo, Washington. ¿Cuántas pilchas de historias inventadas usamos? ¿Cuántas veces nos mudamos imaginaria-mente a Pablo Di María y Arenal Grande? ¿En cuántas no-ches nos jactábamos de tener documento yorugua como para testificar sobre nuestras propias palabras de atorrantes de dos banderas?

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Entonces él se quedaba en el 517 de Medrano. Nos juraba mal estar y su rostro lo confirmaba. Él Uru nos pateaba a la próxi-ma y se recostaba. Se abrazaba a cada uno de nosotros como quién despide a uno que viaja a la guerra y no sabe sobre la ve-racidad de su regreso y chistaba. Rezongaba. A él no le gustaba quedarse. Pero viste, cuando uno se siente mal, se siente mal. No hay con qué darle más que con ibuprofeno o con cruzar los dedos y bue. Esperar.

Y pucha que lo hemos esperado. Nos habremos confundido tantas veces con sus rulos entre las luces del lugar que decía-mos aquél es el Uru. Y no. El otro que decía qué va a venir si tenía 147° de fiebre, en un sólo brazo. En el otro, llegaba a 287°. Imposible. Se nos va. Se nos va si llega a pisar éste fiestón.

¿Vieron cuando de niño nos contaban lo del Cometa Halley y nos explicaban que es un cometa que pasa cada no sé cuántos años pero que son suficientes como para pensar que nunca nunca en la puta vida lo vamos a ver?

Así. Lo del Uru era así. Y realmente no sabemos si el ibupro-feno que tomó aquellas noches fue excesivo o si en realidad, Halley y todo su esplendor de cometa, pasó por Almagro y le cantó una cumbita al oído o le movió todos los cimientos que hizo que se bañara -no una-, dos veces, se cambiara y se perfu-mara y plaf. Groove. Bienvenidos a La Mágica.

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Y hubiese empezado por ahí. Que tonto fui. Tantas letras en busca de una razón inexplicable que acá está. Era tan fácil de deducir que si empezaba por esto, ya no hacía falta pensar tanto.

El Uru, él, ese pibe con el que hicimos el jardín y la primaria y ahora salíamos a ser felices al borde de los treinta años, era y es así, tal cual como la fiesta: mágico. Porque fue a él y sólo a él, a quién vimos dos o tres veces, escaparse de la fiebre y de la cama con frazada para entrar victorioso y bailarín, al recinto espumoso que nos cobijó como titanes.

¡Y claro que Titanes! No teníamos ring, pero teníamos tanta espuma bajo los ojos que el escenario podía ser cualquiera y la explicación, inmejorable: señores y señoras, la posta es que la fiebre, la fiebre de más de 37°, se va con espuma.

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DNI

No seas así. No. No me animo. ¿Vos decís? ¿Te parece? Yo creo que no eh. Va, en su lugar, yo me sacaría carpiendo. No lo permitiría. Es raro viste. Qué sé yo. Uno se puede cruzar a cada loco por la calle que qué sé yo, me da cosa. Porque mirá, yo te entiendo, ya sabemos que en la calle uno se puede cruzar al amor de su vida, o al amigo que no vemos hace años, o ral vez, a aquella señorita que en los primeros bailes de nues-tras vidas cautivaron nuestras desesperaciones hormonales.

Es más, uno se puede encontrar tras la vereda, al maestro de matemática que nos llenó el marote de cálculos en nuestra pubertad. O al profesor de física que en la facultad te llevó los límites al límite al decir que calcular el límite de algo, de cierta cosa, sirve en la vida diaria y rutinaria.

Entonces. No. Chamuyo. Cuento chino. Acá no puedo aplicar logarítmos ni sacar cuentas ni averiguar si será posible median-te el estudio de las estadísticas que pueda arrancarle un sí a mi pregunta. Por eso te digo. No seas así. ¿Por qué no vas vos?

¿Que yo qué? ¿Que vos fuiste a comprar antes y por por eso me toca a mi? Si fui yo a comprar, salame. Ah, claro. Ahora me decís que fui yo pero que vos pagaste. ¿Siempre tenes una chicana para escapar al trámite?

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Conste que el otro día fui dos veces seguidas porque tu tarjeta no tenía fondos y tuve que volver, agarrar el efectivo que con-taste incluyendo a las monedas de la cajita de Haití, y salir de nuevo eh. La puta madre loco. ¿Esa no cuenta?

En fin. Yo qué sé. Me da cosa te digo, acompañame al menos y dejá de poner éste discazo de Rodrigo que le das manija a mi incoherencia y estás a punto de lograr esta locura. Estás a punto de convertirme en un ex cliente porque si yo hago eso no vuelvo nunca más a poner ni media uña en ése local. No vuelvo más eh. Vas a tener que cruzar siempre vos eh. Esta vale como mil veces eh. ¿¡Podes cambiar éste temazo que me dan ganas de salir ahora mismo!? Igual repito eh, para mí va a decir que no. Que no puede. No quiere. Que las cámaras lo van a escrachar y se va quedar sin laburo. Que de re contra re mil buena onda, si el kiosko fuera suyo, nos prestaría los cien pesos que le estoy mangueando.

Porque claro. Me convenciste como a un niño. Entre cuarteto y cumbitas. Entre guitarrita y algún que otro tiro libre mal pateado a propósito en el PES.

Me convenciste Charly. Como a un niño te dije. Me llevaste a cometer éste cachivache. Me hiciste jaque mate contra el kios-kero y él, el turro que no quiso prestarnos cien pesos para salir a tomar algo o a bailar o anda a saber dónde. Ése turrito que me dijo que no, capo, no puedo. Que se cagó en mi desespera-ción de decirle, loco, tomá, te dejo mi DNI así me crees. Vivo acá en el edificio de ahí -señalé como pude al 517 de Medra-no- y nada. Garca.

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Volví a escuchar ése no. Y ése no ya era muy distinto al ante-rior. Porque éste no marcaba un final -sin tango- feroz y seco, muy seco -de bolsillo-.

Ahora, salimos igual, claro, sin siquiera la plata para dos tragos y volvimos, aún no sabemos cómo, mucho más hermanos que la tarde noche anterior. Porque nos habíamos complotado. ¿Entendes? Nos habíamos convertido, una vez más, en nuestro propio equipo titular.

Salimos a jugarle a la noche con la billetera casi vacía y con la sonrisa intacta de saber que la plata, en la felicidad, si hay cuarteto, no interfiere en la decisión de sacar a bailar, o no, a la Luna más bonita de la noche o al hermano más borracho del lugar.|

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SIGNOS DE PUNTUACIÓN

“Fueron tiempos deliciosos yo sé”. Ivan Noble

¿Hablará de nosotros? ¿Cómo se enteró de nuestra existencia en esos 47 metros cuadrados -todos sabemos que eran más de mil- si nunca nos toco el timbre?

¿Recuerdan ése timbre? ¿Y los golpecitos en la puerta? Cuando todo era silencio, o casi, con aumentar el volumen de la voz desde el pasillo, alcanzaba para que aquél que estuviese aden-tro, respondiera y abriera dándole paso a otro encuentro.

¿Cuántos encuentros fueron? Si supiéramos la cantidad de horas que hemos compartido en esos metros cuadrados, po-dríamos afirmar que compartimos, aunque suene innecesario, vida.

Porque hay frases que son estúpidas y no por ser estupideces. Sino por ser cotidianas. Comunes. Reconocidas hasta en la sopa. Frases como “la vida dura mucho tiempo” o “vivir sólo cuesta vida” son fáciles de recordar por decirlo de alguna ma-nera.

Ahora, los signos de puntuación. Si. Ya sé. Pensarán que estoy divagando pero no. Miren.

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1- “La vida dura mucho tiempo”, puede entenderse como que la vida, el día a día, dura muchos años, muchísimos días, infinidad de segundos.

1 + signos de puntuación- “La vida dura mucho. Tiempo.” ¿Ven? Ahora se podría entender como un parate. O un pedido de parate. Como si dijéramos ¡pido! y cruzáramos los dedos para falsear a las reglas del juego sin cometer trampa y ser penalizados (?). Algo como un “carajo, la vida dura bo-cha. ¿Paramos un rato?”. Algo así. Sin morirse. Sino desconec-tarse. Salir del círculo. Correrse al otro lado de donde estamos y suspirar hondo. Profundo. Tan profundo que nos dé fuerza para seguir.

2- “ Vivir sólo cuesta vida”. Ricotera y brutal esta frase. Exacta. Firme. Puntual y recontramilarchimega vista en paredes o remeras. Como si fuese un mandamiento pero en canción. Como si fuera una ley pero redondita. De los pibe. Y claro. Vivir sólo cuesta vida. De ahí a todo lo que hagas con ella, es otra historia. Por ejemplo...

2 + signos de puntuación- “Vivir solo, cuesta vida”. ¿La explico yo o lo invitamos al Uru y nos sentamos los tres, vos, él y yo, y tratamos de recordar -él y yo- qué corno hicimos como para no pagar las expensas de Medrano en tus vacacio-nes? Vacaciones en las que te fuiste a Mendoza y a Chile y en la que nos dijiste “se quedan, yo pago el alquiler, ustedes las expensas, ¿trato?”.

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Si. Justamente eso. Trato. Trato y juro que trato eh.

Trato de recordar, aún hoy, dónde fue a parar ése dinero. O fue en cervezas y papas fritas. O fue en birras y chizitos.

De eso, de eso, sí que estoy seguro.

¿O acaso vos no?

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CUARTETO DE 4 AM

Dos, simples dos mortales puede ser lo mismo que dos, simples dos hermanos. En ciertas ocaciones, podría ser similar a dos, simples dos tarados y porqué no, muy parecido a dos, simples dos bailarines.

A eso voy. A dos, simples dos tarados que bailan, que son hermanos y que por supuesto, al haber nacido en esta tierra, son dos, simples dos, mortales. Pero mellizos. O sea, danger. Peligro. Corran. Sálvese quien pueda. Primero los niños y las mujeres y los ancianos y a los botes. Huyan. Vayanse.

¡Y ojito con dar media vuelta pa chusmear eh! Que el que se va perdió su silla y no sé si a Sevilla, pero bien podría irse -como mínimo- lejos del transatlántico nunca hundido ubicado al 517 de ustedes ya saben qué calle.

Es decir, claro está que hablaré de nosotros bailando ebrios a las cuatro de la mañana, un miércoles cualquiera, descalzos y felices, muy. Así que si les molesta leer esta historia de nosotros dos, pueden pasar de hoja, bajar la música o ser buena gente y sí, sumarse al trencito.

Porque aquella noche lo hicimos eh. Éramos dos pero hicimos trencito mientras bailábamos como tontos. No recuerdo qué habíamos cenado, pero creo que si de beber y de brindar se

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trata, sospecho que el sonido del chin-chin continúa rebotan-do en el ambiente. Como campanarios que se tildan y suenan y suenan y suenan en la altura de las iglesias.

Bueno, Medrano no tenía nada en común con una iglesia, pero ¡Dios! ¡Era imposible llegar al silencio de misa en esos metros cuadrados! Y no siempre era por motus nuestro. A veces sí, a veces dejabas música para dormir o te quedabas dor-mido escuchando música -sí, son situaciones distintas-.

O a veces el despertador sonaba terrible y molesto al ratitito de habernos dormido y a ése cachito mínimo de tiempo no se lo debe considerar silencio porque es la distancia entre el mo-mento en que percibimos qué hora es y la decisión de acomo-dar las neuronas y el jopo e irse a trabajar.

Pero a veces, sólo a veces, el ruido era provocado por una fric-ción. Por algo que parecía al sonido de cualquier película de suspenso donde matan a la tía abuela de la personaje principal sigilosamente con una cuchara (?).

Ése ruido, en Medrano, lo provocaba la señora de arriba. La del segundo piso. Ella y su andador nos ponían en duda sobre la causa de ése ruido atroz. Llegamos a pensar que eran vecinos que todas las noches corrían los muebles de lugar, pero dedu-jimos que una vez cada siete meses alcanza. Todas las noches nos parecía exagerado y preocupante.

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En fin. ¿En qué estaba? ¡Ah! ¡En el baile!

¡Claro! ¿Cómo olvidarlo?

Si terminamos a las cuatro de la mañana bailando cuarteto, los dos, con la luz apagada, en pleno verano, con un vaso de fernet cada uno y un cántico constante que juraba y jurará por siempre, una canción que -tranquilamente- pudo haber escrito cada metro cuadrado de tan bonito refugio:

“cuando se esconda el sol detrás de alguna nube, me extrañarás, amor, me extrañarás...”

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CIEN PESOS

Dados los números de aquellas cuentas, estamos en condiciones de afirmar que el infinito, nuestro infinito, siempre tendió hacia el hígado. Nada de ceros ni negativos. Al hígado. Derechito y sin peaje. Nuestros dividendos y aquellos decimales, se hacían paté en la calculadora misma.

Porque ellos, los números, ya sabían su final sin perdices. Ya estaban enterados de su destino final. Eran como parte de la película que Medrano -sabemos todos que sí- pudo haber tenido.

En fin, nuestras cuentas intentaban darle orden y progreso a un descarrilado asunto. Éramos inimputables. Y saben qué. Él y yo, éramos lo más parecido a una alcancía barata de las que nos regalan las tías en la infancia.

En esas cajitas de monedas, podíamos provocar nuestras propias salideras bancarias. Y no me hablen de constancia ni predisposición al ahorro. Porque si en la adolescencia pasamos por la cerveza de litro en Join a $3. De la Quilmes helada a $0.90. Si pasamos la vivencia de saber que el perejil te lo re ga la ban y que el viaje mínimo del remis era de $2 y con eso nos alcanzaba bocha. Muchísimo. O el kilo de pan en la panadería de la calle Jorge a $4.

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Y, antes que me olvide, si él, mi hermano mellizo más histé-rico pero más hermoso del mundo, con todos sus defectos y todas sus virtudes. Si él y yo, éste prototipo de historiador de sonrisas que hoy me da el placer de darle vuelo en éste cuento. Si nosotros vimos en Cemento recitales por $5. Si pagamos $25 por ver a La Vela Puerca en Mar de Ajo o $40 por The Wailers en Ferro o doce cuotas de $37 para irnos de viaje a Bariloche. Diganme ustedes, papas fritas, ¿cómo no vamos a enloquecer con $100 en el 2012 y un supermercado chino a cincuenta metros?

¿Saben lo difícil que era eso? ¿Pueden imaginar la resistencia que debíamos tenerle a la heladera y jurarle que ése mes ten-dría más frutas que botellas? ¿Ustedes entienden que sentimos necesario llegar al punto límite y charlar con la música bajita para lograr conciliar en una decisión?

Fue difícil. Muy complicado. Recuerdo que había salido del trabajo y que la línea B del subte, como de puta costumbre, no estaba brindando su atmosférico servicio. Y también, como de sana costumbre, yo había decidido caminar desde la oficina hacia la Avenida Corrientes y ahí si, derechito hasta Medrano.

Eran, exactamente, cuarentaydos cuadras. Y escribo 42 todo-junto porque para mí era todo un tramo. Una única cuadra . Un sólo pasaje hacia esa pesada y buchona puerta de Medrano. Porque si recuerdan conmigo, la sirenita que denotaba que la puerta estaba abierta, sonaba -posta posta- dos segundos antes de que la abras. Era instantánea.

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Es decir. Es mentira lo de dos segundos antes. No se puede. Sino sería un quilombo. Pero sonaba ni bien la abrías. Entraba una mosca y listo. En fin. Eran cuarentaydos cuadras. Y las ca-minaba todas de corrido con música o nicotina. Así. De una. Enganchaba tan justo pero tan justo los semáforos que daba placer patear esa onda verde imaginaria.

Les contaba, me iba del trabajo directo a Medrano. Como siempre. Tan como siempre hasta que un día llegué y la consulta se hizo presente. Era simple la ecuación. No había mucho con qué darle. Nos sentimos arrinconados y decidimos hacerle otra propuesta al destino.

No recuerdo quién fue el que admitió y quién el que con-traatacó, pero la situación fue así: “che, el fernet está caro y encima si le sumamos las cocas, son como $100 y no rinde mucho”. A lo que se le sumó un oportuno “tenés razón, la cerveza rinde más. Y cada una está $10. Así que ya fue. Com-premos diez”.

Dicho y hecho amigos. No ahorramos, pero extendimos el tiempo del brindis. Y alargar la vida útil del brindis, pucha que suma para el alma y la sonrisa y la recolección de anécdotas para cuentos.

Es decir: ¡La puta, que vale la sonrisa estar de copas!

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SI ROSARIO SIEMPRE ESTUVO CERCA, TE ACOMPAÑO A RETIRO

La peleó. La jugó. La fue a buscar. Fue nuestro Mascherano pero en Almagro y sin Mundial. Fue nuestro Da-niel Sam golpeado que se levantó de la lona. Una y otra vez, sin grulla que lo salve y lo lleve a la pantalla grande. Él fue.

Fue al frente. Como quién dice, pidió la pelota. No se hizo el lesionado ni prefirió jubilarse en el banco de suplentes. No quiso esperar su turno. Tuvo agallas. Huevo. Ganas de salir a la cancha y meterle quince al puto destino. Quiso masticar, pasaje tras pasaje, todos los kilómetros que separaron y sepa-rarán por siempre a Capital Federal, Buenos Aires, de Rosario, Santa Fe.

Entonces sangró por la herida. No se puso merteolate en la sonrisa y sin gasas ni curitas, se subió al ring side de las casuali-dades. La Murga. El Rock. No recuerdo quién carajo lo llevó a la tierra de Olmedo, pero fue. Él, fue.

Fue un paciente en la sala de espera con el número diecisie-te mil quinientos treinta al momento de comenzar la fila y escuchar el tres. El tres. Ni el quince entendes. El tres. Bocha, bocha le faltaba. Pero quiso eh. Por caprichoso o testarudo o infeliz. Anda a saber vos. Pero fue.

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Viste cuando te dicen de chiquito, no vayas a jugar a la can-chita de aquella sociedad de fomento porque está toda rota y te vas a lastimar y vos, ja, vos o no, perate, vos no, uno, uno sea quién sea, va consciente y a gusto a esa mal parida canchita con la mejor intención de jugar al fútbol con los amigos -sean cuatro o veinte, no importa, podían ser tres y se armaba arco a arco, ¿captas?- y pim pum plaf. ¿Me seguís?

Uno iba a esa canchita y no sólo iba, porque toda acción siem-pre tiene una reacción. Es decir, todo movimiento tiene su fricción, por más mínimo que sea. ¿Se entiende? Como la frase de todo lo que sube siempre baja. Como Chicago en primera división digamos.

Entonces, uno iba, claro que iba, pero también es claro que uno volvía con una inmensa colorada ardiente y horrible frutilla en cada rodilla. Justo ahí donde se pliega la piel y al estirarse sentimos que se tensionan hasta las letras del apellido o hasta los recuerdos o hasta ése punto que creas más poético que la Luna misma.

Y menciono la palabra poesía y me imagino a ése majestuoso momento. A ése sublime momento que Shakespeare hubiese podido sumar a la tragedia de Hamlet porque sin ir más lejos, eso, eso fue una escena. Faltó el telón y los aplausos o simple-mente el público o porqué no, sencillamente faltaron los pibe para, una vez consumado su diálogo, alzarlo y recorrer aquella puta canchita de la que les hablaba coronándolo champion of the universe.

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Porque él, el mismo que fue a Retiro a enamorarla. Él, que viajó noches tras su trabajo para abrazarla y decirle que el rapa-do le quedaba hermoso. Él que supo bancar el basta hasta acá llegó como un delegado del buen comportamiento, se cansó.

Se cansó en su propia casa. Se cansó en su propia casa con ella a su costado tras haberlo ido a visitar. Se cansó en esa postal desmemoriada que no recordaba, por parte de ella, todos los kilómetros recorridos para desembocar en un basta hasta acá llegó.

Como les contaba, él, la peleó. La jugó. La fue a buscar. Fue nuestro Mascherano pero en Almagro y sin Mundial y sin nadie a quién decirle que se convertiría en héroe. ¿Entienden? Fue nuestro Daniel Sam re contra cagado a trompadas por la boca de una dama e igual así, se levantó de la lona.

Y al levantarse, no lo hizo sólo.

Él, el dueño de tan bonito refugio de inoxidables carnavales, se levanto con palabras que decir y con una invitación a que se retire de su casa por la simple razón inoportuna de no querer ni verla por la sensible y sincera razón de haberse enamorado a destiempo.

Claro, ella le dijo que estaba en Almagro y no en Rosario. Que estaba sola. Que no podía parar en ningún lado.

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A lo que él le dijo que se vuelva a Rosario, que todo bien pero que no era su culpa que esté sola. Que de verdad no la quería ver. Que eso no era un chiste. A lo que ella le dijo que cómo iba a ir a Retiro. Que no sabía si había pasajes. Que para ir sola era tarde.

A lo que él le dijo, no te preocupes gorda, yo te acompaño. Pidamos un taxi.

A lo que ellos, ambos, bajaron por la escalera, salieron hacia Medrano y tomaron el primer taxi libre.

A Retiro, por favor, dijo él.

Aunque sospecho que sus propias muelas, le susurraron para su memoria:

llevame con esta rompe corazones al primer bondi que encuentres hacia Santa Fe. Porque si Rosario siempre estuvo cerca, que se acerque un tanto más así lo subo al micro con ella y juntos, Rosario y ella, se vayan juntitos en pasillo y ventanilla, a la recalcada concha de la lora.

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LA CREMA ETERNA

Hay cosas que no se logran escribir de la manera en la que el alma las contaría. Es decir, uno puede sentar-se frente a un teclado o agarrar una lapicera e intentar con máximo esfuerzo, describir la sensación que provoca cierta mirada. Hasta incluso, uno puede tratar de contarlo así, como por arriba, sin tantos preámbulos ni esqueletos literarios que disfracen a un recuerdo que por cierto, es imposible de vestir de otra forma que no sea de gala.

Porque sí. Porque la memoria también tiene perfume. La memoria, claro que también tiene filtros y podios y cosas así que hacen que algunos recuerdos sean para revivir o mejor dicho, para contar a menudo. Porque así, esos recuerdos se fortalecen. Se vuelven modernos. Se meten en los almanaques del día de la fecha y se estancan en la sonrisa. Y son fáciles de traer a la mente eh. No es algo complicado eh. Con decirles que con sólo la práctica se puede, alcanza para intentarlo. ¿No? Miren...

Un recuerdo que se puede revivir sin tanto lío, puede ser el Gol del Diego a los ingleses. El de la mano o el de Dios, no importa cuál. Ambos, se pueden dibujar fácil sin darle im-portancia a la técnica del dibujo, sino al mensaje. Se pueden narrar sin ser periodista porque todos, absolutamente todos, nos sabemos de memoria, al menos, dos palabras de aquél épico relato.

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Dos palabras que nos llevan a ése momento. Hayamos vivido o mirado en la tele ése partido. No importa.

Ahora, les contaba que éste recuerdo es fácil de contar pero que a la par, están aquellos que no. Que son casi mitos. Que son intocables. Son esos recuerdos que no traemos tanto tanto al presente y no por provocarnos una sensación fea o una espina en el ojo. Porque esos los notamos en la piel. Cuando recordamos cosas feas de nuestro pasado, se nos erizan todos los pelitos del brazo o del pecho y en caso de que no tengamos pelitos en el pecho como Martín o que nos los afeitemos como el Uru, se nos eriza el orto muchachos. Nos damos cuenta de que algo está mal. Que no va. Que así no. Que qué sensación de mierda.

Pero hablo de los otros. De los que tocan fuerte. De los mo-mentos que se atesoran vaya a saber uno cómo y en qué parte del cuerpo. Son esos carpetazos que guardamos en los cajones de la casa de nuestros padres y vemos cada tanto y encontra-mos dibujos de la primaria o la caligrafía que teníamos a los ocho y a los doce y a los diecisiete años. Son esos recuerdos que nos ametrallan la compostura del calzado y nos obligan a rememorarlos quietos. Y si puede ser, por favor, mejor sentados.

Esas imágenes que se nos vienen y nos inundan los ojitos como si fueran tormenta. Nos hacen pensar. Por eso no somos tan recurrentes a esos recuerdos. Y no porque no queramos. Todo lo contrario. Somos incapaces de aguantar lo que provo-can en el cuerpo sin despedir desde la mirada litros de sal.

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Pétalos de sal diría Fito. Re-cordis, diría Eduardo. En fin, pase-mos al momento.

Es indiscutible la emoción de esta anécdota y no porque sea yo quién la cuenta. Pensar eso sería absurdo. Porque los títulos en éste recuerdo, no son masculinos. No le corresponden a nin-guno de nosotros. Es de Medrano, claro que sí. Pero es mujer. La dueña de esta emoción, es mujer.

Les contaba renglones arriba que en el trabajo facilongo de traer a la memoria el relato del gol contra los ingleses, el segundo, hay dos palabras que nadie -por más antifútbol que sea- deja pasar por alto. Y hablo de “barrilete cósmico”. Luego la pregunta de qué planeta viniste pasa a un segundo plano.

Entonces. Me detengo y por favor, ustedes también, en el término barrilete cósmico. Y quizá se preguntarán qué carajo tendrá que ver con el título de éste relato. “Crema eterna” y “Barrilete cósmico” se unen en ella. En la mujer de vestido blanco. En la diosa, reina, inigualable e inmortal Mabe.

A vos, creadora de tan magnífica torta de cumpleaños con litros y litros de crema, gracias.

Ahora, esperen que aún no terminé. Ansiosos. Ella, la torta, perduró más de dos meses en la heladera. En cambio vos, viejita hermosa de sonrisa candombera, te quedarás por años y años, en la memoria de Medrano y de aquél feliz cumpleaños que continúa con el siguiente cuento.

Pasen, ojalá les esté gustando tanto como a mí.

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JOVEUX ANNIVERSAIRE

Era y es tan pero tan pero tan raro éste pibe. Tan raro. No de malo. Ojito, no se vayan a equivocar. No se trata de ser malo. Todo lo contrario. Se trata de indescifrable. Es que, cómo explicarlo. Digamos. A ver.

Sus movimientos eran así. Imposibles de deducir. Con decir que me arriesgo a conjugarlo a él, a éste loco, en tres tiempos distintos. Y se preguntarán cómo, claro. Seguramente se están afilando las uñas con las muelas en la espera de que les aclaré la fisionomía de éste personaje. Empecemos por donde todo empieza. El pasado.

Y disculpen la falta de humildad, pero qué linda manera de arrancar con semejante frase, ¿no? “Empecemos por donde todo empieza. El pasado”. ¡FA! Qué áspero y qué sutil. Qué maravilloso. Pero es cierto muchachos. Todo empieza allá. Siempre. En los días en los que ya no da el sol. En las noches que no volverán a tener Luna Nueva. Todo, absolutamente todo, tiene su Big Bang existencial en los almanaques que ya no colgamos.

Por ejemplo. Retrocedo dieciocho años. Sí. Dieciocho. Y aunque ustedes no se den cuenta, la caída de mis documentos acaba de ser fatal. Porque retroceder tantos años y aún tener uso de un recuerdo tan vasto, significa -como mínimo- algo así como dieciocho cosas:

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1- Me acuerdo que se trataba del querido mil novecientos noventa y siete. No recuerdo el color del frente del estableci-miento pero si los colores del buzo. Tenían un espantoso buzo estilo rugby amarillo. Los puños verdes. Cuellito tipo chomba. Los pitucones -sí, pitucones- también eran verdes. Y no crean que lo olvidé a él porque se equivocan. Ahí, por encima del corazón, tenían un Pato Donald corriendo como desaforado tratando de escapar del bordado que lo ajustaba a ése buzo de Egresados 1997 - Instituto Modelo Mármol.

2- Trataré de ser menos extenso con los ítems, pero sepan disculpar. Ése hermosísimo buzo de egresados era digno de recibir algunas líneas.

3- Aquella promoción fue la última que vi tan festiva por las calles de José Mármol. Nadie los imitó. Ni los superó. Ni lograron ser buenos en lo suyo sin pasar a la historia porque directamente, nada. Poco y nada. Más tirando a lo último que a lo primero. Pasaron de largo sin dejar huella en el tiempo como si fuesen la pluma que Cervantes nunca humedeció para escribir el poema que nunca, en su puta y elegante vida, se imaginó.

4- Tuvo esa cosa de mierda que necesitó de ése tratamiento de mierda y por tener la cualidad de ser capo, lo superó. Pero todo tiene un pero. El chabón llegaba a las reuniones y si tenía la desgracia de llegar tarde, no titubeaba al decir “alguién me sirve un trago que tengo cáncer”. O “dejame sentarme que tengo cáncer”. Un tipo de mierda. Pero un tamigo hermoso.

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5- Antes de que Chaly entre a Medrano (no pongo ni la altura ni el piso porque Medrano hay y habrá uno solo), quiso irse a vivir a Uruguay y lo hizo. Luego lo fuimos a visitar y nos quedamos unos días del otro lado del -qué lindo- charco. La cuestión es que saltamos como locos en unas vías que estaban en el pasto, ahí nomas de la rambla. Nunca, salvo hasta el final de la secuencia de fotos y risas, nos dimos cuenta que se trata-ba de un artístico monumento al Holocausto. #YoNoSoyRuso.

6- Es el hombre sudamericano más similar al prototipo de hombre árabe. Pero es acuático.

7- Sí, Deivid querido. Éste capítulo es todo tuyo. Aggrr.

8- No tiene nada que ver con Medrano, pero...si la memoria no me falla, ¿recordas cuando tras una salida en la que te em-briagaste, de jovencito, quisiste convencer al Sr. Lito Bisignano para quedarte a dormir en Murature y tras las reiteradas ne-gativas de mi padre al asegurar que no había lugar, intentaste afirmar un “no importa Lito, duermo parado”? Si esto no es cierto, no importa. Siempre me encantó éste recuerdo.

9- Ya que anoté una que no tiene nada que ver con 517, ¿recordis la salida en la que terminamos detonados pero que igual así decidimos hacer asado a las siete de la mañana? Vos lo hiciste. Solito. El fuego. La colocación de la carne. Todo. Y te dormiste. Y viste cómo es ése dicho...”el que se quedó dormi-do perdió su porción”. Bue. El dicho no existe. Pero nosotros lo inventamos y te morfamos el asado -íntegro- al primer ins-tante en que te reconocimos un ser dormido en pleno vuelo.

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10- Amigo, te quiero mucho. Pero son muchos recuerdos 18. Mejor paremos a los 13. Y como NTVG nunca pone una can-ción en el track número trece, yo no pondré ningún recuerdo en ése casillero.

11- Seguramente te estarás preguntando porqué carajo le puse éste título en frances a tu capítulo. Bueno.

12- Te acordas que nosotros, Charly y yo, cumplimos años el 10 de abril, ¿no? Bueno.

13-

14- No sabemos cómo. Ni porqué. Ni de dónde. Pero caíste en el festejo de cumpleaños, allá en el 1°B, con gente que ni vos conocías. Gente que nadie conocía salvo tu amigable ma-nea de vivir la vida. Gente que, a la par del resto, era extranjera en su mayoría y que nos otogó el inmenso placer de.

15- Pato bonito. Agggrrr.

16- Les contaba. No sabemos cómo, caíste con tres francesas que a la cuenta de un dó tré, comenzaron a entonar el feliz cumpleaños. Luego fue la secuencia de Manu queriendo apro-piarse casi a la fuerza, de la cintura de la dama. Antes de eso fue el Konex con cumbia y más cumbia. Pero durante eso.

17- Lograste dejar en la memoria un hermoso

18- Joveux anniversaire.

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TERCER ESCALÓN

Me abandonó como quien abandona a los envases no retornables. Me dejó tirado. Tácitamente durmiente. Me expulsó del paraíso por dos, tres horas, no más. Un rato me dijo. Como si Caín y Abel se hubieran dicho “juguemos al Mortal Kombat” en lugar de “te mataré

Yo le creí, creí que de sus casi veintisiete años, la lealtad a las palabras era propia de un caballero. Era una virtud más de ése gran tipo que supo sortear las trabas de la vida.

¿De qué trabas hablo? Hablo de las impuntualidades y de las emociones. Él se enamoró un par de días, semanas, y perma-neció casi cinco años hasta tomar la decisión de finiquitar la historia. Él, atravesó un verano entero con cinco exámenes de ingreso y en ninguno gritó gol. Él, que tras las porfiadas y hermosas actitudes de pendejo, le confió su secreto a Nico-las ‘Momsbruker’ tras el afano de la bandera estudiantil y así terminar siendo amonestado. Y sigo.

Él, -perdón por el golpe bajo- que calló derrotado por un kioskero. Él, que fue a buscar agua en pleno show y terminó vomitando morcillas en El Marquee.

Él, que picó y fue a buscar, me abandonó en pleno Centro.

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Me dejó ahi, a metros de la gloria. En el rincón donde se oxida la energía que logra -tan solo- mantenerme despierto y pum! Me quedé dormido. Carajo. Me quedé dormido. Palmado. En jaque contra el tercer escalón en camino al segundo piso.

Todo por bancarlo. Me quedé dormido en la escalera y él, dentro del departamento, acompañado, buscando un amor.

Repito, todo por bancarlo.Y aclaro, volvería a hacerlo.

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ES HORA DE BUSCAR, AMIGOS

Cuentos que terminan. Canciones que nunca, nunca aprendemos. Besos que siempre olvidamos y más. Termos y risas y abrazos. Llantos y la abuela en la cocina y en tu limbo. Caídas y tropezones y levantadas y el fulbo en la computadora.

Te invadí la vida sin previo aviso y no me pienso arrepentir.

Chistes y descorches con almuerzos a las seis de la mañana. Mis cuentos inundados y los colores de las cerámicas. ¿Qué tan fácil es mirar atrás cuando el corazón dejó a la mitad de sí en él? ¿Quién corno nos enseña los pasos a seguir en esta memoria que nos cobija y nos protege en tan sólo 42, 45 metros cuadrados?

Medrano querido, te invadí el placard y no me puedo arrepen-tir.

Guitarreadas y pinturas y cuadros colgados. Zapatillas despa-rramadas y un tubo bajo el somier. El suelo tibio del invierno y el infierno siempre encantador. La vecina de un amor inal-canzable y los amores que alcanzamos destruir. ¿Quién carajo nos creímos como para abandonarlo en pleno sueño? ¿Cómo mierda pudimos escaparnos de ahí?

Copas nuevas y a brindar. Poesía en la cocina y rocanrol con vino tinto.

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¿Te puedo leer un cuentito? ¿Te puedo leer un cuentito? ¿Te puedo leer un cuentito?

Nunca te consulté ¿me puedo quedar acá?

Ay, hermano, te descuajeringué la osadía de vivir sólo y con-vertimos al hogar en catapulta hacia la Luna.

¿Te acordas cuando de chiquitos peleábamos por quién dormía en el carrito y quién arriba? Siempre quise dormir arriba pero esa cama llevaba tu impronta.

Ok. Esta fue mi venganza. Mi reacción en la vida misma. Fui tu fiel y trastornado copiloto y nunca aprendimo’ a manejar. Fuiste mi mejor amigo. Mi acorde que nunca pienso arrancar de mi esternón. La piedrita filosofal en la creación de la son-risa. El sostén de disparates y el compinche más divino en las mesas de algún bar.

¿Te acordas, allá, en el colegio, cuando peleamos a las patadas y Bártolo nos dio descanso por mellizos macana?

¿Te acordas, allá, en Montevideo, la vez que me fuiste a reci-bir? ¿Te acordas, allá, en la puerta de Medrano 517, teniendo la puerta para que no suene mientras yo -o vos, qué importa quién- intentaba surcar ése escalón maldito?

Ay, amigo, me mudé con vos sin preguntarte y no me pienso arrepentir.

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Claro, después vino Martín y Manuel y el Uru y Joaco y Deivid y Lucas y Diego y Bere y la colección de envases y la bañera con velas y la pérdida del inodoro y tantos tantos nombres que pasaron y quedarán por siempre aunque asegure-mos no recordar ni su rostro pero sí su historia y el picaporte que volaba y Silvia que me despertaba para ir a laburar y las veces en que caía en medio de una reunión de consorcio y pasaba como si nada, como si nadie entendiera nada, como si desde la vereda hacia el primer piso hubiera una conexión tan inmensa que pucha che, qué lindo refugio, qué zarpado, qué lindos carnavales, qué lindo haber forjado felicidad en cada centímetro de ése departamento que logró que digamos que es hora de buscar, amigos. Es hora de buscar. Éste sitio, ya nos colmó el alma.

Y así fue. El destino no existirá para algunos, pero creo que en el momento en que mami nos parió, el que salió primero dijo “dale papá, dale que está libre y seguro lo alquilan. Dale her-mano, que está hermoso y seguroseguroseguro, será un placer”.