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Mensaje de Independencia 1 I Nunca se sabe cómo contar una historia ni por dónde empezar, siempre ha resultado difícil dar a entender las ideas. Sin embargo he de intentar, con algún esfuerzo, hacer una breve remembranza. Esto por voluntad propia, nadie nunca me presionó, mi decisión está tomada. Si ha llegado este documento a sus manos, le suplico hacer una seria reflexión y actuar como lo dicte su consciencia. En 1981, encontré un artículo en la Enciclopedia del México Nuevo, esa empastada en piel negra y roja, con letras laminadas de oro, envuelta con una preciosa serpiente emplumada de plata. Fue la primera vez que leí acerca de la carta. La referencia se hallaba justo a la mitad del tomo seis, al pie de una ilustración. Supe entonces que se trataba de algo importante. Recuerdo aquellos días, el abuelo pasaba horas leyendo y resolviendo crucigramas en la comodidad de su extensa biblioteca. Los nietos, que en su mayoría íbamos a la primaria, podíamos tomar cualquier libro, pero pocos lo hacían. Me encantaban los fascículos de animales exóticos y las láminas de las pinturas del mundo, también los cartones de las revistas extranjeras, no entendía su idioma pero las imágenes lo decían todo, era divertido. La edición era del sesenta y seis, nunca volví a encontrar otra igual. En la ilustración de tonos sepia, había una edificación rectangular alta en cuyo frontispicio había veinticuatro ventanillas, ocho puertas cerradas y treinta y tres peldaños que daban a la plazoleta; en el centro de ésta, había una estaca apuntalada, y en su pico, rodeada de una curiosa multitud, yacía la cabeza del Cura. Al morir el abuelo se perdió todo, incluyendo la enciclopedia. En el pie de la foto se refería su última voluntad; transmitir el mensaje de la carta. Antes de morir, antes de ser excomulgado, torturado y fusilado, pidió, a cambio de su vida, se respetaran los Pactos de Guerra. Siendo bachiller, encontré en La Noticia del seis de diciembre de 1985, un discurso del Dr. Roberto Cruz, ganador del Premio Nacional de Novela Histórica por La cara de la Independencia, en esa obra encontré señales esenciales del Movimiento Independentista. Una ola de intriga me invadió. No pude sosegarme en días. Leí la novela. La releí detenidamente y fui comprendiendo, encontré cada cierto número de páginas nones alusiones a un personaje incidental, la novela parecía codificada. Conjeturé que se trataba de algún pariente, luego deduje, con ayuda de otras referencias, que se trataba de uno de los hijos del Cura. No supe su nombre, pero años más tarde, identifiqué la ruta que lo llevaría hacia el lugar de su muerte, San Cristóbal de las Casas. Cruz describe una reunión previa al inicio de la Independencia, donde fue escrita, por el Cura y los principales Insurgentes, la carta donde se asentaba con claridad, no sólo la voluntad del hombre que lideraba la lucha, sino, se indicaban las instrucciones para que, tarde o temprano, se

Mensaje de Independencia

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I

Nunca se sabe cómo contar una historia ni por dónde empezar, siempre ha resultado difícil dar a entender las ideas. Sin embargo he de intentar, con algún esfuerzo, hacer una breve remembranza. Esto por voluntad propia, ─nadie nunca me presionó─, mi decisión está tomada. Si ha llegado este documento a sus manos, le suplico hacer una seria reflexión y actuar como lo dicte su consciencia. En 1981, encontré un artículo en la Enciclopedia del México Nuevo, esa empastada en piel negra y roja, con letras laminadas de oro, envuelta con una preciosa serpiente emplumada de plata. Fue la primera vez que leí acerca de la carta. La referencia se hallaba justo a la mitad del tomo seis, al pie de una ilustración. Supe entonces que se trataba de algo importante. Recuerdo aquellos días, el abuelo pasaba horas leyendo y resolviendo crucigramas en la comodidad de su extensa biblioteca. Los nietos, que en su mayoría íbamos a la primaria, podíamos tomar cualquier libro, pero pocos lo hacían. Me encantaban los fascículos de animales exóticos y las láminas de las pinturas del mundo, también los cartones de las revistas extranjeras, ─no entendía su idioma pero las imágenes lo decían todo─, era divertido. La edición era del sesenta y seis, nunca volví a encontrar otra igual. En la ilustración de tonos sepia, había una edificación rectangular alta en cuyo frontispicio había veinticuatro ventanillas, ocho puertas cerradas y treinta y tres peldaños que daban a la plazoleta; en el centro de ésta, había una estaca apuntalada, y en su pico, ─rodeada de una curiosa multitud─, yacía la cabeza del Cura. Al morir el abuelo se perdió todo, incluyendo la enciclopedia. En el pie de la foto se refería su última voluntad; transmitir el mensaje de la carta. Antes de morir, antes de ser excomulgado, torturado y fusilado, pidió, a cambio de su vida, se respetaran los Pactos de Guerra.

Siendo bachiller, encontré en La Noticia del seis de diciembre de 1985, un discurso del Dr. Roberto Cruz, —ganador del Premio Nacional de Novela Histórica por La cara de la Independencia—, en esa obra encontré señales esenciales del Movimiento Independentista. Una ola de intriga me invadió. No pude sosegarme en días. Leí la novela. La releí detenidamente y fui comprendiendo, encontré cada cierto número de páginas nones alusiones a un personaje incidental, la novela parecía codificada. Conjeturé que se trataba de algún pariente, luego deduje, con ayuda de otras referencias, que se trataba de uno de los hijos del Cura. No supe su nombre, pero años más tarde, identifiqué la ruta que lo llevaría hacia el lugar de su muerte, San Cristóbal de las Casas. Cruz describe una reunión previa al inicio de la Independencia, donde fue escrita, por el Cura y los principales Insurgentes, la carta donde se asentaba con claridad, no sólo la voluntad del hombre que lideraba la lucha, sino, se indicaban las instrucciones para que, tarde o temprano, se

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alcanzara la consumación de una auténtica Independencia Nacional. Estas fueron las piezas primeras de un intrincado rompecabezas.

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II

Fui a charlar con Mateo, amigo y profesor de posgrado. —Me he preguntado para qué sirve un nombre; un apellido. —Un apellido de nada sirve. No te engañes. Todas las mañanas son iguales desde hace

cientos de años; despiertas con unas malditas ganas de seguir viviendo. De persistir contra tu voluntad. No deseas estar vivo sino pretendes seguir viviendo. Ambicionas ser parte de algo, incluirte, mantenerte de manera terrible, al margen de una vacua vida social. Tienes hambre de mundo, de experiencia. No te importa si ese pobre menesteroso, tiene o no para comer. Pobre mendigo, igual que tu y que todos, está hambriento. Acto de humanidad, te dices, luego avientas la moneda que no alcanzaría siquiera para un taco. Te piensas extraño, impersonal, te crees espontáneo y bondadoso; una especie de conmiseración florece en tus entrañas. Ese simple acto, el de arrojar la moneda, el de sentir, te inyecta ímpetu momentáneo y fuerza para seguir dentro del aro prefabricado por ti y por quienes cooperan para sustentarlo. Habrá quien repugne al mendigo; a veces yo siento esa repugnancia, igual pueden repugnarnos a nosotros. Habrá quien se moleste o siga indiferente. Levanta el rostro y date cuenta que no hay diferencia entre tú y ese hombre desgraciado. No confundas el claro reflejo del espejo con el indigente limosnero del lado opuesto. Ves por qué digo que de nada sirve un nombre, un apellido, una herencia vacía; una supuesta independencia. Sigue tu camino, deja a los otros seguir el suyo.

─Lo pienso pero hay algo que me obliga seguir. —Olvida. Sigue andando con la indiferencia a cuestas, con el auténtico orgullo de no

dar ni pedir nada a nadie, con esa actitud de ser humano íntegro, insuperable, capaz. No vengas con ese argumento vacío de tu legado. Mira, sé que en verdad eres descendiente del Cura, pero también puedes ser chozno cualquiera, de ese o aquel antepasado guerrero, sólo eso. Te repito, las mañanas, ayer y hoy son todas iguales, iguales las personas son hoy. Vive por todos los cielos la realidad, ¿crees que por esa herencia, existe compromiso con tu sociedad?, no, no lo veas así. ¡Basta de tonterías! Hazte un favor, lee tus libritos, ponte al tanto de la cartelera, sigue en la universidad pública, sigue trabajando para tus representantes populares, sigue ahí. No interfieras en la vida de los demás. No te sientas mal, hay muchos que piensan igual a ti.

─Lo he reflexionado pero aún así seguiré.

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III

Aquella noche, el Cura se sentó en uno de los extremos de la mesa hexagonal con los mandos principales del la organización. Se propuso, a fin de continuar el movimiento, escribir un documento con las indicaciones en caso del fracaso; informar al pueblo las auténticas intenciones de la lucha; hacer público el concierto de buena voluntad firmado por las partes del conflicto, y evitar así, persecución y matanza. Luego se instruyó esconder la carta. Se sabe que fue entregada a uno de los hijos del Cura; el que Cruz refería en su enmarañada novela, aquel que huyó hacia el sur y en 1823 fue cruelmente asesinado por la espalda. De la carta se halló poca información en documentos y escrituras del Archivo Central y de la Biblioteca General. La misión fue entonces encontrar la carta; me empeciné por saber de su existencia. Para 1991, existían gran cantidad de biografías, documentales y libros del tema de Independencia. Se decía que el Cura había muerto sin descendencia; que nunca fue torturado; que antes de morir se había confesado en el seno de la Iglesia Católica, misma que lo sometió a un terrible proceso de excomunión. Información falsa o incompleta. Con la esperanza de hallar algún vestigio, me acerqué a la familia. Para mi sorpresa la abuela tenía información privilegiada; me platicó de su padre, de su abuelo y de otros parientes. Logramos identificar el paradero de Benito, nieto del cura, aquel cuyo padre, había sido ultimado en Chiapas. Después descubrimos, que el nieto Benito, también desaparecido, dejó, al cuidado de sus hermanas, un hijo de nombre Joaquín, quien vivió en el pueblo de San Francisco hasta los veintiséis, edad en que se mudó a la Ciudad de México. Joaquín conservó, hasta su muerte en 1961, un mundo con pertenencias heredadas por Benito, su padre. Era cuestión de tiempo, pronto concluiría nuestra búsqueda. La abuela, comentó que días antes de la muerte de su padre Joaquín, éste dio el mundo a Miguel, el mayor.

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IV

─Reflexiona un poco, tranquilízate. ─Piensas que he de permanecer impasible. Eres amigo y profesor. Eso no significa que

tengas la razón. Comprendo tus ideas. ¿Acaso no te das cuenta? Esa vida que refieres, llagada de apatía, se alimenta vorazmente por el cotidiano desdén y la despiadada costumbre deglutida gustosamente muy a mi pesar, muy a pesar tuyo. A esa persona, a ese otro yo, incólume, ambicioso, que lee historia y siente orgullo y goza de las épocas de gloria, de las guerras y hazañas, a ese, su corazón le salta, le salta con fuerza. El nudo congénito agarrado del cogote, deja pasar apenas la saliva, deja sentir en la inquieta sangre sus latidos, sus palpitaciones; traza escasamente imaginada de aquellas batallas, del comienzo de la Revolución de Independencia. De esa que llamas “supuesta Independencia”.

─Lo sé, pero dejas de leer y al minuto, todo se apaga, toda esa emoción efímera se extingue. Y no vuelves al libro, te sorprende un remordimiento insospechado. Náuseas y sed de olvido. Piensas en luchar y luego te acobardas. El miedo te cobija. Tu deseo es acudir, pero algo te lo impide.

─Te equivocas. Esta época de injusticias y graves problemas nacionales, así como de los privilegios de que gozo, son parte del funcionamiento interno, un sofisticado pero complejo y caótico sistema endeble de nuestra sociedad, es esta la realidad actual. Desorden enclaustrado en la armonía del decurso de la vida. Normatividad guiada por la mítica corresponsabilidad del esfuerzo rutinario. Esperanza incandescente luchando por no extinguirse. Fe de raza por un progreso aletargado. Esa disputa por alcanzar las metas, se convierte paradójicamente, en alimento de su propio apetito insaciable. Voy recorriendo la vida amigo, las calles, no todas las mañanas son iguales.

─Comprendo, aquí y allá, cada quien para su santo. Sigue el camino, no te fijes en la carencia de tu hermano. Así eres. Te conozco, medio independiente, medio intelectual, medio hábil de imaginación, inerme a veces ante un solo brote de creatividad, y aparentemente feliz cuando te veo aplastado en tu reposet de piel con tu libro en mano.

─Ahora te pido a ti relajarte. Debes saber que gozo con pasión de mi carácter independiente y patriótico. Esa náusea de la que hablamos, habré de tragarla con el pulque de mi pueblo. La sanación llegará sola. Entonces, empezaremos a entender la independencia, ¡eso es mi independencia! Se disipa el miedo a protestar, la valentía sale de su jaula. Volteo y veo mi casa, mi familia, mi reflejo en el espejo y me detengo. El miedo navega mi pensamiento, pero debo sobreponerme. Debo cumplir. Hoy, es demasiado tarde para el arrepentimiento.

─Olvida todo. Apacíguate. Confirma que la inútil vida que vives, al igual que las demás, no es tan mala. Inútil no es sinónimo de infame. No es obligación tuya, de ningún

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académico ni estudiante, denunciar actos de injusticia social, mucho menos participar de alguna infructuosa pelea. Dime, ¿de qué infiernos serviría intentarlo en la peor y más inmunda época de nuestra sociedad? Mejor cálmate. Te puede ir mal.

—No mi querido amigo, no. Mi alma y corazón no hallan tranquilidad. El agua turbia de los pensamientos no se clarifica, a veces me pongo furibundo. Al salir de las aulas se magnifican las ansias por volver, es en ellas que obtengo la dosis requerida. Medicina psíquica. Hipnótico para deambular entre los fantasmas indolentes. Pócima que permite convivir conmigo mismo. No todas las mañanas son la misma. Amanece. Explotan las jacarandas. Nacen hombres y cantan las aves. ¿Las mañanas son la misma? Se levanta el inconforme, el somnoliento pueblo guerrero; el cínico mandatario, el embustero y la noción ardiente; el perro rabioso defensor de su cría; el buscador de la verdad desfigurada; la voz de la justicia invisible; el negociante detractor de causas nobles o perdidas. Se ha desatado ya el brusco e imparable arrebato colectivo. Hierve aguerrida sangre, hierve la famélica masa buscadora de honestidad inexistente. Luego oscurece. Se hace de noche, se apagan las velas. Nos vamos a dormir y nos ponemos a soñar sueños de una vida alterna, de una que nos llevaría a la muerte. Digo a mis padres, estoy tranquilo; a mi mujer, estoy tranquilo; a mis hijos; estoy tranquilo, y a ti, estoy tranquilo.

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V Que venga alguien y me diga entonces si no han sido suficientes todos estos siglos para que la gente de mi país, pueda vivir de una vez, vivir. Que me lo digan porque no lo sé. Cuando me refiero a mi país quiero decirlo todo, de punta a punta, en todos sus rincones, montañas, litorales y valles, ciudades, pueblos y rancherías. Cuando digo gente me refiero a toda, seres sin razas ni mezclas mal llamadas, sólo gente. Cuando digo vivir quiero decir vivir, no supervivir. Esos muertos, revolucionarios, incautos, promotores, bienaventurados, dejados, despreciables, mártires; hombres y mujeres. ¿Qué fue de ellos, qué ocurrió con ellos? No basta un buen comportamiento, si detrás hay vivales corruptos, no bastan los sueños deseados, si detrás hay sedientos de poder, no basta luchar, prepararse y estudiar, si detrás habrá alguien con dinero deseando más dinero. No puedo entender cuál sería la conclusión histórica de este mazacote de ideas, tan dispersas como diferentes, de esta aglomeración tan rica de colores, difusa de creencias e insoportablemente cotidiana. Si la historia se escribe día a día, supongo que jamás habrá conclusión. Me limitaré imaginar un futuro no tan lejano, donde podamos prescindir de inmundicia, de tanta codicia, y con un poco de suerte mejoren las cosas, ya para mis hijos o nietos, ya para los nietos de tus nietos. En el transcurso veremos como sigue de frente ese tren encarrilado sin frenos de la vida. Hay que tomar medidas, hay que cambiar los hechos. Cooperar desde nuestra trinchera, pintar, escribir, actuar y escuchar, leer y crear música, trabajar, arar la tierra, arar la vida, cosechar de a poco, fruta por fruta, y aguardar con más fe que esperanza, el cambio definitivo. Platicando los sueños con nuestros amigos soñadores. Ojalá nos dure el tiempo para pisar descalzos la arena de las pirámides, para ver las estrellas de allá del otro lado del mar, para dormir una noche en el bosque asechado por los osos, para acariciar de una vez esa piel tersa de las focas blancas, para nadar en el agua bendita de mi pueblo el mundo. Antes pensé que la vida era así. Quizás era así, aunque lo negáramos, quizás así porque así era. Pronto, habrá un mañana donde todos despertemos con el deseo de vivir nuestras propias vidas. Pronto habrá una nunca antes imaginada, una real y verdadera conciencia. Sin engañarnos, sin traicionarnos, recuperaremos lo nuestro, lo que nos fue despojado.

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VI

Piso imitación mármol. Cortinas púrpura opacadas por el polvo de los años. Ventanas simuladas ambarinas. Sillas matemáticamente dispuestas, ─familia uno por la derecha, dos hacia los pies, tres, si viene, por el lado izquierdo, invitados, en sillones alrededor del ataúd─. Bruñidos candelabros y cirios maduros casi todos apagados. Dos arreglos con flores marchitas poco iluminados por la única lamparilla concéntrica. Afuera, el inclemente castigo del mediodía. Aquí, el amargo frescor de la muerte. Murmullos. Lágrimas falsas. Tristeza y arrepentimiento fingidos. Promesas incumplidas o rencores redimidos. Fugaz meditación y obligación moral. Era mi padrino. Más murmullos.

Entramos, la abuela y yo, al sepelio. Mira hijo, pobre de mi hermano, como fue a

quedar, ni sus flores ni sus rezos. Sabes, tu padrino fue buena persona, era católico, igual que sus padres y abuelos. Esta familia, quién sabe de qué religión sea. A él le gustaban los crisantemos y las nubes. Cuando íbamos al panteón a ver a los muertitos, se ponía reza que reza. Era cosa de respeto. Ya ves ahorita, pobre, nomás porque le trajimos florecitas, y yo le voy a rezar un rosario, sino imagínate.

Luego con trabajo se hincó, le puse un cojín en las rodillas, se agarró de una silla y rezó

mucho tiempo. Encuentro con la muerte. Oraciones, pides al Dios de los católicos por el descanso de Miguel. La busca llegó a su fin. Después de releer la traducción, te preguntas si estás o no listo para emprender la proeza. Cumplir la voluntad de tu ancestro. Culminar la empresa inconclusa. Ya no hay laberintos; el camino es recto. Es momento de tomar las riendas. Tienes la guía y te preguntas de nuevo si tienes las agallas, la madurez, la valentía, si por tus venas corre sangre revolucionaria. Ya no hay marcha atrás.

Cuál es la diferencia de morir él u otro, con flores y rezos o no. Es un desesperante y

tedioso estar y esperar. Esperar que se lleven sus restos, los cremen y los entierren. Desaparecer por completo del plano físico, luego de la memoria. La abuela ahí sentada, triste, agarrada a la madera de la silla, como si pudiera así agarrarse a los recuerdos, asirlos momentáneamente con el lazo de la añoranza. Echar la última platicada con su hermano, su compadre. Recordar acaso un día de su infancia, de su juventud. Despedirse.

El pasado 23 de abril del 2010, en los velatorios de la calle Miguel Shultz, de la Colonia

San Rafael, fueron velados los restos de don Miguel Hidalgo y Costilla.

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VII

La carta fue encontrada. Acompañado de la abuela, subí las escaleras de una vieja casona ubicada en Libertad y Comonfort. En el segundo piso había un taller de herrería, dentro, la oficina de Miguel. A pesar de ser temprano, había poca luz. Mi padrino sacó de la caja fuerte un envoltorio, extendió su contenido en el escritorio, abrió el mundito y me entregó un papel amarillento y vetusto. Me dijo cuídalo. Era la carta. La tenía por fin en mis manos. Estaba escrita en francés. La abuela y yo observamos con emoción y melancolía. Nos quedamos a charlar y bebimos café por horas. Fue la última vez que vimos a Miguel con vida. No fue posible realizar la traducción completa por lo deteriorado del papel. Eh aquí los fragmentos:

…ahora en vuestras manos tenéis la carta, debéis juntar de inmediato a los conocedores de la

carta, a los sabedores de la carta, a los herederos de la carta… …seguir al pie de la letra las justas indicaciones, debéis acudir al Templo… …respetaréis a los miembros del grupo, y sus congregaciones, fundadores, herederos, hijos y amigos.

Juntad a todos, del norte y sur, del este y oeste, todos los grupos deberéis estar juntos. Tomad la carta y llevadla a la mesa de los seis costados, formalizad Nuevo Consejo, Renovado Consejo, según lo pactado, comentad y difundid el mensaje en presencia del Nuevo Consejo de la mesa de la Asamblea…

…los documentos de los números, enfrentaréis a los enemigos de la Patria, habréis de continuarse y de cumplirse los Acuerdos, los Sagrados Acuerdos firmados ante Dios, y así los de Guerra. De no cumplir…

…respetad la vida del Ejercito Insurgente y respetad la misma vida del enemigo de la Nueva Patria. Fortaleced al Ejército Insurgente y dad cauce a la instauración de la Nueva Nación, a la Patria Nueva e Independiente. Liberaréis así al pueblo del envenenado poder…

…espaldas hasta el día de hoy. Cumplid hasta la misma muerte. La causa es santa y Dios la protegerá. ¡Viva pues, la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América, por la…

MHC

septiembre 1810.

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VIII Hay encrucijadas, bifurcaciones con las que nos hemos de topar y en las que deberemos

actuar. No sé si hice o no lo correcto. No sé si alguien más habría actuado de la manera en que yo lo hice. Procedí con las instrucciones. Acudí al Templo de la Tradición Universal. Reuní a los integrantes de la Asamblea. Llevé la carta; la traducción. Fui bien acogido. La organización del Nuevo Movimiento llevó pocos meses, los integrantes están comprometidos. Sabían, igual que yo, que este momento llegaría. Todo ha salido bien desde el principio hasta el día de hoy. La tecnología nos ha permitido apresurar la marcha. Esperamos pronto, enviar una copia del mensaje al mayor número de compatriotas. Si a estas fechas aún no recibe usted copia del mensaje, le pedimos tener paciencia. En caso de hermanarse con la justa causa por la que habremos de luchar, suplicamos cumplir cabalmente las indicaciones. Somos ya más de trescientos mil en todo el territorio, incluso fuera hay camaradas aliados. Es demasiado tarde para echarse atrás. La ayuda internacional no ha sido suficiente, sin embargo, el furor, el coraje y la determinación de los connacionales, harán casi todo el trabajo. Debemos estar alerta. El enemigo está encima de nosotros. Después de doscientos años, esperaremos la señal. La madrugada del próximo dieciséis, daremos una vez más el grito.

J. Hidalgo y Costilla

2010

Colaboración para Transmigración. La Nueva Revista Digital. Septiembre, 2010. Derechos Reservados © Víctor Alvarado