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Monopolio, comercio directo y fraude: la elite mercantil de Lima en la primera mitad del siglo XVII Margarita Suárez La posesión y explotación de las colonias americanas generaron en España una serie de realidades, pero también de desmesuradas expectativas que, con el correr del tiempo, habrían de tener múltiples consecuencias sobre la vida y las aspiraciones de la población española. América era símbolo de riqueza, fama, prestigio y, sobre todo, representaba la posibilidad de un futuro venturoso, una especie de "sueño americano" alimentado por la existencia de in- dios, oro, plata y un tráfico marítimo encargado de drenar estos preciados tesoros a la metrópoli . España elaboró y desarrolló una conciencia imperial sustentada en alianzas políticas y religio- sas, en el hecho de esgrimir el liderazgo de la fe católica en el "mundo" occidental y, por supuesto, en la posibilidad de obtener recursos económicos para mantener la estructura imperial más grande de Occidente. Cuando a fines del siglo XVI los ingresos provenientes de los Países Bajos y Castilla comenzaron a presentar problemas, América -que representaba una de las tres fuentes de in- gresos más importantes de la hacienda imperial- quedó pennanentemente en el punto de mira para tratar de resolver el problema del déficit fiscal. Las guerras, las quiebras del Estado, los endeudamientos con banqueros italianos y, a partir de 1626, los préstamos otorgados por los judíos portugueses, se traducirán en ansiosas esperas del dinero americano del monarca y en confiscaciones de remesas particulares cuando éste no lograba cubrir las obligaciones del rey. Los pobladores comunes que, por su parte, también vivían pendientes del vaivén atlántico, no N 2 2, diciembre 1993 487

Monopolio, comercio directo fraude: la elite mercantil de ... · la primera mitad del siglo XVII ... Hobsbawm, Hill y Mousnier difundieron la idea de una "crisis general" en el siglo

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Monopolio, comercio directo y fraude: la elite mercantil de Lima en

la primera mitad del siglo XVII

Margarita Suárez

La posesión y explotación de las colonias americanas generaron en España una serie de realidades, pero también de desmesuradas expectativas que, con el correr del tiempo, habrían de tener múltiples consecuencias sobre la vida y las aspiraciones de la población española. América era símbolo de riqueza, fama, prestigio y, sobre todo, representaba la posibilidad de un futuro venturoso, una especie de "sueño americano" alimentado por la existencia de in­dios, oro, plata y un tráfico marítimo encargado de drenar estos preciados tesoros a la metrópoli. España elaboró y desarrolló una conciencia imperial sustentada en alianzas políticas y religio­sas, en el hecho de esgrimir el liderazgo de la fe católica en el "mundo" occidental y, por supuesto, en la posibilidad de obtener recursos económicos para mantener la estructura imperial más grande de Occidente.

Cuando a fines del siglo XVI los ingresos provenientes de los Países Bajos y Castilla comenzaron a presentar problemas, América -que representaba una de las tres fuentes de in­gresos más importantes de la hacienda imperial- quedó pennanentemente en el punto de mira para tratar de resolver el problema del déficit fiscal. Las guerras, las quiebras del Estado, los endeudamientos con banqueros italianos y, a partir de 1626, los préstamos otorgados por los judíos portugueses, se traducirán en ansiosas esperas del dinero americano del monarca y en confiscaciones de remesas particulares cuando éste no lograba cubrir las obligaciones del rey. Los pobladores comunes que, por su parte, también vivían pendientes del vaivén atlántico, no

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tardaron en transfonnar la imagen del "sueño americano" en una pesadilla plagada de esca­sez, precios altos, extranjeros, contrabandistas, piratas, infieles y criollos presumidos.

El fantasma de la "crisis" comenzó a merodear por España y por una buena parte de Europa. En la década de 1950 historiadores como Trevor-Roper, Hobsbawm, Hill y Mousnier difundieron la idea de una "crisis general" en el siglo XVII que habría afectado no sólo a Eu­ropa, sino también áreas geográficas tan distantes entre sí como Japón, México y PerúO). Los contenidos de esta tristesse de longue durée serían diversos: estancamiento de la producción y contracción general de las economías; proliferación de crisis políticas marcadas por una pro­funda escisión entre Estado y sociedad; problemas derivados de la "transición" del feudalis­mo al capitalismo e, incluso, repercusiones de la física solar -el llamado "Maunder Minimun"­que ocasionarían un cambio climático severo en el siglo XVII(2).

Para el caso americano, los trabajos de Borah (1951) y Chevalier (1966) para México, y el de Chaunu (1955-59) para toda Hispanoamérica sustentaron también la idea de una crisis a niveles demográfico, agrícola y comercial, que fue respaldada por inciertas y estimadas cifras de producción minera y, sobre todo, por las cifras de exportación de plata americana dadas por Hamilton. Pero tanto para el caso europeo como para el americano, el concepto de una "crisis general" ha sido cuestionado y se ha reducido al análisis específico de problemas de diversa índole que afectaron, a su vez, de una manera detenninada diferentes áreas geográficas. El siglo XVII fue para España catastrófico, mientras que para los Países Bajos fue una era de bonanza y prosperidad Las vicisitudes del tráfico mercantil entre España y América oca<.;ionaron un duro golpe a los ingresos fiscales y al monopolio andaluz, pero propiciaron el fortalecimiento de las elites mercantiles americanas y la posibilidad de un manejo político relativameme inde­pendiente. Por supuesto, no todos los grupos mercantiles se vieron beneficiados de igual grndo: los comerciantes de México y Perú, aunque de manera distinta, fueron los que sacaron las mayores ventajas. Otros, como los mercaderes de Chile, Ecuador y Centroamérica sufrieron las consecuencias de estar alejados de los centros de producción minera En el presente artícu­lo intentaré analizar la respuesta de la elite mercantil de Lima frente a los cambios ocurridos en el comercio atlántico en la primera mitad del siglo XVII.

LIMA Y EL SISTEMA DE FLOTAS EN EL SIGLO XVII*

Adoptada inicialmente como una medida transitoria, el sistema de flotas se presentó como la mejor solución para afrontar tanto las agresiones bélicas de los estados europeos como para garantizar la exclusiva participación de la monarquía y de sus ciudadanos de las riquezas del Nuevo Mundo, a través de los impuestos y el monopolio. Gracias a estas necesidades impe­riales y al hecho de que desde los primeros años de la invasión española se fijara a Lima como

* (U na versión resumida de esta sección fue presentada como ponencia en el I Simposio de Historia Ma­rítima y Naval Iberoamericana Callao, 5 al 7 de noviembre de 1991)

(1) Trevor Aston 1983, recopiló los aportes más importantes de esta discusión. Cf. también De Vries 1980, Parker y Smith 1985, y Lublinskaya 1979.

(2) Cf. los trabajos de Niels Steensgaard y John A. Eddy en Parker y Smith 1985.

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centro político y comercial, la ciudad se vio favorecida por el privilegio de ser uno de los po­cos puertos abiertos al comercio atlántico.

Este régimen impuso un riuno a los circuitos económicos tanto de España como del Perú. En la península, las flotas determinaron -entre otras cosas- el funcionamiento del siste­ma de crédito. Las ventas se efectuaban cuando se anunciaba la fecha de partida de la armada y se pagaban las deudas al regreso de la misma. El comercio espafiol con Europa para alimen­tar América tenía como contrapartida un movimiento enorme de letras de cambio, créditos a la corona, pagos de juros, etc., cuyos plazos y condiciones eran fijados exclusivamente te­niendo en cuenta el arribo de las flotas de América. Debido a la importancia económica (y psicológica) de América, el vaivén de las flotas y de los metales que ellas transportaban fueron un problema medular para el imperio espafiol durnnte el tiempo que funcionó el régimen de convoyes.

El Perú como colonia eficiente debía, a su vez, imponer un riuno interno que estuviese a la altura de las exigencias, urgencias y expectativas del erario metropolitano, por un lado, y de los mercaderes sevillanos, por el otro. Si se mantuvo por mucho tiempo la navegación libre en el trnmo Lima-Panamá, el ataque de Francis Drake a las costas del Pacífico obligó a imponer, en 1581 , el régimen de los convoyes, la llamada Armada del Mar del Sur (Lohmann 1973:230). Esta armada, por lo tanto, debía navegar en coordinación con la del Atlántico para que los mercaderes pudiesen intercambiar sus productos en Nombre de Dios (hasta 1597) y luego en las famosas ferias de Portobclo.

Los mercaderes exportadores del Perú, al igual que los españoles, usaban este riuno para imponer sus plazos de pago. En el interior, los plazos eran fijados para el momento en que se encaminasen a Lima las recuas o navíos, y es por este motivo que,junto con las remesas fiscales, llegaba a Lima de diferentes puntos del país el dinero proveniente de actividades privadas. En la capital, los plazos eran fijados, a<;imismo, tanto por el despacho de la Armada a Tierra Finne y por el viaje del navío a Acapulco, como por los pagos de los tercios de San Juan y Navi­dad(3)_ De este modo, la armada y el tributo indígena configurnban los parámetros de los pagos en el virreinato. Los complejos mecanismos que hacían confluir en Lima el dinero de las cajas reales y el perteneciente al comercio inevitablemente resultaban en que la partida de la Armada hacia Panamá se hiciera en los meses de abril a junio, aunque a medida que avanzó el siglo XVII la constante fue enviarla entre junio y septiembre. De esta manera, subordinar el ciclo de la Armada del Sur a la del Norte -que esperaba encontrarse en Tierra Firme en marzo-­o, lo que es lo mismo, imponer al tráfico atlántico el riuno de las necesidades metropolitanas, se convirtió en un engranaje particularmente importante en las relaciones coloniales.

Este "reloj atlántico" tenía, entonces, como finalidad recolectar los metales preciosos de la corona y hacer que los mercaderes peninsulares hiciesen lo mismo a través del intercam­bio de plata con productos europeos. Las ferias de Portobelo se convirtieron en sinónimo del esplendor del sistema de flotas en la región sur del continente. Si las tempranas ferias efectuadas

(3) En los contratos notariales, especialmente en los deudos, obligaciones y lastos se puede ver claramente el funcionamiento de los plazos de pago. Cobo 1882:77 también lo confirma: " ... es muy grande el bu­llicio y tráfico del comercio, especialmente al tiempo que se despachan las armadas, para cuando sue­len ser de ordinario los plazos y pagos de compras y ventas". Ver también Lewin 1978:75.

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en Nombre de Dios eran vistas por el viajero italiano Girolamo Benzoni, en 1541, como in­significantes, las subsiguientes en Portobelo gozaron del más renombrado prestigio. Dice Loosley (1933), apoyado en un texto de Bernardo de Ulloa, que la existencia de las ferias fueron el resultado de un acuerdo entre los mercaderes peruanos y españoles, confinnado por la corona, que estableció que las compañías mercantiles debían encontrarse en Tierra Firme sin invadir mutuamente las áreas correspondientes. Sea como fuere, el hecho es que los mer­caderes sevillanos, durante el siglo XVI, lograron controlar y participar mayoritariamente de los beneficios de este sistema (y por lo tanto de las ferias) gracias a sus prerrogativas monopólicas.

El papel de los mercaderes peruanos en el sistema es más controvertido. Como el nivel de los precios de las ferias, dicen algunos historiadores, se fijaba por el balance entre oferta de metales y oferta de mercaderías europeas pero, sobre todo, por la escasez o no de los mercados americanos, los mercaderes peruanos debían aceptar sin discusión los altos precios impuestos por los sevillanos(4). Y como los limeños eran los únicos autorizados a internar las mercade­rías en el virreinato, compensaban el monopolio sevillano con aquel que ellos ejercían al interior del país. Los mercaderes de Lima, por tanto, reproducirían el sistema de escasez y precios altos como una manera de neutralizar los efectos de un monopolio metropolitano inevitable. Según Tord y Lazo, el sistema de flotas habría introducido al comerciante peruano "dentro de un mecanismo regular de comercio compulsivo"; los limeños debían obligatoriamente asistir a Portobelo y adquirir los productos a los altos precios de feria, incluso si el mercado americano estaba ya saturado(5).

Esta asociación de los comerciantes de Lima como aliados y defensores del sistema monopólico es aún más directa en el siglo XVIII. Se afirma que el poder de Lima sobre el mercado interno era posible sólo en la medida en que España mantuviese el monopolio. La debilidad de la metrópoli y la competencia extranjera a través del contrabando supuso la im­posibilidad de conservar el sistema. El contrabando, entonces, habría implicado el resquebrajamiento del sistema de flotas y la consiguiente caída de Lima como centro mercan­liJ(6) . Los comerciantes de Lima, muchos de ellos peninsulares o de "ideología peninsular" y escasamente ligados con el interior del país, consideraban al contrabando como un "horrendo crimen" y, al ver amenazado el sistema, comenzaron a defender celosamente el monopoiioC7). La penetración de mercaderías francesas, inglesas e incluso españolas por canales distintos a los del monopolio, favoreció a los "mercados intermedios" y "periféricos", rompiendo de este modo el abusivo aislamiento en que había mantenido Lima a las provincias. El desarrollo y compe­tencia de ciertas regiones se hizo entonces, inevitable. Buenos Aires se convirtió en el punto de apoyo del contrabando y en un feroz rival en el control del mercado del Alto Perú. La crea­ción del virreinato del Río de la Plata (1776) y la instauración del llamado "Libre comercio" dos años después, es decir, la pérdida de Potosí y de las esperanzas de recuperar el monopolio, terminaron de arruinar por completo el poder económico de Lima. A partir de entonces, la

(4) Ver Haring 1979:115 y el trabajo de Tord y Lazo 1981:110. (5) Cf. Tord y Lazo 1981 :110 y Rodríguez Vicente 1960:223 y passim. (6) Cf. Bonilla y Spalding en Bonilla (et.al.) 1972:33-35. (1) Flores Galindo 1984:69, 81.

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mayor parte del comercio atlántico se habría orientado h~ia Buenos Aires y el Consulado de Lima se habría dedicado a escribir innumerables memoriales pidiendo la restauración del antiguo sistema de flotas(S).

Sin embargo, este conjunto de interpretaciones tropieza con serias dificultades y se han ido acumulando nuevas evidencias que dejan sin sostén a esta "teoría monopolista". En el úl­timo cuarto del siglo XVIII la pérdida de Potosí fue recompensada largamente con la produc­ción de las minas de Cerro de Paseo y Hualgayoc, y las cifras recogidas por Fisher demues­trclll, para el mismo período, que el mercado de las costas del Pacífico (con el Callao a la cabeza) fue mucho más importante para el tráfico atlántico que los mercados de Río de la Plata y Ve­nezuela juntos<9). Las cifras de comercio elaboradas por García Baquero para el siglo XVIII, por otro lado, no ofrecen dudas en cuanto a la recuperación efectiva de España y a su mayor participación en el tráfico colonial. El siglo XVIII, por tanto, será testigo de la expansión co­mercial de la metrópoli, que supo temporalmente imponer las reformas necesarias para competir exitosamente con el sistema comercial inglés y, por lo mismo, ganarle la batalla al contraban­do(IO). Por otro lado, es claro que los mercaderes de Lima estuvieron directa e indiscutible­mente en el comercio directo y en el fraude, y que fueron precisamente ellos los que, mediante múltiples estrategias, lograron arruinar el sistema de flotas en la primera mitad del siglo XVIII( l l).

Estos dos ejemplos no sólo demuestran que todavía no se sabe lo suficiente acerca de los efectos que la expansión comercial española del siglo XVIII (apoyada en el "libre comercio") tuvo sobre la estructura social y económica del Perú, sino que también pone en evidencia que menos aún se sabe acerca de la relación de los mercaderes de Lima con el famoso "sistema monopólico". De hecho, el "monopolio comercial" -ese que funcionó en el siglo XVI y gra­cias al cual Sevilla controló el tráfico atlántico- había dejado de funcionar desde inicios del XVII. Pero el sistema del Ilotas subsistió hasta un siglo y medio después, ante lo cual cabría preguntarse en qué nuevos términos se plantearon las relaciones entre Lima y Sevilla cuando esta última no pudo mantener el monopolio. O, dicho de otra manera, ¿qué significó para Lima, real y efectivamente, el sistema de flotas?

LAS FISURAS DEL MONOPOLJO

En realidad, parte de los problemas de interpretación reside en pensar que mientras fun­cionó el sistema de Ilotas existió el monopolio comercial y viceversa. Historia conocida es que de las duras batallas que hubo de librar España en el siglo XVII, aquella por defender su comercio exclusivo con América fue una de las primeras en perder. La primera mitad del si­glo XVII se podría considerar como un período del comercio colonial en donde el monopolio

(8) Cf. Céspedes del Castillo 1946; Villalobos 1961 y 1968; Váz.quez de Prada 1968; Rodríguez Vicente en Moreyra 1955-59: tomo 11. Para una interpretación similar del caso mexicano ver Real Díaz 1959.

(9) Cf. Fisher 1981 :46-47. (1 0) García Baquero 1976; Lang 1975:74 y ss.; Fisher 1981 ; Lynch 1989. (11) Walker 1979 y Malamud 1986

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ejercido por Espaí'la sobre América se quiebra por la creciente participación de otras potencias europeas y de América en las ganancias de este tráfico.

El fortalecimiento de los mercaderes de Lima se consolidó en el siglo XVII. En las pri­meras décadas de la colonización las compañías mercantiles que operaban en el Perú eran simplemente sucursales de las casas sevillanas, y fueron probablemente las características de la navegación Sevilla-Lima (interrumpida por el isuno de Panamá) las que marcaron la nece­sidad de cierta especialización dentro de las compañías. Así, se reconocerían en España dos tipos de mercaderes: los "mercaderes de Castilla", que residían en la península y comerciaban con América directamente o a través de encomenderos; y los "mercaderes indianos", que vi­vían en América y compraban a través de factores sevillanos, aunque algunas veces se embar­caban hacia España para comprar para ellos y "otros amigos"02).

Esta clasificación evidenciaba que había mercaderes que cumplían diferentes funciones , pero no significaba necesariamente que fueran circuitos mercantiles distintos. Los mercaderes "indianos" eran agentes de las compañías sevillanas -por lo general, unidos por lazos fami­liares- que, una vez hecha fortuna, regresaban al terruñoC13). Por lo tanto, que se fonnara un grupo mercantil en Lima significó no sólo que aparecieran comerciantes especializados en comprar productos en Portobelo, transportarlos y venderlos en Lima sino, sobre todo, que apareciera un grupo local que comenzara a controlar la producción, distribución y exporta­ción de plata en su propio beneficio y que, por este motivo, edificara una serie de intereses distintos y muchas veces contrapuestos a los de las compañías metropolitanas.

Este proceso no debió ser tarea fácil. Cuando en el siglo XVI el poder de los encomenderos era aún sólido, éstos controlaban el abastecimiento de los centros mineros a través de la comercialización del tributo indígena Incluso algunos de ellos eran propietarios de minas y empleaban a sus indios de encomienda en las labores mineras. El papel de los mercaderes de Lima era el de importar productos europeos para satisfacer todas aquellas esfe­ras del consumo español que el Peru todavía no era capaz de proporcionar, desde productos alimenticios hasta caballos y annas. Y dado que el objetivo de estas empresas era "hacer la América", no sólo no se asentaban, sino que se oponían a hacer cualquier inversión directa en el país04).

El boom minero de l 570, sin duda, ayudó a modificar este papel. El éxito del eje Potosí­Huancavelica, sustentado en la diversificación productiva en gr'dil escala y en una complicada red mercantil, pennitió que los no-encomenderos y, entre ellos, los mercaderes, pudiesen par­ticipar y controlar más directamente la riqueza proveniente de las minas. La producción de plata diversificó la economía, creó mercados y expandió el consumo. La ampliación, por tanto, del tráfico con la metrópoli fue inmediata. La abundancia de plata y la escasez de mercaderías europeas configuraron el binomio que hizo que el comerciar fuese sinónimo de riqueza fácil. No se tuvo en cuenta ni la condición social, ni el oficio, ni el hábito, ni siquiera el cargo públi-

(12) Sanz 1979, l:107-108. (13) Lockhart 1976:80,90. (14) Cf Suárez 1985.

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co cuando de comerciar se trataba Esta multitud amorfa de "mercaderes" convirtió al oficio en un verdadero arte de astucia05).

Pero esta multitud necesitaba un control, sobre todo si la especulación era parte impor­tante del oficio. Los primeros intentos de crear el Tribunal del Consulado de Lima, en 1592, fracasaron por la tenaz oposición del Cabildo y, en parte, por el temor de los comerciantes de ser el blanco de nuevos impuestos. Pero los años difíciles que pasaron los mercaderes a fines de la década de 1610 y, sobre todo, el año crítico de 1612, fueron convincentes para forzar todas las oposiciones. En 1613 se creó el Consulado y los años siguientes fueron testigos de las incesantes pugnas entre oficiales reales, el Cabildo y la Audiencia que veían bien o mal, dependiendo de sus relaciones con los mercaderes, la corporativiz.acion de este nuevo grupo(l 6).

Controlar el mercado interno fue una necesidad impuesta por la peculiar coyuntura co­mercial de las primeras décadas del XVII. A lo largo del siglo XVI el valor de la plata en Sevilla disminuyó cerca de 75%. El aumento constante de los precios hizo que los comercian­tes necesitaran cada vez una mayor cantidad de plata para comprar lo mismo, lo cual fue com­pensado, en el siglo XVI, por la creciente producción minera. Pero en el siglo XVII, y como resultado de la disminución paulatina de la producción de plata, las ganancias reales bajaron y los comerciantes comenzaron a sufrir problemas de financiaciónC17). Por otro lado, se produjo una suerte de "sustitución de importaciones" cuyos efectos -tanto sobre el volumen del tráfi­co como sobre el consumo interno- se comienzan a sentir desde la segunda década del siglo XVII. El boom minero de los años 70 ocasionó, es cierto, un aumento considerable del consu­mo de productos imponados. Pero precisamente por no ser un "enclave", la producción mine­ra, finalmente, hizo innecesaria la importación de ciertos géneros que ahora eran producidos en el virreinato. Los primeros efectos se sintieron en el tonelaje que, inevitablemente, comenzó a disminuir, para dar paso a un comercio básicamente de lujo, en donde las mercaderías de escaso peso y mucho valor constituyeron el principal alimento del tráfico atlántico(IS) AGI Contratación 5116. Carta de los O.R. de Portobelo a la Casa de Contratación. 7 VIII 1620. Cf. los gráficos de Chaunu 1955-59: VII. La composición de las importaciones en la segunda mitad del siglo XVII lo confirman; ver Morineau 1985:251-252 y 268 y las cifras de García Fuentes 1980:239 y ss. En el siglo XVIII España recupera sus exportaciones agrarias e industriales, cf. García Baquero 1976::II:gráfico 14 .. Esto, como no es difícil suponer, trastocó las bases mismas

(15) Dice Pedro de León Portocarrero: " ... todos los mercaderes son diesttísimos en comprar, que hay tal mercader que coge todas las memorias que salen a la plaza para se vender, y las retaza todas en poco tiempo, y de allí escoge y compra las que mejor le parece. Con esto se puede entender lo que son los mercaderes de Lima, y vende el bisorrey hasta el arzobispo. Todos tratan y son mercaderes, aunque por mano ajena y disimuladamente". En Lewin 1958:61.

(16) Suárez 1985:23 y ss. En el AGI Lima 144 se encuentra el "Expediente sobre la confirmación del Con­sulado de Lima (1614-1626)", en donde se presentaron las opiniones de los distintos grupos. Un resu­men de estas opiniones se puede encontrar en Rodriguez Vicente 1960:17-36.

(17) Cf. Chaunu 1955-59: Vlll2,2:197. (18) AGI Contratación 5116. Carta de los O.R. de Portobelo a la Casa de Contratación. 7 VUI 1620. Cf. los

gráficos de Chaunu 1955-59:VII. La composición de las importaciones en la segunda mitad del siglo XVII lo confirman; ver Morineau 1985:251-252 y 268 y las cifras de García Fuentes 1980:239 y ss. En el siglo XVIII España recupera sus exportaciones agrarias e industriales, cf. García Baquero 1976: 11: gráfico 14.

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de la relación entre Espafta y el Perú. Pero otra de las consecuencias fue que los mercaderes de Lima tuvieron que penetrar profundamente en las estructuras sociales, económicas y políti­cas del virreinato para garantizar que este comercio -basado ya no en la necesidad sino en el gasto superfluo- siguiese siendo su fuente más segura de riqueza. La creación del Consulado fue el primero de una serie continua de pasos que los mercaderes emprendieron para lograr estos objetivos.

Para resolver sus propios problemas de financiación y para garanti?.ar el éxito de sus empresas dentro de la economía interna la solución fue captar el ahorro social a través de préstamos obtenidos en época de armada, la formación de grandes consorcios al interior del país y la fundación de bancos públicos. En 1608 aparecieron los dos primeros bancos de Lima, el de Juan Vidal y el de Diego de Morales. Sucesivamente, se fundaron otros, como el de Baltazar de Lorca, Juan López de Altopica, Bernardo de Villegas y Juan de la Plaza. El banco público más importante y el de más larga duración, el de Juan de la Cueva, comenzó a funcio­nar en 161509). El control ejercido por los mercaderes de Lima fue más allá del hecho de comprar y vender géneros importados y sacar grandes ganancias: fue una verdadera expan­sión de inversiones en actividades terciarias y crediticias que determinaron que, en la primera mitad del siglo XVII, los mercaderes capitalinos tuviesen Uunto con la Iglesia) el dominio financiero del virreinato.

En el frente transoceánico, el fraude y el comercio directo fueron la respuesta america­na a la imposición de un sistema comercial pensado únicamente en función de los intereses metropolitanos. En el momento en que los mercaderes de Lima crearon los mecanismos inter­nos necesarios para controlar la extracción de plata, el control externo ejercido por los merca­deres sevillanos se convirtió en inaceptable. Dice Bernardo de Ulloa, en 1740, que el comercio entre España y el Perú, efectuado a trnvés de las ferias de Portobelo, funcionó en perfecta ar­monía hasta que "las guerr.1s del fin del siglo pasado y las del principio del presente dieron lugar al clandestino comercio de las naciones". Esta versión idílica habla de precios fijados en las ferias por la necesidad y no por los costos, la posibilidad de ganancias de hasta 300% y de una sorprendente buena fe en las cuentas establecidas entre españoles y "peruleros"(20). Pero la realidad del tráfico en el siglo XVII fue bastante distinta. Las ferias de Portobelo comen?.aron a decaer inevitablemente desde la década de 1610 y, sin duda, el papel jugado por los merca­deres del Perú en esta caída fue crucial.

Los "peruleros", aquellos mercaderes del Perú que evitaban las ferias y el registro legal de los metales como una manera de evadir el monopolio y los gravámenes, aparecieron en el tráfico atlántico desde la época de Felipe II. Según Lorenzo Sanz, se les reconocía indistinta­mente con el nombre de "indianos", "pasajeros que vienen a emplear, "peruleros", aunque el nombre más frecuente fue, simplemente, "pasajeros"(21). Parece que ya desde el siglo XVI los mercaderes peruanos tuvieron una presencia importante en Sevilla. En 1592, aparecía la pri­mera cédula real prohibiendo que se vendiesen las mercaderías fiadas a pagar en Indias, que era una de las formas empleadas por los mercaderes de Lima para establecer contacto con las

(19) Ver Suárez 1985: 26 y ss. (20) Ver Chávez Orozco 1967:43 y ss. (21) Lorenzo Sanz 1979:1:108.

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casas extranjeras. Y ya en 1590, el Consulado de Sevilla de.claraba que ellos constituían "la mayor parte de la flota", y no era novedad para nadie que sin sus mercaderías los derechos reales disminuían drásticamenteC22) . Como resultado de ello, la flota de Tierra Finne comen­zó a ser abastecida virtualmente por los propios habitantes del Pení(23) , y las ferias se limita­ron a cubrir aquellas partes del abastecimiento que los peruleros no querían o no podían ali­mentar.

La convivencia sevillana con los peruleros hizo crisis desde la primera década del siglo XVII, y de allí en adelante las relaciones entre ambos grupos fueron de mutua hostilidad. Son varias las razones que detenninaron este divorcio irreparable(24). Las causas estructurales fue­ron la deficiencia industrial de España y la diversificoción económica del Pení, que crearon una situación crítica en el sistema al configurar un cuadro en el cual los productos "necesarios" para el Perú no eran producidos en España (con excepción del hierro), y los pocos productos agrarios que Espai'la podía exportar no eran necesarios en el Pení. Esto produjo una presión constante desde Espai'la para tratar de imponer su comercio e incluso para romper la producción y comercialización de productos competitivos americanos, como por ejemplo los vinos perua­nos, aunque tal vez el único resultado haya sido que agudizó aún más las diferencias. En la segunda mitad del siglo XVII, a pesar de la importancia del mercado de Tiera Finne, el consumo de vino espoool fue inferior al de Cuba y Venezuela juntos, y considerablemente menor al de México(25). Lo que se creó, a final de cuentas, fue una situación absurda en la cual la función de los mercaderes españoles era la de oponerse, por un lado, a la producción de las colonias y, por el otro, la de servir de intennediarios del comercio entre el resto de Europa y el Perú. Y si el grupo sevillano tenía argumentos sólidos (como la pennanencia misma del vínculo colo­nial) para convencer a la corona de la importancia de mantener el monopolio y el sistema de flotas, en cambio no tenía recursos para convencer a los mercaderes de Lima de que les com­pr-ardll exclusivamente a ellos, a precios excesivos y sólo en Portobelo. Sobre todo si existían las fonnas de evitarlo.

La compra directa de mercaderías en Espai'la, la transferencia de los pagos a América y el fraude fueron los mecanismos usados para romper el monopolio comercial y la presión fiscal de la corona, y no cabe duda que las confiscaciones reales y la crisis de la avería fueron los elementos detonantes que volcaron a los limeños a rechazar de manera contundente los canales de comercio oficiales. Hamilton calculara, aduciendo el gran riesgo y el costo del contrabando, que las remesas exportadas a Espai'la sin registrar deberían haber estado alrededor del 10% del valor total de las exportaciones americanas. Los datos recogidos por Lorenzo Sanz para el siglo XVI confinnarían estos porcentajes, aunque los de Morineau para este mismo período son ligeramente más altosC26). Pero es cierto que desde la década de 1620, y coincidiendo con la política de confiscaciones y el aumento de la tasa de avería, el porcentaje del fraude se

(22) Carta del Consulado de Sevilla al Rey. 20 IX 1590. En Lorenzo Sanz 1979:l:108. Veitia Linaje 1945:171. (23) Lorenzo Sanz 1979:1:108. (24) El conflicto entre peruleros y sevillanos, fue, en realidad, la expresión de la crisis del sistema rmnopólico

mismo. Para una visión más completa de todos los factores que intervienen verLynch 1981 :U y MacLeod 1984: 371 y SS.

(25) Ver García Fuentes 1980: tabla #6: 432 y ss. (26) Hamilton 1975:50-51; Lorenzo Sanz 1980:11:133-146.

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incrementó notablemente y se mantuvo a niveles altos hasta el siglo XVIII. Las cifras de lle­gada de metales preciosos a Europa contenidas en las gacetas holandesas entre 1629 y 1659, arrojan diferencias con las cifras oficiales de Hamilton que oscilan entre el 25 y el 85%(27). Según Domínguez Ortiz, la plata que se registraba era tan sólo la de "difuntos y ausentes y las cortas cantidades que para guardar las apariencias [se] declaraban"(28). Lo cual quiere decir que el fraude, de ser un fenómeno esporádico e individual, se había convertido en parte estructural del sistema de flotas.

Tal vez una de las revelaciones más sorprendentes nos la den, precisamente, las cifras de almojarifazgos y alcabalas de Panamá. Si se toman las primeras, se tiene que el valor esti­mado de las flotas entre los años 1612 y 1622 se hallaría entre los 350 y los 900 mil pesos ensayados. Los estimados en base a las alcabalas ofrecen sumas más altas. Así, si en 1643 los almojarifazgos arrojan que el valor de la flota sería de 149,260 pesos, las alcabalas ofrecen, por el contrario, un valor de l '019,700 pesos(29). Por supuesto, en ambos casos las cifras son total y absolutamente irreales y, si a alguna conclusión hay que llegar, lo único que pueden demostrar estos datos es el fracaso del Estado al no poder participar, a través de los impues­tos, de los beneficios provenientes del comercio colonial.

Ciertamente el mejor ejemplo de la magnitud en que operaba el fraude en Portobelo lo constituye la denuncia que, en 1624, hiciera el tesorero Cristóbal de Balbas. En esta ocasión, la flota de Tierra Firme llegó a Portobelo registrando mercaderías por un valor de l '385,297 pesos de a ocho, vendió en la feria l '081,000 y los mercaderes pasaron por la Casa de las Cruces con destino a Lima 8'259,422 pesos. Según Balbas, el valor real de la flota fue de 9'340,422 pesos y el de las mercaderías que no pagaron impuestos fue de 7'955, 124; esto quiere decir que el 85% de las mercaderías evadieron el registro(30). Pero no fue la Real Ha­cienda la única afectada por el fraude, sino que éste dañó profunda e irreparablemente al mo­nopolio andaluz. El general de la flota, Tomás de Larráspuru, decía que en esa feria "hubo tanta abundancia de ropa que ha sido la peor feria que jamás se ha visto pues aún con pérdida de las costas no había quién las quisiera comprar"(31). Los mercaderes sevillanos no sólo ya no podían controlar los precios en las ferias, sino que incluso las mismas ferias perdieron su fun­ción de puerto de intercambio. En 1624 únicamente el 11.5% de las mercaderías de la flota fueron vendidas en Portobelo y el resto pasó directamente al Perú. Y no deja de ser sorprendente que de los 69 mercaderes envueltos en este tráfico, el 76.7% pasase al Perú y que casi todo el fraude, el 96%, fuese realizado por ellos(32).

Si bien el bloqueo de la ciudad de Lima por el pirata de Jacques L'Hennite en este mis­mo año tuvo un efecto distorsionador sobre la feria, los peruleros ya tenían fama, desde el siglo anterior, de especializarse en el frnude. En 1588 alguien declaraba que "si algún oro y plata a venido por registrar, no son los vecinos de Sevilla los que loan traydo, sino pasajeros

(27) Cf. Morineau 1985:242. (28) Domínguez Ortiz 1969:370. (29) Cf. Yila Yilar 1982:321-323. (30) Cf. Yila Yilar 1982:321. (31) AGI Indiferente 1665. Carta de Tomás de Larráspuru al rey. 2 X 1624. (32) Cf. Yila Yilar 1982:321-323.

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de los que vienen de Indias a emplear ocá". Una relación de 1567 de los tesoros llegados sin registrar a Sevilla les atribuía el 73% del fraude a estos mercaderes(33). Sin embargo, estas tácticas evasivas no tuvieron el grado de sofisticación que alcanzarían en el siglo XVII(34). Los factores de las casas mercantiles limeñas pagaban en el Callao un 4% del valor de sus tesoros a los oficiales reales para poder embarcar la plata fuera del registro; en Panamá la "tarifa" ocordada era del 2%, y en el Boquerón y en Portobelo debían pagar algo similar<35). La razón de la existencia de este sistema impositivo ilegal se justificaba porque tanto en Portobelo como en España los mercaderes que vendían los géneros rehusaban correr el riesgo de aceptar plata registrada o, si la oceptaban, entonces le rebajaban el precio. Lo cual quiere decir que existían dos mercados monetarios en este tráfico: el de la plata registrada y el de la plata por registrar (ilegal), cuyo valor era bastante más alto que el de aquella que entraba en los canales legales. Dice Palata que de esta desigualdad nació también "la de las compras, porque las que se ha­cían con plata de registro erdfl a precios excesivos, y con la de por alto se minoraba mucho, y de unas a otras solía llegar la diferencia de un 30 o 40 por ciento"(36).

El establecimiento de este doble mercado requería no sólo del soborno a las autoridades sino de la existencia de todo un sistema que permitiese un flujo de plata ilegal ininterrumpido. La mayoría de los navíos sueltos que transportaban harinas a Panamá llevaban plata, de tal manera que éstos regresaban cargados de mercaderías europeas. Este comercio directo, que funcionaba bajo los esquemas de otro "reloj" comercial, fue el motivo de los intentos de pro­hibir la introducción de harinas peruanas en el istmo a mediados del siglo XVII(37). Otra mo­dalidad era registrar la plata en el Mar del Sur como si su destino fuese Panamá, cuando en realidad era plata que pasaba directamente a las flotas o a los canales caribeños de comercio directo(38).

De esta manera, el siglo XVII estará marcado por la pugna de la elite mercantil de Lima por evitar el rígido sistema monopólico impuesto por el comercio de Sevilla y por el control de las rutas. Respaldados por el acceso directo a las fuentes de producción minera, esto es, por el control del mercado interno, los comerciantes del Perú establecieron diversas estrate­gias para participar crecientemente de las ganancias del tráfico atlántico. Los mercaderes pe­ruanos comenzaron a evitar las ferias de Portobelo y se embarcaron directamente a España a

(33) Cf. Lorenzo Sanz 1979:11: 129-131. (34) Para una visión más detallada de la forma en que operaban estos "peruleros" vease Suárez 1985. Una

versión corregida será publicada próximamente por el Banco Central de Reserva y el Instituto de Estu­dios Peruanos.

(35) Ver la relación de gobierno del Duque de la Palata en Hanlce 1978-80:VI:184. (36) En Hanlce 1978-80:VI:185. Ver también la relación de gobierno de Alba de Liste, pp.114. (37) Para los intentos de restringir este comercio de cabotaje ver Lohmann 1973:230. (3S) Una real cédula de 1648 explicaba estas tácticas:" ... se a entendido que muchos de los mercaderes que

baxaron de las provincias del Peru a las provincias de Tierra Firme el año pasado para sacar su plata de la quenta del registro de los navíos en que bino la consignación a personas supuestas, unos criados suios no conozidos que fácilmente desaparecieron, y otros en algunas naos de las que vinieron, que con la buelta no pudieron ser habidos, y otros en personas eclesiásticas y religiosas y algunos vecinos y mujeres de Panamá, que con decir era dinero suio, y que no era para benir a estos reynos, conseguían el intento de estraviarlo del registro y guias que se daban para bajar la plata desde ella a la de Portobelo .. " CDIHAO tomo 17:281-282.

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comprar a proveedores extranjeros, burlando los circuitos mercantiles sevillanos y burlando también la imposición fiscal puesto que la mayor parte de sus operaciones se hacían por cana­les ilegales. Los mercaderes sevillanos trataron infructuosamente de detener a los llamados "peruleros" en Tierra Firme. Sin embargo, el grupo limei'lo en Sevilla mantuvo su presencia a lo largo del siglo y las relaciones entre ambos grupos fueron de mutua hostilidad.

Espai'la no sólo dejó de controlar mayoritariamente las ganancias del comercio atlántico sino que además vio decaer inexorablemente sus ingresos y remesas fiscales. Durante el go­bierno del conde de Lemos (1665-72) las remesas 'teóricas" significaron el 13% de los ingre­sos de la caja de Lima, mientras que en el gobierno del duque de la Palata el envío a Espai'la significó tan sólo el 5.3%(39). El letargo de los Habsburgo con respecto a sus colonias, que ha­bían dejado de colaborar económicamente con el Imperio, se extendió también a nivel admi­nistrativo y a nivel político(40). Así, la decisión de los Austrias,en el siglo XVII, fue la de de­legar el poder a las élites americanas a cambio de una participación mínima en las riquezas generadas en América y, sobre todo, a cambio de su fidelidad.

(39) Cf. Andrien 1985:51 y ss. (40) Cf. Burkholder 1984, Spalding (ed) 1982 y Hoberman 1991.

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Lima 17 Perú

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