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El niño mexicano, ¿futuro de la patria? ostensiblemente contra los mismos educadores. Furibundos opositores del sistema llegaron a declarar que habían hecho estudios sobre muchos niños orientados durante el sueño, y que las conclusiones sacadas en esos estudios demostraban que el educando-paciente, en una gran mayoría, había sufrido trastornos graves de personalidad. Los propósitos de los institutos de higiene mental, de clínicas de la conducta y de institutos pedagógicos especializados particulares o estatales, muy poco pueden hacer a favor del niño cuando la casi generalizada idea es la de convertirlo en un ente social que dé una imagen ideal de nosotros mismos. Necesitamos que el niño se parezca a lo que no somos. El niño libre y sin atadura, nos delatará ante los demás. Por eso le sometemos desde pequeños. Lo subyagamos, le manejamos con un tono de voz más alto o con un gesto más fiero; por eso le asignamos tareas más humillantes y cuando le pagamos por su trabajo, lo hacemos como si el trabajo de él, por el solo hecho de salir de manos más pequeñas y débiles, valiera menos. Cierto también es que hay familias donde el niño es el centro del hogar y se ha convertido en un grosero tiranuelo a quien todos están sometidos, pero son casos aislados y producto indiscutible de la misma desorientación de padres y maestros. La sociedad hipócrita que los ha engendrado, merece esos pequeños monstruos. Pero la verdad, en una abrumadora mayoría de casos, es que el niño mexicano es un mandadero absoluto, victima propiciatoria de nuestra intransigencia y mal humor, reflejo fiel de nuestras fallas como seres humanos y producto acabado de nuestro sistema social, donde el más fuerte no solo sobrevive a costa del más débil sino que a éste le convierte en su irredento siervo al que “hay que hablarle fuerte para que se porte bien”. (Este artículo fue publicado en el primer número del suplemento cultural “Meridiano”, del diario “Noticias”, de Torreón, Coah. el año de 1974. Se ha editado) “Los Niños son como las estrellas, nunca hay demasiados”. Madre Teresa de Calcuta Fuente de obediencia, de respeto absoluto, de ausencia de voluntad y sumisión a toda prueba, el niño mexicano empieza a recibir, en forma efectiva, las atenciones oficiales a que siempre ha tenido derecho pero que por una razón u otra le han sido escatimadas y convertidas en demagogia pura. Los casos aislados de protección jurídica o asistencia médica son de obligación, por lo que tratar de probar con ellos que cuidamos la infancia sería volver al círculo vicioso de la palabrería, por más que se acumularan datos reales o ficticios. Pero si bien es cierto que el estado diseña mecanismos de protección, defensa y desarrollo adecuado para el niño, no es menos cierto que en el hogar, de la clase media para abajo, sobre todo, el niño no es más que un autómata encargado de los oficios más ingratos y más viles. ¿Para quién, sino para el niño, se invento el exquisito y muy flexible vocablo “mandado”? Lo mismo si se trata de levantarse de la mesa a abrir la puerta para ver quien llama, que ir por los cigarros a la tienda de la esquina; o bien para llevar el cenicero o el refresco para las visitas. Lo mismo sirve el niño para tirar la basura que para ir por el periódico, para recoger lo que está tirado en el piso o para ensuciarse las manos con lo que el adulto no se las quiere ensuciar. A ese pobre infeliz le ha tocado todo lo peor, a ese desprotegido a quien llamamos “futuro de la patria” y a quien exigimos que se porte como si ya fuera el presente. Hace unos cuantos años un renombrado psicólogo creo un sistema de modificación de la conducta infantil que consistía en hablar al niño mientras este dormía, para ir quitándole hábitos insociables e irle creando reglas de comportamiento. El sistema pareció tener gran acogida entre cientos y cientos de padres conscientes que con ello parecían haber ganado una batalla en la modelación de la personalidad del niño. Con voz dulce y pausada, los padres iban programando la conducta del paciente para que este se convirtiera en un ser dócil y sin voluntad que no desentonara en absoluto en nuestra sociedad de adultos perfectos y honestos. El sistema, como era de preverse, pronto cayó en desuso. Bien fuera porque los adultos encontraban cada noche muy difícil establecer una autentica tabla de valores o por que la educación se volvió Yo no nací aquí en San Pedro, mis padres si, ahora vivimos en Torreón. Allá estudio, pero seguido vengo. Aquí tengo a mis abuelos, tíos, primos y amigas como Mariela, Claribel y Lizet. En Torreón también tengo amigas y familiares, pero más que nada me gusta San Pedro porque es muy bonito y muy padre. Les voy a decir que a mí me gustan los delfines, las pastas como la que me prepara mi Güita Any, la natación y el color rosa. También les voy a decir que quiero que cuiden San Pedro, que ya no tiren basura, que rieguen los árboles y lo más importante: que no olviden que deben cuidarlo mucho porque ya no va a nacer otra vez y ya no vamos a ver sus calles, sus árboles, sus perritos y sus pájaros. A mí me gusta mucho San Pedro! Ana Jimena Tolentino Hernández MENSAJE

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El niño mexicano, ¿futuro de la patria?

ostensiblemente contra los mismos educadores. Furibundos opositores del sistema llegaron a declarar que habían hecho estudios sobre muchos niños orientados durante el sueño, y que las conclusiones sacadas en esos estudios demostraban que el educando-paciente, en una gran mayoría, había sufrido trastornos graves de personalidad.

Los propósitos de los institutos de higiene mental, de clínicas de la conducta y de institutos pedagógicos especializados particulares o estatales, muy poco pueden hacer a favor del niño cuando la casi generalizada idea es la de convertirlo en un ente social que dé una imagen ideal de nosotros mismos. Necesitamos que el niño se parezca a lo que no somos. El niño libre y sin atadura, nos delatará ante los demás.

Por eso le sometemos desde pequeños. Lo subyagamos, le manejamos con un tono de voz más alto o con un gesto más fiero; por eso le asignamos tareas más humillantes y cuando le pagamos por su trabajo, lo hacemos como si el trabajo de él, por el solo hecho de salir de manos más pequeñas y débiles, valiera menos.

Cierto también es que hay familias donde el niño es el centro del hogar y se ha convertido en un grosero tiranuelo a quien todos están sometidos, pero son casos aislados y producto indiscutible de la misma desorientación de padres y maestros. La sociedad hipócrita que los ha engendrado, merece esos pequeños monstruos.Pero la verdad, en una abrumadora mayoría de casos, es que el niño mexicano es un mandadero absoluto, victima propiciatoria de nuestra intransigencia y mal humor, reflejo fiel de nuestras fallas como seres humanos y producto acabado de nuestro sistema social, donde el más fuerte no solo sobrevive a costa del más débil sino que a éste le convierte en su irredento siervo al que “hay que hablarle fuerte para que se porte bien”.

(Este artículo fue publicado en el primer número del suplemento cultural “Meridiano”, del diario “Noticias”, de Torreón, Coah. el año de 1974. Se ha editado)

“Los Niños son como las estrellas, nunca hay demasiados”.Madre Teresa de Calcuta

Fuente de obediencia, de respeto absoluto, de ausencia de voluntad y sumisión a toda prueba, el niño mexicano empieza a recibir, en forma efectiva, las atenciones oficiales a que siempre ha tenido derecho pero que por una razón u otra le han sido escatimadas y convertidas en demagogia pura. Los casos aislados de protección jurídica o asistencia médica son de obligación, por lo que tratar de probar con ellos que cuidamos la infancia sería volver al círculo vicioso de la palabrería, por más que se acumularan datos reales o ficticios.

Pero si bien es cierto que el estado diseña mecanismos de protección, defensa y desarrollo adecuado para el niño, no es menos cierto que en el hogar, de la clase media para abajo, sobre todo, el niño no es más que un autómata encargado de los oficios más ingratos y más viles.

¿Para quién, sino para el niño, se invento el exquisito y muy flexible vocablo “mandado”? Lo mismo si se trata de levantarse de la mesa a abrir la puerta para ver quien llama, que ir por los cigarros a la tienda de la esquina; o bien para llevar el cenicero o el refresco para las visitas. Lo mismo sirve el niño para tirar la basura que para ir por el periódico, para recoger lo que está tirado en el piso o para ensuciarse las manos con lo que el adulto no se las quiere ensuciar. A ese pobre infeliz le ha tocado todo lo peor, a ese desprotegido a quien llamamos “futuro de la patria” y a quien exigimos que se porte como si ya fuera el presente.

Hace unos cuantos años un renombrado psicólogo creo un sistema de modificación de la conducta infantil que consistía en hablar al niño mientras este dormía, para ir quitándole hábitos insociables e irle creando reglas de comportamiento. El sistema pareció tener gran acogida entre cientos y cientos de padres conscientes que con ello parecían haber ganado una batalla en la modelación de la personalidad del niño. Con voz dulce y pausada, los padres iban programando la conducta del paciente para que este se convirtiera en un ser dócil y sin voluntad que no desentonara en absoluto en nuestra sociedad de adultos perfectos y honestos.El sistema, como era de preverse, pronto cayó en desuso. Bien fuera porque los adultos encontraban cada noche muy difícil establecer una autentica tabla de valores o por que la educación se volvió

Yo no nací aquí en

San Pedro, mis

padres si, ahora

vivimos en

Torreón. Allá

estudio, pero

seguido vengo.

Aquí tengo a mis

abuelos, tíos,

primos y amigas

como Mariela,

Claribel y Lizet.

En Torreón

también tengo amigas y familiares, pero más

que nada me gusta San Pedro porque es muy

bonito y muy padre.

Les voy a decir que a mí me gustan los

delfines, las pastas como la que me prepara mi

Güita Any, la natación y el color rosa.

También les voy a decir que quiero que cuiden

San Pedro, que ya no tiren basura, que rieguen

los árboles y lo más importante: que no olviden

que deben cuidarlo mucho porque ya no va a

nacer otra vez y ya no vamos a ver sus calles,

sus árboles, sus perritos y sus pájaros.

A mí me gusta mucho San Pedro!

Ana Jimena Tolentino Hernández

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