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Sinopsis «Para encontrar el final del libro cruza el antiguo bosque hasta la isla mística. Hasta entonces, prepárate para la batalla que está por venir... Y no confíes en nadie». Tras descubrir que puede reunir el poder necesario para enfrentarse a las fuerzas del mal y con la esperanza de hallar las restantes llaves, Lia decide emprender un largo viaje al encuentro de su destino, «hacia esa oscura y amorfa sombra» que la aguarda. Londres es la ciudad elegida. La acompañará su buena amiga Sonia, quien también desempeña un papel fundamental en la profecía, durante tanto tiempo escondida en el Librum Maleficii et Disordinae, el Libro del Caos. Ahora, Lia sabe que las páginas perdidas están en algún lugar y que debe descifrar sus palabras para evitar que la profecía se cumpla. Pero todo lo que Alice, su hermana gemela, hace, usando sus poderes de hechicera, gira en torno a su abominable deseo de atraer a las almas y facilitar el retorno de Samael... Michelle Zink EL ÁNGEL DEL CAOS La profecía de las hermanas II

Michelle Zink - El Ángel Del Caos

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«Para encontrar el final del libro cruza el antiguo bosque hasta la isla mística. Hasta entonces, prepárate para la batalla que está por venir... Y no confíes en nadie». Tras descubrir que puede reunir el poder necesario para enfrentarse a las fuerzas del mal y con la esperanza de hallar las restantes llaves, Li a decide emprender un largo viaje al encuentro de su destino, «hacia esa oscura y amorfa sombra» que la aguarda. Londres es la ciudad elegida. La acompañará su buena amiga Sonia, quien también desempeña un papel fundamental en la profecía, durante tanto tiempo escondida en el Librum Maleficii et Disordinae, el Libro del Caos. Ahora, Lia sabe que las páginas perdidas están en algún lugar y que debe descifrar sus palabras para evitar que la profecía se cumpla. Pero todo lo que Alice, su hermana gemela, hace, usando sus poderes de hechicera, gira en torno a su abominable deseo de atraer a las almas y facilitar el retorno de Samael...

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  • Sinopsis

    Para encontrar el final del libro cruza el antiguo bosque hasta la isla mstica. Hastaentonces, preprate para la batalla que est por venir... Y no confes en nadie.

    Tras descubrir que puede reunir el poder necesario para enfrentarse a las fuerzas delmal y con la esperanza de hallar las restantes llaves, Lia decide emprender un largo viaje alencuentro de su destino, hacia esa oscura y amorfa sombra que la aguarda. Londres es laciudad elegida. La acompaar su buena amiga Sonia, quien tambin desempea un papelfundamental en la profeca, durante tanto tiempo escondida en el Librum Maleficii etDisordinae, el Libro del Caos.

    Ahora, Lia sabe que las pginas perdidas estn en algn lugar y que debe descifrarsus palabras para evitar que la profeca se cumpla. Pero todo lo que Alice, su hermanagemela, hace, usando sus poderes de hechicera, gira en torno a su abominable deseo deatraer a las almas y facilitar el retorno de Samael...

    Michelle Zink

    EL NGEL DEL CAOS

    La profeca de las hermanas II

  • Para Kenneth, Rebekah, Andeiv y Caroline.

    Os llevo en el corazn.

  • Sentada ante el escritorio de mi habitacin, no necesito leer las palabras de laprofeca para recordarlas. Estn tan claramente grabadas en mi mente como la marca en mimueca.

    Aun as, resulta tranquilizador tener en las manos las tapas agrietadas del libro quemi padre ocult en la biblioteca antes de su muerte. Abro la cubierta envejecida y mis ojosse posan sobre el papelito colocado en la portada del libro.

    En los ocho meses que Sonia y yo llevamos en Londres, leer las palabras de laprofeca se ha convertido para m en un ritual antes de acostarme. Es en estas horassilenciosas cuando ms tranquilo est Milthorpe Manor, la casa y los criados enmudecen ySonia est casi dormida en su habitacin al fondo del pasillo. Es entonces cuando yoprosigo en mi empeo por descifrar las palabras de la profeca, meticulosamente traducidaspor James, buscando una nueva pista que pueda conducirme a sus pginas desaparecidas. Yal sendero de mi libertad.

    En esta tarde veraniega, el fuego sisea suavemente en la estufa mientras inclino lacabeza sobre la pgina, leyendo una vez ms las palabras que me unen irrevocablemente ami hermana gemela y a la profeca que nos separa.

    Perdur la humanidad a travs del fuego y la concordia hasta el envo de los guardianes,

    que tomaron como esposas y amantes a las mujeres del hombre, provocando Su clera.

    Dos hermanas concebidas en el mismo ocano fluctuante: una, la guardiana; otra, la puerta.

    Una, vigilante de la paz;

    otra, trocando magia en devocin.

    Expulsadas del cielo,

    las almas se perdieron mientras las hermanas continan la batalla hasta que las puertasreclamen su regreso

    o el ngel retorne las llaves del abismo.

    Avanzar entonces el ejrcito a travs de las puertas.

    Samael, la bestia, a travs del ngel.

    El ngel, guardado solo por un tenue velo protector.

  • Cuatro marcas, cuatro llaves, crculo de fuego,

    emergidos del primer aliento de Samhain

    bajo la sombra de la mstica serpiente de piedra de Aubur.

    Dejad que la puerta del ngel se abra sin las llaves, que pasen las siete plagas y no retornen.

    Muerte.

    Hambre.

    Sangre.

    Fuego.

    Oscuridad.

    Sequa.

    Ruina.

    Abre tus brazos, seora del caos,

    que la confusin de la bestia fluya como un ro,

    pues todo estar perdido cuando las siete plagas se inicien.

    Hubo un tiempo en que estas palabras significaban muy poco para m, no eran ms que unaleyenda hallada en un polvoriento volumen escondido en la biblioteca de mi padre antes desu muerte. Pero eso fue hace menos de un ao, antes de descubrir la serpiente que estabaformndose en mi mueca, antes de conocer a Sonia y a Luisa, dos de las cuatro llaves,tambin portadoras de la marca, aunque no exactamente igual a la ma.

    nicamente yo tengo la C en el centro de mi marca. nicamente yo soy el ngel delcaos, la puerta que resiste a mi hermana, la guardiana, algo que debo achacar no a lanaturaleza, sino a las circunstancias de nuestro nacimiento. No obstante, solo yo puedodecidir desterrar para siempre a Samael. O convocarle ms adelante y provocar el fin delmundo tal y como lo conocemos.

    Cierro el libro y aparto de mi mente sus palabras. Es demasiado tarde para pensar en

  • el fin del mundo. Demasiado tarde para pensar que yo puedo impedirlo. La magnitud de talcarga me hace desear la singular paz del sueo, de modo que me levanto del escritorio y medeslizo bajo la colcha de mi enorme cama con dosel de Milthorpe Manor.

    Apago la lmpara de la mesilla de noche. La luz de la habitacin se limita alresplandor del fuego, pero ya no me asusta como antes la oscuridad de una estancia soloiluminada por el fuego. Ahora lo que atenaza mi corazn es el mal que se esconde en sushermosos y conocidos rincones.

    Hace mucho tiempo que ya no confundo mis viajes por el plano astral con simples sueos.Sin embargo, en esta ocasin no sabra decir de cul de las dos cosas se trata.

    Me encuentro en un bosque. S por instinto que es el que rodea Birchwood Manor,el nico hogar que haba conocido antes de venir a Londres hace ocho meses. Puede quehaya quien diga que todos los rboles son iguales, que es imposible distinguir un bosque deotro, pero este es el paisaje de mi infancia y como tal lo reconozco.

    El sol se filtra entre las hojas de las ramas que se alzan sobre mi cabeza y crea unaimprecisa sensacin de luz diurna. Podra ser por la maana, por la tarde o cualquier horaintermedia. Estoy empezando a preguntarme qu hago aqu, pues hasta el momento missueos siempre parecen tener un propsito, cuando escucho a alguien llamndome a misespaldas.

    Lia... Ven, Lia...

    Despus de darme la vuelta, me cuesta un tiempo ver la figura que est de pie detrsde m, entre los rboles. Es una nia pequea y est inmvil como una estatua. Sus rubiostirabuzones resplandecen bajo la luz moteada del bosque. La reconocera en cualquier parte,pese a que hace casi un ao que la vi por ltima vez en Nueva York.

    Tengo que ensearte una cosa. Lia. Ven, date prisa.

    La voz de la nia sigue siendo igual de cantarina que la primera vez que me entregel medalln, el que lleva la misma marca que llevo conmigo en la mueca.

    Espero un momento. La nia extiende una mano y me indica por seas que meacerque a ella, con una sonrisa demasiado cmplice como para resultar agradable.

    Date prisa, Lia. No querrs que se vaya.

    La chiquilla se da la vuelta y sale corriendo. Sus tirabuzones revolotean mientrasdesaparece entre los rboles.

    Yo la sigo sorteando los rboles y las piedras musgosas. Voy descalza, pero no meduelen los pies cuando me abro paso por el bosque y me adentro en l. La nia es tan grcily veloz como una mariposa. Revolotea entre los rboles de aqu para all, su blanco mandilflota como un fantasma. Con las prisas por mantenerme a su ritmo, el camisn se me enreda

  • entre las ramas. Las aparto tratando de no perder a la nia en el bosque. Pero es demasiadotarde. Un instante despus ha desaparecido.

    Me paro y giro en redondo para recorrer el bosque con la mirada. Me desoriento, ellugar me resulta mareante y lucho contra un pnico creciente al darme cuenta de que estoytotalmente perdida entre esos rboles de troncos y follaje similares que me impiden ver elsol.

    Un instante ms tarde vuelve a orse la voz de la nia. Yo permanezcocompletamente inmvil, escuchando. Es inconfundible, la misma meloda que canturreabaen Nueva York mientras se alejaba de m dando saltitos.

    Sigo el tarareo y se me pone la carne de gallina bajo las mangas del camisn. Se meerizan los pelillos de la nuca, pero soy incapaz de marcharme. Sigo la voz, rodeandotroncos de rboles grandes y pequeos, hasta que oigo el ro.

    Ah es donde est la nia. Estoy segura. Cuando dejo atrs el ltimo grupo derboles, el agua se extiende ante m y una vez ms aparece la pequea. Est agachada en laotra orilla del ro, no s cmo ha cruzado la corriente. Su tarareo es meldico, pero tiene untonillo sobrecogedor que me repele. Contino caminando hacia la orilla de la parte del roen la que me encuentro.

    Ella no parece haberme visto. Contina con su extraa cancioncilla mientras pasapor la superficie del agua la palma de las manos. No s lo que estar viendo en suinmaculada superficie, pero lo contempla con especial concentracin. Luego levanta lavista y sus ojos se topan con los mos, como si no le sorprendiese verme de pie ante ella, alotro lado del ro.

    Desde el mismo instante en que me la ofrece, s que su sonrisa va a obsesionarme.

    Qu bien. Me alegro de que hayas venido.

    Muevo la cabeza.

    Por qu has vuelto a buscarme? mi voz reverbera en medio del silencio delbosque. Qu ms podras ofrecerme?

    Baja la vista y pasa las palmas de las manos sobre el agua, como si no me hubieseescuchado.

    Perdona trato de sonar ms convincente, me gustara saber por qu me hashecho venir al bosque.

    No tardar mucho su voz es inexpresiva. Ya vers.

    Alza la mirada y sus ojos azules se cruzan con los mos por encima del ro. Su rostrotiembla cuando comienza a hablar de nuevo.

    Crees estar a salvo en los confines de los sueos, Lia? la piel se tensa sobre losdelicados huesos de su rostro titilante, el tono de su voz baja de intensidad. Ahora tecrees tan poderosa que ya nada te afecta?

    Su voz ya no es la misma y cuando su rostro titila de nuevo, comprendo por qu.Sonre, pero esta vez no como la nia de los bosques. Ya no. Ahora es mi hermana Alice.No puedo evitar sentir miedo. S muy bien lo que esconde esa sonrisa.

  • Por qu pareces tan sorprendida. Lia? Sabes que siempre te encontrar.

    Me tomo mi tiempo para serenar la voz, no quiero que se percate de mi miedo.

    Qu es lo que quieres, Alice? No nos hemos dicho ya todo cuanto haba quedecir?

    Se da unos golpecitos en la sien con el dedo y, como siempre, la creo capaz dedespojarme de mi alma.

    Sigo pensando que acabars comprendindolo. Lia. Que te dars cuenta delpeligro al que te expones a ti misma y tambin a tus amigos. Y a lo que queda de tu familia.

    Quisiera enfurecerme ante la mencin de mi familia, nuestra familia, pues no fueAlice quien empuj a Henry al ro? No fue ella quien lo envi a morir en sus aguas? Peroel tono de su voz parece suavizarse y me pregunto si llorar alguna vez por la muerte denuestro hermano.

    Al responder, endurezco mi voz.

    El peligro al que nos enfrentamos ahora es el precio que pagamos por la libertadque tendremos despus.

    Despus? pregunta. Cundo ser eso. Lia? Ni siquiera has encontradotodava a las otras dos llaves y puede que no las encuentres nunca con ese viejo rastreadorde pap.

    Su crtica a Philip me hace enrojecer de ira. Nuestro padre confi en l para quebuscara las llaves y sigue trabajando incansablemente para m, aunque, por supuesto, depoco me servirn las otras dos llaves sin las pginas perdidas de El libro del caos. Sinembargo, hace tiempo que aprend que no merece la pena pensar en un futuro demasiadolejano. Solo existe el presente.

    Alice vuelve a hablar, como si hubiera odo mis pensamientos.

    Y qu hay de las otras pginas? Las dos sabemos que an tienes que encontrarlasposa con calma la mirada en el agua y pasa la mano sobre ella, igual que la nia. Vistala situacin en la que te encuentras, a m me parecera ms prudente confiar en Samael. Almenos, l puede garantizar tu seguridad y la de aquellos a los que quieres. Es ms, puedegarantizarte un lugar en el nuevo orden mundial regido por l y ocupado por las almas, algoque suceder tanto si nos ayudas voluntariamente como si no.

    Me parece imposible endurecer an ms mi corazn en contra de mi hermana, perolo hago.

    Lo que es seguro es que a ti s te garantizar un lugar en ese nuevo orden, Alice.En realidad, se trata de eso, no es as? Por qu trabajabas para las almas ya desde nia?

    Se encoge de hombros, buscando mi mirada.

    Nunca he fingido ser altruista, Lia. Simplemente, prefiero cumplir con el papelque debera corresponderme que con el que me han endosado por un errneofuncionamiento de la profeca.

    Si es eso lo que sigues deseando, no tenemos nada ms que discutir.

  • Ella vuelve a mirar el agua.

    Puede que yo no sea la persona ms indicada para convencerte.

    Creo que ya nada me puede escandalizar, que ya nada puede asustarme, al menos demomento. Pero, entonces, Alice levanta la vista, su rostro titila una vez ms. Por un instanteentreveo la sombra de la nia antes de que la imagen de Alice se estabilice de nuevo. Perono por mucho tiempo. Su rostro se arruga, se convierte en una cabeza de forma extraa, enuna cara que parece cambiar a cada segundo. Yo parezco haber echado races en mi sitiojunto al ro, incapaz de moverme a pesar de que el terror se apodera de m.

    An sigues rechazndome, seora? la voz, canalizada en otra ocasin a travsde Sonia mientras trataba de contactar con mi padre muerto, es inconfundible. Terrorfica.Antinatural. No pertenece a ningn mundo. No hay lugar donde esconderse. Ni refugio.Ni paz dice Samael.

    Se incorpora de su postura sedente junto al ro y se estira hasta una altura dos vecessuperior a la de cualquier mortal. Es enormemente voluminoso. Estoy segura de que, siquisiera, podra cruzar el ro de un brinco y cogerme por el cuello en cuestin de segundos.Capta mi atencin un movimiento detrs de l y veo sus impresionantes alas, negras comoel bano, plegadas a su espalda.

    A mi terror se une ahora un inconfundible deseo. Una atraccin que hace que quieracruzar el ro y dejar que me envuelvan esas suaves y mullidas alas. El latido comienzasuavemente y va en aumento. Bumbum. Bumbum. Bumbum. Lo recuerdo de mi ltimoencuentro con Samael y otra vez me horroriza escuchar el sonido amplificado de mi propiocorazn latiendo al mismo tiempo que el suyo.

    Retrocedo un paso. Todo mi ser me est diciendo que huya, pero no me atrevo adarme la vuelta. Camino hacia atrs unos cuantos pasos, atenta a la mscara cambiante quees su rostro. A veces es tan hermoso como el ms bello de los mortales. Pero luego cambiade nuevo y se convierte en lo que yo s que es.

    Samael. La bestia.

    Abre la puerta, seora, segn te ordena tu deber. Tu negativa solo dar lugar asufrimiento.

    La voz gutural no solo suena desde el otro lado del ro, sino dentro de mi cabeza,como si sus palabras fuesen mas.

    Sacudo la cabeza. Tengo que darme la vuelta con las pocas fuerzas que me quedan.Y lo hago. Me vuelvo y echo a correr, abrindome paso entre la hilera de rboles de la orilladel ro, pese a que no tengo ni idea de adnde ir. Su risa retumba a travs de los rbolescomo si tuviera vida. Como si me estuviera dando caza.

    Trato de apartarla y me golpeo con las ramas, que me araan la cara mientras corro,obligndome a despertar de este sueo, a escapar de este viaje. Pero no tengo tiempo parahacer planes porque me tropiezo con la raz de un rbol, me caigo y me golpeo tan fuerte ysbitamente contra el suelo que la oscuridad me nubla la visin. Trato de incorporarmeayudndome con las manos. Pienso que lo conseguir, que me levantar y echar a correr.Pero entonces noto una mano que me agarra por el hombro y oigo una voz que sisea: Abre la puerta.

  • Me siento en la cama con el pelo de la nuca empapado en sudor y reprimo un grito.

    Mi respiracin se convierte en un acelerado jadeo, el corazn late contra m pechocomo si an continuase hacindolo al ritmo del de Samael. Ni siquiera la luz que se filtrapor la rendija de las cortinas consigue calmar mi terrorfico despertar, as que aguardo unosminutos, dicindome a m misma que solo ha sido un sueo. Me lo digo una y otra vezhasta que me lo creo.

    Hasta que veo la sangre en mi almohada.

    Me llevo la mano a la cara y me toco la mejilla con los de dos. Cuando los aparto, smuy bien lo que significa aquello. La mancha roja no dice manque la verdad.

    Cruzo la habitacin en direccin al tocador que guarda multitud de tarros de crema,perfume y polvos faciales. Me cuesta reconocer a la chica del espejo. Tiene el pelo revueltoy sus ojos hablan de algo oscuro y aterrador.

    El araazo que me cruza la mejilla no es grande, pero s bien visible. Al contemplarla sangre, recuerdo cmo me ara la cara con las ramas mientras corra huyendo deSamael.

    Quisiera negar que he viajado por el plano astral muy a mi pesar y sola, pues Sonia yyo estamos de acuerdo en que no es conveniente que lo haga a pesar del fortalecimiento demis poderes. No importa que ahora esos poderes sobrepasen a los de Sonia porque una cosaes cierta: mi creciente habilidad no es nada comparada con la voluntad y el poder de lasalmas o de mi hermana.

  • Tenso la cuerda del arco y lo mantengo as un instante antes de dejar volar la flecha, quesurca el aire y aterriza con un ruido seco en el centro de la diana, a cien pies de distancia.

    Le has dado justo en el centro! exclama Sonia. Y desde esta distancia!

    Me vuelvo a mirarla y sonro abiertamente, recordando los tiempos en que no eracapaz de darle a la diana a veinticinco pies de distancia ni siquiera con la ayuda del seorFlannigan, el irlands que contratamos para que nos ensease los rudimentos del tiro conarco. Ahora, vestida con unos pantalones bombachos y disparando con tal facilidad, comosi lo hubiese hecho siempre, noto cmo aumentan en mi cuerpo la adrenalina y la confianzaa partes iguales.

    No obstante, descubro que no soy capaz de disfrutar realmente de mi destreza.Despus de todo, es de mi hermana de quien busco defenderme, y bien podra estar ella alotro extremo de mis flechas cuando llegue el momento de dispararlas. Supongo quedespus de todo lo ocurrido debera estar contenta de verla caer, pero soy incapaz decontrolar mis emociones cuando se trata de Alice. Tengo el corazn contaminado por unacomplicada mezcla de tristeza, amargura y arrepentimiento.

    Intntalo t sonro y trato de imprimir a mi voz un tono de alegra mientrasanimo a Sonia a disparar a la desgastada diana, pese a que ambas sabemos que es pocoprobable que acierte. En el uso del arco ya est demostrado que Sonia no tiene el don queposee para comunicarse con los muertos y viajar por el plano astral.

    Levanta el arco hasta su esbelto hombro entornando los ojos, y ese pequeo gestome hace sonrer, pues hasta hace bien poco Sonia era demasiado seria como para reaccionarcon ese desenfadado sarcasmo.

    Cuando coloca la flecha y tira hacia atrs de la cuerda, le tiemblan los brazos por elesfuerzo que realiza para mantenerla tirante. Al disparar, la flecha sale tambaleante por losaires y aterriza silenciosamente en el csped, a pocos metros de la diana.

    Uf! Creo que ya basta de humillaciones por hoy, no te parece? no espera mirespuesta. Te apetece que vayamos a caballo hasta la laguna antes de cenar?

    S, vamos respondo, sin pensrmelo. No tengo muchas ganas de renunciar a lalibertad de Whitney Grove para cambiarla por el estrecho cors y la cena formal que meaguardan a ltima hora de la tarde.

    Me coloco el arco a la espalda, meto las flechas en la aljaba y atravesamos el campo

  • de tiro en busca de nuestros caballos. Una vez montadas en ellos, comenzamos a cruzar elcampo en direccin a un brillante destello azul que se ve a lo lejos. He pasado tantas horasa lomos de mi caballo Sargento que ir en l me parece de lo ms natural. Mientras cabalgo,inspecciono la exuberante claridad que se extiende en todas las direcciones. No hay ni unalma a la vista, y el total aislamiento del paisaje me hace agradecer de nuevo el silenciosorefugio que nos ofrece Whitney Grove.

    Los campos se extienden por todas partes y nos conceden a Sonia y a m laintimidad necesaria para practicar con el arco y para montar a caballo con pantalonesmasculinos, pasatiempos ambos que difcilmente se consideraran apropiados para unasjovencitas de la sociedad londinense. Y aunque la casita de Whitney Grove es pintoresca,hasta ahora no la hemos usado ms que para ponernos los pantalones de montar y paratomar de vez en cuando alguna taza de t despus de hacer ejercicio.

    Te echo una carrera! grita Sonia, volviendo la cabeza.

    Ya casi me ha dejado atrs, pero no me importa. Darle a Sonia un poco de ventaja acaballo me hace sentir en igualdad de condiciones con ella, aunque se trate solo de unaamistosa carrera.

    Espoleo a Sargento para que acelere y me inclino sobre su cuello mientras susmusculosas patas se lanzan a la carrera. Su crin lame mi rostro como llamas de bano y nopuedo sino admirar su reluciente pelaje y su gran velocidad. Alcanzo a Sonia con bastanterapidez, pero tiro un poco de las riendas para mantenerme justo detrs de su caballo gris.

    Mientras cruzamos el punto invisible que ha sido la meta de muchas de nuestrascarreras, Sonia sujeta las riendas. Cuando los caballos aflojan el paso, vuelve la vista porencima de su hombro.

    Por fin! He ganado!

    Sonro y llego a su altura al trote; ella se detiene a la orilla del lago.

    S, bueno, era cuestin de tiempo. Te has convertido en una excelente amazona.

    Sonre complacida mientras desmontamos y conducimos a los caballos hasta elagua. Guardamos silencio mientras beben y me maravillo de que Sonia no se haya quedadosin aliento. Me cuesta trabajo recordar aquellos tiempos en que le aterraba sentarse a lomosde un caballo, por no hablar de galopar por las colinas al menos tres veces por semana,como hacemos ahora.

    Cuando los caballos han saciado su sed, los llevamos caminando hasta el grancastao que se encuentra cerca del agua. Tras amarrarlos al tronco, nos sentamos sobre lashierbas silvestres y nos reclinamos sobre los codos. Los pantalones de lana me tiran de losmuslos, pero no me quejo. Llevarlos es un lujo. Dentro de pocas horas ir encorsetada enun vestido de seda para cenar con la alta sociedad.

    Lia? la voz de Sonia se pierde en la brisa.

    Mmmmm?

    Cundo vamos a ir a Altus?

    Me doy la vuelta para mirarla.

  • No lo s. Supongo que cuando ta Abigail crea que estoy lista para hacer el viaje ymande a buscarme. Por qu?

    Durante un instante su rostro, habitualmente sereno, parece confuso y sombro. Sque est pensando en el peligro al que nos enfrentamos para buscar las pginas perdidas.

    Supongo que, simplemente, me gustara que ya hubisemos acabado con ello, esoes todo. A veces... aparta la mirada, inspeccionando los terrenos de Whitney Grove.Bueno, a veces todos nuestros preparativos parecen no tener sentido. No estamos ms cercaahora de las pginas que cuando llegamos a Londres.

    Hay un extrao tono afilado en su voz y de pronto me arrepiento de haber estado taninmersa en mis propios problemas; ni se me ha ocurrido preguntarle a ella qu le preocupa.

    Poso mi mirada en el terciopelo negro que envuelve la mueca de Sonia. Elmedalln. Me pertenece. Incluso estando en su mueca para protegerme de l, no puedoevitar desear sentir sobre mi piel el suave y seco terciopelo de la cinta y el tacto fro deldisco de oro. Mi extraa atraccin por l es a la vez mi cruz y mi causa. As ha sido desdeel instante en que me encontr.

    Cuando extiendo la mano para coger la de Sonia, sonro al sentir que la tristeza serefleja en mi cara.

    Siento no haberte agradecido lo suficiente que compartas mis preocupaciones. Deverdad, no s lo que hara sin tu amistad.

    Ella sonre con timidez y aparta la mano agitndola despectivamente.

    No digas ridiculeces, Lia! Sabes que hara cualquier cosa por ti. Cualquier cosa.

    Sus palabras alivian la preocupacin que siento en el fondo de mi mente. Con tantascosas a las que temo y tantas personas de las que desconfo, me resulta tranquilizadora unaamistad que s que conservaremos siempre, suceda lo que suceda.

    La multitud que abarrota el club parece igual a la que se da cita en otros lugares similares.Las diferencias se esconden bajo la superficie y solo son visibles para los presentes.

    Mientras nos movemos entre la multitud, me desprendo del peso de mi angustiaanterior. Aunque la profeca sigue siendo nuestro secreto, mo y de Sonia, aqu es dondems cerca estoy de ser yo misma. Aparte de Sonia, el club es mi nico modo derelacionarme con gente; por eso, siempre le agradecer a ta Virginia que nos escribiese unacarta de presentacin.

    Toco a Sonia en el brazo cuando descubro entre la multitud una cabeza plateada ybien peinada.

    Ven. Ah est Elspeth.

  • Nada ms vernos, la mujer se abre camino serpenteando con elegancia entre elgento hasta quedar frente a nosotras con una sonrisa.

    Lia! Querida! Cunto me alegra que hayas venido! Y t tambin, queridaSonia! Elspeth Shelton se inclina hacia delante y besa el aire junto a nuestras mejillas.

    No nos lo hubisemos perdido por nada del mundo! por encima del intensorosa de su vestido, un plido rubor rosado cubre las mejillas de Sonia. Tras aos deconfinamiento en casa de la seora Millburn, en Nueva York, mi amiga ha florecido bajo laclida atencin de otras personas que comparten con ella sus dones y que poseen otrospropios.

    No esperaba menos! dice Elspeth. Apenas puedo creer que aparecierais ennuestra puerta con la carta de Virginia hace tan solo ocho meses. Nuestras reuniones ya noseran lo mismo sin vuestra presencia, aunque me atrevera a decir que tu ta esperaba quetuvierais trato con alguien ms aparte de conmigo nos guia un ojo con malicia y Sonia yyo soltamos una carcajada. Probablemente, la vocacin de Elspeth sea organizar reunionessociales y los eventos del club, pero a Sonia y a m nos deja plena libertad para ir a nuestroaire. Tengo que saludar a los dems, os ver en la cena.

    Se encamina hacia un caballero que identifico como Arthur Frobisher, pese a quecon frecuencia trata de demostrar su destreza para hacerse invisible. En los corrillos delclub se dice que el tal Arthur desciende de una antigua rama de sacerdotes druidas. Pero suedad debilita sus hechizos y se puede distinguir el dbil contorno de su barba griscea y suchaleco arrugado a travs de una neblina mientras habla con bastante claridad con un joven.

    Te das cuenta de que a Virginia le dara un patats si se enterase de la pocacompaa que nos hace Elspeth? comenta Sonia con picarda a mi lado.

    Claro que s. Pero, despus de todo, estamos en 1891. Adems, cmo iba aenterarse ta Virginia? le contesto, son riendo abiertamente.

    Yo no se lo dir si t no lo haces!

    Se echa a rer a carcajadas y seala con la cabeza a los que pululan por la sala.Los saludamos a todos?

    Inspecciono la sala, buscando a algn conocido. Mis ojos se iluminan al dar con uncaballero joven que est al lado de las escaleras de intrincada ralla.

    Vamos, ah est Byron.

    Nos abrimos paso por la sala. Me llegan retazos de conversaciones junto con elhumo del incienso y de las pipas, que enrarecen el aire. Cuando por fin llegamos hastaByron, cinco manzanas dan vueltas en el aire delante del joven, perfectamentesincronizadas mientras l permanece quieto, con los ojos cerrados y los brazos cados.

    Buenas tardes, Lia y Sonia.

    Byron no abre los ojos para saludamos y las manzanas prosiguen su danza circular.Hace mucho que he dejado de preguntarme cmo sabe que nos tiene delante pese a quesuele mantener los ojos bien cerrados cuando pone en prctica alguno de sus trucos.

    Buenas tardes, Byron. Veo que te sale bastante bien gesticulo con la cabeza almirar las manzanas, aunque seguro que no puede verlo.

  • S, bueno, entretiene a los nios y a las damas, por supuesto.

    Abre los ojos y mira directamente a Sonia mientras las frutas caen una a una en susmaos. Le ofrece una de las relucientes y coloradas manzanas con un gesto teatral.

    Me vuelvo hacia Sonia.

    Por qu no te quedas e interrogas a Byron para que divulgue los secretos de su...entretenido talento mientras yo voy a por un poco de ponche?

    Por el brillo de sus ojos est claro que Sonia disfruta con la compaa de Byron. Ypor la mirada de l est claro que el sentimiento es mutuo.

    Sonia sonre tmidamente.

    Ests segura de que no quieres que te acompae?

    Completamente. Vuelvo enseguida le digo dirigindome ya hacia la poncherade cristal que resplandece al otro extremo del saln.

    Paso junto a un reluciente piano del que emana una meloda, aunque no hay nadiesentado frente a l, y trato de localizar al pianista entre la multitud que se encuentra en lasala. Una ola de energa irisada conecta a una mujer joven que est sentada en un sof conlas teclas de marfil del otro lado de la sala, lo que la convierte en una talentosa pianista.Sonro, aunque a nadie en particular, encantada con mi observacin. El club me ofreceinterminables oportunidades de perfeccionar mis dones.

    Al llegar a la ponchera, me doy la vuelta para mirar a Sonia y a Byron. Tal comoesperaba, estn enfrascados en una conversacin. Mala amiga sera si regresara demasiadopronto con el ponche.

    Salgo del saln y oigo el sonido de unas voces provenientes de una oscurahabitacin al fondo del pasillo. La puerta est a medio cerrar. Cuando me asomo por larendija, veo a un grupo congregado en torno a una mesa circular. Jennie Munn se dispone adirigir una sesin para los asistentes. No puedo sino alegrarme por Jennie, Sonia le haestado enseando a fortalecer los poderes con los que naci.

    Jennie pide a los que estn sentados a la mesa que cierren los ojos. Yo tiro de lapuerta para cerrarla y despus prosigo por el pasillo en direccin al pequeo patio que seencuentra en la parte trasera del edificio. Llego a la puerta preguntndome si necesitar miabrigo y entonces veo mi reflejo en el espejo de la pared. No soy muy dada a la coquetera,eso siempre ha sido cosa de Alice. Adems, siempre he pensado que ella es ms guapa queyo, a pesar de que somos gemelas idnticas. Pero ahora, al ver mi rostro reflejado en elespejo, casi no me reconozco a m misma.

    En aquel rostro del que me quejaba por ser demasiado redondo, demasiado blando sehan formado elegantes pmulos. Mis ojos verdes, heredados de mi madre, que siempre hansido mi mayor atractivo, han desarrollado una fuerza y una intensidad que no tenan antes,como si todos los sufrimientos, triunfos y confianza ganados estos meses atrs se hubiesenproyectado en ellos para hacerlos brillar como piedras preciosas. Tambin mi cabellocastao luce saludable y resplandeciente. Complacida, me ruborizo en secreto mientrassalgo al fresco aire nocturno de la fachada trasera de arenisca del club.

    El patio est vaco, tal como supona. Es mi escape favorito cuando venimos a cenar

  • aqu. An no estoy acostumbrada al pesado incienso que les gusta a la mayora de losespiritistas y de las entusiastas hechiceras. Aspiro una profunda bocanada de aire fro y seme despeja la cabeza cuando el oxgeno se abre camino por mi cuerpo! Me encamino por elsendero de piedra que rodea el jardn que la propia Elspeth cuida. A m nunca se me hadado bien la jardinera, aunque reconozco algunas de las hierbas y arbustos sobre los que hatratado de instruirme Elspeth.

    Le asusta estar aqu afuera a oscuras? una voz grave se dirige a m desde lassombras.

    Incapaz de distinguir el rostro o la silueta del hombre al que pertenece la voz, meenderezo.

    No. Y a usted?

    Se re entre dientes, y eso me produce una sensacin clida, igual que cuandoempieza a hacer efecto el vino en el cuerpo.

    En absoluto. De hecho, a veces creo que debera asustarme ms de la luz.

    Regreso al presente y abro las palmas de las manos a la oscuridad que nos rodea.

    Si eso es cierto, por qu no se deja ver? Aqu no hay luz.

    Eso parece.

    Da un paso hacia la escasa luz de la media luna, sus oscuros cabellos resplandecen.

    Por qu ha salido a un jardn fro y vaco, pudiendo estar adentro pasndoselobien en compaa de sus amigos?

    Resulta extrao encontrarse a un desconocido en las reuniones del club, de modoque entorno los ojos desconfiada.

    Por qu le preocupa eso? Y qu le trae a usted al club?

    Todos los miembros del club guardan celosamente sus secretos. Para los que estnfuera de sus paredes no somos ms que un club privado, pero la antigua caza de brujas nosera nada comparada con las protestas que surgiran si se hiciese pblica nuestraexistencia. Pese a que en nuestra sociedad los llamados progresistas buscan el consejo desimples espiritistas, el poder real de los nuestros espantara hasta al individuo ms abiertode mente.

    El hombre se acerca ms. No consigo distinguir el color de sus ojos, aunque esinnegable la intensidad con la que me escrutan. Se pasean por mi rostro, bajan por mi cuelloy apenas se posan en el plido nacimiento de mis pechos, que asoman por el corpio de mivestido color verde musgo. Sus ojos se apartan apresuradamente y, justo antes de queretroceda un paso, siento el calor que surge entre nuestros cuerpos y escucho unarespiracin acelerada en el aire que nos rodea. No sabra decir si es la suya o la ma.

    Fue Arthur quien me invit ha desaparecido la calidez de su voz, de prontosuena ms bien como un correcto caballero. Arthur Frobisher. Nuestras familias seconocen desde hace bastantes aos.

    Ah, ya veo.

  • Mi suspiro es claramente audible en la noche. No s lo que me esperaba ni por questaba conteniendo el aliento, temerosa. Supongo que es difcil fiarse de nadie conociendola habilidad de las almas para tomar la forma de prcticamente cualquier cosa y, sobre todo,de un cuerpo humano.

    Lia? es la voz de Sonia, que me llama desde la terraza.

    Tengo que apartar los ojos de la fija mirada del hombre.

    Estoy en el jardn.

    Sus zapatos taconean en la terraza y hacen ms ruido cuando se aproximan por elsendero de piedra.

    Qu haces aqu fuera? Cre que ibas a buscar ponche!

    Sealo, distrada, la casa con la mano.

    Dentro hace calor y est lleno de humo. Necesitaba un poco de aire.

    Elspeth ha pedido que sirvan la cena su mirada se fija en mi acompaante.

    Le miro, preguntndome si no pensar que no digo ms que tonteras.

    Esta es mi amiga Sonia Sorrensen. Sonia, este es... Lo siento, an no s sunombre.

    l se lo piensa un poco antes de dedicarnos una pequea y ceremoniosa reverencia.

    Dimitri. Dimitri Markov. Es un placer.

    Sonia no puede ocultar su curiosidad, incluso a la escasa luz del jardn.

    Me alegro de conocerle, seor Markov, pero tenemos que ir a cenar antes de queElspeth mande a un pelotn de bsqueda a por nosotras! es evidente que preferiraquedarse y averiguar qu estoy haciendo en el jardn con un moreno y apuesto extrao envez de entrar a cenar.

    Oigo una sonrisa en la respuesta de Dimitri.

    Bueno, no podemos permitir tal cosa, no? hace un gesto con la cabezasealando hacia la casa. Seoras, ustedes primero.

    Sigo a Sonia hacia la casa, Dimitri echa a andar detrs de m. Consciente de quetiene los ojos clavados en m durante todo el camino, noto un estremecimiento mientrastrato de olvidar un asomo de deslealtad hacia James y, si soy honesta, algo ms que unaligera sospecha.

  • Ms tarde esa misma noche me siento ante el escritorio de mi aposento y acaricio el sobreque contiene otra carta de James.

    No sirve de nada retrasar su lectura. Ya s que no lo va a hacer ms fcil. S que notendr fuerzas para defenderme del dolor que voy a sentir de repente, como me pasasiempre que leo una de sus cartas. Y no es posible dejarla sin abrir. James merece que loescuche. Por lo menos le debo eso.

    Tras coger el abrecartas plateado, lo deslizo bajo la solapa del sobre de una solapasada y extraigo la hoja sin darme tiempo a cambiar de parecer.

    3 de junio de 1891 Queridsima Lia:Hoy he paseado por el ro, nuestro ro, y he pensado en

    ti. Me he acordado del brillo de tus cabellos bajo la luz, de la suave curva de tus mejillascuando inclinas la cabeza y de tu sonrisa burlona. No tiene nada de particular que recuerdeesas cosas. Pienso en ti todos los das. Al principio, cuando te fuiste, intent imaginar que

    haba sucedido algo lo bastante grave como para obligarte a marchar. Pero no conseguconvencerme de ello porque no hay secreto ni miedo ni tarea alguna que me hubiera podido

    apartar a m de ti voluntariamente. Supongo que siempre cre que t sentas lo mismo porm.Creo que por fin he llegado a aceptar que te has ido. No, no solo te has ido, sino que lo

    has hecho con tal sigilo que ni siquiera mis cartas me traen como respuesta alguna palabra,alguna esperanza.Me gustara decir que sigo creyendo en ti y en nuestro futuro juntos.

    Quizs sea as. Pero ya solo me queda por hacer una nica cosa: volver a mi vida y al vacoque has dejado en ella. Por lo tanto, digamos tan solo que los dos continuaremos por el

    camino que debemos recorrer.Si nuestros senderos se cruzasen de nuevo, me gustara quevolvieses conmigo. Tal vez est esperndote en nuestra roca junto al ro. Tal vez un da

    levante la vista y te vea parada bajo la sombra del gran roble que nos dio cobijo durantetantas horas.Suceda lo que suceda, siempre sers duea de mi corazn. Lia.Espero que t

    tampoco me olvides.JAMES

  • No me sorprenden sus palabras. La verdad es que no. Yo abandon a James. La primera ynica carta que le escrib, la noche antes de que Sonia y yo partiramos para Londres, nodaba respuestas ni explicaciones. Tan solo le prometa vagamente que regresara. Y esodebe parecerle bastante poco a l pues tampoco ha obtenido respuesta a sus cartas. Nopuedo culparle por sentirse de ese modo.

    Mis pensamientos me llevan por un conocido y querido sendero. Imagino que lecuento todo a James y que confo en l, no como entonces, antes de salir de Nueva York,cuando fui incapaz de hacerlo. Imagino que est a mi lado mientras yo trabajo para lograrque la profeca concluya y nos permita, por fin, compartir un futuro.

    Pero no tardo mucho tiempo en darme cuenta de lo intil de mis fantasas. Laprofeca ya se ha llevado por delante las vidas de personas a las que amo y, en cierto modo,tambin la ma. No podra soportar que se llevase por delante alguna ms, sobre todo, la deJames. Fue injusto confiar en que me esperara, pues ni siquiera pude compartir con l elmotivo por el cual me marchaba.

    La triste verdad es que James se est comportando de forma razonable, mientras queyo no he sido ms que una ingenua. Se me encoge el corazn ante la evidencia que me heestado ocultando a m misma, esquivndola cada vez que me acercaba demasiado a ella.

    Pero sigue ah.

    Me levanto y llevo la carta hasta la estufa, que ya se est apagando. Creo que laechar dentro sin dudarlo, no voy a reflexionar sobre un futuro que puede que no consigaver hasta que la profeca est definitivamente enterrada.

    Pero no es tan sencillo. Mis manos dejan de moverse por voluntad propia, se quedansuspendidas en el aire frente a la estufa, calentndose. Me digo a m misma que la carta noes ms que papel y tinta, que es probable que James siga esperando, aunque todo est yadicho y hecho. Pero la carta es el lastre de un re cuerdo que no me puedo permitir. Seguirintacto al leerla y releerla, y nicamente me distraer del asunto que tengo entre manos.

    Ese pensamiento es el que me permite soltarla y arrojarla al fuego como si yaestuviese ardiendo, como si su sola existencia me quemase la mano. Observo como lasesquinas del papel se enroscan por el calor. Dentro de unos momentos ser como si nuncahubiese ledo las palabras escritas por la cuidadosa mano de James. Como si nuncahubiesen existido.

    La destruccin de la carta me provoca un estremecimiento y cruzo los brazos sobreel pecho, tratando de tranquilizarme. Me digo a m misma que me he liberado de mipasado, tanto si lo deseo como si no. Henry est muerto. James ya no me pertenece. Alice yyo estamos destinadas a enfrentarnos como ene migas.

    Ahora solo quedamos las llaves, la profeca y yo.

  • No s cunto tiempo llevo durmiendo, pero el fuego de la estufa est muy bajo. Alinspeccionar la oscura habitacin buscando el origen del sonido que me ha despertado, veodesaparecer por la puerta una figura etrea, como un espritu, envuelta en un retazo de telablanca.

    Echo las piernas a un lado de la cama y me deslizo por el borde para luego poner lospies en el suelo. Noto las alfombras lujosas y mullidas, aunque fras, mientras recorro lahabitacin en direccin a la puerta.

    El pasillo est desierto y en silencio; las puertas del resto de las habitaciones estncerradas. Dejo que mis ojos se acostumbren a la dbil luz de los apliques de las paredes.Cuando ya puedo distinguir las formas y las sombras de los muebles alineados en el largopasillo, contino hacia las escaleras.

    La figura, vestida con un camisn blanco, est bajando por ellas. Ser una de lascriadas, que estar despierta a estas horas de la noche. La llamo en voz baja, tratando de nodespertar a nadie.

    Perdona, pasa algo?

    La figura se detiene al pie de las escaleras y se da lentamente la vuelta para buscarmi voz. Entonces, al contemplar el rostro de mi hermana, suelto un grito ahogado en elsilencio de la casa.

    Lo mismo que en mi viaje por el plano astral, una pequea sonrisa roza lascomisuras de su boca. Es una sonrisa al mismo tiempo ligera y taimada. Una sonrisa quesolo Alice es capaz de esbozar.

    Alice?

    Pronunciar su nombre resulta a la vez familiar y aterrador. Familiar, porque es mihermana. Aterrador, porque s que no puede ser ella realmente, no en carne y hueso. Susilueta est escasamente iluminada, pero me doy cuenta de que no es su cuerpo fsico el queest aqu.

    No puede ser, pienso. No puede ser. Ningn mortal que viaje por el plano astralpuede cruzar la barrera del mundo fsico. No de modo visible. Esa es una de las msantiguas reglas de la orden de los Grigori, que siguen encargndose an de hacer valer lasnormas de la profeca, del plano astral y de los otros mundos.

    An sigo perpleja por la apariencia prohibida de Alice cuando comienza adesvanecerse, volvindose su figura ms y ms transparente. Justo en el instante queprecede a su desaparicin, su mirada se endurece. Despus, ya no est.

    Me agarro al pasamanos para sostenerme y la sala de abajo tiembla cuando me doycuenta de la gravedad de lo que acabo de ver. En efecto, Alice es una maga estupenda,terriblemente eficiente. Ya lo era antes de mi huida a Londres, pero su presencia a tantasmillas de distancia solo puede significar que se ha hecho ms poderosa an en mi ausencia.

    Por supuesto, nunca deb haberme engaado a m misma dicindome que podra serde otro modo. Yo sigo descubriendo en m nuevos dones y soy ms fuerte cada da. Lolgico es que a Alice le ocurra lo mismo.

  • Aun as, sobrepasar la barrera impuesta por los Grigori solo puede significar unacosa: quizs las almas hayan estado en silencio todos estos meses, pero si ha sido as esporque han tenido a mi hermana trabajando de su parte.

    Su largo silencio se ver ms que compensado por todo cuanto hayan planeado ytodo cuanto est por venir.

    Buenos das, Lia.

    Philip entra en la sala dando largas zancadas, rebosa confianza y autoridad. Las finasarrugas alrededor de sus ojos son ms perceptibles que antes y me pregunto si ser porqueest cansado de sus viajes o simplemente porque casi es lo bastante mayor como para sermi padre.

    Buenos das. Por favor, sintate yo me acomodo en el sof, mientras Philip sesienta en la silla que est cerca de la estufa. Qu tal tu viaje?

    Evitamos por mutua conveniencia ciertas palabras y ciertas frases que facilitaran acualquiera comprender nuestra conversacin.

    Sacude la cabeza.

    No era ella. Esta vez tena muchas esperanzas, pero... mueve la cabezafrustrado, reclinndose en la silla con el agotamiento visiblemente instalado en susfacciones. A veces me desespero pensando si llegaremos a encontrar a esa chica algnda, y eso sin hablar de la ltima, que est todava sin identificar.

  • Oculto mi decepcin. Philip Randall ha estado trabajando incansablemente paraencontrar a las dos llaves que faltan. No es culpa suya que an no lo hayamos conseguido.Solo tenemos un nombre, que constaba en la lista que Henry guard tan celosamente, ElenaCastilla, pero hemos sido incapaces de localizar a nadie que se llame as y que, adems,tenga la marca. Segn la profeca, las llaves restantes, como Sonia y Luisa, estn marcadascon el Jorgumand y nacieron cerca de Avebury en la medianoche del da 1 de noviembre de1874. Han pasado casi diecisiete aos desde que nacieron las llaves, y la dispersin de losregistros de nacimiento en los pueblos ingleses no ha contribuido a simplificar nuestratarea.

    Ahora mismo, Elena podra estar viviendo en cualquier lugar del mundo. Inclusopodra haber muerto.

    Trato de aliviar la frustracin de Philip.

    A lo mejor deberamos estar agradecidos. Si fuera sencillo, cualquiera podrahaberlas encontrado antes que nosotros sonre, mostrando algo parecido a la gratitud,mientras prosigo: Si t no puedes encontrarlas, Philip, nadie ser capaz de hacerlo. Nome cabe duda de que pronto volveremos a encontrar pistas.

    l asiente con un suspiro.

    No es por falta de pistas. Lo que ocurre es que, una vez que se siguen, a menudono se trata ms que de una marca de nacimiento o de una cicatriz producto de una lesin ode una quemadura en la mueca. Supongo que me tomar unos das para repasar losinformes ms recientes y ordenarlos por prioridades antes de planear mi prxima salida sus ojos se dirigen hacia la puerta de la biblioteca antes de retornar a los mos. Y t?Has averiguado algo nuevo?

    La pregunta hace que se ensombrezca mi nimo. Resulta imposible creer que taAbigail y los Grigori ignoren los movimientos de Alice por el plano astral y el uso indebidode su poder. Si lo saben, solo es cuestin de tiempo que me pidan ir a Altus para querecupere las pginas antes de que Alice se haga ms fuerte an.

    Muevo la cabeza a modo de contestacin.

    Puede que pronto salga yo misma de viaje.

    Philip se endereza.

    De viaje? No querrs decir sola?

    Me temo que s. Bueno, probablemente Sonia querr acompaarme e imagino quenecesitaremos un gua, pero, aparte de eso, supongo que estar sola.

    Adnde vas a ir? Cunto tiempo estars fuera?

    No tengo que ocultarle a Philip muy a menudo algo de importancia. Contratado pormi padre antes de su muerte para encontrar a las llaves, sabe ms acerca de la profeca quecualquier otra persona, salvo nuestro viejo cochero Edmund. Sin embargo, le he ocultadocelosamente muchos detalles por su bien y por el mo. Las almas son hostiles y su poderinconmensurable. No es descabellado creer que podran encontrar el modo de usar a Philipen su propio beneficio.

    Sonro.

  • Digamos simplemente que es un viaje necesario para la profeca y que regresaren cuanto me sea posible.

    De pronto se pone en pie pasndose los dedos por el pelo en un gesto de decepcininfantil. Hace que parezca joven y me doy cuenta, sobresaltada, de que puede que no seatan mayor como yo crea, a pesar de su seguridad y su sabidura, que tanto me recuerdan ami padre.

    Ya es bastante peligroso para ti estar aqu, en Londres; no es posible que estspensando en hacer semejante viaje de repente se pone muy rgido. Yo te acompaar.

    Cruzo la habitacin y le cojo las manos con las mas. Pese a que no he tocado aningn otro hombre desde que dej a James en Nueva York, no me parece del todoinapropiado.

    Querido Philip, eso es imposible. No s cunto tiempo estar fuera y es muchoms razonable que t contines buscando a las llaves mientras yo me ocupo de ese otroasunto. Adems, solo yo debo cargar con esa parte de la profeca, aunque deseara de todocorazn que no fuese as me inclino un poco hacia delante y acaricio su fra mejilla conel dorso de mi mano. Es un impulso inesperado, pero cuando sus ojos se ensombrecen veoque mi sorpresa no es comparable a la suya. Es muy amable de tu parte ofrecerte aacompaarme. S muy bien que vendras conmigo si te lo permitiera.

    Philip se lleva la mano a la mejilla y a m me asalta el extrao pensamiento de quetodo cuanto he dicho tras mi breve caricia ha quedado olvidado, pues no vuelve amencionar mi viaje.

    Esa noche viajo a Birchwood. No quiero volver yo sola a los otros mundos, pero tampocoquiero regresar a ellos sola. S que Sonia se preocupara si averiguase que estoy viajandosin compaa, pero siento demasiada curiosidad en lo referente a mi hermana como pararenunciar a echar un vistazo a lo que hace.

    Y quizs pueda ver tambin a James. Me lo pide el corazn.

    El cielo est oscuro y es interminable, tan solo un gajo de luna ilumina las altashierbas que se mecen en los campos. El viento corretea entre las hojas de los rboles yreconozco la calma vaca que precede a la tormenta, el crepitar casi visible de losinminentes relmpagos y truenos. Pero, al menos de momento, reina un silencioinquietante.

    Birchwood Manor aparece ante m oscuro e imponente, sus empinados muros seyerguen al cielo nocturno como una fortaleza. Parece desierto, incluso desde la distancia.Los faroles que antao estaban encendidos cerca de la puerta principal estn ahoraapagados y las ventanas emplomadas de la biblioteca estn oscuras, aunque siempreacostumbrbamos a dejar encendida toda la noche la lmpara del escritorio de pap.

  • Despus, me encuentro en la entrada, el helado mrmol bajo mis pies descalzos. Apesar de sentir cmo se filtra el fro en mi piel, esa sensacin se pasa, como ya me haocurrido antes en mis viajes astrales. Mientras subo las escaleras, en el vestbulo suenadiscretamente el reloj del abuelo. Incluso en mi viaje astral evito instintivamente el cuartoescaln, pues s que cruje.

    Como tantas cosas en mi vida, la casa se me ha hecho extraa. Reconozco suapariencia externa las antiguas y desgastadas alfombras, el pasamanos de caoba tallada, pero algo ha cambiado, como si ya no estuviese hecha con la piedra, la madera y elmortero que me albergaron tantos aos desde mi nacimiento.

    La habitacin oscura, por supuesto, sigue estando al fondo del pasillo. No mesorprende ver la puerta abierta y luz filtrndose desde su interior.

    Me encamino hacia ella. No tengo miedo, solo curiosidad, pues rara vez me hallo enel plano astral sin un propsito. La puerta que da a mi habitacin est cerrada, lo mismoque la de Henry y la de pap. Supongo que ahora Alice solo se preocupa de s misma.Supongo que si todas las puertas permanecen bien cerradas, le ser ms fcil olvidar queuna vez fuimos una familia.

    Yo, por mi parte, guardo los recuerdos de mi pasado, de mi familia, no en losrincones ms oscuros de mi corazn, como cabra esperar, sino en los ms luminosos,donde puedo contemplarlos tal como eran.

    No dudo en franquear la puerta de la habitacin oscura. Las leyes de los Grigori meimpiden hacerme visible, aunque deseara que no fuese as. Deseo conseguir el control delos poderes prohibidos. Al parecer, Alice ya los ha utilizado. Yo no.

    Lo primero que veo al entrar en la habitacin es a mi hermana. Est sentada en elsuelo, en medio de su crculo, el mismo en que la encontr tantos meses atrs, el que estgrabado en el suelo de madera y en su da estuvo oculto bajo la vieja alfombra. A pesar deque mi experiencia como maga no est ni de lejos a la altura de la de mi hermana, s lobastante como para darme cuenta de que se trata del crculo que refuerza los hechizos yprotege al hechicero que se sienta dentro de l. Su visin hace que me estremezca inclusoen mi cuerpo astral.

    Alice lleva su camisn blanco, ribeteado con una cinta color lavanda, que en su datambin cubra las mangas. Lo recuerdo bien. Hace mucho que yo no me pongo el mo,pues desde hace tiempo forma parte de otra vida. Pero ahora Alice lleva puesto el suyo ytiene un aspecto extraamente inocente y encantador sentada sobre sus talones, con los ojoscerrados y los labios articulando un susurro casi imperceptible.

    Me quedo en el mismo sitio durante un rato, observando las delicadas facciones desu rostro, que aparecen y desaparecen con el parpadeo de las velas encendidas a sualrededor. Sus suaves e incomprensibles palabras me adormecen conducindome a unextrao estado de apata. Tengo sueo, a pesar de que estoy fsicamente dormida all, enLondres. Solo cuando Alice abre los ojos me obligo a estar alerta.

    Al principio pienso que est mirando fijamente al vaco, pero sus ojos encuentran losmos entre las sombras, con calma, como si supiese que ya llevo un rato all. No tiene quepronunciar las palabras que me dirige para que yo sepa que es cierto, pero de todas formaslo hace, mirando directamente a mi alma como solo ella ha sido capaz de hacerlo siempre.

  • Te veo. Te veo. Lia. S que ests ah.

    Me tomo mi tiempo para vestirme mientras reflexiono sobre mi extrao viaje a Birchwood.La luz del da no ha servido de gran cosa para clarificar la experiencia. La razn me diceque no estuve viajando, que probablemente fue un simple sueo, pues entre ambasdimensiones, el plano astral y el mundo fsico, hay un velo que no puede traspasarse. Solose puede ver lo que est sucediendo en un mundo cuando uno se encuentra en l, y Aliceestaba en el mundo fsico mientras que yo me encontraba en el plano astral.

    Pero estoy segura de que viaj. Alice saba que estaba all. Ella misma lo dijo. Meestoy preguntando qu puedo hacer con lo que acabo de descubrir cuando oigo que llamana la puerta.

    No me sorprendo, a pesar de que estoy a medio vestir, cuando Sonia entra en lahabitacin sin esperar mi respuesta. Hace mucho que nos hemos dejado de formalidades.

    Buenos das dice. Has dormido bien?

    Descarto un complicado vestido de terciopelo que est colgado en el armario roperoy opto en su lugar por otro ms sencillo en seda color albaricoque.

    No exactamente.

    Sonia arruga el ceo.

    Qu quieres decir? Pasa algo?

    Con un suspiro agarro el vestido, lo sujeto sobre el pecho y me dejo caer en la camaal lado de Sonia. De pronto me siento culpable. ltimamente no he sido sincera con ella.No le he hablado de mi terrorfico viaje hasta el ro la noche en que vi a Samael y medespert con un corte en la mejilla. No le he hablado de mi visin de Alice aquella noche enlas escaleras de Milthorpe Manor.

    Y nuestra alianza es de las que no toleran secretos.

    Anoche viaj a Birchwood me apresuro a decir antes de cambiar de parecer.

    No me esperaba el repentino enfado que ruboriza sus mejillas.

    Se supone que no debas hacer viajes astrales sin m. Lia. T lo sabes! Espeligroso sus palabras son un bufido.

    Tiene razn, por supuesto. Hacemos viajes astrales juntas y solo cuando Sonia locree necesario para ensearme a usar mis dones. Es por mi propia seguridad, pues siempreexiste el peligro de que las almas me retengan el tiempo suficiente como para cortar elcordn astral que inexorablemente mantiene unida mi alma a mi cuerpo. Si eso ocurriese,uno de mis mayores temores se vera realizado y quedara anclada en el helado Vaco paratoda la eternidad. Pero, a pesar de todo, la agitacin de Sonia me sorprende y siento por ella

  • un renovado afecto al comprobar su preocupacin por m.

    Le pongo una mano en el brazo.

    No lo hice intencionadamente. Sent que... me llamaban.

    Enarca las cejas y frunce luego el ceo preocupada.

    Alice?

    S... Quizs... No lo s! Pero la vi en Birchwood y creo que ella me vio a m.

    Por el gesto de Sonia no cabe duda de la impresin que mis palabras le han causado.

    Qu quieres decir con que te vio? No pudo verte si estaba en este mundo y t teencontrabas en el plano astral! Estara quebrantando las normas! titubea, mirndome conuna expresin que no alcanzo a comprender. A menos que fueses t quien estuvieseusando un poder prohibido.

    No digas ridiculeces! Por supuesto que no! Puede que sea una hechicera, perono tengo ni idea de cmo conjurar un poder como ese, ni quiero saberlo me levanto, memeto el vestido por la cabeza y noto cmo cae sobre mi enagua y se desliza sobre mismedias. Cuando emerjo entre los metros de plida seda, me topo con la mirada de Sonia.Y no creo que por el momento a Alice le preocupen mucho los Grigori, aunque supongoque eso tampoco debera sorprenderme.

    Qu quieres decir?

    Suspiro.

    Me pareci verla la otra noche. Aqu, en Milthorpe Manor. Me despert amedianoche y vi a alguien en las escaleras. Pens que era Ruth o alguna otra criada, perocuando la llam, la figura se dio la vuelta y... pareca Alice.

    A qu te refieres con que pareca Alice?

    Era una figura desvada. Por eso s que no se trataba de un ser fsico. Pero era ellaasiento con la cabeza, cada vez con ms certeza. Estoy segura.

    Sonia se pone en pie y camina hacia la ventana que da a la calle. Se queda calladalargo rato. Cuando por fin se decide a hablar, en su voz hay una inconfundible mezcla desobrecogimiento y miedo.

    De modo que puede vemos. Y, seguramente, tambin omos.

    Asiento con la cabeza, pese a que Sonia contina de espaldas a m.

    Eso creo.

    Se da la vuelta para encararse conmigo.

    Y qu significa eso para nosotras? Con respecto a las pginas perdidas?

    Ninguna hermana de la profeca le entregara voluntariamente a Alice esaspginas. Pero si es capaz de observar nuestros progresos, puede intentar arrebatrnoslaspara usarlas en su propio provecho o para evitar que lleguen a nuestro poder.

    Pero no puede pasar a este mundo, fsicamente no. No del todo ni el tiempo

  • necesario para dar con nosotras. Tendra que tomar un barco hasta Londres y seguirnos enpersona, y eso llevara su tiempo.

    A menos que tenga a alguien que lo haga en su lugar.

    Sonia busca mi mirada.

    Qu podemos hacer, Lia? Cmo vamos a impedir que consiga las pginas si escapaz de seguir nuestros pasos desde lejos?

    Me encojo de hombros. La respuesta es simple.

    Tendremos que conseguirlas antes que ella.

    Espero que Sonia no pueda decirme que mis palabras son ms fuertes que miconviccin, pues saber que quizs pronto tenga que enfrentarme a mi hermana me causauna profunda inquietud.

    Me causa aprensin que Alice est lista para venir a mi encuentro, que est buscandoponer en marcha el engranaje de la profeca una vez ms. Frente al poder de mi hermana,mis preparativos parecen verdaderamente insignificantes.

    Pero es todo lo que tengo.

    Sonia y yo estamos fuera, sentadas en el pequeo patio trasero de Milthorpe Manor. No estan amplio como los jardines de Birchwood ni igual de silencioso, pero los verdes yexuberantes arbustos y las preciosas flores que rodean el patio de piedra o convierten en

  • cierto modo en un refugio frente al caos y la polucin de Londres. Estamos sentadas codocon codo en sillas idnticas, tomando el sol con los ojos cerrados.

    Voy a por una sombrilla? pregunta Sonia, como si se sintiera lejanamenteobligada a proponerlo. Pero lo hace con voz desganada y s que, en realidad, le trae sincuidado que estemos o no protegidas del sol.

    No abro los ojos.

    Creo que no. Ya luce bastante poco el sol en Inglaterra. No pienso hacer nada paraprotegerme de l.

    La silla que tengo al lado cruje e intuyo que Sonia se ha girado para mirarme. Encuanto comienza a hablar, percibo una risa burlona en sus palabras.

    Seguro que las londinenses de piel de porcelana corren a ponerse a cubierto en unda como este.

    Yo levanto la cabeza, protegindome los ojos con la mano.

    Bueno, s, lo siento por ellas. Agradezco enormemente no ser una de esaslondinenses.

    La brisa que flota en el jardn se lleva la carcajada de Sonia.

    Y yo tambin!

    Ambas nos giramos en direccin a la casa al or desde el patio el vocero. Parece unadiscusin, aunque jams he odo discutir al servicio.

    Qu pasar...?

    A Sonia no le da tiempo a terminar su reflexin, pues de pronto se oye cada vez msclaro el sonido de unas botas, mientras las voces se acercan y suben de volumen. Nosmiramos alarmadas y nos ponemos en pie al tiempo que captamos retazos de la discusin.

    ... bastante ridculo! No tienes por qu...

    Por el amor de Dios, no...

    Primero aparece una mujer joven por la esquina, Ruth la sigue pegada a sus talones.

    Lo siento, seorita. Trat de explicarle...

    Y yo trataba de explicarle a ella que no hace falta que nos anuncie como sifusemos unos desconocidos!

    Luisa?

    La nariz aguilea, la exuberante cabellera castaa y los gruesos labios rojos soninconfundibles, pero aun as no puedo creer que tenga delante a mi amiga.

    No le da tiempo a contestar, pues dos figuras ms aparecen de inmediato tras ella.Estoy tan sorprendida que me quedo sin palabras. Menos mal que a Sonia no le faltan.

    Virginia! Y... Edmund? dice.

    Contino parada un instante ms, deseosa de asegurarme de que aquello es real y noun sueo. Cuando Edmund sonre, apenas es un rastro de la sonrisa espontnea que

  • mostraba cuando an viva Henry, pero me basta. Me basta para sacudirme de encima laconmocin.

    Luego, Sonia y yo nos ponemos a gritar y nos abalanzamos sobre todos ellos.

    Tras una ronda de emocionados saludos, ta Virginia y Luisa nos acompaan a Sonia y a mal saln para tomar t con galletas, mientras Edmund se ocupa de las maletas. Las cookiesson famosas por haber roto ms de un diente, as que hago una mueca de dolor cuando taVirginia muerde una de las galletas duras como el granito.

    Un poquito duras, no? le digo a ta Virginia.

    Se toma su tiempo para masticar y me parece orla tragar mientras trata de hacerbajar por su garganta el trozo seco de galleta.

    Solo un poco.

    Luisa alarga la mano para coger una. S que no hay manera de detenerla, por muchoque quisiera advertirla. Luisa solo es capaz de templar sus impulsos con sus propiasexperiencias.

    Muerde la galleta con un fuerte crujido y apenas la mantiene un instante en la bocaantes de escupirla en su pauelo.

    Un poco? Pues casi me quedo sin un diente! Quin es el autor de esta atrocidadculinaria?

    Sonia reprime una carcajada con la mano, pero la ma sale disparada sin que puedadetenerla.

    Chssss! Las ha hecho la cocinera. Cllate, quieres? Vas a herir sussentimientos!

    Luisa endereza la espalda.

    Valen ms sus sentimientos que nuestros dientes?

    Trato de mostrar un gesto de desaprobacin, pero s que no lo consigo.

    Os he echado tanto de menos a las dos! Cundo habis llegado?

    Luisa deposita su taza de t en el plato con un delicado tintineo.

    Nuestro barco atrac en el puerto esta misma maana. Pero qu largo se me hizoel viaje! Me pas casi todo el tiempo mareada.

    Recuerdo la agitada travesa que hicimos Sonia y yo desde Nueva York a Londres.Yo no soy tan propensa a marearme como Luisa, pero, aun as, el viaje no me resultagradable.

    De haber sabido que venais, podramos haber ido a buscaros al muelle dice

  • Sonia.

    Ta Virginia sopesa sus palabras.

    Lo decidimos con bastante... precipitacin.

    Pero por qu? pregunta Sonia. No esperbamos a Luisa hasta dentro deunos meses y bueno... su voz se va apagando, como si quisiese evitar resultar brusca.

    S, lo s ta Virginia posa su taza de t en el plato. Y estoy casi segura de que,desde luego, a m no me esperabais. Al menos no tan pronto.

    Algo en su mirada consigue que me ponga nerviosa.

    Entonces, por qu has venido, ta Virginia? Claro que estoy encantada de verte,pero es que...

    Ella asiente con la cabeza.

    Lo s. Te dije que era mi deber quedarme con Alice para ocuparme de suseguridad, a pesar de su rechazo a actuar como guardiana hace una pausa, observandofijamente los rincones de la sala. Tengo la sensacin de que no se encuentra aqu enLondres, sino all, en Birchwood, contemplando algo extrao y espantoso. Cuando retomala palabra, lo hace en un murmullo, como si estuviese hablando consigo misma. Tengoque confesar que me siento un poco culpable por haberla abandonado, a pesar de todo loque ha sucedido.

    Sonia me lanza una mirada desde el silln de orejas que se encuentra junto al fuego,pero yo aguardo en el vaco que deja el silencio de ta Virginia. No tengo ninguna prisa poror lo que tiene que decir.

    Su mirada se cruza con la ma y, saliendo de su ensimismamiento, comienza ahablar: Alice se ha vuelto... rara. Ya s que hace mucho que no hay quien la comprendaapunta al observar mi gesto de incredulidad. Rara es una palabra que no basta paradescribir a mi hermana desde hace un ao. Pero desde que te marchaste... Bueno, se havuelto verdaderamente aterradora.

    Hasta hace poco me haba mantenido en buena parte al margen de las actividades deAlice, a pesar de lo mucho que me cuesta relegar al olvido a alguien de mi sangre, pordesleal que sea. No obstante, la experiencia me ha enseado que la clave para ganarcualquier batalla est en conocer a tu enemigo. Aunque ese enemigo sea tu propia hermana.

    Sonia es quien interviene primero.

    A qu te refieres exactamente, Virginia?

    Ta Virginia mira a Sonia y luego a m. Baja la voz como si temiese que la oyeran.

    Practica sus poderes mgicos durante toda la noche. En la antigua habitacin de tumadre.

    La habitacin oscura.

    Conjura cosas horribles. Practica hechizos prohibidos. Y lo peor de todo es que seest volviendo mucho ms poderosa de lo que imaginaba.

    Pero los Grigori no castigan a quien practica la magia prohibida, cualquier tipo

  • de magia aqu, en el mundo fsico? T lo dijiste! mi voz denota lo histrica que me estoyponiendo.

    Ta Virginia asiente con calma.

    Pero el dominio de los Grigori solo alcanza a los otros mundos. Los castigos queimponen solo pueden limitar all los privilegios de alguien, y los Grigori ya desterraron aAlice. S que es difcil de entender, Lia, pero es muy cuidadosa y muy poderosa. Viaja porlos otros mundos sin que los Grigori la detecten, lo mismo que t viajas evitando a lasalmas se encoge de hombros. Su desobediencia es inaudita. Poco pueden hacer losGrigori a alguien que habita este mundo. Adems, ni siquiera ellos podran cruzar fronterascuyo paso no est permitido.

    Sacudo la cabeza, confusa.

    Si los Grigori han desterrado a Alice de los otros mundos, deberan tenerla bajocontrol! prcticamente escupo las palabras a causa de la frustracin.

    Quizs... comienza a decir Sonia.

    Quizs qu? el pnico comienza a apoderarse de mi estmago y amenaza conhacerme enfermar.

    Quizs a ella le traiga sin cuidado completa la frase Luisa desde el sof dondeest sentada con ta Virginia. Y le trae sin cuidado, Lia. Le trae sin cuidado lo que digano hagan los Grigori. Le traen sin cuidado sus normas y castigos, y no necesita su permiso.No necesita su aprobacin para nada. Se ha vuelto demasiado poderosa para eso.

    Nos quedamos calladas durante unos instantes, sorbiendo nuestros ts como si cadauna de nosotras estuviera contemplando a una Alice poderosa y desenfrenada. Es taVirginia quien rompe el silencio, aunque no para hablar de Alice.

    Hay otro motivo ms por el que hemos venido, Lia, aunque, ciertamente, bastacon lo que ya he expuesto.

    A qu te refieres? De qu se trata? no logro imaginarme ninguna cosa msque pueda haber obligado a ta Virginia a hacer una travesa martima sin previo aviso.

    Ta Virginia suspira y vuelve a depositar su taza de t en el delicado plato.

    Se trata de ta Abigail. Est muy enferma y me ha pedido que vayas de inmediatoa Altus.

    Tena planeado ir muy pronto, de todos modos. Tuve un... presentimiento. SobreAlice contino sin ms explicaciones. Aunque no saba que ta Abigail estaba enferma.Se pondr bien?

    La tristeza se refleja en los ojos de ta Virginia.

    No lo s, Lia. Es muy anciana. Lleva muchos aos dirigiendo Altus. Puede quehaya llegado su hora. En cualquier caso, es el momento de que vayas, especialmente envista de los progresos de Alice. Ta Abigail es quien custodia las pginas. Solo ella sabednde estn escondidas. Si muere sin haberte dicho dnde encontrarlas...

    No hay necesidad de que termine la frase.

  • Entiendo. Pero cmo voy a arreglrmelas para ir all?

    Edmund ser tu gua. Os marcharis dentro de unos das.

    Dentro de unos das! exclama, incrdula, Sonia. Cmo vamos aprepararnos para un viaje as con tan poco tiempo?

    Ta Virginia se muestra sorprendida.

    Oh! Yo... Abigail solo ha solicitado la presencia de Lia.

    Sonia le muestra su mueca para que pueda ver el medalln.

    Yo me encargo del medalln. En estos ltimos ocho meses he sido para Lia lapersona de mayor confianza. Con el debido respeto, no pienso quedarme aqu sentadamientras ella se enfrenta sola al peligro. Necesita toda clase de aliados y no existe nadiems leal que yo.

    Bueno, yo no exagerara tanto! Luisa est indignada. Puede que yo hayaestado en Nueva York mientras vosotras estabais aqu, pero, al igual que t, Sonia, yotambin formo parte de la profeca.

    Miro a ta Virginia encogindome de hombros.

    Luisa y Sonia son dos de las cuatro llaves. Si no podemos mostrarles a ellas ellugar donde se encuentra Altus, en quin vamos a confiar? Adems, me gustara tenercompaa. Seguro que ta Abigail no me la negara.

    Ta Virginia suspira. Me mira primero a m, luego a Sonia, a Luisa y vuelve denuevo a m.

    Muy bien. Tengo la sensacin de que sera intil discutir sobre esta cuestin serestriega la frente, el cansancio se refleja en sus ojos. Adems, he de confesar que ellargo viaje me ha afectado bastante. Sentmonos cmodamente junto al fuego y hablemosdurante un rato de algo ms mundano, os parece?

    Asiento con la cabeza y Luisa cambia hbilmente de tema, preguntndonos a Soniay a m sobre lo que hemos estado haciendo en Londres. Nos pasamos otra hora poniendo aLuisa al corriente mientras ta Virginia solo nos escucha a medias. Me invaden losremordimientos al verla contemplar fijamente el fuego. Despus de discutir sobre Alice y laprofeca, hablar de moda y de escndalos mundanos parece algo insignificante y sinsentido.

    Pero no podemos vivir en el mundo de la profeca todos los minutos del da. Hablarde otras cosas nos recuerda que an existe otro mundo en el que podramos vivir algn da.

    Creo que ya va siendo hora de que me cuentes lo que sabes.

    El eco de mi voz rebota por el suelo de la cochera mientras Edmund limpia un

  • carruaje a la escasa luz de un farol. Se detiene un momento antes de poner sus ojos a laaltura de los mos, asintiendo con conformidad.

    Si Edmund sabe lo bastante como para guiamos hasta Altus, es obvio que haocupado en mi vida y en las de mis familiares un lugar mucho ms importante que solo elde amigo y empleado de la casa.

    No quiere sentarse? me pregunta sealando una silla apoyada contra la pared.

    Asiento con la cabeza, cruzo la estancia y me siento en la silla.

    Edmund no me imita. Se dirige hacia el banco de trabajo que se encuentra unospasos ms all, coge una gran herramienta metlica y la limpia con un trapo. No s si setrata de una tarea necesaria o simplemente quiere mantener las manos ocupadas, pero memuerdo la lengua para no plantear las preguntas que me rondan en la cabeza. Conozco biena Edmund. Empezar cuando est listo.

    Su tono de voz es bajo y pausado cuando comienza a hablar, como si estuvieserecitando un cuento de hadas.

    Desde el principio, yo saba que haba algo diferente en Thomas, su padre. Era unhombre lleno de secretos y, a pesar de que no es infrecuente entre hombres de su posicinviajar mucho, l se guardaba bien de explicar los motivos de sus frecuentes ausencias.

    Pero t viajabas con l pap se llevaba a menudo a Edmund consigo y nosdejaba a nosotros al cuidado de ta Virginia, muchas veces durante meses, mientras lviajaba a imprecisos y exticos lugares.

    Edmund asiente.

    Eso fue ms tarde. Al principio yo era como cualquier otro miembro del serviciodomstico. Haca de chfer de Thomas, diriga a los jardineros y me ocupaba de que lastareas ms laboriosas del mantenimiento de la casa les fuesen asignadas a los trabajadoresapropiados. Tan solo cuando su madre se volvi... diferente, su padre se decidi a hablarmede la profeca.

    Recuerdo la carta de mi madre y la descripcin de cmo lleg a perder casi lacordura en manos de las almas.

    Te lo cont todo?

    Edmund asiente.

    Creo que tuvo que hacerlo. Era demasiada carga para l solo. Ni siquiera Virginia,a quien confiaba a las personas que ms quera, usted, su hermana y su hermano, estaba altanto de los secretos del libro y de los destinos de sus viajes. Supongo que se habra vueltoloco si no le hubiese contado a alguien lo dems.

    Qu era lo dems? me imagino a mi padre completamente solo, tratando deguardar sus secretos, y siento un ramalazo de frustracin al ver que Edmund duda. Mipadre ha muerto, Edmund. Ahora me toca a m terminar con el asunto de la profeca. Creoque l querra que me lo contases todo, no te parece?

    Suspira cansado.

    Despus de contratar a Philip para buscar a las llaves, l mismo se tomaba la

  • molestia de viajar a los distintos lugares cada vez que Philip crea haber encontrado a una.Thomas quera asegurarse de que no se pasaba nada por alto y visitaba a cada posible llavepara eliminarla o para confirmarla. Cuando poda confirmar que la marca era autntica, talcomo hizo con la seorita Sorrensen y la seorita Torelli, haca lo posible para llevrselas aNueva York.

    Pienso en Sonia y en su triste historia, cuando la mandaron con la seora Millburnporque su familia no comprenda sus extraordinarios dones. Y en Luisa, a quien sus padresenviaron a una escuela de Wycliffe en lugar de a Inglaterra, como tenan planeado enprincipio.

    Edmund contina.

    Por entonces, las almas ya le atormentaban con visiones de su madre. Queraasegurarse de que tuviera usted todos los recursos posibles, por si l no estaba aqu paraayudarla.

    De modo que t le acompaabas a localizar las llaves no se trata de unapregunta.

    Asiente con la cabeza, contemplndose las manos.

    No sabas que Henry le ocultaba a Alice la lista de las llaves?

    No. Su padre nunca me cont dnde guardaba la lista. Yo siempre pens queestaba dentro del libro. Si lo hubiese sabido... levanta la vista con gesto angustiado. Sihubiese sabido que Henry la tena, me hubiera esforzado ms por protegerle.

    Estamos sentados en el silencio de la cochera, atrapado cada uno en la prisin denuestros respectivos recuerdos. Finalmente me pongo en pie y poso una mano sobre suhombro.

    No fue culpa tuya, Edmund.

    Fue ma, pienso. No pude salvarle.

    Me dirijo hacia la puerta de la cochera.

    Cuando estoy a medio camino, se me ocurre una cosa, algo para lo que an no tengorespuesta.

    Tras darme la vuelta, llamo a Edmund, que ahora est sentado en la silla con lacabeza entre las manos.

    Edmund?

    S? responde, levantando la vista.

    A pesar de todo lo que te cont mi padre, cmo es posible que nos puedas guiarhasta Altus? Su localizacin es un secreto muy bien guardado. Cmo es que conoces elcamino?

    Se encoge de hombros.

    Fui all muchas veces con su padre. Me parece imposible sorprenderme an ms,pero lo hago. Pero... para qu iba mi padre a Altus? me ro con sarcasmo. Como eslgico, l no era miembro de la comunidad de las hermanas.

  • Edmund mueve despacio la cabeza, mirndome a los ojos.

    No, era miembro de los Grigori.

    Todo est empaquetado y listo Edmund est de pie junto a los caballos, sombrero enmano y delante de la cochera.

    Tan solo hace una semana que ta Virginia, Edmund y Luisa llegaron de Nueva York,pero parece que fue hace un ao. El viaje a Altus no es tarea fcil. Requiere caballos,provisiones y asistencia. La primera vez que discutimos sobre los detalles cre que seraimposible arreglarlo todo tan rpidamente, pero, de algn modo, todo ha encajado en susitio. Durante nuestra ausencia, Philip continuar buscando a las llaves, a pesar de que no leagrada demasiado que viaje tan solo con la proteccin de Edmund.

    An sigo dndole vueltas a lo que me dijo Edmund, a eso de que mi padre eramiembro de los Grigori, pero no queda tiempo para hacer ms preguntas. Est claro quehay muchas cosas que no s acerca de mis padres. Tal vez el viaje a Altus me ayude aencontrar algo ms que las pginas perdidas.

    Mientras bajo los escalones de la fachada de Milthorpe Manor, me fijo en el nicocarruaje que aguarda y me pregunto qu habr sucedido con el resto de los preparativoshechos durante la semana anterior.

    Edmund? Dnde est el resto de nuestras cosas? No tenamos preparadoscaballos de repuesto y provisiones?

  • Edmund asiente despacio.

    As es, efectivamente. Pero no hay motivo para montar un escndalo mientrassalimos de la ciudad. Est todo preparado y lo recogeremos a su debido tiempo se sacaun reloj de bolsillo del pantaln. A propsito, ya deberamos ponernos en marcha.

    Me vuelvo a mirar a Luisa, que supervisa cmo meten las ltimas bolsas en elcarruaje, y reprimo una carcajada. Sonia y yo no hemos tenido problemas para preparar unequipaje ligero, tal como nos sugiri Edmund, pero Luisa no tom parte en losentrenamientos a los que nos sometimos Sonia y yo durante el pasado ao. Mientrasobserva a Edmund cargando una de sus bolsas, casi puedo escucharla recitandomentalmente una lista de cajas de sombreros y guantes, a pesar de que, seguramente, apartir de hoy ya no se pondr ninguna de esas cosas.

    Entorno los ojos y descubro a Sonia hablando con ta Virginia en voz muy baja allado de las escaleras de acceso a la casa. Luisa se rene conmigo cuando me dispongo a irhacia ellas y, acto seguido, formamos todas un corrillo, preguntndonos cmo dar comienzoal difcil asunto de las despedidas cuando apenas acabamos de reunimos de nuevo.

    Como siempre, ta Virginia hace cuanto puede para que el momento resulte msfcil.

    Perfecto, chicas. Marchaos ya se inclina para besar a Luisa en las mejillas ydespus retrocede para mirarla a los ojos. Me encant viajar contigo desde Nueva York,querida. Voy a echar de menos ese espritu tuyo, pero recuerda que debes domesticarlocuando sea necesario, por seguridad o por prudencia, eh?

    Luisa asiente con la cabeza y le da otro breve abrazo antes de dar media vuelta ydirigirse al carruaje.

    Sonia no espera a ta Virginia. Da un paso hacia ella y la coge de las manos.

    Me da mucha pena marcharme. Ni siquiera hemos podido conocernos como esdebido!

    Ta Virginia suspira.

    Ya no podemos hacer nada. La profeca no se hace esperar mira de reojo aEdmund, que echa un vistazo a su reloj de bolsillo una vez ms. Y me parece queEdmund tampoco!

    Sonia suelta una risilla.

    Supongo que es cierto. Adis, Virginia.

    Al no haberse educado en su propio hogar, sino con la seora Millburn, su casera, aSonia le cuesta mostrar su afecto por otras personas, excepto por m. No abraza a mi ta,pero la mira a los ojos sonriendo antes de darse la vuelta para marcharse.

    Ya no quedamos ms que ta Virginia y yo. Me parece que han desaparecido todaslas personas de mi pasado y ante la perspectiva de despedirme de mi ta se me forma unnudo en la garganta. Trago saliva antes de hablar.

    Me gustara que vinieses con nosotras, ta Virginia. Nunca estoy tan segura de mmisma como cuando t ests conmigo no me doy cuenta de lo cierto que es hasta que no

  • lo digo.

    Ella apenas esboza una triste sonrisa.

    Mi hora ya ha pasado, pero la tuya acaba de empezar. Desde que te marchaste deNueva York eres ms fuerte, te has convertido en una hermana por derecho propio. Vasiendo hora de que ocupes tu lugar, querida. Me quedar aqu esperando a ver cmoconcluye la historia.

    Al rodearla con mis brazos me sorprendo de lo menuda y frgil que la siento.Durante un instante soy incapaz de hablar, tan intensas y poderosas son las emociones queme embargan.

    Me echo hacia atrs, tratando de serenarme mientras la miro a los ojos.

    Gracias, ta Virginia.

    Antes de darme la vuelta para marcharme, me da un ltimo apretn en los hombros.

    S fuerte, mi nia; s que lo eres.

    Cuando Edmund se encarama al asiento del conductor, me meto en el carruaje. Unavez acomodada al lado de Sonia, con Luisa enfrente de nosotras, me incorporo un poco ysaco la cabeza por la ventanilla mirando a la parte delantera del carruaje.

    Cuando quieras, Edmund!

    Edmund es un hombre de accin y no me sorprendo cuando, en vez de contestar,simplemente sacude las riendas. El carruaje se pone en marcha y comienza nuestro viaje sinaadir una palabra ms.

    Durante un rato viajamos en paralelo al Tmesis. Luisa, Sonia y yo apenas hablamos entrelas sombras del carruaje. Los barcos que navegan por el ro, los otros carruajes y la genteque pasea por todas partes captan nuestra atencin hasta que el bullicio se desvanecegradualmente. Pronto no queda ms que el agua a un lado y, al otro, llanuras que seextienden hasta unos montes bajos. El traqueteo del carruaje y el silencio del exterior nossumen en una especie de sopor. De vez en cuando doy cabezadas sobre el respaldo deterciopelo, hasta que por fin caigo en un profundo sueo.

    Un rato ms tarde me despierto de golpe con la cabeza en el hombro de Soniacuando el carruaje se detiene con un brusco frenazo. Las sombras, que antes no eran msque simples manchas que acechaban por los rincones del carruaje, se han alargado hastacongregarse en una oscuridad que semeja estar viva, como si estuviese esperando parallevarnos a todas consigo. Me quito esa idea de la cabeza cuando nos llegan del exteriorvoces airadas.

    Al levantar la cabeza veo a Luisa tan alerta como cuando nos alejbamos deMilthorpe Manor. Nos mira fijamente a Sonia y a m con una expresin como de enfado.

  • Qu pasa? le pregunto. Por qu hemos parado?

    Se encoge de hombros, apartando la vista.

    No tengo ni idea.

    No era mi intencin preguntar por los ruidos de fuera del carruaje, sino por suextraa actitud. Suspiro y pienso que est irritada porque la hemos dejado sola en su asientoal salir de Londres.

    Voy a averiguarlo.

    Aparto a un lado la cortinilla de la ventana y descubro a Edmund de pie junto a unosrboles a pocos pies de distancia del carruaje. Est hablando con tres hombres que inclinanla cabeza en seal de un respeto que parece fuera de lugar dada su basta indumentaria yapariencia. Sus cabezas giran al unsono hacia algo que queda oculto a mis ojos. Cuando sevuelven nuevamente hacia l, Edmund extiende la mano para estrecharles las suyas antes deque den media vuelta y desaparezcan de mi campo visual.

    Vuelvo a reclinarme en el asiento, permitiendo que la cortinilla cubra de nuevo laventana. Hemos acordado mantener nuestras identidades en secreto cuanto nos sea posiblehasta que lleguemos a Altus, tanto por mi propia seguridad como por la de Sonia y Luisa ensu condicin de llaves.

    Fuera del carruaje se reanuda el aburrido golpeteo de los cascos de los caballos, quede vez en cuando se desvanece en la distancia. Cuando por fin Edmund abre la puerta,queda todo en silencio durante un rato. Al salir a la luz del sol no me sorprende ver cincocaballos y varias cargas de provisiones. Lo que s me sorprende es ver entre ellos a nuestroscaballos de Whitney Grove.

    Sargento!

    Salgo disparada hacia el caballo negro como el bano que ha sido mi compaerodurante tantas cabalgadas. Rodeando su cuello con mis brazos, beso su piel suave y l meresopla en el pelo. Me vuelvo hacia Edmund, rindome.

    Cmo es que te lo has trado?

    Se encoge de hombros.

    La seorita Sorrensen me habl de su... esto... residencia de vacaciones. Pensque el viaje sera ms fcil con monturas familiares.

    Me vuelvo a mirar a Sonia, que acaricia feliz a su propio caballo, y le sonroagradecida.

    Edmund saca una bolsa de la parte de arriba del carruaje.

    Deberamos marcharnos cuanto antes. No sera prudente quedarse mucho tiempoa un lado del camino me entrega la bolsa. Pero supongo que primero querrncambiarse.

  • Lograr que Luisa se ponga los pantalones de montar nos lleva algo de tiempo. A pesar deque es una amazona excelente, no estaba en Londres conmigo y con Sonia cuando nosdedicbamos a cabalgar con vestimenta masculina. Se pasa al menos veinte minutosdiscutiendo con nosotras hasta convencerse por fin. Aun as, la omos gruir bien claromientras Sonia y yo la esperamos fuera del carruaje, ya cambiadas y evitandodesesperadamente no mirarnos la una a la otra por miedo a estallar en incontrolablescarcajadas.

    Por fin aparece Luisa, muy erguida mientras se ajusta los tirantes que le sujetan lospantalones. Yergue su barbilla hacia el cielo y camina muy altiva delante de nosotras hacialos caballos que nos aguardan. Sonia se aclara la garganta y me percato de que estsofocando una risita mientras Edmund nos entrega las riendas de los caballos quemontaremos para atravesar el bosque que conduce a Altus. Ya ha atado nuestras provisionesa las grupas de los caballos. No queda nada por hacer, salvo prepararse para montar.

    An espero un poco para montar en Sargento. Transportar la comida, el agua y lasmantas en las grupas de los caballos est muy bien, pero hay algo que yo misma debo llevarencima. Abro la alforja que Sargento lleva en un costado y revuelvo dentro hasta queencuentro mi arco y el carcaj que contiene mis flechas y el pual de mi madre. Que Aliceusara en cierta ocasin el cuchillo para deshacer el hechizo que mi madre prepar en mihabitacin no le resta nada del consuelo que me proporciona. Perteneca a mi madre muchoantes de que Alice se apoderara de l.

    Ahora es mo.

    En cuanto al arco, no s si tendr motivos para usarlo, pero no he practicado enWhitney Grove con las dianas para dejar nuestra seguridad en manos de Edmund. Mecuelgo el arco a la espalda y me ato el carcaj al cuerpo, de modo que su contenido quedefcil y rpidamente a mi alcance.

    Todo bien? Edmund, ya encima de su montura, mira el carcaj.

    Perfectamente, gracias ya ms segura, me encaramo a la silla de Sargento.

    Qu pasa con el carruaje? pregunta Luisa, apartando de l su caballo paraseguir a Edmund.

    La voz de este, que viene de un poco ms all, nos llega amortiguada: Ms tardese pasar alguien a recogerlo. Lo devolvern a Milthorpe Manor.

    Luisa frunce el ceo y se vuelve sobre su silla de montar para mirar hacia atrs.

    Pero... una de mis bolsas sigue ah arriba!

    No se preocupe, seorita Torelli el tono de Edmund deja bien claro que noadmite discusin. Al igual que el carruaje, su bolsa ser devuelta a Milthorpe Manor, quees donde debe estar.

    Pero... farfulla Luisa, casi indignada, mirndonos a Sonia y a m antes deaceptar la inutilidad de cualquier debate. Cuando vuelve a colocarse en la silla, enfocandode nuevo la vista sobre la espalda de Edmund, las flechas que le lanza son tan reales como

  • si las hubiese tirado con un arco.

    Tras ella, Sonia y yo sonremos mientras seguimos a Edmund hacia los rboles quelimitan el bosque. Disfruto del momento de buen humor aun a expensas de Luisa, pues, amedida que dejamos atrs el claro lleno de luz para pasar a las misteriosas sombras delbosque, intuyo de algn modo que el viaje a Altus va a resultar cualquier cosa menosagradable.

    Uf! Me parece que no podr volver a sentarme nunca como es debido! Sonia sesienta con cuidado en un peasco a mi lado.

    S muy bien a qu se refiere. Montar en nuestros ratos libres no nos ha preparadopara pasar seis horas seguidas encima de un caballo.

    S, bueno, imagino que nos acostumbraremos dentro de unos das mi intencines sonrer, pero el dolor que siento en el trasero me hace estar segura de que ms bien meha salido una mueca.

    Ha sido un da raro. Un da en el que hemos cabalgado sin hablar, hipnotizadas alparecer por el silencio del bosque y el movimiento de nuestros caballos. Edmund ibasiempre delante por necesidad: solo l sabe adonde nos dirigimos.

    Al echarle un vistazo casi ha terminado de levantar las dos tiendas que nosservirn de refugio para pasar la noche, no puedo evitar asombrarme de su energa.Aunque desconozco los aos que tiene Edmund, ha formado parte de mi vida desde que eraun beb, y ya entonces tena ese aspecto paternal. Sin embargo, ha permanecido sentado en

  • su montura sin quejarse de nada durante este da esp