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EL MUNDO DEL NUEVO TESTAMENTO 1 EVANGELIOS I. INTRODUCCIÓN Los evangelios son los libros más leídos de toda la Biblia, porque hablan de Jesús. En ellos encontramos los episodios más significativos de su vida y sus principales enseñanzas. Sin ellos, la memoria de Jesús habría quedado reducida a algunas informaciones esporádicas de los historiadores de la época, o a vagos recuerdos conservados en el resto de la literatura cristiana. Sin embargo, los evangelios son algo más que una colección de noticias sobre Jesús. Los primeros discípulos, que acogieron con gozo el mensaje de Jesús y lo fueron encarnando en sus vidas, transmitieron sus enseñanzas y el recuerdo de sus signos, no como quien transmite una información neutra, sino como quien ha encontrado un gran tesoro. Las palabras y la vida de Jesús no eran para ellos sólo una “noticia”, sino una “buena noticia”. 1. El género literario “evangelio” 1.1. El evangelio En la lengua común del imperio romano (que era el griego popular) la palabra “evangelio” significaba “buena noticia”. También entre los judíos existía una palabra que tenía el mismo significado. El profeta Isaías la utiliza para hablar de la llegada del reinado de Dios, que trae la salvación (Is 52,7; 61, 1-11). En ambos casos el evangelio era un anuncio, y este fue también el sentido que dieron los primeros cristianos a la palabra “evangelio”. Los evangelistas presentan a Jesús anunciando la buena noticia del reino (Mc 1,14) y de la salvación (Lc 4,18). El contenido de su anuncio es la inminente llegada del reinado de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Después de la pascua, el contenido de la buena noticia cristiana se centró en el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús (1Cor 15, 1.3-5), y más tarde la palabra pasó a designar el conjunto del mensaje cristiano (Hch 10, 37-41). Poco a poco, la palabra que los cristianos habían tomado del lenguaje diario se fue cargando para ellos de un contenido muy preciso: el evangelio era la buena noticia de la llegada del reinado de Dios, que se había hecho presente en Jesús resucitado. El evangelio de Marcos, que es el más antiguo de todos, utiliza también la palabra “evangelio” para referirse al contenido del anuncio cristiano (Mc 1,1). Sin embargo, al componer un relato seguido de lo que Jesús dijo e hizo, estaba creando un nuevo género literario, que con el tiempo recibiría el nombre de evangelio. De este modo, el evangelio, que comenzó siendo un anuncio verbal, se convirtió en un relato escrito.

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EVANGELIOS

I. INTRODUCCIÓN Los evangelios son los libros más leídos de toda la Biblia, porque hablan de Jesús. En ellos encontramos los episodios más significativos de su vida y sus principales enseñanzas. Sin ellos, la memoria de Jesús habría quedado reducida a algunas informaciones esporádicas de los historiadores de la época, o a vagos recuerdos conservados en el resto de la literatura cristiana. Sin embargo, los evangelios son algo más que una colección de noticias sobre Jesús. Los primeros discípulos, que acogieron con gozo el mensaje de Jesús y lo fueron encarnando en sus vidas, transmitieron sus enseñanzas y el recuerdo de sus signos, no como quien transmite una información neutra, sino como quien ha encontrado un gran tesoro. Las palabras y la vida de Jesús no eran para ellos sólo una “noticia”, sino una “buena noticia”. 1. El género literario “evangelio” 1.1. El evangelio En la lengua común del imperio romano (que era el griego popular) la palabra “evangelio” significaba “buena noticia”. También entre los judíos existía una palabra que tenía el mismo significado. El profeta Isaías la utiliza para hablar de la llegada del reinado de Dios, que trae la salvación (Is 52,7; 61, 1-11). En ambos casos el evangelio era un anuncio, y este fue también el sentido que dieron los primeros cristianos a la palabra “evangelio”. Los evangelistas presentan a Jesús anunciando la buena noticia del reino (Mc 1,14) y de la salvación (Lc 4,18). El contenido de su anuncio es la inminente llegada del reinado de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Después de la pascua, el contenido de la buena noticia cristiana se centró en el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús (1Cor 15, 1.3-5), y más tarde la palabra pasó a designar el conjunto del mensaje cristiano (Hch 10, 37-41). Poco a poco, la palabra que los cristianos habían tomado del lenguaje diario se fue cargando para ellos de un contenido muy preciso: el evangelio era la buena noticia de la llegada del reinado de Dios, que se había hecho presente en Jesús resucitado. El evangelio de Marcos, que es el más antiguo de todos, utiliza también la palabra “evangelio” para referirse al contenido del anuncio cristiano (Mc 1,1). Sin embargo, al componer un relato seguido de lo que Jesús dijo e hizo, estaba creando un nuevo género literario, que con el tiempo recibiría el nombre de evangelio. De este modo, el evangelio, que comenzó siendo un anuncio verbal, se convirtió en un relato escrito.

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1.2. Los evangelios Esta nueva forma de expresar y transmitir la buena noticia cristiana tuvo una gran fortuna en los primeros siglos de la Iglesia. Además de los 4 evangelios incluidos en el NT (Mt, Mc, Lc, Jn) surgieron otros escritos que también recibieron ese nombre. Son los evangelios “apócrifos”, llamados así porque su enseñanza se consideraba secreta y se mantenía oculta; la mayoría de ellos fueron compuestos a partir del siglo II, son muy dispares entres í, y mientras algunos tratan de llenar las lagunas de la vida de Jesús, otros intentan defender las posturas de algunos grupos cristianos. Las diferencias entre los evangelios apócrifos y los canónicos (o sea, los 4 de la Biblia) son también notables, tanto por la época en que fueron escritos, como por su contenido y finalidad. Los evangelios canónicos están más enraizados en la tradición apostólica y tienen un destino más universal. No obstante, también entre los evangelios canónicos hay diferencias. Los tres primeros (Mt, Mc, Lc) parecen haber contado con una tradición común. Se les llama sinópticos, porque pueden ser leídos en paralelo (“syn”= juntamente; “oasis”= visión), como versiones diversas de una misma tradición. Sin embargo, el evangelio de Juan, tanto por su forma como por sus contenidos, difiere notablemente de los otros tres. 1.3. ¿Qué es un evangelio? Así pues, la palabra “evangelio”, que originalmente designaba el contenido de la predicación cristiana, y que luego se aplicó a los primeros relatos sobre Jesús, pasó más tarde a designar escritos muy diversos entre sí. En este contexto no es inútil preguntarse: ¿qué es un evangelio? Sería casi imposible responder a esta pregunta si quisiéramos incluir en la definición a todos los evangelios, pero no es nuestra intención. Al responderla, nos centraremos en los evangelios canónicos. En primer lugar, hay que decir que los evangelios no son simples biografías de Jesús. Es evidente que el interés de los evangelistas va más allá de las anécdotas. En el relato cobran especial relieve las palabras y signos de Jesús, pero no se nota una preocupación por contarlo todo. Sin embargo, hay que añadir que la intención de sus autores fue componer un relato sobre acontecimientos históricos contando fielmente lo sucedido (Lc 1, 1-4). Puede decirse que los evangelios son relatos sobre Jesús compuestos con una intención particular. En esto se parecen a algunas biografías de la antigüedad, escritas tanto por autores helenistas como por judíos, en las que se intentaba transmitir las virtudes y ejemplos de personajes importantes. Hay que decir también, que la intención que guió a los evangelistas al componer sus obras era claramente pastoral. Lucas confiesa que su propósito al escribir el evangelio fue fortalecer la fe de sus lectores (Lc 1,4) y Juan escribió el

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suyo, para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo, y gracias a él, tengáis vida eterna (Jn 20,31). Esta finalidad pastoral hace de los evangelios unos relatos muy particulares. En ellos se mezcla la fidelidad a la historia y a la tradición sobre Jesús con las necesidades de los destinatarios, cuya fe ha de ser fortalecida. Resulta, pues, difícil definir con precisión qué es un evangelio, pero tal vez sea más sencillo caracterizar estos escritos a través de sus rasgos más significativos:

No son pura invención de sus autores, sino que están vinculados a una tradición anterior, que ha sido transmitida por los discípulos de Jesús en el seno de las comunidades cristianas.

Su contenido (sobre todo los sinópticos) está organizado según un esquema común, cuyas raíces se encuentran en la predicación cristiana primitiva (Hch 10, 37-41). Dicho esquema tiene como centro el relato de la muerte y resurrección de Jesús.

Aunque su forma externa es la de una narración histórica, en realidad su intención más profunda es de tipo pastoral. Los evangelios no son sólo la narración de unos acontecimientos históricos, sino la proclamación del gran acontecimiento de la salvación.

Finalmente, los evangelios son, ante todo, un testimonio de fe. Quienes los escribieron querían comunicar una experiencia que había cambiado radicalmente sus vidas.

Todo ello resulta más claro cuando conocemos cuál fue el proceso de su formación. 2. ¿Cómo nacieron los evangelios? Jesús comenzó su actividad pública en torno al año 27 de nuestra era. Sin embargo, los evangelios se escribieron hacia el año 70 d.C. Entre la predicación de Jesús y la redacción de los evangelios pasaron 40 años. ¿Qué ocurrió en estos años? ¿Cómo se transmitieron las palabras y los recuerdos sobre Jesús durante aquel tiempo? ¿Podemos fiarnos de lo que nos cuentan los evangelios? Para responder a estas preguntas es necesario tener presente cuál fue la historia del cristianismo naciente porque es en el seno de esa historia donde los evangelios fueron naciendo, primero como predicación oral, después como escritos fragmentarios y luego como obras terminadas. En la historia de la formación de los evangelios podemos hablar de tres etapas: 2.1. Primera etapa: la actividad de Jesús Jesús no escribió sus enseñanzas. Tampoco sus discípulos fueron tomando nota de los signos que realizaba. Sin embargo, el origen de los evangelios se encuentra en Jesús y en el grupo de los discípulos que lo acompañaban.

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Las palabras y los signos de Jesús despertaban la admiración de la gente (Mt 4,24; Mc 1,28). Sus enseñanzas eran fáciles de recordar, hablaban de realidades concretas (parábolas) y Jesús las repetía utilizando esquemas muy sencillos. Lo mismo ocurría con los gestos que realizaba; casi siempre tenían un significado concreto: la liberación (curaciones), la purificación (expulsión de los mercaderes del templo). Estos signos y enseñanzas de Jesús quedaron especialmente grabados en la mente y el corazón del pequeño grupo de discípulos que lo acompañaba a todas partes. Jesús los había reunido, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14). A ellos dedicó una atención especial, explicándoles el sentido de sus palabras y ayudándolos a profundizar en su mensaje (Mc 4,34; 9, 30-31). La vida de Jesús terminó trágicamente. La cruz parecía el final, pero no fue así. Sus discípulos lo vieron después de morir. Había resucitado. Fue una experiencia que les hizo recordar con una luz nueva todo el camino que habían hecho junto a él. Sus palabras y sus signos fueron adquiriendo poco a poco un sentido más profundo, más auténtico. Eran las palabras y los signos del Hijo de Dios. 2.2. La transmisión de los recuerdos sobre Jesús en las comunidades cristianas La resurrección de Jesús era un acontecimiento que no podía quedar silenciado. Los discípulos se sienten impulsados a dar testimonio de esta buena noticia. Salen a las plazas (Hch 2, 14-41), van por los caminos (Hch 8,4) y llegan a

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nuevas ciudades (Hch 11, 19-30). Como fruto del anuncio de esta buena noticia comienzan a surgir pequeñas comunidades cristianas en las que se acoge, se vive y se celebra la resurrección de Jesús. Fue en estas comunidades donde se conservaron y transmitieron los recuerdos que tenemos en los evangelios. Los misioneros cristianos que iban anunciando la buena noticia, ilustraban su predicación contando los signos que Jesús había realizado; repetían sus parábolas y enseñanzas, y trataban de mostrar a los judíos que en Jesús se habían cumplido las promesas del AT. En las primeras comunidades todos deseaban saber más sobre Jesús; querían conocer con detalle lo que había hecho y dicho, cómo habían sido los últimos días de su vida… Reunidos en torno a la mesa de la eucaristía, recordaban sin cesar aquellas enseñanzas y aquellos signos; en ellos encontraban el sentido de sus vidas y descubrían una nueva forma de estar en el mundo. Las palabras y los signos de Jesús, confrontados con nuevas situaciones y nuevos ambientes, fueron manifestando toda su riqueza. Durante mucho tiempo los recuerdos sobre Jesús se transmitieron de palabra. Los pequeños relatos adquirieron una forma fija (sentencias, parábolas, relatos de milagros, controversias…), que era fácil de recordar. Era una tradición sagrada, cuyos guardianes eran los apóstoles. Pero, junto a esta tradición oral, fueron naciendo también pequeñas colecciones de parábolas, milagros, etc., o relatos un poco más amplios como el de la pasión, que se iban poniendo por escrito. 2.3. Tercera etapa: la redacción de los evangelios Con el paso del tiempo, la situación de las comunidades cristianas fue cambiando. Para el último tercio del siglo I d.C. (70-100 d.C) han muerto ya muchos de los que habían sido testigos oculares de la vida de Jesús. Además, la Iglesia se ha separado del judaísmo. Algunas comunidades viven una tensa relación con los judíos (Mateo y Juan), mientras que otras miran hacia el horizonte del imperio romano (Marcos y Luchas). En muchas de ellas aparece la rutina y el cansancio. Es una nueva situación en la que se hace necesario volver la mirada hacia Jesús. Fue precisamente en esta época cuando se escribieron los evangelios. Marcos fue el primero. En la composición de su relato utilizó seguramente las colecciones y relatos que se habían escrito antes, pero también incluyó los recuerdos sobre Jesús que se transmitían oralmente. Su tarea no consistió simplemente en reunir todas estas tradiciones, sino que las actualizó y las organizó siguiendo un esquema que los misioneros cristianos utilizaban para contar los principales acontecimientos de la vida de Jesús (cfr. Hch 10, 37-41). Mateo y Lucas compusieron sus evangelios teniendo presente el relato de Marcos. Contaron además, con una colección de dichos de Jesús, de la que

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tomaron muchas parábolas y enseñanzas que tienen en común. Finalmente, tanto Lucas como Mateo, incluyeron en sus evangelios tradiciones propias, que completaban lo que habían tomado de Marcos y de la colección de dichos. Ambos siguieron el esquema trazado por Marcos, pero lo hicieron con gran libertad. El evangelio de Juan tiene su propia historia. Sus fuentes son distintas, el trazado general de la obra no se parece al de los sinópticos, y sólo en contadas ocasiones (p. ej. en la pasión) se encuentran relatos procedentes de una tradición común. 2.4. Una doble fidelidad Durante el período de formación de los evangelios las comunidades cristianas tuvieron que mantener una doble fidelidad. Por un lado, la fidelidad a los recuerdos acerca de Jesús, y por otro, la fidelidad a las nuevas situaciones históricas que planteaban nuevos problemas y necesitaban una respuesta adecuada. Los recuerdos sobre Jesús eran el más preciado tesoro de aquellas comunidades y constituían una tradición sagrada que debía transmitirse con fidelidad. Su custodia estaba confiada a los apóstoles, que habían sido testigos de la vida de Jesús, y a los ministros de la palabra (Lc 1,2). Unos y otros formaban una cadena que garantizaba la veracidad y exactitud de aquella tradición. Pero, al mismo tiempo, las palabras y las acciones de Jesús, recordadas en la predicación, en la catequesis y en las celebraciones litúrgicas, se convirtieron en una tradición viva, y se fueron enriqueciendo a medida que respondían a estas nuevas situaciones.

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3. ¿Cómo leer los evangelios? El largo proceso de formación que han seguido los evangelios ha hecho que las palabras y las acciones de Jesús lleguen hasta nosotros enriquecidas con la experiencia de los primeros cristianos. Su lectura, si se hace bien, ofrece una inagotable riqueza para la vida cristiana. Para que su lectura nos revele toda la riqueza de los evangelios hemos de hacernos estas tres preguntas:

¿Qué intentaba decir el autor a sus destinatarios? ¿Qué hizo o dijo Jesús? ¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto?

Son tres preguntas legítimas, que se implican y complementan entre sí. La comprensión de los evangelios será incompleta si no se tienen en cuenta estos tres niveles de lectura. El primer nivel consiste en captar el mensaje que el autor quería transmitir a sus destinatarios. Para ello tenemos que situarnos en la época en que cada autor redactó su obra, conocer la situación de la comunidad a la que se dirige, los temas en los que insiste cada evangelista y la estructura que ha dado a su obra. El segundo nivel de lectura responde a la pregunta por Jesús. Nunca debemos olvidar que los relatos y enseñanzas que encontramos en los evangelios se han transmitido de palabra o por escrito durante cuarenta años. El mejor criterio para leer los textos a este segundo nivel es situar las palabras y acciones de Jesús en el contexto cultural, social y religioso de Palestina en la primera mitad del siglo I d.C. Finalmente, el tercer nivel trata de descubrir el mensaje del texto evangélico para nosotros. ¿Qué nos dice hoy esta palabra o este hecho del evangelio? Es una pregunta legítima que ya se hicieron los primeros cristianos, y es también la pregunta con que nosotros nos acercamos a los evangelios. Sin embargo, es una pregunta que no debe responderse apresuradamente, y que debe tener en cuenta los otros dos niveles de lectura. De otro modo, correríamos el peligro de hacer una lectura demasiado subjetiva y haríamos decir a los textos del evangelio lo que en realidad no dicen. Para captar el mensaje del evangelio hoy, es necesario situarse en la perspectiva de Jesús y de las primeras comunidades cristianas, hacer coincidir nuestro horizonte con el suyo, poner en línea nuestras preocupaciones y las suyas. Debe ser una lectura creyente hecha a la luz del Espíritu en la comunidad creyente, por aquellos que intentan poner en práctica el proyecto de Jesús. Dicho de otro modo, una lectura cristiana de los evangelios debe hacerse desde la vida de una comunidad local, en diálogo vivo con la comunidad universal de

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los cristianos, es decir, con la Iglesia, que es heredera de la tradición de los apóstoles. II. EVANGELIO DE MATEO La distinción entre el judaísmo y el cristianismo que hoy parece un dato evidente, no lo era tanto en la primera mitad del siglo I d.C. El cristianismo nació dentro del judaísmo, y sólo al cabo de algún tiempo fueron apareciendo con claridad las diferentes perspectivas de ambos grupos religiosos. En este proceso de diferenciación los cristianos tuvieron que describir con trazos más precisos la figura de Jesús y aclarar cuál era la misión de la Iglesia cristiana. También necesitaban tener un punto de referencia claro en las enseñanzas de Jesús. Mateo intentó hacer todo esto, y compuso un evangelio, que por su carácter catequético y por haber integrado diversos puntos de vista que existían entre los mismos cristianos, fue el más leído y comentado en los primeros siglos de la Iglesia. 1. Mateo y su comunidad La comunidad a la que se dirige el evangelio de Mateo vivía una compleja situación. Hacia fuera el problema más importante era el enfrentamiento con el judaísmo. Hacia dentro experimentaba la división y sufría las tensiones propias de una comunidad cristiana de la segunda generación, en la que comenzaban a aparecer la pereza, el abandono, el abuso de poder, la indiferencia, y otras actitudes similares. El enfrentamiento de Jesús y sus discípulos con los líderes judíos, así como la distinción entre los judíos y sus sinagogas por un lado (Mt 4,23; 9,35), y por otro los discípulos y la Iglesia (Mt 23, 1-12; 16,18), reflejan la situación que vivía esta comunidad cristiana hacia fuera. En efecto, después de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d.C., el judaísmo se había replegado sobre el grupo de los fariseos; estos, por su parte, habían adoptado una postura intransigente con los demás grupos judíos, y muy especialmente con el grupo de los discípulos de Jesús. Por otro lado, cada vez eran más los cristianos que entendían la fe en Jesús como algo independiente del judaísmo. Estas tensiones provocaron la ruptura entre cristianos y judíos, y dieron lugar a una intensa polémica, que se refleja en este evangelio (Mt 23, 1-12; 21,43). La situación interna de la comunidad era también problemática. Habían pasado ya los primeros años en los que el entusiasmo era mayor; además, el retraso de la venida del Señor había abierto en la historia un espacio en el que los discípulos tenían que vivir según el ejemplo de Jesús, y la Iglesia tenía que organizarse. Al principio, la mayor parte de los que formaban esta comunidad eran de origen judío, pero muy pronto los paganos fueron el grupo más numeroso. En el seno de este grupo mixto había diversas posturas con respecto

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a la interpretación de la ley de Moisés (Mt 5, 17-48; 15, 1-20; 23, 1-7), y también sobre el alcance de la misión cristiana (Mt 10, 5-6; 15, 24; 28, 18-20). Algunos centraban su atención en la observancia externa de los preceptos (Mt 15, 1-20) mientras que otros ponían todo su empeño en la alabanza desconectada de la vida (Mt 7, 21-23). Mateo abordó esta situación y trató de hallar un punto de encuentro para todos, reuniendo en su evangelio diversas tradiciones, y presentando a Pedro como el gran maestro, que recibe una instrucción especial de Jesús (Mt 16, 16-19; 17, 24-27) y puede, por tanto, servir de árbitro en caso de discusión. Según una tradición muy antigua, el autor de este evangelio fue Mateo, el publicano, uno de os doce apóstoles de Jesús. Sin embargo, los datos del evangelio apoyan más la suposición de que el autor fue un cristiano de origen judío perteneciente a la segunda generación, que conocía el griego y que estaba familiarizado con el estudio del AT. La fecha de composición puede fijarse entre el 70 y el 110 d.C. En el año 70 tuvo lugar la destrucción de Jerusalén, a la que Mateo alude en diversos pasajes (Mt 21,41; 22,7; 23, 37-38); y en el año 110 Ignacio de Antioquia cita ya en sus cartas textos de Mateo. La situación reflejada por este evangelio sugiere que fue compuesto entre los años 80 y 90 d.C. El lugar de composición es con mucha probabilidad Antioquía de Siria. En esta ciudad se hablaba el griego, y había una importante colonia judía. Allí se asentó una de las primeras comunidades cristianas (Hch 11, 19-30), en la que pronto se mezclaron judíos y gentiles. Pedro desempeñó en ella un importante papel (Gal 2, 11-14), lo mismo que en el evangelio de Mateo (Mt 15,15; 16, 16-19; 17, 24-27). 2. El mensaje de Mateo Mateo responde a la situación que vivía su comunidad mostrando que Jesús es el Mesías, explicando que la Iglesia ha heredado la misión de Israel, e invitando a los cristianos a vivir según las enseñanzas de Jesús. Para aquellos cristianos, que vivían una dura confrontación con el judaísmo, era muy importante mostrar que Jesús era el Mesías, es decir, el Hijo de David, en quien se habían cumplido las promesas del AT. Sin embargo, Jesús no aparece como el Mesías glorioso, sino como el Hijo del hombre, que tiene que padecer hasta morir completamente abandonado en una cruz. Sólo desde la figura del siervo sufriente (Is 42, 49, 50 y 53) podía entenderse la forma en que Jesús había encarnado su condición de Mesías. No obstante, para Mateo y su comunidad Jesús es algo más que el Mesías. Es ante todo el Hijo de Dios. Este es el título que resume y da sentido a todos los demás. Así es como lo identifica la voz del cielo en el bautismo (Mt 3, 17) y en la transfiguración (Mt 17,5); así aparece desde su infancia (Mt 1, 18-25; 2,15); así le reconocen sus discípulos (Mt 14,33;

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16,16), y también el centurión en la cruz (Mt 27, 54). Cuando sus adversarios quieren poner en tela de juicio su identidad recurren a esta afirmación (Mt 4, 3-6; 27, 40.43). en este título se expresa su profunda vinculación y obediencia al Padre, cuya voluntad es norma de vida para Jesús (Mt 4, 1-11; 26, 36-46). La Iglesia es para Mateo el pueblo congregado por Jesús, la verdadera descendencia de Abrahán, que ha heredado la misión del antiguo Israel (Mt 21,43). Jesús dirige su buena noticia, en primer lugar a Israel (Mt 10,6), para anunciarle que ha llegado el tiempo en que debe llevar la salvación a todas las naciones (Is 2, 2-5; 42, 1-4). Inexplicablemente, Israel desoye esta invitación y rechaza a Jesús (Mt 11-12; 21, 33-46). Como consecuencia de este rechazo, Jesús convoca un nuevo pueblo, el auténtico Israel, que dará los frutos a su tiempo (Mt 21,43) y cuya misión consistirá en hacer llegar la buena noticia a todos los hombres (Mt 28, 16-20). Los que pertenecen a esta nueva comunidad deben poner en práctica la voluntad del Padre, expresada en las palabras de Jesús. Mateo ha reunido estas enseñanzas de Jesús en cinco grandes discursos (Mt 5-7; 10; 13; 18; 24-25), en los cuales los discípulos pueden encontrar orientaciones precisas para vivir como cristianos en el tiempo que va desde la primera venida de Jesús hasta su vuelta al final de los tiempos. Precisamente la certeza e esta venida última de Jesús, en la que se manifestará toda su gloria (Mt 24, 29-31), es una motivación importante para que los discípulos se mantengan en tensión de espera. 3. Estilo y división literaria El modo de escribir de Mateo es típicamente judío, utiliza recursos literarios cultivados por los escritores de su época. Su estilo narrativo se caracteriza por la brevedad y la claridad. Comparado, por ejemplo, con el relato de Marcos, se advierte que Mateo despoja a sus relatos de todo lo accesorio y marginal. Presenta a sus personajes sin muchos contornos, subrayando sus rasgos característicos; agrupa y ordena los relatos y enseñanzas, como en el caso de los cinco discursos. Otro rasgo característico de este evangelio, es la incesante presencia de citas del AT, que son en Mateo mucho más numerosas que en los demás evangelios. Podemos dividir el evangelio de Mateo en tres partes cuyo contenido se anuncia en el versículo con el que comienza:

I. PRESENTACIÓN DEL MESÍAS (Mt 1,1- 4,16) II. INVITACIÓN A ISRAEL. ANUNCIO DEL REINO DE LOS

CIELOS (Mt 4,17- 16,20) 1. Anuncio del reino con obras y palabras (Mt 4,17- 11,1)

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2. Rechazo de Jesús. El reino en controversia (Mt, 11,2-16,20)

III. INVITACIÓN A LOS DISCÍPULOS. EL DESTINO SUFRIENTE DEL MESÍAS (Mt 16,21- 28,20) 1. Instrucción a los discípulos (Mt 16,21- 20,34) 2. Rechazo de Jesús. Pasión y resurrección (Mt 21,1-

28,20) En la primera parte todo ocurre antes de que comience el ministerio público de Jesús. El hilo conductor es el tema de la filiación divina de Jesús (Mt 1,20; 2,15; 3,17). La segunda parte está centrada en el anuncio del reino. En la primera sección, tres sumarios (Mt 4, 23-25; 9,35; 11,1) dan la pauta de la actividad de Jesús, que consiste en anunciar (Mt 4,17), enseñar (Mt 5-7) y curar (Mt 8-9), rematada por el envío de los discípulos a difundir este mensaje (Mt 10). La segunda sección recoge las reacciones que este anuncio y la misma persona de Jesús suscitan, especialmente el rechazo por parte de las autoridades judías (Mt 11,2- 12,50). Entonces Jesús abandona a los que lo rechazan y se dedica a instruir a sus discípulos (Mt 13, 1-52); al final (Mt 13,53- 16,20), Jesús abandona definitivamente al Israel histórico y anuncia la congregación de un nuevo Israel, de la Iglesia. La tercera parte tiene una estructura muy semejante a la segunda. Comienza con una instrucción detallada a los discípulos sobre el sentido de su pasión y las exigencias para ser discípulo (Mt 16,21-20, 34). Sigue el rechazo de Jesús en Jerusalén (Mt 21-23) y la instrucción definitiva a los discípulos acerca de los acontecimientos del fin (Mt 23-25); y termina con el relato de la pasión-resurrección (Mt 26-28), expresión definitiva del rechazo de su pueblo y motivo para la convocación definitiva del nuevo Israel (Mt 28, 16-20). III. EVANGELIO DE MARCOS1 ¿Quién dice la gente que soy yo?... Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Esta pregunta que Jesús hizo un día a sus discípulos en Cesarea de Filipo no ha perdido actualidad en los veinte siglos que han transcurrido desde aquel día. Hombres y mujeres de todas las épocas y geografías han visto en Jesús un maestro, un líder, una personalidad inigualable. Sus enseñanzas sobre el amor, su atención a los desheredados de la tierra, su oposición a todo lo que oprime al hombre, sus gestos liberadores, han hecho de él un personaje aceptado y admirado. Pero esta aceptación tiene un límite, y ese límite se encuentra en el calvario. Hasta allí no llega la admiración, porque su muerte resulta escandalosa. Sólo unos pocos se paran a escuchar la invitación de tomar la cruz y seguir a Jesús, único

1 CONOCER Y VIVIR LA BIBLIA 27: “La buena noticia según san Marcos: discípulos del crucificado”

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camino para llegar a conocer la verdadera identidad de Jesús. El evangelio de Marcos es una invitación a descubrir el auténtico rostro de Jesús, recorriendo junto a él el camino que conduce hasta la cruz, y después de ella a la resurrección. 1. Marcos y su comunidad Los destinatarios del segundo evangelio son, en su mayoría no judíos, a quienes el evangelista tiene que explicar expresiones y costumbres judías (Mc 5,41; 7,3). Pertenecían con toda probabilidad a una pequeña comunidad asentada en la gran ciudad de Roma. Corrían tiempos difíciles para ellos. Resultaban odiosos tanto para los judíos como para los romanos. La fidelidad a la doctrina de Jesús comportaba el riesgo continuo de verse despreciados, maltratados e incluso perseguidos, como ocurrió en tiempos del emperador Nerón en el año 64 d.C. En esta situación de persecución y de crisis se hacía necesario afianzar la fe. Marcos se propuso responder a aquella situación crítica volviendo la mirada hacia Jesús, para profundizar en el misterio de su persona. Su relato, que tenía una intención catequética y pastoral, dio origen a un nuevo género literario: con él nacen los evangelios, escritos auténticamente pastorales, en los que a la narración sobre Jesús se une de manera indisoluble el testimonio de la comunidad creyente, el cual llega hasta nosotros revestido de toda su fuerza interpelante. El autor del segundo evangelio se esconde por completo tras el velo de su narración. No obstante, ya la tradición más antigua lo identificó con Marcos, persona en estrecha relación con los apóstoles Pedro y Pablo y buen conocedor de los principales centros de irradiación del cristianismo primitivo. Como ya hemos dicho, lo más probable es que el evangelio de Marcos haya sido compuesto en Roma. Así lo afirma una antigua tradición, corroborada por algunos datos del evangelio (uso de latinismos y costumbres típicamente romanas, como la posibilidad de que una mujer se divorciara de su marido: Mc 10, 11-12). La fecha de composición puede fijarse entre los años 60 y 70 d.C. Por un lado, los datos del evangelio reflejan una comunidad con problemas típicos de la segunda generación cristiana (después del 60 d.C.); y por otro, no hay una referencia clara a la destrucción de Jerusalén del año 70, un acontecimiento que tuvo grandes repercusiones entre los primeros cristianos. 2. El mensaje de Marcos El tema central y dominante del evangelio es el de la identidad de Jesús. Son muchos los que s interesan por esa cuestión: los demonios, los discípulos, la gente, Herodes, el sumo sacerdote, Pilato, el centurión… Muchas son también las ocasiones en que se plantea: milagros, revelaciones divinas, palabras de Jesús, muerte de Jesús… Pasando por sombras y luces, la respuesta se hace

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esperar, pero termina siendo precisa y clara en la confesión de aquel centurión que lo vio morir: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios (Mc 15,39). Para Marcos, como para toda la cristiandad primitiva, el título “Hijo de Dios” era sin duda el más adecuado para expresar tanto el origen divino de Jesús como su vinculación sin igual a Dios y su verdadera humanidad. Pero, ¿por qué esa demora en presentarnos a Jesús como Hijo de Dios, y por qué las repetidas órdenes de silencio sobre aquellos que parecían entrever el misterio (Mc 1,34.44; 3,12; 5,43; 7,36; 8, 26-30; 9,9)? ¿Por qué quiere Jesús mantener oculto que él es el Mesías, el Santo de Dios? No es cuestión de ignorancia, sino que se trata de una técnica literaria característica de Marcos, mediante la cual desvela y esconde a la vez el misterio de la persona de Jesús. El evangelista es consciente de estar ante una realidad que jamás podrá ser convenientemente expresada en conceptos. Más aún, sabe que algunos cristianos podían tener una visión equivocada de Jesús. Por eso, a toda afirmación sobre su identidad, debe seguir siempre la apertura, la búsqueda, el esfuerzo por una comprensión mejor. El creyente nunca puede contentarse con fórmulas fijas, nunca puede dejar de plantearse la pregunta: tú, ¿quién eres? Junto a la presentación de Jesús, hay un segundo tema que destaca en el evangelio de Marcos. Es el tema del discipulado. La misma estructura literaria lo pone de manifiesto. Los relatos de la vocación (Mc 1, 16-20), elección (Mc 3, 13-19) y misión (Mc 6, 7-13) de los discípulos ocupan una posición privilegiada al iniciar, tras un breve sumario, las tres secciones de la primera parte. También en la segunda parte sigue manteniendo el grupo restringido de discípulos una importancia singular: son los destinatarios únicos de la enseñanza en la que Jesús muestra las consecuencias de su caminar hacia la cruz (Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34); ellos lo acompañan durante toda su actividad en el templo, su presencia junto a Jesús se prolonga hasta que éste es apresado. Después lo abandonarán, pero el abandono no es la última palabra. Jesús mismo hará superar su huida anunciando personalmente (Mc 14,28) y repitiendo por medio del ángel pascual (Mc 16,7) su reencuentro en Galilea. Los discípulos son, por tanto, un constante punto de referencia para el evangelista, pues constituyen un grupo expresamente llamado y escogido por Jesús para una tarea específica: acompañarlo y ser enviados a predicar (Mc 3, 14-15). La comunicación con Jesús tiende a la comunión en el misterio de su persona, siendo esa comunión el fundamento esencial e imprescindible de la predicación. Cristología y discipulado, como temas dominantes del evangelio de Marcos, se entrecruzan de continuo y se esclarecen recíprocamente, haciendo de este evangelio una obra siempre actual, dramática e inquietante. La buena nueva de Jesús como Mesías e Hijo de Dios no es una doctrina científica o una mera especulación intelectual a base de nociones y de títulos. Es la comunicación de un hecho que quiere ser el fundamento de una comunión de vida: el discipulado. El discipulado, por su parte, es el lugar privilegiado para la revelación de la identidad de Jesús. En la unión personal con él es donde Jesús desvela el misterio de su ser.

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3. Composición y división Con un vocabulario pobre y un estilo sencillo, lleno de repeticiones y esquematismos, el autor manifiesta paradójicamente unas dotes extraordinarias de narrador y compositor. Todas sus páginas respiran viveza y realismo, y la sucesión de cada relato responde a un plan bien preciso, sabiamente concebido y perfectamente logrado. Es un autor que, aunque escribe con poca elegancia, sabe componer bien. El principio fundamental que unifica y organiza toda la obra es de carácter teológico, la revelación de la identidad de Jesús. Tal como insinúa en su primera parte (Mc 1,1), el evangelista se propone mostrar, de una manera progresiva, que Jesús es realmente el Mesías esperado (Mc 8,29), pero que su mesianismo, en contra de las esperanzas del momento, es un mesianismo sufriente (Hijo del hombre) sustentado sobre la condición divina (Hijo de Dios). Numerosos indicios literarios permiten dividir este evangelio en dos grandes partes, cada una de las cuales consta de tres secciones:

Prólogo (Mc 1, 1-13) I. JESÚS, MESÍAS (Mc 1,14-8,30)

1. Revelación de Jesús y ceguera de los dirigentes judíos (Mc 1,14- 3,6).

2. Revelación de Jesús e incomprensión de sus parientes y paisanos (Mc 3,7- 6,6a)

3. Revelación de Jesús y reconocimiento inicial de sus discípulos (Mc 6, 6b- 8,30)

II. MESÍAS SUFRIENTE E HIJO DE DIOS (Mc 8,31- 16,8) 1. En camino hacia Jerusalén. Revelación del camino

doloroso del Mesías (Mc 8,31- 10,52) 2. Jerusalén. Revelación de una autoridad que supera la

del “Hijo de David” (Mc 11,1- 13,37) 3. Pasión y resurrección de Jesús. Revelación en plenitud

(Mc 14,1- 16,8) Apéndice canónico (Mc 16, 9-20)

El evangelio de Marcos es una continua revelación de Jesús. El misterio de su persona se va desvelando poco a poco, en una creciente tensión dramática que envuelve al lector, y lo hace entrar en el grupo de los que tienen que dar una respuesta a la pregunta central: y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mc 8,29). La primera parte está llena de respuestas a esta pregunta. Los dirigentes judíos rechazan a Jesús (Mc 3, 5-6), y sus parientes y paisanos no le comprenden (Mc 6, 1-6a). Los demonios creen conocerlo, pero Jesús los manda callar (Mc 1,34; 3, 11-12), lo mismo que prohíbe hablar a quienes cura de sus enfermedades y dolencias (Mc 1,44; 5, 43; 7, 36; 8,26). Sólo los discípulos comienzan a entender quién es Jesús (Mc 8,29), pero su comprensión es también incompleta. La

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afirmación de Pedro: tú eres el Mesías, necesita ser profundizada y comprendida en su verdadero sentido. La segunda parte del evangelio intenta completar la respuesta de Pedro, mostrando que el mesianismo de Jesús pasa necesariamente por la cruz. Todo en ella apunta hacia la pasión (Mc 8, 31-33; 9, 30-32; 10, 32-34), en la que Jesús aparece como el Hijo obediente del Padre. Por eso, la confesión del centurión romano al pie de la cruz2: verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios (Mc 15,29) marca el punto de llegada de esta progresiva revelación del misterio de Jesús. Es entonces, y no antes, cuando los lectores del evangelio pueden comprender quién es realmente Jesús. IV. EVANGELIO DE LUCAS Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 9-10). Jesús dirigió estas palabras a un pecador público, a un hombre despreciado, a un explotador de la gente sencilla. En ellas se encuentra el mensaje de misericordia y comprensión que proclama el evangelio de Lucas, en el cual la cercanía de Jesús a los enfermos, a los pecadores y a los despreciados revela el rostro misericordioso de Dios y su amor entrañable a todos los que están alejados de Dios. Es el evangelio de la misericordia, en el que la buena noticia de la salvación se ofrece a todos los que, como el hijo pródigo, se creen indignos de tan magnífico don; buena noticia para los hombres cansados y agobiados, abatidos y abrumados de todos los tiempos. 1. Lucas y su comunidad La comunidad a la que Lucas dirige su evangelio pertenece a la segunda generación cristiana y vive inmersa en el contexto cultural y político del imperio romano. Es una situación nueva en la que se plantean nuevos problemas y aparecen nuevas perspectivas. El evangelista intentó responder a ellas volviendo a contar la peripecia histórica de Jesús (Lc) y de la Iglesia naciente (Hch). La comunidad de Lucas mira a la cultura helenista y al imperio romano con nuevos ojos, porque vive en medio de ellos y en diálogo con ellos. El mismo evangelista, que escribe en un griego culto, al estilo de los historiadores de la época, busca conexiones con la historia pagana (Lc 2, 1-2; 3,1) o los poetas griegos (Hch 17,28), es un ejemplo de esta nueva sensibilidad. La meta última de su obra en dos volúmenes (Lucas-Hechos) son los confines del mundo (Lc 24,17; Hch 1,8). 2 CONOCER Y VIVIR LA BIBLIA 28: “La buena noticia según san Marcos: la cruz, reveladora de Jesús”

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La situación interna de la comunidad es también nueva. Comienzan a estar lejos de los ímpetus iniciales, la anunciada vuelta del Señor parece retrasarse y el peligro de acomodarse a este mundo se hace cada vez mayor. Aparece la tentación de la rutina, de aferrarse a los bienes de este mundo y de olvidar las exigencias radicales del seguimiento. Es una comunidad que necesita ser invitada a la conversión, y para ello nada mejor que recordar las palabras y la vida de Jesús. Tradicionalmente el tercer evangelio y el libro de Hechos se han atribuido a Lucas, un discípulo de Pablo (Flm24; Col 4,14; 2Tim 4,11), pero las diferencias entre las cartas paulinas y el libro de los Hechos hacen dudosa esta relación, al menos estrecha, entre Pablo y Lucas. Del autor podemos decir que no fue testigo ocular de los hechos que relata, porque tuvo que informarse de quienes lo fueron (Lc 1, 2-3). Tampoco conocía bien Palestina, pues sus conocimientos sobre la geografía y las costumbres judías son imprecisos y a veces erróneos. Se trata de un cristiano educado en ambientes helenistas, que conoce la literatura de su época y redacta muy bien en griego. Pero al mismo tiempo maneja con soltura el AT y se siente heredero de las promesas hechas a Israel (Lc 1, 47-55.68-79). Vivió en la segunda mitad del siglo I, y compuso su obra entre los años 80 y 90 d.C. 2. El mensaje de Lucas Lucas intentó responder a esta situación que vivía su comunidad desde el misterio de la pascua de Jesús, aclarando cuál era el sentido de la historia, qué papel juega Jesús en ella, y cómo debe ser la vida cotidiana de los discípulos. Desde la perspectiva de Lucas, la historia no es una pura sucesión de acontecimientos, sino el espacio donde se realiza el plan de Dios. Este plan consiste en salvar a los hombres (Lc 1, 47.51-55.68-79; 2,11), y por eso la historia puede entenderse como historia de salvación. Es evidente el interés de Lucas por conectar los principales momentos de la vida de Jesús con la historia de su tiempo (Lc 2, 1-2; 3, 1-2). Lucas quiere hacer ver el alcance universal de la salvación divina, y subrayar que la salvación de Dios está en Jesús y no en Roma. En esta historia de salvación Lucas distingue tres fases: el tiempo de la preparación (Israel), el centro del tiempo (Jesús) y el tiempo de la misión (Iglesia). El tiempo de Israel comienza con la historia del pueblo elegido y llega hasta Juan Bautista (Lc 16,16). El tiempo de Jesús es el espacio en el que se manifiesta la salvación de una forma ejemplar; por eso su ministerio está libre de la actuación de Satanás (Lc 4,13; 22,3), e inundado por la presencia del Espíritu (Lc 3,22; 4,18). Finalmente, el tiempo de la Iglesia comienza cuando Jesús desaparece de la historia (Lc 24, 50-53; Hch 1, 9-11); es el tiempo de la misión, que consiste en ofrecer la salvación a todos los hombres.

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Jesús es el centro de toda esta historia. En él se ha manifestado plenamente la salvación de Dios (Lc 19,10; Hch 4,12). Lucas contempla y transmite a su comunidad la riqueza del misterio de Jesús; él es el Mesías (Lc 9,20), el Señor (Lc 7, 13-19), el Hijo de Dios (Lc 1,35), el Profeta (Lc 7,16); pero es sobre todo el Salvador, como anuncia el ángel a los pastores (Lc 2,11). La salvación que trae Jesús se manifiesta en gestos sencillos de amor hacia los pecadores (Lc 7, 36-50; 15, 1-32; 19, 1-10), las viudas (Lc 7, 11-17) y los extranjeros (Lc 7, 9-10). Esta cercanía de Jesús con los desheredados y alejados revela expresivamente la misericordia de Dios y su compasión. El Dios que se revela en Jesús es un Padre lleno de ternura y solicitud hacia todos sus hijos, especialmente hacia aquellos que se han marchado de la casa (Lc 15, 11-32), o están perdidos (Lc 19, 9-10). Por eso su amor llega hasta el extremo y la salvación se hace plena cuando Jesús, siguiendo el plan de Dios (Lc 9,22; 17,25; 24,26), entrega su vida y resucita. Desde entonces él es el único que puede ofrecer la salvación a todos los hombres (Hch 4,12). Los que quieren participar de esta salvación han de hacerse discípulos de Jesús. El relato de la vocación de Pedro (Lc 5, 1-11) es un buen ejemplo de la conversión que exige el discipulado: hay que reconocer el propio pecado (Lc 5,8; Hch 2,38), y hay que renunciar a los bienes de este mundo, que son un gran obstáculo para seguir a Jesús (Lc 6, 20-26; 12, 13-21; 14,33; 16,13; 18,22). Son muchas las dificultades que acechan a los discípulos y los hacen abandonar el camino o quedarse inactivos en él, como la semilla que no da fruto (lc 8, 9-15). 3. Composición y división3 Cuando Lucas compuso su evangelio existían ya otros relatos similares (Lc 1,1). Lucas los tuvo presentes y tomó de ellos, y de la tradición oral transmitida por los testigos oculares (Lc 1,2) todo lo que podía servirle para escribir una exposición ordenada de aquellos acontecimientos (Lc 1,3). Lucas conoció el evangelio de Marcos, al que sigue muy de cerca. Pero además conoció una colección de dichos de Jesús, también conocida por Mateo, y una serie de relatos y parábolas que sólo conocemos a través de su evangelio (el hijo de la viuda de Naín, la parábola del hijo pródigo, los discípulos de Emaús…). Sin embargo, no se limitó a copiar todas estas fuentes y tradiciones, sino que introdujo en ellas algunas modificaciones, que revelan una visión propia del misterio de Jesús. Su deseo fue componer una exposición ordenada, y el resultado es una obra bien tramada en la que aparecen con claridad las diversas etapas del ministerio de Jesús. El evangelio de Lucas puede dividirse así:

3 CONOCER Y VIVIR LA BIBLIA 29: “Lucas, historiador de Jesús”

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Prólogo (Lc 1, 1-4) I. PRESENTACIÓN DE JESÚS (Lc 1,5- 4,13)

1. Anuncio del nacimiento de Juan y Jesús (Lc 1,5-56) 2. Nacimiento de Juan y Jesús (Lc 1,57-2,52) 3. Primera actividad de Juan y Jesús (Lc 3,1-4,13)

II. ACTIVIDAD DE JESÚS EN GALILEA (Lc 4,14-9,50) 1. Manifestación y rechazo de Jesús (Lc 4,14-6,11) 2. Enseñanzas y milagros de Jesús (Lc 6,12-8,56) 3. Revelación a los discípulos (Lc 9, 1-50)

III. VIAJE A JERUSALÉN (Lc 9,51-19,28) 1. Seguimiento y confianza en el Padre (Lc 9,52-13,21) 2. El banquete del amor (Lc 13,22-17,10) 3. La llegada del Reino (Lc 17,11-19,28)

IV. ACTIVIDAD DE JESÚS EN JERUSALÉN (Lc 19,29-21,38) 1. Entrada en el templo (Lc 19,29-46) 2. Controversias con los jefes de Israel (Lc 19,47-21,4) 3. Discurso escatológico (Lc 21, 5-38)

V. PASIÓN Y RESURRECCIÓN DE JESÚS (Lc 22,1-24,49) 1. Pasión y muerte de Jesús (Lc 22,1-23,56) 2. Resurrección y manifestación de Jesús (Lc 24, 1-49)

Epílogo (Lc 24, 50-53) En el prólogo el autor explica los motivos que le han movido a componer un nuevo relato acerca de Jesús y el método utilizado. La primera parte es como un gran díptico en el que el autor va colocando en paralelo la infancia y primera actividad de Juan Bautista y de Jesús para destacar la superioridad de Jesús y el paso del tiempo de Israel (Juan) al tiempo de Jesús. La segunda parte describe la actividad de Jesús en Galilea. A través de su palabras y acciones el misterio de su persona se va desvelando a Israel. Aunque muchos lo rechazan, algunos deciden seguirlo como discípulos. La tercera parte, el viaje a Jerusalén, constituye el centro del evangelio. En ella se encuentra una extensa catequesis sobre diversos aspectos de la vida cristiana. Jesús se dirige a sus discípulos en el camino que conduce a la cruz, preparándolos para que vivan y anuncien el evangelio después de la Pascua. La cuarta parte se desarrolla en el templo de Jerusalén. Contiene la última advertencia a Israel para que se convierta. La quinta parte contiene el relato de la pasión y resurrección de Jesús. Desde el punto de vista de Lucas, esta es el momento central de la historia de la salvación: hacia él tiende el tiempo de Israel y de Jesús, y de él nace el tiempo de la Iglesia.

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El epílogo es al mismo tiempo una transición al libro de los Hechos, que comienza como termina el evangelio: narrando la ascensión de Jesús al cielo. V. EVANGELIO DE JUAN El evangelio de Juan es distinto al resto de los evangelios. Su visión de Jesús, su lenguaje misterioso, el enfoque de la obra, todo hace de él un evangelio singular. Se ha dicho de él que es un evangelio espiritual, y ciertamente lo es. Pero al mismo tiempo es el evangelio que más insiste en la encarnación de Jesús y en los detalles más humanos de su vida. Ambos aspectos confluyen y aportan nueva luz para contemplar el misterio de Jesús en sus aspectos más profundos (su existencia junto a Dios y su igualdad con Él) y en sus consecuencias más concretas (su venida entre nosotros). Divinidad y encarnación aparecen así como dos caras de un mismo misterio, que el prólogo del evangelio expresa magníficamente cuando dice: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. 1. Juan y su comunidad Los cristianos a los que se dirige Juan vivían una situación difícil y compleja. La propia historia de la comunidad había pasado por diversas etapas en las que distintos grupos y tendencias habían suscitado polémicas internas, que originaron tensiones y divisiones. Había discípulos de Juan Bautista, a los que el evangelista tiene que explicar la superioridad de Jesús sobre Juan (Jn 1, 19-34). Otros no podían aceptar que Jesús fuera el Hijo de Dios (Jn 10, 33-38), y mucho menos que Dios se hubiera hecho hombre (2Jn 7), o que hubiera muerto en la cruz (1Jn 5,6). A estas polémicas internas se añadía la tensión que supone vivir en un ambiente de rechazo y persecución. Sus perseguidores son “los judíos”, que aparecen en casi todas las páginas del evangelio como antagonistas de Jesús. Estos judíos no son ya los maestros de la ley y los fariseos del tiempo de Jesús, sino aquellos que después del año 70 d.C., habían impuesto la tradición farisaica como la única ortodoxa, rechazando la interpretación de la ley de los demás grupos judíos. Los cristianos eran, desde su punto de vista, uno de estos grupos. Pronto decidieron expulsarlos de la Sinagoga (Jn 9,22; 12,42; 16,2), entablando con ellos una dura polémica sobre la divinidad de Jesús. Y esta expulsión de la Sinagoga no era sólo un hecho religioso, sino que llevaba consigo la marginación social allí donde los judíos tenían una cierta preponderancia. Ante esta situación los cristianos de la comunidad joánica estaban atemorizados. Algunos tenían miedo de aparecer como discípulos de Jesús (Jn 19,38), y otros habían abandonado la comunidad (Jn 6,66). La principal

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tentación de los que aún quedaban era alejarse del mundo y encerrarse en el cenáculo (Jn 20,19), recluirse en el círculo en el que se encontraban protegidos. En efecto, el evangelio y las cartas de Juan reflejan una comunidad que ha cerrado filas en torno a un misterioso personaje que ellos llaman “el discípulo amado”. El evangelio lo presenta como el discípulo más cercano a Jesús (Jn 13,23), con una autoridad incluso mayor que la de Pedro. Esta comunidad tuvo también dificultades para integrarse dentro de la gran Iglesia por sus diferentes perspectivas teológicas. Nada se sabe con certeza acerca del autor y el lugar de composición de este evangelio; aunque la tradición lo ha atribuido desde antiguo al apóstol Juan, el hijo del Zebedeo, probablemente no fue él quien lo escribió. La tensión con el judaísmo sugiere que pudo ser escrito en algún lugar de Palestina (tal vez el noreste), en el que los judíos tenían gran influencia. La fecha de composición suele fijarse en los últimos años del siglo I d.C. 2. El mensaje de Juan El evangelio de Juan es una respuesta a la situación que vive su comunidad. Al a polémica sobre la divinidad y humanidad de Jesús, el evangelista responde profundizando en el misterio de su encarnación y de su muerte. Y ante la tentación de huir del mundo, exhorta a los discípulos para que afiancen su fe en Jesús, y unidos a él, salgan al mundo para dar testimonio de la verdad. El cuarto evangelio contiene una profunda reflexión acerca del misterio de Jesús. Los que se encuentran con él (Nicodemo, la samaritana, el ciego de nacimiento…) van descubriendo progresivamente la hondura de este misterio. Lo reconocen como Señor (Jn 4,15), Profeta (Jn 4,19), Mesías (Jn 4,25) y Salvador del mundo (Jn 4,42). Pero el evangelista descubre a sus lectores que Jesús es el Hijo de Dios (Jn 1,34). El misterio de su persona trasciende los estrechos límites de nuestra historia. Jesús, el Hijo de Dios, estaba unido al Padre, pero se ha vuelto hacia nosotros y ha puesto en nuestra tierra su frágil tienda de campaña (Jn 1, 1-18). En él se nos ha manifestado la gloria de Dios; él es el camino, la verdad, la vida (Jn 14,6), el buen pastor (Jn 10,11), la resurrección (Jn 11,25. al final de su camino Jesús retorna al Padre a través de la muerte, que es, paradójicamente, el momento de su glorificación (Jn 13, 31-32). La humanidad y la muerte de Jesús, que resultaban escandalosas para muchos, quedan así iluminadas, y son comprendidas como gestos del amor de Dios a los hombres (1Jn 4,9; Jn 15,13). La encarnación revela la hondura de la humanidad de Jesús: el Jesús terreno es al mismo tiempo del Hijo amado del Padre; y su muerte en la cruz pone de manifiesto el alcance de su amor desmedido. Por eso, para Juan, la cruz no es el patíbulo de Jesús, sino su trono (Jn 3, 14-15; 12,32; 19, 16b-22). La manifestación de Jesús provoca reacciones encontradas. Los judíos se oponen sistemáticamente a él, algunos de sus discípulos lo abandonan porque

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su enseñanza les resulta inadmisible (Jn 6, 60). Sin embargo, muchos personajes del evangelio lo reconocen como el enviado de Dios, escuchan su enseñanza y lo siguen. A través de ellos el evangelista describe las características del auténtico discípulo, representado en el discípulo al que Jesús amaba (Jn 13,23; 19, 26; 20,2; 21, 7.20). La primera de ellas es la fe. Los verdaderos discípulos son aquellos que, después de contemplar sus signos y escuchar sus enseñanzas, creen y se mantienen firmemente unidos a él. Jesús los invita a permanecer en su amor y a continuar la obra que él ha comenzado por encargo del Padre. El rasgo distintivo de os que creen en él será el amor mutuo (Jn 13,35), un amor semejante al de Jesús; en esto conocerán todos que son sus discípulos. Pero además, Jesús les ha prometido su Espíritu (Jn 14, 15-17.25-26; 15, 26-27; 16, 5-11.12-15) para que les explique todo lo que él les ha dicho y los defienda en las tribulaciones que han de soportar. 3. Composición y división Al comparar el evangelio de Juan con los tres sinópicos se advierten grandes diferencias. Gran parte del material que contienen los sinópticos no se encuentra en Juan, y la mayor parte del material de Juan tampoco está en los sinópticos. Además, mientras que el material sinóptico está compuesto por narraciones aisladas, sentencias breves o grupos de sentencias que han sido organizadas por el evangelista, en Juan predominan los discursos temáticos. El vocabulario y los recursos literarios son también distintos. Todos estos datos inclinan a pensar que la tradición joánica es independiente de la sinóptica. El evangelio de Juan es, en realidad, un escrito doctrinal en forma de evangelio. Su primera intención no es narrar, sino enseñar. El interés principal de esta obra es de carácter teológico; en ella los milagros son signos; los discursos, más que discursos de Jesús, son discursos sobre Jesús. Las discusiones no versan sobre los problemas del tiempo de Jesús: la ley, el sábado, los alimentos puros e impuros…, sino sobre las pretensiones de Jesús: ser el Mesías, el enviado del Padre… Parece como si en este evangelio se hubieran fundido dos planos: el de la vida de Jesús y el de la comunidad a la que se dirige. Así pues, estamos ante un evangelio original, que nos transmite el mensaje cristiano desde una perspectiva distinta. En él podemos distinguir dos grandes partes, netamente diferenciadas:

Prólogo y testimonios (Jn 1, 1-51) I. LIBRO DE LOS SIGNOS (Jn 2,1-12,50)

1. La gran novedad (jn 2,1-4,42) 2. Jesús, palabra que da vida (Jn 4,43-5,47) 3. Jesús, pan de vida (Jn 6, 1-71) 4. Jesús, luz y vida (Jn 7,1-8,59) 5. Jesús, luz que juzga al mundo (Jn 9,1-10,42) 6. Victoria de la vida sobre la muerte (Jn 11, 1-57)

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7. La muerte, camino hacia la vida (Jn 12, 1-50) II. LIBRO DE LA PASIÓN-GLORIA (Jn 13,1-20,31)

1. Discursos de despedida (Jn 13,1-17,26) 2. Historia de la pasión-resurrección (Jn 18,1-20,31)

Epílogo (Jn 21, 1-25) El prólogo anticipa los grandes temas del evangelio: la palabra, la vida, la luz, la verdad, el mundo, las tinieblas…, y junto a él, los primeros testimonios que presentan a Juan como el último gran profeta que señala a Jesús como el Mesías, aquel a quien anunció Moisés. La primera parte contiene siete hechos extraordinarios realizados por Jesús, que el evangelista llama sistemáticamente signos. Estos siete signos van acompañados de largos discursos y diálogos de Jesús con diversas personas, que explican el sentido de los signos. Todos estos signos, discursos y diálogos sirven para revelar el misterio de Jesús. La segunda parte tiene como centro la pasión y resurrección de Jesús, presentadas como el momento en el que se manifiesta su gloria. Los capítulos que preceden al relato de la pasión recogen el testamento de Jesús a sus discípulos en forma de diálogo con ellos y de discursos de Jesús (Jn 13-17). El epílogo del evangelio reúne diversas apariciones de Jesús, en las que el discípulo amado ocupa un lugar importante, junto con Pedro.

VI. HECHOS DE LOS APÓSTOLES Los orígenes del cristianismo son un punto de referencia para los creyentes de todas las épocas. En el seno de aquellas comunidades tuvo lugar la primera vivencia del mensaje predicado por Jesús en Palestina. Y no sólo los creyentes, sino también historiadores, filósofos, pensadores… desean acercarse al nacimiento del cristianismo para encontrar las raíces de un mensaje y un modo de vida que ha sido decisivo en la historia de la humanidad. Por eso el libro de los Hechos resulta tan atractivo. Existen otros medios para conocer los orígenes del cristianismo, pero ninguno como este libro. 1. Las primeras comunidades cristianas El libro de los Hechos es la continuación del evangelio de Lucas. Ambos libros fueron escritos por el mismo autor durante la segunda generación cristiana. Sin

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embargo, su contenido está relacionado con las cartas de san Pablo, pues en él se narran los avatares de la misión paulina, que tuvo lugar durante la primera generación cristiana. Todo esto supone que el libro de los Hechos puede leerse desde dos puntos de vista, que son complementarios. Leído desde el evangelio de Lucas, podemos hacernos una idea de la comunidad a la que se dirige y de la intención que el autor tiene al escribir su obra. Leído desde las cartas de Pablo, nos situamos en la época histórica de los acontecimientos narrados en Hechos. Así pues, al leer el libro de Hechos debemos tener presente:

La Iglesia de la que habla La Iglesia que nos presenta La Iglesia a la que se dirige.

La Iglesia de la que habla el libro de Hechos coincide con la primera generación cristiana en la que aún vivían los apóstoles. Es evidente que Lucas ha tenido a mano informaciones procedentes de diversas comunidades, y es posible que haya podido contar incluso, con fuentes escritas. La comparación con las cartas de Pablo, que son la otra gran fuente histórica de este período, revela numerosos puntos de coincidencia, que avalan la historicidad del libro de Hechos en muchos aspectos. Sin embargo, la Iglesia que nos presenta el libro de Hechos difiere en parte de lo que sabemos por las cartas de Pablo. Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en la descripción de la Asamblea de Jerusalén (Hch 15, 1-31). Pablo relata el mismo episodio en Gal 2, 1-10, pero con notables diferencias. De la comparación de ambos testimonios podemos concluir que Lucas ha intentado armonizar dos episodios de distinto signo. Los sumarios o resúmenes de la vida comunitaria (Hch 2, 42-47; 4, 32-35) revelan también una tendencia a presentar la historia del cristianismo primitivo de forma unitaria y ejemplar. Más aún, al componer el libro, Lucas ha seleccionado los episodios y los personajes, dando una gran relevancia a algunos (como Pablo, cuya vocación se cuenta tres veces: Hch 9, 1-30; 22, 3-21; 26, 2-18), y poca o casi ninguna a otros. De todo esto concluimos que la presentación que hace el libro de Hechos de los primeros años del cristianismo pretende ofrecer un modelo de vivencia cristiana a los cristianos de la segunda generación. Siendo fiel a la historia, Lucas ha contemplado aquellos primeros años como el modelo de lo que debe ser siempre la Iglesia y ha subrayado su vivencia comunitaria, la presencia constante del Espíritu y el impulso misionero. Todo esto nos lleva al tercer nivel, que tampoco debemos perder de vista: la Iglesia a la que se dirige este libro. Es una Iglesia en la que se han apagado los primeros ímpetus y ha comenzado a aparecer la desidia y la apatía; una Iglesia nacida de la misión paulina, que se abre al horizonte del imperio romano y del tiempo como espacio para vivir el proyecto de Jesús y acoger la salvación. Situados en este nivel, el evangelio de Lucas puede ayudarnos a leer el libro de Hechos desde la perspectiva adecuada.

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2. El mensaje del libro El libro de Hechos no es sólo un relato, sino un relato que posee una intencionalidad catequética y pastoral, como acabamos de ver. Su tema, desde la primera página hasta la última, es la Iglesia. La partida de Jesús (Hch 1, 3-8), la venida del Espíritu Santo (Hch 2, 1-16), la constante asistencia de Dios, todo está orientado hacia la iglesia. Las preguntas de fondo que laten en todo el libro son: ¿Qué es la Iglesia? ¿Cuál es su misión? Es difícil resumir todo lo que el libro de Hechos dice acerca de la Iglesia. Pero si tuviéramos que hacerlo, podríamos decir que la Iglesia es la comunidad de los discípulos guiados por el Espíritu Santo, para que den testimonio de Jesús desde la experiencia de la fraternidad. Lo primero que determina a esta comunidad de discípulos es la presencia del Espíritu. No son un grupo de personas movidas por su propia fuerza o iniciativa, sino por la fuerza del Espíritu Santo, que Dios había prometido (Hch 2, 16-21). Esta fuerza, que había acompañado a Jesús durante toda su vida (Lc 1, 35; 4, 18), y que él había prometido a sus discípulos antes de subir al cielo (Lc 24,49; Hch 1,8) se hace presente en el comienzo mismo de la Iglesia, el día de Pentecostés (Hch 2, 1-13; 16,6; 20, 22-23). En realidad el Espíritu es el verdadero protagonista del libro y de la extensión del evangelio hasta los confines del mundo. Los personajes (Pedro, Esteban, Pablo) aparecen y desaparecen, pero el Espíritu está siempre alentando a la Iglesia. El Espíritu es quien mueve a los discípulos a dar testimonio de Jesús. La Iglesia que nos presenta el libro de Hechos es, ante todo, una Iglesia misionera, en la que os discípulos no dicen su propia palabra, sino que dan testimonio del acontecimiento central de la historia: la salvación de Jesús. Este es el mensaje que proclaman con alegría, sin miedo, con valentía a pesar de las muchas persecuciones y dificultades que los acompañan desde el principio y que nunca los abandona. Los Doce con Pedro a la cabeza (Hch 1, 12-26), los Siete capitaneados por Esteban (Hch 6, 1-7), y los doctores y profetas de la Iglesia de Antioquia (Hch 13, 1-3), cuyo principal representante será Pablo, todos ellos hombres llenos del Espíritu Santo, forman una cadena que va llevando el testimonio de Jesús desde Jerusalén (apóstoles) hasta Antioquia (helenistas) y hasta los confines del mundo (Pablo), cumpliendo así el encargo que les dejó Jesús antes de marchar (Hch 1,8). Sin embargo, esto no es todo. El libro de hechos rodea este impulso misionero de una experiencia comunitaria. Pedro da testimonio junto con los demás apóstoles (Hch 2,14) y sus palabras traen nuevos miembros a la comunidad (Hch 2,41). La iglesia de Jerusalén ora mientras él está en la cárcel (Hch 12,12); Pablo y Bernabé parten de Antioquía (Hch 13, 3-4) y cuando vuelven comparten con aquella comunidad su experiencia misionera (hch 14, 26-27). Todo en este libro tiene una referencia comunitaria; todo se hace desde la experiencia de la comunión y la fraternidad, como subrayan los sumarios, cuyo mejor resumen se

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encuentra en Hch 2,42: perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Estos son los pilares sobre los que se asienta la comunidad cristiana, viene a decir Lucas: la enseñanza de los apóstoles acerca de Jesús, que va acompañada de milagros (Hch 5, 12-16); la unión fraterna, que se expresa en la comunión de bienes (Hch 4, 32-35) y en la solidaridad (Hch 11, 27-30); y la celebración de la Eucaristía y la oración. Así presenta Lucas a la Iglesia: llena del Espíritu Santo, que la impulsa a dar testimonio de Jesús y a vivir la unión fraterna. De este modo ofrecía a su Iglesia y a los cristianos de todos los tiempos un modelo de cuál es la misión de la Iglesia en la última etapa de la historia de la salvación: un espacio y un instrumento para que los hombres puedan acceder a la salvación de Jesús. 3. Características literarias. El libro de los Hechos, junto con el tercer evangelio y la carta a los Hebreos, sobresale entre los demás libros del NT por su calidad literaria. Ha sido escrito con gusto y refleja una habilidad literaria comparable a la de otros escritos de la época helenística. Lucas es capaz de imitar el estilo de la traducción griega del AT, llamada de los Setenta, y de enlazar los episodios hábilmente en una especie de trenzado literario, que va retomando los hilos sueltos de relatos precedentes (especialmente en Hch 8,4-12,25). En su forma externa, el libro de hechos es un tejido de relatos, discursos y sumarios, cada uno de ellos con una misión propia dentro del conjunto. Los relatos llevan adelante la trama del libro. No refieren todos los acontecimientos sucedidos en aquellos años, sino una selección de los mismos, centrada en los personajes más representativos. Estos relatos dan al libro un marco narrativo y un carácter ejemplar que provoca en los lectores el deseo de vivir aquellas mismas experiencias. Los discursos, que ocupan la tercera parte del libro, hacen que el lector profundice en el sentido de aquellos acontecimientos y que descubra en la raíz de todos ellos un mensaje vivo: la muerte y resurrección de Jesucristo como fuente de salvación para todos los hombres. Este mensaje se dirige unas veces a un auditorio judío (Hch 2, 14-41), y otras a oyentes paganos (Hch 17, 22-31), según los casos se aducen citas del AT o referencias a la filosofía y religión griegas, pero su contenido es siempre el mismo. Finalmente, los sumarios son breves resúmenes de la vida comunitaria (Hch 2, 42-47; 4, 32-35; 8, 1b-3), que van marcando las transiciones y ofrecen al lector una pausa de reflexión para que se detenga y comprenda el sentido de lo que se cuenta en el libro.

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En el tejido de estos relatos, discursos y sumerios es difícil distinguir lo que pertenece a la tradición anterior de aquello que es obra de Lucas. Por lo que sabemos de su método de trabajo (Lc 1, 1-4), no es difícil suponer que Lucas ha consultado todas las fuentes e informaciones que estaban a su disposición. Sin embargo, ha sabido dar al conjunto una cierta unidad, tanto en el estilo como en los contenidos. Combinando indicios literarios y teológicos es posible dividir el libro en tres partes, que corresponden a las tres etapas del programa misionero esbozado por Jesús en sus palabras de despedida a los discípulos (Hch 1,8): el testimonio en Jerusalén (Hch 1-5), el testimonio en Judea y Samaría (Hch 6-12) y el testimonio hasta los confines del mundo (Hch 13-28). Cada una de estas etapas comienza con una referencia a los testigos (Hch 1,13; 6,5; 13,1), cuya misión se desarrolla en territorios diversos (Hch 1,12;8,1;13,47) y es confirmada por el Espíritu (Hch 2, 1-13; 8, 14-17; 15, 22-34). Cada una de estas partes contiene diversos cuadros:

Introducción (Hch 1, 1-11) I. LA IGLESIA EN JERUSALÉN (Hch 1,12-5,42)

1. La primera comunidad (Hch 1,2-2,47) 2. Pedro y Juan (Hch 3,1-5,11) 3. Los apóstoles (Hch 5,12-42)

II. DE JERUSALÉN A ANTIOQUÍA (Hch 6,1-12,25) 1. El grupo de los helenistas (Hch 6,1-8,3) 2. Evangelización de Samaría (Hch 8,4-9,31) 3. Pedro confirma la misión a los paganos (Hch 9,32-11,18) 4. Evangelización de Antioquía (Hch 11,19-12,25)

III. DE ANTIOQUÍA A ROMA (Hch 13,1-28,31) 1. Evangelización de Chipre y Asia Menor (Hch 13,1-15,35) 2. Evangelización de Grecia (Hch 15,36-21,14) 3. El camino hasta Roma (Hch 21,15-28,31)

Hasta la invención de la imprenta, el libro de los Hechos se transmitió, como el resto del NT, en manuscritos. Los manuscritos más antiguos contienen dos tradiciones que se conocen como texto alejandrino y texto occidental. El alejandrino es sensiblemente más breve, mientras que en el occidental abundan las glosas y añadidos. En nuestras biblias solemos tener el alejandrino.

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