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EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN LUCAS

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EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN LUCAS

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L u i s M o s c o n i

Ev a n g e l io de J e s u c r is t o

s e g ú n L u c a sPara ser discípulos misioneros, hoy

13a.Edición revisada

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Indice

Introducción............................................................................................................... 7

Parte I: CÓMO SE PRESENTA EL TEXTO ..................................................... 11

1. ¡Vamos al texto!................................................................................................... 132. Del “El Evangelio” a los cuatro evangelios..................................................... 143. Dando una mirada general al texto.................................................................. 164. Revisando en los detalles y en las insistencias............................................. 255. Comparando Lucas, Mateo y Marcos.............................................................. 316. Sacando algunas conclusiones........................................................................ 33

Parte II: EL EVANGELIO SEGÚN LUCAS CONTADOPOR EL AUTOR SAGRADO............................................................... 41

1. Yo redactor final del texto.................................................................................. 432. El mundo en que vivimos................................................................................... 443. El caminar de las comunidades........................................................................ 484. Nuestros objetivos al escribir la memoria de Jesús....................................... 515. No soy el único autor.......................................................................................... 536. Las investigaciones que he hecho................................................................... 53

A. ¿Quién es Jesús para nosotros?.............................................................. 55B. ¿Qué significa para nosotros seguir a Jesús? .................................... 74

Finalizando................................................................................................................. 98

Parte III: LUCES DEL EVANGELIO DE LUCASPARA NOSOTROS HOY................................................................... 99

1. El mundo en que vivimos................................................................................. 1022. Misión................................................................................................................. 1043. Convicción......................................................................................................... 1054. Misericordia....................................................................................................... 1075. Conversión......................................................................................................... 108

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PARTE IV: UN MÉTODO DE ESTUDIO DEL EVANGELIO............................ ....111

1. ¿Qué es el estudio del Evangelio?............................................................... ....1142. Destinatarios..........................................................................................................1143. Motivaciones...................................................................................................... ...1144. Finalidades......................................................................................................... ...1165. Actitudes necesarias............................................................................................ 1176. Cómo se hace.................................................................................................. .....119Sugerencias prácticas................................................................................................121

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Introducción

P asamos de un milenio a otro. La vida es un caminar, es un proceso histórico, permanente e irreversible; sólo se vive una vez; el hoy no regresa mañana.

Caminar es necesario, siempre. El peligro es estacionarse, vivir estancado; o en una correría agitada, superficial, sin un proyecto de vida que le dé sentido. Podemos así desperdiciar esta oportunidad única, irrepetible, que es la vida.

Para superar tales peligros, necesitamos escuchar, reflexionar, contemplar, tener rumbo, como el apóstol Pablo nos recuerda: “Corro pero no como quien va sin rumbo” (1Cor 9,26). Eso exige convicciones, motivaciones, objetivos. No se vive sin eso. La vida puede ser vivida de varias maneras. Cristiano es aquél que escogió vivir su vida, su día a día, a la manera de Jesucristo, teniendo los mismos sentimientos y opciones que Él.

El cristiano hace eso por una opción de fe, libre y conscientemente asumida. La fe no es enemiga de la razón. Fe y razón no se excluyen, se integran. La razón nos conduce hasta la puerta de la fe, diciéndonos que ella no es un absurdo, sino que simplemente va más allá. Podemos agregar: la fe es una necesidad para darle un sentido verdadero a la vida. La fe es un don, dado gratis, por amor, que es necesario saber acoger, con humildad y gratuidad.

Para vivir nuestra vida al estilo de Jesucristo, es necesario primero conocerlo. De ahí la importancia del estudio de los evangelios, fuente principal del conocimiento de Jesucristo. No puede ser un estudio cualquiera, sino un estudio que lleve a amar, seguir y testimoniar a Jesucristo, dentro de las realidades en que vivimos.

Este libro desea ayudar a entrar en el mundo de Jesucristo así como el escritor sagrado, llamado Lucas, lo presentó a sus destinatarios. Las páginas que siguen no quieren explicar, versículo por versículo, sino todo el texto escrito. Preferimos situar el texto dentro del contexto en que fue escrito, para captar mejor el corazón y los grandes mensajes que contiene. Eso ayudará a una fiel comprensión de todo el texto.

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E v a n g e l io d e J e s u c r is t o se g ú n L u c a s

Para alcanzar eso, organizamos el libro en cuatro partes:

P a r t e I: Un estudio atento del texto escrito, así como se presenta, se trata de dar la palabra al mismo texto. Eso permite sacar algunas conclusiones importantes para una fiel comprensión de los mensajes.

P a r t e II: Los mensajes sagrados contenidos en el texto. Adoptamos el estilo de conversación. Vamos imaginarnos al autor sagrado contando al vivo, la realidad en que vive, los motivos y los objetivos que lo llevaron a escribir. Es la parte más larga del libro.

P a r t e III: Algunos desafíos y llamados que estamos encontrando en el inicio del nuevo milenio, vistos a la luz del Evangelio según Lucas. Vamos a hablar de esto brevemente, dejando abierta la reflexión y las pistas de acción.

P a r t e IV : Un método de estudio del Evangelio

Conocer el Evangelio es una exigencia fundamental para todo seguidor y seguidora de Jesucristo. De hecho, ¿cómo podemos “tener los mismos sentimientos que había en Jesús” (Flp 2,5), si no lo conocemos? Es decir, el estudio del Evangelio debería ser la base de todo el trabajo pastoral. Sin duda, ayudaría mucho a superar discusiones y tensiones inútiles, y nos haría más abiertos al diálogo y más firmes en el seguimiento.

Para nosotros los cristianos católicos, que vivimos en América Latina, hay un motivo más. En mayo de 2007, en el Santuario de Aparecida (SP) Brasil, aconteció la V Conferencia General del Episcopado Latino-Americano y del Caribe, cuyo mensaje principal fue: DISCÍPULOS MISIONEROS DE JESUCRISTO, PARA QUE EN ÉL TODOS LOS PUEBLOS TENGAN VIDA. La Conferencia de Aparecida lanzó una interpelación urgente: “A todos nos toca comenzar desde Jesucristo” (DA 12).

“Discípulos misioneros de Jesús” es el hilo conductor de todo el Documento de Aparecida (DA). Es el lema repetido cerca de 300 veces, que parece una obsesión. Es allí que vibra el corazón de la V Conferencia: “Los fieles de este Continente, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo” (DA 10). Por eso, la Conferencia lanzó una gran Misión Continental para los siguientes años con la finalidad de transformar a los católicos bautizados del Continente en un pueblo de discípulos misioneros de Jesucristo. Es una propuesta urgente y gigantesca, una tarea apasionante e impostergable. Debe involucrar toda la Iglesia católica, con sus fuerzas vivas. Nada de guerra religiosa con otros grupos e Iglesias, sino una firme invitación a conocer, amar, seguir y testimoniar a Jesús de Nazaret, nuestro único Maestro y Señor, en el mundo en que vivimos.

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I n t r o d u c c ió n

Sugerencias para un provechoso uso de este libro

1. Parar de vez en cuando, hacer una pausa, sobre todo durante la lectura de la Parte II, para meditar y responder a las siguientes preguntas:

- ¿Qué es lo que más me llama la atención de la lectura? ¿Por qué?- ¿Cuáles son las luces y las llamadas para mí y para nuestra vida hoy?- ¿Cómo voy/vamos a responder a estas llamadas?

2. Durante la lectura del libro, es bueno hacer de cuando en cuando, el estudio de algún texto del Evangelio de acuerdo al método que está en la Parte IV. O se puede también leer todo el libro, y solamente después hacer el estudio, párrafo por párrafo. Queda al criterio del lector/lectora.

3. La lectura de este libro se puede hacer a nivel personal o en grupos pequeños. Si el problema es la falta de tiempo, se puede leer individualmente y hacer el estudio del Evangelio como indica la Parte IV, en grupo pequeño. Es muy bueno tener un cuaderno y lapicero para hacer las anotaciones. ¿Y qué tal si se dramatizan algunas páginas de la Parte II?

Haga del estudio del Evangelio la cosa más importante en su proceso de formación permanente; que sea prioridad también en las pastorales en las que participamos. Que la principal fuente inspiradora del estudio del Evangelio sea la meditación, la oración y la acción.

Que a lo largo del estudio Jesús pueda abrir nuestra mente para entender mejor las Escrituras (Le 24,45); hasta que podamos decir como los dos discípulos de Emaús: “¿No estaba nuestro corazón ardiendo cuando Él nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (24,32)1

1 Las citas bíblicas que nos indican el libro de la Biblia pertenece al evangelio según San Lucas.

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Parte I

Cómo se presenta el Texto

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D e l " E v a n g e l io " a l o s c u a t r o E v a n g e l io s

1. ¡Vamos al texto!

H ermanas y hermanos, ¡bienvenidos y bienvenidas al Evangelio de Jesucristo escrito por Lucas! Vamos a entrar juntos en el texto, sintiéndonos bien a gusto,

sin miedo, sin considerarnos incapaces de entender. Vamos caminando por todo el Evangelio, buscando descubrir la voluntad de Dios allí presente. Va a ser un caminar bonito, precioso y fecundo.

Vamos con la misma actitud del pueblo del Antiguo Testamento, que rezaba así: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mis senderos” (Sal 119,105). Vamos cargando nuestros deseos, sueños, dudas, fragilidades y luchas. Al final, lo que de verdad interesa es responder a los desafíos que vamos encontrando a lo largo de la vida. Es por ese motivo que nos abrimos al Evangelio de Jesús.

Vamos con una fe profunda, pues solamente así podremos saborear y asimilar la belleza del encuentro con la persona y el proyecto de Jesucristo, como ha hecho el ciego de nacimiento curado por Jesús y que, por causa de eso, fue expulsado del Templo por las autoridades judías. Mientras que Jesús lo había rescatado en su dignidad, las autoridades lo redujeron a un excluido, sin voz, acusado de pecador e ignorante. Jesús fue a su encuentro y le preguntó: ‘“¿Crees en el Hijo del Hombre?’ Él contestó: ‘¿Quién es, Señor, para que crea en él?’. Jesús le dijo: ‘Lo has visto, es el que está hablando contigo’. Respondió: ‘Creo, Señor’. Y se prostró ante Él” (Jn 9,35-38).

Sí, entrar con fe en los Evangelios significa encontrar allí la presencia de Jesús de Nazaret para adorarlo como nuestro único Salvador y Señor, para después reconocerlo y vivenciarlo en nuestro día a día. ¡Cómo hace bien esto! ¡Como rescata nuestra dignidad! Entonces, a lo largo del estudio del Evangelio, vamos creando espacios de silencio en casa o, mejor aún, en una iglesia, delante del Santísimo Sacramentado, para adorar a Jesús de Nazaret así como Lucas nos lo presenta, pues fue ese Jesús que Dios ha nombrado Señor y Mesías (Hch 2,36).

Jesucristo no es para ser discutido demasiado, sino para ser conocido, amado y seguido, hasta el punto de decir, como el apóstol Pablo: “Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,20). Quien hace esta experiencia siente la necesidad de compartirla, y testimoniarla, con gusto, hasta gritar como el apóstol Pablo: “¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia!” (1Cor 9,16).

Es normal que a lo largo del estudio, por aquí y por allá, aparezcan algunas dificultades. ¿Por casualidad, quien que va a la escuela y quien trabaja no encuentra dificultades de vez en cuando? ¿Va a dejar el estudio o el trabajo por eso? ¡Ni pensar! Además, este es un estudio mucho más importante. Está unido al rumbo que queremos dar a nuestra vida.

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P a r t e I : C ó m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

2. De “El Evangelio” a los cuatro Evangelios

Antes de entrar en el texto de Lucas es bueno preguntarse: ¿cómo apareció la palabra “Evangelio”? ¿Por qué a veces, usamos “Evangelio” y otras veces “Evangelios"? ¿Hay diferencia?

La palabra “Evangelio” viene de la antigua lengua griega, y significa “Buena Noticia”, “alegre noticia”. En la época de Jesús y de las primeras comunidades esta palabra era bastante utilizada en los palacios de los poderosos; servía para saludar a personas importantes. El emperador romano era recibido como “el evangelio”, la mayor buena noticia. Servía también para recordar algún acontecimiento significativo, como una victoria en tiempo de guerra o el nacimiento de los hijos del emperador o de otras personas poderosas.

Los primeros cristianos tomaron la palabra “evangelio” y le dieron un nuevo sentido. Para ellos “El Evangelio” no era ya el emperador, y sí la persona de Jesucristo (Me 1,1).

Por detrás de esa afirmación, se percibe claramente la oposición entre los cristianos y los grandes dominadores de la época, que no admitían otro evangelio a no ser el emperador y el Imperio Romano (Jn 18,36; 19,12-15).

Esta afirmación revela, también, los conflictos que había en las comunidades. Cristianos “judíos” querían sujetar la novedad de Jesús a los esquemas de las leyes y normas judaicas. Para ellos todo debía pasar por el cumplimiento fiel de las tradiciones antiguas, especialmente la circuncisión y la observancia del sábado. El peligro era grave, pues Jesús no habría sido la gran Buena Noticia y las comunidades se irían transformando en sectas dentro del judaismo. Pablo se dió cuenta de la gravedad y fue muy claro: solamente Jesús muerto y resucitado es el verdadero “Evangelio” (Gal 1,7-9; 2,2.5). El peligro era tan grave, que Pablo llegó a maldecir a los que pregonaban un evangelio diferente: “Pero si nosotros o un ángel del cielo les anunciara una Buena Noticia distinta de la que les hemos anunciado, sea maldito. Como ya se los he dicho y ahora se los repito, si alguien les anuncia una Buena Noticia diversa de la que recibieron, sea maldito” (Gal 1,8-9). Desde el comienzo no fue nada fácil salvar la integridad del “Evangelio”, Jesús de Nazaret, el Cristo.

Por los testimonios escritos que llegaron hasta nosotros, el plural “evangelios” apareció en el inicio del segundo siglo. Quien escribió primero fue el mártir cristiano San Justino. El cita las memorias de los apóstoles sobre Jesús, llamándoles “evangelios”1.

1 Justino nació en el inicio del segundo siglo después de Cristo, en Siria, al norte de Galilea. Era un filósofo movido por la sed de la verdad. La buscó en varias escuelas filosóficas de la época, pero siempre salía decepcionado. Cierta vez, mientras estaba meditando solito a la orilla del mar, pasó un viejo sabio cristiano,

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D e l " E v a n g e l io " a l o s c u a t r o E v a n g e l io s

Antes del final del siglo segundo ya estaban definidos los libros canónicos que formaban parte de la Biblia, entre ellos los que eran llamados ‘‘los cuatro evangelios.”2

En el año 202 después de Cristo, San Irineo, el obispo mártir de Lion (Francia), en su libro Contra las herejías, capítulo 3,1.1, nombra la autoría de los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan3.

Entonces los cuatro evangelios nacieron del “El Evangelio”, que es Jesucristo. Mateo, Marcos, Lucas y Juan trataron de actualizar “El Evangelio” de Jesús de Nazaret, tomando en cuenta las situaciones concretas de sus respectivas comunidades. Nosotros hoy, con base a los cuatro evangelios, podemos llegar a una comprensión más completa de Jesús de Nazaret, “El Evangelio”.

Podemos ahora entrar en el evangelio según Lucas. Queremos ver cómo y por qué el autor sagrado actualizó “El Evangelio” Jesús para sus destinatarios.

que a lo largo de la plática le enseñó que la verdad total estaba en Jesucristo. Justino se convirtió de verdad. Como era costumbre entre los filósofos, se cambió a Roma, la capital del Imperio Romano. En su casa abrió una escuela de fe cristiana bastante frecuentada. Defendió la belleza del cristianismo y los cristianos perseguidos. Denunciado por un filósofo, fue arrestado en su casa con otros siete cristianos. Fueron muertos por causa de la fidelidad al Evangelio de Jesús, por el año 163 después de Cristo.

2 Esta primera lista oficial de los libros canónicos, que forma la Biblia, fue descubierta en 1740 en la antigua biblioteca Ambrosiana de Milán (Italia) por el investigador italiano Antonio Muratori. Por eso es llamado de Canon Muratori.

3 Irineo nació por el año 140 después de Cristo, en Esmirna, en Asia Menor, actual Turquía. Él mismo en sus escritos recuerda cuanto gustaba de asistir a las predicaciones de Policarpo, obispo de Esmirna, que fue discípulo del apóstol Juan. En seguida se cambió para Lión (Francia), donde había una comunidad cristiana que ha venido de Asia Menor. Allí fue consagrado presbítero y después obispo. Murió mártir por el año 202.

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Antonio
Rectángulo
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3. Dando una mirada general en el texto

¡Estamos en el texto! ¡Qué alegría! ¡Cómo sería bueno si pudiéramos platicar con quien lo escribió! Sabríamos mejor sobre la realidad de los destinatarios, los motivos y los mensajes contenidos en él. Pero el escritor, que fue inspirado por el Espíritu Santo, murió hace más de mil novecientos años. ¿Qué hacer entonces? Lo que nos queda es dar la palabra al texto sagrado. Se trata de transformar el texto en escena viva, focalizando las personas que aparecen, el lugar que ellas ocupan en la sociedad, y como se relacionaban. Es importante detectar el problema, las situaciones que hay por detrás del texto. De hecho, entre líneas hay mucha vida vivida. Vamos a leer el texto como si nosotros también estuviésemos allá, observando, escuchando, preguntando, aprendiendo. Lo que debe movernos es el gran deseo de descubrir la Palabra de Dios presente en el texto, para después, vivenciarla en nuestro día a día.

Es bueno, primero, dar una mirada general en el texto, dejando para después los detalles. Es como cuando vamos a dar un paseo y, de repente, surge un bonito panorama. Primero, observamos el conjunto, después miramos los detalles. Entonces vamos pasando las páginas despacio, mirando, observando... Vamos viendo los títulos y subtítulos... Estos no son obra de quien escribió el Evangelio, sino de los actuales comentaristas bíblicos y merecen nuestra atención.

Es decir, la división en capítulo y versículos de toda la Biblia no fue obra de los que escribieron los textos sagrados. Esta organización, vino mucho tiempo después. La división en capítulos ocurrió hace cerca de mil años, y en versículos, cerca de quinientos años. La finalidad era - y es - facilitar la memorización de la Biblia y la citación de los pasajes. El Evangelio escrito por Lucas tiene 24 capítulos con un total de1,149 versículos. Es casi el doble del Evangelio según San Marcos y tiene 81 versículos más que Mateo.

Observando bien el texto de Lucas, se percibe que está organizado en cuatro grandes bloques. Cada bloque tiene un mensaje importante. Vamos a constatarlo:

] Primer Bloque: ^Capítulos 1 ,5 -4 ,1 3 |

Acogiendo a Jesús, la mejor Buena Noticia

Son casi cuatro capítulos. Observemos las personas que aparecen: ¿Quiénes son? ¿Qué hacen? ¿Qué dicen? Observemos también las escenas que se desarrollan, una tras otra. Leyendo con atención, se siente un clima de gran expectativa, de júbilo, de fiesta. Es gente que reza (1,8-10; 2,37); es el ángel de Dios dando buenas noticias (1,11-14; 1,28-31); es gente que visita (1,39-41); es gente manifestando alegría (1,46-

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D a n d o u n a m ir a d a g e n e r a l en e l t e x t o

68; 2,20.28-29.38). Es Juan Bautista convocando al pueblo a la conversión, porque algo muy importante está por suceder (3,1-6).

Es un ir y venir lleno de vida, de esperanza. Es un corre-corre silencioso, consciente y alegre, para acoger, de la mejor manera posible, la llegada del Mesías. Es como cuando nos preparamos para recibir una persona querida en nuestra casa. Es aquella expectativa alegre, limpiando y arreglando la casa. Parece que las personas que encontramos en estos capítulos están gritando de alegría, diciendo: “¡Finalmente ha llegado la salvación para nosotros gracias a la misericordia de Dios!” (ver 1,46-55; 2,27-32).

¿Y quiénes son los que gritan esa buena noticia? Es toda gente pobre y excluida: Zacarías, Isabel, María, José, Simeón, Ana, Juan Bautista, los pastores. Es Dios actuando en la vida de estas personas. El significado de sus nombres nos ayuda a entender mejor la acción de Dios: Zacarías (= Dios se recordó), Isabel (= Dios es plenitud), María (= la amada), Juan (= Dios es misericordioso), Ana (= gracia). Es el plan de Dios revelándose y sucediendo; es un proyecto de misericordia dirigido para todos, de manera especial para los más necesitados, José, padre de crianza de Jesús, aparece, pero no habla. ¿Por qué? ¿Será que su silencio no dice nada? Todos ellos hacen parte de los pobres de Dios, aquél famoso resto justo y fiel de quien ya había hablado el profeta Sofonías (Sof 3,12).

¿Y quién es ese Mesías? Es un niño pobre, nacido pobre, de padres pobres, en un pesebre, en la periferia de la capital, en Belén (2,1-7). Parece que el autor sagrado tiene prisa en decir pronto que ese niño, llamado Jesús, es el Hijo de Dios Altísimo (1,32.35), el Santo (1,35), el Señor y Salvador de la humanidad (2,11), el Mesías(2,26), que tiene una relación toda especial

con el Padre (2,49). Es mucha teología en tan pocos versículos; debía haber motivos para hablar tan pronto de todo eso. De hecho, nadie esperaba que la salvación llegara de este modo. Cada grupo social de la época se había creado una imagen del Mesías. Nadie acertó, ni el mismo Juan Bautista (7,18-19). La Trinidad Santa anuló cualquier previsión. Sorprendió.

Todos estaban maravillados, sorprendidos y hasta asombrados (2,18). Casi no creían en tamaña acción de Dios. Y nosotros tampoco, ¿no es así? ¡Hay que tener mucha humildad y sinceridad para alegrarse delante de tantas maravillas! ¡Ningún orgulloso va a arrodillarse de verdad, delante de Jesús, recién nacido y acostado en un pesebre! Es bueno aprender de María, madre de Jesús. Ella “conservaba y meditaba todo en su corazón” (2,19). Es necesario saber escuchar, contemplar, guardar en lo

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P a r t e I: Có m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

más profundo de nuestro ser la acción misteriosa y salvadora de Dios, pues ella va a mover toda nuestra vida.

Hay más. Lucas inspirado por Dios nos da otra buena noticia: la acción del Mesías va a ser en favor de toda la humanidad, sin exclusión de nadie, pues todos, de una manera o de otra, buscamos y necesitamos de la salvación. Es lo que se quiere decir con la genealogía de Jesús, en que él aparece como hijo de Adán, que es el padre de toda la humanidad (3,38). Parece que estamos escuchando a Lucas decir: “¡Esta salvación es por demás bonita!”. Responde a los anhelos del mundo entero. ¡Pueden creer! ¡Hablo por experiencia propia!

Para ser fiel a la misión, Jesús tiene que superar muchos obstáculos y tentaciones (4,1-13). Los cuarenta días de tentación en el desierto significan que Jesús fue tentado a lo largo de toda su vida. No fue nada fácil su fidelidad a la misión, pero fue fiel.

Hay otros datos importantes en este bloque: II V 1 « m ¡El Espíritu Santo es citado once veces! 1 I f I d J t (1,15.35.41.67; 2,25.26.27; 3,16.22; 4,1).

\ J rM g jr a ¿Es por casualidad? Está claro que no. Él\ \ A w M está presente en todas las escenas, actuando

X M m eficazmente en las personas. Se revela en Juan Bautista, cuando todavía estaba en el

g § seno materno (1,15); toma posesión de la VirgenI I María, que se embaraza y se hace madre de Jesús (1,35); llena

de sabiduría a Isabel (1,41), que proclama a María bienaventurada por haber creído en la voluntad de Dios; profetiza en Zacarías padre

de Juan Bautista (1,67), al anunciar la llegada de la liberación; ilumina a Simeón (2,25- 27), que ve la llegada de la salvación en la fragilidad del niño Jesús; conduce a la profetiza Ana para ver a Jesús en el Templo (2,36). Juan Bautista en el desierto anuncia que el Mesías bautizará con el Espíritu Santo (3,16). ¡Cuánta acción transformadora del Espíritu Santo!

Jesús, al ser bautizado en el río Jordán, recibe la plenitud del Espíritu Santo (3,22); en el desierto, con la protección del Espíritu Santo, él vence las tentaciones, como señal de fidelidad a la misión que el Padre le había entregado (4,1); con la fuerza del Espíritu Santo, inicia oficialmente su misión en Galilea (4,14). Después de eso, el Espíritu Santo no aparecerá más, por estar actuando en la persona de Jesús. El regresará en la segunda parte de la obra de Lucas que es el libro de los Hechos de los Apóstoles, para actuar en los discípulos (as) de Jesús, hasta el final de los tiempos.

Impresiona la apertura y la docilidad de las personas a la acción del Espíritu Santo. Para acoger al Mesías, no es suficiente ser pobre. Es necesario estar abierto a la presencia del Espíritu Santo. Y Juan el Bautista, dice claramente que el Mesías bautizará con el Espíritu Santo y fuego a los que lo estuvieron esperando (3,16). Quiere

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D a n d o u n a m ir a d a g e n e r a l e n e l t e x t o

decir que el Espíritu Santo tomará cuenta de las personas para iluminar, dar fuerzas y ayudar a acoger, de la mejor manera posible, a Jesús, el Mesías.

La valiente predicación de Juan Bautista (3,7-14) ya anuncia cuál será la misión del Mesías: construir una nueva sociedad basada en el compartir, sin explotación y sin opresión. Eso va a exigir cambio de mentalidad, conversión para valer, eso solamente es posible gracias a la acción del Espíritu Santo.

Por lo tanto, estos capítulos dan la buena noticia de la llegada tan esperada del Mesías Salvador, en la persona de Jesús de Nazaret. Él es “El Evangelio”. Indican, en pocas palabras, cuál será su misión, dejando para los bloques siguientes mayores detalles. Las personas que aparecen nos dicen como acoger la Buena Noticia: tener un corazón humilde y despojado, ser solidario con los dolores y los sueños del pueblo pobre; estar abierto a la acción del Espíritu Santo.

Segundo Bloque: Capítulos 4,14 - 9,50

Con Jesús en Galilea

Son más de cinco capítulos que nos conducen por los caminos de Galilea, región norte de Palestina, tierra rica y fértil. Desde el tiempo del profeta Isaías, Galilea era una región despreciada, por la mezcla de razas; era llamada - tierra pagana (Is 8,23-9,31). Los galileos eran acusados de impuros por los fariseos y doctores de la Ley, que se creían “los puros” (Jn 7,52). Los mismos galileos no confiaban en otros galileos: “¿no es éste el hijo de José?” (4,22); y todavía: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” (Jn 1,46). Eso sucede también hoy: por envidia o por sentimientos de inferioridad, no valoramos personas y dones de nuestro lugar. La tierra estaba en las manos de pocos, generalmente oficiales jubilados del ejército romano. Herodes Antipas era quien mandaba y desmandaba, sumiso a las órdenes del Imperio Romano. En Galilea vivía un pueblo sufrido, humillado y explotado. La insatisfacción era grande; muchos hombres se dedicaban al vandalismo o huían a las montañas, armando emboscadas contra los que dominaban y explotaban. La expectativa por tiempos mejores circulaba en medio del pueblo.

Es en esa región que Jesús hace pública su misión (4,14-21). ¿Es casualidad? ¡Claro que no! ¿Y cuál misión? El mismo Jesús explicó citando al profeta Isaías 61,1-2: es misión liberadora y misericordiosa; es vida y libertad para los pobres, los cautivos, los privados de libertad, los ciegos, los oprimidos. Es todo tipo de ceguera, de prisión y opresión que Jesús vino a combatir. La misión está esbozada en el inicio del bloque; el resto va enseñando como Jesús la vivió.

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Antonio
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P a r t e I: Có m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

Palestina en tiempos de Jesús

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Vamos a seguir a Jesús en sus andanzas, como si nosotros también estuviésemos allá. Tendremos que caminar bastante (4,43-44; 6,1; 7,11; 8,1), atravesando campos, aldeas y entrando en pequeños pueblos. Estaremos con frecuencia en Cafarnaúm (4,31; 7,1), un pueblo tal vez de dos mil habitantes, a la orilla del lago. Tendremos que pasar por el puesto fiscal, que controla todo lo que entra y sale del pueblo. Allí veremos continuamente el triste espectáculo de los campesinos teniendo que pagar impuestos altos por la poca mercancía que van llevando. Para controlar la ciudad y obligar a la gente a pagar los impuestos, había un cuartel militar con cien soldados del ejército romano.

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D a n d o u n a m ir a d a g e n e r a l e n e l t e x t o

De vez en cuando tendremos que tomar un barco (5,3; 8,22) para acompañar a Jesús en sus travesías por el lago de Galilea, rico en peces y sujeto a tempestades repentinas por causa de la posición geográfica. A lo largo del camino encontraremos muchas personas, multitudes, a veces yendo o viniendo (5,1.15; 6,17; 8,4). Vamos mirando todo eso, escuchando, con el corazón abierto, y no como los doctores y los fariseos que iban atrás de Jesús para murmurar y tenderle trampas (5,30; 6,11). Interesante observar que Lucas, a diferencia de los otros tres evangelios, limita la acción de Jesús en el territorio de Galilea: Nazaret (4,16); Cafarnaúm (4,31); el lago de Genesaret (5,1); Naím (7,11), otras aldeas y pueblos de Galilea (5,12.17; 8,1). Solamente una vez el autor sagrado recuerda que Jesús fue a un territorio extranjero, el

de los gerasenos (8,26), pero este en la época era considerado parte de Galilea. En 4,44 y 7,17 el autor dice que Jesús en sus andanzas recorría Judea, pero allí es evidente que indica el territorio de Galilea. Para Lucas, la actividad en favor de los paganos solamente empezará después de la Pascua (24,47) y será tarea de los primeros discípulos (Hch 1,8). Lucas va a relatar eso en el segundo libro de su obra, que es los Hechos de los Apóstoles.

Observemos lo que Jesús hace, y lo que dice y lo que enseña. Encontraremos a Jesús haciendo milagros, curando enfermos, expulsando demonios (4,36; 5,17; 6,19; 8,46). ¿Por qué hacía esto? ¿Cuál es el sentido? Poco a poco vamos descubriendo el ser y el actuar de Jesús, sus sueños, sus proyectos, sus prácticas, sus sentimientos y opciones, en fin, su misión. Probablemente, también nos quedaremos sorprendidos y encantados, como el pueblo que vio la curación del paralítico: “Hoy hemos visto cosas raras increíbles” (5,26).

Sentiremos el deseo de glorificar a Dios junto con el pueblo de Naím: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo” (7,16). Quedaremos impresionados al ver tanta gente queriendo tocar a Jesús (6,19). Como el pueblo que lo seguía, y nosotros también nos quedaremos admirados con todo lo que él hacía (9,43). En medio a tanta maravilla, así como los discípulos, también a nosotros nos costará entender la alerta de Jesús sobre los sufrimientos y persecuciones que él encontrará (9,44-45).

Entonces, es bueno leer estos capítulos con las preguntas: ¿Dónde y cuándo se desarrolla la escena? ¿Quién aparece? ¿Cuál es la realidad, el problema que el texto revela? ¿Qué dice y hace Jesús? ¿Cuál es el proyecto de Jesús que aparece? y ¿qué misión asume? ¿Con cuáles actitudes, sentimientos y posturas Jesús lleva adelante su misión? Finalmente, ¿Qué rostro de Jesús, Lucas quiere revelar? ¿Y por qué lo

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presenta así? ¿Qué quería decir a sus destinatarios? ¿Cuáles son las luces y los llamados para nosotros hoy?

Tercer Bloque: Capítulos 9,51 - 19,28.

Con Jesús, en el camino a Jerusalén

Este bloque cuenta el último y decisivo viaje de Jesús a Jerusalén. ¡Contiene diez capítulos! Casi la mitad de todo el Evangelio. Marcos y Mateo le dedican mucho menos. Para Lucas este viaje es importante no tanto por el caminar en sí, sino por lo que significa. De hecho, acompañando el itinerario, con el mapa de Palestina en la mano, se percibe que es un viaje en zigzag, un poco raro desde el punto de vista geográfico. En Lucas 9,52 Jesús está atravesando Samaria. En Le 17,11 está nuevamente en Galilea. En Le 18,35, está en Jericó que queda en Judea, al margen del río Jordán. De Jericó Jesús sube a Jerusalén. Y además de eso, ¡mucha gente! Son multitudes siguiendo a Jesús en ese largo viaje (14,25) lo que es difícil de entender y que sucediera.

Observando bien este bloque, más que hablar del camino recorrido por Jesús para llegar a Jerusalén, quiere mostrar la belleza y la importancia del seguimiento de Jesús, con sus exigencias y renuncias: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de que se lo

llevaran al cielo, emprendió decidido el viaje hacia Jerusalén” (9,51). “Ser elevado al cielo”, en lenguaje bíblico significa pasión, muerte y resurrección. Es el viaje de la fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre, hasta su entrega total (23,46). El viaje a Jerusalén es el camino para la cruz (9,31; 12,50; 13,32-33; 17,25), pero también para la gloria (9,51; 17,22-24; 18,33; 19,15). Y desde Jerusalén la Buena Noticia de Jesús se regará por todo el mundo (Hch 1,8). “Tomar la firme decisión” significa “endurecer el rostro”, es la misma expresión que el profeta Isaías usó al presentar al siervo sufriente (Is 50,7). Jesús es el siervo sufriente y vencedor, no dudó del camino, fue firme y fiel.

A lo largo del bloque el autor sagrado presenta a Jesús diciendo “necesito caminar” (13,33), “el Hijo del Hombre, antes que llegue su día, tiene que padecer mucho y ser rechazado por esta generación” (17,25). Jesús ya había recordado esta necesidad en el bloque anterior (9,22) y lo repetirá en la última cena (22,37) y después de la resurrección (24,7.26.44) ¿Qué quiere decir esto? No es ninguna fatalidad. Es Jesús fiel a la misión que el Padre le había confiado y por esta causa, asume las consecuencias hasta el último respiro. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (23,46).

En el bloque anterior, el autor sagrado presenta a Jesús que revela y realiza la misión recibida del Padre, por medio de sus obras y sus enseñanzas. En éste bloque

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D a n d o u n a m ir a d a g e n e r a l e n e l t e x t o

presenta a Jesús fiel a la misión y formando a sus discípulos para la misión. El autor sagrado quiere transmitir un mensaje importante a los destinatarios: ser discípulos de Jesús es vivir con fidelidad su misma misión. Lucas es un apasionado seguidor de Jesús y, como tal, se siente plenamente realizado (18,28-30). Él quiere pasar esta misma pasión a sus destinatarios. Para él, ser cristiano, seguir a Jesús y abrazar su misión es la misma cosa.

Los capítulos de éste bloque son una verdadera escuela de vida para los que desean ser discípulos y discípulas de Jesús. Imaginémonos también nosotros acompañando a Jesús y a sus discípulos rumbo a Jerusalén. Observemos lo que sucede, nos hacemos preguntas como: ¿Qué exigencias Jesús pide a quienes quieren abrazar y seguir su misión? ¿Con cuales actitudes? ¿Por qué Lucas quiso recordar eso a sus comunidades? ¿Cómo vivir hoy, estas exigencias?

[ Cuarto bloque: Capítulos 19 ,29-24,53 [

Con Jesús en Jerusalén

Son poco más de cinco capítulos que nos conducen por las calles, por las plazas y el Templo de Jerusalén, y sus alrededores, haciéndonos sentir la dura realidad socio política que había en la ciudad. Jerusalén era la capital política de Judea y la capital religiosa de todos los judíos regados por el mundo. En Jerusalén vivían los dueños del poder económico, social, político y religioso. Y fue hacia allá que Jesús se dirigió.

En Galilea, Jesús fue viviendo y revelando el sueño del Padre, que es vida y libertad para todos. Mucha gente saltó de alegría al ver realizarse ese sueño tan bonito. Ahora, en Jerusalén, la situación es otra. Hay una gran oposición al proyecto de Jesús. Ya en Galilea habían aparecido dificultades y conflictos (6,11); pero ahora la oposición es más fuerte. Ya no se puede evitar. Y el mensaje es bien claro: seguir a Jesús significa tomar partido al lado de la vida y contra todo lo que oprime, corrompe y margina. Y eso tras conflictos y persecución.

Jesús no retrocede. Desenmascara y denuncia todas las estructuras de muerte. ¡Ellas van a terminar! (19,41-44). Por tanta osadía, Jesús paga con su propia vida. Muere crucificado, de muerte provocada. Pero no permanece muerto. El derrotado no es Él sino el sistema que produce la muerte. ¡Jesús resucitó y está vivo, para siempre! Por lo tanto, ¡basta de miedos y dudas! (24,37-40). Ahora se debe continuar la misma misión de Jesús, vivida y encarnada, entre pueblos y culturas diferentes. Ella tiene futuro. ¡Dios lo garantiza! (24,44-53).

Al meditar estos capítulos, es bueno hacernos estas preguntas: ¿quién quiso bloquear el proyecto de Jesús? ¿Por qué? ¿Qué métodos usaron? ¿Seguir a Jesús trae conflictos también hoy? ¿De dónde vienen esos conflictos? ¿Por qué? ¿Cómo

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P a r t e I: C ó m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

trabajarlos? ¿Cómo posicionarse? ¿Con cuáles actitudes? ¿Qué luces y fuerza Jesús nos ofrece al respecto?

Una Introducción: 1,1-4

Al inicio de todo, Lucas incluyó una pequeña introducción (1,1-4) que revela importantes informaciones al respeto. Acerca:

— de los objetivos: verificar y confirmar la solidez de la fe de los destinatarios;— de los destinatarios: Teófilo es un nombre de origen griego, que significa

amigo de Dios. Aquí es nombre simbólico. Representa a los cristianos venidos del paganismo, a las comunidades cristianas con sus liderazgos, cuya situación Lucas conocía muy bien. Ellos tenían una serie de dudas sobre Jesús. Pedían aclaración. El Evangelio fue escrito para atender a ese pedido.

— del tema: la vida de Jesús de Nazaret, el Señor;— del método usado: un estudio cuidadoso, basado en investigaciones. Eso

revela que el redactor era una persona estudiada. El autor debía tener suficientes recursos, pues en la época, viajar y estudiar costaba mucho. Esa manera de investigar era típica de los historiadores del mundo greco-romano;

— de las fuentes consultadas: varias tradiciones orales y escritas existentes al respecto de la persona y de la vida de Jesús.

Es bueno recordar que el autor del Evangelio según Lucas escribió otro texto que está en la Biblia; es el libro de Hechos de los Apóstoles, que inicia así: “En mi primer libro...”. El primer libro (o primera parte de una obra sola) contiene la “práctica de Jesús” (Evangelio) y el segundo libro contiene la “práctica de las primeras comunidades cristianas” (Hechos), para decir que no puede haber separación entre estas dos prácticas. La práctica de Jesús debe iluminar la práctica de la Iglesia de todos los tiempos.

La primera parte de la obra de Lucas terminaba en 24,49 y allí empezaba la segunda parte, que es el libro actual de los Hechos (a partir de Hch 1, 6). De hecho, si después de Le 24,49, leemos enseguida Hch 1,6, nos damos cuenta de la conexión y continuidad. Por lo tanto, Lucas y Hechos son dos partes de una misma obra. Las dos partes fueron separadas cuando, al final del segundo siglo después de Cristo, fueron organizados los libros de la Biblia. Juntaron el Evangelio de Lucas a los otros tres y pusieron el libro de Hechos de los Apóstoles después de los Evangelios. Al separarlos, para evitar una ruptura brusca, agregaron Le 24,50-53 y Hch 1,1-5. En la realidad, ellos no pueden ser separados. Para entender bien la primera parte de la obra del autor sagrado (Evangelio de Lucas) es importante leer también la segunda parte (Hechos).

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4. Deteniéndonos en los detalles y en las insistencias

Después de dar una mirada general en el texto, vamos ahora observar los detalles. ¿Hay insistencias? ¿Hay palabras, situaciones y mensajes repetidos? Es ahí donde late el corazón del texto. Es allí donde está el mensaje importante del texto sagrado. Es como cuando recibimos una carta de una persona amiga. Es muy probable que la carta repita ciertas recomendaciones o sentimientos. Es importante observar eso porque enseña dónde está el corazón de la carta, y cuál es el mensaje que ella quiere transmitir.

Leyendo con atención el texto de Lucas, podemos constatar algunas palabras claves, significativas. Vamos a ver.

La palabra “ciudad” aparece 40 veces (en Mateo, 26 veces; en Marcos, 8 veces). Es por las ciudades donde Jesús camina mucho: “También a las demás ciudades

tengo que llevarles la Buena Noticia del reino de Dios...” (4,43). Y fue para las ciudades que Jesús envió a sus 72 discípulos (10,1). Personas de todas las ciudades iban hasta Jesús (8,4). De acuerdo a Le 5,12, Jesús cura a un leproso dentro de una ciudad; hecho raro, porque los leprosos no podían entrar en las ciudades (Lv 13,45^46). En Mateo 8,1-4 el mismo hecho sucedió cuando Jesús bajaba de la montaña, fuera de la ciudad. Es en la ciudad que viven los dueños del poder opresor (2,1-2; 3,1-2). Fue para la ciudad de Jerusalén, que Jesús tomó la firme decisión de ir (9,51); y es esa ciudad que mata a los profetas (13,34) y al mayor de los profetas, Jesús de Nazaret (23,1-5).

Nada en los Evangelios fue escrito por casualidad; todo tenía un motivo. Si Lucas presenta a Jesús de un modo, haciendo ciertas adaptaciones, diferentes, por ejemplo, de las de Marcos, no fue por desentendimiento entre los dos. Tenía que ver con la situación de los destinatarios, que no eran los mismos. Lucas quiere hacer llegar, de la manera más clara posible, la Buena Noticia de Jesús a la situación concreta de sus destinatarios. Y eso es una manera muy bonita de ser fiel al texto y a los destinatarios. Podemos entonces preguntar: ¿Por qué Lucas insiste tanto en la ciudad? ¿Qué hay por detrás de eso?

En Lucas aparecen fuertes contrastes sociales entre pobres y ricos, poderosos y débiles, privilegiados y marginados. Es bueno comprobarlo. Por ejemplo:

— en el cántico de la Virgen María (1,51-53);— en la predicación de Juan el Bautista (3,10-14, muy diferente a la de Mateo 3,1-12);— en las bienaventuranzas (6,20-26; observar las diferencias con Mateo 5,1-12);

CIUDAD

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P a r t e I: C óm o s e p r e s e n t a e l T e x t o

— en la historia del pobre Lázaro y del rico avaro y derrochador (16,19-21);— en el relato de la ambición del rico hacendado (12,16-20);— en la historia de Zaqueo (19,1-9);— en la ofrenda de la viuda pobre, en contraste con las ofrendas de los ricos

(21,1-14);

También aquí es importante preguntarse: ¿Por qué Lucas insiste tanto en enfocar esa dura realidad? ¿Es por casualidad? ¿Qué hay por detrás de esto? ¿Qué mensaje quería dar?

Alrededor de Jesús, aparece mucha gente. En Lucas la palabra “multitud/multitudes” es usada 39 veces; (en Mateo 33; en Marcos 31 veces). La palabra “pueblo” aparece 46

veces; (en Mateo 32; en Marcos, 13 veces). Es mucha gente, pero mucha gente de verdad, apretando a Jesús (14,42; 5,1.3.15.19.29; 8,42). De acuerdo a Lucas 6,17-19, Jesús pronunció las bienaventuranzas rodeado de numerosas multitudes, que venían de toda Palestina y hasta de las ciudades vecinas (mientras que en el texto paralelo de Mateo 5, 1-12 no aparece tanta gente así).

Nuevamente la pregunta: ¿Por qué Lucas hace hincapié en subrayar tanta gente alrededor de Jesús? ¿Quiénes eran esas multitudes? ¿Cuál era la condición social de ellas? ¿Qué querían de Jesús? Es bueno verificar directamente en los textos.

Lucas habla mucho de hambre, comida, pan, banquete. Se siente el olor de los alimentos a toda hora:4,2-3.25; 6,21.25; 9,12-17; 12,42; 14,1.12-15;

15,14.17.23; 16,19-21; 21,11; 24,30.41-43. Mientras que hay hambre para la mayoría, una minoría vive banqueteando, desperdiciando, dentro de los palacios cerrados:12,16-19; 16,19.

¿Por qué Lucas habla tanto en esto? ¿Por casualidad? ¿O tal vez porque tenía situación parecida en el tiempo y en su región?

En Lucas, las mujeres ocupan un lugar destacado. Ya en el primer bloque, María, Isabel y la profetiza Ana dinamizan las escenas en que aparecen. Son

protagonistas. Ellas no están allí como simples adornos, para que los hombres las miren, usen y abusen. Actúan de manera consciente y determinante.

María, por ejemplo, es saludada por Isabel (1,42) con palabras sacadas de los saludos que se daban a las mujeres valientes y luchadoras del Antiguo Testamento, como Jael (Jue 5,24) y Judit (Jdt 14,7; 15,9). Allí ya da para entender como las

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— en la historia del pobre Lázaro y del rico avaro y derrochador (16,19-21);— en el relato de la ambición del rico hacendado (12,16-20);— en la historia de Zaqueo (19,1-9);— en la ofrenda de la viuda pobre, en contraste con las ofrendas de los ricos

(21,1-14);

También aquí es importante preguntarse: ¿Por qué Lucas insiste tanto en enfocar esa dura realidad? ¿Es por casualidad? ¿Qué hay por detrás de esto? ¿Qué mensaje quería dar?

Alrededor de Jesús, aparece mucha gente. En Lucas la palabra “multitud/multitudes” es usada 39 veces; (en Mateo 33; en Marcos 31 veces). La palabra “pueblo” aparece 46

veces; (en Mateo 32; en Marcos, 13 veces). Es mucha gente, pero mucha gente de verdad, apretando a Jesús (14,42; 5,1.3.15.19.29; 8,42). De acuerdo a Lucas 6,17-19, Jesús pronunció las bienaventuranzas rodeado de numerosas multitudes, que venían de toda Palestina y hasta de las ciudades vecinas (mientras que en el texto paralelo de Mateo 5, 1-12 no aparece tanta gente así).

Nuevamente la pregunta: ¿Por qué Lucas hace hincapié en subrayar tanta gente alrededor de Jesús? ¿Quiénes eran esas multitudes? ¿Cuál era la condición social de ellas? ¿Qué querían de Jesús? Es bueno verificar directamente en los textos.

Lucas habla mucho de hambre, comida, pan, banquete. Se siente el olor de los alimentos a toda hora:4,2-3.25; 6,21.25; 9,12-17; 12,42; 14,1.12-15;

15,14.17.23; 16,19-21; 21,11; 24,30.41-43. Mientras que hay hambre para la mayoría, una minoría vive banqueteando, desperdiciando, dentro de los palacios cerrados:12,16-19; 16,19.

¿Por qué Lucas habla tanto en esto? ¿Por casualidad? ¿O tal vez porque tenía situación parecida en el tiempo y en su región?

En Lucas, las mujeres ocupan un lugar destacado. Ya en el primer bloque, María, Isabel y la profetiza Ana dinamizan las escenas en que aparecen. Son

protagonistas. Ellas no están allí como simples adornos, para que los hombres las miren, usen y abusen. Actúan de manera consciente y determinante.

María, por ejemplo, es saludada por Isabel (1,42) con palabras sacadas de los saludos que se daban a las mujeres valientes y luchadoras del Antiguo Testamento, como Jael (Jue 5,24) y Judit (Jdt 14,7; 15,9). Allí ya da para entender como las

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comunidades de Lucas veneraban a María. Hay mujeres que siguen a Jesús, a ejemplo de los apóstoles (8,1-3; 23, 49). Entre ellas: María de Magdala, por eso llamada Magdalena, mujer “sospechosa”, ya víctima de las fuerzas del mal; Juana, esposa de un ciudadano importante; Susana y otras que, por el hecho de poseer cierta libertad y autonomía económica, posiblemente eran viudas.

Jesús dió atención especial a las mujeres sufridas y enfermas: la suegra de Pedro (4,38-39); la viuda de Naím (7,11-17); la mujer que sufría de hemorragia y, por lo tanto considerada impura (8,43-48); la mujer enferma desde hacía dieciocho años (13,11-13). Jesús tenía algunas amigas, como las hermanas Marta y María, en cuya casa le gustaba parar y descansar (10,38-42). Mujeres que proclamaban públicamente su admiración por Jesús, contrariando las normas y las costumbres de la época (11,27-28). ¿Y qué decir del gesto muy afectuoso de la mujer conocida en la ciudad como pecadora, al besar efusivamente los pies de Jesús y ungirlo con un precioso perfume? (7,35-50). Es evidente la presencia de las mujeres durante la dura pasión de Jesús (23,27-28.49.55-56). Los primeros testigos de su resurrección, fueron las mujeres que lo habían seguido desde Galilea (24,9-10).

De nuevo, la pregunta: ¿Por qué Lucas da tanta importancia a las mujeres? ¿Es por casualidad?

Jesús, en Lucas, aparece orando solo, varias veces: 3,21; 4,1.42; 5,16; 6,12; 9,18.28; 11,1; 22,41-43; 23,34.46. Jesús encontraba tiempo para orar en medio de una

actividad muy intensa y en los momentos más críticos y decisivos de su vida. Invitaba a las personas a rezar siempre, sin nunca desistir (18,1), sobre todo en los momentos difíciles (22,40.46). Al mismo tiempo, condenaba todo tipo de oración hipócrita, orgullosa y vacía (18,9-14).

Nos preguntamos nuevamente: ¿Por qué Lucas quiere resaltar ese aspecto de la vida de Jesús? ¿Será pura casualidad?

En Lucas aparece varias veces la palabra “hoy”: 2,11; 4,21; 5,26; 13,33; 19,5.9.43; 23,43. ¿Qué hay detrás de esta palabra? ¿Es sólo una cuestión de fecha

o algo más? ¿Será que Lucas, inspirado en las palabras de Jesús, no quería cuestionar cierto tipo de espera vacía del fin del mundo, tan frecuente en su tiempo? ¿No será que quería insistir que la salvación se da hoy, aquí y ahora? (19,9).

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HOY !

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P a r t e I: C ó m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

En el Evangelio escrito por Lucas, se respira un clima de mucho júbilo: 1,14.44.47; 2, 10.28.38; 6,20-23; 10,17-21;11,27; 13,17; 14,15; 15,6-10.20-24.32; 19,6.37; 24,41.52.

¡Es impresionante! Lucas derrocha alegría a toda hora. Se siente feliz. ¿Qué alegría es esta? ¿De dónde viene? Realmente, con Jesús, está sucediendo la alegría de los tiempos mesiánicos (10,23). Compare con Is 52,7-10. Vea también Le 7,22-23 y compare con Is 35,5-6 y 42,7). El seguimiento a ese Jesús de Nazaret lo llena de alegría.

Una vez más la pregunta: ¿Por qué Lucas insiste tanto en la alegría? ¿No será que quería transmitir algún mensaje a las personas y comunidades de su tiempo?

Se percibe en Lucas, un Jesús lleno de ternura solidaria para con:

— los pecadores: 5,29-32; 7,34.37-39;15,1.7.10; 18,13; 19,7.

— los samaritanos: 9,52-56; 10,33; 17,6.— los paganos: 7,1-10; 10,13-14.— los pobres: 6,20; 19,19-28; 21,1-4.— los necesitados: 6,21.— los enfermos: 6,18-19.

¿Por qué Lucas hace hincapié en recordar tanto eso? Sin embargo, las palabras “misericordia/misericordioso/compasión/compadecer” aparecen, en total, 14 veces. Ya “salvación/salvar/salvador”, muy unidas a la misericordia, aparecen 25 veces; y la palabra “gracia”, cerca de diez veces. ¿Son solamente repeticiones?

Otras palabras claves en Lucas son “camino/caminar/andar”. Aparecen cerca de 75 veces, incluyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles,

también de Lucas. Luego al inicio, Juan Bautista es visto como aquél que prepara el camino del Señor (3,4). Y es en el camino que Jesús va formando sus discípulos (9,57; 10,38; 17,11). Lucas informa que las primeras comunidades eran llamadas de “Seguidores del Camino” (Hch 9,2; 19,23).

¿Qué es lo que quería decir Lucas con eso a sus destinatarios?

CAMINAR

MISERICORDIA |. . . ............. ... .. . . . . . . .. , .... ............¿

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D e t e n ié n d o n o s e n l o s d e t a l l e s y e n l a s in s is t e n c ia s

A lo largo de todo el Evangelio según Lucas, se siente un fuerte llamado a la conversión. A veces, se usan otras palabras, como “arrepentimiento”, “arrepentirse”, “perdón”, pero el sentido es el mismo. Más de 20 veces

encontramos esas palabras, desde la predicación de Juan, el Bautista (3,3), hasta la actividad de Jesús (5,31-32; 13,3-5). Los discípulos son enviados para proclamar las buenas noticias de Jesús y del Reino, llamando a todos para la conversión y el perdón de los pecados (10,8-12; 24,47). Con los que no se abrían al llamado de la conversión, Jesús siempre fue muy duro (10,13-16; 13,3.5).

¿Por qué Lucas habla tanto de la importancia de la conversión y de la alegría que ella produce?

Está claro que esos detalles típicos de Lucas tienen que ver con la realidad de su tiempo y con la situación de las comunidades, para las cuales escribió la memoria de Jesús. Lucas no era un ingenuo; él revela una conciencia crítica muy lúcida sobre la realidad de la época y, al mismo tiempo, manifiesta una gran fidelidad al Evangelio y a la persona de Jesús. Su gran deseo era ser, él mismo, un discípulo fiel de Jesús y ayudar también a las comunidades en el mismo camino, pero dentro de los desafíos de la realidad, y no fuera de ella.

¿Cuál era entonces la realidad de su tiempo? Por las constataciones vistas anteriormente se puede percibir. Veamos ahora algunos aspectos, que serán vistos con mayor atención en la segunda parte.

a) La realidad sociopolítica que aparece es urbana, no rural. Los destinatarios del Evangelio de Lucas vivían en las grandes ciudades expandidas por el Imperio Romano, fundadas en su mayoría, por griegos. Estamos, por lo tanto, fuera de la Palestina. Los griegos eran expertos navegadores y grandes comerciantes. Para favorecer la venta y el intercambio de mercancías, fueron fundando ciudades en las grandes rutas de comunicación terrestre y marítima, sobre todo a partir de la época del joven y poderoso emperador griego Alejandro Magno (siglo IV antes de Cristo). Los romanos adoptaron plenamente esta estrategia. Fue un cambio muy grande: pasaron de una economía rural de subsistencia a una economía de mercado. Las ciudades se fueron transformando cada vez más en grandes centros comerciales, donde vivía la gente de razas, pueblos, culturas y religiones diferentes. En estas ciudades, se hablaban varios idiomas, especialmente el griego, latín, pero también el hebreo, el arameo, el sirio, el egipcio y otros. Los que vivían en las ciudades cargaban un sueño común: vivir una vida mejor, aprovechándose de las riquezas que circulaban. Sueños que para la mayoría de los habitantes, esclavos y pobres, eran solamente una pesadilla.

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P a r t e I: C ó m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

b) Los contrastes sociales eran alarmantes: esclavos (la mayoría) y personas libres (minoría), ricos y pobres, hombres dominando y mujeres agredidas; había varias religiones, desde la oficial del Imperio Romano, exigiendo culto idolátrico al emperador romano y a la ciudad de Roma, hasta a las más variadas divinidades esparcidas entre los pueblos del imperio.

c) Los miembros de las comunidades, para las cuales Lucas escribió el Evangelio de Jesús venían de varias experiencias, que repercutían en la vida interna de las comunidades. Algunos venían del judaismo, hijos de emigrantes judíos, que habían salido de Palestina por sobrevivencia o para escapar de alguna persecución. Eran judíos más tolerantes que los del judaismo cerrado de Palestina. Pero la gran mayoría venían del mundo greco-romano.

d) A causa de todas esas diferencias, la convivencia en las comunidades nunca fue fácil. Habían conflictos con el judaismo que se creía el único y legítimo depositario de las promesas divinas; había conflicto con el mundo greco-romano, marcado por las fuertes desigualdades. El conflicto con el mundo judaico fue creciendo, creciendo, hasta ocurrir una división muy fuerte al final del primer siglo. Los cristianos fueron expulsados definitivamente de las sinagogas y, como reacción, comenzaron a llamar a los judíos de “hijos de las tinieblas”. En las comunidades del Evangelio de Mateo y de Juan, la división fue peor todavía (Mt 10,17; Jn 1,5; 3,19; 7,47-52; 9,22). Hasta hoy cargamos las tristes consecuencias de esas divisiones. Había conflictos también entre culturas y pueblos diferentes. No era nada fácil juntar gente de orígenes tan variados. Sólo el cristianismo mismo consiguió realizar ese milagro en la medida que se fue librando de las leyes y normas y priorizando el seguimiento a Jesús. La presencia extraordinaria del apóstol Pablo fue decisiva en este proceso de integración entre los pueblos. El nuevo pueblo de Dios fue naciendo de tantos restos de pueblos.

Había también conflictos sociales y económicos: Unos miembros de las comunidades eran ricos, pero la gran mayoría era pobre y esclavo. ¿Cómo superar tanta desigualdad? Las insistencias de Lucas sobre casa, mesa y compartir tienen que ver con todas esas realidades e indican preciosas pistas de vivencia, sacada de la práctica de Jesús.

Lucas fue realmente un genio, un místico, un fiel seguidor de Jesús. Él no huyó de los desafíos; por el contrario, veía todo a la luz de la gran novedad, que era Jesús de Nazaret. Pero, ¿cómo él consiguió esa ardua tarea? A final, ¿él conoció o no conoció a Jesús?

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D a n d o u n a m ir a d a g e n e r a l e n e l t e x t o

5. Comparando Lucas, Mateo y MarcosLucas da a entender (1,1-3), que él no conoció a

Jesús. Él consiguió muchas informaciones sobre Jesús al participar activamente en la vida de las comunidades.Cuando decidió escribir algo de la memoria de Jesús, intensificó las investigaciones. Oyó testimonios, declaraciones y tuvo acceso a las tradiciones orales y escritas difundidas por las comunidades. Estudió, investigó, verificó, escogió, en fin, escribió el Evangelio de Jesús, para responder a los desafíos de los destinatarios.

Agradecemos a Lucas por esa preciosa colaboración.Pero, si él no conoció a Jesús, ¿cuáles fueron las fuentes de investigación que más utilizó? Vamos a ver.

a) Marcos es el texto más antiguo; sirvió de fuente para Mateo y Lucas

Comparando Lucas con Marcos y Mateo, podemos notar lo siguiente:

a. El Evangelio de Marcos está compuesto por 680 versículos, de esos, 424 (casi dos tercios) los encontramos en el Evangelio de Lucas.

b. En Mateo, encontramos 600 versículos de Marcos. Quiere decir, Mateo tomó casi todo el texto de Marcos.

Conclusión: Marcos fue el primer Evangelio que se escribió y sirvió de texto-base para Mateo y Lucas. Observando bien, Lucas tomó de Marcos, sobre todo lo que se refiere al ministerio de Jesús en Galilea (comparar Me 1,21-3,6 con Le 4,31-6,11; Le 8,4-9,50 con Me 4,1-25) y en Jerusalén (comparar Me 11,1-13,37 con Le 19,29-21,38).

¿Por qué Lucas no copió, al pie de la letra, todo el texto de Marcos? Aquí es bueno usar un poco de imaginación, pero que tenga fundamento en la realidad. Podemos imaginar lo siguiente: Lucas vivía en medio de comunidades cuyos problemas y desafíos conocía bien. Él tenía el texto de Marcos a la mano e iba leyendo, meditando, pero siempre pensando mucho en la situación de sus destinatarios. Seguramente conversaba sobre el asunto con otras personas, pidiendo sugerencias. Nos parece ver a Lucas dialogando con Marcos, más o menos así: “Marcos lo que ustedes escribieron acerca de Jesús es magnífico y es importante también para nosotros. Pero, vamos a poner una buena parte del texto de ustedes en el nuestro. Pero, ciertas preocupaciones de ustedes - como toda aquella cuestión de ritos y costumbres de los judíos (ver Me7,1-13) - no interesa mucho en nuestro caso. Nuestras situaciones son diferentes.

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P a r t e I: Có m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

Inclusive, aquí estamos enfrentando problemas que necesitan ser vistos a la luz de algún otro hecho o dicho de Jesús. Pero, repito, felicitaciones a ustedes por lo que escribieron. ¡Muchas, muchas gracias!”.

Entonces, más que copiar tal cual, Lucas estaba interesado en responder, con la vida y la práctica de Jesús, a los desafíos por los cuales sus destinatarios estaban pasando. Y todo por amor y fidelidad a la persona de Jesús. En este sentido, tomó de Marcos lo que podía ayudar más y mejor. Y esa es una manera muy bonita de ser fiel al texto y a la vida. Hoy se habla tanto de inculturación de la fe... El trabajo de los cuatro evangelistas nos ofrece un ejemplo precioso.

b) Lucas y Mateo utilizaron también otra fuente común

Además de usar el texto de Marcos, Lucas investigó otras fuentes (1,1.3) ¿Cuáles? Vamos a ver. Comparando Lucas y Mateo, observamos que hay algo en común. Cerca de 235 versículos. Esos versículos indican sobretodo, dichos y discursos de Jesús (por ejemplo: Le 4,2-13 y Mt 4,2-11; Le 6,20-49 y Mt 5,1 -7,27; Le 11,37-52 y Mt 23,2-36). Por lo tanto, aunque Lucas y Mateo no se hayan conocido, utilizaron una fuente común sobre la vida y los dichos de Jesús. ¿Cuál sería esta fuente? Estudiosos bíblicos la descubrieron, gracias a las investigaciones de los últimos cuarenta años. Es una colección de dichos y palabras de Jesús que fueron reunidos y escritos por los años 50 (cerca de 20 años después de la resurrección de Jesús), en la Palestina, por catequistas-misioneros. Ellos eran campesinos pobres que buscaban vivir la fidelidad radical al Evangelio de Jesús. Más adelante, en la Parte II, iremos a conocerlos mejor.

Pero hay diferencias entre Lucas y Mateo. Por ejemplo, Lucas omite la prohibición que encontramos en Mateo: “No se dirijan a países de paganos” (Mt 10,5); habla bien de los samaritanos (Le 10,33-37; 17,18-19), al contrario de Mateo (Mt 10,5), elogia al centurión romano (Le 7,4-5.9) más que Mateo (Mt 8,5-13). Lucas afirma que los paganos precederán a los israelitas en el Reino de Dios (Le 13,29-30). Evita hablar de la Ley Judaica, para no crear confusión en la cabeza de sus destinatarios (Le 6,27-36), mientras que Mateo la cita continuamente (Mt 5,21-48). Todo eso porque la mayoría de los destinatarios de Lucas era de origen pagano, venía de otras realidades.

c) Lucas utilizó una fuente propia

En el Evangelio escrito por Lucas, hay aún cerca de 500 versículos que no fueron sacados de las dos fuentes citadas anteriormente. Ellos están localizados, sobretodo, en el primer y tercer bloques. ¿De dónde Lucas tomó eso? De las tradiciones que circulaban en las primeras comunidades, sobretodo en Antioquía de Siria o en Éfeso, grandes ciudades, donde probablemente Lucas vivió.

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Co m p a r a n d o L u c a s , M a t e o y M a r c o s

Realmente Lucas ha hecho un “cuidadoso estudio” (1,3), investigando las varias tradiciones existentes al respecto de Jesús. No copió, al pie de la letra. Tomó las tradiciones y las trabajó, teniendo a la vista los mensajes que pretendía pasar a sus destinatarios. Por ejemplo, mientras Marcos y Mateo ubican las palabras de Jesús sobre el ejercicio del poder, a lo largo del viaje a Jerusalén (Me 10,35-45; Mt 20,20-27), Lucas prefirió ubicarlas en la última cena, exactamente después de la institución de la Eucaristía (22,24-27). ¿Será por casualidad? Seguramente él quería recordar a sus destinatarios que no hay verdadera Eucaristía sin la práctica del poder-servicio, en favor de la vida de los excluidos.

6. Sacando algunas conclusionesVamos a dar una mirada general al texto. Observamos los detalles preciosos.

Hicimos constataciones importantes. Vimos las fuentes que Lucas utilizó. Recogimos muchas informaciones. ¿Podemos ahora sacar algunas conclusiones sobre el autor, los destinatarios, los objetivos, la fecha y el lugar de la redacción? Sí, y con bastante fidelidad. Vamos a ver.

a) Sobre e l autor

Nunca se menciona, en el Evangelio, el nombre de Lucas. Sin embargo, tampoco se menciona nunca a Marcos, Mateo y Juan como autores de los respetivos evangelios. Esos nombres aparecen más tarde, al rededor del año 150 d.C., cuando se trató de definir los libros inspirados. Tradiciones muy antiguas dicen que el autor del tercer Evangelio fue Lucas. En las cartas de Pablo, es recordado tres veces, y con mucho cariño el nombre de Lucas: Col 4,14; 2Tim 4,11; Flm 24.

Pero hay dudas al saber si ese Lucas es el mismo Lucas autor del Evangelio. De hecho, comparando bien las cartas de Pablo y los Hechos de los Apóstoles, cuya autoría es atribuida al mismo Lucas del Evangelio (Hch 1,1), se perciben muchas diferencias que no se explicarían, si Lucas hubiera sido compañero fiel de Pablo. Por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles, Pablo aparece como un misionero dotado de extraordinarios poderes divinos: curaba enfermos, expulsaba demonios, y resucitaba muertos (Hch 14,3.8-10; 16,16-18.25-34; 20,4). Hacía largos discursos, bien elaborados (Hch 17,22-31). En 2 Cor 12,5-10, Pablo se presenta de manera bien diferente: frágil y sin ningún poder milagroso. En otra carta fue aún más claro todavía: “Cuando llegué a ustedes, hermanos, para anunciarles el misterio de Dios no me presenté con gran elocuencia y sabiduría; al contrario decidí no saber de otra cosa que de Jesucristo, y éste crucificado. Débil y temblando de miedo me presenté ante ustedes” (1Cor 2,1-3).

Si Lucas no fue un compañero de misión de Pablo, seguramente fue su gran admirador. Hace de él una referencia fundamental para su caminar. Probablemente

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P a r t e I : Có m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

Lucas después de su conversión, pasó a ser un fiel misionero, visitaba varias comunidades, fundadas, en su mayoría, por el apóstol Pablo. Así pudo saber muchas cosas de su vida y su ministerio.

Lucas no era de Palestina y tampoco conocía bien su geografía. Para él, todo era Judea. Dice que Jesús predicaba en las sinagogas de Judea (4,44), y que su fama se difundía por la Judea entera (7,7), cuando en la realidad eso ocurría en Galilea. Lucas es del mundo greco-romano. Por su capacidad de estudiar, investigar y escribir (1,4), fue sin duda una persona culta. Debía ser también de familia muy rica, para poder tener acceso a tantos estudios.

Percibimos que Lucas es un convertido. Habla mucho del llamado a la conversión. El venía de las religiones paganas del mundo greco-romano. Conoció la religión judía, estudió las Escrituras, le gustó y pasó a ser un prosélito, es decir, adorador de Yahvé, pero sin ser judío. De prosélito, se convirtió al Evangelio de Jesucristo. Su conversión a la persona y al proyecto de Jesús significó también una radical conversión al mundo de los pobres y de los excluidos. Lucas es el caso raro de persona que, siendo de ambiente rico, se convierte al Evangelio y a los pobres. No es por casualidad que solamente en Lucas encontramos el episodio de Zaqueo (19,1-10). Ese hecho lo debe haber impresionado mucho.

b) Sobre los destinatarios

Lucas no dice explícitamente quienes son, pero, como vimos anteriormente, da para percibir muy bien. Eran:

■ Judíos que vivían fuera de Palestina, en otros países (por eso eran llamados de judíos de la “diàspora”, palabra griega que significa “dispersión”).

■ Personas venidas, en gran mayoría, del mundo greco-romano.

■ Personas y comunidades localizadas en grandes ciudades, donde había fuertes contrastes sociales, con una minoría de privilegiados y una mayoría de excluidos y marginados; donde había razas y culturas diferentes, con muchas dificultades y preconceptos recíprocos, dificultando la convivencia. Las mujeres no eran reconocidas en su dignidad. El hambre de pan y de relaciones más justas debería ser muy grande.

■ Personas convertidas, o en proceso de conversión, del paganismo al Evangelio de Jesucristo. De hecho, no hay en Lucas la preocupación de recordar usos y costumbres típicos del mundo de los judíos, como lavar las manos para librarse de cualquier contaminación con el mundo pagano y pecador (Le 11,38 cita Me 7,1-13 y Mt15,1-9). Se percibe en él una simpatía generalizada con los samaritanos, los pecadores, los paganos. En el texto del envío de los discípulos (Le 10,1-11), no encontramos la prohibición de visitar a los paganos o de entrar en las ciudades de los

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S a c a n d o a l g u n a s c o n c l u s io n e s

samaritanos, como está en Mt 10,5-6. Sin embargo, en Le 10,12-16 hay un mayor cariño por las ciudades paganas que por las ciudades judías.

■ Personas con dudas acerca de Jesucristo, de las celebraciones, de la oración, del fin del mundo, del compromiso dentro de las realidades sociales. De hecho al entrar en las comunidades, el cambio era muy grande. El peligro era adaptar la novedad del Evangelio de Jesucristo a los esquemas anteriores.

■ Líderes, sobretodo misioneros y misioneras, perplejos y medio desanimados con el futuro de las comunidades cristianas.De acuerdo, sobretodo, a Le 24,13-35, las comunidades venían enfrentando dificultades, dudas, crisis. Ya habían pasado 50 años de la muerte y resurrección de Jesús y nada se veía de su regreso definitivo. Las comunidades estaban cansadas, perplejas, perdidas. Varias personas no tenían más el fervor de las primeras comunidades (Hch 2,42-47). Se consideraban una minoría insignificante delante de la inmensidad del imperio. Las cosas no avanzaban mucho. Problemas internos amenazaban el caminar. No era nada fácil la convivencia fraterna entre ricos y pobres, hombres y mujeres; cristianos venidos de culturas y religiones diferentes. El futuro era oscuro. Unos, desanimados y perdidos, iban abandonando el camino (24,13-21). La situación era crítica.

c) Sobre los objetivos

Lucas es consciente del momento crítico. Sabe que puede ser un momento muy fecundo y enriquecedor. Enfrenta los desafíos. Siente que las comunidades son llamadas a encarnarse, cada vez más, en la realidad en que viven, pero no pueden, por ningún motivo, perder de vista el sueño hermoso de Jesús. Es un sueño viable, urgente y necesario. Lucas es realista y, al mismo tiempo soñador. Está con los pies en la tierra y se lanza para adelante. Para él, es la persona de Jesús que debe orientar toda la vida del discípulo/a. Por eso actualiza la memoria de Jesús, teniendo presente la realidad de los destinatarios. Su gran deseo al escribir la Buena Noticia, era “verificar la solidez de las enseñanzas recibidas” (1,4). Él quiere quitar dudas, quiere enseñar la belleza del seguimiento de Jesús, para hacer arder nuevamente el corazón de los cristianos, y seguir así la misión (24,32-35). Lucas hace eso, proponiendo y respondiendo las dos cuestiones básicas que atraviesan todo el Evangelio, de punta a punta:

¿Quién es Jesús de Nazaret para nosotros?

■ ¿Qué hacer, concretamente, aquí y ahora, para seguirá ese Jesús de Nazaret?

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P a r t e I: Có m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

Algunos textos, como ya hemos visto al inicio, tratan de responder más la primera pregunta (sobre todo el bloque que va de 4,14 a 9,50). Otros se dirigen más a la segunda pregunta (sobre todo el bloque que va de 9,51 a 19,28). Las dos preguntas son distintas, pero inseparables. Una lleva a la otra. Es bueno estudiar un texto teniendo presente las dos preguntas. En las páginas que siguen vamos a tratar con distinción las dos preguntas para facilitar la comprensión.

Las dos preguntas anteriores (¿quién es Jesús y qué hacer para seguirlo?), valen también para los otros Evangelios. Pero, cada autor sagrado escribió para responder a las situaciones concretas en que se encontraban las comunidades, que eran diferentes. Los autores sagrados, por lo tanto no manipularon la persona y la práctica de Jesús, solamente tomaron de Jesús lo que consideraban más importante para sus destinatarios, haciendo algunas adaptaciones, a fin de aclarar mejor. De allí las diferencias entre los cuatro Evangelios; son diferencias, no contradicciones u oposiciones.

Para entender bien los mensajes, debemos considerar otro aspecto: los Evangelios fueron escritos con criterios y estilos propios, típicos del pueblo de la Biblia. Al escribir hechos ocurridos en el pasado, ellos los actualizaban, de acuerdo a la situación de los destinatarios; para eso usaban adornos y exageraban en los números. Es difícil pensar, por ejemplo, que estuvieron presentes en la multiplicación de los panes cinco mil personas, comiendo abundante, y todavía sobrando doce canastos de comida (¿y por qué doce?). Mateo agrega “sin contar mujeres y niños” (Mt 14,21). Lo que interesa es el mensaje: donde se comparte, todo el mundo come y todavía sobra.

Considerando todo eso, podemos ahora entender las intenciones de Lucas. Veamos algunas:

a. El Evangelio de Jesús es “ Buena Noticia para todos” (Le 2,10). Lucas, al partir de su propia experiencia personal, quiere manifestar la universalidad del mensaje de Jesús. Sí Él es “la Buena Noticia para todos” (Le 2,10); es “La luz para iluminar las naciones” (Le 2,32); por eso él insiste “Todas las personas podrán ver la salvación” (Le 3,6). Lucas supera dificultades, rompe prejuicios y atraviesa fronteras: el Evangelio de Jesús es Buena Noticia para todos. Pero, para Lucas, es necesario tener una actitud fundamental igual para todos: conversión (13,1-9).

b. Opción por los pobres y necesitados. Lucas revela un cariño y una atención especial para con los pobres. Ellos eran la mayoría en las comunidades, una realidad alarmante. Como en el tiempo de Jesús debía tener, en las comunidades de Lucas, pobres caídos a lo largo del camino (10,29-37); pobres que tocaban la puerta, pidiendo pan (11,3); mujeres encorvadas de tanto sufrir (13,11); deudores y

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S a c a n d o a l g u n a s c o n c l u s io n e s

endeudados (16,1-8); pobres tirados a las puertas de los ricos pidiendo las migajas, como el pobre Lázaro (16,19-21); siervos y esclavos en las casas de los poderosos (17,7-10). Impresiona la insistencia de Lucas al presentar a Jesús como salvador y liberador de los pobres: Jesús nació pobre, en un pesebre (2,7); su nacimiento fue visitado y saludado por pastores pobres (2,8-20); Jesús, aun teniendo amigos ricos (8,3): Juana; 19,2-10: Zaqueo; 23,20-53: José de Arimatea), optó radicalmente por los pobres, por los pecadores y por los enfermos (4,19-20; 6,20-26: 15,1).

c. La comunidad es la casa de todos. Frente a tantos sufrimientos y desigualdades, Lucas presenta la comunidad como casa que acoge a todos, especialmente a los más pobres. Es por eso que Lucas cita varias casas en la actividad misionera de Jesús. Fue en la casa de María y José, en Nazaret, que Jesús creció en sabiduría, en estatura y gracia (2,40.52), aprendiendo las “cosas del Padre” (2,49). Jesús hablaba a las multitudes al aire libre, pero desarrollaba con particular dedicación su misión en las casas: en la casa de Pedro donde probablemente se hospedaba (4,38); en la casa de Leví donde se sentó a la mesa con publícanos y pecadores (5,27-29); en la casa del fariseo, donde apareció la mujer pecadora (7,36-37); en la casa de Jairo, donde Jesús resucitó a la hija muerta (8,49-56); en la casa de Marta y María (10,38-42), donde acostumbraba hospedarse y descansar; en la casa del jefe de los fariseos, donde curó a un enfermo (14,1); En la casa de Zaqueo (19,1- 10), celebrando el cambio de vida de Zaqueo, para la alegría de todos; en la casa donde Jesús celebró la última cena (22,7-20); en la casa donde, resucitado, compartió el pan con los dos discípulos de Emaús (24,28-32); la casa donde apareció resucitado a los discípulos (24,36-49). Jesús, al enviar en misión a los doce y a los 72 discípulos, pidió que fueran a llevar la paz a las casas (9,4; 10,5-6). Jesús citaba parábolas, haciendo referencia a la casa, como la casa del Padre misericordioso, que ha hecho una gran fiesta por el hijo que había regresado del camino equivocado (15,11-32).

d. Compartir los bienes. Es en las casas, alrededor de una mesa, donde más acontece el compartir del pan. No es cualquier pan, es el pan compartido. Es en el compartir del pan eucarístico que Jesús resume el sentido de su vida durante la última cena (22,14-20); es también en el compartir del pan eucarístico que Jesús resucitado se revela (24,28-31; 36-46). Frente a tanta necesidad, Lucas insiste sobre el compartir de los bienes como condición indispensable para ser discípulo de Jesús (14,33). El pedido por el pan cotidiano está en el corazón del Padre Nuestro. El compartir del pan debía ser una preocupación de las comunidades de Lucas, por el gran número de pobres y necesitados que había. El autor sagrado desarrollará eso aún más en el segundo libro que escribió, los Hechos de los Apóstoles.

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P a r t e I: C ó m o s e p r e s e n t a e l T e x t o

e. Vivir ia alegría del Evangelio. Como ya hemos visto anteriormente, el Evangelio de Lucas contagia alegría por todos lados (1,23.41.44.58; 2,10; 10,17.20.21; 13,17; 19,6; 24,41.52). No es una alegría superficial, sino algo que brota de lo hondo del

: corazón, fruto de la vivencia.

1. Vivir en unión íntima con el Padre. Junto al clima de alegría está también el clima de oración, que atraviesa todo el Evangelio de Lucas (1,8-22; 2,22-38.49). Jesús siempre aparece rezando en los momentos más decisivos de su misión (2,49; 3,21; 5,16; 6,12; 9,18.29; 10,17-21; 11,1-4.5-13; 22,39-46; 23,34-36).

En la segunda parte de este libro veremos los mensajes de Lucas de manera más detallada.

d) Sobre la fecha y el lugar de la redacción final

Por las informaciones obtenidas anteriormente, la fecha más posible de la redacción final es entre los años 80 y 90, es decir, cincuenta a sesenta años después de la resurrección y ascensión de Jesús. En cuanto al lugar donde fue escrito, es difícil acertar. Debe haber sido en alguna ciudad del Imperio Romano, probablemente en Antioquía de Siria, Éfeso, o Filipo, que en el libro de los Hechos de los Apóstoles el autor demuestra conocer bien.

Viendo todo eso, se percibe muy bien que Lucas - como también Marcos, Mateo y Juan - no estaban interesados en escribir todo cuanto sabían acerca de Jesús. Al escribir tenían dos preocupaciones básicas: fidelidad absoluta a Jesús de Nazaret y a la situación de sus destinatarios. Así, nos enseñan que sólo es posible ser discípulo de Jesús dentro de la realidad en que vivimos. Eso no es manipular, pero, sí hacer de Jesús la orientación definitiva de nuestra vida: Por lo tanto, en el Evangelio según Lucas aparecen dos realidades.

1. La persona y la práctica de Jesús de Nazaret, en su tiempo, allá en Palestina;

2. Qué hacer, concretamente, aquí y ahora, para seguir a ese Jesús deNazaret

Las dos realidades están bien entrelazadas, pero es importante intentar distinguirlas. Comparando Lucas con Marcos y Mateo, vamos a distinguir mejor. De hecho, no existen diferencias entre los tres por causa de las distorsiones acerca de Jesús o por rivalidades, sino por las diferentes realidades de los destinatarios. En las páginas siguientes, iremos a tratar de eso. Tendremos más conocimiento de Jesús a

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S a c a n d o a l g u n a s c o n c l u s io n e s

partir del testimonio de Lucas y de sus comunidades. Es un importante entrenamiento para aprender a ser fieles a Jesús, hoy, dentro de las realidades y de las culturas en que vivimos. Eso es lo que llamamos encarnación e inculturación de la fe.

Con todos esos datos que recogimos, podemos ahora reconstruir y profundizar, con bastante fidelidad y con un poco de imaginación (pero no de fantasía suelta), el contexto y la realidad de los destinatarios; y, a partir de allí, los objetivos y los ricos mensajes.

Lucas parte de los acontecimientos históricos y hace algunas adaptaciones en vista de los destinatarios. A veces, para resumir, él recoge hechos, acontecimientos en tiempos diferentes, como la visita de Jesús a Nazaret de Galilea, contada en Lucas 4,14-30 (parece que allí resume tres visitas a Nazaret. Escribir en la época no era fácil, pocos sabían y no había papel y bolígrafo como hoy; se escribía con dificultades en pieles secas de animales). Lucas es más teólogo que historiador. Parte de los acontecimientos históricos para pasar mensajes importantes.

Por lo tanto, vamos a dar atención especial a los mensajes del texto de Lucas, pues allí está la palabra de Dios. El autor está preocupado con la situación de los destinatarios. Quiere quitar dudas, quiere probar la solidez de la fe en Jesús; ofrece caminos a seguir. Quiere discípulos de Jesús, firmes y convencidos para enfrentar con seguridad los desafíos de su caminar.

Es lo que nosotros también necesitamos hoy. Es difícil caminar con muchas dudas; algunas siempre las tendremos, pero, el hilo conductor, el rumbo a seguir debe estar bien claro y seguro, para enfrentar las duras travesías en la vida. Entonces, vamos a los mensajes sagrados con nuestras dudas y sueños, en actitud de escucha, silenciosa, con humildad y con voluntad de dar un sentido auténtico a la vida, pues ella es irrepetible, solamente vivimos una vez.

A continuación, usaremos un estilo narrativo, en forma de conversación, entre el autor del texto y nosotros los oyentes. Es para facilitar el acceso a los mensajes, pero siempre de acuerdo con los estudios bíblicos más rigurosos y científicos del momento. Todo está sacado del texto sagrado, leído a la luz del contexto histórico en que surgió. Texto y contexto son inseparables. Conociendo mejor la realidad de la época, podremos entender mejor el mensaje de los textos. Los estudiosos llaman a esta manera “método histórico crítico”; es el método más usado actualmente en los estudios bíblicos.

Imaginémonos estar reunidos en un círculo de amigos, interesados por el asunto. Lucas también está presente, conversando y compartiendo con nosotros toda su rica experiencia de testigo y de redactor. ¡Prepárese, pues va a ser una conversación cuestionadora y apasionante!

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Parte II

El Evangelio según San Lucas contado por el autor sagrado

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YO, EL REDACTOR FINAL DEL TEXTO

1. Yo, el redactor final del texto

P or la gracia y la misericordia del Padre Dios (15,3-7), soy un seguidor del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Nací en una familia con otra religión. Soy

un cristiano convertido. Esto lo confieso a voces: siento una gran alegría, por estar en este camino. Aquella buena noticia dada por los ángeles a los pastores (2,10) llegó hasta mí. Siento la misma alegría de los pastores cuando fueron a visitar al recién nacido Jesús (2,20). Es la misma alegría del anciano Simeón, hombre justo y piadoso que, al tomar a Jesús en sus brazos, alababa a Dios por haber enviado al Salvador (2,25-30). Así es, lo digo a gritos con toda sinceridad y gratitud: Jesús de Nazaret, el Cristo, es la mejor Buena Noticia que he recibido en mi vida. ¡Cuánto bien nos hace encontrar a alguien a quien buscábamos y esperábamos durante tanto tiempo! Realmente, Jesús de Nazaret, el Cristo, vino a darle un sentido nuevo y verdadero a mi vida, como también a todos los que querían seguirlo (9,24-25).

Nací en Antioquia de Siria y, más tarde, me transferí para la región de Éfeso y Filipo. Éfeso es una ciudad importante de Asia Menor, famosa por el puerto, por el comercio intenso, por la presencia de varias razas diferentes y por el culto a la diosa Artemisa (Hch 19,35). Filipo es una antigua colonia romana, con un cuartel del ejército romano, localizada en la entrada que une a Grecia y Asia Menor. Vengo de una familia que posee muchos recursos. Nunca tuve, en mi juventud, problemas de dinero. Viajé y estudié bastante. Siempre me gusto estudiar, investigar y escribir (1,1-4), así como lo hacen los historiadores profanos, griegos y romanos.

Fui una persona que siempre andaba buscando algo nuevo, capaz de responder a los anhelos de la vida. Los estudios que estaba realizando alimentaban esta búsqueda. De la religión de mis padres, pasé para la religión judía. Fui atraído por la belleza y la grandeza de Dios Yahvé, revelado en las Sagradas Escrituras. Un Dios sublime y misericordioso, consolador y liberador de los pobres; un Dios tan diferente de las divinidades paganas... Comencé a frecuentar la sinagoga como prosélito, esto quiere decir, como adorador del Dios-Yahvé, pero sin ser judío de nacimiento. Estudié

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P a r t e I I : E l E v a n g e l io d e L u c a s c o n t a d o p o r e l a u t o r sa g r a d o

bastante las Sagradas Escrituras, pues me encantaban y me daban sustento. Me identifiqué, totalmente, con la profesión de fe del profeta Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y me deje seducir; me forzaste y me venciste” (Jr 20,7). Cuando conocí algunos cristianos y conocí más de cerca quien era Jesús de Nazaret y cuál era su mensaje, no dudé: Él era la realización plena de las promesas antiguas y el esperado de las naciones (1,54-55; 2,30-32.28; 3,32; 4,21).

Ingresé en las comunidades cristianas haciéndome discípulo de Jesucristo, relativizando todo lo demás, incluso lazos familiares y materiales (14,26; 18,28-30). Esto no quiere decir que desprecié la vida; por el contrario, comencé a verlo todo a la luz de Jesús, pues él se convirtió en la razón de mi vida, la palabra decisiva (5,11). Mi vida encontró un nuevo sentido, mucho más auténtico y verdadero (9,23-26). Para ser sincero, ya no me entiendo más como persona, sin ser discípulo de Jesús. Trato de vivir la Palabra de Dios proclamada por Jesús, y eso me da una inmensa alegría y paz (11,28).

No tuve la suerte de conocer personalmente a Jesús de Nazaret. Realmente ha de haber sido una felicidad inmensa haber vivido y convivido con El (10,23). Tampoco conocí personalmente a los primeros apóstoles. Soy un cristiano de la segunda para la tercera generación. Conocí algunos de los discípulos de los primeros apóstoles y oí hablar mucho de Pablo, incansable misionero del Evangelio de Jesucristo y fundador de varias comunidades.

Quiero decir desde el inicio, que mi conversión al Evangelio de Jesucristo significó, una conversión radical al mundo de los pobres y de los excluidos (6,20-23). No se puede separar estas dos conversiones (18,22-23). Estoy colaborando al servicio de la liberación de los pobres con todas mis energías y capacidades. Lo hago en el nombre de Jesús, con inmensa alegría. Con la gracia de Dios, busco vivir una vida despojada, pobre y entregada (18,28-30).

2. El mundo en que vivimos

2.1 La realidad sociopolítica y económica

Ya dije que no soy judío y que nunca viví en Palestina. Nací y viví siempre en las regiones del mundo greco-romano. Confieso que fue - y continúa siendo - un gran desafío el seguimiento de Jesús en este mundo en que vivimos. Encuentro importante compartir con ustedes un poco de esta realidad, para que entiendan mejor nuestra manera de seguir a Jesús. De hecho, no es por casualidad que, entre las varias tradiciones escritas sobre Jesús, escogí las que más respondían a nuestra situación concreta (1-3-4).

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E l m u n d o en q u e v iv im o s

La mentalidad dominante, aquí en nuestra región, es la que viene de la cultura griega. Es una mentalidad que justifica, y apoya una sociedad dividida, desigual e injusta, en donde esclavos y pobres únicamente deben obedecer, sin voz ni voto. Situación parecida es la de las mujeres: vivir sumisas a los hombres. Esta mentalidad se infiltró tanto que muchos andan diciendo: “Nada es más injusto que la igualdad”. ¿Ya se imaginan que diferencia entre esa mentalidad y la vida y la práctica de Jesús?

Otro hecho importante en la sociedad en que vivimos es la enorme valoración dada a las ciudades. Todo es visto en función de ellas. Quien vive en el área rural - los campesinos - son llamados “paganos”, como señal de desprecio. Solamente en las ciudades hay escuelas, estadios, teatros, plazas públicas, templos, palacios. Para la mentalidad dominante, lo importante es vivir en la ciudad, haber estudiado, saber hablar bonito, enseñar y mandar. El ideal de los hombres libres de la ciudad es quedarse sin hacer nada, conversando, andando por las calles y plazas, mandando, participando de los ritos religiosos y de las asambleas de la ciudad. El trabajo manual es despreciado y visto como algo indigno. Se valora mucho la belleza del cuerpo (por las calles y plazas hay muchas estatuas de cuerpos desnudos) y el deporte (los famosos juegos olímpicos). Cada pueblo tiene una divinidad especial, una especie de patrono con su templo donde se le ofrecen sacrificios de animales.

El Imperio Romano utiliza muy bien esa mentalidad, imponiendo, como ejemplo, la ley de la esclavitud como algo normal y como sustento para la economía. La conquista de nuevos pueblos y de nuevas tierras se vuelve una necesidad para el imperio, con el objetivo de tener más esclavos e impuestos. Se incentiva el latifundio, para producir alimentos para mantener al ejército y la enorme burocracia imperial. El Imperio Romano posee una organización política y una burocracia muy eficiente. Un sistema avanzado de trasportes terrestres y marítimos que posibilitan las comunicaciones rápidas y seguras. Grandes caminos unen Roma con las varias regiones del imperio. Puertos eficientes permiten una navegación intensa por el mar Mediterráneo. Cientos de Navios transportan mercancías, alimentos, tropas militares y esclavos. El apóstol Pablo supo aprovechar muy bien la eficiencia del imperio, fundando varias comunidades a lo largo de los caminos imperiales o en los puertos principales del Mar Mediterráneo, que los romanos llaman “Mar Nuestro”.

2.2. La vida religiosa del pueblo.

Quiero decir también que el mundo greco-romano, en el cual vivimos, es un mundo muy religioso (Hch 17,22), con varias divinidades, templos, ritos, y sobre todo sacrificios de animales. Es prácticamente imposible comprar carne en las carnicerías, en los mercados, que no haya sido ofrecida, a una de las tantas divinidades. Eso causó

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problemas en nuestras comunidades. De hecho, algunos pensaban que se podían comer esas carnes ofrecidas en sacrificios, en cambio otros, más escrupulosos, pensaban que no, porque eso sería idolatría. Fue muy positiva la respuesta del apóstol Pablo al afirmar que los ídolos no son nada. Por lo tanto, se podía comer, siempre y cuando eso no escandalice a los otros. Él siempre recordaba, es el amor a los hermanos que va a decir lo que hay que hacer en cada situación concreta (1Cor 8,1- 13).

La vida religiosa está organizada de acuerdo con el culto a las varias divinidades. Cada divinidad representa un determinado poder de la naturaleza y controla un sector de la vida humana. Zeus, por ejemplo, es el dios de los truenos. Apolo es el dios conocedor del futuro. Afrodita es la diosa de la belleza y del amor. Dionisio es el dios del placer y de la alegría y, en el imaginario de sus devotos, es visto siempre como alguien que anda medio embriagado. Hay una mezcla de divinidades griegas y romanas. Afrodita, por ejemplo, corresponde a la divinidad romana llamada Venus.

Las personas se sienten totalmente dependientes de las divinidades. Sus seguidores inventaron órdenes, como si fueran dictadas por ellos. El pueblo por lo general, obedece las órdenes, con temor y pavor para conseguir protección, y evitar castigos y plagas. Todas esas divinidades están sometidas al destino. El todopoderoso es el dios destino, que gobierna el mundo. Los romanos dicen: “El dios destino quiso que nosotros, los romanos, gobernásemos el mundo. Quien se opone al destino va contra la voluntad de los dioses y será perseguido y muerto si no se arrepiente”. Cada ciudad tiene su divinidad principal, venerado con grandes festejos. Se organizan juegos en donde hay una gran participación

del pueblo. Los más conocidos son los juegos olímpicos - llamados también de olimpiadas -, porque eran realizadas en los alrededores del monte Olimpo, el monte sagrado, habitado por los dioses.

Además de las muchas divinidades, hay una infinidad de creencias adoptadas por mucha gente. Se practica la magia, la astrología, la interpretación de sueños, el vuelo de los pájaros, los horóscopos. Se observan la entrañas de los animales sacrificados a las divinidades, para descubrir si el futuro va a ser favorable o no.

Todo esto viene a revelar una fuerte búsqueda de protección. Las personas se sienten amenazadas e indefensas delante de las fuerzas de la naturaleza y del poder del destino. Digo esto para ustedes, que ese mundo religioso, hecho de ritos y, sobre todo, de sacrificios de animales, revela un gran vacío. Yo mismo sentí muchas veces

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ese vacío. Las religiones tradicionales satisfacen cada vez menos. Vuelven a las personas dependientes, dominadas por el miedo, esclavas del destino y de poderes ocultos. Al mismo tiempo, los anhelos y la búsqueda de experiencias religiosas nuevas, vienen creciendo cada vez más. En Atenas, entre tantos monumentos sagrados, hay uno con esta inscripción: “Al Dios desconocido” (Hch 17,23).

Aumenta la práctica de religiones y cultos mistéricos. Son llamados así porque í guardan en secreto doctrinas y prácticas, reveladas únicamente a las personas [ iniciadas. Por eso no tenemos muchas informaciones al respecto. Son religiones

importadas de Asia y, principalmente, de Egipto. Consisten en experiencias de comunión, muy emotivas, con la divinidad, hechas por medio de ritos ocultos. Dicen que en esos ritos se pasa de la muerte para la vida y se consigue la salvación, vista como garantía de mayor felicidad en este mundo. Cuentan que, por medio de los ritos, los seres divinos comunican fuerzas especiales capaces de ayudar a los iniciados a defenderse de las desgracias y de las fuerzas negativas del destino. Los participantes de esos ritos crean entre sí lazos de amistad, con fiestas y hasta haciendo olvidar las divisiones sociales.

Aquí en nuestra región, como en otras, hay otra manera de expresar sentimientos religiosos. Se llama gnosticismo, quiere decir, conocimiento especial. Sus seguidores - que son muchos - afirman que la salvación de las personas sólo puede suceder por medio de un conocimiento especial, que viene de la divinidad. Dicen que el mundo en que vivimos es el lugar del mal, de las tinieblas, y nunca podrá ser del bien, de lo bello, de lo espiritual. Por esto lo desprecian.

Consideran el cuerpo como la prisión del alma, y la salvación sucede cuando el alma consigue liberarse del cuerpo. Para el cuerpo, que según ellos, es la parte despreciable de la persona, nunca podrá haber salvación. Por lo tanto, es necesario huir de este mundo, huir del cuerpo. El cuerpo es despreciado y desvalorado. Cada uno, saca sus conclusiones, bien diferentes. Algunos practican la mortificación del cuerpo para librarse cada vez más de este mundo corrupto. Otros hacen lo contrario: practican una vida entregada a los placeres, afirmando que eso no perjudica al alma cuando recibe conocimientos especiales que vienen de la divinidad. Si el cuerpo no tiene futuro, entonces todo es permitido con él. De ahí la justificación del cualquier tipo de placer corporal, de la esclavitud, la explotación, la dominación. El cuerpo es objeto y nada más.

¡Cómo fue diferente la práctica de Jesús! Cómo se preocupaba él por los cuerpos, especialmente por el cuerpo de los que sufrían, de los heridos, de los enfermos, de los marginados y excluidos (6,17-19). Se percibe que todas esas religiones no despiertan anhelos y sueños de cambio. Todo lo contrario, sirven de apoyo para mantener el conformismo y la resignación. Quien sale ganando con todo esto es el Imperio Romano, el todopoderoso dueño del mundo. Es por esta razón que el imperio favorece a todas

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estas religiones, ayudando hasta en la construcción de templos, con una condición: que se queden sólo en los cultos y que no se metan con él.

Hablando del imperio, poco a poco fue surgiendo, especialmente en nuestras regiones, el culto al emperador romano y hasta la misma ciudad de Roma, la capital del imperio. Al inicio del siglo, durante el dominio del emperador Cesar Augusto, los gobernantes de una ciudad griega publicaron un decreto que decía: “Antes del inicio de los juegos en el estadio, los magistrados quemen incienso en honor del emperador. Sea celebrado el culto a Cesar Augusto emperador romano, salvador de la humanidad y padre de la patria”. Quien no hiciera eso podía ser tachado de revoltoso y, como tal, sería duramente perseguido (23,2).

Esa es más o menos la situación sociopolítica y religiosa del mundo en que vivimos. Debo añadir que, cuando comencé a escribir la memoria de Jesús, de modo general el imperio no perseguía a las comunidades cristianas, pero aquí y allá ya comenzaban las amenazas y persecuciones. Daba a entender que era sólo cuestión de tiempo. Antes o después, explotaría el conflicto de forma abierta y frontal.

Es en esa realidad que nosotros, comunidades cristianas, buscamos seguir a Jesús, como nuestro Señor y Salvador. Ustedes ni se imaginan los problemas y desafíos que encontramos, pero es una experiencia muy rica. Somos más fieles, más creativos y más felices (24,52). Quiero ahora contar un poco sobre el caminar de las comunidades en que vivo y que me gusta visitar, como misionero del Evangelio de Jesús, el Cristo.

3. El caminar de nuestras comunidades

El caminar de nuestras comunidades aquí en las regiones de Éfeso, Filipo y Corinto, comenzó hace cerca de treinta y cinco años. Varios misioneros dieron su preciosa colaboración, como Apolo, un judío convertido, natural de Alejandría. Quiero recordar también a un simpático y valiente matrimonio, Aquila y Priscila (Hch 18,24-28). Pero, fue sobretodo el Apóstol Pablo con sus equipos de misioneros quién trajo a nuestra región la Buena Noticia de Jesús, fundando varias comunidades. El sigue siendo recordado en las comunidades, con mucho cariño y gratitud. Pienso más adelante escribir algo sobre su vida y su maravilloso trabajo misionero (Hch 1,1).

Los hermanos que estuvieron presentes desde el comienzo cuentan que el caminar de las comunidades fue bonito, creativo y muy animado. El testimonio y el anuncio de la Buena Noticia de Jesús se convirtieron, de hecho, en una gran alegría para mucha gente, especialmente, para los que buscaban transformaciones en la sociedad (5,15). Desenmascaran, con mayor claridad, la maldad

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del mundo, tan dividido y desigual (6,24-26). Hicieron - y hacen - soñar a mucha gente con un mundo limpio y fraterno, despertando nuevas energías. Fueron principalmente - y continúan siendo - los pobres, los excluidos y los que se convirtieron, los que entendieron mejor la belleza y la radicalidad de la Buena Noticia de Jesús. Jesús recordó esto en una bonita oración: “¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre, ésa ha sido tu elección" (10, 21).

Pero también no faltaron dificultades desde el comienzo, lo cual era de esperar, pues la conversión al Evangelio de Jesús exige un gran cambio. Tan grande que, sin una actitud permanente de conversión, no se puede ser fiel. Por eso encontramos muy importante la invitación de Juan, el Bautista, para un bautismo de conversión (3,3). El propio Jesús, varias veces recordó la urgencia de la conversión, como, por ejemplo, cuando le dice a un grupo de fariseos y doctores de la ley que no sirve de nada querer remendar ropa vieja y rota con tela nueva (5,36).

La invitación de Jesús para un cambio radical de la situación fue y sigue siendo interpretado, por muchos, como anuncio del fin próximo del mundo. Por causa de esto, hubo mucha gente que dejó de trabajar. Confundieron la venida del día del Señor con el fin de mundo, en cuanto que Jesús quería hablar del fin de este mundo perverso (21,27-28). Hubo también confusión, sobre como sería la restauración del mundo. Los propios apóstoles y discípulos de Jesús cayeron en ese engaño. Jesús tuvo que corregir estas equivocaciones (Hch 1,6-7).

En el comienzo, la mayoría de cristianos venia del judaismo. Después, poco a poco los paganos fueron entrando cada vez más (Hch 14,44-48; 18,5-11). Todos lo que entraban para hacer parte del caminar de las comunidades cargaban consigo muchas experiencias religiosas vividas anteriormente y también con prácticas de vida diferentes. Era normal que pasara esto. El peligro era - y sigue siendo hoy - querer adaptar el mensaje y la propuesta de Jesús, el Señor, a los esquemas anteriores.

Por ejemplo, algunos cristianos, venidos del judaismo, querían “judaizar” la propuesta de Jesús. Querían amarrarla a esquemas cerrados, haciendo de este caminar tan bonito una especie de secta judía. Ya Jesús había alertado sobre este peligro cuando hablo clara y firmemente: “El vino nuevo se ha de echar en odres nuevos” (5,38). Pablo también fue muy duro con estos cristianos judaizantes llamándoles “perros” (Fil 3,2), “enemigos de la Cruz de Cristo” (Fil 3,18). Pero debe quedar muy claro: no estoy hablando de todos los judíos. Que al final, los apóstoles y los primeros discípulos eran judíos.

Otros cristianos, que venían de religiones paganas, querían reducir a Jesús a uno de tantos seres celestiales, sin repercusión en nuestra vida. Ya el mismo Jesús alertaba: “¡Cuidado, no se dejen engañar! Porque muchos se presentaran en mi nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora: no vayan tras ellos” (21,8). Pues para Jesús, lo

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que vale es la práctica de la misericordia en favor de los pobres y excluidos (10,37). Pablo también respondió con claridad al afirmar que Jesús es el Señor del universo, de la historia, y no simplemente un ser celestial. Él es el camino seguro para la verdadera paz y libertad (Col 1,13-20).

Viendo que el mundo no se iba a acabar, como algunos pensaban, y que Dios no hacía ninguna intervención especial, como otros esperaban, con el pasar de los años muchos se fueron acomodando y adaptando. Consecuencias: Unos ya no tenían más aqueHa audacia y determinación hasta arriesgar la vida en el seguimiento de Jesús y del Reino (16,16), otros cayeron en una vida rutinaria, repetitiva y fría, sin aquella pasión misionera del inicio (5,5). Problemas y tensiones internas se fueron agravando.

La mayoría de los miembros de nuestras comunidades es pobre, gente excluida; pero también hay gente privilegiada, con muchos recursos. Especialmente estos últimos andaban acomodándose, quedándose más en los ritos y rezos. Varios de ellos buscaban mil y una excusas para no meterse en la lucha por la construcción del Reino (14,16-20). Peor aún, había algunos que, para justificarse ridiculizaban a Jesús (7,34).

Últimamente, en nuestras comunidades, venía ocurriendo una situación aún más grave. Muchos ya no creían en el futuro de nuestro caminar. Decían que ya habían pasado cincuenta años de la resurrección de Jesús y nada de nuevo pasaba. Los poderosos, todos ellos unidos al Imperio Romano, continuaban dominando, usando mentiras bien contadas. Pensaban que cualquier cambio era imposible. Unos venían abandonando nuestro caminar, volvían a su vida anterior, decepcionados y hasta indignados por haber perdido el tiempo inútilmente (24,13.19-21).

Pero, gracias a Dios, muchos continúan firmes, con el mismo fervor y fidelidad de antes. Por eso, en general, la situación no estaba tranquila. El peligro era que esa situación de desánimo, se contagiara más todavía. El momento era crítico; mejor dicho continúa hasta hoy. Es necesario decir alguna palabra que venga aclarar las cosas, desde la práctica y vivencia de Jesús. De hecho, Él es nuestra última y verdadera Palabra. En las celebraciones se suplicaba, casi clamaba: “¡Señor, auméntanos la fe!” (17,5). Queríamos saber más sobre Jesús, pero no un conocimiento aéreo y desligado de la vida, sino capaz de responder a los problemas y desafíos que veníamos enfrentando.

Fui buscado y solicitado por las comunidades, para escribir algo sobre la persona de Jesús, de una manera más articulada y organizada. Me puse a disposición, con placer y dedicación, pues yo también tenía mucho interés en el asunto. Con esto no quiero decir que Jesús sea un desconocido en nuestras comunidades; por el contrario, era conocido, amado y seguido. Lo que hice fue investigar todo lo que se decía y se había escrito ai respecto de Jesús (1,1), para verificar la solidez de todas las enseñanzas recibidas (1,4).

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Entonces, fui juntando textos escritos, tradiciones orales, informaciones recogidas aquí y allá. Hice esto con el mayor cuidado, privilegiando las informaciones recibidas de los que fueron testigos oculares de Jesús y de los misioneros y misioneras del Evangelio de Jesús dignos de toda confianza (1,2). Procuré hacer el trabajo con humildad y gratitud, recordando las preciosas palabras de Jesús: “Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: Somos simples sirvientes, solamente hemos cumplido nuestro deber” (17,10).

Estoy feliz por haber prestado esta colaboración para el caminar de nuestras comunidades; me sirvió a mí personalmente, pues crecí mucho en el conocimiento de Jesús. Siempre aprendemos. Me dió mayor convicción y firmeza en el seguimiento de Jesús. Me siento seguro para enfrentar los desafíos de la vida. Aconsejo a todos a conocer a Jesús más de cerca, como hacían las personas de su tiempo. Ellas se apretaban a su alrededor para escucharlo, para captar la Palabra de Dios con sus mensajes preciosos (5,1).

Durante las investigaciones, al comprobar la solidez de sus enseñanzas recibidas, me quedaba alegre y emocionado. Confieso que, al escribir el texto sagrado, más de una vez yo me detenía para agradecer, haciendo mía la bella oración de Jesús: “¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre, ésa ha sido tu elección” (10,21).

4. Nuestros objetivos al escribir la memoria de Jesús

Al escribir la memoria de Jesús, queríamos afirmar que:

— El fin de este mundo malo e injusto va a llegar, pero nadie sabe ni la hora, ni el día (21,7-8). Y no vale la pena perder el tiempo en esto (Hch 1,7).

— Que los tiempos mesiánicos ya llegaron, con la venida de Jesús (3,21-22). Él es nuestro Señor y Salvador, con él se iniciaron los últimos tiempos.

— Jesús subió al cielo. Por tanto, terminó el tiempo de Jesús que anduvo por los caminos de Palestina haciendo el bien (Hch 10,38). Ahora es el tiempo, de ser nosotros mismos, testigos de Jesucristo, en el mundo en que vivimos, hasta los confines de la tierra (Hch 1,8).

— Seremos testigos de Jesús en la medida en que seamos sus discípulos, practicando lo que Él nos mandó: “Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes” (6,36). Todo eso va a exigir de nosotros una conversión permanente (13,35).

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— Podemos tener la seguridad de que la liberación va a llegar para quien permanece firme y fiel (21,19.28). Es necesario llevar esta Buena Noticia al mayor número posible de personas (24,47).

Organizando todo alrededor de dos preguntas fundamentales:

a) ¿Quién es Jesús para nosotros?b) ¿Qué significa ser seguidores y seguidoras de Jesús aquí en nuestra realidad?

¿Y qué hacer concretamente?

Todo lo que escribimos fue para responder a esas dos preguntas. Son estos los dos grandes objetivos que permean todo el texto. Pueden verificarlo. Al leerlo, aconsejamos tener siempre presente esas dos preguntas. Fue así como quisimos probar la belleza y la solidez de nuestra fe (1,4).

El destinatario es Teófilo (1,3), nombre que significa “amigo de Dios”. Por lo tanto, para nosotros Teófilos son:

— Los que buscan, sinceramente al Dios verdadero, venidos de otras religiones, cargando dudas y dificultades.

— Los que, de una manera u otra poseen privilegios o mayores recursos. Yo quiero decirles a ellos, por mi propia experiencia, que la conversión a Jesús lleva, necesariamente, a la conversión y a los anhelos y clamores de los pobres. Lo aprendí del testimonio de Jesús (18,22) y estoy muy feliz por esto (18,28- 30). Pues esto cambió completamente mi relación con las riquezas (12,15). Es necesario acabar con tantas desigualdades sociales, con las discriminaciones y con la mentalidad que las sustenta.

— Nuestras comunidades, especialmente sus líderes: queremos que sean siempre acogedoras, misioneras, peregrinas y militantes de la misericordia de Dios, nuestro Padre; que vivan encarnadas en la historia y lanzadas hacia adelante con la seguridad de que la liberación llegara (21,28). Queremos librar a nuestras comunidades del acomodamiento, del miedo, para que lleven adelante, con pasión, la memoria y la misión de Jesús (4,14-21).

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L a s I n v e s t ig a c io n e s q u e H ic e

5. No soy el único autor

Quede bien claro: yo no soy el único autor del texto.Es verdad que hice la redacción final, pero ésta es fruto de las investigaciones y de las sugerencias enriquecedoras, venidas de varias personas y comunidades. En ese sentido, puedo decir que fue un trabajo hecho en conjunto. También no escribí sentado dentro de una sala cerrada, lejos de la vida del pueblo y del caminar de las comunidades. Escribí como seguidor de Jesús y como miembro activo de las comunidades.Nunca me aislé. Es claro que yo tenía alegrías, preocupaciones y anhelos que pensé que era bueno incluir dentro del texto. Pero no eran solamente míos sino de mucha gente.

6. Las investigaciones que hice

Como ya dije, en nuestras comunidades ya sabíamos y buscábamos vivir, en grandes líneas, lo que escribí después. Queremos, ahora, verificar la solidez y la veracidad de las enseñanzas recibidas (1,4), organizando todo de una manera más completa y bien articulada (1,3). Como no tuve la suerte de conocer personalmente a Jesús, todo lo que escribí lo tome de fuentes seguras y dignas de la mayor confianza. Sabía de la responsabilidad que me fue confiada, pues estaba en juego nuestro caminar y el sentido de nuestra vida.

Voy a decir, en pocas palabras, las fuentes que más investigue.

■ La primera y la más importante, fueron los textos sobre Jesús escritos diez años atrás por las comunidades que vivían en Roma y sus alrededores. Felizmente, una copia de esos textos llegó a nuestras manos, gracias a que por aquí pasaron misioneros valientes. Fue una bendición. Nos gustó mucho y ahí encontramos la respuesta a muchas preguntas que teníamos. Hubo hasta un debate entre nosotros, en cuanto a asumir o no el texto escrito por las comunidades de Roma, como texto oficial para nuestras comunidades. Al final, decidimos escoger una buena parte. De hecho, ciertos aspectos no nos interesaban mucho, como toda aquella cuestión de puro o impuro (Me 7,1-13). Otra cosa que nos pareció que faltaba, todo aquello que se callaba sobre la naturaleza humana de Jesús (Me 1,34.43-44; 3,11-12; 5,43; 7,36; 8,26;...). Sin duda las comunidades cristianas de Roma deberían de tener sus razones para eso, pero en nuestro caso queríamos decir, rápido y claramente, que Jesús es el Mesías esperado desde hacía mucho tiempo (1,32.43.54.72; 2,11.30.38; 3,22; 4,14-21;...).

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■ Continuando nuestras investigaciones, conocimos algunos textos escritos por misioneros y catequistas de Palestina, especialmente de Galilea. Ellos eran muy pobres, casi todos de origen campesino, miembros activos de pequeñas comunidades y muy dedicados a visitar lugares diferentes para anunciar la Buena Noticia de Jesús. Vivieron en tiempos difíciles, cerca de 40 años atrás. La enemistad y el odio entre judíos nacionalistas, liderados por el movimiento guerrillero de los zelotas, y los romanos había llegado a niveles muy tensos. Cualquier chispa incendiaba ánimos y armaba peleas. Ellos predicaban la paz, mientras corrían ríos de sangre por las tierras de Palestina a causa de la guerra entre judíos y romanos. Anunciaban y vivían el amor a los enemigos, mientras el odio envenenaba el corazón de muchos. Actualizan con valentía las palabras de Jesús: “Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian”(6,27).

Ellos testimoniaban y proclamaban a Jesús, el Hijo del Hombre, que vivió pobre y despojado (9,58), en medio de los excluidos (7,34; 15,1) para dar vista a los ciegos, hacer andar de nuevo a los paralíticos, curar leprosos, dar oído a los sordos, resucitar a los muertos y anuncias la Buena Noticia a los pobres (7,22). Fueron ellos quienes elaboraron la regla de vida de los misioneros, inspirados en las palabras de Jesús, para evitar abusos y desvíos. Nos propusimos escribir esa regla para nuestros misioneros (10,1-16). Encontramos oposición y rechazo (10,10-11). Pero, muchos acogieron su mensaje, dando vida a pequeñas comunidades que se reunían en las casas (10,5-7). Predicaban lo que Jesús había dicho: El, el Hijo del Hombre, es el juez que vendrá a juzgar al final de los tiempos (12,8-9). Vendrá como un relámpago (17,25). Vendrá cuando menos lo esperemos, como el diluvio en tiempos de Noé (17,26-27). Por eso ellos invitaban mucho a vigilar (17,31-37), practicando lo que Jesús mandó (6,46-49).

Estos misioneros se aproximaron mucho a Juan, el Bautista, a Jesús (3,1-20; 7,18- 35). Probablemente, varios de ellos habían sido discípulos de Juan Bautista y después pasaron a seguir a Jesús. Muchos de esos misioneros fueron muertos durante la guerra de los años 66-70, entre los judíos y romanos. Los que sobrevivieron se dispersaron, pero su testimonio y su predicación quedaron. Lo que escribieron, en hojas de cuero de animales, fueron los dichos y los discursos de Jesús. Nosotros los encontramos tan importantes que los incluimos en nuestro texto (6,20-49; 7,18-28.31-35; 9,57-60; 10,1- 16; 11,9-52; 12,2-53; 17,22-37).

■ Investigué otras fuentes, regadas en las comunidades, que guardaban preciosas informaciones sobre la infancia de Jesús; las parábolas, como la del pobre Lázaro y el rico (16,19-31); y hechos sucedidos, cómo la conversión de Zaqueo (19,1- 10) y el regreso para la misión de los dos discípulos de Emaús (24,13-35).

Terminada la investigación, escogimos las partes que mejor podían ayudar a verificar la solidez de las enseñanzas recibidas (1,4). Organizamos todo conforme los objetivos que queríamos alcanzar. Ahora, queremos compartir con ustedes nuestra fe en Jesucristo. Pueden creerlo: es esta la fe que sustenta y da sentido a nuestro caminar.

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¿ Q u ié n e s J e s ú s p a r a n o s o t r o s ?

¿Qu ié n es Jesú s pa r a N o so t r o s? |

Es una pregunta muy importante, de la cual depende todo el resto. Es el punto de partida para nuestro seguimiento. De hecho, solamente podemos amar a quien conocemos (19,3) y solamente seguimos a quien amamos (5,11; 8,1-3). Inclusive, para nosotros, que nos inspiramos en las Sagradas Escrituras, conocer significa experimentar, probar, seguir. Es lo que el profeta Oseas nos dice cuando invita al pueblo a la conversión: “Esforcémonos por conocer al Señor:... - pues dice el Señor-, porque yo quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos” (Os6,3.6.). Fue lo que da a entender, también, la Virgen María, cuando dice al ángel: “¿Cómo sucederá eso si no convivo con un hombre?” (1,34).

Vivimos en un mundo muy religioso, pero todo se reduce a ritos y fiestas religiosas, con sacrificios de animales, para calmar la ira de los dioses. La repercusión en la vida práctica es nula. Pues la realidad continúa la misma: dividida y desigual. Había - y continúa habiendo - el peligro de mirar a Jesús conforme a los esquemas de las divinidades paganas. Además de eso, varios miembros de nuestras comunidades venían del paganismo, con el riesgo de seguir las mismas tradiciones de antes. Circulaban muchas dudas al respecto de Jesús. Sentíamos, por tanto, la urgencia de revelar el verdadero rostro de Jesús. Y lo hicimos con la mayor alegría, glorificando y alabando a Dios, como lo hizo Simeón (2,28-32).

Jesús de Ñazaret es el Mesías, el Hijo de Dios,1 aue trae tiempos de paz y de justicia ____________

Hicimos énfasis en afirmar eso desde el inicio (capítulos 1 y 2). Sí, Jesús de Nazaret es el Mesías, el enviado de Dios, el esperado de los tiempos (1,55) por los que proclamaban tiempos nuevos. En nuestras comunidades quedó grabado, con mucho cariño, lo que la propia Madre de Jesús, María contaba a los primeros discípulos. El ángel Gabriel - nombre que en lengua hebrea de nuestros antepasados en la fe, significa Dios es fuerte - la saludo con estas palabras (1,28). Bien parecidas a las del profeta Sofonías (Sof 3,14), palabras que el profeta uso para anunciar la llegada de los tiempos mesiánicos.

El Ángel dijo también que Jesús iría a heredar el trono de David (1,32-33), exactamente como lo había dicho el profeta Isaías (Is 9,1-6) cuando anuncio al Mesías. Sí, Jesús es el Mesías, pero un Mesías pobre, que vino para liberar a los pobres y para inaugurar una nueva era, de paz y prosperidad para todos (Is 11,1-9); un tiempo de gracia del Señor (4,19). Él es la realización plena de las promesas antiguas (1,70; 2,26);

A ,

w

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P a r t e I I : E l E v a n g e l io d e L u c a s c o n t a d o p o r e l a u t o r sa g r a d o

es la respuesta a todos los que esperan la liberación (2,38). Es la luz que ilumina el camino de todos los pueblos y de todas las razas (2,31)

Fueron - y continúan siendo - los pobres, los humildes, los excluidos que vieron en Jesús al Mesías prometido, desde los tiempos antiguos. María y José, Zacarías e Isabel, Simeón y Ana pertenecían a los “Pobres de Yahvé”, gente humilde y abierta a Dios, esperando tiempos nuevos como el profeta Sofonías anunciaba (Sof 2,3; 3,11- 13). De hecho, Zacarías pertenecía al grupo de los sacerdotes pobres que vivían en el interior. Isabel, su esposa, era anciana y no tenía hijos, por lo tanto marginada (1,25), pues ser estéril era visto como una humillación pública (Gn 30,23; 1Sm 1,5-8) y hasta como un castigo de Dios (Lv 20,20-21; Os 9,11). Simeón, de edad avanzada, era el símbolo de los pobres que nunca se doblegaron ante las mentiras, bien contadas, de los que dominaban. La profetiza, Ana, por el hecho de ser mujer, anciana y viuda (2,36- 37), era triplemente excluida. María, por ser mujer y embarazada ante de vivir con José, también sufría grandes humillaciones, pues el pueblo no sabía de la intervención extraordinaria de Dios en su gravidez. Todos se mantuvieron firmes en su fe y en la misericordia de Dios (1,50.54.72). Alimentaban la esperanza con la oración de los salmos, especialmente de los salmos escritos por los pobres de Dios.

¡Jesús de Nazaret, nacido en un pesebre, es el Mesías! (2,10). ¡Feliz quien acoge, como los pastores, esa Buena Noticia! Podemos creerlo “pues para Dios nada es imposible” (1,37; Gn 18,14). Jesús es el ungido de Dios, el enviado para una misión de vida y libertad para todos (4,18-19).Sus discípulos también, poco a poco, fueron reconociéndolo como el Mesías de Dios (9,20). Ser Mesías para Jesús, no fue un título de honra y de privilegios, sino una misión recibida del Padre (3,22;4,18), la cual él cumplió hasta el fin, con fidelidad (23,2.35.39). Él no fue un Mesías igual a un general de ejército. Fue un Mesías-Rey, pero un Rey pobre y siervo, como lo había dicho el profeta Isaías (3,21-22:SI 2,7; Is 42,1-2). Y, como el propio Jesús había recordado, fue un Mesías sufrido, pero también vencedor, por el poder de Dios (9,21).

Jesús de Nazaret es alguien que camina y convive con las multitudes de los excluidos

Las religiones paganas, que dominan nuestra región, ponen sus dioses lejos de las personas, indiferentes a los clamores de la humanidad, especialmente del clamor de los pobres. Escogieron hasta una montaña alta como sede de sus dioses: el monte Olimpo,

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considerado, por ese motivo el monte sagrado. Ellos se quedan allá arriba, lejos de la miseria y del sufrimiento de los seres mortales.

Jesús de Nazaret es diferente. Él es un Dios encarnado, situado en la historia, al lado de los pobres de la tierra (2,1-11). Vivió y caminó en medio del pueblo. Impresiona ver cuánto Jesús caminaba: “Jesús fue recorriendo ciudades y pueblos proclamando la Buena Noticia del Reino de Dios” (8,1). Andaba por toda la región, especialmente en Galilea, de aldea en aldea (10,38), de ciudad en ciudad (4,31; 7,11), a la orilla del lago (5,1), por los campos (6,1), atravesando el lago (8,22). “Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén” (13,22). Entraba en las casas (4,38; 7,36), en las sinagogas (4,33; 6,6; 13,10). Se detenía para hablar a las multitudes (6,17). Cuando se retiraba a lugares desiertos, las multitudes lo buscaban (4,42). Se apretujaban a su alrededor para escucharlo (5,1.3.15.29; 8,42), al punto de pisarse unos a otros (12,1).

Todos querían tocarlo, porque de él salía una fuerza que los sanaba a todos (6,19). Jesús les imponía las manos a cada uno de ellos y los sanaba (4,40). De hecho, su presencia transmitía confianza, despertaba energías, hacía que las personas recuperan sus sueños. Los que eran considerados

pecadores les encantaba sentarse cerca de él (5,29; 15,1), porque se sentían acogidos y amados. Jesús hacía que las personas se sintieran a gusto, dejándolas expresar sus sentimientos y emociones (7,36-38), sus clamores y sufrimientos (5,12-13). Todo eso fue provocando murmuraciones y hasta escándalos (7,39; 15,2), pero Jesús no se dejaba intimidar. Por el contrario, decía clara y firmemente que no había venido por los que se sentían justos sino por los pecadores, que buscaban conversión (5,32)

Las multitudes gustaban tanto de Jesús que lo esperaban (8,40), buscándolo continuamente (9,11.37). No dejaban que se fuera (4,42) o lo acompañaban (7,11; 14,25). Las multitudes eran también su defensa. Varias veces las autoridades intentaron apresar a Jesús para intimidarlo o hasta para matarlo, pero le tenían miedo al pueblo. Pues el pueblo quedaba fascinado cuando oía a Jesús hablar (19,47-48). Se alegraban con las maravillas que el realizaba (13,17) y, por eso, alababan a Dios (19,37-38). Esas multitudes eran, en su gran mayoría, gente con hambre (19,11-12), enferma y excluida (4,40; 5,29). Muchas veces, Jesús los cuestionaba, pero siempre los acogía (7,31-35). Viendo bien, se percibe que Jesús pasaba la mayor parte de su tiempo en medio de las multitudes curando, expulsando demonios y enseñando.

Quisimos poner todo esto por escrito, porque nos ayuda mucho. Realmente, también hoy, escuchando y meditando sobre Jesús, nos sentimos curados, animados y renovados.

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■ Jesús de Nazaret es la revelación de la misericordia del Padre

Muchos paganos quedaron encantados al conocer más de cerca la práctica misericordiosa de Jesús. Se sentían atraídos y emocionados (11,27). Confieso que también me emocioné y continúo emocionando al contemplar a Jesús lleno de ternura solidaria. Fue por eso que entré, de lleno en este camino, alegre y feliz. Y es esa Buena Noticia que siento necesidad de comunicar a todos (Hch 1,8).

Misericordia - como nos hablan las Escrituras, especialmente los profetas Oseas e Isaías - significa darle el corazón a los necesitados, esto quiere decir, asumir la causa de los excluidos, de manera totalmente libre y gratuita. Es la solidaridad efectiva y afectiva. Ese actuar de Jesús es tan sorprendente y cuestionador que, a veces, también en nuestras comunidades surgen dudada y preguntas al respecto. Los fariseos y doctores de la ley criticaban a Jesús por causa de su práctica: “Éste recibe a pecadores y come con ellos” (15,2). Jesús respondía siempre con pocas palabras (5,32), o en parábolas. Cierto día, contó tres parábolas que revelan la razón y el sentido último de todo su actuar (15,3-32). Esas tres parábolas son, para nosotros, fundamentales para entender a Jesús.

Cuestionado y criticado por los fariseos y doctores de la Ley en relación con su práctica (15,2), Jesús apeló a la misericordia del Padre, comparándolo a un pastor que va atrás de las ovejas perdidas (15,3-7). Estas ovejas perdidas son los pobres, los pecadores, los excluidos, los paganos. La conversión y la reintegración de esas personas marginadas es motivo de mucha alegría para el Padre. Es la misma alegría de una mujer pobre que, habiendo perdido una moneda, barre toda la casa hasta encontrarla de nuevo. Y hace una fiesta (15,8- 10). Así es el Padre cuando algún pecador se convierte. Y esa es la razón de la práctica de Jesús.

La misericordia del Padre va más allá de la justicia de los fariseos y de los que no saben tener compasión por el pueblo, de los que ponen las leyes por encima de la vida. La alegría del Padre es la vuelta del hijo que se había separado, para seguir otros caminos (15,11-32). Es compartir de nuevo con su hijo su amor, su cariño, los bienes y la casa. El hijo más viejo (15,25-30) es el retrato hablado de los que aparecen limpios por fuera, fieles seguidores de las leyes, pero egoístas y cerrados por dentro. Son personas hipócritas, que sienten placer en humillar, en marginar, en divulgar defectos y fallas de los otros, en calumniar, y por eso incapaces de percibir y de alegrarse con las

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buenas noticias que vienen sucediendo. Todavía más: el hijo más mayor es todo un sistema de vida que margina y no admite la práctica de la misericordia y de la solidaridad con los más necesitados.

Fue la misericordia del Padre que sacó a la anciana Isabel de la humillación pública, haciéndola mamá (1,25), pues, como ya dije, la esterilidad era considerada una deshonra y hasta un castigo de Dios. Ahora, ¿quién no quiere experimentar ese abrazo de la misericordia del Padre? En nuestras comunidades, no dejamos de alabar, agradecer, exaltar, viendo la misericordia de Dios que llega a los que le temen (1,50). Pero es necesario que quede bien claro: esa misericordia del Padre nada tiene que ver con besos y abrazos ingenuos, pasando indiferentes ante las divisiones y desigualdades injustas. Como rezó muy bien María, la mamá de Jesús, la misericordia de Dios:

— perdura de generación en generación, sin fecha marcada (1,50.54);— dispersa a los soberbios, que se sienten dueños de todo y se ponen en el lugar

de Dios (1,51);— derrumba a los poderosos, los que abusan del poder;— da voz y vez a los humildes, víctimas del poder opresor (1,52);— despide a los ricos con las manos vacías y llena a los hambrientos de bienes

(1,53).

Fue esa misericordia la que Jesús practicó (7,21-22). Él fue la presencia viva de la misericordia del Padre en medio del pueblo, al lado de los excluidos. La misericordia hace al corazón quedar repleto de compasión, de ternura, de solidaridad para con las personas necesitadas. Fue esta compasión que habitó en el corazón de Jesús (7,13).

Queremos también recordar una cosa que, para nosotros, es muy importante: Jesús movido por la misericordia y la compasión, iba al encuentro del pueblo. Visitaba - y mucho - a las personas en sus casas, en sus lugares de trabajo. Por eso andaba casi sin parar (4,43-44). Entraba en las casas de las personas para curar enfermos (4,38- 39), compartir amistad y sueños bonitos del Reino de Dios (10,38-42), llevar la salvación (19,9), para comer (7,36; 11,37) y hasta festejar alegremente decisiones y conversiones importantes en medio de personas acusadas de pecadoras e impuras (5,27-32). Visitaba sin prejuicios, impulsado siempre por la ternura y la misericordia, reconociendo y valorizando todo lo bueno que encontraba. No eran visitas por interés, ni para enaltecerse, tampoco eran ingenuas. Cuando era necesario, cuestionaba, y mucho, como sucedió en la casa de dos fariseos (7,37-50; 11,39-52), sin miedo a las consecuencias (11,53-54). Esas visitas de Jesús, cuando eran bien acogidas, transformaban a las personas (19,8).

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■ Jesús de Nazaret rompe preconceptos y apunta para relaciones fraternas

¡Cuántas barreras y preconceptos en la sociedad en que vivimos! ¡Cuántas desigualdades! Y lo peor es que todo es aceptado como normal. Por ejemplo, en las asambleas de la ciudad, que se realizan de vez en cuando para decidir sobre asuntos públicos, las mujeres no pueden participar. El testimonio de ellas no es tomado en serio (24,11.22-24). Realmente, era y es de doler. Esta mentalidad estaba difundida también en nuestras comunidades. Queríamos saber, más y mejor, la postura de Jesús delante de situaciones como esas. ¡Las investigaciones vinieron a confirmar lo que ya buscábamos vivir en nuestras comunidades!¡Qué maravilla! Nos empeñamos en anotar, para servir de luz y de fuerza para nuestro caminar.

Desde el inicio, impresiona el testimonio de la Virgen María, de Isabel y de la profetiza Ana. En las escenas en que aparecen, ellas asumen un papel activo y valiente, contrariando la mentalidad reinante en la sociedad. Ellas actúan como sujetos históricos, conscientes de su misión. Todavía más, entre los seguidores de Jesús, había mujeres (8,1-3), algo inédito e impensable para la mentalidad de los judíos. Ellas fueron seguidoras fieles de Jesús, hasta su muerte (23,55). Era también inconcebible que una mujer pudiera sentarse a los pies de Jesús, como discípula. Pero María, hermana de Marta lo hizo, con pleno consentimiento de Jesús (10,39). Las primeras testigos de la resurrección de Jesús fueron las mujeres (24,1-10).

Uno de los hechos más recordados en nuestras comunidades es el de la mujer conocida como pecadora. Jesús la acogió, la rescato en su dignidad, transformándola profundamente y defendiéndola con firmeza. Todo esto paso porque ella supo amar mucho (7,36-50). Fue una mujer llena de ternura y de coraje. Rescatada y resucitada en su dignidad, se convirtió, junto a otras, inclusive de origen pagano, seguidora de Jesús (8,1-3).

Otra relación muy bonita que Jesús tuvo, fue con los samaritanos. Judíos y samaritanos nunca se llevaron bien, desde los tiempos antiguos (Eclo 50,25-26). Siempre fueron enemigos declarados. Jesús rompió con esas barreras y prejuicios. Reconoció, por ejemplo, la grandeza del samaritano que, al ver a la orilla del camino una persona asaltada, golpeada y casi muerta, tuvo compasión, la curó y la llevó a una pensión (10,33-35). Muy diferente fue el comportamiento de los otros dos, inclusive religiosos - un sacerdote y un levita - pues no tuvieron compasión. Y hay más todavía

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en esta historia: Jesús señalo aquel samaritano como ejemplo de fiel cumplidor de la ley de Dios (10,37). Esto era un insulto para los doctores de la ley.

Hay otros hechos que queremos recordar, porque nos ayudan mucho en nuestras relaciones entre pueblos y razas diferentes. Los diez leprosos curados por Jesús, solamente uno regresó para agradecer; y este era un samaritano (17,16), inclusive lleno de fe (17,19). En otra ocasión, Jesús y sus discípulos entraron en un poblado de samaritanos en busca de alojamiento. Fueron mal recibidos. Iba a provocar una pelea violenta, si Jesús no hubiese intervenido. Reprendió a los discípulos (9,52-56). ¿Será que esta actitud de Jesús no nos enseña nada? En nuestras relaciones con personas de otras culturas y religiones, cargamos prejuicios que perjudican y que necesitamos corregir. Hay otro hecho concreto que quiero recordar. Jesús reconoció y valoró la fe del centurión romano, considerado pagano, al punto de declarar: “Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel” (7,9). ¿Será que esto no cuestiona a los que juzgan tener fe y discriminan a los otros? Sí, la fe en Dios va mucho más allá de las fronteras y de las religiones.

En las relaciones entre pueblos y culturas diferentes, Jesús siempre se dejó orientar por la compasión y la solidaridad, por la apertura y la acogida sin prejuicios (6,17-19;7,1-10). Realmente Jesús derribó barreras. Puso la dignidad de las personas por encima de todo, dejando con mucha rabia a todos los estaban en contra (6,6-11). Con su práctica, orientó hacía relaciones nuevas, de fraternidad y de igualdad, entre personas y razas diferentes, respetando y sumando las diferencias (9,51-56). Todo esto Jesús lo supo realizar porque era una persona libre, totalmente libre (11,37-54) y totalmente poseída por la compasión de su Padre Dios (15,20). Nunca hizo de las personas un objeto, ni de aquellas que lo condenaron. Hacía de todo para que las personas fueran, cada vez más sujetos, invitándolas a entrar en un proceso de conversión permanente.

ús de Nazaret es el Salvador del mundo

Salvar es sacar a una persona de una situación difícil, hasta de la muerte, en donde, sola no conseguirá salir. Y esto se hace gratuitamente, por una decisión libre. Como nos hace bien, en esas horas difíciles encontrar alguien que nos dé una mano, libremente, sin pedir recompensa. Aquí, en nuestro ambiente, principalmente los que frecuentas los cultos mistéricos, hablan mucho de salvación. Pero es una salvación extraña, aérea, individualista, desligada de la realidad de los demás. En el fondo, esas personas revelan un gran anhelo de vida nueva, de paz. Otros buscan protección y salvación entre los que más tienen, por ejemplo, los esclavos buscan apoyo y salvación en sus patrones, especialmente en los momentos difíciles. Al emperador le gusta ser

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llamado salvador de la humanidad, y así es saludado cuando visita las regiones del imperio. Pero ¡cuánta hipocresía hay atrás de eso!

El caminar de nuestras comunidades no iría muy lejos sino fuera por la presencia salvadora de Jesús. Somos tan pocos, tan pecadores y, a veces tan atacados, que parecemos un barco llevado por la furia del viento y de las aguas tempestuosas, con el peligro de hundirse (8,23-24). En nuestras celebraciones, viendo tantas dificultades, suplicamos con frecuencia: “¡Maestro, que nos hundimos!” (8,24).

Sí, por nuestra experiencia, proclamamos y damos testimonio con gratitud: ¡Jesús es nuestro salvador! Esta fue la Buena Noticia que el ángel dió a los pastores: “Hoy les ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, el Mesías y Señor” (2,11). Jesús es el Salvador del mundo, no sólo de un pueblo o de algunos. Jesús no es propiedad de nadie. Vino para salvar a todos. Al hablar de la genealogía de Jesús, creimos importante recalcar que él es descendiente de Adán, padre de toda la humanidad (3,8). Las 77 generaciones que incluimos en la genealogía pretenden demostrar que la acción salvadora de Jesús abarcará a toda la humanidad.

Ahora, para sentir a Jesús como Salvador, es necesario tener conciencia de nuestros pecados y límites. Los doctores de la ley y los fariseos, cerrados como eran, no permitieron ni aceptaron la salvación, porque no supieron reconocerse como necesitados y pecadores (18,9-14). Los soberbios y los orgullosos nunca van a sentir necesidad de un Salvador, y por eso Dios los dispersa (1,51). Los que se creen justos y perfectos jamás entenderán la acción salvadora de Jesús (5,31-32). Es necesario tener la valentía y la sinceridad del leproso que totalmente abandonado y excluido, suplicó la salvación a Jesús: “Señor, si quieres, puedes sanarme” (5,12). Es necesario gritar el propio dolor y necesidad, sin miedo y con confianza, como hizo el ciego de Jericó: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!”... Señor, que recobre la vista” (18,35-43).

Es necesario saber acoger, de corazón abierto y sin prejuicios, la presencia de Jesús, para escucharlo decir, como lo oyó Zaqueo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (19,9). La salvación es un don gratuito, es favor de Dios (1,30). Es vida nueva, por dentro y por fuera. Es resurrección. Es vida repleta del Espíritu de Dios (3,16). Nosotros encontramos en Jesús la realización de la salvación prometida por Dios (1,47.69.77;3,6; 19,9).

Cuando hacemos la experiencia de la salvación que viene de Dios, sentimos mucha paz y alegría. Es realmente un renacer y un resucitar. Nuevas energías se despiertan en lo más profundo de nuestro ser, haciéndonos soñar de nuevo, generando esperanza y compromiso. Nos sentimos amados por Jesucristo, nuestro Salvador. Nos sentimos como el anciano Simeón. Hombre justo y piadoso, nunca se acomodó a las leyes y sistemas inicuos. Siempre confió y tuvo esperanza en las promesas de Dios. Cuando en el templo vió al niño Jesús, llevado por sus papás para cumplir con las prescripciones

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de la Ley, lo tomo en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu sirviente muera en paz, porque mis ojos han visto tu salvación, que has dispuesto ante todos los pueblos, como luz para iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo, Israel.” (2,29-32).

Jesús de Nazaret es el Libertador de todo tipo de mal

Jesús no solamente es nuestro Salvador, si no también nuestro libertador. Además de salvarnos de nuestra situación de pecado y de la miseria, el luchó, con todas sus energías contra los sistemas inicuos y sus opresores. Los que lo conocieron más de cerca siempre contaban el gran sueño que el cargaba en todo lo que decía y hacía: vida y libertad para todos. Fue por inspiración del Padre que ese sueño broto en su corazón (3,21-22). Se tornó sentido de toda su vida. Jesús estaba esperando una oportunidad para hacer público ese sueño y transformarlo en un proyecto concreto. Esto sucedió cuando fue a visitar a su querida mamá y a sus paisanos, en Nazaret. Fue en un sábado. El pueblo estaba reunido en la sinagoga rezando. Jesús también fue, entró y estaba participando. En cierto momento le ofrecieron el libro del profeta Isaías. Jesús lo abrió y leyó el pasaje (Is 61,1-2) que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor” (Le 4,18-19). Al cerrar el libro, Jesús dijo: “Hoy, en la presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje de la Escritura” (4,21)

El profeta Isaías, inspirado por Dios, habló esas palabras en momentos muy difíciles. El pueblo había vuelto del exilio, pero la situación en Judea era de dolor: divisiones, injusticias, campesinos abandonados, explotaciones, ganancias. El profeta sintió el llamado de Dios en aquella realidad y se consagró para la misión liberadora. Jesús asumió esta misma misión. Públicamente dijo que las palabras del profeta que acaban de escuchar se hacían realidad en su persona. Realmente, Jesús no se perteneció a sí mismo, sino a ese proyecto liberador. Sus sentimientos - alegrías, tristezas, iras, preocupaciones, ternura, vigor, firmeza - tenía la marca de la misión. Sus relaciones también. Organizó con todas sus energías, su tiempo, sus andanzas, para hacer una realidad la misión: “También a las demás ciudades tengo que llevarles la Buena Noticia del reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (4,43).

En una ocasión, a los discípulos de Juan Bautista que querían saber si era él o no el Mesías esperado, Jesús respondió citando otro texto del profeta Isaías (Is 35,5-6): “Vayan a informar a Juan de lo que han visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia. Y dichoso del que no tropieza por mi causa” (7,22-23). Fueron discípulos del profeta Isaías los que pronunciaron esas palabras valientes y

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liberadoras, en otros tiempos, también difíciles, casi sin salida. Y fue esa la práctica de Jesús, confirmando, con su vida, la llegada de los tiempos mesiánicos, tiempos de paz, vida y libertad.

De hecho, acompañando cada día la misión pública de Jesús, lo notamos. Libertó a los pobres de las cadenas de la opresión y de la maldición. Devolvió dignidad a los sin voz. Hizo nacer una conciencia nueva, libre del miedo y de ganancia. Curó enfermos(4,40), expulsó demonios (4,41), anunció la Palabra de Dios (5,1), anunció la Buena Noticia del Reino de Dios (4,43). Como ya lo decía el profeta Isaías (Is 61,2), ¡es esa la venganza de Dios! Curar a los enfermos, para nosotros, es practicar la misericordia que se vuelve solidaridad efectiva y afectiva. Expulsar demonios es la práctica de la misericordia que se vuelve acción liberadora.

Quiero decir algo más sobre los demonios, porque es un asunto muy comentado aquí entre nosotros. Religiones venidas del Oriente hablan mucho de demonios y Satanás. Dicen que esos espíritus malos, muy irritados, impiden la protección de Dios en nuestro favor. De ahí la necesidad - dicen ellos - de calmarlos por medio de ritos y oraciones fuertes. Pero en el fondo esos ritos y oraciones en vez de liberar, hacen crecer más la dependencia y el miedo. Y es ese miedo que aprisiona y amarra a las personas, impidiéndoles ser libres. Los demonios, para nosotros, son la personificación de todo tipo de mal que oprime, divide, excluye, corrompe, margina, desvía del camino verdadero.

Es impresionante la lucha de Jesús contra el poder de los demonios: (4,1-13.33-37.41; 6-18; 7,21; 8,3.26-39; 9,37-43;11,14; 13,10-17). Y siempre consiguió expulsarlos. Algunos, por no aceptar el trabajo liberador de Jesús, apelaron para la calumnia, afirmando que él expulsaba demonios en nombre de Belcebú, el príncipe de los demonios. ¡Cuánta mentira y maldad! Más aún, esas calumnias ocurren hasta hoy en contra de nuestras comunidades, por causa de aquellos que no quieren ver la presencia activa y liberadora en la vida de tantos hermanos. Jesús desenmascaró toda esa calumnia: “Él, leyendo sus

pensamientos, les dijo: “Un reino dividido internamente va a la ruina y se derrumba casa tras casa” (11,17). También les dijo: “Pero si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es que ha llegado a ustedes el reino de Dios” (11,20). Jesús es más fuerte que Satanás, símbolo de las fuerzas del mal (11,21-22).

Mirando la práctica de Jesús, nos damos cuenta de otro hecho: eran principalmente pobres y excluidos los que vivían dominados por el demonio del miedo y la marginación. Era esta gente que Jesús liberaba; por tanto, los que dominan y marginan son la cara del demonio, son la personificación del mal. Y no solamente ellos, sino también leyes injustas y estructuras inicuas, como la sinagoga (4,31-37) o el Imperio

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¿Q u ié n es Jesús p a r a n o s o t r o s?

Romano (8,26-31). De hecho, las sinagogas del tiempo y de la tierra de Jesús dejaron de ser el lugar de la memoria de los profetas y de la acción liberadora del Yahvé. Se convirtieron en un lugar de marginación, verdadera pesadilla para los pobres. Lo que importaba eran las leyes y normas absurdas (6,6-11). Se convirtió en un lugar del demonio.

Realmente, el demonio es el poder del mal que hace que las personas se enfermen (13,11), las domina y amarra (13,16). El demonio ataca, agrede, agarra, sacude y tira a las personas por el suelo, dejándolas sin fuerzas y sin resistencia (9,39-42). Usa

y abusa de ellas y, cuando no le sirven más, las tira en la basura y en el abandono. El demonio es ese espíritu inmundo (4,36; 8,29; 9,42) que vuelve a las personas inmundas, miedosas, presas, impidiéndoles vivir una vida de gente. Jesús, al expulsar los demonios, hacía a las personas libres, sin miedo, valientes, normales, conscientes, con juicio (8,35). Era así, como los mudos recuperaban la palabra y la dignidad (11,14), las personas quedaban libres (13,12-16) y salvas (8,36). Caminaban de nuevo, con un rumbo a seguir (7,22), otras resucitaban, perdiendo el miedo, desamarrándose (7,22).

La mujer encorvada incapaz de ponerse en pie era el símbolo de toda dominación que encorvaba a las personas. Curando a la mujer, Jesús revelaba su acción salvadora y liberadora (13,10-13), que rescataba la dignidad de las personas. Los demonios delante de la acción salvadora y liberadora de Jesús, quedaban totalmente derrotados y perdidos (4,34). El pueblo se admiraba y se alegraba (9,43; 11,14), mientras sus enemigos se quedaban confundidos (13,17).

Jesús proclamó felices a los pobres, los hambrientos, los humillados. Felices porque Dios está a su lado, asumiendo, gratuitamente, sus causas (6,20-23). La palabra y la acción liberadora de Jesús fueron una valiente denuncia contra los beneficiados de un sistema injusto e inicuo (6,24-26). Jesús fue más allá: con una actitud valiente y con mucha osadía, dijo que vino a proclamar el año de gracia del Señor (4,19). Era el año jubilar. Conforme las escrituras Sagradas (Lv 25,8-17), en el año jubilar eran perdonadas todas las deudas; las tierras acumuladas eran redistribuidas y devueltas a los sin tierra; los esclavo recuperaban la libertad. Era una verdadera revolución social en una sociedad divida y desigual. Sabemos, por las informaciones de nuestros antepasados, que eso nunca sucedió totalmente. Jesús rescató esa ley antigua. Tenía certeza absoluta que esa era la misión que el Padre le había confiado (3,22; 4,18).

Jesús, el campesino pobre de Nazaret (4,22), totalmente consagrado a la causa de los pobres (4,18), es para nosotros el Dios Liberador. Su acción liberadora se dirige a todos. Quiere vida y libertad para todos, siendo sus predilectos los pobres y excluidos. Por causa de esta misión encontró muchas dificultades, incomprensiones y amenazas,

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incluso entre los pobres (4,28-29), pues también en la cabeza y en el corazón de ellos habitaba la envidia, el interés inmediato y falta de confianza. Para Jesús, debe haber sido muy duro sentirse rechazado y amenazado de muerte por aquellos que él quería tanto ayudar a liberar de la opresión. Estamos viviendo esa triste realidad también hoy. Duele el corazón al ver hermanos pobres muriendo de envidia y de odio, buscando únicamente su propio interés. Aún así, Jesús continuó firme en su misión, animando y consolando: “Cuando comience a suceder todo eso, enderécense y levanten la cabeza, porque ha llegado el día de su liberación” (21,28).

¡Cuánta fuerza da cargar el mismo sueño de Jesús, hoy, en nuestra vida! ¡Cómo nos hace bien vivir y actualizar la práctica liberadora de Jesús! Pues ella nos cuestiona, anima y orienta.

■ Jesús de Nazaret: una persona de mucha lucha y, al mismo tiempo, de mucha oración

Jesús de Nazaret vivió una vida muy activa y dinámica. Se dejó poseer por el Espíritu del Padre (3,22) y se consagró totalmente a su voluntad (4,18). Era el sentido de su vida. Por causa de la fidelidad al Padre, caminaba mucho por toda Palestina, especialmente en la Galilea (4,43-44). Como ya vimos, las multitudes lo buscaban (4,42), se amontonaban a su alrededor para escuchar la palabra de Dios (5,1) y para ser curados (6,18).Todos querían tocarlo (6,19). Muchas veces, eran tantos que se pisaban unos a otros(12,1). Cuando, con sus discípulos, buscaban un lugar apartado para descansar un poco a solas, el pueblo lo buscaba y, cuando lo encontraba, lo seguía. Y Jesús los acogía, enseñándoles sobre el Reino de Dios (9,10-11).

Realmente, el día a día de Jesús estaba lleno de encuentros, viajes, visitas, conversaciones personales y con multitudes, desencuentros, momentos tensos y conflictivos. Pero en medio de todo esto, Jesús rezaba. Los sábados iba a la sinagoga (4,15-16; 6,6). Participaba en las peregrinaciones a Jerusalén (2,42; 9,51); frecuentaba el templo (2,46; 20,1). Pero lo que más admiramos y que nos toca mucho, son los espacios prolongados que le dedica a la oración personal. Por los testimonios, Jesús rezaba solo, y mucho. Oraba en silencio, en lugares desiertos, de noche, de madrugada: (3,21; 4,42; 5,16; 6,12; 9,18.28; 10,21; 11,1; 22,39-45; 23,34.46).

Eran momentos de profunda intimidad con el Padre. Cuanto más intensa era su actividad, mayor tiempo le dedicaba a la oración (5,15-16). ¿Por qué esto? Ciertamente no por acaso. No era la actividad por la actividad que le interesaba si no la fidelidad, por medio de su práctica, al proyecto del Padre. Otra cosa importante digna de señalarse, es que a Jesús le gustaba rezar mucho, especialmente en los momentos más críticos y

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¿Q u ié n es Jesús p a r a n o s o t r o s?

decisivos de su vida: 3,21, 6,12; 9,28; 22,41; 23,46. La fidelidad al Padre era para Jesús algo absoluto, mucho más importante que todo lo demás, era lo que le daba sentido a su vida. Su práctica siempre fue consecuencia de su fidelidad al Padre.

Jesús rezaba, pero también no se quedaba callado ante las manipulaciones de la oración. Condenó duramente la oración autosuficiente e hipócrita del fariseo (18,9-14). Un sábado, en plena oración en la sinagoga, se indignó al ver un culto totalmente desligado de las preocupaciones del pueblo (13,15-16). La mayoría de las veces, eran cultos y rezos vacíos, desligados de la vida, llenos de normas y leyes. La presencia de Jesús agitaban, con frecuencia, los cultos, porque cuestionaba y desenmascaraba (4,28-30; 6,11; 13,14-16). Jesús también denunció y desenmascaró a los que se creían dueños del Templo, porque lo habían convertido en una cueva de ladrones, dejando así de ser casa de oración (19,45-46).

Jesús recomendaba mucho la oración (18,1). La oración libera de la tentación de la traición y del miedo: “¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no sucumbir en la tentación” (22,46). El invitaba a rezar confiados (11,5-13). No dió prédicas sobre la oración. Simplemente rezaba, y mucho. Eso fue despertando, poco a poco, el interés de los discípulos, hasta que un día, viéndolo rezar solo, una vez más, un discípulo le pidió: “Señor, enséñanos a orar...” (11,1). Entonces Jesús reveló, en pocas palabras, el contenido de su oración: fue cuando enseño el Padre Nuestro (11,2-4). Llamó Padre a Dios. En la oración del Padre Nuestro, Jesús asumió todos los dolores y aspiraciones del pueblo. Vale la pena constatar:

* Santificado sea tu nombre: que todas las personas reconozcan la santidad del Padre. Y esto sucede cuando es acogida su voluntad: vida y libertad para todos.

* Venga tu reino: es el reino de la paz y la justicia, muy diferente de los reinos basados en la violencia y en la explotación.

* Danos el pan necesario para cada día: que haya pan en todas las mesas, sin lucros y acumulaciones de riquezas injustas.

* Perdona nuestros pecados, como consecuencia de nuestro perdón a los otros: es la eliminación de todos los males, que arruinan nuestras relaciones.

* No nos dejes caer en tentación: es, sobre todo, la tentación de la traición y de la infidelidad a su santa voluntad.

Una profunda comunión con el Padre y la convivencia solidaria con el pueblo fueron siempre, para Jesús, inseparables. Cuánto bien nos hace, a nosotros que vivimos en un ambiente religioso muy ambiguo, recordar todo esto. De hecho, ritos y rezos no faltan por aquí. Pero son rezos vacíos y desligados de los problemas del pueblo. Hay el peligro de que nuestras comunidades recen también así. Por eso hacemos énfasis en resaltar este aspecto muy importante en la vida de Jesús, para que nos sirva de luz y orientación.

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Jesús de Nazaret es “El Profeta” de Dios, siempre firme y fiel en las horas difíciles

Profeta, para nosotros, es aquel que habla y actúa en nombre de Dios (1,68-70). El profeta no se pertenece a sí mismo, sino a Dios y a la causa de Dios (Is 6,8; Jr 1,4-10). El profeta es una presencia que marca la historia de nuestros antepasados en la fe. Hubo épocas difíciles, en que no se veían los profetas (SI 74,9). Pero Dios nunca se olvidó de su pueblo y siempre le enviaba profetas. El último, antes de Jesús, fue Juan Bautista. Este fue saludado, por su propio papá Zacarías, como profeta del Altísimo (1,76). Cuando inició su misión, a orillas del río Jordán, su vida y acción eran de un valiente y firme profeta (3,4-6), muy al estilo de los profetas antiguos, como Isaías (Is 40,3-5).

Jesús de Nazaret era visto por sus discípulos como un profeta “poderoso en obras y palabras, delante de Dios y de todo el pueblo” (24,19). El mismo al presentar su misión en la sinagoga de Nazaret (4,18-19), usó las palabras del profeta Isaías (Is 61,1-2). Más aún, el profeta Isaías fue uno de los principales inspiradores de su práctica (comparar Le 6,20-26 con Is 61,13-19; Le 6,24-26 con Is 5,8-25; Le 7,22 con Is 35, 5-6). Nuestras comunidades siempre vieron en Jesús al siervo sufriente de quien hablaba Isaías (Le 22,37;23,32 con Is 53,12). Jesús fue el profeta que reveló y practicó la misericordia de Dios. Nuestras comunidades siempre recordaban este hecho de Jesús, lleno de compasión, al haber resucitado al hijo único de la viuda de Naím. El pueblo glorificó a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo” (7,16). Realmente, con Jesús, Dios visitó a su pueblo para redimirlo (1,68).

Uno de los antiguos profetas más queridos en nuestras comunidades es Elias. Él fue el profeta defensor de los pobres (1Re 21,17-24) y vivió una profunda intimidad con Yahvé (1Re 19,1-18). Fue también un profeta muy perseguido (1Re 19,1-3). Realmente, para nosotros Jesús es como un nuevo Elias (comparar Le 7,12.15 con 1Re 17,17-24; Le 9,54 con 2Re 1,10-12; Le 9,61 con 1Re 19,19-21; Le 22,42-44 con 1Re 19,4-7; Le 24,50-51 con 2Re 2,11). El propio Jesús, viendo la incomprensión de sus coterráneos de Nazaret, se identificó con el profeta Elias, que fue socorrido por una viuda extranjera (comparar Le 4,24-26 con 1Re 17,9 y 2Re 5,14). Como Elias, Jesús fue el profeta defensor de los pobres. Incomprendido, vivió una profunda comunión con el Padre, en la oración y la acción. Como todo profeta, Jesús reveló una sorprendente libertad y coraje, delante del poder opresor. Llamó al rey Herodes de zorro (13,32), palabra dura

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¿Q u ié n es Jesús p a r a n o s o t r o s?

usada para desenmascarar la ganancia y la corrupción de los explotadores que le chupaban la sangre del pueblo.

Cuando el anciano Simeón, en el Templo, teniendo entre sus manos el niño Jesús, afirmó que Jesús sería un signo de contradicción (2,34), nos hizo recordar el sufrimiento y la incomprensión vivida por el profeta Jeremías (Jr 15,10). Fue exactamente eso lo que sucedió. El propio Jesús lo recordaba (7,23; 12,49-53). Como todo profeta, Jesús enfrentó dificultades; vivió en medio de los conflictos (6,11; 12,49-51; 13,17.31), asumidos por fidelidad al Padre (15,1-32). Como ya había dicho el anciano Simeón, las personas, delante de Jesús tienen que escoger: aceptar o rechazar (2,35). Jesús sufrió calumnias, persecución y amenazas, en Galilea, por parte de sus propios coterráneos (4,28-30), de los fariseos, de los doctores de la Ley y de algunos jefes de sinagogas (5,30-31;6,2.7; 13,14).

Pero fue sobre todo en Jerusalén, centro del poder político, económico y religioso, que Jesús entró en confrontación directa con los dueños del poder al denunciar sus estructuras injustas (19,29-21,38). Atacó duramente a la ciudad de Jerusalén, como símbolo del poder que explota y mata (13,34-35). Anunció su destrucción total (19,43- 44), lo que sucedió cuarenta años después, cuando Jerusalén fue terriblemente destruida por el poderoso ejército romano. Por causa de eso, fue acusado de subversivo altamente peligroso (23,1-5) y condenado a muerte (23,24-25). Pero Dios, nunca abandona a sus profetas (Jr 1,7-10). ¡Jesús resucitó y está vivo! ¡Jesús es el Profeta-Mesías-siervo sufrido y vencedor!

Jesús fue reconocido por la gente pobre como profeta, que proclamaba su dignidad y liberación (2,30-32; 2,38; 3,16; 7,16; 24,19). Por otro lado, los que defendían las leyes y situaciones injustas lo acusaban de pecador, agitador y blasfemo (5,30; 15,1-2; 23,1-5).

■ Jesús de Nazaret es el Hijo del Hombre que vino y vendrá de nuevo

En toda ocasión que Jesús se presentaba, usaba la expresión “Hijo del Hombre” (5,24; 6,5.22; 7,34; 9,22.26.44.58; 11,30; 12,8.10.40; 17,22.24.26.30; 18,8.31; 19,10; 21,27.36; 22,22.48.69; 24,7). ¿Por qué esto? Fueron, especialmente los misioneros- catequistas pobres de Galilea, - de los cuales ya hablamos - que grabaron y nos transmitieron a Jesús con este apellido. Ellos actuaron de 10 a 40 años después de la ascensión de Jesús. Eran tiempos difíciles, de mucha necesidad, humillaciones y tensiones. El ejército romano dominaba con la fuerza, y la insatisfacción del pueblo era grande. Cualquier chispa podía encender los ánimos y crear problemas. Los misioneros visitaban las aldeas del interior, para mantener viva la memoria de Jesús “Hijo del Hombre” ¿Por qué?

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P a rt e E l Ev a n g e u o d e Lu c as c o n t a d o p o r el a u t o r s a g r a d o

“Hijo del Hombre" es una expresión que viene del Antiguo Testamento. Yahvé, al dirigirse al profeta Ezequiel, lo llamó hijo del hombre para recordarle su pequeñez y fragilidad (Ez 2,1; 3,1.17; 4,1; 5,1). Esa misma expresión fue retomada, más tarde, por el profeta Daniel, para hablar del futuro Mesías, viniendo sobre las nubes, como vencedor de los imperios opresores (Dn 7,13). Sí, Jesús vivió pobre, como el hijo de un hombre cualquiera, sin tener un lugar donde reclinar la cabeza (9,58). Vivió en medio de las personas excluidas, con los pecadores y los cobradores de impuestos (7,34), siempre ofreciendo a todos la salvación. Quién no reconoce en Jesús, al Hijo del Hombre, pobre y solidario con los pobres, será rechazado por Dios (12,8-10). Jesús está lejos de ser un ingenuo, habló claramente que él, Hijo del Hombre, sería entregado en manos de los hombres (9,44). Dijo que sufriría mucho y que sería rechazado (17,25). Pero por el poder de Dios sería vencedor y no perdedor. ¡Resucitó! Derrumbó los imperios de la maldad y de la iniquidad. ¡Jesús, el Hijo del Hombre, es el Mesías!

Jesús es el Hijo del Hombre, pobre y sin el poder de las armas. Él ya vino y vendrá de nuevo. Vendrá como juez, cuando menos sea esperado (12,40), igual que un relámpago (17,24). Será necesario estar bien atentos para no dejarse engañar (17,23). Vendrá sobre una nube, con poder y grande gloria (21,27), vendrá en el nombre de Dios; vendrá para decir toda la verdad, para juzgar a este mundo en que vivimos. Será un momento decisivo, que determinará nuestra salvación o perdición. Se salvarán los que hayan hecho de su vida un don y un servicio a los demás (17,33). Es necesario prepararse desde ya, para ese momento decisivo de la historia. Es necesario vigilar (12,39-40; 17,26-32.34-37) y orar mucho (21,36) para no vacilar, para estar de pié, esperando la llegada del Hijo del Hombre (21,36).

Jesús, unas horas antes de ser preso, viendo hacia Jerusalén, habló claro a sus discípulos: “Llegará un día en que todo lo que ustedes contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra”. Asustados los discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder?” (21,6-7). Jesús no marcó ni el año ni el mes, pero aseguró que esto iba a suceder “les aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo esto” (21,32). De hecho, la ciudad de Jerusalén fue totalmente destruida por el ejército romano treinta años después de estas palabras. Nosotros, los que escribimos la memoria de Jesús unos veinte años después, confirmamos que todo eso sucedió y quisimos recordarlo para que sirviera de lección y de alerta. Así, ningún poder injusto y violento tendrá futuro. La última palabra definitiva es la del bien, de la paz, del reino de Dios. Lo importante es no dejarse engañar, es resistir, es permanecer firmes, pues “Gracias a la constancia salvarán sus vidas” (21,19). Las palabras de Jesús valen para todos los tiempos y épocas, para que nunca nos desanimemos. ¡Es necesario vigilar!

¡Cuánto bien nos hace recordar todo esto! ¡Cómo da fuerza y coraje! (21,8-19). No vale la pena cerrar los ojos. Estamos en un mundo muy diferente de aquel soñado, anunciado y testimoniado por Jesús. Es un mundo desigual, injusto y violento.

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¿ Q u ié n es Jesús p a r a n o s o t r o s?

Nosotros, seguidores y seguidoras de Jesús, llevamos el mismo sueño de él; es el sentido de nuestra vida. Pero no siempre es fácil continuar y creer. Pasamos, a veces, por momentos de vacilación. En esas horas, nos hace mucho bien tener presente a Jesús Hijo del Hombre, con toda aquella carga de humildad y coraje que ese título incluye.

Jesús nos invita a luchar ya, ahora, en el corazón de la historia, para hacer que acontezca el Reino de Dios, pero siempre, y al mismo tiempo, mirando hacia adelante, hacia los últimos tiempos. No podemos olvidar que la historia es un camino rumbo a los últimos tiempos. Y, si vienen persecuciones, es bueno recordar las palabras de Jesús: “Felices cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y desprecien su nombre a causa del Hijo del Hombre (6,22).

Jesús de Nazaret es nuestro único Señor

El Imperio Romano es la gran potencia que domina a todos los pueblos. Respetuoso de las costumbres y de las religiones, pero no admite desobediencias y revueltas. Cuando suceden, ¡viene la represión luego y sin piedad! Sabemos que en la época del emperador Nerón las comunidades cristianas de Roma sufrieron violentas persecuciones. Nosotros aquí sufrimos con ellos y por ellos. Sin embargo, cuando resolvimos escribir algo sobre la vida de Jesús, había una relativa calma en el imperio. Pero esta era una calma aparente, inestable, pues la situación social era explosiva. Es verdad que había un sistema avanzado de transporte por mar y tierra en el Imperio Romano y esto favorecía la difusión del Evangelio de Jesús. El apóstol Pablo supo aprovechar muy bien eso para fundar nuevas comunidades distribuidas a lo largo de las carreteras imperiales y en los puertos principales. Pero la situación del pueblo no era buena.

Nuestra preocupación principal era - y sigue siendo - la cuestión social, la dura situación de los pobres y de los excluidos. No queremos, por ningún motivo, que las comunidades estén de acuerdo con una situación tan injusta. Jesús habló bien claro (6,24-26).

Delante de esto sentimos la necesidad de dar testimonio y proclamar bien fuerte que Jesús, para nosotros cristianos, es el único Señor de la historia y de cada uno de nosotros. Esto es un punto básico de nuestra fe. Confesar eso, abierta y públicamente, no siempre es fácil. Significa desenmascarar todo poder opresor y represor, como lo hizo Jesús (13,31-32). En las principales ciudades aquí en Asia Menor, hay un templo con una gran imagen del emperador para ser adorado. Ahí nos recordamos del nacimiento de Jesús. Cuando todos tenían que aceptar al emperador como señor y salvador (2,1-2), un ángel anuncio a los pastores la Buena noticia: “No teman. Miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en

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la Ciudad de David el Salvador, Mesías y Señor (2,11). Sí, Jesús, nacido en un pesebre como tantos niños pobres de Palestina, sin poder, sin ejércitos, en la periferia del mundo, es el Señor de la historia. Es él el Señor y no el emperador de Roma, a pesar de ser este el jefe del mayor ejercito del mundo.

El mismo Juan Bautista, que vivió en una época de tantos jefes poderosos y opresores (3,1-3), anunció una nueva soberanía, bien diferente (3,5.15-20). Jesús, cierta vez, provocado por los espías al mando de los doctores de la Ley y de los jefes de los sacerdotes (20,20), dijo claramente que el emperador no era dios. Solamente el Dios de Jesús, es el Dios verdadero y soberano (20,25). Ellos entendieron muy bien el mensaje, pues días después lo acusaron de agitador delante de Poncio Pilatos (23,1-3). Jesús no negó ser el rey de los judíos, confirmando así, su soberanía. Pero vivió una soberanía totalmente diferente, basada en el servicio, al lado de los excluidos (22,24- 27). Pidió a sus discípulos que ejercieran este mismo tipo de soberanía (22,29-30).

Nosotros insistimos bastante en esta profesión de fe, para sacar a las comunidades de la ambigüedad y de la adaptación a la mentalidad dominante. Al mismo tiempo queríamos mucho que el Imperio Romano se convirtiera al Evangelio de Jesús. Por eso valoramos las cosas buenas del imperio, como los transportes y ciertas personas que lo servían (7,1-6; 23,47; Hch. 10,1-2). Recordamos el dolor y el llanto de Jesús sobre Jerusalén y sus jefes por no haber comprendido el camino de la paz que él había traído. Pero era necesario también desenmascarar la maldad del poder opresor. Aunque no existía persecución abierta, no faltaban - ni faltan - desconfianzas, amenazas, calumnias contra miembros de nuestras comunidades. La persecución abierta podía aparecer en cualquier momento. Jesús ya lo había anunciado claramente, más de una vez (10,3; 12,49-53; 21,12-19).

Proclamar a Jesús como único Señor significa darle la última palabra, definitiva y decisiva. Significa relativizar todo lo demás, incluso las leyes, norma e instituciones, como, por ejemplo, la ley del sábado (6,5). Relativizar no quiere decir despreciar si no ver todo en función de lo que es más importante, lo absoluto. Jesús recordó claramente eso cuando dijo: “Un empleado no puede estar al servicio de dos señores: porque odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro” (16,13).

Jesús no es Señor de una manera genérica o solamente para unos. Él es el Señor para cada uno de nosotros personalmente, que nos entregamos a él. Exactamente como habló la Virgen María: “Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra” (1,38).

Es interesante notar que quienes reconocieron a Jesús como Señor fueron personas pobres y excluidas 2,15-20; 15,12; 7,6; 9,54; 9,61; 10,40; 11,1; 12,41; 17,37; 19,18. Los jefes y los doctores de la Ley lo tildaban de pecador y comelón (15,1-2). Realmente también hoy las personas apegadas a los poderosos truculentos, a las

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¿Q u ié n es Jesús p a r a n o s o t r o s?

riquezas y a los privilegios difícilmente llegan a reconocer, de verdad, que Jesús es el único Señor.

Resumiendo

Este es el Jesús en quien creemos y que nuestros hermanos y hermanas en la fe nos transmitieron. Él es la revelación de la misericordia del Padre (15,3-32). Es el Salvador del mundo (2,11.30-31), capaz de responder a nuestros anhelos más auténticos (10,25; 18,18). Es la fuerza de los que luchan por un mundo de paz y justicia, sin ganancia (12,15) y sin corrupción (20,47). Es el Libertador de todos, especialmente de los pobres y de los excluidos (4,18-21), desenmascarando y denunciando todo tipo de desigualdad injusta y violenta (6,20-26). El que quiere vida y libertad para todos; él está vivo entre nosotros (24,5-6), camina con nosotros (24,15) y nos envía a ser testigos de su misma misión (24,46-48; Hch 1,8).

Este Jesús es la mayor Buena Noticia que recibimos, llenándonos de júbilo y de alegría (2,11). La fe en ese Jesús de Nazaret cambió radicalmente nuestra vida. Hablo desde mi experiencia personal. Realmente valió y vale la pena (9,24-25).

Ahora, para nosotros, creer en Jesús de Nazaret significa seguirlo de verdad, todos los días, en todas las situaciones. Fe y seguimiento son inseparables.

Encontramos eso tan importante para nuestra vida personal y para el caminar de nuestras comunidades que introdujimos repetidas veces, en el texto escrito, la palabra “seguir”: cerca de veinte veces. Hay otra palabra que dice la misma cosa: “discípulo”, que citamos treinta y cinco veces. Estas palabras no las inventamos nosotros, ellas

vienen del propio Jesús (9,23; 18,22), y los primeros discípulos las guardaron, con mucha firmeza y alegría.

Por eso, siempre que reflexionamos sobre la persona y la práctica de Jesús, en nuestras comunidades, nos preguntamos: ¿qué significa seguir a ese Jesús, que pretendemos conocer más de cerca? Queremos ahora compartir algo sobre ese asunto tan importante.

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Antonio
Rectángulo
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¿Q u é Sig n if ic a p a r a n o so t r o s se g u ir a Je sú s?

■ Seguir a Jesús es tener los mismos sentimientos que había en él

Es realmente eso. Es cuestión de actitudes, de práctica y no de palabras o de ritos bonitos. Jesús fue una persona bien concreta, que vivió en determinada época y lugar. Es el Jesús de Nazaret, de Galilea. Como toda persona humana, él tenía sentimientos, actitudes, posturas, opciones, proyecto de vida. Seguir a Jesús es exactamente eso: asimilar el mismo espíritu y sentimientos que había en él. Ya el apóstol Pablo resumió eso muy bien en una carta enviada a la comunidad de Filipos, que está aquí en nuestra región. “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5). Pues bien, ser cristiano, para nosotros, es eso.

No se trata de copiar al pie de la letra todo lo que dijo e hizo Jesús. Sería hasta imposible. ¿Quién va, por ejemplo, a poder resucitar a un niño muerto, como lo hizo Jesús? (7,14-15). Además nuestra realidad no es la misma del tiempo de Jesús en Palestina. Aquí, por ejemplo, hay ciudades grandes, varias culturas y religiones, mezcla de razas y pueblos. Se trata, en efecto, de tener los mismos sentimientos de Jesús, como sucedió con Zaqueo. Él se sintió atraído por los sentimientos y actitudes de Jesús, como la práctica de la justicia, de la solidaridad, de una vida sobria. Los asimiló y

se convirtió (19,1-10).

Tener los mismos sentimientos de Jesús no significa perder la propia identidad. Jesús, por ejemplo, nunca pidió a los samaritanos que dejaran de ser samaritanos para poder seguirlo. Al leproso samaritano, curado, Jesús simplemente le dice: “Ponte de pie y vete, tu fe te ha salvado” (17,19). Jesús supo reconocer y valorar las posturas positivas que encontró en ellos (10,33-37; 17,15-18). Aún más: nunca exigió que las mujeres lo siguieran cómo los

hombres. Sin embargo, permitió que una mujer, considerada pecadora en la ciudad donde vivía, manifestase sus sentimientos de cariño y de perdón, a su manera de ser mujer (7,36-38).

Para tener los mismos sentimientos de Jesús es necesario, primero, conocerlo, contemplarlo, sentarse a sus pies. Exactamente como hizo María, la hermana de Marta. Ella se sentó a sus pies, aprendiendo y asimilando los sentimientos del Maestro (10,38- 40). Esto es ser discípulo. Encontramos tan importante esta actitud de María, que en

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¿Q ué s ig n if ic a p a r a n o so t r o s s e g u ir a Jesú s?

nuestras comunidades siempre la recordamos frecuentemente, especialmente a la hora de leer y escuchar hechos y dichos de la vida de Jesús.

Para nosotros, la cosa más importante es seguir a Jesús, tener sus mismos sentimientos y posturas. Es el mensaje más importante que nos transmitieron los primeros discípulos que convivieron con Jesús. El mismo Jesús había recomendado eso (9,23; 14,26) no por aparentar, sino por ser él el enviado del Padre y del Espíritu Santo (3,21-22). Es una novedad muy grande, pues en las religiones que existen en nuestra región del Imperio Romano solamente hablan de ritos, de sacrificios a las divinidades, de templos; basado todo en el miedo y el pavor, sólo eso.

■ Seguir a Jesús es caminar con él, relativizando todo lo demás

Esto ya es consecuencia de todo lo dicho anteriormente. Se trata de contemplar más de cerca a Jesús, en su día a día, para ir asimilando sus sentimientos y posturas. Jesús, por ejemplo, caminaba, y mucho: “A continuación fue recorriendo ciudades y pueblos proclamando la Buena Noticia del reino de Dios...” (8,1). Mucha gente iba con él (7,11). Aquí y allá, Jesús invitaba a algunos para seguirlo más de cerca, como a

discípulos.

En las comunidades quedó grabado el testimonio de los que lo siguieron primero: Simón, Santiago y Juan. Ellos lo dejaron todo - trabajo, barco, redes y familia - y anduvieron con él (5,11). Esto, para nosotros, tiene un sentido profundo. Para entender mejor, es importante saber que los judíos de la Palestina, incluso Jesús, tenían una manera interesante de

transmitir mensajes importantes. Usaban expresiones fuertes, hasta exageradas, para que quedara bien claro el mensaje. Por ejemplo, Jesús dijo una vez: “Si alguien viene a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” (14,26). Es claro que Jesús no manda odiar a su padre y su madre, él solamente quería afirmar lo siguiente: seguirlo, de verdad, significa relativizar todo lo demás, incluso padre y madre. Y eso no quiere decir despreciar; por el contrario, es darle un sentido verdadero y más auténtico a nuestros sentimientos y a nuestras relaciones, inclusive familiares. Pueden creer, hablo experiencia propia.

Hay otras expresiones fuertes, dichas por Jesús, que necesitan ser bien entendidas, como cuando recordó algunas exigencias para seguirlo (9,57-62), o como cuando envió a sus discípulos de misión (10,4-7). Nosotros las escribimos de la misma manera que

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fueron dichas por él, por una cuestión de respeto y también para entender mejor su mensaje.

Pero esto no significa que Simón, Santiago y Juan nunca hayan regresado para sus casas y trabajos. Volvieron, sí, pero ahora el sentido de su vida era otro: era la persona de Jesús. Ellos redefinieron sus vidas, poniendo a Jesús en primer lugar, relativizando todo lo demás. Y eso es muy importante. Como ya dije, relativizar no significa despreciar, y si no ver todo a la luz de aquel que se convirtió en criterio principal para nuestra vida: Jesús, el Cristo. Es el que ahora orienta nuestra vida, nuestros sentimientos y nuestras relaciones. Aquellos primeros discípulos no rompieron sus relaciones con el mundo en general, y sí las redefinieron a la luz de la persona de Jesús.

No eran solamente los Doce que caminaban con él. Eran también mujeres que habían sido curadas por espiritas malos y enfermedades. Magdalena, Juana, Susana y otras (8,2-3). Ellas lo acompañaron a lo largo de toda su misión pública, hasta los pies de la cruz (23,49.55). Siguiendo a Jesús, redefinieron sus vidas con alegría y gratitud, relativizando todo lo demás.

Recordamos siempre el encuentro de Jesús con una persona muy importante y muy rica, cuando le hizo la propuesta de vender sus bienes para seguirlo (18,22). Quiere decir, Jesús lo invito para redefinir su vida, a darle un nuevo rumbo. La persona no aceptó la invitación, tuvo miedo. Ante la perplejidad de los discípulos Jesús dijo. “Les aseguro que nadie que haya dejado casa o mujer o hermanos o parientes o hijos por el reino de Dios dejará de recibir mucho más en esta vida y en la edad futura la vida eterna” (18,29-30). Una vez más, envía un mensaje: seguir a Jesús es hacer de Él, el centro de la propia vida, el Absoluto, capaz de relativizar todo lo que resta.

Quedó grabado en la memoria de los primeros discípulos el último viaje de Jesús, rumbo a Jerusalén, donde iría a ser condenado y muerto (9,51-19,28). Aquel viaje se convirtió, para nosotros, en símbolo de los que quieren ser discípulos de Jesús. Esto es tan importante que destacamos incluyendo, a lo largo del viaje, hechos y dichos de Jesús en donde aparecen claramente algunas exigencias salidas de su boca para los que realmente quieren caminar con él. Son estas:

a) no tener miedo de arriesgar, y de enfrentar la inseguridad (9,58);b) testimoniar y anunciar el Reino de Dios, por encima de todo, en primer lugar

(9,60);

c) decisión y fidelidad a lo largo del camino (9,62).

¡Cuánto bien nos hace recordar y revivir eso! Da para entender que caminar con Jesús no es sólo cuestión de mover los pies. Es sobre todo una cuestión de redefinir la propia vida, asimilando sus actitudes, opciones y sentimientos. Es ir avanzando

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¿ Q u é s ig n if ic a p a r a n o s o t r o s s e g u ir a J e s ú s ?

siempre, sin quedarnos angustiados (12,29), despojándonos de lo que nos impide caminar (12,33), con el corazón libre (12,34). Realmente, caminar con Jesús es una experiencia emocionante y enriquecedora. Si no, que lo digan los dos discípulos de Emaús: “¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?” (24,32).

■ Seguir a Jesús es convertirse todos los días, mientras es tiempo

Nuestras comunidades, por las declaraciones y testimonios de los miembros más antiguos, ya hicieron un buen recorrido. Pasaron por varias dificultades, superaron barreras, vencieron tentaciones, corrigieran desvíos. Se percibe, en muchos, la alegría por estar en este camino. Pero nada es perfecto. A lo largo del camino siempre aparecen encrucijadas, cansancios, dudas, tentaciones, desvíos, fragilidades y dejadez. Cuando decidimos transmitir por escrito nuestra fe en Jesús de Nazaret, el Señor, todo esto estaba pasando. Inclusive, fue también por ese motivo que escribimos la memoria de Jesús, a pedido de las comunidades. Viendo que el fin del mundo no sucedía, muchos se fueron acomodando, en vez de seguir fieles, al Evangelio de Jesús. Sentíamos urgente el llamado a la conversión, para no arruinar un caminar tan bonito.

Ya Juan Bautista, con su testimonio de vida y su predicación valiente, había mostrado la necesidad de la conversión para el perdón de los pecados (3,3). Por eso bautizaba. El bautismo dado por él era señal de adhesión al movimiento popular de conversión lanzado por el mismo. Mucha gente se fue uniendo (3,7). Para él, la conversión tenía que pasar necesariamente por el compartir los bienes (3,11) y por el uso honesto y fraterno del poder (3,12-14). Pero fuimos a buscar inspiración sobre todo en la persona y en la práctica de Jesucristo. Al final, él se convirtió en el sentido último y decisivo de nuestra vida (5,11). Por causa de él, habíamos relativizado todo lo demás (18,28-30). En esa búsqueda, ¡cuántas luces importantes y alentadoras encontramos!

Jesús llamaba mucho a la conversión, entendida como un cambio de mentalidad, de práctica, de rumbo. De hecho, no hay verdadero seguimiento de Jesús, sin conversión. Los discípulos que convivieron con Jesús experimentaron muy bien todo esto (9,33; 18,25-28). Zaqueo se convirtió al mundo de Jesús y dió aquel resultado bonito (19,1-10). Bien diferente fue la postura de la persona rica e importante que rechazó la invitación de Jesús. ¡No hubo conversión! (18,22-23). Cuando falta conversión, hay el peligro de reducir a Jesús a nuestros esquemas, como intentaron hacer los doctores de la Ley y los fariseos. Pero Jesús fue muy claro: “Nadie echa vino nuevo en odres viejos... El vino nuevo ha de echarse en odres nuevos” (5,37-38).

Fijándonos bien en el caminar de Jesús con sus discípulos, percibimos que la conversión es un proceso permanente, de todos los días. De hecho, a pesar de que

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ellos estaban siguiendo a Jesús desde hacía mucho tiempo, siempre caían en desvíos y fragilidades, como cuando se pusieron a discutir quién de ellos sería el más importante (9,46). De Ahí la necesidad de vivir siempre en actitud de conversión. Constantemente Jesús alertaba del peligro de irse adaptando a las mentalidades equivocadas: “Cuídense de la levadura - o sea - de la hipocresía de los fariseos”(12,1). La hipocresía es la negación de la conversión.

La conversión es un don de Dios y sucede en corazones humildes y abiertos. Fue por eso que Jesús cuestionó duramente a los doctores de la Ley, a los fariseos y a los dueños del poder, porque se cerraron y no aceptaron cambiar su vida. Siempre nos hacen pensar mucho las palabras de dolor y de firmeza que Jesús pronunció, dirigiéndose a Jerusalén: “¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas a los enviados, cuantas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas; y tú no quisiste!” (13,34).

En otra ocasión, Jesús llegó a maldecir a las ciudades de Corazaín, Betsaida y Cafarnaúm, que habían sido visitadas por él. A pesar de haber visto tantos milagros, no se convirtieron (10,13). Esas palabras duras de Jesús siempre nos cuestionaron, como también la parábola del rico y del pobre Lázaro, contada por Jesús. Pues al morir e ir al infierno, el rico suplicó a Abrahán que enviara a alguien a la tierra para alertar a sus hermanos que vivían la misma vida equivocada que él vivió. Abrahán fue muy claro: “Si no escuchan a Moisés, ni a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso”(16,31). ¡Triste realidad! ¡Como todo eso nos hace pensar! Realmente, la conversión es don de Dios, del cual no podemos abusar.

Quiero recordar ahora otra cosa muy bonita: la conversión siempre trae mucha paz, alegría y júbilo. ¡Pueden creer eso! Hablo desde mi experiencia personal y de tantos otros que, con la gracia de Dios, ayudé a entrar en este camino. Hicimos una profunda experiencia de la bondad y de la ternura de Dios. ¡Conversión es fiesta, en el cielo y en la tierra! Nunca olvidaremos aquellas tres parábolas contadas por Jesús, que hablan de la misericordia y de la bondad de Dios para con los excluidos y los marginados. Jesús decía con insistencia: “Habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (15,7.10).

Jesús era la revelación de la misericordia del Padre. La práctica de esa misericordia era el sentido de su vida, la razón de su misión. Movido por eso, el invitaba a las personas a entrar en este proceso de conversión y a experimentar el abrazo del Padre. Es un abrazo que atrae, que despierta nuevas energías, que hace a la gente levantarse del fango y caminar (15,18). Es una experiencia verdaderamente linda, difícil de ser expresada con palabras. Yo, que siempre andaba buscando un Dios así, me quede encantado. Creí, me levanté, caminé y gané ese abrazo. Es un abrazo que nunca se acaba. ¡Estoy inmensamente feliz! ¡Es fiesta! (15,20-24). ¡Cómo nos hace bien participar de esa fiesta! Es una tragedia cerrarse, y no quererse alegrar al ver al Padre

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acoger, abrazar a los excluidos, a los que recurren a él buscando perdón, con humildad. Eso pasa porque muchas veces, tenemos una comprensión equivocada de Dios, reduciéndolo a una especie de fiscal duro y sin corazón. Fue lo que pasó con el hijo más viejo de la parábola contada por Jesús (15,29-30). Ese hijo mayor es el símbolo de mentalidades cerradas, de leyes e instituciones sin misericordia.

Queremos decir también que Jesús dirigió a todos la llamada a la conversión, y no solamente para algunos, pues todos necesitamos conversión. Muchas veces, corremos el peligro de exigir conversión solamente a los otros. Eso está mal: “¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo?”(6,41). Seguir a Jesús es una exigencia para todo cristiano, y eso exige conversión (9,23). Cuando, por ejemplo, Jesús condenó la ganancia, hicimos énfasis en recordar que Jesús habló eso para todos, inclusive para sus discípulos, que era gente pobre(12,15). La conversión, por tanto es para todos, pero a partir de la situación concreta de cada uno.

Encontramos tan importante el llamado a la conversión que no dudamos en recordar, al final, la orden de Jesús: “Que en su nombre se predicaría la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén” (24,47). Y, también, nunca olvidamos la valiente predicación de Pedro, después de la ascensión de Jesús: “Arrepiéntanse... apártense de esta generación malvada” (Hch 2,38-40).

■IB Seguir a Jesús es practicar ¡a misericordia

Ya hablé bastante sobre este mundo desigual, injusto y violento en que vivimos (3,10-14.18-20; 16,19-21). Lo peor es que la mayoría de las personas acepta esta situación como algo normal, piensa que es el destino. Llegan hasta a divinizar el destino, contra el cual ya nada se puede hacer. Hay mucho fatalismo. Hay tantas

religiones y nada dicen y nada hacen; de ese modo el mundo nunca va a mejorar. Esa mentalidad, a veces, corre el peligro de ir contagiando a nuestras comunidades. Al escribir algo sobre la memoria de Jesús, nuestro objetivo es alertar sobre este peligro, buscando siempre inspiración en su vida.

Un aspecto de Jesús que siempre nos toca profundamente, es su práctica misericordiosa. Pedía esa misma práctica a sus discípulos. De hecho, no podemos seguir a Jesús sin la práctica de la misericordia para con los excluidos y los necesitados.

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Como Jesús, estamos llamados a dar el corazón a los más necesitados y excluidos. Los necesitados, como en el tiempo de Jesús, son los que tienen hambre (9,12), ios enfermos y dominados por algún mal (4,40-41). Los excluidos son los pecadores, los impuros, los de otras razas (5,29-32; 15,1-2), Siguiendo el ejemplo de Jesús, estamos llamados a hacer que las personas, que viven cerca de nosotros, se sientan acogidas, amadas y socorridas (6,18-19).

Encontramos que es fundamental la práctica de la misericordia aquí en nuestra realidad. No son las discusiones las que unen, si no ese tipo de práctica, en que la vida está en primer lugar y el amor gratuito es vivenciado. Jesús nos dió el ejemplo al evitar entrar en discusiones inútiles sobre asuntos religiosos, con el especialista de la ley al proponerle el ejemplo del buen samaritano que auxilió, gratuitamente a una persona necesitada, sin conocerla y siendo de otra raza y cultura (10,25-37). Para nosotros,

aquel samaritano se convirtió en símbolo de todo verdadero seguidor de Jesús. La invitación de Jesús: “Ve y haz tu lo mismo” (20,37), siempre resuena en nuestras reuniones y celebraciones.

Hay otra parábola de Jesús sobre la cual nos gusta meditar, sobre todo cuando entre nosotros puede ocurrir el peligro de cerrazón o de orgullo. Es la parábola en que el Reino de Dios tiene las puertas abiertas para los excluidos y los pobres (14,21-24), sin discriminación. Ese es el actuar de Dios; queremos que sea también el nuestro.

Por tanto, practicar la misericordia no es cuestión de abrazos apretados sin ningún compromiso. Es mucho más que eso. Es compromiso afectivo y efectivo para transformar las situaciones y las relaciones equivocadas; es superar las barreras de raza (10,33), de sexo (8,43-48), de categoría social (7,1-3); es vencer preconceptos (7,39-47), es poner siempre la vida en primer lugar, especialmente la vida de los más necesitados (6,6-10); es actuar gratuitamente, es asumir la defensa de los que tienen hambre, de los humillos, de los marginados, y al mismo tiempo, denunciar a los que oprimen, humillan y dominan con arrogancia (6,20-26). Practicar la misericordia es cargar, con ternura, a los excluidos, los pecadores, con sus dolores y reclamos, como hizo el buen pastor con la oveja perdida y cansada (15,3-7). Es convivir con el pueblo; es caminar, visitar, entrar en las casas, escuchar, sentarse, compartir, animar, socorrer, cuestionar, así como hacía Jesús (5,1; 6,17-19; 9,11; 12,1).

Queremos destacar la cuestión de las visitas. Nosotros procuramos visitar siempre al pueblo. Es una cosa que aprendimos de Jesús, de la Virgen María, de los apóstoles. Es una manera muy bonita de practicar la misericordia. Como hizo María al visitar a su

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pariente Isabel, que estaba pasando por una necesidad. María fue, se quedó con ella el tiempo necesario, gratuitamente (1,39.56). Qué bueno es visitar a las personas, llevando el mismo sueño de Jesús: ¡vida y libertad para todos! (4,18-19). La visita de Jesús a la casa de Zaqueo es un ejemplo para nosotros (19,5). Queremos ser, nosotros también, portadores de salvación. Queremos que nuestras visitas sean cómo una visita de Dios, que consuela y libera, así como eran las visitas de Jesús, según los comentarios del pueblo (7,16),

Ahora, por nuestra experiencia, para vivir la misericordia necesitamos motivaciones profundas, porque hay momentos en que no es fácil vivir todo esto (17,17-18; 22,47- 53). Y esas motivaciones profundas vienen de la práctica misericordiosa de Dios Padre (15,2-31). Pues, la voluntad del Padre es el ejemplo de Jesús, y es lo que fundamenta nuestra práctica misericordiosa. Y hay más: la práctica de la misericordia pide que nuestro corazón esté lleno de compasión, así como fue el corazón de Jesús (7,13). Y esa compasión no tiene precio, no se compra en el mercado. Solamente la conseguiremos en profunda intimidad con el Padre, en la oración (11,1-4).

Para nosotros, la práctica de la misericordia es la manera más concreta de vivir el amor; es, como decía Jesús, la mayor perfección: “Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes” (6,36). Siempre recordamos ese mandato de Jesús en nuestras celebraciones.

Seguir a Jesús es trabajar para construir el Reino de Dios aquí y ahora

Pertenezco a la época de la segunda para la tercera generación de cristianos. La primera fue la de los apóstoles y discípulos de Jesús. Como ya dije, el camino, desde el inicio, nunca fue fácil, pero al mismo tiempo fue muy bonito y atrayente. El clima siempre fue de mucha lucha y esperanza. Se esperaba un gran cambio en la sociedad, aunque tuviera que haber una intervención extraordinaria de Dios, pues la situación, desde el punto de vista de los pobres, era pésima (16,19-21).

Con el pasar del tiempo, fueron apareciendo desvíos y malentendidos. Muchos, por ejemplo, comenzaron a pensar en un fin del mundo ya inminente. Unos decían: “Si les dicen: Míralo aquí (el Hijo del Hombre), míralo allá” (17,23). Eso fue creando confusión, angustia, miedo. Otros se quedaban de brazos cruzados, acomodados, esperando todo del cielo. Hubo - y todavía hay - personas que dejaron hasta de trabajar, como sucedió en la comunidad de Tesalónica (2Tes 2,1; 3,11). Pero, gracias a Dios, siempre hubo cristianos entregados y dando lo mejor de sí para transformar, primero a sí mismos y luego a la sociedad, sin preocuparse con discusiones inútiles sobre el fin del mundo. Eran sobre todo esos cristianos que guardaban con fidelidad los dichos y hechos de Jesús.

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Para deshacer cualquier mal entendido, incluimos en el texto que escribimos un resumen de la práctica intensa y preciosa que Jesús realizó, especialmente en Galilea (4,14-9,50). Es impresionante el trabajo realizado por Jesús y sirve de ejemplo para nosotros. Lo que ahora vale la pena es llevar hacia delante la misma misión de Jesús en medio de nuestra realidad. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Para reforzar esto, recordamos la parábola de los talentos, contada por Jesús (19,12-28), cuyo mensaje es bien claro: trabajar aquí y ahora, dando lo mejor de nosotros, valorando los dones que Dios nos dió a cada uno. Esa parábola que Jesús pronuncio al estar ya cerca de Jerusalén, donde lo matarían, contiene también otro mensaje: la realización del Reino de Dios va a acontecer pero con mucho sufrimiento y persecución. Si no hay verdadero seguimiento de Jesús, sin un compromiso activo, consciente, asumiendo las consecuencias.

Al registrar la parábola, hicimos énfasis en recordar que ella es dirigida, especialmente, a los que imaginaban que el fin del mundo era ya inminente (19,11). ¡Nada de eso! El tiempo, ahora, es de lucha y compromiso, de espera activa y valiente, no de brazos cruzados. A los que andaban diciendo que el fin del mundo estaba por llegar, sembrando el miedo o cruzando los brazos, respondimos con las mismas palabras de Jesús: “¡Cuidado, no se dejen engañar! Porque muchos se presentaran en mí nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora. No vayan tras ellos” (21,8).

Pues bien, el Reino de Dios está próximo (10,9-11). No solamente está próximo, sino que ya llegó, en la persona de Jesús (11,20). Él está en medio de nosotros (17,21). Con la venida de Jesús, los tiempos mesiánicos llegaron: “Vayan a informar a Juan de lo que han visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia. “Y dichoso el que no tropieza por mi causa” (7,22-23).

Por tanto, no sirve andar buscando señales misteriosas. El reino de Dios ya llegó y está presente en donde es llevado en serio el mismo trabajo de Jesús. Nuestra tarea es hacer que suceda, cada vez más, ese Reino: “Basta que busquen su reino y lo demás lo recibirán por añadidura” (12,31). Y es por eso que Jesús nos envía: “Serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo” (Hch 1,8). Esta es nuestra misión, lo demás le pertenece a Dios: “No les toca a ustedes saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad” (Hch 1,7).

Insistimos: el tiempo de la misión es ahora, ¡es “hoy”! Esta palabra “hoy” para nosotros es muy importante. Nosotros la aprendimos de la práctica y de las enseñanzas de Jesús. Por esta razón insistimos en recordarla varias veces en el texto que escribimos: 2,11; 4,21; 5,56; 13,33; 19,5.9.43; 23,43. Es para que las personas no se queden pensando, de brazos cruzados, en el fin del mundo. Seguir a Jesús es tarea de ahora y de cada día: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame” (9,23). Reparen bien en el detalle: ¡cada día!

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Seguir a Jesús es vigilar,abriendo siempre el presente al futuro que nos espera

Quede bien claro: al hablar de compromiso en el aquí y ahora, no queremos olvidar el futuro que nos espera. Por el contrario, presente y futuro deben de estar bien unidos. El mismo Jesús, con toda su incansable actividad (4,43-44; 5,15), nunca se desligó del rumbo que tenía por delante (5,16; 9,24-26). Pues es verdad que el Reino de Dios está ya entre nosotros (11,20), cuando se lleva adelante la misma misión de Jesús; pero, al mismo tiempo, tenemos que buscarlo siempre (12,31), hasta el día de su manifestación plena. Esa hora va a llegar y, como decía Jesús, puede llegar en un día inesperado y en una hora impredecible (12,46).

La venida definitiva del Reino de Dios es una certeza, como es cierta la llegada de la primavera, cuando toda la naturaleza comienza a florecer (21,29-31). Esta venida puede ser hoy, mañana o de aquí a mucho tiempo, pero vendrá, con toda certeza(21,32). El problema, por tanto, no es si Dios vendrá o no, más bien si las personas estarán preparadas para ese gran acontecimiento: “Cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará

esa fe en la tierra?” (18,8). Y fe es seguir a Jesús, teniendo en nosotros sus mismos sentimientos. Cuando Dios venga, entonces él sí hará justicia en favor de sus escogidos, que son los pobres, los excluidos, los marginados, los que claman a él noche y día. Y lo hará inmediatamente (18,7-8).

Es el motivo por el que Jesús recomendaba tanto vigilar: “Tengan la ropa puesta y las lámparas encendidas... Dichosos los sirvientes a quienes el amo, al llegar, los encuentre despiertos... ustedes también estén preparados, porque cuando menos lo piensen llegará el Hijo del Hombre” (12,35-40). Pero, ¿cómo vigilar? Conociendo y practicando la voluntad de Jesús, nuestro Señor (12,47). Todo aquello que nos impide vigilar es malo, y perjudicial, como, por ejemplo, la gula, la embriaguez o las preocupaciones exageradas por el momento presente (21,34). Vigilar y no acomodarse a una vida superficial y distraída, como si nunca fuera a llegar el juicio final (21,34-36).

Vigilar no es andar atrás de adivinaciones o interpretaciones del destino, como sucede mucho por aquí, en las varias religiones. Hay personas haciendo su buen dinero con todo esto (Hch 16,16). También en nuestras comunidades hay personas corriendo atrás de adivinaciones (17,23). Ya el mismo Jesús nos alertó sobre ese peligro. Vigilar es estar contra toda esa falsa ideología del destino y del fatalismo, es romper con todo tipo de hipocresía (12,1) y de ganancia (12,15). Vigilar es saber interpretar el tiempo presente (12,56), para actuar con decisión en la hora exacta (17,31-36), es permanecer firme en el camino de Jesús (21,19), luchando con la cabeza erguida, nunca como derrotados, porque, decía Jesús: “ha llegado el día de su liberación” (21,28).

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Jesús dió la mayoría de esas recomendaciones pocas horas antes de ser arrestado y condenado, por lo tanto, fue en un momento difícil. Habló pensando en el futuro de sus discípulos. Pensándolo bien, lo que más insistió Jesús con sus discípulos en los momentos finales fue: vigilar, orar, permanecer firmes (21,19), fe (21,31-33), esperanza, mucha esperanza (21,28). El testimonio de Jesús, para nosotros, es fundamental. Sus palabras nos fortalecen, ayudan, enriquecen para no perder de vista el camino a seguir. Liberan del desánimo y del acomodamiento. Hacen caminar rumbo al final de los tiempos. Jesús considera fundamental la oración, para vivir en actitud vigilante: “¡Estén despiertos y oren incesantemente!” (21,36). Sobre la importancia y el sentido de la oración, vamos a hablar a continuación.

Seguir a Jesús es unir, siempre, lucha y oración

Ritos, devociones religiosas, sacrificios a las divinidades es lo que no falta aquí en nuestras ciudades (Hch 14,11-13; 19-27-28). Las fiestas religiosas juntan mucha gente, pero todo eso es muy superficial. Yo mismo, cuando era más joven, vivía unido a las religiones paganas, y sentía un gran vacío. El culto a las divinidades es solamente para aplacar sus iras y pedir protección. ¡No tiene que ver con el comportamiento de las personas en su vida social!

Fue siguiendo a Jesús que aprendimos el sentido, la importancia y la belleza de la oración. Los que lo conocieron más de cerca cuentan, que él, además de participar de los cultos en las sinagogas y de las peregrinaciones al Templo de Jerusalén, oraba mucho, solo, en lugares apartados (5,16). Sin embargo, nunca dió prédicas sobre la oración ni obligó a sus discípulos a rezar. Fueron los mismos discípulos quienes, de tanto verlo rezar y luchar a favor de la vida de los excluidos, cierto día le suplicaron: “Señor, enséñanos a orar. ..” (11,1).

Esa misma súplica es la que hacemos continuamente en nuestras celebraciones. La oración que Jesús enseño a sus discípulos (11,1-4) se transforma para nosotros en modelo de toda verdadera oración; ayúdanos a superar el peligro de hacer oraciones equivocadas, como fue la oración orgullosa y autosuficiente del fariseo, duramente condenada por Jesús (18,9-14). Siguiendo el ejemplo de Jesús (6,12-13), en nuestras comunidades tenemos frecuentemente vigilias de oración, en el recogimiento, en el silencio de la noche, bien unidas a nuestro trabajo de anuncio y testimonio del Reino de Dios. Son momentos que fortalecen mucho.

Realmente, por nuestra experiencia, podemos decir; que no hay seguimiento de Jesús sin oración, tanto personal como comunitaria. Sin oración, nuestra lucha se va enfriando, vamos arrastrándonos, perdiendo de vista el rumbo a seguir (22,40.45-46). La oración para nosotros, no es un lujo o un privilegio de algunos, si no una necesidad de todo seguidor y seguidora de Jesús. Nuestra experiencia confirma la insistencia de

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Jesús: “Estén despiertos y oren incesantemente, pidiendo poder escapar de cuanto va a suceder, así podrán presentarse seguros ante el Hijo del Hombre” (21,36). Recordando estas palabras de Jesús, en nuestras comunidades recomendamos siempre, rezar, sin nunca desfallecer (18,1).

Aprendemos con Jesús que la oración es una cuestión de amor y no una carga. Es una cuestión de intimidad con el Padre y de fidelidad absoluta a su voluntad (22,41). Y la voluntad de Dios es esta: vida, dignidad y libertad para todos (4,18-19). La verdadera oración brota de un corazón humilde y arrepentido (18,13), es movida por la confianza(11,9), con la seguridad que seremos atendidos, si sabemos pedir lo que realmente necesitamos: el don del Espíritu Santo (11,13). Es el mismo Espíritu que estaba en Jesús, esto quiere decir: los mismos sentimientos, posturas y opciones. La oración ayuda a superar las tentaciones. Como Jesús, nosotros también somos continuamente tentados por el demonio, que es todo tipo de mal, como la ambición, la ganancia y la dominación (4,1-13).

Siguiendo el ejemplo de Jesús, rezamos a partir de nuestra vida, con sus alegrías y dificultades, con sus anhelos y luchas. Compartimos mucho la vida en nuestras celebraciones y oraciones. Cuando Jesús, en medio de tantas actividades, se apartaba para rezar (5,15), no era para olvidarse del trabajo, sino para ser fiel a la voluntad del Padre, en medio de todo esto. Nuestra oración se hace más intensa en la hora de tomar decisiones importantes en ese momento (6,12-13). Cuando pasamos por momentos difíciles, duros, rezamos como Jesús: “Padre, sí quieres, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (22,42). Cuando vemos que el Reino de Dios avanza, rezamos como Jesús: “¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre, esa ha sido tu elección” (10,21).

Queremos destacar aquí, la importancia de la Eucaristía. Nosotros la celebramos en nuestras casas, con gratitud, alabanza y compromiso, según el mandato de Jesús: “Hagan esto en memoria mía” (22,19). Celebrar la Eucaristía, para nosotros, significa festejar y actualizar la memoria de Jesús, buscando vivir, cada vez más, en nuestra vida, sus sentimientos, actitudes y opciones. Pan consagrado, partido y compartido es vivir, como Jesús, una vida compartida y donada (22,19). Vino consagrado y bebido es derramar, como Jesús, la vida por la remisión y liberación de todos los pecados y males de la tierra (22,20).

No queremos esconder un peligro que venía y viene sucediendo en nuestras comunidades. Algunos están reduciendo la Eucaristía solamente a un rito, sin ninguna influencia en la vida personal y en las relaciones con otros. Por ejemplo, hay personas que ocupan espacios de poder en las comunidades y en la sociedad y utilizan eso para excluir y dominar a los más débiles. Después celebran la Eucaristía, como si nada hubiese pasado. Por eso, quisimos colocar luego después de la institución de la

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Eucaristía, en la última cena, el mandato de Jesús: “Ustedes no sean así; al contrario, el más importante entre ustedes compórtese como si fuera el último, y el que manda como el que sirve” (22,26). Participar de la Eucaristía es practicar el poder como servicio en favor de la vida de los más débiles, estas dos cosas para nosotros son inseparables.

■ Seguir a Jesús es liberarsede todo tipo de ganancia para compartir

Ya hablé que la realidad en que vivimos es injusta y desigual (16,19-21). Es más, esa es la realidad que domina en todo el Imperio Romano. Desgraciadamente, esa realidad injusta había penetrado también, de cierta forma, en nuestras comunidades (12,13). Los que entraban en el caminar de las comunidades traían un pasado marcado por las desigualdades, y no siempre se daba un proceso de conversión. También en nuestras comunidades había pobres pasando hambre (6,20) y ricos hartándose (6,24).

Sobre todo en la hora de las persecuciones por fidelidad al Evangelio de Jesús (12,4-12), veíamos que aquellos con mejores condiciones de vida corrían mayor peligro de renegar de Jesús, a causa del apego a las riquezas y a los elogios (6,24-26). Siguiendo el ejemplo de Jesús, no era posible quedarse callados. Problemas parecidos ya habían sucedido en las primeras comunidades, y los apóstoles fueron claros y exigentes, por una cuestión de fidelidad al Evangelio de Jesús (Hch 5,1-11).

Mucho nos marcó - y nos marca continuamente - la parábola del rico y el pobre Lázaro contada por Jesús (16,19-31); ella es el retrato hablado de nuestra realidad. Pues la mayoría del pueblo es como el pobre Lázaro - hambriento, humillado, excluido, abandonado hasta la muerte - , mientras una minoría vive hartándose, banqueteando todo el tiempo, encerrados en sus palacios, sordos a los dolores y clamores del pueblo pobre. ¡Dios no está de acuerdo, de ninguna manera, con esta situación injusta y desigual! La postura de Dios nos invita a ser más claros en denunciar y desenmascarar situaciones parecidas.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, nos dirigimos sobre todo a los que poseen bienes en abundancia: “Vendan sus bienes y den limosnas” (12,33). Jesús nos invita a compartir. En otra ocasión, usando una expresión fuerte, dijo prácticamente la misma cosa: “Con el dinero sucio gánense amigos, de modo que, cuando se acabe, ellos los reciban en la morada eterna” (16,9). Sí, la única manera segura de usar el dinero acumulado injustamente es dárselo a los pobres y a los necesitados. Fue lo que hizo Zaqueo, jefe de cobradores de impuestos, bastante rico, de una riqueza acumulada en base al robo y la explotación (19,8). Zaqueo se convirtió para nosotros, en símbolo de la persona rica que, al convertirse al Evangelio de Jesús, se convirtió a las necesidades de los pobres.

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No se puede ser discípulo de Jesús sin vivir una vida despojada, siendo solidario con los más necesitados. Jesús fue muy claro al decir a una persona importante y rica: “Una cosa te falta, vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme” (18,22). Diferente de Zaqueo, aquella persona no tuvo el coraje de compartir sus bienes y mejor se fue (18,23).

El apego a las riquezas genera miedo, angustia (12,4-7), nos vuelve locos, estúpidos, perdiendo el verdadero sentido de la vida (12,16-21). Algunos en nuestras comunidades, querían disfrazar este apego, mostrando una vida piadosa. ¡Es una triste falsedad! Eso ya pasaba en las primeras comunidades (Hch 5,1- 11). Para desenmascarar, usamos las duras palabras de Jesús dichas contra los doctores de la Ley: “Cuídense de los letrados, que gustan de pasear con largas vestiduras, aman los saludos por la calles y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que

devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Ellos serán juzgados con mayor severidad” (20,46-47).

Desgraciadamente, se usa hasta la religión para explotar y robar. Esto no es ninguna novedad aquí en nuestra región. Donde hay adivinos que tienen jugosas ganancias engañando y mintiendo (Hch 16,16). Para alejar tanta maldad, citamos siempre las palabras duras de Jesús, cuando, al llegar al Templo, viendo todo aquel relajo y robadera, comenzó a expulsar a los vendedores gritando: “Está escrito que mi casa es casa de oración y ustedes la han convertido en cueva de asaltantes” (19,46).

Es verdad que, al decir estas cosas, nos dirigimos especialmente a los que más poseen riquezas, pero no solamente a ellos. El demonio de la ganancia esta suelto, envenenando a mucha gente, inclusive pobres. Nuestro llamado, siguiendo el ejemplo de Jesús, está dirigido a todos los que quieren ser personas de verdad y discípulos de Jesús. No es solamente en el corazón de los otros que habita el deseo de ganancia, pues también en nuestro corazón puede estar ese deseo. De hecho, cierta vez, alguien en medio de la multitud, pedía a Jesús que lo ayudase a repartir una herencia con su hermano, Jesús respondió: “¡Estén atentos y cuídense de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!” (12,15). Jesús habló eso en presencia de mucha gente que se apretaba alrededor de él hasta llegar a pisarse unos con otros (12,1). La gran mayoría del pueblo que estaba presente era gente pobre. Y otra vez Jesús dijo: “Cualquiera de ustedes: que no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo” (14,33). Por tanto, el llamado es para todos los que quieren ser sus discípulos.

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En otra oportunidad, Jesús quitó cualquier duda al afirmar: “Un empleado no puede estar al servicio de dos señores: porque odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro. No pueden estar al servicio de Dios y del dinero” (16,13). Para el discípulo de Jesús, el único y verdadero absoluto es Dios y su proyecto.

Todo eso es posible y bonito, cuando somos capaces de hacer una opción para toda la vida. Es la opción por el reino de Dios, como invitaba Jesús: “Basta que busquen su reino y lo demás lo recibirán por añadidura” (12,31). Eso exige pasión, valor y fidelidad. Esta búsqueda del reino de Dios nos hace libres y despojados, liberados del miedo, de las angustias, de las preocupaciones excesivas por las cosas materiales, abriéndonos a la confianza en Dios (12,22-29)

Como modelo de compartir en medio de los pobres, nos gusta citar lo que Jesús vio cuando estaba en el Templo, observando a los que depositaban sus ofrendas. El vio a una viuda pobre depositando su pequeña ofrenda (21,1-4). Ella no dió de lo que le sobraba, si no compartió lo que le era necesario para vivir. Y lo hizo con el corazón abierto para Dios. Ser discípula, discípulo de Jesús es ser como la pobre viuda: reconocer la grandeza de Dios y, en Su nombre, compartir con los otros.

Queremos agregar otra cosa importante: practicar y compartir con los pobres no es solamente dar limosnas, es mucho más. Es reconocer en ellos a los preferidos de Dios (14,21-24,), los constructores del Reino, los portadores de la Buena Noticia de Jesús. Los discípulos que Jesús envió en misión eran todas personas pobres (10,3-4). Solamente rescatando la dignidad de los pobres y oprimidos, podremos construir un futuro diferente, sin divisiones ni opresiones (4,18-19).

Recordando estos hechos y dichos de Jesús, pienso mucho en mi vida, en mi pasado. Vengo de una familia bastante rica. Estudié, viajé, aprendí a investigar, haciéndome profesional en el asunto (1,3). Mi conversión al Evangelio de Jesús significó también una conversión radical a los clamores y anhelos de los pobres y excluidos. Nunca olvido las palabras de Jesús: “Difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas” (18,24). Por tanto, Pedro que estaba presente, debe haber sentido estas palabras de Jesús como si fueran dirigidas también a él, al preguntar: “¿Entonces quién puede salvarse?”.

Si todos nosotros necesitamos ser salvados del mal de la ganancia. Y eso sólo por la gracia de Dios, porque para él nada es imposible (18,27). Para ustedes, quiero decirles que estas palabras de Jesús me hacen inmensamente feliz: “Les aseguro que nadie que haya dejado casa o mujer, o hermanos o parientes o hijos por el reino de Dios, dejará de recibir mucho más en esta vida y en la edad futura recibirá la vida eterna” (18,29-30). No solamente a mí sino a todos los que buscan ser discípulos de Jesús: vale la pena. ¡Créanlo!

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Seguir a Jesús es testimoniarlo y anunciarlo con júbilo y gratitud

Cuando tenemos una experiencia que nos hace bien y nos transforma, sentimos la voluntad de compartirla y de testimoniarla, ¿no es así? Pues la conversión al Evangelio de Jesús es una experiencia bellísima, que llena de júbilo y gratitud. No se puede quedar guardado en un cajón. Es para ser testimoniada con humildad, convicción y gratitud. Hablo por mi experiencia y la de tantos otros que conozco. Jesucristo, realmente es la mejor Buena Noticia que podíamos encontrar. Que lo digan las multitudes que lo buscaban y que al encontrarlo no quería que se fuera (4,42). Se apretujaban a su alrededor (5,1), pues todo mundo quería tocarlo (6,19); era tanta la gente que se pisaban unos a otros (12,1). Era mucha la gente que lo seguía (7,9), apretándose (8,42). El pueblo estaba admirado con todo lo que Jesús hacía (9,43).

Esto pasa con las personas a las que queremos. Nadie actúa así con personas agrias e insensibles. Realmente, la presencia de Jesús trae mucha alegría, y es con esa misma alegría y júbilo que lo anunciamos y damos testimonio de él. Siempre recordamos el entusiasmo de una mujer que, al escuchar a Jesús, comenzó a gritar en medio de la multitud diciendo: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (11,27). Esa misma alegría es la que sentimos al anunciar y seguir a Jesús.

La alegría que sentimos por la presencia viva de Jesús Resucitado en nuestras celebraciones y en las luchas a favor de la vida (10,17) es tan grande que nos quedamos encantados, sin palabras, casi sin creer (24,40-41). Realmente, Jesús es la respuesta a nuestros anhelos humanos, profundos y verdaderos (9,24-25). Estamos experimentando la misma alegría de las primera comunidades: “A diario acudían fielmente e íntimamente unidos al templo: en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera” (Hch. 2,46).

La invitación de Jesús: “Basta que busquen su reino y los demás lo recibirán por añadidura” (12,31), cuando vivimos esto, es fuente de paz y de mucha alegría. Nos libera del miedo, de las angustias, despierta nuevas energías que nos hacen soñar y caminar. La presencia de Jesús al compartir la vida y la mesa, en la escucha de la palabra de Dios, y en la celebración Eucarística, nos llena de alegría y de ardor misionero, como sucedió con los discípulos de Emaús (24,32). Nosotros no podemos entender el seguimiento de Jesús sin sentir esa profunda alegría y paz. Sí, adoramos y damos testimonio de Jesús con esa misma alegría (24,52).

Pero, que quede bien claro, no es una alegría desligada de esta dura realidad en que vivimos. Ella no nos saca de las luchas; por el contrario, es de ahí que brota. Queremos decir algo más: Experimentamos paz y alegría cuando sufrimos persecuciones por causa de la fidelidad al Evangelio de Jesús. El propio Jesús ya se lo había dicho a sus discípulos: “Felices cuando los hombres los odien, los excluyan, los

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insulten y desprecien su nombre a causa del Hijo del Hombre. Alégrense y llénense de gozo, porque el premio en el cielo es abundante. Del mismo modo los padres de ellos trataron a los profetas” (6,22-23). Por increíble que parezca, los que enfrentan persecuciones por causa del Evangelio de Jesús experimentan esa profunda paz y confianza (21,12-19). Muchos de nosotros estamos pasando por esta situación, ofreciendo un bonito testimonio. Todo indica que las persecuciones aumentarán, pero, con la gracia de Dios, permaneceremos firmes, para alcanzar vida plena (21,9).

En este caminar fiel, nos dan mucha fuerza y testimonio las primeras comunidades: “Llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los despidieron. Ellos se marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por el nombre de Jesús” (Hch. 5,40-41).

Cuando vamos en misión, nuestra mayor alegría es ver el avance del Reino, en donde las personas son rescatadas en su dignidad y del mal, así todo tipo de mal es derrumbado. Somos felices por estar trabajando en esta bonita misión (10,17-20). Los que están de corazón abiertos, incluso personas ricas e importantes nos reciben con alegría (19,6) al ver que somos portadores y portadoras de Buenas Noticias; pero son sobre todo los pobres y los excluidos que se alegran (4,18-19; 7,22). Solamente para quienes no quieren cambios, los dueños del poder y de la riqueza, para ellos Jesús no es Buena Noticia si no mala noticia (13,31; 20,19-20). En cuanto el pueblo se alegraba por las maravillas que Jesús realizaba, sus enemigos se quedaban confundidos (13,17).

Resumiendo, nuestra alegría, al seguir a Jesús, es como la alegría del ciego de Jericó. Cuando, por el poder de Jesús, comenzó a ver de nuevo, se convirtió en su discípulo y lo seguía, glorificando a Dios (18,43). Realmente, vale la pena seguir a Jesús, buscar el Reino de Dios, practicar la misericordia y, a partir de todo esto, dar gloria a Dios. Ustedes no pueden imaginarse cuanta alegría y paz nos dan las palabras de Jesús dirigidas a sus apóstoles: “Les aseguro que nadie que haya dejado casa o mujer o hermano o parientes o hijos por el reino de Dios, dejará de recibir mucho más en esta vida y en la edad futura recibirá vida eterna” (18,29-30). Dejar, en este caso, no significa despreciar, sino darle preferencia absoluta a la persona de Jesús.

Estoy pensando en toda aquella multitud que acogió a Jesús y lo acompañó en Jerusalén, pocos días antes de ser condenado. Estoy allá, en medio de ellos, contemplando y participando. Jesús, iba montado en un burrito, un animal usado por los pobres, en cuanto los poderosos andan a caballo. Jesús es realmente el Mesías-Rey pobre, como ya lo había anunciado el profeta Zacarías (Zc 9,9). Todo el pueblo que lo acompañaba estaba alegre y daba gloria a Dios. Sí, nuestra alegría es seguir a este Jesús Mesías - pobre - siervo sufriente. Este mismo Jesús, por el poder de Dios, venció a la muerte, resucitó, y está vivo entre nosotros, dándonos paz. La alegría por la presencia de Jesús Resucitado es tanta que casi nos cuesta creerlo. Pero crean: ¡Así es! (24,36-41).

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Seguir a Jesús es ser enviado por él como misionero del Reino de Dios

Las comunidades, aquí en nuestra región, nacieron y crecieron gracias, sobre todo a misioneros y misioneras que fueron proclamando y dando testimonio de la Buena Noticia de Jesús. Es de admirar tanto ardor, tanta fidelidad y tanto testimonio bonito. Ya hablamos un poco, pero vale la pena insistir: la misión, para nosotros cristianos, nace de una experiencia profunda con la persona y el proyecto de Jesús. No es una cosa que se compra en el mercado. Es cuestión de amor y pasión. Es consecuencia de quien sigue a Jesús y hace de él el verdadero sentido de su vida: “Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos... hasta el confín del mundo” (Hch. 1,8). Misión no es igual a ropa que ahora me visto y luego me quito; es exigencia que nace desde lo profundo del corazón.

Desafortunadamente, fueron surgiendo abusos en este precioso servicio misionero. Era urgente alertar y corregir. A petición de las comunidades, pusimos por escrito algunas orientaciones importantes, sacadas, todas ellas, de la vida y práctica de Jesús. Deberían servir para nuestros misioneros. Por la importancia, incluimos dos versiones para el envío de los misioneros. La primera (9,1-6), la tomamos de las comunidades de Roma (Me 6,6-13); la segunda (10,1-12), de los misioneros, campesinos pobres, que algunos años después fueron testimoniando y anunciando el Evangelio de Jesús por Palestina. Juntando varias orientaciones de Jesús, ellos elaboraron una regla muy importante de vida para quien quiera ser misionero. Veamos:

Jesús envió 72 discípulos (10.1), pues desde los tiempos antiguos (Gn 10) se pensaba que en el mundo había 72 pueblos. Esto significa que la misión es para todos los pueblos. Jesús los envió de dos en dos, delante de él, a donde él iría después. Esto es para recordar que los misioneros no van para hablar de sí mismos, o de otras cosas, si no para hacer presente el mensaje de Jesús. Además de eso, deben de ir de dos en dos, como dicen las Escrituras (Dt 19,15), pues solamente vale al testimonio dado, al menos por dos personas. Y también para evitar que los misioneros anden solos desligados de las comunidades.

Según las orientaciones de Jesús, los misioneros y misioneras deben ser:

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* Personas que sepan cosechar, no solamente sembrar. Esto quiere decir, es necesario, que antes de saber cosechar, se deben valorar todas las cosas buenas que ya han sido hechas (10,2).

* Personas de oración, capaces de vivir en intimidad con el padre Dios (10,2).

* Personas que anuncien, con valentía el Reino de Dios dentro de una sociedad desigual y conflictiva (10,3), pues hay muchos lobos, queriendo dominar y masacrar a los más débiles. Algo más: Jesús quiere que los misioneros sean como corderos y no igual a los lobos. Lo que significa que Jesús no quiere que sus misioneros adopten sistemas violentos y corruptos, como los de los lobos, que son especialmente los dueños del poder, los que tiene mayor fuerza.

* Personas que lleven una vida pobre, despojada, sin confiar en el poder del dinero (10,4), pero sí en la acogida del pueblo. Al mismo tiempo, no pueden andar perdiendo el tiempo inútilmente por el camino, pues la misión es urgente.

* Personas de paz. La palabra “paz”, en la lengua hablada por Jesús, es Shalom; es la plenitud de todos los bienes; es símbolo de una sociedad justa y fraterna (10,5-6).

* Personas que no anden buscando su propio interés o vivir una vida cómoda. Personas que no sean exigentes en relación a la comida y al hospedaje, si no más bien capaces de confiar y compartir. Personas que sepan convivir con otras personas, sentándose en la misma mesa, sin discriminación, rompiendo miedos y prejuicios. Personas que no anden por la vida sin rumbo, saltando de un lado para otro, abusando muchas veces del hospedaje (10,7).

* Personas que se queden al lado de los excluidos y luchen para reintegrarlos en la sociedad, devolviéndoles dignidad y vida (10,8-9). Los enfermos, tanto en el tiempo de Jesús como aquí entre nosotros, son excluidos. Los misioneros, son personas que anuncian, con firmeza la llegada del reino de Dios.

* Personas que no se dejen corromper por una sociedad injusta y contraria al proyecto de Dios (10,10-11). Sacudirse el polvo que se había pegado en las suelas de las sandalias de los pies, significaba para Jesús, un gesto de ruptura y de denuncia.

Tomamos muy en cuenta estas orientaciones dadas por Jesús y siempre las recordamos en nuestras celebraciones, sobre todo cuando alguien de las comunidades es enviado, como misionero, para otros lugares.

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■ Seguir a Jesús es creer que ese caminar tiene futuro, a pesar de las dificultades

Ya pasaron cincuenta años de la resurrección de Jesús. Comunidades fueron naciendo y creciendo a lo largo de estos años, gracias al testimonio y a la dedicación de tantos y tantas misioneros y misioneras que fueron llevando la Buena Noticia a diferentes regiones. Muchos fueron encontrando el verdadero sentido de su vida en el seguimiento de Jesús.

Como ya dije, no todo estaba al cien por ciento. Desde el inicio hubo problemas y dificultades venidos de fuera (Hch. 5,17-18) y de dentro (Hch 5,1-11). En los últimos tiempos, las dificultades fueron aumentando, por causa de que varias personas, por una mala interpretación de las palabras de Jesús, esperaban el fin del mundo en cualquier momento. Pero viendo que esto no sucedía, desmotivadas, se fueron acomodando. Mientras tanto, sospechas y falsas acusaciones contra nosotros crecían por todos lados. Se percibía que el futuro sería duro y difícil. Algunos quedaron desanimados: el momento era crítico. Necesitábamos entender mejor los acontecimientos para no ser llevados por la corriente si no más bien seguir adelante con renovado ardor, dando testimonio y anunciando la Buena Noticia de Jesús.

Uno de los hechos que más nos ha ayudado es lo que sucedió con los dos discípulos de Jesús en el camino de Emaús (24,13-35). Jesús había resucitado (24,13), pero ellos aún no lo sabían. Caminaban tristes (24,17), pensativos, decepcionados y hasta indignados. La muerte de Jesús los afectó duramente; parecían ciegos (24,16), sin rumbo, perdidos, y uno hablando con el otro más o menos en estos términos: “¿Estás viendo? Yo ya sabía que el sueño del pobre para que venga un mundo mejor es pura ilusión. Es mejor olvidar todo y poner los pies en esta realidad dura y triste; ¡y que cada uno busque su propio camino!”

La decepción era tan grande que no eran capaces ni de percibir pequeños signos de esperanza, como la buena noticia dada por algunas mujeres (24,11.22-24). Estaban viviendo en una oscuridad total. Realmente, debe haber sido muy grande la decepción y la indignación por la muerte tan injusta de Jesús y ellos sin poder hacer nada. Tantas esperanzas y sueños quedaron en nada. Ellos son el retrato hablado de la situación de muchas de nuestras comunidades. Entre nosotros hay personas desanimadas, decepcionadas, pensando que no vale la pena seguir adelante.

De repente, Jesús se hace presente en el camino de los dos, como cualquier viajero(24,15), y entró en la conversación de ellos (24,17). Los dos se fueron abriendo poco a poco, compartiendo sueños bonitos, recuerdos, decepción e indignación (24,18-24). Jesús escuchaba y poco a poco los fue ayudando a entender mejor el sentido de las Escrituras. Recordó algunos hechos y dichos pronunciados por él mismo, por ejemplo, las repetidas veces en que habló en relación con su pasión y muerte (9,22.44; 18,31-

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33). Pero, por la manera de comportarse, los discípulos no habían entendido nada (9,45; 18,34). Fue hasta en aquel momento en que estaban entendiendo, gracias a la presencia de Jesús. Sus corazones comenzaron a llenarse nuevamente de esperanza(24,32). Seguramente ha de ver sido una conversación muy bonita y participada, ya que los tres caminaron juntos cerca de diez kilómetros a pie, sin parar, esto indica que iban muy animados.

Al llegar a Emaús, invitaron a Jesús para cenar y descansar. Cuando se sentaron a cenar,Jesús, al bendecir y partir el pan, hizo los mismos gestos de la última cena (22,19). Fue en este momento que ellos lo reconocieron, pero él ya había desaparecido (24, 28-31); ya no había más necesidad de estar ahí, pues ya había resucitado en el corazón de ellos: “¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?” (24,32)

¡Resucitaron, perdieron el miedo! Recuperaron la esperanza y el sentido de la vida, volvieron rápidamente a Jerusalén, sin miedo a la noche, llevando la buena noticia. Recomenzando la misión. No más tristeza, indignación y decepción, pues la certeza de que el sueño estaba en pie, y se estaba haciendo realidad. “¡El seguimiento tiene futuro! gritaban desbordantes de alegría y simpatía. Realmente, ¡vale la pena luchar y esperar! Y aquí ellos comenzaron a recordar otras palabras bonitas pronunciadas por Jesús, como aquellas que hablan de persecuciones y muerte, de confianza y esperanza (12,4-12.49-53; 21,12-19). Sí, seguir a Jesús es aprender la lección de los dos discípulos de Emaús: creer que ese camino tiene futuro, a pesar de las mil y una dificultades.

El acontecimiento vivido por los dos discípulos de Jesús es recordado con frecuencia en nuestras comunidades. En las situaciones difíciles que estamos viviendo, es necesario tener la certeza y la convicción de que la persona y el trabajo de Jesús no fueron ningún invento, ilusión, engaño ni un simple recuerdo del pasado. Esta seguridad da firmeza y sustenta el caminar, y nos hace avanzar en medio de las dificultades.

Por esta razón me puse a escribir algo de la memoria de Jesús; mi objetivo era bien claro: “Así comprenderás con certeza las enseñanzas que has recibido (1,4). Las personas, al tener esta certeza y convicción, tienen más ánimo, ardor misionero, llevan adelante la misión. Por esto lo digo a toda voz: vale la pena continuar en la misión. ¡Créanlo! ¡No es ninguna mentira!

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■ Seguir a Jesús es ser como la Virgen María: siervas y siervos del Señor

En nuestras comunidades continua siempre presente, y muy querida, la memoria de la Virgen María, mamá de Jesús. Su vida, valor, humildad, fidelidad y entrega total a la voluntad de Dios, marcaron y vienen marcando profundamente nuestro caminar. A petición de las comunidades, grabamos algo de su vida. Es poca cosa, pero lo suficiente para amarla cada vez más y así seguir su ejemplo.

María fue una de las tantas jóvenes pobres de Galilea, que esperaban junto con el pueblo, la venida del Mesías Liberador. Ella era de Nazaret (1,26), una pequeña aldea de campesinos, casi todos empleados como jornaleros, en las fincas vecinas. María participaba intensamente de la vida de la comunidad. Todos los días iba a traer agua a la única fuente que había en la aldea, y allá, entre las personas había intercambio de noticias sobre los últimos acontecimientos, la mayoría repletos de violencia y dolor. Ella no vivía sola o apartada; supo involucrar su vida con la del pueblo. De familia pobre, cargaba el dolor y la esperanza de los pobres. Esto se puede percibir por el himno bonito y valiente que ella acostumbraba rezar (1,46-55).

Impulsada por el amor, soñaba, como tantas otras jóvenes fieles a Dios consolador de los pobres, en llegar a ser un día la madre del Mesías, no para buscar privilegios, si no para servir a la liberación del pueblo. Y la favorecida por Dios fue ella misma (1,28). Superado el impacto por el llamado de Dios y por la manera como todo eso sucedería se entregó totalmente: “Soy la esclava del Señor; que se cumpla en mi tu palabra” (1,38). Realmente, la entrega a la voluntad del Padre fue total. Fue el sentido de su vida. Asumió todas las consecuencias, incluso, la más dura y triste: presenciar la muerte injusta y violenta de Jesús. Ya el anciano Simeón, hombre justo y piadoso, le había predicho esto, el día de la consagración de Jesús, en el templo: “Mira, este niño está colocado de modo que todos en Israel o caigan o se levanten; será signo de contradicción y así se manifestará claramente los pensamientos de todos. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón” (2,34-35). Y fue lo que sucedió. La muerte injusta y violenta de Jesús fue para María, su mamá, una experiencia dolorosa y dramática.

Hay hechos en la vida de la Virgen María que nos tocan profundamente, como su visita a la prima Isabel, que estaba necesita de ayuda por estar embaraza ya siendo anciana. Para ir hasta allá, caminó más de cien kilómetros por una región montañosa, enfrentando los peligros del viaje (1,39-40). Nuestras comunidades siempre recuerdan las palabras con las cuales Isabel, llena del Espíritu Santo, saludó a María, con este grito de alegría: “Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (1,42). Este saludo fue tomado de otros saludos antiguos dirigidos por el pueblo en fiesta a dos mujeres llenas de valor: Jael y Judith. Esta referencia no viene por casualidad; tiene un sentido muy importante. Vale la pena conocer mejor la historia de estas dos mujeres.

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Jael, sin pertenecer al grupo de las tribus, fue una mujer solidaria con las luchas de las tribus del Antiguo Israel. Mató con mucha valentía, al general Sisara, jefe del ejército agresor cananeo, en guerra contra las tribus (Jue 4,17-21). El pueblo lleno de alegría y júbilo, la saludo: “¡Bendita entre las mujeres sea Jael!” (Jue 5,24). Judith, mujer fuerte, bonita y fiel, mató al general Holofernes, jefe del ejército opresor, liberando así a su pueblo. Fue en aquella fiesta. Que el pueblo la proclamó bendita y la aclamaron con gritos de alegría (Jdt 14,7; 15,9-10). Pues bien, María es la heredera de estas dos mujeres valientes que entregaron y arriesgaron sus vidas para liberar, en el nombre y con la fuerza de Dios, al pueblo de todo tipo de opresión. Es claro que no se trata hoy de seguir al pie de la letra lo que Jael y Judith hicieron, pero sí de asimilar sus sentimientos y su ternura solidaria y valiente. María lo hizo, y queremos que sea siempre recordada y amada así. No permitamos, por ningún motivo, desvíos y devociones equivocados al respecto de ella: sería una gran falta de respeto. Sólo quién posee los mismos sentimientos de María puede amarla verdaderamente.

Otro aspecto de la vida de la Virgen María, que siempre nos toca mucho, fue su capacidad de ver y contemplar, en silencio, la presencia consoladora y liberadora de Dios en los acontecimientos cotidianos de la vida (1,29; 2,19.51). Ella conservaba estos acontecimientos en su corazón, sabía discernir y captar las llamadas de Dios; sabía combinar coraje y humildad, silencio y acción. Por donde ella pasaba, era buscada como consejera, como madre, como persona que vivía una experiencia única de intimidad profunda con la Trinidad Santa: Ella es un ejemplo y una luz. Queremos, como la Virgen María, estar siempre atentos a los acontecimientos de la vida y ver, ahí, la presencia de Dios que consuela, que llama e ilumina.

Aprendamos con María a orar, alabando y agradeciendo, suplicando y confiando siempre. Ella oraba siempre a partir de las situaciones de la vida y siempre atenta a los llamados de Dios. María no vivió separada del caminar de su pueblo. Por sus venas corría la vida de los pobres. Como José y tantos otros pobres, oraba buscando inspiración en los salmos, en los cánticos antiguos, como el de Ana (1Sam 2,1-10), y en los profetas, especialmente Isaías y Sofonías (Sof 2,3; 3,11-13). Desde pequeña, gracias a la fe de sus papás, participaba en la comunidad de los pobres de Dios. Esperaban la venida del Mesías; humillados y explotados, ponían toda su confianza en la acción liberadora de Dios; no se desanimaban.

Cuando Isabel, su pariente, la saludo como Madre del Salvador, ella glorificó a Dios cantando el himno de los pobres de Dios, añadiendo algo más que brotaba de su corazón. Es un canto llena de fe, en la línea de los profetas de Dios, que sabe combinar misericordia y denuncia, ternura y coraje. El canto dice así:” “Mi alma canta la grandeza del Señor... porque el poderoso ha hecho grandes cosas por mí, su nombre es santo... derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos...” (1,46-53). Es un canto valiente, que golpea de frente con la dura realidad social y política de nuestra época; por lo tanto, es un

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¿Q ué s ig n if ic a p a r a n o so t r o s se g u ir a Jesú s?

canto bastante arriesgado. Es uno de los cantos más usados en nuestras celebraciones. ¡Cómo nos fortalece esta oración de María!

Las comunidades aman a la Virgen María: la admiraban. Hacen recordar la admiración de la mujer, que al oír a Jesús, movida por su espíritu maternal, no tuvo miedo de gritar en medio de la multitud: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (11,27). Es el grito de una madre que al ver a sus hijos semejantes a Jesús en los sentimientos y posturas. Jesús se puso alegre por el elogio dirigido a su propia madre y aprovecho para dar un mensaje importante: “Dichosos, mas bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (11,28). Al decir esto, Jesús hizo uno de los elogios más bonitos para su mamá. La Virgen María fue la madre de Jesús porque fue la sierva fiel a la voluntad de Dios.

La felicidad de la mamá de Jesús fue haber escuchado y vivido la voluntad de Dios; y esa misma felicidad está al alcance de todos nosotros. En otra oportunidad, Jesús alabó públicamente a su mamá e invitó a seguir su ejemplo: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (8,21). Jesús inauguró un nuevo tipo de parentesco, aquel que viene de la vivencia de la Palabra de Dios. Ser como la Virgen María, ser pariente de ella, significa oír y practicar la voluntad de Dios.

Por esta razón, la Virgen María se convirtió para nosotros en símbolo vivo del seguimiento de Jesús. Su grandeza no fue solamente haber sido la mamá de Jesús, sino por haber sido la primera discípula de Jesús. Ella gravaba en su corazón los sentimientos y posturas de Jesús, veía en él la presencia del Señor y Salvador. Ella vivió intensamente dos características fundamentales del seguimiento de Jesús: adhesión absoluta a la voluntad de Dios y su servicio incondicional para con los necesitados.

En nuestras comunidades ella es conocida y amada no solamente por ser la mamá de Jesús, sino como discípula fiel del hijo Jesús. Aquí está su grandeza.

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Pa r t e II: El Ev a n g e l io d e Lucas c o n t a d o p o r el a u t o r sa g r a d o

Finalizando

Hermanas y hermanos de camino, es esto lo que queríamos transmitir al escribir algo de la memoria de Jesús. Repito: lo que escribí no es obra exclusivamente mía. Pedí y recibí sugerencias. Realmente, puedo decir que es un texto eclesial, hecho en comunidad, y como tal, queremos que sea leído y meditado. Nuestro objetivo no era escribir una historia completa sobre Jesús. Quisimos transmitir por escrito nuestra fe en Jesús de Nazaret, el Cristo.

El tiempo de Jesús de Nazaret, aquel que anduvo por los caminos de Galilea, terminó. El resucitó y volvió a la casa del Padre. ¡Gracias a Dios! ¿Ya pensaron si Jesús hubiera continuado viviendo en Galilea? Imaginemos el congestionamiento de personas, los abusos, la propaganda, los intereses... Jesús continúa en nuestro medio, pero de manera diferente, por medio de su “espíritu”, de su dinamismo, de su memoria viva. Ahora es nuestro tiempo, es el tiempo de las comunidades, de los discípulos y discípulas, repletos de su “espíritu” para dar testimonio hasta las confines del mundo, como el mismo lo recomendó antes de su ascensión al cielo (Hch 1,8). La misión de Jesús continua a través de los discípulos y de las comunidades (de ahí la segunda obra de Lucas, el Libro de los Hechos de los Apóstoles). Estamos llamados a dar testimonio en nuestro tiempo de la práctica misericordiosa (6,17-19) y liberadora (4,18-21) de Jesús, permaneciendo firmes en su camino (21,19), hasta su venida definitiva (21,27). En nombre de Jesús estamos llamados a proclamar y hacer acontecer la conversión para el perdón de los pecados por todas las naciones (24,47).

Cuando el texto escrito fue entregado a las comunidades, ¡fue una fiesta! En todo eso, sentimos, realmente, la presencia cariñosa e iluminadora del Espíritu de Dios. Sí, lo que escribimos fue por la gracia e inspiración de Dios. Las comunidades lo recibieron como Palabra de Dios. Y él es leído, meditado, orado y cantado en las celebraciones eucarísticas que hacemos en nuestras casas.

Finalizando, sentimos una voluntad de rezar, una y otra vez con grande alegría, junto con Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se la diste a conocer a la gente sencilla. Sí, Padre, esa ha sido tu elección” (10,21)

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Parte III

Luces del Evangelio de Lucas para nosotros hoy

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Pa r t e III: Lu ces d e l Ev a n g e l io de Lucas p a r a n o so t r o s H oy

A nduvimos, hasta ahora, por los caminos del Evangelio según Lucas. Nos sentimos a gusto, conversamos con las personas que encontramos; fuimos bien

acogidos. El autor sagrado compartió con nosotros los motivos y los objetivos que lo llevaron a escribir la memoria de Jesús de Nazaret, el Cristo. Sentimos, una vez más y más de cerca, la belleza y la importancia de la voluntad de Dios, revelada a nosotros en la persona y en la práctica de Jesús. Fue muy bueno. Es importante volver a meditar siempre el Evangelio de Jesús.

Hemos visto también las diferencias existentes entre Lucas y los demás Evangelios. Cada evangelista destaca algo especial de la vida de Jesús, para responder a los desafíos de sus destinatarios. Así para Mateo, Jesús es el nuevo Moisés, que revela la nueva Ley - la de las bienaventuranzas - para el nuevo pueblo de Israel, que es la Iglesia, organizada en tantas pequeñas comunidades eclesiales. Para Marcos, Jesús, el crucificado por la maldad del Imperio Romano, es el único y verdadero “Evangelio”, y no el emperador de Roma; es el siervo sufriente y vencedor, resucitado; es el verdadero Mesías e hijo de Dios. Para Lucas, Jesús es el rostro misericordioso de Dios Padre, que acoge a todos, pero que da preferencia a las ovejas más necesitadas, como lo hace el buen pastor (Le 15,4-7).

Desde allí surgen llamados especiales para el seguimiento de Jesús. Para Mateo, el discípulo de Jesús debe seguir una práctica radicalmente diferente a la de los doctores de la Ley. Es la religión del corazón que sirve, y no la práctica vacía de las leyes. Para Marcos, el discípulo debe pasar de la ceguera de la incredulidad a la luz de la fe, pues es solamente Jesús quien abre los ojos y ayuda a dar realmente un sentido verdadero a la vida. Para Lucas, el discípulo de Jesús debe seguir su ejemplo de misericordia, de compasión, de solidaridad. La comunidad es la casa de los/as seguidores/as de Jesús, donde todos pueden sentarse alrededor de una misma mesa, compartiendo pan, dones, valores y saberes. Es en el “compartir el pan” que Jesús resucitado se hace presente en la comunidad (Le 24, 30-31).

Por lo tanto, como ya hemos visto, no hay oposición ni concurrencia entre los Evangelios; al contrario, hay una síntesis muy bonita que va a iluminar y enriquecer nuestro seguimiento de Jesús. Queriendo conectar los Evangelios, sería bueno empezar por el de Marcos, el primero que fue escrito, que sirvió de referencia a Mateo y Lucas. Marcos enfatiza el llamado al seguimiento de Jesús; para eso es necesario vencer todos los miedos y dudas. Después podría venir el Evangelio según Lucas, que destaca la importancia de la vida en comunidad. Finalmente Mateo, que apunta para una nueva ética y un nuevo estilo de vida, la de los “pobres en espíritu”. No es necesario quebrarse la cabeza para entender lo que es ser pobre en espíritu, es sólo seguir a Jesús, paso a paso, pues él fue el “pobre en espíritu” en el grado máximo. El Evangelio según Juan, escogió otro camino, no paralelo, pero plenamente integrado a los sinópticos. Él va más allá, quiere conducirnos al sentido profundo de la vida y de la

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Pa r t e III: L uces d el E v a n g e l io de Lucas p a r a n o so t r o s H oy

práctica de Jesús para actualizarla hoy. Es el místico, que va a la raíz de todo y nos lleva a una profunda intimidad con el Padre.

Los autores sagrados nos dan una gran lección: conectar los mensajes de Dios a la vida que vivimos. Para eso, es necesario abrir el libro de la vida y de la realidad del mundo, con una lúcida conciencia crítica, pues es en este mundo, y no fuera de él, que estamos llamados a ser discípulos de Jesús.

1. El mundo en que vivimos

Estamos en una época llamada de pos-modernidad. Empezó en la década del 70 en el siglo pasado. Antes era la época de la modernidad, iniciada en el siglo XVI. La modernidad ayudó a rescatar valores importantes como: la razón, los conocimientos, la investigación científica, la búsqueda de la verdad, la secularización (separación entre fe y razón). Los numerosos descubrimientos científicos de la época favorecieron el avance de la modernidad. La revolución francesa incentivó los gritos de libertad, fraternidad e igualdad. Creció la lucha por la democratización, por la emancipación política, por la autonomía, por la participación, por los derechos humanos.

Pero no todo fue 100%. La modernidad trajo también contravalores: la negación de la subjetividad, como también de la experiencia religiosa. Todo lo que no se podía demonstrar con hechos era considerado magia, superstición, fruto de la ignorancia. Lo sobrenatural era combatido y negado.

Se decía que la razón era capaz de resolver todos los problemas de la humanidad; por lo tanto, no había más necesidad de Dios: “Dios está muerto, finalmente podemos ser libres”, así se gritaba en la mayoría delos círculos científicos y filosóficos de la Europa. Era la ^idolatría de la razón, de una razón sin ética, sin humildad,autosuficiente. Esa razón sin frenos no resolvió los problemasde la humanidad; al contrario, provocó dos grandes guerrasmundiales, con millones de muertos, sin contar las otras numerosasguerras entre pueblos vecinos. La razón sin ética se asoció al Wcapitalismo, al comunismo, al nazismo y al fascismo, que tanto malhicieron a la humanidad.

A partir de la década de los 70 del siglo pasado, después de las constataciones de los años anteriores, vino el desencanto. Las utopías cayeron, las luchas sociales se debilitaron y los compromisos definitivos pasaron a ser una raresa. Razón y organización al servicio del bien común perdieron fuerza. Estamos en el tiempo de la pos-modernidad, con sus valores y contra valores. Como valores podemos señalar: la

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E l M u n d o en q u e V iv im o s

búsqueda de la subjetividad, de la realización personal, del encanto, del misterio, del sentido de la vida; y como contra valores: la búsqueda casi enferma de la subjetividad, con desprecio a la objetividad. Los dogmas, las doctrinas y la ética, pasaron a ser considerados pura ilusión. Más que la verdad, lo que vale ahora es lo bello, es lo que agrada a los ojos, son las emociones inmediatas. Se buscan en primer lugar, la felicidad y el gesto, cueste lo que cueste. Es hacer lo que más agrada en el momento, pues mañana se puede cambiar, sin problemas. Del culto a la razón se pasó al culto de las emociones, del cuerpo. Lo que vale es el cuerpo, pero no cualquier cuerpo, y sí, cuerpos jóvenes, sanos, bellos, sexys. Del culto a la verdad, se pasó al culto del “yo” (del “ego”, y de ahí, el egoísmo). El grito ahora es: “El cuerpo es mío, el placer es mío y la felicidad es mía”. La mentalidad consumista tomó cuenta de la humanidad.

El consumismo favoreció una economía del mercado en que todo se reduce a mercancía: saberes, valores, personas, pueblos enteros. Una persona vale por lo que sabe producir, sobre todo, por lo que sabe consumir. El mercado pasó a ser más importante que la dignidad de las personas, al s exaltado como la solución de los problemas de humanidad. El mercado sin ética eliminó la presencia crítica del Estado, incentivó una concurrencia cruel y brutal y favoreció un clima agresivo y violento. Y los problemas en el mundo, en vez de disminuir, aumentai creció el desempleo y la masa de hambrientos; multitudes de personas migran de un país a otro, arriesgándose y sufriendo humillaciones de todo tipo. Aumentó la desigualdad social. El otro se convirtió una amenaza, un peligro, un posible enemigo. El miedo se propagó, controlando nuestros sentimientos y nuestras emociones; él controla nuestro tiempo, nuestro bolsillo, nuestras relaciones. Se levantan muros y cercos; hay candado en todo lugar: La tendencia es que cada quien busque su espacio de seguridad, de apoyo. Los demás que se las arreglen por su cuenta.

Nunca hubo tanta oportunidad como ahora de experimentar felicidad, placeres inacequibles, emociones memorables. Al mismo tiempo, nunca hubo tanta depresión: ella afecta a todas las categorías sociales, no solamente a los ricos. Afecta hasta a los adolescentes. La depresión ya es considerada “el mal del siglo XXI”. Según cálculos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dependiente a la ONU, cerca del 10% de la humanidad sufre alguna forma de depresión, es decir, más de 600 millones de personas, con gastos enormes en medicinas y grandes pérdidas en el trabajo. ¿Cómo se explica tanta contradicción?

El mercado necesita de consumidores, de allí la propaganda: “¡Lo que importa es consumir, consumir, consumir!”. Producir es menos importante: Esa mentalidad y ese estilo de vida llevaron a la crisis financiera actual, que no es solamente financiera, es mucho más. La humanidad sufre por causa de esto, y el planeta también. La tierra no

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Pa r t e III: Luces d el Ev a n g e l io d e Lucas p a r a n o so t r o s H oy

aguanta más tanta basura producida por un mundo consumista. Y las perspectivas del planeta no son nada buenas.

Esa mentalidad consumista y egoísta entró hasta en las religiones. Las Iglesias están transformándose cada vez más en un supermercado de productos religiosos, con promociones especiales, para todos los gustos y bolsillos. Para quien entiende de marketing, Jesús pasó a ser un buen producto, que da éxito y dinero. Muchos buscan experiencias religiosas como lugar de conforto, de seguridad individual, pero sin comprometerse con la ética, la justicia, la dignidad, de las personas. Se busca un Jesús de milagros a diestra y siniestra, un Jesús manejable, light, el Jesús fiel a la voluntad del Padre hasta a la cruz, interesa mucho menos.

¿Qué hacer delante de esto? Los autores sagrados nos enseñan que es necesario seguir a Jesús dentro del mundo en que vivimos. ¿Qué luces y llamadas ofrece el Evangelio según Lucas?

Son tantos. A título de ejemplo, podemos recordar cuatro mensajes del Evangelio de Lucas que nos parecen muy importantes hoy: Misión, Convicción, Misericordia, Conversión. Vamos a ver algo, sólo para abrir el apetito.

2. Misión

El Evangelio de Lucas (pero también los otros tres) trata de mostrar la belleza y la grandeza de la misión de Jesús de Nazaret. Esta aparece en el primer bloque (1,1-4,13), con toda aquella expectativa alegre y esperanzadora en torno al Mesías. La hace pública en el segundo bloque (4,14-9,50), desde el inicio. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los

ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor (4,18-19). Fue esta la misión que Jesús recibió de la Trinidad Santa; una misión misericordiosa y liberadora de todo tipo de mal, de ceguera, de opresión. Jesús se consagró en serio a esta misión, organizó toda su vida al servicio de ella, sus relaciones, su tiempo, sus andanzas.

El resto del bloque cuenta como Jesús proclamó y vivió la misión en medio del pueblo en el interior de Galilea. El tercer bloque (9,51-19,28) presenta a Jesús formando a sus discípulos para la misión. El cuarto (19,29-24,53) revela el choque frontal de los poderes opresores y corruptos que había en Jerusalén, capital de Palestina. Jesús los enfrentó con firmeza, entregó su vida por causa de la misión. Pero la misión de Jesús no murió, ella está viva y tiene futuro. Jesús resucitado lo garantiza.

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Co n v ic c ió n

Lucas invita a sus destinatarios, que son varias comunidades cristianas regadas por el Asia Menor y Grecia, a vivir la misma misión de Jesús. Discípulos de Jesús son los que abrazan su misión: “Ustedes serán mis testigos hasta los confines del mundo” (Hch 1,8). Basado en las palabras y en el testimonio de Jesús, Lucas recuerda también que seguir la misión de Jesús es camino seguro para dar sentido verdadero a la vida. “El que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierde su vida por mí la salvará” (9,24). Por lo tanto, vivir la misión de Jesús es una gracia impagable y una oportunidad única e irrepetible. Pero es necesario vivirla con el mismo estilo de Jesús, con fidelidad y firmeza, asumiendo las consecuencias. De acuerdo a las enseñanzas de Jesús, es necesario también vivir en la gratuidad, sin imponer resultados como condición. Si ellos llegan ¡muy bien!, pero no pueden ser la razón última: “Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan; Somos simples sirvientes, solamente hemos cumplido nuestro deber”(17,10). Para Lucas misión y gratuidad son algo inseparable.

A partir de la V Conferencia General del Episcopado Latino Americano, realizado en Aparecida, en mayo de 2007, la palabra “misión” pasó a ser una palabra clave en la vida de la Iglesia Latino americana: “La misión es la razón de ser de la Iglesia, define su identidad más profunda” (DA 373). Aún más: “La Iglesia está llamada a repensar profundamente y a relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias Latino Americanas y mundiales” (DA 11). No hay más dudas, la misión es el camino de la Iglesia para poder ser un servicio eficaz en el mundo. Entonces, ¿cuáles son las luces y llamadas para nosotros hoy?

3. Convicción

Acompañando, paso a paso, Jesús de Nazaret, así como Lucas relata, impresiona su decisión y su convicción: “También a las demás ciudades tengo que llevarles la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (4,43). Y andaba por toda Galilea. A un cierto momento, él “tomó la firme decisión de partir a Jerusalén” (9,51), asumiendo las consecuencias. Criticado por los fariseos y doctores de la Ley por causa de su práctica (15,1-2), respondió, cierta vez, que ella estaba en sintonía con la voluntad de su Padre. Y contó las tres parábolas (15,3-32). En la cruz Jesús rezó: “Padre, si quieres, aparta de mi esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (22,42).

Convicción es esto: sé lo que hago, porqué lo hago y asumo las consecuencias. ¿Cuáles son las luces y llamadas para nuestra vida y para el mundo de hoy? ¿Será que a veces no corremos el peligro de hacer por hacer? ¿Por qué tantos cambian de rumbo a lo largo de la vida? ¿Por qué algunos, por un desentendimiento cualquiera, abandonan todo un proceso bonito? ¿Por qué tan poca perseverancia y firmeza? ¡Cuantas preguntas! Más que quedarnos condenando, hay que aprender.

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Pa r t e II I : Luces d el Ev a n g e l io d e L ucas p a r a n o so t r o s H oy

Realmente, una persona sin convicciones profundas pasa a ser chicle en la boca: va de un lado a otro sin rumbo. Corre el riesgo de ser usada, abusada y sacada afuera cuando no sirve más. Al llegar a una encrucijada, queda sin saber por dónde ir. Cuando enfrenta algún problema o dificultad le faltan energías y fuerzas para superarlas. ¿Será que nosotros mismos nunca pasamos por esas situaciones? Pero tener convicción no

significa “nunca equivocarse”. La fragilidad y el pecado siempre nos acompañan. El peligro no es ese, sino la falta de convicciones, capaces de levantarnos para seguir el camino.

La falta de convicciones, crea situaciones problemáticas, y estas pueden provocar crisis: “Siempre luché, soñé con un mundo más justo y más honesto, participé de muchas luchas populares. No sé lo que está sucediendo ahora en mi vida. No tengo más el empuje de antes, peor aún: me siento desmotivado. Vivo así, de acuerdo a la situación del momento”.

Hay varios tipos de crisis: política, pastoral, personal, familiar, religiosa. La peor es la existencial, que consiste en la pérdida del sentido de la vida. Allí la vida ya no tiene nada más que decir. Es normal que haya crisis en nuestra vida. De hecho, ninguno de nosotros es perfecto. Nadie en la vida toma decisiones 100% claras sobre el futuro. Somos seres limitados. Somos caminantes, y en la caminata sucede de todo: tentaciones, caídas, dudas, crisis. Lo anormal sería el nunca pasar por situaciones problemáticas. El problema no está tanto en tener o no tener crisis, sino en cómo asumirlas. Bien trabajadas pasan a ser algo fecundo, precioso, generador de convicciones aún más auténticas. Es un tiempo de gracia y de esperanza.

Pero hay convicciones y convicciones. Hay ciertos fanáticos que revelan una sorprendente convicción sobre lo que hacen. ¿Qué convicción es ésta? ¿Qué proyecto están siguiendo? El valor de la convicción depende mucho del proyecto que asumimos. ¿Estamos sirviendo a un proyecto de vida o de muerte? ¿Estamos en la línea del Evangelio de Jesucristo o privilegiamos normas y leyes? ¿Estamos más interesados en el avance del Reino de Dios en medio de las personas o en el avance del propio grupo, sea o no religioso?

Aún más: convicción no es mercancía que usted compra en una tienda. Ella no tiene precio. ¿De dónde le venía, a Jesús una convicción tan profunda? Por las evidencias en los Evangelios, está más que claro: “...una gran multitud acudía a escucharlo y a sanarse de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares solitarios

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M is e r ic o r d ia

para orar” (5,15-16). La fuente de sus convicciones está allí, en la intimidad con el Padre (3,21-22) y en la solidaridad con los anhelos del pueblo (4,18-21).

Lucas, al escribir algo de la memoria de Jesús, quería ayudar a sus destinatarios a construir convicciones profundas. La situación crítica pedía esto. Nadie enfrenta y supera los momentos difíciles sin tener fuertes convicciones. ¿Y hoy? ¿Será que no estamos necesitando de eso? ¿Nuestros encuentros, nuestras celebraciones, nuestros estudios, nuestra pastoral en general, alimentan convicciones profundas, capaces de motivar y sostener un valeroso proyecto de vida? Cuanto más radicales son nuestras opciones, mayor convicción se necesita. Hoy solamente consigue ser fiel y creativo, libre y sereno, quien está movido por fuertes convicciones. Al estudiar el Evangelio según Lucas, vamos a observar las convicciones que aparecen en Jesús, sacando luces y lecciones para nuestra vida de hoy. Realmente, para ser fieles a la misión de Jesús, necesitamos de fuertes convicciones.

4. Misericordia

Lucas llama con frecuencia a la práctica de la misericordia. Mientras que Mateo recuerda las palabras de Jesús: “Sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes

que está en el cielo” (Mt 5,48), él prefiere citar otras: “Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre de ustedes” (Le 6,36). Jesús debe haber dicho las dos frases; para nosotros todo es palabra de Dios, pero Lucas escogió la segunda. ¿Por qué? Seguramente tenía que ver con las situaciones y los mensajes que él quería pasar a los destinatarios. Misericordia es palabra que viene del antiguo idioma latino y significa: dar el corazón a los más necesitados, a los miserables. Es dar todo de sí y de lo mejor, lo que no quiere decir, pasar por encima de las cosas erradas. Es actuar gratuitamente, sin esperar retorno como condición.

La realidad social del tiempo y de la región de Lucas debía ser desigual, injusta y violenta; debía haber una minoría de privilegiados y masas de marginados. Lucas no quiere que las comunidades se queden arriba del muro sólo viendo, las invita a la práctica de la solidaridad firme y valiente. Para él, la perfección pasa por la práctica de la misericordia. No se puede ser discípulo de Jesucristo sin la vivencia de la misericordia.

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Pa r t e III: Luces d el Ev a n g e l io de Lucas p a r a n o so t r o s H o y

¿Hay mensajes para nosotros hoy? Vivimos en una sociedad en que las personas valen por lo que poseen, producen y consumen. Todo es reducido a la lógica del mercado, a objeto de compra y venta. Un cuerpo bonito y atrayente es valorado; un cuerpo viejo e defectuoso es ignorado. Muchas personas son tratadas como número, sin rostro y sin historia. Son tiradas en el anonimato; es fulano y mengano, es una manera perversa de destruir a las personas. El poder político casi siempre convive con el poder económico. La mentalidad dominante no favorece la solidaridad y la misericordia; hasta en las iglesias, a veces, se les prohíbe la entrada. Donde hay autoritarismo, moralismo, fanatismo, superficialidad, ritos vacíos, no hay lugar para ellas. La práctica de la misericordia es fundamental para construir nuevas relaciones sociales, para ser una Iglesia “samaritana”, como la parábola del buen samaritano, contada por Jesús nos enseña (Le 10,30-37). Para Lucas la misión rima con misericordia. Necesitamos tener fuertes convicciones para llevar adelante esta misión.

Inspiradas por la práctica de Jesús, van aquí algunas sugerencias:

* Dar prioridad, en nuestra vida, a la práctica de la misericordia por medio de visitas, contactos, gestos concretos.

* Valorar todos los gestos de misericordia que sucedan por aquí y por allá.

* Motivar e involucrar el mayor número posible de personas en el esfuerzo comunitario por la misericordia.

* Hacer que la política, la economía, las relaciones sociales, en los varios niveles, se dejen iluminar y orientar por la práctica de la misericordia.

* Hacer de nuestras iglesias un lugar privilegiado de la vivencia de la misericordia.

5. Conversión

“Conversión” es palabra-clave en Lucas, más frecuente que en los demás evangelios. Para que haya conversión es necesario primero tener consciencia del mal, del pecado existente. La palabra “pecador/a” aparece dieciocho veces en Lucas, mientras que en Marcos seis veces. Pedro se consideraba pecador (5,8), Jesús enaltece la postura de la mujer pecadora anónima (7,37-39). Zaqueo es símbolo de la persona convertida de una situación de pecado social (19,7-8). Las parábolas de los capítulos 13-16 llevan la marca del llamado a la conversión. También la falta de fe es vista como pecado: “Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?” (18,8).

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Co n v e r s ió n

Necesitamos de conversión porque no somos perfectos, Nadie, nadie logra ser fiel 100% todos los días, a los anhelos más auténticos de la naturaleza humana y a las interpelaciones del Evangelio de Jesús. Soñamos un mundo fraterno y al mismo tiempo, caemos en ambigüedades y fragilidades. Somos caminantes, vamos haciendo lo que nos da la gana, cayendo y levantando, siempre. De allí la importancia y la urgencia de la conversión. Ella no es un lujo ni una obligación reservada a personas religiosas. Es una necesidad existencial, es decir, no hay existencia humana verdadera, auténtica, sin conversión. Ella no es status, algo adquirido una vez para siempre, sino un proceso dinámico, permanente, de todos los días, porque así es la vida. No es solamente el otro que necesita de conversión, sino cada uno de nosotros, personalmente.

Conversión implica cambios, es decir, no es posible convertirse sin cambiar. Hay varios tipos de cambios: de rumbo, de actitudes, de situación, de prácticas, de proyecto de vida. Cuando Jesús en Cafarnaúm, en la plaza pública, lanzó el grito: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (Me 1,15), exigió un cambio radical: dar las espaldas a los reinos de Herodes, de Pilatos, del Templo, que son reinos corruptos y opresores, para entrar, de lleno, en el Reino de Dios.

Conversión no es algo aéreo, genérico, se da en lo concreto: ¿Conversión de qué? ¿Por qué? ¿Para dónde? ¿De qué manera?... Ella sucede a diferentes niveles: personal, social, comunitario, eclesial, pastoral... Es una exigencia para todos, ricos, y pobres, de todas las razas y culturas, pues el mal está esparcido en todo lugar y corazón. Ahora, la concretización depende de las situaciones de cada quien. El llamado a la conversión se hace más urgente en las personas que tienen lugares de poder, tanto en la sociedad como en las iglesias. El poder, cuando no se deja cuestionar, es peligroso: corrompe fácilmente, aliena, domina, excluye, explota.

¿Por qué, a veces, parece tan difícil el proceso de conversión? ¿Por qué los fariseos y los doctores de la Ley no se convirtieron a la gran novedad de Jesús? Realmente, donde hay orgullo, legalismo, autosuficiencia, cerrazón, autoritarismo, no hay espacio para la conversión. No se compra la conversión. Ella brota de un corazón abierto, humilde, que vive una profunda intimidad con la Santísima

Trinidad y atento a los anhelos más humanos. Para crecer y dar frutos sabrosos, ella necesita de buen terreno y de abono, como el silencio, el recogimiento, la oración, el discernimiento, la sabiduría, la pasión por la vida y por el Evangelio, la valentía de arriesgar, de luchar en defensa de la vida.

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Pa r t e III : Luces d el Ev a n g e l io de Lucas p a r a n o so t r o s H oy

Frutos bonitos de conversión son: paz, alegría, libertad, realización del sentido de la vida, esperanza, energías nuevas, justicia, compromiso solidario con los excluidos: “Les digo que, de la misma manera habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse (15,7).

Misión - convicción - misericordia - conversión, son llamados que están en el Evangelio de Lucas y que deben ser parte de nuestro caminar de discípulos/as de Jesucristo.

no

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Cuarta Parte

Un método de estudio del Evangelio

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P a r t e IV: U n M ét o d o d e E st u d io d e l Ev a n g e l io

U no de los grandes peligros es hablar mucho sobre la Biblia, sin darle la palabra a la misma Biblia. A veces la amordazamos o la forzamos a decir cosas que están

más en nuestra cabeza o de acuerdo a nuestros intereses. Todos, unos más y otros menos, podemos correr ese peligro. Por lo tanto ¿cómo ser fiel, lo más posible al texto bíblico?

Las páginas de este libro quieren ayudar a superar los peligros de lecturas distorsionadas, para ser fieles, lo más posible, a los mensajes del texto sagrado. Buscamos ubicar el texto sagrado en el contexto histórico en que fue escrito. Es un método de estudio muy importante. Los estudiosos lo llaman de “método histórico crítico”. El papa Benedicto XVI enfatizó la importancia de ese método en su discurso a los participantes del Sínodo sobre la Palabra de Dios, realizado en Roma, en octubre de 2008. Está claro que, como bien recuerda el papa, ese método no puede ser un fin en sí mismo, pues es un instrumento, pero un instrumento muy importante, para no caer en una lectura ingenua y superficial de la Biblia.

La finalidad de la lectura de la Biblia no es solamente captar los mensajes sagrados; es mucho más, es entrar en profunda contemplación y adoración con el misterio, la grandeza y la belleza de Dios, que el texto revela. Queremos ir más allá de la palabra de Dios, queremos llegar a la contemplación de Dios que habla y se comunica.

Allí está la importancia del estudio del Evangelio. Por medio del estudio queremos llegar a la contemplación amorosa de Jesús de Nazaret, nuestro único Señor y Maestro. El desafío es, como involucrar el mayor número posible de personas para ese estudio. Muchos se preguntan: ¿Se puede combinar, en el estudio del Evangelio cualidad y cantidad? ¿Podemos llevar el estudio del Evangelio a las multitudes, sin masificar? Creemos que sea posible y urgente como recuerdan los obispos latino-americanos reunidos en Aparecida, citando palabras del papa Benedito XVI: “Esta V Conferencia se propone la gran tarea de proteger y alimentar la fe del pueblo de Dios y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” (DA 10). Aparecida insiste nuevamente: “En la América Latina y en el Caribe, cuando muchos de nuestros pueblos se preparaban para celebrar los doscientos años de su independencia, nos encontramos delante del desafío de revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor... Eso requiere una evangelización mucho más misionera, en diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres” (DA 13).

Para que eso pueda suceder de verdad, es necesario que toda la pastoral de la Iglesia en el Continente, priorice el estudio del Evangelio. Es para ayudar a mucha

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gente a descubrir y vivir la belleza del seguimiento de Jesús. Es una tarea urgente y gigantesca, pero también apasionante. Vale el esfuerzo realmente.

Hay varias experiencias de estudio del Evangelio. A continuación presentamos una que aprendimos con miles de discípulos misioneros que actúan en las Santas Misiones Populares. Es una lectura que está en línea con la tradición de la lectura orante y militante de la Biblia. Es de fácil acceso y es destinada a todos.

1. Qué es el estudio del Evangelio

Es un estudio meditado, orante y militante de un texto del Evangelio. Mejor todavía si el estudio es continuado y progresivo, paso a paso, de todo el Evangelio (Lucas, por ejemplo), o cada uno de los otros tres). Es estudio y no una simple lectura. Tampoco es una investigación seca y árida de un texto sino un estudio orante y militante, orientado para la vida. Exige gusto, tiempo, ambiente y programación. Exige Biblia, cuaderno y lapicero en la mano, para los que tienen el don de escribir. Como en otros estudios, van apareciendo dificultades, pero no deben desanimarse, pues es muy importante. Está relacionado al sentido y al rumbo que queremos dar a nuestra vida.

2. Destinatarios

El estudio del Evangelio es para todos los que quieren ser seguidores/as de Jesucristo. No es un lujo sino una necesidad existencial, indispensable, pues sólo podemos seguir a quien conocemos. Por lo tanto, debería ser la base de toda pastoral. De manera especial, se destina a los cristianos y cristianas comprometidos en grupos, equipos, pastorales, movimientos y comunidades.

3. Motivaciones

¿Por qué hacer el estudio del Evangelio? ¿Por cuáles motivos?

a) Porque nuestra vida necesita de sentido. No se vive sin sentido. Dar un sentido verdadero a la vida es el mayor desafío para cualquier persona. Es por esta razón que vamos al Evangelio de Jesús.

b) Porque Jesucristo, a pesar de ser muy comunicado, todavía es poco conocido en profundidad. Muchos van inventando “su” Jesús. ¡Cuántas imágenes engañosas

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M o t iv a c io n e s

de Jesús tenemos hoy día! En vez de convertirnos a la persona de Jesucristo, corremos el peligro de querer adaptarlo a nuestros esquemas y mentalidades. ¡Y mínimo, eso es una falta de respeto!

Porque la tarea principal de toda pastoral es testimoniar y anunciar el Evangelio de Jesucristo. Corremos el peligro de realizar muchas actividades pastorales, olvidando esa tarea más importante.

Porque nuestras pastorales necesitan de mayor comunión y, al mismo tiempo de mayor respeto a las varias diferencias. De hecho, en nuestras comunidades/ parroquias/diócesis hay una gran variedad de pastorales, grupos y movimientos. Eso es señal de vitalidad positiva, existe sin embargo, el peligro de la desintegración, de cada grupo hablar de “su” Jesucristo, como si Él fuera propiedad de alguien. El desafío es la comunión en el pluralismo.

Ahora la comunión verdadera se da en la línea de la orientación y no de las estructuras. La orientación fundamental para todo y cualquier cristiano es el seguimiento a la persona y al Evangelio de Jesucristo. Ya hemos visto lo que es seguir a Jesús: tener en nosotros sus mismos sentimientos y opciones. Eso crea comunión entre los seguidores, y es de aquí que nace el verdadero pluralismo. La uniformidad quiere obligar a los demás a vestir la misma camisa, quiere imponer un mismo tipo de estructura, provoca fanatismo, con defensa y ataque. La comunión, no, ella reconoce y valora y se alegra con lo diferente. Sabe sumar diferencias dentro de la misma orientación. La comunión se da en la diversidad de las experiencias y en la fidelidad absoluta a la misma orientación. Es bueno que haya grupos, pastorales, movimientos diferentes, con tanto que haya en todos, como prioridad absoluta el seguimiento al único Evangelio de Jesús. Por lo tanto es importante preguntarnos siempre: ¿Eso que estamos haciendo y la estructura a la cual estamos unidos (grupo, comunidad, movimiento, parroquia, diócesis) están, de verdad en la línea del Evangelio? ¿Ayuda a vivir la espiritualidad del seguimiento? ¿Qué hacer para mejorar? A veces, al contrario del pluralismo, hay desintegración, confusión, caminos paralelos, cerrados y hasta opuestos. Uniformidad y desintegración son una desgracia. Comunión y pluralismo son una bendición, una gracia de Dios. El apóstol Pablo fue un gran defensor de la comunión: “¿Será que Cristo está dividido?” (1Cor 1,13). Luchó también por un pluralismo valiente: “Con los judíos me comporté como judío... Con aquellos que viven sin la ley, me comporté como se viviera sin la Ley... Con los débiles me volví débil...” (1Cor 9,20- 22).

Las estructuras son la concretización de la misma orientación en situaciones y experiencias diferentes. Teniendo a Jesucristo como nuestra orientación fundamental, todo el resto es estructura, como: grupos, movimientos, pastorales... comunión y pluralismo no se excluyen, por lo contrario, se exigen y se integran.

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Uno necesita del otro.

El estudio del Evangelio va a proporcionar, con certeza, comunión y pluralismo en nuestras iglesias y pastorales.

e) Porque podemos caer en el peligro del activismo o estancamiento. Activismo es hacer una serie de cosas, de actividades, pero sin un hilo conductor, sin un proyecto claro, capaz de orientar y articular la caminada. Eso genera dispersión, repetición, cansancio, desánimo. Pasando a ser ejecutores de tareas, desmotivados, sin gusto y sin convicción. No vamos adelante. El estudio del Evangelio y el consecuente seguimiento de Jesús serán el hilo conductor creativo y fecundo. Van a iluminar, orientar, articular nuestras energías y sueños. Van a llenarnos de esperanza. Van a convocar para un proceso de conversión permanente.

I ¿Usted se recuerda de algún otro motivo?

4. Finalidades

Podemos resumirlas en dos:

a) Nos volvemos cada vez más discípulos y discípulas de Jesucristo, viviendo lo que el apóstol Pablo escribió: “Tengan en ustedes los mismos sentimientos que había en Jesucristo” (Flp 2,5).

b) Experimentamos que el seguimiento de Jesucristo es una manera auténtica de vivir la existencia humana, tanto a nivel personal, familiar, como en el compromiso sociopolítico.

Por lo tanto, el estudio del Evangelio quiere hacer presentes en nuestra vida, día a día, la persona y el proyecto de Jesucristo. Él es nuestro Maestro, Señor y Salvador, nuestra referencia fundamental, la última palabra decisiva en nuestras opciones, actitudes y posturas. Tan presente, como si Él estuviera acompañándonos en nuestras tareas a lo largo del día, así como en nuestras reuniones y asambleas. Imaginemos por ejemplo, a Jesús sentado en la iglesia, participando de las celebraciones. ¿Qué diría Él si le diéramos la palabra? No puede ser sólo imaginación, pero hay que sentirlo presente así, casi visualizado. Claro que Jesús está presente, no para fiscalizar, sino para cuestionar, iluminar, indicar caminos. Seguramente, menos cosas equivocadas haríamos; y, en la hora de la caída, sentiríamos al mismo Jesús acercándose y diciéndonos con mucha confianza: “Levántate y camina” (5,23)

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M o t iv a c io n e s

5. Actitudes necesarias

Actitud es la manera como me aproximo a un texto, a una persona, a una situación. Es cuestión de mentalidad y de corazón. La actitud es decisiva en las relaciones. Si, por ejemplo, voy a visitar una persona con actitud cerrada, precavida, está claro que eso va a condicionar el encuentro.

¿Con qué actitudes debo estudiar el Evangelio? Vamos a recordar algunas:

Actitud de confianza

Es ir al texto del Evangelio sintiéndonos a gusto, sin timidez y sin bloqueos. Si vamos al texto juntamente con otros, en grupo, es importante crear un clima de apertura, de confianza recíproca, de amistad, valorando todo el saber y el esfuerzo que hay en los demás. Es bueno sumar diferencias e integrar valores. Nadie es dueño de la verdad, aprendemos juntos, compartiendo y escuchando. Cada persona da todo de sí y lo mejor, para el buen desarrollo del grupo: puntualidad, perseverancia, prepararse antes de la reunión, acogida alegre y fraterna del grupo en la propia casa, relacionamiento con el resto de la familia...

Actitud existencial

Es poner la vida en primer lugar, como un bien mayor. Es la búsqueda del sentido verdadero de la vida, como el mayor desafío. Es la defensa de la vida, sobretodo donde está más lastimada y herida. Vamos al Evangelio cargando nuestros anhelos, preocupaciones, sueños, luchas, derrotas y victorias. No solamente los nuestros, sino también de los demás, de los pueblos, pues nadie es una isla. No se trata de despreciar normas y doctrinas y sí relativizarlas. Es decir, ellas tienen razón de existir, en la medida en que sirven a la vida.

Actitud de fe

Los Evangelios no son cualquier libro. Ellos nos transmiten la Palabra de Dios, y es esa palabra que va a orientar nuestra vida. Asumamos eso con fe. Es importante que ese clima de fe esté siempre presente a lo largo del estudio del Evangelio. Para eso es bueno silencio, escucha, oración, meditación, compartir fraterno, esperanza, adhesión libre y valiente a los llamados de Dios.

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Actitud de discfpulos/discipulas

Ser discípulo/a es hacer de Jesús el único Maestro y Señor de nuestra vida. Es querer vivir sus mismos sentimientos, posturas, emociones y opciones, pero sin perder nuestra identidad. Se trata de seguir a Jesús a partir de nuestras situaciones concretas: como hombre, mujer, campesino, obrero, estudiante, profesional, latino-americano...

Actitudes de conversion

Conversión es abrirse al llamado de Dios, dejándose iluminar y cuestionar; es ir adquiriendo una nueva mentalidad, la de Jesús. La conversión no es una cualidad exclusiva del cristiano sino una necesidad humana para todos, pues nadie es perfecto. Somos seres limitados y frágiles. Podemos tropezar y tomar caminos errados. Sin conversión, la vida es un infierno. La conversión es un proceso dinámico y permanente. No conoce descansos, se da todo el santo día. La peor desgracia no es fallar; es cerrarse; es no reconocer el error. Fue la desgracia de los fariseos y de los doctores de la Ley. Hay que tener humildad y voluntad para caminar siempre.

Actitud de compromiso solidario

No hay lectura fiel del Evangelio que no lleve a un compromiso solidario, efectivo y afectivo en favor de la vida, de los excluidos y olvidados. Son algo inseparables. No se puede quedar encima del muro. No da para cantar “amén, aleluya, viva Jesús” y al mismo tiempo, callarse delante de la mentira, de la corrupción, de la violencia, del odio, de la explotación y de las injusticias.

Actitud de comunión eclesial y ecuménica

Comunión eclesial es seguir juntos, en comunidad, el camino del Evangelio. Ser cristiano y ser eclesial son cosas inseparables. Puedo meditar el Evangelio en casa, individualmente, pero con espíritu eclesial, en comunión con la comunidad. Comunión eclesial es más que democracia, es comunión de sentimientos, de vida, de opciones entre los que siguen el Evangelio. Es radical y exigente. Llena de alegría y paz. Es sueño y tarea permanente, es don y compromiso. Comunión eclesial no significa pasar por encima de las fallas existentes dentro de la Iglesia; por el contrario, es desenmascarar y denunciar todo desvío, miedo e hipocresía, pero siempre con espíritu eclesial. Por lo tanto, el grupo de estudio del Evangelio no puede aislarse de la comunidad cristiana. No puede volverse un club cerrado de iluminados. En la construcción de la comunión eclesial, la referencia más importante es la persona de

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Có m o se H ace

Jesucristo. Todos somos llamados a construir comunión, con humildad y docilidad, volviéndonos discípulos de Jesucristo, cada uno a partir del servicio que ejerce en la comunidad.

Del seguimiento de Jesús nace también el verdadero ecumenismo, que nos da consciencia de pertenecer a nuestra Iglesia y, al mismo tiempo, nos hace libres y abiertos al diálogo, valorando lo diferente, todo lo bueno que existe por ahí. El seguidor de Jesucristo nunca hace de la propia Iglesia o grupo un instrumento de división o de fanatismo.

Actitud de esperanza

Esperar es tener los pies en la tierra y mirar hacia adelante. Es abrir caminos, pues el presente no nos basta; él está cargado de límites. Somos caminantes por naturaleza. Somos seres de esperanza. La esperanza es una necesidad humana. El Evangelio no corta alas y sí hace soñar, esperar y avanzar. Ayuda a superar los miedos y dificultades, los bloqueos y preconceptos, desánimo y acomodación.

6. Cómo se hace

Es sencillo. Para facilitar todavía más, indicamos dos caminos, uno más resumido y otro más profundo.

Primer camino

Después de un momento de oración, meditar un texto escogido y hacer preguntas:

¿Qué sentimientos, actitudes, posturas y opciones aparecen en Jesús en el texto que terminamos de leer? (todo eso es para nosotros Palabra de Dios);¿Qué hacer, concretamente, aquí y ahora, para seguir a ese Jesús de Nazaret?

* ¿Qué hacer, concretamente, para seguir a este Jesús, aquí y ahora, a partir de nuestras situaciones concretas?

Hacer oraciones espontáneas a partir de los desafíos y motivaciones que sentimos.

Segundo camino

Este es un camino más trabajado, más profundo y eficaz. Exige más tiempo y más atención, pero vale la pena. Este camino pasa por cuatro momentos. Tomar un cuaderno grande, trazar una línea vertical en medio de las dos páginas del mismo lado, obteniendo cuatro columnas visibles al mismo tiempo. Cada columna corresponde a un momento del estudio, como se puede ver en el cuadro final de este libro.

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P r i m e r M o m e n t o

Sintonizar con el texto, copiándolo. Al escribir, imaginar las escenas vivas que el texto revela. Usted va a sentir la belleza y la importancia de escribir. Le ayudará a gravarse mejor el conjunto y los detalles. Hágalo con gusto, con calma, meditando y saboreando. Apareciendo frases o palabras difíciles, buscar explicación al pie de las páginas de la Biblia o pedir la ayuda de alguien. Si no se consigue, siga adelante con confianza y seguridad. Haga como San Agustín, que estudió la Biblia años seguidos, llegando a ser uno de los mayores estudiosos de todos los tiempos. Cuando encontraba algunos pasajes difíciles que no lograba explicar, decía: “Aquí no entiendo, pero no puede haber mentira”. Y seguía adelante con tranquilidad.

Algunas Biblias citan, en el subtítulo del texto o al lado, textos paralelos de otros libros bíblicos o del mismo Evangelio. Es bueno consultarlos para entender mejor el texto en estudio. Cada texto escogido debe tener un pensamiento completo (como son, por ejemplo, los textos leídos en las misas) y no cortado. Para eso sirven los subtítulos que usted encuentra en la Biblia, hechos por los comentaristas actuales.

S e g u n d o M o m e n t o

Escuchar el texto, transformándolo en escena viva. Acompañar toda la escena, como si estuviéramos ahí, presentes, observando y dialogando. Contemplar sobre todo a la persona de Jesús: lo que hace, lo que dice, como él se relaciona, por donde anda. Dejarse tocar por algún gesto suyo, actitud, expresión. Entrar, poco a poco en profunda comunión con el mundo de Jesús: sus sentimientos, posturas y opciones. Dejarse poseer por su presencia.

La finalidad de este segundo momento es descubrir la voluntad de Dios presente en el texto. Para nosotros, todo lo que dice y hace, sus sentimientos y opciones, son Palabra de Dios: “Quien me ve, ve al Padre” (Jn 14,9). Él es la Palabra de Dios encarnada (Jn 1,14.18). Palabra de Dios y voluntad de Dios son la misma cosa.

Después de compartir, dar un tiempo para que cada uno apunte, en la segunda columna, la Palabra (voluntad) de Dios que más te llamó la atención. Es una cosa preciosa, para guardar con amor y cariño, en el corazón y para vivirla.

Teniendo tiempo - ¡ah como es bueno, de vez en cuando! - abrir un espacio para adorar a Jesús de Nazaret, así como aparece en el texto, pues fue ese Jesús que Dios ha hecho Señor (Hch 2,36). Adorar, contemplar, reconociendo la grandeza de Dios, la belleza humana y divina de Jesús. Sentir la emoción, la gratitud y el compromiso por tenerlo como nuestro único Señor y Maestro. Cuando sea posible, es bueno hacer la adoración frente al Santísimo Sacramento. ¡El Jesús de la Eucaristía es el mismo Jesús del Evangelio!

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Su g e ren c ia s prá ct ic a s

T e r c e r M o m e n t o

Iluminar la vida. Es conectar la voluntad de Dios presente en el texto con nuestra vida. Es bueno ver quien está logrando vivir esa Palabra hoy, aunque sea un poco. Saber alabar y agradecer por causa de eso. Se trata de descubrir los llamados y desafíos que ella dirige a nosotros hoy. La finalidad, por lo tanto, es percibir lo que el mensaje del texto dice para nosotros hoy.

C u a r t o M o m e n t o

Es el actuar. Es el momento de las decisiones concretas. El actuar verdadero camina siempre en la línea de la transformación - personal, social, eclesial o pastoral - . No hay lectura verdadera que no conduzca a una acción transformadora. Ahora es nuestra respuesta a los llamados de Dios presente en el texto.

Sugerencias prácticas

J Hacer el estudio en grupos pequeños, de cinco u ocho personas. Habiendo V más personas, multiplicar los grupos. Hacer reuniones semanales o

quincenales en las casas de los miembros del grupo, en clima de fe, de convivencia fraterna y solidaria. Todos sentados alrededor de una mesa, con la

V | l Biblia, cuadernos, lapicero. El estudio puede ser hecho también í é f individualmente. Se puede alternar los estudios de la siguiente manera: estudio / • • • de un texto individualmente y lo que sigue con el grupo, y así sucesivamente.

•La duración de la reunión queda a criterio del grupo, sin embargo no debe llevar

mucho tiempo y tampoco ser apresurado. ¿Qué tal de una a dos horas? Es bueno que el grupo tenga a alguien que coordine para evitar el hablar mucho y desviaciones inútiles. La coordinación puede ser alternada, asumiéndola una vez cada quien.

Hacer oraciones al principio y al finalizar. Como ya hablamos, al final del segundo momento (en que descubrimos la voluntad de Dios presente en el texto) dejar espacio para la oración, la adoración en silencio, contemplando el rostro de Jesús que acabamos de descubrir en el texto. Eso hace mucho bien.

Buscar el texto para la reunión siguiente. Copiar el texto en la primera columna del cuaderno, antes de la reunión. Escribir las respuestas en la misma columna en que están indicadas las preguntas.

Guardar con cariño el cuaderno del estudio del Evangelio. De vez en cuando es bueno releer. ¡Le gustará!

Una gran pregunta; muchas personas (¡muchas, gracias a Dios!) ya copiaron, meditando, los tres Evangelios sinópticos (Mt, Me, Le) y preguntaron si es bueno copiar

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de nuevo. ¿Qué podemos decir nosotros? ¿Cuál es la sugerencia? Nosotros creemos que sea importante copiar de nuevo, pero sin caer en una repetición fría. Eso será bueno, pero es necesario dar más tiempo a la meditación, a la contemplación, a la oración. Es importante conectar, con mayor atención, el mensaje del texto a la realidad de hoy, privilegiando aquel aspecto que consideramos más urgente. El Evangelio de Jesús es siempre actual y fecundo.

Ahí está la propuesta. Seguramente deben de haber quedado más preguntas y dudas. ¡Que haya creatividad y voluntad de hacer lo mejor! ¡Que haya gusto, convicción y pasión!

Siga el esquema y las preguntas, siéntase libre en la manera de utilizarlo. Haga sus adaptaciones de acuerdo a los textos y el tiempo disponible. ¡Y no se desanime nunca!

Estudio del Evang elio

1° «omento:SINTONIZAR

2o momento: ESCUCHAR § |

3° momento: ILUMINAR

4o momento: ACTUAR

1. Copiar el texto del Evangelio antes de la reunión.

2. 0 pedir a alguien que lo lea. Después contarlo con las propias palabras.

Preguntas:

1. ¿Dónde y cuándo se da este pasaje? ¿Quién aparece en él?

2. ¿Cuál es el problema/situación/co nflicto que ahí aparece? ¿Por qué?

3. ¿Qué dice y hace Jesús?

4. ¿Qué sentimientos, posturas, actitudes, opciones aparecen en Jesús?(Especialmente aquí en esta Palabra de Dios)

Preguntas:

1. ¿Conocemos o hemos oído hablar de alguien que está buscando vivir esta Palabra de Dios?

2. Contar algún hecho. Agradecer y dar gloria a Dios.

3. ¿Para qué luces y llamadas la Palabra de Dios apunta hoy?

Preguntas:

1. ¿Qué podemos hacerconcretamente?

2. ¿Cuándo? ¿Cómo?¿Con quiénes?

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A ún cuando la Biblia ha entrado en la casa de mucha gente, sin

embargo, se lee poco, y sobre todo se medita poco. Ella todavía

no ocupa el espacio que se merece. Ocurren desorientaciones y

abusos. Hay tendencias fundamentalistas que tienen que ver con el

lenguaje del texto sagrado, sin comprender el verdadero mensaje que

está detrás de él Las consecuencias negativas están a la vista.

¿Qué hacer para superar fallas y avanzar en una lectura fiel de la

Biblia? Creemos que es importante tener siempre en cuenta nuestra

situación existencial, nuestras fragilidades y nuestros sueños. Nuestra

búsqueda sincera y humilde del sentido verdadero de la vida. Urge

colocar nuestra vida en actitud de camino, con humildad y docilidad

interior, en un proceso de conversión permanente.

Este comentario nos quiere llevar a una lectura fiel, meditada y

contemplativa del texto sagrado. Que nos lleve a una práctica

transformadora y liberadora hoy en la vida. Que refuerce la gran tarea

a la que los obispos reunidos en la Conferencia de Aparecida

convocaron: Hacer de los católicos bautizados verdaderos discípulos

y misioneros de jesús, porque "todo discípulo es misionero" (DA 144).