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MERCADO INTERNACIONAL Y ESTRUCTURAS AGRARIAS EN LAS AGRICULTURAS MEDITERÁNEAS, SIGLOS XIX Y XX. M' Teresa Pérez Picazo Universidad de Murcia La difusión del capitalismo en las agriculturas mediterrá- neas constituye un proceso dilatado en el tiempo y heterogéneo en el espacio, debido a la existencia de versiones peculiares del mismo a lo largo y ancho del espacio concernido. Se trata de un fenómeno complejo cuya interpretación correcta requiere la toma en cuenta de factores pertenecientes a ámbitos muy dis- tintos; cuatro de entre ellos han atraído la atención de los his- toriadores que se han ocupado del tema, tanto a escala nacio- nal como internacional: A. La expansión demográfica, que exigió la búsqueda de soluciones más eficientes para alimentar a la población e inte- grar en el entramado social a los sucesivos contingentes de «recién llegados». Soluciones que pasaban tanto por un crecimiento exten- sivo de la producción agricola, vía roturaciones, como por el progreso de los cultivos orientados al mercado, en detrimento de los destinados a la subsistencia. Ello estaba en consonancia con las prácticas de unos campesinos habituados durante su larga historia a vender para comprar. Pese a que tal evolución no fue lineal ni uniforme, como he señalado más arriba, resul- ta evidente ya desde el siglo XVIII la tendencia de la fuerza 389

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MERCADO INTERNACIONAL Y ESTRUCTURAS

AGRARIAS EN LAS AGRICULTURAS MEDITERÁNEAS,SIGLOS XIX Y XX.

M' Teresa Pérez Picazo

Universidad de Murcia

La difusión del capitalismo en las agriculturas mediterrá-

neas constituye un proceso dilatado en el tiempo y heterogéneo

en el espacio, debido a la existencia de versiones peculiares del

mismo a lo largo y ancho del espacio concernido. Se trata de

un fenómeno complejo cuya interpretación correcta requiere la

toma en cuenta de factores pertenecientes a ámbitos muy dis-

tintos; cuatro de entre ellos han atraído la atención de los his-

toriadores que se han ocupado del tema, tanto a escala nacio-nal como internacional:

A. La expansión demográfica, que exigió la búsqueda desoluciones más eficientes para alimentar a la población e inte-

grar en el entramado social a los sucesivos contingentes de «recién

llegados». Soluciones que pasaban tanto por un crecimiento exten-

sivo de la producción agricola, vía roturaciones, como por el

progreso de los cultivos orientados al mercado, en detrimento

de los destinados a la subsistencia. Ello estaba en consonancia

con las prácticas de unos campesinos habituados durante su

larga historia a vender para comprar. Pese a que tal evolución

no fue lineal ni uniforme, como he señalado más arriba, resul-

ta evidente ya desde el siglo XVIII la tendencia de la fuerza

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de trabajo ocupada en el mundo rural a la obtención de exce-dentes comercializables.

B. El cambio institucional ligado a las revoluciones bur-guesas. Primero, porque abrió paso a unos derechos de pro-piedad más eficientes, apoyados en la privatización. Después,porque posibilitó el acceso a la tierra de elementos sociales másdinámicos para muchos de los cuales el factor productivo encuestión ya no era una fuente inmovilizada de renta sino unainversión como otra cualquiera, interesante en la medida en queproporcionase beneficios y estuviese dotada de un coste de opor-tunidad lo más bajo posible.

C. La demanda expansiva de próductos agrícolas por partede los países first comer, que constituyó un auténtico agente dina-mizador. Demanda que si en el siglo XIX fue creciente y diver-sificada -cereales, vino, pasas, aceite, seda, corcho, algodón, taba-co, etc.- en el XX tendió a concentrarse cada vez más haciaun grupo reducido de especialidades típicamente mediterráneas,como el vino y la hortofruticultura. Dc csta forma la estructu-ra de precios, condicionante externo del desarrollo agrícola, seconvirtió poco a poco en el indicador fundamental del mismo;sus variaciones iban a resultar determinantes no sólo en los cam-bios introducidos en el uso del suelo sino también en los gene-rados en otros ámbitos como las formas de tenencia o la dimen-sión de las explotaciones.

D. La especificidad de unas estructuras agrarias cuyos ras-gos más visibles consisten, tanto a comienzos del período estu-diado como a lo largo de él, en la importancia del elementocampesino y, asimismo, en la existencia de considerables dese-quilibrios en la distribución de la propiedad de la tierra.Desequilibrios atenuados parcialmente gracias al incremento dela gestión indirecta (pero no bajo la forma de grandes unida-des de cultivo, salvo de manera excepcional) y a la conserva-ción de ciertos contratos de cultivo de larga duración cuya prác-tica se remonta bastante atrás en el tiempo: las aparcerías (ter^ajes

castellanos, metayage francés, mezzadria italiana, khammesat magre-bí) y, sobre todo, la enfiteusis.

La reflexión sobre los aspectos señalados en este último puntoconstituye el objetivo del presente trabajo (Péiez Picazo 1995 y1996). Se trata de dar cuenta de las posibles transformaciones

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experimentadas por las estructuras agrarias de los países medi-terráneos en relación con la inserción de la actividad producti-va en un mercado progresivamente más amplio. J.M. Naredo,en una publicación reciente (1986) apuntaba la existencia dedos modelos diferentes al respecto. Por un lado, el de la agri-cultura familiar campesina, cuyo rasgo más visible consiste, comoes sabido, en la hegemonía de las unidades de cultivo de dimen-siones modestas, la cuales suelen ser incapaces de generar exce-dentes financieros susceptibles de trasvase a los restantes secto-res económicos, pero sí de desarrollar un mercado de consumomás o menos amplio. Por otro, el caso de las grandes explota-ciones trabajadas con mano de obra asalariada -retribuida casisiempre a la baja-, las cuales sí suelen generar excedentes finan-cieros pero cuya contribución al progreso del consumo en lasregiones donde han sido dominantes es casi siempre mínima. Siaplicamos este esquema a la agricultura mediterránea, la coe-xistencia de ambos modelos es un hecho aceptado por todos;en cambio, no se ha destacado suficientemente el carácter mayo-ritario del primero entre mediados del XIX y del XX. Ello seevidencia, entre otras cosas, en el incremento absoluto y rela-tivo a lo largo de dicho período del grupo de cultivadores modes-tos que alternaban su condición de pequeños propietarios, arren-datarios o aparceros con el trabajo a jornal. Razones ideológicas-los prejuicios de los economistas de inspiración neoclásica omarxista contra la gestión indirecta y/o la explotación familiar-y metodológicas -las frecuentes confusiones entre propiedad yexplotación-, amén de la falta de investigación empírica hastafechas relativamente próximas, contribuyen a explicar esta faltade atención hacia un fenómeno que constituye el rasgo más ori-ginal del proceso que intentamos describir.

I. LOS GRANDES RASGOS DE LA EVOLUCIÓN

A lo largo de los dos siglos considerados se sucedieron tresetapas de fronteras cronológicas borrosas. Durante la primeratuvieron lugar una serie de cambios de índole institucional liga-dos a la revolución liberal en los países europeos y a la expan-sión imperialista de los mismos -con o sin dominio colonial- en

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los islámicos; durante la segunda, por el contrario, fueron loscambios económicos los que ocuparon el centro de la escenapresididos por el progreso de la economía de mercado en laagricultura a través de la intensificación y la especialización;durante la tercera, por último, la agricultura tradicional cono-ce una crisis definitiva, tanto desde el punto de vista tecnoló-gico -la «revolución verde»- como desde el socio-económico -liquidación de las explotaciones familiares. Pero esta evoluciónpresenta dos patrones diferentes según se trate de los países dela orilla Norte o de los meridionales. Aquéllos llevaron a cabosus respectivas reformas entre cuarenta o cincuenta años antesque éstos (recuérdese que las ^ disposiciones jurídicas de nuevocuño no se promulgaron en Turquía hasta el año 1856, com-pletándose en la primera década del siglo XX bajo la influen-cia de los «Jóvenes Turcos», en Argelia entre 1830 y 1873 (LeyWarnier), en Egipto entre 1844 y 1880, etc); el auge de los cul-tivos especializados se retrasó de treinta a cuarenta años y tuvoefectos menos positivos en la vida económica, y la liquidaciónde las explotaciones campesinas no empezó a hacerse evidentehasta los años 1980.

I.1. EL IMPACTO PRODUCIDO POR LAREDEFINICIÓN DE LOS DERECHOS DEPROPIEDAD.

El punto de partida, pues, lo constituye la consolidación dela propiedad privada, que no tardó en configurar la redacciónde los códigos civiles tras la generalización de los cambios polí-ticos que venimos de aludir. Pero, pese al desfase cronológicoexistente al respecto entre los dos grupos de países citados, laevolución sufrida por todos ellos coincide en un aspecto fun-damental: las transformaciones económicas no se aceleraron hastadespués de haberse producido las institucionales. Es entoncescuando la contundencia del golpe asestado a los equilibrios tra-dicionales se hace evidente. El sistema de integración agrosil-vopastoril o de uso múltiple del suelo, basado en los camposabiertos y la organización comunal se desintegró, con los efec-tos de rigor sobre la comunidad campesina, en cuyo seno seaceleraron las tendencias existentes hacia una mayor diferen-

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ciación social. Por supuesto, la transformación resultó más trau-mática en los territorios coloniales, donde se produjo como con-secuencia de una imposición externa a la formación social, queen los países europeos, donde se llegó a ella como desenlace deun proceso de maduración interna. Existe un consenso casi gene-ralizado sobre las perturbaciones introducidas én el mundo ruralpor el choque colonial, tanto en Túnez (Poncet 1961), como enArgelia (Arrús 1985) o Marruecos (Swearingen 1987); en los trespaíses magrebíes parece probado que la colonización rompió lacoherencia de las sociedades campesinas para sujetarlas a unosintereses nuevos y a veces contradictorios: los colonos, el Estado,los lobbys constituidos por grandes empresarios de las ObrasPúblicas, etc. Ello se evidencia, por ejemplo, en la liquidacióndel sistema ancestral que combinaba el tríptico cereales-barbe-cho-ganadería ovina buscando la complementariedad espacial;los rebaños practicaban una transhumancia de largo recorridopasando la mayor parte del año en el Sur y remontando alNorte cuando, una vez recogidas las cosechas, podían pastar enlos rastrojos (achaba). El sistema recuerda la derrota de mieses,el adehesamiento y la transhumancia de largo recorrido, tancaracterísticos de la mayor parte de las regiones españolas y delSur de Italia durante el Antiguo Régimen.

En segundo lugar, la serie de medidas ligadas a las refor-mas agrarias liberales -Desamortización en España, Italia yFrancia, venta de bienes de la nobleza en esta última, repartode Tierras Nacionales en Grecia, supresión del waqf (fundacio- .nes piadosas) en los países islámicos, delimitación de las tierrascolectivas de las tribus y acantonamiento de las mismas en Argeliao Túnez, etc- desencadenaron un vasto proceso de enajenaciónde fincas que condujo en muchas áreas regionales a un refor-zamiento de la propiedad campesina globalmente considerada.Numerosas investigaciones empíricas lo han corroborado en estosúltimos años; en España, por ejemplo, según datos de los CensosNacionales de 1797 y 1860, el número de pequeños propieta-rios se multiplicó por 3,75, el de arrendatarios se estabilizó yel de jornaleros se inultiplicó también por 2,56. En Egipto, pesea la implantación del régimen de «Concesiones» en 1844 -quecondujo al reparto de grandes lotes de tierras entre funciona-rios y/o notables-, a los nuevos códigos y a la venta de las tie-

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rras incluídas en habus (otra forma de designar las fundacionespiadosas), la propiedad campesina siguió representando más dela mitad del total (Ruf 1985). Todo lo cual no obsta para quela cantidad de tierra que correspondió per capita a los nuevospropietarios fuera casi siempre reducida.

Pero el ámbito en el que las reformas tuvieron mayor alcan-ce, fue, desde luego, en el nuevo estado griego, parte integrantehasta 1821 del Imperio otomano. Conviene recordai aquí laespecificidad del derecho territorial islámico, que no contem-plaba la apropiación privada, y que tuvo como corolario la debi-lidad e incluso inexistencia de un sector social de importanciaconsiderable en el Occidente feudal: los grandes terratenientes.Esta característica tan peculiar iio sólo se mantuvo tras la inde-pendencia sino que se reforzó debido a las iniciativas del nuevoestado, que entregó en enfiteusis a los campesinos las tierrasconfiscadas a los otomanos (Tierras Nacionales). La medida seríade gran alcance en el futuro puesto que la reforma agraria de1871 sólo tuvo que proccder, al conceder a los enfiteutas lapropiedad plena de sus parcelas, a un reconocimiento de lasituación de facto. Así desde fechas tempranas se afirmó el pre-dominio de la pequeña explotación familiar campesina, que cons-tituye el rasgo más significativo de las estructuras agrarias grie-gas durante el período contemporáneo (Dertilis 1992 y 1993,Karouzou 1993).

Podemos concluir este apartado afirmando que los grandespropietarios de antaño, individuales o colectivos -nobleza, insti-tuciones religiosas de diverso tipo y credo, municipios, comuni-dades campesinas familiares o tribales- vieron debilitada su posi-ción preeminente en lo relativo al acceso a la tierra; de hecho,las últimas casi desaparecieroon como titulares de fincas. Sulugar fue ocupado por dos giupos sociales bien identificados: lasnuevas burguesías de origen variopinto (representantes del capi-tal mercantil y/o financiero y labradores acomodados en los paí-ses de la orilla Norte; colonos franceses, notables egipcios, sirioso magrebíes en los de la orilla Sur) y el campesinado. Huelgadecir que los primeros se llevaron la parte del león pese a locual el segundo vió incrementado notoriamente su acceso a latierra; en el peor de los casos, mantuvo sus posiciones, aunquefuera en condiciones más precarias. Es lo que sucedió en los

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países magrebies, donde la pequeña propiedad de los fella/u coe-xistió dificilmente con las grandes explotaciones mecanizadas delos colonos. Se ha hablado por ello con cierta razón de unaespecie de «dualismo agrario», ya que las primeras tenían comoobjetivo fundamental la cerealicultura de subsistencia y las segun-das los cultivos de exportación, pero el hecho es que de algu-na manera se complementaban por la vía del trabajo asalaria-do, los préstamos tecnológicos, la venta de pequeños excedentescomercializables, etc. Otro tanto ocurría en Egipto, donde elcambio de tecnología hidráulica operado a mediados del XIX-evolución desde el régimen de crecida al regadío permanente-influyó en la fijación de los campesinos sobre una misma tierra;hasta entonces trabajaban sobre una parcela inundada even-tualmente para un solo ciclo de cultivos, pero nunca estabanseguros de volver a la misma el año siguiente. Ahora, en cam-bio, el derecho de uso precario se convierte en derecho deexplotación estable y heredable y el cultivo se diversifica e inten-sifica para hacer coexistir el destinado á la subsistencia -trigo,maíz- con el algodón, impuesto por el Estado y necesario parareunir el dinero con el que pagar los nuevos impuestos .

Resta por aludir a un fenómeno que iba a permitir a undenso colectivo de cultivadores modestos el acceso a la tierra:el desarrollo de la gestión indirecta, cuya práctica masiva cons-tituye uno de los hilos conductores del período subsiguiente enel aspecto que nos ocupan.

En efecto, la omnipresencia de dicha forma de cultivo noiba a verse debilitada tras la liquidación del Antiguo Régimen,pese al cambio habido en el estatuto de la tierra y al trasiegoen la titularidad de la misma. En ello tuvo mucho que ver lapropia revolución liberal, que puso en pie un marco juridicofavorable a los propietarios al introducir, por ejemplo, la librecontratación en los códigos. Asimismo fueron desapareciendo delos contratos las cláusulas que favorecían a los arrendatarios:López Estudillo informa como en la campiña cordobesa se supri-mió la denominada de esterilidad, consistente en una reducciónde la renta o en la autorización a introducir cambios en el cul-tivo, siempre que el arrendatario denunciase con antelación loescaso de la cosecha, pudiendo reducir la parte satisfecha engranos de la renta mixta a 2/9 de la cosecha bruta de la hoja

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del año (López Estudillo 1996). No se trata de un hecho aisla-do; en numerosas regiones españolas e italianas la cláusula de«riesgo y ventura» permitió echar sobre los hombros del explo-tador indirecto las áleas de la actividad agraria; así, en los arren-damientos de las huertas valencianas.y murcianas se especifica-ba que no se podía pedir rebaja por «peste, guerra, niebla,langosta, avenida de agua, esterilidad, ni por cualquier otro casofortuito» (Pons 1993). Este tipo de exigencias hubieron de tener

mayor alcance en una economía de mercado que en el AntiguoRégimen agrario, ya que a las áleas climáticas se añadían ahoralas derivadas de la coyuntura.

De una forma u otra, pues, parece demostrado que no sedio a medio plazo esa desposesión masiva del campesinado -por lo menos no en todas partes- que una parte de la histo-riografia agraria consideraba como probada hasta hace no muchotiempo. En régimen de propiedad, de quasi-propiedad o de explo-tación indirecta, la pequeña explotación familiar campesina ibaa disfrutar de excclente salud por lo meiios durante un siglo y,lo que es más importante, proporcionar en la mayor parte delas regiones mediterráneas el marco en el que iban a desarro-llarse los nuevos cultivos especializados.

I.2. CAPITALISMO LIBERAL Y EXPLOTACIÓNFAMILIAR CAMPESINA ( 1850-1950)

Desde 1840-1850 grosso modo, hasta la Primera GuerraMundial, el capitalismo europeo atraviesa su etapa concurren-cial, denominada «liberal» o«clásica» por los manuales al uso.Aun sin entrar a fondo en el tema, conviene recordar aquí dosde los caracteres mayores de dicha etapa por su influencia deter-minante en el tema que . nos ocupa: el fuerte crecimiento delcomercio de exportación y la violencia de las fluctuaciones cícli-cas, que afectaron a todas las variables de la vida económica(precios, salarios, producción, tipos de interés, etc.). Recuérdese,en lo concerniente a los intercambios, que su volumen se mul-tiplicó por veinticinco entre 1800 y 1913 según estimaciones deP. Bayroch, lo cual implica un crecimiento superior al experi-mentado por la industria y por la economía ,en su conjunto. Enla segunda de las fechas señaladas la tasa de exportaciones de

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la economía europea ascendía al 14%, porcentaje que no vol-verá a conseguirse en los sesenta años posteriores por lo quesupone un logro histórico. Una serie de circunstancias conco-mitantes de diversa índole facilitaron esta tendencia positiva: larevolución de los transportes, la existencia de una prolongadafase de librecambio (incluso durante la Gran Depresión finise-cular las tarifas protectoras fueron por lo general moderadas),la gran movilidad de los factores de producción, la adopciónmayoritaria del Patrón Oro, etc. Obviamente, este aceleradoprogreso de los intercambios hubo de favorecer el de la espe-cialización agrícola.

Ahora bien, el dinamisno del comercio exterior -dentro del

cual el correspondiente a los productos agrícolas ocupaba un

puesto de primer orden- no debe ocultar la existencia de crisis

periódicas de excepcional dureza, como venimos de señalar. Tanto

más cuanto que no se veían mitigadas por una política antici-

clo del corte de las que se practican en la actualidad, no sólo

a causa del liberalismo ortodoxo de los gobernantes que les

vedaba una intervención activa en la vida económica, sino por

el respeto a las reglas no escritas del Patrón Oro. La más seve-

ra, tal vez, era la que introducía fuertes restricciones en la con-

cesión de créditos durante las fases depresivas. Ello no carecía

de lógica dentro de un sistema en el cual los déficit de la

Balanza Comercial -sector terciario incluido- se saldaban con

metal amarillo para evitar la depreciación del tipo de cambio

en el mercado internacional, fenómeno que solía acompañar a

las fases en cuestión. De ahí que los Bancos centrales apreta-

sen los cordones de la bolsa mientras duraba la tendencia a la

baja, encareciendo el dinero mediante la elevación de los tipos

de interés y las tasas de descuento. Se aseguraba así la estabi-

lidad monetaria pero no la de la vida económica, ya que las

contracciones periódicas de los precios generaban recortes en la

producción, ajustes en los salarios y en el empleo y quiebras

empresariales precipitadas por la falta de liquidez. Si bien el

sistema global se veía periódicamente «purgado» de sus orga-

nismos económicos marginales, los efectos sociales resultaban

devastadores. No parece sorprendente, pues, que en el caso de

la empresa agrícola los titulares de las mismas aplicasen todo

su ingenio para encontrar fórmulas que les permitiesen des-

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arrollar la intensificación y la especialización sin asumir ínte-gramente unoŝ riesgos como los descritos.

Es el momento de señalar hasta que punto la coyuntura queatravesaban la mayor parte de las regiones mediterráneas y lasestructuras agrarias de las mismas constituían un marco ade-cuado para el logro de este doble objetivo. A mediados delXIX, en efecto, la agricultura tradicional ya no se podía con-siderar sostenible, tratándose como se trataba de un sistema quehabía perdido su autosuficiencia y que dependía cada vez másdel mercado exterior para obtener medios de producción impres-cindibles para su buen funcionamiento (entre otros, los abonosquímicos). La economía «orgánica», pues, estaba en trance dedesaparición; su decadencia se había acelerado a causa de lasreformas liberales que, como se ha indicado más atrás, rom-pieron el delicado equilibrio que combinaba los aprovechamientosagrícolas y pecuarios. Sin olvidar, claro está, que el cambio derégimen político y económico aceleró la monetarización delmundo rural, cuyos habitantes necesitaban ahora mayor canti-dad de numerario para pagar los nuevos impuestos, la renta dela tierra y la adquisición de aquellos productos que ya no obte-nían in situ; el momento, pues, era propicio para impulsar lamercantilización de sus actividades productivas.

Desde el punto de vista de las estructuras agrarias el fenó-meno más llamativo era la persistencia de la pequeña agricul-tura campesina. Ni en los países europeos ni en los islámicosse produjo esa «muerte anunciada» del sector en cuestión, tan-tas veces profetizada por economistas de diversas escuelas, pesea una tendencia de fondo a la concentración de la tierra.Tendencia más pronunciada en las áreas coloniales que en lasrestantes como es el caso del Maghreb; en cambio, en Siria oEgipto la pequeña y mediana propiedad registra una sorpren-dente capacidad de supervivencia. En este último país, ambascategorías ocupaban a fines del XIX el 56% del suelo y repre-setaban el 98,5% del total de propietarios. Si a estos porcen-tajes se suman los representados por la tierra cultivada en régi-men de aparcería -casi siempre articulada en parcelas de tamañoreducido- se comprueba que en el Valle del Nilo las familiascampesinas fueron las grandes protagonistas del proceso que con-dujo a la especialización algodonera a ultranza. El hecho dista

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de ser excepcional ya que allí donde se desarrollaron los culti-vos comerciales con mayor intensidad, la presencia de la modes-ta explotación familiar fue mayoritaria. Es el caso del tabaco yla pasa en Grecia, del viñedo en Italia, el Sur de Francia ynumerosas regiones españolas desde Cataluña a Málaga, de lahorticultura y, en menor medida, del naranjo. En estas condi-ciones, parece más coherente hablar de adaptación, como haceR. Domínguez (1996) que de supervivencia; es muy probable,en efecto, que la organización productiva citada se haya vistoconsolidada por las prácticas intensivas y la orientación haciael mercado.

Por consiguiente, parece llegado el momento de aludir, siquie-ra sea brevemente, a la fisonomía de las explotaciones en cues-tión, ya que determinados rasgos de las mismas pueden habercontribuido a una evolución como la apuntada. Entre ellos con-viene destacar, sin lugar a dudas, su carácter familiar y el hechode que se tratara de un sistema apoyado en la pluriactividad,la autoexplotación y el predominio de una tecnología intensivaen trabajo, más que en tierra o en capital.

La centralidad del grupo doméstico, definida hace tiempopor Chayanov, constituye tal vez el rasgo más específico. Significaque cada explotación constituye una unidad de producción yreproducción, cuyo objetivo primordial no consiste en la obten-ción de beneficios sino en la reproducción fisica de la misma yde los miembros del grupo, por lo que no se mide ni calculaen términos crematísticos el tiempo y el esfuerzo que cuestaconseguirlo. Por tanto, las estrategias de supervivencia se ponenen marcha no tanto a nivel individual sino familiar, como resul-tado de una compleja red de decisiones que afectan, por unlado, al tamaño del colectivo y, por otro, a la organización dela fuerza de trabajo interna, que participa casi al completo enla actividad productiva. Muchas veces esa participación consis-te en el trabajo fuera de la empresa familiar para conseguirdinero liquido: colaboración en las labores agrícolas estaciona-les cuando la oferta de jornales sube, bien en las grandes fin-cas de la propia comarca bien en áreas más o menos alejadas,dando lugar así a movimientos migratorios de amplio radio; bús-queda de empleos en el sector secundario (por ejemplo, mani-pulación el tabaco en Tesalia o de la naranja en los almacenes

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valencianos, colocación en los establecimientos textiles enCataluña y en los conserveros en Murcia, etc.) y, por supues-to, el servicio doméstico tanto urbano y femenino como ruraly masculino (mozos de labranza, pastores, muleros, etc.). A seña-lar que, excepto en el caso de los trabajos estacionales máspesados, era la mano de obra joven y/o femenina la que pro-porcionaba estos ingresos complementarios.

En cuanto a las peculiaridades productivas, acabamos dealudir al fenómeno de la pluriactividad en su acepción de tra-bajo externo, pero resulta igualmente importante en lo que serefiere a la propia explotación. Se trata de diversificar los apro-vechamientos agropecuarios, manteniendo dentro de los cultivosespecializados un sector de actividad orientado a la subsistenciaaunque fuera de forma limitada. A veces, esta diversidad deactividades choca por su complejidad: un poco de cerealicultu-ra, algún cultivo de huerta, arbolado de secano y/o de rega-dío, modestos aprovechamientos ganaderos, ventas de pequeñosexcedentes en los mercados más próximos, etc. Muchas de ellasconocieron incluso un mayor desarrollo gracias a la moderni-zación progresiva de la economía rural pero, en realidad, elcampesino ha sabido desde siempre hacer un poco de todo. Estano-especialización relativa es una opción deliberada frente a laaleatoriedad, pues ninguna actividad aporta unos rendimientosseguros; de ahí la ancestral prudencia campesina consistente,según el viejo dicho francés en ane pas mettre tous les oeufs dans

le mŝme panien^. Con frecuencia el objetivo a alcanzar consistíaen el autoabastecimiento de cereales, bien reservándoles algunaparcela -en el secano- bien introduciéndolos en la rotación decultivos -en el regadío. G. Gavignaud (1983) atestigua que losviticultores del Rosellón y del Languedoc cultivaban el trigo enlas parcelas de peor calidad, alejadas de la zona de monocul-tivo; otro tanto se detecta en el Sur de Grecia (Franghiadis1990) y en numerosas comarcas vitícolas españolas como la deRequena-Utiel, el Valle del Vinalopó, el Altiplano de Yecla-Jumilla y La Mancha. En cuanto al regadío, la larga perma-nencia del trigo en sus complejas alternancias tiene el mismosentido: es el caso tanto de las huertas de Valencia y Murciacomo del Haouz de Marrakech o la Ghouta de Damasco. Todavíaen el momento actual la especialización progresa lentamente en

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los nuevos perímetros regados marroquíes porque los fellahs se

resisten a abandonar definitivamente el cultivo de los cereales,

que siguen considerando una especie de «seguro» frente a las

incertidumbres climáticas y del mercado (Perennés 1993). Pero

ello no agota las estrategias campesinas, ya que en determina-

das ocasiones el esfuerzo de la colectividad tuvo como objetivo

el mantenimiento de los viejos cultivos comercializables que se

consideraban imprescindibles para conseguir ingresos líquidos.

Tal es el caso del arbolado de secano (olivo, almendro, higue-

ra, etc.), que permite aprovechar las pendientes, minimiza los

riesgos puesto que la inversión se escalona en el tiempo y cons-

tituye una forma de capitalizar las ganancias; es, pues, casi la

banca del pequeño agricultor mediterráneo. Otro tanto sucede

en el regadío, donde la morera tuvo un papel similar a finales

del XIX y comienzos del XX. Desaparecida como cultivo espe-

cializado, los huertanos de Valencia y sobre todo los de Murcia

conservaron los árboles en los márgenes de las parcelas y a lo

largo de los caminos para asegurarse con una explotación seri-

cícola complementaria, dejada al cuidado de mujeres y niños,

unos aportes dinerarios necesarios para pagar la renta. Todo lo

cual confería gran solidez a este tipo de empresas, ya que en

una coyuntura caracterizada por la fuerte inestabilidad de los

precios los costes de reproducción podían ser reducidos en los

períodos deflacionarios por medio del repliegue hacia el auto-

consumo y/o el trabajo exterior; de ahí sus ventajas compara-

tivas frente a la gran explotación de tipo capitalista.

Resta por aludir a la tendencia a la autoexplotación, que

va a coordinarse admirablemente con el proceso de intensifica-

ción que estaba comenzando a expandirse en la agricultura medi-

terránea. Su consecuencia más inmediata hubo de ser el aumen-

to de la productividad de la tierra, por lo que las técnicas

puestas en contribución pueden considerarse como ahorradoras

de dicho factor productivo. El hecho permitió a los grandes

terratenientes ^ subdividir sus fincas en unidades de cultivo de

dimensiones reducidas, con el claro objétivo de maximizar las

rentas. Si los colonos lo aceptaron fue, aparte de la ya señala-

da situación de «hambre de tierra», porque confiaban en que

el incremento de la productividad y la posibilidad de obtener

excedentes comercializables asegurasen su supervivencia. Todas

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aquellas regiones o comarcas donde el cambio agrario se apoyóen la gestión indirecta y en explotaciones parcelarias presentanuna dinámica similar, caracterizada por el empequeñecimientoprogresivo de las mismas; ello resulta particularmente visible enlas áreas de regadío (Calatayud 1989 y 1992). La práctica deun policultivo en el que entraban productos de subsistencia -trigo, patatas, habas, judías- y otros comercializables -hortalizasen general, nuevo arbolado- ayuda a explicar el fenómeno.

Este breve repaso de los caracteres mayores del capitalismoliberal y de la pequeña producción campesina tiene la virtudde mostrar cómo se complementaron ambos en la etapa consi-derada, pese a que por principio se define al uno por su dina-mismo y a la otra (erróneamente) por su inmovilidad (Hope yLangton 1994). De ahí que la estrategia desplegada por los pro-pietarios, buenos observadores del fenómeno, estuviera dirigidaa beneficiarse del crecimiento de la demanda y del desarrollode los intercambios promoviendo el cambio agrario pero inten-tando a la vez que fueran los campesinos los que cargasen conlas incertidumbres de la coyuntura. Tanto más cuanto que lastransformaciones introducidas en el uso del suelo hubieran exi-gido una inversión de capital considerable de haberse verifica-do con asalariados en el marco del cultivo directo durante unperíodo en el que el dinero era caro y las instituciones espe-cializadas en el crédito agrario, escasas. En estas condicionesparece lógico que los citados agentes económicos apelasen alesfuerzo y al ahorro del campesinado incentivándolo por mediode fórmulas arrendaticias lo menos precarias posibles (típicas delos regadíos) o con el señuelo de la quasi-propiedad. Tal fue elcaso de la enfiteusis, mayoritaria en el viñedo, donde el pro-pietario tenía el dominio directo y el enfiteuta el útil; el pri-mero ponía la tierra y el segundo el trabajo, çomprometiéndo-se a verificar a su costa las plantaciones de . cepas en un plazodeterminado y a cuidarlas. En contraprestación la cantidad apagar -en dinero o especie- por este último era muy modera-da o nula hasta que las vides diesen fruto, pero lo más intere-sante es que recibía la explotación con carácter vitalicio o hastala muerte de las cepas -la rabassa mo^ta catalana-; en otros casos,como sucedía en Requena-Utiel, el Valle del Vinalopó, diversasregiones italianas y el Peloponeso, cuando se extinguía el con-

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trato una vez las plantas en plena producción, tenía derecho auna parte de la tierra. La opción parece perfectamente racio-nal en un contexto socio-económico en el que el factor másabundante era el trabajo humano, mientras que la tierra y elcapital escaseaban o eran caros. El resultado iba a ser la cons-titución de un número creciente de unidades de cultivo supe-ditadas formalmente a la renta de la propiedad.

Lo dicho hasta aquí no implica que los latifundios y muchomenos la gran propiedad hubiesen desaparecido. De hecho, lapermanencia de los primeros en determinadas regiones ha pro-movido un debate sobre las causas históricas del fenómeno tanrico bibliográficamente como el abierto en torno a la eficienciade la gestión indirecta y la tenencia campesina. Durante muchotiempo, además, la toma de conciencia de las profundas raíceshistóricas de los mismos condujo a que se les considerase comouna supervivencia feudal y como un tipo de empresa agrariaarcaica y poco rentable. En el caso de España, A.M. , Bernal,en un trabajo de síntesis reciente (1988), demuestra por el con-trario que los latifundios andaluces y extremeños poseían cier-ta dosis de versatilidad y que fueron gestionados con la mira-da puesta en el mercado a partir de las décadas centrales delXIX. De ahí el proceso de modernización iniciado entonces yacelerado en las dos últimas décadas de la centuria que se plas-mó en la sustitución del sistema al tercio por el de año y vez,y en el desarrollo de los cultivos de plantación; en cambio, lamecanización sólo se introdujo de manera incipiente. Por el con-trario, en el caso del Mezzogiorno y Sicilia, esta última pro-gresó con rapidez (Corona 1990 y 1995). Parece claro que lasestrategias de los propietarios de ambos espacios regionales noestaban inspiradas por la rutina sino por la asunción de las dife-rentes características del mercado de trabajo: en el caso espa-ñol, existencia de una mano de obra abundante y barata, dota-da de escasa movilidad; en el italiano, fuerte alza salarialrelacionada con el fuerte impulso recibido por la emigracióntransoceánica a fines del XIX y comienzos del XX.

El cuadro no queda completo, sin embargo, sin incluir enél la formación de una nueva cohorte de grandes propiedadesen el Maghreb, subsiguientes a la colonización francesa y a ladesposesión parcial de los campesinos. En Argelia y Túnez sus

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titulares fueron los colonos y las grandes sociedades anónimasde la metrópoli; en Marruecos, los notables locales, en los quelas autoridades del Protectorado delegaron las responsabilidadesadministrativas. Se trataba de una agricultura dirigida por unaclara mentalidad de lucro y cuya «Santísima Trinidad consistíaen mecanizar, regar y exportar» (Perennés 1993). El mejor arque-tipo de la misma lo constituye, sin duda, el argelino, donde elfactor determinante de la reordenación del espacio y de los cam-bios en la estructura de la propiedad fue la predilección de lapolítica colonial por las grandes obras hidráulicas, las cualesconstituyeron en muchos casos un auténtico rodillo para la heren-cia técnica y social de los fellahs. Esta opción, que como todaslas de tipo tecnológico estaba muy lejos de ser neutral e impli-caba fuertes connotaciones políticas y económicas, se justificabaperfectamente desde el punto de vista de los administradorespor su contenido centralizador y por su capacidad de crear ala larga unos sólidos lazos de dependencia para la sociedadrural, en función no sólo dcl control ejercido por los grandespropietarios sobre la tierra y el agua sino del monopolio de losespecialistas sobre unos equipos y unos sistemas de riego infi-nitamente más complejos que los tradicionales (Cóte 1988).

Ahora bien, dado el carácter minoritario de estos sistemaslatifundistas en el conjunto de la agricultura mediterránea deesta etapa, parece adecuado dedicar mayor atención a la peque-ña producción campesina. Por tal razón voy a proceder a pre-sentar unos pocos ejemplos de manera algo más pormenori-zada con el fin de mostrar cómo funcionaba en la realidad elmodelo desarrollado páginas atrás. Dentro del gran abanico deposibilidades existentes he optado por los casos del viñedo y dela producción hortofrutícola dada la amplia difusión de ambosaprovechamientos en la etapa que estamos estudiando.

Comenzando así por el viñedo, su expansión había comen-zado en muchas regiones ya en el siglo XVIII, pero su épocade oro no tuvo lugar hasta la siguiente centuria, aunque ellosuceda en fechas distintas según las regiones y países. La for-mación de los respectivos mercados nacionales y, sobre todo, elaumento de la demanda internacional, ligada a la industriali-zación, a la subida del nivel de vida y a la urbanización, cons-tituyeron el origen del fuerte tirón que impulsó el progreso viti-

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vinícola. La principal cuestión planteada, sin embargo, es comopuede asociarse un fenómeno económico que implicó a la vez •un incremento cuantitativo impresionante y un proceso cualita-tivo de especialización con el carácter tradicional que ofrecíanlas estructuras agrarias en la práctica totalidad de las regionesmediterráneas.

Hay que tener en cuenta, para empezar, que la viña eraun auténtico «cultivo del pobre» dada su capacidad de adapta-ción a los suelos pobres y pedregosos y sus escasas necesidadesde agua; en realidad, esta planta arbustiva sólo es exigente enel recurso más abundante de la época -y por ende, relativa-mente barato-, el trabajo humano, de ahí que se le considerecomo un cultivo «poblador». Si a todo ello se añade la orien-tación comercial de la producción vinícola se entiende que estaforma de aprovechamiento obtuviera un claro protagonismo traslas reformas liberales, que hicieron desaparecer las viejas trabascomunales e introdujeron en el mercado miles de hectáreas detierras de desigual calidad. En unos campos con densidades cam-pesinas relativamente altas, la respuesta articulada al avance delos mecanismos del mercado pasó en muchas áreas por el desa-rrollo del viñedo, que estimuló de forma significativa las rotu-raciones de terrenos incultos, laderas montañosas y piedemon-tes, en los cuales se difundieron los nuevos plantíos de cepas.Pero, pese a ello, lo más significativo fue lo limitado de lastransformaciones estructurales ya que el cultivo de la vid y laobtención de vinos y pasas continuaron siendo una tarea desem-peñada por explotadores campesinos con algunas excepcionescontadas (grandes dominios del Languedoc, viñedos jerezanos,nuevas explotaciones de Argelia...)

Dentro de esta características que pueden considerarse gené-ricas, no es dificil diferenciar dos grupos de países en lo quese refiere a las estructuras agrarias: aquellos en los que predo-minaba la gestión indirecta (casi siempre en forma de aparce-ría) o la quasi-propiedad (enfiteusis, sabassa mo^ta) como Españae Italia, y aquellos en los que la pequeña propiedad a vecesmicrofundista era la norma como Francia, mientras Grecia ocu-paba al respecto una posición intermedia. En todos ellos tuvolugar el mismo avance espectacular de las plantaciones: enEspaña, la superficie ocupada por ellas se incrementó entre un

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0,7 y 1,1% desde finales del XVII hasta 1860 (Pan Montojo1994); en Francia, en las regiones meridionales, el porcentajede aumento supuso un 10% entre 1830 y 1893.

Pero veamos las estrategias desplegadas para desarrollar laexplotación vitivinícola. En el caso de España, los grandes pro-pietarios de la mayor parte de las regiones concernidas(Cataluña, País Valenciano, Murcia) optaron por recurrir a lamano de obra campesina para la verificación de las roturacio-nes, primero, y de la implantación de las cepas, después. Elmecanismo jurídico utilizado fueron los contratos de larga dura-ción a los que aludimos páginas atrás y que presentaban deter-minadas versiones regionales: la rabassa morta y el establiment enCataluña, la enfiteusis en Valencia y Murcia, la cesión de lamitad de la tierra en la parte castellana del País Valenciano(Requena y Utiel), etc. Sólo se exceptúan de esta fisonomíageneral Málaga y Almería, donde dominaba el pequeño y media-no propietario, cuyas explotaciones no eran mayores ni sus pro-cedimientos muy diferentes a los de los rabassaires catalanes olos enfiteutas de las demás regiones citadas. EI gran problemaplanteado por este procedimiento fue que a la vuelta de unosaños comenzó a desarrollarse una conflictividad cada vez másviolenta a causa de las tensiones entre los titulares de los domi-nios directo y útil que pleiteaban sobre a quien correspondía lacalificación de propietario, conflicto que ŝalió a la luz, por ejem-plo, en Cataluña, cuando la epidemia filoxérica arrasó los viñe-dos y obligó a reponerlos con cepas americanas, de vida máscorta, lo que acortó a su vez los largos plazos de los contratosde rabassa morta, o en la comarca de Yecla Jumilla cuando lospropietarios comenzaron a desvirtuar la enfiteusis y a conver-tirla en aparcería.

En cuanto a Francia, la ampliación de la superficie de viñe-do en el Languedoc, el Rosellón y la Provenza -las regionesmediterráneas propiamente dichas- fue aún mayor que en Españao Italia. Con excepciones locales, ello fue obra de colectivida-des campesinas que ya durante el Antiguo Régimen habían rotu-rado poco a poco las garrigas y las laderas montañosas (Pech1975, Gavignaud 1983, Rinaudo 1978, 1989 y 1990), ocupan-do asimismo las zonas costeras y las áreas de expansión de lasciudades (Nimes, Montpellier, Beziers, Narbona, Perpignan, etc.).

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Estos viticultores minifundistas solían poner, además de su viñe-do, una parcela sembrada de trigo en un rincón del secano,una casa en el pueblo o burgo y, a veces, un diminuto terre-no de huerta inmediato al mismo. 1\TOS encontramos, pues, anteuna pequeña producción campesina comercializada, en cuyo senola casi totalidad de los trabajos se hacían manualmente y quese benefició de un largo período de bonanza que duró hastalas décadas centrales del XIX. A partir de entonces, diversasplagas criptogámicas -el oidium y la filoxera- y la baja de pre-cios provocada a fines de la centuria y comienzos de la siguien-te por la superproducción -las crisis de mévente- darían lugar auna original forma de autodefensa, el movimiento cooperativo,eficaz sistema de superación del individualismo campesino.Gracias al asociacionismo, estos pequeños productores sin mediosfinancieros pudieron defenderse mejor de las fluctuaciones deprecios, neutralizar la ventajas de los grandes propietarios queconstruían bodegas modernas con el fin de mejorar el procesode vinificación y reducir los márgenes de los intermediarios. Nose encuentra nada parecido en las comarcas vinícolas de los res-tantes países mediterráneos

Por último, en el caso griego (península del Peloponeso eislas Jónicas) la obtención de la pasa era una actividad cara,sobre todo en términos de capital fijo. Dadas las formas rudi-mentarias que entonces presentaba el crédito agrícola, estos reque-rimientos de capital resultaban muy pesados, por lo que losescasos propietarios de cierta consideración preferían dar sus tie-rras en aparecería a los campesinos, concluyendo una serie deacuerdos con los mismos según los cuales los primeros cedíanla tierra y contribuían monetariamente a los gastos (a veces bajola forma de préstamos con interés muy bajo). En cuanto al cam-pesino, asumía la responsabilidad de la plantación y el cuidadode las cepas, así como los tratamientos especiales durante cincoaños, hasta el momento en el que alcanzaban un grado deter-minado de desarrollo. Una vez llegado este momento, se pro-cedía a dividir el viñedo en dos partes iguales, una para el pro-pietario original y la otra para el cultivador. Si este no habíareembolsado a aquél el anticipo concedido inicialmente, su partepermanecía como prenda en manos del acreedor hasta que pro-cediera a la devolución total del dinero. Este sistema constitu-

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yó, junto con el reparto de Tierras Nacionales, la principal víade acceso a la propiedad vitícola por parte del campesino. Asípues, el rápido desarrollo del monocultivo de la pasa no alte-ró el carácter predominantemente familiar de las explotaciones;por el contrario permitió aprovechar las ventajas comparativasde estas últimas. Una evolución hacia la agricultura capitalistaapoyada en el trabajo asalariado hubiera exigido cambios radi-cales en las técnicas de cultivo e inversiones más altas en tér-minos de capital, tanto más cuanto que la oferta de trabajoagrícola en Grecia era defectuosa, lo que daba lugar a unoscostes salariales altamente inelásticos. Resultado: los propietariosevitaban asumir el riesgo de los inflexibles costes de cultivo yde un mercado tan variable como el de la pasa, prefiriendo lle-gar a un acuerdo con los campesinos (Franghiadis 1990).

Si el viñedo era un «cultivo del pobre» la hortofruticulturapresentaba unas connotaciones muy distintas debido a sus mayo-res exigencias en suelo y en agua y al carácter altamente remu-nerativo de sus producciones; hoy se considera que el desarro-llo de la misma constituyó el principal agente modernizador dela agricultura mediterránea. Además, el ciclo expansivo siguióuna cronología muy diferente al de la vid: arranca en la segun-da mitad del XIX y el progreso no se acelera verdaderamentehasta las primeras décadas del XX. El fenómeno constituye unepisodio más en la sucesión histórica de ciclos agrícolas domi-nados por un producto de exportación («producto vector») tancaracterística de este ámbito. En cuanto a la influencia del nuevoaprovechamiento en la modernización del sector, de todos essabido que fue en sí mismo una poderosa palanca que empujóel avance del secano sobre el regadío y de la gran hidráulicasobre la pequeña y mediana. A medida que ello sucedía, elcambio tecnológico iba a dar lugar a una profunda transfor-mación en la forma de reparto del excedente agrario y, porende, en el grupo de protagonistas de las transformaciones, tantoen el aspecto espacial como en el social. Se iba a cumplir asíuna vez más una de las leyes históricas del regadío: cada modi-ficación sustancial introducida en el mismo tanto desde el puntode vista de la tecnología como de los cultivos, va acompañadade cambios en las relaciones entre las diversas categorías depropietarios y de la aparición de una nueva elite dentro de estos

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últimos, casi siempre de procedencia social distinta a la de laetapa anterior

Centrándonos en el caso español, el avance del nuevo cicloagrícola no fue homogéneo ni en el tiempo ni en el espacio,ya que no apareció en todos los regadíos a la vez, sino que sepropagó de Norte a Sur. En un primer momento, las regionesmás favorecidas fueron Cataluña y la parte del País Valenciano(Castellón y la provincia de Valencia), privilegiadas por su mayorproximidad a los mercados exteriores, superior desarrollo eco-nómico y unas dotaciones hídricas más altas. Poco a poco, sinembargo, a medida que fueron mejorando los medios de trans-porte, los nuevos cultivos comenzaron a ganar terreno en Alicante,Murcia y Almería, y ello por dos razones: costes salariales másbajos, ligados a las características económicas de unas provin-cias menos desarrolladas, y ventajas comparativas naturales, deri-vadas del gradiente térmico, que permitía mayor precocidad endeterminadas producciones. Simplificando mucho se puede afir-mar que las cifras de crecimiento más elevadas se dieron enCataluña en la segunda mitad del XIX; en Valencia, en las últi-mas décadas de dicha centuria y las primeras del XX y, en elárea surestina, entre 1950 y 1990. Por ello, algún autor (Mignon1981) califica al Campo de Dalías (Almería) de «nuevo Sur».De esta manera, con un desfase histórico enorme, el Sur deEspaña iba a aprovechar por fin su renta de situación. Pero nopor mucho tiempo; en la otra orilla del Mediterráneo habíaaparecido un nuevo competidor: Marruecos.

Pero, además, hortalizas y frutales progresaron de maneradiferente. La difusión de las primeras se verificó intercalandosu cultivo en el marco de las complejas rotaciones característi-cas de las zonas con más recursos hidráulicos, lo que permitiómantener la presencia del trigo durante mucho tiempo, comoya apuntamos. El hecho desorientó a los estudiosos de las diver-sas economías regionales, que han considerado la prolongadavida del mismo como una prueba del atraso agrícola. En rea-lidad, nos encontramos ante un ejemplo de cuidadoso equilibrioentre productos de subsistencia y comercializables, característi-co de los espacios donde predomina la agricultura campesina y,asimismo, de las fases iniciales del capitalismo agrario.Genéricamenté hablando, se puede afirmar que las áreas donde

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la horticultura progresó más deprisa fueron las que reunían estastres características: riegos frecuentes, proximidad de los núcleosurbanos y población densa. Entre ellas se puede citar el Sur dela Plana de Castellón, la costera de Játiva y el Norte de lashuertas de Valencia y Murcia. Su paisaje agrario presentabaidénticas connotaciones: microparcelación, una apretada red deacequias y un cultivo continuo.

En cuanto a los frutales, especialmente los cítricos, sus plan-taciones ocupaban a fines del XIX grosso modo un 10% del sueloregado a orillas del Mediterráneo. Pero el avance de las mis-mas fue muy distinto al del producto anterior, ya que al prin-cipio se ubicaron en antiguas tierras de secano de escasa ren-tabilidad: periferia de las huertas, colinas y vertientes que laslimitaban, etc. (Pons 1993). Es decir, más que sustituir otrosaprovechamientos, la citricultura se inscribió en un contexto deampliación de la superficie cultivada y de colonización hidráu-lica. Pero ello exigió el abancalamiento de unas pendientes, aveces muy abruptas, y]a clevación del agua hasta ellas pormedio de motobombas movidas sucesivamente por carbón, gaspobre y electricidad. Nos encontramos, pues, ante un nuevo epi-sodio de la vieja práctica mediterránea de «fabricación de cam-pos» que exige la construcción de terrazas con muros de pie-dra seca para retener la tierra y el agua. Históricamente, suejecúción ha estado ligada a la aparición de algún cultivo remu-nerativo -como sucedió con la morera en la Provenza francesa-o al hambre de tierra. El proceso exigía desembolsos impor-tantes: pago de jornales, adquisición de los artefactos elevado-res, mantenimiento de las plantaciones hasta que diesen fruto,etc. Por ello, los especialistas de historia agraria que han estu-diado el fenómeno consideran que en estos momentos inicialesla posibilidad de invertir no estaba al alcance de los sectorescampesinos (Calatayud:1992 y 1994, Lupo: 1990).

En resumen, los espacios donde progresaron los cítricos pre-sentaban una fisonomía muy distinta a aquellos donde se impu-so precozmente la horticultura. El aprovechamiento de las ver-tientes favoreció a los cursos medio y alto de los ejes fluvialesdonde, hasta entonces, los perímetros de riego eran de tamañoreducido: de ahí el fuerte crecimiento de la superficie regadaen comarcas como la Ribera Alta del Júcar o las Vegas Media

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y Alta del Segura. Los naranjos y limoneros «trepan» por laspendientes hasta los interfluvios, en zonas menos pobladas dondeexistía la posibilidad de organizar unidades de cultivo de tama-ño mediano o grande.

Estamos en condiciones de afirmar al nivel actual de lainvestigación que, pese al progreso experimentado en la espe-cialización, el equilibrio entre los distintos tipos de cultivo semantuvo hasta el final de la etapa, facilitado por el hecho deque hortalizas y cítricos tuvieron diferentes áreas espaciales deexpansión. Sólo en los años 1920-1930 consigue el naranjal inva-dir el corazón de lás huertas tradicionales: grandes zonas de laPlana de Castellón (Obiol 1985), las huertas de Valencia y Murciay la Vega Baja del Segura. Asimismo, ioa frutales de huesoganan terreno en la Vega Media de dicho curso fluvial. A mayorabundamiento, los progresos productivos conseguidos se alcan-zaron a base de acumulación de trabajo humano, ya que lamecanización de las tareas agrícolas avanzó muy lentamente(Calatayud 1990 y Garrabou: 1992). El hecho se conecta conlas peculiaridades de un mercado de factores caracterizado porla fuerte demanda de tierra y trabajo; asimismo, el uso de inpuGrexteriores se incrementó con parsimonia, aunque es preciso dife-renciar entre los fertilizantes químicos y los productos fitosani-tarios, cuya aplicación estaba en sus comienzos. Ello respondeal hecho bien conocido de que en las primeras etapas de laagricultura comercializada el ahorro generado es mucho mayoren la medida que sean menores los consumos intermedios adqui-ridos fuera del sector, tanto sanitarios como inputs. Esta mismalógica ayudó, como vamos a ver, al mantenimiento de la ges-tión indirecta y de la pequeña explotación campesina.

Centrándonos así en las estructuras agrarias de las comar-cas hortofrutícolas, dos son los rasgos que las caracterizan enel período aquí considerado: la persistencia de una elevada con-centración de la propiedad y la coexistencia de la misma conunidades de explotación reducida, ya que la gestión indirectapredominaba ampliamente.

Respecto a la propiedad de la tierra, en las áreas conside-radas ha estado controlada históricamente por las sucesivas cla-ses dominantes, atraídas por el carácter altamente remunerati-vo de las producciones que se daban en ella. En el Antiguo

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Régimen, se trataba del clero y la nobleza, en el Nuevo, de lasburguesías mercantiles y, más tarde, de un amplio abanico deprofesionales de origen urbano amén de un número cada vezmayor de labradores enriquecidos; actualmente -desde los años1960-1970- de la sociedades anónimas, los Bancos y alguna coo-

perativas. En todos los casos, un reducido porcentaje de pro-pietarios -nunca más del 10-11%- ha conseguido acumular másde la mitad de la superficie cultivada. A señalar, sin embargo,que también en este aspecto se detecta el gradiente Norte-Sur.Así, en Cataluña y Valencia el nivel de concentración fue siem-pre menor que en Alicante y Murcia, y la presencia de repre-sentantes de las burguesías urbanas, más precoz y considerable(Hernández Marco- Romero 1980, Romero González 1983,Calatayud 1989, Grupo de Historia Agraria de Murcia 1992).

Cuadro 1Evolución de la propiedad de la tierra en el regadío

murciano, 1850-1930.

1850-60

Frecuencias

Pmpie[arios

Superficie

(Ha)

(%)

Propie[arios

(%)

Hectáreas

Indice

Gini

De 0,1 a 1 2505 837 53,95 3,28

De 1,1 a 5 1288 3028 27,74 12,24

De 5,1 a 10 392 2712 8,44 10,96

De 10,1 a 50 368 7307 7,93 29,55

De 50,1 a 100 52 3426 1,12 13,85Más de 100 38 7435 0,82 30,05

Total 4643 24745 100.00 100.00 0,74

1920-30De 0,1 a 1 6845 2409 63,63 7,16

De l,l a 5 2770 6132 25,75 18,21

De 5,1 a 10 525 3657 4,88 10,86

De 10,1 a 50 516 10621 4,80 31,55

De 50,1 a 100 64 4360 0,59 12,95Más de 100 37 6487 0,34 19,27

Total 10757 33666 100.00 100.00 0,83

Fuente:Grupo de Historia Agraria de Murcia ( 1192), 186-188.

Obsérvese en el ejemplo elegido -las huertas del Segura- laconsiderable elevación de los índices de Gini, fenómeno que

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requiere alguna explicación ya que, a primera vista podía espe-rarse un descenso del nivel de concentración. En efecto, por unlado el fuerte trasiego de fincas habido a raiz de la revoluciónliberal permitió a cierto número de campesinos la adquisiciónde alguna parcela; por otro, en los años 1920 y 1930, se pro-dujo por vez primera en la historia del regadío el acceso de unporcentaje apreciable de arrendatarios a la tierra que cultiva-

ban por razones a la vez económicas -estancamiento de la renta-y socio-políticas -perturbaciones sociales, nueva legislación sobrearrendamientos-. Pese a ello, la simultánea expansión del riegoen zonas periféricas estaba dando lugar a la aparición de unahornada de grandes propiedades, por lo que las magnitudesmedias que miden la concentración tendieron a subir o, todolo más, a estancarse. Se abre así un doble proceso que llegahasta la actualidad en lo referente al reparto de la propiedad:mientras en las huertas tradicionales comienza a acelerarse lafragmentación, en los nuevos regadíos perdura la acumulaciónen pocas manos.

Si este fenómeno ha pasado desapercibido se debe sobretodo a la hegemonía absoluta de la gestión indirecta. La prác-tica habitual consistía en la subdivisión en parcelas de las fin-cas y su entrega ulterior a campesinos para que las cultivasen,a cambio de una renta en dinero. La tendencia de las unida-des de explotación así constituidas fue rigurosamente inversa ala de la propiedad (Pérez Picazo et altri 1993); lo que significaque experimentaron un continuo empequeñecimiento entremediados del XIX y del XX. En el período que aquí estamosconsiderando, los trabajos disponibles nos autorizan a afirmarque las de tamaño inferior a una hectárea solían ocupar entreel 25 y el 30% del suelo cultivado. El fenómeno se vio propi-ciado por razones a la vez económicas -el paralelo proceso deintensificación, que permitía sobrevivir a una familia con menostierra-, demográficas -la alta densidad en estas zonas- y jurídi-cas. A este respecto, en la mayor parte de las huertas levanti-nas existía la práctica consuetudinaria de considerar el arrien-do vitalicio y hereditario. De hecho, era habitual que los titularesdel contrato solicitasen del propietario la autorización para repar-tir la' tierra entre sus descendientes, autorización casi siempre

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concedida, ya que a mayor número de unidades de cultivo,mayores ingresos.

Nos encontramos, pues, ante un sistema basado en la rentaen dinero, la cual constituía la forma de explotación campesi-na por excelencia. A través de ella se verificaba la apropiaciónde parte del producto por los titulares de los derechos de pro-piedad. Su estrategia estaba dirigida no sólo a evitar el des-censo de los niveles de ingreso sino a impedir que pudiesenbeneficiarse en mayor medida de los cambios de coyuntura losexplotadores directos que ellos mismos. Teniendo en cuenta lasreiteradamente aludidas circunstancias del mercado de factoresse explica que los huertanos tuvieran que plegarse a las exi-gencias de los propietarios aceptando, por ejemplo, cláusulascomo la que hacía recaer los riesgos del cultivo exclusivamen-te sobre sus hombros. La dureza de tales condiciones sólo seveía mitigada por el precitado carácter vitalicio del contrato,que permitía a los arrendatarios acumular deudas, atrasos ymoratorias, pagados religiosamente -a vcces con intereses- cuan-do las circunstancias cambiaban. En una época de funciona-miento imperfecto del mercado de dinero en el sector agrario,no cabe duda de que nos encontramos ante una forma de cré-dito que encubría un hábil sistema de detracción del exceden-te.

Ahora bien, dado que este porcentaje mayoritario de peque-ñas explotaciones coexistía con otro también alto de pequeñaspropiedades gestionadas directamente -aunque la cantidad detierra ocupada por estas últimas fuera globalmente baja, noresulta descabellado decir que en los regadíos mediterráneosespañoles la vía de penetración del capitalismo fue predomi-nantemente «campesina». Ello no se contradice con el procedi-miento aplicado para la constitución de nuevos regadíos, ya queen ciertos casos los capitales salieron de consorcios de labrado-res y, en casi todos, los naranjales acababan siendo arrendadosuna vez superada dicha etapa. Conviene recordar una vez másque no nos encontramos ante un fenómeno exclusivo del áreaestudiada: tanto en el caso del viñedo, como del tabaco griegoo del algodón egipcio aparece la misma yuxtaposición entre unaagricultura ampliamente comercializada y unas explotacionesfamiliares campesinas.

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De hecho, la gran depresión finisecular iba a suponer, enla práctica, una inyección de vitalidad a dicha forma de pro-ducción en todos los ámbitos donde predominaba. La circuns-tancia de poder prescindir del recurso a la mano de obra ajenay de ser capaces de replegarse hacia el autoconsumo en unacoyuntura caracterizada por la subida de los salarios reales ylas tendencias deflacionarias fue decisivo. Por tal razón grañnúmero de historiadores sostienen que las dificultades atravesa-das por la agricultura inglesa en estos años preceden, aparte decierto rezagamiento técnico respecto a la alemana y la holan^desa, al sistema del farming o gran explotación trabajada conasalariados, todavía minoritaria en los países germánicos cita-dos.

Diversas experiencias nacionales confirman esta «buenasalud» de la pequeña producción campesina. En Italia del Sur,por ejemplo, según la Encuesta Jacini y los Censos, los Conduttoride teneni propio pasaron a controlar en las décadas finales delXIX del 11% al 16% de la superficie agrícola, cifra que en 1920ha subido hastá el 32%; en Francia la pequeña propiedad seconvirtió en ampliamente hegemónica (Strindberg 1988 y Moulin1991) y en España se consagró esa superposición de la gran pro-piedad con la pequeña explotación a la que hemos aludido rei-teradamente. Obviamente, nos encontramos ante una tácticadefensiva de los terratenientes que utilizan la forma de gestióny el tipo de contrato como un arma más para defenderse de lacoyuntura. En las contabilidades privadas se detecta con fre-cuencia en estos años arrendamientos globales de fincas antestrabajadas directamente (sobre todo en la cerealicultura) y, en elcaso de unidades de cultivo pequeñas, el cambio de la renta enespecie a la renta en dinero (Pérez Picazo 1991).

Esta estrategia defensiva de los grandes propietarios, ade-cuada a sus intereses, no fue la única respuesta al cambio decoyuntura. De hecho, puede afirmarse que a finales del XIX ycomienzos del XX es cuando se perciben más claramente lastendencias a la intensificación y a la especialización de los cul-tivos, consideradaŝ ya a estas alturas como la mejor salida a losproblemas planteados por la integración del mercado mundialde productos agricolas. El tiempo transcurrido tras la mutacióndel marco institucional y la penetración progresiva de diversos

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elementos de la organización productiva capitalista en el mundorural habían habituado a la mayor parte de los pequeños culti-vadores a participar de manera creciente en el mercado de pro-ductos y en el de factores. En este orden de cosas, uno de losindicadores más evidentes de la apuesta por el cambio es el cons-tituido por el desarrollo de determinadas formas de crédito agra-rio particularmente bien adaptadas al colectivo al que nos esta-mos refiriendo.

A lo largo del siglo XIX, en efecto, las transformacionesintroducidas en los aprovechamientos agrícolas y los gastos deri-vados de su comercialización habían incrementado simultánea-mente las demandas de crédito. Pero, como es sabido, la pues-

ta a punto de sistemas adaptados a las necesidades de loscultivadores modestos, que les permitieran un acceso no dema-siado oneroso al dinero líquido fue un proceso muy largo. Lasalternativas que quedaban eran pocas y costosas para los agri-

cultores. O bien recurrían a las grandes casas de comercio queactuaban como prestamistas, convirtiendo el adelanto de nume-rario a grandes y pequeños explotadores en un negocio sanea-do -casos de Grecia (Dertilis 1988) y de regiones españolas comoMálaga (Morilla Critz 1988), Almería (Sánchez Picón 1983 y1985) y Murcia (Pérez Picazo 1988 y 1995) o bien se entrega-ban lisa y llamamente en manos de los usureros. Las cosas vana cambiar a fines del Ochocientos, cuando despega a orillas delMediterráneo un sistema ya acreditado en los países germánicos,el cooperativismo agrario, aunque su desarrollo sea lento y notriunfe de manera definitiva hasta la siguiente centuria.

Las asociaciones en cuestión tenían como objetivo facilitar a

sus miembros modestos créditos para la adquisición de abonos,ganado, útiles agrícolas y maquinaria. El retraso de España eItalia del Sur al respecto se explica precisamente por la oposi-ción del entramado caciquil (Garrido 1996), implicado en muchoscasos en las redes usurarias. Pero una vez iniciado el procesoexpansivo del nuevo sistema fue imparable; en el primero de losdos países citados el número de Sindicatos de Labradores pasóentre 1901 y 1933 de cuatro a 4.460 y el de Cajas Rurales dedos a 646 (Martínez Soto 1994). El hecho es digno de destacarporque ayuda a explicar cómo unos explotadores campesinos denivel económico mediano o reducido pudieron llevar adelante

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unas transformaciones agrarias de alcance considerable; a estenivel no parece casual que las regiones donde la movilizaciónde fondo alcanzó un techo más alto fueron aquellas donde laagricultura era más dinámica, es decir, Cataluña, Valencia yMurcia.

Concluyendo, a partir de la Gran Depresión la agriculturamundial hubo de enfrentarse a una situación de superproduc-ción, especialmente importante en el caso de los productos dela zona templada que ahora concurrían a mayor escala.Encubierto a causa de las dificultades de abastecimiento ligadasa la Primera Guerra Mundial, el problema no tardó en salir ala luz en el período de entreguenas. De ahí la debilidad de losprecios agrarios y la política de proteccionismo duro seguida porla casi totalidad de los países afectados, sobre todo tras la cri-sis de 1929, pero la puesta en práctica de mecanismos econó-micos como el control de precios y la fijación de contingentesde importación resultaron poco efectivos, tanto más cuanto quedificultaban la circulación contribuyendo así a deprimir el comer-cio exterior. Los precios continuaron, pues, presionando a la bajay las relaciones de intercambio se volvieron contra la produc-ción agrícola, a diferencia de lo que había sucedido durante elsiglo XIX. Obsérvese, pues, que nos encontramos ante una situa-ción rigurosamente inversa a la que existía a comienzos delperíodo: ralentización de los intercambios, prolongada deflación,superproducción... Resulta obvio que en una coyuntura de estascaracterísticas los beneficios de las empresas agrícolas eran cadavez menores. Ello, sumado a la expectativas negativas de los. pro-pietarios a causa del aumento de la conflictividad agraria enalgunos países como Italia y España, motivó que un porcentajeno desdeñable de aquellos facilitasen a sus colonos la adquisi-ción de las parcelas que cultivaban. De esta forma, la propie-dad campesina da un «salto hacia adelante» en casi todas lasregiones mediterráneas.

I.3. LA MUNDIALIZACIÓN DE LOS INTERCAMBIOSY LA CRISIS DE LA AGRICULTURA TRADICIONAL

La coyuntura económica iba a caracterizarse, tras la SegundaGuerra Mundial, por la presencia de las tasas de crecimiento

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más elevadas que el sistema capitalista ha conocido a lo largode toda su historia. Obviamente, el comercio exterior atravesóasimismo una etapa de expansión que superó cuantitativamen-te a la habida a mediados del XIX; en los años 1960 el cocien-

te entre el comercio mundial y el PNB sobrepasó por fin elnivel de 1913 según Foreman-Peck (1995). Ello fue resultado,

aparte de la mundialización de la economía, de la puesta enpráctica de políticas librecambistas y de integración mercantil.

En lo que se refiere a la agricultura, las cosas no han sidomuy distintas. De hecho, a comienzos de la década de los seten-ta el comercio de productos agrícolas de las zonas templadassuponía alrededor de un 30% de las exportaciones agrícolas tota-

les, o sea, alrededor de un 10% del comercio mundial. El datoes importante también desde el punto de vista cualitativo, yaque revela un cambio considerable de las pautas seguidas porlos intercambios de los países industrializados; hasta bien avan-

zado el siglo XIX, como es sabido, los ubicados en Europa eranimportadores netos de alimentos mientras que a partir de lafecha arriba señalada aparecen como exportadores de los mis-mos en compañía de Canadá y Estados Unidos. Tal motivaciónfue el resultado de la difusión del conjunto de innovaciones tec-nológicas que denominamos la «revolución verde», cuya reper-

cusión más importante consiste en la subida en flecha de laproductividad del trabajo agrícola; en Estados Unidos, por ejem-plo, se triplicó por hombre/hora entre mediados de los cin-cuenta y mediados de los sesenta. En lo sucesivo ya no seránecesario, para alimentar a la población, el esfuerzo de un con-tingente de activos tan considerable como en el pasado; así, elporcentaje que les concierne no ha cesado de caer dentro delconjunto de la población trabajadora. Sin embargo, pese a laimportancia del hecho, aquí nos interesa más la segunda granrepercusión del incremento de la productividad: la baja de losprecios agrícolas, afectados asimismo por el estancamiento demo-gráfico de los países desarrollados y por el cambio de sus pau-tas de consumo alimentario debido al aumento del nivel de vida.Los términos de intercambio con los productos manufacturerosno tardarán así en deteriorarse, tanto más cuanto que el valorañadido que estos últimos incorporan en la etapa de la mal lla-

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mada «tercera revolución industrial» es mucho más elevado queen el XIX, lo que repercute en sus precios relativos.

En estas condiciones, parece lógico que los países afectadosolvidaran sus buenos propósitos de la postguerra y recurriesende nuevo al proteccionismo, practicado tanto en Estados Unidoscomo en la CEE. Se trata de controlar la producción agraria-por medio de subvenciones a los agricultores- con el fin deimpedir el deterioro de los precios y protegerla así frente a laexterior en contradicción flagrante con los principios del GATT.Ahora bien, pese a la aplicación de la denominada PolíticaAgrícola comunitaria (PAC) desde 1960, los agricultores siguenquejándose de que sus rentas son inferiores a las existentes enotros sectores de actividad. La queja se repite en los países ribe-reños del Mediterráneo, prueba evidente de que nos hallamosante un problema de índole estructural; sólo se han defendidobien las áreas hortofrutícolas altamente especializadas, aunqueen el momento actual el mercado da señales de sobreproduc-ción debido a la puesta en marcha de nuevas explotaciones tantoen el Sureste de España como en Marruecos.

LCuáles han sido los efectos de la nueva coyuntura de lasestructuras agrarias?. Conviene advertir al respecto dos fenó-menos sucesivos en el tiempo pero estrechamente imbricados;primero, el acceso masivo a la propiedad por parte de los apar-ceros y arrendatarios en los años 1950-1960, acompañada de ladesaparición de la gestión indirecta; después la rápida deca-dencia de la agricultura tradicional y de las pequeñas explota-ciones que la sustentaban, dando lugar así en algunos espaciosregionales a la aparición de una auténtica dicotomía de siste-mas. Una vez más, sin embargo, la fisonomía de esta evoluciónde carácter general presenta caracteres distintos en los territo-rios de la orilla Norte y Sur del mar latino.

En los países europeos, los avances en el control de la tierrapor sus antiguos cultivadores tuvo a la vez connotaciones eco-nómicas y políticas. En efecto, durante el lapso de tiempo indi-cado, el estancamiento de los precios propició en Italia, Franciay España -en esta última algo más tarde,- el desinterés de muchosterratenientes por los negocios del campo. A mayor abunda-miento, en los casos italiano y español jugaba en contra de losmismos la subida de salarios consecuente al fuerte éxodo rural

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experimentado en los años cincuenta y sesenta, a lo largo delos cuales los antiguos jornaleros emigraron a las ciudades indus-triales de su propio país o a las de la CEE. De esta manera,

los beneficios de la empresa agrícola empiezan a no ser sufi-cientes para retribuir el capital y el trabajo, lo cual era indis-pénsable para que siguiera funcionando la gestión indirecta. Lasopciones sólo podían ser o recuperar el cultivo directo y meca-nizarlo lo más posible para reducir costes o vender la explota-ción. La primera predominó en las zonas latifundistas donde lasunidades de cultivo eran todavía grandes (aunque no siempre);la segunda, en aquellos donde la hegemonía correspondía a lasde tamaño pequeño y mediano. Si a ello se añade la concesiónde créditos a los cultivadores en buenas condiciones por el Estado-lo que sucedió en Francia e Italia- y la posibilidad de reunirun ahorro sustancioso por muchos de los individuos de dichogrupo gracias al trabajo en las áreas industriales citadas -casosde España y de Italia del Sur- se explica la considerable trans-ferencia de tierras hacia las familias campesinas. Así, en Italia,se calcula que supuso un 1.048.825 hectáreas, de las que el40% se ubicaban en el Mezzogiorno (Massullo 1990) y en lascomarcas de regadío del País Valenciano y Murcia, práctica-mente todos los antiguos arrendatarios se convirtieron en pro-pietarios. Ello se vio propiciado, además, porque estos dos esta-dos, cuyas estructuras de la propiedad presentaban todavíadesequilibrios considerables, desplegaron una política interven-cionista al respecto, poco efectiva en lo concerniente a España-nuevas leyes de arrendamientos rústicos, puesta en marcha delos proyectos del Instituto Nacional de Colonización (Barciela1990)- y mucho más en el caso italiano. En el ámbito de esteúltimo tuvo lugar la promulgación de una Ley de ReformaAgraria (Legge Sila, 12 de mayo de 1950) que hizo pasar enmenos de veinte años casi dos millones de hectáreas a manosde los cultivadores campesinos. Por último y para terminar, entodos los países citados tuvo lugar además un mejoramiento cua-litativo ligado al abandono de las explotaciones marginales, tantoen las áreas de secano puro y duro como en las montañosas.

En cuanto a los países islámicos, el proceso de descoloni-zación hizo avanzar asimismo -aunque con mayor moderación-la propiedad campesina, ya que los nuevos gobiernos indepen-

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dientes pusieron en marcha distintos modelos de reforma agra-ria. En todos ellos, sin embargo, la finalidad política era másimportante que la económica, ya que la agricultura en sí mismano era en los años 1960 una prioridad. Se trataba, por un lado,de quebrantar el poder de las antiguas oligarquías de propieta-rios -casos de Siria y Egipto- y de expulsar a los colonos ysociedades franceses -caso de los territorios del Maghreb-. Pero,por otro, las reformas fueron un mito movilizador de carácterpopulista, por medio de las cuales la elite político-militar quelas llevó adelante en todas partes buscaba el apoyo de las masasrurales. Sorprende, llegados a este punto, el discurso paterna-lista y despectivo concerniente a las mismas, a cuyos miembrosse quiso hacer comprender que su papel en el inmediato pro-ceso de desarrollo económico no podía ser directivo ya quesobrepasaba su capacidad y sus fuerzas. El ejemplo más claroes el del regadío, del que volveremos a ocuparnos más adelan-te; el desarrollo del mismo se confió a técnicos y economistasmarginando totalmente a los campesinos, imponiéndoles desdeel Estado una reorganización de explotaciones y de cultivos cuyosbeneficios no siempre han sido evidentes para los individuos delmencionado grupo social.

La puesta en práctica de las reformas ha sido un procesomuy lento y los cambios introducidos por ellas en las estructu-ras agrarias, dudosos. En Siria se desarrolló entre 1958 y 1966y en Egipto entre 1952 y 1969; aunque en este último país sedistribuyeron tierras a 340.000 familias, los beneficiarios sólorepresentaban un 9% del total de las familias campesinas y loslotes recibidos sólo incrementaron en un 13% las tierras pose-ídas por el colectivo. De esta forma, las medidas de Nasser noalteraron en lo esencial las relaciones entre pequeña y gran pro-piedad, cuyas bases sociales y juridicas eran antiguas; pese alas múltiples intervenciones del Estado egipcio en uno u otrosentido, los dos sectores agrarios han sabido resistir a los esfuer-zos de uno para avanzar a costa del otro (Ruf 1985). En cuan-to a los países del Maghreb, Argelia inicia su reforma en 1962-la más radical- y Marruecos en 1966, aunque su marcha sevio ralentizada desde el primer momento para no debilitar losapoyos sociales de la monarquía hachemita. De hecho, HassanII la utilizó como válvula de seguridad, que abría o cerraba

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según convenía al clima social (Popp 1984). Finalmente fuesuspendida.

Llegados aquí es necesario hacer constar el acceso casi gene-ralizado a la propiedad por parte de los titulares de pequeñasy medianas explotaciones familiares en la orilla europea, la cualse produjo durante una etapa de cambios técnicos intensos ycostosos y de aumento de la competitividad en función de lasventajas comparativas en el mercado mundial. Pronto se hizoevidente que la pequeña producción campesina no era el marcoadecuado para la nueva agricultura, y que los ingresos que pro-porcionaba no llegaban a financiar los inputs intermedios, nece-sarios para sustentar un cultivo intensivo y superespecializado y,a la vez, a asegurar el mantenimiento de los titulares de lasexplotaciones, por lo que el endeudamiento no tardó en incre-mentarse en todas partes. La búsqueda de soluciones ha pasa-do por la práctica de la agricultura a tiempo parcial, la con-cesión de subvenciones en el marco de la PAC... o el abandonopuro y simple de las unidades menos rentables. Los úlliinos cen-sos agrarios elaborados en España, Francia e Italia acusan unimportante retroceso del número de pequeñas explotaciones; deahí que sociólogos como Mendras hablen del ^^n des paysans^^".

Esta desaparición de la agricultura tradicional en los paísesmediterráneos a partir de los años 1960-1970 está teniendo lugarde manera mucho más ralentizada en los islámicos. De hecho,políticos y técnicos se sorprenden de su vitalidad, pese a losembates que está recibiendo. Huelga advertir, tras lo indicadomás arriba, que los precitados agentes sociales miran el fenó-meno con ojos críticos, dada su consideración de los fellahs comouna fuerza social retrógrada; el político argelino Boumediennelos describía con una frase que se hizo célebre: «L'esprit de gour-

bv^. Por tal razón muchos de ellos piensan que los campesinossólo pueden ser integrados en la sociedad moderna en la medi-da que pierdan sus características específicas; en caso contrariopueden hacer fracasar los proyectos mejor diseñados. Tal sería,en su opinión, el caso de ciertos perímetros de regadío marro-quíes (el Gharb o el Muluya) a causa de la falta de interés porlas innovaciones técnicas por parte de los fella/u y por la resis-tencia de los mismos al avance de la imposición estatal de loscultivos especializados a costa de los de subsistencia.

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EI tema del regadío es, tal vez, el más adecuado para cap-tar la evolución experimentada por las estructuras agrarias enlos últimos treinta años, evolución que va mucho más allá dela crisis de la agricultura tradicional. Ello ha sido el resultadode una triple serie de cambios: a) en la producción: abandonototal de los cultivos de subsistencia y superespecialización, loque no sucedió en la etapa anterior; b) en la tecnología: triun-

fo de la gran hidráulica (grandes obras públicas, aplicación dela técnica de prospección petrolífera a la búsqueda y extraccióne aguas subterráneas, etc.), que ha permitido una ampliaciónsustancial de los perímetros regados; en Valencia, por ejemplo,el regadío pasó entre 1950 y 1989 a representar del 27% al44% de la SAV; c) en la gestión: triunfo de la instancia esta-tal y centralizada sobre la local.

La implantación de la producción hortofrutícola en régimende alta especialización, como hemos señalado, ha exigido el usomasivo de inputs, la introducción de variedades vegetales conmejoras genéticas, los cultivos forzados bajo plástico, etc.; améndel recurso a al tecnología hidráulica más avanzada (captaciónde recursos subterráneos, creación de infraestructuras para riegopor el Estado, etc.). A señalar que este amplio abanico de inno-vaciones se ha desarrollado especialmente en zonas con menosdotación de agua que las tradicionales, a saber, el sureste deEspaña y Marruecos, las cuales poseen en compensación ven-tajas de carácter climático (medias térmicas más altas) y eco-nómico (mayor disponibilidad de tierra y de mano de obra bara-tas). Ello contribuye a explicar que sea en estas áreas donde lasuperficie regada ha experimentado mayor incremento. En elCampo de Níjar (Almería), por ejemplo, pasó de 448 hectáre-as en 1961 a 6620 en 1985.

La mera enumeración de esta serie de innovaciones de diver-sa índole es suficiente para apreciar hasta que punto la agri-cultura de regadío ha dejado de ser intensiva en trabajo paraserlo en capital. ^Cómo van a adaptarse a esta nueva situaciónlas microexplotaciones de las viejas huertas, que ya no puedenrecumr al autoconsumo y en la cuales, además, la necesidadcreciente de inputs supera el nivel de ingresos liquidos familia-res?

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La solución mayoritariamente adoptada ha consistido en laliquidación progresiva de los espacios de regadío tradicionales -huertas periurbanas de ubicación fluvial o prelitoral- en bene-ficio de nuevos perímetros surgidos en los antiguos secanos, enlas vertientes y en la propia zona costera -«agricultura de los

cien metros»-. El destino de los nuevos caudales aparece así deforma evidente: no se trata de asegurar el riego a los viejosaprovechamientos sino, más bien, de crear nuevas áreas rega-das donde no existen las limitaciones de las antiguas (propie-dad demasiado fragmetada, población dispersa, viejas normati-vas, carestía de la tierra, etc.) y donde es posible rentabilizarcada gota de agua. EI resultado ha sido la aparición de un pro-fundo dualismo en las estructuras agrarias. Así, en lo relativo ala propiedad, las huertas tradicionales aparecen dominadas poruna dispersión y un minifundismo antieconómicos, mientras quelos nuevos regadíos se caracterizan por el predominio de la pro-piedad mediana y grande, constituida en España, Italia o laProvenza francesa como consecuencia de la incesante inversiónde capital urbano en los años 1960 y 1970, atraído por la fuer-te rentabilidad de los cultivos hortofrutícolas en dichas décadas.Así, en las huertas de Valencia y Castellón las parcelas de menosde 0,5 hectáreas representaban más de las tres cuartas partesdel total en el Censo Agrario de 1972 (Courtot 1992). y en lade Murcia el número de propietarios subió de 11260 en 1950a 236779 en 1991 (Cortina 1993).

Dos sistemas agrícolas, pues, uno en franco retroceso y otroen auge... hasta la llegada de la crisis actual. Asimismo, un pro-tagonismo social muy diferente en ambos casos, ya que no setrata sólo del tamaño de las explotaciones sino de un tipo deagricultura y agricultores totalmente distintos.

En el caso de las microexplotaciones hortícolas, la agricul-tura a tiempo parcial es la norma; en ocasiones, además, exis-te la posibilidad de una recalificación del suelo que lo conviertaen urbano, multiplicando su valor. Conectamos así con el mayorproblema de estas áreas de regadío: su contigiiidad con núcle-os urbanos en vías de expansión cuyo avance imparable hahecho aparecer el «erial social» donde había campos cultivados.El fenómeno se evidencia igualmente en Castellón, Valencia,Alicante, Elche o Murcia que en Damasco o Marrakech. El

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panorama no puede ser más distinto en las explotaciones de losnuevos regadíos. Se trata de empresas agrícolas en el auténticosentido de la palabra, titularizadas por individuos procedentesdel comercio, la industria o la banca y no infrecuentemente porsociedades anónimas. Desde el punto de vista productivo repre-sentan a la agricultura especulativa y su actividad se caracteri-za por el valor elevado del capital de explotación, la utilizaciónde los medios técnicos más avanzados y el recurso a trabaja-dores cualificados. En realidad, operan casi como establecimientosindustriales: contrato de asalariados fijos y/o eventuales -inmi-grantes-, búsqueda de una rentabilidad comparable a la obte-nida en la industria por medio de análisis previos de costes -beneficio, tendencia a la integración vertical de todas las fasesde producción, desde la preparación del terreno a la comer-cialización del producto, etc.

Pero estos análisis coste-beneficio han adolecido casi siemprede un enfoque macroeconómico de la rentabilidad que ha obvia-do tanto los problemas ecológicos como los sociales. El olvidode los primeros es muy grave en un medio fisico dotado de par-ticular agresividad, por lo que la falta de protección ambientalestá introduciendo problemas de consideración en la actividadagraria: descenso de nivel o agotamiento de los acuíferos, sali-nización de los mismos y del suelo, iñtrusión de las aguas mari-nas, etc. El carácter depredativo de estos comportamientos conec-ta con una planificación económica a corto plazo, dirigida arecuperar rápidamente las colosales inversiones realizadas.

El fenómeno presenta mayor gravedad en los países post-coloniales. En Marruecos, por ejemplo, los grandes perímetrosde regadío acondicionados en los últimos años -Tadla, Loukkos,Gharb, Muluya, etc.- han sido obra de técnicos y empresasextranjeras -casi siempre franceses o norteamericanos- que porencargo estatal realizaban los cálculos de rentabilidad previos ylas obras de infraestructura hidráulica, elaborando después unplan de cultivos obligatorio para los cultivadores e incluso pro-gramas de concentración parcelaria (Pascon 1977). Sus cálculosse han revelado demasiado optimistas tanto en los aspectos eco-climáticos -necesidad de agua de las nuevas producciones, régi-men de los oued en los que se enclavan los embalses, necesidadabsoluta de drenar en un medio árido-, como en los económi-

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cos -cotización futura de las producciones en cuestión. El olvi-do de este tipo de cuestiones ha dado lugar a problemas bas-tante más graves que la resistencia pasiva de unos fellahs a losque se impide plantar cereales -necesarios para la subsistencia-y cuyas parcelas han sido objeto en muchos casos de concen-tración territorial para adaptarlas a la nueva hidráulica. Si aello se añade que el precio de mercado de algunos de los cul-tivos comercializables -la remolacha azucarera, por ejemplo- noes competitivo, da la sensación de que el coste económico, eco-lógico y social de estos acondicionamientos ha sido enorme ydescompensado.

CONCLUSIONES

De lo expuesto se deducen dos constataciones fundamenta-les, una de carácter eminentemente empírico y otra de tipometodológico.

Desde el primero de ambos puntos de vista se ha esboza-do la fisonomía asumida por la incorporación de la agriculturamediterránea al mercado mundial en lo relativo a las estructu-ras agrarias, partiendo de la existencia de dos etapas sucesivasseparadas por las décadas centrales del siglo XX y de dos ver-siones distintas del proceso, correspondientes a los territoriosubicados en las orillas Norte y Sur del Mare Nostrum. Grosso

modo se puede afirmar que entre mediados del XIX y del XX,las tendencias a la intensificación y a la especialización se fue-ron acentuando poco a poco pero, pese a la decadencia simul-tánea de la «agricultura orgánica» el desarrollo del sector mer-cantil no impidió una moderada conservación del orientado ala subsistencia. El hecho se detecta asimismo en el ámbito dela tecnología, ya que durante este prolongado período los vie-jos útiles y los procedimientos tradicionales de cultivo se man-tuvieron en uso, aunque se introdujeran de manera paulatinalos de nuevo cuño. La responsabilidad de esta transición mati-zada corresponde en amplia medida, como creo haber demos-trado, a la capacidad de resistencia y de adaptación de la explo-tación campesina y a las opciones seguidas por los propietarios,opciones inspiradas por los estímulos del contexto económico.

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Pero a partir de las décadas arriba indicadas el ritmo delproceso se acelera a todos los niveles. La mundialización de losintercambios y la «revolución verde» propiciaron una intensifi-cación de los cultivos y, sobre todo, una especialización a ultran-za. El elevado coste de la mecanización y de los imputs inter-medios imprescindibles para la puesta en marcha de los nuevossistemas ha supuesto el endeudamiento primero y la ruina des-pués de millares de pequeñas explotaciones y ha hundido -ahorasí- la agricultura tradicional. De hecho, lo que caracteriza lasestructuras agrarias en las proximidades del año 2.000 es undualismo que enfrenta al agribusiness -cuya época de oro trans-currió en los años 70 y en los primeros 80- con una agricul-tura familiar en decadencia. Ahora bien, el auge del primerohoy empieza a verse cuestionado por los elevados costes ecoló-gicos y económicos; el fenómeno se percibe en toda su crude-za en el sector «mimado» de la nueva agricultura, el regadío,particularmente en el caso de los países neocoloniales donde lapolítica hidráulica se ha llevado a cabo de manera autoritariay sin parar mientes en su impacto ambiental o social. El mode-lo tecnocrático, productivista y voluntarista, apoyado en enor-mes unidades de cultivo superespecializadas puede verse susti-tuido en un futuro próximo por un modelo más participativoque tenga en cuenta los intereses de los titulares de explota-ciones medianas y pequeñas y facilite su inserción en el mer-cado mediante la creación de lineas de crédito adecuadas, cam-pañas de información tecnológica (especialmente en los paísesen vías de desarrollo) y protección del cooperativismo.

Por último, desde el punto de vista metodológico, parececlaro que las transformaciones de las estructuras agrarias sólocobran sentido si se las relaciona con fenómenos pertenecientesa otros ámbitos; con el institucional, por supuesto, pero tam-bién con el económico y con el tecnológico. El esfuerzo inter-pretativo de este trabajo ha ido en esa dirección; ahora faltaaplicar la propuesta al estudio de casos puntuales.

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