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Modigliani de viaJe Mexicanos

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La sentencia griega “los elegidos de los dioses mueren jóvenes” no deja de

citarse al lamentar la muerte prematura de un artista. El final de Amedeo

Modigliani, a los 35 años de edad, cimbró a todo un grupo que departió con

él y lo vio extinguirse día a día, sin poder proveerle rescate. Modi —así lo

llamaban sus amigos— pudo ser un elegido en vida, mas no alcanzó el reco­

nocimiento. Bien parecido, seductor, inteligente, inusualmente culto —gran

conocedor de Dante, al que citaba de memoria—, era un gran conversador.

Pintaba con ansia, y al salir a los cafés y figones por la tarde se movía de

mesa en mesa, llevando consigo sus dibujos envueltos en periódico para

venderlos o un cuaderno azul para hacer apuntes. Por la noche se perdía por

las calles para recalar a deshoras en casa de algún conocido. El descrédito

de ganarse un plato de comida o un vaso de licor a cambio de un dibujo es

su leyenda: “Con ademanes de millonario ofrecía la hoja de papel en la que

en ocasiones llegaba hasta a estampar su firma tal si hubiera dado un billete

de banco como pago por el vaso de whisky que acababan de ofrecerle”.1 En

torno y prosperando, Picasso y Braque habían alcanzado la definitiva noto­

riedad, Foujita y Kisling iban en ascenso. De un trazo, es una poeta quien le

da giro al recordarlo: “Me asombró que Modigliani encontrara hermoso a un

Modiglianiy algunoscoMPañerosde viaJeMexicanosJAIME MOREnO vILLARREAL

1 Maurice de Vlaminck citado por André Salmon, La apasionada vida de Modigliani, Barcelona, Acantilado, 2017, p. 184.

Diego RiveraPaisaje de Arcueil (detalle), 1918107

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individuo notoriamente feo y que insistiera mucho en ello. Ya entonces

pensé: seguramente no ve las cosas como las vemos los demás”,2 palabras

de Anna Ajmátova, quien lo amó a los veinte años. En efecto, Modigliani dio

entendimiento y forma a una visión diferente.

Al cumplirse en 2020 el centenario de su muerte, la exposición El París de

Modigliani y sus contemporáneos presenta por primera vez en México una

generosa muestra de su obra en compañía de algunos de sus cofrades,

entre ellos Utrillo, Soutine y Kisling, y de un considerable número de otros

representantes de la “Escuela de París”. La Colección Jonas Netter es fuente

primordial para realizar un acercamiento cohesivo, así de amplio, a ese

tranco del arte francés que va de la primera década del siglo a 1930. Para el

público mexicano, la muestra quedaría incompleta si no señalara las afini­

dades que Diego Rivera, Ángel Zárraga, Carlos Mérida y Benjamín Coria

tejieron con Amedeo Modigiliani en años para ellos iniciáticos. Como habrá

de suponerse, los vínculos entre artistas no se reducen al trato personal,

sino que se abren a la transmisión plástica, a la influencia compartida, a la

definición de estilos propios e incluso al homenaje magistral, renglones que

el capítulo mexicano de esta exposición explora. De particular interés en el

balance es la inclusión de Benjamín Coria, artista oriundo de Orizaba,

Veracruz, que se desvaneció de la atención pública en Italia, Francia e

Inglaterra —países donde radicó—, así como del canon de México, el país a

donde volvió para enclaustrarse en la docencia. Merece seguramente el

estudio y el rescate.

Otro aspecto concerniente al arte mexicano en esta exposición es la contro­

vertida herencia de la “pintura al aire libre” francesa, que se desarrolló a

partir de la Escuela de Barbizón en la primera mitad del xix, para luego sen­

tar bases al impresionismo, y transitar al siglo xx, especialmente con el pai­

saje urbano en la obra de Maurice Utrillo. Alfredo Ramos Martínez, cuya

dilatada estancia en Francia entre 1899 y 1909, lo situó por algún tiempo en

la estela del post­impresionismo, quiso aportar a su regreso a México esa

herencia mediante la fundación de las Escuelas de Pintura al Aire Libre, cuyo

desarrollo coincidió en el tiempo con el espectro que esta exposición cubre.

Entretanto, hubo otros mexicanos que convergieron con Modigliani. Ange­

lina Beloff, en primer lugar, quien compartió diez años de vida en París con

Diego Rivera; Santos Balmori, quien evocaba haber conocido al pintor ita­

liano cuando vivió en Montparnasse como estudiante en la Academia de la

Grande Chaumière;3 y el diligente Marius de Zayas, quien presentó en 1915

Diego RiveraNuestra Señora de París (Nuestra Señora tras la bruma), 1909106

2 Anna Ajmátova, Prosa, trad. de Vladímir Aly, María García Barris, Marta Sánchez­Nieves y Joaquín Torquemada Sánchez, Madrid, Nevsky Prospects, 2010, p. 66.

3 Helena Jordán de Balmori, Remembranzas, silencios y charlas con Santos Balmori, México, unam, 2003, p. 37.

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por primera vez dos esculturas de Modigliani en la Modern Gallery de Nueva

York, que fundó y dirigía.4

La leyenda de “los elegidos de los dioses mueren jóvenes” cuenta de los

gemelos Agamedes y Trofonio que, luego de haber construido el umbral del

templo de Apolo en Delfos, consultaron el oráculo y recibieron como res­

puesta una exhortación: “Vivid alegremente y entregaos a todos los place­

res durante seis días, y en el séptimo se os concederá el deseo de vuestro

corazón”.5 Los gemelos se entregaron al gozo. Una consigna semejante

debió guiar a los jóvenes artistas en Montparnasse. Pero he aquí que, al

séptimo día, los gemelos Agamedes y Trofonio amanecieron sin vida, ya ele­

gidos por el dios.

O

Al vincular la pintura de Modigliani con la obra del pintor duranguense Ángel

Zárraga (1886­1846), despunta de entrada el óleo La poetisa (1917), obra en

Alfredo Ramos Martínez El muelle, ca. 1904 100

Michel Georges­Michel, Les Montparnos [Ilustración de Ángel Zárraga], 192944

4 Marius de Zayas, Cómo, cuándo y por qué el arte moderno llegó a Nueva York, estudio introductorio y traducción de Antonio Saborit, México, unam/dge­Equilibrista, 2005, pp. 249­252.

5 Robert Graves, The Greek Myths I, Londres, Penguin, 1986, p. 84.

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que el mexicano trazó una silueta femenina acorde con la tipología de

numerosos retratos femeninos del maestro italiano. La vista frontal con un

mechón desprendido, el cuello largo y la vestimenta escotada son horma de

una evidente alusión. Pero la confluencia entre ambos artistas también

parece localizarse en una enigmática evidencia de su trato. Salta al caso la

conjetura de que Modigliani pudo ser el modelo de una de las obras maes­

tras de Zárraga, Exvoto. Martirio de san Sebastián (1911). Algunos expertos

han considerado muy dudosa la suposición, otros la mantienen como pro­

bable, y en México ha corrido como una leyenda al uso.

En 1997, se publicó en México un ensayo de la doctora Paulette Patout —la

especialista en Alfonso Reyes, profesora de la Universidad Toulouse­Le

Mirail— en el que afirmaba que Modigliani había servido de modelo para

ese san Sebastián. El ensayo fue saludado en la revista Proceso por la crí­

tica Raquel Tibol,6 quien consideró que tenía buena fundamentación. Años

más tarde, el maestro Fausto Ramírez, de la unam, apuntaría que la hipóte­

sis tenía ciertas posibilidades de credibilidad, añadiendo que en tal caso

Modigliani podría haber sido también el modelo de El pan y el agua (1910),

del propio Zárraga.7 Poco tiempo después de la publicación del ensayo de

Patout, la revista Biblioteca de México dio a conocer un fragmento extraído

de la novela Les Montparnos del francés Michel Georges­Michel (escrita en

1923, publicada en 1924), en que se narra un encuentro entre Ángel Zárraga

y el protagonista de nombre Modrulleau (un alter ego de Modigliani).8 En

esa novela —que no se ha traducido al español, pero que en sucesivas edi­

ciones francesas incluyó buena cantidad de dibujos y reproducciones de

obras de los artistas de Montparnasse, los llamados “monparnós”— apa­

rece un dibujo firmado por Zárraga en homenaje a Modigliani, justo en el

capítulo donde se narra su encuentro, y que se incorporó como ilustración

en aquella entrega de Biblioteca de México. El dibujo, que a ojos vistas es

una secuela del Exvoto. Martirio de san Sebastián, llamó entonces la aten­

ción de la doctora Patout, quien no lo conocía y escribió al editor mexicano

en busca de más referencias. Sólo se le pudo ofrecer, en respuesta, los

datos de la edición de donde fue extraído. Si la imagen reproducía un dibujo

original de Ángel Zárraga, ¿abonaría a la afirmación de que Modigliani fue

el modelo del san Sebastián? Destaca en el dibujo la suma de tres elemen­

tos: el delineado del monte Parnaso al fondo, el asomo del pintor Ángel

Zárraga en autorretrato, y la sustitución de la piadosa mujer del Exvoto por

un símbolo de la República francesa: la Marianne de gorro frigio. Aunque

antes la doctora Patout no hubiera conocido el dibujo, compartía las pistas,

Michel Georges­MichelLes Montparnos (ilustrado por los Montparnos), 192944

Ángel ZárragaExvoto. Martirio de san Sebastián, 1911 157

6 Raquel Tibol, “Libro institucional sobre Ángel Zárraga”, Proceso, núm. 1105 (3 de enero de 1998).

7 Fausto Ramírez, “Zárraga modernista: aprendizaje y aventura”, en Ángel Zárraga. El sentido de la creación, México, Museo del Palacio de Bellas Artes­inba, 2014, p. 47, nota al pie.

8 Michel Georges­Michel, “Modigliani en el estudio de Ángel Zárraga”, Biblioteca de México, núm. 55 (enero­febrero de 2000); fragmento extraído de Les Montparnos, París, Del Duca/Éditions Mondiales, 1957.

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9 Paulette Patout, “La aventura europea”, en Salvador Elizondo,

María Luisa Novelo et al., Zárraga, México, Bital/Américo Arte Editores, 1997, p. 138.

10 Ibid., p. 146.

11 Los datos sobre este autor están tomados de Rober Tenger, “Michel Georges­Michel, critique d’art”, Michel Georges-Michel (1883.1985), Hommage, cat. de exp., París, Galerie Art­Mel, 1996.

pues había hecho mención en su ensayo del autor Michel Georges­Michel

como conocido de Ángel Zárraga, al referirse a un paseo que hicieron juntos

en Venecia.9

La reproducción del dibujo en varias ediciones no suple la segura evidencia

que aportaría el original, pero debe señalarse que fue el propio Georges­

Michel quien solicitó a numerosos artistas de Montparnasse ilustraciones

para su libro, entre ellos a Picasso, Foujita, Léger, Severini, Gris, Chagall,

Picabia y Kisling (e insertó asimismo fotografías de obras del ya extinto

Modigliani)… y Ángel Zárraga integró esa nómina por ser, además, coprota­

gonista del capítulo xxviii. No está de más señalar —tal como la doctora

Patout lo hizo— que en el mismo año de 1924 Zárraga colaboró en un pro­

yecto editorial semejante: la autora Louise Hervieu solicitó ilustraciones a

unos cuarenta artistas para ilustrar su libro L’âme du cirque, entre ellos

Bonnard, Cocteau, Denis, Picasso y Rouault. Ángel Zárraga contribuyó con

una pieza. “La lámina firmada por Zárraga parece la más patética del valioso

libro”, asegura Patout,10 y algo así podría afirmarse del retrato del pintor

sacrificado que Zárraga destinó al Parnaso con la figura, a su vera, de una

implorante Francia que lo vio perderse —de no ser porque Les Montparnos

remata con un riguroso apunte del natural de Modigliani recién fallecido en

el hospital, firmado por Kisling.

Por supuesto que Michel Georges­Michel debió haber departido con canti­

dad de artistas e intelectuales en Montparnasse. Fue un connotado crítico de

arte, también novelista y pintor a sus horas.11 Desde su adolescencia se rela­

cionó con Degas, Renoir y Rodin. Fue de los primeros en defender pública­

mente a los futuristas y en abocarse al estudio de Picasso, Braque, Léger,

Gris, Modigliani y Utrillo. Durante años colaboró con Serge Diaghilev como

consejero de los Ballets Rusos. Actualmente, su novela está olvidada. Dema­

siada invención la lastra, hoy que la crítica y la historia del arte exigen acucio­

sidad documental. Pero en su momento fue apreciada y reimpresa. La

publicación original de Les Montparnos le valió a Georges­Michel una nomi­

nación para obtener el premio Goncourt, candidatura que fue impugnada por

Léon Daudet, bajo el reproche de que glorificaba “la pintura de los metecos”,

es decir, de artistas extranjeros advenedizos. ¿Metecos? Sí, como Picasso,

Modigliani y Zárraga. Acerca del capítulo que los reúne y confronta cabe des­

tacar que es el único pasaje de la novela en que se lee a Modigliani, artista

depauperado, discutir de pintura, mientras que Zárraga, retratado como

artista próspero, le responde con total aplomo. En su dibujo de homenaje,

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12 José Juan Tablada, “Desde París. El Salón de Otoño”, Revista de Revistas, México, 10 de diciembre de 1911.

13 Ángel Zárraga, Aprendizaje, conferencia sustentada en el Palacio de Bellas Artes el día 10 de octubre de 1942. Reproducida en Ángel Zárraga. El sentido de la creación, cat. de exp., México, Fundación Mary Street Jenkins/Museo del Palacio de Bellas Artes­inba, 2014.

14 Patout, loc. cit.

15 La edición de Arthème Fayard, París, data de 1954. Cito por la versión inglesa en línea: ‹https://archive.org/stream/fromrenoirto­pica000591mbp/fromrenoirtopi­ca000591mbp_djvu.txt›.

16 Ibid., p. 142.

Zárraga subraya el sacrificio del artista que murió en la miseria, en un París

que lo acogió pero que también lo rechazaba, y que habría de llorarlo. La

flecha clavada en el pecho de Modigliani, símbolo crístico del martirio, podría

evocar asimismo la enfermedad que lo llevó a la muerte prematura: tubercu­

loso desde muy joven, no ocultaba su padecimiento entre los monparnós.

Ahora bien, ¿es este embalse entre el Martirio de san Sebastián y el dibujo

de Les Montparnos prueba de que Modigliani posó originalmente para

Zárraga? Como bien se sabe, el san Sebastián causó escándalo en su pri­

mera exhibición, en el Salón de Otoño de París, en 1911, por “licencioso”,12

lo que de otro modo significó un éxito para Zárraga. Mucho tiempo después,

de vuelta en México y al hacer el recuento de sus años parisinos en una

conferencia, el pintor duranguense no se refirió a ese pasaje, y al hacer

amplia mención de sus influencias francesas y de los artistas con los que

departió y discutió sobre pintura en París,13 no pronunció el nombre de

Amedeo Modigliani. A aquel aspecto “licencioso” del san Sebastián aludi­

ría, en cambio, Paulette Patout al señalar el modelo que habría posado para

Zárraga: “…el Exvoto. Martirio de san Sebastián levanta un escándalo en el

Salón de Otoño de 1911. Su amigo Modigliani prestó su romántica belleza a

la figura del santo: su mirada hacia la señora elegante, arrodillada a sus

pies, parece lejos de transmitir pensamientos únicamente religiosos…”14 La

doctora Patout, acuciosa siempre en el uso de sus fuentes, no señala en

este caso en qué autoridad o testimonio basa tal declaración.

¿Será el novelista Georges­Michel, quien conoció a ambos artistas, un

puente que compruebe el vínculo? Años después de la aparición de Les

Montparnos, publicó un recuento donde echa luz sobre su trato personal

con Modigliani y Zárraga, De Renoir à Picasso. Les Peintres que j’ai connus,15

en uno de cuyos capítulos comparecen los dos artistas, mas no escenifi­

cando un encuentro. Se descubre que el interés de Georges­Michel por

Modigliani fue, de partida, literario, y además tardío: según lo asienta, ocu­

rrió en 1919. Estaba a la busca de un “héroe”, un personaje protagónico

para una novela que planeaba escribir sobre Montparnasse: “Pedí consejo

a varias personas, y como todos me decían ‘Modigliani’, me decidí por él,

cambiándole el nombre por el de Modrulleau”.16 Fue pues al encuentro de

Modigliani, quien realizaba por entonces el retrato de Léon Bakst. Lo vio

trabajar, asistió a una ríspida conversación que mantuvo con un visitante, y

da a entender claramente que no mantuvo con él mayor trato amistoso. En

cuanto a Ángel Zárraga, es evidente que lo conoció mejor y que lo visitó en

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su estudio del bulevar Arago. Cuenta —como lo

refiere Paulette Patout— que en una ocasión se

encontraron casualmente en Venecia, pasearon

en góndola, y conversaron largamente sobre los

pintores venecianos, sobre Goya, Velázquez, Rafael,

Miguel Ángel, Picasso y el cubismo, etcétera.

Georges­Michel tuvo el cuidado de anotar los

puntos de vista de Zárraga, que le sirvieron para

la novela, en especial para la puesta en escena

del encuentro con Modigliani en el capítulo xxviii,

donde Zárraga y Modrulleau debaten. Se trata de

una refundición puramente literaria. En su

recuento De Renoir à Picasso, Georges­Michel no

se declara testigo de un encuentro entre ambos.

En otro ensayo, la doctora Patout reseñó la llegada del escritor y diplomá­

tico mexicano Alfonso Reyes a París, en 1913, señalando que Zárraga y Diego

Rivera, como “primeros ocupantes”, lo introdujeron a los talleres y galerías

de Montmartre y Montparnasse. Afirma ahí que “Ángel y Diego andaban

muy amigos con un joven italiano, Amedeo Modigliani”.17 Por lo demás,

entre la valiosa información que Patout aporta sobre otros aspectos de

Zárraga, destaca la identificación de su esposa, de origen polaco, cuyo nom­

bre fue Jeanne Moots, con quien el pintor contrajo matrimonio en 1919. “La

joven pareja tuvo la dicha de instalarse en uno de los chalets­talleres de

la Cité des Artistes —hoy Cité Fleurie— en el número 65 del bulevar Arago”,

en zona aledaña a Montparnasse. Patout indagó asimismo entre los habi­

tantes de la Cité Fleurie: “Se recuerda que, en su taller del número 9,

[Zárraga] hospedaba a menudo a su amigo Modigliani, pobre y enfermo”.18

El dato viene al caso porque Michel Georges­Michel sitúa justo ahí el

encuentro entre Zárraga y “Modrulleau”, la noche anterior a la muerte del

pintor tuberculoso: “El fuego teñía de rojo la estufa de carbón en el taller,

cuyo ventanal en arco se abría sobre el bulevar Arago”.19 ¿En verdad

Modigliani visitaba a Zárraga en la Cité des Artistes o se trata acaso de una

“leyenda urbana” diseminada entre los vecinos?

El dibujo que ilustra el encuentro de Zárraga y Modigliani en Les Montparnos

es ambiguo. Destaca al artista martirizado, sacrificado en las faldas del

monte Parnaso, y sitúa en segundo plano al artista testigo que le rinde tri­

buto, Zárraga en autorretrato. Señala a Francia en actitud devota a la vera

17 Paulette Patout, “Alfonso Reyes y las Bellas Artes”, en Karic Pol Popovic y Fidel Chávez Pérez, coords., Alfonso Reyes, perspecti-vas críticas: ensayos inéditos, Monterrey, Plaza y Valdés/itesm, 2004, p. 23.

18 Patout, op. cit., p. 144.

19 Michel Georges­Michel, Les Montparnos, París, Del Duca, 1957, p. 335.

Michel Georges­Michel, Autres Montparnos [Ilustración de Georges Pavis], París, Albin Michel, 1935

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del sacrificado. ¿Por qué Francia? Si Zárraga realizó este dibujo a petición a

Georges­Michel, parece ostentar no solo la referencia a su san Sebastián,

sino un espíritu afín al que el pintor duranguense plasmó en los tableros

murales de la legación de México en París, por esos años, donde representó

a la Francia republicana como ente femenino, civilizatorio y humanista.

Francia le rinde tributo a Modigliani, no a san Sebastián. En este dibujo, por

lo menos, Amedeo Modigliani es el modelo de Zárraga.

Durante su vigencia, Les Montparnos tuvo tres avatares: una versión teatral,

de igual título; otra fílmica (Montparnasse 19, melodrama dirigido por

Jacques Becker en 1958, y conocido en castellano como Los amantes de

Montparnasse); y un libro de relatos del propio autor, no propiamente una

secuela, de título Autres Montparnos (1935). Si bien es una obra menor, la

versión cinematográfica reviste interés por la notable actuación de Gérard

Philipe en el papel de un Amedeo Modigliani sumido en el alcohol y las dro­

gas, al lado de una Jeanne Hébuterne encarnada por Anouk Aimée, aunque

la cinta no hace mención de Ángel Zárraga, y sólo aparecen como “monpar­

nós” un bienhechor Léopold Zborowski y un persuasivo doble de Moise

Kisling alejado en segundo plano. Entretanto, un relato de Autres Montparnos

homenajea a Celia Montalván, la actriz mexicana que causó revuelo en

Francia cuando filmó, bajo la dirección de Jean Renoir, Toni, cinta estrenada

en 1935. Son curiosas las ilustraciones de Georges Pavis para esas páginas, en

particular el retrato de la Montalván posada, imperante, en algún bistró de

Montparnasse en cuyo muro de fondo cuelga un cuadro de Modigliani. En

dicho relato se lee un irrisorio encuentro entre la actriz mexicana y Diego

Rivera, “de vuelta de Moscú y de Montparnasse”,20 quien la rapta a caballo

y se la lleva al monte, aunque al día siguiente se invierten los papeles y ella

lo pone a bailar a punta de pistola en el volcán Popocatépetl, alrededor de

su sombrero de charro hasta que cae desmayado… El hecho es que la figura

de Diego Rivera (1886­1957) no apareció donde hubiera sido previsible

hallarlo, en la intriga de Les Montparnos.

O

La recreación burlesca de Diego Rivera que pergeña Georges­Michel advierte

de una acusada estimación negativa que el pintor mexicano dejó en París a

su regreso a México, y que solo con el tiempo se fue transformando hasta

tocar el gran aprecio que goza en el presente. El aura de un mitómano que

se atribuía extravagantes hazañas y se hacía pasar por degustador de carne

20 Michel Georges­Michel, “Célia Montalban, chanteuse révolutionnaire mexicaine”, Autres Montparnos, París, Albin Michel, 1935, p. 128.

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humana se embarulló con su fama de sujeto violento que, a manotazo lim­

pio, agredió al poeta Pierre Reverdy al cerrar una malhadada noche de tra­

gos en el estudio de André Lhote, incidente que a Rivera le significó el

ostracismo que lo exilió de Montparnasse y, al cabo, de Francia. Ante la

mofa de Georges­Michel, cabe marcar el valor relativo de ciertas fuentes, en

especial aquellas que sin ser puntuales ni fidedignas aportan, no obstante,

información de interés. ¿Qué sucede, por ejemplo, con los dibujos “monpar­

nasianos” de Marevna Vorobev­Stebelska, madre de Marika, la hija que

Diego no quiso reconocer? Se ve en ellos departir al pintor mexicano con

Picasso, Modigliani, Ehrenburg, o descender en pandilla con ellos y otros

más por la rue de la Gaîté. Es evidente que algunos de esos “apuntes” fue­

ron confeccionados con posterioridad, pero fechados por su autora como si

los hubiera realizado en 1914 o 1916. Que Marevna fue una de los monpar­

nós es indiscutible, pero esos dibujos no son documentos de época sino

evocaciones capciosas. No obstante, ofrecen sugestivo testimonio. En pin­

tura y por escrito en sus memorias, Marevna repasó con artificio aquellos

años dorados. En sus retratos pictóricos de Modigliani, Rivera, Soutine,

Chagall y otros muchos, vaciados luego en los grandes tableros de Homenaje

a los amigos de Montparnasse, realizados entre 1969 y 1971,21 dejó

semblanzas armadas a partir de fotografías, lo que las hizo ideales más

que testimoniales.

Qué contraste con el boyante Retrato de Diego Rivera por Modigliani (1916),

del Museo de Arte de Sao Paulo, que presenta al pintor mexicano mofletudo

y bonachón, surgiendo de circulares, vigorosos delineados de cabeza,

torso y brazos, que le rinden cierto aire de Buda. Gómez de la Serna, que

visitó a Rivera en su estudio por esos tiempos, evoca su complexión, y aun

juega con sus mixtificaciones: se decía “que tenía la facultad de dar de

mamar con sus pechos búdicos (de gran murciélago humano) a los niños”.22

Más objetivo reporte, en descargo de Marevna, es la vívida descripción

física que ella hizo de Diego:

Diego Rivera no era bien parecido, pero sí imponente, y no sólo por su

estatura. Sus rasgos más llamativos eran sus ojos grandes, negros y muy

separados, y su nariz pequeña y gruesa, vista de frente, y aquilina de

perfil. Su boca era ancha y sensual, con los dientes blancos y parejos. Un

breve bigote cubría el labio superior, dándole aspecto de sarraceno o moro,

y llevaba una barba corta y uniformemente recortada, que bordeaba su

mentón en óvalo. Tenía anchas las asentaderas, los pies planos, y unas

21 Véanse los catálogos Marevna et les Montparnos au Musée Bourdelle, París, Musée Bourdelle, 1985, y Homenaje a los artistas de Montparnasse, los contemporáneos de Diego Rivera, México, Museo Dolores Olmedo Patiño, 1998.

22 Ramón Gómez de la Serna, “Riverismo”, Ismos [1931], Madrid, Guadarrama, 1985, p. 345.

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manos demasiado pequeñas para su cuerpo. Se vestía como obrero, con

overol manchado de pintura, como era común entre muchos artistas; un

gran bastón mexicano y un sombrero de ala muy ancha contribuían a su

nota personal.23

El retrato atribuido a Modigliani arribó al museo paulista en 1952, como

donación del empresario industrial Mário Dedini. Al año siguiente, Pietro

Maria Bardi, director del museo, sondeó la autentificación de Diego Rivera

quien por principio se mostró dispuesto a hacerla, anotando: “Del mes de

noviembre de 1915 al mes de mayo de 1916, mi amigo Amadeo [sic] Modigliani

hizo casi exclusivamente retratos míos en dibujo y óleo”,24 pero solo atestó

la autenticidad el 2 de septiembre de 1953, luego de recibir la correspon­

diente fotografía:

Sr. P. M. Bardi,

Museo de Arte

Sao Paulo, Brasil.

La fotografía que me envió usted, es la de un óleo original

de Modigliani, retrato mío para el que posé en mi propio estudio

donde trabajaba él frecuentemente en 26 Rue du Départ,

en Montparnasse al lado de la estación de ferrocarril.

Fue pintado en el año de 1916.

Atentamente,

Diego Rivera25

La jovialidad que capta el retrato es prenda del buen ánimo y amistad que

debió ser estrecha entre ambos pintores durante la guerra, cuando se halla­

ban, como tantos artistas, en situación menesterosa. Rivera y Angelina

Beloff recibían a Modigliani en su apartamento. Angelina había hecho amis­

tad con el italiano incluso antes de unirse en pareja con Rivera. Su evoca­

ción es tan cruda como afectuosa: “Modigliani solía venir a nuestro taller;

hablaba poco, dibujaba casi siempre croquis de retratos de Diego; con fre­

cuencia venía drogado, pero incluso en ese estado no dejaba de ser una

persona encantadora y fina. Pasaba unas miserias espantosas”.26 Décadas

más tarde, Diego recordaría la escasez invernal de carbón que, en 1917,

23 Marevna, Life With the Painters of La Ruche, Nueva York, Macmillan, 1974, p. 64.

24 La carta completa está disponible en: ‹https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Letter_concer­ning_Portrait_of_Diego_Rivera_by_Amedeo_Modigliani,_1916_­_Museu_de_Arte_de_São_Paulo_­_DSC07294.jpg› .

25 José Rojas Garcidueñas, quien recabó esta carta, apuntó: “El retrato en cuestión está pintado al óleo, sobre cartón, mide 100 x 79 centímetros”. Y añadió: “La ficha correspondiente a esta obra, que traduzco del portugués, dice ‘Modigliani, además de éste, pintó otros tres retratos de Diego Rivera. Col. J. Nethen, París; Galería Pierre, París; Van de Klip, Bruselas’.” Rojas Garcidueñas, “Diego Rivera por Modigliani”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, núm. 43 (1974), p. 131; disponible en: ‹https://doi.org/10.22201iie./18703 062e.1974.43.999›.

26 Angelina Beloff, Memorias, México, unam/sep, 1986, p. 40.

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76 EL PARÍS DE MODIGLIAnI Y SuS COnTEMPORÁnEOS

Page 16: Modigliani de viaJe Mexicanos

museo del palacio de bellas artes 77

Amedeo Modigliani Retrato de Diego Rivera, 1916Óleo sobre papel100 x 79 cmAcervo Museu de Arte de São Paulo Assis ChateaubriandDonación de Mario Dedini, 1952masp. 00147

Amedeo ModiglianiRetrato a Diego Rivera, s. f.96

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78 EL PARÍS DE MODIGLIAnI Y SuS COnTEMPORÁnEOS

provocó la muerte del hijo que procreara con Angelina. “Se nos murió de

frío” a la edad de catorce meses, por una congestión pulmonar seguida de men in­

gitis. “Los compañeros cubistas recorrieron los barrios de París en busca de

un poco de carbón para nuestro niño. Recuerdo sobre todo la devoción

incansable del gran Severini y del gran Modigliani”.27

Algunos autores —el propio Georges­Michel entre ellos— señalan el afecto

que Modigliani sentía por los niños, aunque la inminente llegada de su

segundo hijo con Jeanne Hébuterne le causaba contrariedad. Por razones

de trabajo y de pobreza, habían dejado a su primogénita, nacida en 1918, al

cuidado de familiares del pintor en Livorno. El afecto por los niños, entra­

mado con su incapacidad para atenderlos, es uno de los rasgos del carácter

de “Modrulleau” desarrollado en Les Montparnos. En paralelo, una anéc­

dota atribuida a la señora Hanka Zborowska, esposa del marchante de

Modigliani, revela otra faceta de su inclinación. Las anécdotas suelen pasar

por filtros que van decantando el valor testimonial hacia su solvencia como

cuentecillos, a veces en detrimento de la veracidad. La fuente primaria de

un relato reviste al cabo solo cierto valor relativo de autoridad. Esta anéc­

dota fue recogida en el libro Artist Quarter, de Charles Douglas, publicado

originalmente en 1941 por la editorial londinense Faber, y cuenta que

cuando Modigliani trabajaba en la villa que los Zborowski tenían en Cagnes,

su dieta consistía exclusivamente de vino tinto. Como no había taberna

cerca, una niña del pueblo le llevaba la dosis de cada día. Luego, Modigliani

la hacía posar para retratarla. En una ocasión, la niña le llevó botellas de

refresco (limonada) en lugar de vino. “Modigliani enfureció, echó pestes y

se puso a trabajar con pasión frenética, con el resultado —contaría Mme.

Zborowska— que pintó uno de los mejores retratos de su vida, La niña en

azul, de la Colección Netter.”28 El relato tiene visos de ser auténtico, pero he

aquí que el autor Charles Douglas no lo es: se trata del nom de plume que

adoptaron dos autores ingleses, Charles Beadle y Douglas Goldring, cuya

veracidad ha sido cues tionada.29 El cuadro en cuestión, una de las obras

maestras de Modigliani en la Colección Netter, aparece repetidamente en el

fondo de escenas de aquella película basada en la novela de Georges­

Michel, Los amantes de Mont parnasse, proveyendo un pathos de anhelo. El

hecho es que para Modi y Jeanne el segundo vástago nunca llegó. Siempre

es conmovedor pensar que, ya con nueve meses de embarazo, Jeanne

Hébuterne se suicidó al día siguiente de la muerte de su amante, arroján­

dose por una ventana.

27 En Luis Suárez, Confesiones de Diego Rivera, México, Era, 1962, p. 125.

28 Charles Douglas, Artist Quarter. Modigliani, Montmartre & Montparnasse [1941], Londres, Pallas Athene, 2019, pp. 274­275.

29 Véase la reseña de Jim Burns en The Penniless Press On-Line (julio de 2019): ‹http://www.pennilesspress.co.uk/nrb/artistsquarter.htm›.

Page 18: Modigliani de viaJe Mexicanos

museo del palacio de bellas artes 79

La amistad entre Modi y Diego no fue de miel sobre hojuelas. Gómez de la

Serna los vio reñir sobre pintura en La Rotonde —Modigliani, borracho—, en

presencia de Picasso.30 Según Patrick Marnham, biógrafo de Diego Rivera,

los celos fueron otro motivo de fricción, pues Marevna posó para Modigliani

durante los días en que concibió a Marika, la hija que Diego no reconoció. En

presencia de Diego, Picasso insinuó también, maléfico, que la niña podría

ser suya, abrazando por detrás a Marevna cuando estaba embarazada.31 El

hecho es que, en 1916, cuando Modi retrató a Diego repetidamente, aún no

asomaban damas en entrevero, y el maestro italiano optó por darle a su

amigo una expresión feliz y, al menos en el retrato de São Paulo, un rostro

blanquecino. ¿Se trata de una obra inconclusa? El soporte en que fue pin­

tada es modesto cartón, igual que el del retrato de Düsseldorf,32 tan notable

y semejante, muy trabajado y seguramente terminado. Es verdad que en

muchos de sus retratos Modigliani usaba para el rostro una base blanca

sobre la cual detallaba encarnados y rasgos fisonómicos. ¿Quiso, al dejar

aparente esa base, sobre la que delineó los párpados entornados y la son­

risa serena, conferirle a su amigo Diego aspecto de Buda —que Gómez de la

Serna suscribía—, es decir, de un “iluminado”? No puede pasarse por alto

el interés de Modigliani por ciertos prototipos etnográficos que transfería,

de sus visitas al Louvre y al Museo del Trocadero,33 a la escultura y la pin­

tura, en particular los contornos del arte minoico y etrusco (en sus cariáti­

des), del egipcio y africano (en sus retratos).

Se ha estudiado con amplitud la impronta del arte africano en la obra de

Matisse, Picasso y otros maestros de la época, y ciertamente entre Modi­

gliani y Diego hubo transmisión plástica en cuanto al uso de la tipología de

las máscaras Fang. La historia de cómo los artistas de París entraron en con­

tacto con el arte africano en la primera década del siglo xx ha sido contada

de muchas y diversas formas, pero todas apuntan al aluvión del comercio

colonial. Gabón, Guinea Ecuatorial y Camerún, donde existen asentamien­

tos de la etnia Fang, fueron colonias francesas. A la ribera del Sena, junto

con las importaciones de caucho —se cuenta—, llegaban en las cajas ído­

los, vasijas, tallas de madera, máscaras y objetos de bronce. Se atribuye la

valoración de esos objetos como piezas de arte a Apollinaire, a veces a

Vlaminck, y en particular se abona a Derain el primer resalte de las másca­

ras Fang. Nunca deja de señalarse la importancia que tenía por entonces la

visita al Museo Etnográfico del Trocadero, enclave principal de la Francia

colonial. Ahí acudían Derain y Matisse. Ahí Picasso habría visto por primera

vez una máscara Fang.34 Modigliani y Diego Rivera no fueron inmunes a su

30 Gómez de la Serna, op. cit., p. 343.

31 Patrick Marnham, Dreaming with his Eyes Open. A Life of Diego Rivera, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1999, pp. 139­140.

32 Este Retrato de Diego Rivera por Modigliani (Kunstsammlung Nordrhein­Westfalen, Düsseldorf ), de similares dimensiones, fue mucho más elaborado material y cromáticamente.

33 El Museo de Etnografía del Trocadero (1878) fue antecedente del Museo del Hombre (1937) y lejano precursor del Museo del quai Branly (2006), todos ubicados en París.

34 Dan Franck, Les années Montmartre. Picasso, Apollinaire, Braque et les autres, París, Mengès, 2006, p. 63.

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Amedeo ModiglianiCabeza de mujer, ca. 1910­1911Piedra caliza62.5 x 19 x 24.8 cmColección Chester Dale

Máscara Fang, Gabón, África, siglo xx6

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Máscara casco Fang Ngil, Gabón, África, siglo xx5

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Page 22: Modigliani de viaJe Mexicanos

Diego RiveraCabeza de marino (primera versión), 1914103

Diego RiveraFusilero marino (Marino almorzando), 1914105

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84 EL PARÍS DE MODIGLIAnI Y SuS COnTEMPORÁnEOS

Marevna Vorobev­Stebelska La muerte y la mujer, 1917 Óleo sobre madera, 107 x 34 cmPetit PalaisMusée d’Art Moderne de Genève

influjo. Sin restar importancia al ascendente de Brancusi en su ideación,

muchas de las oblongas cabezas escultóricas de Modigliani derivan de una

tipología Fang geometrizada en triángulos isósceles invertidos, de frente

abombada, con las cejas muy arqueadas, los ojos breves y entornados, y la

nariz en línea prolongada y la boca pequeña. Si en aquel tiempo se denomi­

naba como “arte negro” al procedente de África, las máscaras Fang destaca­

ban por el color blanco o cremoso de sus caras y por el delineado oscuro de

sus rasgos faciales. Algunas de ellas, más redondeadas en mejillas y barbi­

lla, tienen forma de corazón.

Como pintor cubista, Diego Rivera se mantuvo interesado en los perfiles de

las máscaras africanas. Los estudios preparatorios para su Fusilero marino

(Marino almorzando) (1914) así lo demuestran, como varias de las obras que

realizó en los tiempos en que Modigliani lo retrataba. Aquí vuelve a escena

Marevna: “En 1916 y 1917, bajo el influjo de las máscaras africanas que tanto

Page 24: Modigliani de viaJe Mexicanos

museo del palacio de bellas artes 85

fascinó a los cubistas, Rivera me hizo dos retratos, ambos con máscaras

blancas en vez de caras”.35 En ambos retratos, el triángulo invertido y los

rasgos sumarios de la tipología Fang son evidentes, mientras que en Mujer

con cuerpo de guitarra (1915), la máscara triangular remata la figura feme­

nina de largo cuello, inclinada al modo de Modigliani (y de Cézanne).

Durante la Gran Guerra, las máscaras africanas, tan aprovechadas por los

cubistas, hallaron una rara parentela industrial en las máscaras antigás que

los parisinos se añudaban tan pronto oían sonar las alarmas bajo el acecho

de los zepelines y los bombardeos del cañón Berta. Algunos pintores las

emplearon como motivo en sus cuadros, entre ellos Marevna. Si se da uno o

dos pasos atrás, hay que referirse a las máscaras venecianas que eran, desde

luego, objetos fetiche que se comerciaban en tiendas de postín, mientras

que los parisinos celebraban el carnaval en los bals masqués, tan frecuentes

a la vuelta del siglo xx. Con representaciones de la diosa pagana, la mujer

fatal y la prostituta, la máscara arraigó en la pintura simbolista del último

tercio del siglo xix, y en la fiesta carnavalesca bajo la lógica interna de abolir

las diferencias para dar surgimiento, tan jocoso como patético, a lo vedado.

Libido socializada que refuerza y oculta al mismo tiempo, mediante el fetiche

de un rostro que no nos corresponde pero sí nos expresa, “la máscara es la

risa del misterio”, decía Jean Lorrain, quien con agudeza señaló el maquillaje

moderno como ulterior máscara, en una época en la que los polvos de arroz

blanqueaban las caras luego retocadas con rubor hasta hacer brotar el ade­

fesio. Lorrain derivó de ahí el enmascaramiento del rostro natural:

Hay algo peor que el falso rostro colorido de las tiendas de disfraces y las

peluquerías, el rostro humano en sí mismo, el tuyo y el mío, el de tu amigo

o tu amante, cuajados de hipocresía, enmascarados de simulación, ros­

tros cuya expresión trabajada e intencional puede caerse de golpe, como

el antifaz de raso de quien lleva traje de capucha en las noches de car­

naval, cuando la risa enamorada descubre el rictus de odio, o la mirada

asesina bajo los párpados que, un segundo antes, se hinchaban de volup­

tuosidad, cuando el beso muestra los dientes…36

La máscara tuvo una dilatada historia en el arte moderno. Hay en la colec­

ción Netter un muy notable cuadro del pintor belga Raphaël Chanterou,

Hombre con máscaras (1930), que expresa un diagnóstico semejante del

rostro humano. En él aparece el sujeto central rodeado de una plétora de

caras que son su mismo rostro repetido en diversas actitudes. Si el asunto

35 Marevna, Life With the Painters…, op. cit., p. 183.

36 Jean Lorrain, “Trio de masques” y “Janine”, Histoires de masques [1900], Saint­Cyr­sur­Loire, Christian Pirot, 1987, pp. 63 y 86.

Page 25: Modigliani de viaJe Mexicanos

86 EL PARÍS DE MODIGLIAnI Y SuS COnTEMPORÁnEOS

principal es la mudanza del sujeto mediante su apa­

riencia, este cuadro puede literalmente voltearse de

cabeza para revelar, a través de dos de sus máscaras

invertidas, una doble o cuádruple personalidad. El cua­

dro de Chanterou es sin duda evocador del célebre

lienzo de su compatriota belga James Ensor, Auto-

rretrato con máscaras (1899). Entre los pintores mexica­

nos avecindados en París, no solo Diego Rivera se

concentró durante un tiempo en las máscaras. También

puede hallarse el motivo, muy apuntado al maquillaje,

en obras de Ángel Zárraga (Niña con tarta de cerezas,

1922) y Carlos Mérida, quien durante su estancia en

Francia realizó, al estilo Kees van Dongen, retratos de

mujeres, acaso grisetas o prostitutas, de rostros emblan­

quecidos y retocados. La máscara cubre con juegos de

pasión y sexualidad el deseo, y también la desolación.

Toda una retórica del fingimiento y el engaño, tan pre­

sentes en las relaciones sociales, nos devuelve a la mix­

tificación del artista: la mitomanía de Diego Rivera, las

fechas trucadas de Marevna Stebelska, los autores improbables como

Charles Douglas… son otros campos de exploración de lo relacional en torno

a una colectividad tan rica como lo fue Montparnasse.

Hablando de encubrimiento y revelación, si hubo acaso desconfianza entre

Diego Rivera y Modigliani en torno al nacimiento de Marika, un segundo epi­

sodio de celos involucró al pintor italiano, casi diez años después de su falle­

cimiento, entre Diego y Frida Kahlo. En la biblioteca de Diego Rivera en la Casa

Azul de Coyoacán, hay una monografía consagrada a Modigliani que ostenta

esta dedicatoria: “For Diego with all my love and admiration. Modigliani”. Se

trata de una falsa dedicatoria, redactada por Frida. El libro, publicado en 1929,

recoge la colección de cuadros de Modigliani que reunió el banquero estadu­

nidense Chester Dale. En páginas interiores del ejemplar, aparecen dos dedi­

catorias de mano de su esposa, Maud Dale, quien se ocupó de la edición.

Ambas están dirigidas a Rivera. La primera reza “Con admiración y amor”:

“With admiration and love. Maud Dale”. La segunda, “Espero que te guste mi

librito, lo hice para ti”: “I hope you like my little book. I did it for you. M.D.”.

Imitando la tipografía de la portadilla, basada en la firma manuscrita de

Modigliani, Frida añadió al título: “To Diego with love and macarroni” (“Para

Maud DaleModigliani, 192920

Page 26: Modigliani de viaJe Mexicanos

museo del palacio de bellas artes 87

Diego, con amor y macarrones”). Y al perro (un lebrel) del logotipo de la

editorial, le añadió un cohete que le estalla en la cola.

O

París era una fiesta… y no tanto. Los lugares de encuentro de los artistas en

Montparnasse eran, desde luego, cafés como La Rotonde y Le Dôme, figo­

nes como Chez Rosalie (que socorría a Modi con la cena), salones de baile,

tertulias particulares, academias de pintura como la Vitti, la Colarossi, la

Grande Chaumière y la Julien, además de los estudios de pintores. Carlos

Mérida (1891­1984) tuvo una primera estancia en París de 1910 a 1914,

adonde acudió a clases con Van Dongen, Anglada Camarasa y Modigliani.

“Éste último fue el más querido por mí”, afirmó en alguna ocasión.37 Trabó

entonces amistad con Diego Rivera, a quien conoció en el Bal Bullier. El

rasgo más evidente que Mérida recogió de la pintura de Modigliani —sin

que pueda alegarse imitación— fue esa almendra de los ojos sin iris ni

pupila que empleó repetidamente a su regreso a Guatemala y, a partir de

1919, en México, tanto en sus estilizados tipos indígenas —La india del loro

(1917); La princesita de Ixtanquiqui (1919)— como de regreso en París en su

Retrato de Luis Cardoza y Aragón (1927), y aun en su Autorretrato de 1935.

Mérida realizó el retrato de Cardoza antes de derivar hacia la abstracción

pictórica. Es de notarse en esta obra el jugueteo geométrico fuera de

37 Noemí Atamoros, “Siqueiros, el Dr. Atl, Revueltas, ese grupo de muchachos inquietos que sabían coger un pincel y también un rifle: Mérida”, Excélsior, 12 de diciembre de 1971.

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88 EL PARÍS DE MODIGLIAnI Y SuS COnTEMPORÁnEOS

proporción de las chimeneas en lo alto de una buhardilla parisina. Para

Mérida, Modigliani siempre fue presencia admirada, pues coleccionó a lo

largo de su vida todo artículo periodístico dedicado al italiano que pasaba

por sus manos. Memorioso, al cumplir los ochenta años de edad, lo descri­

bió así: “Un italiano exuberante. Era mediterráneo puro. Bello hombre, dadi­

voso, generoso. Daba todo lo que tenía. Resplandeciente, atractivo tanto

con sus amigos como con las mujeres. Sus recuerdos naturalmente perdu­

ran”.38 Es gracias a Mérida, y también a una mención de Bertram D. Wolfe,

que se guarda noticia de un amigo mexicano de Amedeo Modigliani, el pin­

tor orizabeño Benjamín Coria.39 La mención que Wolfe hace de él proviene

necesariamente de boca de Diego Rivera —“Coria, amigo de Modigliani”—,

mientras que la evocación de Mérida es vibrante:

Benjamín Coria, un joven pintor mexicano, tenía gran amistad con Amedeo

Modigliani, y él me llevó hasta su conocimiento. El gran italiano fue para

mí un maestro sui generis, pero de grandes proyecciones en mi labor

futura. Lo oía yo disertar sobre el arte, en forma elocuente y ardiente, y

me iniciaba a la vez en los secretos del hashish. Era un hombre bello y gene­

roso que se consumió en su propio fuego. ¿A qué se debe esa extraña ley

divina que se lleva a sus mejores elegidos en edad temprana?40

Ocurre también que algunos fulgen de muy jóvenes y caen después en el

olvido. Así ocurrió con Coria. Durante sus correspondientes estancias euro­

peas, Benjamín Coria y Ángel Zárraga radicaron temporalmente en Italia.

Zárraga viajó a Venecia para estudiar a sus amados Tiziano y Tintoretto, y

Coria contrajo al cabo matrimonio con la italiana Giuditta Marzi. Regresó

con ella a establecerse en México, luego de más de 27 años de radicar fuera.

La inclinación de Coria por Italia pudo ser una de las razones por las que

habría hecho migas con Modigliani. Por su parte, Carlos Mérida afirmó que

Coria fue quien presentó a Diego Rivera con el pintor toscano. Los datos

apenas se van espigando. Coria dejó París por Londres al estallar la Gran

Guerra. Fuera de su participación en el Salon des Indépendants en 1926,

1929 y 1930,41 hay escasa información oficial sobre sus empeños en Francia.

En Londres siguió carrera de pintor e ilustrador. Formó parte del Camden

Town Group y del Decorative Art Group. Desde 1914 ingresó al London Group,

entre cuyos miembros destacados se contó a Percy Wyndham Lewis, Henri

Gaudier­Brzeska, Paul Nash y Roger Fry. A su regreso a México, se incorporó

como docente a la Academia de San Carlos. Benjamín Coria habrá de ganar

un capítulo en la historia del arte mexicano. O

38 Rodolfo Rojas Zea, “En el arte no hay una regla, un dogma, no hay camino prestablecido, dice Carlos Mérida, 80 años”, Excélsior, 2 de diciembre de 1971.

39 Véase Víctor Mantilla González, “Carlos Mérida, retrato escrito”, en Carlos Mérida, retrato escrito, 1891-1984, cat. de exp., México, Secretaría de Cultura/inba, 2018, pp. 14­15, y Bertram D. Wolfe, La fabulosa vida de Diego Rivera, México, Diana, 1972, p. 88.

40 Carlos Mérida, “Memorias”, escrito inédito. Agradezco a la Galería Arvil el acceso a este documento.

41 Agradezco a Serge Fauchereau la comunicación de este dato.

Amedeo Modigliani, Constant Lepoutre, 191781