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Alumnos de 3.º de ESO Lengua castellana y literatura Santa Teresa de Lisieux, Barcelona Sant Jordi 2015 Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

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Libro escrito colaborativamente por 34 alumnos de tercer curso de ESO.

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Page 1: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

Alumnos de 3.º de ESO Lengua castellana y literatura Santa Teresa de Lisieux, Barcelona

Sant Jordi 2015

Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

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El humo espeso de un cigarrillo que ya se consumía

invadía la habitación. Encima de una mesa de madera

marrón, un montón de papeles y facturas de luz

atrasadas dejaba entrever que el detective Herrero era

una persona bastante desordenada.

Sentado en el sillón de piel que trajo el día que le dieron

el despacho, apagó el cigarrillo de mala gana. Estaba

siendo un viernes terrible. No había pasado

absolutamente nada. No había sonado el teléfono ni

una sola vez. No se respiraba ningún tipo de peligro en

el aire, ese que activaba a Álvaro Herrero, el peligro

que lo llevaba siempre hacia todas las respuestas de

todos los expedientes de casos imposibles que habían

caído en sus manos durante el tiempo que vivió en

Seattle. Y fue precisamente esa tranquilidad en el

ambiente lo que llevó al detective a levantarse,

descolgar su chaqueta del perchero y salir por la puerta

de su despacho. Dirección: la cafetería de Mariona. Tal

vez aquella voz y aquellos ojos saltarines conseguirían

animar esa nublada tarde de principios de noviembre.

Cruzó la calle Muntaner hasta la esquina con Provença

y dio gracias por no tener que coger el coche para ir

hasta el café porque un increíble embudo de cláxones

y motoristas molestos ocupaba toda la calzada. Al

llegar a la esquina con Aribau, enseguida se encontró,

tras el cristal, con la melena morena de Mariona. Le

parecía mágico lo hermosa que llegaba estar con el

delantal negro y una horquilla que dejaba escapar un

mechón rebelde de pelo. Era simplemente guapa. Sin

añadidos. Perfectamente natural. Entró, buscó un

taburete libre en la barra y esperó a que ella dejase de

atender un segundo las mesas. Mariona ya lo había

visto, pero hasta las nueve no terminaba su jornada, y

eran tan sólo las siete.

En uno de los viajes a la caja, cogió el corpulento

hombro de Álvaro y le dirigió unas palabras:

— ¿Qué tal? ¿La identidad de cuántos asesinos en

serie has desvelado hoy? — y posó un beso ligero en

sus labios.

— A tantos que la ciudad es ahora un poquito mejor.

Ha sido un día horrible. Solo quiero llegar a casa –y

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pasó su brazo derecho por la cintura de la chica.

— ¿Y ahora? ¿Un cappuccino con mucha nata,

detective? Suélteme, o al llegar a casa fregará usted los

platos... —bromeó.

— Eres la mejor Mariona. Mucha nata, muchísima.

— Y ella se escurrió hasta la máquina de cafés con un

divertido movimiento de cadera.

Mariona era la brisa que siempre sacaba a Álvaro de su

monótona tarea. En la ciudad de Barcelona se había

perdido la costumbre de buscar un detective para algo

que no fuese encontrar al amante de tu mujer, que

últimamente miraba demasiado su teléfono móvil.

Estaba harto de todos esos casos que siempre

terminaban igual. Nunca llegaba nadie con un caso

decente. Aquello no era Estados Unidos.

Al poco rato, apareció la sonrisa pícara de Mariona que

llevaba un vaso de cartón del que sobresalía una

montaña de nata:

— Cuidado que quema, señorito.

Y dejándolo con la palabra en la boca, se fue a atender

a una insistente anciana que quería una ensaimada.

Vivían juntos desde hacía un año. Se conocieron en

Seattle. Mariona se había mudado allí al terminar el

bachillerato y estaba estudiando interpretación. Él,

había reflotado el negocio de su padre, un detective ya

retirado. Pero las cosas en Barcelona no funcionaban,

no salían casos así que hizo las maletas y se fue. Desde

pequeño había querido ser como él, un hombre

valiente y muy inteligente, que siempre le había

inculcado que el mundo es un lugar lleno de cosas que

la gente esconde, y descubrirlas no tiene precio.

Después de un año desastroso para el negocio, pensó

que la gente sólo debe esconder cosas en Estados

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Unidos, tantas como guiones de películas policíacas de

directores americanos existen en el mundo, así que

trasladó el despacho allí.

Y, una noche, en un bar a dos manzanas del

apartamento, muy cerca de la Cuarta Avenida, se subió

a la pequeña tarima una joven morena con una

guitarra. En cuanto escuchó las dos primeras notas que

salieron de su boca, interpretando Paperweight, Álvaro

decidió que debía conocerla. Salió tras ella cuando

terminó la actuación y, a las dos frases que articuló,

Mariona se enamoró de su adorable tontería. Y hasta

entonces.

Casi había terminado con el cappuccino. Miró el reloj y

se levantó. Lanzó un beso al aire en dirección a su novia

y le dio el último sorbo al vaso.

Llegó andando hasta el garaje del despacho donde

guardaba su moto, abrió el asiento y se puso el casco

para dirigirse a casa. El trayecto fue rápido. Si algo

había aprendido en ese último año era a moverse en

moto por la ciudad. Sacó del bolsillo las llaves y, en el

ascensor, miró el reloj de nuevo.

— Son sólo las ocho, puedo prepararle una cena

sorpresa a Mariona...

Y sin volver a pensárselo, abrió a toda prisa la puerta

del ático, dejó las cosas sobre la cama de la habitación

de invitados y se puso un chándal para sentirse más

cómodo. Preparó unos espaguetis a la carbonara, uno

de los platos preferidos de su chica, puso la mesa con

un par de velas y se duchó. Vestido ya con una camisa

negra informal y unos vaqueros, se sentó con una copa

de vino en el sofá a esperarla. Eran las nueve y cuarto

ya, no le quedaba demasiado para llegar. Pero, para su

sorpresa, Mariona no llegaba, y a las diez menos

cuarto, terminada la segunda copa y con la

preocupación en aumento, la llamó. Nadie respondió

al otro lado de la línea. Le estaban empezando a sudar

las manos. Volvió a marcar y esta vez, alguien cogió el

teléfono, pero no era la voz que Álvaro descubrió en

aquel bar de Seattle.

— ¿Estás empezando a preocuparte?

— No... ¿Mariona? ¿Quién eres? ¿Por qué tiene usted

el teléfono de mi novia? ¿Qué pasa?

— Vaya, vaya, vaya, señor Herrero, ahora no

recuerdas mi voz. Tienes una chica realmente guapa.

Puede que quiera pasar con ella unos días.

— Pero… ¿qué? ¿De qué me conoce? Déjela en paz.

Sea quien sea no juegue conmigo.

— Esto no es un juego, Álvaro, y si lo fuese, voy tres

casillas por delante de ti. Te toca tirar los dados. Yo

tengo a Mariona, y tú tienes el turno. Ahora recoge el

sobre del buzón que hoy no has mirado y ya

hablaremos.

Una pesadilla. Aquello no podía estar ocurriendo.

Álvaro salió disparado hacia el ascensor, y el trayecto

hasta el bajo se le hizo una vida. ¡Dios mío! ¡Alguien

que me conoce tiene a Mariona! ¿A qué quiere jugar?

¿De qué va esto? Inconscientemente el lado de

detective daba palmas, el Álvaro de verdad, sufría por

su chica, por quién pudiese ser ese hombre y por el

contenido del maldito sobre negro que, efectivamente,

alguien había dejado en su buzón. Y, con el envoltorio

en las manos, lo observó durante unos segundos antes

de decidirse a abrirlo. Tenía miedo de lo que pudiera

encontrar en su interior y no podía parar de pensar en

el porqué estaba tan asustado. Se suponía que Álvaro

era un profesional en estos temas, tendría que ser pan

comido para él resolver el caso, pero no se trataba del

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caso de una persona cualquiera. ¡Se trataba de

Mariona!

Abrió el sobre rápidamente. En su interior encontró

una carta que habían escrito sobre una hoja que

parecía haber sido arrancada bruscamente de una

libreta. Estaba escrita a mano. No tenía muy buena

letra. A decir verdad, entre eso y los nervios, le resultó

un poco difícil de entenderla, pero finalmente pudo

leer:

Por mucho que la busques no la

encontrarás.

Si la quieres volver a ver, no pidas

ayuda.

No llames a la policía.

Pd: Ya sabes quién soy

— ¿Ya sabes quién soy? ¿Por qué no me quiere decir

quién es si está tan seguro de que le conozco? ¿Se está

riendo de mí? —Álvaro se estaba empezando a

enfadar. Sin pensarlo, guardó la carta en el sobre

negro, se la metió en uno de los bolsillos del pantalón

y se dirigió rápidamente hacia la calle.

Una vez más en ese viernes que, antes de lo sucedido,

ya estaba siendo un día terrible, se dirigió hacia la

cafetería de Mariona , pero esta vez sin esperanza de

que estuviera allí para animarle y mejorar ese día

nefasto.

Eran las diez y media y la cafetería cerraba a las once.

Álvaro tenía la esperanza de que algún empleado

hubiera visto a alguien sospechoso en la cafetería o que

hubiera estado observando a Mariona. Pero tenía que

pensar en cómo preguntarlo, ya que tenía miedo de

que el supuesto secuestrador de su novia se enterara

de que había estado buscando ayuda y que, por ese

motivo, no la volviera a ver.

A través del cristal por el que normalmente veía la

melena morena de su novia, Álvaro observó que la

cafetería ya estaba casi desierta. Sólo quedaba una

pareja mayor que, a juzgar por sus tazas de café vacías,

no tenían intención de quedarse mucho más tiempo y,

un hombre que parecía muy concentrado mientras

trabajaba con su ordenador ante una taza de chocolate

caliente situada en el extremo de la mesa.

Álvaro de dirigió hacia la barra. Allí estaba Lourdes, una

compañera del trabajo de Mariona. Era una mujer de

unos cuarenta años, alta y rubia con el pelo recogido

en una coleta alta que no le llegaba más allá de los

hombros y, aunque no era una persona muy habladora,

se llevaba muy bien con Mariona.

— Buenas noches Lourdes. ¿Sabrías decirme si

Mariona ha salido hoy a la hora de siempre o si se ha

ido sola? O… si la has visto salir con alguien —estaba

intentando no parecer nervioso, pero no lo disimulaba

en absoluto. La voz le salía del cuerpo temblorosa y, a

causa de la carrera que se había hecho para llegar a

tiempo a la cafetería y a la alta temperatura a la que

tenían puesta la calefacción, no podía parar de sudar.

— Como siempre. Ha salido a las nueve pero me ha

dicho que antes de irse a casa pasaría por la tintorería

de la calle de enfrente a recoger una camisa o algo así.

Con el ajetreo de esta tarde no la he acabado de

escuchar… —Lourdes no parecía tener muchas ganas

de hablar. Parecía ocupada recogiendo todo lo que los

clientes habían dejado por las mesas y avisando a los

pocos clientes que quedaban de que dentro de poco

tenía que cerrar.

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— Muchas gracias.

Después de despedirse, Álvaro salió de la cafetería y

empezó a andar hacia su casa. La tintorería, a aquellas

horas de la noche, ya estaba cerrada y no tenía más

pistas que le llevaran a encontrar a Mariona, así que

decidió irse a descansar. Una vez delante de su edificio,

se sentó en uno de los peldaños que daban a su portal,

puso la mano en su bolsillo, se encendió un cigarrillo y

se quedó mirando a la nada, pensativo, cuando alguien

le tocó la espalda. Álvaro se giró asustado ya que

pensaba que estaba solo, pero se calmó al ver que era

su portero.

— Buenas noches señor. Hará unos diez minutos ha

venido un hombre y me ha dicho que le entregara este

paquete. No viene a nombre de nadie. Le he dicho que

necesitaba un nombre para entregarlo, pero ha

insistido en que fuera anónimo.

Acto seguido, el portero le entregó a Álvaro un paquete

no mucho más grande que una mano envuelto en una

especie de papel de color marrón oscuro que parecía

estar sucio.

— Gracias, Roberto. ¿Quién era esa persona que te ha

dado el paquete? ¿Le conocías? —dijo Álvaro.

— No, nunca antes le había visto. ¿Por qué? –

preguntó extrañado.

— No, nada, curiosidad –respondió.

— Buenas noches, Roberto.

— Buenas noches a usted también.

Álvaro subió rápidamente por las escaleras porque no

tenía ganas de esperar el ascensor. Le ardían las manos

y los nervios le consumían. Era un hombre duro, pero

había cosas que le hacían perder la calma.

Exhausto llegó al apartamento. Fue el tramo de

escaleras más largo de su vida. Abrió la puerta y se llevó

un buen susto: Todo estaba revuelto, tirado por el

suelo, el jarrón de la abuela Lidia roto, los libros mal

ordenados... Alguien había entrado en su casa mientras

estaba fuera.

Después de ordenarlo todo, se sentó en el sofá. Le

costó un buen rato abrir el paquete: Estaba muy mal

envuelto, como si lo hubieran hecho deprisa y

corriendo, y encima estaba sucio, muy sucio. ¡A saber

quién había empaquetado esa cosa! Una vez quitó el

envoltorio, descubrió que debajo de aquel papel había

una caja, y encima de ella, un papel amarillo donde

ponía: Esta vez no ganarás.

— ¿A qué no ganaré? – se preguntó enfadado Álvaro.

Abrió la caja y se encontró una grabadora. La encendió

y escuchó la cinta:

— ¿Quieres a tu chica? Danos el tesoro. ¿Quieres

respuestas a tus preguntas? Danos el tesoro. Ya sabes

las reglas del juego: Sin ayudas, ni policía ni nada. Tú

contra nosotros. Recuerda: Controlamos todos y cada

uno de tus movimientos, incluso tus respiraciones.

Cualquier movimiento incorrecto puede volverse en tu

contra de un momento a otro.

De repente le entró el miedo. Ser detective está bien

cuando tienes que resolver los problemas de otros,

pero cuando afecta a uno de los tuyos, la cosa cambia

mucho.

Decidió que necesitaba dormir un poco para recuperar

energía así que, se dirigió al dormitorio y allí también

estaba todo revuelto pero no tenía ganas de recogerlo.

Se metió en la cama y le entró el bajón. La cama estaba

fría, faltaba el calor de Mariona. Y su voz. Y su

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fragancia. Y sus ojos. Y todo. De repente, su cara era un

mar de lágrimas y sollozos.

Al día siguiente, cuando se despertó, miró el móvil.

Tenía varios mensajes: De Fran, su mejor amigo,

preguntando si iban a tomar unas birras por la tarde;

de Laia, su hermana, enseñándole una foto de la

pequeña Clara, su hija, comiendo su primer puré de

verduras; pero no había ningún mensaje de Mariona,

ninguno de esos románticos «Te quiero» ni ningún «Te

necesito» y eso le desesperaba aún más.

Estaba realmente triste, porque aquella noche, quería

pedirle a Mariona que se casara con él, y estaba muy

ilusionado hasta que pasó todo. Y ahora ni pedida, ni

anillo, ni Mariona. Sólo él y los monstruos. Acto

seguido se dirigió a casa de Pier, un ex compañero de

trabajo, también detective, pero especializado en

descubrimiento de firmas y voces.

Al llegar a su casa, fue directo al grano, y le entregó la

grabadora para que pudiera identificar la voz que le

amenazaba.

— Uhm… Parece que esta voz proviene de algún sitio

del norte de España, probablemente Asturias —

respondió muy seguro de sí mismo—, y debe tener

entre veinticinco y treinta y cinco años más o menos.

— Tengo una nota, quizá te sirva para averiguar más

cosas. Toma – Álvaro le entregó la nota, escrita en un

papel amarillo.

— Parece que lo ha escrito alguien zurdo, o alguien

que domina mucho la mano izquierda, y eso nos ayuda

mucho. ¡Tengo una idea! Como policía, tengo acceso a

todos los documentos de la policía, y si escaneo un

trozo de la escritura y la pego en el buscador, me

indicará con quién coincide la letra.

— De acuerdo. – Respondió seriamente Álvaro—

Vamos a ver quién puede estar detrás de todo esto.

Pier escaneó el trozo de papel y se dirigió hacia la

comisaría en busca del archivo. Una vez dentro pegó el

trozo de papel en el explorador y se inició

automáticamente el sistema de búsqueda. Y en unos

minutos se imprimió un papel con posibles

coincidencias. La lista no era demasiado larga, eran

unos diez nombres, pero de sitios totalmente

diferentes.

— Muchas gracias por tu ayuda, me hacía mucha falta

—dijo Álvaro agradecido.

— De nada, si necesitas cualquier cosa ya sabes dónde

encontrarme.

Cuando Álvaro llegó a su casa, se encontró un paquete

encima de su cama, estaba mejor envuelto que el

anterior, aunque el papel también estaba sucio. Lo

abrió lo más rápido que pudo y en el interior de la caja

encontró una nota y una pequeña caja. La nota decía:

Habíamos quedado que no

contactarías con ningún policía, ve

con cuidado, no hagas ningún paso

en falso o tu amada pagará las

consecuencias. Te dejamos un

recuerdo de ella para que no se te

olvide qué debes hacer.

Álvaro preocupado abrió la caja, en el interior había

una gargantilla de oro con una foto dentro de Mariona,

que él le regaló para su cumpleaños. Álvaro quedó

destrozado, esa era la gargantilla preferida de Mariona,

y ahora la tenía él. Álvaro no sabía qué hacer, no podía

contar con nadie, estaba solo en aquella cruel y difícil

investigación.

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Pasó la noche en vela, repasando los nombres de aquel

documento que Pier le había entregado. No recordaba

a nadie que concordara con esos nombres, eran

nombres totalmente extraños para él, no los había

visto o escuchado nunca.

Al día siguiente, Álvaro fue a visitar a la tintorería que

le había nombrado Lourdes en su conversación y a la

cual supuestamente había ido Mariona después de

trabajar. El propietario afirmó no obstante que no

había ido ninguna mujer con el aspecto que le describió

Álvaro. Como no obtuvo respuesta, volvió a ir a la

cafetería y esta vez en cambio de hablar con Lourdes

habló con Marc, uno de los compañeros Mariona. Pero

no podía preguntarle dónde había ido ella sin levantar

ninguna sospecha.

— Hola Marc, ¿sabes si Mariona me está preparando

una sorpresa o algo por el estilo? Es que lleva unos días

muy rara— dijo Álvaro lo más tranquilo que pudo.

— No sé nada, lo siento, pero si es cierto de que

llevaba unos días un poco rara. Serán cosas de mujeres

—respondió Marc casi arrastrando las palabras.

— Eso debe ser, muchas gracias Marc.

Álvaro no se podía fiar ni de Lourdes ni de Marc, los dos

parecían esconder algo, algo importante, ya que

cuando se dirigía a ellos tenían la voz temblorosa y se

comportaban de una manera poco usual.

Pasaban ya dos días de la desaparición de Mariona y

aún no tenía ni una mísera pista, nada importante,

ningún cabo suelto del que poder tirar.

— ¿Cómo podía solucionar este gran misterio sin

poder saber de quién se trataba y qué supuesto tesoro

quería que le diese?

De repente, el timbre de la casa sonó, y salió corriendo

hacia la puerta. Miró por la mirilla y vio una cara

conocida, era Roberto. Le abrió la puerta y le dejó

entrar.

— Hola Roberto, ¿qué te trae por aquí? —preguntó

Álvaro preocupado

— Hola, acaba de llamarme un número oculto para

advertirme de que si no sacas nada en clave en las

próximas veinticuatro horas, alguien pagará las

consecuencias —le advirtió Roberto.

— ¿Sabes quién ha sido, reconoces su voz? —

preguntó muy alarmado.

— Solo sé que es un hombre, me parece haber oído su

voz en alguna parte pero no estoy seguro. Álvaro, no

quisiera entrometerme, sé que tu trabajo comporta

correr riesgos pero… Esto me está dando miedo hasta

a mí, ve con cuidado. Lamento no poder darte más

información. Si me vuelven a llamar te avisaré lo más

rápido que me sea posible.

— Muchas gracias.

Álvaro era un hombre pacífico, pero al ser detective,

había mucha gente que podía estar en su contra, era

incapaz de saber de quién se trataba. Volvió a mirar la

lista de nombres que Pier le había dado, seguía sin

sonarle ninguno de ellos. Se le acababan las ideas, no

sabía qué camino escoger en aquel complicado

laberinto, no tenía margen de error. Si se equivocaba

la vida de su amada correría un gran peligro.

Necesitaba calmarse, aclarar las ideas y hacer un

trabajo detectivesco tradicional sin perder la calma.

Lo primero que hizo fue escribir todas las pistas que

tenía. De momento lo que sabía era que eran más de

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uno, era muy complicado que una sola persona

controlara todos sus movimientos y estuviese tras él a

cada paso que daba, posiblemente se tratase de una

mafia o algo por el estilo, así que probablemente no

fueran la misma persona la que escribió la carta y la que

habló por la grabadora. Lo más seguro era que siempre

hubiera algún miembro del grupo que lo vigilaba, a

partir de ese momento se dio cuenta de que debía

tomar unas medidas de seguridad como cuidar que

nadie lo siguiera, poner una cámara de vigilancia en la

entrada de su piso...

También notó que los compañeros de Mariona de la

cafetería tenían un extraño comportamiento. Igual

estaban en el ajo, así que no debía confiar en ellos,

aunque también cabía la posibilidad de que también

estuvieran amenazados por este misterioso grupo. Lo

siguiente que hizo fue, mediante métodos caseros,

(pues no podía pedir ayuda a la policía) tratar de

encontrar huellas dactilares en todas las cartas, notas,

sobres, paquetes y envoltorios que le habían enviado

hasta entonces pero no le dio resultado. Lo que había

clasificado como suciedad que envolvía todo lo que le

habían enviado era en realidad una sustancia que

escondía y eliminaba las huellas, pero no se rindió y

siguió buscando pistas.

Volvió a escuchar la grabación una y otra vez, acabó

escuchándola hasta veinte veces en busca de alguna

pista, y la encontró. No solo encontró una, encontró

varias. Lo primero en lo que se fijó fue que

constantemente, mientras el hombre hablaba se oían

murmullos de gente cercana a la persona que hablaba,

lo cual apoyaba su hipótesis de que eran más de uno,

llegó a distinguir doce tipos de voces tanto de hombres

como de mujeres. Lo segundo, y lo más impactante, fue

que el hombre que hablaba no tenía acento de

Asturias, sino más bien portugués o brasileño. Había

mucha más gente implicada en esto de lo que había

llegado a imaginar, ¡Pier lo había traicionado!

Inmediatamente después de descubrir que su

excompañero de trabajo también estaba implicado lo

que hizo fue revisar las cartas y notas para ver si

también lo había engañado diciéndole que era un

zurdo quien las escribió. Estuvo un buen rato tratando

de identificar la letra, le sonaba mucho haberla visto

antes. En cuanto descubrió de quien era dejó escapar

un grito ahogado. La letra era de Mariona, la habían

obligado a escribir todas esas notas. ¿Qué le habrían

hecho para que accediera a escribirlas?

Se dio cuenta que estaba solo en ese caso, justamente

en el caso más importante de su vida. Nada podía ir

peor. Necesitaba actuar de inmediato.

Álvaro estaba confuso, miraba las cartas con expresión

pensativa pero sin llegar a ninguna conclusión. En ese

momento lo único que le tranquilizaba era acariciar la

letra de su dulce novia, se sentía de algún modo, más

cerca de ella.

Estaba claro, esa letra era la suya, la conocía

perfectamente, pero no entendía porque su trazo se

veía tan apresurado y borroso. Volvió a leerla y lo vio,

allí estaba la clave más importante que necesitaba y la

había tenido delante de él durante horas y horas. Entre

toda la letra escrita, detrás de ella, se podía distinguir

una más suave y delicada. Álvaro leyó esas palabras

lentamente y en voz alta.

Estoy en un sitio abandonado, en

medio de un bosque descuidado

cerca de Seattle, no sé muy bien

dónde. Oigo agua.

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A Álvaro le empezaron a temblar las manos al notar

como sus labios pronunciaban esas palabras. Tan

nervioso se puso que, sin remedio, cayó desmayado

tirando al suelo, los pocos jarrones que le quedaban.

Cuando Álvaro volvió a abrir los ojos, lo primero que

vio fue el techo blanco de una habitación de un centro

sanitario. No sabía cómo había llegado hasta allí ni el

tiempo que llevaba ingresado. Resonaban algunas

voces confusas en su cabeza, concretamente la de su

vecino Tim, que quizá fue quien lo llevó al hospital. Su

cabeza pasaba de un pensamiento a otro a una

velocidad de vértigo hasta que una enfermera de

uniforme azul entró en su habitación y le sacó de ese

torbellino de pensamientos que le atormentaba.

— Hola, veo que ya te has despertado. Tu vecino te

trajo hace un par de horas. Te habías desmayado.

Parece que fue un ataque de ansiedad. En unas horas

pasará el doctor y si todo va bien, te darán el alta.

Sin más, la enfermera se giró y salió de su habitación.

— ¿Unas horas más?, —pensó Álvaro—. Ni hablar. Me

largo de aquí ahora mismo. No tengo un minuto que

perder.

Álvaro se sentó sobre la cama con la intención de

levantarse pero un pequeño ruido le desvió de su

propósito. Al apoyarse en la almohada, un papel

amarillo crujió bajo el peso de su mano. ¡Otra nota!

Álvaro desplegó el papel rápidamente y leyó:

«Recibirás instrucciones para hacernos llegar el tesoro.

Recuerda, no hables con nadie o tu novia morirá.»

Se desconcertó por un momento, pero de pronto

reaccionó… ¡El hospital tiene cámaras! Quien sea que

me ha dejado esta nota, habrá sido grabado por alguna

de ellas… Tengo que pensar… Sí, lo mejor será buscar

un uniforme de enfermero y hacer unas cuantas

preguntas por los pasillos. ¡Necesito saber dónde

guardan las grabaciones!

Salió de su habitación y tras camuflarse entre el

personal del hospital vestido de enfermero llegó a la

sala de vigilancia.

— ¡Buenos días! Acabo de entrar a trabajar al hospital

y tengo un grave problema. Estaba llevando el

resultado de una analítica a la habitación 204 y no sé

dónde la he perdido… Si usted pudiera dejarme echar

un vistazo a las grabaciones de hoy… ¿Quién sabe?,

¡quizás consiga encontrarla y no perder mi trabajo!

— No debería… Yo también tengo que mantener mi

trabajo y… es duro llegar a fin de mes.

— ¿Sería igual de duro llegar a fin de mes si sobre la

mesa encontrase unos billetes que alguien hubiera

perdido?

— Quizás no…. Quizás no…

El guardia puso la mano sobre la mesa, cogió los billetes

que había dejado Álvaro y salió.

— Cinco minutos, ni uno más ni uno menos.

Álvaro empezó a repasar las cintas apresuradamente,

de hecho le sobraron cuatro minutos ya que fue fácil

distinguir la cara de Lourdes. Había sido ella. No tenía

ninguna duda. La grabación mostraba cómo se había

acercado a su cama y había dejado algo bajo la

almohada. Se quedó sin palabras, no podía reaccionar.

¡Esa mujer que conocía desde que Mariona empezó a

trabajar en el bar no podía ser capaz de hacer eso! ¡Esa

mujer era poco habladora y muy trabajadora, no podía

estar en una mafia o lo que fuese que tenía secuestrada

a su queridísima novia!

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— ¿Lourdes? ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo para

merecer esto? —murmuró pensando en voz alta. Su

corazón volvió a romperse en mil pedacitos al recordar

esta situación que no podía controlar. Su dulce

Mariona, su ángel, su luz… Había sido secuestrada por

el mismísimo demonio solo por… ¿venganza? Una

lágrima recorrió su mejilla derecha al sentirse

completamente solo en este mundo tan injusto y

vengativo.

— ¿Qué pasa? ¿Está bien? –respondió una voz detrás

de él que le hizo despertar de sus pensamientos. El

guardia seguía detrás de suyo, apoyado en el marco de

la puerta de la sala de cámaras.

— ¡Nada, no pasa nada! Estoy bien… –se apresuró a

decir, intentando no sonar triste y desolado. Nadie

podía saber lo que pasaba y menos este hombre ya que

lo había sobornado solo para buscar sus resultados de

una analítica. Además, ¡podía ser otro traidor! Álvaro

se dio cuenta de que ya no podía confiar en nadie. Salió

de la sala y se acercó otra vez al guardia. Le puso sobre

el pecho unos cuantos billetes más de manera

intimidante, con los ojos perdidos en el pasillo para no

mirarlo a la cara. En ese momento ya no había signos

de tristeza o desolación, sino más bien de enfado y

rabia. Iba a resolver este caso sí o sí, iba a salvar a

Mariona…

— Yo no he estado aquí, ¿queda claro? –susurró

intentando disimular su conversación con el empleado.

— Lo siento, pero yo he estado aquí solo todo el rato.

—dijo el guardia siguiéndole el juego. Álvaro asintió

con la cabeza y se alejó por el pasillo hasta el baño más

cercano a la puerta de salida del hospital. Se cambió de

nuevo y se puso su ropa: unos pantalones tejanos

bastante viejos y gastados, un polo negro que le había

regalado Mariona hace poco por su cumpleaños y unos

zapatos bastante cómodos con los que solía ir a todas

partes. La ropa que llevaba ahora comparada con la

ropa de enfermero le dejaba más tranquilo, volvía a ser

él mismo. Salió del baño y caminó hacía la puerta de

salida.

— ¡Ahí está! –gritó una voz detrás suyo. Se giró

rápidamente y vio a los policías del hospital corriendo

hacía su dirección. Por instinto propio, empezó a correr

hacia el exterior del centro. Siguió corriendo hasta

llegar a la esquina dos manzanas más allá del hospital,

en ese momento ya los había despistado y podía ir más

tranquilo, pero no quería correr ningún riesgo. Una vez

que ya estaba a salvo pensó porque lo perseguían esos

policías: ¿Por entrar en su sala de vigilancia, por haber

huido sin que ningún médico le hubiese dado el alta o

porque sencillamente esa gente también era de la

mafia que había secuestrado a Mariona? Había muchas

razones por la que alguien querría perseguir a Álvaro…

Al volver a su apartamento, encontró un sobre en la

puerta de entrada. Lo cogió rápidamente y fue al sofá

a ver su contenido. Había un boceto de un dibujo, una

calavera con un hacha clavada en el cráneo y un

agujero bastante grande alrededor de la herramienta.

Era un dibujo precioso; simple pero perfecto, algo

siniestro pero elegante. Junto con el dibujo había una

nota y rápidamente vio que era la letra de Mariona,

busco un mensaje secreto pero esta vez no hubo nada

más. Leyó nervioso el mensaje en el que ponía:

¿Reconoces este dibujo? Tal vez

te suene más si te digo que

alguien lo lleva tatuado.

Entonces recordó quién llevaba ese tatuaje, Bernabé.

Bernabé era su exnovia, cortó con ella porque era muy

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celosa y controladora. Ella tenía ese tatuaje en el lado

derecho de la cintura. Lo había visto muchas veces y

ahora lo recordaba con mucha precisión. Debía idear

un plan para poder acercarse a Bernabé sin que nadie

supiera lo que estaba planeando. Tal vez fueran tres

casillas por delante, pero él era capaz de avanzar unas

cuantas casillas más en un solo turno que se había

hecho eterno.

Se fue al baño para ducharse y quitarse ese olor a

hospital que tanto odiaba porque le recordaba su

infancia, cuando tenía que pasarse días y días en el

hospital debido a los problemas de asma que había

heredado de su padre. Una vez terminó de ducharse

supo lo que tenía que hacer. Tenía que volver con la

mujer más celosa y controladora del mundo. Tenía que

volver con Bernabé para poder recuperar a la mujer

que amaba de verdad.

Álvaro se sentó en el sofá mirando el teléfono que

estaba encima de la mesa. Así se quedó unas dos horas.

No se decidía, debía llamar a Bernabé. Pero ¿Qué

pasaba si volvía con ella? ¿Ya nunca más volvería a ver

a su amada? Él no podía hacer eso, no podía soportar

la idea de no volver a sentir sus manos suaves

acariciándole, de no volver a ver o escuchar su voz de

la cual se enamoró perdidamente. Llegó a la conclusión

de que si quería salvar a Mariona debía llamar a su

exnovia y volver con ella a pesar de que estuviera loca.

Cogió el teléfono y marcó su número. La llamada se

estaba haciendo eterna, hasta que oyó:

— ¿Sí, diga?

Esa voz femenina… Le resultaba familiar, demasiado,

hacía poco la había escuchado… pero ¿dónde?

— ¿Quién es?

De repente se alarmó y colgó el teléfono. Se había

acordado de quien era la voz. No podía ser verdad, era

la voz de Lourdes. Empezó a ponerse nervioso. Fue

rápidamente a su despacho, encendió su ordenador y

entró en la carpeta donde estaban todos los

expedientes de los habitantes de España. Fue

buscando por la letras MM hasta que encontró el

nombre de Bernabé Moreno Montoya. Lo abrió y

empezó a leer desde el año 1982, el año en que se

conocieron, todo lo que había hecho hasta que llegó al

final en el 2010. A partir de allí ya no se sabía nada más

sobre ella. Cuatro años hasta ese momento y no existía

ninguna pista más de esa mujer. Álvaro se extrañó

mucho. Volvió abrir la carpeta y esta vez buscó por las

letras MC el nombre de Lourdes Martínez Cobos. Su

expediente empezaba en el año 2010. Esta

coincidencia entre años era muy extraña y a su vez

sospechosa.

Volvió a repasar la última nota que le habían mandado.

Revisó el dibujo de la calavera con el hacha clavada en

el cráneo. Si, era igual al de Bernabé. Seguidamente

leyó la nota una y otra vez, pero no encontró nada.

Estaba seguro que si en la nota anterior había una pista

en esta era muy posible que hubiera otra. Mariona no

podía dejar escapar una nueva oportunidad para

desvelar una pista más. Cogió su lupa y volvió a leerla

unas cuatro más.

¿Reconoces este dibujo? Tal vez te

suene más si te digo que alguien lo

lleva tatuado.

Pudo observar que delante de algunas letras había un

punto. Era una clave. Reordenó en varios intentos

todas las letras que llevaban ese punto y finalmente

pudo formar la palabra “Lourdes”. ¡Era Ella! ¡Bernabé

Page 14: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

14

y Lourdes eran la misma persona! Recordó que alguna

vez Mariona le había mencionado algo de un tatuaje en

la cintura de su compañera de trabajo, pero no le había

dado mucha importancia. Mariona era muy lista.

¿Cómo no pudieron darse cuenta sus secuestradores

que su rehén había dejado estas pistas en las notas?

Álvaro se acostó, su mente estaba agotada, llevaba

ocho horas seguidas sin descansar. No podía más. Se

tumbó en su cama, ladeó la cabeza mirando el sitio

vació que su novia ocupaba hasta su desaparición,

cerró los ojos y empezó a recordar los momentos más

bonitos, entrañables y divertidos vividos entre ellos

dos. La echaba de menos.

Al día siguiente, Álvaro se levantó pensativo y se

preparó un buen desayuno. No estaba nada cómodo en

su casa sabiendo que Lourdes tenía a Mariona. Salió de

casa y se dirigió hacia la cafetería, para poder encontrar

a la compañera de trabajo de Mariona que ahora se

había convertido en su secuestradora. Mientras hacía

su viaje, pensó en quién más podría estar relacionado

con el caso, pero teniendo en cuenta todo lo que le

había sucedido durante esos últimos días, las

posibilidades eran infinitas. Al fin llegó a la cafetería, y

allí encontró a Marc.

— Buenos días, ¿no está Lourdes?— Preguntó Álvaro

muy nervioso.

— Lo siento Álvaro, pero justo ayer dejó su trabajo,

nos comentó que le había surgido un puesto mejor en

un restaurante, no recuerdo dónde... ¿La estás

buscando? —preguntó el chico.

— Sí, era para darle una sorpresa —mintió Álvaro.

— Te lo comento porque ayer me dijo que

seguramente pasarías por aquí y te dejó esta carta para

ti, como hace tantos días que no vemos a Mariona...

¿Está bien? ¿Se ha mejorado de su gripe?

A Álvaro se le aceleró el corazón, pero notó que Marc

también estaba nervioso.

— Sí, parece que mejora, pero la ha dejado muy

débil... El médico le dijo que reposara unos días más.

Gracias Marc —lentamente cogió la carta y se despidió.

Se sentó en una silla de la cafetería, y la abrió

rápidamente, ¡pero en la carta no había nada!

Intrigado, se giró para llamar a Marc, ¡pero tampoco

estaba! Le había despistado para irse de la cafetería sin

que se diera cuenta. Álvaro se enfadó mucho, pero

intentó calmarse y pensar en su siguiente movimiento.

Al cabo de unos minutos recordó el mensaje secreto

que le escribió Mariona: «Estoy en un sitio

abandonado, en medio de un bosque descuidado cerca

de Seattle, no sé muy bien dónde. Oigo agua.»

Se puso a buscar en el móvil algún lugar de estas

características, no podía haber muchos. Seattle estaba

rodeado de bosques pero solo uno estaba cerca de una

cascada, Mariona podría estar allí. Disimulando su

descubrimiento, Álvaro salió de la cafetería, cogió su

motocicleta sin rumbo fijo, por si alguien lo seguía. No

tardó ni cinco minutos en notar que una moto de color

rojo le seguía. Aparcó su vehículo y vio como la

motocicleta roja también aparcaba a unos diez metros.

Sin pensárselo saltó con furia sobre el motorista que le

seguía. Álvaro se puso la mano en el bolsillo, sacó las

manillas que llevaba siempre encima, lo cogió por el

brazo sin que pudiese reaccionar y lo encadenó a una

farola. Y acto seguido le preguntó nervioso al

motorista:

— ¿Quién eres y por qué me estabas siguiendo?

En ese instante el motorista se iba a quitar el casco

Page 15: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

15

cuando... Álvaro sintió un pinchazo en el brazo y una

intensa sensación de sueño, sólo tuvo tiempo de ver

como el motorista se quitaba las manillas y se iba

rápidamente antes de quedarse dormido. Se despertó

en el suelo de la calle, se levantó y se dirigió con su

moto, enfadadísimo, hacia el aeropuerto, destino a

Seattle. Destino a Mariona.

Cuando las sensaciones son tan agudas y la situación

tan extrema, el tiempo pasa a velocidad de vértigo y las

distancias se acortan. Álvaro llegó al aeropuerto del

Prat tan deprisa como pudo, y por un momento pensó

que debía aflojar la marcha, intentar no perder la

calma, acabaría por tener un accidente yendo a ésas

velocidades por la ciudad.

Sacó un billete a Seattle, que le dolió a su cartera

puesto que era de última hora, y embarcó. Estaba

agotado. Todo este caso… le estaba machacando. Y tan

solo pensaba en que todavía no le había pedido aún

que pasase el resto de su vida con él… Y ahora, ahora

no sabía si esa misma vida estaba tan en peligro que

eso no sería posible. Terminó por dormirse apoyado en

la ventanilla, con la firme idea de que al despertar,

Mariona estuviese a su lado y todo este embrollo

hubiese sido una horrible pesadilla.

Cuando llegó a Seattle, le vinieron a la memoria la

cantidad de recuerdos que tenía de aquella ciudad, el

principal de todos, que fue aquí donde la conoció. Y de

nuevo, ese nudo en el estómago que llevaba sintiendo

desde que la había perdido aquella tarde en la

cafetería. Se dirigió cogiendo un taxi al barrio al que se

había trasladado un tiempo atrás, dispuesto a

encontrar una pensión donde poder pasar los días que

fuese a estar allí, cosa que no sabía. Una vez hubo

ordenado las cuatro cosas que había puesto en el

equipaje, y dejando atrás el cartel del hotel… se puso a

buscar la cascada para ver si encontraba alguna pista

que le ayudara a dar a Lourdes. Después de un buen

rato halló cascada y se dio cuenta de que al lado de ella

había una casa. Intentó mirar si había alguien dentro.

Efectivamente allí estaba Lourdes con Mariona atada y

bien sujeta. A Álvaro se le iluminó la cara, volvía a ver a

su novia, tenía que rescatarla cuando antes. Cuánto la

había echado de menos.

De pronto, Álvaro notó la respiración de alguien justo

detrás suyo. Se quedó inmóvil y se giró lentamente, ¡le

habían descubierto! En ese momento, alguien le dio un

buen golpe que le dejó inconsciente. Cuando despertó

estaba atado a una silla y con la boca tapada. Delante

tenía a Lourdes y a Marc. ¡Los dos eran cómplices!

— Veo que te despiertas, ya tenías a tu novia

preocupada —dijo Marc señalándola con su dedo.

Mariona estaba a su derecha sentada y atada igual que

él. Tenía que pensar en un plan para poder escapar los

dos.

— Tendrás muchas preguntas, ¿no?, —dijo Lourdes—

te presento a mi novio Marc, él me ha ayudado con

muchísimas cosas.

— Tendrás que cumplir todo lo que te iremos pidiendo

para que finalmente nos des el tesoro, si aún no sabes

lo que es, ya lo sabrás dentro de unas semanas. No es

necesario que te preocupes por ella, nosotros la

cuidaremos mientras hagas lo correcto. Nadie quiere

que le ocurra alguna desgracia.

Lourdes se le acercó y le inyectó una sustancia, para

que Álvaro se volviera a dormir, pero antes de dormirse

oyó:

— Ah, por cierto, no vuelvas más por aquí o si no tu

novia morirá.

Page 16: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

16

Cuando despertó, estaba en su casa, de vuelta a

Barcelona. … De algún modo que no entendía, alguien

le había traído de vuelta durante la noche, mientras él

estaba sedado… Se levantó y mientras desayunaba,

pensó en todo lo que le había dicho Lourdes el día

anterior. Álvaro tenía muchas preguntas en su cabeza.

¿Cuánto duraría esta pesadilla? ¿Cómo estaría Mariona

ahora mismo? ¿Qué le pedirían hacer? ¿Serán

crímenes? ¿Qué es este tesoro que tanto buscan y

necesitan? Por culpa de todos esos problemas no

estaba nada cómodo, no tenía hambre, estaba

inquieto.

Por un momento pensó otra cosa, un pensamiento

feliz, pensó que habría pasado si aquella noche

Mariona hubiera llegado a casa y él le hubiera pedido

el matrimonio. Con todos estos pensamientos, Álvaro

se puso a llorar. Fue en ese momento cuando llamaron

a la puerta de su apartamento. Transcurrieron unos

quince segundos desde que Álvaro se levantó del sillón

hasta que llegó al recibidor. Acto seguido, abrió la

puerta pero no vio a nadie. Fue entonces cuando se dio

cuenta de que había una pequeña caja de cartón con

un decorado espeluznante, la sacudió y notó que

dentro no había una nota, había un móvil de los que

tienen teclas multimedia. No sabía para qué era, pero

no tardó mucho en descubrirlo. Inmediatamente

empezó a sonar el teléfono, descolgó y una voz fría y

ronca empezó a hablar al otro lado de la línea:

— Dirígete al edificio que está en obras en la esquina

de Villarroel con Mallorca, allí te esperará uno de mis

hombres, él te dará las instrucciones.

Y la comunicación se cortó. Sin esperar un segundo

más, Álvaro fue corriendo a por su moto, se puso el

casco y arrancó. A los cinco minutos de salir se

encontró con un problema. Un camión se había

quedado atascado en una confluencia entre dos calles

y había formado una larga cola de vehículos. Decidió

tomar un atajo que conocía para no tener que esperar.

No tardó mucho. Cuando llegó, aparcó la moto encima

de la acera y al bajarse de la moto, vio que todo era

muy diferente. Cuando la gente pasaba a su lado le

miraban de un modo un tanto extraño. Pero quizás eso

sólo fuera una paranoia. Álvaro esperó y esperó, hasta

que un hombre alto y robusto se le acercó y le dijo:

— Ve tres calles más abajo. En el aparcamiento te

espera un todoterreno negro.

Sin decir más, ese misterioso hombre desapareció

entre la multitud. A Álvaro le sonaba mucho su cara,

pero no sabía exactamente de qué. Siguió sus órdenes

y se dirigió hacia el aparcamiento. Tardó unos dos

minutos, pero en el transcurso de ese tiempo se dio

Page 17: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

17

cuenta de que llevaba algo en el bolsillo. No quiso saber

lo que era e hizo como si no lo tuviera.

Llegó al garaje indicado y allí estaba: un todoterreno de

grandes dimensiones, de color negro. Se acercó y una

de las puertas se abrió. Subió al coche y dentro estaban

Marc, Lourdes y otras dos personas.

Álvaro estaba muy nervioso y se sentía muy incómodo.

Fue entonces cuando Lourdes le dijo a Álvaro:

— No sé si ya habrás visto lo que llevas en el bolsillo,

pero cuando lleguemos, él te dirá para que sirve.

— ¿Quién es él? —preguntó Álvaro con una voz un

tanto temblorosa.

— No te hagas el tonto, ya lo sabes —respondió

Lourdes.

Entonces Álvaro notó un pinchazo en el cuello y de

nuevo la misma sensación de sueño que había sentido

pocas horas antes en Seattle, al momento, cayó

dormido en el asiento trasero del coche. Pasaron

minutos, o quizás horas, cuando Álvaro despertó.

Estaba en una habitación sin amueblar, donde

únicamente había una ventana. Al asomarse por el

cristal se quedó petrificado. Ya no estaba en Barcelona,

¡estaba en Londres! Otra vez había viajado sin saber

cómo…

No pasó mucho tiempo hasta que la puerta de la

habitación se abrió y entró una persona en la

habitación la cara del cuál le resultó familiar al

detective. Cinco segundos fueron el margen que tuvo

Álvaro para caer en la cuenta de quién era aquél

hombre. No se lo podía creer, ¡era su padre! Muy

sorprendido y al mismo tiempo asustado, dejó ir un

chillido que hizo temblar las paredes opresivas y

amenazadoras de aquel lugar completamente

desconocido para él. No tenía ni idea de dónde se

encontraba. Era una habitación muy pequeña, sin

ventanas, que provocaba una enorme sensación de

claustrofobia. Desgraciadamente, Álvaro no soportaba

los espacios pequeños. No era claustrofóbico.

Simplemente no le hacía mucha gracia la idea de no

tener ningún tipo de contacto visual con el exterior. Y

eso hizo alterar su comportamiento. Pero ahora

mismo, tenía otras cosas en las que pensar.

Su padre estaba aquí. Plantado delante de él y,

seguramente, esperando una reacción por su parte.

Álvaro no le veía desde que tuvo lugar el fatal

acontecimiento... hacía ya muchos años. Fue en

aquella misma ciudad, donde lo vio por última vez. Era

un frío día de invierno. Álvaro y sus padres estaban

pasando las vacaciones de Navidad allí, pero

desgraciadamente, de vuelta al hotel, el coche en el

que viajaban los tres tuvo un accidente. El siguiente

recuerdo que tiene el joven detective es ya el de su

madre al lado de la cama del hospital, fue ella quién le

contó que Mario, su padre, había perdido la vida en el

siniestro.

— ¡Papá! ¿Eres tú? —preguntó alteradísimo.

— Hijo... Siento mucho lo que te hice. —suspiró él.

— ¿Pero, c-c-co-cómo puede ser? —tartamudeó.

Estaba atónito.

— Verás, hay algo que debes saber, algo que te he

estado ocultando durante todos estos años. Algo por lo

que quizás nunca llegues a perdonarme, Álvaro –

respondió él, con aire arrepentido.

— Papá... No entiendo nada, estoy muy confuso. Te di

por muerto y ahora, de repente, apareces ante mí —

dijo con un hilo de voz.

Page 18: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

18

— Álvaro, aquel día, yo no morí como todo el mundo

piensa. Pero no tuve elección. Tomé la decisión que me

pareció más acertada. Te voy a contar lo que ocurrió.

Aquellas vacaciones que pasamos aquí estaban

planeadas. Tú madre sabía que veníamos por una

misión que me habían encargado, pues mi oficio de

detective era solo una tapadera de mi verdadero

trabajo: siempre fui un espía. Y, desgraciadamente esa

misión tenía que ver contigo. ¿Recuerdas aquel frasco

que siendo un crío sacaste de mi maleta por error

cuando fuimos a visitar a los abuelos a La Coruña?

¿Aquel que te pedí que escondieses en tu lugar favorito

del planeta? Aquello era un antídoto contra una

enfermedad que está empezando a afectar a una

cantidad muy baja de personas en el mundo pero, la

previsión es que se extienda hasta causar una epidemia

que podría acabar con nuestra especie… Te lo pedí

porque al ser un crío imaginé que nunca darían contigo.

Pero así fue, después de aquello me llamaron de la

central para comunicarme que habían descubierto mi

intento por poner a salvo algo tan valioso como eso y

que no cayese en las manos equivocadas. Por eso fingí

el accidente y mi muerte, para poneros a salvo a tu

madre y a ti. Y esto es todo. Siento no haber podido

contártelo. Pero entiende que lo hice para protegerte

—terminó diciendo su padre.

— No puedo creerlo... Tanto tiempo pensando que

habías muerto y apareces ahora hablándome de un

tesoro, que resulta ser la cura a una enfermad y… Me

cuesta entenderlo, soy incapaz de atar todos los cabos.

¿Qué tiene que ver todo esto con Mariona, Lourdes y

Marc? ¿Por qué me han traicionado? ¿Qué tienes tú

que ver con ellos? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Qué

hacemos los dos encerrados en este lugar? Y papá... Te

he echado de menos —añadió después de una larga

pausa en la que su padre le miraba expectante.

— Yo también, hijo, ojalá pudiera haberte visto crecer

durante todos estos años —avanzó hacia Álvaro y lo

abrazó fuerte—. Pero ahora debemos concentrarnos.

En los últimos meses empecé a sospechar que me

seguían y, finalmente, Lourdes y Marc, que llevaban

tiempo controlando mis movimientos, me

secuestraron. No sé cómo han podido averiguar dónde

estaba pero ya no hay marcha atrás. Quieren el tesoro.

Y Mariona seguramente forme parte de su mafia. Les

he dicho que tú tenías información acerca de él, para

que me dejaran hablar contigo. Necesito tu ayuda para

crear un plan. Un buen plan. Tenemos que ser más

listos que ellos, Álvaro. ¿Estás dispuesto a ayudarme?

—le preguntó clavando sus ojos en él, esperando la

respuesta que quería escuchar.

— Necesito que me des más detalles sobre el tema,

pero claro que te ayudaré, papá. No te voy a dejar solo

en esto. Me niego a perderte de nuevo.

— Bien hijo, primero de todo tenemos que salir de

aquí. No será muy difícil ya que, aparte de Lourdes y

Marc, solo hay un par de matones en la puerta

principal. Iremos por el conducto del aire

acondicionado hasta el salón, una vez allí iremos con

cuidado de que no nos vea nadie hasta la puerta

trasera donde tienen aparcados unos coches.

— ¿Y qué hacemos con Mariona? ¡No pienso irme sin

ella! ¡He venido hasta aquí para llevármela, no para

dejarla con esas personas! ¡Podrían matarla!

— No lo entiendes hijo, esto no es un asunto personal,

esto es un asunto muy gordo. Esta banda tiene ojos y

orejas en todos sitios, tenemos que andar con mucho

cuidado y pasar desapercibidos, solo así lograremos

poner a salvo el tesoro. Mariona no termina de ser

trigo limpio, y a pesar de que sé que la quieres, si nos

la lleváramos solo conseguiría ralentizarnos y poner en

Page 19: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

19

peligro esta misión o algo peor, si formase parte de su

grupo, estaríamos revelándole información que puede

volverse en nuestra contra.— dijo el padre de Álvaro

esperando a que este contestara.

— Te prometo que si resolvemos todo este embrollo,

y ella no está al final del camino, volveremos a buscarla.

— Está bien…Tendré que fiarme de ti, aunque desde

hace unos días ya no me fio ni de mí mismo —dijo

Álvaro triste y resignado por las palabras de su padre.

Una vez en el salón de la casa, habiendo pasado por el

conducto del aire acondicionado, fueron en silencio

hasta uno de los coches pero justo cuando se disponían

a arrancarlo oyeron unos gritos que provenían de la

casa.

— ¡Rápido Álvaro, arranca! ¡Arranca, vamos!— gritó

su padre muy nervioso, mirando las personas que se

acercaban y oyendo los disparos provenientes de sus

pistolas y ametralladoras.

Álvaro consiguió arrancar justo cuando las personas

que corrían hacia ellos se les echaban encima.

— ¿Qué hacemos ahora? —le preguntó Álvaro a su

padre cuando ya estaban bastante lejos.

— Te seré sincero, hijo… No podemos confiar en

nadie, esa mafia tiene personas infiltradas por todas

partes. Es muy importante que hallemos el antídoto y

solo tú sabes dónde se encuentra… —esas últimas

palabras las dijo en un tono extraño.

Las fichas ya estaban echadas sobre el tablero y se

movían continuamente, no paraban ni un instante,

todas querían ganar la partida. Álvaro y su padre por

un lado y la mafia en la que pertenecían Marc y

Lourdes, por otro. Todos querían llegar hasta el final,

llegar al misterioso tesoro.

Tras la huida, Álvaro y su padre se hospedaron en un

motel, en medio de la autopista A13. La recepcionista

que les atendió hablaba muy rápido y en un tono

nervioso. No les miraba a los ojos, tenía la vista fija

hacia el suelo. Algo que les extrañó pero no tenían

demasiadas opciones.

La habitación en la que pasaron los siguientes días era

bastante pequeña: tenía dos camas estrechas a cada

lado de la habitación, con una pequeña mesita de

noche en medio. Tenía una ventana pequeña a un lado

de la habitación y en el otro lado había una puerta de

madera que daba a un pequeño baño con un váter y

una estrecha ducha. Delante de las dos camas, una

alfombra bastante desgastada y con pequeños

agujeros y en un extremo, una pequeña mesa que

sostenía un televisor antiguo, donde el único canal que

se emitía era uno monotemático de cocina.

Pasados unos días y sentados cada uno en su cama,

Álvaro le preguntó a su padre:

— ¿No te has fijado en cómo nos mira la gente, sobre

todo las personas mayores? ¡Parece que nos miran

como si fuéramos unos delincuentes que se hubieran

escapado de la cárcel!— dijo Álvaro, riéndose y

esperando que su padre le contestara con algún

comentario cómico.

— Hijo… La verdad es que no he sido del todo sincero

contigo… No vas mal encaminado en tu reflexión sobre

cómo nos mira la gente…— dijo el padre de Álvaro en

un tono muy serio.

— No te entiendo papá…— dijo Álvaro preocupado.

— Verás, Marc y Lourdes pudieron dar conmigo

gracias a los carteles de búsqueda y captura que hay

Page 20: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

20

casi a nivel internacional por todas partes con mi foto…

Pensé que, un buen lugar para ocultar mi identidad

verdadera y permanecer a salvo era en… en prisión. Así

que me declaré culpable de un caso de asesinato con

arma blanca en las calles de Londres que no había

cometido y conseguí entrar en la cárcel… Pero me

escapé justo para encontrarte antes de dieran conmigo

los dos compañeros del trabajo de tu novia… No tenía

otra opción. A pesar de todo, me alegro mucho de estar

contigo.

Álvaro se pasó toda la noche dándole vueltas a las

nuevas confesiones de su padre. Sin poder dormir. No

podía conciliar el sueño sabiendo que su padre era un

supuesto delincuente. ¿Y si los encontraban y al verlo

con él, lo metían a él también en la cárcel? No podía

dejar que pasara eso, necesitaba salvar a Mariona,

necesitaba a su chica con él de nuevo.

Ya estaba amaneciendo cuando se escucharon unos

golpes en la puerta de la habitación, Álvaro se levantó

lentamente para no hacer ruido, se acercó

sigilosamente a la mirilla y se puso nervioso al ver lo

que había al otro lado de ésta. Fue rápidamente a la

cama de su padre y lo movió para que se despertara,

pero no reaccionaba.

— ¡Papá, papá, despierta por favor, hay un policía en

la puerta!— le susurró nervioso a su padre mientras lo

movía.

Su padre seguía sin reaccionar, mientras el policía

seguía dando insistentes golpes en la puerta.

— ¡Papá, despierta, te lo suplico!— le dijo nervioso

Álvaro.

Este al darse cuenta que su padre no reaccionaba

empezó a pensar lo peor, ¿y si estaba muerto? Su

padre no es que fuera muy joven, tenía ya 65 años, y

podría ser que tuviera alguna enfermedad, cosa que

Álvaro no sabía ya que había pasado toda su vida

pensando que él había muerto en un accidente. Para

estar seguros, le tomó el pulso. Nada, no sintió nada.

Volvió a tomárselo por si lo había hecho mal, pero de

nuevo nada. No sabía qué hacer, él que había creído

que su padre estaba muerto desde hacía años y que

había descubierto lo errado que estaba hacía pocos

días… Y ahora había fallecido sin más.

Sus ojos se llenaron de lágrimas pero se negaba a

soltarlas. Finalmente, su instinto lo llevó a abrir la

puerta para pedir ayuda, pero no recordaba que fuera

había un policía esperando desde hacía ya media hora.

— Hola buenos días, siento molestarle a las siete de la

mañana, señor. Pero tengo una orden judicial para

registrar esta habitación ya que se sospecha que aquí

está hospedado un hombre que se escapó de la cárcel

hace unos meses. ¿Le importaría dejarme pasar?— le

dijo el policía.

Seguía aguantando las lágrimas que amenazaban con

salir. Su respiración era irregular, cualquier persona se

hubiera dado cuenta que estaba llorando si no fuera

Page 21: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

21

porque él sabía cómo hacerlo de manera silenciosa y

disimulada. Finalmente se armó de valor y miró al

policía a los ojos mientras susurraba:

— Está muerto…

Fue en ese momento que Álvaro dejó escapar todo el

aire que había acumulado durante todo el tiempo y

empezó a llorar, no podía aguantarlo más. Primero, el

secuestro de su novia, después descubre que su padre

está vivo, y ahora, él está en esa habitación, muerto. Su

vida había cambiado demasiado en muy poco tiempo,

y eso lo había superado. Diez minutos después de que

el policía llamara a una ambulancia, los médicos

aparecieron con una camilla para llevarse el cuerpo de

su padre.

— ¿Se sabe ya la causa de su muerte? —preguntó

finalmente Álvaro, al cabo de unos minutos, con la voz

rota por culpa del llanto.

— Sí, señor. Su padre se ha suicidado. Parece ser que

se ha tomado una cantidad de neurolépticos mayor

que la que le recetó su médico y su cuerpo no ha

podido soportarlo —le contestó el último enfermero

que se había quedado recogiendo el material utilizado

para examinarlo. Dicho eso, el sanitario cerró la puerta

y se fue, dejándolo solo, sin nadie en quien confiar y sin

nadie que lo ayudase a salvar a Mariona.

Entonces incapaz de pensar, decidió irse a dormir,

imaginando que cuando despertara su padre volvería a

estar con él. Despertó siete horas después, cerca de las

dos y media del mediodía y pensó en salir a la calle para

distraerse un poco después de todo lo sucedido pocas

horas antes. Pero justo cuando se levantó echó una

mirada a la cama en la cual había estado el cuerpo de

su padre y se dio cuenta que algo sobresalía…

Tenía la esperanza de que fuera una nota con alguna

pista para poder rescatar a su amada, pero no fue así.

Simplemente era un papel en el que ponía:

¿Cómo te sientes ahora sin nadie a tu

lado? Puede que tu padre en

realidad no se suicidase y nosotros

participáramos en su muerte. Ya

sabes de lo que somos capaces, danos

lo el tesoro y te dejaremos en paz.

Álvaro empezaba a entrar en cólera, le estaban

arruinando la vida, le habían quitado a dos de las

personas más importantes para él y sabía que tenía que

actuar de inmediato. Primero de todo necesitaba

aclarar sus ideas, reunir toda la información que había

obtenido y utilizarla de la mejor manera, pero faltaba

la parte más importante, recordar el lugar donde con

apenas cinco años escondió aquello tan deseado por

los excompañeros psicópatas de Mariona.

Fue hasta la calle. Para poder respirar aire fresco y que

se le ocurriera algún plan. Nada. No conseguía obtener

ninguna respuesta, pero tenía muchas, demasiadas

preguntas. Decidió mirar en su bolsillo, para ver qué

era lo que llevaba en él. Una llave. Eso era, una simple

llave que llevaba grabadas a su alrededor unas

iniciales: J.H. Eran las iniciales de su padre, Jorge

Herrero, eso estaba claro, la llave le pertenecía. Pero,

¿por qué su padre solo y no las iniciales de los otros

cuatro investigadores?

Otra pregunta se añadió a la lista que parecía

interminable de las otras cuestiones que no sabía

resolver. Sentía vergüenza por una parte, él era

investigador, esto para él debía ser familiar, pero era

un asunto personal y eso lo complicaba todo. Por otra

parte, se sentía confundido ya que pensaba que igual

Page 22: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

22

esto nunca terminaría o lo haría de una manera que no

quería ni imaginarse. Pero debía dejar de pensar en

qué sentía él, la realidad era otra: centrarse en

encontrar un plan. No podía volver a Seattle porque si

no matarían a Mariona y conociendo a los

secuestradores, en estos momentos puede que

Mariona estuviese en la otra punta del mundo o a cinco

minutos de donde se hallaba él. No terminaba de

entender la forma de pensar de estos individuos. Solo

comprendía que al principio de todo este embrollo lo

tenían todo muy controlado, pero ahora cada vez se les

torcían más las cosas. No podía ser que esta “búsqueda

del tesoro” durase tanto tiempo. Y no comprendía

como podían vigilarlo a todas horas, tenía que llamar a

un detective o a la policía, pero sospechaba que gente

de allí estuvieran también de su parte.

Empezaba a atar cabos. Eso le daba un mínimo de

satisfacción, pero sabía que aún le quedaba mucho

trabajo si quería terminar esto de la mejor forma

posible. Empezó a pensar que tenía que encontrar a

alguien de confianza, alguien que no le iba a fallar.

Siguió razonando sobre con quién podía y debía

contactar, ya que tenía que ser una persona de su total

confianza y que supiera a lo que se tenía que enfrentar.

Fue en ese momento cuando al joven detective le

vinieron tres nombres a la cabeza. El primero, era

Alfonso Gutiérrez, un exnovio de su madre, que

también se dedicaba a la misma profesión. Hacía varios

meses que no se veían, desde el verano pasado cuando

rompió con su madre. Alfonso siempre le había

ayudado mucho, pero pensó que no era buena idea ya

que si algún día su madre se enteraba de todo lo que le

estaba pasando se enfadaría; y lo último que quería en

el mundo era tener aún más conflictos. El segundo era

Antonio Pérez, un viejo amigo de la infancia y juventud.

Se dedicaba a la construcción y ahora mismo andaba

muy liado, por otra parte acababa de ser padre y pensó

que quizás no aceptaría jugarse la vida en ese justo

momento. Y el tercero y último era Abel Irrubunyusky

que empezaba a ser la opción más clara. Los otros dos

o bien tenían cosas que hacer o no eran la opción más

coherente. Abel era una persona de unos treinta y

cinco años, vivía en el País Vasco y ahora estaba sin

trabajo por causa de esta maldita crisis económica.

Sin pensárselo, Álvaro busco una cabina de teléfono

para poder hablar tranquilamente con Abel. Miró a su

alrededor por si alguien le había seguido y como no vio

nada extraño. Insertó la moneda y le llamó.

— ¿Hola? —dijo Abel.

— Hola Abel, soy Álvaro. Te estoy llamando desde

Londres, te necesito… Estoy en un gran problema

donde están en juego mi vida y las de otras personas —

dijo Álvaro con un tono muy serio y preocupado.

— ¡Va hombre, Álvaro, no te lo crees ni tú, esa broma

ya me la habían hecho antes!— exclamó Abel.

— ¡Te lo prometo Abel, me estoy volviendo loco con

notitas para arriba notitas para abajo, ayúdame! —dijo

Álvaro, histérico.

— Entonces, ¿lo dices en serio? —pronunció Abel,

arrepintiéndose de su primera reacción— ¿Álvaro?

¿Estás ahí? —dijo Abel, sin respuesta alguna.

— Métete en tus asuntos si no quieres acabar como tu

amiguito Álvaro —dijo un hombre desde la cabina

telefónica, hablando por Álvaro y terminando la

llamada.

Pi, pi, piiiiiiii…

— ¿Qué pasa?... ¿Dónde estoy?... y ¿Quiénes sois

Page 23: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

23

vosotros?...

Abel se quedó con el teléfono en la mano durante unos

minutos y luego reaccionó. Lo poco que le había

empezado a contar Álvaro debía de ser más grave de lo

que él había pensado en un primer momento. Y esa voz

desconocida que le había advertido que se metiera en

sus asuntos sino quería acabar como su amigo, no se la

podía quitar de la cabeza. No era ninguna broma como

él había pensado en un principio. Y ese modo en que se

había cortado la comunicación no le hacía pensar en

nada bueno. Así pues, recurrió a los conocimientos

adquiridos durante sus estudios y sus trabajos en

diferentes empresas y países como técnico informático

y se puso manos a la obra. Su única pista era esa

extraña llamada de su amigo desde Londres. Siguiendo

esa única pista sólo se le ocurrió intentar rastrear la

llamada. Se conectó al ordenador, accedió al

localizador de llamadas a escala mundial, se centró en

la ciudad de Londres y a los pocos minutos un círculo

de color rojo parpadeaba en medio de la pantalla. La

llamada de Álvaro se había realizado desde una cabina

telefónica situada en Trafalgar Square.

— ¿Qué hacía Álvaro en Londres?, y ¿qué era lo que

me había dicho? — pensaba en voz alta. Pues nada, no

le había podido dar ninguna información. Que habría

querido decir con eso de tanta notita para arriba, notita

para abajo. Abel recordaba el tono de apuro de su

amigo durante la breve conversación que mantuvieron

y lo que Álvaro le había pedido era su ayuda. Y eso era

lo que iba a hacer, estaba decidido a recorrer todo

Londres si era necesario para poder encontrar a su

amigo.

Con Álvaro había vivido momentos inolvidables en sus

años de adolescencia. Fue él quien le presentó a su

primer y único amor, Raquel. Con Raquel ya llevaba

viviendo su historia de amor más de 15 años y la quería

tanto o más que el primer día. Y mientras pensaba en

ella, le dejó una nota para que no se preocupara y con

paso decidido se dirigió hacia el hangar.

Abel era un apasionado de los aviones y los

helicópteros, así que cuando tuvo ahorrado el dinero

necesario para comprarse un helicóptero, lo hizo. Y no

sólo eso, construyó un hangar en unos terrenos

cercanos a su casa y se sacó el carnet de piloto. Tenía

la suerte de que Raquel compartía con él esa misma

afición por volar. Abel subió a su precioso helicóptero

y se dirigió hacia Londres.

Aterrizó directamente en Trafalgar Square, no había

tiempo que perder. En esa plaza había cuatro cabinas

telefónicas pero sólo una tenía el teléfono arrancado.

Abel entró en ella, pasó su detector calórico y pudo

verificar que Álvaro había estado allí. Pudo detectar

también la presencia del otro individuo y un rastro que

lo llevó a enfocar el suelo. Tirada en el suelo había una

tarjeta con un nombre y una dirección de Londres.

Como no tenía ninguna pista mejor, subió a un taxi y

pidió que le llevara lo más rápido posible al número 15

de Berwich Street.

El taxi avanzaba más lentamente de lo que él hubiese

querido, pues había mucho tráfico. Se adentraron en el

barrio del Soho, el taxi giró por una estrecha calle poco

iluminada y se detuvo frente a una pequeña casa. Sin

pensárselo dos veces, Abel se acercó a la casa y la

rodeó. El detector calórico sólo captó la presencia de

un individuo. Deseó con todas sus fuerzas que fuera

Álvaro y con mucho sigilo se aproximó a una ventana

lateral de la casa donde el detector señalaba la

presencia de alguien. Con mucho cuidado miró a través

de la ventana y vio a su amigo. Estaba amordazado y

sentado en una silla con las manos atadas a la espalda.

Page 24: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

24

No se veía a nadie más en el interior de la casa, así que

Abel picó con los nudillos a la ventana. Álvaro giró la

cabeza hacía la ventana y pudo ver a Abel. Su expresión

era de incredulidad. Abel no perdió el tiempo y con un

fuerte codazo rompió el cristal de la ventana y entró en

la casa. Le destapó la boca a Álvaro y lo desató mientras

le ayudaba a levantarse de la silla y le decía una y otra

vez:

— ¡Venga, hay que salir de aquí!

Salieron los dos a través de la ventana y empezaron a

correr calle abajo. Al cabo de un rato, ya sin aliento,

decidieron parar un taxi que los llevó de vuelta a

Trafalgar Square. Allí subieron al helicóptero y pusieron

rumbo a Barcelona.

Durante el trayecto Álvaro le agradeció mil veces a Abel

que se hubiese tomado en serio su llamada y hubiera

ido a rescatarlo. Y poco a poco también le pudo

explicar todo lo que le había ocurrido. Abel,

boquiabierto iba escuchando todo lo que le contaba su

amigo y decidió que se quedaría unos días en Barcelona

con él para seguir buscando a Mariona.

Al poco de despegar, se dieron cuenta de que el motor

del helicóptero tenía dificultades para seguir

funcionado, comenzó a hacer ruidos un tanto

preocupantes, y de pronto, de una de las hélices de la

parte trasera del aparato dejó de funcionar. No tardó

en aparecer una nube gris y muy espesa que poco a

poco formó en el cielo una columna de aire que se

extendía a medida que el helicóptero descendía

metros y más metros…

Al despertar, no sabían dónde estaban… Era un cuarto

oscuro, sin ventanas, sin nada, solo una pequeña

linterna. Al encenderla, vieron una pequeña caja en un

rincón. Asustado, Álvaro se acercó, tenía miedo, no

sabía lo que estaba ocurriendo, no entendía porque

estaba pasando esto…

— ¿Por qué a mí? —se preguntó, con los dedos

temblorosos mientras sostenía la caja.

— No te preocupes, encontraremos las respuestas de

todo, yo estoy contigo, no te dejaré solo —le respondió

Abel mientras se acercaba por detrás.

Álvaro, sostuvo con fuerza la caja entre sus manos.

Ahora solo tenía que abrirla para averiguar si dentro

había alguna pista. Él estaba demasiado nervioso, así

que le dio la caja a Abel. Al abrirla, pudieron leer:

Si no lográis salir de esta habitación

en menos de media hora, moriréis.

No se lo podían creer, iban a morir si no lograban salir.

De inmediato, fueron directos hacia la puerta de la

habitación, estaba cerrada, no se podía abrir. Álvaro,

vio un reloj tirado en el suelo. Estaba en cuenta atrás.

No tenían la llave de la puerta, no podían salir. Abel

Page 25: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

25

recordó que en su bolsillo tenía algo puntiagudo, pero

descubrió que se lo habían quitado Lourdes y Marc al

no ver el objeto. No les quedaba otra opción de buscar

la llave en la tenebrosa habitación. Solo les quedaban

diez minutos, y seguían sin encontrarla. Álvaro se

estaba poniendo cada vez más nervioso y, al fin, la

encontraron… ¡Encontraron la llave entre la oscuridad!

Abel corrió lo más rápido que pudo a abrir la puerta, y

al abrirla, el reloj se paró. ¡Estaban a salvo! De

momento.

Justo en la abertura de la puerta encontraron una

nueva carta pero al estar todo tan oscuro era imposible

distinguir qué ponía así que decidieron salir fuera de la

casa. Estaban en una especie de desierto, no había

nada, ni árboles, ni casas, ni personas… Estaban solos.

Abrieron la carta, y pudieron leer:

Veo que habéis podido escapar de la

habitación… Pero a ver si podéis

ganar esta vez.

Tenéis 24 horas para llegar a Irlanda, si no, alguien

sufrirá las consecuencias.

Álvaro y Abel no se lo podían creer, ¿debían atravesar

todo el desierto y después llegar a Irlanda? Al empezar

a andar, distinguieron una persona a lo lejos. No

estaban seguros, pero corrieron para intentar llegar a

ella, y justo cuando les quedaban un par de metros,

desapareció. Llevaban horas y horas andando por el

inmenso desierto, sin agua ni comida… No podían

aguantar más el insoportable calor… Así que decidieron

parar a descansar. A Álvaro, le sonó el teléfono.

Rápidamente se cuestionó si podía haber cobertura en

ese lugar y tras treinta segundos decidió contestar pero

cuando descolgó, no se escuchaba a nadie. Siguió

esperando, a ver si alguien respondía, y oyó:

— Andad 50 metros hacia el norte, allá encontraréis

una furgoneta negra, subid.

Al llegar al vehículo, vieron que les estaban esperando

Lourdes y Marc.

— ¿Por qué no nos escapamos de ellos? Si nos

subimos a la furgoneta, no sabremos a donde nos

llevaran…— le dijo Abel a Álvaro.

— Tienes razón, demos media vuelta…— respondió

Álvaro.

Cuando estaban andando hacia el otro sentido, Abel se

dio cuenta de que alguien les seguía, era Marc.

Empezaron a correr, pero Marc consiguió atraparlos, y

los durmió. Álvaro despertó en su apartamento, pero

no vio a Abel por ninguna parte. Volvía a estar solo. No

se lo podía creer.

— ¿Por qué habrán cogido a Abel, y a mí me han

vuelto a dejar en Barcelona?— se preguntó a sí mismo

No entendía nada. Estaba como en el principio, o aún

peor, sin pistas, solo, y ahora no sabía ni dónde poder

encontrar a Mariona. Se sentía demasiado cansado

para seguir buscando pistas, así que decidió irse a

dormir para retomar fuerzas. Al despertarse, se tomó

una taza caliente de té e ideó otra estrategia para

intentar recuperar a su querida Mariona.

Salió a la calle, para despejarse, y se cruzó con un

individuo que se limitó a entregarle un sobre.

Desanimado, se sentó en el primer banco que encontró

y leyó:

Page 26: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

26

Para encontrar a Mariona, debes

encontrar a Guillermo Rius, él te

guiará a la siguiente pista.

Álvaro se quedó sorprendido, pensaba que estaba ya

ante la solución del caso. No tenía a nadie en quien

confiar, ya que también habían hecho desaparecer a

Abel. Tenía que encontrar a Guillermo lo antes posible,

sin perder ni un minuto más. A Álvaro, ya le sonaba de

algo ese nombre, y cogió rápidamente su moto, y fue a

comisaría. Allí pregunto por Guillermo Rius, y le dijeron

que era un hombre que trabajaba en un bar, cerca de

la avenida Madrid.

No estaba muy lejos de su casa, así que decidió ir

andando, para que nadie sospechara de él. Al llegar al

bar, se sentó en una mesa libre, y pidió un cappuccino

disimulando sus nervios. El camarero, le trajo la bebida

con una carta. Álvaro, sospechó que era Guillermo,

pero no estaba muy seguro. Al abrir la carta, encontró

una nota que ponía:

Al bajar al aparcamiento, localiza

un todoterreno rojo. ¡Suerte!

Encontró el todoterreno rojo aparcado en la plaza 23

del parking. Vio que las llaves estaban puestas y había

un GPS con una dirección seleccionada a la cual

entendió que tenía que dirigirse. Al coger el coche olió

un olor similar a la colonia que su novia se ponía cada

vez que iban a una celebración. Mientras estaba

conduciendo se encontró en la guantera unas llaves

sospechosas.

Al ir por las curvas de Collserola, se dio cuenta que

alguien lo estaba siguiendo. Álvaro decidió iniciar una

especie de carrera con el peligro que comportaba un

exceso de velocidad en ese tipo de carretera. Al llegar

a la cima de la sierra divisó una Barcelona sublime,

increíblemente bonita, era como un destello entre la

oscuridad de ese día lluvioso. ¡Simplemente

impresionante! Se veían todos y cada uno de los

monumentos de la ciudad.

Tras centrarse nuevamente, se dio cuenta que estaba

cercano a la perrera municipal y pensó que podía

despistar al coche yendo por ahí. Al desviarse por el

camino de tierra, vio como los faros delanteros del

coche verde oscuro que le seguía se desvanecían entre

los aullidos de los perros. Y siguió las señales del GPS

hasta una cabaña que parecía abandonada en las

proximidades de Sant Cugat.

Al llegar comprobó que una de las dos llaves servía para

abrir la verja y la otra pensó que era para abrir la casa.

Y así fue, al entrar en la casa vio que, en la habitación

Page 27: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

27

de matrimonio, había colgadas en el armario prendas

de Mariona. La nevera estaba llena y en la cocina había

una nota que ponía:

Espera noticias nuestras.

Al ver esa cama gigante sólo pensó en dormir y al día

siguiente se despertó, se preparó un buen desayuno

con lo que había en la nevera y decidió salir a disfrutar

del paisaje. Pero cuál fue su sorpresa cuando vio que

el todoterreno no estaba y en su lugar había un

deportivo azul sin matrícula. Ya nada le extrañaba y se

puso en marcha para averiguar qué secretos tenía

preparados en el coche que le habían dejado. El

deportivo tenía las llaves puestas y otro GPS con

dirección seleccionada igualito al del todoterreno.

También comprobó que en el asiento de copiloto había

unos billetes de avión con dirección a París para ese

mismo día, y una reserva del hotel Ritz. Sin pensarlo,

arrancó el coche y se dirigió al aeropuerto para coger

ese avión.

Al llegar a la capital francesa cogió un taxi y se dirigió al

lujoso hotel situado en la Place Vendôme. Subió a la

habitación para ducharse y descansar un poco. Y al

encender la televisión, sonó el teléfono. Lo descolgó y

oyó una voz que dijo:

— Baje al Hall y diríjase a la entrada del bar.

No le dio tiempo a hablar y siguió las instrucciones al

pie de la letra. Al entrar en el bar, vio en la barra a una

mujer que, por detrás, se parecía a Mariona. ¿Podría

ser ella? ¿Ya había acabado esa pesadilla? Le cogió del

hombro y le dijo:

— Mariona, cariño, ¿Eres tú?

Esa mujer que parecía ser su novia se giró y entonces

Álvaro se dio cuenta de que efectivamente era ella.

Pero antes de que pudiera lanzarse a sus brazos ella le

dijo:

— Lo siento.

Y antes de que él pudiera reaccionar cayó desplomado.

Acababa de recibir un fuerte golpe en la cabeza.

Todo estaba oscuro. Álvaro se acababa de despertar

pero no sabía cuánto tiempo había estado

inconsciente. Antes de hacer alguna locura, decidió no

entrar en pánico y empezar a pensar como un

auténtico policía, primero debía pensar dónde estaba.

Podía escuchar el ruido de los coches y notó que se

movía así que dedujo que estaba dentro de un coche.

No oía a nadie hablar, lo único que escuchaba era el

silencio. Llevaba puesta una especie de bolsa en la

cabeza y estaba atado de pies y manos, tumbado en

posición fetal. Pensó que debía estar dentro del

maletero del coche. ¿Por qué Mariona le había dicho

eso? ¿Qué estaba haciendo en el bar ella sola? ¿Por

qué en Francia? Preguntas, preguntas y más preguntas

que no tenían ninguna respuesta.

Fue entonces cuando pudo ver algo de luz a través de

la bolsa que llevaba y notó cómo dos hombres lo

sacaban del coche sin tener el más mínimo cuidado. Le

desataron los pies y lo agarraron con fuerza por los

brazos, pero sin quitarle la bolsa de la cabeza.

Estuvieron andando una media hora, más o menos,

mientras los matones le empujaban sin consideración

alguna. Finalmente llegaron a un lugar bastante frío

donde le obligaron a sentarse en una silla y le volvieron

a atar los pies. En seguida escuchó como se cerró una

puerta que debía ser de metal y después le quitaron la

bolsa de la cabeza.

Page 28: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

28

Por fin Álvaro pudo ver las caras de no dos, sino tres

hombres. Dos delante de él apuntándole con pistolas,

una nueve milímetros y una Glock 18. Uno era rubio

pero no tenía mucho pelo, de unos cuarenta años y con

una cicatriz muy fea en la frente. Y su compañero era

completamente calvo, pero tenía un poco de barba, y

unos ojos negros. El otro hombre estaba bastante más

apartado con Mariona a su lado. Tenía mucho pelo,

bastante largo y rubio y, no tenía el aspecto de ser

español, al igual que los otros tres. Parecían ser de

algún país del este de Europa.

Todo era bastante extraño. Mariona no estaba atada ni

la estaban agarrando ni nada. No. Estaba allí de pie,

como si fuera uno de ellos. Su princesa, la persona a la

que más quería estaba allí frente a él tan guapa como

siempre. Pero no podía ir a abrazarla, no podía ir a

besarla.

De repente, Álvaro dejó de pensar ya que le dieron un

gran golpe en el estómago y lo más raro fue que los tres

hombres y su novia empezaros a reírse. No entendía

nada, ¿qué estaba pasando? Entonces uno de ellos

empezó a hablar:

— Te has acercado demasiado por eso hemos

decidido cambiar los planes —y todos volvieron a reír

a carcajadas.

— Pero, no lo entiendo –dijo Álvaro—. ¿Qué está

pasando? ¿Cómo que me he acercado? ¿Acercado a

qué?— no lograba entender la situación.

— Tienes preguntas, lo sé. Es a lo que te dedicas, a

hacer preguntas y a sacar conclusiones. Pero ahora

somos nosotros los que hacemos las preguntas —dijo

el calvo—. Mira, ya nos has visto las caras y conoces a

la mujer del grupo así que supongo que debes saber

que vas a morir. A no ser, claro está, que nos des de

una vez lo que te pedimos.

Álvaro estaba asimilando todo lo que ocurría cuando

recibió otro golpe en la nuca, no lo suficientemente

fuerte como para dejarle inconsciente, pero si lo

suficientemente fuerte como para hacer que la silla se

cayera al suelo. Cuando logró levantar la cabeza del

suelo vio a quien menos esperaba en ese momento. Sí,

eran ellos, Lourdes y Marc. Finalmente consiguió

articular unas pocas palabras:

— ¿Qué está pasando? No lo entiendo Mariona. ¿Toda

esta historia ha sido una mentira?

— Que listo eres, Álvaro de mi vida —y se puso a reír

a carcajadas junto con los matones, Marc y Lourdes—.

Ahora haz el favor de decirnos dónde está el tesoro de

una vez y no sufrirás tanto y podrás morir tranquilo.

— ¿Sabes, Mariona? —continuó Álvaro— No sé dónde

se encuentra, soy incapaz de recordarlo, pero aunque

lo supiera, no os lo diría. Sois unos delincuentes, a

parte de unos traidores. No pienso ayudaros, ni lo

soñéis.

Se hizo un silencio sepulcral en la sala. Las caras de los

allí presentes cambiaron radicalmente. No les hizo

demasiada gracia que Álvaro les llamase delincuentes.

Mariona se acercó a la silla, que estaba volcada en el

suelo. Se paró delante de él. Miró atrás, donde estaban

sus compañeros de delito y les dijo que vinieran con un

gesto rígido. Marc y el calvo se acercaron rápidamente.

— Levantadle –dijo Mariona muy seria.

Entonces los dos hombres pusieron la silla recta. Álvaro

se asustó un poco al ver a Mariona tan cerca de él, pero

intentó disimularlo. Ya no tenía ganas de besarla, ni

abrazarla, ni siquiera quería tocarla. Le repugnaba.

Page 29: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

29

— ¿De verdad crees que somos delincuentes? —

preguntó Mariona con una sonrisa fingida.

— Eres una repugnante y asquerosa delincuente.

Haber salido conmigo solo para la causa hace que te

menosprecie. Has caído muy bajo —y Álvaro escupió al

suelo.

La joven, enfadada, se colocó detrás de la silla y, con

una navaja que se sacó del bolsillo, le cortó la cuerda

que ataba sus manos. Luego le liberó los pies. Volvió a

ponerse delante de Álvaro, para que él pudiera

contemplar cómo disfrutaba de lo que iba a hacer. Le

cogió del pelo y lo tiró al suelo. Se acercó a uno de los

hombres y le arrancó la pistola de las manos. Luego

volvió dónde estaba Álvaro y con un pie encima de su

barriga le apuntó a la frente.

— Escúchame, gusano —dijo mirándole fijamente a

los ojos—. Aprovecha tus últimas palabras porque…

— Escúchame tú Mariona —interrumpió Álvaro—.

¿Quieres encontrar ese dichoso tesoro? Me necesitas.

Mátame y estarás más lejos de tenerlo entre tus

manos. No me extraña que después de buscarlo tanto

aún no tengas una sola pista. La única persona que

sabe su paradero soy yo, aunque no lo recuerde.

Siempre has sido muy lista. Haz lo que creas

conveniente.

Entonces la muchacha, que se había quedado

pensativa después de aquellas palabras quitó el pie de

la barriga de Álvaro y miró hacia el suelo, así que se

perdió el contacto visual.

— Jefa, ¿qué hacemos ahora? El chico tiene razón.

¿Cómo vamos a encontrar el tesoro sin él? No tenemos

ni una sola pista… —rompió el silencio uno de los

matones, el de la cicatriz en la frente.

Entonces, Mariona, cambió su cara pensativa por otra

muy seria. Odiaba no tener razón. Se giró y apuntó al

individuo que se había atrevido a preguntar, justo en la

cicatriz.

— Cállate —gritó—, o te vuelo la cabeza.

Marc, Lourdes y los otros dos hombres se miraron

entre sí con cara de asombro. Ninguno se atrevió a

articular palabra. No querían morir.

— Lo siento, jefa… — añadió con miedo el matón. Se

notaba que tenía miedo, su voz temblaba.

Se quedaron todos de pie esperando una respuesta de

Mariona. Entonces ella, quitó importancia al asunto

aunque tenía muy claro que nadie allí era

imprescindible. Si alguien la contradecía o intentaba

traicionarla, lo mataría. Fuera quién fuera. Le

importaba bien poco.

— He pensado una cosa —dijo Mariona volviendo a

mirar a Álvaro—. Te voy a proporcionar un ordenador

y un pequeño despacho, lo que viene a ser una silla,

una mesa, y un teléfono, pero al final de cada día, voy

a mirar las llamadas y dónde te has metido porque lo

único que quiero es que te las apañes para recordar

dónde narices metiste ese frasco, y como vuelvas a

intentar contactar con alguien para pedirle ayuda… —

se quedó pensando—. No te voy a matar, no. Voy a

hacer contigo algo mucho peor. Voy a torturarte —dijo

y empezó a reírse simplemente para intimidar a Álvaro

y hacerle ver que iba en serio.

Después Mariona y todos los demás se marcharon

dejando a Álvaro sólo. Éste pensó que por fin podría

escapar de ese horrible sitio y se acercó corriendo a la

puerta sin hacer ruido. Intentó adivinar si estaban sus

secuestradores allí y escuchó una llave girar, cerrando

Page 30: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

30

la puerta. Pero eso solo era una posible salida, seguro

que él podría encontrar otras.

Observó la habitación en la que estaba. Paredes altas y

blancas, pero con algunos agujeros de un color más

negro, quizás a causa de la humedad. Siguió mirando.

Y distinguió un rayo de luz que entraba desde lo más

alto de la pared. No era una ventana. Era un simple

hueco con barrotes de por medio, supuso que para que

no pudiera escapar. O quizás esa habitación antes

había tenido otro uso. Esos detalles le podían dar una

pista de dónde se hallaba.

Le empezó a entrar el sueño. Tenía frío. Álvaro era de

aquellas personas que necesitaba el contacto de una

colcha o una manta para poder dormir. Incluso en

verano él dormía con una sábana. Solo tener algo para

cubrirse le hacía sentirse protegido. En cambio, ahora

notaba que le faltaba algo, se notaba indefenso. Puede

que fuera un maniático, pero no iba a poder rendir al

día siguiente si no dormía. Se acercó a la puerta y llamó.

No hubo respuesta. Llamó, llamó y llamó toda la noche

pero no hubo respuesta. Finalmente a altas horas de la

madrugada oyó pasos al otro lado de la puerta y Álvaro,

sorprendido, preguntó:

— ¿Quién anda ahí?

— ¡Soy yo, Abel!— respondió su amigo.

— ¡Ayúdame a salir!— dijo Álvaro en tono de

desesperación.

— Tengo una barra metálica con la que podría hacer

palanca e intentar forzar la puerta.

Abel hizo fuerza y finalmente la puerta cedió. Álvaro ya

estaba libre.

— Debemos buscar pistas para encontrar una forma

de que recuerdes y poder acusar a esos sucios

delincuentes —dijo Abel.

— Tienes razón —replicó Álvaro.

Álvaro y Abel viajaron a Londres para ir a casa de su

padre. El viaje se les hizo eterno pero finalmente

llegaron a su destino. Después de buscar y rebuscar por

las afueras de Londres encontraron su casa, una casa

de madera vieja en una zona de bosque. Aunque

parecía deshabitada al entrar se dieron cuenta de que

en las habitaciones había ropa y bastante comida en la

cocina. Alguien vivía allí.

Se apresuraron a registrar la casa y Álvaro encontró un

sobre con su nombre. Lo abrió y vio era de su padre. La

carta decía:

Hola Álvaro,

Si lees esto seguramente sea porque yo

ya estoy muerto. No les dejes ganar

Álvaro, el único que sabe la verdad

eres tú, inténtalo hasta que no

puedas más…

Debes recordar. Debes salvar el

mundo. Yo siempre he confiado en ti.

Te quiere,

Tu padre.

Al día siguiente Álvaro fue el primero en despertarse.

Se preparó un buen desayuno y empezó a buscar

alguna pista que le hiciera recordar ese momento de su

niñez. Miró por todas las habitaciones de la casa pero

no encontró nada que le sirviera para refrescar su

memoria. Teniendo en cuenta que hacía casi veinte

años del viaje a Galicia aquello no iba a ser tarea fácil.

Page 31: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

31

Más tarde se despertó Abel que decidió no desayunar

para no perder tiempo.

Tras horas y horas de búsqueda, entre álbumes de

fotos y cartas y facturas viejas se oyó un gran

estruendo en la habitación del padre de Álvaro.

— ¿Qué ha sido eso? —preguntó Abel.

Cuando llegaron a la habitación, comprobaron que un

gran cuadro que había en la pared había caído y justo

detrás se divisaba una puerta. Era una puerta blanca

con una cerradura y se necesitaba una llave para

abrirla.

— No te impacientes Álvaro, seguramente la llave esté

por la casa— dijo Abel.

Álvaro y Abel se dispusieron a buscarla

desesperadamente por toda la vivienda. Al cabo de

unas horas de búsqueda, en un cajón de la habitación

del dormitorio, había una llave que parecía ser la que

abriría la puerta blanca. Los dos juntos fueron a

comprobar si era verdad, si esa llave abría esa puerta y

qué había tras ella. Abrieron la puerta con suavidad

pero como ya era vieja, al abrirse hizo mucho ruido.

Era un almacén muy sucio, con mucho polvo,

herramientas y también diarios de su padre de hacía ya

unos años. Al final de la habitación, se veía un cofre que

parecía ser el tesoro. Álvaro y Abel se miraron a la vez

con una expresión de extrema felicidad en la cara. Pero

este no se podía abrir porque necesitaba una llave que

desgraciadamente ellos no tenían. Los dos decidieron

llevarse el cofre con ellos a un lugar más seguro y

guardar en secreto lo de que habían encontrado.

Cogieron un taxi hacia el aeropuerto para coger un

vuelo a San Sebastián, a la casa de Abel, para así estar

más tranquilos. Cuando llegaron, Raquel estaba en

casa.

— Estaba muy preocupada, no sabía por dónde

buscarte. ¿Dónde habéis estado? —dijo asustada

Raquel.

— Hemos estado en París unos días visitando la ciudad

—mintió Álvaro.

Tras esa breve conversación, decidieron acostarse. Era

muy tarde y necesitaban descansar para reponer

fuerzas.

Abel fue el primero en levantarse y fue al buzón para

haber si había alguna carta y, en efecto, en el buzón

había una nota que decía lo siguiente:

Lo sabemos todo, sabemos que tenéis

el cofre y nosotros tenemos la llave

así que, hoy por la tarde, iréis al bar

de la esquina y le daréis a Alberto el

cofre. Si no queréis que os pase nada.

Abel estaba desesperado, tenía muchas preguntas

rondando por su cabeza: ¿Cómo pueden saber todo lo

que estamos haciendo? ¿Cuántas personas son las que

nos están vigilando? ¿Por qué es tan importante ese

tesoro para ellos? Despertó a Álvaro para comunicarle

que tenían un nuevo comunicado. Él estaba muy

enfadado con Mariona, Lourdes y Marc, así que decidió

que, con el helicóptero de Abel, se irían lo más lejos

posible…

Tomaron pues el helicóptero y aunque ya llevaban

unas doce horas dentro volando hacia el este, no veían

ni el lugar ni daban con el momento oportuno para

aterrizar. Finalmente, divisaron un descampado sin

árboles. Aterrizaron sin problemas y como no sabían

Page 32: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

32

dónde estaban, caminaron hasta que encontraron una

pequeña ciudad. Todo estaba en una lengua que

desconocían y aunque intuyeron que era chino,

decidieron localizar a alguien a quien preguntar.

Casualmente toparon con una pareja que hablaba

castellano.

Parecía que eran andaluces, pero no estaban seguros,

el hombre era alto, de unos cincuenta años, con una

nariz muy grande y hablaba en un tono muy alto y la

mujer parecía más joven, de unos 40 años, rubia con

ojos azules y una boca perfecta.

Conversaron unos minutos y gracias a ellos, Álvaro y

Abel pudieron saber que estaban en Zhouzhuang, un

pueblo situado a unos 120 km de Shanghai y que en ese

precioso pueblo había un solo hotel.

Se dirigieron pues a alquilar una habitación para dos. El

hotel era ciertamente lujoso con una piscina inmensa y

habitaciones espaciosas. La habitación de Álvaro y Abel

tenía una gran televisión y un sofá de apariencia

bastante cómoda pero como ellos sólo pretendían

descansar, se acostaron y en nada se durmieron.

Al día siguiente, por la mañana desayunaron, y al volver

a la habitación con la intención posterior de alquilar un

coche para irse a Shanghai, descubrieron nuevamente

un sobre que les esperaba sobre la mesa. Cerraron

rápidamente la puerta de entrada y corrieron a por él.

Lo abrieron con preocupación pero también con

curiosidad y en su interior un texto que decía:

Igualmente os estamos controlando,

tenéis un periodo de 24 horas para

entregarnos el tesoro, os esperamos

mañana a las 20:00 en casa de

Álvaro.

Álvaro y Abel, derrotados y decepcionados, con la

intención de entregarles ya el tesoro, decidieron volver

a Barcelona, pero mientras metían todas sus cosas en

la bolsa de Abel, se dieron cuenta que el tesoro había

desaparecido.

Ese alguien no podía ser ni Mariona, ni Lourdes, ni

Marc… ¿Había alguien más detrás de todo esto? ¿O

sencillamente lo habían perdido?

Rápidamente intentaron averiguar quién había podido

robarles el tesoro, y revisaron las grabaciones de las

cámaras de vigilancia del hotel.

Álvaro y Abel bajaron a toda prisa por las escaleras, no

había tiempo para coger el ascensor, y se dirigieron a

recepción. Al llegar, sólo había un chico con un

auricular puesto y conectado a un telefonillo que

atendía las llamadas. Se acercaron al mostrador y

preguntaron amablemente si les podían mostrar las

grabaciones de la pasada noche. El recepcionista les

contestó en chino y no entendieron ni una palabra.

Entonces Álvaro, mediante unos movimientos de

mímica consiguió que el recepcionista le comprendiera

y que les enseñase la grabación de la pasada noche. En

ella no se veía nada fuera de lo normal: un servicio de

pizza a domicilio, sobre las 23:00, una abuela que iba al

baño a las 0:27, Abel que salió a tomar el aire al balcón

a la 1:53… pero lo que sí que llamó la atención de

Álvaro, la de Abel y la del recepcionista fue, un gran

destello de luz sobre las 2 de la mañana y una silueta

humana que pasaba por detrás del destello a gran

velocidad saliendo de la habitación en la que se habían

alojado esta misma noche.

Álvaro rebobinó la cinta, puso en pausa el vídeo, bajó

el brillo de la pantalla y amplió la imagen. No se podían

creer lo que veían, la sombra sospechosa era la de

Page 33: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

33

Raquel, ¡y en sus manos tenía el cofre del tesoro!

Aquello que habían encontrado debía contener alguna

señal que serviría para que Álvaro recordase donde se

hallaba el maldito antídoto.

Álvaro subió corriendo las escaleras, mientras Abel se

quedó quieto por la sorpresa. Cuando Álvaro llegó a la

habitación llamó a la puerta varias veces, pero nadie le

abrió, así que decidió echarla abajo. Al entrar no había

nadie, ni una nota, absolutamente nada. Más tarde,

llegó Abel.

— ¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Abel.

— Encontraremos a Raquel —respondió enfadado

Álvaro.

— Pero si no sabemos a dónde ha ido —dijo

preocupado Abel.

— Exacto. Pero sabemos qué vehículo ha usado para

escapar —le contestó Álvaro, orgulloso.

Álvaro y Abel se dirigieron hacia el aparcamiento del

hotel y vieron que faltaba uno de los coches de alquiler.

— Todos los coches de alquiler llevan un localizador y

desde cada coche se puede ver en un mini mapa la

localización de todos los otros coches —explicó Álvaro.

Por lo tanto, se dispusieron a alquilar un coche y

pudieron comprobar que en el mini mapa todos los

puntitos que representaban los diferentes vehículos de

la flota. Todos los coches estaban quietos, muy juntos,

excepto uno. Álvaro pisó el acelerador a fondo y el

coche salió disparado para dar caza a Raquel.

Cuando ya llevaban unas dos horas siguiendo el

localizador del coche en el que supuestamente estaba

la joven, pudieron comprobar que el punto ya no se

movía. Y en diez minutos se encontraban

prácticamente a su lado y levantaron la vista para

intentar identificar el vehículo. Estaban en las afueras

de Shanghái, en un valle lleno de árboles y arbustos

ligeramente separados entre sí. A lo lejos, pudieron

observar lo que parecía ser un coche de alquiler del

hotel.

Con un poco de miedo, Álvaro encendió el motor y

avanzó con cautela hacia él porque podía ser una

trampa, pero arriesgarse valía la pena. Al llegar a unos

15 metros de distancia, comprobaron que no había

nadie dentro pero sí un post-it pegado a la radio en el

que ponía:

Coged la cinta que hay debajo del

asiento trasero derecho y escuchadla.

Abel, que estaba más cerca, levantó el asiento y cogió

la cinta, era una cinta negra con unas líneas doradas

estampadas. Abel le pasó la cinta a Álvaro y éste la

introdujo suavemente en la radio, le dio al botón Play

y se sentaron a escuchar:

Veo que habéis intentado recuperar el tesoro, por

desgracia ahora lo tenemos nosotros y ya no nos servís

para nada, lo siento, el juego termina aquí.

Rápidamente entendieron el mensaje, salieron del

vehículo sin pensárselo dos veces y empezaron a

correr como nunca antes lo habían hecho y, de

repente… ¡Boooooooooooooooom!, el coche en el que

habían metido la cinta segundos antes voló por los

aires desintegrando los árboles más próximos y

quemando los de su alrededor.

Cuando Álvaro y Abel estaban ya a punto de llegar a su

coche, vieron como Lourdes con una pistola les

perseguía e intentaron cubrirse escondiéndose tras el

Page 34: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

34

vehículo.

— ¡Salid! —gritó Lourdes.

Álvaro le susurró a Abel que se metiera debajo del

coche y que la cogiera por los pies para tirarla al suelo

mientras él la distraía. Y así lo hizo. Álvaro levantó las

manos en alto quedando al descubierto, pero cuando

le dio tiempo a Lourdes para asimilar lo que estaba

pasando, ya estaba tumbada en el suelo, con Abel

apuntándole con su pistola. Sintieron un gran alivio.

Ahora ellos tenían en su poder a uno de los

extorsionadores. Por primera vez, estaban dominando

a su contrincante en esta extraña partida…

Álvaro se tomó un segundo para respirar hondo,

aliviado de tener —por fin— un poco de ventaja. Pero

justo cuando pensaba que tenían una mínima

posibilidad de ganar, oyó dos fuertes explosiones que

provenían de la pistola que tenía Abel en la mano.

— ¿Abel, estás…? —empezó Álvaro, pero enmudeció

al ver el rostro de Lourdes.

— ¿Qué?, ¿te ha gustado?— le preguntó a Lourdes,

quien evidentemente no dijo nada.

— Abel, compañero, no era necesario que la mataras.

—dijo en tono apaciguador, temiendo la reacción de

Abel.

— Ya puedes dejar de llamarme por ese estúpido

nombre, y no te preocupes por esta… criatura —dijo

mirando a Lourdes—. Ella sabía que en algún momento

tendría que matarla.

Álvaro, como de costumbre últimamente, no entendía

nada.

— Claro, nadie te lo ha contado —empezó el

hombre—. Lourdes y toda esa gente que ha estado

jugando contigo, forman parte de la base de una gran

mafia de la que por lo visto no tenías ni idea de que

existía.

— El mundo funciona así. Los honestos y los corruptos.

A veces cruzas esa línea sin darte cuenta. Sin unos no

pueden existir los otros; tenemos mucha más gente de

la que te puedes imaginar metida en esto, y ahora tú

también lo estás. Puedes encajarlo como quieras, pero

necesito que mañana estés listo para una entrega

básica en Australia.

— Espera, espera, ¿entrega de qué? Y a propósito, si

no te llamas Abel ¿Entonces cómo? ¿Y cómo me dirijo

a ti? ¿Cómo?

El mundo de Álvaro estaba tan confuso que empezar a

formar parte de una mafia así como así, no le parecía

tan grave.

— Muchas preguntas y poco tiempo, te llevaré al

aeropuerto y allí te encontrarás con alguien que podrá

responder a todas tus dudas. Me caes bien, Álvaro,

espero que te vaya todo bien en la vida.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Su amigo de toda la

vida, que conocía desde pequeño, resultaba ser

también parte del juego que había estado agitando

Page 35: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

35

fuertemente la monotonía en la que Álvaro vivía hasta

entonces. En estas últimas semanas le había pasado de

todo, menos lo que podría definirse como cosas

agradables. Toda su vida había dejado de tener sentido

y ahí estaba él, un hombre al cual pensaba que conocía

y que resultaba ser un completo extraño, deseándole

que le fuera todo bien.

Se echó a reír de lo absurdo que le resultaba la

situación y pensó que ya que no tenía oportunidad de

negarse, como mínimo iba a disfrutar de esa nueva

experiencia.

— ¡Esa es la actitud! —dijo el hombre, bromeando.

Álvaro se durmió durante todo el trayecto en coche

hasta el aeropuerto y se despertó, ya sentado, en uno

de los asientos de primera clase del avión que le

llevaría hasta Australia. Al girar la cabeza, vio nada más

y nada menos que a Mariona.

— Lo siento mucho cariño —empezó Mariona con voz

acelerada y aguda—. No sabía cómo contártelo y no

quería que te preocuparas, pero no tenía ni idea de que

llegaría tan lejos y… —Álvaro la hizo callar plantándole

un suave beso en los labios.

— Todo va bien princesa, no hace falta que me lo

cuentes ahora, tenemos tiempo de sobra. Mientras

tanto, ¿te apetece comer algo? Te veo más delgada

que de costumbre.

Pidieron algo para comer a una de las azafatas y

estuvieron un rato charlando sobre lo que les gustaría

visitar en Australia; Álvaro se dio cuenta de que su

amada se mostraba un poco tajante al hablar de ese

asunto pero no le dio importancia, además, a Mariona

nunca le habían gustado los aviones. Cansados y

adormilados dejaron de hablar… Al cabo de unos

minutos, los altavoces del avión comunicaron un

mensaje:

«Estimados pasajeros, por favor, vuelvan a sus asientos

y abróchense los cinturones. Probablemente noten en

breve unas tenues turbulencias pero ya les avisamos de

que no tienen nada de lo que preocu...»

Antes de que el piloto terminara la frase, una

fuertísima sacudida hizo que todos los pasajeros se

chocaran contra las personas que tenían a los lados o

contra las paredes internas del avión.

«Lo sentimos mucho, les rogamos que se preparen

para una posible colisión. Colóquense las mascarillas y

que no cunda el pánico.»

— Tranquila cariño, saldremos de esta, tu solo relájate

y sigue las instrucciones.

Pero Mariona no estaba pensando en su seguridad, en

su cara solo se advertía el miedo. No convenía que

chocaran con nada. Lo que había en el interior de ese

paquete era frágil y a la vez la solución a sus problemas,

no podían perderlo de vista en ningún momento.

Mariona lo sujetaba como si fuera el mismísimo tesoro,

ya que ella sí sabía lo que escondía en su interior.

— Dame la mano cariño, ya verás cómo solo serán

unos minutos —mientras Álvaro intentaba

tranquilizarla.

«Estimados pasajeros, disculpen las molestias, hemos

atravesado una tormenta eléctrica. Por favor,

continúen con los cinturones abrochados y

permanezcan sentados en sus asientos, aterrizaremos

de un momento a otro. Gracias.»

Finalmente llegaron al aeropuerto, sanos y salvos.

Mariona aún estaba un poco alterada y decidió hacer

Page 36: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

36

una parada en el aseo.

— ¡Voy a recoger las maletas, quedamos delante del

baño! —dijo Álvaro.

Cuando salió, Mariona tenía la cara pálida y húmeda,

estaba bastante débil.

— ¿Va todo bien? —preguntó Álvaro bastante

preocupado.

Entonces la muchacha alargó la mano en la que

sostenía un papel sucio y arrugado que decía así:

Ahora que por fin habéis llegado, os

espero en la puerta de vuestro hotel

a las 16:45. Sed puntuales, no me

gusta esperar, ya sabéis lo que quiero.

Después de todas las cosas que les habían sucedido

estos días simplemente decidieron acatar las órdenes

y presentarse con el paquete en el lugar indicado. Era

temprano y Mariona tenía hambre, así que decidieron

hacer una parada para comer algo en un restaurante

de comida rápida del aeropuerto.

— No lo entiendo, la nota no parecía preocupante,

entonces ¿por qué has salido así del aseo? —

preguntaba Álvaro dudoso.

— Llevo bastantes semanas con náuseas y un fuerte

apetito, además no sé me siento extraña… —dijo ella.

Álvaro asombrado, intento recomponerse. ¿Mariona

intentaba insinuarle que estaba embarazada?

Las sorpresas no cesaban pero, antes de que pudiera

preguntarle, apareció sin presentarse un hombre

gigantesco. Medía dos metros por lo menos. Vestía una

cazadora tejana oscura y se tapaba el rostro con un

pequeño sombrero que solo le dejaba entrever un gran

bigote.

— Dense prisa, he venido a buscarles para llevarles al

punto de encuentro pactado. Seré su taxista en este

corto viaje. Me llamo Florentino. —Hablaba con un

acento italiano precioso, que les transmitía confianza.

Salieron los tres juntos del aeropuerto. Y los nervios

por comprender finalmente el porqué de cada uno de

los acontecimientos vividos embargaban a la pareja.

Siguieron a Florentino, que les condujo a un turismo de

color azul eléctrico. Se sentaron detrás. Durante el

camino nadie habló, lo único que rompía el silencio era

el ruido de la radio, en la cual sonaba una canción de

Linkin Park.

Álvaro se iba fijando en todas por las tiendas que iban

pasando: ropa, supermercados, alquiler de vehículos…

Era una simple manera de intentar contener su

ansiedad.

— Ya hemos llegado —dijo Florentino.

Álvaro sacó la cabeza por la ventana del coche y vio que

habían parado delante de un hotel enorme llamado

Inter Continental Sydney. Bajaron del coche, entraron

en el hall y vieron que un empleado del hotel se dirigía

hacia ellos.

— Síganme, por favor.

Subieron a un ascensor, hasta la sexta planta y se

abrieron las puertas. Continuaron caminando hasta

que se encontraron delante de una puerta en la que

había un cartel en el que se leía: Privado.

Mariona, muy asustada, se pegó a Álvaro. Él cogió su

mano y la apretó muy fuerte.

Tras la puerta, se encontraron a un hombre de edad

Page 37: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

37

avanzada sentado en una butaca.

— Buenas tardes. Veo que han llegado antes de lo

previsto —también tenía un acento italiano—. Mi

nombre es Luca Andreotti.

— Buenas tardes —dijeron Mariona y Álvaro al

unísono. Ella seguía pegada a Álvaro.

— Han venido aquí porque tienen algo para

entregarme, ¿no es así? —dijo Andreotti, muy serio.

— Así es —dijo Mariona

— Usted debería esperar fuera —dijo Luca

dirigiéndose a Álvaro.

— De acuerdo —contestó sin otra opción posible.

Álvaro salió al pasillo.

Mariona le entregó una pequeña caja de color amarillo

a Luca. Este la abrió con sumo cuidado y al ver lo que

había dentro, la expresión de su cara cambió

radicalmente.

— ¿Se pude saber qué es esto? —dijo Andreotti muy

enfadado.

— ¿Cómo ha podido ser tan estúpido para pensarse

que le entregaría el verdadero tesoro? —dijo Mariona.

Mientras Álvaro esperaba a que Mariona saliera de la

habitación, oyó un grito y un golpe seco.

— ¡Corre! —dijo Mariona corriendo en dirección

opuesta.

Álvaro y Mariona salieron disparados de la sala.

Bajaron por las escaleras muy rápido.

Cuando llegaron al hall se encontraron con unos

matones que se abalanzaron sobre ellos. Álvaro se

deshizo como pudo y ayudó a Mariona. Salieron del

hotel pitando y se dirigieron a la tienda de alquiler de

vehículos que habían visto antes pocos metros antes.

— La moto más rápida que tenga, por favor – dijo

Álvaro.

— Sólo nos queda esta —dijo el dependiente,

entregándole las llaves y dos cascos.

— Perfecto —dijo Álvaro dejando unos billetes encima

del mostrador. Subieron a la moto y se fueron

rápidamente.

Después de un par de horas de viaje, encontraron un

motel apartado en el que decidieron alojarse. Bajaron

de la moto y la escondieron detrás de unos

contenedores de basura. Entraron en el motel y se

registraron con nombres y apellidos falsos. Una vez

instalados, Mariona decidió darse una ducha.

Continuaba teniendo náuseas y mucho apetito.

Después de eso cenaron y se acostaron. Como ya

acostumbraba a ser habitual, el día había sido intenso,

muy intenso. A Mariona le costó mucho conciliar el

sueño ya que aún no se encontraba bien.

Se levantaron muy tarde. Estuvieron un buen rato

mirando discretamente por la ventana para ver si se

veían algún movimiento anormal. Después de

comprobar que todo estaba tranquilo, desayunaron en

el mismo motel, sin prisa. Como tenían poca gasolina,

decidieron ir a repostar por si surgían problemas. Pero

antes de salir, pusieron un mondadientes encima de

una de las bisagras de la puerta: si alguien entraba, el

mondadientes se rompería y podrían comprobar de

inmediato que no podían bajar la guardia.

Cuando volvieron a la habitación, vieron que el

Page 38: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

38

mondadientes se había roto. Mariona fue a buscar un

par de palos que había visto fuera. Tardaron unos

minutos en entrar porque tenían mucho miedo, pero al

final se decidieron y abrieron lentamente la puerta de

la habitación. La registraron cuidadosamente, pero

todo estaba tal y como lo habían dejado. Pero cuando

Mariona entró en el baño, lanzó un grito. Álvaro acudió

a toda velocidad y vio a Mariona de pie totalmente

inmóvil. En el espejo, una nota escrita con pintalabios

les advertía:

No tendríais que haber hecho eso. Id con cuidado.

La nota que se habían encontrado en el baño los dejó

paralizados y decidieron abandonar el motel. Salieron

rápidamente y por suerte, nadie les había robado la

moto que habían escondido detrás de los

contenedores de basura. Habían hecho bien en

repostar gasolina ya que huir era nuevamente su

prioridad. Cogieron la moto y, sin saber hacia dónde

dirigirse, acabaron entrando en una autopista. Se

querían alejar cuanto antes mejor de ese sitio así que

Álvaro aceleró la moto a una velocidad a la que no se

podía circular. Por suerte, no había ningún radar ni

ningún coche patrulla.

Estuvieron cerca de dos horas en la autopista sin

pararse y, cuando llegaron a un desvío con un gran

panel informativo, Mariona le hizo una señal a Álvaro

para que dejara la autopista y se dirigiese hacia una de

las direcciones indicadas, justo en lo alto de una

montaña. Después de pasar por una carretera con

muchas curvas, llegaron a un pueblo llamado Nimbin,

donde encontraron, por suerte, un hotel que no se

encontraba en malas condiciones. Mintieron al decir

que tenían una reserva, pero, por suerte, el

recepcionista no les preguntó sus respectivos

nombres.

Cuando llegaron a la habitación cayeron rendidos

encima de la gran cama de matrimonio que ocupaba la

mayor parte de la habitación que resultaba ser muy

pequeña. Después de pasar un buen rato tumbados en

la cama, se levantaron. Mariona, que continuaba sin

encontrarse bien, decidió darse una ducha para ver si

se espabilaba un poco y mejoraba su estado. Mientras

la poca agua que salía de la ducha iba cayendo

lentamente sobre su cuerpo, Mariona pensaba en si

preguntarle o no a Álvaro algo sobre su madre porque,

en todo el tiempo que se conocían, apenas sabía algo

sobre ella. Cuando salió de la ducha, se puso un

albornoz que había colgado en el baño y se dirigió a

Álvaro con cierta curiosidad:

— Álvaro, en todo el tiempo que nos conocemos,

apenas has nombrado a tu madre. ¿Sabes algo de ella?

—le preguntó Mariona.

La pregunta que le llegaba por sorpresa, dejó al joven

detective en estado de shock, ya que Mariona nunca le

habría preguntado nada sobre su madre y le extrañaba

que ahora, justo ahora, lo hiciera.

— Mira, Mariona, no sé a qué viene esta pregunta

pero me da mala espina —contestó bruscamente.

Mariona se enfadó con Álvaro porque no le contestó y

le demostró con su actitud que no confiaba en ella.

Pero, ¡qué esperaba! Pasaron varios días y aunque

Mariona continuaba dolida, ambos intentaban

disimular la incomodidad de la situación y salían a

pasear por el pueblo o subían a la montaña para

Page 39: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

39

contemplar el paisaje tan bonito que se veía desde la

cima. La joven pretendía sonsacar información a su

acompañante, pero se trataba de una tarea complicada

ya que éste no le daba ningún dato y se limitaba a

ignorar las insinuaciones de la joven. No obstante, su

insistencia acabó con la paciencia de Álvaro que sin

pensárselo más abordó a Mariona:

— ¿Quieres saber algo de mi madre?— dijo en un tono

poco conciliador.

— Lo único que sé de ella es que vive en una casa

perdida en medio de los Alpes suizos. Después del

accidente que supuestamente mató a mi padre,

nuestra relación fue empeorando y hasta que no

cumplí la mayoría de edad me fue imposible seguir mi

camino. Pero desde entonces, al pretender reflotar el

negocio de mi padre, quiso irse lejos de todo aquello

que nos había arrebatado nuestra vida y se fue a Suiza.

— Vaya Álvaro… Como siempre un paso por detrás de

mí, qué ingenuo eres…

— ¿Qué estás diciendo Mariona? ¿A qué viene todo

esto?

— Viene a que tu familia es la única que conoce la

verdad y… y ahora ya sé cómo encontrar a tu madre.

— Me cuesta creer lo retorcida que llegas a ser —le

contestó Álvaro.

— No me puedo creer que hayas sido tan estúpido...

—dijo Mariona—. Todo esto ha sido una trampa,

Álvaro. Yo sigo trabajando para la mafia, lo he fingido

todo para que me dieras la información que necesito,

no entiendo cómo te lo has creído tan fácilmente… Y

obviamente no estoy embarazada, no sería tan

estúpida como para quedarme embarazada de alguien

como tú… —dijo la chica de manera brusca, incluso

cruel. Nada que ver con la Mariona de la que Álvaro se

había enamorado esa noche en Seattle. Su lado

humano había desaparecido por completo, dejando a

un ser irreconocible y malvado, al que Álvaro no

reconocía.

— Tu madre es la pieza que falta en este

rompecabezas. Hace años, la mafia para la que trabajo

ha estado investigando la fabricación de un nuevo

virus, un virus capaz de matar a todo ser vivo expuesto

a él. Querían tener el poder absoluto, poder exterminar

a toda una raza si era necesario, conseguir cualquier

cosa que se propusieran, pero tu madre se interpuso.

Ella empezó a fabricar un antídoto para el virus, un

antídoto que destruiría cualquier esperanza de

utilizarlo. No debió meter las narices en nuestros

asuntos, Álvaro, y ahora va a pagar las consecuencias…

Debemos destruir ese antídoto.

— ¡No te voy a permitir que le hagas nada a mi madre!

¿Me has entendido? —dijo Álvaro levantándose de un

salto de la cama.

— Valoro tu valentía, Álvaro, pero lo cierto es que no

depende de ti —dijo Mariona al mismo tiempo que

golpeaba la cabeza del detective con la lámpara de la

mesita de noche.

Cuando Álvaro despertó ya era de noche, le costó

entender dónde se encontraba y un intenso dolor en la

parte posterior de su cabeza no le dejaba pensar. Se

levantó como pudo y fue hacia la moto que habían

alquilado, no le sorprendió descubrir que ya no se

encontraba en el lugar donde la habían dejado,

Mariona nunca dejaba cabos sueltos.

Finalmente consiguió un taxi y se dirigió a toda

velocidad hacia el aeropuerto para viajar a Suiza. En el

avión, en lo único en lo que podía pensar era en la

Page 40: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

40

traición de Mariona y en lo mucho que la odiaba en

esos momentos.

Ya en casa de su madre, todo estaba en silencio cuando

oyó una voz conocida:

— Vaya, vaya… Mira quien está aquí… —Mariona

estaba justo detrás de él, apuntándole con una pistola.

Álvaro también sacó la suya, y se quedaron así un buen

rato, mirándose, juzgándose, pero sin atreverse a decir

una palabra.

— ¿Dónde está mi madre? ¿Qué le habéis hecho? —

dijo Álvaro rompiendo el silencio.

— Tranquilo, Álvaro, tu madre está sana y salva con

unos amigos. Creo que estarás contento de saber que

hemos recuperado el antídoto— dijo la chica con una

falsa sonrisa.

— Si ya tenéis el antídoto, ¿Para qué queréis a mi

madre? —preguntó Álvaro soltando toda la rabia

contenida—. Como le hagáis algo te juro que… —

empezó el chico.

— ¿Qué?… ¿Qué? —le interrumpió Mariona— ¿De

verdad piensas que serás capaz de dispararme? Por

mucho que intentes negarlo, sé que sigues enamorado

de mí Álvaro, no eres capaz de…

De repente, un ruido estridente captó su atención, y

cuando quiso darse cuenta, Mariona estaba tumbada

en el suelo, sin moverse. Álvaro rompió la distancia que

les separaba para atender a la chica, pero se dio cuenta

de que no tenía pulso, ya no había mucho más que

hacer por ella. Entonces vio que tenía una pequeña

marca de un pinchazo en la nuca, resultado del efecto

de un dardo con veneno. El detective miró a su

alrededor y enseguida reconoció al asesino de su

chica… Abel.

Entonces recordó sus últimas palabras y se dio cuenta

de que, por mucho que la odiara por llevarse a su

madre, por haberle traicionado, nunca había dejado de

quererla. Una única lágrima resbaló mejilla abajo para

caer sobre el cuerpo sin vida, de la que fue, o eso creyó

él, el amor de su vida.

— ¡Ya basta! Estoy harto, harto de todo esto —gritó

Álvaro enfadado. Y, para su total asombro, apareció

por la puerta del comedor Marta, su madre.

— Lo siento, Álvaro, pensé que te protegía, pero

estaba equivocada. Sal de aquí y ve a tu lugar favorito

de cuando eras pequeño. Corre y no mires atrás, yo los

voy a distraer —dijo Marta muy segura.

Acto seguido, cogió la pistola y disparó al aire. Pero ese

no fue el único disparo. Un segundo disparo alcanzó a

su madre que cayó desplomada al suelo.

— ¿Qué os pasa? ¿Cómo podéis ser tan crueles?

Habéis matado a toda la gente que me importaba.

Dejadme ir. Yo ya no tengo nada que deciros —mentí.

El matón que acompañaba a Abel se dirigió hacia mí y

empezó a cortar las cuerdas.

— Vete, pero recuerda que el juego sigue y te

encontraré estés donde estés— le dijo Abel con una

sonrisa pícara.

Álvaro salió andando tranquilamente sin mirar hacia

atrás. Abrió la puerta y la cerró de un portazo. Decidió

volver a casa, solo y desconsolado. Pero era detective

y, aunque quería y debía aprovechar la oportunidad

que le había ofrecido su amigo, no iba a olvidarse de

todo sin más, por lo que intentó hacer memoria de

dónde iba cuando era pequeño.

Con la mente ocupada le pasaron volando las horas de

Page 41: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

41

viaje. Y al llegar a casa, volvió a toparse con la dura

realidad: se acordó de su padre, de su madre, de

Mariona. Todos habían muerto y solo le quedaban los

recuerdos. Su enfado y su falta de resignación se

convirtieron en ira y dio un codazo contra la pared con

tanta mala suerte que se cayeron tres libros de la

estantería que había justo encima de su cabeza. No le

importó, ni se molestó en recogerlos.

Se limitó a sonreír y a recordar cuando estaba colgando

meses antes esa estantería con Mariona. Se quedó

unos minutos o quizá horas, mirando al techo sin

pensar en nada en concreto hasta que se levantó y se

fue a la cama. Era la una de la mañana pero le daba

absolutamente igual. Sólo quería dormir.

Cerró los ojos y los recuerdos de la infancia se

apoderaron de su primer sueño. Un columpio

fabricado con un neumático de un tractor y con una

cuerda atada a un enorme roble se le aparecía como

real. Un niño pequeño se balanceaba y en su rostro se

adivinaba una gran felicidad. De pronto se reconoció

en el pequeño y se despertó de repente. Fue al salón a

mirar los libros que había tirado accidentalmente hacia

unas horas. Los recogió del suelo y los hojeó. Eran dos

libros sobre astronomía y otro sobre peces que le había

regalado su madre años atrás, después del viaje que

hicieron a A Coruña.

Recordó que de ese viaje tenía una fotografía que

siempre llevaba con él tomada en la Torre de Hércules.

Él tenía entonces siete años y se le veía junto a sus

padres. Como accionado por un resorte invisible, se

levantó como una flecha y fue a buscar la fotografía.

Allí estaba. Al fondo, detrás de la Torre de Hércules, y

aparecía un columpio hecho con una rueda atada a un

enorme árbol.

No sabía la hora que era pero no le importaba. No miró

el reloj y salió directamente hacia la estación de Sans,

donde cogió el primer tren hacia Madrid. Salían dos

trenes a la misma hora hacia Madrid y tomó el que

paraba en todas las estaciones del trayecto para no

levantar sospechas. Por una vez sentía que él tenía las

riendas de este extraño juego. Al llegar a la capital no

salió de la estación de Atocha, ya que allí mismo enlazó

con el siguiente tren para proseguir su particular viaje.

Este era más pequeño y además tenía que hacer tres

transbordos antes de llegar A Coruña, objetivo final de

su viaje.

Hacia las siete de la mañana del día siguiente, cuando

el sol se estaba asomando por el horizonte llegó a la

Torre de Hércules. Allí estaba el árbol, pero sin el

columpio que salía en la fotografía. Era lo único que

había cambiado. Se sentó y apoyó su espalda contra el

tronco mientras acariciaba su corteza. De repente,

notó una parte que no era lisa. Observó

detenidamente y vio que alguien había escrito

«Tesoro» y dibujado una flecha sobre el tronco del

viejo roble. Empezó a cavar en la dirección indicada con

sus manos y a unos quince centímetros de

profundidad, encontró una caja pequeña decorada con

colores y firmada por Álvaro con su caligrafía infantil.

La cogió y pensó que debido a esta caja había sufrido

mucha gente. La sujetó con ambas manos y se acercó a

la orilla del peñasco. Allí, la brisa del mar terminó de

aclarar su mente y se dijo a sí mismo:

Le seré fiel a mis principios y a mi padre… Ahora que

tengo el antídoto, todo esto ha terminado, aunque se

haya llevado por delante la vida de muchos de los seres

que me importaban, tengo la satisfacción de saber que

puedo salvar la humanidad llegado el momento…

Álvaro Herrero ya no sería jamás un simple detective.

Debería —ayudándose de su astucia— entregar el

Page 42: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

4

pequeño tesoro de su infancia a la persona acertada, a

quien supiera hacer un uso ético y responsable del

mismo. Le tocaba ahora elegir y para ello se tomaría su

tiempo.

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RELACIÓN DE AUTORES

Marina Abad

Berta Arqué

Gema Beltrán

David Biarge

Sofia Buscarons

Anna Cantero

Èlia Carpena

Carles Carrasco

Arnau Casas

Víctor García

Blanca García

Adrià González

Itziar Guerrero

Marta Lloret

Carlos López

Oscar Martínez

Naroa Montoya

Víctor Paniello

Alba Planchart

Laia Rascón

David Ray

David Revilla

Gerard Romañach

Marc Romera

Júlia Rourera

Mireia Rovira

Núria Rufes

Àlex Salvador

Elena Santos

Carlota Serra

Eric Serrano

Laura Tena

Anna Vilanova

Con la colaboración especial de JÚLIA SABATA.

Barcelona, 23 de abril de 2015

Page 44: Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero

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