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De la persona al ícono. Mitologías de Juan Rodrigo Llaguno Por Juan Antonio Molina Decía Roland Barthes que todos los grandes retratistas son grandes mitólogos. Vista en el contexto de La cámara lúcida, la frase amerita una interpretación más plural que la que voy a ofrecer aquí. Pero de momento lo que me interesa es resaltar una de sus implicaciones más obvias: la posibilidad de entender el retrato (sobre todo el retrato fotográfico) como un dispositivo destinado a la reconstrucción ficticia de las identidades. Juan Rodrigo Llaguno. De la serie Retratos del parque Missisipi, 2001.

Mitologías de Juan Rodrigo Llaguno

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texto de presentación de la serie Retratos del parque Missisipi, de Juan rodrigo Llaguno, para un libro comisionado por la fototeca/Cineteca de Nuevo León

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De la persona al ícono. Mitologías de Juan Rodrigo Llaguno

Por Juan Antonio Molina

Decía Roland Barthes que todos los grandes retratistas son grandes mitólogos. Vista en el

contexto de La cámara lúcida, la frase amerita una interpretación más plural que la que voy

a ofrecer aquí. Pero de momento lo que me interesa es resaltar una de sus implicaciones

más obvias: la posibilidad de entender el retrato (sobre todo el retrato fotográfico) como un

dispositivo destinado a la reconstrucción ficticia de las identidades.

Juan Rodrigo Llaguno. De la serie Retratos del parque Missisipi, 2001.

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Ese me parece un buen comienzo para abordar la obra de Juan Rodrigo Llaguno, puesto que

cualquier análisis del trabajo de este fotógrafo debe mantener como referencia obligatoria

su condición de retratista. De hecho, lo primero que viene a la mente al comenzar un

comentario sobre la obra de Llaguno es la necesidad de calificarlo como uno de los

retratistas más consistentes dentro de la escena de la fotografía mexicana contemporánea.

Hay un subtexto en cada foto de Juan Rodrigo Llaguno que parece decir: “esto es un

retrato”. Ese enunciado no es trivial si queremos entender su lugar dentro de la fotografía

contemporánea, marcada por una tendencia a plantear la relación entre representación e

identidad con los matices de una investigación conceptual o de una experimentación formal

que hace ambiguo el concepto de “retrato” y que puede llegar a distanciar dicho concepto

de las normas que lo construyeron como “género” fotográfico. En ese contexto, en que se

hace evidente que no toda representación de un sujeto es necesariamente un retrato, el signo

fotográfico, tal como lo organiza Llaguno, parece forzado a una doble función: indicar –con

las dificultades que esto conlleva- hacia la identidad del sujeto fotografiado, pero también

indicar hacia su propia identidad como dispositivo semántico.

Quiero decir que para aceptar las fotos de Juan Rodrigo Llaguno como retratos no basta ya

con atestiguar la presencia de la persona fotografiada, sino también las evidencias de un

modo convencional de codificar esa presencia. Esa convencionalidad puede ser planteada

inclusive en términos de estilo, desde la recurrencia de recursos y técnicas para solucionar

el problema principal que enfrenta todo retratista, que es el problema de cómo pasar del

rango de la persona al rango de la figura.

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Llaguno utiliza una iluminación suave y que no provoca contrastes dramáticos. Tanto en la

iluminación como en la elección de los fondos y en la posición de la cámara busca cierta

neutralidad, como tratando de evitar la manipulación de los sujetos. Esto no obsta para que,

en algunos casos, la iluminación y la pose parezcan responder a un deseo de revelar la

“personalidad” del sujeto, haciendo un poco más expresiva su representación. Por lo demás,

en un retrato la neutralidad siempre es ficticia. Incluso en las fotos más directas, frontales y

realistas de Llaguno siempre parece mantenerse un aura de idealidad. Pudiéramos pensar

que ese idealismo es intrínseco del retrato (también a eso pudiera referirse Barthes cuando

habla del retratista como mitólogo), pero lo que no debemos pasar por alto es que ese

idealismo lo construye el autor. Tratando de ser simple voy a correr el riesgo de ser

rotundo: Llaguno es un esteticista. Su relación con los sujetos que retrata está marcada por

un sentido de lo bello que, a veces se concentra en el “carácter” del retratado, pero que en

otras ocasiones parece intemporal, ideal y mítico. Porque él busca la belleza intrínseca en el

acto de representar una identidad, pero también busca la manera de embellecer la identidad

misma, que en la representación no se refiere ya a una persona sino a una figura.

Digo todo eso pensando que probablemente la serie de fotos de El parque contradice todos

estos planteamientos, o al menos los vuelve relativos. Pero lo interesante de esa serie

pudiera radicar precisamente en esa excepcionalidad. En esa serie, a diferencia de otras, el

contexto en que se fotografía a los sujetos no es neutral. De modo que la reconstrucción de

la identidad de los sujetos debe atender a ese contexto. No se propone solamente la

posibilidad de la identificación, sino también de la localización. Por otra parte, en esa serie,

tal vez de manera igualmente extraordinaria, se plantea la cuestión de la identidad en el

cruce entre lo individual y lo colectivo. Los retratados –niños en su mayoría- parecen

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conformar una tipología, que además se sostiene sobre signos de identificación social. Esos

signos no funcionan por sí solos. Y en tal sentido adquiere relevancia la presencia de otras

personas en la serie: la mayoría son las niñeras que cuidan de los niños retratados. Ellas

también son “habitantes” de ese espacio que es el parque, y que supuestamente es el

verdadero tema de la serie, pero su función en términos iconográficos parece ser la de

contribuir –tal vez por oposición- a una configuración más precisa de la identidad colectiva

de los niños retratados. Esa identidad colectiva se construye sobre la base de la pertenencia

y no de la diferencia. El objetivo de Llaguno no parece ser destacar qué es lo que distingue

a unos niños de otros, sino cuál es el espacio común al que pertenecen todos

indistintamente. En apariencia, dicho espacio común es precisamente el parque, que es el

contexto donde el fotógrafo los localiza, pero al final podemos suponer que la sugerencia es

menos inocente, y que el espacio común es el espacio social al que pertenecen esos niños y

del cual el parque es solamente una extensión.

La serie se llama El parque porque ese espacio público, democrático y aparentemente

impersonal sirve para aludir al espacio social y familiar al que pertenecen los retratados.

Esa posibilidad es la que justifica que excepcionalmente Llaguno haya salido del espacio

neutral y escenográfico del estudio para tomar esas fotos en un ámbito público. Aunque al

final, lo cierto es que Llaguno también logra que el espacio público se vea como

escenográfico. En términos estrictamente estructurales esas fotos se construyen sobre la

misma oposición fondo-figura que las fotos realizadas en el estudio, e igualmente se basan

en la configuración de una escena, lo que impone en algún momento la necesidad de referir

la lógica del espacio fotografiado a la lógica compositiva y narrativa de la fotografía.

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Juan Rodrigo Llaguno. De la serie Retratos del parque Missisipi, 2001.

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Para definir mejor la posición de Llaguno como retratista hay que atender igualmente a su

condición de fotógrafo de estudio. Y no sólo en el sentido contemporáneo –el fotógrafo que

trabaja la representación a partir de la construcción de un set, casi siempre en espacios

interiores-, sino también en su sentido original, que marcó a la fotografía como un oficio,

prácticamente desde su origen. Llaguno es uno de esos fotógrafos que tienen su estudio

comercial, trabajan con una clientela, realizan fotos por encargo y no encuentran conflictos

entre esa actividad profesional y la exhibición de sus fotos como objetos de arte. Su trabajo

tiene como referencia obligada un paradigma funcional que ha estado presente en toda la

historia de la fotografía y que hace del acto fotográfico un “servicio”. Dicho paradigma se

construye también como un modelo tecnológico e iconográfico, destinado a recolocar el

cuerpo (pues un retrato no se refiere solamente a la fisonomía del retratado) dentro del

sistema de representaciones estructurado por el lenguaje fotográfico. Ese modelo puede ser

entendido como una puesta en acto de esas “tecnologías del yo” que mencionaba Foucault.

El resultado –como sugería Barthes en La cámara lúcida- tiene mucho en común con el

teatro, con la actuación y con la máscara.

En ese sentido, la elaboración de la pose es uno de los principales recursos técnicos. El

retrato codifica de manera particular el estatismo de la persona ante la cámara, plantea su

presencia como una frontalidad siempre inmutable, expone y saca partido de esa

consciencia que tiene la persona de que está participando en una puesta en escena de la

identidad propia, de la que resultará un espectáculo para los otros.

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Una fotografía deja de ser un documento cuando impone una respuesta estética ante la

disyuntiva del signo fotográfico entre la realidad y la imaginación, es decir, cuando impone

una solución estética a un problema epistemológico. Juan Rodrigo Llaguno logra ese efecto

mediante tres recursos: la yuxtaposición de un discurso que se interpone entre nuestra

mirada y la identidad del retratado, la exhibición de la identidad del retratado como ficción,

e incluso, como espectáculo, y la exhibición del icono como objeto autosuficiente y

autorreferencial, en la medida en que se exhibe como forma. De ahí provienen los valores

de estas obras que, sin pretender ser documentales, contribuyen a lo mejor de la retratística

contemporánea. O, pudiéramos decir, contribuyen a la configuración de una mitología

postmoderna.

México DF, julio de 2009

© Fototeca/Cineteca de Nuevo León

© De las imágenes: Juan Rodrigo Llaguno