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CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS ACADEMIA DE AU^-ONSO X EL SABIO. - MURCIA MVRGETANA MURCIA 1949

MVRGETANA - sicarm.es la luz y el descanso eternos al que, desde su cátedra y con sus escritos, ... bordador, desde la frontera lusitana hasta los confines de Murcia

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CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

ACADEMIA DE AU^-ONSO X E L SABIO. - MURCIA

MVRGETANA

M U R C I A

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MVRGETANA

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CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

ACAOKMIA DE A L K O X S O X E l , S A H I O . - M l H C l A

M V R G E T A N A

NÜM. 1 AÑO 1949

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S U M A R I O

LA RECONQUISTA \)K MURCIA POR KL I N F A N I K

I). ALFONSO l)K CASTILLA, por el l)r. Antonio

Ballesteros Beretta, Caledrálioo-Bibliotecario de la

Real Acíadeinia de la Historia.

KSTUDIO SOBRK LA KSCUL'i'URA 1)K ROQUK

LOPKZ, por José Sánchez Moreno, Profesor de la

Universidad y Director del "Museo Salzillo", el

Rvdo. Antonio Sánchez Maurandi , y el Kxcmo. Señor

I). Klías T o r m o Monzó.

KL DADO DK S I E T E CARAS, por el Dr. los.- A. Sán­

chez Pérez , Académico de (^ietK^ias Exactas.

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A FRANCISCO FRANCCl. JEFK DKL ESTADO \ CAX'DILU) DE ESPAÑA, BKAZO

VICIOHIOSO PARA LA I NIDAI) V LA LIUKRTAIÍ DE LA PATRIA. IMPULSOR

ESFí)RZADO DE NT ESTRA CRANDEZA V DE LAS EMPRESAS CIENTÍFICAS

NACIONALES. LA ACADEMIA ALFONSO X El, SABIO. DE Ml'RCIA. EN TESTI­

MONIO DE ADHESIÓN AL INICIAR LA SERIE DE SUS PllBLICACIONES

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LA R E C O N Q U I S T A DE M U R C I A

POR EL INFANTE D. ALFONSO DE CASTILLA

POR EL

DR. ANTONIO BALLESTEROS BERETTA

C A T E D R Á T I C O - B I B L I O T E C A R I O

D E LA R E A L A C A D E M I A DE LA H I S T O R I A

Cuando este estudio comenzaba a imprimirse, el ilustre his­toriador español Dr. D. Antonio Ballesteros Beretta, que lo había escrito, fallecía en la capital de Navarra.

La Academia Alfonso X el Sabio, de Murcia, deudora de gratitud perenne al maestro de historiadores, pues posee para su edición la magna obra en que se estudia la figura y el tiempo

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10 A N T O N I O B A L L E S T E R O S B B R E T T A

del Rey Poeta, quiere honrarse poniendo al frente del primer número de su Revista este trabajo e iniciar con tan buen augu­rio científico su tarea cultural. A la vez, pide al Señor haya otorgado la luz y el descanso eternos al que, desde su cátedra y con sus escritos, sirvió a la verdad en el campo de la Historia de España.

ANTECEDENTES. Después de tantos siglos de dominación mu­sulmana el antiguo reino de Todmir sería rescatado por las armas cris­tianas. Su abolengo ilustre lo enaltecían los recuerdos romanos de la Cartaginense y hasta las memorias bizantinas. Nadie se acordaba ya de la vetusta Mastia, pero, entre las brumas de la lejanía, los espíritus cultos de ambas religiones evocaban a Carthago Nova y los nombres de Hannibal y de Public Cornelio Escipión.

La ocasión del suceso que se aproximaba, al final de la primera mitad del siglo XIII, no surgía súbitamente y de improviso. Obedecía a causas históricas que preparaban su realización en un gestar de años. Si prescindiéramos de un sucinto relato previo no podríamos explicar­nos satisfactoriamente cuanto había de acontecer.

El panorama político de la España mahometana cambió radical­mente desde los años de Alfonso VIII, el abuelo del Rey Fernando, que gobernaba en Castilla desde 1217. Precisamente la tenacidad belicosa del vencedor de las Navas contribuyó, por su constancia, a la mutación favorable para los Estados del Norte. Los Almohades, poderosos en los comienzos de la centuria, poco después de 1212 empiezan a decaer y pronto se inicia una descomposición de su hegemonía en el Andalus. Brotaban enemigos por todas partes, en Marruecos y en España. Los caudillos musulmanes de la Península aprovechan la coyuntura propicia y guerrean sin descanso para expulsar de su territorio a los almohades.

Cuenta Ibn Kaldun, que los descendientes de la antigua nobleza árabe de la Península no dejen escapar la oportunidad de las disensiones dinásticas entre los almohades, para lograr la independencia del Anda­lus. De todas aquellas luchas conviene a nuestro propósito destacar la figura de Abuabdala Mohámed, hijo de Júsuf Abenhud, el Chodam. La historia lo conoce por el nombre de Abenhud, y se decía de la es­tirpe de los Banu Hud de Zaragoza.

El aventurero congregó unos valientes milites de la guarnición índi-gena de Murcia y el 9 de Racheb del año 625 de la hégira, que corres-

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Li RECONQUISTA DE MI'HCIA POH EL INFANTE D . ALPOVSO DE CASTILLA 11

ponde al 1227 de nuestra era, se encaminaba con los suyos a un sitio abrupto denominado Assojairat, próximo a Ricote. Creció desde enton­ces su fortuna, siendo reconocido por Caudillo de casi todo el Andalus. Se le rindieron Almería, Játiva, Alcira, Granada, Málaga, Córdoba y Sevilla.

Aceleró la marcha triunfal de Abenhud el abandonar España el emir Almamún, que pasaba a Marruecos para castigar la rebelión de su sobrino Jahya. Por cierto que se trasladaba al África acompañado de auxiliares cristianos que le facilitaba Fernando de Castilla mediante onerosas condiciones (1).

Sólo Niebla y Valencia se habían sustraído a la soberanía de Aben­hud. Gobernaba en Valencia el almohade Abusaid, el Abuzeit o Zeit de nuestras crónicas. Sublevóse contra él Zeyán, de la familia del anti­guo reyezuelo de Murcia, el famoso Abenmardenix. El destituido Zeit pasaba al campamento de Jaime I de Aragón y luego habitaría en la región murciana y en tierras de Cuenca, siendo el protagonista de la piadosa tradición de la Cruz de Caravaca. La conversión de Zeit al cris­tianismo tuvo a la sazón gran resonancia.

El impetuoso Abenhud, sostenía solo el empuje de los cristianos hacia el sur, cuando surgió en Arjona un rival del reyuezuelo murcia­no. Era éste Mohámmed Alahmar o el Rojo, hijo de Yúsuf y nieto de Nazr, de la familia árabe de Saad ben Obad y fundador de la dinastía nazarí. En la contienda entablada, el de Murcia llevaría la peor parte. La guerra duraba desde 1230 a 1237. A fines de este último año des­aparecía Abenhud, asesinado en Almería por uno de sus parciales (2).

La división de los musulmanes facilitó las empresas guerreras de San Fernando, sin que por esta declaración se mengüen ni un adarme los prestigios combativos del monarca santo. Coincidían el empuje gue­rrero de las gentes del "norte con la decadencia de los muslimes hispa­nos. Si D. Jaime, con tesón, proseguía su marcha implacable por la costa de Levante, el avance de los castellanos semejaba un torrente des­bordador, desde la frontera lusitana hasta los confines de Murcia.

LA HERENCIA DE ABENHUD.—La muerte de Abenhud producía efec­tos fulminantes en el Andalus, con gran provecho para el reyezuelo de Arjona, que pronto fijaría su sede en Granada después de fracasar en Sevilla. Salvó la familia de Abenhud el que podemos denominar reino patrimonial de Murcia.

Ya en vida de Abenhud, proclamó este, príncipe sucesor, a su hijo Abu Bacr Mohámmed llamado Aluátec Bila Almotasim Bi. No disím­

i l) Mariano Gaspar y Remiro, Historia de Wiircfo muMulmana, Zaragota, 1906, piginat 267 y siguiente».

(2) A. Balleslero» Reretta, Itinerario de Álfomo X, rey de Caitilla (Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo CIX, Cuaderno II, octiil)re.diciembre 1936, pig. 387).

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tó muchos meses Aluátec del poder que le reservó su padre, porque una revolución le arrebató el centro para entronizar a un intrigante alfaquí nombrado Aziz, hijo de Abdelinélic. Más erudito y versado en diver­sas ciencias que buen gobernante, enseguida dio Aziz palpables mues­tras de su ineptitud para el mando. La revolución había acontecido el 7 de agosto de 1238.

El Abenalabar sostiene que el alfaquí había derribado el gobierno de Alí, hijo de Yúsuf (Adidodaula) hermano de Abenhud. Soluciona el conflicto crítico el arabista Gaspar y Remiro diciendo que muy bien pu­diera ser que el tío gobernase en nombre de su sobrino Aluátec. Des­pués de una desastrosa campaña contra los cristianos el descrédito de Aziz no tuvo límites y las gentes de influencia en Murcia ofrecieron la soberanía al valenciano Zeyan.

Malos vientos padeció por entonces Zeyan. Perdida la ciudad de Valencia se trasladó a Alcira y luego a Denia, que puso bajo la protec­ción del emir de Túnez. En esta coyuntura y en el otoño de 1238 llega­ron los murcianos a Denia a ofrecer a Zeyan el gobierno de su ciudad. Aceptó el valenciano y pasó a Murcia donde estallaba un movimiento revolucionario que costó al alfaquí Aziz el trono y la vida.

Señor de Murcia Zeyan dio libertad al desposeído Aluátec e implo­raba la protección del emir de Túnez a quien otorgaba la soberanía murciana. Este sistema significaba el declarar vacante la monarquía, y ese período de blanda anarquía fué causa de que brotasen minúsculos señoríos independientes. En Orihuela se proclamó Abenassam y entre 1240 y 1241 el alfaquí Mohámmed, hijo de Alí Abenasli se apoderó del gobierno de Lorca.

No duró mucho la nominal autoridad de Zeyan. Un tío de Abenhud (Bahaodanla), expulso de Murcia a Zeyan y restauró la dinastía de los Banu Hud.

En los privilegios rodados de San Femando no aparecen confirman­do los régulos Tnoros pero sí en los documentos solemnes de Alfonso X, donde surge un D Mahomat ahenmahomat Abenhut Rey de Murcia vasallo del Rey. Durante el primer año del reinado la cancillería solo nombra al granadino, pero ya en 1253 se habitúa a nombrar al reyezue­lo miurdano y al de Niebla. El de Murcia es el mismo Bahaodaula, que había restaurado la dinastía de los Banu Hud, pactando luego con el Infante Don Alfonso (3).

SAN FERNANDO Y LOS REYES MOROS.—^El caso murciano, en térmi­nos generales, no resultaría una excepción. Se renovaban los tiempos de Alfonso VI, en los cuales el conquistador de Toledo tenía bajo sus pies

(3) El primer privilegio rodado en que conflrma el rey de Murcia et el de 21 de febre­ro de 1363, concedido por Alfonio X a la catedral de Toledo (Oocumentoi de la catedral de Toledo. Archivo Hiitórico Nacional).

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LA RBCONQUISTA SB MURCIA POR BL I.NFANTB D ALFONSO DB CABTIU^ 13

a los taifas. Tributos, humillaciones, postración creciente de la poten­cia musulmana. Idéntico cuadro que siglos antes. COQ una ventaja esen­cial a favor de Femando. En el siglo XI una raza africana llegaría a restablecer el equilibrio, deteniendo el avance cristiano. Pero en d siglo XIII, y en aquellos años, las estirpes mogrebies de almohades y haú-merines se deshacían en una guerra agotadora y los mahometanos de España debían pelear con sus propios y escasos recursos.

Apuntemos también como un matiz diferencial que hogaño la políti­ca reconquistadora poseía un aliento más religioso y caballeresco. Sin que faltase antes el ideal crucifero, interesaban más los tributos que las ciudades, y el trato con los vencidos respondía a un concepto despiada­do y brutal de predominio. San Femando piensa en el rescate y la evan-gelización, y con ideario feudal admite vasallos moros con esperanza de convertirlos y hasta cuenta la tradición que dio al de Granada, ante los muros de Jaén, orden de caballería y blasón de banda y dragantes.

Las relaciones del rey de Casulla con los reyezuelos del Sur y Le­vante serán un precioso antecedente de lo que ocurriría en Murcia. Tuvo el castellano a su merced a los caudillos del Andalus y casi el único que le presentó cara de modo franco y decidido fué Abenhud, cuyas huestes sufrían sangrientas derrotas como la de la cavalgada de Xerez, o pérdidas tan sensibles cual la caída de Córdoba en manos de los femandinos. El astuto reyuezuelo de Arjona se condujo con más habilidad, y, consciente de la fuerza de sus enemigos, pactó con el debela-dor de Andalucía y se hizo su vasallo. Tanto Abenhud como Alha-mar pagaron cuantiosas parias al castellano.

Una serie de documentos van a probar las relaciones de San Feman­do con otros reyes moros. En una confirmación real de 27 de marzo del año 1225, fechada en Muñó, se consignan estas significativas palabras: «anno regni mei octavo, eo videlicet anno quo Rex Valentiae veniens ad me ad Moyam, cum aliis prepotentíbus terrae suae maiuis, devenit vasallus meus, et osculatus est manus meas».

Sabemos por este diploma que el soberano de Castilla había llegado en sus correrías a Moya, en el extremo oriental de las tierras de Cuenca, en los linderos del reino valenciano. El reyezuelo de Valencia, con gen­tes de su séquito, se presentó en Moya, y besando la mano de San Fer­nando le prestaba en aquella ocasión, pleito homenaje. ¿Quién era este rey levantino? Los documentos lo dirán.

En una concesión del conde D. Gonzalo de Lara de 23 de mayo de 1225 se dice: «el anno que el rey don Ferrando entró en tierra de mo­ros, e ganó por vasallos al rey de Valencia e a su hermano d rey de Baeza». Pocos días después, el 26 de mayo, daba el de Castilla un privi­legio a la Orden de Santiago, y al final del mismo declara: «Eo videli­cet anno quo Zeit Abuzeyt Rex Valentiae accedens ad me, apud Mo­yam, devenit VassallUus meus, et osculatus est manus meas».

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Averiguamos pues, que se trata de nuestro antiguo conocido Zeit Abuzeit, el Abusaid almohade, destronado por Zeyan. También los di­plomas nos darán el nombre del rey de Baeza. Entretanto, un documen­to del monasterio de Nájera expresa claramente : «tune temporis supra mauros cum rege Baetie suo vasallo, et magno Christianorum et mauro-rum exercitui in campinia Cordube strenue militantes» (4). Ya el 8 de septiembre, un privilegio a la Catedral de Cuenca datado en Villam nouam Aldeam de Madrit y ese año 1225, nos revela el nombre del rey de Baeza. He aquí las palabras esciarecedoras: «eo uidelicet anno que Auenmahomat Rex Baecie deuenti (sic) uassallus meus et osculatus est manus meas» (5). La sumisión se hizo apud Navas de Tolosa como nos refieren otros documentos.

Un privilegio del 8 de enero de 1226, publicado por Argote de Mo­lina, llama al de Baeza Acehid (6). En otro de 18 de febrero a la Vid se dice Zeydauem afomat, rex Baecie. El P. Luciano Serrano dio a co­nocer otro a Garci Fernández, fechado el 22 de febrero y en él se le denomina Aceit Abenmafomat. En la crónica musulmana el Qirtás se da el nombre completo del rey de Baeza, que coincide con las noticias cristianas. Se llamaba Abu Muhammad al-Bayyasi. Su hermano, asi­mismo mencionado en el texto árabe, era el ssayyid Abu Zayd que se convirtió al cristianismo. El Bayyasi luchó contra el emir almohade Almamúm, pero vencido, fué asesinado por uno de los suyos (7).

E L PACTO MURCIANO.—Sólo la evocación de unas fechas nos hará comprender, sin mucha meditación, el peligro que vislumbraban los Banu Hud de Murcia. El año 1236, Córdoba formaba ya parte de los dominios de San Femando y dos años después, en 1238, Jaime I de Aragón conquistaba Valencia. Amedrentados, los musulmanes volvían sus ojos al África, de donde sabían que el socorro no podía llegar muy pronto. Túnez se desentendía, en cierto modo, de los asuntos de Espa­ña y las dinastías rivales de Mauritania bastante quehacer tenían con solventar sus sangrientos conflictos.

Los castellanos habían avanzado hasta las sierras de Alcaraz y Se­gura. Estaban en disposición de penetrar cualquier día en el corazón del reino murciano, del que ya mellaban su parte occidental. Por el Le­vante los de Aragón flanqueaban el costado de Oriente. El minúsculo Estado se hallaba presionado por derecha e izquierda, y en un momen­to fatal pudiera sucumbir al empuje de ataques combinados. El vetera­no Mahomat Abenhud columbraba estos peligros y aun otro: el que su

(4) Documentos de Santa Marta tle Nájera. Colecci<'in Je Copias de N. Herguela. Archi­vo Histórico Nacional.

(5) Arcliivo Catedral de Cuenca. (6) Argote de Molina, Nobleza de Andalucía, pig. 136. (7) Félix Hernández Giménez, Cronolnqla de lat primeras conquittai de San Fernando

(Al. Andalus. Vol. V, Fase 2, 1940, pág. 422).

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L» RECONQUISTA DE MURCM POR KL I.NKANTE D . ALFONSO BE CASTILLA 15

rival, el nazarí, prestase vasallaje al rey de Castilla y, con apoyo de éste, extendiese sus dominios por las comarcas murcianas. Como pronto advertiremos, no se engañaba el avisado Abenhud y sus presentimien­tos acerca del vasallaje del granadino se realizarían precisamente en los años de la reconquista de Murcia.

La campaña andaluza del año 1240 significaba un éxito rotundo. Nada se oponía al ímpetu de los guerreros del Norte. A causa de la muerte de Alvar Pérez de Castro, el mismo rey dirigió las expediciones, el número de ciudades y aldeas conquistadas era incontable. Entre las poblaciones importantes deben recordarse Santaella, Hornachuelos, Za­fra, Aguilar, Cabra, Osuna, Cazalla, Marchena, Duque, Porcuna, Cote y Morón.

El reino de Sevilla sufría las depredaciones de la guerra y sus mejo­res fortalezas se rendían al enemigo. Progresos tan rápidos alarmaron al reyezuelo murciano y éste decidió actuar con rapidez, a la primera ocasión, a fin de evitar futuros males.

San Fernando ansia proseguir las conquistas, no dejando descanso a los musulmanes. La rebelión de D. Diego López de Haro detiene al rey en el Norte durante los años 1241 y 1242. Determina reanudar la guerra contra el moro en los comienzos de 1243, pero una enfermedad crónica le postra sin movimiento en Burgos y confía a su primogénito, el prín­cipe D. Alfonso, la dirección de las hostilidades. Expiraba la tregua con­certada con el de Granada y había que estar prevenidos.

La mesnada del Infante se encamina hacia el Andalus y se detiene en Toledo. Allí acude una extraña embajada de moros murcianos. Iban camino de Burgos a ofrecer el vasallaje de Abenhudiel al rey Fernando. El Infante los detuvo indicándoles no siguieran adelante y aceptó, en nombre de su padre y en el suyo propio, la pleitesía de Murcia. Los moros volvieron a su tierra con la respuesta y D. Alfonso fuese en pos de ellos.

Sin desenvainar la espada lograba el Infante la adquisición de un nuevo reino, florón que añadir a la serie de conquistas de su padre. Bien expresivamente señala la Crónica General el contento del heredero cuando dice plogol mucho. Esto acaecía, probablemente, a fines de fe­brero o comienzos de marzo de 1243. Alfonso no vaciló, no era pruden­te, ni sensato, dejar escapar aquella ocasión, única, de lograr un reino a tan escasa costa. No había tiempo que desperdiciar, y pronto, ya aper­cibida, se puso en marcha la hueste.

La distancia a recorrer era grande. Los expedicionarios habían tro­cado su itinerario y de Toledo, siempre con rumbo al sur, se dirigían a Alcaraz, donde llegarían casi mediado marzo. El texto de la Crónica General no es desdeñable. Paremos mientes en sus palabras: «Et él lle­gando a Alcaraz, los mensajeros de Murcia, et los otros pleyteses, de parte de Abenhudiel et de toda esa tierra, venieron y (ahí), et firmaron

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su pleito; et don Alfonso movió luego de allí con ellos, et fué recebir al rey de Murcia».

De lo transcrito se infieren hechos importantes. Aquellos mensajeros r^esaban de hablar con su señor a quien habían comunicado la favo­rable acogida que les dispensó el Príncipe. La prueba de ello es que en Alcaraz se firma el pacto, efectuando el concierto de voluntades. Los murcianos, en Toledo ofrecieron el vasallaje con ciertas condiciones, tal vez económicas, como la percepción por el cristiano de la mitad de las rentas, reservando la otra mitad para el reyezuelo moro. Quisas el In­fante impondría, además de la soberanía eminente, consecuencia de la declaración de vasallo, la posesión de castillos y fortalezas y la consi­guiente admisión de guarniciones cristianas.

Gaspar y Remiro da a entender que el jefe de la embajada murcia­na fué Ahmed, el hijo de Mohamed Abenhud (Mahomat Abenmaho-nufí Abenhud) que gestionaría, en nombre de su padre, la entrega de Murcia. Le acompañaban otros pleyteses, aludiendo con este vocablo la Crónica a algunos arráeces moros, señores de castillos o poblaciones, que se avenían ¡1 pacto con Castilla. La ausencia de los demás señalaba su disconformidad, que se acentuará en lo sucesivo.

«Alfonso movió luego» expresa la Crónica General. Es dedr, prosi­guió su camino hada Miu-cia sin detenerse. Según la tradición, penetró en la ciudad el 2 de abril, con la garantía del príncipe murciano. Des­pués de un inciso acerca del Maestre de Santiago, sobre el que luego volveremos, continúa el relato de la siguiente forma: «Et los moros en­tregaron el alca9ar de Mur9Ía al infante don Alfonso, et apoderáronle en todo el sennoño, et que leuase las rentas del sennorio todas, saluo cosas ciertas con que auien a rrecodir a Abenhudiel et a los otros senno-res de Creuillén et d'Alicante et d'Elche, et de OrUiuela, et d'Alhama, et d'Aledo, et de Ricot, et de Cie^a, et de todos los otros logares del reyno de Murcia, que eran sennoreados sobre si. Et desta guisa apode­raron los moros al infante don Alfonso, en boz del rey don Femando su padre en todo el reyno de Murcia, ssaluo Lorca, Cartagena et Muía que se non quisieron dar».

Algún autor escribe la palabra capitulación refiriéndose a la dudad de Mürda. Disentimos, pues d texto de la Crónica no da resquido para la duda, porque entregado el Alcázar la pobladón se rendía forzosa­mente y no hay rastro ni indidos de resistencia. Lo relativo al resto dd territorio es cuestión diferente. Allí hubo lucha prolongada y así lo ma­nifiesta d cronista en el siguiente pasaje, entre otros: «Mas dexamos agora al infante don Alfonso andar por el reyno de Murcia bastedendo fortalezas et asesegando esos moros que se le dieran, et corriendo et aprendiendo otros logares rebeldes que se le non querían dar».

Hubo por lo tanto verdadera conqmsta. Acaso produddas las expe-didones por la actitud belicosa de algunos arráeces con quienes no se

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LA RECONQUISTA DS MUBCIA POR EL INKANTK 1). ALFONSO DE CASTILLA 17

había contado, y a veces también porque los moros, tornadizos, no cum­plían su palabra dada, o faltaban a las condiciones del pacto, negándose a admitir guarniciones cristianas.

En un breve estudio ya fijamos la fecha exacta en que se inició la reconquista murciana (8). Podemos hoy afirmar con toda seguridad que el príncipe Alfonso se hallaba en Murcia el último día de mayo del año 1243. La argumentación es fácil. En esa data sabemos estaba en Murcia D. Pelay Pérez, Maestre de Santiago, que otorgaba un privile-gip fechándolo en Murcia. Nos parece verosímil que el Maestre entrase en la capital antes del Infante. Por el contrario, poseemos testimonio del cronista, que apoyó a D. Alfonso en la acción guerrera, luego iría con él, pues quien había pactado en Alcaraz era el Infante y no el Maestre, y al Príncipe debía entregarse el Alcázar. Esta fecha cierta y documentalmente comprobada no excluye el que los cristianos, con su Príncipe, no hubieran entrado días antes.

Reconstruyamos el hecho. Al encontrarse el Infante con los murcia­nos en Toledo, avisó al Maestre de Santiago, D. Pelay Pérez Correa, el cuál, según Rades, descansaba en Ocaña. Creemos, por consulta de do­cumentos, que estaba en Chinchilla. Debió reunirse a la mesnada del Infante en Alcaraz y juntos, a marchas forzadas, emprendieron el ca­mino de Murcia, donde llegaron, sin encontrar obstáculos, a los pocos días.

Aquella hueste alegre se prometía venturas y se consideraba feliz a causa de haber trocado una campaña de incertidumbres guerreras f>or un paseo triunfal que les deparaba como término el regalo de un reino feraz, cuajado de codiciado botín, que llegaría a sus manos con tan poco esfuerzo. Se engañaban, porque no todo era, como suponían, una senda florida. Encontrarían sus espinas y éstas, inesperadas, molestarían más a los expedicionarios.

El comienzo fué prometedor. El Infante, con su tropa de jóvenes adalides recorría jubiloso la ciudad, mientras los añafíles y trompetas rompían el aire con sus agudos sones. En aquella mañana primaveral reflejaba el sol sus rayos en los escudos relucientes de los mesnaderos. Los corceles piafaban, conduciendo a sus dueños por entre las callejue­las moriscas. Del espeso haz de los caballos se destacaban los blancos mantos de los santiaguistas y la roja cruz del Apóstol. Montado en brioso alazán se erguía la noble figura del Maestre, destocado, y mos­trando al aire su noble frente y el cráneo mondo y despojado do cabe­llos. A su lado cabalgaba el primogénito de Castilla. Vestía indumen­tos reales y caía sobre sus hombros un manto escarlata sembrado de castillos y leones dorados. En la diestra empuñaba la espada de combate

(8) A. Ballesteros Beretla, La Ri'cnnquiíla dr Murcia. 124S-Í94S (Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo CXT, Cuadernos I y II, jiilio-dicionihre 1942, píg. 133).

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y sü- rostro complacido demostraba la alegría por el cumplimiento de aquel sueño, tan pronto realizado.

LOS CONQUISTADORES.-Por fortuna, hoy sabemos quiénes com­ponían la mesnada del Infante. Unos preciosos diplomas de la épbca nos informan, no sólo de los personajes principales de aquella gesta, sino hasta de los menos importantes. No sería pues, ocioso, trazar la silueta de los más distinguidos.

En su mayoría eran veteranos, pero a su lado los había bisónos. Aparte de los viejos experimentados, integraban el caudillaje de la hueste los amigos y compañeros de armas del Infante que peleaban a su lado. Una casa militar de guerreros adscritos por San Femando a la mesnada de su hijo.

Pensamos que este ejército, que habría de expandirse por las ricas tierras murcianas poseía un aroma juvenil, de loca bravura, muy distin­to al de los sesudos guerreros del ejército real.

EL INFANTE.—^Nacido el Infante D. Alfonso en 23 de noviembre del año 1221, frisaba entonces en los veintidós años, no cumplidos. De la tierra toledana donde vio la luz primera lo habían trasladado a Bur­gos y allí, en su Catedral, fué jurado. Sus primeros años transcurrieron en Celada y Villaldemiro. Luego, su ayo Garci Fernández de Villama-yor, lo llevó a sus posesiones gallegas de la comarca de Orense. Se crió fuerte en las frías tierras burgalesas y en las templadas de Limia.

Dotes extraordinarias adornaban al heredero de Castilla. Desde tem­prana edad sus aficiones literarias tuvieron ancho campo para fructificar en aquella corte de juglares y trovadores. La música fué un embeleso de su espíritu en aquella Burgos, capital de Castilla. Su abuela Beren-guela conservaba la tradición polifónica de su madre, la inglesa Leonor y el nieto Alfonso heredó la inclinación trovadoresca y musical.

No pudo sustraerse a la preocupación de los tiempos. La idea re-conquistadora obsesionaba a los monarcas cristianos de esa edad y la guerra constituía un hábito funcional de las gentes castellanas. Desde muy niño su padre quiso que se acostumbrara a contemplar de cerca la emoción de las batallas y, como un día probaremos, asistió adolescen­te a la espolonada de Xerez, hecho que niegan muchos autores.

Conquistada Córdoba, empieza la vida belicosa del Infante y se su­ceden los hechos de armas en que toma parte. No olvidaba por ello sus preferencias intelectuales y ya escuchaba con creciente curiosidad las teorías científicas de los rabinos, las elucubraciones y diagnósticos de los menges y las intencionadas trovas de los poetas de su séquito. Pre­cisamente a la expedición murciana le acompañaría uno de los juglares de musa más desenvuelta. De esta época son las poesías procaces del Príncipe, que luego cantaría los fervorosos loores de la Virgen.

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Tal confianza tiene San Fernando en su primogénito que le confía, en 1237, el gobierno de la ciudad de León, el más delicado de la mo­narquía, pues, consumada la unión hacía pocos años, no todos estaban conformes con la soberanía de un rey castellano (9). Cuando llega a Murcia desempeñaba esta importante misión y se consigna en los docu­mentos: "Ynfante don Alfonso León teniendo".

Por esta época inauguraría sus audiencias y juicios, empezando su gusto por las leyes y su sentido de la justicia, que brota tan exquisito y equitativo en toda su vida. Opina Amador de los Ríos, y compartimos su parecer, que el Príncipe congregó en Toledo a los últimos represen­tantes de las deshechas academias de Córdoba, Sevilla y Lucena. Se habían salvado de los sangrientos desastres los más ilustres rabinos de la España Central y no iban a permanecer ociosos en Toledo. Por ini­ciativa del Príncipe, y presididos por él, en unión de doctos varones del cristianismo, acometían obras portentosas que pocos años después asom­brarían a sus contemporáneos. Tal vez en Toledo, cuando se entrevistó con la embajada murciana, distribuía su tiempo entre los preparativos bélicos y las arduas tareas científicas

Mayor que en el caso leonés demostraba el rey la estimación del cri­terio de D. Alfonso al encomendarle el difícil empeño de someter al rebelde D. Diego López de Haro. Sucedía esto en 1242 y el Infante se situó con sus tropas en Medina del Pomar para vigilar los movimientos del rebelde, refugiado en las fragosidades de su señorío de Vizcaya. Fiado en la intercesión de su compañero de niñez, el príncipe Alfonso, acudió al rebelde a implorar el perdón. Pero cuando el soberano, ya per­donado el de Haro, salió de Burgos, se arrepintió D. Diego de haberse sometido y volvía a su actitud levantisca. Entonces San Fernando man­dó a su hijo llegase con poderosas fuerzas hasta Vitoria, amenazando al contumaz rebelde. Esta decidida actitud convenció a D. Diego de que debía someterse.

La actuación del heredero había sido hábil, al par que enérgica, y sus prestigios en la corte crecieron, hasta el punto de pensar el monarca podría sustituirle, con todas las prerrogativas, en la expedición andalu­za que se preparaba, y a la que np podía asistir el soberano, aquejado a la sazón de pertinaz dolencia. Por su cuenta resolvió el Infante aceptar la propuesta de los murcianos, porque no había espacio que perder y sabía que su padre aprobaría su conducta, pues se hallaban identifica­dos en la política reconquistadora. La responsabilidad, el honor y la gloria de la conquista de Murcia corresponden pues, íntegramente, al Infante D. Alfonso, que, transcurridos los años, reinaría en Castilla, y que por sus excelsas dotes intelectuales y sus múltiples libros y labor cultural merecería de la posteridad el dictado de Sabio. Protagonista de

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20 A N T O N I O B A L L E S T E R O S B E R E T T A

la empresa, tuvo en ella auxiliares, de los que trataremos a conti­nuación.

E L INFANTE DON FERNANDO.—Era el tercer hijo del santo rey y le puso su madre, doña Beatriz, el nombre del soberano. Seguía en edad a D. Fadrique y había nacido el año 1225, en los primeros meses, pues ya en privilegio real de 17 del mes de marzo se le menciona. Equivocó Flórez la data del nacimiento, pero tal vez acertó en el sitio y en la oca-ción. Sostiene que lo tuvo doña Beatriz en Cuenca, el año de la toma de Capilla y por entonces padeció una peligrosa enfermedad, quizá a consecuencia del parto. Recuerda la dolencia D. Alfonso en sus Canti­gas y la curación milagrosa de la Virgen cuando

Pero de Monpiller bonos físicos y eran decían: «Non vivera».

Hermano inseparable de D. Alfonso, éste profesaba a D. Femando un cariño entrañable. Tenía Fernando 18 años y había hecho sus pri­meras armas con el hermano mayor. La Crónica en este respecto es bien explícita. Relata la vuelta a tierra andaluza del monarca en 1238, des­pués de su segundo matrimonio con Doña Juana de Ponthieu. Dice así: «En pos esto, el noble rey don Fernando tornó a Cordoua otra vez con don Alfonso et con don Fernando sus fijos, que escomen^aban a ser mancebos et auien sabor de salir et cometer grandes fechos commo su padre el rey don Fernando et commo ñzieron los reyes sus auuelos don­de vinien; et corrieron tierra de moros a todas partes, et robaron et quebrantaron et fezieron quanto quisieron» (10).

Este simpático Infante moriría mozo sin tener la dicha de ver la toma de Sevilla. A fines de 1244 ya no se le menciona en los privilegios. Afirma Flórez yace enterrado en Santa Fe de Toledo, frente al sepul­cro de la venerable doña Sancha. Su memoria a veces se confunde con su homónimo Femando de Pontis, también hijo de San Femando, habi­do en doña Juana Ponthieu.

Acabaríamos con lo anterior las noticias del Infante si no existiera un problema crítico resuelto de muy distinta manera por mis predece­sores. Todos han aceptado, sin vacilar, que Alfonso Fernández, agil i­dad© «/ Niño, era hijo de D. Alfonso. Hace años nos preocupa este la­berinto geneológico. Los privilegios rodados alfonsinos le nombran como fijo del Rey. Yo sostengo hoy, contra las infortnaciones de la Can­cillería, que Alfonso F'ernández fué hijo del Infante don Femando.

Es absurdo atribuir la paternidad a San Fernando que no tuvo hijos

(10) F. ISlinrique Flórez, Afemoriaf de los fíeye$ Católicot X, Madrid, 1761, Tóttio I, pigi-na 446.

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LA RECONQUISTA DE MURCIA POR EL INFANTE D . ALFONSO DE CASTILLA 81

fuera de matrimonio. Resulta extraño que un hijo de D. Alfonso se lla­mara Fernández, ni basta a explicarlo la cacofonía producida por un Alfonso Alfonsez o la repetición de Alfonso Alfonso. El apellidado Niño, repetimos, era hijo del Infante D. Fernando, que a la muerte de éste fué prohijado por su hermano Alfonso, dando con ello una prueba de afecto postumo al hermano más querido. En apoyo de mi tesis exis­te un pasaje inadvertido de uno de los testamentos de Alfonso X. En la hora solemne de comunicar su última voluntad, el rey decía: «Alfonso Fernández, nuestro querido sobrino et nuestro consejero». ¿Qué sobri­no es el mencionado, que no aparece en todo su reinado, sino el mismo Alfonso Fernández, el Niño, que pertenecía al consejo real? El impor­tante documento privado decía la verdad, frente a la verdad oficial de la Cancillería, que reflejaba la situación legal del sobrino adoptado por hijo, cuando el Príncipe era soltero.

Se habla de la madre, a quien llaman Daulada, y supone Sánchez Pérez pudiera ser una judía de extraordinaria hermosura, que tuvo algún desliz más, pues conocemos a otro de sus vastagos, Gonzalo Morant, que gozó en la corte de cierto prestigio. Acaso Daulada fuera pariente de alguno de los sabios rabinos de la academia científica de Toledo y allí la conociera el Infante D. Fernando.

E L MAESTRE DE SANTIAGO.—Nombrar al Maestre de Santiago don Pelay Pérez Correa equivale a la evocación del más relevante de los co­laboradores de la reconquista murciana. La Crónica General no le re­gatea elogios y abundan los documentos en que se comprueba la partici­pación eficaz del Maestre. He aquí uno de los textos de la Crónica: «Et fué y ( ahí) con él el Maestre don Pelay Correa, de la Orden d'Uclés, quel ayudó y mucho et muy bien, en rrazón de las pleytesias et en grant costa que fizo, faziendo y muy grant seruicio a él, et al rey su padre, te­niendo todavía muy grant costa et partiendo de su conducho por las for­talezas, et con quien lo non tenien; et fizo y mucho bien».

El fragmento copiado nos refiere como la presencia del Maestre sirvió no sólo como elemento militar, de singular entidad, sino asimis­mo como abastecedor de la hueste. La experiencia del Maestre lo con­vertía, por sus años, en un Nestqr del ejército y su intervención en las pleytesias debió de ser decisiva para inclinar el ánimo de los vacilantes y atemorizar a los más reacios.

Don Payo, como le decían los lusitanos, nació en Portugal, siendo hijo de D. Pedro Paez Corea y de doña Dordia Pérez de Aguiar. Según costumbre portuguesa, usaba antes el apellido de la madre. Sus hechos belicosos, su azarosa vida y carácter novelesco le acreditan como uno de los personajes más interesantes de aquella edad.

El año 1238 emprendió un viaje a Roma para asuntos de su Orden y hallándose en Siena hubo de faltarle el numerario. Fácil le fué encon­trarlo, valido del prestigio de su cargo, y en atención a ello, Reynaldo y

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Theobaldo Guiducci le prestaron 860 maravedís alfonsinos mediante una carta de pago firmada por D. Pelay en septiembre del mismo año.

La existencia entera del Maestre estuvo atormentada con cuantiosas deudas, producidas por su mala administración. Y no le faltaban recur­sos, pues sus ricas posesiones en los repartimientos iban formando un patrimonio inmenso, con rentas en los más apartados ámbitos de la Península, incluso Barcelona.

Por un documento nos informamos era calvo. Su presencia de hom­bre membrudo e invicto en la guerra, impresionaba a los enemigos. Sus hazañas en el cerco de Sevilla inmortalizarían su nombre. A la campa­ña de Murcia llegaba con la aureola de la batalla de los campos de Lle-rena, desde la cual se le llamó el Josué español. Conviene recordar esta piadosa tradición, origen del culto extremeño de la Virgen de Santa María de Tudía.

El hecho acaeció en 1237, en las faldas de Sierra Morena. La pelea con los moros duraba ya muchas horas y pronto el ocaso impediría completar la victoria y perseguir a los fugitivos. Entonces Pelay Pérez imploró la intervención de la Virgen para que el sol se detuviese en su carrera. Aseguran dijo el Maestre: "Santa Alaría deten tu día". Parece que el astro retardó su crepúsculo y los enemigos fueron completamen­te vencidos. En memoria se costruyó un santuario en el sitio de la bata­lla y se consagró a Santa María de Ten tu día, cuyo nombre se corrom­pió en Santa María de Tudía, santuario que aun subsiste (11).

RODRIGO GONZÁLEZ GIRÓN.—Gozaba grandes simpatías en la corte Rodrigo González Girón y eran bien explicables, porque era hijo de Gonzalo Royz Girón y de doña Sancha Rodríguez. El padre había am­parado a doña Berenguela en los años más azarosos de su existencia, cuando se veía perseguida por las asechanzas de D. Alvar Núñez de Lara, el conde omnipotente durante el efímero reinado de Enrique I de Castilla. A tal punto llegó la situación de Berenguela que tuvo que bus­car refugio en Otiello, hoy Autillo de Campos, castillo de Gonzalo Ruiz Girón.

Se comprenderá el grado de afecto profesado por la familia real a una estirpe tan adicta. D. Rodrigo estuvo casado dos veces: la una con doña Berenguela López de Salcedo y luego con doña Berenguela López de Haro, hija de D. López Díaz de Haro. Ostentaba como armas* de su escudo tres girones rojos, y por orla la del apellido Cisneros.

D. Rodrigo desempeñaba entonces el alto cargo de Mayordomo Mayor del Rey y así aparece en los privilegios rodados de San Fernando. Este fiel servidor fué enviado por el monarca a la hueste y se le consideraba

(11) Licenciado Fray Francisco Radrs y Aridrailc, C.hrnnica de las tret Ordenes X. Tole­do, 1572, pág. 22. A. Ballesteros Berelta, Sevilla en el siglo XUl, Modrid, 1913, pág. 120.

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LA RECONQUISTA DK Muncu POR BL, INPANTB D. ALPONSO DB CASTILLA 23

como la persona que llegaba de la corte al Príncipe, para darle cuenta de las últimas instruciones del soberano.

En dos momentos la Crónica se acuerda de Girón. Cuando se orga­niza la expedición andaluza manifiesta el cronista: «mandó el rey a don Alfonso su hijo que se fuese para allá et guisol muy bien et enbió con él a Rodrigo González Girón». Ya empezada la reconquista murcia­na, recuerda de nuevo al Mayordomo y al Maestre, así consigna: «et don Rodrigo González et el maestre don Pelayo con él». Es decir, que, cumpliendo órdenes del monarca. D. Rodrigo no se apartó ni un ins­tante de la vera del Infante.

La hueste al llegar a Murcia hubo de fraccionarse en pequeñas tro­pas, a fin de acudir a los diversos castillos que habían de entregarse. A D. Rodrigo le toco Elche y allí se situó. Notemos que el reino de Murcia era entonces de una amplitud mucho mayor que la delimitación actual, pues comprendía la provincia de Alicante, casi entera, con su capi­tal (12).

JUAN GARCÍA DE VILLAMAYOR.—Pertenecía este personaje a las más linajudas familias de Castilla. Su padre, Garci Fernández de Villama­yor, había desempeñado los altos cargos de Mayordomo mayor de las reinas doña Leonor y doña Berenguela y luego el de Mayordomo mayor de San Femando. El soberano le confió a su heredero, nombrán­dole ayo del niño Alfonso. Tal afecto profesó Garci Fernández al Prín­cipe que, en su testamento, expresa: «Mando el mío cameo, bono, a mío señor el infante don Alfonso» y después agrega: «et todo quanto en el mundo yo don Garci he, métolo en mano del rey don Fernando et de la reyna donna Beringuella et de mío señor el Infante don Al­fonso, cuya merced yo so, et quien lo dio, et con quien lo gané». Pala­bras finales muy claras, que indican que los desvelos del ayo fueron bien correspondidos por el Príncipe.

La madre de Juan García fué la rica hembra doña Mayor Arias de Villamayor que con su mesnada acudió al cerco de Sevilla contribuyen­do a la conquista de la ciudad. Mereció por ello pingüe repartimiento en el Aljarafe sevillano. La fortuna de los Villamayor se consideraba como una de las más cuantiosas del reino.

Era Juan García de Villamayor el tercer hijo de García Fernández y se crió con el príncipe Alfonso en Celada y Villaldemiro. Tuvo amistad particular con el Infante don Felipe. El año 1232, en los documentos, se le conoce como señor de Fuentidueña. Asiste con el primogénito a la campaña de Murcia y obtiene Alhama. Años después colabora en el sitio de Sevilla y obtiene saneado repartimiento.

Pocos nobles fueron tan favorecidos por Alfonso X, ya rey, como su

(12) Murió en el mei de febrero del aflo 126(* 7 etU enterrado en el monaiterio de Benavides (Abella B. 96. Biblioteca de la Real Academia de la Historia).

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24 A N T O N I O B A L L E S T E R O S B E R E T T A

compañero de niñez, Juan García, nombrado Mayordomo mayor del monarca, cargo relevante que disfrutó durante muchos años. Para la ex­pedición de Salé le da el rey el título de Almirante, y el mando de los hombres de armas que asaltaron la playa africana.

El de Villamayor casó con doña Urraca Fernández de Castro, hija de Fernán Gutiérrez de Castro, y fueron padres de un Garci Fernández de Villamayor contino de la corte de Alfonso X en los últimos años del reinado.

Los GuzMAN.—La presencia de éstos se debía a la influencia de doña Mayor Guillen de Guzmán, amante del príncipe, a quien éste distinguió sobremanera. No podemos, asegurar si la bella doña Mayor iba con la hueste. Los privilegios rodados entre sus confirmantes no suelen incluir mujeres. En los tiempos medievales no era inusitado que reinas, princesas y damas fueran a la guerra. Doña Berenguela y doña Beatriz acompañaron a los ejércitos, y en el siglo XIV otra Guzmán, doña Leonor, la amiga de Alfonso XI, seguía a éste en sus expedicio­nes militares, pudiendo ser apellidada «la dama de los campamentos». La expedición murciana se anunciaba como una partida de placer, sin mayores riesgos, por lo cual, reiteramos, no sería inverosimil el que fi­gurase en ella doña Mayor.

Faltaba a nuestro Príncipe la condición de enamorado y lo estaba en verdad el conquistador de Murcia, y muchas pruebas poseemos de esta pasión juvenil, probablemente el primero, y quizá el único amor de su vida. Pronto llegarían las conveniencias políticas a cortar en flor aque­llos vuelos amorosos. La dama deslumhró por su hermosura al Infante. De aventajada estatura, de bellísimo rostro, de rubia cabellera, diminu­tos pies y manos finísimas, debió de impresionar a sus contemporáneos por su porte, acabado perfil, blancura de su tez y arrogante figura.

Todos los detalles de su hermosura y hasta de su indumento los co­nocemos gracias a que su cuerpo permaneció incorrupto durante siglos y un cronista del siglo XVIII y Ricardo de Oructa, en nuestros días, contemplaron sus restos y prodigaron sus elogios a la belleza de doña Mayor. El sepulcro, del siglo XIII, reproduce fielmente los rasgos de la momia, y, visto de perfil, confirma las alabanzas justamente tributadas a la hermosura de la amiga del Infante don Alfonso (13).

Pudo casarse el Infante con doña Mayor, pues la prosapia de la amada era suficientemente ilustre, pero se atravesó la razón de Estado, y algunos dicen que la discreta Guillen no quiso el enlace. Cuando se conquistaba Murcia ya había nacido Beatriz, fruto de esos amores, y que andando los años sería reina de Portugal. D. Alfonso fué siempre

(13) Ricardo de Oruela, La Etcnllara funeraria en Eipaña. Provincias de Ciudad Beal, Cuenca, Guadalajara, Madrid, 1919, págs. 5 y siglj.

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fiel a la memoria de doña Mayor y los documentos, con superabundan­cia, nos lo prueban.

Hoy poseemos una amplia información acerca de la dama, su estir­pe, bienes y hasta servidores. En un documento tardío se nombra a Teresa Domínguez la gallega, criada de la muy noble Señora doña Mayor Guillen, y luego lo fué de la reina doña Beatriz de Portugal y de la Infanta doña Blanca. Nunca pudo imaginar doña Mayor en una descendencia de reyes. Su padre se llamaba D. Guillen Rérez y su her­mano más conocido D. Pero Guzmán.

Los parientes de doña Mayor brillan en la conquista de Murcia. Son los primeros en penetrar con la hueste en el reino moro, y en el reparto les corresponden magníficas porciones. Pedro Núñez de Guzmán o Pero de Guzmán obtiene Jorquera y otros tres castillos más. A su hermano. Ñuño Guillen de Guzmán le tocó Chinchilla y cuatro casüllos. Las do­naciones se ampliarían al año siguiente.

D. Pedro Núñez de Guzmán fué mucho tiempo Adelantado mayor de Castilla. Estaba unido en matrimonio con doña Urraca García, de quien tuvo a D. Juan Pérez. Sabemos que su capellán se llamaba don Esteban. El año 1271 D. Pedro Guzmán era Señor de honor de Moya. Algunos de sus familiares debieron de pasar a Portugal buscando la pro­tección de la reina Beatriz, pues en una carta real del año 1281, un es­cribano de la corte se llama Domingo Guillen.

ROY LÓPEZ DE MENDOZA.—Desde Toledo llegaba a Murcia con el Infante este vastago de los Mendoza, noble alavés, fiel a la causa de los reyes y muy ligado al heredero. Carecemos de noticias circunstan­ciadas acerca de este paladín alfonsino. El infante le galardonó con lar­gueza. En la conquista murciana le cupo en suerte Archena y tres cas­tillos.

El pleito de los castillos murcianos duró bastantes años. Así, en una carta de Alfonso X al Obispo de Cartagena el año 1257, se inserta esta clausula: «a todos los christianos herederos de tierra de Murcia, ricos hombres, órdenes cavalleros, e a todos los alcaides de los castiellos, e a todos los arrendadores e almojarife, e a los otros qualesquier que reci­ban las rendas de los castiellos de los herederos de la conquista del reyno de Murcia» (14).

Algunos autores estampan Rodrigo en vez de Roy. Se trata de la misma persona. Era nieto de Iñigo de ^endoza que se halló de los pri­meros en romper el palenque en la batalla de las Navas. Por esta haza­ña tuvo derecho a ostentar en la orla de su escudo las famosas cadenas que usaron también su hijo Yenneguez de Mendoza y su nieto Roy López de Mendoza.

(14) Memorial Hi$tórico Etpañol, Tomo I, pág. 106.

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26 A N T O N I O B A L L E S T E R O S B E R E T T *

El primer Almirage mayor de la Mar fué D. Ramón Bonifaz, pero en realidad la Cancillería nada supo, o no quiso saber, de esta nueva dignidad hasta la época de Alfonso X, porque los privilegios rodados de San Fernando no mencionan el cargo, ni la persona del Almirante. Ya los primeros privilegios de Alfonso X incluyen por primera vez a don Roy López de Mendoza, enunciando que es Almirante mayor de la Mar. Obtuvo el de Mendoza espléndido repartimiento en la fecunda vega sevillana,, y le nombró el rey, con otros, repartidor de aquellas ricas aldeas.

Existe un curioso documento, conservado en copia, pero cuya autenticidad está acreditada por la letra dominical, en que el rey Al­fonso otorga unas concesiones a Fernán Alfonso de Mendoza, al que denomina mi Pariente. Tal vez el parentesco proviene de Alfonso IX, abuelo del monarca. De todos modos una rama de los Mendoza tiene lazos familiares con la casa real (15).

DON GONZALO IBAÑEZ, OBISPO DE CUENCA.—Único prelado que va a la conquista de Murcia, su personalidad suscita interesantes cuestiones que intentaremos dilucidar. Este Obispo conquense procedía de Toledo, donde había nacido, perteneciendo a la familia de los Palomeques, que darían ilustres prelados al episcopado castellano. Gobierna la diócesis de Cuenca por espacio de diez años, desde 1236 a 1246. Resumamos ahora las noticias que de él dan los historiadores Rizo y Muñoz y Soliva.

Juan Pablo Mártir Rizo escribió una Historia de Cuenca en el siglo XVII y en ella brevemente refiere los hechos del pontificado de don Gonzalo. Apenas si recuerda que confirma un privilegio de San Fernan­do a.Baeza, menciona su presencia en la consagración como Iglesia cris­tiana de la mezquita de Córdoba y su intervención en la escritura de concordia entre los concejos de Madrid y Segovia sobre los términos de Sesena. Algo de la oriundez del Prelado y nada más. Ignora que don García estuvo en Murcia.

Mucho más interesante es lo contenido en la obra de D. Trifón Muñoz y Soliva sobre los obispos de Cuenca. Añade alguna informa­ción documental a las proporcionadas por Rizo y trata de explicar el apelativo de Martillo de los sarracenos con el que era conocido D. Gon­zalo Ibáñez y que concuerda a maravilla con su decisión de seguir a la hueste en su campaña andaluza, que luego cambia por la expedición a Murcia. Supone el autor que el Prelado acompañó a los guerreros de Cuenca en las conquistas de Moya y de Requena. Enumera sus memo­rias, no conocidas por Rizo, y concluye: «Este prelado adalid murió en

(15) 1270, 22 noviembre, sábndo, Sevillii. Carta de Alfonso X a Fernán Alfonso de Men-dOM (Bartolomé Gutiérrís, Historia de Jéret, Libro 2, pág. 63).

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Cuenca en 1246 y está enterrado en la Iglesia Catedral en medio del coro antiguo» (16).

Ocurre ahora preguntar: ¿Don Gonzalo iba a Murcia solo a guerrear o también con un fin evangélico, más en consonancia con su báculo pastoral? Creemos con lógica que más con la segunda fínali(lad, aunque no excluyamos la primera. Por consiguiente irían con él otros clérigos, pues en aquellos sitios donde se estableciesen cristianos era preciso res­taurar el culto.

Gil González Dávila tal vez exagere cuando escribe que Alfonso entró en Murcia «triunfante, cantando aleluyas, salmos, himnos y cán­ticos de alegría, desterrando de esta tierra, ya santa, la secta de Maho-ma y consagrando su mezquita al nombre augusto de Santa María de Gracia. Plantease el problema de la implantación del cristianismo en Murcia, tema muy ligado a la naturaleza del pacto celebrado con el rey de Murcia.

Dice con razón Gaspar y Remiro, que se trataba de una especie de protectorado. Habían comprado la paz y la protección de Castilla me­diante el vasallaje y el pago de la mitad de las rentas y la entrega de algunos castillos. Es verdad que no debe compararse la situación de Murcia después de la sublevación de 1264 con la que tuvo anteriormente, pero tampoco creemos en un vasallaje superficial y no muy oneroso. Los cristianos se apoderaron de los puntos estratégicos del país y por esta razón la reconquista duraría meses, y además existía un problema en el que los castellanos se mostraban intransigentes, y este era el religioso.

No puede concebirse que guarniciones cristianas quedaran privadas de su culto. Estimamos pues, nada inverosímil que la mezquita fuera consagrada, pues los vencedores o la nación protectora no podía conten­tarse con una chauia o mezquita de segundo orden, debían de entre­garle la principal. Es más, posiblemente el reyezuelo D. Mahomat Abenmahomat Abenhut se retiraría al barrio de la Arrixaca. En tiem­po de Sancho IV todavía se menciona al Rey Moro de la Arrixaca de Murcia.

Acaso en aquellos primeros meses pensó el Infante en donar parte del Alcázar murciano a unos monjes del Císter, como su bisabuelo, Al­fonso VIII, había cedido su palacio campestre de las Huelgas de Burgos a unas monjas cistercienses. Y realizó su propósito, pues un diploma del año 1279 lo dirige a ffrey Pedro abad del nuestro monasterio de Santa María la Real de Murcia, hablando de unas propiedades que le dio en Atienza. El peregrino documento se custodia, y no por casuali­dad, en el archivo de las Huelgas de Burgos.

(16) Juan Pablo Mariyr Riio, Historia de la rmty noble y leal ñniaá de Cuenta, Madrid, 1629, pág. 152. Trifón Muftór y Soliva, Noticiat de todot lo$ ntmo$. Señora obitpot que han regido (a DiAce$ii de Cnenra. Cuenca, 1860, i)*gs. 33 y sigl».

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28 A N T O N I O B A L L K S T E H O S B K H E T T *

GONZALO EANES DOVIÑAL.—Oriundo de Portugal, fijaría su residen­cia en Castilla, descollando entre los vates de la corte de Fernando III y luego de Alfonso X. Su nombre lusitano se escribe Gon^al Eannes do Vinhal. Sostiene doña Carolina Michaeilis de Vasconcellos que su es­tirpe primitiva procedía de Galicia; los do Vinhal habían pasado a tierras portuguesas en tiempo del conde D. Enrique de Borgoña. Esta­ban emparentados con los Briteiros, Redondos, Paivas, Limas, Arganil y Zamora.

Lo que ignoró la ilustre escritora es que Gonzalo Eanes Doviñal es­tuviera entre los conquistadores de Murcia. En Castilla cambian el Eanes o Eannes en Yáñez. En el repartimiento de Sevilla le da el rey Gensena o Juzena y consta de este modo en la clausula repartidora: Gensena o Villa-Hermanos dio hi a Gonzalo Yáñez Vinal cien arancela­das, e diez yugadas de pan». Más adelante le concede el rey el señorío de Aguilar, y desde entonces, tanto él como sus descendientes, se ape­llidan de Aguilar. Se hallaba situado el señorío en la comarca de Cór­doba. En un documento deslindando términos entre Lucena y Zambra firma D. Pero de Lucena Alcayt de Aguilar.

Sus poesías más atrevidas las compondría al comentar los supuestos amores del Infante D. Enrique con su madrasta Juana de Ponthieu. Se equivoca doña Carolina al decir que el hecho cantado acaeciera en 1259. Hemos probado el error de la Crónica de Alfonso X. El suceso de la sublevación de D. Enrique ocurrió en 1255. Y si cuatro años des­pués la hermosa viuda conservaba espléndida su hermosura, con más razón si prescindimos de esos cuatro años. Según los procaces versos, el Infante luchó en los campos de Morón llevando sobre su armadura la toca de doña Juana. El poeta finge que la ex reina implora de Alfonso el perdón de su entendedor.

Nuevos documentos han aumentado las noticias que se tenían del juglar amigo del Infante D. Alfonso. En un documento de 1270 otor­gado en el monasterio de Valbuena se nombra a «Gonzalo yuannes Sennor de Aguilar, en uno con voluntad et con plazenteria de mi Mu-gier Donna Beringuella et de mis fijos don Gómez Gonc^alez et mi fija dona Lyonor Gonc^alez, et por remisión de mis pecados». Dona al mo­nasterio de Santa María de Valbuena «todas las heredades de Juí^ena que es en término de Sevilla, que me dio mío Señor el Rey don Al­fonso» (17).

Nada se sabía de los hijos del poeta, y en cuanto a su mujer doña Berenguela se trata, 'segi'm doña Carolina, de Berenguela Cardona, hija de Ramón Folch de Cardona, de la más linajuda nobleza catalana. En otro documento de 1277 confirma un Gómez Pérez, sobrino de D. Gon­zalo Yuannes y se expresa: «et muchos otros omnes buenos de com-

(17) Documonlos de Santa Marfa do Vall iuona. Archivo Uisir.rico Narional .

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1,\ KücoNyrisTA i.E MiHiM i'oH Fi. INK\NTI-; I), AiKONso DE (IASIILLA 29

panna de don Gonzalo». Se custodian en el archivo de Mcdinaceli unas indicaciones de la concesión real a D. Gc:)nzalo para constituir el Mayo­razgo en los heredamientos de Aguilar y Monturque. Un documento de 1287, ya del reinado de Sancho IV. después de la muerte del señor de Aguilar, llama a la mujer de éste Berenguella Guillen." ¿Será errónea la noticia de doiia Carolina respecto a la catalana? ¿Se casó don Gon­zalo dos veces? La segunda interrogación es aventurado contestarla afirmativamente, pues no parece verosímil. Si doña Carolina se equivo­có, y es probable, el señor de Aguilar estuvo casacio con una pariente de doña Mayor Guillen o al menos que ostentaba el mismo apellido. De esto no cabe dudar (18).

Pero retrocedamos a la reconquista de Murcia. El vate portugués lo mismo manejaba la pluma que blandía la espada. Se conduciría como bueno, porque en uno de los más parleros documentos se recuerda que D. Gonzalo Yáñez Doviñal obtuvo Fellín, la actual Hellín. Guerrero hasta la muerte, perecía peleando el año 1280 en una batalla campal en la vega de Granada. Acaudillaba el ejército el Infante D. Sancho, y una tradición familiar asegura que murió por salvar la vida al Príncipe.

OTROS CONQUIST.ADORES.—Son muchos los nombrados en los diplo­mas, y de ellos conocemos jioco. Sin embargo no podemos olvidarlo^ siquiera para completar el cuadro. Nombres secos, escuetos, que acaso un día puedan adornarse con una noticia genealógica.

La proximidad del reino de Aragón explica el que acudan catalanes. Dos Entenza, de ilustre prosapia, intervienen en las cabalgadas para someter a los arráeces. Berengucl de Entenza obtiene Caravaca, y su pariente o hermano, Gonbart de Entenza Cenegin, seguramente el Ce-hegín de hoy, y Alquipir. Un Ferrán Pérez de Pina, de abolengo arago­nés, se fija en Cartadeniam.

Lope López, debe de ser D. Lope el Chico, hijo de D. Lope Díaz de Haro. Domina en Alcalá y en dos castillos más. Juan Alfonso, tal vez de la casa de Haro, defiende como suyas Caloxa y Crevillente. A un pariente del Maestre, llamado Gomecius Corregió, y en otro documente)^ solamente Gómez Pérez, le corresponde la opulenta Cieza. El castella­no Diego Alfonso de Rojas tenía Calasparra. Uno de los más favoreci­dos fué Sancho Sánchez de Mazuelo, que con su yerno Juan Alfonso, alcanzaron la tenencia de Sancti Petri y de tres castillos más.

De la familia Manrique era Alvar Gil, hijo de Gil Manrique y de doña Teresa Fernández. De la misma estirpe de Gil Gómez, hijo de Gómez Malric, que confirma en un documento de 1244. Alvar Gil es uno de los conquistadores de Murcia. Completan el elenco de guerre-

(18) CaroliiM Micliaolis d r Vnscoiirclliis. Oi i i r ionc/ro lin Ajntlii crfuíio nlticn e dnrnmen-tnda. Hallo, 1904, Vol II , p í g .'•)20

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3 0 A N T O N I O IÍ A r, i, i-: s T I: H ÍI S IÍ y: K K T T A

ros : Alfonso García de Campos, el gallego Pedro Laurencio de Gondar y el asturiano Alvaro Díaz, hijo de ü r d u ñ o Alvarez.

La mayoría de estos nombres los ignoró el cronista Francisco Cas-cales que solo cita a D. Gonzalo, obispo de Cuenca, al Maestre de San­tiago, a D. Lope López, a D. Pedro Núñez de Guzmán a I) . Alvar Gil y a Sancho Sánchez de Máznelo. Kn cambio menciona otros, que segu­ramente fueron a Murcia pero no en 1243 sino al año siguiente. A su tiempo notaremos que en la lista de Cáscales faltan algunos de la se­gunda expedición.

Comparado el relato de la Crónica con las tenencias, se advierte que en julio de 1243 sólo se habían sometido los arráeces de Crevillcn de A lhama y de Cieza entre los que se habían comprometido en el pacto de Alcaraz. Quedaba por rendir Alicante, Klche, Orihuela, Aledo y Ri-cote, cuyos arráeces dieron pala!)ra de concierto. Hay una prueba indi­recta de que estos castillos se resistieron. Años después expide la Can­cillería real una merced a favor de Pedro Fernández, Comendador de Segura: «Sennalada mientre por el servicio que me fizo sobre Oriuela, quando la gané». Pues lo mismo cjue fué preciso conquistar Orihuela, tan próxima a Murcia, lo mismo se hizo con los otros (astillos va enu­merados.

E L RETORNO.—La primera cuestión a esclarecer es de carácter cro­nológico. La Crónica General es avara en fechas y de ahí d imanan las oscuridades. Transcribimos primero un pasaje del texto que nos enca­minará a colocar en el t iempo la vuelta del Infante, y que además se refiere a Murcia.

Escribe el cronista: «Desque el rey don Fernando, que en Burgos fincara doliente, como de suso diriemos, se sintió guarido, salió de Bur­gos et comenc^ó a andar por la tierra faziendo muy grant justicia et cas­t igando su tierra et parándola bien, ca era muy mester».

La mayoría de estos castigos los impone el rey en Valladolid donde está desde mediados de febrero de 1243 hasta el 22 de abril, por lo menos en que resuelve desde la capital castellana una contienda entre Dueñas y Cevico. Prosigue la Crónica: «Et el rey estando en Palencia faziendo esto, falló y muchos querellosos, et enderec^olos bien ante que ende saliese, et mató y muchos malfecheros. Et llegáronle y mandade­ros de Cordoua et otrossi de Murc^ia, et enbiáronle pedir merced ^ue les enbiase acorro, ca non auien qué comer et cstauan muy afrontados».

Carecemos de documentos reales hasta el 2 de septiembre en que el monarca regresa a Burgos. Por lo cual los acontecimientos a que se re­fiere la Crónica forzosamente han de ocurrir entre el 22 de abril y el 2 de septiembre. Acaso podamos situar los sucesos de Palencia en el mes de mayo. U n a de las medidas de pacificación era el abastecer la tierra del protectorado. Ta l vez uno de los motivos de entregarse Murcia

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\.\ HiíCONyiisi \ IH-; M i ii( i\ i-tm i:i. I NK\'. ii I >. \i,i o >>o I>K ( . \ S I iii.*

debió de ser la carestía v el hanil)rc. Ya sometidos, tenían derecho de pedir al rey les socorriese. Reeordenios c|ue el Maestre había acudido con el conducho, liiej^o la necesidad era de tipo apremiante.

Continúa el cronista: nKt el rev descpie los niandadert)S vio, vínose para Toledo, et sacó _v (ahí) inuv gian nianlieua et enhióles muy grant acorro, et fizo meter muy grant recua a Murcia cpie partieron por todas las fortalezas et por los logares cjue iiiesfer auieii".

Con su celeridad acostiunlirada San l*\-rnando se apresure) a llegar a Toledo y allí pronto pudo, con un imiiuesto extraordinario, reimir víve­res y ganado para enviarlos a Murcia, donde tanta lalta hacía. Con este refuerzo alimenticio los castillos se rindieron con m;ís facilidad, pues los dones ablandan las voluntades reacias, v ni;'ts cuando son en especies c|ue acallan los imperativos del hambre. Sujionemos la estancia del soberano en Toledo hacia junio de 1243.

Ya empalmamos con la lecha del regreso del Infante D. Alfonso. Dice la Crónica General: oKstando el rey clon Fernando en Toledo, llegc) V don ^Mtonso, su fijo, de tierra de Min \ i a . en cjiíe c'l ouo muv grant plazer». I'or las noticias de los documentos, la vuelta acaecía des­pués de julio, en cpie nos consta (¡ue el Infante se hallaba en Murcia. Lo más probable es cpie fuera en agosto de 1243.

A continuación expresa la Cromen: «Kt salió el rey de allí, et su fijo, et fuéronse para Hingos, et fico estonce poner velo y a su fija donna Beringuella en las Huelgas por mano de don fohan el Chanceller».

Los historiadores cpie han escrito sobre el hecho ajnintado. empezan­do por 1). Amancio Rodríguez López, autor de un HIMO sobre las Huel­gas, V acabando con 1). Luciano Serrano, v yo mismo, cjue hemos escri­to sobre D. Juan el Canciller, incurrimos en error fiados del prestigio de Cáscales cpie invocaiía el su¡niesto documento de Valpuesta, fechado en Murcia por San Fernando el año 1241. L.i Crónica no habla de ninguna estancia del rcv en Murcia y la corupiisia se realiza dos años después, por tanto la ceremonia de toma de hábito de la infantita tuvo efecto en 1243 (19).

San Fernando estaba en Uurgos el 2 de septiembre y concedía un privilegio rodado a la Orden de Santiago. F.l .S ciaba otro a la misma Orden, y por cierto (¡ue en esa data ya se encontraba el Infante 1). Al­fonso en la capital castellana y otorgaba una carta muv singular a don Pelay Pérez Correa, en la c]ue se contiene lui recuerdo velado a la rc-concpiista murciana.

Lew términos de la carta merecen reproducirse. Dice de este m o d o :

(1!)) Anwiiiiici Hiidn'u'ii.'Z I,r>|ic?, '•'/ " ' " I VuiMinIrrin di- his l¡iiihiiis y d Uosiiilnl ilrl Ri'.v, Hiirt'os. l:i()7. 1, p;'!^'. i:i", V. H,illr~lrn>^ H.-ii-Mn. nnri ./ruin "¡I <'<tnri!l,-r". Corroo r.ri ldilo, 1. 1!).K), |KV». M.->. P . l.ijd.iiio Si-irium. f7 iUnrnirr ifr Fiítunuln l\l ih- Caslitln. Uis-paí)i,i, Hinis);i <• p,-lflol.•l <)<• Uisloii,!. N." \ M.iilriil, 1!I41, |>.i ' ;i.

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32 A N T O N I O B A L L E S T E R O S B E H E T T A

«por el gran seruicio que él et toda la Orden de Santiago me ficieron siempre, e me facen, otorgol a prometol, a él que es Maestre, e por el so amor, a cualquier otro Maestre que después del venga, en esa su misma Orden de Santiago, e a toda la Orden de so una, de darles que me crien el primer fijo varón que yo oviese en mi mogier la infanta donna Yoles fija del Rey de Aragón».

Nos revela el precioso diploma extremos de un gran interés. Un tiempo dudamos de la exactitud de la fecha porque habla de doña Vio­lante como si ya estuviese casado. Claro es que el mi mogier puede re­ferirse al futuro de un concertado matrimonio, y esto es lo más proba­ble. Ahora bien, la prueba de agradecimiento a la Orden, y al Maestre en particular resulta extraordinaria, y en mes tan próximo a la primera campaña de Murcia alude implícitamente a ella. Asimismo, en los días siguiente, San Fernando colma de beneficios a la Orden de Santiago y a su Maestre.

La boda con doña Violante se efectuaría años después, pero las ne­gociaciones tendrían repercusión en la reconquista de Murcia, como luego analizaremos. Propuestas de casamiento del Príncipe heredero de Castilla hubo varias, entre ellas, la referida por Arnaldo Oihenart, que informa de lo siguiente: ((Consta por cartas que permanecen en el Archivo Real de Pamplona, se convino el año 1234 entre Theobaldo y Fernando, rey de Castilla y de León, de casar a Blanca con Alfonso, hijo de Fernando». Comenta el marqués de Mondejar: «Este matrimo­nio no tuvo efecto ni podemos discutir la causa que lo desvaneció».

La ceremonia de las Huelgas se celebraría, sin duda, o en el mes de septiembre o en el de octubr de 1243. D. Juan el Canciller oficiaba como prelado de Burgos. La anciana reina doña Berenguela, sabia consejera de su hijo, pasaba largos meses de recogimiento en el Monasterio de las Huelgas, fundado por su padre Alfonso VIII y donde vivía la infanta doña Leonor, su hermana, reina que fué de Aragón. Hacía poco habían muerto, una Infanta, hermana de ambos, la infanta doña Constanza, y su homónima la infantita doña Constanza, hija de Berenguela y Al­fonso IX de León. Ese plantel cortesano se aumentaba con el ingreso en el convento de una tierna novicia de diez años, la infantita doña Beren­guela, hija de San Fernando. Asistieron a la ceremonia el rey, la reina doña Juana de Ponthieu, el Príncipe heredero y doña Berenguela, abue­la de la monjita.

Terminaba aquel año, tan lleno de acontecimientos para el Infante, con un pequeño suceso, salvado del olvido en el archivo Vaticano. El Papa Inocencio IV accedía a una petición de D. Alfonso a favor del fí­sico o médico Pelayo, por el que demostraba gran interés. Prueba de su protección continuada a los hombres de ciencia. El recomendado no era persona vulgar, puesto que manifiesta el Pontífice: ((Pelagio, physi-cali scientia erudito, ad petitionem Alfonsi primogénito regis Caste-

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LA HKCo^QUISTA nB M I ' H C I A POR KL I N K A M L Ü . A L F O N S O DB C A S T I L L A 3 3

lie et Legionis indulgetur ut proven rus suac praebendae, quo cumque una cum praedicto principe contulerit percipiat».

LA SEGUNDA CAMPAÑA DE MURCIA.—Cáscales, que tan precisas y do­cumentadas noticias dá sobre la historia de Murcia, es víctima de uno de sus pocos yerros, el de señalar el absurdo año 1241 como el de la re­conquista murciana. Paga su propia culpa, porque salta desde 1241 a 1244, y no sabe lo que ocurrió en 1242 y 1243. Así que, según su cómputo, la conquista duró cuatro años. Sus palabras, en parte, son exac­tas al escribir: «Prosiguiendo el Infante D. Alfonso su conquista por el reino de Murcia, ganó en este año de 1244 a Muía, Lorca y Cartage­na». Observe el lector que digo, y repito, que sólo en parte acertó el cro­nista. Ya lo demostraremos a su tiempo.

La Crónica General, falta de cronología, sigue sin embargo siendo imprescindible por las noticias que proporciona. Insertemos el pasaje pertinente: «Et desi el rey mandó luego guisar su fijo don Alfonso muy bien, et enbiol al reino de Murcia con grandes requas, et con grant vianda et grant gente con él. Et don Rodrigo González fin^ó con el rey, et el maestre don Pclayo fué con el infante. Et el rey don Fernan­do guisóse et fuésse de su parte otrosi luego quanto pudo para estar otra frontera de Córdoua et del Andalozia».

Envía el monarca al Infante, bien abastecido, a tierra de Murcia. Se privaría D. Alfonso de la compañía del Mayodormo mayor, Girón; no faltándole la briosa lanza del Maestre y otra grant gente con buenos caudillos, silenciados por el cronista, pero cuyos nombres conocemos gracias a los documentos. De que todo lo narrado sucede en este año nos lo dirá un diploma y unos Anales. L^na donación del rey al monas­terio de Osera está fechado en el mes de febrero en Córdoba. Los Anales Toledanos II consignan: «El Rey Don Fernando priso a Arjo-na, e Caztalla, e otros castiellos muchos; Era MCCLXXXII», es decir en !244 de Cristo.

Sostuvieron los cristianos, en el comienzo de ese año y en los meses siguientes, dos campañas a la vez. La de Murcia, por las complicacio­nes que surgieron fué ardua, y de singular empeño la andaluza, porque el astutísimo rey de Granada había enardecido a los musulmanes, de tal forma, que de sumisos y atacados pasaban a tomar la ofensiva. San Fernando desplegó todos sus recursos combativos y se apoderó de Andújar y de Arjona, la cuna del reyezuelo nazarí, y para intimidarle llevó la guerra a la misma vega granadina, combatiendo de día y de noche la ciudad de Granada.

Mientras tanto, el Infante volvía a Murcia. Nuevos adalides le se­guían. Descuella entre ellos D. Diego López de Haro. el rebelde de años atrás, Alférez mayor del rey. El señor de Vizcava era hijo de D. Lope Díaz de Haro y de doña LJrraca Alfonso, hija de Alfonso IX de León

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34 A N T O N I O B A L L E S r E H O S. H U H E I T A

y de doña Inés de Mendoza. Emparentado con la Casa real, de ahí los humos del de Haro, que le impulsaban, por cualquier mínimo disgusto, a la pendiente de las rebeliones. Otro personaje de la familia Haro iba en la hueste; D. Lope el Chico, hermano de D. Diego.

Cáscales acierta al mencionar a D. Alfonso Téllez entre los guerre­ros de esta expedición. Firma el tratado con Arag(Sn, y, a pesar de su tenencia de Córdoba, va a Murcia a probar fortuna. Estirpe muy leal la de Alfonso Téllez de Meneses, señor de Meneses y de Villalba y del Alcor. Se le llamó Alfonso Téllez de Córdoba. Le acompaíió en la con­quista de Murcia su hijo D. Juan Alfonso, habido en doña María Yáñez Batisela. Hija de este matrimonio fué Teresa Alonso, que casó con Juan Alfonso de Haro. Otra hija, doña Mayor Meneses, se unió en justas nupcias con don Alfonso de Molina, el hermano del rey. Coritra-jo D. Alonso Téllez segundas bodas con doña Elvira Girón, hija de Roy González Girón, el Mayordomo mayor de la corte del monarca.

Nuevo personaje de esta segunda expedición es D. Martín Martí­nez, Maestre del Temple. Nombra también Cáscales a D. Pedro Yáñez, Maestre de Alcántara, pero estimamos que vino después porque la do­nación de Alcantarilla es tardía. La reconquista de Murcia aun ha de prolongarse mucho.

Otros guerreros de la nueva hueste de 1244 fueron Pero López de Farana y nuestros conocidos Roy López de Mendoza. D. Alvar Gil, don Juan García, D. P. Nunno de Guzmán y D. Pero Guzmán. Agrega Cáscales algunos, sobre los que no hemos encontrado comprobación, y los citamos bajo su responsabilidad; son estos: D. Gonzalo Ramírez, hijo de D. Ramiro Fruela, Fernán Ruiz de Manzanedo y Pedro López Franco. Este último debe de ser Pero López de Farana, mal leído el segundo apellido. No negamos la participación de éstos en la conquista. Sólo afirmamos desconocer los documentos en que se apoya la asevera­ción de Cáscales.

De otro personaje de mucha cuenta, D. Ñuño González de Lara puede señalarse su presencia en Murcia en el mes de septiembre, pero no mucho antes, porque se sabe de su brillante actuación en Adalucía en la primera mitad del año, al lado de San Fernando. Luego tratare­mos de él.

Quien mostraba su constancia en asistir a las campañas murcianas era D. Gonzalo, el obispo de Cuenca. Firma el tratado de Almizra y no se aparta del Infante. ¿No se inauguraría por entonces el culto a la Virgen de la Arrixaca? Recordemos las estrofas de las Cantigas.

E d'aquest un miragre direi, grande, que ui desque mi Deus deu Mur^a et oy outrossi

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LA HKCONQUISTA I>K MUHCIA PUH ÜI. INFAMIÍ 1). AI.FON»U US CAÜTILLA 35

dizer a muitos mouros que morauan ánt'y et tijnnan a térra por nossa pecadilla

Se refiere a la imagen de la Arreixaca o Arrixaca. Puede aludir a tiempo cercano a la conquista, en que los moros querían destruir la imagen, y parece como si coincidiese con los años en que la Aljama es­taba en ese barrio donde habitaba el reyezuelo murciano. Por otra parte los siguientes versos producen duda.

D'ua eigrei'antiga, de que sempr'acordar s'yan, que aii fora da Reyna sen par dentro na arreixaca et yan y orar genoeses, pisaos et outros de Cezilla.

A primera vista semeja aludir a una época más avanzada, en la que abundaron los extranjeros, particularmente los italianos, como se prue­ba por el repartimiento. Empero lo mismo que aconteció en Sevilla, los genoveses y los písanos ocuparon la ciudad desde los primeros meses después de conquistada, e igualmente sucedería eii Murcia.

Realirma nuestro expuesto criterio el comienzo de otra estrofa que explica:

E depois a gran tempo aueo outra vez quand'cl rci d'Aragon Don jamos de gran prez

Luego, habían transcurrido bastantes años y el hecho anterior pudo acontecer a raíz de la reconquista.

E L TRATADO DE ALMIZRA.—La fecha del viaje del heredero con di­rección a Murcia coincidió sin duda, con la marcha de su padre a tierra andaluza. Debieron de separarse en Toledo para desde allí emprender distintos rumbos. Suponemos pues, que hacia febrero de 1244 se hallaba el Infante en Murcia. Aprovecharía el invierno benigno de la región murciana para organizar los preparativos de una campaña decisiva.

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36 A N T O M I O B A L L E S T E R O S B B R B T T A

Del 26 de mayo poseemos comprobación documental de la estancia del Infante en frontera murciana que entonces se fijaba. El gran ana­lista Gerónimo Zurita cometió un yerro cronológico inexplicable, pues sitúa el hecho a que nos referimos, en el año 1248. Al mejor escultor se le escapa el cincel. En cambio Cáscales, si no indica el año, implícita­mente narra los sucesos preliminares, y los demás que esmaltan los ale­daños del tratado, al tratar de acontecimientos del año 1244.

Apuntemos lo que ocurría para explicar el resultado. El choque o rozamiento con las avanzadas del ejército reconquistador de Aragón, que bajaba hacia el sur, bordeando la frontera- del reino de Murcia, era inevitable. Sancho Sánchez de Máznelo, a quien ya hemos mencionado, había sido heredado con largueza en la comarca murciana. El Infante aumentó las pruebas de su munificencia dándole la villa y castillo de Cabdete y la torre de Regín, entre Yecla y Chinchilla. Mantenía el de Máznelo gentes de armas en la frontera del reino e inició tratos con el arráez de Alcira. Noticioso D. Jaime de lo que pasaba, se adelantó con sus contingentes, y temeroso el arráez se refugió en Murcia. No tardó el aragonés en penetrar en Alcira, que unía de esta manera a sus do­minios.

Lo relatado nos demuestra cuánto había progresado la conquista del Infante, cuando pretendía Alcira, tan cerca de Valencia. No se amino­ran sus pretensiones, y tan fuerte se consideraba, por los elementos béli­cos de que disponía, que pone sus ojos en Játiva, como ima codiciada presa. Enterado el Infante de que el alcaide de la plaza estaba disgusta­do con D. Jaime, logia entenderse con él, sirviendo de intermediario un hermano del obispo de Cuenca, un Palomeque, cuyo nombre completo desconocemos. Entraba éste en la plaza con pretexto de que se labraba una tienda berberisca para su señor el Infante, pero con el propósito de­cidido de sublevar al moro contra el rey de Aragón y en consecuencia lograr la plaza para Castilla.

En una escaramuza con los de Játiva, D. Pedro de Lobera, caballe­ro de la Casa del Rey de Aragón, hizo prisionero al hermano del obispo de Cuenca, y D. Jaime dio orden fuese muerto. Mucho sintió esta sen­tencia el Infante D. Alfonso y adelantándose con sus tropas, camino de Játiva, se apoderó de Enguera. Dolió a D. Jaime que su futuro yerno se mezclase de aquella manera en su conquista. Avanzó con su gente sobre Enguera y habiendo capturado a diez y siete moros los m^jidó ahorcaí? a la vista de la plaza, pero sus habitantes no se arredraron, man­teniendo la población por el Infante.

Envió D. Alfonso sus mensajeros a D. Jaime solicitando una entre­vista en Alcira. Contestó el aragonés que antes debía repararse el agra­vio. Con gran celeridad gana a su causa a un caballero de Calatrava, que tenía por el Infante Villena y Sax que se entregan al aragonés, y al mismo tiempo los moros le dan Cabdete y Bugarra. Acude presuroso

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L* KECONQUISTA DK MUBCIA POR EL IINFANTK D , ALFONSO DE CASTILLA 37

el Infante a Villena pero ya er^ tarde pues la habían ocupado los aragoneses.

Le pareció a D. Jaime que ya había llegado el momento de pactar, en evitación de la guerra con los castellanos. El rey se hallaba en Al-mizra y el Infante en los Cahdetes, y acordaron verse entre uno y otro sitio. En las entrevistas conoció D. Alfonso a su prometida, y no es in­verosímil que ésta interviniera para ablandar la voluntad de su padre, y comenzara entonces su carrera de hábil negociadora, que andando los años acreditaría.

Parece ser, que en la segunda entrevista el Maestre de Santiago y D. Diego López de Haro insistieran con D. Jaime para que éste cediera Játiva a su futuro yerno, como dote de la princesa, pero el rey se man­tuvo inquebrantable, aunque como notaremos, firmó un pacto muy fa­vorable a Castilla. El documento tiene fecha 26 de marzo y consta en él: «Facta carta entre Villena et Almiztra quando havieron sus vistas el rey de Aragón et el Ynfat Don Alfonso. Era MCCLXXX secun­da. (1244)».

Firman con el rey de Aragón, tan importante documento: D. Gui­llen de Moneada, D. Ximén de Foces, D. Arnalt, obispo de Valencia, D. Hugo de Folcarquer, Maestre del Hospital de San Juan, D. Guillen de Cardona, Maestre del Temple en Aragón y Jimeno Pérez de Árenos. Estos aparecen en el pacto solemne. Cáscales agrega al caballero Carroz, señor de Robledo, que es posible acompañara al rey. De parte de Cas­tilla firman el señor de Vizcaya, los Maestres de Uclés y del Temple, D. Alfonso Téllez de Meneses, D. Pedro Núñez de Guzmán. También figura D. Gonzalo, obispo de Cuenca, cuyo ánimo estaría bien contur­bado por la muerte reciente de su hermano, en aquellas tristes circuns­tancias.

En las clausulas se declara que Jaime I de Aragón concede al Infan­te D. Alfonso la villa de Alicante, Busot, Villena, Sax, los Cabdetes y Bugarra. Pertenecían a la conquista aragonesa Castalia, Biar, Relien, Sejana, Alarch, Inestret, Torres, Polop y la Muela (junto a Aigues y Altea). Por la división correspondían al reino murciano, Almansa, Sa-rasul y el río Gabriel.

Este tratado no sabemos si fué del agrado de los contemporáneos. Es muy posible que disgustara a muchos de la corte de D. Jaime, aun­que otros, atentos a la próxima unión de los príncipes, augurasen bien de aquella concordia, que cortó una contienda, a punto de estallar, en que no se sabe cuál hubiera sido el resultado. Hoy, los escritores valen­cianos y aragoneses, casi unánimes, se conduelen de aquel reparto, que dicen perjudicó los intereses de Aragón. En la crónica del rey D. Jaime se refiere el enojo de éste, cuando la demanda de Játiva, y la interven­ción de la reina doña Violante de Hungría para calmarle, amparando de este modo los intereses de su hija, la futura soberana de Castilla.

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Tanto Salvador Carreres Zacarés, como Roque Chabás y más recien­temente Andrés Giménez Soler, lamentan el reparto. El último autor manifiesta: «Por él quedó Murcia excluido de la conquista de Aragón y el territorio valenciano terminado en la división de los ríos Júcar y Segura». Censura la conducta de D. Jaime que apartaba a su reino de la misión reconquistadora. Chabás recuerda con acierto que el tratado de Almizra tenía un precedente, del que no se puede prescindir, y es el convenio de Cazorla, celebrado en 1178 entre Alfonso II el Católico, rey de Aragón y Alfonso VIII de Castilla. En el de Cazorla las condiciones son aún más desventajosas para el reino aragonés (20).

E L CERCO DE MULA.—Cáscales narra la toma de Muía antes que el tratado de Almizra. Estimamos ocurrió después, precisamente a causa de lo duro del sitio y lo posiblemente prolongado del empeño. Además, si el tratado se firma a fines de marzo, y es el final de la serie, no corta, de sucesos que hemos referido, lo verosímil es que desde enero no hu­biera lugar a más acontecimientos, cuando en ese espacio de tiempo deben colocarse el episodio de Alcira, los de Játiva, y Enguera y las re­presalias de Jaime I, que preceden al concierto de Almizra, cuyas nego­ciaciones, como referimos, no fueron fáciles y requerían algunos días. Lo natural era que el Infante buscase el clima templado de la comarca valenciana, cerca de la costa mediterránea, en vez de emprender una campaña en el corazón del reino de Murcia, que si bien disfruta de una temperatura benigna no lo es tanto COITÍO la del litoral. Pensemos asi­mismo que el problema de fronteras resultaba más apremiante, y nada podía hacerse sin resolver cuál había de ser el límite de la expansión castellana.

Los inapreciables Anales Toledanos II nos dan la fecha precisa de las conquistas de Mula y Lorca. Dicen así: «El Infante D. Alfonso, filio del Rey don Fernando, ganó a Lorca, et Mula. Era MCCLXXXII (1244)». Recordemos que los mismos Anales fijan la verdadera data de la reconquista de Murcia al consignar de manera terminante: «El In­fante don Alfonso, filio del Rey don Fernando, ganó a Murcia, e otros Casticlios muchos. Era MCCLXXXI (1243)».

El 15 de abril el Infante había regresado a Murcia y en la ciudad otorgaba una carta donando Ella a D. Guillen el Alemán «por servicio que D. Guillen el Alemán se fizo et me fará». Se trata seguríuncnte de un aventurero, de origen germánico, que se distinguió en la conquista, y posiblemente en la campaña de Enguera, pues se le concede el Casti-

(20) Salvador C-irrrras Zacarías, Traiados c.ntrr Cnsiilln y Arf¡í]án. .Su influcnria en la tramitación de la fíeconqnisla, Vaknria, 1<)08. Roquo Chabás, nivisidn de la conífuista de la España mora entre Arag^in y Castilla (Congreso de Historia de la Corona de Aragón dedicado al Rey Jaime I, Barcelona, Í!)09, í, pág I.'IO. Andrfs Gimhmr. Soler, La Corona de Aragón y Granada. Barrelnna, 1908, pá({. 13. Oel mismo, La Edad Media en la Corona de Aragón, Se­gunda edición, Barcelona, 1944, p.íg. 134.

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l . \ R b C O N y U l S t * DE M l R c i * l'(»H l iL I s F A N l h D . A l . K O ^ S O l»K ( ÍAS111.LA 3V*

lio de Ella, que se identilka con Klda, no muy distante de Sax y en la línea demarcadora del tratado de Almizra (21).

Los Anales Toledanos 11 nombran a Lorca antes de Muía. Creemos se trata de una transposición sin importancia, pensando en la mayor en­tidad de Lorca con respecto a Muía y dándole por esto una preferencia en el recuerdo. Lo esencial es la afirmación de que las dos fueron recon­quistadas en 1244. Ahora bien, opinamos que el cerco empezó en pri­mavera, tal vez en mayo, época propicia para sostener un largo asedio.

Oigamos a la Crónica que detalla los acontecimientos. «Mas dexe-inos al rey don Fernando allí en Córdoua descansar sus gentes, que lo auian muy mester, et tornaremos a contar de don Alfonso, su fijo, de lo que anduuo fazicndo por el reyno de Murcia, o lo lo su padre auia en-biado». A continuación está el «'Capítulo de comino el infante don Al­fonso llegó a Murijia, et de lo que y fizo, et de cómmo tomó Muía». Nada sabe el cronista del tratado de Almizra y de sus circunstancias. Comienza luego el autor de la Crónica General a detallar la conquista.

Traslademos el texto aludido: «Contado auemos commo el rey don Fernando enbió a su fijo don Alfonso con grant recua et grant conpan-na al reyno de Murcia. Et desque el infante don Alfonso al reyno de MurCjla llegó con sus requas, conicnCjO luego a partir su conducho muy bien, et a bastecer sus fortalezas, et a dar de lo suyo muy granadamien-te a quantos lo mester auien; et asi comento a andar por todos los lo­gares desta guisa dándoles et asesejándoles et fazicndoles mucho bien».

Las palabras de la Crónica son muy optimistas y reflejan la realidad de un sometimiento en masa de los arráeces, atemorizados por una parte de los aprestos guerreros y de la prestancia de la hueste, y satisfe­chos también del conducho, que resolvía la mala situación económica y alimenticia de sus poblaciones. El rey, protector benéfico, atendía solíci­to a sus necesidades. Creemos que las correrías, a que se refiere el cro­nista, se realizaron antes y después del tratado con Aragón. De paso para Levante atendería a lo más urgente, que no toleraba espera. Nos referimos al abastecimento. Luego, con más holgura, reanudaría la cam­paña militar.

Expone ahora la Crónica lo más interesante. «Et corrió Muía et Lorca et Cartagena et esos logares rebeldes que se le non quería dar. et tirólas et astragolas todas. Et andando esto faciendo, por ese reyno de Murcia esc infante don Alfonso, ouo lengua cierta de Muía: que sy ssc sobre ella echase, que se non podría tener luengamiente, ca estañan muy minguados de vianda los que y eran».

Dos consideraciones surgen del relato anterior. Primeramente, que seguían negándose al reconocimiento de la soberanía de Castilla los arráeces de Muía, Lorca y Cartagena, y que para intimidarlos el infante

(21) Salaí.ar y Castro, IAI Cnm de Lom, Tomo iV, pág. 673. Exislc ol prii)C)[ial en P1 Archivo Histórico Nacional, on la Colpccii'in do Sellos

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40 A N T O N I O B A L L E S T E R O S B E B H T T A

D. Alfonso recorrió los campos de las ciudades enemigas en terribles cabalgadas, que yerpiaban sus alrededores. Esta campaña depredadora sólo podía resultar fructífera y ejemplar en primavera, en que les corta­ban sus panes, como solía decirse. La segunda consideración atañe al aviso de la falta de abastecimientos en Muía.

Siguen los pormenores de la conquista de Muía. «Et el infante don Alfonso, desque esto poi cierto sopo, con conseio et con abinamiento del maestre don Pelay Correa, que punnó en lo abiuar en este fecho, echó sus huestes sobre ella, et touola cercada grandes días; et tanto la afincó le guerra et de grandes conbatimientos, que con esto, que con la grant fambre que auien ya los de dentro, que ouieron a dar et a some­ter en merced del infante et en su poder».

Este pasaje tan circunstanciado de la Crónica, nos obliga a lamentar la escasez de noticias en otros episodios de la reconquista murciana. Otra vez el héroe de las jornadas es D. Pelay Pérez, y no sólo como mi­litar al frente de sus freires de Uclés, sino en calidad de consejero, que decide la voluntad del Infante el cual cerca la población de Muía, que resiste un porfiado asedio antes de rendirse. Cáscales cuenta una tradi­ción que rememora la resistencia. «Estaban los moros tan confiados en su villa de Muía, que, con muchas risas, decían el proverbio usado en todas naciones, que la ganaría cuando la muía pariese, como dicen los naturales; pero el proverbio quedó salvo, y no la Villa, pues a pocos días fué ganada». El fundamento de la conseja es bastante endeble y se basa en una fácil ocurrencia inspirada en el nombre de la población.

Aun la Crónica refiere mucho más. No desdeñemos ni un adarme de su copiosa información. «Et el infante don Alfonso echó todos los moros ende, sinon muy pocos que mandó y fincar iuso en el arraual. Desta guisa ganó Muía este ynfante don Alfonso, que fué el primer logar sobre que se él echó. El maestre don Pelay Correa era y con él, que se nunca del partió; et fizo y mucho bien et touo y grant costa».

Dato de interés, el de que el Infante dirigía la hueste sitiadora y era Muía la primera plaza que cercaba personalmente. Las otras empresas realizadas las confió a sus lugartenientes. De nuevo crecen los presti­gios del Maestre de Santiago y explica el que, como justo galardón, su Orden obtuviera abundantes donaciones en el reino de Murcia.

El cronista inserta después los elogios de Muía. Copiémoslos: «Muía es villa de grant fortaleza et bien cercada, et el castiello della es como alcafar, alto et fuerte et bien torrado, et es ahondada de todos ahonda­mientos de lauor de tierra et de todas caceas de monte que a conplida uilla conuiene, et heredamientos de vinnas et de huertos et de frutales de todas frutas, de montes et de grandes términos et de buenas aguas; de todas cosas es conplida et ahondada mucho». Termina el capítulo: «Mas dexemos al infante don Alfonso en Muía ya cobrada et puesta en

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L\ KI-H:(>N<.UJIHTA W M I H(.:U r o n l;i, í s r \ % i i : 1) At.Ki)sso l»K <",A;^lll.lA 41

rrccabdo, andar por esa tierra vcyeiulo et endercsqando todas sus cosas et corriendo a las vezes estos logares que se le dar non querían».

Las alabanzas a Muía obedecen a la natural alegría del vencedor y a que caía en poder del Infante una de las plazas que defendían con te­nacidad su independencia. Asimismo el ser ¡a primera, y asistir a su cerco el Príncipe, daban relieve a la entrega de la población murciana. El rey Fernando estaba en Córdoba y como expresa la Crónica General: «Et él estando y con la reyna su muger et con sus gentes, scgunt lo con­tado auemos desuso, Uegol mandado de don Alfonso, su fijo que el en-biara al reyno de Murcia, en commo ganara Muía, et que fuera bien andante contra esos moros de Lorca et de Cartagena; al rev su padre plogf) mucho con las nueuas».

Considerable rcsonan; ia tuvo la conquista de Mida v mayor impre­sión se sintiera en el real de San Fernando si se tratara de Ix)rca o de Caitagena. Es {irobable que los arráeces de Lorca y Cartagena intenta­sen socorrer a los de Muía y a ello aluden las frases de la Crónica res­pecto al vencimiento de los lorquinos y cartageneros. El Infante comuni­có las buenas nuevas a su padre, que experimentó suma alegría al cono­cer los uiuníos de su hijo.

Con claridad se desprende de lo transmitido por la Crónica que la toma de Muía es la primera y que Lorca y Cartagena serían conquista­das después, porque el cronista no habla de las plazas sino de los moros, es decir, de los contingentes de los arráeces cjtie fueron vencidos por el Infante.

La noticia llegaría a Córdoba hacia junio o julio de 1244. De todos rnodos antes de últimos de agosto, pues de fines de este mes existe una cana de San Fernando, fechada en Burgos. Poco se detendría en Casti­lla pues enseguida regresaba a tierra andaluza para continuar la campa­ña contra el nazarí.

E L 1NF.\NTE DON FELIPE.—Nos consta de modo positivo que este her­mano de D. Alfonso estuvo en Murcia y calculamos que verificó el viaje en este año. y probablemente en el verano de 1244.

Conforme a las menciones de los documentos, D. Felipe seguía en edad al infante D. Enrique. Sin embargo, Gil de Zamora lo nombra an­tes. Quizá naciera en Sahagún, donde se hallaba la reina Beatriz el 22 de noviembre del año 1231, pues su primera mención aparece en una carta de San Fernando a Santa María de Carbajal, dada por el rey pocos días después, el 5 de diciembre, en León.

Su abuela doña Berenguela había deseado que dos de sus nietos se dedicaran a la Iglesia para que en el porvenir fueran insignes prelados. Confió a los infantitos, Felipe y Sancho, al arzobispo D. Rodrigo Jimé­nez de Rada. Con el Primado de las Españas pasaron los años de su adolescencia. A los doce años era Felipe canónigo de Toledo. En 1240

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42 A N T O N I O R A L I , E S T K H O S H K B E T T A

acompañaba a D. Juan «ei Canciller», a la sazón obispo de Burgos, el cual le otorgaba un beneficio en la Catedral y el Cabildo de Valladolid le nombró canónigo.

Llovían las prebendas y beneficios, más en atención a ser hijo del rey de Castilla que a los méritos, no demostrados, ni a la vocación, que años después se advertiría no era muy sincera. En a!)ri! de 1243 el capítulo va­llisoletano le elige abad de Valladolid y D. Juan le hace colación de la abadía de Castrojeriz.

La carrera eclesiástica del Infante va estaba asegurada v llevaría un ritmo ascendente y acelerado hasta ceñir la mitra de Sevilla. Con una in­consciencia paradisiaca el joven Infante disfrutaba de ias ventajas, sin darse cuenta de los lazfjs que suavemente le iban atando al estado ecle­siástico.

Llegado el año 1244 el Primado creyó conveniente que D. Felipe fuera a París a fin de ampliar sus estudios. Alguien de prestigio y autori­dad debía acompañar al Príncipe y se pensó en D. Juan <iel Canciller)., bajo cuya custodia se hallaba el Infante. Además residía en su diócesis y ya el prelado burguense le había manifestatlo su afecto y protección.

Comenzaron los preparativos para tan largo viaje. Por fortuna conser­vamos las cuentas detalladas de cuanto se gastó en este viaje a París, v las partidas de una expedición a Murcia, porque el raro itinerario empe­zaría en Burgos, y con extraño rumbo los viajeros irían a ¡a capital fran­cesa pasando por Murcia.

La explicación de lo antedicho fué el visitar aquella tierra de promi­sión, como se consideraba entonces a la tierra murciana, invitado el In fante por su hermano Alfonso que mostró hacia 1). Felipe un cariño sin­gular, mal correspondido al correr de los años.

Las cuentas nos informan que D. Juan compró a D. Lubat un pala­frén para él, y en 200 maravedís, a Rodrigo de Juanones, un Caballo que montaría D. Felipe. Años después, Fernán González exigía 50 maravedís de un caballo y Juan Guillen el precio de dos bestias «que tomó el Chan celler quando iba don Felipe a escuellas». Seguramente para la comitiva del Infante serían el caballo que se debía a Rui Díaz de Orbaneja, el rocín que dio Sancha Juanes, y los tres rocines y una muía que facilitó Martín Escribano. Otras tres muías prestó Pedro Maranez del Hospital.

Todos estas acémilas cruzaban los caminos del reino murciano y re­corrían con su pesado andar las calles de Murcia. Visitaba el futuro es colar parisino la rica tierra recién conquistada. Sabemos, por el citado do­cumento, los gastos del vi.ije a Murcia. Alfonso Pérez confiesa que dio sesenta cargas de vino «para leuar el Infante a Murcia», y se reseña lo gastado por Juan Martínez, Domingo Martín y Esteban, hombres de Maestre Miguel, en ir y venir a París desde Murcia.

Un criado del obispo, llamado Martín Yáñez. consiguió cinco vasos de plata, y Juan Pérez, el escanciano o copero, empleó 215 maravedís en

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I.» RBCO^0'J'STA DK M l R l M l'OB IJL l.NrANTb U. \ l FONSO l'K C i s T I l L / . 4 3

conducho que sacó. Se necesitaba moneda extranjera, y este origen tienen las deudas del obispo con el cardenal D. Gil, ayo del Infante don l'Lnrique, a quien se le debían 300 meajas dobles; al Camarlengo del cardenal se le adeudaban 20 marcos de csterlines; a Bartolomé, el usure­ro. 30 marcos de esterlines, y a maestre Ramón un vaso de plata de un marco y 20 libras tornesas.

Ya bien pertrechado de dineros, semovientes, servidores v vituallas, realizan el viaje. No poseemos datos precisos de la época en que lo em­prendieron. Lo suponemos realizado después del 13 de septiembre del año 1244, pues en esa fecha, y en Burgos, expide D. Juan una carta a favor de doña Mayor Arias, y entre los confirmantes aparecen : «De clé­rigos de Santa María de Burgos, Don Pheli()e, fijo del Rey. A poco de transcurrida esa fecha se verificaría el viaje. Su estancia en Murcia pudo ser en el otoño de 1244.

LA TO.MA DE LORCA.—Se acercaba el momento de atacar al prepoten­te arráez de Lorca. Antes ü . Alfonso volvía a Murcia donde permanecía unos días. El último de septiembre se hallaba en la capital, como lo prueba un precioso documento publicado en el Bularlo de la Orden de Santiago. Es una carta de un régulo, del cual tratamos al comienzo de este artículo. Se llama a sí mismo en la carta «yo Don Zeit Abuzeit, nieto de Almiramomoni». Abusaid de la estirpe de los sultanes almohades no trascordaba su abolengo. Daba a Pelay Pérez los «Casüellos que ey en Aragón, Tuy, Orcheta, et Torres (22)».

Lo más interesante del documento consiste en que declara que fueron presentes vieron et ouieron, el Infante don Alfonso, D. Diego López, D. Lope el Chico, D. Pero López de P'arana, Roy López de Mendoza, D. Alfonso Téllez, D. Juan Alfonso, D. Alvar Gil, D. Juan García, don Nunno de Guzmán, Pero Guzmán y D. Ntinno. Este misterioso don Nunno, escuetamente enunciado, no puede ser otro sino D. Ñuño Gon­zález de Lara, el D. Ñuño más famoso en la corte, el poderoso señor de Lara, hijo del conde Gonzalo y sobrino carnal del regente D. Alvar Núñez de Lara.

El de Lara fué el íntimo amigo del Infante D. Alfonso, su compañe­ro de niñez, a quien colmó luego de beneficios, a veces a disgusto de su mismo padre, a quien repugnaba entregarle Ecija, que por fin le dio. a ruegos de su hijo, ban Fernando no olvidaba la prepotencia de los Lara y los años amargos de su infancia en que la poderosa familia persiguió a s« madre doña Berenguela. D. Ñuño estaba casado con doña Teresa de Haro. Entre sus muchos dominios poseía el señorío de Herrera, en tierra de Campos. Sus armas eran, en campo rojo dos calderas de oro con cator­ce cabezas de sierpe, en las asas de cada tma. Había luchado reciente-

(22) También lo puhlic» Burriel, Memoria» tlet Santn fíey, píg. 476.

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44 A N T o N I cj B * L L E s r t n o s H u R E- r T A

mente comu bueno en los campos andaluces y luego se presentaba con los suyos a participar en las fatigas de la conquista de Murcia, secundan­do a su amigo, el primogénito de (bastilla.

En esta ocasión de septiembre de 1244 quizás ocurriese lo referido a otro año por el cronista Cáscales. Cuenta que en Murcia el reyezuelo Zeit Abuzeit se entrevistó con el Infante, que fué padrino de sus hijos, los cuales al convertirse adoptaron, en el bautismo, los nombres de Fernan­do y Alfonso, en memoria y homenaje al rey y a su heredero. Muchos datos más reúne Cáscales del régulo moro, pero su examen crítico nos aparta de la narración principal que ahora nos proponemos.

Que el asedio y la conquista de Lorca se realizaban este afio de 1244, apenas cabe vacilación en admitirlo. El contexto de la Crónica abona esta aseveración, v una fuente, por lo general segura, como ios Anales Toledanos lo afirma categóricamente. Los meses del sitio fueron sin duda los de octubre y noviembre, poi lo cjue luego expondremos.

La obra de Fr. Pedro Moróte Pérez Chuecos acerca de Lorca, da al­guna noticia aprovechable. Su narración farragosa, está llena de elucubra­ciones fantásticas, que no tienen el menor fundamento. Sin embargo. entre tanta prolija maleza a veces se descubre una valiosa aportación que no debe callarse (23).

Para Moróte se rindió Lorca en 1242. Sigue el parecer de Mariana que, más lógico que Cáscales, discurrió yartiendo del hecho de haberse reconquistado Murcia en 1241 y de que no podía interrumpirse la em­presa. Colocó pues, la caída de Muía y Cartagena al año siguiente. Claro es que la equivoción cronológica producía el dislate de terminar la con­quista total ciel reino de Murcia cuando todavía no había empezado.

Más acertada es la descripción que hace Moróte de la imagen de Santa María la Real de las "Huertas, inragen zamorana venerada por don Alfonso y c|ue éste traía consigo en sus gestas militares, como su padre llevaba una Virgen de las Batallas. í'equeñas esculturas románicas alrede­dor de las cuales se congregaban a orar los guerreros en la misma tienda del monarca o del Infante. La de Santa María la Real de las Hirertas había sido el lábaro triunfador que entró con los cristianos cuando la rendición de Muía. Ahora sería la protectora de la empresa lorquina. Por cierto que Moróte, con inexplicable extravío, sostiene que Cartagena fué conquistada antes de Lorca, y su tínico argumento descansa en la su­posición de que la imagen sagrada presidió el cerco de Muía y no se quedó allí y después asistió al sitio de Cartagena y tampoco acabó su pe­regrinación, hasta que tomada Lorca quedaba en la plaza como patrona de la ciudad. El razonamiento carece de fuerza y pugna con lo referido

('¿'•i) B. P. Frriv IVdro Mori>li' IV-rr? CtiiK^ros, Antigí'K'dml v lllaacnfs (¡r la (ciudad de I.nrra y Historia di' Snniíi 1í'irí« la fíral dr Un Iltirrtns (/iir el liry Don Alionao el íiahio trajo para l u conr¡uistn y dejó en ella f.ura mi o'íi/mro y dejensa, año de 1242. Murcia , 1741

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L\ Hl•; :f>^y ;J8l A nu M i t u ' v i'on la. l^^AMl, t>, Xin^s^u u t r - \ s i i i . ( \ 45

j)oi las fuentes. Un lapricho del Príncipe o la voluntad de su hueste pudo decidir la permanencia de la imagen en Lorca.

Hay otra razón atendible: urgía el apdorerase de un centro fortifica­do como el de Lorca, fronterizo del reino de Granada, y aunque el naza-rí bastante quehacer tenía en contener el embate de los contingentes cJe San Fernanclo, no perdería ocasión, o de ensanchar sus dominios, c al menos de ayudar a sus correligionarios a sostener el empuje de la hueste del Infante. La situación estratégica de l^orca aconsejaba el atacar la plaza para terminar con esc peligro amenazador en el Hanco sudoeste del reino de Murcia.

Si torres y muros defendían a Muía no menos fortificada se hallaba L.orca. Su arráez Alí Abenasli gozaba fama de esforzado. En efecto, todos los recursos de los sitiadores se emplearon en ac^uel asedio, decidi-áo ü . Alfonso y los demás caudillos de la hueste, en rendir aquel ba­luarte.

No podemos creer a la letra la serie de disposiciones tácticas que cuenta Moróte escogió el Infante para penetrar en la plaza. Ignoramos las fuentes de donde mana tan gran caudal de noticias. Puede sostenerse que la imaginación interviene en mucha dosis. Sólo unas pequeñas refe­rencias topográficas, conservadas por tradición, le sirven de apoyo. Un bastión llamado de Morviedro, tal vez conservara el nombre del caballe­ro que. con su gente, entró en esa parte del muro. Menciona a Sancho Sánchez de Máznelo y al obispo D. Gonzalo de Cuenca, como presentes en el campamento. El c]iie estuviera el segundo es muy verosímil, porque era el único Prelado de la conquista, y hemos de pensar siempre en la restauración del culto cristiano.

Por último el dato tradicional de la toma de la ciudad, el 23 de no­viembre, día de San Clemente Papa, es el más cierto . Razonemos un poco acerca de esta cuestión. El Infante D. Alfonso había nacido el día de San Clemente, al que profesalia una gran devoción. El convento de las monjas de San Clemente de Toledo fué muy protegido por él, e igualmente ei de San Clemente, de Córdoba, fundado por su iniciativa. Sevilla se tomaría el día de San Clemente, y allí se establecieron otras monjiras cordobesas bajo idrnrica advocación de San Clemente, v tan unidas estaban a la Casa Re.il que const rvan hoy varias reliquias del rev de Castilla, entre ellas el salero de San Fernando. ¿Que de extraño tiene c! que el Infante D. Alfonso esperase al día de San Clemente para dar el asalto definitivo a la ciudad de Lorca? La fecha de 23 de novienv bre la creemos incuestionable.

Instalada en su sede definitiva la imagen de Santa María de las Huer­tas, que había pascado su faz victoriosa por los feraces campos huertanos del reino de Murcia, sería desde entonces la patrona de la ciudad. El in­fante inició una especie de repartimiento cjue luego tendría forma esta-

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46 A N T O N I O B \ L I . E S T E B O S B E R E T T A

ble. Los privilegios a Lorta son ya de fecha tardía. El mismo fuero, im­perfectamente publicado por Campoy, es de 1371 (24).

E L ENIGMA DE CARTAGENA.—Que Cartagena fué la última en rendirse o la postrera en ser atacada, lo estimamos c:ümo lo históricamente verda­dero si la investigación no aporta nuevos dates que nos hagan cambiar de criterio. Expondremos lisamente la argumentación y los motivos de nuestra creencia.

Cartagena no se tomó en 1244. De lo contrario lo hubieran indicado los Anales Toledanos U que sólo citan a Muía y a Lorca. Por otra parte el proseguir la campai"ia en pleno invierno y con tropas cansadas no era recomendable. Si fuerte se consideraba la situación de Lorca, muchas más defensas naturales poseía Cartagena, plaza inexpugnable desde hacía siglos. Escipión hubo de tomarla por sorpresa. Además requería el apoyo de una escuadra.

Situemos el problema buscando una fecha. El 31 de diciembre don Alfonso está en Guadalajara, y sigue pensando en Murcia, pues otorga una carta, con placer del rey, su padre, v de su abuela la reina doña Beren-guela, donando Elche, con sus términos como los tuvo en tiempo de moros, a su hija doña Beatriz, y a todos los demás hijos que tuviese de doña Mayor Guillen, con la condición de que la dicha villa, la esquilme doña Mayor en todos los días de su vida, y goce de todas sus rentas y derechos, pero que no pueda vender, ni trocar, ni empeñar, para que a su muerte pase a doña Beatriz y a los otros hijos que pudieren nacer en doña Mayor (25).

Este documento nos demuestra varias cosas. La persistencia de los amores de Alfonso con doña Mayor, el propósito de no apartarse de ella puesto que se habla de posible y futura prole, y el asegurar el patrimo­nio de la niña Beatriz, precisamente en lo más granado del reino de Murcia, otorgándole población tan rica como Elche. Otra consecuencia se desprende. No se puede discurrir acerca de un sitio de Cartagena por-¡t[ue el Infante estaba ausente y se sabe asistió al cerco de la plaza.

No creemos que D. Alfonso se alejase mucho del reino de Murcia. Era una escapada a Guadalajara, en cuya comarca vivía la Guzmán. De todas maneras había que esperar la estación favorable, no sólo por tierra sino por mar. Creemos muy problable la conquista de Cartagena en el verano de 1245. Unos docimientos han de orientarnos para estrechar las fechas.

El 16 de enero de 1246 (1284 de la Era) el monarca de Castilla in

f24) loFÓ María Campoy, E¡ Fuero dr I.nrra otoniado pnr Allnus't el Sabio, Toledo 191H. Sfi conserva en el archivo municipal de Lorca. En el. Arcliivo Histórico Nacional PÍÍSIP el ori­ginal, muy (loleriorado.

(25) Veáse el Boletín (le la Re.il Academia de la Historia, Tomo CVII, oclubre-diciem-lire. 1935, págs. 7!)7 y 798. Está en el Archivo de la Torre do Tombo, de Lisboa, Gaveta 17. Mayo, 1, niim. 15.

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LA UKCo Q -'! >T, Í)F Mt KI.I^ roa FI, l^^•A^lK U. AÉ,Fít\sí.i DK ( , A S I I I H 47

exercttu prope Jahen, o sea, en ti cerco ele Jaén, concedía a C'artagena el fuero de CcSrcioba, documento muy importante , publicado por mi amigo D. Federico Casal Mart ínez . Esta data es el término ante qucm. Cartage­na era cristiana, pero no Viacía muchos meses de su conquista. En ella habían estado el Infante y el Maestre de Santiago. El sitio de Jaén por San Fernando ha de tener gran importancia para el problema que trata­mos de esclarecer (26).

U n a especie de carta constitucional, como era la otorgada por San Fernando , no se daba sino a raíz de la conquista, y parece extraño que aguardara más de un año en concederla. Adelantemos cjuc el mismo Al­fonso dice un privilegio suyo de ! 259 al obispo de Cartagena : tda iglesia de Cartagena, que nos ganamos de moros, e poblamos la villa de christia-nos e íiciemos y obispo (27)v Prueba concluyentc de que 1). Alfonso acaudillaba el (ejército sitiador.

De que la plü/a fué cercada por jnavo hav testimonio en un privilegio rodado de Alfonso X, del año IZfK), otorgado a Roy García, de Santan­der, donde d ice : cqior muchos servicios que nos fizo sennalada mentre por el seruicio que nos fizo sol)re mar en la nuestra conquista, quando ganamos el Regno de Murcia" . Alude claramente a Cartagena, línieo punto de la costa donde era necesario un auxilio naval. La colaboración de la marina cántabra está demostrada. Lo mismo pasaría en el sitio de Sevilla. Las naves de que podía disponer San Fernando se construían en los arsenales del Norte , ya en Galicia o en Santander.

El sitio de Jaén comenzaba en diciembre de 1245. Fechado el iiltimo día del año expide la Cancillería real una carta de San Fe rnando a la Orden de Calatrava. La da el monarca i?i e.xereitu apud Jaén. El 12 de febrero de 1246 D. Pelay Pérez concede el fuero a Segura, fechándolo en la Bastida de Jahen. La Crónica nos refiere que nestando en Martos este noble rey don Fernando, llegó y el maestre don Pelay Correa, c]ue sallie del reyno de Murcia o dexara al infante don Alfonso, su fijo, bien andan te et se vcnie para él». El Maestre estuvo en todos los hechos de armas murcianos y ahora acudía al sitio de Jaén. Poco después llegará el Infante. El primer documento que tenemos de él es de 11 de mavo dr 1246, apud Jahcnnnir.n.

Cartagena se había lomado aquel verano de 1245 v los contingentes armados se desplazaban hacia el reino de Jaén, donde entonces se deba­tían las fuerzas del granadino en un supremo esfuerzo de resistencia. La profecía de M a h o m a t Ahenmahoma t de Murcia se ctmiplía, v un diplo­ma de 1.3 de abril de 1246 a la Orden de Santiago, y fechado en Jaén, decía: «eo videlicet anno quo Rex Granate factus est vasallus Regís Cas-

(26) Kodcricn C.asal M.TriInPZ, h.l Fiivo dr (Wtnhilm loiircdícío o la ciudad de Carlat¡rria ¡lor r¡ fíey Vfrnnjido IH i'ii 1246, Ciirla(Z<'ii.i. 1931. Carlii nhirrta « D, Julio CaiilUn, rirnia<l.i por \ . H II. ,'Solirr <il fuero ronopiHíIo a (',ail'i>rona\ Ciirrro Erudilo, VMO. pát'. IS!).

(27) McitinrinJ Uislóriro Ks;«iñol, I, pág. 152

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telle, et osculatus est manus eius, ct in signum domini Jahennum tradi-dit ¡]íi». El vasallaje del nazarí abría anchas perspectivas.

En 1250, el 1 de marzo, el Infante dotaría la catedral de Cartagena. Su primer Obispo sería Frav Pedro Gallego, franciscano, confesor del Príncipe. Ya en el año 1247 el Pontífice Inocencio IV ordenó por su Bula que el obispo de Cartagena no estuviese sujeto a ningún Primado. Quiso dotar la Iglesia y escribió ai efecto a San Ferriíuido y al Infante.

Eubel, equivocadamente, apunta la fecha 1241 como la del comienzo del pontificado de Fray Pedro Gallego, el primer Obispo de la restaurada Diócesis Cartaginense. E^rnpezó mucho después. Basta considerar que Cartagena se conquista en 1245 y la dotación de la Iglesia es de 1250. En ningún documento de San Fernando confirma él al prelado de Cartage­na y sí en cam.bio el de Jaén. I^a primera mención de Don Pedro, obispo de Cartagena, es del año 1252, el 1 de agosto, en un privilegio rodado a la ciudad de Palencia.

Así a grandes rasgos podemos concebir la Reconquista del reino de Murcia, la más gloriosa empresa militar del que sería en el trono Al­fonso X el Sabio.

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E S T U D I O SOBRE LA E S C U L T U R A

D E R O Q U E L Ó P E Z

POR EL

DR. JOSÉ SÁNCHEZ MORENO PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD Y DIRECTOR

D E L " M U S E O S A L Z I L L O " , DE M U R C I A

Confesar que no es ingrata una tarea lleva consigo muchas veces, con la satisfacción de decirlo, la posibilidad de insistir en determinados as­pectos de la actividad humana sobre lo que es conveniente ampliar y aclarar conceptos.

Tal es el caso de esta reiteración, al estudiar la personalidad artística de quien se crio absolutamente bajo la mano y el numen de un hombre

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de tanta capacidad de trabajo y aventura de creación como Francisco Salzillo. Con Roque López perdura y se proyecta, no escasamente por cierto, la excepcional obra que durante más de medio siglo llena el caudal de un río casi exhausto en el arte imaginero nacional. Pero con­viene empezar afirmando que las experiencias vivas y prácticas del dis­cípulo fueron capaces de vivir al margen de la imaginación y la fuerza creadora, para expresar la realidad sin jugo genial ni intención de tras­poner los simples límites de lo puramente expresivo.

Hace cuatro años, al escribir sobre la significación de la escuela de escultura encabezada por Salzillo, afirmaba algunos extremos que me place considerar sin rectificación necesaria por mí mismo. Uno, el de la permanencia como tradición escultórica de un estilo influyente en cuan­tos junto a él se formaron, de manera que lo que consagró pudo subsistir con prestigios universales posteriores en la inactiva y casi agotada, por entonces, manifestación del arte escultórico. Otro, que la primacía artís­tica que excluyó cualquiera exterior influencia no indígena, murió sin más eco que el de un discípulo atento y consecuente, capaz de seguir al frente de lo que ya había degenerado en taller por imperativo de la edad y exigencia de los encargos. Que ía fama crecida, muchas veces, por no decir todas, ahoga el propio deseo para satisfacer el ajeno...

Los pormenores biográficos están suficientemente apurados en el me-ritísimo trabajo del Rvdo. D. Antonio S. Maurandi, (¡ue sigue a este capítulo, así como el estado presente de lo que puede ser el nuevo Catá­logo de las obras de Roque López, tan mermado en ese triste período de la vida española contemporánea que comprende los años de 1931 a 1939. De cuanto dije en mi libro sobre Salzillo referido a Roque López, tam­poco he de hacer sino remitir a los curiosos a sus páginas, para no sobre­cargar éstas de citas pesadas... Otra bibliografía nueva no existe, salvo el breve estudio que hizo Espín Rael para el B. de la S. E. de Excursio­nes (T. U , 1947), en donde refundía páginas de mi aludido libro y aña­dió sugerencias muy atinadas sobre detalles diversos; y la Sra. Gloria González de Manzano contribuyó con bien intencionadas notas y un inédito trabajo literario reconstructivo de la biografía de Roque T^ópez a prestigiar su Centenario, consiguiendo accésit en el concurso or­ganizado por la Academia de Alfonso X el Sabio de Murcia. Y nada más.

Ahora, intento completar la comprensión de la escuela escultórica murciana encabezada por Salzillo, seguro de hallar el medio de puntua­lizar más cuanto se refiere a ella.

El presente trabajo abarca breves puntos, pero me parece que han de ser suficientes, ceñidos a lo mínimo indispensable para exponerlos y ra­zonarlos, a convencer por medio de sus asertos. He procurado la origina­lidad, sin pretender crear fantasmas ni dar vida a los que se han creado en más de una ocasión por quienes estaban en condiciones de disiparlos.

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i'«Ti!nio souHK I» K s m x r r m IIK Rocii K I ,OII I

O, siquiera, de no invocar las nebulosas con que oscurecieron la claridad necesaria para construir la Historia.

CíSmo se desarrroUaba la escultura levantina salzillesca era cosa na­tural habida cuenta de los antecedentes y enseñanzas mediterráneos, sobre todo napolitanos, que si se concentran aquí por la figura de Nicolás Salzillo y las frecuentes importaciones de obras de aquella ciudad, tam­poco son cosa exclusiva de esta región española, pues los nombres de Na-cherino (el Michael Angiolo Naccarini de las «Vidas» de Passeri), Giu-liano Finelli, Giovanni Melchior Peres y algún otro, no son nada extra­ños a la actividad artística peninsular. Pero el hecho de que no fuera general la pérdida de nuestra categoría escultórica, sobre residir para sus­tentarse en la gran capacidad intuitiva y la fecundidad del maestro murciano, estuvo también en que se supo conservar para una posteridad, no muy larga, el sentido de la realidad que necesariamente entró, perdi­da la ("hispa genial que le daba vida, en una corrupción de formas donde podía advertirse el agotamiento de la energía creadora, en cuanto esta palabra—dentro del Arte—tiene de limitada.

Todo fué, a partir de la muerte de Salzillo, repetir sus modelos por Roque López, quizás en razón de la misma exigencia de los que hacían el encargo. Alguna vez, sin duda, puede advertirse la escapatoria que la natural tendencia de quien, por no carecer de talento, imponía su inquie­tud para realizar estatuas nuevas... Pero, el detalle es muy significativo, son. salvo rarísima excepción, pequeñas figuras (representaciones del Niño Jesús, pastorcillos, imágenes de urna, crucifijos de celebración) las que componen el caudal sin antecedentes formales en la obra del maes­tro. Ello representa, en mi sentir, la escasa valentía para ir más allá de lo aprendido por una reiteración bien manifiesta, acaso por temor a quedar corto y quien sabe si hasta por un prudente escrúpulo para no compro­meter el crédito «industrial» de que ya se gozaba.

La docencia tuvo eficacísima colaboración con el sumiso aprendizaje de Roque López, y el taller pudo prosperar como prosperaron los de Luis Salvador Carmona y Juan Pascual de Mena, escultores de la misma «quinta», casi, que Francisco Salzillo.

Los años en que comienza la independencia de trabajo de Roque López, están francamente signados por las orientaciones artísticas aca­démicas a que con tanto entusiasmo se entregó el grupo cortesano pro­pulsor y defensor de las enseñanzas de tal clase. El ideal que animaba a los tratadistas de resucitar las formas de la antigüedad clásica, deja de penetrar en el recinto salzillesco, y hasta en el del discípulo, que trabaja en los años de plena dictadura «sanfernandista»: fenómeno bien expli­cado por la reducción que mantuvo López a las formas del maestro.

No es este el lugar para exponer las razones teóricas e influencias que

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determinaron una nueva orientación a la escultura española, en la que tanta parte tuvieron los maestros formados en la Academia, obsesos en muchos casos por la perfección profesional tanto como desdeñosos por la sinceridad en la creación... La escena, la composición, la <(historia)), en una palabra, dominaban como didáctica de la que no era fácil escapar: sólo en los casos de verdadera vocación, los artistas supieron liberarse de estos tan necesarios tentáculos para que el talento propio adecuara en cada ocasión la enseñanza sin convertirla en falsilla igualitaria. Ahí están para demostrarlo los nombres de otro murciano, Bergaz, de José Ginés, también levantino, y de Damián Campeny, coetáneos estos últi­mos de nuestro Roque López, aunque intérpretes de la escultura con otro lenguaje de inspiración y técnica. Después de la depresión marca^ da al principio del siglo XIX, las fórmulas neoclásicas fueron sustituidas por ima regresión al realismo y sus motivos, si bien estos ofrecerían un sentido esencialmente «pictórico» en el dominio de lo plástico.

El fruto de una disciplina

De Roque López puede afirmarse que es el discípulo todo ojos, que sabe captar con fidelidad rigurosa la factura externa de su mentor. Ya desde el momento de la industrialización-—indudable—del taller de Sal-zillo, su primer oficial está comprometido con responsabilidad casi ínte­gra para la construcción de imágenes. Un detalle documental muy cu­rioso es el que nos ofrece, en este caso con verdad por la expresión de la fuente, la fianza que contra él se da el 19 de mayo de 1772 (ante el es­cribano F. G. Ortega, fol. 125), en la cual se le llama "Vezino y Maestro de Escultor de esta dha. Ciudad». Es decir, que antes de haber acabado el plazo de sus enseñanzas legales—se concertaron en 1765 para durar ocho años—, ya tenía crédito de habilidad para poder llamarse maestro. Sin embargo, la verdad es que sólo era un obediente realizador de lo que el maestro creaba, y la mano rectora de éste, como artista de concepcio­nes propias, estaba presente en su taller... Después, también en el de Roque López es fácil advertir lo que de éste había en la oficina de Salzi-11o, de tal manera que están bien claras la inoriginalidad del discípulo y la maravillosa seguridad de su mano, incapaz de romper con la tradi­ción técnica arraigada en sus ojos y en sus gubias.

Una personalidad de características excepcionales fué la de Salzillo. Tanto, que con fuerza absorbente que procedía de su rigor, pudo domi­nar con sentimiento unificador hasta muchísimos años después de su desaparición. Ese es otro de sus méritos indudables: el de poder señalar como «obra del círculo salzillesco» tantas esculturas que, sin ser suyas, acusan diáfanamente el origen de sus líneas y sus volúmenes, de su ex­presión en fin.

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KsTVDIO SOBRF 14 KsCT'LTLnA PF R(X»l'K I.Ol'F.Z 5 3

Tras la definitiva independencia de Roque López, puede seguirse la evolución de su procedimiento simplificador. constreñido por los en­cargos en forma similar a la de los últimos años de Salzillo. Al principio —piénsese en lá estupenda Santa Cecilia de los Músicos—, aun está pa­tente, acaso, hasta la misma m.ano del maestro. No existe el amanera­miento posterior, que pretendo señalar alrededor de los cuatro o cinco años últimos de la centuria decimooctava, y la autenticidad salzillcsca surge, inspiradora, en las primeras íealizaciones inmediatas al falleci­miento... Después, el amaneramiento servil y hasta algo falaguero revela cómo la idea y la forma tienen'escaso ímpetu y corta ambición en Roque, habituado a la asimilación de lo ajeno, con perfecta capacidad para ella, pero sin romper los moldes en que había crecido para la vida de la reali­zación artística.

Cuánto se aleja cada vez más de la obra genial, podría revelarlo grá­ficamente la visión de sus estatuas, aunque también en su caso se pro­duzcan saltos atrás, que en definitiva, son una patente prueba de esa evo­lución que muchas veces manifiesta su solo interés por satisfacer el encargo.

En el mismo año de la muerte de Salzillo, registra en su «Catálogo» la primera obra, una Dolorosa de vestir; de aquél, 1783, es su barroquísima Santa Cecilia, aderezada con el halo decorativo de los últimos Luises franceses, pero, escultóricamente, en la línea tradicional del barroco, aim-que no se quiera entender por algunos. Luego, en 1785, el retablo de Al-hama, destruido, por desgracia, con estatuas de tamaño mayor que el na­tural, depende de la composición tradicional en los retablistas de la Región; y en 1786 el San Lázaro que presidía dicho conjunto, descrito en su (diber veritatis» como «arrodillado, en un trono de nubes con dos niños, uno con el báculo y el otro con la mitra y cuatro serafines, esto todo y las nubes plateadas», es versión, afirmo, clarísima del San Inda­lecio de la Catedral de Almería—también destruido—. Y no se olvide que sólo hav entre una v otra imagen menos de cinco años de distancia... Roque López, tenía, pues, bien ensayado el modelo v fresca su pre­sencia.

Para no andar con demasiados detalles, ya que la evolución es clara, recojo otros santos del artista. En 1788, el San Andrés y los Evangelistas del Sagrario, de la parroquia de San Pedro, ofrecen hasta la vieja técnica de una policromía arcaizante para la habitual en la producción final de la escuela. En 1792, el San Onofre de Alguazas representa un momento excepcional de unción en la forma interpretativa: quizás el tema de la última Cranunión de un Santo, de tanta raigambre emocionante en las interpretaciones plásticas, halló en López pareja con esas ilusionadas y

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temblorosas figuras que al Arte nos legó, y de las que el genialísimo lienzo de Goya, de los Escolapios madrileños, es la más alta e inimitable cima amorosa... En el santo anacoreta de la parroquial de Alguazas, per­dido desgraciadamente en las llamas sacrilegas de 1936, otra figura cen­ceña, exigua, de viejo consumido por la ascesis y las privaciones de la soledad, fué chispazo extraordinario en la rutina ya consecutiva del taller de Roque.

Al año siguiente—1793—, la Magdalena de Alcaraz (Albacete), nos traslada imaginativamente al aire magistral de las figuras bien plantadas al modo del San Juan procesional de la Iglesia de Jesús de Murcia, en una estatua con líneas graciosas y torsión de cintura y cuello de claro an­tecedente salzillesco. En 1796, el San José de la misma ciudad de la dió­cesis toledana es otro ejemplo esbeltísimo, pero en el cual ya es fácil apreciar la tendencia a ceñir las ropas con pliegues menos abundantes.

El examen del «Catálogo» nos ofrece hasta estos años una serie repe-tidísima de modelos que ha de perdurar en adelante, pero se interrum­pirá en 1797 con el prodigio de movimiento constituido en el grupo de La Encarnación, de 1.a Raya (Murcia), en el que las figuras de la Virgen anunciada y el Ángel vuelven por los fueros de la gracia y el prestigio de lo que se hace amorosamente, con ilusión de destino para una iglesia en cuyas proximidades anduvo por los años de la niñez. Éste grupo, del que faltan los pequeños angelitos del libro, responde a una frecuentísima ico­nografía consagrada desde los tiempos más lejanos del arte; pero el próximo, renaciente, lo tenía Roque López bajo las bóvedas de la Cate­dral murciana en el que dejó el maestro Jerónimo Quijano sobre la actual sepultura del jurista alfonsino Jacobo el de las Leyes, aunque la interpretación barroca supo dar otra disposición de movilidad a las figuras.

Con el Resucitado de Lorca y el San Miguel de la sacristía de dicha parroquial en Murcia, inaugura Roque López el 1800. Son ya figuras en las que el modelado, sin dejar de ser correcto, se halla más cerca de esa calidad «tirante», pulida, que hace años se ha impuesto en España: no depende de las recetas del neoclasicismo—en pleno período de esta ten­dencia, se mantiene el estertor barroco—, pero ya son tan profundas las preocupaciones por la insistencia y el logro de detalles naturalistas, como los que aparecen, por ejemplo en las manos, resobadas, del Beato Andrés Hibernón, conservado en el Monasterio de Santa Ana de Jumilla, obra de ocho años antes.

El año 1802 hace los angelitos para la Custodia de la iglesia de San Antolín de Murcia, de acuerdo con una técnica consagrada por él —en la que acaso supera al propio Salzillo—, que obtiene formas y cali­dades naturalísimas en las pequeñas figuras que tanto prodigó: docenas

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KsTi'nio soHRK i.v K,s('i'i.ri R \ ni-; l^oocF I.OPK/.

enteras se registran en su cCatálogo». En ellos, la morbidez de brazos v dedos y la actitud quebrantadura del reposo en que tanto se complacía, tienen buenísimo ejemplo... Por el año ¡809, dos obras de gran valor salen de su taller: el San Juan Bautista de la iglesia de Campos del Río (Murcia), y la Purísima Concepción del Convento de S. Diego, hov con­servada en la parroquial de San Andrés. De esta, puede decirse que es un plagio de la que Salzillo hizo para el convento de franciscanos de Murcia, pero en la que las virtudes escultóricas están manifiestas por la seguridad en la obtención de los volúmenes, si bien carece de esc niirvbo de entusiasmo de que se rodean las efigies del maestro, como fruto de su fervorosa disposición para el arte escultórico.

Ya en 1811, el último de la vida de Roque López, muerto en Murcia en la parroquial de San Pedro a consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla, podemos registrar el San Pedro Alcántara que se conserva en la Iglesia de San Bartolomé procedente del citado convento de «los Die­gos». En esta obra, de alcance escaso pero ungida de cierta emoción, está la última flor de un hombre que dejaba el mundo en plena madurez, v del que puede afirmarse que redujo el entusiasmo religioso del maestro a la fría corrección que es hija de un reiterado intento idealizador no conseguido.

La realidad de un «Catálogo» único

Para no repetir afirmaciones que fueron hechas en mi libro ¡(Vida y obra de Francisco Salzillo» (Murcia, 1945), remito al lector interesado a las págs. de aquél, en donde se hallarán aclarados muchos de los puntos que afectan por igual a maestro y discípulo.

Sin embargo, algo puede todavía contribuir a dejar agotado el tema en torno a Roq\ie López. En primer lugar, para alejar la sospecha que en páginas anteriores apunta mi queridísimo amigo el Rvdo. Maurandi, me interesa dedicar unas líneas al problema de la posible duplicidad de Catálogos, que, como autógrafos, cree el ilustrado sacerdote (¡ue pudie­ron existir.

Teme él que hava habido dos distintos ejemplares, manuscristns de puño y letra del escultor, v que la pérdida de uno de ellos nos deje sin conocer con exactitud la lista completa de sus imágenes. En primer tér­mino hay que hacer constar que, más que descuido del artista para ano­tar sus pocas imágenes auténticas allí no registradas, me iiiclino a creer en el error de imprenta, por la escasa atención que habltualmente hubo en los trabajos murcianos de tal oficio cuando el Conde de Roche dio el original de Roque Ló^^ez a las cajas. Así, en la lista impresa que nos ha quedado, pues el manuscrito desapareció también por 1936, según dice el cura de San Antolín de Murcia en las páginas siguientes, faltan algu-

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ñas por omisión del cajista. Lo mismo que el hecho de que no aparezca registrado el año 1810 lo considero una simple falta del compositor en la imprenta, que no puso el «ladillo» correspondiente en su lugar: puede probarlo el hecho de que la lista de 1809 es demasiado abundante de imágenes en relación con las registradas en los años inmediatos.

En cuanto a la aludida duplicidad de catálogos, creo que todo está en un sencillo «quid pro quo»: se habla de un ejemplar que poseyó el Sr. Albacete y Long y de otro que editó el Conde de Roche: en asevera­ción de lo primero, el Sr. Maurandi defiende, legítimamente, la probi­dad de D. E. Saavedra que lo vio y consultó... Y es cierto; pero enton­ces, cuando aún lo tenía el Sr. Albacete, no tenía otro el Conde de Roche, pues lo que ocurrió es que el procer murciano, al adquirir casi todos los libros y papeles de la testamentaría de Albacete, incorporó a su nutrido fondo bibliográfico el único «libro de veritá» existente, que des­pués editó. Viene a confirmarse ésto por las fechas de defunción de Al­bacete—en 1883—-y la edición del Catálogo por Roche, seis años después, además del hecho conocido y registrado por los murcianistas regnícolas de que el Conde adquirió los citados papeles. El mismo Conde, en la carta a Baquero con que abre la edición, que fecha el 29 de noviembre de 1888, dice textualmente: «Como le prometí en mi última carta, publi­co el catálogo de las obras escnlturales de don Roque López, catálogo que conservaban hasta hace pocos años individuos de su familia y ahora recientemente he adquirido entre otros libros y objetos artísticos»... Todos estos eran los que procedían de la mentada testamentaría del Sr. Albacete y Long. No hay, pues, para siempre, que pensar en la exis­tencia doble de listas esculturales de Roque López, aparte de que sea raro que un hombre tan meticuloso en anotarlas pudiera llevar dos que difieran.

Otro aspecto de la actividad de nuestro escultor es el de la profusión de encargos para los pueblos de Albacete, y, en general, los que sin per­tenecer a la actual citada Provincia son conocidos como incluidos en la geografía de la región manchega. Aquí, salvo la curiosidad que repre­senta, no es posible hacer conjeturas que tengan algún interés crítico, pues todo depende de preferencias de clientela; aunque no quiero dejar de registrarlo, por parecer que le tocó al discípulo completar el tesoro artístico del Reino de Murcia con estatuas destinadas a los lugares en que por lo general el maestro no dejó las suyas. Entre uno y otro, por tanto, consiguieron vestir de un arte levantino, murciano, de ascendiente mediterráneo, las provincias del Sureste que forman el viejo territorio enclavado entre Andalucía, Castilla y Valencia.

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K S H DIO SOIIHK I,\ F.SOI'I-TIRA DE R o g l K 1,OI>K.7, 57

El nuevo maestro escultor

También Roque tuvo su taller con aprendices. Registrados están por Baquero («Profesores...», pág. 225) los nombres de Laborda y Pacorro García, éste último no muy claro para mí. Y en el padrón municipal que reproduce el Rvdo. Maurandi, un Antonio Barceló sale a escena de la escultura murciana por primera vez, como estante en la casa del mismo López. De Laborda, además de lo que registra Tormo en su «Levante», conozco la imagen auténtica que posee D. Miguel Jiménez de Cisneros, pero ni de Barceló ni del tal Pacorro (?) he logrado conocer el más leve detalle.

Que en su casa se repetiría lo que años antes ocurrió en la de Fran­cisco Salzillo, es indudable. Ahí están esas docenas de Dolorosas, Naza­renos, Vírgenes del Rosario, San Roques, etc., que con tanta frecuencia tropezamos durante el repaso del «Catálogo», para comprender que casi son piezas de unas «series» bien características, propias del trabajo ruti­nario de manos auxiliares en peligro de condenarse a no ser puestas en la realización de otras variadas advocaciones.

La pintura de las imágenes ya se ha hecho simplista y se eluden los estofados y esgrafiados con que tradicionalmente eran adornadas las que salieron del taller de Salzillo y, muchas veces, del que dirigió el pro­pio Roque.

También a lo largo de la lectura puede apreciarse la preferencia de los que encomendaban por poseer Niños Jesús y la abundancia de cru­cifijos de celebración registrados en el repetido Catálogo. En cuanto a los primeros, ofrecen una variedad de realización verdaderamente notable por las diversas actitudes anecdóticas en que fueron tallados: unos en el acto de bendecir; otro, con una ovejita conducida; algunos como Niños de Pasión, al modo del de Cano que hubo en San Fermín de los Navarros; muchos, para pesebres... Todos revelan muy buena disposi­ción para estas amables versiones de la figura de Jesucristo, con dedos gordezuelos y cabecitas redondas de cabellera en solución casi ca/ígra/tca.

Las preferencias de la época, ya con tendencia a lo útil, se nos ofrecen en algunos curiosísimos encargos. En 1791, registra una Virgen del Ro­sario «que sirva también para Soledad». Al siguiente, le es encomendado un Niño Jesús «con otras piernas, que sirva para estar sentado». El 1798 otro con una espina ((y se la va a sacar»—no es caso único en estos en­cargos de «Niños de la espina»—; y en 1799 hace un Niño «pescando en una balsa con peces». ¡Bellas y monjiles elecciones de una devoción demasiado pendiente de las sugerencias plásticas que ofrecían las imá­genes representativas del Redentor en su infancia...!

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En torno a los años de la Independencia

De representaciones «civiles)), salvo las figuras de pastores que anotó, SÓIQ unos muchachos y «mocitos de la huerta)) registra. Y en 1789, «para el carro de la Ciudad, los retratos del Rey y la reina, para vestir)). Fueron éstos, sin duda, monigotes de los que era costumbre esculpir en ciertas conmemoraciones reales, y esta no sería otra que la que festejó la coro­nación y subida al trono de Carlos IV y María Luisa, su prima, hija del Duque de Parma, don Felipe, con la que había casado veinticuatro años antes. Hubiera sido curioso haberlas podido conocer para enjuiciar su habilidad como retratista, aun con personajes tan fácilmente «caracteri­zables)) cual lo eran los famosos y repetidos modelos de Francisco de Goya...

Y hablando de todos estos nombres, otra observación ha de hacerse. Es la de su actitud ante la invasión francesa, de lo que, personalmente, no se sabe nada, pero que repercutió algo en los encargos y en la activi­dad y movimiento de su taller. El año 1808 es, por cierto, el segundo como escaso en obras registradas en todo su «Catálogo» : sólo ocho figu­ran en él. En el de 1809—bajo la cual fecha ya indiqué creo está com­prendido el año 1910 también—, nos revela sólo diecinueve encargos, por lo que podemos deducir que el temor y la intranquilidad españoles ante la presencia de los gabachos no eran clima propicio para la serena dedicación al arte devoto, bien ultrajado y depredado por nuestros venci­dos vecinos. ¿Puede ser que el año 1810 fuese de inactividad absoluta por tal circunstancia? ¿Acaso los síntomas de la enfermedad que en 1811 acabó con su vida ya le impidieron trabajar? Creo que ni lo uno ni lo otro: en el primer caso, por la razón expuesta del simple error de imprenta; y en el segundo, porque la invasión epidémica sería violenta como en tales casos ocurre, sin antecedentes apreciables, entonces, para conocer su in­cubación. Por el año siguiente, en 1812, se editó un curiosísimo folleto, por el impresor Teruel de esta ciudad «para precaber y disminuir los efectos mortíferos de todo contagio, particularmente del de la fiebre ama­rilla...», debido a Miguel José Cabanellas, para lograr que «su propaga­ción en el caso que aconteciese... el vecindario ni la guarnición tengan la menor cosa que teme». Ignoro el valor práctico de este librillo, pero por su coincidencia con lo que fué la causa de la muerte de Roque López y poseer un ejemplar entre mis papeles, he querido citarlo.

¿Fué afrancesado Roque López, o permaneció fiel a la lealtad patrió­tica de la que su paisano el Conde de Floridablanca fué tan celoso? Como no hay datos que permitan afirmarlo, nos complace suponerlo enemigo de la paz napoleónica que tan cara costó a los pueblos que se plegaban a sus términos. Y buena gloria haya para su alma y su me­moria...

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ESTIIDIO SOBRE LA KsClILTXTRA DE RoQtTE (x)PK¡í 5 9

Roque Lópex y el «Belén» de Riquelme

Al estudiar el llamado «Belén de Salzillo» en mi citado libro, regis­tré con la crítica oportuna los documentos de los cuales deducía, acorde con la calidad escultórica, que parte de aquél se debía a la mano del dis­cípulo Roque López. Me interesa repetir ahora que el documento siem­pre sirve como fuente de fe, pero no en absoluto, por cuanto que su cir­cunstancia crítica es la que debe darle la cualidad definitiva en tal sen­tido : en principio, puede ser cierta la afirmación que represente directa­mente o por contraste; mas fiarse de él con criterio catalogador de na­turalista que deduce todas sus afirmaciones de las condiciones puramen­te físicas del mineral, el insecto o el pez, es exponerse a yerros peligrosos. ¡Cuántos contratos para una obra de arte se han formalizado, y, después, se ha desistido de su realización! O han sido encomendadas a otro, o cedidas, o no hechas por diferencias posteriores al primer convenio, sin que se cuidasen ya las partes de anular públicamente lo contratado... Así, el trabajo investigador que no lleve el aderezo de una recta confirmación científica tiene amplias posibilidades de ser estéril cuando no falso o des­orientador.

No creo que pueda ocurrir esto en el estudio sobre el Belén, y a lo que entonces, en 1945 mantuve, remito a los que hayan llegado hasta este punto de la lectura del presente capítulo de la Historia de la escul­tura murciana. He procurado huir de la cita, por considerar que no debía ser de fría erudición, sino de razonados párrafos cuanto a Roque López se refiriera. Además, el Cura de San Antolín ha buscado con gran fortuna y muy buen criterio los documentos reconstructivos de la biogra­fía de López, sobre los que ya aporté un núcleo pequeño pero decisivo en la edición donde estudiaba a Salzillo. Ninguno de aquellos se rectifica —salvo el detalle deducido de la propia declaración paterna referido al año exacto del nacimiento, y que dependió de la inseguridad en la me­moria del progenitor—, y ello me satisface; así como el hecho de que al rectificar Maurandi mi atribución de la Dolorosa de Alcaraz, consigna que, al hacerlo, dándola como de Salzillo hice constar que era «obra de poco empeño, acaso con mayor intervención de discípulos en su taller» (Op. c i t ; pág. 148).

Pero volviendo al Belén, las figuras que en este consideré salidas de las manos de Roque, están en muchos casos proclamando la distinta pa­ternidad de Salzillo, y, hasta dentro de la atribución al discípulo, avisan de momentos diferentes en el cuidado, el interés, la «gana» y el entusias­mo en modelarlas... Ello, la visita y visión de sus grupos lo dicen con cla­rísimos acentos. Especialmente el grupo de la Degollación de los Inocen­tes con sus numerosas actitudes nos puede ofrecer la diversidad de cali­dad en los modelados, policromía y expresiones de personajes: está pa-

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tente que algunos de ellos fueron hechos con cuidado, perb también otros casi pueden proclamar una «tercera mano» por la inferioridad de su va­lor plástico.

Forzoso será confesar que la fidelidad a lo aiuéntico del maestro acaso no dejara más salida a la identificación que lo incontrovertible de un documento reproducido en mi citado libro, cuyo lenguaje cronológico es decisivo para el caso.

Unos problemas de atribución

Dos pequeños problemas de atribución son los referidos a las «Dolo-rosas» del Gremio de Sederos (parroquial de San Andrés de Murcia) y de la Cofradía de la Preciosísima Sangre.

Respecto de ambas se ha afirmado que son obras de Roque López no catalogadas en su verídica lista. Sin embargo, el cómputo de ciertas circunstancias y características permitirán la desatrihución. En cuanto a la de San Andrés, consta que se estrenó por su devota agrupación gre­mial en el año 1784. Es rarísimo que para ser de las primeras estatuas salidas de mano de López, recién establecida su independencia, dejase de anotarla. Mas me inclino a creer que estaba comenzada—no es posi­ble suponer en qué estado de adelanto—, por Salzillo, y que el discípulo, si acaso, se redujo a darle los toques necesarios para entregarla. La Sema­na Santa de 1784 está demasiado cerca del año final de la vida de Salzillo...

En cuanto a la segunda imagen, estoy convencido de que es la vieja Soledad de Nicolás de Buésy a que alude Díaz Cassou en su «Pasiona­ria», y que fué convertida en Dolorosá por Roque López. El hecho de que su mirada esté dirigida al cielo nó impide el que- sea Soledad, aun­que parezca que la normal colocación de éstas es teniendo los ojos incli­nados : de las dos formas se hacían, y en la relación de obras de López puede verse más de una Vez citada aquella advocación «con la vista in­clinada al cielo». Si así estaba la de Bussy, sólo haibo de colocarle las manos en actitud suplicante el escultor, tallándolas de nuevo. En el de­tenido examen de la escultura parece indudable que la madera emplea­da en cabeza y busto sin desbastar es distinta de la de las manos. Tam­bién los detalles técnicos de la manera de tallarla están demasiado cerca de la del extraño artista de la Cofradía del templo carmelitano de Mur­cia: la cara se afila desde los pómulos a la barba; la unión de los arcos ciliares determina una especie de arruga—que en fotografías se acusa mejor—, y el volumen de aquellos obliga una prominencia que hace apa­recer los ojos algo hundidos, con una gran sombra proyectada por el sa­liente del frontal entero; hasta la lividez transparente de la encarnadu­ra, pese a mostrar un posterior barniz, no difiere de la habitual en las imágenes auténticas de Nicolás de Bussy. En suma, el mismo hecho de

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KSTIOIO SOHRK 1,^ ESCUI.TIRA DK RoíJIIE 1,01'KZ 6 1

que no aparezca registrada en la relación manuscrita del escultor, en principio siempre es un indicio demasiado elocuente mientras otra más fuerte prueba en contrario no lo destruya. Una simple reparación, adap­tación o restauración, no hallan cabida en el «Catálogo» de López, como, por ejemplo, tampoco aparece registrada la que hubo de hacer con la imagen de la Virgen de la Fuensanta, Patrona de la ciudad de Murcia, en 1802, cual anota el Doctoral La Riva en su «Historia de Nuestra Se­ñora de la Fuensanta» con motivo del informe que el escultor hubo de dar al Cabildo catedralicio sobre la antigüedad de dicha venerada efigie.

Me interesa hacer constar que el hecho de que el Sr. Saavedra aludie­ra en su artículo «Obras artísticas en Muía» (1889) a imágenes que apa­recían registradas en el Catálogo original que poseyó Albacete—el mismo que pasó a Roche aquel mismo año—, demuestra que siendo uno solo, en efecto hubo errores y omisiones de imprenta... Aquel mismo año fué editado por el Conde murciano, con las mermas aludidas en re­lación a la consulta de Saavedra. Una última advertencia: el conocido —por citas— «Noticiero de Rocamora» tan repetido por los regnícolas en sus alusiones bibliográficas, creo que fué poco visto en realidad... Y sus datos y afirmaciones bien poco crédito deben merecernos en rigurosa valoración de fuentes históricas, pues rara vez han coincidido con la ver­dad. Me parece que fué una especie de lejana hijuela de los Cronicones del P. Román de la Higuera...

Dos breves referencias finales: una, respecto a los bocetos, confirma su gran maestría para modelar pequeñas figuras. Ejemplar interesante para comprobarlo lo tenemos en el que hizo para la gran imagen de San­tiago, en su parroquial lorquina, por cierto la más cara de todas sus es­tatuas después de la de San Lázaro para el retablo de Alhama de Murcia. La segunda alusión es identificatoria: tengo por seguro que la destruida imagen del Cristo yacente que hubo en Santiago de Villena era de su mano, y, posiblemente, la que aparece encargada el año 1805, «de siete palmos, envuelto en una sábana, para Antonio Albarracín», nombre ligado en otros lugares del Catálogo a la histórica ciudad.

Conste como curiosidad, que después de hacer el año 1802 una Virgen del Carmen de media vara con Niño y dos serafines, peana v dos almas de medio cuerpo, para cierto maderero de la Puebla de Huesear (será la de Don Fadrique), recibió al siguiente el encargo de un grupo de gran tamaño, en toda regla, para aquella localidad, demostración del buen recibimiento que se le hizo en el lugar a lo que por su tamaño parecía casi un boceto.

En la lista del Catálogo—^no es de todo fiar la que con ciertas modifi­caciones caprichosas incluyó Baquero al final de sus «Profesores»— hay muchas obras que no pudieron ser identificadas cuando existían casi en su totalidad; menos lo pueden ser ahora, y fuerza será que queden como en el secreto que han levantado el tiempo, las llamas, el olvido y las

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malas restauraciones... Pero de todos modos, si la fama de Roque López anda muchos codos por bajo de la de su maestro, no es tan poca que no se le debiera una honra adecuada y el homenaje que como discípulo de aquél merece y a mí me satisface tributarle.

Dios quiera que contribuya dignamente este modestísimo capítulo crítico.

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ESTUDIO SOBRE I.A E S C U L T I R A DK ROOVE LÓPEZ 63

NOTAS A LAS ILUSTRACIONES

Para no dejar sin la necesaria i lustración gráfica este estudio monográ­f ico sobre el discípulo más famoso de Francisco Salzilio, ofrecemos las si­guientes notas en relación con las reproducciones escogidas para el caso. Faltan, aparte de numerosas imágenes desaparecidas, documentos fotográ­ficos de un gran número de las que realizó en ese periodo anotado en el «Catálogo» original, desde 1783 a 1811 , pero se ha procurado seleccionar lo mejor entre lo que rompe la mediana estimación que merece.

Figura 1

INMACULADA (Iglesia parroquial de San Andrés: Murcia). Proce­de del desaparecido, cuando la "Desamortización" de Mendizábal, con­vento franciscano "alcantarino" llamado de Los Diegos, que hubo en la Puerta de Castilla de esta ciudad de Murcia. Totalmente, y pobremente, inspirada en la joya incomparable de Salzilio que poseía el Convento de San Francisco, también víctima de la más expeditiva forma de atentar contra el tesoro religioso artístico de España: el incendio, naturalizado y consustancial en toda "efusión" de la popular soberanía...

Muy bien tallada, pero sin la airosa gracia de "la otra", quemada el 12 de mayo de 1931; sin esa impronta de delicadeza que Salzilio, viejo ya, dejó en la Purísima de los Franciscanos, movida por una leve flexión de cintura, y sin la majestuosa mirada de aquellos ojos. Esta de Roque López, usó del boceto en barro que poseían los Marqueses de Or-doño, ajustándose demasiado al rigor de masas y volúmenes y obtenien­do una cabeza "bonita", sin duda, pero escasamente idealizada. La

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mitad inferior de la imagen es pesada, y sin ostensibles preocupaciones escultóricas. De todos modos, es de lo mejor que nos ha quedado en la producción del artista.

Figura 2

CRISTO (Parroquial del Carmen: Murcia). Cabeza de una imagen de devanaderas para el grupo con la Samaritana. Fría realización, sin fuego interno ni calidad religiosa, buena para ser adjetiva a preferen­cias suntuarias de vestiduras de ricas telas. Sus ojos, desmesurados, pro­claman la personalisima interpretación de las miradas que distingue a Roque López.

Figura 3

LA SAMARITANA (Imagen procesional de la Cofradía de la Pre­ciosísima Sangre de N. S. Jesucristo, que desfila el Miércoles Santo. Pa­rroquial de Nuestra Señora del Carmen: Murcia). Es popularmma figu­ra y típica imagen "de vestir", tan propicia a la fastuosa y convencional preferencia de las gentes... La cabeza y las manos son la única obra del artista, aquí; con evidente concesión al gusto de hacer una cara de mujer guapa, levantina, casi "racial" en el localismo agrícola de la vega del Segura. Y, naturalmente, esta figura no revela a la curiosa mujer de Sa­maría cuando cerca del agua del pozo histórico oyó la promesa del agua viva que Cristo le nombraba: más bien, estará sorprendida en su inicial diálogo desenfadado...

Los ojos, algo excesivamente abiertos, son típicos en la expresión de las cabezas de Roque López, y hasta la misma carnosidad de las meji­llas es signo distintivo muy reiterado.

Figura 4

SAN PEDRO ALCÁNTARA (Iglesia parroquial de San Bartolomé-Santa María: Murcia). Procede del citado convento de Los Diegos, y ha sido enjuiciado como algo de lo magistral en la producción del escultor.

Indudablemente, como traducción expresiva del éxtasis del gran Santo, obseso por la práctica penitencial, y que tanta impresión causó por las huellas de su ascetismo a nuestra Santa Teresa de Jesús, es un ejemplar de gran fuerza. El efecto escultórico se ha resuelto con sencillez técnica en la cabeza, con sólo afilar mandíbulas y barba compensando

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KSTUDIO SOBRE LA KsClILTURA TE Rogl lE I.OPKZ 8 5

por dos profundos surcos arqueados-^—como paréntesis a la boca—la elc' vacian de la mirada y el volumen de una gran frente.

Rompe el escultor la habitual y tradicional colocación del Santo, en pie y recibiendo inspiración para escribir su tratado penitencial, y lo co­loca arrodillado, portador de la Cruz, al modo de alguna representación pictórica casi contemporánea, mirando al ángel que desciende con una "cédula" en la que se lee "Oh, feliz penitencia", según el mismo (diber veritatis» del escultor describe. Merece, además, ser registrada por excep­ción esta escultura, pues fué la última realizada, en 1811, muy poco antes de que la epidemia contagiara al artista y de ella falleciese, a los sesenta y cuatro años de edad, en la de no esperar, humanamente, nue­vos y extraordinarios destellos de su arte... tan poco suyo.

Figura 5

SAN MIGUEL ARCÁNGEL (Iglesia parroquial de San Miguel: Murcia). Con haber utilizado cualquier modelo de los muchísimos que abundan en la iconografía del Arcángel, el Defensor de Dios, ya tenia una casi invariable fuente representativa'de esta imagen, de seria dificul­tad en lograr que no sea ridicula por su postura de equilibrio tan propp-CM a no acertar el punto de gracia... Sin embargo, Roque López ha sali­do airoso de esta prueba con sólo atender, sin reforma, a tanto antece­dente de que disponía.

Modelado y talla son sencillos y acertados, y la abundancia de con­vencionales adimentos de vestuario militar que siempre caracterizan al "príncipe de la milicia celestial" contribuyen a hacer más "movida" la efigie del Arcángel, reveladora del bien aprendido oficio del escultor.

Figuras 6 y 7

ANGÉLICOS ADORADORES DEL SACRAMENTO (Iglesia pa­rroquial de San Antolín: Murcia). Dos pequeñas joyas en la escultura de Roque López, típicamente de su arte tan cariñoso para las representada' nes de niños, y por encima, acaso, en tales figuritas, del mismo maestro con quien se educó.

En este par de ángeles, la seguridad valiente del artista obtiene un perfecto modelado, exento de amaneradas actitudes y, en cambio, tribu­tando a la elegancia, tan pocas veces manifiesta en las tallas de nuestro escultor. Son estatuillas alegres, optimistas, poco unidas—ciertamente— por místicos o celestes arrebatos, pero con buena voz plástica de su cOn-

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tentó por hallarse junto al tabernáculo: pequeñas actitudes de davidica danza ante el Señor, a cargo de unos espíritus angélicos hechos cuerpo en madera, de encarnadura y policromía muy bellas.

Figuras 8, 9. 10 y 11

ANGÉLICOS DE LA DOLOROSA (Iglesia parroquial de San Juan: Murcia). Otra copia de las cuatro joyas que Salzillo dejó a los pies de su popular "Dolorosa" de la procesión matinal de Viernes Santo en Murcia. Honradas réplicas fidelísimas de aquéllas, como en calco o mol­de de "apretón" algunas veces... pero en lo bueno del empleo de sus fa­cultades habilidosas.

Figura 12

SAN ONOFRE (Parroquial de Alguazas, provincia da Murcia). Es­tatua de primer orden en la producción del discípulo de Salzillo, des­truida en 1936, y a la que expresamente se alude en el texto del estudio precedente. La primacía de los detalles anatómicos, naturalistas, es bien manifiesta; y la expresión de un semblante transfigurado por el ejercicio espiritual y la emoción del momento reproducido, es felicísima.

Figura 1 3

SANTA CECILIA (Convento de Agustinas: Murcia). Actualmente depositada la efigie en la Catedral de Murcia, es la primera que anota el escultor en su "Catálogo", el año 1783, el mismo de la muerte de Salzillo, sospechosamente indicador, para esta figura, de que el consejo y acaso la misma mano del maestro anduvieron cercanos a la realización de la estatua.

Plenamente, ya, dentro de la estética juguetona y pródiga de lo fran­cés, con detalles de artesanas adherencias caracterizadas por el sello de un preciosismo elocuente: amanerada colocación, para la primera condi­ción devota exigible; amplia presencia de las ropas en escultórica traduc­ción de ampulosidades propias de las preocupaciones pictóricas de un barroquismo que degenera, no puede negarse la conseguida dulzura en la expresión de arrobo con que está dispuesta la mirada de la celestial Pa­traña de los músicos.

La imagen trae a la memoria la posible inspiración, más que posible.

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indudable, en ciertos grabados italianos del Seiscientos, sin más notable diferencia que la "arquitectónica" disposición de los tubos del órgano que en nuestra estatua tañe la Santa.

Razones por las cuales sea posible afirmar que aquí está patente la mano de Salzillo mismo, podrían ser, ciertas, el modelado de los pies y el del cuello de Santa Cecilia, así como la sensación de movimiento en prodigiosa tensión ante lo que llega de arriba y perturba la música que se halla interpretando la bienaventurada. Pero de Roque si son los rasgos de la cabeza—grandes ojos, boca menuda, nariz fina de cortas aletas v bra-r'>.v gordezuelos con el característico abultamiento en las muñecas...

La policromía, con esgrafiados y oros abundantes es bellísima; son muy de lo exótico el armiño de la capellina y los lazos que abullonan las anchas mangas de la túnica, ceñida e insinuada con pliegues de traje de corte, como de gran fiesta... Las manos, en distinto oficio, no están lejos de Ins figuradas para su Santa Clara por Salzillo, salvo la distancia de lo magistral a lo imitado...

Figura 14

BEATO ANDRÉS HIBERNON (Convento de Santa Ana: Jumi-lla, prov. de Murcia). Una de las varias imágenes que hizo Roque López del bienaventurado murciano, todas ellas a consecuencia de su beatifica­ción, y en la aceptada iconografía local de Laríz y Martín, grabadores, que también honraron al "casi santo" de Murcia. Débil de aciertos ex­presivos y muy detallista en lo anatómico, exagerado, con escasos signos de espontaneidad y muchos de insistencias personales.

Figura 15

CRISTO RESUCITADO (En Lorca, prov. de Murcia). Se cita por alguien esta escultura—de las poquísimas salvadas de la destrucción casi total que sufrió aquella ciudad en su tesoro artístico—como la "obra maestra" de López... La verdad es que en lo que tiene de excepcional, la cabeza, es una réplica inconfundible de muchas originales y típicas de Salzillo, hasta en la disposición de barba y cabellera: lo demás, siendo como es notable, esbelto y fino, está ya dentro de una técnica menos exigente, más liberada de agobios én la obtención de formas fieles a la realidad rigurosa; y, por tanto—es obra del 1800—pudiera advertirse un involuntario tributo a la técnica ambiente en España por .aquel tiempo. Bien construidos los paños del sepulcro y el que rodea al Señor por cin­tura, espalda y hombros, y aparatosa la acción de elevarse—no de enton-

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ees—, que más parece de esfuerzo por adelantar. Es, eso sí, imagen devo­ta y grácil.

Figura 16

VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS (Iglesia parroquial de Cehegin, prov. de Murcia). Cuatro modelos inmediatos tuvo del maestro Salzillo para elegir entre ellos: las "Angustias" de Murcia, Lorca (destruida en su hornacina con una bomba, para "ahorrarse" el esfuerzo de bajarla a que ardiera en la calle, en agosto de 1936), Yecla (Murcia) y Dolores (Alicante). De éstas, la de Murcia variando la inclinación de la cabeza y con escasas modificaciones es la que prefirió.

Es muy curioso por su "regionalismo" este tii)o representativo de la Quinta Angustia, aceptado en la iconografía cristiana desde el primer tercio del siglo XV, con el Cristo muerto sobre las rodillas maternas, y mucho después descansando su Cuerpo en el suelo... Aunque la escultora Luisa Roldan lo populariza, en Murcia se centra la preferencia, incluso con obras de importación napolitana (Virgen de la Caridad, en Cartage­na) y otras anónimas dentro del círculo artístico en que todas estas repre­sentaciones levantinas pueden incluirse, como la de Caravaca.

En las imágenes del grupo de Cehegin puede apreciarse ima insisten­cia en tratar con muchísimos pliegues paralelos los paños de la Virgen, el sudario y hasta el mismo, brevísimo, de "pureza" que lleva la figura de Cristo muerto. El cuello y hombro derecho de ésta se unen desdi­chadamente por una masa de excesivo volumen y falsa anatomía. La cabeza del Redentor, pulida en resobamientos de mechones de cabellos y barba; la de María, al "pie de la letra" con la citada de Salzillo... Un grupo notable, sin duda... si no se hubiera hecho antes la otra de Murcia.

Figura 17

VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS (Colección de la Baronesa de Solar, en Jumilla, prov, de Murcia). Copia en menor tamaño de las "An­gustias" de Salzillo en la parroquial murciana de San Bartolomé-Santa María. Deliciosa reducción de ésta, fiel y excep^ionalmente conseguida, de bellísima policromía y los siempre graciosos angelitos de la gran habü lidad dé López. Para la consideración general de sus esculturas, ésta, entre todas, habrá de ir a un lugar primero, si bien es una prueba elo­cuente de que. fué un escultor "todo ojos".

Es un ejemplo de la facilidad que L6i)ez tuvo liara modelar imágenes de urna, en las que es más asequible esquitar problemas de los que plan-

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tean, técnica y artísticamente, las tratadas en grande... Por eso prefirie­ron tanto los contemporáneos el encargo de estas familiares, intimas y domésticas personificaciones de la devoción o el patronato hogareños.

Figura 18

JESÚS NAZARENO (Iglesia del Carmen: horca, prov. de Murcia). Debe haberse arreglado para la actual disposición, casi "a lo Medinace-li". Es imagen de vestir, de cabeza interesante pero de poca emoción, tallada, como las manos, haciendo concesiones a la minuciosa y repasona acción de herramientas del arte; a pesar de todo, es innegable su aire devoto y adecuado para la aceptación popular de los fieles.

Figura 19

SAN LORENZO, MÁRTIR (Convento de Franciscanos: Alcaraz, prov. de Albacete). Imagen de pocas pretensiones escultóricas, de formas sencillas y cabeza poco trabajada, ya en la etapa de menor atención y nuevo apresuramiento por la abundancia de encargos. Dentro de una "serie" en la que pueden incluirse San Miguel de los Santos (en la iglesia murciana de Santa Eulalia, procedente del derruido convento de Trini­tarios), el Beato Ribera (sin más diferencia que las barbas), el San Fran­cisco Javier (de Peñas de San Pedro, en Albacete), y algunas más.

Figura 20

SAN JOSÉ (Iglesia del Carmen: Lorca, prov. de Murcia). En la tra­dicional interpretación "salzillesca" definitiva del Patriarca y custodio de Jesús, con el Niño en brazos, de cabeza casi triangulada por una agu­da barba y ropas ajustadas, a la italiana; en el caso de esta de Lorca, sin tanto acierto cual en la de Alcaraz, quizás la de mayor calidad es­cultórica y belleza decorativa, pero de afortunadas vestiduras, todo "al dictado" de quien fué su guía en la escultura.

Figura 21

BEATO JUAN DE RIBERA (Convento de Agustinas). El que el gran varón de nombre tan ligado a Valencia ordenase la Regla y Consti-^

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tuciones de las Monjas reformadas Descalzas Agustinas, hizo, natural­mente, que pasara a los altares de los cenobios de éstas con explicable preferencia; y Murcia también honró al Patriarca de Antioquía, por co­rresponder al interés de él para las monjas, bien definido en la famosa carta que en diciembre de 1S98 dirigió a Sor Dorotea de la Cruz con de­claraciones sobre "lo mucho que siempre ha deseado una perfección de vida en las Religiosas dedicadas a Dios".

La fuente iconográfica para la escultura—de las de candclero, con solo cabeza y manos—es la de su retrato ribalteño tan conocido y repeti­do, luego en grabados que circularon a raíz de la beatificación por Pió VI en 18 de septiembre de ¡596; y sólo tuvo el escultor que sustituir la cus­todia de sus devociones—la más alta y seria, al mismo Cristo Sacramen­tado—por una cruz a la que mira sosteniéndola levantada con una mano. Lo demás es sólo atender a la verdad retratística, sin más preocupación rpie la de obtener el parecido, por lo que, salvo él, no nos revela otros valores esta imagen.

Figura 22

SANTA MARÍA MAGDALENA {Convento de Religiosas Fran­ciscanas: Alcaraz, prov. de Albacete). Es una de las mejores tallas de Roque López, dependiente en absoluto de las enseñanzas de ritmo de lineas y policromía características del taller de su maestro. Figura de be­llísima cabeza, cercana al tipo algo andrógino que ofrecen ciertas imáge­nes del periodo industrializado de la oficina de Salzillo. Una línea poco elegante divide la estatua al comienzo de su tercio inferior, para quitar esbeltez y sentido del movimiento al modelado desde la altura de las rodillas.

Es poco frecuente la elección de esta postura rígida de María de Mag-dala, la pecadora y fiel penitente, y no tiene modelo anterior en Salzillo. Falta en la fotografía, pero debía llevar en la mano derecha, un estili­zado pomo simbólico de su caritativa unción a los pies del Redentor, usando luego de su cabellera—suelta y abundante en la imagen—para enjugar humildemente el ungüento derramado en homenaje y anticipo profético del en ^^alsamiento de Cristo.

La hemos de considerar como de las mejores obras de Roque López, fundamentalmente sujeto aquí a las imposiciones de calidad verdadera en el amontonamiento de tantos entrantes y salientes de los paños en que está envuelta la que, por tradición, habría de mostrar más desnude­ces que ropas. Es bellísima la proporción de busto y cabeza, y, por con­traste, el policromado es de menos importancia de la que merece la imagen por su empeño escultórico.

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F . s n n i o SOIÍRK I:\ K s t u i , [ r K \ vv Woinv Lorr:/ 71

Figura 23

SAN CAYETANO (Ermita del Cristo de las Eras, en Carcelén, pro­vincia de Albacete). Por el modelo de las representaciones del Santo lisboeta Antonio, está sacada esta figura del famoso y milagroso clérigo fundador. Con ser tan necesaria su expresión de ternura para el Niño Jesús, la de esta obra de López no obtuvo sirio un sentimiento como de "ausencia" en la cabeza de la imagen, que, en cambio, está consegui­da con fácil colocación y modelado de discreta sencillez. El Niño que sostiene no será del escultor que talló la estatuó del providente Santo...

Figura 24

NIÑO DE PASIÓN (Convento de Franciscanas de Santa Clara: Murcia). Para su acreditada fama, bien significativo entre las versiones populares, monjiles, anecdóticas, que aquí conjuga la silueta y el símbolo pasionarios con otra—invisible en la foto—de un juguete pastoril el cual la misma imagen lleva prendido con una cadenilla a un minúsculo cor­dero... Todo en esta delicada y bellísima figurita infantil es amable, simpático: las manos regordetas y los atentos ojos; el vestidito enlazado por la cintura; la boca entreabierta que parece animar al recental, desde la inadvertida modulación de un estímulo gutural... La cruz no pesa, ni, casi, demuestra ser conducida...

Figura 25

LA ENCARNACIÓN (iglesia parroquial de La Raya. Aíurcui). .Iv/ se conoce—y lo es en puridad - -el grupo en que se representa la apari­ción del mensajero divino, Cabriel, a la Virgen, para anunciarle el incfa ble Misterio según el cual, por obra del Espíritu Santo tomó Dios su na­turaleza humana en las purísimas entrañas de María.

La imagen de ésta es un eco sin modificaciones, de las enseñanzas y la idea estética de Francisco Salzillo: todo la consagra con su aire de hu­milde asombro, imitándose la colocación de las manos de la estupenda Santa Clara del convento de Madres Capuchinas de Murcia, y en réplica manifiesta de la pequeña figurita de barro del mismo para la escena del Nacimiento en el Belén de los Riquelme. La estofa, cuidada, fina, avala

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7 2 J O S E S A N O H E Z . M O B K N O

la graciosa disposición del suelto manto que envuelve a la Señora, y su cara amorosamente obtenida es un alarde de lo que pudo hacer, cuando quiso, Roque López, aun en pos de la personalidad de su maestro.

El ángel mensajero, con ser de aceptable valor, es obra de menor em­peño, secundaria al fin en la escena; algo convencional su disposición sobre la forzosa nube, y trabajado más a la ligera, deteniéndose menos en reformar los detalles de las masas esculpidas: los brazos, por ejemplo, no acreditan al autor por sí solos...

Figuras 26 y 27

FIGURAS DE LA DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES (Del llamado "Belén del Salzillo", en el Museo de su nombre: Murcia). Una mujer huyendo de la amenaza de un verdugo de Herodes, y otra lloran­do la muerte de su hijo, degollado, puesto sobre las piernas.

El comentario huelga sobre las razones expuestas en otro lugar al ha­blar de la indudable intervención de Roque López en la construcción de figuritas para el Belén del palacio Riqueline, en Murcia... Y no se olvide que hasta hay algunas ni de Salzillo ni de Roque, sin contar la abun­dante "propina" de animales con que se ha aumentado sucesivamente el numeroso núcleo de esculturillas auténticas de ambos...

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I L U S T R A C I O N E S

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L A M I \ A J

I-¡gura 2

Cristo del "pus»" ¡Je- "La San/ari-tanj' (Iglesia ilcl Carinen, Miirciu)

Figura 1

liiniaculadií de "Los Diegos" I [glesia He S. Andrés, Murcia)

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Figura 3

Li/ Samaritariií (Iglesia del Carmen, Murcia!

Figura 4

S. Pedro Alcántara (Iglesia de S. bartulóme. Murcia)

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L A M I N A H

Siiii MrjiUí'/ (Iglesia de San Miguel, MurcíaJ

Figura 6

Angi'¡ lií la CuMii/Jia I Iglesia de S. Aniülin. Murtiai

Figura 7

Afiííil Jv ¡a i.usliiilid (Iglesia lie S. Antolin, Murcia)

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L A M I N A I í I

Figuras 8, 9. W y 11

Angélicos de la Dnlunna ([/¡lesia de San Juan, Murcia)

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L A VI I N A I V

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L A M Í N A V

Benito And-rés HiherTión (Convento de Santa Ana i!cl Monit, Jumilla,

Murcia)

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Figura 16

Kir É'w de ¡ai Afigu.iíi(ix iCthejíin, Murcia)

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\/írgen de ¡as Angu.Utüs (Propie­dad de la Baronesa del Solar,

Jumilla)

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Figura 15

Rfsucittiíli/ (Iglesia de Santa Maria, Lorca)

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jífifís Nazarttiíj (Iglesia del Car­men, Lorca, Murtja)

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L A M Í N A V [

ricura 19

San Lorevzo Mártir I Franciscanas de U villa de Alfaraz, Albacece)

Fifiura 20 San J'iie (Iglesia del Carmen.

Lorta, Murtial

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Figura 21

Beaio Juan de Ribera (Cünvento de Agiistinas, Murcial

Figura 22

Santa María Magdalena (Convento de Franciscanas, Altara?, Albacete)

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L A M I N A V I I

Siiv Cayetana (Ermita del Crisco, Carcelén, Albacete) La Encarnación (Iglesia parroquial de La Raya: Murcia)

Figura 24

Kiño lie Paitan (Convento de Santa Clara, Murcia)

figura 26

Mujer con un niño clegolladu (Del grupo "Degollación de los Santos Inocentes", en el " Beltin" de

Salzitlof

Fijíura 2/

Mujer huyendo de un soidaJo de Hirt/dfi (Del grupo "Degollación de los Santos 1 nocentes", en el

"Belén" de Salzillo)

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l ' s i ; i , u u \ m- Uoiu i: rm-v/

B I O G R A F Í A Y C A T A L O G O

POR

ANTONIO SÁNCHEZ MAURANDI, Pbro.

Advertencia preliminar

A/í' parece conveniente advertir al que esto leyere, que tengo por se­guro (pie casi todos ¡os escritores, que se han ocupado de Roque López v su ohra anteriormente, pudieron llegar adonde en el presente trabajo se ha llegado, pues, condiciones niá'i que sobradas, es preciso reconocerles, lo rnisini) t'Ji iyivesligacwn que en critica; pero, a fuer de imparcial, lie de asegurar tamhn'-n que no dedicaron su atención a ello y se conformaron las mas de las veces con mi estudio muy a la ligera, es decir: que edifi­caron el torreón sin el requerido cimiento. Asi I). Andrés liaquero Al-mansa publicó parte del Catalogo de las obras del escultor sin el examen requerido, pues suprimió ntin-has y a veces de las de mayor importancia V emitió juicios sobre la familia del mismo sin punto alguno serio en que fundarlos, juicios (jiie se han venido ahajo con una ligera investigación que admirablemente pudo haber realizado él, teniendo, como tuvo a la vista, el punto que ahora lia servido de base v más cerca a los familiares.

Elias Tormo iio se propuso indudablemente mi estudio del arte levan­tino, sino de una manera superficial. Puedo testimoniar que una de las poblaciofies, (¡ue luás detenidamente visitó en compañía de Ybáñez Garda y del autor de este trabajo, fué la ciudad de Chinchilla de Monte

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7 4 A \ I ft \ i o

Aragón y, sin embargo, su visita resultó algo rápida para el examen de­bido, si se hubiera propuesto un trabajo de erítica de arte, de las ¡uitchas y valiosas obras que encerraba aquella antigua y nobilísima población.

El único trabajo verdaderamente crítico, que se hizo de Roque López en cuanto al estudio de sus obras, fué el de D. Francisco Escobar, aun­que en él sólo trata de las iuiágencs de Roque López en la ciudad de Lorca y un trabajo, que está en prensa, cuando se escriben estas cuarti­llas, debido a la pluma de Espín Rael, es de esperar que será también certero y critico a juzgar por la exquisitez con (¡ue su autor pref)íir(i estos estudios y me consta que ha preparado éste.

De los restantes escritores que han tratado de Roque López ocupará siempre lugar preeminente, por los certeros juicios (¡ue emitió acerca del escultor y de su obra, aunque muy a la ligera, pues de ello trata sólo ac­cidentalmente, Sánchez Moreno a quien, c<m Est>¡n Rael, hemos de atribuir el haberse deshecho el error acerca de la naturaleza y linaje del glorioso escultor, cuyo segundo Centenario de su nacimiento se ha cum­plido en el pasado agosto.

Murcia 4 de noviembre de 1947.

Incertidumbre acerca del origen del escultor

Cuando se comenzó a estudiar con interés la obra escultórica de la escuela de Salzillo, lógicamente hubo de ocupar el sitio preferente Roque López, el discípulo que mejor supo aprovecharse del genio creador del maestro. Y, en sus obras, se le juzgó casi siempre con certero criterio pues, habida cuenta de la distancia entre genio creador e ingenio coordi­nador, se Ic comparó muy justamente, va cpje algunas de las obras del discípulo se confunden totalmente con las del maestro. Pero, al tratar de la biografía de I/)pez, no cabe mayor desorientación, habiendo estado ocultos los lugares de su nacimiento y de su muerte v antecedentes fa­miliares hasta nuestros días.

; Q u é ha pasado para cpie, mediando relativamente tan poco tiempo. sobre todo para los escritores de la pasada centuria, se errase acerca de su origen v se fantasease hasta con el lugar de su muerte?

Hemos de achacarlo en primer término a su humilde origen v al

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mismo tiempo a la circunstancia de ser coetáneo de Salzillo pues, si le favoreció notal:)lemente el tenerlo jior maestro, contribuyó a que quedase casi obscurecido su indiscutible mérito, como casi sin brillo queda la lima cuando ajiarece el sol.

También se ba de achacar a la causa general (]ue es el desprecio o a lo menos poco a¡irecio en cjue los pueblos tienen a sus valores positivos.

Y por último al poco cuidado con que, la mavor [)arte de los escrito­res del siglo pasado v aiin del anterior, han afirmado hechos sin la debi­da cc)mprobaci(')n. Ksta, sobre todo, ha sido la causa de la incert idumbre le iname acerca del origen de Roque Ijcípe/., de c|uien Raquero aíirmó ro­tundamente : ' d ) . Roque López fué natmal de Muía donde vivían sus padres'i y . I^'aileció en Muía de la liebre amarilla, el aiio 1811. í l uvendo de la peste, se había refugiado en acjuel pueblo, c|ue se consideraba más sano, por su altina, v donde conserxaba lamilia. Así vino a poseer sus restos su tierra natal» (I).

; De díHide podría sacar el Sr. Bacpiero sus afirmaciones tan fuera de la realidad? Acero v Abad (2), cpie también fantaseaban para atribuir orígenes con aiirmaciones rotundas v marcado partidismo y aumentar así las glorias de Nhila, no lo menciona con este tin ni sicpiiera con carác­ter dubitativo, lo cjue nos ])ermite afirmar que, por lo menos hasta la fecha en cjue publicó su obra, nadie creía en Mida c]ue allí hubiese naci­do nuestro biograiiado.

Parece apoyar su afirmación Bacjuero en un artículo de I ) . Eulogio í 'aa\edra v Péiez de Meta , <|ue se t>ublicó en "La Voz de Muía», titula­d o : «Obras artísticas en Muía» (3), en el que se d ice : «Nada menos que ocho obras hav en esta religiosa casa del discípulo predilecto del inmor­tal Salzillo, don Rocjue L(')pez, una hija del cual casé) en esta Villa con el abogado 1). Mart ín Molina, cuvos hijos viven todavía».

De estas palabras es fácil comprender que el Sr. Saavedra, no sólo no incluye, sí que más bien excluve a don Roque del número de sus paisa­nos, auncjue del examen del artículo se des¡)rende fácilmente cpie no in­tentó, ni de rechazo, tratar del origen del escultor sino del número de sus obras en aquella población.

Kn cambio l^acjuero, que trató del iberadamente de ambas cosas v que tenía con la cita del periódico mideño un punto de apovo para llegar al descubrimiento de la verdad, no debió lanzar sus afirmaciones sin con­trastarlas V hubiera evitado incurrir en el error. Es inás : que, a partir de CSC error, la creencia del nacimiento en Muía de don Roque se generali­zó V por muleño lo han tenido casi todoí los escritores que más o menos directamente han tratado de ' escultor.

Escobar en su «Esculturas de Russv, Salzillo v Don Roque López en

(1) «l.O'i Profcíiirr- ,1,- l;i< llolla- \rl. '< Miiirian.is,,, pAfs. :U4 y .118. Murcia . 101.3, |21 Hísidria (]c la iiiux iioblí' y li'al Villa de Muía. (.'!) \ ú m , i n ,lol \<) ,i,. mayo de 188!).

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7 6 A N T o N 1 o S \ N c n I: /. M \ I H \ N n I

Lorca» (4) y en «Almanaque del Asilo de San José de Calasanz», del 1920 (5) lo da como muleño sin el más ligero atisbo de duda. No así Espín Rael que dice: «Se le supone natural de Muía sin pruebas: pues en los libros parroquiales de esta poblacicSn, por los años en que debió nacer, no aparece partida de bautismo alguna que se le pueda aplicar. En rigor de verdad y en sana crítica, no se puede añrmar que sea muleño aunque tampoco se pueda negar en redondo: pero la carencia de su par­tida bautismal en Muía es un elocuente y casi decisivo dato ncgativcj de gran fuerza probatoria, que hace suponer con fundamento sea otro el punto de la naturaleza de este artista» (6).

No se contentó con esto el Sr. Espín v, con fecha 21 de julio de 1940, invitaba al autor de este escrito a que buscase nue\ amenté en Muía y ver si aparecía la ansiada partida: v, por complacer a tan distinguido amigo, busqué minuciosamente desde 1740 a 1800 en los archivos de Muía y en los de Pliego y Puebla de Muía con resultado negativo, como era natural, no pudiendo tampoco aclarar cosa alguna con los que se su­ponían familiares de don Roque por tradición, ponpie ellos carecían de documentos v algunos ni tenían noticia del híínroso parentesco.

Más tarde publicó Sánchez Moreno su «Vida v Obra de Francisco Salzillo» y rotundamente rechazó las afirmaciones de Raquero v opuso datos y pruebas contundentes para probar cpie son inexactas diciendo (7) que, <'se le tiene por natural de Muía, sin ningún fundamento» v que «es sin duda murciano, aunque la destrucción del archivo de a(]uel po­blado (Aljuccr) nos impida confirmarlo».

Para apoyar lógica y críticamente sus asertos, Sánchez Moreno copia el siguiente interesantísimo documento: «Carta de Aprendiz de Roque López.—Dn. Francisco Salzillo Escultor. En la Ciudad de Murcia a veinte y cinco días del mes de julio de mil setezs. sesenta v cinco años ante mi el essno. ppco. y testigos infrascriptos parecieron présenles Joscph López Vecino de ella al pago de Alxucer y Roque López su hixo de estado Manzebo de la una parte y de la ottra Dn. Franco. Salzillo del mismo vecindario profesor de la facultad de escultura, v el dho. José López dixo que como Padre legitimo Administrador de la person;). v vienes que es del nominado Roque López su hixo que se alia de edad de Veintte y un años poco más o menos, lo pone por Aprendiz de dha. fa­cultad de escultor con el referido Dn. Francisco Salzillo para que en el tiempo de ocho años contados desde oy dia de la fha. hastía otfro ttal día del año que bendrá de mili settecienttos settcntta v ttres le enseña dha. facultad segi'm y como corresponde para su mayor intteligencia y prácttica en cuio tiempo le ha de assittir a dho.' Dn. Franc o. v su fami-

.4 i IMu. :>2. I.nrr.-i. l ' J13 . (.")) Ar l . "I.;i íiiiiil.-i \üri<'il.i cli< lu l^ j lo ia d e S.-\n .hii i i i». c-ii I Í H T J (()! Arlisl.-is y \ r l í l i f i ' - iHvniíliTios, | i ; íg. 4.'i.i l . o n - i . 1'3'.U. (7) Viiiz. ISfi'. Miirci.l. 1!»4.5.

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I ' . snnut soHMi: l.\ l*"srl i.ii n \ DI. Hoiji I: l.di'l:/

lia en quanto se ofreciere siendo de el cargo de este darle a dho. Roque López suhixo, de comer y vever lo necesario, vesttido decentte, calzado, casa, cama, Ropa limpia, buen tratto, enseñarle dha. facultad con ttodas las circunstancias, Ahisos, Documenttos y prebenziones nezesarios según dho. Dn. Franco, la comprehende y save sin encubrirle cosa alguna assí de practtica como de obra haziendo que el dho. Roque López lo use v excrcitte por sus propias manos de forma que no ignore cosa alguna de lo que deve aprender, ni dho. Dn. Franco, se la dexe de enseñar en con­formidad (le las reglas de dha. fíiciiltad. A! vencim". de dhos. ocho años ha de ser de la obligación del dho. ü n . Franco, toda la ropa tic el uso y vesttir de este y mas trescientos v sesenta Reales de vellón ])v!r una sola vez». Escritura ante el escribano José Zomeño, fol. 182. <pie firman Salzillo, [osé y Roque López (8).

En este interesante documento se le asigna a Roque la edad de vein-tiini años, siencio en realidad diez v ocho los que contaba, y fácilmente se deduce, aunque no con entera firmeza la afirmación de Sánchez Mo­reno. Y lo mismo pulveriza lo de la muerte del escultor copiando la -par­tida de defunción cpie, aunque incompleta por las circunstancias anor­males en que falleció, no cabe dudar de su autenticidad.

Es, pues, a Sánchez Moreno al que corresponde la gloria de haber desecho la inexactitud histórica, aunque sus muchos trabajos y más aún su enfermedad, de la que vivamente pido a Dios cpie sane completamen­te V pi'onto. le impidieran seguir los rastros que la Provindencia puso en manos del que esto escribe para llegar hasta la bautismal del insigne imaginero v precisamente en los primeros días de este aiio en que se ha cumplido el segundo Centenario del nacimiento (9).

Nacimiento y familia conocida del escultor

Rebuscando entre mis papeles datos referentes al tan ilustre, cuan poco conocido Eulogio Saavedra. tropecé en los últimos días del año an­terior con la nota del casamiento de la nieta de Roque Lc)])ez en Muía V ello me hizo buscar nuevamente en los Archivos de aquella Ciudad v comproliar que, efectivantente. D. Mart ín Molina Tudela . abogado, natu­ral de Pliego y oriundo de Muía, a cuvo linaje noble de los Molina perte­necía, casó con María I /)pez Sierra, que es la María Tadea. bautizada el 1 de noviembre de mil setecientos ochenta v ocho en San Pedro, como consta en las bautismales de sus nietos en los Libros 21. 22 v 23 de San Miguel de Muía.

De este matr imonio nacieron D. Fernando, doña María Paz. D. An-

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tonio y D. Pascual ÍVIoIina López. D. Fernando, abogado también como ^a padre, casó en Muía con doña María Consuelo Valero Tortosa, natu­ral de Muía e hija de D. Salvador Valero García, natural de Lorquí v doña Josefa Lacárcel, natural de Algezares y hubieron a doña María Florencia, D. Martín, D. Salvador y doña María Josefa Molina Valero: doña María Paz,maestra de escuela, casó con otro D. Fernando Molina, de Pliego y de otra rama y tuvieron a D. P'ernando, del que queda suce­sión y doña Ana María, sin ella; D. Antonio casó en Muía con doña Juana Mañas Rodríguez, hija de D. Juan Mañas, de Muía, y doña Jose­fa Rodríguez, de Murcia, y hubieron a doña Trinidad: D. Pascual casó en Pliego y allí queda sucesión. Doña María Florencia Molina Valero casó en Muía con D. Rafael Blaya y tuvo a D. Fernando y doña Fernan­da, del primero de los cuales queda sucesión: D. Martín Molina Valero, notario, casó con doña Juana del Toro Sánchez, no dejando sucesión: D. Salvador Molina Valero casó con doña Francisca Sánchez Pérez, dos de cuyas hijas viven en Oran: Francisca, casada allí y Consuelo, casada en Muía con Francisco Ferrer (Pitisú) que, según sus familiares, tiene cinco hijos; y doña María Josefa Molina Valero casó en Muía con don Maximiliano Pérez Quijano, de cuyo matrimonio queda D. Luis, casado con doña Dolores Zapata García, con sucesión. Doña Trinidad Molina Mañas casó en Muía con D. José Antonio Botía Cano y tuvieron a don José, D. Antonio, D. Emilio, D. Enrique y D. Francisco, de todos los cuales, menos del segundo, queda sucesión.

De la sucesión de doña Paz se ha perdido el rastro, {¡ero aún se con­serva en la memoria de algún anciano, D. Cristóbal Zapata Sánchez me lo ha referido, que con ella vivía una chica llamada Caridad, parienta o pasanta de la maestra y que las niñas, al salir de la escuela cantaban : «Ustedes lo pasen bien—D. Fernando y doña Paz—y la niña Caridad».

Estos datos explican, en cierto modo, el don que, ya de antiguo, se antepone al escultor, pues, por la parte de esta nieta, toda su descenden­cia pertenece a las más nobles v linajudas familias de Muía, lo que hizo que, ya en documentos antiguos, como se verá más adelante, se antepon­ga el don a su hijo y probablemente, la entrada en otra esfera social de doña María Tadea, es la que dio origen a ese cambio de tratamiento (pie empieza precisamente desde su matrimonio, pues la primera vez que dicho cambio se registra es en el censo de 1809, fuera de alguna escritu­ra pública.

Y, ascendiendo desde doña María Tadea López Sierra, llegamos a descubrir el rastro seguro para lograr el objeto de estas búsquedas, piies va en su partida bautismal se dice hija de José López Hernández, y de María Josefa Sierra, naturales de Murcia y nieta de Roque López y Ló­pez, bautizado en la Era Alta, parroquia de Santa María, y Lucía Her­nández, natural de Murcia, y maternos Joaquín Sierra Sánchez y Nico-lasa Santiago, naturales de Murcia (Libro 9, folio 84), apareciendo tam-

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I ' s c l M I H \ I>l HO',11 I I.<^PI'/

bien a los folios 114 y 162 del mismo libro las partidas de Roque López Sierra, nacido el 5 de diciembre de 1790 y la de Mariano de los Ange­les, nacido el 2 de agosto de 1793. En estas partidas los datos coinciden totalmente, en cuanto a los apellidos, con los de la primera, pero va se­ñalan al padre como de la parroquia de Santa Mar ía : a la madre como de la de San Antolín, lo que es un error; a los abuelos maternos los se­ñala como naturales, respectivamente, de Santa María v San Lorenzo v al abuelo jiaterno o sea a Roque, como de Santomera.

Con estos antecedentes fué va relativamente fácil llegar hasta la misma partida del escultor pues, con la tradición v datos muleños aporta­dos, no podía ser otro el personaje en cuestión que el que figura como abuelo paterno en las partidas cpie se acaban de describir.

Afortunadamente, aimque los Archivos de San Bartolomé y de la ex­tinguida Parroquia de Santa María han sufrido, como todos, el paso de la ola de furor v salvajismo que tantos documentos v tantos monumen­tos destruvó, conserva bastantes libros y como ya se dijo en «La Verdad» (10) al folio 114 del Libro XIX de bautismos de Santa María, aparece inscrita la partida que dice así: «En la ciudad de Murcia en diez v seis dias del mes de agosto de mil setezs quarenta v siete años, yo, D . Pedro Muñoz Cura thente desta Yglesia Parroqul de Sra. Sta. María, bauticé solemnemente y crisme a un niño, al qual puse por nombre Roque Joscph, hijo legmo. de Jph. López y de Juana López, moradores en la Era Alta, nació día doce deste mes ; fueron sus abuelos pats. Roque López y Beatriz Duar t e ; maternos, Melchor López y Ysabel Mavquez v sus padrinos Jaime Muñoz v Jpha. Marz , y <-'n fe de ello lo firmé.—Don Pedro Muñoz».—Rubricado—.

Publicados estos antecedentes y registrados otros, que no juzgué ne­cesarios publicar entonces, comuniqué al Sr. Espín Rael la satisfacción con que providencialmente había podido complacerle; pero D . Joaquín aim me rogó que realizase otra búsqueda, pues cabría la posibildad de que este Roque fuera otro v no el escultor y que los descendientes mule­ños se lo hubieran adjudicado, ya que el apellido es común y hasta el nombre lo era por aquellas calendas en que la frecuencia de contagios hacía sin duda que el Santo abogado de la peste tuviera más devotos.

Yo [)enseé, al ver la insistencia del i'scritor lorquino, en lo del gato v el agua fría v, aunque seguro ya de ser auténtica la partida, busqué en el Archivo del Ayuntamien to , con la ayuda del Archivero y decano de los periodistas murcianos, D. Nicolás Ortega v también aparece allí inscrito nuestro escultor en dos censos que confirman cuanto llevamos expuesto. E n el Padrón de vecinos del año 1802, Parroquia de San Pedro, calle de Vinader, núm. 6, aparecen inscritos; «López—escultor-—, Lucía Her­nández, su mujer, Alaría López, nieta: Antonio Barceló. aprendí / " . Y.

llO) '.) (le onoio (lo 1!)4". . i r l . •.roiilcii.-nio <lr H<).|iic l..'.|ii'/"

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en Padrón de 1809 y en el mismo domicilio, aparecen: «Roque López -santero—, D. José López (sordo), casado 40, Lorenzo, hijo de éste. 9

José Gómez, casado, 30. Pedro, hijo de éste, 4. Antonio, hijo de éste. 3. Fernando, hijo de éste, 1».

Con todo lo expuesto queda plenamente demostrado que la segunda gloria de la escultura murciana es el bautizado en la Era Alta el 16 de agosto de 18+7 y sin duda nacido allí de pobres huertanos, pues, si bien aparece como natural de Santomera, en las partidas de sus nietos que quedan referidas y en la del bautismo de su hijo José (folio 170 del Libro XXIX de Santa María) así como en la de su matriiiionio (fol. 91 del Libro XVL no es aceptable la opinión de doña Gloria Gonzano, ex­puesta en <<La Verdad» con fecha 12 de agosto de 1947 (11) que de dos partidas (estas dos últimas) en que se dice ser natural de Santomera. y no pudiendo negarse el hecho de estar bautizado en la Era Alta, supone que hubiese nacido en un lugar (Santomera) el 12 y que hubiera recibido el bautismo en otro lugar (Era Alta) el 16.

Como ha podido verse no son dos documentos, sino cuatro, los que rezan que Roque era natural del poblado de Santomera, pero contra esos están la bautismal del interesado, que es la más importante, la de su nieta María Tadea y el no tener antecedentes familiares en Santomera v en cambio tenerlos en Era Alta, como lo demuestra el mismo contrato que hemos dejado transcrito en que figura el pago de Aljucer que linda con Era Alta.

Pero aun hay m á s : Trasladémonos al siglo XVIII y pensemos que. lo que hoy está unido por amplias carreteras, lo estaba entonces sola­mente por caminos estrechos y sendas: y pensemos en la dificultad de trasladar un niño pobre por esas sendas cuvn disrancia de punto de ori­gen al término sobrepasa con mucho las tres leguas, sin que pueda ale­garse razón para ello. ¡Si dijera que lo habían traído a bautizar a San 'a María, que precisamente era la Parroquia de la que dependía la Ermi ta de Era Al ta ! Aun cabría por sentimentalismo, cuvo caso suele ciarse cuando se posee ima casa solariega (]ue lleva vinculada alguna gloria de los antepasados (en cuyo caso no se hubiera efectuado el traslado dentro del quinto día del nacimiento), pero j^odemos asegurar que los padres de Roque no tendrían más casa, ni por entonces existiría ])ov aquelh^s con­tornos, que alguna pobre barraca de las cine inmortalizatoií la huerta murciana. Y que nada les ligaba al paraje de la Era Alta, para poder ad­mitir lo del traslado de un niño con las dificultades apuntadas, lo paten­tiza que el 14 de agosto de 1791 murió en la Era Alta, donde estaba acci­dentalmente . Juana López, mujer cpie fué de José López y se trajo a enterrar a la iglesia de San Pedro «por ser feligresa de ella» (fol. 57 del Libro III de defunciones de San Pedro).

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Son muchos los errores semejantes a los que aparecen en las antedi­chas partidas y precisamente en las mismas citadas aparece, como de San Antolín, María Josefa Sierra Santiago: y, en toda la época en que pudo nacer dicha señora, no aparece el apellido Sierra en los libros de dicha Parroquia, originándose el error de que contrajo en ella matr imo­nio por ser feligresa al tiempo de contracrlo; por lo que se ve palpable­mente que entonces, como ahora, unas veces por descuido del copista, otras por ignorancia de los cpie aportan los datos, se incurre en errores. La partida de matr imonio a que aludo dice que el 5 de febrero de 1788, ante 1). Antonio Lardín, teniente y testigos D . Ventura Puerta, Juan Moral y Ví tente Delgado se desposó «José López, natl . desta ciudad y fee. de la del Señor San Pedro de esta misma, hijo de Roque López y de Lucía Hernández con María Sierra, natl. desta ciudad y felg." desta dha. |iarroquia hija de Joaquín y Nicolasa Santiago». (Libro X, fol. 127 de l")esp()sorios de San Antolín). Esto es el don José que aparece en el censo de 1809 con el don que, sin duda alguna, tomó de su yerno y a la vez, junto con la elevación cada vez más creciente del artista, contribuyó a que a éste se le considerara revestido de dicho tratamiento que entonces no se prodigaba tanto como ahora.

Muerte y estado social del artista

Ya hemos señalado la muerte de la madre . En el mismo libro, al folio 148 vuelto, se consigna la de la mujer en la siguiente forma: «En lí^ parroql. de S. Pedro de esta Ciud." de Murcia y veinticuatro de Julio de mil ochs siete falleció y fué sepultada en ella Lucia Hernz . muger de Roque López: no recibió Sacramento alguno por no haber dado lugar el accidente, otorgó anteriormente su testamento ante Nicolás Pérez esno. y lo firmé Lie. I) . José Mellinas».

Y al folio 168 del mismo libro, entre una lista de 381 fallecidos, to­mados bastante después de haber muerto el Párroco, en el número 64 se dice s implemente : «Dn. Roque López viudo», primera vez que aparece con el t ratamiento que ya sigue casi sin interrupción hasta nuestros días.

Al folio 166 V. del dicho libro aparece la part ida de defunción del Cura Propio D . José García Mellinas, firmada por Antonio Pobes, quien pone a continuación la siguiente no ta : «Se continúa dando una razón yndividual de los que han fenecido en la epidemia que padeció esta Ciudad el año pasado de 1811» y, al terminar la lista, d ice : «Hasta aquí consta todos los que murieron en la epidemia del año 1811 y por ser así según resulta por la matrícula de dho. año que se ha tenido presente para saber en el modo posible los que fallecieron en dha. epidemia aun-

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que no se les ha podido fijar día por Ja mayor parte v lo firmé = D. Aiuo-nio Pobes = (fol. 174 v.)».

Al margen de las partidas de defunción de la madre y de la mujer, que se dejan descritas, bajo los nombres de las finadas, se añade: «rompt.° 8 rs. en la dei Juana y 11 rs. en la de Lucía». Estos datos, que a primera vista pueden parecer insignificantes, son de gran importancia para poder enjuiciar sobre la situación económica y easi estado social del escultor, al par que revela la gran modestia que siempre le adornó v que contribuye a enaltecer su memoria con placer, pues esta virtud es casi siempre gemela de la verdadera valía.

Los rompimientos se llamaban en aquella época en los medios ecle­siásticos a las sepulturas: y las cantidades que abonó el doliente son el tipo medio de las que entonces regían, de lo que se deduce c¡ue Roque estaba situado en la clase media y que siempre vivió sin salir de su esfe­ra, lo que fácilmente hubiera podido hacer, con dejarse llevar un poco de la vanidad, el verdadero heredero del taller de vSaízillo, cuva fama va había llenado el suelo nacional.

Roque López y la Real Sociedad Económica de Amigos del País

Varios años llevaba va, en el taller del maestro, Roc|ue. cuando se estableció en Murcia la Real Sociedad Económica de Amigos del País, cuyos fines principales fueron fomentar el progreso de la Agricultiua. de la Industria, de la Ciencia y de las Bellas Artes, todo ello supeditado a no olvidar ni desligarse de la debida atención a la cultura religiosa.

Pronto contó en su seno a lo más representativo del clero, de la no­bleza, de las artes y de las letras, siendo su primer Director D. Antonio Fontes Ortega y recibiendo continuo y eficaz apoyo del entonces Obispo de la Diócesis D. Manuel Rubín de Celis, que entregó im millón de rea­les para proteger a los asilados y para establecer premios en las distintas díscíp/inas de /etras y artes que estableció /a Sociedad.

Ya en la sesión celebrada el 28 de febrero de 1778 «enterada la Su­ciedad de que el Sr. D. Francisco Zarcillo, célebre y famoso artífice de escultura, el Sor. D. D.° Muñoz que lo es de pintura v el Sr. D. Tadeo tornel inbentor de instrumentos de Música, pretenden incorporarse en esta Sociedad, desde Juego Jes admire en Ja cJase de socios como Profeso­res sobresalientes exemptos de contribución anual sino en el caso de que voVuntañainenie \a quveran \\aceri>.

Poco después D. F'rancisco Salzillo fué nombrado Director de la Es­cuela de Dibujo establecida en Ja Sociedad, cargo que cJesempeiió ha.sta su muerte, siendo de notar, como prueba de la rectitud y pulcritud ex­quisitas de D. Francisco, que, durante su cargo no obtienen premio algu-

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I . ^ i i tile >.n'hi I \ l'^t I r II n \ in. ildiii 1 l . n i i / K i

no los discípulos <jue {lertenecíaii a su taller v sólo después de su muerte aparecen premiados en los concursos de la Academia, José v Roque Lc)pez.

Es el año siguiente al de la muerte de Salzillo, cuando en la sala de modelo se sorteé) el primer premio entre Felipe Pardo y Diego Muñoz y «Roque López deve obtar el segundo premio de sesenta rs. y José López el de los 40.. (12).

Vuelve a aparecer el nombre de Roque López en 1805, donde en el informe para premios en la sala de modelos de yeso se d ice : «Por la perfección que se manifiesta en el dibujo que del busto de la Flora ha hecho Roq. López le aplicamos el premio de quarenta rs» (13). Pero no creo que se refiera al escultor, puesto que se dicen ser los premiados alumnos de la Escuela de Dibujo v no es de suponer que entonces lo fuera nuestro artista, pudiéndose referir el acta de la Sociedad a su nieto Roque López vSierra que entonces contaba quince años, sin perjuicio de que fuese el abuelo el retocador, por lo menos, de aquel dibujo.

Una denuncia contra Roque López y demás escultores

Pasados cinco años de la muerte de Salzillo, cuando Roque LcSpez, según el Catálogo de Roche, llevaba un centenar de imágenes hechas por encargo v mantenía el buen nombre del taller del maestro, se presen­tó una instancia por D. Pedro Juan Guisart en los Tribunales de Justi­cia pidiendo cesen de trabajar Francisco Ganga, Ginés Rueda, Diego García. José Navarro y Antonio Serna, profesores de arquitectura, y Roque López y Francisco Elvira, estatuarios.

Estos seis se dirigieron a la Real Sociedad Económica «haciendo pre­sente la aplicación que han tenido desde su juventud en sus respectivas facultades, acreditando con las obras que han hecho en esta ciudad y fuera della su havilidad v buen gusto para que se les tenga por maestros, sin haher tenido noticia de que hayan particulares órdenes que coarten e\ c']ercicio de dichas facultades; pero en el día ocurre la novedad de que D . Pedro Guisart, Persona extraña deste pueblo y profesor que dice ser de escultura ha hecho instancia en el tribunal de Justicia, solicitando se les mande cesar a los suptes. en sus exercicios, suponiendo no deven cont inuar en eiJos por no ser individuos de Jas academias de Sn. Fernan­do V de Sn. Carlos, y que, aunque como buenos basallos de su M. y ca­paces para dar \as c^ue se cymevan cié su suftcVencVa, no t ienen reparo en sujetarse a cualquier examen que pueda ser compatible con la continua-ción de su exercicio, conocen que esta empresa Jes íia de ser costosa y

a2> Si-sión ili-l 29 lie o r luhro do 1784. (tH^ Srsit'm ilrl 4 t^r no\ ioni l ) r r do 180.Ó.

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84 A \ T <i N I o S \ N (; H I. / M \ I lí \ \ i> I

causar distracción en sus negocios; y concluyen suplicando a esta socie­dad se digne acordar medio para que por representación del Protector o Comisión que tenga por conbeniente nombrar se hagan en los tribuna­les de Justicia y de Gracia de recursos oportunos, a fin de que no (jueden privados de su exercicio, aunque sea bajo la calidad (]ue inspeccionándo­se las diferentes obras publicas cpie tienen hechas v señalándose qual-quiera clase de examen merezca aprovar Superior para ahora v para lo sucesivo. Y enterada la sociedad de su contento, Acuerda : Que los SS. D. Diego Antonio Rodríguez Callexas y D. Joaquín Cano visiten en nombre deste Rl. Cuerpo al Señor Rexente de la Rl. Jurisdición ordina­ria y le manifiesten en este asunto que llevan entendido» (14).

Después se da cuenta que pasaron los comisionados a visitar al Co­rregidor (ly que enterado su Sria. de todo ofreció contribuir en cuanto le sea dable a cortar este negocio y la socieda (juedó en su inteligencia» {\S).

N a d a más reflejan las actas de ia Real Sociedad sobre este asunto, que debió quedar zanjado desechando la pretensión del denunciante, pues Elvira siguió) actuando en la misma Sociedad v Roque López siguió plasmando imágenes, por fortuna para el arte v para su Patria chit a. que puede mostrarse orgullosa de contarle entre sus hijos.

Obras de Roque López y Catálogo de las mismas

Todos los críticos están conformes en señalar (¡ue, aparte de las obras que figuran en el Catálogo que publicó el Conde de Roche, son muchas las imágenes cuya ejecución se debe a Roque López y esa apreciación, que es en un todo lógica, es para el autor de este escrito evidente, por las razones que paso a exponer : Es indudable (|ue en los últimos años de Salzillo, que, como verdadero genio, aunque las necesidades familiares, sobre todo en alguna época, diesen cierto mat iz de comercio a su taller, era generoso y desprendido y que el cansado de los sentidos le obligaría a descargarse de todo trabajo que no fuese de gran envergadura y que la confianza que le inspiraban sus discípulos, sobre todo Roque López, que se había asimilado cuanto sus facultades le permitieron de los modos de su maestro, hizo que el discípulo realizase obras sin dirección y hasta sin inspección de aquél.

Además del Catálogo que publicó el Conde de Roche, existía otro que poseyó el ilustre artista murciano D. Juan Albacete Long, de cuya exis­tencia nos queda testimonio por las palaljras de Eulogio Saavedra que, después de la relación de las imágenes, existentes en el Real Monasterio

(\ii Arla lie l.i si-,ic'iii ilcl 2.") i l f ;i<;nslo de 17HH ( lo I Arl.-i (le la -PM.'ÜI ilcl 2:! ilc or l i i l i rc de 178H.

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I ' s r i l i l n sdl ' .m: 1 \ I - " s i ; i i r i n \ nj. Hotti l: l .ni ' i : / K)

de la Encarnación de Muía, añade : «incluidos en el Catálogo de dichas obras de puño v letra de D. Roque que poseía nuestro difunto v querido amigo D. Juan Albacete, director de la Academia de Dibujo de Murcia. y del cual tomamos esta noticia» (16).

Este Catálogo discrepa del editado en Murcia el 1889 con el título v subtítulo siguiente; «Catálogo de las escultiuas que hizo Don Roque López—discípulo de Salzillo- -». Publícalo el señor Conde de Roche (po­seedor del original escrito por el mismo insigne escultor).

Ahora bien : Saavedra conoció el Catálogo de Roche pues, en el cita­do artículo del periódico muleño. escrito meses después de publicado aquel, lo cita al dar, como de Roque «im San Juan Evangelista. Santa Coleta, Santa Úrsula. Juan de la Cruz, un Niño Jesi'is, de un palmo, para ciar el escapulario v otio Jesús de tres palmos v medio de peana v sobre ella un monte con ima cruz a la que mira el Niño, v con el monte algu­nos animales».

; Q u é C'atálogo es el auténtico? ; Se engañe') el Conde de Roche, al creer auténtico su Catálogo o se engañaron Albacete v Saavedra al con-ccptuar como tal el que poseía el primero v examinó el segundo?

Lástima cpie hayan desaparecido ambos catálogos, por lo menos el ])rimero. del que D. Enrique Eontes v Fuster. nieto del Conde, afirma que «lo quemaron en la Hortichuela» (17) v del segtmdo, aunque ando tras de su busca entre los descendientes del Sr. Albacete, aun no he lo­grado hallarlo.

Yo no creo qiue un Mecenas tan ilustre de las letras v de las artes, como el Sr. Conde de Roche, afirmara poseer un original sin estar cierto de ello pues, si quería envanecerse, otros mil medios hubiera tenido sin recurrir a una inexactitud, fácil, por otra parte, de comprobar. Pero tam­poco creeré nimca, si no se me demuestra lo contrario, que hombre de la cultura y modestia de D. Juan Albacete, nombre glorioso de las artes murcianas, aunque casi olvid;ido, pues, hasta la calle que se le de­dicó, sólo aparece con el apellido, lo que se presta fácilmente a que pueda creerse que se refiere a la capital hermana, pudiera jactarse de cosa seme­jante : así como no dudo de la pericia, escrupulosidad v rectitud de Saave­dra. cuyos do( imientos más íntimos poseo v lo retratan como incapaz de engañar v difícil de ser engañado en esta materia.

Ante esto cabe pregimtar nuevamente : ;Serán auténticos los dos Catálogos? caso afirmativo ; cómo se explica la diferencia entrambos. '

Desde luego yo me inclino a creer que los dos fueron auténticos y que el de Roche lo iniciaría López a la muerte de Salzillo, mientras el cíe Albacete, más ínt imo quizá, lo llevaría antes de la muerte del maes­tro V así se explica que en el segundo figuren imágenes incluidas que no

( Hi i ..1..1 \(r/ (1(> M i i l n . . . ; i r l . c i l . <I7> CMI-I.I ni i i i i lo i - , lc<cl . ' S.-ni C l c i i i n i l r . <li-l I".' ,\r : , Ü ( I - I O ,!,• 1!I47.

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lo están en el pr imero; imágenes que, aunque salidas del taller, fueron labradas exclusivamente por el discípulo.

Otra razón en que apoyar la opinión, de que Roque López es autor de muchas más imágenes que las que figuran en el Catálogo de Roche, es mi visita a varios pueblos v sobre todo a la histórica ciudad de Alcaraz. donde, como se dirá más adelante, existen imágenes de este artista que no figuran en el citado Catálogo.

Est(j es cuanto he podido reunir de la genealogía y vida de Rocjue López, cuyos familiares nobles pueden añadir a sus blasones el de des­cender de un probo, inteligente, trabajador v cristiano huer tanico: v ellos V todos los demás ufanarse de descender de quien supo aprovechar los talentos que de Dios recibiera v superarlos en una labor abnegada v continua durante cuarenta v seis años, que se cuentan desde su ingreso como aprendiz hasta su muerte .

Obras conocidas de Roque López

Aunque deseando proseguir la búsqueda del Catálogo que poseía D. Juan Albacete, porque ello aclararía muchas dudas, nos conformare­mos, por ahora, con estudiar cuanto se conoce, basados principalmente en el Catálogo de Roche, pero siguiendo el orden en que lo public(') Baquero (1) pues ello ha de facilitar el estudio que pueda irse haciendo de este artista, o sea, exponiendo las imágenes por orden de pueblos.

A B A N I L L A (Murcia).—Virgen de los Dolores (cabeza, manos y pies) de siete palmos y cuatro dedos en 350 reales. El año 1790. Desapa­recida en la revolución marxista.

A B A R A N (Murcia).—Un Señor en la Ascensión, del año 1809, de cuatro palmos v medio, en nubes y monte, caña v peana, con la banda estofada, en 1.000 reales. N o consta como el tal en el Catálogo de Roche, sino en el de Baquero. Destruido.

A L A T O Z (Albacete).—Debe ser el pueblo que figura como Latoz, lo mismo en Roche que en Baquero. Dolorosa (cabeza y manos) en 360 reales y un Jesús Nazareno (calK-za. manos y pies, vestido de lienzo y cruz) en 140, ambas imágenes por encargo de D. Jesualdo Riquelme.

A L B A C E T E . — S a n Lorenzo Just iniano; de vestir con cruz, zapatos V peana, para las justinianas de aquella capital, cuyo convento ha des­aparecido con motivo de los ensanches modernos, mejor d icho : ha des­aparecido el templo v el convento se dedicó a dependencias públicas a lo que tan aficionados han sido siempre los gobernantes. Esta imagen se hizo en 1802 en 450 reales v el mismo añoi en 300 la Virgen de la Correa para el templo de San Agustín. Baquero pone estas dos y en cambio no

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pone las que en 1807 hizo por encargo de Fr . Antonio Lozano v que, como las anteriores, figuran en el Catálogo de Roche para Albacete : una Virgen de los Dolores de dos palmos, con peana para vestir, con pies, en 150 y im Cristo de las Pefias, sentado en un banquito con la caña en la mano, para vestir, con pies y corona de espinas, del natural, en 600.

A L B A N C H E Z (Almería).—Para este pueblo hizo un Jesús Nazareno, vestido de ' l ienzo y estofado con cruz, el año 1784. en 1.230 reales. Que­mada por los rojos, según carta del Sr. Alcalde.

A L B O R E A (Albacete).—Una Concepción de cim o palmos y uno de trono, con serpiente v media Urna, estofada, en 1.800 reales. Esta imagen, según me comunica el Sr. Cura Ecónomo, D. Andrés Zapata, con fecha 21 de septiembre del corriente, fué destruida en 1936, sin que se conser­ve fotografía, aunque debía ser muy semejante, cuando no igual, a la que el siguiente año hizo para Alcaraz. con las mismas dimensiones que, como diremos en su lugar, se conserva.

A f J i U n E I T E (Murcia).—En el Catálogo figura un San Juan Bautis­ta de siete palmos, con la peana, galón, cruz en la izquierda v señalan­do al cordero con la derecha; cuvo cordero va echado en la peana. F'sta imagen, valorada en 1.100 reales, fué entregada en 1809 para I^. Joaquín Miiete, Cura de Albudeite, pero destinada a la Ermi ta de Campos del Río (hoy parroquia) donde es venerada.

A L B E N G I B R E (Albacete).—Un San José con el N i ñ o en los brazos, de seis palmos, con peana, colorido v con galón v un San Fulgencio con casulla V mitra, dando la bendición con la mano derecha v teniendo el báculo en la izquierda, son las imágenes que labró para este pueblo, va­loradas en 1.500 reales cada una y que desaparecieron en la revolución marxista.

A L A R C O N (Cuenca).—También a esta villa manchega llegó el arte de Roque López en un San José de cinco palmos y cuatro dedos, con el N i ñ o en la izquierda y vara florida en la derecha, ajustado en SOO reales (18).

A L C A R A Z (Albacete).—Diez y ocho imágenes figuran en el Catá­logo de Roche, enviadas por nuestro artista a la histórica ciudad de Alcaraz y, por si algo había quedado, escribí al ilustre Cura de aquella población, D. Hilario Hidalgo Garví. con el ruego de que me facilitase algún informe acerca de las principales y, con inmensa alegría, recibí, con fecha 13 de agosto, cariñosa misiva en la que me dice: <iEn efecto, hay en ésta las imágenes que indica de Rociue López y, según parece,

(18) Mororn sor rc»pi;uln In cürt.'t qiio el Sr. Alraldn de Marci'ni, O. F.niili.ino Poxodn. IMP cliri};><'). en la qno dirp : (lEn ronloslacióii a su m u y atonía ilp foolia '¿1 do oolulii-r, lie do lua-nifpslarlc acorra do la p ropunla qiio iiio liaco si exislo, oii la Parroquia do osla loralidail. la iiri.tffon do .San Josr, qiio ost.') iiiiajíoni fué p.'isUi do las llaiuas. oouio fueron las doni.ás iní;1iíonos y a l iare- do la do Nuosira Soilora do la \ s u n r i ó n que os la única que so conser \a do las cinco parro( |ulas i|iio lialifa en osla localidad y que . en la inaHaiia del día 20 de aposlo <lel 3G l i l i doslnilila |)or la lirtTliario roja, sin que so liaya poilido salvar una sola imagen de las (]\\i' oxislíaii».

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SM A \ T U \ \ 11 I

hay otras que, por sus tallas, no hay duda que las hizo la misma mano». Noticia tan grata, de población que tanto sufrió los estragos de la re­

volución, me determinó a visitar la Ciudad y efectivamente allí fui y pude comprobar que se ha conservado la riqueza de los artistas murcia­nos Salzillo y Roque López, aunque no toda; pues, al desa])arecer varios templos, cuando el inmenso latrocinio, que se quiso disfrazar con el nombre de desamortización, desaparecieron, por lo menos de la ciu­dad, algunas imágenes.

Y permitásenos un inciso, ya que hemos nombrado la desamortiza­ción.

Cuando se visita Alcaraz y se registran sus archivos y se ve que antes de Mendizábal y su comparsa, tenía la población cinco parroquias v cuatro comunidades de varones y contaba con treinta mil habitantes y con exquisitas obras de arte de las que sólo quedan dos templos parro­quiales V el magnífico pórtico, arcada y torre de los dominicos v cuenta apenas con un censo de siete mil, no cabe más remedio que confesar que, Alcaraz, a pesar de tanta mano muerta, tenía vida para un ochenta por ciento más de población que tiene actualmente, cuando tantas ma­nos vivas la han despojado de los hermosos y artísticos edificios c|uc la­braron aquellas otras manos.

Veamos ahora las imágenes que allí se conservan de D. Roque v las que anter iormente a estos liltimos tiempos han desaparecido.

En la parroquia de la Tr in idad se conservan : Un San José de prime­ros del año 1796 de seis palmos y ocho dedos de peana, estofado que fué encargado por los Agustinos para su iglesia en 2.000 reales. Esta imagen fué retocada por un carpintero que estropeó el estofado: una imagen de la Dolorosa de siete palmos, cabeza, manos y pies, con peana, servida el 1797 y ajustada en 540. N o cabe duda que esta imagen es de Roque López, pues las características que da el Catálogo, coinciden totalmente con las que tiene la imagen a la que acompañan en su trono cuatro án­geles, que no figuran en dicho Catálogo, pero que pregonan la mano de López por su ident idad con los que quedan en San Antol ín . Esta imagen es la que da Sánchez Moreno, como debida a Salzillo, aunque apunta que es, (cal parecer, obra de poco empeño, acaso con mayor intervención cíe discípulos de su taller» (19).

También conserva esta parroquia el magnífico San Joaquín de tres palmos, estofado, con la Virgen nifía de la mano, que importó 750 reales V un San Vicente Ferrer de cinco palmos, con alas, que im'portó 1.100 reales y que se encargó para el convento de Santa Ana y una Soledad de seis palmos, (cabeza y manos) en 180, obra completamente de taller. Estas figuran en el Catálogo de Roche. También guarda la Tr inidad, entre las obras no catalogadas, un San Antonio, que perteneció al con-

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I-"si(i>lo s o n m : i v r . s . , i i . t i n \ ni: Uoni i. I . n i ' i z 8S)

vento do San Francisco, que debo ser de Roque López por lo menos v un Niño Jesús, desnudo, que Klías Tormo vio en su rápida visira a la ciudad V afirma ser del mismo (20) y que, desde luego, tiene todas sus caracte­rísticas.

En la Parroquia de San Miguel se conserva el titular entregado en el 1790 V valoriido en 2.000 reales: Jesiis Na /a reno , de siete palmos, de vestir, cruz y corona de espinas plateada, peluca de seda y peana, en 800 V (]iie se entregó el 1792: al año siguiente se entregó una Virgen del Carmen de seis palmos menos dos dedos, de vestir, con Niño y peluca en .S.SO. de cuva imagen desapareci(') el Niño, no se sabe la causa, que ha sido suplantado con otro que desdice completamente del conjunto: ade­más de estas imágenes existen en la Tr in idad un San Pascual Bailón, un Santo Tomás de \^illanueva v im San Rafael cjue parecen también de nuestro artista, sobre todo los dos primeros.

Monasterio de Santa María Magdalena.—En este convento de tercia­rias franciscanas de Santa Isabel se conserva la ])reciosa titidar, de cerca de siete palmos, estofada, con una cruz, que adora, en la mano izquierda V el vaso del ungüento en la derecha, que importó 1.500 reales. Esta imai;en se labró el 1793 y el mismo año un hermoso Niño Jesiis, estilo napolitano, y que por cierto así lo llaman las monjas, de media vara v bendiciendo, que es efigie preciosa v lo ajustó en 300. Otro Niño Jesiis de jialmo v medio con cruz a cuestas v ovejita de la mano, también pre­ciosísimo, valorado en 400 y enviado el año siguiente, habiendo otro va­lorado en 360 v enviado el 1803, de dos palmos, bendiciendo y teniendo el mundo, con medio palmo de jieana dorada. N o señala el precio de la Purísima Concepción que el 1796 envió para dicho convento y que tiene cinco palnn)s, trono de palmo y estofada y que preside el altar mavor. Cuando con la ayuda del sacristán, Tomás /Mfaro Sánchez, seminaristas de Toledo Daniel Vecina, Francisco Perucho y Antonio Vecina, v de Mincia, Antonio Molina, pude ir bajando las imágenes con el fin de fo­tografiarlas, una vez medida la hermosa Inmaculada, vi con sorpresa que por detrás tenía unas inscripciones que decían: 1817 Miguel Ángel v más abajo 1829, confundidas con el estofado riquísimo de la imagen, aunque parecían superpuestas v de época posterior a aquél. Esto incitó mi curiosidad y miré y remiré la imagen y miré el ángel que, por sí revela inconfundiblemente al artista, hasta que encontré incluso la causa de aquellos letrcritos que algún pintorcillo, de los que todo lo quieren reto­car, pondría por aquellos años al pintar el camarín o algo del altar, pues detrás de dicho ángel y en un extremo del manto y de la misma mano, época y material, aparece puesto 1796 que es precisamente el aiio en que Roque cataloga esta imagen. Seguro que cobraría por ella, a juzgar por lo que cobraba por otras similares, de dos a tres mil reales. Para los agus-

(20) «t.oMinlcí,, p;!}! 3 t 1 . Mni lr id, l!)2:i.

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9 0 A N T o N I o S A ,\ c H I; z M \ i n A N D 1

tinos fué encargada el 1808 la imagen de San Francisco de Asís de siete palmos, valorada en 1.500 y lo mismo ésta que San Lorenzo de cinco pal­mos y uno de peana en 1.100 reales, hecho el 1786 y que el Catálogo lo asigna a Alcázar por error. Estas tres imágenes de María Magdalena, San Francisco y San Lorenzo parece que fueron regalo de la familia Val-deguerrero que en este convento tenía familiares, así como un San Juan Evangelista, que al retocarlo Juan de los Santos, de la aldea del Orcajo, pariente de una religiosa actual, lo destrozó, quitándole la belleza que tendría seguramente, como la tienen las otras tres imágenes. Las actua­les religiosas recuerdan haber leído el documento en que constaba la donación, de dicha ilustre familia al convento, de las cuatro referidas imágenes.

SANTUARIO DE CORTES.—Terminados mis rebuscos artísticos en Alcaraz, visité el suntuoso Santuario de Nuestra Señora de Cortes, objeto de la veneración de muchos pueblos de la región, con ánimo de postrar­me ante la venerada imagen y rezar una salve con mis acompañantes. Mi sorpresa fué grande al ver en plena sierra de Alcaraz, un santuario hermosísimo con un solo defecto que es ello los muchos objetos que quie­ren adornar el altar, que es suntuoso, y no lo parece por tanto tapujo como lo oculta. Y allí hay también imágenes de Santo Domingo, Santo Tomás, María Magdalena, San Pedro, Mártir de Verona, S. Juan, S. Lo­renzo y otras, procedentes de los templos destruidos el siglo pasado en la ciudad y que son de la escuela de Salzillo y algunas seguramente de Roque López, aunque sin dato alguno y con un examen muy ligero, por el poco tiempo de que disponía, ya que ignoraba hallarse allí tal tesoro artístico, no me atrevo a asegurarlo. '

ALMERÍA.—Señaladas para esta ciudad salieron el 1784 una Virgen de los Dolores (cabeza y manos) de seis palmos y medio en 300 reales; otra Dolorosa de siete palmos (cabeza, manos y pies) el mismo año en 450; un Niño Jesús de Pasión de tres palmos y medio con la peana, con cruz en una mano y una cestita en la otra con instrumentos de la Pasión, el año 1787 y valorado en 480; otra Virgen de los Dolores en 550 (cabe­za, manos, pies y peana) el año siguiente; el 1790 un San Antonio de Padua de cuatro palmos y uno de peana tallada, estofado, con Niño en los brazos, en 1.000, un Jesús Nazareno, el 1797, de siete palmos y medio (cabeza, manos, pies y peana en 700 y un San Miguel de dos palmos con dragón, sin precio, el 1805, que fué encargado por un Padre Dominico. No he podido comprobar si alguna de estas imágenes ha subsistido a la devastación sufrida por la revolución.

ALHAMA DE MURCIA (Murcia).—La Parroquia de esta Villa tenía un magnífico retablo en el que todas las imágenes eran de Roque López y allí se podían admirar la Virgen de Gracia en trono de nubes, con dos niños de cinco palmos y cuatro serafines; la Virgen tenía ocho palmos, ocupando la parte superior del retablo sobre el camarín; poco

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ESTUDIO SOBRE LA KSCULTURA DE ROQUE LÓPEZ 91

más abajo y a ambos lados estaban las imágenes de Santa Marta y Santa María, sentadas sobre los arquitrabes un San Pedro y un San Juan de ocho palmos ocupaban los nichos laterales, fuera de la parte central, en los extremos del retablo y dos Evangelistas sobre el Sagrario. Estas imá­genes fueron entregadas el año 1785 y ajustadas en 9.000 reales y al año siguiente fué colocada en el camarín el magnífico San Lázaro, de nueve palmos, arrodillado en trono de nubes con cuatro serafines y dos ángeles en los extremos del trono, el de su derecha con la mitra y el de su iz­quierda con el báculo y otro bajo el brazo izquierdo con dos cabezas abajo que formaban un conjunto precioso. Esta imagen costó siete mil reales. Más tarde, el 1805, hizo para la misma Iglesia un San José de cinco palmos y medio, estofado, con Niño, en 1.500.

Era el retablo de Alhama la obra más importante que realizó Roque López y todo ello desapareció ante la barbarie y el salvajismo de los si­carios. He podido adquirir una fotografía de este magnífico conjunto, aunque la parte baja está tapada por adornos del Belén.

Saquero asignaba a esta población un San Lorenzo del que ni antes de la revolución había noticia.^

ÁGUILAS (Murcia).—Para esta población sólo consta que envió, el 1802, un crucifijo de dos palmos y nueve dedos, con cruz cuadrada y peana, del que cobró 360 reales, de cuya imagen nada se sabe actual­mente.

ALGUAZAS (Murcia).—El año 1792 hizo un hermoso San Onofre de siete palmos, con un ángel sobre un risco dándole la Comunión, en 3.300 reales y el 1800 un San Pascual Bailón en 2.000, de siete palmos y uno de peana, adorando la custodia. Ambas imágenes desaparecieron en la revolución marxista.

ALGEZARES (Murcia).—En el año 1796 terminó Roque López y entregó un San Antonio de Padua a la Parroquia de Algezares, de seis palmos y uno de peana, estofado y con Niño, cuya imagen había sido comenzada por Fr. Diego Francés, monje Jerónimo del Monasterio de La Ñora y por ello cobró nuestro artista 1.400 reales. Esta imagen tam­bién es de las destruidas.

ALJUCER (Murcia).—Para este poblado hizo, el 1786, una Virgen de los Dolores en 390 reales, que fué también destruida.

ALICANTE.—El 1786 y en el precio de 330 reales (cabeza, manos, pies y devanaderas) envió una Dolorosa para dicha capital y dos ángeles, arrodillados en sus nubes, con incensarios de poco más de dos palmos, en 720 el año 1793; estas imágenes las da Baquero, pero no el San Roque de media vara y peana, estofado de 1796 en 450 y una Virgen del Soco­rro (no del Rosario que dijo Baquero) del 1800, de cinco palmos y medio de peana, con Niño y una alma huyendo del dragón que va a los pies y cuya imagen, estofada, se valoró en 1.100 y fué encargada por el Mar-

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qués de Beniel. Nada he podido averiguar de ellas a,pesar de la avuda de los Sres. Marín y Albert .

A L M A N S A (Albacete).—Para esta población hizo 1). R()(jiie el año 1800 una Santa Teresa, de vestir, de siete palmos v medio, con libro, pluma y Espíritu Santo, en 400 reales, un Niño jesús de media vara en 300, un San Pascual Bailón, como el de Alguazas en 900 v una Virgen de la Consolación, de vestir, con Niño, en 600. Estas tres fueron entre­gadas, respectivamente, en los años 1801, 4 v 6.

Todas estas imágenes perecieron. A L M O R A D I (Alicante).—El año 1788 envió a esta población una

Soledad (cabeza sola) en 150: el 1797 dos ángeles de siete palmos }iara sostener dos lámparas, con ropas enlenzadas v perfiles dorados en 4.t)00: el 1801 un San Pedro de seis palmos, con las llaves en la derecha v un libro en la izquierda, en 1278 y un San Pascual Bailón de tres palmos, de vestir (cabeza, manos, pies, peana y custodia de hojadelaia) el 1803. p;:r el que cobró 270, siendo probable cpie notro lo mismo» v en lo mis­mo que sigue en el Catálogo fuera para el sacerdote D. Pascual Mart ínez Moreno, que es el que figura en los dos encargos antecedentes como con­tratante. Destruidas durante el período rojo, según comunicado del Sr. Alcalde del 27 de octubre.

A Y N A (Albacete).—El año 1804 V en 690 reales fué enviado a Avna un N i ñ o Jesús resucitado, de tres palmos v cuatro dedos, más oclu) de peana, bendiciendo y sosteniendo una bandera en la mano izípiierda. El Sr. Cura Ecónomo de la Parroquia. D. Suceso Díaz Mart ínez. Arcipres­te de Elche de la Sierra, me comunica con fecha 1 de octubre ^que efec­t ivamente en esta Parroquia había un Niño Jesús de las características que indica v que era una, obra de arte. Fué destruido por los niarxistas con las demás imágenes».

BALSICAS (Murcia)—El 1798 hizo para la Ermi ta de Balsicas una Virgen del Rosario de seis palmos con dos peanas v nubes, estofada, dos serafines y niños, con andas sobre las que fué llevada a dicho jioblado. en 2.000 reales. Esta imagen fué destruida y no he podido adquirir re­trato, pero era muv parecida a la de Sucina que se conserva, como se dirá en su lugar.

B A Z A (Granada).—El 1783, según el Catálogo, hizo una Santa Cata­lina de Sena (cabeza y manos) en 300 reales y también una Niña María de pa lmo y medio én 150, si bien esta segunda no es seguro que fuera para Baza, pues el P. Landete , dominico, encargó las dichas imágenes y un Sto. Domingo para Ciudad Real y la de la Virgen Niña no indica para donde la encargó, siendo difícil averiguarlo, si no imposible, dados los daños que el arte religioso sufrió en ambas ciudades.

El 1785 también aparecen juntos encargos para Baza y Ciudad Real, hizo para la primera un N i ñ o Jesús de media vara menos dos dedos, sen­tado, en 225 v también debió ser para Baza otro Niño Jesús de media

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l ' . s j i D l o sonni i,\ l ' . > i ( i . i i M v DI: U ( » u r ),oi'i:/. ÍHi

vara, con el CDiazón en una mano y una flecha en la otra, sentado en un peñasco, al que no pone el precio y en 2.000 reales hizo una Virgen del Carmen de seis palmos y do.s de peana v nubes, estofada, con el N iño dando el escapulario, el año 1799.

B E N I E Í . (Murcia).—El año 1797 y en el precio de 1.000 reales hizo para Benicl un Jesús Nazareno (cal)eza, manos, pies, devanaderas, cruz, peluca, corona y peana) de ocho palmos y el 1809 una Virgen del Carmen de vestir, de siete palmos en 390.

De estas imágenes, que fueron destruidas, se conserva recuerdo en el j)uchlo, de la devoción que se las tenía. El Rvdo. Sr. Cura Párroco y Ar­cipreste. I), ¡osé Pérez Abellán me dice en carta del 3 de septiembre que ' .Nuestro Padre jesús, según los fieles, era una imagen que imponía por su gravedad, su ex|)resión de dolor, por lo bien hecha. La de la Virgen del Carmen era también una imagen muy hermosa, esbelta, con mucha gra­cia. Era en totlos estos contornos frase coriiente, al querer resaltar la be­lleza de ima mujer, decir que le parecía a la Virgen del Carmen de Beniel». Y esta apreciación no cabe (]ue fuera por devoción pueblerina. jnies precisamente es patrona del pueblo la Virgen, pero bajo la advoca-ci(')n del Rosario.

B E N I C A N I M (Valencia).—En el año 1805 hizo, para las agustinas de dicho pueblo, en 450 reales, un Santo Tomás de Villanueva, de vestir, de iicho palmos v para las mismas religiosas, el año siguiente, en 360. un San Alberto de dos palmos y dos dedos con un libro en la izquierda v dando la bendición con la derecha y ima Santa Rosalía de dos palmos v dos dedos, estofada, con un crucifijo en la mano izquierda v una calave­ra en la derecha. Todo desapareció en el incendio del templo parroquial en la pasada revolución (carta del Sr. Cura, 5-XI).

B O G A R R A (Albacete).—En el año 1805 entregó D. Roque a Boga-rra un San Juan Evangelista de siete palmos, cabeza, manos y pies en 500 reales: un crucifijo de cinco palmos, muerto, en 1.500; otro de dos jialmos V cuatro dedos con monte en 500; y una Virgen del Rosario (ca­beza, manos v medio cuerpo), con N i ñ o proporciónacio, en 330. El señor Cura me dice en carta del 4 de septiembre «que tales imágenes existían. pero las destruyeron y sc)l() quedan algunos restos». Trabajo con dicho Sr. Cura, D. Francisco Galindo Vizcaya, para ver si los restos que han quedado merecen la pena de a[5rovecharlos para la restauración y que la pintoresca Villa pueda conservar siquiera el recuerdo de aquellas ve­nerandas imágenes, el del artista que las realizó y el de D . Anclrés Anto­nio Aretaga que las encargó.

C A R A V A C A (Murcia).—Para las carmelitas de Carayaca envió un San Elias (cabeza, manos v pies) el año 1783 en el precio de 480 reales V ima Santa Teresa en 300, de cuya posesión se encontraba ufana aque­lla comimidad por estar admirablemente realizadas ambas imágenes, que fueron destruidas.

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94 A N T O N I O S

CARTAGENA (Murcia).—Treinta y dos encargos despachó para Cartagena, de los que sólo nueve inserta Baquero que, vuelve a dormitar una vez más, al dejar de consignar algunas de suma importancia, pues no cita un solo Niño de los muchos y buenos que D. Roque hizo para dicha Ciudad, ni el San Joaquín.

Doce imágenes del Niño Jesús inserta el Catálogo para la Ciudad de la Caridad: uno el 1783 de una tercia, con el corazón en una mano y flecha en la otra; éste en el precio de 100 reales y otro semejante y con los mismos atributos en 220, en el año siguiente; otro lo mismo, de media vara y en 300 el 1786 y otro este año en 320, llevando la cruz y una oveja de la mano.

Con éste termina la lista de encargos de dicho año y el siguiente se abre con el de otro completamente igual en 330 y ya se registra otro de Pasión, el 1792, de palmo y medio, descansando el codo sobre una co­lumna en 300; el año 1803 dos sentados en monte, de cerca de dos pal­mos, en 330 cada uno; el 1801 se encuentra la imagen del Niño de una tercia, echado sobre su mano derecha y la izquierda para llevar una flor en 300; el 1804 un Jesús Nazareno, Niño con cruz a cuestas v un cordero llevado con cuerda con dos sentados, que hizo el 1786, también con corazón y flecha en 300 cada uno. Al Niño Nazareno no le puso precio.

También el 1803 hizo dos ángeles mancebos de cinco palmos, con galón de oro, para las lámparas, en 2.000 reales. Dos Dolorosas en 332 y 120 reales, respectivamente, y en los años 1783 y 1790; cinco imágenes de la Soledad: en 330 la de 1784; en 380 la del año siguiente; 330 la de 1788; 360 la de 1790 y 120 la entregada en 1809 y también hizo para Cartagena una Virgen del Carmen para la parroquia de dicha advoca­ción el 1783 en 365 y otra el año siguiente, de seis palmos, en 500. Dos crucifijos señaló en 300 reales cada uno de los años 1803 y 1805.

También hizo dos imágenes de San José, una de media vara, estofa­da, en 400 reales el año 1785 y la otra de seis palmos con Niño, estofada, en 1.500 y entregada el 1805. Tiene además hechas para dicha Ciudad la Beata María Ana de Jesús (cabeza y manos), el 1784, en precio de 330 reales; San Narciso, de dos palmos y medio, de vestir, en 150, del año 1790; Beata María de la Encarnación, de siete palmos, de vestir, del año 1792 en 300; San Benito, de dos palmos y medio, sin precio señala­do, del 1794; San Isidro labrador, de cinco palmos y m_edio, abriendo la fuente en un peñasco, del 1796, en 1.500 y San Joaquín, compañero del segundo San José citado en precio y fecha.

Toda esta inmensa riqueza artística, y las muchísimas imágenes de otros escultores que poseía la Ciudad de la Caridad, pereció destruida por el odio satánico de la impiedad, que supo aprovechar la veleidad y la incultura del pueblo, alucinarlo con promesas tentadoras, para que

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EsTin io soBRic i,\ KscM.TiRA VI: RO(,>I:E LOI'EZ 95

renegase, como en "ocasión semejante el pueblo judío, de lo qué poco antes había alabado, adorado y bendecido.

¡Cuántos de aquellos incendiarios habrían llevado en las procesiones, pocos meses antes, las mismas sagradas imágenes que ahora destruían!

De toda la riqueza de los templos de Cartagena tan sólo quedaron los cuatro santos, Leandro, Isidoro, Fulgencio y Florentina, obra de Salzi-11o. De los restantes ha llegado a mis noticias que D. Jesualdo Soler, el marqués de Fuente Sol y algún otro particular, han podido conservar algunas imágenes, pero hasta la fecha no he podido averiguar ni la can­tidad ni la calidad.

El entusiasmo de los cartageneros por sus templos y por sus procesio­nes ha producido una reacción que se propone restaurar lo destruido y restoñar la herida sufrida por el atentado marxista en su patrimonio ar-tístico-religioso, aunque será difícil que Cartagena vuelva a tener cosa igual a la que perdió.

Por lo pronto se hecha de menos, en algunas de las imágenes recien­temente adquiridas, el fervor del artista. Y es que precisa que nos des­engañemos : El arte religioso se necesita sentirlo y no se puede sentir sin muy arraigadas creencias y sin muy ardiente caridad. Pensar que, quien blasone de incredulidad, puede forjar una imagen de Cristo que inspire devoción, es pensar en lo imposible, pues imposible es que se pueda dar aquello que de ninguna manera se posee.

CARCELEN (Albacete).—Por los años 1793 y 1795 envió D. Roque a esta Villa una imagen de San Cayetano, de una vara con peana y Niño en 600 reales y otra de San Joaquín, de cinco palmos, con la Niña de la mano, sin precio. El Sr. Alcalde, D. Leopoldo Gómez Gil, me comunica con fecha 29 de octubre que ambas se conservan y el Sr. Cura, D. Caye­tano Carreño Pujalte, me ofrece enviar fotografías.

CASAS DE VES (Albacete).—En el año 1793 hizo para la parroquia de Casas de Ves un San José, de cinco palmos, con peana y Niño, esto­fado, en 1.100 reales, en un todo semejante al de San Antolín. Destruida según me comunica el Sr. Alcalde con fecha 3 de noviembre.

CEHEGIN (Murcia).—El año 1783, la penúltima de las producciones catalogadas de Roque López, e indudablemente la mejor de ese año, es la Virgen de las Angustias, con cuatro Niños, que hizo para Cehegín, por cuva obra cobró 6.600 reales y que, afortunadamente, a pesar de la devastación que sufrió aquella ciudad en sus templos, especialmente el parroquial, del que tan sólo quedaron las paredes y no todas, y el con­vento de las Maravillas, que fué saqueado, se salvó y ha sido restaurada y recobrado su hermosura, pues quedó algo deteriorada, sobre todo la imagen de Cristo. Desaparecieron los cuatro ángeles, semejantes a los que conserva la Virgen de los Dolores de Alcaraz. También el año si­guiente hizo una Dolorosa, ajustada en 360 y que ha desaparecido, así como el magnífico San Buenaventura, de siete palmos, estofado, que se

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veneraba en el convento y por el que cobró 1.50Ü. H a desaparecido de esta imagen hasta la fotografía que guardaban los religiosos, segiin me comunicó el P. Guardián Fr . León Arana, con fecha 13 de agosto último.

C I E Z A (Murcia).—Lo primero que hizo para Cieza fué un Niño Jesús, de una tercia, adorando la cruz y mostrando el corazón, en 223 reales y una Virgen de los Dolores, en 270, en el año 1784: siguió a estas la imagen de Cristo crucificado en la agonía, de seis palmos y con cruz. en 1.500 y en el año 1793 y el 1801 un Niño , de tercia, sin precio v un Crucifijo de dos palmos, muerto, sobre un risco, en 300 el año 1809.

De estas imágenes no ha quedado rastro, según me comunica el señor Arcipreste de aquel distrito, D. Antonio Sánchez Oliva, con fecha 29 de octubre.

C IUDAD-REAL.—El P. Laúdete , dominico, encargó para Ciudad-Real un Santo Domingo, el año 1783 ,de siete ))almos v medio (cabeza, manos y pies) con peana, en 400 reales: un San Joaquín de cuatro |ial-mos en 600 el año siguiente y un San Francisco de Paula con ciuuro palmos y tres de peana en 900, el año siguiente. Ya ha quedado dicho, al hablar de Baza, la dificultad de identificar la existencia actual de estas imágenes.

C U E N C A . — P a r a esta población, y jior encargo del Prior de los agustinos, Fr . José Siles, hizo un San Agustín, de vestir, de tamaño na­tural, teniendo en la izquierda la Iglesia v en la derecha la pluma. N o he podido averiguar el paradero de esta imagen, probablemente desajia-recida, según me comunica el Sr. Canciller-Secretario de aquel Obispado, con fecha 6 de septiembre.

C U E V A S D E A L M A N Z O R A (Almería).—El 1786 hizo para esta población, que entonces se llamaba Cuevas de Vera, una magnífica Virgen de los Dolores, de siete palmos, estofada, en 2.000 reales v el año 1795, en la misma cantidad, un San Diego de Alcalá, de seis palmos y cuatro dedos, con la cruz en una mano.

Ambas imágenes fueron destruidas, según me comunica el Párroco, D . Andrés Mart ínez Cano, juntamente con una Purísima de Salzillo, una Virgen de las Maravillas, de José Ortega y otras varias imágenes de altísimo valor.

C U L L A R D E B A Z A (Granada).—Para esta población sirvió el año 1802 una hermosa imagen de la Virgen de la Aurora, de cinco palmos, sentada, estofada, y cobró por ella y unas andas doradas 2.000 reales v en el mismo año una Soledad, de tres palmos, de vestir, en 150. Ambas destruidas, según me comunica el Sr. Cura el 26 de octubre, sin haber podido conservar ni fotografía de las mismas.

C H I N C H I L L A (Albacete).—El año 1784 hizo un Cristo de dos pal­mos V medio, muer to en la Cruz, en 300 reales: en el mismo precio el año 1794 un Niño Jesús bendiciendo, de media vara v un San Juan

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KsiuDio soBni: i.v KSCVLTUR* DK ROQIIK LOPRZ 97

Bautista de seis palmos, con cordero, en 1900; de las cinco obras que ejecutó el año fatídico de la peste, que lo arrebató de este mundo, dos fueron para esta antigua y nobilísima Ciudad: San Juan Nepomuceno, de seis palmos, estofado, con crucifijo y ángel a uii lado y al otro un bonete, en 1.500 reales; y en 1.000 un San Pascual Bailón de seis palmos, arrodillado en un monte sobre las andas y adorando la Custodia que iba colocada en una carrasca con corderillos.

Estas preciosas imágenes, con otras muchas antiquísimas, llenaban su templo parroquial, uno de los mejores de la Diócesis, y los de Santa Ana, Santo Domingo y el Hospital y todas fueron destruidas por los mismos hijos de esa desgraciada Ciudad donde, si se hubiera conservado su in­mensa riqueza artística, no sólo de sus templos, sino de muchos edificios particulares, también destruida en su mayor parte, podría existir un centro turístico de primer orden, mientras así sólo queda desolación y ruina.

Siempre lo mismo: la Iglesia, acusada de obscurantista, levanta mag­níficos edificios e inspira y protege las artes; y, quienes de tal la tildan, desde los liberales de Mendizábal hasta los comunistas de Lenín, se en­cargan de asolar los edificios y destruir las obras de arte.

DOLORES (Alicante).—Para esta población, para la que ya el maes­tro había hecho una imagen de las Angustias, semejante a la de San Bar­tolomé, hizo el discípulo, el 1806, un magnífico San Pascual Bailón que, gracias a Dios, se conserva y que, a instancias de mi distinguido amigo y compañero, el Arcipreste D. Vicente Pérez Pujalte, que lo creía de Sal-zillo, he visto y compro*bado que es de nuestro insigne D. Roque, aun­que bien pueden jactarse y ufanarse de haberla conservado, pues es una de las mejores producciones del artista. Cobró por la imagen, según el Catálogo, 450 reales y mide un palmo y algunos dedos más de lo que se señala en aquel documento.

ELCHE (Alicante).—Una Beata Mariana de Jesús, de siete palmos, es lo primero que hace el artista el 1786 para Elche, en 375 reales; un San Juan Nepomuceno, de media vara, de barro, en 200, el año 1790 y un San Luis Gonzaga, también de barro y del mismo tamaño que la an­terior, de la que no figura precio, el 1795.

ESPARRAGAL (Murcia).--Para esta Parroquia hizo, el 1790, una Virgen de los Dolores, de tamaño natural, de vestir, en 360 reales y el 1806 otra Virgen de los Dolores, que es la que se venía venerando en dicho poblado, semejante a la de la Parroquia de Santa Catalina, por la que cobró 1.500. Ambas fueron destruidas.

ESPINARDO (Murcia).—Hizo para esta población un Jesús Nazare­no, el 1794, en 500 reales y, dos años más tarde, dos ángeles, de dos palmos, para ir sentados en la peana de Jesús Nazareno, de los que no pone el precio y al año siguiente hace otro Jesús Nazareno de seis palmos, vestido de lienzo, en 1.100. Destruidas ambas imágenes.

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FEREZ (Albacete).—El 1802, en 1.000 reales, contrató un Jesús Na­zareno para esta Villa, de ocho palmos. Esta imagen se conserva en per­fecto estado.

FORTUNA (Murcia).—Cuatro serafines en un trono labró el 1789, por lo que cobró 360 reales.

FUENTE-ALBILLA (Albacete).—Un San Cayetano de cinco pal­mos y medio, con la peana, fué entregado en 700 reales para este pueblo el 1786. Destruida el 1936.

HELLIN (Albacete).—De la Inmaculada Concepción, de siete pal­mos, para vestir, con peana y devanaderas, que en 360 reales hizo el 1794 para Hellín, <(no existen fotos ni nadie da más noticias, sino que era muy bonita y fué quemada el año 1936», según me comunica en septiembre pasado el Sr. Arcipreste, D. Antonio Sánchez González.

HIGUERUELA (Albacete).—Un magnífico San Antonio de Padua fué lo primero que hizo para esta población en 900 reales y una hermosa Virgen del Rosario, de cinco palmos, estofada, con Niño, en 1.000. Esta el año 1792 y la otra el anterior. El 1799 enriquecieron su templo parro­quial con una Santa Bárbara de seis palmos, con peana y nubes, estofa­da v con torre, en 1.300 y el 1803 con un San Pascual Bailón de seis palmos y tres dedos, con peana y nubes, arrodillado en ellas, adorando la Custodia que pende de un alambre, en 1.500? Las cuatro imágenes la­bradas con sumo gusto y exquisitez. Todas fueron destruidas, quedando sólo la de San Antonio, deteriorada y que se ha restaurado.

HUERCAL-OVERA (Almería).--El año 1788 envió a esta población un Crucifijo de cuatro palmos en 1.500 y un paso de Jesús atado a la Co­lumna, con dos sayones y las andas, en 6.500. Este era muy semejante al destruido en Muía de Salzillo. El 1795 volvió a servir dos buenas imáge­nes en 700, la de la Virgen del Carmen, de tres palmos, con el Niño en una mano y la otra dando el escapulario, estofada y en 1.000 la de San Blas, de seis palmos, estofado y con peana. El 1803 un San Miguel en 1.500, de cinco palmos, con ropas de lienzo estofadas, dragón a los pies y cruz en la mano izquierda. Se conservan después dé la catástrofe revolucionaria, la Virgen del Carmen y San Miguel. Las restantes fueron destruidas.

HUESCAR (Granada).—El Catálogo señala para esta Ciudad un San Antonio Abad, de seis palmos, con galón, cochino y dragón, en 1.000 reales y una Soledad, de vestir, en 330, de siete palm«s, ambas en el año 1786; y un Santo Domingo de Gurmán, de vestir, de ocho pal­mos, con libro, cruz, peana y perro, en 850 y una Virgen del Rosario, también de vestir, de siete palmos y con Niño en 700, en el año 1797. Estas imágenes, según el Sr. Arcipreste D. Fidel I^pez Lorenzo, desapa­recieron en la guerra pasada, habiendo estado hasta entonces, incluso el San Antonio Abad, que Sánchez Moreno achacaba fuese el de Almaci-

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KsTl^DIO SOBRK L\ KsClXTl'RA ME RoOT-C Í OPEZ 9 9

les, aunque quizá también sea éste de D. Roque, como afirma el citado escritor, pues tienen gran parecido todos con el original de Salzillo, según puede comprobarse, pues el de Almadies se ha conservado.

INIESTA (Cuenca).—Esta población, a donde llegó la fama del ima­ginero murciano, por medio del clero colindante con el de aquella Dió­cesis V Provincia, encargó y recibió en el año 1806 tres magníficas imá­genes : Una de la Asunción, de cuatro palmos y dos de trono y nubes, estofada, en 1.300 reales; otra de Santa Ana, de tres palmos y uno de peana, con la Niña en brazos, estofada, en 1.100 y una Dolorosa de cuatro palmos y medio con la peana, también estofada, en 900.

No se sabe la suerte que habrán podido correr estas hermosas imá­genes.

J IMENADO (Murcia).—El 1787 hizo para este poblado una Virgen de los Remedios, de seis palmos, de vestir, con Niño, en 400 reales.

JUMILLA (Murcia).—El 1785 envió a Jumilla un S. Roque de cinco palmos, con Niño y perro, estofado, en 1.000 reales; el 1792 un Beato Andrés Hibernón, de seis palmos y, aunque no señala el precio, se puede calcular que cobraría 2.000, comparando con lo que cobró por el de la Catedral. Tampoco señala el precio del San Ildefonso, de seis palmos, re­cibiendo la casulla de la Virgen que va sentada en trono de nubes y éstas sobre tarima de cinco palmos, enviado el 1804, ni por una Virgen de las Angustias, como la de San Bartolomé, de seis palmos, enviada el 1807 De estas imágenes sólo se han conservado el Beato Andrés en el Conven­to de Santa Ana y la Virgen de las Angustias, propiedad hoy día de doña Josefa Cañizares de Espinosa de los Monteros, habiendo sido des­truidas las otras.

LA GINETA (Albacete).—El 1804 envió a esta población una Virgen del Rosario, de vestir, de cinco palmos, con peana de medio y Niño, en 500 reales y im Cristo muerto, de una tercia, en 200, el 1806.

LORCA (Murcia).—Esta Ciudad es una de las poblaciones para las que más trabajó Roque López y la única en que preclaros hijos suyos se han ocupado de catalogar la obra de éste y de otros artistas.

Quien mejor estudió la obra de Roque fué D. Francisco Escobar Bar-berán que incluyó todas las obras del Catálogo de Roche con atinados comentarios sobre cada una de ellas.

Comienza por emitir el siguiente acertado juicio acerca del escultor: «No poseía D. Roque López el genio portentoso de su maestro; pero dotado de gran talento artístico, logró ser su más fiel imitador; se asimi­ló de tal manera su estilo y arte que muchas de sus esculturas podría muy bien haberlas firmado Salzillo, como sucede con el San Pedro Alcántara de los Diegos, hoy en San Bartolomé de Murcia» (21).

' La primera obra enviada a Lorca fué la imagen de la Beata Mariana

(2!) Ob. cil., pá(r. 52.

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de Jesús, de siete palmos, en 330 reales el año 1785; un Jesús Nazareno de siete palmos (cabeza, manos, pies, cruz, corona de espinas y peana de medio) en 600 el 1787. Esta imagen se encuentra, dice Escobar (22), en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en el tercer altar de la iz­quierda, entrando. Es de cara muy bien hecha». En el 1790 hizo un San Juan Nepomuceno de dos palmos, con palma y nubes, estofado, con Niño, en 450; el año siguiente, en 1.500, una Santa Agiieda de cuatro palmos, con un Ángel en su trono, con los pechos y palma, imagen que fué atribuida a Salzillo por los escritores lorquinos Cánovas Cobeño y Rebollo Zamora «sin otro fundamento que la propia belleza de la efigie. Las medidas y todas las circunstancias que el Catálogo señala coinciden con las de la efigie de San Juan». También la identificó totalmente el Sr. Escobar con los datos del Archivo de dicha Parroquia, en donde que­da aclarado que la Hermandad de Santa Águeda sustituyó la antigua imagen de su titular por otra, cuyos datos son del 1791 en adelante, en los que se trata de la colocación de la imagen nueva y de la vieja con otras más de otros santos que se hallan en la trastera (23).

Del 1792 era un San Juan de Dios, de vestir y de una tercia, valorado en 160 y de cuya imagen Escobar no pudo dar con su paradero. El 1794 hizo un San Luis, rey de Francia, de siete palmos, con la peana, estofa­do, en 2.200 reales, cuya imagen tampoco logró identificar Escobar, pues no creyó fuera ninguna de las que en su tiempo existían en la ciudad del Sol. Un Jesús Nazareno, de tres palmos y medio, de vestir, del mismo año que San Luis y de precio 450 reales, «se encuentra en una urna, jun­to al altar del Señor de la Salud, de la Parroquia de Santiago». El 1795 envió una Beata Mariana de la Encarnación, de siete palmos, con la cruz, en las manos, en 450 y «se halla, dice también Escobar, en la Igle­sia del Carmen». El mismo año un San José, de cinco palmos, medio de peana, con el Niño en los brazos, estofado, en 1.500. Escobar creía ser el del Carmen, pues ^1 que había en San Mateo es del escultor caravaqueño Francisco Caro y el del Rosario de Salzillo y el del Carmen «es una es­cultura bien acabada y además tiene la altura y estofados indicados en el Catálogo». A dicho año pertenece también el San Francisco de Paula, de cuatro palmos, medio de peana y estofado, en 1.000 reales que tam­bién, según el mismo escritor, se halla en el Carmen. De un Crucifijo del mismo año, de media vara, en la agonía, confiesa Escobar no haberlo podido identificar y la Concepción, de cuatro palmos y uno de trono, en madera, también del mismo año, tampoco logró identificarlo. El 1796 hizo un Santiago Apóstol, en globo de nubes, con cuatro muchachos de cuatro palmos y un mancebo de seis, con los atributos todos en las manos y las ropas estofadas, en 6.000 reales. Esta imagen, ((hermosa y arrogante, dice Escobar, fué destruida en el incendio que sufrió dicha

(22) Oh. cil. , pig. 54. (23) Obra citada, páps. 55 y sigts.

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lísTinio soBiuí i,\ Ks(;ri.Ti'H\ riK Uoni n LOPKZ 101

Iglesia en la noche del 29 de abril de 1911» Del mismo año son dos án­geles de siete palmos, para mantener dos lámparas en el mismo templo parroquial de Santiago, de los que nos dice el citado escritor que sufrie­ron grandes desperfectos y se restauraron por el pintor Sánchez Carlos, sin precio. Y asimismo sin precio, dos muchachos de cinco palmos, sen­tados sobre pulpitillos para mantener los libros de la Epístola y Evange­lio, sin identificación; y un Niño Jesús, de media vara, bendiciendo, en 360, que pudiera ser uno que hay en la Capilla del Rosario. Un Crucifijo en 500 del año 1797, en la agonía, de media vara, con su monte, tampoco se sabe su paradero cierto, y del 1798 hay un San Antonio Abad en el Catálogo, de cinco palmos y medio de peana, colorido, con galón, cochi­no y serpiente, en 1.500, de cuya imagen dice Escobar (24): nEste es el San Antonio citado en el Catálogo, pero sin indicar el pueblo a donde se destinaba, que Cáceres Plá y con él nosotros, cree sea el de la Parro­quia de Santiago, hermosa escultura atribuida por D. Javier Fuentes a Salzillo», que también Sánchez Moreno afirma no ser de él (25). El 1800 hizo dos imágenes del Niño Pastor con tres ovejas en su monte a 180 reales y ninguna logró ver Escobar. Este año entregó, en 2.500 reales, la magnífica escultura de Jesús Resucitado, de siete palmos, con un pie sobre el sepulcro y otro en el aire, con banda estofada y bandera. «Es esta imagen, dice Escobar (26), una de las más bellas e inspiradas creaciones del eminente escultor D. Roque López y la única estatua que hizo de Jesús Resucitado. La posición del Señor, sostenido sobre un solo pie, saliendo del sepulcro: su interesantísima actitud llena de majestad y grandeza: la exquisita y delicada corrección de sus formas: su perfección anatómica, todo ello da a la efigie una belleza manifiestamente incomparable»: copia este escritor el acta de la Junta general de la Archicofradía de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, Asunción v Encarnación de María, Señora Nuestra, del 26 de abril de 1801, donde consta haberse obligado a pagar, en plazos, la efigie del Señor Resucitado que acababa de construirse y en ella se cita la escritura del 3 de septiembre del 1800 a favor de D. Roque López ante P." García, Escribano de esta Ciudad, en la que se dice: (cQue tenían tratado y estipulado con don Roque López, Maestro de Escultura de Murcia, la confección de una efigie del Señor de la Rcsurección para colocarla en la Y.' pl. de Santa María de esta Ciudad, ajustada en 2.500 reales por medio del doctor don Mariano Gil Castroverde, Cura propio de dicha Y.\ Y este mismo año hizo un Jesús Nazareno en 600 reales, que guardaba en su casa D. Juan Bautista Terrer Leonés y que antes estuvo en el colateral de la Epístola de la Capilla del Rosario. El 1801 hizo el Paso de la Conversión de la Sa-

(24) Oh. cit. , p,íg. 72. (25i 01). cit. , piS)í. 157. '26) Ol., cil . , páRs. 73 y sipls.

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maritana y Jesús, de vestir, según el Catálogo, en 128 reales, pero ya dice Escobar que debe ser equivocación y le añade un cero, con lo que resulta en 1.280; Saavedra y Pérez de Meca (27) razona el coste de este modo: «En el Catálogo impreso de las obras de don Roque se asigna a la Samaritana de Lorca el precio de 128 reales. Aquí debe de haber un descuido del original o de la imprenta. El ocho debe de haberse formado por la unión de dos ceros, 1.200 cos­taron las de Murcia y Muía, enteramente iguales a aquéllas, según el mismo Catálogo, páginas 25 y 42». Cualquiera de las dos opi­niones son admisibles. El año siguiente hizo una Dolorosa de siete palmos ( cabeza y un pie) en 200, que estaba en Santa María y algún año fué sacada en las procesiones de Semana Santa. Del mismo año hizo, por encargo de D. Bartolomé Pelegrín, fabriquero de Santiago, un Naci­miento, con San José, la Virgen y el Niño, de una tercia, arrodillados y estofados los dos primeros, muía y buey, sin señalar precio y del que no se tiene noticia por Escobar. También sin señalar precio, hizo el año si­guiente un Santo Tomás de Aquino, de vestir, colocado en la Capilla del Rosario y una Virgen de esta advocación, de dos palmos y nueve dedos, de vestir, con Niño y pelo, en 280 reales, también en ignorado paradero. En 2.000 reales hizo un San Antonio de Padua, de siete palmos, con libro y una azucena en la mano derecha y el Niño sentado sobre el libro, que, según Escobar, estaba en la iglesia de San Francisco y del mismo año hay una Virgen del Rosario, de siete palmos y medio, con devanaderas y Niño, en 600 reales, que parece ser, según Escobar, la de la Ermita de San José. El año 1805 se llevó a Lorca un San Pedro Após­tol, con galón, que juzga Escobar ser el titular de la Parroquia de Campo López, aunque él sólo lo conocía de referencias. El 1807, un Cristo de la Agonía, en 200 reales, difícil de precisarlo entre todos los existentes en dicha Ciudad.

Los acertados comentarios de Escobar al Catálogo de obras, que aca­bamos de exponer, terminan con estas palabras: «No puede afirmarse, en términos de absoluta seguridad, que sean las anotadas las únicas imá­genes de Salzillo y López en Lorca, pues aún con respecto al último, que tuvo especial cuidado en apuntarlas, se han descubierto fuera de esta Ciudad, algunas obras evidentemente suyas, no escritas en el Catálo­go» (28).

De toda esta riqueza artística del mejor discípulo de Salzillo que poseía Lorca «sólo se han salvado de la destrucción general los siguien­tes: Jesús Resucitado, de Santa María; Jesús Nazareno, imagen de vestir (cabeza, pies y manos de talla, del Carmen v San José, también del Carmen, talla ente/a con el Niño (29)'). Estas palabras del cronista de

f27) «l.a Voz (le Muía», art. citado. Nota (28) Obra cit. páff. 95. (29) Espfn Rael, en carta al autor, del 13 do octubre de 1947.

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KsriDio soimí; i.\ ESCULTURA DK Rtx.iiE LÓPEZ 103

Lorca se complementan con esras otras que escribió hace ocho años (30). La envidia y el rencor, unidos a la incultura, han destruido el arte y la belleza que varios siglos habían creado, reduciendo a un poblacho lleno de suciedad y ruinas una ilustre ciudad.

Lorca, como tantos otros pueblos de España que han sufrido igual calamidad, tenía un legítimo orgullo con sus templos, ornamento y reli­cario de su vieja historia. Nueve parroquiales y varias iglesias y capillas, sólo en la población, sin .incluir las numerosas de su extenso término municipal, han sido saqueadas, algunas incendiadas, y destruidas siste­máticamente por el fuego todas sus efigies, numerosos cuadros y objetes de culto, y robadas sus alhajas y enseres».

LEZUZA (Albacete).—Una Virgen del Rosario, de cinco palmos y medio, con Niño, estofada, se hizo y envió el año 1800 a esta Villa en 2.000 reales.

LIETOR (Albacete).—Para esta Villa hizo, el 1788, una Santa Tere­sa, de un palmo (cabeza, manos y pies) con libro y Espíritu Santo, plu­ma V peana, en 300, debiendo ser equivocada la medida, pues en dicha población la había mayor y adefnás que a continuación de ésta se inserta otra de las mismas características, sin fijar para donde, de tres palmos, en 200 reales, por lo que debe ser de cuatro palmos y medio a cinco.

MAZARRON.—Una Concepción, de seis palmos y dos de trono, de nubes, peana, andas, serpiente, media luna, torre y pozo, estofada, hizo el 1798 para Mazarrón, a la que no señala precio, pero por la que debió cobrar de cinco a seis mil reales y que era de singular esbeltez y belleza, y el 1807 envió un San Antonio de Padua, de cinco palmos, con el Niño sobre libro, en la izquierda y ramo de azucenas en la derecha, en 1.100. Ambas imágenes fueron destruidas y muy buenas, como pude apreciar. El San Antonio era semejante al de Lorca, aunque de menor tamaño.

MOLINA DE SEGURA (Murcia).~El año Í786 hizo para esta Villa en 7.000 reales, un San Pedro y un San Andrés, de ocho palmos, para el retablo, dos ángeles, también de ocho palmos, para los frontispicios y una Trinidad para la coronación. Todo ello fué destruido por las hordas, así como el San Roque que hizo el 1789, como el de la Ermita del Ángel en 2.000.

MONOVAR (Alicante).—Para esta Villa hizo, en 570 reales, una Virgen de la Aurora, de tres palmos y medio, con nube y peana, el año 1809.

MONTEALEGRE DEL CASTILLO (Albacete).—Una Encarna­ción de tres palmos y medio, arrodillada con el Ángel en una nube, colo­ridas ambas figuras y con galón y flores, en 2.000 reales y enviada el año 1809. Desaparecida.

MORATALLA (Murcia).—El año 1786 envió a esta Villa una

(30) r.orca, a r t ículo «Incendios y destrucciones», Valencia, 1939.

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Santa Rosa (cabeza, manos y devanaderas) en 300 peales y el 1791 un San Juan Nepomuceno (cabeza, manos y pies, con un crucifijo en las manos y peana) en 700.

MULA (Murcia).—Lo primero, que registra el Catálogo, hecho por D. Roque para Muía es un precioso San Miguel, de cinco palmos, con es­pada y rodela, desnudo, con peana, para el Real Monasterio de la Encar­nación, enviado el 1792 y valorado en 500 reales; le sigue una Dolorosa, de siete palmos, de vestir, para la Parroquia de .San Miguel, donde se ve­neraba, en 450 y enviada el 1796; un paso de la Samaritana, como el del Carmen^* del que ya hemos hablado, en 1.2(X) y enviado el 1808 y el mismo año un Niño jesús, de una tercia y cuatro dedos, sentado, bendi­ciendo con la derecha y pidiendo con la izquierda, en 300. Este Niño fué para las religiosas del Real Monasterio citado y la Samaritana para la Cofradía del Carmen.

Además, en el Catálogo de Albacete, al que anteriormente nos he­mos referido, consta que en Muía y en dicho Real Monasterio habían un San Juan Evangelista, Santa Coleta, Santa Úrsula, San Juan de la Cruz, un Niño Jesús de un palmo y otro de tres palmos y medio, de peana y sobre ella un monte a la que mira el Niño y en el monte algu­nos animales (31).

Toda esta riqueza artística, con más de setenta imágenes, algunas de Salzillo, la Roldana, los Baglieto, varias napolitanas, entre ellas San Francisco y la Inmaculada, del antiguo Convento de Frailes Me­nores de la Purísima, y alguna preciosa antigüedad, como la Virgen de los Olmos, que se veneraba en el citado Monasterio, absolutamente toda, desapareció a manos de unos salvajes, indignos de vivir en países civili­zados.

MADRID.—Para la Villa del Oso y del Madroño también hizo nues­tro artista unos encargos, aunque de poca importancia, en el-año 1789 y fueron tres mocitas de la huerta, en 300 reales; dos mocitos también en 300 y una vieja hilando en 150, que difícilmente existirán y, caso de existir, sólo casualmente podrían hallarse, dados los cambios de las fami­lias que los encargaron.

MURCIA.—El año 1783, según el Catálogo de Roche hace, para la Virgen del Carmen, de la portería de Santa Teresa, un Niño Jesús, al que no puso precio; Santa Cecilia, de seis palmos, sentada y tocando el órgano, en 2.000; el 1784 una Beata Mariana (cabeza y manos) para la Merced, en 330; un Beato Miguel de los Angeles (cabeza, manos y pies) para la Trinidad, que pasó a Santa Eulalia, en 300; un San José en 2.000, de siete palmos, con, peana, Niño, estofado, para el Monasterio de San Jerónimo; un San Cayetano, de una tercia, con el Niño, en 250 V un San Juan Nepomuceno, de cuatro palmos, con trono estofado, en

(31) Véase «La Voz de Muían, nrt . ci tado.

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900, para las Capuchinas; el 1786 un San Pascual Bailón de siete palmos y medio, arrodillado en un risco con una mano al pecho adoran­do la Custodia en un árbol que sale del dicho risco, en 1.800, para las Fundaciones del Cardenal Belluga; un Niño de dos palmos y medio, para Virgen de la Paz en la Ermita de San Roque, en 400; el 1787 un San Cayetano, de cinco palmos y medio, sobre nubes y un angelito en el trono con el bonete y las disciplinas, en 1.100, para la Parroquia de San Pedro; una Dolorosa de tres palmos (cabeza, manos y pies) para la Trinidad, sin precio; el 1788 un Jesús Naza­reno (cabeza, manos, pies, cruz, corona y peana) en 800, para San Pedro: una Virgen de la Aurora de cinco palmos y medio (cabeza y manos) para la Trinidad, en 210; una Santa Rita de Casia, de siete palmos, en 300, para San Agustín (hoy San Andrés); un San An­drés Apóstol adorando la Cruz, en 2.000, para San Pedro, así como dos Evangelistas para el Sagrario de dicha Parroquia, en 400; un Jesús Na­zareno, de tres palmos y medio, (cabeza, manos, pies, cruz, corona y manto en 400, para el Convento de Santa Clara; el 1789 una Virgen de la Paz para la Ermita de San Roque, en 180; un Cristo en la Agonía, de tres palmos, cruz redonda y monte, en 500; el 1790, para las Huér­fanas (hoy Inclusa) una Dolorosa de seis palmos, de medio cuerpo, toda de madera, en 500; el 1791 una Virgen del Rosario, de vestir, de siete palmos y cuatro dedos, con Niño y que sirva para Soledad, en 660, para la Trinidad: un San Pedro Mártir, del natural, al colorido, con galón, [jeana (sin cabeza y manos) en 1.500. para el Santo Tribunal de la Inqui­sición. Ija cabeza y manos debió aprovechar las de otro. Esta imagen pasó a San Pedro; una Virgen del Carmen de seis palmos (cabeza, manos y devanaderas en 210, para la Trinidad; un Niño Jesús de media vara, de pie y bendiciendo, en 300, para la Merced; el 1792 hizo un Beato Andrés Hibernón en 3.000, para la Catedral, de ocho palmos y peana; una Beata María de la Encarnación en 300, para las Carmelitas, un Cru­cifijo de palmo y medio con cruz y monte en 300, para el Rector del Colegio de San Isidoro; un Niño Jesús para el Carmen, de media vara, bendiciendo, en 300: una Virgen del Rosario, de siete palmos, en 600, para Santo Domingo: el año 1793 una Virgen de los Dolores, de vestir, de siete palmos y medio, en 450 y dos niños-ángeles a 375 cada uno, para la Parroquia de San Juan; un San Ramón Nonnato de media vara (cabeza, manos y pies) para la Merced, en 150 y un Santo Tomás de Vi-Uanueva, de vestir, con un muchacho pidiendo limosna, para San Agus­tín (hoy San Andrés): el año 1794 una Virgen de los Dolores, de cuatro palmos, medio de peana, de vestir, sin precio y un San José, de cuatro palmos, estofado, con peana y nubes, en 1.000 para San Fran­cisco; una Virgen del Rosario, de vestir, en 600, para la Trinidad; el 1795 un Niño Pastor, de una tercia, en 300, para las Capuchinas: otro igual, sin precio, en el año siguiente, para el Carmen y una

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Soledad de cuatro palmos, en 180, para la Merced; el 1797 dos án­geles de ocho palmos, para la caja del órgano de la Catedral, sin precio; pastor, de palmo y medio, sentado en monte con una ove­ja, en 390; una Virgen de los Dolores,de siete palmos (cabeza, manos y pies) en 540, para la Trinidad; un Beato Juan de Ribera, del natural, vestido de lienzo y colorido, en 1.800, para las Agustinas; un Ángel de la Guarda, con un alma de la mano, de cuatro palmos, en 1.400, para Santo Domingo; el 1798 dos ángeles de nueve palmos y medio, par el retablo de San Antolín, sin precio; una Virgen del Car­men, en 200, de vestir, de dos tercias, para el teniente de San Nicolás; una Santa Teresa de Jesús, de cinco palmos y medio, estofada, con nubes y un querubín hiriéndole el pecho con un dardo, en 1.500 y un Niño de media vara, sentado en monte, con la corona de espinas, con una espina clavada en el pulgar de la derecha, que se está sacando con la izquierda, llorando, en 360, ambas imágenes encargadas por el Padre Peraleja. de Santo Domingo; para el cura de San Pedro hizo el 1799 un crucifijo de casi media vara, en 300; el paso de la Samaritana, ya citado parí el Carmen, en 1.200 y el 1800 un Niño de media vara en 330, otro de media vara y cuatro dedos en 360, para un padre de Santo Domin­go y otro de San Diego, respectivamente: una Virgen del Carmen, de una tercia y dos dedos, estofada, con nubes y peana, en 180, según el Catálogo, pero debe ser equivocación, para D. Clemente Moiítes; un San Juan Evangelista del natural, enlenzado y estofa­do, para D. José Cairón, en 2.000; una Virgen de tres palmos, de vestir, para el Nacimiento, del Padre Carlos de San Francisco, en 150: una Santa Catalina de Sena, de cinco palmos y medio, de vestir, en 450, para Santo Domingo; San Pedro Arbués, arrodillado en el martirio, en 1.800. para el Santo Tribunal de la Inquisición, que pasó a San Pedro y el San Miguel, de cinco palmos, estofado, con peana y diablo, en 1.100. para la Parroquia de este título; el 1801 un Niño Jesús de ocho dedos, bendiciendo, en 100 reales, para D. Antonio Albarracín; otro Niño Pastor, con cuatro ovejas, en 400, para San Diego; una Virgen del Carmen, de una tercia, de vestir, en 100, para los Capuchinos y otra lo mismo en 150, para la alcaldesa; un San Antonio Abad, de tres palmos, en 600, para Santa Ana; un San Félix de Valois, de vestir, en 500, para la Trinidad; un San Vicente Ferrer, de vestir, en 500, para los domini­cos ; una Santa Rosa de Lima, de vestir, con el Niño Jesús en los brazos, para los mismos, en 660; un Niño Jesús de palmo y cuatro dedos, para la Virgen del Rosario, en 200; el 1802 dos Niños de dos palmos y alas y bandas estofadas, para San Antolín, en 150; un Crucifijo, de media vara, en 300 y otro de un palmo y tres dedos en' 150, para particulares; el 1805 un San José de tres palmos y medio, sin precio, para Santo Domingo; un Niño Jesús de media vara, con cruz y oveja de la mano, estofado, en 450; otro de un palmo, en la misma disposición, para Santa Isabel, sin

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Ksi rn io SOKHE t* K s M i . r i m DE RCKJIK LÓPEZ 107

indicar precio; un Cristo en la Agonía, de media vara, con cruz redon­da, en 300; una Santa Teresa, de seis palmos, de vestir, en 240, para las Fundaciones; un San José de seis palmos y medio, con peana, estofada, en 1.200, para San Antolín; en 1806 dos Cristos muertos, con cuatro clavos, de un palmo y tres dedos, cruz y peana de caoba, en 400 y un San Nicolás Tolentino, de cinco palmos, de vestir, sin pies, con crucifijo en la. derecha y en la izquierda la perdiz en un plato, en 300, para los agustinos; una Virgen de los Dolores, de tres palmos, estofada y un Jesús Nazareno, para vestir, para dos prebendados, sin precio y también sin precio para las Fundaciones, de dos palmos; el 1807 comienza con dos crucifijos de palmo y medio, sin precio, para particulares; dos Niños, uno de dos palmos, en 300 y otro de media vara, sentado y con oveja bajo la mano izquierda, en 240; una Virgen de la Fuensanta, de seis palmos y medio, para vestir, con Niño, en 360; un Cristo de un palmo y tres dedos, en 200, un Jesús Pastor de palmo y medio, sentado en mon­te, con oveja a la izquierda y báculo en la derecha, en lo mismo y una Soledad de siete palmos y medio, en 360, todos para particulares: el 1808 un Niño de un palmo, estofado, para los Capuchinos y un San Fran­cisco de Paula, de una tercia, y su peana y la trucha en la izquierda y bendiciendo, en 300: el 1809 hizo seguro para Murcia, el muchacho de tres palmos, de piedra mármol, del sepulcro de la Capilla de los Vélez, en la Catedral, y quizá quedaran en Murcia una Concepción de siete palmos y tres de peana y nubes, con tres ángeles, estofada, en 3.000 y una Virgen del Rosario, de seis palmos, de vestir, en 200, encargadas por religiosos y en el año de su muerte labró el artista una Soledad en 360, de seis palmos y cuatro dedos, de vestir, y un San José de cinco palmos y dos dedos, con Niño y peana, estofado, en 1.300, para un canónigo de la Catedral y un San Pedro Alcántara, de cinco palmos, arrodillado y nubes y peana, de tres palmos, adorando la cruz y dos ángeles a los lados en 2.000. Esta fué la última escultura anotada en el Catálogo pu­blicado por el Excmo. Sr. Conde de Roche, hecha para el que fué Con­vento de San Diego y que hoy. felizmente, se conserva en San Bartolo­mé. De las restantes esculturas que hemos citado se conservan en San Andrés (antiguo San Agustín) las de Santa Rita, la Purísima, que perteneció a los Diegos, y la Dolorosa, según el «Noticiero de Rocamo-ra», anteriormente citado, que Roque López la hizo para vestir y el 1897 la enlenzó el escultor Sánchez Tapia, para formar en el paso de la proce­sión del Lunes, que saca de San Antolín la Cofradía del Perdón y que perteneció al gremio de tejedores y salió por vez primera en la procesión del Jueves Santo de 1784; en San Antolín se conservan el San José y los dos ángeles adoradores; en el Carmen el paso de la Samaritana; tam­bién se conserva el San Miguel, de la Parroquia de este nombre en una ornacina de la Sacristía y, en San Juan, la Dolorosa con sus cuatro ange­litos. También conserva San Pedro los dos Evangelistas del Sagrario y

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las cabezas de Jesús Nazareno y de San Pedro Márt i r de Verona: el San Cayetano fué destruido; San Pedro Arbués desapareció y el San Andrés que se salvó en el Museo y está en esta Parroquia. De Santo Domingo se han salvado la Virgen del Rosario y Santa Catal ina de Sena; en las Agustinas la Santa Cecilia, que actualmente se encuentra en la Catedral y el Beato Juan de Ribera: en las Capuchinas el San Juan Nepomuceno, el Niño bendiciendo v uno de los pastores: en las Teresas se conserva el N iño de la Virgen del Carmen; fueron des­truidos el San Juan de la Cruz, que Baquero dubitat ivamente lo da como San Pedro de Alcántara y la Beata María de la Encarnación.

Quedan, además de estas imágenes de Roque López en Murcia, las que hizo para aumentar el Belén de Salzillo que Sánchez Moreno prueba que son «todos los grupos de la Degollación de los Inocentes. Anuncia­ción, Sueños de San José, Visitación, I lerodes y su guardia y varias re­presentaciones pastoriles que, juntamente con las varias obras del Catá­logo de Roche, que fueron encargo de particulares y las muchas (|uc sin duda alguna ejecutó sin que figuren en dicho Catálogo, hacen de nuestro artista uno de los que mayor número de obras realizó en ios veinticinco años que trabajó por su cuenta. Cerca de un centenar de imágenes de Roque López se veneraban en los templos murcianos y en casas particu­lares, sin contar las figuras del Belén y de ellas, apenas se conservan vein­te, contando las de la Catedral, si bien alguna de ellas basta por sí sola para que Murcia pueda mostrarse orguUosa de ser la Patria de este insig­ne escultor, nacido en barraca de adobes con cubierta de espartín, en medio de su sin par huer ta y que supo, con su talento, habilidad y virtu­des, captarse las simpatías de su maestro y de sus familiares, asimilarse cuanto pudo las expresiones del genio de aquél, seguir su escuela y su taller sin notable detr imento y crear y educar una familia dentro del ambiente cristiano en que nació y del cristianísimo en que vivió.

N E R P I O (Albacete).—Una preciosa imagen de Santa Quiteria envió a Nerpio en 800 reales en el año 1789, la que se colocó en la Ermi ta de la Virgen de la Cabeza, Patrona de la Villa, que presidia el hermoso re­tablo y tenía a su izquierda la imagen de Santa Quiteria. Tod(j desapa­reció bajo el fuego encendido por manos sacrilegas y salvajes. Una foto­grafía he podido adquirir en aquella Villa, de todo el retablo v en la r¡ue, aunque poco, se puede apreciar el arte y hermosura del retablo y de las imágenes, pues también eran bellísimas la imagen de la Virgen de la Cabeza y la Santa Lucía que había a su derecha.

N O N D U E R M A S (Murcia).—P^sta aldea de la- buerta murciana tuv la suerte de llevar para su templo, en 2.000 reales, en el año 1792. un San José, de seis palmos y medio, estofado, con peana y N i ñ o : pero tam­bién tuvo la desgracia de perderla, según me comunica el Sr. Cura, en la revolución marxista.

O R I H U E L A (Alicante).—Para esta insigne Ciudad el 1790 hizo una

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Virgen del Carmen, de vestir, con Niño y peana a la que no puso precio y el año 1792 un San Buenaventura, de ocho palmos v medio, con nubes y dos ángeles que llevan uno el tintero v otro el bonete cardenalicio, en 3.500 reales y una Santa Clara, de vestir, de siete palmos, en 300. Parece ser que han desaparecido.

P A C H E C O (Murcia).-" En esta Villa vistió de lienzo y lo estofó un Jesiis Nazareno, el año 1803, por lo que cobró 1.000 reales.

P A L M A R (Murcia).—El año 1799 hizo para El Palmar una Virgen del Rosario y cobró por la cabeza, paños, devanaderas v peana 400 reales. Se conserva.

P E Ñ A S D E SAN P E D R O (Albace t e ) . -E l 1785 hizo para este her­moso templo parroquial un San Cayetano de cinco palmos, con el Niño en los brazos, en 1.000 reales y un San José, de seis palmos v medio, es­tofado, con el Niño, en 2.000' el 1788 una Virgen del Pilar, en 1.500: una Purísima de cinco palmos y dos de trono con cuatro niños y dos se­rafines, estofada, en 220 y un San Pedro de cinco palmos, vestido de pon­tifical y un Niño con la tiara v las llaves, en 160, ambas imágenes envia­das juntas en el año 1790, siendo de advertir que indudablemente hay un error en el Catálogo, fuera en el manuscrito, sea en el editado, pues estas imágenes, por su conrestura y por comparación con otras similares, deben ser sus precios, dos mil y mil seiscientos reales, por lo menos : el 1794 sirvió para las Peñas una Virgen de la Esperanza, de siete palmos, medio de peana, nubes, dos ángeles y dos querubines, con la túnica y la toca, estofadas, en 2.900 y el 1795 un San Antonio Abad de cinco pal­mos, en 1.500: también para esta Villa hizo el 1803 un Cristo de dos palmos, con cruz redonda, monte , calavera y huesos, en 360 y tma Virgen del Rosario, de seis palmos y medio, con Niño, colorida, con galón, peana y nubes, en 1800.

Todas estas me comunica el Sr. Cura, con fecha 30 de octubre, que se conservan, menos el San Pedro, atr ibuyendo el Cristo a Montañés muchas gentes.

P U E B L A D E D O N F A D R I Q U E (Granada).-^-Señala el Catálogo hechas para esta |)oblación las imágenes de una Niña María, de tres pal­mos y cuatro dedos en 300 reales el 1784: una Virgen del Carmen, de media vara, con Niño v dos Serafines v dos almas de medio cuerpo, en 500 el 1802 y otra Virgen del Carmen, de cuatro palmos y medio, ctm cuatro ánimas de medio cuerpo (la Virgen, estofada), en 3.000 el año si­guiente.

Con fecha 23 de agosto del año en curso, D. Manuel Sánchez C a n o vas. Párroco de Puebla de D. Fadri(]ue, me comunicó (]ue estas imáge­nes, por las que le preguntaba, fueron destruidas en la guerra, pero me añadiií : «Sólo hay ima, auncpie Vd. no me pregunta por ella, que quizá le interese: es un busto de la Dolorosa que algimos atribuyen a Salzillo: yo no lo sé y quizá sea de algiin discí])ulo suyo: es una talla hermosa v

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aunque está afeada por una restauración que hizo aquí un pintor de carros, hace mucho tiempo, creo es de mucho mérito».

Con más detalles y detenido estudio será fácil descifrar si se trata de otra de las imágenes de D. Roque que no figuran en el Catálogo.

PUEBLA DE MULA (Murcia).—Para esta aldea hizo, el 1797, un Niño Jesús de media vara y una Dolorosa de siete palmos (cabeza y manos) por las que cobró, respectivamente, 300 y 450 reales. En esta aldea los primeros dirigentes rojos distribuyeron las imágenes entre varios vecinos, mediante la entrega por parte de éstos de determinada cantidad. Poco después reclamaron aquéllas y las quemaron, salvándose la de la Virgen de los Dolores que uno de ellos dijo que él se encargaba de quemarla y la arrojó a un huerto en cuya finca fué escondida hasta la Liberación.

Antes de la carta del Sr. Sánchez Cánovas y del examen de la imagen salvada en Puebla de Muía, dudé si esta Dolorosa pertenecía a una u otra población, pues pone sólo Puebla sin aditamento, pudiéndose tam­bién referir a la aldea murciana Puebla de Soto, pero el conservarse las Dolorosas de la Villa granadina y aldea muleña y coincidir las caracterís­ticas de la de esta aldea con las del Catálogo, descifra totalmente la duda.

RAYA (LA)-(Murcia).—El año 1797 el templo parroquial de esta aldea se enriqueció con una magnífica Virgen de la Encarnación, de cinco palmos y medio, con ángeles estofados, que afortunadamente se conservan.

SAN CLEMENTE DE LA MANCHA (Cuenca).—También a esta histórica y nobilísima Ciudad fueron imágenes de nuestro artista: El año 1795 una Virgen de los Dolores, de cinco palmos, con peana, estofa­da y espada, en 900 reales y una Santa Isabel, Reina de Hungría, el 1806, de siete palmos y medio, de vestir, con libro y cetro en las manos, en 360. La imagen de la Virgen no se sabe su paradero; la de Santa Isabel fué quemada en la Iglesia de las Franciscas, en diciembre de 1936, según me aclara D. Enrique Fontes y Fuster, abogado murciano allí residente, en carta del 22 de agosto.

SANTOMERA (Murcia).—Esta desgraciada aldea, que Ueya varias inundaciones sufridas y dos muy terribles en este siglo, una de las cuales produjo medio centenar de víctimas en 1906 y catorce la reciente de 1947, adquirió el 1800 la Virgen de los Dolores que veneraba en su Pa­rroquia, de vestir, de siete palmos (cabeza y pies) en 330 reales y que fué destruida

SAN PEDRO DEL PINATAR (Murcia).—A esta Villa se llevó el 1806 una magnífica Virgen del Rosario, de cinco palmos y cuatro dedos, estofada, con Niño, trono, nubes y serafines. Destruida. No se le asigna­ba precio.

SUCINA (Murcia)—En 2.000 reales hizo D. Roque para esta aldea

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ESTUDIO SOBBF. H E S C U L T U B * DE ROQUE LÓPEZ 111

una Virgen del Rosario, de seis palmos, Niño, peana con nubes, dos sera­fines y las andas para llevarla. Esta hermosa imagen se conserva y bien pueden mostrarse satisfechos y ufanos de tal suerte sus devotos hijos e hijos a la vez de aquellos sucineros que la encargaron y la llevaron en procesión desde el taller a su Iglesia.

T A R A 2 0 N A DE LA MANCHA (Albacete).—El primer encargo anotado por Roque López en el Catálogo de Roche es precisamente para esta Villa y la imagen de una Dolorosa (cabeza, manos y pies) en 565 reales y el mismo aiio envió dos Niños de dos palmos y medio para el trono de aquella imagen, a los que no señala precio, y otros dos de palmo en 200.

El Sr. Alcalde, D. Edelmiro Sánchiz, me comunica que han desapa­recido.

TOLEDO.—Un Niño Jesús sentado en su monte con oveja bajo la mano izquierda y báculo en la derecha, en 480 reales, fué enviado por D. Roque a aquella capital el año 1798 sin que se haya podido saber con certeza, hasta la fecha, el paradero de dicha imagen, según carta del Excmo. Sr. Obispo Auxiliar, fecha 23 de agosto del corriente.

TOBARRA (Albacete).—En el 1804 hizo para Tobarra un Prendi­miento (Jesús con cabeza, manos y pies y dos sayones de ocho palmos con las bandas y toneletes de lienzo, en 2.200 reales y el 1808 un San An­tonio de dos palmos, sobre nubes, con Niño, en 450.

TOTANA (Murcia).—El año 1785 comenzó a trabajar para Totana nuestro artista y envió un Santo Domingo, de cuatro palmos, en 600 reales; siguió a esta imagen la de San Francisco de Asís, de cuatro palmos y dos dedos, con Cristo, en 500, el año siguiente; este mismo año en 200 un San Buenaventura, de siete palmos, con muceta estofada; el 1799 un San Vicente Ferrer (manos, pies y peana) en 450; el 1805 un Niño Jesús de media vara y cuatro dedos, estofado, arrodillado en el monte, adorando la Cruz con las manos en el pecho y el 1806 una Sole­dad, de seis palmos, de vestir, en 150 y un Cristo muerto, de un palmo y un dedo en 200. Este Cristo y el Niño fueron encargados por D. Alfonso Cánovas, Presbítero de Totana, con residencia en Murcia.

De estas imágenes se conserva, y estos días se expone en el Salón de Artesanía el Niño Jesús que actualmente posee doña Eulalia Crespo Mora de Jiménez que lo heredó de su señora madre doña María de la Purificación Mora Cuartara y ésta lo había heredado de sus tíos D. Ro­mualdo Merle Cánovas y doña Anastasia Mora Cánovas y éstos de su tío D. Alfonso Cánovas, primer propietario de la preciada imagen. Tam­bién se conserva el San Vicente en poder de D. Vicente Caruana Fernán­dez y el Cristo lo posee D. Máximo Parra Garrigués, también heredado del citado D. Alfonso, por los ascendientes de su esposa.

TORREAGÜERA (Murcia).—El 1791 hizo para este poblado una Virgen de los Dolores, de siete palmos v medio, de vestir, (cabeza, manos

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y pies) en 450 reales y el 1794 una Virgen del Rosario, de vestir, con Niño, de siete palmos y otra lo mismo, pero de seis palmos, cobrando por cada una 525. Han desaparecido.

VILLAMALEA (Albacete).—El 1801 hizo para este pueblo un San Miguel de cinco palmos y dos el diablo y la peana en 1.100 reales, cuya imagen ha desaparecido.

VILLANUEVA (Murcia).—Una Soledad con las manos cruzadas, de siete palmos, medio cuerpo y devanaderas, en 300 reales hizo para esta población el año 1790, cuya imagen ha desaparecido.

VILLAR DE CHINCHILLA (Albacete).—Una Dolorosa de siete palmos (cabeza y manos), peana y devanaderas, fué la imagen que de D. Roque tenía la Parroquia de San Antonio de aquella aldea, que fué enviada el 1790 en el precio de 360 reales, habiendo sido destruida en la revolución marxista.

VILLENA (Alicante).—Para esta Ciudad hizo el 1790 una Virgen de la Asunción de tres palmos (cabeza, manos y pies) en 300 reales: una Soledad de media vara (cabeza y manos abiertas) en 150 el año 1793, destinada a las monjas; el 1807 un Niño de dos palmos, para la Virgen de la Correa en 300; en el mismo año un Santiago Apóstol, de peregri­no, con bordón y libro, en 1.500. Todas perecieron en la destrucción de los templos de esta Ciudad en la revolución marxista.

ZENETA (Murcia).—Una Virgen de las Nieves, de nueve palmos, con Niño, hizo para Zeneta el 1793 y por esta imagen no pone lo que cobró, siendo una de las desaparecidas.

Imágenes en poder de particulares o ignorado paradero

Además del Niño que posee doña Eulalia Crespo Mora y las restan­tes de Totana y Jumilla de que se ha tratado, existe un Niño de unos dos palmos, mirando al Cielo, que no figura en Catálogo alguno, segura­mente y que ha ido pasando desde su nieta doña María Tadea a sus sucesores y hoy, por disposición de doña Trinidad Molina Mañas, nieta a su vez de aquella, al hijo mayor de su menor, D. Francisco, o sea, a D. Emilio Botía Llamas, que logró conservarlo, aunque un poco dete­riorados dos dedos, al esconderlo de las alimañas marxistas.

D. José Hernández-Mora y Marín también es dueño de tres efigies del Niño, de D. Roque: Un policromado con cruz y corderillo en el monte, que es bellísimo; otro sentado en el monte y el tercero, que es un ángel, arrodillado sobre monte y con un dedo de la mano derecha en la boca, como imponiendo silencio. Estas tres imágenes son de las que figuran en el Catálogo y pertenecieron a las Comunidades de Sta. Isabel

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F.sTrnio SOPBE H KSCULTURA DE RcKfUE LÓPEZ 113

y Capuchinas, habiendo sido adquiridas por este señor que tiene peque­ña- pero selecta colección, de obras artísticas.

Aparte las obras citadas, figuran en el Catálogo otras muchas de di­fícil identificación por ignorarse su paradero, ya que fueron encargos par­ticulares y no se hizo a su debido tiempo la búsqueda conveniente, pues hoy, por los destrozos de la revolución en todos los Centros religiosos, y aún en muchos edificios particulares, se hace más difícil.

De estas imágenes podemos contar un San Nicolás, que debió ser pequeño a juzgar por el precio de cien reales, para doña Violante Agua­do; ; un Niño Jesús de media vara en 450, para D. Antonio Payal, ambas hechas en 1783. Un Jesús Nazareno en 200, para Povea el cordo­nero, un Niño Jesús de media vara, en 300; una Virgeh del Rosario en 400, para D. Joaquín Jordán; un San Vicente Ferrer en 500, para don Juan Arnao, en el año 1784. Una Virgen de los Dolores, de siete palmos, en 300, para el P. Carrasco; un San Antonio de Padua en 300, para Isi­doro Xareño, en el 1785. Un San Antonio de Padua, de media vara, en 300, para D. Esteban Navarro; un Niño Jesús de Pasión, con la Cruz a cuestas, para D. Tomás Pedriñán; un Jesús en la Columna, de cinco palmos, en 1.500, en el año 1786. Una Dolorosa en 300, para D. Tadeo Tornel; un San Bartolomé de cuatro palmos en 700, para Pedriñanes; un Niño Pastor, sentado, para D. Ignacio Valdivieso en 300; una Virgen de los Dolores en 500, para D. Mariano Vázquez y una Santa Teresa en 200, el año 1788. Tres crucifijos de dos palmos y un San Blas en 800, de cuatro palmos y cuatro dedos, estofado, en el 1789. El año 1790 un Cru­cifijo de dos palmos y medio para el citado D. Tadeo Tornel. El 1791 hizio un San Francisco dé Paula, de dos palmos, en 320 y una Virgen del Carmen de seis palmos y medio, con peana. Niño y estofado, en 1.500, para el Reino (debió ser para algún pueblo de Valencia), así como un Beato Andrés Hibernón, de siete palmos, sobre nubes, con dos ángeles, dos serafines, un cordero, la Purísima, estofada, en una pirámide dorada con sus andas, en 4.450. El 1792 un Niño Jesús de media vara, bendicien­do, en 500 y una Virgen de los Dolores, de cuatro palmos y medio, en 300. En el año 1793 un San José de cinco palmos; un Niño Jesús de media vara, sentado en un peñasco, en 360, para doña Juana Mediavilla y una Purísima Concepción, en 300, de tres palmos, para su compadre Lucas. El año 1794 tiene, sin saber para donde fueron, un San Antonio Abad, de seis palmos, con cochino y dragón con siete cabezas, sin precio y una Virgen del Rosario, de siete palmos, de vestir, con Niño, en 525 reales. El 1795 una Santa Casilda, de dos tercias, con peana estofada, en 750, para D. García Barrionuevo; una Dolorosa, de siete palmos, en 400, para el canónigo Zamora; otra Dolorosa en lo mismo y un Santiago, sin precio, de tres palmos, para el cura Palomera. El 1797 un Jesús Nazare­no, de siete palmos, en 1.500, para el Bailio Avellaneda; un San Fran­cisco de Paula, de cinco palmos, de vestir, en 500, para D. Roque Torres;

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un Niño Pastor, de palmo y medio, sentado en su monte con una oveja, en 390, para el Sr. iVIaestrecuela. Kste es igual que el que actualmente posee, como se dice arriba, el Sr. Hernández-Mora; una Dolorosa, de vestir, de dos palmos y dos dedos, en 180, para el Cura Palomera. El año 1798 tiene un San Antonio Abad, de cinco palmos, medio de peana, co­lorido, con galón, cochino y serpiente, en 1.500, sin señalar lugar donde se destina, ni persona que lo encarga, pudiendo ser el de Almadies, que reúne todas las características y que, si bien es tenido por los habitantes de aquel pueblo por de Salzillo, Sánchez Moreno afirma rotundamente que no lo es, aunque tampoco es el que sospecha que se envió por-Roque López a Huesear, como queda dicho al tratar de esta Ciudad: para el Vizconde de Huertas un Crucifijo de media vara, en la agonía, en 380 y, para el Cura Tarraga, un San José, con Niño, estofado, en 1.100. El 1799 un Niño de un palmo, sentado y pescando, en 150: otro San Antonio Abad, como el último citado, por encargo del P. Cebrián de San Felipe; una Virgen del Rosario, de seis palmos, de vestir, con Niño,, en 700, por encargo del P. Fr. Miguel de San Agustín Y otra de cinco palmos, esto­fada, en 1.000, para el P. Lector Soler. El año siguiente un Niño Pastor con tres ovejas, en 180 reales, que debió ir a Lorca. pues lo en cargó D. Bartolomé Pelegrín: otro Niño igual y en igual precio, de tamaño de una tercia, señala el Catálogo para el mismo señor y un Crucifijo, en 360 para el lugar de D Juan. El 1801 se señalan, no citados anteriormente, una Dolorosa, de cuatro palmos v medio, estofada, en 1.100, para el Cura Tarraga y un Dulce Nombre de Jesús, de cuatro palmos, bendiciendo con la derecha v bandera en la iz­quierda, en 600. El 1802 una Virgen de las Angustias, con cuatro ánge­les de dos palmos, para D. Esteban Candel, en 400; una Santa Ana. de seis palmos y ocho dedos, de vestir, con la Niña, para Fr. Juan Tinoco y un San Juan F>angelista, de cerca de siete [)alrnos, de vestir, con [)ies, en 480, encargado por D. José Amoraga. El 1803 una Niña María, de una tercia, para D. Juan de la Reguera, en 200 y, en la misma cantidad, una Virgen del Carmen, de dos palmos y un dedo, para el Sr. Guillen; un Santo Domingo con Cristo, disciplinas y perro, sin precio; Santa Ca­talina de Sena, de siete palmos y cuatro dedos, de vestir, los dos brazos con movitniento, también sin precio y un San Francisco de Paula, de dos palmos y cuatro dedos, por encargo de D. ]uan Fé, comerciante, también sin precio; una Dolorosa, de vestir, de una tercia, en 220. para el torcedor de sedas, D. P'.ugenio y un Crucifijo, muerto, de siete palmos y medio, con cruz redonda, para Fr. Francisco de la Natividad, en 2.000 reales. El 1804 tiene una Virgen del Carmen. de vestir, de cerca de seis palmos, para el Canónigo D. Alonso Rovira, en 300; en 500 un Crucifijo de tres palmos, en la agonía, por encargo del Sr. Gilabert; un San Francisco de Asís, de siete palmos v medio, enlen-zado, de observante y con galón, en 1.000. por mano del Prior de

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b 'sTl nid SOHKK !,\ K s C l I . T l R A fíV. T\nt*l'K Loi 'FZ 1 1 5

San Agustín; un San Egmidio, de seis palmos, bendiciendo y con báculo, en 300, por mano del P. Fr. Antonio Clemente; un Cristo en la ago­nía, de una tercia, en 200; dos Crucifijos de dos palmos y medio, en la agonía, cruz redonda, corona de espinas y monte, a 300. En el 1805 un Jesús muerto, de siete palmos, envuelto en una sábana, en 600 reales, [)ara D. Antonio Albarracín; un Crucifijo con el Cristo en la agonía, de un palmo y seie dedos, en 200, para D. Juan Mariano; un Cristo de dos palmos y cuatro dedos, en la agonía, cruz redonda, corona de espinas V monte, para el Sr. Zapata, en 1.300 y un San Miguel, de dos palmos, con dragón, sin precio, para D. Esteban Navarro. En el 1806 tiene un Cristo, muerto, de un palmo, en 200, para D. Juan Mariano, un S. Roque, como el de la Ermita, en 1.100, para D. Jacinto Ferrer; un Cristo de un palmo y un dedo, en la agonía, cruz redonda y monte, en 200; un Jesús en la Columna, de dos palmos y medio, con la palma en la mano, sin precio, para D. Santiago Blaya; un San Roque, de tres palmos, con ánge­les, perro y peana en 600 y un San Sebastián, de la misma medida, en 400, para doña Luisa Belluga. El 1807 tiene un San Pedro Apóstol, en 1.500, por mano de doña María Alarcón. En el 1808 un San Francisco de Asís, de palmo y medio, en 200 y un San Antonio de palmo y medio, con Niño, en 300, por encargo del Sr. .Soriano. En el. 1809 tiene una Virgen de las Angustias, de tres palmos, con dos angelitos, estofada, en 900 reales, para la citada doña Luisa Belluga.

Es muy significativo que en el año 1810 no señala obra alguna reali­zada, el Catálogo de Roche, no siendo verosímil que en dicho año nada hiciese.

Y con esto termina este trabajo, sin que esto quiera decir, que el autor termina su investigación con cuanto se relacione con e.sta gloria murciana y gloria verdadera, esperando de los amantes de Murcia y del arte, que ayuden a completarla.

(Kl pic^onlo lr,Tl);iio oliliixn ol premio ofrecido por 1.1 Aciiilemia Alfonso X el Sabio, de Murcia, i'ii si Cerl.inieti ronvoondo al efecto p«ra con-m»mor»r el II Centenario del nteiinienlo <Ie Roque topar).

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KsTt'Dio soHiu-: i.\ Ksr.i'i.Ti RA DI. Rool E í-ori:z 117

CONFERENCIA DEL KXCMO. SR. ü. ELIAS TORMO MONZO,

Catedrático y miembro de ¡as Reales Academias de Bellas Artes y de

la Historia, pronunciada en la Acadetnia de "Aljonso X el Sabio" con

ocasión del centenario del insigne imaginero murciano Roque López.

Antes que nada, una nota mía personal, personalísima: mi nota de gratitud a Murcia. Es una deuda que, sin antes pagarla (con mis pobres posibles), no sé yo, ni siquiera dejar oír mi voz en este lugar, en este momento solemne: al haber sido yo invitado—y con porfía de benevo­lencia—a que viniera a dirigiros la palabra dentro de las manifestaciones del homenaje de la ciudad y las provincias murcianas, a la memoria del escultor, del imaginero, cuyo recuerdo dos veces centenario tan justa­mente estáis celebrando: del preclaro artista que llevó estas dos sencillas palabras: «Roque López», preclaro y, a la vez, de virtudes modesto, artista.

No es de ahora mi deuda a Murcia. Es de antes, y es de muchos, mu­chos años, lejanos y muy consecutivos ellos. Una decena, o una docena de veces, entre sí consecutivas y sin eclipses, figuré en la Cámara Alta, en el Senado, por los votos siempre unánimes de las Sociedades Económicas de Amigos del País de Murcia, Cartagena y Lorca, con las de Valencia, Alicante v Teruel. Con ser yo valenciano de nacimiento, cuando, una sola vez, viéramos titubeos electorales en los preliminares de una de las reelecciones, la decisión unánime de Murcia, Cartagena y Lorca, anuló en el acto todo reparo, cuando apenas anunciado.

Pero es de más finos sentimientos de cordialísima amistad los que me unieron a Murcia: de más íntimos lazos de muy honda amistad. Desde el siglo XIX, y año del centenario del descubrimiento de América —1892—, gané—¡y grande ganancia!—. concretamente desde el cambio

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de tren de Alcázar de San Juan, camino de Sevilla, una amistad, que casi instantáneamente se hizo íntima, con dos virtuosísimos y entusiastas murcianos, D. José Catán y D. José María Ibáñez; primero en el gran Congreso Católico de Sevilla y, a continuación, recorriendo todas las no­tables ciudades de la Baja Andalucía. Ya yo, después, en la política, y en ella, con la de mi maestro D. Antonio Maura, me unió a D. Juan de la Cierva un singularísimo compañerismo, que nunca tuvo ni el menor sín­toma de la menor dificultad.

Cuando quise hacer yo «Guías turísticas» de las regiones de España, pensé que fuera la primera (no publicadas al fin las otras, aunque queda­ron medio elaboradas) la ((Guía de Levante», cjue comprende las provin­cias murcianas y valencianas y la provincia bajo-aragonesa, y claro que para ello recorriendo el país muy cuidadosamente.

Perdonadme un recuerdo más reciente, de muy honda tristeza y de amarga nostalgia.

Hace pocos años, ya vuelto yo de Roma de mis años en la Ciudad Eterna y ya terminada a la vez la guerra libertadora de la Patria, tuve el encargo de una de mis dos Reales Academias de Madrid, de dictaminar sobre el mérito histórico y artístico de los tres templos principales—el de Caravaca, el de Lorca y el de Santiago de Murcia—. Despaché sucesiva­mente el doble estudio y vine a ese otro similar examen en la ciudad de Murcia, esto último entre tren y tren, en horas, las meridianas, las de siestas del centro del día del verano crudamente sofocador... Recordando a unos y a otros amigos muertos, vagando en el callejeo, tan pronto en las aceras a la cálida sombra, como por el terrible sol, no tropezando apenas con persona alguna y adivinando pérdidas de imágenes v retablos que yo, yo, no quería comprobar (en el mismo Madrid, tras de las catás­trofes, no entro en templos que hayan perdido tales preseas, las que yo estudiara otro día y en otro libro que me he negado porfiadamente a reimprimir para cuantos editores y cuantos electores me lo han solicitado), tuve, digo, mi última estancia en Murcia como uno de los días más amargos de mi existencia de hoy, casi ochenta años voy a contar, por re­membrar a murcianos de mi intimidad fallecidos: los Cierva, de mi generación, y los Catán e Ibáñez, que Dios tenga—y tiene—en su seno.

Me habéis llamado a Murcia, y vengo a ella con disgusto, que since­ramente os confieso, pero con gratitud hondísima, que bien me conforta. Los alifafes de mi vejez, que no aminoran, ¡gracias a Dios!, mis activi­dades de estudio (sólo, ya jubilado, de solo voluntario estudio), me cas­tigan con uno en particular, el de la pérdida de memoria de las palabras; a veces las palabras más usuales me fallan, y me fallan por pocos o por no pocos minutos. Por tal caída de memoria, traigo escrito lo que a vues­tro tan agradecido ruego vengo a deciros en esta ocasión, en este, por mi inesperado, trance de una segunda despedida de la por mí miuy admira­da y muy entrañablemente querida ciudad de Murcia.

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I' .sn iiKi sohiii: i.v l ' . s i i i i i i i t lii Ucxu i l . i . n / 1 ü l

Por haber de escribiros previamente mis palaljras. por haberlas de traer desde Madrid , ya redactadas, no puedo en elhis hacer un estudio de las obras, por vosotros mismos escogidas, de esta particular exposición de las de Roque López; yo no podría haceros lo que hago en toda mi larga carrera de catedrático de Historia del Arte, es decir, lo mismo que después hice en Roma (centenares, allá también, de conferencias-visitas), lo que todavía hoy en mis ocho años de ya jubilado ])or edad, volunta­riamente repito los miércoles todos de octubre a junio de cada año con conferencias-visitas a las obras de arte de los Museos de Madrid, no a alumnos, sino al público que me sigue.

Además, se me llama a hablar en esta mansión veneranda y magní­fica, con la precisa propia nota de una verdadera solemnidad, y a ello me cumple atenerme, al ser hoy, y creo que por primera vez, conferen­ciante en Murcia, donde nunca creí recíndar haber alzado la voz. Sin embargo, en Murcia, como en Lorca, asistí a presenciar las incompara­bles j)rocesiones de Semana Santa, pero ton el debido mutismo, preñado el silencio de devoción y de admiración a la vez.

Breves palabras de la vida de Roque López: y por breves y ajustadas, auncjue luegt) rectificadas, las voy a tomar de texto alemán, en el incom­parablemente más completo diccionario de artistas famosos de todos los países y de todos los tiempos, en una cuarentena de gordos y densísimos tomos.

«Roque I/)pez, escultor. Nació en Muía (provincia de Murcia)—decía el texto alemán—, en 1740: murió en Murcia en 1811. Discípulo de Francisco Salzillo y Alcaraz, en cuyo taller trabajó hasta la muerte de Salzillo en I78.^>'. (Tendría, habríamos de pensar, 43 años el discípulo al morir el maestro y sucederlc en el taller. Le sobrevivió no menos de 2cS años). <'A tal suceso v cultivando el estilo de Salzillo. elaboró como 500 esculturas y tallas de altares por toda la antigua provincia murciana y la de Alicante. Su obra maestra, "La Resurrección», en Santa María, de Lorca». El tal texto alemán recomienda para su estudio la siguiente bibliografía part icular: Conde de Roche, «Catálogo de las esculturas que hizo D. Roque Ló])ez», año 1889. A. Bac^uero Almansa. «Artistas m m -cinnos». 1913 (citando lar páginas 314 a 318 v 483 a 488). Francisco Esco­bar. «E.sculturas de Bussi, S;dzillo y Rotpie T/)pez, en Lorca», 1919.

He copiado esos j)árrafos alemanes del aludido libro «Lexikon gene­ral de los Artistas desde la más remota Antigüedad hasta nuestro tiem­po», editado en Leipzig, en la casa Scemann: el tomo correspondiente (por orden alfabético de apellidos), el de la «L». editado en 1929. no al­canzando, pues, al gran libro de D. José Sánchez Moreno, de 194.S. m el que tantas veces van estudiadas las obras de RÍXJUC López v muy bien repasada toda su biografía.

Ya que las muv copiosas, documentadas o bien razonadas rectificacio­nes del gran libro de Sánchez Moreno—v por gran fortuna—nos rectifi-

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can el antes bien autorizado texto alemán, algunos de los datos capitales, tenemos que añadir ahora. Principalmente el lugar de nacimiento, que lo verdaderamente probable es que fuera en Murcia (pues el padre era vecino de la huerta y a cosa de sólo tres kilómetros del casco de la ciudad), y a fiarse de frase de Roque diciendo su edad (cosa que en Espa­ña casi nadie en pasados siglos sabía o quería declarar bien), nacería Roque López en 1744 y tendría 39 al morir su maestro Salzillo y 67 a su propia muerte (¡12 menos que los que yo cuento!).

Y añadiremes aquí que, aunque de Salzillo no, de Roque López sí que se conserva una auténtica lista de sus obras, de la mayor parte de sus años de sus trabajos artísticos. Pero en esta de Roque, como en la lista que se haga de obras de su maestro Salzillo, ha de advertirse que eran obras del taller, sin haber de aceptar que fueran toda ellas y tada una y en todo y por todo de la mano misma del jefe del taller. Roque López, en su propia lista, muy cuidadosa, no contó ni citó obra alguna suya de cuando vivía Salzillo, con saber ya nosotros que en los últimos diez años, y aun en los últimos y penúltimos 17 ó 18 años de la vida de Salzillo, éste no trabajaba en las obras que se le encargaban, sino sólo sus discípulos, Roque en especial, aunque bajo su vista y sus reparos y sus consejos orales.

Era un deber en mí, al ser llamado y por recuerdos de mis ya tan lejanos trabajos catalogadores del arte de las provincias valencianas y murcianas, pregonar aquí los méritos y la autoridad del libro del Doctor Sánchez Moreno, el denso, notable trabajo, que si tiene el título de «Vida y obra de Francisco Salzillo», se subtitula bien y muy justificada­mente con estas adicionales palabras, aunque entre paréntesis, ((Una es­cuela de escultura en Murcia», porque nos da en ella un estudio en cierto modo nuevo, monográfico y rectificador, de la casi plena significación histórica de Roque López, por cierto que tachándole algunas veces el «don», que ciertamente se le aplicaría vulgarmente, pero cuando ya en España comenzaba a usarse el «don» sin título bastante para ello; es decir, antes de democratizarse el «don» en pleno siglo XIX.

Y esto dicho, sería en mí una inconsecuencia entrar o proseguir siquiera en este discurso en un empeño verdaderamente total, y voy a reducirme a un aspecto tan sólo, y como si dijéramos «visto de lejos», acaso lo más propio en una solemnidad como la de hoy.

Voy a hablaros ahora, y en general, de dos clases de esculturass^n la Historia del Arte: la clásica y la que llamaré de imaginería cristiana, que son, en el fondo, dos cosas no confjindibles; obedeciendo a dos orien­taciones diversas, a dos ideales difícilmente parangonables, a dos propó­sitos del todo muy divergentes. La divergencia es muy especialmente española, porque ni Italia ni Francia la supieron acentuar como la acen­tuó España. Ni Italia, ni Francia, ni Flandes, ni la Alemania católica,

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KSTI'DIO KOBHK L\ F.SCULTVRA DE ROQVE I.OI'KZ 1 2 1

al menos en la Edad Moderna, tuvieron y no tienen en su Historia artís­tica (por lo demás notable) una verdadera ((imaginería».

Una buena parte de mis muchos cursos de catedrático de Historia del Arte, y también años de conferenciante deambulante (en Roma, en España, en viajes muy repetidos a Grecia y en visitas a Museos por toda Europa) los dedicara yo a la otra, a la escultura clásica, una de mis ma­yores pasiones de cultura artística. Y no he dejado todo en palabras que sonaron y callaron, pues algunas monografías publicara yo. Por ejemplo, entre otras, la intitulada así: ((Encomio de las Musas de la reina Cristina de Suecia, en el Museo del Prado», monografía de no menos de 56 pági­nas densas, grandes de texto, y toda una cincuentena de reproducciones (grandes, medianas o chicas), año 1936. Aun ahora mismo, acabándome de catalogar estoy, estas semanas, toda nuestra escultura clásica (griega y rotnana) del Museo del Prado, incluso la de cabezas antiguas; en pren­sa las de Cicerón, la mejor en el mundo, la del mismo Museo del Prado, frente a las otras ocho que más o menos se le acercan en méritos: las ocho de Cicerón que ya dejo en Madrid editadas.

No se puede decir, pues, que no alcancé a tener todo el entusiasmo, e igual o mayor que el que pueda tener nadie, por la escultura de la antigüe­dad clásica. Y, sin embargo, soy entusiasta a la vez de cosa que, en el fondo, es radicalmente distinta: entusiasta de la que yo, mejor que decir­la ((escultura cristiana», la llamo, y precisamente para acotar más las di­ferencias esenciales, con la palabra ((imaginería», y precisamente, y un tanto exclusivamente, la imaginería española, reina de las imaginerías. Son sus grandes nombres o españoles o españolizados todos, y aun diría que sólo de la Corona de Castilla, de las dos Castillas, de Andalucía y de Slurcia. Corresponden a los tres siglos del Renacimiento (XVI, XVII y XVIII); Uámanse los más insignes imagineros Berruguete, Becerra, Gre­gorio Fernández, Montañés, Pereyra, Salzillo y algunos otros. Son los escultores de la madera, los que saben ungir su arte con un imaginario óleo santo, el propio óleo sagrado de la santidad. Grandes escultores hubo, sí, en Italia, en Francia, en otros países del asiento del Renacimien­to, pero fon (precisamente por el alcance del Renacimiento, Renacimien­to de paganías) otra cosa que lo de nuestros devotos imagineros, a la vez que realistas—por ser españoles—devotos, que a las creaciones artísticas suyas las llaman ((imágenes», con palabra estrictamente y hondamente devota; ((imágenes» que no ((estatuas». ((Estatua» parece ya decirse obra definitiva, presentada como perpetua. ((Imagen», en cambio, confiesa modestia en el intento.

Yo, de niño, de jovenzuelo, llevado por mi abuelo y padrino, visité muchas veces a un íntimo y auténtico ((imaginero»: el valenciano, al-baidense como yo de bautismo, hijo de mi pueblo Albaida, Modesto Pastor; y radica en casa mía una de sus más sentidas creaciones, una de sus más afortunadas imágenes, la copia en tamaño menor que el natural

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de la Virgen del Remedio, Patrona de mi patria chica, con el Niño, ánge­les y querubes.

Yo, el enamoradísimo de la escultura griega, la de máxima perfec­ción y afán por la belleza humana, no la confundo nunca con la imagi­nería auténticamente cristiana, y—ya lo dije—precisamente española: privilegio estético de la católica España.

Las tallas, policromadas, de Levante, son, por ser ya de los siglos XVIII-XIX, más inacabablemente correctas que las castellanas y las an­daluzas del siglo XVII; pero, al fin, el imaginero español, dio al pueblo fiel creaciones de conmovida piedad, no de procurados prototipos de belleza estrictamente humana. Esta es la diferencia en tantos casos par­lera, elocuentemente parlera. El imaginero, llámese Modestor Pastor—el de mi pueblo—o llámese Francisco Salzillo, o llámese Roque López, ha de ser, aun antes que artista, un devotísimo cristiano.

En otra ocasión, en otra sola ocasión, como esta del día de hoy, al inaugurarse en Valencia un nuevo Museo de Arte cristiano (hoy total­mente perdido con todo el Palacio Episcopal, por las execrables salvaja­das de los «rojos»), decía algo que me decido a repetir aquí en este día.

Decía yo entonces: Pero he recordado, como sin querer, a las divini­dades paganas (aludía a las Musas), a las imaginadas hijas de Apolo, al dios de Luz, y de Mnemósine, la diosa de los recuerdos, la Memoria. Y precisamente contradice esa suscitada remembraza el propósito o la idea madre de mi discurso (de aquel discurso mío), porque al discurrir ante vosotros precisamente meditado había sobre lo que es una colección, llamémosla Museo, precisamente de Arte cristiano, y en cuanto y en tanto que es cosa diversa de un Museo de los Clásicos.

Allí, allá mismo, en el mismísimo «paiau», palacio archiepiscopal, creó un Museo, como creó también una Biblioteca, el Arzobispo Mayo­ral, el mayor prelado valentino del siglo XVIII: libros y mármoles que las bombas o los hombres del ejército de Napoleón, muy pronto sobreve­nidos, destruyeron y dispersaron. Pero en aquel Museo de epigrafía anti­gua, de escultura griega y romana, gentílica pues, seguramente, o mitoló­gica o de divinizados emperadores: «mármoles clásicos; muñera pulve-ris», tomándole al inglés Ruskin la frase.

El polvo de los siglos nos entregaba—y aún nos entrega hoy—los fragmentos arquitectónicos y estatuarios de un arte clásico, amigo de la más perfecta belleza, de la más cumplida gracia y de la más absoluta impecabilidad artística y técnica, y también de la más procurada sgenti-leza y del más alcanzado ideal de nobleza de formas, y de notas de gra­cilidad y fuerza en los miembros, d^ serenidad en el ánimo y de toda perfección en suma; de toda perfección... humana. Y el siglo XVIII, al reinado del neoclasicismo en toda Europa, tomaba como dechado, como modelo, aquellas desenterradas obras con la mayor de las intransigen­cias, con el más absoluto de los exclusivismos, como hijo de aquel neocla-

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KsTl PÍO SÍÍBHIv L \ KsCl'LTVRA DF Rí^iJlF I .Or l / . X23

sicismo del siglo XVIII de un atildamiento de la idea y de una selección de la forma, todo incontaminación y todo perfección. Ya duraba siglos ese tan noble criterio y ese tan educado amor retrospectivo. Recuérdese, si no, el de nuestro por lo demás piadoso pintor valenciano Juan de Juanes, hombre al fin del siglo XVI, con el amor suyo a las ruinas roma­nas que tanto prodigaba en las lejanías azulosas de sus paisajes de fondo, cuando, por lo demás, tan devotísimo se nos muestra en todas las figuras.

Y yo todavía—añadía en aquella ocasión—temo el desencanto. To­davía considero probable el caso de la desilución, porque no se ha medi­tado cuanto el tema merece en lo que fué, en lo que de revolución artís­tica y aun social tuvo, el advenimiento del arte cristiano. Advenimiento fué de una cosa mucho más subjetiva que el arte clásico, de una sensibi­lidad personal, muy personal (cuando en lo antiguo era de un ideal co­lectivo de ciudad o de pueblo o de raza), de una nueva libertad artística, toda vestida de modesta sinceridad (cuando antes era obligada prosecu­ción de las excelencias y las formas afanosamente perfeccionadas); y de algo en las artes, en las multiplicadas artes industriales, de una casi anár­quica orientación estética (cuando en lo antiguo imponíase, con la perfec­ción, la mantenidísima unidad); y revolución, sí. revolución social, men­tal, cordial, detrás de la cual triunfó en el mundo artístico, profundamente cristiano (cual fué el de la Edad Media y aun muchas veces en el Moder­no), la verdadera democracia de arte, y con ella todas las manifestacio­nes heterogéneas, libres, incorrectas, frustradas muchas veces, sinceras tantas otras, del arte popular, del arte de la inspiración popular, del arte de la honradez sanamente despechada e incorrecta e indisciplinada de lo devoto popular.

Vaya un ejemplo, un doble ejemplo. Contad los capiteles corintios del más chico o del más grande de los templos perípteros en las galerías exteriores, a los cuatro vientos; supremamente bello el primero, gracio­samente detallado, con perfección a primera vista inimitable, y..., sin embargo, absolutamente iguales todos los otros e igualmente perfectos e intachables en todo. Visitad (reverso) un claustro románico del siglo XII, y aun en los claustros labrados de un solo empuje y de una sola vez veréis la inmensa variedad, la distinta idea, la realización opuesta, el mo­delo nulo; aquí hojas y tallos, con infinitas variaciones; allá bestias del natural e imaginarias (bestiarios completos), y también luchas y también escenas populares y la vida evangélica y los milagros de los Santos y las fábulas de animales parlantes... Es un mundo intentado, logrado o fraca­sado, incorrecto, deforme, carituresco, atrevido, sentido, espontáneo, sin rienda y sin medida. La antigüedad fué el reinado de la disciplina en lo estético; el arte cristiano fué—y aún es—la democracia.

Pero es arte personal, independiente, honrado; y mientras el clásico, en su idea madre, aspiraba, secular y continuadamente a revelar la divi­nizada majestad apolínea de sus dechados de humanidad, que tenía por

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dioses inmortales, fué infinitamente más modesto en el empeño, honda­mente más humano y menos ambicioso el arte cristiano, que nos da una confesión, un reconocimiento, una emoción íntima que ya pasó, que per­dura sin embargo acaso en la más sencilla de sus obras, si se sabe dele­trear su lenguaje, cual en el marino caracol, si se aplica a nuestro oído se escucha todavía el rumor del Océano, como dijo el poeta:

<(£/ bruit de l'Océan—tient dans un coquillage^^

No es, pues, el criterio de belleza—el criterio humano o "humanista» de la belleza—el que nos debe acompañar en la visita a los Museos ar­queológicos de Arte cristiano y a las Exposiciones, como la que inaugu­ramos estos días. Es, por el contrario, un criterio de sensibilidad, un cri­terio de persecución de las emociones un día sentidas, las que una al parecer insignificante antigualla nos conserva perennes. Y precisamente la crítica de arte moderna, ante la cual toda mácula de «caligrafía» se olvida y todos los defectos se consienten, lo que busca, lo que ansia en­contrar y lo que desea atesorar es lo honrado, lo espontáneo, lo entraña­ble en el autor, quien fuera, lo cordial en la expresión, cualquiera que sea. No atiende a mayor perfección, ni a más esquisitez que la sinceri­dad, ni a más sublimidad que la original conmoción efusiva.

Hablo de crítica verdaderamente moderna, pero verdaderamente española. Esa para la cual tantas infautadas creaciones famosas de pin­tores y de escultores de los siglos del Renacimiento son cosa de mera curiosidad, y que, sin embargo, por paradoja, goza y ansia un viejo plato de nuestro Manises o nuestro Paterna, en que manos en el dibujo indoc­tas trazaron rasgos y llenaron espacios con el cobalto que vino a dar azul, trazos con el sulfato de cobre, verde, o con el manganeso, luego morado, tras la cochura; que goza y porfía ante el ingrato, trabajado y retorcido hierro de las viejas forjas, o ante los brocados o los tisiies, de deliciosa coloración, de los antiguos telares. Porque ¡ a cuántos no gusta más la flo-recica de los campos, modesta, vivaz, que aquella magnífica flor doble (doble, triple o cuádruple el número de sus hojas), pero doble por lo anti­natural y procurada, artificiosa transformación en pétalos de los vitales y odoríferos estambres!

Visitaba yo, hace años, por las alturas del Montmartre, en París, la de Ignacio Zuluoga, entonces, y en vida, el mayor prestigio europeo del arte español; piso, conteniendo a la vez que creaciones de su genio, mues­tras de sus locos amores por España, por los rincones nuestros de carác­ter, por sus gentes típicas, y repleto además tal o cual rincón por todas partes de viejas pinturas, viejas tablas y viejas antiguallas españolas de todo género: un museo castizo aquella casa parisién. Llegué hasta la al-

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EsTiinio soBnE LA ESCULTURA DK ROQUE LÓPEZ 125

coba del matrimonio, creo que tras de un Zurbarán de fama que buscá­bamos, y me llamó la atención, sobre la cama, un ennegrecido, no muy grande, crucifijo; primeramente, por lo feo que parecía a primera inten­ción y por la casa y lugar en que le veía entronizado, y después de la consiguiente preocupación inquisitiva, porque viéndole lleno de tantos defectos o fracasos artísticos, luego me llegó a mí la honda, la inverosí­milmente honda, elocuentísima, desbordante emoción e inspiración del ignotísimo artista. Y Zuloaga habló. Pero quiero previamente recordaros quién era Rodin, el insigne y el único entre los escultores de nuestros siglos, el único parangonable a Donatello y Miguel Ángel, el autor de «Los besos», del «Balzac», de «Le Penseur». Y lo que me dijo Zuloaga es que Rodín, cuando visitaba la casa, no salía sin contemplar largo rato el modestísimo crucifijo, y que tal le admiraba que varias veces le había ofrecido en cambio, si le daba aquella mala talla española medieval, una de sus creaciones ¡a elegir! Creo que es ejemplo que excusa larga diser­tación...

¿No os parece de aplicación aquí, en el campo de los ideales estéticos, la divina sentencia, según San Mateo, «Qui se exaltaverit. humiliabitur et qu i humiliaverit, exaltabitur»? ¿Y no os parece también que el ser­món de Jesucristo, llamado ((Sermón de la Montaña», germinó en la His­toria del Arte cristiano? Y cuando tanta vanagloria de artistas pasados se anonadó, y cuando tanta porfía de notoriedad de artistas modernos (esos que inventaron la feísima palabra de «epatar») se pierde en el vacío, es ¡un Rodín! y es ¡un Zuloaga! quienes, sin saberlo, están di­ciendo, aun en arte: ((Bienaventurados los pobres de espíritu», ((bienaven­turados los mansos), ¡(bienaventurados los que lloran», «bienaventurados los limpios de corazón», «bienaventurados los pacíficos»...

El arte pagano, lleno de ambición exaltada, quería decir al pueblo: éste es el ser sobrehumano, el dios del rayo—Júpiter—o el dios de la luz —Apolo— o ésta es la diosa del poderoso saber—Minerva—o ésta es la diosa de la hermosura—Venus-—. El artista cristiano, el íntimamente cristiano, no hace sino confesión de modestia, de segura impotencia; aun en las más altas imágenes no dice sino sólo esto: ved cómo siento el amor a Jesús, ved cómo siento yo a la Madre de Dios: en acto de devo­ción, en acto de ofrenda, en acto de efusión comunicativa.

Y puede ser llevado honradamente del sencillo realismo, porque, notad esto, que ni en los relatos evangélicos, ni en la tradición patrística, la de los Santos Padres de la Iglesia, ni aun en las especies tradicionales recogidas tan remotamente por los fautores de los llamados seudoevangc-lios, se dice palabra de una hermosura aparente y parlera. De María, proféticamente, se dijo: ((Nigra sum»—«morena soy», aunque dechado a la vez de otras más. altas hermosuras: y el Mesías, tomando carne mor­tal V sujeta a dolores, no parece que quiso elegirla—su carne mortal—re­vestida de excepcional hermosura, estatura o fortaleza, ni aun adornada

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126 E L I A S T O R M O M O N Z O

de sugestión, de hechizos singulares, ni tampoco de facundia sobrehuma­na..., que arrastró a las multitudes con palabra sencilla, con su ejemplo y porque andaba haciendo el bien—«pertransit benefaciendo»—; y en el momento supremo de la Redención ni hechura o figura quedaba en su cara—«non est species in facie ejus»—.

Dios no se reveló por la hermosura, sino por el bien: es la santidad, no la vana belleza, la más alta inspiradora del arte cristiano. Pero, frente al protestantismo, que reduce la revelación a la palabra escrita, afirma la revelación plena por la persona del Verbo encarnado, dechado de toda santidad, centro y foco de amor y padre de toda sensibilidad, en el arte cristiano la verdadera nota característica.

La santidad es la nota de la más alta inspiración. La inspiradora—no quiero decir «la Musa»—del arte cristiano. Dirémoslo con palabras del Dante:

"...e tanto onesta pare Ch'ogni lingua divien tremando muta. E gli occhi non ardiscon di guardare... Ella sen va, sentendosi laudare benignamente d'umiltá vestuta.

Ogni dolcezza, ogni pensiero umile nasce nel- core a chi parlar la senta".

Mas yo no quisiera que pensarais que entiendo referirme solamente al arte de las imágenes sagradas, al arte de la escultura y de la pintura en los altares, propia para la litúrgica bendición y objeto de culto y de devoción. La virtualidad del cristianismo es en esto, como en todo, ex­tensísima ; sálese de los templos y extiéndese por las plazas, por las casas, por los palacios, por los campos, por las montañas..., por todas partes. Y quiero contraponer igualmente al sentir pagano (y al neo-pagano estético de los tiempos modernos) aquel sentir modesto, a veces pobre de medios, anárquico otras, libre, democrático, del arte cristiano, espontáneo, hon­rado, personal, emotivo y modesto, todo confesión y todo sinceridad y todo ofrenda.

El amor a Dios había de desbordar en el amor a las criaturas de Dios, y la religiosidad íntima del artista había de ser llevada al amor a la Naturaleza. Eso, siempre en declinación, había de ser una revolución moral, una desbordadora revolución sentimental, gracias a San Francisco de Asís, el mayor renovador, no del ideario, pero sí de la sensibilidad del arte moderno; y con haber vivido tan lejos de estas cosas de arte el po-brecito de Asís, él, que amaba y llamaba hermanos a todos los seres de la Creación de Dios; él, que con desbordante efusión saludaba al «her-

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FSTI'DIO SOimlí I.* EsCULTl'RA DI-. RoOl'E LoPKZ 127

mano Sol», al «hermano Lobo», vino a cambiarles la retina, vino a sensi­bilizarles la retina a los artistas modernos. La naturaleza fué otra cosa que una decoración para el arte moderno: fué una devoción y las cosas pasaron a tener personalidad, a querernos mostrar el sello de Dios, el sello de Dios que se imprimió maravilloso—y por la humanidad descui­dado e inadvertido—aun en la más modesta de las plantas, aun en el animalejo más insignificante, y, cuando a aquella retina se le pudo an­teponer la lente del microscopio, ¡qué estupendas, qué inspiradísimas re­velaciones de belleza y de decoración geométrica y de temas de arabescos nos muestra el mundo invisible!

Yo lamento que se haya pervertido el mote «naturalismo», porque —nótese—es en el arte más verista, más regenerador y vital, el amor a la Naturaleza (naturalismo) que el amor a toda realidad (realismo). Supues­to que hay realidades hijas del capricho de los hombres, hijas de las ne­cesidades y también hijas de los vicios y de las pobredumbres de los hombres, es lo noble y es, a la vez,, lo más edificante pintar la Naturaleza integrada por las criaturas de Dios, mostrando cada una, en variantes multiplicadísimas, el sello indeleble de Dios en su creación, y juntas, la plenitud, la impronta del espíritu creador de la Divinidad. Que nada es bello sino lo verdadero.

La vía del franciscanismo estético, regenerador eterno del arte, es la que seguía, inglés y protestante, aunque en declinación católica, Ruskin, el apóstol de la verdad artística, cuando decía: «Se analizan las propie­dades de los cuerpos, y no la propiedad por excelencia, la que une todas las cosas del mundo, a saber: su poder de atracción de amor, de simpa­tía... Se construyen sistemas que explican el mundo, pero no su encanto: se analizan los rincones más secretos del alma, pero no su admiración: se escudriñan por los hombres de ciencia todas las relaciones que tene­mos por la mal llamada Naturaleza inanimada, pero no el anor...».

Y el gran devoto de la Naturaleza—Ruskin—, revolviéndose contra los siglos de la aridez protestante y los siglos de la incredulidad moder­na, volvía a Cristo, a su Dios, al que llamaba «el artista supremo y dulce, que trabajó de sus manos de carpintero para embellecer la morada del hombre: el jardinero que halló a la Magdalena velando sobre las flores recién nacidas de la primavera: el desconocido pintor que puso en los inmaculados bordes del pétalo de la flor de iara la pincelada sanguínea que le da alma: el tejedor sutil que hace los misterios tejidos vegetales de la azucena, más vistoso que los que Salomón vistiera; el viñador invi­tado a las bodas de Cana y que todos los' años, todavía, en cada racimo de uva cambia milagrosamente en vino el agua de la tierra y de los cielos». «Cristo—añade—es todo lo que resucita en la primavera, como El resucitó; es todo lo que brilla, como El se transfiguró en lo alto de la montaña. El es la Naturaleza, El es la Belleza, El es el Amor». Yi El el gran renovador del arte moderno, casero v personal, de la sensibilidad

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128 E L I A S T O R M O M

estética moderna, dictábase este testamento finalmente: «El conocimien­to de lo que es bello es el verdadero camino y el primer escalón hacia el conocimiento de las cosas que son buenas», y añadía que «las leyes, la vida y la alegría de la Belleza, en el mundo material de Dios, son partes tan eternas y tan sagradas de la creación cual en el mundo de los espíri­tus la virtud y en el mundo de los ángeles la adoración».

Yo quisiera reducir a una palabra todo su pensamiento, todo el mío en este instante, y con no haberla proferido él—el ingles, Ruskin—, yo, el católico, la encuentro hecha, aunque en otro diccionario, en otro tec­nicismo que el estético: es la palabra «unción».

Notad que es la fraseología devota muy corriente hoy en la crítica de arte: «rezar, ofrendar, plegarias»...; tantas y tantas palabras porque allí va la frase—aun inconscientemente—adonde va el sentimiento, Y el sen­timiento moderno, que a los artistas, a los músicos, a los pintores, pide la crítica reciente es sentimiento de devoción ante las cosas, sentimiento de honrada sinceridad, de abandono de glorias vanas, de olvido del «sí mis­mo», del «sí mismo» aparatoso y externo, al darnos la confesión más ín­tima, aun patente en el más poco perceptible trazo de la factura.

Se pide hoy unción, no sólo al orador sagrado hablando a lo divino; se pide al más modesto artista; así cuando traduzca a su obra la más in-significada naturaleza muerta, como cuando sume su esfuerzo a un efecto de pura decoración.

«Unción» viene de «ungir», que, materialmente, es aplicar a una cosa una materia crasa; pero, sublimada la acción, significa también aplicar a una persona el óleo santo o el crisma, para darle o confirmarle un carác­ter, una dignidad: bautismo, confirmación, ordenación sacerdotal y epis­copal, coronación regia o imperial, y, finalmente, la unción extrema en los umbrales pavorosos del más allá.

Y en el orden de lo inmaterial, en la vida misma, es «unción» una cualidad, o estilo, con la cual, sentida primero en el fondo del alma, se conmueve a otros, gratamente se les enternece el alma, moviéndole a piedad; y gracia, comunicación o inspiración del espíritu de Dios a los hombres, que excita y que mueve el alma a la virtud y a la perfección personal.

La unción, virtud artística, es la esencia íntima de lo cristiano en el arte: con retratos, con retratos de personas queridas, pintó Zurbarán, pintó Velázquez, sus Nacimientos, sus adoraciones de Magos; con la unción los hizo dignos de la más cristiana adoración, cual el Greco las Sacras Familias, ¡también ungiendo su casero alrededor!

La, unción ante el paisaje, la unción ante la flor, ante la planta, ante toda criatura de Dios: eso es el franciscanismo artístico, éste el el sentido moderno, preñado de cristianismo, dé la influencia ruskiniana, tan ex­tensa y tan intensa, aunque no quiera confesarse. Nótese que el mismo Ruskin era misteriosamente atraído por el santo óleo, por la sacra unciórx.

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ESTUDIO SOBRE LA ESCULTURA DE ROQUE LÓPEZ 129

por el simbólico árbol o la planta de que aquel y el crisma y los perfumes proceden; títulos de sus bellas obras son: «la corona del olivo silvestre» («The Crown o£ wild Olive»), «Sésamo y lirios» («Sesame and lilies»), «Las siete lámparas de la arquitectura» («The seven Lampes of Archi-tecture»)... Y recordemos que los magos del Oriente, en la realización de la profecía, ofrendaron, con el ambicionado oro, aromas de quemar o de ungir, resinas o gomo-resinas del árbol del incienso, de la planta (el bálsa­mo dentro) que da la mirra olorosa...

Mirrado, ungido, perfumado de virtud, es el arte verdaderamente mo­derno, es el arte cristiano, cualesquiera que sean sus personales deficien­cias de autor, cualesquiera que sean las fallas y los fracasos de artista, los defectos de la obra, las extrañezas de la dicción estética, la modestia per­sonal de quien ofrenda amor. Todo, todo perdonado si aquél amó mu­cho...; todo, todo admirado si mirrado... Mirrado, ungido, perfumado de virtud es el arte de Roque López.

Y recordad ahora el aroma de poesía que, vago presente de un pasado amor, nos sugestiona en la seca flor, descolorida y aplastada, que halla­mos entre las hojas de un libro. Y pensad que si la unción penetró la obra de arte cristiano, es indeleble su acción, aun en los fragmentos, cual indeleble declara la Iglesia la unción sacra en las aludidas ceremonias, que ya no repite.

Y viene a mi mente la poesía de uno de los más hechiceros de los poetas franceses modernos, y permitidme que la diga y que la aplique a los, a veces, casi deformes restos, ungidos, mirrados de amor, de un Museo, de un ((santuario de arqueología cristiana»: «Cuando la flor del sol, la indiana rosa de Labore, de sus esencias, de su alma odorífera ha llenado gota a gota un frasco de arcilla o de cristal o de oro, puédese verter el licor sobre la arena que quema, que el recipiente, aun roto en pequeños fragmentos, inundado en vano por las olas del mar y las ondas del río, conservará eterna, indeleblemente, su aroma divino y el polvo mismo quedará perfumado».

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CRÓNICA DE LOS ACTOS DEL II CENTENARIO

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('HOMT.V ni: i.os \I,TOS nr-:i. II ( Í F N T I W H I O 133

El domingo día 15 de febrero de 1947, al ser inaugurada la exposi­ción instalada en la capilla de Palacio, quedaron iniciados los actos con­memorativos del segundo centenario del nacimiento de don Roque López. Actos que, organizados por la Academia de Alfonso X el Sabio, filial en Murcia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se celebran bajo el alto patronato del Excmo. señor Capitán General del Departamento Marítimo de Cartagena y consejero del Reino, D. Francis­co Bastarreche, y corporaciones locales.

Para asistir a tal conmemoración v ostentando la expresa representa­ción del Excmo. Sr. Ministro de Educación Nacional, se desplazó a la capital murciana el ilustrísimo Sr. Director General de Ense­ñanza Universitaria y antiguo Catedrático de Historia de nuestra Uni­versidad, D. Cayetano Alcázar, así como el Excmo. Sr. Académico de la Real de la Historia y Bellas Artes, Catedrático jubilado de Historia de Arte de la Universidad Central. D. Elias Tormo, v el gran maestro y compositor D. Conrado del Campo.

Interesante exposición en la capilla de Palacio

La exposición de obras de don Roque se instaló, como es sabido, en la capilla del Palacio Episcopal, bajo la dirección del arquitecto munici­pal señor CarboncU v de algunos académicos.

En el acto inaugural, que se efectuó solemnemente bajo la presiden­cia de las autoridades, pronunció unas breves [)alabras el doctor Pérez

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134 CROMCA DI: I.OS ACTOS I)I;I. II CFAI f,\ \KIO

Mateos, explicando la labor que se ha llevado a cabo para reunir un ex­ponente tan notable de arte murciano, v a la vez lamentando que, del copioso fruto del trabajo del escultor, la revolución pasada haya hecho desaparecer la mayor parte.

Respondió el señor Alcázar felicitando a la Academia y a Murcia porque así exaltaban sus valores v su tradición artística.

Luego de recorrer la instalación, el elemento oficial salió de la capi­lla, iniciándose la visita del público.

Misa rezada en memoria de don Roque López

A las doce y media del lunes 16, en la capilla del convento de Madre de Dios, se ofició una misa rezada, en sufragio de don Rocjue López.

Concurrieron al piadoso acto el Excmo. señor Director General de Enseñanza Universitaria; el Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. Miguel de los Santos Díaz y Gomara, Prelado de la Diócesis ( | ) : el Excmo. S. Gober­nador Civil y Jefe Provincial del Movimiento. I). Cristóbal Gracia; el I l tmo. Sr. Gobernador Militar, Coronel señor Sarabia; el Excmo. y Mag­nífico Sr. Rector de la Universidad. D. Manuel Batlle: el magistrado señor García Germán, en representación del Iltmo. Sr. Presidente de la Audiencia ; el gestor de la Excelentísima Diputación Provincial señor Pascual Jiménez, representando al Presidente de la citada Corporación, imposibilitado de asistir por encontrarse enfermo: el Iltmo. Sr. I^irector del Instituto y teniente de Alcalde del F.xcmo. Ayuntamiento , represen­tando a la Corporación, D. Ignacio Mart ín Robles; el Iltmo. Sr. Delega­do de Hacienda, señor Moya Argeles; Delegado Provincial de la Subse­cretaría de Educación Popular, D. Manuel Fernández-Delgado Maroto ; los Decanos de las Facultades de Derecho, Ciencias y Filosofía y Letras de la Universidad; Presidente de la Academia de Alfonso X el Sabio, Dr. Pérez Mateos, acompañando a D. Elias Tormo, con nutr ida repre­sentación de académicos, y otras autoridades y representaciones oficiales, destacando la concurrencia de un nutr ido grupo de literatos y amantes de las Bellas Artes de nuestra capital.

Descubrimiento de una lápida en honor del imaginero

Terminado el oficio religioso se celebró en la misma plaza de Vinader V sobre el muro de la casa núm. 6, el descubrimiento de una sencilla lápida dedicada en homenaje postumo a don Roque López, y en conme­moración de los actos del segundo centenario de su nacimiento.

A presencia de las autoridades y después de unas breves palabras del señor Mart ín Robles en nombre de la Corporación Municipal, el Direc-

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(^HOM(:\ DK I,OS ACTOS ri;i, II (',FNTKN\nIO 135

tor General de Enseñanza Universitaria, señor Alcázar, descorrió la col­gadura de los colores nacionales que cubría la lápida.

Comida en el Casino ofrecida por la Academia

Ya en las primeras horas de la tarde, el Director General v el ilustre académico D. Elias Tormo asistieron, en unión de las autoridades mur­cianas, a una comida ofrecida en su honor por la Academia de Alfon­so X el Sabio, acto íntimo con los académicos de la misma.

La conferencia de D. Elias Tormo

En el salón de sesiones de la Diputación Provincial y bajo la presiden­cia del Iltmo. Sr. Director General de Enseñanza Universitaria D. Cayeta­no Alcázar Molina; Excmo. Sr. Almirante Consejero del Reino don Francisco Bastarreche; Obispo de la Diócesis (+): Gobernadores Civil V Militar; Excmo. y Magnífico Rector de la Universidad; Presidente de la Academia Alfonso X el Sabio y otras autoridades y personalida­des, pronunció su anunciada conferencia el sabio Catedrático de Historia del Arte v Académico de las Reales de la Historia y Bellas Artes, Exce­lentísimo Sr. D. Elias Tormo y Monzó.

Comenzó el acto leyéndose por el Secretario de la Academia citada, D. Víctor Sancho, el acta de concesión de premios en el concurso con­vocado por aquélla en la ocasión del II Centenario del nacimiento del escultor Roque López.

Se hizo entrega del diploma al autor premiado, por su estudio biográ­fico y de catalogación actual, Rvdo. D. Antonio Sánchez Maurandi, cura párroco de San Antolín de Murcia. El accésit fué otorgado a la señora Doña Gloria González de Manzano.

Habló después el Presidente de la Academia Dr. D. José Pérez Mateos, que señaló la decidida voluntad de la institución que preside de celebrar las conmemoraciones dejando un rastro de eficacia cultural. Aludió a la asistencia recibida para esta celebración, v destaca entre todas las de la ciudad de Alcaraz (Albacete) por las facilidades dadas para exponer en Murcia obras escultóricas de López. Por fin hizo el elogio merecido del conferenciante, personalidad eminente a quien la ciencia española debe tan valiosas aportaciones y cuva fama como his­toriador del Arte es universal y sólida.

El Excmo. Sr. Dr. D. Elias Tormo inició su intervención seguida­mente, dando lectura al bello discurso que hemos reproducido en pági­nas anteriores, bellísimo trabajo de juicio y crítica sobre el arte escultó­rico religioso.

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1 3 6 CnOMCA DE LOS ACTOS DEL II CENTENARIO

Una memorable actuación de la Orquesta Sinfónica

A las diez y media de la noche del domingo, en el teatro Romea de la capital murciana se celebró un Concierto interpretado por la Orquesta Sinfónica de Murcia, dirigido por. el eminente compositor Conrado del Campo, interpretándose el siguiente programa:

PRIMERA PARTE

I.—«Sinfonía Incompleta».—Schubert.

a) allegro moderato. b) andante con moto.

II.—«Leonora» (Obertura).—Beethoven.

SEGUNDA PARTE

«Figuras de Belén» (Evocaciones sinfónicas inspiradas en el «Nacimiento» de Salzillo).—Conrado del Campo.

1: Obertura poemática. El Ángel que anuncia. Los pastores caminan alegremente. El Portal de Belén. Adoración.

2: La vieja hila y el gallo la contempla.

3 : Los Reyes Magos. Cabalgata. Adoración.

4 : Nocturno. Ronda de pastores.

(Audición primera en España en este poema sinfónico).

TERCERA PARTE

I.—«Lohengrin» (Preludio).—Wagner. IL—«La rouet d'Omphale» (Poema).—Saint-Saéns.

in.—«Los preludios».—Listz.

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(]ROM<:> I>K I O S VCTOS Din. l i CKNTF.NABIO 137

La novedad estaba constituida por el poema del maestro Conrado del Campo, inspirado en las figuras del «Belén» de nuestro genial Salzillo, algunas de las cuales fueron labradas por el cincel de su discí­pulo, D. Roque López, cuyo centenario conmemoró; siendo ésta la razón por la cual la Academia señaló esta fecha para el estreno de tan interesante composición.

El ilustre maestro, al hablar de sus ((Figuras de Belén», dice lo siguiente:

((Pídenme ustedes muy amablemente algunas líneas que sirvan de nota explicativa a mi obra sinfónica inspirada en el maravilloso Belén de Salzillo. Me complace en extremo acceder a su invitación, porque ella me ofrece la mejor coyuntura para exponer públicamente algo que, a fuer de hombre y artista agradecido, no debía guardar yo en silencio. Porque estas «estampas sinfónicas» sobre el Belén no aspiran a ser otra cosa sino un modesto, como mío, pero muy sentido y emocionado tribu­to de agradecimiento ofrecido por mí a la Academia de Alfonso X el Sabio, de Murcia—y siéndolo a ésta lo es a Murcia entera—, por la ele­vada distinción con que me honró otorgándome el premio vinculado al tema ((Composición sinfónica sobre algunas Cantigas del Rey Sabio», con motivo de los actos celebrados en conmemoración, solemne e inolvi­dable, del VII Centenario de la Conquista de Murcia.

En aquellos emocionados días, en que tan alto puso el pabellón de su tradicional cultura la noble y bella ciudad huertana, yo pensaba, entre la inquietud de los ensayos y el remanso apacible de mis paseos callejeros, en el modo más discreto y adecuado al corto vuelo de mi fan­tasía de saldar esta deuda de gratitud. Una oportuna y feliz visita al Museo en que se guardan las innumerables primorosas figuras del Belén de Salzillo, joyas de arte dignas de la inspiración y de la mano del genial creador de ((La oración del huerto», hubo de disipar todas mis preocupaciones.

Allí había muchos, muchísimos motivos, sugerencias y estímulos ins­piradores. En aquellos centenares y centenares de caprichosas figurillas, tan vivas, tan expresivas y evocadoras, en torno al sublime tema, reli­gioso y popular, místico y campesino, inagotable manantial de inspira­ciones para el pintor, para el poeta y para el músico también, de la Nati­vidad del Señor, ¡cuántas y cuan seductoras invitaciones a la fantasía de un artista que tenga de su arte un elevado e ideal concepto cristiano, desinteresado, efectivo y tradicional! En suma y compendio, encendido en afanes de nacionalidad. Y, precisamente, por venturosa circunstan­cia, un tesoro artístico conservado en las vitrinas del Museo de Murcia; de Murcia, donde tiene su morada la noble y culta Corporación a que rendir quería vo el humilde homenaje de mi agradecimiento, de mi res­peto y de mi profunda admiración.

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138 (ÍHOMC^ DI: I,OS *rTos T)i"i, II (-K\ ri:N vuio

He aquí el proceso de la composición de estas líricas estampas del Belén, cuya primera audición confío, muy complacido y satisfecho, al talento y entusiasmo de vosotros, los profesores de la Orquesta Sinfónica de Murcia, que con tanto celo y cariñoso empeño interpretasteis, en aquellas fiestas que no se borran de mi memoria, mi poema sobre las Cantigas del Rey Sabio.

Y nada más; porque los títulos que ostenta cada de los cuatro episo­dios de la partitura expresan claramente la intención y el carácter de cada uno de ellos. No está ausente tampoco, y me interesa indicarlo, el estímulo de la lectura renovada del bello libro ^Pastores de Belén», de Lope de Vega».

Nadie podía desconocer la transcendencia de este concierto. Y, sobre todo, los mismos profesores de la Sinfónica. Era uno de los actos con que Murcia conmemoraba una fecha señera, y al esplendor de los demás con tal motivo celebrados, tenía que corresponder éste.

La Orquesta Sinfónica de Murcia puede señalar su actuación de en­tonces, con caracteres de relieve. Sin acudir a ditirambos, que no cuadran en la nota ni en el carácter de estos actos, solemnes, pero íntimos tam­bién, en el concepto de intimidad que la exaltación de los valores de la patria chica encierra, debemos dejar sentado que la Orquesta respondió en todo momento a su propio deseo de superación.

Los profesores—todos—pusieron un esmerado cuidado y una aten­ción exquisita a su accidental director de excepción, el ilustre compositor y maestro de renombre extranacional, D. Conrado del Campo. A tal señor, tal honor, fué, sin duda, el lema de la agrupación. Matizó con adecuada justeza, formó un conjunto compacto y disciplinado siempre y demostró que no le arredran las obras de más dificultad, pues hasta brilló por su ausencia esa cierta timidez ante lo no habitual.

Especialmente, la interpretación de la obertura de '(Leonora» y « La rueca de Omphalia», merecen mención destacada. Ello prueba que existe en todos los profesores una excelente formación y que han conseguido un conjunto estimable, fruto de la constancia en una labor bajo la inspi­ración de su director, D. José Salas, a quien debe citársele en este recuen­to de excelencias.

Don Conrado del Campo ha tenido la gentileza de conceder al pú­blico de Murcia y a su Sinfónica las primicias de su bello poema sinfó­nico o, más bien, «estampas sinfónicas», cFiguras de Belén», inspiradas en esa maravilla que es el de nuestro insigne imaginero Salzillo. La pieza responde rectilíneamente a la concepción de la música moderna o, más bien, a las tendencias y modos contemporáneos. No podemos sustraernos á encontrar cierras semejanzas en algunos pasajes, entre los maestros Del Campo y Turina. La introducción es una invitación al ánimo para acoger

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las delicadezas y las ingenuidades que un tema, como es el del Naci­miento, inspiraron, seguramente, al autor. No obstante, se cuida atenta­mente, dentro de aquel marco ingenuo, de la solemnidad que reviste la llegada al mundo del Mesías, del Redentor. La multitud de figuras y mo­tivos de las figuras salzillescas fueron, como el mismo autor dice, venero inmenso de donde brotara la fantasía, creadora del arte. D. Conrado del Campo ha unido a esa imaginativa del genio la profimdidad de la técni­ca musical, y ello hace que la pieza sea apta para todo público, más o menos preparado. Evidentemente, el segundo acogerá prontamente con interior alborozo la finura, el primor del segundo tiempo, «La vieja hila V el gallo cantan). El otro sector de público, que no sabrá, desde luego, sustraerse al encanto del tiempo citado, porque es vigorosamente atrac­tivo, se adentrará, no sin alguna dificultad de primer intento, en los demás motivos del Portal, amplio y solemne, de la llegada v del caminar de los Magos y del misticismo de la Adoración. Una bellísima composi­ción, en fin, que por el afecto y por el cariño que su autor puso en ella, por los motivos que la inspiraron y por la dedicación que de ella ha hecho concediendo a Murcia el honor de estrenarla aquí, tiene para los murcianos todo ese cúmulo de nobles significados a los que corresponden agradecidos, de todo corazón.

La niña Conchita Contreras, alumna del Conservatorio, cantó, con una naturalidad y acierto excepcionales—era su primera salida a un es­cenario—, en el transcurso de la obra, canciones pastoriles y las primeras estrofas del «Gloria in excelsis Deo».

El acto resultó solemnísimo, y el público, que llenaba todas las locali­dades preferentes y parte de las altas, tributó el merecido homenaje calu­rosísimo V cordial a director y profesores.

Asistieron el. Ilustrísimo señor Director General de Enseñanza Uni­versitaria, autoridades civiles, militares y académicas, Presidente y miembros de la Academia, además de otras personalidades.

El teatro, adornado con flor natural de esta adelantada primavera, ofrecía un aspecto deslumbrador.

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EXPOSICIÓN DE ESCULTURAS

El domingo día 15 de febrero se celebró la apertura de la exposición de esculturas de Roque López, seleccionadas entre las originales de dicho imaginero, instalándose el conjunto de aquellas en la capilla del Palacio Episcopal.

Las reunidas y expuestas fueron las siguientes:

Procedentes de Murcia (capital)

1.—S. Miguel Arcángel (Parroquia de su nombre). 2.—Purísima Concepción, llamada de »los Diegos» (Parroquia de

San Andrés). 3.—Virgen Dolorosa (Parroquia de ídem). 4.—San José (Parroquia de San Antolín). 5.—San Pedro Alcántara (Parroquia de San Bartolomé). 6.—Beato Juan de Ribera (Convento de Madres Agustinas). 7.—La Samaritana, figura de «paso» procesionario (Parroquia del

Carmen). 8.—San Juan Neponiuceno (Convento de Madres Capuchinas). 9.—Santa Cecilia (Catedral de Murcia).

10.—Beato Andrés Hibernan (ídem id.). 11.—Santa Catalina de Sena (Iglesia de Santo Domingo). 12.—San Miguel de los Santos (Iglesia de Santa Eulalia).

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Procedentes de la provincia de Murcia

13.—La Anunciación (Iglesia Parroq^uial de La Raya). 14.—Virgen de las Angustias (Parroquia de Cehegín). 15.—Beato Andrés Hibernón (Convento de Santa Ana, de Jumilla). 16.—Jesús Nazareno (Iglesia del Carmen, de Lorca). 17.—San José (ídem id.).

Procedentes de la provincia de Albacete

18.—San Lorenzo, mártir (Convento de Religiosas Franciscanas, de Alcaraz).

19.—Santa María Magdalena (ídem. id.). 20.—Niño Jesús Nazareno (ídem id.). 21 y 22.—Dos angelitos (Parroquia de la Santísima Trinidad, de

Alcaraz). 23.—San Antonio Abad (Parroquia de Peñas de San Pedro). 24.—San Cayetano (ídem id.). 25.—San Francisco Javier (ídem id.).

Propiedad de particulares

26.—Niño Jesús (Cehegin). 27.—Virgen de las Angustias (de la colección de la Excma. Sra. Baro­

nesa del Solar, de Jumilla). 28 y 29.—Dos Niños Jesús (del Sr. Hernández Mora). 30.—Cristo Crucificado (de D. J. M. P., de Pei"ias de San Pedro). 31.—Niño Jesús (Propiedad de D. Miguel Vera).

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EL D A D O DE S I E T E C A R A S

POR EL

DR. JOSÉ A. SÁNCHEZ PÉREZ

A C A D É M I C O DE C I E N C I A S E X A C T A S

Es bien conocido de cuantos se interesan por las obras que nos dejó Alfonso X el Sabio, el célebre «Libro de los juegos» que está dedicado principalmente al ajedrez, pero que contiene además varios juegos de fichas y dados.

El iiltimo de los juegos que describe en este libro lo titula «juegos de los escaques», que se juega por Astronomía.

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144 .losK A. S \M:I I I ,Z CKHIÍZ

Se juega sobre un tablero de siete lados, para siete jugadores, con un dado de siete caras para echar las suertes.

Dentro del tablero, que es de la forma de eptágono regular, se ven once círculos concéntricos que forman once anillos circulares concéntri­cos y un pequeño círculo interior.

El primer cerco exterior es el cerco de los signos del Zodíaco, está dividido en doce partes iguales, mediante doce radios, con lo cual todos los cercos interiores quedan divididos también en doce partes.

En cada una de las divisiones del primer cerco aparecen pintadas las representaciones de los signos Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis, en senti­do Inverso a la marcha de las agujas de un reloj.

El segundo cerco corresponde a Saturno. Se indica con la figura de un hombre viejo envuelto con una manta negra y con una mano apoya­da en la mejilla. Este cerco está dividido en ochenta y cuatro partes o casillas, o sea siete casillas en cada sector.

El cerco tercero corresponde a Júpiter. Se indica con la figura de un hombre de mediana edad, cara alegre, vestido verde y un libro. Este cerco está dividido en setenta y dos partes o casillas, o sea seis casillas por sector.

El cuarto cerco corresponde a Marte. Se indica con la figura de ur mancebo vestido con coraza griega sobre ropas encarnadas, con una es­pada en una mano y una cabeza que cuelga de los cabellos en la otra mano. Este cerco está dividido en sesenta casillas, o sea cinco casillas por cada sector.

El quinto cerco corresponde al Sol. Se indica con la figura de un rey joven con corona y paños de oro, una manzana en la mano derecha y un ramo de flores en la izquierda. Este cerco está dividido en cuarenta y ocho casillas, o sea cuatro casillas para cada sector.

El sexto cerco corresponde a Venus. Se indica con la figura de una mujer hermosa con largos cabellos rubios por la espalda, una guirnalda de rosas en la cabeza, traje de paño color violeta, un peine en una mano y un espejo en la otra. Este cerco está dividido en, treinta y seis casillas, a razón de tres casillas por sector.

El séptimo cerco corresponde a Mercurio. Se indica con la figura de un joven vestido con traje de colorines, que está escribiendo un libro. Este cerco está dividido en veinticuatro casillas, o sea dos casillas en cada sector.

El octavo cerco corresponde a la Luna. Se indica con la figura de mujer, vestida de blanco, que lleva en sus manos una Luna en cuarto menguante. Este cerco está dividido en doce casillas, o sea que cada sec­tor contiene una sola casilla.

Siguen los cercos noveno, décimo, undécimo y duodécimo que corres-

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panden, respectivamente, a los elementos fuego, en tono rojo, aire, en tono cárdeno, agua, en blanco y tierra, en tono pardo.

Cada jugador empieza con siete tantos de un valor previamente con­venido.

Los siete sectores por fuera del primer cerco, correspondientes a los siete lados del tablero, van pintados según los colores de los siete plane­tas, a saber: negro para Saturno, verde para Júpiter, encarnado para Marte, amarillo para Sol, violeta para Venus, de colorines para Mercurio y blanco para Luna.

La colocación de los siete jugadores se hace por suerte. Un jugador echa el dado y se sienta en el sector correspondiente al número que saque: si saca 7 es Saturno, si 6 es Júpiter, si 5 es Marte, si 4 ca Sol, si 3 es Venus, si 2 es Mercurio y si 1 es Luna. Después siguen tirando los demás, hasta que sacan número distinto correspondiente a sitios libres.

Cada jugador tiene su símbolo, ficha o pieza que le representa que debe colocar del modo que sigue: Saturno en el comienzo de Acuario, Júpiter en el de Sagitario, Marte en el de Escorpión, Sol en el de Leo, Venus en el de Tauro, Mercurio en el de Virgo y Luna en el de Cáncer.

Para saber quién inicia el juego van echando el dado por parejas para ver quien saca punto más alto, v ese será el que empiece a jugar.

El jugador que empieza las tiradas lanza el dado y tiene que avanzar con su ficha tantas casillas como puntos haya sacado. Observa después en qué posición ha quedado con respecto a los otros seis jugadores y hace la liquidación de su jugada con cada uno de los citados, en la forma siguiente:

Si no ha salido del sector del signo del Zodíaco que ocupaba, ni gana ni pierde.

Si ha pasado a otro sector de distinto signo del Zodíaco, la suerte con cada jugador depende de las posiciones astrológicas en la forma que sigue:

1." Si queda en posición sextil, o de 60", gana dos. 2." Si queda en posición trino, o de 120° gana tres. 3.° Si queda en posición de cuadratura, o de 90", pierde tres. 4." Si queda en posición de oposición, o de 180°, pierde seis. 5.° Si queda en posición de conjunción, o de 0°, pierde doce.

Por ejemplo: Si el jugador ha caído con su ficha en el sector de Aries.

1.° Gana dos a los que se encuentren en los sectores de Géminis y Acuario, que son sextil a derecha e izquierda.

2.° Gana tres a los que se encuentren en los sectores de Leo y Sagi­tario, que son trino.

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3." Pierde tres con los que se encuentren en ios sectores de Cáncer V Capricornio, por cuadratura.

4." Pierde seis con los q iie se encuentren en el sector de Lilna, c|ue está en oposición.

5." Pierde doce con los que se encuentran en el sector de Aries, por estar en conjunción.

El jugador que ha perdido los siete tantos queda fuera de juego y siguen jugando los demás, a no ser que le autoricen a reponer el Ion do con otros siete tantos.

Este juego debía ser muy atractivo e interesante y creo que indus­trializándolo aun podría tener hov aceptación, {)uesto que es una es])c-cie de «juego de la Oca». Pero no es el juego en sí lo que motiva estas líneas, sino la especial condicicm del dado con que se juega.

En las dos miniaturas que ilustran el códice del Libro de los juegos se vé cjiíe el dado es un prisma pentagonal. Eas dos caras de las bases van marcadas con un punto y siete, respectivamente, y las cinco caras laterales llevan 2, 3. 4, 5 y 6 puntos.

Para que con este dado tengan la misma probabilidad las siete caras, es pi'eciso que el prisma pentagonal tenga una aliura determinada.

il^ evidente que si el prisma fuera de mucha altura, como un lapice­ro, por ejemplo, jamás saldrían las caras 1 y 7.

Si tuviera una altura pequeñísima, como ima moneda, por ejemplo, sería casi imposible que quedara de canto y por consiguiente, casi nunca saldrían las caras 2, 3, 4, 5 v 6.

De modo que la construcción del dado de Alfonso X el Sabio, con siete caras, y la misma probabilidad para las siete caras, es un jiroblema sencillo y entretenido de Mecánica v Geometría (¡ue br indo a los lecto­res de esta Revista de la Academia Alfonso X el Sabio.