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Ernesto de la Torre Villar MINORtAS RELIGIOSAS EN LA NOVELA MEXICANA DEL SIGLO XIX La novela mexicana en el siglo XIX, época en la que arranca en definitiva ese género literario y llega a su apogeo, presenta algunos casos en los que se suele seguir con interés la concep- ción y el tratamiento que se da a algunas minorías, en el caso concreto, las religiosas. La imagen del otro ser que diverge por su ascendencia religiosa del resto del prójimo, no podía olvidarse por los escritores decimonónicos, quienes reflejaron en sus narraciones a todos y cada uno de los componentes de la sociedad de su tiempo. En el siglo XIX en el que la nación logró su independencia y se definó como Estado nacional, el conglomerado social era como un mosaico en el cual podían distinguirse, bien delinea- dos, algunos de sus integrantes. La diferenciación socioeconó- mica que tres siglos de dominación colonial habían produ- cido y que estaban perfectamente marcados, persiste en la literatura nacional en la cual se observan diversas categorías: vencedores y vencidos o indios y españoles, pero también son palpables las categorías del mestizo y del criollo y los elemen- tos minoritarios como los negros y sus variantes, y las orien- tales. Teniendo la novela mexicana un sentido francamente na- cionalista, el tratamiento que se da a esos grupos es diferente. Se ponen de relieve los valores sobresalientes del indio: heroicidad, valor, lealtad, capacidad de sufrimiento y dura resignación y se le pinta lleno de esperanza en un futuro mejor, anhelante de recuperar la libertad perdida, fiel a la ma- yor parte de sus antiguos ideales: libertad, derecho a consti- tuirse, solidaridad, etcétera, pero nadie piensa en una vuelta a la religión, a los antiguos cultos.. Se acepta com omejor la religión impuesta, la creencia cristiana. El criollo, que re- presenta la unión del conquistador con la tierra, tiene papel preponderante, no es el dominador brutal sino el producto del conquistador valiente engendrado en la tierra mexicana, y

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Ernesto de la Torre Villar MINORtAS RELIGIOSAS EN LA NOVELAMEXICANA DEL SIGLO XIX

La novela mexicana en el siglo XIX, época en la que arranca endefinitiva ese género literario y llega a su apogeo, presentaalgunos casos en los que se suele seguir con interés la concep-ción y el tratamiento que se da a algunas minorías, en elcaso concreto, las religiosas. La imagen del otro ser que divergepor su ascendencia religiosa del resto del prójimo, no podíaolvidarse por los escritores decimonónicos, quienes reflejaronen sus narraciones a todos y cada uno de los componentesde la sociedad de su tiempo.

En el siglo XIX en el que la nación logró su independencia yse definó como Estado nacional, el conglomerado social eracomo un mosaico en el cual podían distinguirse, bien delinea-dos, algunos de sus integrantes. La diferenciación socioeconó-mica que tres siglos de dominación colonial habían produ-cido y que estaban perfectamente marcados, persiste en laliteratura nacional en la cual se observan diversas categorías:vencedores y vencidos o indios y españoles, pero también sonpalpables las categorías del mestizo y del criollo y los elemen-tos minoritarios como los negros y sus variantes, y las orien-tales.

Teniendo la novela mexicana un sentido francamente na-cionalista, el tratamiento que se da a esos grupos es diferente.Se ponen de relieve los valores sobresalientes del indio:heroicidad, valor, lealtad, capacidad de sufrimiento y duraresignación y se le pinta lleno de esperanza en un futuromejor, anhelante de recuperar la libertad perdida, fiel a la ma-yor parte de sus antiguos ideales: libertad, derecho a consti-tuirse, solidaridad, etcétera, pero nadie piensa en una vueltaa la religión, a los antiguos cultos.. Se acepta com omejor lareligión impuesta, la creencia cristiana. El criollo, que re-presenta la unión del conquistador con la tierra, tiene papelpreponderante, no es el dominador brutal sino el productodel conquistador valiente engendrado en la tierra mexicana, y

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aun el nacido de madre india, pero asimilado a los peninsu-lares por la aceptación que de él se hace, por la incorporacióna un estrato social, económico y aun cultural superior. Estemestizo, que se acriolla por esa incorporación, representa elelemento mejor, más importante y más simpático de la no-vela mexicana. El mestizo que se asimila al criollo por laaceptación del padre y el otorgamiento de un nivel superioral del indio, es igualmente bien tratado. Muchos mestizosaparecen retratados con caracterísitcas que se estiman untanto degenerativas o mejor dicho, de defensa por su condi-oCión, como la molicie. la travesura, la pereza, la picardía yaun el dolo, la hipocresía. El criollo, a cuya categoría per-tenecieron la mayor parte de los novelistas mexicanos, es elmejor pintado y así resulta ser leal, honesto, trabajador, buencreyente, sincero. El español se presenta a veces adornado porsobresalientes virtudes, pero a menudo posee los defectos deldominador: cruel, ambicioso, déspota, iracundo, un ser cuya.ansia de poder y dominación corre paralelo con su senti-miento de superioridad, con el desprecio que siente haciaquienes no tienen la misma sangre, el mismo origen, costum-bres y creencias. Él es el que impone los cánones diferenciales,quien mantiene por grado o por fuerza los sentimientos ycreencias que deben prevalecer en la sociedad.

Los otros grupos, negros o asiáticos son tanto en la novelaoComo en la realidad auténticas minorías, más los segundos quelos primeros. Poseen los elementos culturales extraños y noci-vos, como las prácticas de hechicería, el cultivo de la magia,la alianza con los espíritus del mal.

Dentro de esos estratos encontramos muy diversas catego-rías que responden a diferencias culturales, político-adminis-trativas, religiosas y económicas como los nobles, ricos o po-'bres, los funcionarios civiles y eclesiásticos, los letrados o loshombres de espada, los comerciantes, los hijosdalgo, los letra-dos o los hombres sin oficio ni beneficio, doncellas, monjas,alcahuetas y naturalmente las heroínas y los héroes de lanovela. Generalmente en esos variados personajes se encarnanamplificadamente los servicios y virtudes de los grupos socialesque representan y también se ponen en ellos las característi-.cas que les asigna el credo ideológico de los autores.

Como todo el siglo XIX está impregnado de liberalismo y denacionalismo los ingredientes que aparecen mezclados las más

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de las veces, los participantes en las novelas, están teñidos delas cualidades y defectos que se suponen deben tener los seresde credo liberal y patriotas, o por el contrario aquellos querepresentan el viejo orden, los miembros del grupo de domi-nadores crueles y ultrarreaccionarios, los individuos pertene-cientes á un clero retardatorio e ignorante, a un grupo buro-crático mañoso, deshonesto y trapacero. En esta diferencia-ción, un tanto maniquea, pueden darse ciertas variantes, perola caracterización de los grupos arrastra consigo en la mayorde las veces, la posición ideológica, real o exagerada, cruda omitigadamente que los autores tienen. Así la pintura de losfuncionarios tiránicos y atrabiliarios, de los miembros de unavieja aristocracia llena de prejuicios, de representantes de ins-tituciones retardatarias instrumentos de la tiranía y del obscu-rantismo, como la Inquisición; o bien el carácter inteligente,penetrante, astuto, dado a emplear todos los medios con tal delograr una causa que consideran justa, como los miembrosde la Compañía de Jesús, es la objetivación de los ideales y valo-ración que el grupo liberal tiene y hace de una sociedad an-quilosada, o de un sistema de gobierno contra el que lucha.

Los criollos están pintados con agradables colores y poseencondiciones que los hacen simpáticos. A más de representaren muchas ocasiones a las víctimas del sistema que se tratade destruir, poseen altos ideales: -laboriosos, honestos, inte-ligentes, patriotas. Los eclesiásticos pertenecientes a este gruposon hombres abiertos al cambio, ilustrados, abnegados, queluchan por acabar la discriminación que el alto clero, el clerometropolitano y reaccionario hace de ellos, desestimando suinteligencia y preparación.

Los mestizos o son el pícaro noble, inteligente, hábil paratoda clase de aventuras a las que el bien se impone, o porel contrario, ostentan un carácter degradado, corrompidopor los vicios y la miseria y sirven de ejecutores de las deci-siones de los perversos. Los negros por su fuerza, destreza,ansia de romper las cadenas que los tuvieron sujetos, o tomanparte en el grupo de los buenos auxiliándolos, o están agru-pados en las penumbras que el mal y los malos forman.

Todos estos personajes, excepto cuando se trata de unanovela de tema indígena, profesan el cristianismo, son catÓli-cos de espíritu abierto y limpio, o ultramontanos de mentecerrada a toda innovación, fanáticos; pero también en esta so-

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ciedad se dan elementos heterodoxos, aparecen minorías queprofesan no la religión del islam ni el credo protestante, pueséste, está ligado ya en esta época a la modernidad, a la tole-rancia, a las sociedades progresistas. Las minorías de quehablan nuestros escritores son las de ascendencia judía, lasque practican la ley mosaica, las que derivan de un grupo quepor rawnes de cultura y de religión está teñido de ignominia.La condición económica o social de este grupo no importa,tampoco la cultura ni étnica; interesa sólo su filiación al grupojudío, proscrito por la sociedad hispánica, católica, imposi-bilitado de practicar sus ritos, de manifestar su diversa con-cepción religiosa, estimado en tanto no se sujetaba ciega-mente a los ritos católicos, como enemigo, como reo de deici-dio, el crimen más grave que puede cometer grupo o persona

alguno.Si el interés por estudiar seriamente la persecución de que

ese grupo fue víctima durante tres siglos surge sólo a finalesde la centuria decimonónica, y más concretamente en lanuestra, con historiadores como Luis González Obregón y Al-fonso Toro, quienes hurgan laboriosamente en los archivosinquisitoriales y ponen de relieve rica documentación, la cualtrabajan más desde un punto de vista político y social que delpunto de vista de las mentalidades, de la ideología. Sólo Ga-briel Méndez Plancarte penetró en nuestros días sagazmenteen el pensamiento y formación cultural de Guillén de Lam-part y produjo estudio sobresaliente, como el del Psalterioregto.

De todas formas, el interés por enfrentarse a esa minoría,por tratarla, por estimarla digna de ser novelada surge en losescritores del siglo XIX y encuentra en varios, la aceptación lasimpatía, la justificación cultural.

Para ejemplificar ese tratamiento hemos escogido a dos es-critores, a Justo Sierra O'Reilly ya Vicente Riva Palacio. Elprimero brilla y ejerce su influencia en la primera mitad delsiglo, el otro en la segunda. Ambos son hombres de letras yde acción, pues actúan preponderantemente en la política, enel destino del país.

Justo Sierra O'Reilly nació el 24 de septiembre de 1814 enel pueblo de Tixcacaltuyú, partido de Sotula en el lejanoYucatán, de familia de modesto pasar. Apoyado por variosfamiliares y eclesiásticos cursó en el Seminario Conciliar de

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Mérida ambos der~chos, estudios que prosiguió en el Colegiode San Ildefonso de México en donde se graduó de abogadoel 21 de abril de 1838. Vuelto a Yucatán enseñó en la Univer.sidad Literaria e ingresó en la política local como secretariode Sebastián López Llergo y como comisionado del vicegober-nador Sebastián Méndez Ibarra para concertar una alianzacon los Estados Unidos y defenderse de las arbitrariedadesdel régimen centralista, contra el que siempre luchó en com.pañía de otros prohombres.

El año de 1841 fundó en Campeche su primer periódico,El Museo Yucateco. En 1842 dio a luz varios artículos histó-ricos y biográficos y la narración El filibustero que encontróbuena acogida. Casó ese año con doña Concepción Méndez,hija de don Sebastián Méndez Ibarra con la que procreó cincohijos: María Concepción (1844), María .Jesús (1846), Justo(1848), Santiago (1850) y Manuel José (1852).

Actuó en la Asamblea Departamental y en la Asamblea Le-gislativa siempre en servicio de su provincia cuyos derechosdefendió tenazmente. El año de 1845 funda un segundo pe-riódico, el Registro Oficial que perduró hasta 1849.

Al ocurrir en la península la cruel Guerra de Castas que aso-ló esa región poniendo en peligro la vida de los habitantesblancos, Justo Sierra fue comisionado para pedir la incorpo-ración de Yucatán a los Estados Unidos, a cambio de auxiliopara contener la sublevación. En el año de 1849 edita enCampeche un tercer órgano periodístico El Fénix, en el cualaparte de varios escritos sobre su tierra natal, aparece en for-ma de folletín su novela La hija del judío. En 1851 va aMéxico capital como diputado al Congreso de la Unión. Re-gresa en 1852 y ocupa importantes puestos: agente del Minis-terio de Fomento, juez de Hacienda e inicia la redacción desu Curso de Derecho Marítimo Internacional que edita enMéxico en 1854.

Su cuarto periódico 10 funda en diciembre de 1855 LaUnión Liberal que aparece hasta el 26 de julio de 1857 concalidad de periódico oficial del gobierno. Con motivo de di-sensiones políticas entre la familia de su esposa y otras faccio-nes, Sierra se traslada a Mérida. En 1859 el gobierno liberalestablecido en Veracruz le encargó la redacción del CódigoCivil, obra a la que se entregó con enorme entusiasmo, ha-biéndola concluido en 1860. El gobierno que le confirió esa

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misión, dada la fama que Sierra gozaba, promulgó el 6 dediciembre de 1861 ese código, que muestra los profundosconocimientos jurídicos de su autor .

Bastante enfermo en sus últimos años, falleció a los cuarentay seis de edad, el 15 de enero de 1861, habiendo dejadoimportante obra literaria, política y sociológica que le acreditacomo escritor activo, fluido, ameno y fiel a sus conviccionesliberales.

A más de los cuatro periódicos mencionados, editó V ida yobra de don Lorenzo de Zavala (1846); Impresiones de unviaje a los Estados Unidos de América y al Canadá (en cua-tro volúmenes (1851); Los indios de Yucatán (1857); Un añoen el HosPital de San Lázaro (1845-1848); Algunas leyendas;El filibustero; Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos; Lahija del judío) (1848-1849) y otros más.

A su vez Vicente Riva Palacio y Guerrero, nieto por líneamaterna del general Vicente Guerrero --consumador con Agus-Un de Iturbide de la independencia mexicana y presidentede México por corto periodo.,-, fue hijo de Mariano RivaPalacio, hacendado y político influyente en el estado de Mé-xico. Nacido en la ciudad de México el 16 de octubre de 1832,estudió en el Colegio de San Gregorio, por entonces plantelde claras tendencias liberales y se graduó de abogado en 1854.

Joven inquieto, fiado en el apoyo familiar, ingresó en lapolítica y fue diputado en el Congreso Federal en 1856 y1861. Al sobrevenir la intervención y el Imperio de Maximi-liano, fiel a su cepa liberal se afilió a los guerrilleros quecombatían a los imperialistas; figuró en numerosas accionescon lo que llegó a la larga a adquirir el grado de general.Nombrado gobernador deI estado de México en 1863, lo fuedespués del de Michoacán en 1865 en el que permanecióhasta 1867 pacificando la región de occidente. En este últimoaño forma parte deI contingente con el que Mariano Escobedopuso sitio a Querétaro, forzando la caída del Impedio y lamuerte del emperador y sus leales amigos Miguel Miramóny Tomás Mejía.

En la ciudad de México interviene activamente en la polí-tica y traba amistad con varios intelectuales liberales comoJuan A. Mateos, Manuel Payno, Rafael Marunez de la Torrecon quienes publica varias obras en colaboración. Ocupa di-versos puestos en la administración juarista, pero no ve con

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buenos ojos la de Sebastián Lerdo de Tejada a la cual com-bate tanto con sus escritos como participando en diversos mo-vimientos rebeldes, entre otras algunos de los que encabezóel valiente general Miguel Negrete, héroe de la batalla delcinco de mayo contra las fuerzas francesas.

Contra la política de don Sebastián edita su periódico satí-rico El Ahuizote que mina la administración de Lerdo. Em-pleÓ ese nombre que quiere decir el destructor, el perturbador,el que molesta, en recuerdo del rey Ahuízotl que fue un fla-gelo para los pueblos enemigos de los aztecas. Igualmente atacóa la administración del presidente Manuel González, quien lehizo encarcelar en 1884.

Don Porfirio Díaz en la presidencia le nombró magistradode la Suprema Corte de Justiica y secretario de Fomento, perosiempre inquieto, ambicioso y dado a la maledicencia, don Por-firio prefirió alejarlo del país con honores, haciéndolo mi-nistro de México en España a donde partió en 1886. En esepuesto se hizo de numerosos amigos por su simpatía, desplan-tes y conocimientos. El 22 de noviembre de 1896 falleció enMadrid, en donde su nombre había adquirido fama.

Hombre culto, simpático, escritor ameno y fecundo, distin-guióse tanto por sus escritos políticos, como por sus novelasbuena parte de ellas historia novelada con alguna base docu-mental, como por las biografías de sus contemporáneos quetituló Los Ceros (1882); una crítica del régimen lerdista, apa-recida como Historia de la administración de Don SebastiánLerdo de rejada (1875); varios tomos de poemas Páginas enverso (1885) y Mis versos (1893).

Consciente de que el grupo liberal debía dejar plasmadasu verdad histórica con la cual era necesario orientar la men-talidad mexicana, encabezó con el patrocinio del generalDíaz, la redacción y publicación de la monumental obra Mé-xico a través de los siglos, distribuida en cinco volúmenesescritos por Alfredo Chavero, Julio Zárate, Enrique de 01a-varría y Ferrari, José María Vigil y él mismo quien redactóel volumen segundo correspondiente al Virreinato. Esa obraque aún no ha sido superada, pese a haber aparecido hacemás de noventa años, revela el espíritu total del liberalismomexicano, sus simpatías y diferencias, sus fobias y filias. Esuna obra muy bien construida, excelentemente informada yposeedora de una ideología firme, sólida, en la cual todavía

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se basa la opinión oficial mexicana en cuestiones históricas.Riva Palacio, cuando ocupaba altos puestos, obtuvo que el

Archivo General de la Nación le facilitara en préstamo nume-rosos volúmenes del Ramo delnquisición, que examinó con laidea de encontrar apoyo a sus presupuestos ideológicos y cuyadocumentación, mezclada con una fantasiosa imaginación y lasinfluencias de la novela histórica o historia novelada vigenteen la Europa de la época, le sirvió para elaborar sus obras.Así escribió: Monja y casada, virgen y mártir. Historia de lostiempos de la inquisición (1868); y su continuación que fueMartín Garatuza (1868); Las dos emparedadas (1869); Los pi-ratas del Golfo (1869); La vuelta de los muertos (1870); ElLibro Rojo (1871) con la colaboración de Manuel Payno,Juan A. Mateos y Rafael de la Torre; Don Guillén de Lam-part, rey de México (1872). De otro tipo aunque ligada algrupo de novelas históricas como llamó a todas éstas, estáCalvario y Tabor (1868). De gran amenidad y dentro del gé-nero costumbrista están los Cuentos del General, editados enMadrid en 1896. Su vida de escritor fue fecunda, sus obrasleídas con entusiasmo, lo son hasta el día por su fluidez, elcolor que imprime a sus narraciones, la caracterización de suspersonajes y el interés que no decae en lo absoluto.

La época en la cual Riva Palacio escribe su obra es la quemarca el apogeo de la novela mexicana. Al lado de él figuranotros novelistas de fuste como Eligio Ancona con sus obras:La cruz y la espada (1866); El filibustero (1866) y Los Már~tires de Anáhuac (1870); Pascual Almazán con Un hereje yun musulmán (1870); Enrique de Olavarría y Ferrari con Eltálamo y la horca (1868); y Juan A. Mateos con El Cerro delas Campanas (1868).

De los dos autores que escogimos, seleccionamos dos de susobras principales. De Justo Sierra O'Reilly es La hija del ju-dío, aparecida como novela de folletín en el periódico ElFénix del I de noviembre de 1848 al 25 de diciembre de 1849,y de Vicente Riva Palacio, su novela Afartín Garatuza, quevio la luz en México en 1868.

Los autores que se ocupan de la novela mexicana, entreotros Ralph E. Warner, Emest R. Moore, entre los extran-jeros, y de los mexicanos Carlos González Peña, Julio JiménezRueda, José Rojas Garcidueñas y Antonio Castro Leal, hanpuesto de relieve la influencia Que la novela histórica euro-

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pea, principalmente la de Alejandro Dumas, Eugenio Sue,Walter Scott, Buller Lytton, Chateaubriand y otros ej~rcieronen los novelistas mexicanos. "Tanto los autores que. publicarQnsus novelas en folletines de La Presse, Le Siecle, le ]ourna[ desDebats y en Le Constitutionnel, como Dumas, Sue, Chateau-briand 'Y los que escribieron Ivanhoe, Los últimos días de Pom-peya, Rienzo, fueron bien conocidos y estimados por los escri-tores mexicanos del siglo XIX y en buena medida les sirvie-ron de pauta.

Sierra O'Reilly ha sido considerado como el primer nove-lista histórico mexicano¡ Firmó sus novelas con el pseudónimode José "Turrisa y tanto en Un año en el hosPital de San Lá-zaro, El filibustero y La hija del judíd, penetra ágilmente enla descripción de sus personajes, en la sucesión de escenas queliga diestramente, sin que se pierda el interés de la narra-ción con descripciones superfluas, manteniendo de esta suertela atención del lector. La habilidad con la que mueve suspersonajes, la penetración psicológica de los mismos, la fluidezpara desenvolver la trama a la que llena de actos sorpresivos,golpes teatrales, misterio e intriga de tal suerte que puedenconsiderarse ciertos episodios como de auténtica suspense ha-cen de la obra de Sierra ü'Reilly, frutos excelentes no sólode la novela de folletín, sino de la novela mexicana del si-glo XIX.

La hija del judío, su novela mejor y más conocida ha sidojuzgada con benevolencia por propios y extraños. J. LloydRead al referirse a sus personajes indica que Sierra "da a lospersonajes de la novela una resurrección literaria que losmantiene vivos y dignos de la simpatía o la antipatía dellector". Añade que en esa novela "se encuentra por primeravez en la novela mexicana un argumento armonioso en suconjunto con algunos subargumentos, logrando que se equi-libren en bien combinado enlace", y que uno de los "rasgosmás atractivos es la forma en que, en el mecanismo de la tra-ma, utiliza Sierra el misterio, elemento que sus predecesoreshabían sido incapaces de aprovechar."

Antonio Castro Leal, con su amplio saber y fina penetraciónla llama "cautivadora y entretenida" y estima que Sierra no esel precursor de la novela histórica sino el verdadero iniciador .Y al discernir el valor histórico de la novela, que se aleja dela realidad objetiva, indica que ello no empequeñece el mé-

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rito de La hija del judío, pues: "la novela histórica es novelaantes que historia y está regida por el arte, que puede reto-car o recomponer la realidad según lo exigan las finalidadesestéticas de la narración. Es más bien digno de alabanza elcreador literario que se aparta de la fidelidad histórica parallegar a pintar, con pincel más persuasivo y con mayor vigor desíntesis, el verdadero carácter de determinada época pasada."

En verdad, La hija del judío es una novela que por la ha-bilidad que tiene su trama no envejece, mantiene la esenciade los escritos románticos, y su narración prende y entretieneal lector. Respecto al argumento, éste refiere el amor apasio-nado de los adolescentes, Luis de Zubiaur y María de Mons-real, hijo el primero de un acaudalado y orgulloso vecino deCampeche, Juan de Zubiaur, quien ensoberbecido con sus prós-peros negocios e influencia que ejerce en la sociedad de suépoca, desdeña a quienes no poseen su misma posición social.María es hija de Felipe Alvarez de Monsreal y de María AI-tagracia de Gorozica. Don Felipe sufre el agravio de que porambiciones se le tilde de judío, lo que le acarrea persecucióndel Santo Oficio, cuyos funcionarios apetecen su rico patri-monio. Su encarcelamiento origina la desgracia de la familia,y María a quien se le segrega y carga con el achaque de "hijadel judío", es recogida y educada por un honrado e influyentevecino de Mérida, Alonso de la Cerda, y su mujer, quienesle dan cariño y defensa, estimándola como su hija. Los per-sonajes malos de la intriga son el gobernador de Yucatán,el conde de Peñalva, quien caracteriza a los funcionarios vena-les, crueles y ambiciosos de la administración colonial y suadláter el tuerto J uan de Hinestrosa. Reflejo del mal ecle-siástico, lleno de codicia y tortuoso, es Gaspar Gómez y Güe-mez, deán de la catedral de Mérida y comisario del SantoOficio quien encarna el espíritu cerrado del clero, la perfidiade los inquisidores y el poder temporal y espiritual de la Igle-sia dentro de la sociedad colonial.

Aunque eclesiásticos, el padre prepósito de San Javier y susocio el padre Noriega, jesuitas ambos, representan junto conlos esposos de la Cerda, el lado bueno, el aspecto noble de lahumanidad, los seres que con su bondad e inteligencia luchancontra las fuerzas de la obscuridad y el mal y la vencen.

La pintura que Sierra hace de los jesuitas es notable: losdibuja con vivos colores, los envuelve con los atributos de~

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la inteligencia, de la sagacidad, de la perseverancia. Si otrosescritores, y Sierra lo reconoce, retrataron a la Compañía comouna sociedad intrigante y tenebrosa que ejerció influjo perni-cioso en las mentes, éste se coloca lejos de esa posición yestima que por lo menos en su provincia, en Yucatán, "hicieronmucho bien, difundiendo las luces entre la ignorante juven-tud de aquellos tiempos." En Sierra el recuerdo de los añospasados en San I1defonso fue positivo, lo que explica su posi-ción. No salió de ahí, como tantos otros estudiantes educadosen colegios religiosos, convertido en anticlerical come-curas,sino que su opinión en tomo de los hijos de San Ignacio, desu preparación, inteligencia, penetración psicológica e influjosocial es grande. No se puede decir que haya tenido la mismaopinión respecto a otros grupos, como los franciscanos cuyoespíritu misionero en la época en la que él escribe, habíacesado, o como el Santo Oficio.

De la administración colonial es censor agudo. Subraya susvicios, deficiencias y las lacras burocráticas que heredó alMéxico independiente: La negra pintura que hace del condede Peñalva y sus esbirros, y que traslada a la de su época,muestra el juicio de un republicano liberal en tomo de lapesada casta política que por trescientos años dominó a Nueva

España.Otros personajes de la novela si bien importan a la trama

resultan incidentales; lo que nos preocupa es la conceptuaciónque, según el novelista, tuvo la sociedad colonial en torno delos judíos. Si con gran agudeza Sierra delinea la opinión gene-ral de rechazo que el común del pueblo, incluso las clases ele-vadas, tenían acerca de los judíos y pone en la doncella Maríael estigma de descender de antepasados semitas por lo cual esdespreciada y escarnecida, en el desarrollo de la novela, congran sorpresa de los lectores troca el cargo de ser judío, almás acerbo de los enemigos de los judíos, a Juan de Zubiaur,casado ignorantemente con una doncella de origen hebreo, porlo cual ese cargo recaía en su hijo Luis, apasionado enamoradode María y fiel instrumento en manos de los jesuitas quienesse mostraban tolerantes de ese hecho.

En La hija del jud{o el rechazo a ésta no se apoya en lapráctica de una religión y ritos diferentes, no se habla de prác-ticas ocultas de judaizantes, de recién conversos que man-tienen su antiguo ritual y creencias, de renegados a la religión~

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nuevamente aceptada más por el temor que por el consenti-miento. No existe una comunidad hebrea hábil en el co-mercio y la banca y por tanto recelada envidiosamente por losotros grupos. Tampoco se trata de una clase de bajo y ruinrango social, de escasa fortuna y de vergonzoso estado social.Tanto Felipe de Monsrael y su familia, como Juan de Zubiaury la suya, están colocados en los inás altos escalones de lasociedad yi.lcateca; poseen amplia fortuna, negocios próspe-ros y estima y consideración de sus semejantes, avalados porel rango que les otorgaba amplia ejecutoria oficial, mediantela cual su condición hijosdalga, noble y limpia se subrayaba.

¿Cuál era entonces la razón del rechazo? En los personajesde la novela se advierte primero una consideración general derepudio hacia la sociedad judía, lo cual impulsaba viva-mente la Inquisición como instrumento de la política real,cambiante por razones económicas y políticas. Los personajeseclesiásticos, el prepósito, no revelan ninguna animadversióna los descendientes de Israel, mantienen abierta actitud de to-lérancia hacia ellos, igual que el arzóbispo de Yucatán. Eldeán y comisario de la Inquisición, si bien actúa como fanáticoy enemigo de ellos, más lo hace por cumplir sus funcionesinquisitoriales, por ser instrumento fiel del Santo Oficio, in-tolerante y cerrado agente de la política estatal y principal-mente por beneficiarse económicamente con la fortuna de losconnotados como judíos.

N inguno de los mencionados aplica a los infamados conese rango el calificativo de deicidas, ninguno los cree anate-matizados por la sola práctica de su fe. El padre Noriega cuan-do trata de alejar del corazón del estudiante Luis Zubiaur elapasionado amor que siente por María, si recurre a inculcarlemenosprecio y odio por ellos insinuándole a que crea que "unjudío es la peste de la sociedad", "y no tiene perdón de nadie",debe ser odiado y rechazado por todos" y "con él no hayindulgencia ni conmiseración", y "aunque sea un honesto ciu-dadano, de costumbres rígidas, celoso del cumplimiento de susdeberes públicos y privados, útil a sus semejantes. ..Ensuma, debe rechazársele, evitarse su contacto y andar de él tanlejos como sea posible". "La raza hebrea --concluye el jesuitaen esta argumentación- es una raza maldita de Dios y de loshombres, y tanto por las leyes civiles. .." Y finalmente pararemachar en el colegial esa idea, acaba afirmando: "Un judío,

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porc mas virtuoso y recomendable que sea¡ no deja de ser. d ' "Ju 10.

En ese diálogo conminatorio, el padre N oriega expone losargumentos que ordinariamente corrían contra los judíos, auncuando él, como se ve en el desarrollo de la novela no estáde acuerdo con ellos y por lo tanto no obre con ese criterio.

Don juan de Zubiaur por su parte quien dolorosamentesabrá que por la sangre de su hijo Luis corre sangre judía,afirmará a lo largo de la narración que 'el antijudaísmo es unapreocupación de la sociedad, .'que no existe derecho para quea un miembro de la raza judía se le ultraje, veje y oprima",pero se opone a que su hijo contraiga matrimonio con la hijade un proscrito y estima que ello sería un deslustre de lanobleza de su familia, pues estima que .'no hay virtud ni honorcuando la sangre es impura". En suma cree que la proceden-cia judía deslustra, amengua o hace perder la nobleza, elrango social. En este caballero lo que interesa es la dignidadque dentro de un grupo se tiene por razón de preeminencia,de fortuna, de servicios al Estado y los honores que éste otorga.

Tal es la posición que en esta novela de Sierra O'Reilly guar-da la minoría judía.

Ahora veamos el otro caso, el que figura en la obra de vi-cente Riva Palacio, en Martín Garatuza.

A dos décadas de haberse publicado en Mérida Yucatán yen folletín La hija del judíoJ aparece en la ciudad de MéxicoMartín Garatuza que guarda cierta continuidad con Monja ycasadaJ virgen y mártir. En Martín Garatuza que revela losmóviles nacionalistas del grupo criollo en el siglo XVII, sonlos dos personajes femeninos más salientes -doña Juana ydoña Esperanza de Carvajal, madre e hija-, los estigmatiza-dos por su origen judío.

La madre, cuya historia no sólo es dramática sino trágica,pues vio morir a su madre y tías en las hogueras de la Inquisi-ción y aunque descendiente del último emperador tenochcay dueña de rica fortuna que le permite sobrevivir, lleva unaexistencia semioculta por el temor de ser juzgada como descen-diente de judíos. Consciente de su posición, estima que tantoella como los criollos son subestimados, despreciados, discri-minados de todos los puestos civiles y eclesiásticos, condiciónque debe terminar liberándose mediante una revuelta quetranstroque el orden colonial. Por ello, actúa como impulsora

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de una conspiración destinada a ese fin, en la cual el padreAlfonso Salazar fungía como ideólogo, como conductor de lasreclamaciones criollas. El hermano del eclesiástico, don Leo-nel de Salazar, joven impetuoso y valiente estaba enamoradode su prima doña Esperanza de quien era correspondido. Lamadre de ella no deseaba que su hija mantuviera relacionescon Leonel pues temía que ella, por su origen, sufriera desilu-siones y amarguras, fuera despreciada por su condición decriolla con sangre judía. El padre de don Alfonso y de donLeonel sabeedor de que Esperanza tenía ese origen, por habersido su esposa prima de doña J uana, trata de disuadir a Leo-nel de ese noviazgo, pues estima que Esperanza desciende de"raza de judaizantes que no honran con su amistad a cristia-nos viejos". Entre el temor de la madre de que su hija sedesilusione ante la imposibilidad de librarse de "una manchaque nada es capaz de borrar" y que imposibilitaría su boda; yel temor del viejo Salazar de que su hijo pretendiera a unamujer con la cual no podía unirse y la cual agravaría su situa-ción de criollo, gira el sentimiento de repulsión hacia los

judíos.Doña Juana actúa como fanática ante la discriminación que

se hace de criollos y judíos; el padre de don Leonel, españolde abolengo, desestima a sus hijos criollos, teme todo contactocon los judíos a los que estima como "sepulcros blanqueados".En personajes secundarios, entre gente del pueblo se ponenexpresiones reveladoras de la conceptuación que el vulgo te-nía de los judíos. Así al narrarse los preparativos de un autode fe en que la familia de los Carbajal fue condenada, unpersonaje explica a otro la razón de esa condena al decirle:"Están convictas y confesas de judaizantes y de que celebranlos sábados y la Pascua, comían el cordero, y señalaban suscasas con la sangre del cabrito, como dicen que hacían losjudíos, y otras mil cosas." Con que así eran de malas respondeel acompañante: -Sí y lo que es peor, que tenían comerciocon el demonio. -¿Con el demonio? -En carne y hueso, yesoque yo mismo lo vi". Así con esos achaques que circulabande boca en boca se justificaban los autos de fe de la Inquisi-ción que aterrorizaban a los seres comunes.

El sentimiento antisemita surge de la condenación queel Tribunal de la Fe hacía de las prácticas de los judaizantes,por relapsos, por violar la promesa de vivir alejados de la ley

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mosaica y profesar rectamente el cristianismo, condenación quese hacía pública para que se conociera la gravedad del hecho.Era la aceptación de que el grupo judío no debía volver a suantigua religión que estaba proscrita y que la Inquisición te-nía el deber de perseguirlo y condenarlo si insistía en ello. Elpueblo tenía que creer cuantas consejas se inventaran y entremás malas mucho mejor .

Riva Palacio que leyó cuidadosamente los procesos inquisi-toriales contra Treviño de Sobremonte, Guillén de Lampart ylos lugares comunes e hizo una historia entretenida que revelacomo la sociedad colonial, vigilada celosamente por la Inqui-siciÓn, tenía ciertos prejuicios por los judíos, por los criollos,por los mestizos y por los negros. Su relato significa una exal-tación del espíritu criollo nacionalista que lucha a todo tran-ce por obtener una situación de preeminencia y también la delgrupo indigenista que luchaba por la reinstalación en el tronode México a los descendientes de Moctezuma, de Cuauhtémoc.Riva Palacio quien pese a su simpatía por esa última causa, nodeja de preferir a los criollos, estima que éstos, al liberarsede sus opresores, liberarán igualmente al indígena.

En resumen, una mayor profundización del tema, un in-terés más vasto por explicar la posición de la sociedad colo-nial ante la imagen del judío, encontramos en la novela deSierra que en la de Riva Palacio, quien pese a haber contadocon riquísimo arsenal de noticias en tomo de los procesoscontra los judíos, no supo o no quiso ahondar ese tema.

En su obra histórica, el tomo segundo de México a travésde los siglos, revela un manejo más inteligente y hábil de ladocumentación que tuvo a la mano. En este volumen, pese asu criterio de militante liberal y anticlerical, se ajusta mása los hechos; mas en la novela, entreteje historias inconceciblespara reforzar su trama, pero ellas le quitan verosimilitud, lehacen no delinear suficientemente a sus persona,jes ni pre-cisar en ellos los sentimientos antijudaicos, ni las razones delos mismos.

Más elementos podrían encontrarse en otras obras, mas bas-ta con el planteamiento sumario de estas dos para percatarnoscomo en la novela mexicana del siglo XIX es tratado el proble-ma de la alteridad, en ocasiones con profundidad, otras vecesdeleznablemente. En una sociedad plural como la mexicana,resultaban muchos grupos un tanto diferentes, mas el fenó-~

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meno del mestizaje biológico y cultural era patente y acepta-do por esa sociedad, en la cual la distinción más saliente erala del estatus socioeconómico. La diferencia religiosa no re-sultaba ya problemática en virtud del espíritu de toleranciaque la ilustración y el libetalismo habían diftmdido.