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Nana Por Émile Zola

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Nana

Por

ÉmileZola

Capítuloprimero

Alasnueve,lasaladelteatroVarietésaúnestabavacía.Algunaspersonasesperabanenelanfiteatroyenelpatiodebutacas,perdidasentrelossillonesdeterciopelogranateyalamedialuzdelascandilejas.Unasombravelabalagranmancharojadeltelón;noseoíaningúnrumorenelescenario,lapasarelaestaba apagada y desordenados los atriles de losmúsicos. Sólo arriba, en eltercer piso, alrededor de la rotonda del techo, en el que las ninfas y losamorcillos desnudos revoloteaban en un cielo verdeado por el gas, seescuchabanvocesycarcajadasenmediodeuncontinuoalboroto,yseveíancabezas tocadas con gorras y con sombreros, apiñadas bajo las ampliasgalerías encuadradas en oro. En un momento dado apareció una diligenteacomodadoracondosentradasen lamanoyguiandoauncaballeroyaunadamaalabutacaquelescorrespondía;elhombre,defracylamujer,flacayencorvada,mirandolentamentealrededor.

Dos jóvenes aparecieron en las filas de orquesta. Se quedaron en pieobservando.

— ¿Qué te decía, Héctor?—exclamó elmayor, unmuchacho alto y debigotillonegro—.Hemosllegadomuytemprano.Pudistedejarmequeacabasedefumar.

Pasóunaacomodadora.

—Ah, el señor Fauchery, —dijo con familiaridad—. La función noempezaráhastadentrodemediahora.

—Entonces,¿porqué laanuncianpara lasnueve?—murmuróHéctor,encuya cara larga y enjuta se reflejó la contrariedad—.Estamañana,Clarisse,queactúaenlaobra,todavíameaseguróempezaríaalasochoenpunto.

Callaronduranteunmomento,levantaronlacabezayescudriñaronentrelaoscuridaddelospalcos,peroelpapelverdeconqueestabandecoradosaúnlososcurecíamás.Alfondo,bajoelanfiteatro,lospalcosestabansumergidosenunatotaloscuridad.Enlasbutacasdeanfiteatronohabíamásqueunaseñoragruesa,apoyadaenelterciopelodelabarandilla.Aderechaeizquierda,entrealtascolumnas,aparecíanvacíoslosproscenios,adornadosconlambrequinesde franjas anchas. La sala, blanca y oro, reanimada con un verde suave, sedesvanecía con las llamas cortas de la gran lámpara de cristal, como si laenvolvieseunfinopolvillo.

— ¿Has conseguido la entrada de proscenio para Lucy? —preguntóHéctor.

—Sí, peromi trabajome ha costado. Bah, no haymiedo de que lleguepronto.

Ahogóunligerobostezoyluego,trasunbrevesilencio,añadió:

—Eresuncaso.Nohabervistotodavíaunestreno…LaVenusRubiaseráelacontecimientodelaño.Haceseismesesquesehabladeella.¡Quémúsica,qué gracia! Bordenave, que conoce su oficio, la ha guardado para laExposición.

Héctorescuchabareligiosamente.Hizounapregunta:

—YaNana,esanuevaestrellaquedebehacerdeVenus,¿laconoces?

—Yaestábien,¿eh?Otravezlomismo,—exclamóFaucheryagitandounbrazo—. Toda lamañana que no hacenmás que abrumarme conNana. Heencontradoamásdeveintepersonas,yNanaporaquíyNanaporallá.Comosiyoconociesea todas lasmuchachasdeParís…Nanaesuna invencióndeBordenave,¡yasíseráella!

Secalmó,peroelvacíodelasala,lasemipenumbrayaquelrecogimientodeiglesiallenodecuchicheosyportazosleirritaron.

—¡Ah,no!—exclamódepronto—.Aquí,unosehaceviejo.Yosalgo…SeguramenteencontraremosaBordenaveynosdaráalgunosdetalles.

Abajo,elgranvestíbulocon losasdemármol,dondeestabaelcontroldeentrada, empezaba a llenarse de público. Por las tres verjas abiertas se veíacircular la vida ardiente de los bulevares, que bullían y resplandecían enaquella hermosa noche de abril. El rodar de los carruajes se detenía unmomento, las portezuelas se cerraban estrepitosamente, y todo el mundoentraba, formando pequeños grupos, detenidos unos ante la taquilla y otrossubiendo la doble escalera del fondo, en donde las mujeres se retrasabanevitando los empujones con una simple inclinación del cuerpo. A la crudaclaridad del gas, sobre la desnuda palidez de aquella sala, que una pobredecoración imperio convertía en un peristilo de templo de cartón, sedestacaban violentamente unos altos cartelones con el nombre de Nana engrandesletrasnegras.

Loscaballeros,comopegadosalaentrada,losleían;otroshablabandepiey taponaban laspuertas,mientras, cercade la taquilla,unhombregruesodeanchayafeitadacararespondíabruscamentealosqueinsistíanparaconseguirunalocalidad.

—AhíestáBordenave—exclamóFauchery,bajandolaescalera.

Peroeldirectoryalehabíavisto.

— ¡Vaya si es servicial!—legritódesde lejos—.¿Es así comomehace

unacrónica?AbroestamañanaLeFígaro,ynada.

—No tan aprisa —respondió Fauchery—. Hay que conocer a su Nanaantesdehablardeella.Además,noleprometínada.

Luego,paracambiardetema,presentóasuprimo,HéctordelaFaloise,unjovenque llegaba aParís para completar su formación.El directormidió aljovendeunaojeadamientrasHéctorlomirabaconciertaemoción.Entonces,aqueleraelcélebreBordenave,elexhibidordemujeresquelastratabacomoun cabo de vara, el cerebro que siempre lanzaba algún reclamo, gritando,escupiendo,golpeándoselosmuslos,cínicoyconalmadegendarme.Héctorconsideróquedebíadeciralgunafraseamable.

—Suteatro…—empezóconvozaflautada.

Bordenave le interrumpió tranquilamente, con una palabra cruda dehombrequegustadelassituacionesfrancas.

—Digamiburdel.

Entonces Fauchery tuvo una risa aprobadora mientras de la Faloise sequedabaconsucumplidoahogadoen lagarganta,muyextrañadoy tratandodedigerirlaexpresión.Eldirectorsehabíaapresuradoaestrecharlamanodeun crítico dramático cuyas reseñas gozaban de gran influencia. Cuandoregresó, Héctor de la Faloise ya había recobrado su aplomo. Temía que letratasedeprovincianoyestabamuycohibido.

—Mehandicho,añadióqueriendoencontrarunafrase,queNanatieneunavozdeliciosa.

— ¿Ella? —gruñó el director encogiéndose de hombros—. Sí, unaverdaderagrulla.

Eljovenseapresuróaañadir:

—Además,esunaexcelenteactriz.

—¿Ella?Unpaquete.Nosabedóndeponerlospiesnilasmanos.

Héctor de la Faloise se sonrojó ligeramente. No comprendía aquello ybalbuceó:

—Pornadadelmundohabríafaltadoalestrenodeestanoche.Sabíaquesuteatro…

—Diga mi burdel —interrumpió nuevamente Bordenave con la fríaterquedad de un hombre convencido. Fauchery, mientras tanto, observabatranquilamente a lasmujeres que entraban.Al ver que su primo se quedabaconlabocaabierta,sinsabersiecharseareíroenfadarse,acudióensuayuda.

—Sigue lacorrienteaBordenavey llamaasu teatrocomoél tepide,ya

queesoledivierte…Yusted,querido,nosehagaelinteresante.SisuNananocantaniinterpreta,seráunfracasoynadamás.Esoesloqueyocreo.

—¡Unfracaso,unfracaso!—exclamóeldirectorenrojeciendo—.¿Esqueunamujernecesitasaberinterpretarycantar?¡Ah,muchacho,eresmuytonto!Nana tiene otra cosa. Que sí, que sí. Algo que lo compensa todo. La heolfateado,yesextraordinariamentebellaoyotengolanarizdeunimbécil…Yaverás,yaverás.Noharámásqueaparecerytodoelteatrosacarálalengua.

Había levantado sus gruesas manos, que temblaban de entusiasmo; y,desahogado,bajabalavozygruñíaparasí:

—Sí,irálejos,muylejos…¡Vayapiel!¡Oh,quépiel!

Luego, comoFauchery le interrogaba, consintió en darle detalles con talcrudeza de expresiones que incomodaron a Héctor de la Faloise. HabíaconocidoaNanayquería lanzarla.PrecisamenteporaquelentoncesbuscabaunaVenus.Élnoseentreteníamuchoconunamujer,preferíaqueelpúblicoseaprovechasedeellainmediatamente.Peroteníaunberenjenalensuteatroconlallegadadeestamuchacharevolucionaria.RoseMignonsuestrella,unafinaactrizyadorablecantante, leamenazabadiariamentecondejarloplantadoalpresentir a una rival. Y para la cartelera, ¡qué jaleos, santo cielo!Al fin sehabía decidido a poner los nombres de las dos actrices en letras delmismotamaño.Notolerabaquelomolestasen.Cuandounadesusmujercitas,comoél las llamaba, Simonne o Clarisse, no andaban derechas, les pegaba unpuntapiéenel trasero;deotromodo,nosepodíavivir.Lasvendía, sabía loquevalíanaquellaszorras.

—Vaya,—dijointerrumpiéndose—.AhíestánMignonySteiner.Siemprejuntos.YasabréisqueSteinerempiezaahartarsedeRose,yelmaridonoledaniunminutopormiedodequesefugue.

Laslucesdegasqueresplandecíanenlacornisadelteatrodejabansobrelaaceraundestellodevivaclaridad.Dosarbolillossedestacabanclaramenteconsu color verde crudo; una columna publicitaria estaba tan iluminada que seleían desde lejos sus carteles, como en pleno día, y más allá, en la nocheoscura del bulevar, titilaba una serie de lucecitas sobre el oleaje de unamuchedumbre siempre en marcha. Muchos hombres no entrabaninmediatamente, quedándose fuera para conversar mientras acababan sucigarro en la zona alumbrada, cuya luz les daba una palidez azulada yrecortabasobreelasfaltosuspequeñassombrasnegras.

Mignon, un mocetón muy alto y ancho de hombros, con una cabezacuadradadeHérculesdeferia,seabríapasoporentrelosgrupos,llevandodelbrazoalbanqueroSteiner,pequeñitoél,orondovientre,cararedondaybarbayacanosaenformadecollar.

—Muybien—dijoBordenave al banquero—; ayer se la encontró enmidespacho.

—¿Eraella?—exclamóSteiner—.Losupuse,peroyosalíacuandoellaentraba,ycasinolavi.

Mignon escuchaba con la vista baja y dandovueltas nerviosamente a ungruesodiamantequellevabaenundedo.HabíacomprendidoquesetratabadeNana. Luego, como Bordenave hacía un retrato de su debutante queencandilabalosojosdelbanquero,acabópormezclarseenlaconversación.

—Dejad de darle vueltas, querido. El público se encargará de elladebidamente. Steiner, muchacho, ya sabe que mi mujer le espera en sucamerino.

Quisollevárselo,peroSteinersenegabaaabandonaraBordenave.

Frenteaellos,seapelotonabaunacolaenelcontrolysurgíaunmurmullodevocesenelcualelnombredeNanasepercibíaconlavivacidadcantantedesusdossílabasLoshombresquesesituabananteloscarteleslopronunciabanenvozalta,otroslolanzabandepaso,enuntonoqueeraunapregunta,ylasmujeres, intrigadas y sonrientes, lo repetían suavemente y con gesto desorpresa.NadieconocíaaNana.¿Dedóndehabíasalido?Ycuántasanécdotascirculaban,cuántoschistessusurradosdeoídoenoído.Resultabaunacariciaaquel nombre, un nombrecito cuya familiaridad sentaba bien en todos loslabios.Consólopronunciarlo,lamuchedumbresealegrabayselaveíacomointeresada.Unavivacuriosidadaguijoneabaa todoelmundo,esacuriosidaddeParísquetienelaviolenciadeunaccesodefuriosalocura.SequeríaveraNana.Aunaseñoralearrancaronelvolantedesuvestidoyunseñorperdiósusombrero.

—¡Oh!mepedísdemasiado—exclamóBordenaveaungrupodehombresque lo abrumaba a preguntas—. Pronto la veréis… Me voy; me necesitandentro.

Desapareció, satisfecho por haber enardecido a su público. Mignon seencogíadehombros,recordandoaSteinerqueRoseleesperabaparaenseñarlesutrajedelprimeracto.

—Mira, ahí está Lucy, bajando de su coche —dijo de la Faloise aFauchery.

Enefecto,eraLucyStewart,unamujercitafea,deunoscuarentaaños,elcuello demasiado largo, el rostro delgado y estirado, con una boca muygrande, pero tan viva y graciosa que hasta tenía su encanto.Acompañaba aCarolineHéquetyasumadre.Caroline,deunabellezafría,ylamadre,muydignaydisecada.

—¿Vienesconnosotras?tehicereservarunsitio,—dijoellaaFauchery.

—No, no. ¿Para qué? ¿Para no ver nada?—respondió él—. Tengo unabutacayprefierolaplatea.

Lucy se molestó. ¿Acaso no se atrevía a exhibirse con ella? Luego,calmándosebruscamente,cambiódeconversación.

—¿PorquénomehasdichoqueconocíasaNana?

—¿Nana?Nuncalahevisto.

—¿Deveras?Measeguraronquetehabíasacostadoconella.

Enelacto,yponiéndoseundedoenloslabios,Mignonleshizoseñasdequesecallaran.YaunapreguntadeLucy,señalóaun jovenquepasabaenaquellosmomentos,diciéndoleenvozbaja:

—ElamantedeNana.

Todos le miraron. Era apuesto. Fauchery le reconoció; se trataba deDaguenet, un joven que se había comido trescientos mil francos con lasmujeres,yqueahorajugabaalaBolsaparapagarlesunasfloreseinvitarlasacenardevezencuando.

Lucyloencontrómuyatractivo,almismotiempoquedijo:

—Ah, aquí estáBlanche. Fue quienme dijo que te habías acostado conNana.

BlanchedeSivry,unarubiagordacuyohermosorostroparecíaempastado,llegabaacompañadadeunhombredelgaducho,muyeleganteydistinguido.

—ElcondeXavierdeVandeuvres—murmuróFaucheryaloídodeHéctor.

El conde cambió un apretón de manos con el periodista mientras teníalugarunavivaexplicaciónentreBlancheyLucy, lascualescerrabanelpasocon sus faldas conmuchos volantes, la una en azul y la otra en rosa, y elnombredeNanasalíadesuslabiosenuntonotanvivoquetodoelmundolasoía.

ElcondedeVandeuvressellevóaBlanche,peroelnombredeNana,comouneco,yaseoíaen loscuatrorinconesdelvestíbulo,enuntonomásaltoyconundeseoaumentadoporlaespera.

¿Esqueaúnnoempezaba?Loshombressesacabansureloj,losretrasadossaltabande sucocheantesdeque sedetuviese, losgruposdejaban la acera,donde los paseantes atravesaban despacio la franja de luz, que estaba yadesierta,yalargabanelcuelloparaecharunamiradaalteatro.Unpillueloquellegabasilbandoseplantódelantedeuncartel, en lapuerta,ygritóconvozaguardentosa: ¡Eh,Nana!yprosiguió sucamino,desmadejadoyarrastrando

sus zapatos rotos. Le coreó una carcajada, y varios señores muy dignosrepitieron:¡Nana!¡Nana!Seestrujaban;unadisputaenlataquilla;losrumoresaumentaban,yunaseriedevocesllamandoaNana,exigiendoaNana,enunade esas ráfagas de estupidez y de brutal sensualidad que arrebata a lasmultitudes.

Perolacampanilladelentreactosepudooírporencimadeaquelalboroto.Unrumorllegóhastaelbulevar:«Yahanavisado,yahanavisado»yentonceshubounaavalancha,puestodosqueríanpasar,ylosporterossemultiplicabanen las puertas de entrada. Mignon, con inquietud, al fin logró llevarse aSteiner, que no había ido a ver el traje de Rose. Al primer campanillazo,HéctordelaFaloiseseabriópasoentrelamultitud,yarrastróaFaucheryparanoperderselaobertura.

El apretujamiento del público irritó a Lucy Stewart. ¡Qué groserosempujandoalasdamas!Sequedólaúltima,conCarolineHéquetysumadre.El vestíbulo se vació, y allá en el fondo el bulevar seguía con su constanterumor.

—¡Comosi suspiezas fuesen tangraciosas!—repetíaLucysubiendo laescalera.

Enlasala,FaucheryyHéctorsequedaronenpieantesusbutacasmirandonuevamente en torno suyo.Ahora resplandecía el salón.Las altas llamasdegas iluminabanlagranlámparadecristalconunchorrodelucesamarillasyrosasque,desdelabóvedahastaelpatio,serompíanenunalluviadeclaridad.El terciopelo granate de las butacas espejeaba como la laca, los doradosresplandecían y los adornos verdosos suavizaban su brillo bajo las pinturasdemasiadocrudasdeltecho.Alzada,labateríadelproscenio,consuviolentaluz,parecíaincendiareltelón,cuyospesadoscortinajesdepúrpurateníanunariquezadepalaciofabuloso,encontrasteconlapobrezadelmarco,enelcuallasgrietasdescubríanelyesodebajodeldorado.Hacíayacalor.Losmúsicos,ante sus atriles, afinaban sus instrumentos, con ligeros trinos de flauta,suspirosahogadosdetrompaysusurrosdeviolín,queseperdíanenmediodelrumorcrecientedevoces.Todoslosespectadoreshablaban,seempujabanysecolocaban tras su asalto a las butacas; la avalancha de los pasillos era tanviolentaque laspuertascasinodejabanpasoa la interminableoladegente.Todoeransignosdellamada,rocesdevestidos,desfiledefaldasypeinados,mezcladosconelnegrodeun fracodeuna levita.Noobstante, las filasdebutacas se llenaban poco a poco, un traje claro se destacaba, una cabeza deperfildelicadoinclinabasumoñoyresplandecíaelbrillodeunajoya.Enunpalco, un trozo de hombro desnudo se destacaba con su blancura de seda.Otrasmujeresseabanicabanconlanguidezmientrasseguíanconlamiradalosempellones de la multitud; entre tanto, los jóvenes caballeros, de pie en laplatea, con el chalecomuy abierto y una gardenia en el ojal, enfocaban sus

gemelosconlapuntadesusenguantadosdedos.

Entonces los dos primos buscaron algunos rostros conocidos.Mignon ySteinerestabanenunodelospalcos,conlasmanosapoyadasenelterciopelodelabarandilla.BlanchedeSivryparecíaocuparellasolaunpalcoprosceniodeplatea.PeroHéctordelaFaloiseexaminabamásaDaguenet,queocupabaunabutacadepatio,dos filasmásadelante.Asu lado,un jovencitodeunosdiecisiete años, algún colegial escapado, abría desmesuradamente sus bellosojosdequerubín.Faucheryesbozóunasonrisaalfijarseenél.

—¿Quiénesaquelladamadelanfiteatro?—preguntóderepenteHéctor—.Aquéllaquetieneunajovencitadeazulasulado.

Señalabaaunamujergordayencorsetada,unaantiguarubiaconvertidaenblancay teñidadeamarillo,cuyacararedonda,enrojecidapor losafeites,seabotagababajounalluviadericitosinfantiles.

—ÉsaesGagá—dijosimplementeFauchery.

Ycomoestenombrenoparecióqueledijesenadaasuprimo,añadió:

—¿NoconocesaGagá?HizolasdeliciasdelosprimerosañosdelreinadodeLuisFelipe.Ahorapaseaasuhijaportodaspartes.

HéctordelaFaloisenotuvoniunamiradaparalajovencita.LavisióndeGagá le emocionaba y no apartaba sus ojos de ella, pues aún la encontrabamuybien,peronoseatrevíaadecirlo.

Mientras tanto, el director deorquesta levantaba subatutay losmúsicosiniciaban la obertura. Seguía entrando gente, y la agitación y el ruidoaumentaban. Entre aquel público especial de los estrenos, público que nocambiabanunca,habíapequeñosgrupitosdeamigosquevolvíanaencontrarseysonreían.Losabonados,conelsombreropuestoyconlafamiliaridaddelacostumbre,sesaludabanentresí.TodoParísestabaallí,elParísdelasletras,de las finanzasydelplacer,muchosperiodistas,algunosescritores,hombresde Bolsa, y más mujeres públicas que honradas; mundo singularmentemezclado,compuestoportodoslosgeniosyhalagadoportodoslosviciosyencuyos rostros se reflejaban lamisma fatiga y lamisma ansiedad. Fauchery,respondiendoalaspreguntasdesuprimo,leseñalólospalcosdelaPrensayde los círculos; luego le nombró a los críticos dramáticos, entre ellos a unodelgado,deaspectodescarnadoyconfinoslabiosmaliciosos,yespecialmenteaunogordoconcaradebonachónqueseapoyabaenelhombrodesuvecina,unaingenuaalaqueprotegíaconunamiradapaternalytierna.

PeroseinterrumpióalverqueHéctordelaFaloisesaludabaalaspersonasqueocupabanunpalcocentral.Sequedósorprendido.

—¿Cómo?¿ConocesalcondeMuffatdeBeuville?

—Hacemuchotiempo—respondióHéctor—.LosMuffatteníanunafincacercana a la nuestra. Iba con frecuencia a visitarlos…El conde está con suesposaysusuegro,elmarquésdeChouard.

Yporvanidad,halagadoporelasombrodesuprimo,entróendetalles:elmarqués era consejero de Estado y el conde acababa de ser nombradochambelán de la emperatriz. Fauchery, que había cogido sus gemelos,contemplaba a la condesa: unamorena rolliza de piel blanca y con bonitosojosnegros.

—Melospresentarásenelentreacto.Yaotrasvecesmeheencontradoconelconde,peromegustaríaasistirasusmartes.

Unasenérgicasvocesreclamandosilenciosalierondelospisossuperiores.

La obertura había empezado y aún continuaba entrando gente. Losretrasadosobligabanafilasenterasdeespectadoresalevantarse,laspuertasdelos palcos se cerraban dando un golpe y de los pasillos llegaban vocesdestempladas.Elrumordelasconversacionesnocesaba,al igualqueelpiarde una bandada de gorriones cuando se pone el sol. Todo era confusión ycabezasybrazosqueseagitaban;unossesentabanytratabandeacomodarseyotrosseempeñabanenpermanecerdepieparaecharunaúltimaojeada.Losgritosde¡sentarse,sentarse!surgieronviolentamentedelpatiodebutacasyunestremecimientosacudíaa losespectadores:por fin ibanaconoceraaquellafamosaNana,delacualseocupabatodoParísdesdehacíaochodías.

Pocoapoco,sinembargo,lasconversacionessefueronapagando,aunqueconalgunasvocesdestempladas.Yenmediodeaquelmurmullodesmayado,deaquellossuspirosmoribundos,laorquestasedestacabaconlavivezadesusnotas en un vals cuyo ritmo picaresco tenía la risa de una indecencia. Elpúblico, halagado, empezaba a sonreír, y la claque, en las primeras filas,aplaudiófuriosamente.Eltelónselevantaba.

—Mira—dijoHéctor de la Faloise, que no paraba de hablar—, hay unseñorconLucy.

Mirabaelpalcodeprosceniodeladerecha,dondeCarolineyLucyestabansentadas.DetrásdeellasseveíaelrespetablerostrodelamadredeCarolineyelperfildeungallardojoven,rubioeirreprochablementevestido.

—¿Losves?—repetíaHéctorconinsistencia—;hayunseñor.

Faucherydirigiósusgemeloshaciaelpalco,peroenseguidalosapartó.

—Bah,esLabordette—murmuróconindiferencia,comosilapresenciadetalpersonajefueselomásnaturaldelmundoysinimportancia.

Detrás gritaron pidiendo silencio y tuvieron que callar. Ahora lainmovilidadatenazabaa toda lasalay filasdecabezaserguidasyatentasse

escalonabandesdeelpatiodebutacasalanfiteatro.

ElprimeractodeLaVenusRubiatranscurríaenelOlimpo,unOlimpodecartón,connubespordecoradosyeltronodeJúpiteraladerecha.Alprincipioestaban Isis yGanimedes, acompañados de un grupo de servidores celestesque cantaban a coromientras colocaban los asientos para elConsejo de losdioses.Denuevosurgieronlosbravosreglamentariosdelaclaque;elpúblico,un poco desorientado, esperaba. Mientras, Héctor de la Faloise habíaaplaudido a Clarisse Besnus, una de las mujercitas de Bordenave, queinterpretaba a Isis, con un azul tierno y un gran chal con los siete coloresamoldadoaltalle.

—¿Sabesquesequitalacamisaparaponerseeso?—dijoaFaucherydemaneraqueleoyesen—.Yaensayamosesoestamañana.Seleveíalacamisadebajodelosbrazosyenlaespalda.

Un ligero estremecimiento recorrió la sala. Rose Mignon acababa deaparecer, interpretando aDiana.Aunque no tenía la presencia ni la cara delpersonaje, enjuta y negra, de una fealdad adorable de pilluelo Parisiense,aparecía encantadora, como la misma caricatura del personaje. Su aria deentrada,cuyaletra,lastimosahastaelllanto,sequejabadeMarte,queestabaapuntodedejarlaporVenus, fuecantadaconuna reservapúdica tan llenadealusionesprocaces,queelpúblicosecaldeaba.ElmaridoySteiner,apretadoselunoalotro,reíancomplacidos.YtodalasalaestallócuandoPrulliere,eseactor tan querido, apareció de general, unMarte de pacotilla, empenachadoconunaplumagiganteyarrastrandounsablequelellegabahastaelhombro.Ya estaba harto deDiana, por lomuy quisquillosa que era. EntoncesDianajurabavigilarloyvengarse.Eldúo finalizabaconunabufonada tirolesaquePrulliere entonó muy cómicamente, con voz de gato irritado. Tenía unapresuncióncómicadeprimergalánafortunado,ylanzabamiradasdebravucónquearrancabanchillonasrisasdelasmujeresdelospalcos.

Luego el público se enfrió, pues las escenas siguientes las encontróaburridas.ApenassielviejoBosc,unJúpiterimbécil,conlacabezaaplastadabajounadescomunalcorona,hizo reíralpúblicocuando tuvounadiscusiónconJunoapropósitodeunacuentadelacocinera.Eldesfiledelosdioses—Neptuno, Plutón,Minerva y las demás— estuvo a punto de echarlo todo aperder.

Elpúblicose impacientaba,unmurmullo inquietante ibaenaumento, losespectadoressedesinteresabandelaobraymirabanatodaspartesdelasala.

LucyreíaconLabordette;elcondedeVandeuvresalargabaelcuellodetrásde los recioshombrosdeBlanche,mientrasqueFauchery, por el rabillodelojo, examinaba a los Muffat, viendo al conde muy serio, como si nadacomprendiera, y a la condesa vagamente risueña, con la mirada perdida,

soñando. Pero en medio de aquel malestar, estallaron repentinamente losaplausos de la claque con la regularidad de un fuego de guerrilla. Todo elmundomiróalescenario.¿Seríaal finNana?AquellaNanasehacíaesperardemasiado.

Se trataba de una delegación de mortales que Ganimedes e Isis habíanintroducido; burgueses respetables, todosmaridos engañados, que acudían apresentarunaquejaal reyde losdiosescontraVenus,quienencendíaensusmujeres excesivos ardores. El coro, en un tono doliente e ingenuo,entrecortado por silencios llenos de confidencias, divirtiómucho.Una frasecirculóportodalasala:«Elcorodeloscornudos,elcorodeloscornudos»ylafrase pareció gustar, porque alguien gritó «bis». Las cabezas de las coristaserangraciosas,yellassedivertíanfijándoseenunespectadorgordoyconlacararedondacomolaluna.Entretanto,Vulcanollegabafuriosoypreguntabaporsumujer,quesehabíaescapadohacíatresdías.Elcorovolvíaasuqueja,implorando a Vulcano, dios de los cornudos. Este personaje de Vulcano lodesempeñabaFontan,uncómicodeuntalentocínicoyoriginal,quefingíaunacólera exagerada, vestido de herrero de aldea, con una peluca rojiza y losbrazosdesnudosytatuadosconcorazonesatravesadosporflechas.Unavozdemujerexclamóenvozmuyalta:¡Oh,quéfeoes!ytodosrieronyaplaudieron.

Laescenaquesiguióparecíainterminable.JúpiternoacababadereunirelConsejode losdiosespara someterle laquejade losmaridosengañados. ¡YNana sin aparecer! ¿Esperarían a Nana para bajar el telón? Una espera tanprolongadaacabóporirritaralpúblico,ylosmurmullosempezarondenuevo.

—Estovamal,entusiasmado—ledijoMignonaSteiner—.¡Laquesevaaarmar!

EnaquelmomentolasnubesdelfondoseapartaronyVenusapareció.

Nana,muyaltaymuydesarrolladaparasusdieciochoaños,envueltaensutúnica blanca de diosa, con sus largos cabellos rubios sueltos sobre loshombros,descendióhasta lascandilejasconelmayoraplomoysonriendoalpúblico.Empezósufamosaaria:CuandoVenusrondadenoche…

Alsegundoverso, losespectadoressemirabanentresí.¿Eraaquellounabroma, algún capricho de Bordenave? Nunca se había oído una voz tandesafinada,tansinlamenorescuela.Sudirectorsupomuybienloquedecía:«Canta como una grulla». Y ni siquiera sabía estar en escena: echaba lasmanoshaciadelante,enunbalanceodetodoelcuerpo,quetodosencontraronfalsoysingracia.Yaseoíanalgunosgruñidosdeburlaenelpatioyentrelosabonados, y se silbaba, cuando una voz de polluelo a punto de salir delcascarónlanzóconconviccióndesdelasbutacasdepatio:

—¡Muybien!

Todalasalalemiró.Eraelquerubín,elcolegialescapado,consusbonitosojosencandiladosysurostroencendidoalveraNana.Cuandovioquetodoelmundosevolvíahaciaél, seavergonzó,porhaberhabladoenvozaltaysinquerer.Daguenet, su vecino, lo examinaba con una sonrisa; el público reía,como desanimado y sin pensar ya en silbar, y entre tanto los jóvenes deguantesblancos,entusiasmadostambiénporelgarbodeNana,seembobabanyaplaudían.

—¡Así!¡Muybien!¡Bravo!

Nana,mientras,alverreíralasala,tambiénrio.Laalegríafueenaumento.Ysibiensemiraba,aquellahermosajoventeníagracia.Riendo,selemarcabaunencantadorhoyueloenlabarbilla.Ellaesperabasinembarazo,muysegura,ganándose a continuación y fácilmente al público, como si le dijese con unguiñopicarescoque si bienno tenía talento, esono importaba, porque teníaotra cosa. Y luego de dirigirse al director de orquesta con un significativogesto que parecía decir: «Vamos allá, buen hombre» empezó a cantar elsegundocuplé:AmedianocheVenuspasa.

Seguíasiendolamismavozavinagrada,peroahoracosquilleaba tanbienal público en el lugar apropiado que por momentos le arrancaba ligerosestremecimientos.Nanaconservabasusonrisa,queiluminabasuboquitarojay relucía en sus grandes ojos, de un azul claro. En algunos versos un pocovivos, cierta intención perversa retorcía su nariz, cuyas sonrosadas aletaspalpitaban, mientras que una llamarada encendía sus mejillas. Continuababalanceándose,loúnicoquesabíahacer.Yyanadiesesentíadefraudado.

Ahora,encambio,loshombreslaenfocabanconlosgemelos.Cuandoibaal final del cuplé notó que le fallaba la voz y comprendió que no lo podríaterminar.Entonces,sininquietarse,recurrióaunnalgueoquedejólaimagendeciertaredondezbajoladelgadatúnica,alavezquealargólosbrazos,doblólacinturaysuspechostemblaron.Estallaronlosaplausos.Inmediatamentesevolvióendirecciónalforo,exhibiendounanucasobrelacualflotabasurubiacabellera,pareciendounaláminadeoro;losaplausosahorafueronrabiosos.

Elfinaldelactofuemásfrío.VulcanoqueríaabofetearaVenus.Losdiosescelebrabanconsejoydecidían ira realizarunaencuestaen la tierraantesdedar satisfacción a losmaridos engañados.EntoncesDiana, al sorprender laspalabrascariñosasentreVenusyMarte,jurabanoquitarleslavistadeencimaduranteelviaje.TambiénhabíaunaescenaenlaqueelAmor,interpretadoporuna niña de doce años, respondía a todas las preguntas: «Sí, mamá… No,mamá»conacentollorónmientrassehurgabalanariz.Después,Júpiter,conlaseveridad de un maestro irritado, encerraba al Amor en el cuarto oscuro,ordenándolequeconjugaseveinteveceselverboamar.

Antesdelfinalseaprobóuncorodelacompañíaylaorquesta,ejecutado

con brillantez. Pero, una vez caído el telón, la claque intentó inútilmenteobtenerunbis;elpúblico,enpie,yasedirigíahacialaspuertas.

Unossepisabanyotrosseempujabanentre las filasdebutacasmientrascambiabansusimpresiones.Unamismafraseseoíaaquíyallá:¡Quéidiotez!

Uncríticoasegurabaquehabíaquehacermuchoscortes.Porlodemás,laobranoteníaimportancia,ydeloúnicoquesehablabaeradeNana.Faucheryy Héctor de la Faloise, que salieron de los primeros, se encontraron conSteiner y Mignon en el pasillo de butacas. Se ahogaban en aquel agujero,estrechoyaplastadocomolagaleríadeunamina,iluminadoporlosmecherosde gas. Permanecieron un instante al pie de la escalera de la derecha,protegidos por el recodo de la barandilla. Los espectadores de los abonosavanzaban pisando fuerte, la marea de fraques y levitones negros pasabamientras una acomodadora hacía lo imposible por proteger, contra losempujones,unasillasobrelacualhabíaamontonadoprendasdevestir.

—Yo la conozco—repusoSteiner al ver a Fauchery—.Estoy seguro dehaberla visto en algún sitio. Me parece que en el casino, donde hubo querecogerladelsuelodeborrachaqueestaba.

—Yonoestoy tan seguro—dijoelperiodista—pero tambiénmeparecehaberlavisto.

Ybajandolavoz,añadiósonriente:

—TalvezencasadelaTricon.

—Pardiez,unlugarbieninfecto—observóMignon,queparecíaindignado—. Es vergonzoso que el público acoja así a la primeramujerzuela que sepresenta.Dentrodepoconohabrámujereshonradasenelteatro…Sí,acabaréporprohibiraRosequeactúe.

Faucherynopudodisimularunasonrisa.Entretanto,nocesabaelruidodelos zapatos bajando los escalones; un hombrecillo de gorra decía con vozcascada.

—Vaya,vaya…Estábienhecha;haydóndemorder.

Dos jovencitos, rizados con trencillas, muy correctos con sus cuellosalmidonados,discutíanenelpasillo.Unodeellosrepetíalapalabra«¡Infecto,infecto!», sin decir por qué, y el otro respondía: «¡Asombrosa, asombrosa!»perotampocorazonabasuasombro.

HéctordelaFaloiselaencontrabamuybien;sóloseaventuróadecirqueestaríamejorsieducasesuvoz.Entonces,Steiner,quenoescuchaba,pareciódespertarsobresaltado.Perohabíaqueesperar.Talveztodosehundiríaenlosactossiguientes.Elpúblicosehabíamostradocomplaciente,peronoseleveíaentusiasmado.Mignonasegurabaquelaobranoconcluiría,ycomoFauchery

yHéctorlosdejasenparasubiralsaloncillo,cogiódelbrazoaSteineryledijoaloído:

—Querido,veráseltrajedemimujerenelsegundoacto…Eshastaallá.

Arriba, en el saloncillo, tres arañasde cristal vertían chorrosde luz.Losdosprimosdudaronunmomento;lapuertavidriera,cerrada,dejabaver,deunextremo a otro de la galería, un oleaje de cabezas que dos corrientesarrastrabanencontinuoremolino.Noobstante,entraron.Cincooseisgruposde hombres hablabanmuy fuerte y gesticulaban inmóviles enmedio de losempujones; los demás caminaban en fila, girando sobre sus talones cuandollegabanalextremodelpisoencerado.Aderechaeizquierda,entrecolumnasdemármoljaspeado,lasmujeresestabansentadasenbanquetasdeterciopelorojo,contemplandoelpasodelamareacongestolacio,comoagotadasporelcalor,y,detrásdeellas,enlosaltosespejos,seveíansusmoños.Alfondo,enlacantinadelteatro,unhombreventrudobebíaunrefresco.

Pero Fauchery, para respirar mejor, se fue al balcón. Héctor, queexaminaba las fotografíasde lasactricesen loscuadros interpoladoscon losespejos,entrelascolumnas,acabóporimitarle.Acababandeapagarlabateríadegasdelamarquesinadelteatro.Estabaoscuroyhacíafrescoenelbalcón,quelesparecióvacío.Sólohabíaunjoven,envueltoenlasombrayacodadoenlabalaustradadepiedra,enlaesquinaderecha,quefumabauncigarrillo.

FaucheryreconocióaDaguenetyseestrecharonlamano.

—¿Quéhaceporaquí,querido?—preguntóelperiodista—.¿Seescondeporlosrinconcitos,cuandoendíasdeestrenonuncaabandonasubutaca?

—Yalove,estoyfumando—respondióDaguenet.

EntoncesFaucherytratódeponerleenunaprieto.

—¿Yqué?¿Quélehaparecidoladebutante?Latratanbastantemalenlospasillos.

—Bah… murmuró Daguenet. Serán los hombres a quienes ella habrádespreciado.

Éste fue su juicio sobre el talento de Nana. Héctor se inclinó paracontemplar el bulevar. Enfrente, las ventanas de un hotel y de un casinoestabaniluminadas;enlaacera,unamasanegradeconsumidoresocupabalasmesas del café deMadrid.Apesar de lo avanzado de la hora, el gentío eraconsiderable; se caminaba despacio, mucha gente salía continuamente delpasaje Jouffroy, muchos esperaban cinco minutos antes de poder cruzar elbulevaracausadelalargafiladecarruajes.

— ¡Quémovimiento, qué ruido!—repetíaHéctor de la Faloise, a quienParísaúncausabaasombro.

Unacampanillasonólargamenteyelvestíbuloquedódesierto.Lagenteseapresurabapor lospasillos.El telónyaestaba levantadocuandoentraron losrezagados, provocando el mal humor de los espectadores que ya estabansentados. Cada uno volvió a su sitio con el rostro animado y nuevamenteatento.LaprimeramiradadeHéctorfueparaGagá,perosequedóasombradoalveralladodeellaalrubioaltoquemomentosanteshabíaestadoenelpalcodeLucy.

—¿Cómosellamaaquelseñor?—preguntó.

Faucherynoloveía.

—Ah,sí…Labordette—acabópordecir,enelmismotonoindiferente.

Eldecoradodelsegundoactoconstituyóunasorpresa.Sedesarrollabaenunbailepopulardearrabal,enlaBoule-Noire,enplenomartesdeCarnaval;lacomparsa enmascarada cantaba una ronda, cuyo estribillo acompañabataconeando.Estasalidatruhanesca,quenadieesperaba,agradótantoquehubode repetirse. Y entonces apareció la banda de los dioses, para realizar suencuesta,extraviadapor Isis,quese jactabafalsamentedeconocer laTierra.Se habían disfrazado con el propósito de mantener el incógnito. Júpiterapareció vestido de rey Dagoberto, con sus calzas al revés y una enormecoronadelatón.FeboentródepostillóndeLonjumeauyMinervadenodrizanormanda.GrandescarcajadasacogieronaMarte,quevestíaunextravaganteuniformedealmirantesuizo.PerolasrisasfueronescandalosascuandosevioaNeptunovestidoconunablusa,tocadoconungorrohinchado,congarcetaspegadasa las sienes,arrastrandosuspantuflasydiciendoconvozgrave: ¡Yqué!Cuandounoesguapo,esnaturalquelasmujeresnolodejenenpaz.Seoyeronunos cuantos ¡oh!, ¡oh!mientras las señoras levantabanunpoco susabanicos.Lucy,enelproscenio,reíatanruidosamentequeCarolineHéquetlahizo callar con un ligero golpe de abanico. Desde aquel momento estabasalvadalaobrayseentreveíasugranéxito.

Aquelcarnavaldelosdioses,elOlimpoarrastradoporelfango,todaunareligión,todaunapoesíabefadas,parecíanunregaloexquisito.Lafiebredelairreverencia alcanzaba a todo el mundo letrado desde las primerasrepresentaciones; sepisoteaba la leyenda, se rompían las antiguas imágenes.Júpiterteníaunacabezota,Marteeragolpeado,larealezaseconvertíaenunafarsa y el Ejército en una bufonada. Cuando Júpiter, enamoradorepentinamente de una pequeña lavandera, se puso a bailar un desenfrenadocancán,Simonne,quehacíadelavandera,lanzóunpuntapiéalasnaricesdelrey de los dioses,mientras le llamaba tan graciosamente «papitomío», quetodalasalariolocamente.Mientrassebailaba,Feboobsequiabaconponchesa Minerva, y Neptuno reinaba en siete u ocho mujeres que le regalabanpastelillos.Serecurríaalasalusiones,seañadíanobscenidadesylaspalabras

inofensivaserandesvirtuadasensusentidoporlasexclamacionesdelpatiodebutacas.Hacíatiempoqueelpúblicodeunteatronosehabíarevolcadoenlanecedadmásirrespetuosa.Estoleregocijaba.

Mientras la acción continuaba en medio de aquellas locuras, Vulcano,vestidodeelegante,con trajeamarillo,guantesamarillosymonóculo,corríasiempre detrás de Venus, que al fin llegaba vestida de verdulera, con unpañueloenlacabeza,elpechoopulentoycubiertadegrandesalhajasdeoro.Nanaestabatanblanca,tanllenitaytannaturalenaquelpersonajederobustascaderasygritona,queinmediatamenteseadueñódelasala.Porellaseolvidóa Rose Mignon, un delicioso Bebé, con chichonera y su corto vestido demuselina,queacababade suspirar lasquejasdeDianaconvozencantadora.Laotra,aquellagordamozaquesegolpeabalosmuslos,quecacareabacomounagallina,exhalabaentornosuyounolordevida,unpoderíodemujer,quetodoelmundosequedócomoatontolinado.Desdeaquel segundoacto se lepermitiótodo:estarmalenescena,nocantarunanotajustayolvidarsedesusréplicas; no teníamás que volverse y reír para arrancar bravos del público.Cuandopegabasufamosocaderazo,todoelpatiodebutacasseencendíayelentusiasmo corría de galería en galería hasta llegar al techo. Tambiénconsiguióuntriunfocuandosepusoadirigirelbaile.Allíestabacomoensucasa,puestaenjarras,sentandoaVenusenelarroyo,enelbordillodelaacera.Y la música parecía hecha para su voz arrabalera, unamúsica de flauta decaña, un retorno a la feria de Saint Cloud, con estornudos de clarinete yzancadasdeflautista.

Todavíabisarondosnúmeros.Elvalsde laobertura,aquelvalsde ritmotruhanesco,habíavueltoyarrebatabaalosdioses.Juno,vestidadelabradora,encontraba a Júpiter con su lavandera y lo abofeteaba. Diana sorprendía aVenusdandounacitaaMarte,yseapresurabaaindicaraVulcanolahorayellugar, gritándole: «Tengo mi plan». Lo demás no aparecía muy claro. Laencuesta desembocaba en un golpe final, tras el cual, Júpiter, sudoroso,ahogadoysincorona,declarabaquelasmujercitasdelaTierraerandeliciosasyquetodosloshombreseranunosnecios.

El telón caía cuando, dominando los bravos, muchas voces gritabanviolentamente:

—¡Todos,todos!

Entonces se levantó el telón y reaparecieron los artistas cogidos de lasmanos. En el centro, Nana y RoseMignon, codo con codo, saludaban congrandesreverencias.Seaplaudió,laclaqueenronquecióconsusaclamacionesypocodespuéslasalaquedómediovacía.

—TengoqueirasaludaralacondesaMuffat—dijoHéctor.

—Entonces,mepresentarás—repusoFauchery—.Bajaremosenseguida.

Peronoera fácil llegarhasta lospalcosdelprimerpiso.Enelpasillodearribaseapretujabalagente.Paraavanzarenmediodelosgruposhabíaqueabrirsepasoconloscodos.Situadodebajodeunalámparadecobreenlaqueardíaunchorrodegas,elcríticogordojuzgabalaobraanteuncorrilloqueleescuchabaatento.Lagente,alpasar,lonombrabaamediavoz.

Habíareídodurantetodoelacto,segúndecíanenlospasillos;noobstante,se mostraba muy severo, y hablaba del buen gusto y de la moral. Másadelante, el crítico de los labios delgados demostraba una benevolencia queteníauntrasfondohostil,comodelecheagriada.

Faucheryexaminabalospalcosdeunaojeadaporlasaberturasredondasdelaspuertas.ElcondedeVandeuvresledetuvo,aloírquelosdosprimosibanasaludaralosMuffat,ylesindicóelpalconúmero7,dedondeacababadesalir.Luego,inclinándosealoídodelperiodista,lepreguntó:

—Dígame, querido, esaNana ¿no es aquella que vimos una noche en laesquinadelacalledeProvence?

—¡Claroquesí!Teníayorazón—exclamóFauchery—.Yadecíayoquelaconocía.

HéctordelaFaloisepresentóasuprimoalcondeMuffatdeBeuville,quesemostrómuyfrío.PeroaloírelnombredeFauchery,lacondesalevantólacabeza y felicitó al cronista por sus artículos en Le Fígaro con una frasediscreta.Acodada en el terciopelo de la barandilla,medio se volvió con ungentil movimiento de hombros. Se conversó un instante, hablando sobre laExposiciónUniversal.

—Será algo hermoso —dijo el conde, cuyo rostro cuadrado y regularmanteníaunagravedadoficial—.HoyhevisitadoelCampodeMarte…yheregresadomaravillado.

—Se asegura que no estará listo —aventuró Héctor—. Hay allí unatolladero.

Peroelcondeleinterrumpióconsuvozsevera:

—Loestará.Elemperadorlodesea.

Faucherycontócon jovialidadqueestuvoapuntodequedarseencerradoen el acuario, entonces en construcción, cuando fue allí para escribir unartículo.Lacondesasonreía.Devezencuandomirabaalasala,ylevantandounodesusbrazos,cuyosguantesblancoslellegabanalcodo,seabanicabaconlentitud.Lasala,casivacía,dormitaba;algunosseñoresdelpatiodebutacashabían abierto su periódico y las mujeres recibían en los palcos como siestuvieranensucasa.Noseoíamásqueunmurmullodegratacompañíabajo

lagranlámpara,cuyaclaridadsesuavizabaconelfinopolvillolevantadoporel vaivén del entreacto. Los hombres se apiñaban en las puertas paracontemplaralasmujeresquesehabíanquedadosentadas,ypermanecíanallí,inmóvilesduranteunminuto,alargandoelcuello,conelgrancorazónblancodesuspecheras.

—Contamosconustedparaelmartespróximo—dijolacondesaaHéctordelaFaloise.

TambiéninvitóaFauchery,quienseinclinó.Nosedijonadasobrelaobra,y no se pronunció el nombre deNana.El condemantenía una dignidad tanglacialqueselehubiesecreídoenalgunasesióndelCuerpolegislativo.Paraexplicar su presencia en el teatro dijo simplemente que su suegro era muyaficionado.Lapuertadelpalcohabíaquedadoabiertayelmarqués,quesalióparadejarsitioalosvisitantes,noobstanteloaltoqueerayapesardeseryaun anciano, erguía el rostrobajo su sombrerode alas anchas, siguiendo conojosturbadosalasmujeresquepasaban.

Después de formular su invitación la condesa, Fauchery se despidió,comprendiendo que sería un inconveniente hablar de la obra. Héctor fue elúltimoensalirdelpalco.AcababadedescubrirenelprosceniodelcondedeVandeuvres al rubioLabordette, instaladocómodamentey conversandomuydecercaconBlanchedeSivry.

—¡Ah,vaya!—exclamócuandosereunióconsuprimo—.EseLabordetteconoceatodaslasmujeres.AhoraestáconBlanche.

—Puesclaroquelasconoceatodas—respondiótranquilamenteFauchery—.¿Teextraña,querido?

El pasillo se había despejadounpoco.Fauchery iba a descender cuandoLucy Stewart lo llamó. Se encontraba en el fondo, ante la puerta de suproscenio. Se cocían allá dentro, decía, y ocupaba lo ancho del pasillo encompañíadeCarolineHéquetydesumadre,mordisqueandounosbombones.

Una acomodadora hablaba maternalmente con ellas. Lucy miró alperiodista:¡eramuygentilsubiendoaveraotrasmujeresynoirapreguntaralasamigassiteníansed!Enseguidacambiódetema.

—¿Sabes,querido,queencuentromuybienaNana?

Queríaque sequedase en el prosceniodurante el últimoacto, pero él seescapó,prometiendorecogerlasalasalida.

Abajo,delantedelteatro,FaucheryyHéctorencendieronunoscigarrillos.Elgentíoobstruíalaacera,unacoladehombreshabíadescendidolaescalinatayrespirabaelfrescordelanocheenmediodelsuaveairecillodelbulevar.

Mientras tanto,Mignonacababade llevarseaSteineralcaféVarietés.Al

comprobareltriunfodeNana,sepusoahablardeellaconentusiasmoalavezque vigilaba al banquero por el rabillo del ojo. Lo conocía, y dos veces lehabíaayudadoaengañaraRose;luego,pasadoelcapricho,lohabíarecogidoarrepentido y fiel. En el café, los numerosos consumidores se apretujabanalrededordelasmesasdemármol;algunosbebíandepie,precipitadamenteylosgrandesespejos reflejabanhastael infinitoaquellaconfusióndecabezas,agrandando desmesuradamente la estrecha sala, con sus tres lámparas, susbanquetasdehuleysuescaleradecaracoltapizadaenrojo.

Steiner fue a colocarse a una mesa de la primera sala, que se abría albulevar y cuyas puertas habían quitado, quizás un poco temprano para laestación.CuandoviopasaraFaucheryyaHéctorde laFaloise,elbanquerolosdetuvo.

—Venganatomarunvasoconnosotros.

Lepreocupabaunaidea;queríaecharleunramoaNana.Alfinalllamóauncamarero,aquienllamabafamiliarmenteAuguste.Mignon,queescuchaba,lemirótanabiertamentequeseturbóybalbuceó:

—Dosramos,Auguste,yentréguelosalaacomodadora;unoparacadaunadelasseñoras,enelmomentoapropiado,¿noeseso?

Alotroextremodelasala,conlanucaapoyadaenelmarcodeunespejo,permanecía inmóvil ante su vaso vacío una joven de unos dieciocho años,comosilefastidiaseunalargaeinútilespera.Bajolosrizosnaturalesdesushermososcabelloscenicientos,teníaunrostrovirginal,deojosaterciopelados,dulcesycándidos;vestíaun trajede sedaverdedesteñido, conun sombreroredondoquelosgolpeshabíandeformado.Bajoelfrescordelanocheaparecíapálida.

—Mira,ahíestáSatin—murmuróFaucheryalverla.

Héctor le preguntóquién era.Bah, unabusconadebulevar.Pero era tanpilluela,quedivertíaoírla.Yelperiodista,levantandolavoz,lepreguntó:

—¿Quéhacesahí,Satin?

—Fastidiándome—respondióSatin,tranquilamenteysinmoverse.

Loscuatrohombres,encantados,seecharonareír.

Mignon aseguraba que no era necesario apresurarse; se necesitan veinteminutosparaenvarillareldecoradodelterceracto.Perolosdosprimos,quesehabíanbebidosucerveza,quisieronsubir,puesteníanfrío.MignonsequedósolaconSteinerseacomodóylehablóabiertamente:

—Quedaentendido,¿no?Iremosasucasayselapresentaré.Yasabe,estoquedaentrenosotros;mimujernotieneporquésabernada.

De vuelta a sus sitios, Fauchery y Héctor descubrieron en los segundospalcosaunabonitamujervestidaconmodestia.Laacompañabaunseñordeapariencia seria, un jefe de negociado en elMinisterio del Interior, a quienHéctorconocíaporhaberloencontradoencasadelosMuffat.Faucherycreíaque ella se llamaba señora Robert, una mujer honrada que sólo tenía unamante,nuncamásdeuno,ysiempreunhombrerespetable.

Pero tuvieronquevolverse.Daguenet les sonreía.AhoraqueNanahabíatriunfado,yanoseocultabaypresumíapor lospasillos.Asu lado,el jovenescapadodelcolegionohabíaabandonadosubutacadebidoalestuporenelquelohabíasumidoNana.¡Ésasíeraunamujer!Sesonrojabaynohacíamásque ponerse y quitarse los guantesmaquinalmente. Luego, como su vecinohabíahabladodeNana,seatrevióainterrogarle.

—Perdón,señor¿ustedconoceaesamujerqueactúa?

—Sí,unpoco—murmuróDaguenet,sorprendidoyreceloso.

—Entonces,¿sabesudirección?

Lapreguntalepareciótanimpertinentequelecostónocontestarleconunabofetada.

—No—respondióentonoseco.

Ylevolviólaespalda.Elrubitocomprendióqueacababadecometerunainconveniencia;sesonrojómásysequedóperplejo.

Se oyeron las tres llamadas; las acomodadoras, cargadas de abrigos ygabanes,seempeñaronendevolverlasprendasmientraslagenteentraba.Laclaqueaplaudióeldecorado,unagrutadelmonteEtnaabiertaenunaminadeplata,ycuyoscostadosteníanelbrillodelosescudosnuevos;enelfondo,lafraguadeVulcanoparecíaunapuestadesol.Desdelasegundaescena,Dianaseentendíaconeldios,quedebíafingirunviajeparadejarvíalibreaVenusyaMarte.Luego,apenasDianasequedósola,aparecióVenus.

Un estremecimiento conmovió a toda la sala. Nana estaba desnuda.Aparecíadesnudaconunatranquilaaudaciaylacertezadelpoderdesucarne.

La envolvía una simple gasa; sus redondos hombros, sus pechos deamazona, cuyas puntas rosadas se mantenían levantadas y rígidas comolanzas; sus anchas caderas, que se movían en un balanceo voluptuoso; susmuslos de rubia regordeta… Todo su cuerpo se adivinaba, se veía, bajo elligerotisú,blancocomolaespuma.EraVenusnaciendodelasaguasysinmásveloquesuscabellos.YcuandoNana levantaba losbrazos, seadvertía,a laluz de la batería, el vello de oro de sus axilas.Ya no hubo aplausos.Nadievolvióareírlosrostrosdeloshombressealargaban,selesencogíalanarizytenían laboca irritadaysinsaliva.Parecíaqueunvientomuytenuehubiese

pasado, preñado de una sorda amenaza. De repente, en la bonachonamuchacha, se erguía la mujer inquietante, aportando la locura de su sexo,descubriendolodesconocidodeldeseo.Nanacontinuabasonriendo,peroconunasonrisaaguda,dedevoradoradehombres.

—¡Caramba!—dijosimplementeFaucheryaHéctor.

Marte,mientras,acudíaasucitaconsuplumeroyseencontrabaentrelasdos diosas. Allí había una escena que Prulliere interpretó ingeniosamente;acariciado por Diana, que quería intentar un último esfuerzo antes deentregarlo a Vulcano; mimado por Venus, a quien la presencia de su rivalestimulaba, seabandonabaaaquellasdeliciascon labeatituddeungallodemazapán.

Luego, ungran tercetoponía fin a la escena, y entonces fue cuandounaacomodadoraaparecióenelpalcodeLucyStewartparaarrojardosenormesramosdelilasblancas.Seaplaudió,NanayRoseMignonsaludaronmientrasPrulliere recogía los ramos. Una parte del patio de butacas miró sonriendohaciaelpalcoocupadoporSteineryMignon.Elbanquero,encarnadocomounpavo, sacudíaconvulsivamentesubarbillacomosi tuvieseunnudoen lagarganta.

Loquesucedióacontinuaciónacabódeenvenenarlasala.Dianasehabíamarchadofuriosa.Enseguida,sentadaenunbancodemusgo,VenusllamóaMarteasulado.Jamássehabíanatrevidoapresentarunaescenadeseduccióntan ardiente.Nana, con los brazos rodeando el cuello de Prulliere, lo atraíahacia así cuando Fontan, entregándose a una mímica de furor burlesco,exagerandoelpapeldeesposoultrajadoquesorprendeasumujerenflagrantedelito, apareció en el fondode la gruta.Traía la famosa redde alambre.Laagitóuninstante,igualqueunpescadorapuntodearrojarsuesparavel,y,pormediodeuntrucoingenioso,VenusyMartequedaroncogidosenlared,cuyoshiloslosenvuelvenylosinmovilizanensuposturadeamantesdichosos.

Un murmullo creció como un suspiro que se hinchaba. Algunas manosaplaudieron,perotodoslosgemelosestabanfijosenVenus.PocoapocoNanasehabíaapoderadodelpúblico,yahoracadahombrepadecíasudominio.Elalientoqueexhalaba, igualqueunanimalretozón,seextendíacadavezmáshasta llenar el ambiente. En aquellos instantes susmás ligerosmovimientosprovocaban el deseo y enardecía la carne conun simple gesto delmeñique.Las espaldas se arqueaban, vibrando como si arcos invisibles rozasen susmúsculos; las nucasmostraban el pelo que se agitaba bajo alientos tibios yerrantes,surgidosdenosesabíaquébocafemenina.Faucheryveíadelantealcolegialescapado,aquienlapasiónlevantabadesuasiento.

Tuvo la curiosidad de fijarse en el conde de Vandeuvres, muy pálido,mordiéndose los labios; en el gordoSteiner, cuyo rostro apoplético estaba a

punto de estallar; en Labordette, mirando por sus gemelos con airesorprendidodechalánqueadmiraunabravayegua;enDaguenet,cuyasorejasenrojecidassemovíandegozo.Luego,poruninstante,echóunamiradahaciaatrás,y sequedóasombradoante loquepercibió enelpalcode losMuffat:traslacondesa,blancayseria,seerguíaelconde,boquiabiertoyconelrostrojaspeado de manchas rojas; junto a él, en la sombra, los ojos turbados delmarqués de Chouard se habían vuelto dos ojos de gato, fosforescentes,salpicadosdeoro.

Aquello era sofocante; las cabelleras se aplastaban contra las cabezassudadas. Desde hacía tres horas que permanecían allí, y el aliento habíacaldeadoelaireconunolorhumano.A los reflejosdelgas, lospolvillosensuspensión se condensaban, inmóviles, bajo la lámpara. La sala enteravacilaba, se deslizaba en un vértigo, laxa y excitada, cogida en esos deseosadormecidos de medianoche que balbucean en el fondo de las alcobas. YNana, frente a aquel público subyugado, a aquellasmil quinientas personashacinadas,ahogadasenelabatimientoyeldesordennerviosodeun finaldeespectáculo, permanecía victoriosa con su carne de mármol y con su sexo,cuyafuerzapodíadestruiratodaaquellagentesinqueselaatacaseaella.

La obra concluía. A las llamadas triunfales de Vulcano desfiló todo elOlimpo ante los amantes, con sus ¡oh! y sus ¡ah! de estupefacción yjovialidad.Júpiterdecía:«Hijomío,hassidomuynecioalllamamosparaveresto». Luego hubo una reacción en favor de Venus. El coro de cornudos,introducido nuevamente por Isis, suplicaba al señor de los dioses que nocontinuaraconsuencuesta;desdequelasmujerespermanecíanensuscasas,lavidaresultaba imposiblepara loshombres;preferíanmásserengañadosyestarcontentos,locualeralamoralejadelacomedia.EntoncesselibertabaaVenus.Vulcanoobteníauna separacióndecuerpos.MartevolvíaconDiana.Júpiter, para tener paz en su hogar, enviaba a su lavanderita a unaconstelación, y al final sacaba alAmor de su escondite, donde había estadohaciendopajaritasenvezdeconjugarelverboamar.Eltelóncayódespuésdela apoteosis, en que el arrodillado coro de cornudos cantaba un himno degratitud a Venus, quien seguía sonriente y engrandecida en su soberanadesnudez.

Los espectadores, ya enpie, sedirigierona laspuertas.Senombróa losautoresyhubodosllamadasenmediodeunatempestaddebravos.Elgritode¡Nana!¡Nana!lollenótodo.Luego,sinestaraúnvacía,lasalaquedócasientinieblas;labateríaseapagó,lalámpararedujosuluzylargascortinasdetelagrissedeslizaronporlosproscenios,envolviendolosdoradosdelasgalerías,yaquellasala,tancálida,tanenardecida,cayóderepenteenunpesadoletargomientrasseesparcíaunvahodemohoydepolvo.LacondesadeMuffat,enlabarandilladesupalco,esperabaquelamuchedumbresaliese;enpie,envuelta

enpieles,mirabalasombra.

En los pasillos se empujaba a las acomodadoras, que perdían la cabezaentrelosmontonesdeprendascaídas.FaucheryyHéctorsehabíanapresuradopara asistir a la salida. A lo largo del vestíbulo los hombres hacían calle,mientras que por la doble escalera descendían dos interminables colas,regulares y compactas. Steiner, arrastrado por Mignon, había salido de losprimeros.ElcondedeVandeuvressalióconBlanchedeSivrydesubrazo.Porun momento Gagá y su hija parecieron confundidas, pero Labordette seapresuróabuscarlesuncarruaje,delcualcerrógalantementelapuertacuandoellas subieron.Nadieviopasar aDaguenet.Comoel colegial escapado, consusmejillasardiendo,habíadecididoesperarante lapuertade losartistas,ycorrióhaciaelpasajede losPanoramas,endondeencontró laverjacerrada.Satin,depieenlaacera,leacosó,peroél,desesperado,larechazóbrutalmenteyluegodesaparecióentrelamultitud,conlágrimasdedeseoydeimpotenciaenlosojos.Losespectadoresencendíansuscigarrosysealejabantarareando:CuandoVenus rondadenoche…SatinhabíasubidoacolocarseanteelcaféVarietés, donde Auguste le dejaba comer el azúcar que quedaba de lasconsumiciones. Un hombre gordinflón, que salía muy animado, se la llevóhacialassombrasdelbulevar.

No obstante, aún continuaba descendiendo gente. Héctor esperaba aClarisse. Fauchery había prometido recoger a Lucy Stewart, con CarolineHéquetysumadre.Llegaronyocuparonunrincóndelvestíbulo,riendomuyalto, cuando salieron losMuffat con su aire glacial. Bordenave acababa deempujar una puertecita y en aquellos momentos obtenía de Fauchery lapromesa formal de una crónica. Estaba sudoroso, rojo el rostro y comoembriagadoporeléxito.

—Con esto tendrá para doscientas representaciones —le dijo congalanteríaHéctordelaFaloise—.TodoParísdesfilaráporsuteatro.

Pero Bordenave, enfadándose, señaló con un brusco movimiento de subarbillaalpúblicoquellenabaelvestíbulo,aquellaaglomeracióndehombresconlos labiossecos, lasmiradasardientesydominadostodavíaporeldeseodeposeeraNana,ylereplicóconviolencia:

—Diráspormiburdel,¡malditotestarudo!

CapítuloII

Alasdiezdelamañanadeldíasiguiente,Nanaaúndormía.OcupabaenelbulevarHaussmannelsegundopisodeunagrancasanueva,cuyopropietario

laalquilabaaseñorassolas.UnricocomerciantedeMoscú,quehabía idoaParísapasaruninvierno,lainstalóallípagandoseismesesporadelantado.Elaposento, demasiado grande para ella, nunca había sido amueblado porcompleto,yunlujochillón,deconsolasysillasdoradas,seentremezclabaconmueblesdeocasión,veladoresde caobay candelabrosde cincque imitabanbroncesflorentinos.Todoaquelloolíaacortesanaabandonadamuyprontoporsuprimerprotectorformal.Vueltaacaerenlosamantesdudosos,volviendoalprincipiodifícil,allanzamientofrustrado,complicadoconnegativasdecréditoyamenazasdeexpulsión.

Nana dormía boca abajo, estrechando entre sus brazos desnudos laalmohada, en la que hundía su rostro vencido de sueño. El dormitorio y elcuarto de aseo eran las dos únicas piezas que un tapicero del barrio habíaarreglado.Ciertaclaridadsedeslizababajouncortinaje,y sedistinguían losmueblesdepalisandro, lascortinasy las sillas forradasendamascobordadocongrandesfloresazulessobrefondogris.Peroenlatibiezadeaquellaalcobaadormecida, Nana se despertó sobresaltada, como sorprendida al sentir elvacíoasulado.Miróelalmohadónquehabíajuntoalsuyo,conelhuecoaúncaliente de una cabeza enmedio de sus bordados.Y tentando con lamano,alcanzóelbotóndeltimbreeléctricodesucabecera.

—¿Asíquesemarchó?—preguntóaladoncellaalacudirasullamada.

—Sí, señora; el señor Paul se ha ido hace unos diez minutos. Como laseñoraestabafatigada,nohaqueridodespertarla.Peromehaencargadoqueledijesealaseñoraquevendrámañana.

Mientrashablaba,Zoé,ladoncella,abriólaspersianas,ylaclaridaddeldíainundóeldormitorio.Zoé,muymorena,peinadaconmuchosricitos,teníaelrostro alargado, un hocico de perro, lívido y con unos costurones, la narizaplastada,gruesoslabiosyojosnegrosquenocesabademover.

—Mañana,mañana—repetíaNana,aúnmediodormida—.¿Eseseeldía,mañana?

—Sí,señora;elseñorPaulsiemprehavenidolosmiércoles.

— ¡Ah, no! Ahora que recuerdo—exclamó la joven, sentándose en ellecho.

Todohacambiado.Queríadecirle esoestamañana.Seencontraráconelnegrillo,ytendremosunescándalo.

—La señora no me previno, y yo no podía saberlo—murmuró Zoé—.Cuandolaseñoracambiesusdías,harábienenavisarme,paraqueyosepa…Entonces,elviejotacaño,¿yanovienelosmartes?

Entre ellas llamaban así, sin reírse, viejo tacaño y negrillo a los dos

hombresquepagaban:uncomerciantedelarrabaldeSaint-Denis,denaturalahorrativo,yaciertovalaco,unpretendidocondecuyodinero,siempremuyirregular, tenía un extraño olor. Daguenet se hizo conceder los días queseguíanalosdelviejotacaño;comoelcomercianteteníaqueestartempranoen su casa, a las ocho, el joven espiaba su salidadesde la cocinadeZoé, yocupabasupuesto,aúncaliente,hastalasdiez,yluegotambiénélseibaasusasuntos.Nanayélencontrabanestomuycómodo.

—Tanto peor—dijo Nana—. Le escribiré esta tarde, y si no recibe micarta,mañananoledejarásentrar.

Entre tanto, Zoé seguía en la habitación y hablaba del gran éxito de lanoche pasada. La señora había demostrado mucho talento, y cantaba tanbien…Ahorapodíaestartranquila.

Nana,conuncodoapoyadoenlaalmohada,sólolecontestabaafirmandovagamenteconlacabeza.Lacamisaselehabíadesabrochadoysuscabellossueltosydesordenadoslecaíansobreloshombros.

—Sin duda —murmuró ensimismada— ¿pero cómo lo haré mientrasespero?Hoy será un día de losmás aburridos. Dime, ¿ha vuelto a subir elporteroestamañana?

Entonceslasdoshablaronseriamente.Ledebíantrestrimestres,yelcaseropensabaecharla.Además,habíaunaseriedeacreedores:unalquilerdecoches,unamodista,unzapatero,uncarbonero,yotrosqueacudíantodoslosdíasysesentaban en un banquillo de la antesala; el carbonero era el más insolente,gritando en la escalera. Pero la verdadera tristeza de Nana era su pequeñoLouis,unhijoquetuvoalosdieciséisañosyquedejaraencasadesunodriza,enunpueblodelosalrededoresdeRambouillet.Esamujerexigíatrescientosfrancos para devolverle a su Louiset. Presa de una crisis de amormaternaldesdesuúltimavisitaalpequeño,Nanasedesesperabapornopoderrealizarelproyectoqueerasuobsesión:pagaralanodrizaydejaralpequeñoencasadesu tía, la señora Lerat, en Batignolles, adonde ella iría a verlo siempre quequisiera.

No obstante, la doncella insinuaba que la señora debía confiar susnecesidadesalviejotacaño.

—¡Oh,se lohedichotantasveces…!—exclamóNana—,ysiempremeha contestado que tiene muchos vencimientos. No pasa de sus mil francosmensuales…Yahoraelnegrillonolevantacabeza;creoquehaperdidoeneljuego.YelpobreMimínecesitaqueleprestenaél;labajalehadejadoseco,ynisiquierapuedetraermeflores.

Hablaba deDaguenet. En el abandono de su despertar, no tenía secretosparaZoéyésta,acostumbradaasusconfidencias,lasrecibíaconunasimpatía

respetuosa. Puesto que la señora se dignaba hablarle de sus asuntos, ella sepermitíadecirleloquepensaba.Enprimerlugar,queríamuchoalaseñora,yhabíaabandonadoexpresamentealaseñoraBlanche,ybiensabíaDiosloquelaseñoraBlanchehacíaparaquevolvieseasulado.Sitiosnolefaltaban,pueseramuyconocida.Peroellasequedaríaencasade laseñora,apesardesusapuros,porquecreíaenelfuturodeNana.Yacabóporprecisarsusconsejos.Cuando se es joven se hacen tonterías, pero ahora había que abrir los ojosporqueloshombresnopensabanmásqueendivertirse.¡Yllegaríanmuchos!Laseñoranotendríamásquedecirunapalabraparacalmaralosacreedoresyparaencontrareldineroquenecesitaba.

—Todoesonomedalostrescientosfrancos—repetíaNana,hundiéndoselosdedosenlosmechonesdesucabellera—.Necesitotrescientosfrancosparahoy, en seguida. Es un fastidio no encontrar a alguien que dé trescientosfrancos.

Calculaba que habría enviado a Rambouillet a la señora Lerat, a quienprecisamenteesperabaaquellamañana.Sucaprichocontrariado leamargabaeltriunfodelavíspera¡Entretantoshombrescomolahabíanaclamadoynoseencontrabaunoqueleentregasequinceluises!Claroquenopodíaaceptareldinero así como así. ¡Diosmío, qué desdichada era!Y siempre volvía a subebé,queteníaunosojosdequerubínybalbuceaba«Mamá»conunavocecitatangraciosaqueeraparamorirsedealegría.

Enaquelmomentoseoyólacampanillaeléctricadelapuertadeentrada,con su vibración rápida y temblona. Zoé regresó murmurando en tonoconfidencial:

—Esunamujer.

Había visto más de veinte veces a aquella mujer, sólo que fingía noreconocerlaeignorarcuáleseransusrelacionesconlasseñorasenapuros.

—Mehadichosunombre…SeñoraTricon.

—¡LaTricon!—exclamóNana—.¡Sí,yalahabíaolvidado!Hazlaentrar.

Zoéintrodujoaunaseñorayavieja,muyalta,contirabuzonesyelaspectodeunacondesaqueacosaa losprocuradores.Luegoseesfumó,desapareciósin ruido, con el movimiento flexible del reptil, al salir de una habitacióncuandointroducíaauncaballero.Porlodemás,hubierapodidoquedarse.LaTriconnisesentó.Nohubomásqueunbrevecambiodepalabras.

—Tengounoparausted,hoy…¿Loquiere?

—Sí…¿Cuánto?

—Veinteluises.

—¿Aquéhora?

—Alastres…Entonces,¿asuntoconvenido?

—Convenido.

LaTriconhablóinmediatamentedeltiempoquehacía,untiemposecoqueinvitabaacaminar.Aúnteníaqueveracuatroocincopersonas.Ysemarchóconsultandounlibritodenotas.Nana,alquedarsesola,pareciólibrarsedeungranpeso.Unligeroestremecimientolerecorriólaespalda,searrebujóenellechocaliente,blandamente,conunaperezadegatafriolenta.Pocoapocosele cerraron los ojos; sonreía ante la idea de vestir con un lindo traje a suLouiset al día siguiente; en el sueño que volvía a ella, aparecía su febrilensueñodetodalanocheyunprolongadorumordebravosacunósulasitud.

Alasonce,cuandoZoéintrodujoalaseñoraLeratensuhabitación,Nanaaúndormía.Perosedespertóconelruidoyenseguidadijo:

—¿Erestú?HoyirásaRambouillet.

—Vengoparaeso—repusolatía—.Hayuntrenalasdoceyveinte.Tengotiempodecogerlo.

—No,notendréeldinerotanpronto—advirtiólajovendesperezándoseylevantandoelpecho—.Almorzarásyluegoveremos.Zoéletrajounpeinador,diciéndole:

—Señora,elpeluqueroestáaquí.

PeroNananoquisopasaraltocadorygritó:

—Entre,Francis.

Un señor, vestido correctamente, empujó la puerta. Saludó. En aquelprecisomomentoNanasalíadellecho,conlaspiernasalaire.Noseinmutó,yalargó lasmanos para que Zoé pudiesemeterle lasmangas del peinador.YFrancis,muycorrecto,esperabasinvolverse.Luego,cuandoellasesentóyélempezóapasarelpeine,dijo:

—Tal vez la señora no ha visto los periódicos… Hay un artículo muybuenoenLeFígaro.

Habíacompradoelperiódico.LaseñoraLeratsepusosuslentesyleyóelartículoenvozalta,depieantelaventana.Erguíasutalledegendarme,ysunarizsecontraíacadavezquepronunciabaalgúnadjetivogalante.SetratabadeunacrónicadeFaucheryescritaa la salidadel teatro:doscolumnasmuycálidas,conunaingeniosamaliciaparalaartistayunabrutaladmiraciónparalamujer.

—Excelente—repetíaFrancis.

Nana se reía de lo que bromeaba sobre su voz. Era muy amable aquelFauchery; ya le recompensaría por sus buenos modales. La señora Lerat,despuésdereleerelartículo,declaróabiertamenteque loshombres teníaneldiabloenlaspiernas,ysenegóaexplicarmás,satisfechadeaquellaalusiónpicarescaquesóloellacomprendía.FrancisacababadelevantaryanudarloscabellosdeNana.Saludódiciendo:

—Echaréunamiradaalosperiódicosdeestatarde…Comodecostumbre,¿verdad?¿Alascincoymedia?

—TraedmeuntarrodepomadayunalibradebombonesdecasaBoissier—legritóNanaatravésdelsalónenelmomentoenquecerrabalapuerta.

Alquedarsesolaslasdosmujeresrecordaronquenosehabíanabrazado,ysebesuquearon lasmejillas.El artículo las abrumaba.Nana,mediodormidahastaentonces,sesintióarrebatadanuevamenteporsu triunfo.Vaya,¡bonitamañanadebíaestarpasandoRoseMignon!

Comosutíanoquisoiralteatroporque,segúndecía,lasemocionesselefijaban en el estómago, se puso a contarle toda la velada, emborrachándosecon su propio relato, como si París entero se hubiera desmoronado bajo losaplausos.Luego,interrumpiéndoserepentinamente,preguntóriendosialguiensehabríaimaginadoaquellocuandoellapaseabasusnalgasdemocosaporlacalledelaGoutted’Or.

LaseñoraLeratmeneó lacabeza.No,no, jamássehabríaprevisto.Asuvezhablóadoptandoun tonoserioy llamándolahijasuya.¿Acasonoerasusegunda madre, ya que la verdadera había ido a reunirse con su papá y laabuela?Nana,muyenternecida,estuvoapuntodellorar,perolaseñoraLeratrepetía una y otra vez que el pasado, pasado estaba. ¡Oh, sucio pasado decosasquenoconvieneremovercadadía!

Hacíamucho tiempo que había dejado de ver a su sobrina porque en lafamilia la acusaban de perderse por la pequeña. Como si eso fuera posible,granDios.Nolepedíaningunaconfidenciaycreíaquesiemprehabíavividohonradamente. Ahora, esto le bastaba, pues la encontraba en una buenaposiciónyconbuenossentimientoshaciasuhijo.Aúnnohabíaenestemundonadacomolahonradezyeltrabajo.

—¿Dequiéneseseniño?—dijointerrumpiéndoseybrillandoensusojosunagrancuriosidad.

Nana,sorprendida,vacilóunsegundoantesdecontestar:

—Deunseñor.

—¿Sí,eh?Puessedecíaquelotuvistedeunalbañilquetezurraba.Enfin,ya me contarás eso cualquier día, pues sabes que soy discreta. Lo cuidaré

comosifueseelhijodeunpríncipe.

Había dejado su oficio de florista y vivía de sus ahorros: seiscientosfrancosderentaamasadoscéntimoacéntimo.Nanaleprometióalquilarleunbonitoalojamientoyledaríacienfrancosmensuales.Anteestacifra,latíaseolvidóygritóasusobrinaquelosexprimiese,yaquelosteníaensusmanos;hablaba de los hombres. Volvieron a besarse, pero Nana, en medio de sualegría y cuando volvía la conversación sobre Louiset, pareció entristecersebruscamenteporunrecuerdo.

— ¡Qué fastidio tener que salir a las tres!—murmuró—. Pero hay quetrabajar.

En aquel momento entró Zoé para decir que la señora estaba servida.Pasaronalcomedor,endondeunaseñoradeedadyaestabasentadaalamesa.No se había quitado el sombrero, vestía un traje oscurode color indefinido,entredepulgayganso.Nananoparecióasombrarsedeverlaallí.Simplementelepreguntóporquénohabíaentradoensuhabitación.

—Oívoces—respondiólaanciana—,ypenséqueestabaacompañada.

LaseñoraMaloir,damadeaire respetableydebuenosmodales, servíaaNanadevieja amiga; le hacía compañíay salía con ella.Lapresenciade laseñoraLeratpareció inquietarlaenseguida,perocuandosupoquese tratabadeuna tía lamirócondulzurayuna levesonrisa.Mientras tanto,Nana,quedijo que tenía el estómago en los talones, atacó el plato de rábanos,comiéndoselossinpan.LaseñoraLerat,muyceremoniosa,noquisorábanosporque, dijo, le producían pituitaria. Luego, cuando Zoé trajo las chuletas,Nanasededicóapellizcarlacarne,contentándoseconchuparloshuesos.Devezencuandomirabadesoslayoelsombrerodesuamiga.

—¿Eselsombreronuevoqueleregalé?—preguntóalfin.

—Sí,lohereformado—murmurólaseñoraMaloir,conlabocallena.

Elsombreroresultabaextravagante,abiertosobrelafrenteyadornadoconuna gran pluma. La señora Maloir tenía la manía de rehacer todos sussombreros; sóloella sabía loque le sentabamejor,yenunabrirycerrardeojos hacía del más elegante sombrero el más horrible gorro. Nana, queprecisamentelehabíacompradoaquelsombreroparanoavergonzarsedeellacuandosalíanjuntas,estuvoapuntodeenfadarse,ylegritó:

—Porlomenosquíteselo.

—No,gracias—respondió laviejadignamente—.Nomemolesta;puedocomermuybienconél.

Despuésdelaschuletas,hubocolifloryunasobradepollofrío.PeroNana,a cada nuevo plato, hacía una ligeramueca, tosía, olfateaba y lo dejaba.Al

finalcomióunpocodemermelada.

Lospostresseprolongaron.Zoénoquitóelmantelparaservirelcafé.Lasseñoras se limitaron a apartar los platos. No hacían más que hablar de lahermosa velada de la víspera. Nana se liaba los cigarrillos y fumababalanceandolasilla.

YcomoZoésehabíaquedadoallí,apoyadaenelaparadoryconlosbrazoscaídos, se le ocurrió pedirle que contase su vida. Dijo que era hija de unabuenamujer deBercy, que tuvomuypoca suerte.Primerohabía entrado encasadeundentista, luegoencasadeunagentede seguros,peroaquellonomarchaba,yenseguidacitóconciertoorgulloa lasseñorasaquienessirviócomodoncella.Zoéhablabadeellas comosihubiera tenido sus fortunas ensusmanos.Loseguroeraquemásdeunahabríatenidogravesdisgustosdenoserporella.AsíocurrióundíaenquelaseñoraBlancheestabaconelseñorOctave,yaparecióelviejo.¿QuéhizoZoé?Fingiódesmayarseenmediodelsalón,elviejoseprecipitóhaciaella,corrióalacocinaenbuscadeunvasodeagua,yelseñorOctavepudohuir.

—Muybien,muybien,—exclamóNana,que laescuchabacon interésyunaespeciedesumisaadmiración.

—Yotambiénhetenidomuchasdesgracias…—empezóadecirlaseñoraLerat.

YacercándosealaseñoraMaloirlehizoalgunasconfidenciasmientraslaunaylaotrasecomíanterronesdeazúcarmojadosencoñac.PerolaseñoraMaloir recibía los secretos de los demás sin decir nunca ninguno suyo. Sedecíaquevivíadeunapensiónmisteriosa,enunahabitacióndondenoentrabanadie.

Derepente,Nanagruñó:

—Tía,nojueguesconloscuchillos…Yasabesqueesomeponenerviosa.

LaseñoraLerat,sindarsecuenta,acababadeponerdoscuchillosencruzsobre la mesa. Por otro lado, la joven negaba que fuese supersticiosa. Asípues,lasalderramadanosignificabanada,comotampocolosviernes,peroloscuchillos eran algo más fuerte, y aquello jamás fallaba. Con seguridad lesucedería algodesagradable.Bostezó,ydespués, congestodeaburrimiento,exclamó:

—¡Lasdosya!Esprecisoquesalga.¡Quéaburrimiento!

Lasancianassemiraron.Lastresmujeresmenearonlacabezasinhablarse.Lo cierto era que aquello no siempre resultaba divertido. Nana se recostónuevamentesobreelrespaldo,encendiendouncigarrillo,mientraslasotrassemordíanloslabiosdiscretamente,consucautafilosofía.

—Mientraslaesperamosjugaremosunabáciga—dijolaseñoraMaloiralcabodeunmomentodesilencio—.¿Laseñorajuegaalabáciga?

¡ClaroquelaseñoraLeratjugaba,yalaperfección!NohabíaquemolestaraZoé,quehabíadesaparecido;unaesquinadelamesabastaba,yselevantóelmantel por encimade los platos sucios. Pero cuando la señoraMaloir iba acoger las cartas de un cajón del aparador,Nana dijo que le agradecería queantesdeponersea jugar le escribieseunacarta.Aella le fastidiabaescribir,pues no estaba segura de su ortografía, y, en cambio, su anciana amigaredondeabaunascartasllenasdesentimiento.Corrióabuscarunbuenpapelasu dormitorio. Puso sobre la mesa un tintero y una botella de tinta de trescuartos,conunaplumaoxidada.LacartaeraparaDaguenet.LaseñoraMaloirescribió con su bonita letra inglesa: «Mi querido amor», y en seguida leadvertíaquenofuesealdíasiguiente,porque«nopodíaser»,pero«tantolejoscomocerca,entodoslosmomentos,nopensabamásqueenél».

—Ytermine«conmilbesos»—murmuró.

LaseñoraLerathabíaaprobadocadafraseconunmovimientodecabeza.

Sus ojos centelleaban, la encantaba intervenir en asuntos del corazón.Yquisoponeralgodelsuyo,porloqueconvoztiernaañadió:

—Milbesosentushermososojos.

—Eso es.Mil besos en tus hermosos ojos—repitióNana,mientras unaexpresiónbeatíficapasabaporlosrostrosdelasdosancianas.

LlamaronaZoéparaquebajaselacartaaunrecadero.Precisamenteellaestaba hablando con elmozo del teatro, que traía a la señora un boletín deensayo,olvidadoporlamañana.Nanahizoentraralhombreyleencargóquellevase la carta a casa deDaguenet cuando regresara.Después le interrogó.¡Oh!elseñorBordenaveestabamuycontento,puesyahabíavendidotodaslaslocalidades para ocho días; la señora no podía imaginarse la cantidad depersonasquehabíanpedidosudirecciónaquellamañana.

Cuandoelmozo semarchó,Nanadijoqueestaría fueraunpocomásdemediahora.Sillegabanvisitas,Zoélasharíaentrar.Mientrashablaba,sonóeltimbre. Era un acreedor: el alquilador de coches; se había instalado en elbanquillodelaantesala.Allípodíarascarsehastalanoche;noteníaprisa.

—¡Vamos,ánimo!—dijoNana,entorpecidapor lapereza,bostezandoyestirándosedenuevo—.Yadeberíaestarallí.

Peronosemovía.Seguíaeljuegodesutía,queacababadeanunciarciendeases, labarbillasobre lamano,seabstraía.Pero tuvounsobresaltoaloírquedabanlastres.

—¡PorDios!—exclamóconordinariez.

Entonces la señoraMaloir, que contaba las bazas, la animó con su vozmeliflua:

—Hijamía,seríamejorquesedesembarazasedesuencargocuantoantes.

—Dateprisa—dijolaseñoraLeratbarajandolascartas—.Tomaréeltrendelascuatroymedia,siestásaquíconeldineroantesdelascuatro.

—Noserácuestióndemuchotiempo—murmuróNana.

EndiezminutosZoélaayudóavestirseyaponerseunsombrero.Ledabaigual presentarsemal arreglada.Cuando se disponía a bajar oyó otra vez eltimbre.Ahoraeraelcarbonero.¡Muybien!leharíacompañíaalalquiladordecoches,yasísedistraerían,perotemiendounaescena,atravesólacocinayseescapóporlaescaleradeservicio,loquehacíaconfrecuencia,ysiempreparasalircorriendo.

—Cuando se es buena madre, todo se perdona —sentenció la señoraMaloir,alquedarsesolaconlaseñoraLerat.

—Tengoochentadereyes—respondióésta,aquienapasionabaeljuego.

Seempeñaronenunapartidainterminable.

Lamesanohabíasidorecogida.Unaespesanieblaflotabaenelcomedorcon las emanaciones del almuerzo y la humareda de los cigarrillos. Lasseñorashabíanvueltoacomerterronesmojadosencoñac.

Hacía veinte minutos que jugaban cuando sonó por tercera vez lacampanilla.Zoéentróbruscamenteylasempujócomosifuesencompañeras.

—Vamos, que aún llaman. No pueden quedarse aquí. Si viene muchagente,necesitarétodoelpiso.¡Vamos,arriba,arriba!

La señora Maloir quería terminar la partida, pero Zoé hizo ademán decogerlascartas,ydecidiólevantareljuegosinmezclarlasbazas,mientraslaseñoraLeratrecogíalabotelladecoñac,losvasosyelazúcar,ysefueronalacocina,dondeseinstalaronenunaesquinadelamesa,alladodelascacerolasquesesecabanyellebrillo,todavíallenodeaguadefregar.

—Habíamosdichotrescientascuarenta…Ahorausted.

—Juegocorazón.

Cuando Zoé regresó las encontró absortas en el juego. Al cabo de unsilencio,cuandolaseñoraLeratbarajaba,laseñoraMaloirpreguntó:

—¿Quiénhavenido?

—Bah,nadie—respondiólacriadaconindiferencia—.Unjovencito…Ibaaecharlo,peroestanguapoysinvelloenlacara,conojosazulesyrostrode

niña,quelehedichoqueespere.Traeungranramodeflores,peronomelohaqueridodar.Aúnestáparaque ledenunos azotitos. ¡Unenamoradoquedeberíaestarenelcolegio!

LaseñoraLeratselevantóabuscarunajarradeaguaparahacerseungrog;el coñac y el azúcar le habían sentado mal. Zoé dijo que ella también setomaríauno.Tenía,dijo,labocaamargacomolahiel.

—Entonces,¿lohadejado?—preguntólaseñoraMaloir.

—Claro. Está en el gabinete del fondo, en el cuartito que no estáamueblado.Nohaymásqueunamaletadelaseñorayunamesa.Allíesdondealojoalosnovatos.

Yseazucarabasugrogcuandolacampanillaeléctrica lasobresaltó. ¡Portodos los diablos! ¿Es que no la dejarían beber tranquilamente? Aquelloprometía, si lacampanillasonaba tanto.Seapresuróa iraabrir,yalvolver,viendoquelaseñoraMaloirlainterrogabaconlamirada,dijo:

—Nada,unramillete.

Lastresserefrescaron,brindandoconunmovimientodecabeza.Sonaron,unotrasotro,dosnuevostimbrazosmientrasZoélevantabalamesayllevabalosplatosalfregadero.Peroaquellonoeraserio.Ibayvolvíadelacocinayrepitiópordosvecessufrasedesdeñosa:

—Nada,unramillete.

Sin embargo, las señoras, entre dos jugadas, tuvieron que reírse al oírlecontar la caraqueponían losacreedoresde la antesalaa cada llegadadeunnuevoramodeflores.Laseñoraencontraríalosramosensutocador.¡Lástimaqueaquellofuesetancaroyluegonopudierasacarseniunochavo!Quetodoeradineroperdido.

—Yo—dijo la señoraMaloir—me contentaría con lo que en París loshombresgastancadadíaenfloresparalasmujeres.

—Ya lo creo; no pide nada—murmuró la señora Lerat—. Sólo con eldinerogastadoenhilo…Querida,sesentadedamas.

Eran lascuatromenosdiez.Zoéseasombrabaynocomprendíacómo laseñorapermanecíatantotiempofuera.Porlogeneral,cuandolaseñoraseveíaobligada a salir por la tarde, despachaba muy prontamente. Pero la señoraMaloir aseguróqueno siempreunapodía arreglar las cosas amedidade suantojo.Cierto, siempre había tropiezos en la vida, decía la señoraLerat.Lomejoreraesperarsisusobrinaseretrasaba,debíaserporquesusocupacioneslaretenían.¿Noescierto?Además,allínoestabanmal.Sepasababienenlacocina. Y como no tenía corazones, la señora Lerat jugó tréboles. Lacampanillavolvíaasonar.Zoéreaparecióentusiasmada.

—¡Amigas,elgordoSteiner!—dijodesdelapuerta,bajandolavoz—.Aeselohemetidoenelsaloncito.

Entonces la señoraMaloir habló del banquero a la señoraLerat, que noconocía a aquellos señores. ¿Acaso estaba a punto de abandonar a RoseMignon? Zoémeneaba la cabeza, porque sabía sus cosas. Pero nuevamentetuvoqueiralapuerta.

—Bueno,¡unasorpresa!—murmuróalvolver—.Aquíestáelnegrillo.Mehe cansado de decirle que la señora ha salido, pero se ha instalado en eldormitorio…Noleesperábamoshastalanoche.

A las cuatro y cuartoNana aún no había vuelto. ¿Qué podía hacer? Eraabsurdo.Trajeron otros dos ramos de flores.Zoé, aburrida,miró si quedabacafé. Sí, aquellas señoras acabarían bebiendo café, y eso las despertaría. Seestabandurmiendo,repantigadasensussillasycogiendocontinuamentecartasdelmontón,mecánicamente.Dio lamedia.Decididamente lehabíasucedidoalgoalaseñora.Cuchichearonentresí.

De repente, la señora Maloir, olvidándolo todo, anunció con vozestentórea:

—¡Tengolasquinientas!¡Quintamayordetriunfos!

—¡Cállese!—lerugióZoéiracunda—.¿Quévanapensaresosseñores?

Yenelsilencioquereinó,enelmurmullosofocadodelasdosviejasquediscutían,seoyeronunospasosquesubíanconrapidezlaescaleradeservicio.Al fin llegabaNana.Antes de que abriese la puerta se escuchó su resuello.Entró acalorada y bruscamente. Su falda, cuyos tirantes debieron romperse,limpiaba los peldaños, y los volantes se habían empapado en un charco,lavazas tiradas seguramente de algún piso cuya criada sería un modelo desuciedad.

—Vaya, ¿ya estás aquí? Es una suerte —exclamó la señora Lerat,mordiéndoseloslabios,todavíamolestaporlasquinientasdelaseñoraMaloir—.Puedespresumirdequehacesesperaralagente.

—Verdaderamente,laseñoranoesjuiciosa,—añadióZoé.

Nana,queyaestabadisgustada,seirritómásaúnconaquellosreproches.¿Eraasícomolaacogíandespuésdelasnecedadesqueacababadesoportar?

—¡Dejadmeenpaz!—gritó.

—Nolevantelavoz,señora—lepidióladoncella—.Haygenteesperando.

EntoncesNanapreguntóenvozbaja:

—¿Creenquemeheestadodivirtiendo?Aquellonoacababanunca.Me

habría gustado verlas… Estaba rabiosa y tenía ganas de emprenderla abofetadas…Yniunmalcocheparavolver.Afortunadamente,estáadospasosdeaquí.

—¿Tieneseldinero?—preguntólatía.

—¡Vayapregunta!—respondióNana.

Sehabíasentadoenunasilla,contraelhornillo,laspiernasmolidasporlacarrera, y sin recobrar el aliento se sacó del corsé un sobre en el que habíacuatrobilletesdecienfrancos.Losbilletesseveíanporlaaberturaquehabíahecho violentamente con el dedo para asegurarse de que estaban. Las tresmujeres,alrededorsuyo,mirabanfijamenteelsobre,arrugadoysucio,ensuspequeñasmanosenguantadas.Comoyaerademasiado tarde, laseñoraLeratno iría a Rambouillet hasta el día siguiente. Nana se puso a dar muchasexplicaciones.

—Señora,haygenteesperándola—repitióladoncella.

Pero la joven se exaltó nuevamente. La gente podía esperar hasta quehubiesedespachadosusasuntos.Yalverquesutíaalargabalamanohaciaeldinero,dijo:

—No, todo no. Trescientos francos para la nodriza y cincuenta para tuviajeytusgastos,sontrescientoscincuenta.Yomequedoconcincuenta.

Ladificultadestuvoenencontrarelcambio.Nohabíanidiezfrancosenlacasa.SedirigieronalaseñoraMaloir,queescuchabasinponeratención,perosóloteníaeldineroparaelómnibus.EntoncesZoédijoqueibaabuscarensubolso,yvolvióconcienfrancosenmonedas.Loscontaronenunángulodelamesa. La señoraLerat semarchó inmediatamente, después de prometer quetraeríaaLouisetalotrodía.

—¿Dicesquehaygente?—preguntóNana,sinlevantarse,descansando.

—Sí,señora;trespersonas.

Ynombróprimeramentealbanquero.Nanahizounamueca.SieseSteinercreíaquelaengatusaríaporhaberlearrojadounramilletelavíspera…

—Además,yatengobastante.Norecibiréanadie.Veadecirlesquenomeesperen.

—Piénselo la señora y reciba al señor Steiner —murmuró Zoé sinmoverse,seriaymolestaalverasupatronaapuntodecometerunanecedad.

Luegohablódelvalaco,quedebíaempezaracansarseeneldormitorio.

EntoncesNanaseirritódeverdad.Anadie,noqueríaveranadie.¿Quiéndemonioslehabíaechadounhombretanpegajoso?

—Échalosa todos,voya jugarunabácigacon laseñoraMaloir.Prefieroeso.

Lacampanillalecortólapalabra.Eraelcolmo.¡Otropelmazo!ProhibióaZoéqueabrieselapuerta,yésta,sinhacerlecaso,saliódelacocina.Cuandovolvió,dijoconvozautoritariamientrasalargabadostarjetasdevisita:

—Lesdijequelaseñorarecibía.Estosseñoresestánenelsalón.

Nanaselevantórabiosa.PerolosnombresdelmarquésdeChouardydelconde Muffat de Beuville en las tarjetas la calmaron. Después de unossegundospreguntó:

—¿Quiénesson?¿Lesconoces?

—Conozco al viejo—respondió Zoé mordiéndose los labios de maneradiscreta.

Y como su patrona continuase interrogándola con lamirada, añadió consencillez:

—Lehevistoenalgúnsitio.

Estaspalabrasparecierondecidiralajoven.Abandonólacocinaconpena,pueseraunrefugiotibioenelquepodíacharlaryabandonarseysentirelolordelcaféquesecalentaba.DejóalaseñoraMaloir,queahorahacíasolitarios;aúnnosehabíaquitadoelsombrero,yparaestarmáscómodahabíadesatadolascintas,echándoselashaciaatrás.

En el tocador, dondeZoé la ayudaba a ponerse con rapidez el peinador,Nanasevengabade lasmolestiasque lecausabanloshombresdedicándoleslosmásgráficosinsultos,ysuspalabrotasapenabanaladoncella,porqueveíacondesagradoquelaseñoraaúnnosedesprendíadesusprincipios.Inclusoseatrevióarogarlequesetranquilizase.

— ¡Ah, no! —respondió Nana crudamente—. ¡Son unos cerdos! Noquierenmásqueeso.

Apesardetodo,adoptósusairesdeprincesa,comoelladecía.Zoélahabíacontenido en el momento en que se dirigía hacia el salón, y ella mismaintroduciríaeneltocadoralmarquésdeChouardyalcondeMuffat.Esoseríamejor.

—Señores—dijoNanaconunacortesíaestudiada—sientohaberleshechoesperar.

Los dos hombres saludaron y se sentaron. Un cortinaje de tul bordadomanteníaelgabineteamedialuz.Aquéllaeralapiezamáselegantedelpiso:tapizadacontelaclara,teníaungrantocadordemármol,yunacornucopia,undiványsillonesderasoazul.Eneltocadorhabíalosramosderosas,delilasy

de jacintos, como un hacinamiento de flores que esparcía un perfumepenetranteyfuerte,mezcladoconelolordealgunasbriznasdepachulíseco,desmenuzadasenelfondodeunacopa.YNana,arreglándosesupeinadormalajustado,parecíahabersidosorprendidamientrassearreglaba,todavíaconlapielhúmeda,sonriendoazoradaenmediodesusblondas.

—Señora—dijogravementeelcondeMuffat—nosexcusaráquehayamosinsistido…Nostraeunacolecta…ElseñoryyosomosmiembrosdelComitédeBeneficenciadeldistrito.

ElmarquésdeChouardseapresuróaañadir,conacentogalante:

—Cuandonos informarondequeunagranartistavivíaenestacasa,nosprometimos recomendarle nuestros pobres de una manera especial… Eltalentonoestáreñidoconelcorazón.

Nana simulabamodestia.Respondía con ligerosmovimientos de cabeza,mientrassehacíarápidasreflexiones.Debiódeserelviejoquienllevóalotro;sus ojos eran muy picaruelos. No obstante, había que desconfiar del otro,cuyas sienes se hinchaban grotescamente, y seguro que habría preferido irsolo.Asídebíaserelporteroleshabíadadosusseñas,yellosseempujaban,cadaunoporsulado.

—Ciertamente, señores, que han hecho bien en venir —dijo ella conmuchaamabilidad.

Pero la campanilla eléctrica la sobresaltó. Otra visita, y aquella Zoéabriendoaquienfuera.Prosiguió:

—Esunasuertepoderaliviaralosquepadecen.

Enelfondoestabafastidiada.

—Oh, señora—repuso el marqués— si supieseis cuánta miseria hay…Nuestro distrito tienemás de tresmil pobres, y es de losmás ricos. No seimaginacuántasdesgracias:niñossincomida,mujeresenfermasyprivadasdetodoauxiliomuriéndosedefrío…

—¡Pobresgentes!—exclamóNanamuyenternecida.

Suemociónfuetalquelaslágrimashumedecieronsushermososojos.Conunmovimientosehabíainclinado,paranofingirmás;supeinadordejóversussenos, a la vez que sus rodillas separadas dibujaban bajo la delgada tela laredondez de sus muslos. Enrojecieron un poco las mejillas terrosas delmarqués.ElcondeMuffat,queibaahablar,bajólamirada.Hacíademasiadocalor en aquel gabinete, un calor sofocante, de invernadero. Las rosas seajabanydelpachulídelacopasalíaunolorqueembriagaba.

—En semejantes ocasiones, una quisiera sermuy rica—añadióNana—.

En fin, cada uno hace lo que puede…Créanme, señores, que si lo hubiesesabido…

Estuvoapuntodesoltarunanecedadenmediodesuenternecimiento,peronoconcluyólafrase.Porunmomentosequedóperplejaalnoacordarsedóndehabía puesto sus cincuenta francos al quitarse el vestido. Pero se acordó:estabanenunaesquinadeltocador,debajodeunbotedepomadapuestobocaabajo.Cuandoselevantó,volvióasonarlacampanillaconinsistencia.¡Otromás!Aquellonoseacababa.

El conde y elmarqués también se habían puesto en pie, y las orejas delúltimo semovieron, dirigiéndose hacia la puerta; sin duda conocía aquellostimbrazos. Muffat le observó; luego apartaron sus miradas. Se estorbaban;volvieronaadoptarsufrialdad,unotiesoysólido,ymuyrígidamentepeinado;el otro irguiendo sus huesudos hombros, sobre los que caía su corona deescasoscabellosblancos.

—Afemía—dijoNana,presentandosusdiezgrandesmonedasdeplataydecidiendotomarloarisa—:Señores,voyahacerles ircargados…estoparalospobres.

Yeladorablehoyitodesubarbillaseahuecómás.Teníaelaspectodeunabuena muchacha, con el montón de escudos en su mano abierta yofreciéndolos a los dos hombres como diciéndoles: Veamos, ¿quién losquiere?El conde fue elmás listo y cogió los cincuenta francos, peroquedóunamoneda,yparacogerlatuvoquetocarlapieldelajoven,unapieltibiaysuavequeleprodujounescalofrío.Ellacontinuabariendo.

—Muybien,señores.Paraotravezesperodarlesmás.

Yanoteníanmáspretexto;saludaronysedirigieronhacialapuerta,peroenelmomentoenqueibanasalirsonónuevamentelacampanilla.Elmarquésno pudo ocultar una pálida sonrisa, mientras que una sombra oscurecía laseriedad del conde. Nana los retuvo unos instantes para permitir que Zoéencontrase otro rincón. No le gustaba que sus visitas se encontrasen en sucasa. Sólo que aquel día debía estar atestada. Se tranquilizó cuando vio elsalónvacío.¿LoshabíametidoZoéenlosarmarios?

—Hastalavista,señores—dijodeteniéndoseenelumbraldelsalón.

Losenvolvióensusonrisaysumiradaabierta.ElcondeMuffatseinclinó,turbado a pesar de ser un experto; tenía necesidad de respirar al llevarse elvértigodeaqueltocador,unaromadeflorydemujerqueleahogaba.Ydetrásde él, el marqués de Chouard, quien, seguro de no ser visto, se atrevió adirigirle aNana un guiño, la cara descompuesta de repente y con la lenguafuera.

Cuandolajovenvolvióalgabinete,endondeZoélaesperabaconcartasytarjetasdevisita,gritó,riéndoseacarcajadas:

—¡Ydosricachosmehanbirladomiscincuentafrancos!

No estaba enfadada, porque le parecía gracioso que los hombres se lellevasen el dinero. A pesar de todo, eran unos cerdos, y ella no tenía uncéntimo.A la vista de las cartas y de las tarjetas volvió sumal humor. Lascartaspodíanpasar,pueserandeseñoresquedespuésdehaberlaaplaudidolavíspera,ledirigíansusdeclaraciones.Perolosvisitantes…podíanirseapaseo.

Zoéloshabíacolocadoportodaspartesyhacíanotarqueelpisoresultabamuycómodo,porquecadacuartodabaalpasillo.NoeracomoencasadelaseñoraBlanche,dondehabíaquepasarforzosamenteporelsalón.DeahíquelaseñoraBlanchetuviesetantosquebraderosdecabeza.

—Losechasatodos—ordenóNana,queseguíaconsuidea—empezandoporelnegrillo.

—A ése, señora, hace un rato que lo he despedido—dijo Zoé con unasonrisa—.Sóloqueríadeciralaseñoraquenopodíavenirestanoche.

Aquello le produjo gran alegría. Nana aplaudió. No iría, ¡qué suerte!Entonces,estabalibreYlanzósuspirosdealiviocomosilahubiesenindultadodel más abominable de los suplicios. Su primer pensamiento fue paraDaguenet,aquelpobregatitoalqueprecisamenteacababadeescribirlequeleesperaba el jueves. ¡Pronto, la señoraMaloir tenía que escribirle una nuevacarta!PeroZoédijoque la señoraMaloir sehabíamarchadosindecirnada,como tenía por costumbre. Entonces Nana, después de hablar de enviar acualquierotro, sequedóvacilando.Sesentíamuyfatigada.Dormir todaunanocheleiríatanbien…Laideadesemejanteregaloacabóporentusiasmarla.Porunavez,podíapermitirseeselujo.

—Me acostaré cuando vuelva del teatro —murmuraba, recreándose deantemano—ynomedespertaréhastaelmediodía.

Luego,alzandolavoz,exclamó:

—Hala,ahoraéchamealosotrosalaescalera.

Zoénosemovía.Ellanosepermitiríaaconsejarabiertamentealaseñora,peroseempeñaríaenquelaseñoraseaprovechasedesuexperiencia,cuandoparecíaempeñadaenhacerundisparate.

—¿AlseñorSteinertambién?

—Claroestá—respondióNana—aélantesquealosdemás.

Lacriadaaúnesperóunpocoparadartiempoaquesuseñorareflexionase.¿No estaría orgullosa la señora de quitarle a su rival, a Rose Mignon, un

caballerotanricoytanconocidoentodoslosteatros?

—Pronto,querida—replicóNana,quecomprendíaperfectamente—ydilequemefastidia.

Perobruscamentecambiódeparecerenelfuturopodíanecesitarlo,ygritóconungestodemocosa,riendoyguiñandolosojos:

—Despuésdetodo,siquierotenerlo,lomejoresecharlodecasa.

Zoé pareció muy sorprendida. Miró a la señora, presa de súbitaadmiración,ysefueaecharaSteinersinvacilar.

Nanaesperóalgunosminutosparadejarletiempodebarrerelpiso,comoelladecía.Nohabíasospechadoaquelasalto.Asomó lacabezaporel salón;estaba vacío. El comedor también. Y cuando continuaba su visita,tranquilizadaporlaseguridaddenoencontraranadie,seencontrófrenteaunjovencitoalabrir lapuertadeungabinete.Estabasentadosobreunamaleta,tranquilo,congestoprudente,yunramodefloressobrelasrodillas.

—¡Diosmío—exclamó—todavíaquedaunodentro!

El jovencito, al verla, se puso en pie de un salto, encarnado como unaamapola.Nosabíaquéhacerconsuramo,yselopasabadeunamanoaotra,sofocadoporlaemoción.Sujuventud,suembarazo,lafachatangraciosaqueteníaconsusflores,enternecieronaNana,yseechóareír.

¿También los niños? Ahora le aparecían los hombres en pañales. Seabandonó,familiar,maternal,golpeándose losmuslosypreguntandoen tonodebroma:

—¿Quieresquetesuenelanariz,pequeño?

—Sí—respondióelmuchachoconvozbajaysuplicante.

La respuesta divirtió más a Nana. Tenía diecisiete años y se llamabaGeorgesHugon.LavísperaestuvoenelVarietés,yveníaaverla.

—¿Sonparamíestasflores?

—Sí.

—Dámelas,bobo.

Perocuandoellaselascogía,élseapoderódesusmanosconlaglotoneríade sudichosa edad.Tuvoquepegarleparaque la soltara. ¡Vayaunmocosomás impaciente! Y mientras lo reprendía, se puso colorada y sonreía. Lodespidió,permitiéndolequevolvieseotrodía.Elmuchacho se tambaleabaynoencontrabalaspuertas.

Nanavolvióaltocador,dondeFrancissepresentóenseguidaparapeinarla

definitivamente. Ella sólo se vestía por la tarde. Sentada ante el espejo,inclinandolacabezabajolasmanoságilesdelpeluquero,permaneciómudaysoñadora,hastaqueentróZoédiciendo:

—Señora,hayunoquenosequiereir.

—Déjalo—respondiótranquilamente.

—Apesardeeso,aúnsiguenviniendo.

—Puesdilesqueesperen.Cuandotenganhambreseirán.

Su humor había cambiado. Ahora le encantaba hacer esperar a loshombres.Unaideaacabódeentusiasmarla:seescapódelasmanosdeFrancisycorrióaecharellamismaloscerrojos;ahorayapodíanpateardelotrolado;seguro que no reventarían la pared. Zoé entraba por la puertecita quecomunicabaconlacocina.Sinembargo,lacampanillaeléctricanodejabadesonar.Cadacincominutosllegabasutintineoclaroyvivo,consuregularidadde máquina precisa. Y Nana contaba las llamadas para distraerse. Pero deprontotuvounrecuerdo.

—¿Ymisgarrapiñadas?

Francis también las había olvidado. Sacó una bolsa del bolsillo de sulevita,conelgestodiscretodeunhombredemundoqueofreceunobsequioaunaamiga;noobstante,acadacompra,poníalasgarrapiñadasenlacuenta.

Nana se puso la bolsa entre las rodillas, y empezó a mordisquearlas,volviendolacabezabajolasligeraspresionesdelpeluquero.

—¡Caramba!—exclamóluegodeunbrevesilencio—.Estodaunabanda.

Tresveces,unatrasotra,sonólacampanilla.Lasllamadasseprodigaban.Las había modestas, que balbuceaban con el temblor de una primeraconfesión; las atrevidas vibraban bajo el peso de un dedo brutal; lasimpacientesatravesabanelaireconunestremecimientorápido.Unverdaderorepiqueteo,comodecíaZoé;uncarillónquerevolucionabaalbarrio,unacolade hombres oprimiendo sucesivamente el botón de marfil. Aquel malditoBordenavehabíadadoladirecciónatodoelmundo;todoslosespectadoresdelavísperadebíandeestarallí.

—Apropósito,Francis—dijoNana¿tienecincoluises?

Élretrocedió,examinóelpeinadoyluegodijotranquilamente:

—¿Cincoluises?Según.

—Siquieregarantías…

Y sin acabar la frase, con un expresivo ademán señaló las habitacionesvecinas. Francis le prestó los cinco luises. Zoé, en unmomento de respiro,

entróparaprepararlaropadelaseñora.Enseguidatuvoquevestirla,mientrasel peluquero esperaba para ir a dar un último toque al peinado. Pero lacampanillaimportunabacontinuamentealadoncella,quedejabaalaseñoraamediocalzar,consólounzapato.Perdíalacabezaapesardesuexperiencia.

Después de haber colocado hombres por todas partes, utilizando losrinconesmás insospechados, sevioobligadaameter tresycuatro juntos, loqueeracontrarioa todoprincipio.Tantomejorsisedevoraban.Asídejaríansitio. YNana, encerrada, se burlaba de ellos, diciendo que los oía resoplar.Debíantenerbuenacara,todosconlalenguafueracomoperritossentadosencorro sobre sus patas. Era la prolongación del triunfo de la víspera; aquellajauríadehombreshabíaseguidosushuellas.

—Mientrasnorompannada—murmuró.

Empezabaainquietarseantelosalientoscálidosquepenetrabanatravésdelas rendijas.PeroZoé introdujoaLabordette,y la joven lanzóunsuspirodealivio.Queríahablarledeunacuentaquehabíapagadoporellaeneljuzgadodepaz.Ellanoleescuchabaysólorepetía:

—Lellevoconmigo.Cenaremosjuntos.LuegomeacompañaráalVarietés.Nosalgoaescenahastalasnueveymedia.

ElbuenLabordette caíaoportunamente.Nuncapedíanada.Erael amigode las mujeres, el que arreglaba sus pequeños asuntos. Así pues, al pasardespidió a los acreedoresde la antesala.Además, aquellasbuenasgentesnoqueríanquelespagasen,ysiinsistieron,fueparasaludaralaseñorayhacerlepersonalmentenuevasofertasdesusservicios,despuésdesugranéxitodelavíspera.

—Vámonos,vámonos—decíaNana,queyaestabavestida.

PrecisamenteenaquelinstanteentróZoégritando:

—Señora,renuncioaabrir.Hayunacolaenlaescalera…

¡Unacolaenlaescalera!ElmismoFrancis,apesardelaflemainglesaquelecaracterizaba,seechóareírmientrasrecogíalospeines.Nana,quesehabíacogido del brazo de Labordette, lo empujaba hacia la cocina. Y se escapó,libre al fin de los hombres, feliz al ver que podía tenerlo, solos los dos, encualquiersitioysintemerestupideces.

—Me traerá de regreso a mi casa —dijo ella mientras bajaban por laescalera de servicio—.Así estaré segura. Imagínese que quiero dormir todaunanoche,todaunanocheparamí.¡Quéilusión,querido!

CapítuloIII

La condesa Sabine, como acostumbraban llamar a la señora Muffat deBeuville para distinguirla de la madre del conde, muerta el año anterior,recibíatodoslosmartesensucasadelacalleMiromesnil,enlaesquinadeladePenthièvre.Eraungranedificiocuadrado,habitadopor losMuffatdesdehacía más de cien años; la fachada, alta y negra, parecía dormir en unamelancolía de convento, con inmensas persianas que permanecían casisiempre cerradas; por detrás, en un trozo de jardín húmedo, habían crecidounosárbolesquebuscabanelsol,muydelgadosytanlargosqueseveíansusramasporencimadelastejas.

Hacialasdiezdeaquelmartesapenassihabíaunadocenadepersonasenel salón.Cuando sóloesperabaamigos íntimosnoabríani el saloncitoni elcomedor.Seestabamásrecogidoyhablabanjuntoalfuego.Elsalón,además,eramuygrandeyalto;cuatroventanasdabanaljardín,dedondesubíaelvahohúmedodeaquellluviosoatardecerdefinalesdeabril,apesardelosleñosqueardíanenlachimenea.Jamásdabaallíelsol;dedía,escasamenteiluminabalasalaunaclaridadverdosa,yporlanoche,cuandoencendíanlaslámparasylasarañas,seguíaigualmentetriste,consusmueblesimperiodecaobamaciza,suscortinajesysussillonesdeterciopeloamarillo,congrandesdibujosensatén.Se penetraba en una dignidad glacial, en unas costumbres antiguas, en unaedaddesaparecidaexhalandountufoadevoción.

Sin embargo, enfrente del sillón en el que la madre del conde habíamuerto,unsillóncuadrado,demaderapesadaytelaresistente,alotroladodela chimenea, la condesa Sabine permanecía sentada en una silla cuyaacolchada seda roja tenía la blandura de un edredón. Era el único mueblemoderno, un rincón de fantasía introducido en aquella severidad, quesorprendía.

—Entonces—decíalajovenseñora—tendremosalshadePersia.

SehablabadelospríncipesqueacudiríanaParísparalaExposición.Variasseñoras hacían círculo ante la chimenea. La señora Du Joncquoy, cuyohermano había desempeñado una misión en Oriente, daba detalles sobre lacortedeNazarEddin.

— ¿Acaso se encuentramal, querida?—preguntó la señora Chantereau,mujer de un dueño de fraguas, al ver que la condesa sufría un ligeroestremecimientoypalidecía.

—No, no; nada—respondió la condesa sonriendo—. Tengo un poco defrío.¡Tardatantoencalentarseestesalón!

Y paseó su mirada por las paredes, hasta el techo. Estelle, su hija, una

joven de dieciocho años, en la edad ingrata, delgada e insignificante, selevantódesutabureteysilenciosamenteagrupólosleñosquehabíanrodado.

La señora deChezelles, amiga de convento deSabine y cinco añosmásjoven,exclamó:

—¡Québien!Yoquisiera tenerunsalóncomoel tuyo.Por lomenos, túpuedesrecibir…Hoyhacencasasquesoncajitas.Siestuvieseentupuesto…

Hablaba con aturdimiento y gestos vivaces, diciendo que cambiaría loscortinajes, los sillones, todo; luego daría unos bailes que pusieran enmovimientoatodoParís.Detrásdeella,sumarido,unmagistrado,escuchabacon seriedad. Se contaba que ella le engañaba, sin ocultarlo, pero él se loperdonaba,ylaacogíaafectuosamente,porque,segúndecían,ellaestabaloca.

—EstaLéonide…—selimitóamurmurarlacondesaSabine,consupálidasonrisa.

Ungestoperezosocompletósupensamiento.Noseríaellaquiencambiasesusalóndespuésdevivirenéldiecisieteaños.Quedaría tal comosu suegraquisoconservarloenvida.Luegovolvióalaconversación:

—Me han asegurado que tendremos también al rey de Prusia y alemperadordeRusia.

—Sí, se anuncian unas fiestas muy hermosas —dijo la señora DuJoncquoy.

El banquero Steiner, introducido hacía poco en la casa por Léonide deChezelles,queconocíaatodoParís,hablabasentadoenuncanapé,entredosventanas; interrogaba a un diputado, del que trataba de sacar importantesnoticias respecto a un movimiento de Bolsa que intuía, mientras el condeMuffat,depieanteellos,lesescuchabaensilencio,conelrostromásserioquedecostumbre.Cuatroocincojóvenesformabanotrogrupo,juntoalapuerta,rodeandoalcondeXavierdeVandeuvres,quienamediavozlescontabaunahistoria,sindudamuypicante,porqueseoíanrisasahogadas.Enelcentrodelsalón, completamente solo, se sentaba pesadamente en un sillón un hombregordo,jefedenegociadoenelMinisteriodelInteriorydormitabaconlosojosabiertos.Unode los jóvenespareciódudarde lahistorietadeVandeuvres,yéstelevantóunpocolavoz:

—Esusteddemasiadoescéptico,Fourcamont;seamargarásusplaceres.

Yseacercóriendoadondeestabanlasseñoras.EsteVandeuvrespertenecíaa una ilustre raza, femenino y espiritual, se comía por entonces una fortunaconunfrenesídeapetitosquenadaapaciguaba.Sucuadradecarreras,unadelasmás célebres de París, le costaba un dineral; sus pérdidas en el CírculoImperialsumabancadamesunacantidaddeluisesinquietante;susqueridasle

devoraban, un año con otro, una granja y algunas hectáreas de tierra o debosques,unabuenatajadadesusvastaspropiedadesdePicardía.

—Tienegraciaquetratealosotrosdeescépticoscuandoustednocreeennada—dijoLéonide,haciéndoleunsitioasulado—.Ustedsíqueseamargasusplaceres.

—Exacto —respondió él— quiero que los otros se aprovechen de misexperiencias.

Pero le impusieron silencio. Escandalizaba al señor Venot. Entonces lasseñoras se separaron un poco, y en el fondo de un diván vieron a unhombrecillo de unos sesenta años, con los dientes cariados y una sonrisamaliciosa;estabaacomodadocomoensucasa,escuchandoatodoelmundoysin decir una palabra. Con un gesto demostró que no estaba escandalizado.Vandeuvresrecobrósugraveaspectoyañadióconseriedad:

—ElseñorVenotsabemuybienqueyocreoenloquedebecreerse.

Era un acto de fe religiosa. LamismaLéonide pareció satisfecha. En elfondodelaestancia,losjóvenesyanoreían.Elsalónsehabíapuestoserioynosedivertían.HabíapasadounsoploglacialyenmediodelsilencioseoyólavozgangosadeSteiner,aquienladiscrecióndeldiputadoacabóporsacarde sus casillas. La condesa Sabine contempló el fuego un instante; luegoreanudólaconversación.

—Vi al rey de Prusia el año pasado en Baden. Estámuy fuerte para suedad.

—ElcondedeBismarckloacompañará—dijolaseñoraDuJoncquoy—.¿Conocealconde?Comíconélencasademihermano.Peroyahacetiempo,cuando representaba a Prusia en París… Ése es un hombre cuyos últimostriunfosnoacabodecomprender.

—¿Porqué?—preguntólaseñoraChantereau.

—Ay,Dios,¿cómolodiré…?Nomegusta.Tieneunnoséquédebrutal,yesmaleducado.Además,loencuentroestúpido.

Entonces todo el mundo se puso a hablar del conde de Bismarck. Lasopinionesfueronmuycontradictorias.Vandeuvresleconocíayasegurabaqueeraungranbebedoryunbuenjugador.EnlomásacaloradodeladiscusiónseabriólapuertayHéctordelaFaloiseapareció.LeseguíaFauchery,quienseacercóalacondesaylasaludóinclinándose.

—Señora,meheacordadodesuamableinvitación.

Ellaesbozóunasonrisaydijounaspalabrasafables.Elperiodista,despuésdesaludaralconde,sequedóunmomentodespistadoenmediodelsalón,pues

sóloreconocióaSteiner.Vandeuvressevolvióhaciaélyleestrechólamano.

Y en seguida, contento con su encuentro y deseoso de expansionarse,Faucheryselollevóaparteyledijoenvozbaja:

—Esparamañana,¿deacuerdo?

—Caramba…

—Amedianocheensucasa.

—Yasé,yasé…IréconBlanche.

QueríaescaparseparavolverjuntoalasseñorasydarunnuevoargumentoenfavordelcondedeBismarck,peroFaucheryleretuvo.

—Noadivinaráquéinvitaciónmehaencargadoquehaga.

Y con un ligero signo de cabeza señaló al condeMuffat, que en aquelinstantediscutíasobrelospresupuestosconeldiputadoyconSteiner.

—¡Noesposible!—exclamóVandeuvres,estupefactoycasiriendo.

—Palabra.He tenido que prometerle que lo llevaría.He venido casi poreso.

Serieronparasí,yVandeuvresvolvióalgrupodelasseñoras,diciendo:

—Les aseguro, por el contrario, que el conde de Bismarck es muyespiritual…Unanoche,delantedemí—dijounafrasemuyencantadora…

Entre tanto, Héctor de la Faloise, que había oído algunas palabrascambiadas en voz baja, miraba a Fauchery, esperando que le diese unaexplicación,quenollegó.¿Dequéhablarían?¿Quéhacíanaldíasiguienteamedianoche?

Noseseparabadesuprimo,quienhabíaidoasentarse.LacondesaSabinele interesabamucho.Habíanpronunciadovariasvecessunombredelantedeél;sabíaque,casadaalosdiecisieteaños,debíadetenertreintaycuatro,yquellevaba desde su matrimonio una existencia monacal entre su marido y susuegra. Unos le atribuían una frialdad de devota y otros la compadecían alrecordarsusalegresrisasysusbellosojosardientesantesdequelaencerraranenaquelviejopalacio.Faucherylaobservabayvacilaba.Unodesusamigos,uncapitánmuerto recientementeenMéxico, lehabíahecho lavísperadesupartida, al levantarse de lamesa, una de esas brutales confidencias que loshombresmásdiscretosdejanescaparenciertosmomentos.Perosusrecuerdoseranmuyvagos;aquellatardehabíacenadobien,ydudabaalveralacondesaen aquel salón antiguo, vestida de negro y con su tranquila sonrisa. Unalámparasituadatrasdeella,destacabasuperfildemorenacarnosa,enlaquesólolaboca,unpocogruesa,poníaunaespeciedesensualidadimperiosa.

—Que hablen de su Bismarck —murmuró Héctor de la Faloise, queparecíaaburrirseensociedad—.Aquísemuereuno.Vayaideaquehastenidoqueriendovenir.

Faucheryleinterrogóbruscamente:

—Dime,¿lacondesaseacuestaconalguien?

— ¡Ah, no! no, querido —balbuceó, visiblemente desconcertado yolvidandosucompostura—.¿Dóndecreesqueestás?

Luegosediocuentadequesuindignacióncarecíadeelegancia,yañadió,hundiéndoseenuncanapé:

—Digo que no, pero yo no sé nada…Hay un jovencito allá abajo, eseFourcamont,queteloencuentrasentodoslosrincones.Seguroqueaúnsehanvistomástiesosqueése,perometienesincuidado…Enfin,lociertoesquesilacondesasedivierte,debesermuylista,porquenadasesabe,ninadiedicenada.

Entonces, sin que Fauchery se molestase en preguntarle, le dijo lo quesabíadelosMuffat.Conlaconversacióndeaquellasseñoras,quecontinuabancharlandoantelachimenea,bajaronlavoz,ysehubiesecreído,alverlosconsuscorbatasysusguantesblancos,quetratabanconfrasesescogidasdealgúntemaserio.Asípues,mamáMuffat,aquienHéctorhabíaconocidomucho,eraunaviejainsoportable,siempreentrecuras,ysuactitudysugestoautoritariohacíanquetodosedoblegaraanteella.

En cuanto aMuffat, hijo tardío de ungeneral creadoporNapoleón I, sehabía encontrado naturalmente favorecido después del 2 de diciembre.Tambiéncarecíadealegría,peropasabaporserunhombremuyhonradoyunespíritumuy recto.Ademásde esto, teníaunasopinionesdel otromundo,yuna idea tan elevada de su cargo en la corte, de sus dignidades y de susvirtudes, que llevaba la cabeza tan alta como si se tratase del SantísimoSacramento.MamáMuffat eraquien lehabíadadoaquella educación: todoslos días a confesar, nada de escapadas y ninguna salida en su juventud.Cumplía con la Iglesia, tenía crisis de fe de una violencia sanguínea,semejantes a los accesos febriles. En fin, para acabar de retratarlo con unúltimodetalle,HéctordelaFaloisesoltóunapalabraaloídodesuprimo.

—¡Noesposible!

—Melohanjurado;palabradehonor…Yalateníacuandosecasó.

Fauchery reía contemplando al conde, cuyo rostro, enmarcado por suspatillasysinbigote,parecíamáscuadradoymásduromientraslecitabacifrasaSteiner,quiennosedejabaconvencer.

—A femía que tiene una cabeza como para eso—murmuró—. ¡Bonito

regalo hizo a su mujer! Pobre pequeña, ¡cuánto debió aburrirse! Apuestocualquiercosaaquenosabenadadenada.

PrecisamentelacondesaSabinelehablaba,yélnolaoía,detanextrañoydivertidoqueencontrabaelcasoMuffat.Ellarepitiólapregunta:

—Señor Fauchery, ¿no ha publicado usted una semblanza del conde deBismarck?¿Lehahabladousted?

Se levantó con viveza y se aproximó al círculo de señoras, tratando dereponersemientrasbuscabaunarespuestaquecayesebien.

—PorDios, señora…Le confieso que escribí esa semblanza de acuerdocon las biografías aparecidas en Alemania. Nunca he visto al conde deBismarck.

Se quedó al lado de la condesa.Mientras hablaba con ella no dejaba depensar. Ella no aparentaba su edad; se le habrían calculado unos veintiochoaños; principalmente sus ojos aún conservaban cierto fuego juvenil, que suslargaspestañasdisimulabanenunasombraazulada.Crecidaenunmatrimoniodesunido,pasandounmesalladodelmarquésdeChouardyotroencasadelamarquesa,sehabíacasadomuyjoven,almorirsumadre,sindudaempujadaporsupadre,aquienestorbaba.Elmarquéseraunhombreterrible,dequiensecontabanextrañashistoriasqueyaempezabanacorrer,apesardesumuchapiedad.Faucherypreguntósinotendríaelhonordesaludarle.Ciertamente,supadreiría,peromástarde;¡teníatantotrabajo…!Elperiodista,quecreíasaberdóndepasabaelviejosusveladas,sequedóserio.

Perounsignoquepercibióenlamejillaizquierdadelacondesa,juntoalaboca,lesorprendió.Nanatambiénlotenía,absolutamenteigual.¡Vayagracia!Sobreellunarserizabanunospelillos;sóloquelospelosrubiosdeNanaeranenestaotradeunnegrojade.Peronoimportaba;aquellamujernoseacostabaconnadie.

—Siempre he deseado conocer a la reina Augusta, decía ella. Aseguranqueestanbuena,tanpiadosa…¿Creeustedqueacompañaráalrey?

—Nilopiense,señora—respondióél.

Ellanoseacostabaconnadie;saltabaalavista.Bastabaverlaconsuhija,tansolaytanafectadaensutaburete.Aquelsalónsepulcral,exhalandounoloraiglesia,decíabastanteacercadeaquellamanodehierrobajolacualestabasujetasuexistenciarígida.Ellanohabíapuestonadasuyoenaquelhabitáculoantiguoynegrodehumedad.EraMuffatquien se imponía,quiendominabaconsudevotaeducaciónsuspenitenciasysusayunos.Peroeldescubrimientodelviejecitodelosdientescariadosysusonrisamaliciosa,queviodeprontoensudiván,detrásdelasseñoras,aúnfueparaélunargumentomásdecisivo.

Conocía al personaje, ThéophileVenot, un antiguo procurador que se habíaespecializado en procesos eclesiásticos; se había retirado con una bonitafortunayllevabaunaexistenciabastantemisteriosa;recibidoentodaspartes,saludadoenvozbajae inclusoconcierto temor,comosi representaseaunagran fuerza, una fuerza oculta que se presentía tras él. Por lo demás, semostrabamuyhumilde,eramayordomodelaiglesiadelaMadeleine,yhabíaaceptado con sencillez una situación de adjunto de la alcaldía del novenodistrito, para llenar sus ocios, decía él. Caramba, la condesa estaba bienrodeada;nohabíanadaquehacerconella.

—Tienesrazón,aquísemuereuno—dijoFaucheryasuprimo,cuandosezafódelgrupodelasseñoras—.Vámonos.

Pero Steiner, a quien el condeMuffat y el diputado acababan de dejar,avanzófurioso,sudandoygruñendoamediavoz:

—Diablos,nodicennadaquenoquierandecir.Yaencontraréaotrosquehablen.

Luego,arrastrandoalperiodistahaciaunrincónycambiandodevoz,dijoconacentovictorioso:

—Esparamañana…Yalosé,querido.

—Ah…—murmuróFauchery,asombrado.

—Nolosabe…Loquemecostóencontrarlaensucasa.Además,Mignonnomesoltaba.

—PerolosMignontambiénvan.

—Sí, me lo ha dicho. En fin, me ha recibido y me ha invitado. Amedianocheenpunto,despuésdelteatro.

El banquero estaba radiante. Entornó los párpados y añadió dando a suspalabrasunvalorparticular:

—Yaestáhecho.¿Yusted?

— ¿Yo qué? —dijo Fauchery afectando no comprender—. Ella quisodarmelasgraciaspormiartículo,yvinoamicasa.

—Sí, sí… Qué felices son ustedes. Se les recompensa… A propósito,¿quiénpagamañana?

El periodista abrió los brazos como diciendo que no había conseguidoaveriguarnada.PeroVandeuvres llamabaaSteiner,queconocíaalcondedeBismarck.LaseñoraDuJoncquoycasiestabaconvencida.Concluyóconestaspalabras:

—Me produjomala impresión; le encontré un rostro desagradable. Pero

prefierocreerquetienemuchoingenio,yesoexplicasuséxitos.

—Sinduda—dijoconunapálidasonrisaelbanquero,queeraunjudíodeFrancfort.

Mientras tanto,Héctor de laFaloise se atrevió a interrogar estavez a suprimo;loalcanzóyledijoaloído:

— ¿Se cena en casa de una señora, mañana por la noche? ¿En casa dequién?¿Encasadequién?

Faucheryhizocomoquenoleescuchaba;habíaqueserprudente.

La puerta acababa de abrirse nuevamente y una anciana señora entróseguida de un jovencito, que el periodista reconoció como el fugado delcolegio que en el estreno deLaVenusRubia había lanzado el famoso grito¡Muybien!delqueaúnsehablaba.Lallegadadeestaseñoraprodujoungranrevuelo.LacondesaSabineselevantóenseguidayfueasaludarla;lacogiódelasmanosylallamaba«miqueridaseñoraHugon».

Héctor, viendo que su primo observaba interesado la escena, a fin deconmoverlelepusoalcorrienteenpocaspalabras;laseñoraHugon,viudadeun notario retirado en las Fondettes, una antigua propiedad de su familia,cercanaaOrleáns,conservabaunaviviendaenParís,enunacasaqueposeíaenlacalleRichelieu;enaquellosdíaspasabaallíunassemanasparainstalarasuhijomásjoven,queestudiabaelprimercursodederecho;enotrostiemposhabíasidogranamigadelamarquesadeChouardyvionaceralacondesa,aquientuvoalgunosmesesensucasa,antesdesumatrimonio,yalaqueaúntuteaba.

—TehetraídoaGeorges—decíalaseñoraHugonaSabine—.Hacrecido,creoyo.

El jovencito, con sus ojos claros y sus rizos rubios de chiquillatransformada en muchacho, saludaba a la condesa con familiaridad, y lerecordabaunapartidadevolantesquehabíanjugadojuntoshacíadosañosenlasFondettes.

—¿PhilippenoestáenParís?—preguntóelcondeMuffat.

—No,no—respondiólaanciana—.SiguedeguarniciónenBourges.

Se había sentado y hablaba con orgullo de su primogénito, unmocetónque, después de enrolarse por una calaverada, acababa de alcanzar en muypoco tiempo el grado de teniente. Todas aquellas señoras la rodearon conrespetuosasimpatía.Laconversaciónseanimó,másamableymásdelicada.

YFauchery,alveraquellarespetableseñoraHugon,aquelrostromaternalcon trenzas de cabellos blancos e iluminado por tan dulce sonrisa, encontró

ridículoelhabersospechadounmomentodelacondesaSabine.

Sinembargo, laaparatosasilla tapizadadesedarojaenquesesentabalacondesa acabó llamándole la atención. La encontró grosera, de una fantasíadesconcertanteenaquelsalónvulgarísimo.Seguramentequenohabíasidoelcondequienintrodujoaquelmuebledevoluptuosapereza.Sehabríadichoqueintentaba el principiodeundeseoyungoce.Entonces se olvidóde todoy,soñando,revivióaquellavagaconfidencia,recibidaunanocheenelreservadode un restaurante. Había deseado introducirse en casa de los Muffat,impulsadoporunacuriosidadsensual;yaquesuamigosehabíaquedadoenMéxico,¿acasono…?Debíaintentarlo.Sindudaeraunanecedad;sóloquelaidea le atormentaba, se sentía atraído y con el vicio despierto.La gran sillateníaunaspectocoquetón,queahoraledivertía.

—¿Qué,nosvamos?—dijoHéctor,prometiéndosequelediríaelnombredelamujerencuyacasacenaría.

—Dentrodepoco—respondióFauchery.

Y ya no se impacientó, dando por pretexto la invitación que le habíanencargadoqueofrecieseyquenoerafácildehacer.Lasseñorashablabandeuna toma de hábitos, una ceremonia muy emocionante, por la que el Parísmundanoestabaconmovidodesdehacíatresdías.SetratabadelaprimogénitadelabaronesadeFougeray,queacababadeentrarenlascarmelitasconunavocación irresistible. La señora Chantereau, prima lejana de las Fougeray,reconocíaquelabaronesatuvoquemeterseencamaaldíasiguienteacausadesudisgusto.

—Yo estuvemuy bien situada—dijo Léonide—. Encontré aquello muycurioso.

Sinembargo, la señoraHugoncompadecíaa lapobremadre. ¡Quédolorperderasíaunahija!

—Semeacusadeserdevota—dijoconsutranquilafranqueza—peroesono impide que encuentre crueles a los hijos que se empeñan en semejantessuicidios.

—Sí,esunacosaterrible—murmurólacondesa,conunligeroescalofrío,ovillándosemásenelfondodesugransilla,delantedelfuego.

Entoncesdiscutieronlasseñoras.Perosusvoceserandiscretas,deligerasrisas que por momentos cortaban la seriedad de la conversación. Las doslámparas de la chimenea, cubiertas con un encaje rosa, las iluminabandébilmente, y sólo había, sobre otrosmuebles apartados, tres lámparasmás,quedejabanelampliosalónenunasuavepenumbra.

Steinerseaburría.ContabaaFaucheryunaaventuradeaquellamujercita

de Chezelles, que sólo llamaba Léonide, una tunanta, decía bajando la vozdetrásdelossillonesdelasseñoras.

Faucherylacontemplabaconsuvestidodesaténazulpálido,cómicamentesentada en una esquina de su butaca, delgada y tiesa comounmuchacho, yacabóporsorprendersedeverlaallí;seencontrabamejorencasadeCarolineHéquet,cuyamadrelahabíamontadoconmuchogusto.Erauntemaparaunartículo. ¡Qué extrañomundo el de la sociedadParisiense!Los salonesmásrígidos estaban invadidos.Evidentemente, aquel silenciosoThéophileVenot,quese limitabaa sonreírenseñandosusdientescariados,debíaconstituirunlegado de la difunta condesa, al igual que las señoras mayores, la deChantereau, la de Du Joncquoy, y cuatro o cinco viejos inmóviles en lasesquinas.

El conde Muffat acostumbraba invitar a funcionarios que poseían esacorrección que tanto gustaba en casa de los hombres de las Tullerías; entreotros, al jefe de negociado, siempre solo en medio de la estancia, la caraafeitadaylamiradaapagada,apretadosutrajehastanopodernimoverse.Casitodos los jóvenes y algunos personajes de buenos modales venían por elmarqués de Chouard, que había conservado relaciones en el partidolegitimista, después de haberse burlado al entrar en el Consejo de Estado.QuedabanLéonidedeChezelles,Steiner,unrincónsospechoso,enelcuallaseñora Hugon conversaba con su serenidad de anciana y amable señora. YFauchery,queyaveía suartículo,y llamabaaquelloel rincónde lacondesaSabine.

—Enotraocasión—continuabaSteinerenvozbaja—Léonidehizovenira su tenor aMontauban.Ella vivía en el castillo deBeaurecueil, dos leguasmáslejos,ytodoslosdíasllegabaenunacalesacondoscaballos,paraverleen el Lion d’Or, donde se hospedaba. El carruaje se quedaba a la puerta yLéonidepermanecía varias horasmientras la gente hacía corro ymiraba loscaballos.

Hubounsilencioypasaronalgunossegundossolemnesbajoeltecho.Dosjóvenes cuchicheaban, pero también callaron, y no se oyómás que el pasoamortiguado del conde Muffat, que atravesaba la estancia. Las lámparasparecíanhabersedebilitado,elfuegoseextinguía,unasombraseveraahogabaa los viejos amigos de la casa en los sillones que ocupaban desde hacíacuarentaaños.Fuecomosi,entredosfrases,losinvitadoshubiesenpresentidola presencia de la madre del conde, mirándoles con su gesto glacial. LacondesaSabinereanudólaconversación:

—Enfin,elrumorsehaextendido.Eljovenhabrámuerto,yesoexplicaríala entrada en el convento de esa pobre muchacha. También se dice que elseñordeFougeraynuncahabríaconsentidoelmatrimonio.

—También se dicen otras muchas cosas —exclamó Léonideimprudentemente.

Seechóareír,negándoseahablar.Sabine,ganadaporaquellaalegría,sellevóelpañueloaloslabios.Yaquellasrisas,enlasolemnidaddelaampliapieza,adquirieronunsonidoquedejóaFaucherysorprendido;erancomoelcristalqueserompe.Ciertamente,enaquellohabíaunprincipiodetrastorno.Todas las voces empezaron a hablar la señora Du Joncquoy protestaba, laseñoraChantereausabíaqueseproyectabaunmatrimonio,peroquelascosasnoadelantaron;losmismoshombreserandesuopinión.

Durantealgunosminutosaquello fueunaconfusiónde juiciosen losquelos diversos elementos del salón, los bonapartistas y los legitimistas, semezclabanalosescépticosmundanos,conquienessecodeaban.Estellehabíallamado para que avivasen el fuego; el criado cargó las lámparas, y parecíaqueaquellodespertaba.Faucherysonreíasintiéndoseagusto.

—Diablos,secasanconDioscuandonopuedencasarseconsuprimo—dijo entre dientesVandeuvres, a quienmolestaba el tema y que acababa dereunirse conFauchery—.Querido, ¿ha visto alguna vez a unamujer amadahacersereligiosa?

Noesperósurespuesta,ydijoamediavoz:

—Decidme,¿cuántosseremosmañana?EstaránlosMignon,Steiner,usted,Blanche,yo…¿Quiénesmás?

—SupongoqueCaroline…Simonne,Gagá sin duda…Nunca se sabe elnúmero;¿noesasí?Enesasocasionessecreequeseránveinteysontreinta.

Vandeuvres,quecontemplabaalasseñoras,pasóbruscamenteaotrotema.

—Debió estar muy bien esa señora Du Joncquoy hace quince años. LapobreEstelleaúnsehaestiradomás.Bonitatablaparameterlaenlacama.

Seinterrumpióyvolvióaltemadelacenadeldíasiguiente.

—Lo más enojoso de todas estas celebraciones es que siempre hay lasmismasmujeres.Seríanecesaria algunanovedad.Tratede encontrar alguna.Tengo una idea. Voy a rogar a ese señor gordo que lleve a la mujer queacompañabalaotranocheenelVarietés.

Hablaba del jefe de negociado, adormilado en un ángulo del salón.Fauchery se divirtió desde lejos siguiendo aquella delicada negociación.Vandeuvressehabíasentadoal ladodelhombregordo,quepermanecíamuydigno.Parecióquediscutíanduranteunmomentolacuestiónpendiente:ladesaber qué verdadero sentimiento empujaba a una muchacha a entrar en unconvento.Luegoelconderegresódiciendo:

—No es posible. Jura que es decente y que se negaría… Sin embargo,apostaríaaquelahevistoenCasaLaure.

— ¡Cómo! ¿Va usted a Casa Laure?—murmuró Fauchery riendo—. Searriesgaustedensemejantessitios.Creíquesólolafrecuentábamosnosotros,lospobresdiablos.

—Querido,hayqueconocerlotodo.

Entonces, riendo, los ojos chispeantes, se dieron detalles sobre la mesaredonda de la patrona de la calle de losMartyrs, en donde la gorda LaurePiedefer, por tres francos, daba de comer a las señoritas apuradas. ¡Bonitocuento!TodaslasmujercitasbesabanaLaureenlaboca.YcomolacondesaSabine volvió la cabeza, cogiendo unas palabras, ellos retrocedieron,restregándose uno contra otro, alegres y excitados. Junto a ellos no habíanpercibidoaGeorgesHugon,que lesescuchabayse sonrojaba tantoqueunaoleadadecarmínleibadesdelasorejashastasugargantadechiquillo.Aqueladolescente estaba avergonzado y embobado. Desde que sumadre lo habíadejado en el salón, no hacía más que dar vueltas en tomo a la señora deChezelles, laúnicamujerqueleparecióbien.¡YesoqueNanalo teníabienagarrado!

—Anoche—decía la señoraHugon—Georgesme llevó al teatro. Sí, alVarietés, donde hacía más de diez años que no había puesto los pies. Estechiquilloadoralamúsica.Amíaquellonomedistrajo,peroéleratandichoso.Hoyrepresentanobrasmuyextrañas.Además,lamúsicameapasionapoco,loconfieso.

— ¿Cómo, señora? ¿No ama usted la música?—exclamó la señora DuJoncquoylevantandolosojosalcielo—.¿Esposiblequenoseamelamúsica?

Fue una exclamación general. Nadie abrió la boca sobre la obra delVarietés, de la cual la buena señora Hugon no había comprendido nada;aquellas señoras la habían visto, pero no querían hablar de ella.Inmediatamentetratarondelsentimiento,delaadmiraciónrefinadayestáticadelosmaestros.AlaseñoraDuJoncquoynolegustabamásqueWeberylaseñoraChantereausequedabaconlositalianos.Lasvocesdeaquellasseñorasestabanlanguideciendo.Sehubiesedichoquedelantedelachimeneahabíaunrecogimientodeiglesia,elcánticodiscretoydesmayadodeunacapilla.

—Vamos —murmuró Vandeuvres, arrastrando a Fauchery al centro delsalón— es preciso que invitemos a una mujer para mañana. ¿Y si se lopidiésemosaSteiner?

—Bah…—dijo el periodista—, cuando Steiner tiene una mujer, es queParísnolaquiere.

Vandeuvres,sinembargo,buscabaentornosuyo.

—Espere.El otrodía encontré aFourcamont conuna rubia encantadora.Voyadecirlequelalleve.

Y llamó aFourcamont.Rápidamente cambiaronunas palabras.Debió depresentarse alguna complicación, porque los dos, andando con precaución,saltabanporencimadelasfaldasdelasseñoraseibanabuscaraotrojoven,conelcualcontinuaronsucharlajuntoaunaventana.FaucherysequedósoloysedecidíaaaproximarsealachimeneaenelmomentoenquelaseñoraDuJoncquoy aseguraba que ella no podía oír interpretar a Weber sin verinmediatamentelagos,bosquesyamaneceressobrelascampiñashúmedasderocío; unamano le tocó en el hombro, a la vez que una voz detrás de él ledecía:

—Esonoesmuyamable.

—¿Qué?—preguntóvolviéndoseyencontrándoseconHéctor.

—Esacenaparamañana.Podríashabermeinvitado.

FaucheryibaarespondercuandoVandeuvresvolvióparadecirle:

—ParecequenoesunamujerdeFourcamont;eslaamigadeaquelseñordeallá…Nopodrávenir.Malasuerte.PeroreclutéaFourcamont,queharáloposibleporllevaraLouise,delPalais-Royal.

—SeñordeVandeuvres—preguntólaseñoraChantereaulevantandolavoz—,¿verdadqueeldomingosilbaronaWagner?

—Bárbaramente,señora—respondióavanzandohaciaellaconsuexquisitacortesía.

Luego,comonoleretenían,sealejóyledijoaloídoalperiodista:

—Voy a reclutar a otros. Esos jovencitos deben conocer a algunasmuchachas.

Entoncesselevio,amableysonriente,abordaraloshombresyhablarconellos en los cuatro rincones del salón. Semezclaba en los grupos, deslizabauna frase al oído de cada uno, y ellos se volvían con un guiño picaresco ygestos muy significativos. Era como si distribuyese un santo y seña con lamayor naturalidad. La frase circulaba y se aceptaba la cita, mientras lasdisertacionessentimentalesdelasseñorassobrelamúsicaatenuabanelrumorfebrildeaquelreclutamiento.

—No,nohableusteddesusalemanes—repetíalaseñoraChantereau—.Elcantoeslaalegría,laluz…¿HaoídoalaPattienelBarbero?

— ¡Deliciosa! —murmuró Léonide, que sólo interpretaba al piano

cancionesdeopereta.

Entre tanto, la condesaSabinehabía llamado.Cuando losvisitantes eranpoconumerosos,elmartesseservíael téenelmismosalón.Mientrashacíadesocuparunveladorporuncriado,lacondesaseguíaconlavistaalcondedeVandeuvres. Aún conservaba aquella vaga sonrisa quemostraba un poco lablancuradesusdientes.Ycuandoelcondepasóporsulado,lepreguntó:

—¿Quéestáconspirando,señordeVandeuvres?

—¿Yo,señora?—respondióéstetranquilamente—.Noconspiro.

—Leveíatanatareado…Bien,metienequehacerunfavor.

Lepusoenlasmanosunálbum,rogándolequelollevasealpiano.PeroélencontróelmediodedecirenvozbajaaFaucheryquetendríanaTatanNéné,la garganta más hermosa del invierno, y a María Blond, que acababa dedebutarenelFolies-Dramatiques.Mientras,HéctordelaFaloiseledeteníaacada paso, esperando una invitación. Acabó por ofrecerse. Vandeuvres loadmitióenseguida;sóloquelehizoprometerquellevaríaaClarisse,ycomoHéctorfingióciertoescrúpulo,letranquilizódiciendo:

—Puestoquelainvitoyo,yabasta.

Noobstante,Héctorhabríaquerido saber el nombrede lamujer.Pero lacondesahabíallamadoaVandeuvres,alquelepreguntócómohacíaneltélosingleses.

ÉlibaconfrecuenciaaInglaterra,endondecorríansuscaballos.

Según él, los rusos eran los únicos que sabían preparar el té, y dio lafórmula. Luego, como si hubiese continuado un trabajo interior mientrashablabaseinterrumpióparapreguntar:

—Apropósito,¿yelmarqués?¿Esquenoleveremos?

—Pues sí; mi padre me lo ha prometido —respondió la condesa—.Empiezoainquietarme.Sustrabajoslohabránretenido.

Vandeuvres tuvounadiscreta sonrisa.Aél también leparecíaconocer laclase de trabajos que ocupaban al marqués de Chouard. Pensaba en unahermosapersonaaquienelmarquésllevabaavecesalcampo.Talvezpodríancontarconella.

FaucheryjuzgóquehabíallegadoelmomentodearriesgarlainvitaciónalcondeMuffat.Laveladaseprolongaba.

—¿Hablaenserio?—preguntóVandeuvres,quelocreíaunabroma.

—Muy en serio. Si no cumplo el encargo, me arrancará los ojos. Uncapricho,yalosabeusted.

—Entoncesleayudaré,querido.

Dieron lasonce.La condesa, ayudadapor suhija, servía el té.Comonohabían acudido más que los íntimos, las tazas y los platos con pastelitoscirculaban familiarmente. Incluso las señoras no abandonaron su asientodelantedelfuego,bebiendodespacioycogiendolospastelillosconlapuntadelosdedos.Laconversaciónpasóde lamúsicaa losabastecedores.NohabíacomoBoissierpara lascremasyCatherinepara loshelados;sinembargo, laseñora Chantereau abogaba por Latinville. Se hablaba sin calor,desmayadamente;lalasitudadormecíaalsalón.

Steinersepusoatrabajarsordamentealdiputado,quequedóbloqueadoenelrincóndeunsofá.ElseñorVenot,aquienlosdulceshabríandestrozadolosdientes,comíapastassecas,mordiscoamordisco,conunroerderatón;eljefedenegociadometía la nariz en la tazayno acababanunca.La condesa, sinapresurarse, iba de un lado a otro, sin insistir, quedándose unos segundosobservandoa loshombrescongestodemuda interrogación; luego sonreíaycontinuaba. El fuego la había enrojecido y parecía hermana de su hija, tanenjutaytantorpealladosuyo.

Cuando se aproximaba a Fauchery, que hablaba con su marido y conVandeuvres, notó que se callaban, y no se detuvo, dirigiéndose a GeorgesHugonconlatazadetéqueofrecía:

—Es una señora que quiere teneros a cenar —informó alegremente elperiodista,dirigiéndosealcondeMuffat.

Y Muffat, cuyo rostro había permanecido serio toda la velada, pareciósorprendido.

—¿Quéseñora?

—Eh…Nana—dijoVandeuvres,conobjetodeprecipitarlainvitación.

Elcondesepusomásserio.Apenassipestañeó,mientrasunmalestar,conundolordecabeza,selefijabaenlafrente.

—Perosinoconozcoaesaseñora—murmuró.

—Puesustedestuvoensucasa—observóVandeuvres.

— ¿Cómo? ¿En su casa…? Ah, sí; fui el otro día, para el Comité deBeneficencia. Ni me acordaba… No importa, no la conozco y no puedoaceptar.

Habíaadoptadounaireglacial,parahacerlesentenderqueaquellabromaerademuymalgusto.Elsitiodeunhombredesurangonoestabaenlamesade una de esas señoras. Vandeuvres se recreó: se trataba de una cena deartistas,yeltalentoloexcusabatodo.Perosinhacercasoalosargumentosde

Fauchery,quehablabadeunacenaen laqueelpríncipedeEscocia,unhijodelrey,sehabíasentadoalladodeunaantiguacantantedecabaret,elcondeacentuósunegativa.Inclusodejóescaparungestodeirritación,apesardesugrancortesía.

GeorgesyHéctor,depie losdosyconsu tazade téen lamano,oyeronalgunaspalabrasacercadeellos.

—Vaya,esencasadeNana—murmuróHéctor—.Debísuponerlo.

Georgesnodecíanada,perose impacientaba:surubiocabellorevueltoysusojosazulesreluciendocomoascuasseñalabancómoelvicioenqueandabadesdehacíaunosdíasleencendíayletrastornaba.Alfinselebrindaríatodoloquehabíasoñado.

—Elcasoesquenosésudirección—murmuróHéctor.

—BulevarHaussmann,entrelacalleArcadeylacallePasquier,tercerpiso—dijoGeorgesdeuntirón.

Y como el otro le mirase con desconcierto, añadió, enrojeciendo y conpetulancia:

—Soydelapartida;mehainvitadoestamañana.

Pero un granmovimiento se había producido en el salón. Vandeuvres yFaucherynoinsistieronmásanteelconde.ElmarquésdeChouardacababadeentrarytodosseacercaronasaludarle.Avanzabapenosamente,flaqueándolelaspiernas,ysequedóenelcentrodelaestancia,pálido,parpadeando,comosisaliesedealgunacallejuelasombríayestuviesecegadoporlaclaridaddelaslámparas.

—Yanoesperabaverle,padre—dijolacondesa—.Habríaestadoinquietahastamañana.

Lamiró sin contestar, con el aspecto de quien no comprende. Su nariz,muygruesaensuafeitadorostro,parecíacomohinchadaporlaerisipelayellabio inferior le colgaba. La señora Hugon, viéndole tan abatido, sintiólástima.

—Trabajademasiado.Deberíadescansar…Anuestraedadhayquedejarlostrabajosparalosjóvenes.

—Eltrabajo…Sí,eltrabajo—balbuceó—.Siempredemasiadotrabajo.

Se recobraba, enderezaba su encorvado talle, pasándose la mano, en unademánmuypropiodeél,porsusblancoscabellos,cuyosrarosmechoneslecaíandetrásdelasorejas.

—¿Enquétrabajahastatantarde?—preguntólaseñoraDuJoncquoy—.

LecreíaenlarecepcióndelministrodeFinanzas.

—Mipadreteníaqueestudiarunproyectodeley—intervinolacondesa.

—Sí,unproyectodeley—dijo—precisamenteunproyectodeley…Meencerré…Esrespectoa lasfábricas,yquisieraqueseobservaseeldescansodominical. Es verdaderamente vergonzoso que el Gobierno no se decida aactuarconvigor.Lasiglesiasestánvacías,vamosalacatástrofe.

Vandeuvres había mirado a Fauchery. Ambos se encontraban detrás delmarqués, y le olfateaban. Cuando Vandeuvres pudo llevárselo aparte, parahablarledeaquellaguapapersonaquellevabaalcampo,elancianofingióunagransorpresa.AcasolehabíavistoconlabaronesaDecker,encasadelacualpasabaavecesalgunosdías,enViroflay.Tansóloporvenganza,Vandeuvreslepreguntóbruscamente:

—Diga,¿pordóndehapasado?Sucodoestállenodetelasdearañaydeyeso.

—Micodo—murmuróelancianoligeramente turbado—puesesverdad.Unpocodesuciedad…Debícogerlaalsalirdecasa.

Varias personas se marchaban. Era casi medianoche. Dos criados sellevaron las tazas vacías y las bandejas de pasteles sin hacer ruido.Ante lachimenea, las señoras habían reformado y reducido su corro, hablando conmás abandono en la languidez de aquel fin de velada. El mismo salón seadormecía, y sus paredes se llenaban de vagas sombras. Entonces Faucheryhablóderetirarse,peroseolvidódeirseparacontemplaralacondesaSabine,la cual descansaba de sus tareas de ama de casa en su sitio de costumbre,muda,losojospuestosenuntizónqueyaeraunabrasa,ysurostro,tanblancoyfirme,lehizorenacersusdudas.Alresplandordelachimenea,lospelillosnegrosdellunarqueteníajuntoaloslabiosparecíanrubios.IgualqueellunardeNana,hastadelmismocolor.NopudocontenerseyselodijoaVandeuvresaloído.Yeracierto,peroéstenolohabíanotado.YcontinuaronelparaleloentreNanaylacondesa.Leencontraronunvagoparecidoenlabarbillayenlaboca,aunquelosojosnoeraniguales.Además,Nanateníaaspectodebuenamuchacha,ycon lacondesanose sabíaaquéatenerse; sehabríadichounagata dormida, las uñas escondidas y las patas apenas agitadas por unestremecimientonervioso.

—Apesardetodo,unoseacostaríaconella—declaróFauchery.

Vandeuvresladesnudabaconlamirada.

—Sí, tiene razón—dijo—. Pero no sé, no sé; desconfío de susmuslos.Apostaríaquenolostiene.

Secalló.Faucheryletocabavivamenteconelcodo,señalándoleaEstelle,

sentada en su taburete delante de ellos. Habían levantado la voz sin darsecuenta,yelladebiódeoírles.Sinembargo,permanecíatiesa,inmóvil,consucuellodelgadodemuchachaquecreciómuy rápidamente,y enelqueniunpeloseagitaba.Entoncesseapartarontresocuatropasos.Vandeuvresjurabaquelacondesaeraunamujermuyhonesta.

En aquel instante las voces de la chimenea se elevaron. La señora DuJoncquoydecía:

—HeadmitidoqueelcondedeBismarckpuedeserunhombredetalento,perosipretendequeseaungenio…

Aquellasseñorashabíanvueltoasuprimertema.

—¿Cómo?¿OtravezconelcondedeBismarck?—murmuróFauchery—.Ahorasíquemevoy.

—Espere—dijo Vandeuvres— aún nos falta una contestación definitivadelconde.

El conde Muffat hablaba con su suegro y algunos hombres serios.Vandeuvres lo apartó y renovó la invitación, y la apoyó diciendo que éltambién iría a la cena.Un hombre podía ir a todas partes; nadie vería nadamaloenloquesólohabíacuriosidad.Elcondeescuchabasusargumentosconlos ojos bajos y sin decir nada. Vandeuvres notó que vacilaba, cuando elmarquésdeChouardseaproximóaellosconaireinterrogador,ycuandosupodequésetrataba,porqueFaucheryleinvitóasuvez,mirófurtivamenteasuyerno.

Hubo un silencio embarazoso, pero ambos se animaban y habríanconcluidoporaceptarsielcondeMuffatnosehubiesequedadoaunpasodelseñor Venot mirándole con fijeza. El viejecito no sonreía, tenía un rostroterrosoyojosdeacero,clarosyagudos.

—No—respondió el conde inmediatamente y en tono tan claro que noadmitíaréplica.

Entonces elmarqués rehusó conmayor energía aún. Habló de lamoral.Lasclasesaltasdebíandarelejemplo.FaucheryesbozóunasonrisayestrechólamanoaVandeuvres,diciendoqueseibainmediatamenteporquedebíapasarporelperiódico.

—EncasadeNanaamedianoche,¿noesasí?

Héctorde laFaloiseseretiró igualmente.Steineracababadesaludara lacondesa.Otroshombreslessiguieron.Lamismafrasecirculaba,repetidaporcada uno: «Amedianoche en casa deNana» al ir a recoger su abrigo en laantesala.Georges,quedebíairseconsumadre,sehabíaquedadoenelumbral,indicando la dirección exacta: «Tercer piso, la puerta de la derecha». No

obstante, antes de salir, Fauchery echó un último vistazo.Vandeuvres habíavueltoasusitioenmediodelasseñorasyhablabaconLéonidedeChezelles.ElcondeMuffatyelmarquésdeChouard semezclaronen laconversación,mientraslabuenaseñoraHugondormitabaconlosojosabiertos.Perdidotraslas faldas, el señor Venot se hacía pequeñito y recobraba su sonrisa.Lentamentesonaronlasdoceenlavastaysolemneestancia.

— ¡Cómo, cómo!—replicaba la señora Du Joncquoy—. ¿Supone ustedque el condedeBismarcknoshará la guerraynosganará? ¡Oh! estoya esdemasiado.

Reían, en efecto, alrededor de la señora Chantereau, quien acababa derepetir aquella idea, quehabíaoído enAlsacia, donde sumaridoposeíaunafábrica.

—Elemperadorestáallí,afortunadamente—dijoelcondeMuffat,consugravedadoficial.

ÉstafuelaúltimapalabraqueescuchóFauchery.CerrólapuertadespuésdecontemplarunavezmásalacondesaSabine.Ellahablabasuavementeconeljefedenegociadoyparecíainteresarseenlaconversacióndeaquelhombregordo.Decididamenteestabaequivocadoynohabíatalcascajo.

Eraunalástima.

—¿Qué?¿Nobajas?—legritóHéctordesdeelvestíbulo.

Yen laacera,alsepararse, todavía repitieron:«HastamañanaencasadeNana».

CapítuloIV

Desde muy temprano Zoé había puesto el piso a disposición de unmaestresala,llegadodecasaBrébantconunséquitodecamarerosydemozos.Brébanteraquienlosuministraríatodo:cena,vajilla,cristalería,manteleríayflores,yhastasillasytaburetes.Nananohabríaencontradoniunadocenadeservilletas en sus armarios, y no habiendo tenido tiempo de instalar su casasegúnelboatoqueexigíasunuevavida,desdeñabairalrestauranteypreferíaqueelrestaurantefueseasucasa.Leparecíamáselegante.

Queríacelebrarsugranéxitocomoactrizconunacenaquediesemuchoque hablar. Como el comedor resultaba demasiado pequeño, el maestresalahabíapuestolamesaenelsalón,unamesaquedabaparaveinticincocubiertosmuyapretados.

—¿Estátodolisto?—preguntóNanaalvolveramedianoche.

—Ay, no lo sé —respondió secamente Zoé, que parecía fuera de sí—.Gracias a Dios, yo nome ocupo de nada. Han cometido un destrozo en lacocinayentodalacasa.Apesardetodohetenidoquedisputar.Losotrosdostambiénvinieron,perolosmandéapaseo.

Hablabadelosantiguosseñoresdelaseñora,delcomercianteydelvalaco,queNanahabíadecididodespedir,seguradelfuturo,puesdeseabacambiardepiel,comoelladecía.

—¡Vayaunoslatosos!—murmuróella—.Sivuelvenamenázalosconiralacomisaría.

LuegollamóaDaguenetyGeorges,quesehabíanquedadoenlaantesala,dondecolgaron susabrigos.Losdos sehabíanencontradoa la salidade losartistas,enelpasajedelosPanoramas,yellalosmetióenuncoche.Comoaúnnohabía llegadonadie, lesgritóqueentrasenenel tocador,mientrasZoé laarreglaba.Sincambiarsedevestido,sehizoretocarelpeinadoysepusounascuantasrosasblancasenelmoñoyenelcorpiño.Eltocadorestabaabarrotadode losmuebles que tuvieron que sacar del salón y amontonarlos: veladores,sofásysillonesconlaspatasalaire,yellayaestabalistacuandolafaldaseleenganchó en una ruedecilla y se rasgó. Entonces soltó unos furiososjuramentos, pues aquello sólo le sucedía a ella. Rabiosa, se despojó de suvestido, un vestido de seda blanca, muy sencillo, tan suave y tan fino queparecíauncamisón.Peroenseguidavolvióaponérselo,alnoencontrarotrovestido de su gusto, casi llorando y diciendo que vestía como una trapera.DaguenetyGeorgestuvieronqueprendereldesgarrónconalfileresmientrasZoévolvíaapeinarla.Lostresseapresurabanentornosuyo,elpequeñosobretodo,derodillasenelsueloylasmanosentresusfaldas.

NanaconsiguiócalmarsecuandoDaguenetleaseguróquesólodebíanserlasdoceycuarto,pueselterceractodeLaVenusRubia,lohabíadespachadoagalope,comiéndoselasréplicasysaltándoseloscuplés.

—Aún es demasiado buenopara ese hatajo de imbéciles—dijoNana—.¿Habéisvistoquécabezaslasdeestanoche?QueridaZoé,esperaaquí.Noteacuestes,porsitenecesito.Vaya,yaempiezaeljaleo.Aquíllegagente.

Seescapó.Georgesquedóderodillas,conlosfaldonesdelfracbarriendoel suelo. Se sonrojó al ver que Daguenet le miraba. Pero los dos se teníanafecto.Rehicieron el nudo de su corbata delante de la cornucopia, y el unocepillóalotro,puesestabanblancosdetantorozarseconNana.

—Pareceazúcar—murmuróGeorges,consurisadeniñogoloso.

Unlacayodelibrea,alquiladoparalanoche,introducíaalosinvitadosen

elsaloncito,unareducidapiezaenlaquesólodejaroncuatrosillonesparaquecupiesemásgente.Delsalónvecinollegabaunruidodevajillaycubiertosypor debajo de la puerta pasaba una viva raya de luz. Nana, al entrar, yaencontróinstaladaenunsillónaClarisseBesnus,aquienhabíallevadoHéctordelaFaloise.

— ¿Cómo? ¿Eres la primera?—dijoNana, que la trataba familiarmentedesdesuéxito.

—Hasidoéste—repusoClarisse—.Siempretienemiedodellegar tarde.Silehubiesehechocaso,nomehabríapodidoquitarelcoloretenilapeluca.

Eljoven,queveíaaNanaporprimeravez,seinclinóylasaludó,hablandode su primo y disimulando su turbación con una exagerada cortesía. PeroNana, sin escucharle ni conocerle, le estrechó lamano, y en seguida acudióhaciaRoseMignon.Derepentesevolviómuydistinguida.

—¡Ah,queridaseñora,quéamable!Deseabatantoverlaenmicasa.

—También estoy encantada, se lo aseguro —dijo Rose con su mayoramabilidad.

—Siéntese…,¿nonecesitanada?

—No,gracias.Vaya,meheolvidadoelabanicoenmiabrigo.Steiner,mireenelbolsilloderecho.

Steiner y Mignon habían entrado detrás de Rose. El banquero salió yvolvióconelabanico,mientrasqueMignonabrazabacariñosamenteaNana,obligandoaRoseaquehicieselomismo.¿Acasonoerantodosdelamismafamilia del teatro?Después le guiñó los ojos a Steiner, para animarle, peroéste, turbado por la intencionada mirada de Rose, se contentó con besar lamanodeNana.

EnaquelmomentoelcondedeVandeuvresaparecióconBlanchedeSivry.Hubo grandes reverencias. Nana, muy ceremoniosa, llevó a Blanche a unsillón.Mientras,Vandeuvrescontaba,riendo,queFaucherydiscutíaabajoconelporteroporquehabíanegado la entradadel cochedeLucyStewart.En laantesala ya se oía aLucy, que trataba al portero de grosero, pero cuando ellacayoabriólapuerta,seadelantóconsurisueñagracia,senombróellamismaycogió lasdosmanosdeNanadiciéndolequeella lahabíaencontradomuysimpática desde el primer momento y que tenía mucho talento. Nana,envanecida con su nuevo papel de ama de casa, daba las graciasverdaderamenteconfundida.Noobstante,parecíapreocupadadesdelallegadadeFauchery.Cuandopudoacercársele,lepreguntóenvozbaja:

—¿Vendrá?

—No, no ha querido —respondió secamente el periodista, cogido de

sorpresa, aunque ya había preparado una historia para explicarle la negativadelcondeMuffat.

En seguida comprendió su necedad al ver la palidez deNana, y trató decorregirsufrase:

—Nohapodido;estanochellevaalacondesaalbailedelMinisteriodelInterior.

—Está bien —murmuró Nana, que dudaba de la buena voluntad delperiodista—.¡Yamepagarásesto!

—¡Ah,no!—replicóél,molestopor laamenaza—.Nomegustanestosencargos.DirígeteaLabordette.

Sedieronlaespalda,enfadados.PrecisamenteMignonempujabaaSteinercontraNana.Cuandoéstaquedósola,ledijoenvozbajayconuncinismodebuencompadrequedeseacomplaceraunamigo:

—Semuereporusted…Sóloquetienemiedodemimujer.¿Noesciertoquelodefenderá?

Nanaaparentónocomprender.SonreíamirandoaRose,asumaridoyalbanquero;despuésledijoaéste:

—SeñorSteiner,ustedsesentaráamilado.

Perollegaronunasrisasdelaantesala,cuchicheos,yunaoleadadevocesalegres y chillonas, como si hubiese allí las colegialas escapadas de unconvento. Y apareció Labordette, arrastrando consigo a cinco mujeres, supensionado,segúnlafrasemaliciosadeLucyStewart.VeníaGagá,majestuosacon suvestidode terciopelo azul que la ceñía;CarolineHéquet, siempre entisúnegroadornadodeencajes;luegoLéadeHom,malvestidacomosiempre;la gorda Tatan Néné, una rubia bonachona con pechos de nodriza, siempretema de bromas, y por fin la pequeña María Blond, una quinceañera queparecíaunjuncoyteníacaradepicaruela,quehacíasudebutenelFolies.

Labordette las había traído a todas en unmismo carruaje, y ellas aún sereían por haber viajado tan apretadas,MaríaBlond sobre las rodillas de lasotras. Pero se callaron, cambiando apretones demanos y saludos, todas conmuchacompostura.Gagásehacíalaniña,ceceandoporexcesodebuentono.Sólo Tatan Néné, a quien dijeron durante el camino que seis negroscompletamente desnudos servirían la cena en casa deNana, se inquietaba yqueríaverlos.Labordettelatratódeingenuaylepidióquesecallase.

—¿YBordenave?—preguntóFauchery.

—¡Oh,imagínesesiestarédesolada!—exclamóNana—.Nopodráserdelosnuestros.

—Sí—añadió Rose Mignon—metió el pie en una trampa y tiene unatorceduraabominable. ¡Si looyera jurarcon lapiernaatadayestiradasobreunasilla!

Entonces todo el mundo se puso a compadecer a Bordenave. SinBordenavenoseconcebíaunabuenacena,peroprocuraríanpasarsesinél,yyasehablabadeotracosacuandoseoyóunavozmuyfuerte.

—¿Quéesesto?¿Yaquierenenterrarme?

Oyóse una exclamación general y todos volvieron la cabeza. EraBordenave, enorme y muy rojo, rígida una pierna, de pie en el umbral,apoyándose en el hombro de SimonneCabiroche.Demomento se acostabaconSimonne.Estajovencita,quehabíarecibidounaesmeradaeducación,quetocaba el piano y hablaba inglés, era una rubia menuda, tan delicada, queparecíadesmoronarsebajoelbastopesodeBordenave;sinembargo,sonreíasumisa.Estuvieronasíalgunossegundos,notandoquehacíanunbuencuadro.

—Debo de quererlos mucho —continuó él—. Confieso que he tenidomiedodeaburrirme,ymehedicho:«Anda,veallá».—Se interrumpióparasoltarunreniego—:¡Rayos!

Simonne había dado un paso demasiado rápido, lastimándole el pie.Bordenavelaempujó,yella,sindejarsusonrisa,bajósubonitorostrocomounanimalquetemeserapaleado,ylososteníacontodassusfuerzasderubitacarnosa.Porlodemás,enmediodelasexclamaciones, todosseapresuraron.NanayRoseMignonarrastraronunsillón,enelquesederrumbóBordenave,mientras las otras mujeres le ponían otro sillón bajo la pierna. Y todas lasactricesqueestabanallíleabrazaronylebesaron.Élgruñíaysuspiraba.

—¡Rayosyrayos!Enfin,elestómagoestásólido;yaloveréis.

Habíanllegadootrosconvidados.Nosepodíadarunpaso.Losruidosdelacocinaeranmenoresahora,yseoíaunadiscusiónenelsalón,dondegruñíaelmaestresala.Nanaseimpacientaba,noesperabamásinvitadosyseasombrabadequeno sirvieran.Había enviado aGeorges apreguntar qué sucedía, y sequedó más sorprendida al ver entrar más gente, hombres y mujeres, sinconocer a ninguno. Entonces, un poco molesta, interrogó a Bordenave,Mignon y a Labordette. Ellos tampoco los conocían. Cuando se dirigía alconde deVandeuvres, éste se acordó y dijo que eran los jóvenes que habíareclutadoencasadelcondeMuffat.Nanalediolasgracias.«Muybien,muybien…»Sóloqueibanaestarmuyapretados,yrogóaLabordettequefueraaencargarotrossietecubiertos.Apenashabíasalidocuandoelcriadointrodujoaotrastrespersonas.No,estoyaerademasiado;nocabríantodos,seguroqueno.Nana,queempezabaaenfadarse,decíaconmuchoempaquequeaquelloera excesivo. Pero al ver que aún llegaban otros dos, se echó a reír y lo

encontrómuydivertido.¡Tantopeor!Seacomodaríancomopudiesen.Todosestabandepie, a excepcióndeGagáyRoseMignon, queocupaban losdossillonesquenoacaparabaBordenave.Lasvoceszumbaban,sehablababajo,conteniendoligerosbostezos.

—Dime,hijamía—preguntóBordenave—,¿ysinossentásemosalamesaahoramismo?Estamosyatodos,¿verdad?

—Sí,sí,estamosyatodos—respondióellariendo.

Paseósusmiradasysepusoseria,comoasombradapornoencontrarallíaalguien. Sin duda faltaba un convidado del que no se hablaba. Era precisoesperar.Unosminutosmás tarde, los invitados vieron entre ellos a un granseñor,denoblesemblanteyhermosabarbablanca.Ylomássorprendentedetodo fue que nadie lo vio entraño debió deslizarse en el saloncito por unapuerta del dormitorio, todavía entreabierta. Reinó el silencio, circularonrumores…El conde deVandeuvres sabía con seguridad quien era el señor,porquecambiaronundiscretoapretóndemanos,perosólorespondióconunasonrisaalaspreguntasdelasseñorasCarolineHéquet,amediavoz,asegurabaqueeraunlordinglésquealdíasiguientevolvíaaLondresparacasarse;ellalo conocíamuy bien, lo había disfrutado. Y esta historia corrió de boca enboca entre lasmujeres, aunqueMaríaBlond pretendía reconocer en él a unembajador alemán que se acostaba frecuentemente con una de sus amigas.Entre los hombres se le juzgaba con frases breves. Un hombre que parecíaserio.Talvezeraélquiénpagabalacena.Muyposible.Olíaapagano.

Bah,contalquelacenafuesebuena…Enfin,sequedaronenladuda,yyase olvidaban del anciano de la barba blanca cuando el maestresala abrió lapuertadelsalón.

—Laseñoraestáservida.

Nana había aceptado el brazo de Steiner, sin advertir, al parecer, unmovimiento del anciano, que siguió detrás de ella completamente solo. Porotro lado, no podía organizarse el desfile.Hombres ymujeres entraron a ladesbandada,bromeandoconunabondadburguesasobrelafaltadeceremonia.Unagranmesacruzabaelsalóndeunextremoaotro,yaúnresultabapequeña,porqueloscubiertossetocaban.Cuatrocandelabrosdediezvelasiluminabanelservicio,sobretodounchapeado,condosguirnaldasdefloresaderechaeizquierda.Un lujo de restaurante, porcelana de filetes dorados, sin numerar,cubiertosusadosydesgastadosporlosaños,copasdisparescuyojuegopodíacompletarseencualquierbazar.Aquelloolíaaestrenodemasiadoprematuro,enmedio de una fortuna rápida y cuando nadie estaba en su sitio. Faltabanlámparas; los candelabros, cuyas bujías estaban demasiado altas y con pocamecha,dabanuna luzpálidayamarillentaporencimade lascompoteras,delosplatosapiladosydelasfuentes,dondelasfrutas,lasyemasylospasteles

sealternabansimétricamente.

—Yalosaben—dijoNana—,quecadaunosesientedondepueda.Esmásdivertido.

Ella permanecía en pie delante de la mesa. El anciano señor que nadieconocíasesituóasuderechamientrasellareteníaaSteinerasuizquierda.Losconvidados ya se sentaban cuando se oyeron groseras invectivas en elsaloncito.EraBordenave,dequiensehabíanolvidadoyquepasabasusapurospara levantarse de los dos sillones, aullando y llamando a la holgazana deSimonne, escapada con las demás. Las mujeres corrieron hacia él,compadecidas.Bordenaveapareció,sostenidoyllevadoporCaroline,Clarisse,TatanNénéyMaríaBlond.Yfueunproblemainstalarle.

—En medio de la mesa, frente a Nana —gritaron—, Bordenave en elcentro.¡Quenospresida!

Entonces aquellas señoras lo sentaron en el centro. Pero hizo falta unasegundasillaparasupierna.Dosmujereslelevantaronlapiernaylaestirarondelicadamente.Aquellonoeranada,comeríadelado.

—¡Diablos!—gruñía—.Parecequeestoyenun tiesto.Ah,gatitasmías,papáseencomiendaavuestroscuidados.

Rose Mignon se colocó a su derecha y Lucy Stewart a su izquierda.Prometieroncuidarle.Ahoracallaba todoelmundo.ElcondedeVandeuvresse situó entre Lucy y Clarisse; Fauchery entre Rose Mignon y CarolineHéquet.Porelotrolado,HéctordelaFaloiseseapresuróacolocarsejuntoaGagá, a pesar de las llamadas deClarisse, situada enfrente,mientras que laMignon, que no abandonaba a Steiner, no se separaba de él más que porBlanche,yteníaasuizquierdaaTatanNéné.LuegoseguíaLabordette.Enfin,enlosdosextremosestabanlasjóvenes,Simonne,LéadeHom,MaríaBlond,sinorden,amontonadas.AllíeradondeDaguenetyGeorgessimpatizaronmáscadavezalveraNanasonriendo.

Noobstante,comodospersonassequedarondepie,sebromeóasucosta.Loshombresofrecíansusrodillas.Clarisse,quenopodíamovernielcodo,ledecía a Vandeuvres que contaba con él para comer. También Bordenavepermanecía en su sitio con sus sillas. Hubo un último esfuerzo y todo elmundopudosentarse,perogritóMignonqueestabancomosardinasenbarril.

—Purédeespárragosalacondesa,consoméalaDeslignac—murmurabanloscamarerospaseandoplatosservidospordetrásdelosconvidados.

Bordenave aconsejaba el consomé a todo el mundo, cuando se oyó ungrito.

Se protestaba y se enfadaban. La puerta acababa de abrirse y tres

retrasados, unamujer y dos hombres, penetraron. ¡Ah, no! ¡Aquello ya erademasiado!Nana, sin embargo, abrió los párpados, sinmoverse de su silla,paraversilosconocía.LamujereraLouiseViolaine,peronuncahabíavistoaloshombres.

—Querida—dijoVandeuvres—, el señor es un oficial demarina amigomío,elseñordeFourcamont,aquienheinvitado.

Fourcamontsaludómuycomplacido,añadiendo:

—Yyomehepermitidotraeraunodemisamigos.

—¡Ah,perfecto,perfecto!—exclamóNana—.Siéntense.Aver,Clarisse,retrocedeunpoco.Estándemasiadoanchosporahí.Conbuenavoluntad…

Aún se estrecharonmás;FourcamontyLouiseobtuvieronpara ellosunaesquinade lamesa,peroelamigotuvoquequedarse lejos,adistanciadesucubierto,ycomíaalargandolosbrazosporentreloshombrosdesusvecinos.Los camareros retiraron los platos de la sopa y circularon salchichasaplastadasdegazapo trufadoyniokis a laparmesana.Bordenavealborotó atoda lamesadiciendoqueestuvoapuntode traer aPrulliere, aFontanyalviejoBosc.

Nana se puso muy digna; dijo secamente que los habría recibido comomerecían. Si hubiese querido tener a sus camaradas, ella misma se habríaencargado de invitarlos. No, no; nada de cómicos. El viejo Bosc siempreestababorracho,Prullieretragabademasiado,yencuantoaFontan,sevolvíainsoportableensociedadconsusgritosysusnecedades.Además,sesabequelos cómicos siempre quedan desplazados cuando se encuentran entrecaballeros.

—Sí,sí,escierto—declaróMignon.

Alrededordelamesa,aquelloscaballerosdefracycorbatablancaestabanmuyelegantes,ysusrostrospálidosmostrabanunadistinciónquelafatigaaúnacentuaba más. El anciano señor tenía gestos lentos, una sonrisa delicada,comosipresidieseuncongresodediputados.VandeuvresparecíaencontrarseencasadelacondesaMuffat,conunaexquisitacortesíaparaconsusvecinos.AquellamismamañanaNanaaúnledecíaasutíaqueencuestióndehombres,no podía tenerlos mejores; todos nobles o todos ricos; en fin, hombresdistinguidos.Yencuantoa lasmujeres,secomportabanmuybien.Algunas,Blanche,LéayLouisehabíanvenidoescotadas,ysóloGagámostrabaunpocodemás, sobre todo cuando por su edad hubiese sidomejor enseñarmenos.Cuandocadaunoseacomodó,lasrisasylasbromascesaron.GeorgespensabaquehabíaasistidoacenasmásdivertidasencasadelosburguesesdeOrleáns.Apenassehablaba,loshombresquenoseconocían,semiraban,ylasmujerespermanecíantranquilas,yestosobretodoadmirabaaGeorges.

Los encontraba muy circunspectos, cuando creía que todo el mundo seabrazaríainmediatamente.

Se servía el segundo plato, una carpa del Rin a la Chambord y unaguarnicióndecorzoalainglesa,cuandoBlanchedijoenvozalta:

—QueridaLucy,eldomingoencontréasuOllivier.¡Cómohacrecido!

—Claro; ya tiene dieciocho años —respondió Lucy—. Eso no merejuvenecemucho.Ayersevolvióasuescuela.

SuhijoOllivier,delquehablabaconorgullo,eraalumnodelaescuelademarina.Entoncessehablódelosniños.Todaslasseñorasseenternecieron.

Nanaserefirióaloqueerasumayoralegría:elpequeñoLouis,queestabaencasadesutía,queselollevabatodaslasmañanasalasonce,yellalometíaensucama,y jugabacon«Lulú»,supequinés.Eramorirsederisavera losdosmetersepordebajode lacolchahasta lospies.Nopodían imaginarse lopillínqueeraLouiset.

—Ayerpaséundía…—contóasuvezRoseMignon—.FigúrensequefuiabuscaraCharlesyaHenriasupensionado,ytuvequellevarlosalteatroporlatarde.Saltabanypalmoteabanconsusmanitas:«¡Veremosactuaramamá!¡Veremosactuaramamá!».¡Oh,unalboroto!unverdaderoalboroto.

Mignonsonreíacomplacido,susojoshúmedosdeternurapaternal.

—Ydurantelarepresentación—prosiguióél—estabantangraciososconsuseriedaddehombrecitos,comiéndoseaRoseconlamirada,preguntándomeporquémamáteníalaspiernasdesnudas…

Todos se echaron a reír. Mignon triunfaba, halagado en su orgullo depadre.Adoraba a sus pequeños, y sólo le inquietaba una cosa: aumentar sufortunacomoadministrador,conunarigidezdeintendentefiel,deldineroqueganabaRoseenelteatroyenotrossitios.Cuandosecasóconella,erajefedeorquesta en el café-concierto donde ella cantaba; entonces se amabanapasionadamente.Ahoraeranbuenosamigos.Todosearreglóentreellos:ellatrabajabatodoloquepodía,consutalentoysubelleza;élabandonósuviolínpara cuidarse mejor de sus éxitos de artista y de mujer. No se habríaencontradounmatrimoniomásburguésnimásunido.

—¿Quéedadtieneelprimogénito?—preguntóVandeuvres.

—Henritienenueveaños.Peroesyaunmuchacho.

LuegolegastóbromasaSteiner,quenoqueríaalosniños,yledecíacontranquilaaudaciaquesifuesepadrederrocharíamenosneciamentesufortuna.Mientrashablaba,espiabaalbanqueroporencimadeloshombrosdeBlanche,para ver si se entendía con Nana. Pero desde hacía unos minutos Rose y

Fauchery,quehablabanmuyjuntos,leirritaban.SindudaqueRosenoiríaaperdersutiempoconsemejantenecio.Enesoscasos,siempresemetíadepormedio.Yconsuscuidadasmanos,conundiamanteenelmeñique,sellevóunfiletedecorzoalaboca.

Por otro lado, la conversación sobre los niños continuaba. Héctor de laFaloise, turbadopor lavecindaddeGagá, lepreguntabaacercade suhija, aquienhabíatenidoelplacerdeverconellaenelVarietés.Liliseportababien,pero aún era muy jovencita. Se quedó sorprendido al saber que Lili iba acumplirdiecinueveaños.Gagálepareciómásimponente.YcomotratasedeaveriguarporquénohabíallevadoaLili,ellarespondiófrunciendoelceño:

— ¡Oh, no, no! Nunca. No hace ni tres meses que quiso salir delpensionado…Yopensabacasarla en seguida,peroellamequiere tanto,quetuvequetraérmela.Ymuyamipesar.

Sus párpados azulados, de pestañas quemadas, parpadeaban mientrashablaba del acomodamiento de su hija. Si a sus años no había conseguidoahorrar nada, trabajando siempre y teniendo aún a hombres, sobre todo ajovenzuelos de los que podría ser su abuela, era que verdaderamente elmatrimonio valía más. Se inclinó sobre Héctor, quien se sonrojó bajo elhombrodesnudoyblanqueadoconqueellaloaplastaba.

—Sabeusted—murmuró—,siellapasapordondenodebe,noseráculpamía.Perosebromeatantocuandoseesjoven…

Había mucho movimiento alrededor de la mesa. Los camareros seapresuraban. Después de lo servido, aún aparecían otros platos: pollo a lamariscala,filetesdelenguadoensalsaverdeyescalopes.Elmaestresalaquehasta entonces mandó escanciar vino de Meursault, ofreció Chambertin yLéoville.Duranteelligerodesbarajustedelcambiodeservicio,Georges,cadavez más asombrado, preguntó a Daguenet si todas aquellas señoras teníanhijos,yéste,divertidoconlapregunta,sepusoadarledetalles.

LucyStewart erahijadeunengrasadordeorigen inglés, empleadoen laestación del Norte; treinta y nueve años, una cabeza de caballo, peroencantadora,tísicaysinmorirnunca;lamáselegantedeaquellasseñoras,trespríncipesyunduque.

Caroline Héquet, nacida en Burdeos de un empleadillo muerto devergüenza, tenía labuenasuertedecontarconunamadrequeeraunamujerconcabeza,quiendespuésdehaberlamaldecido,habíavueltoconellaalcabode un año de reflexión, tratando de salvarle una fortuna; la muchacha, deveinticincoañosdeedadymuyfina,pasabaporunadelasmujeresmásbellasquesepodían teneraunprecio invariable; lamadre,muyordenada, llevabaloslibros,unacontabilidadseveradeingresosygastos,yregíalacasadonde

vivían, dos pisosmás arriba de dondehabía instaladoun taller de costura ylencería.

En cuanto a Blanche de Sivry, cuyo verdadero nombre era JacquelineBaudu,procedíadeunpueblocercanoaAmiens;magníficapersona,neciayembustera;sedecíahijadeungeneralynoconfesabamásque treintaydosaños;muyapreciadaporlosrusosacausadesugordura.

Después Daguenet añadió un breve informe sobre las demás: ClarisseBesnus,recogidacomodoncelladeSaint-Aubin-sur-Merporunaseñoracuyomarido la había lanzado; Simonne Cabiroche, hija de un comerciante demueblesdelarrabaldeSaint-Antoine,educadaenungranpensionadoparaserinstitutriz,yMaríaBlond,yLouiseViolaine,yLéadeHom,todascrecidasenelarroyoParisiense,sincontarTatanNéné,quehabíacuidadovacashastalosveinte años enChampagne.Georges escuchabamirando a aquellasmujeres,aturdidoyexcitadoporaqueldesembalajebrutal,soltadotancrudamenteasuoído;mientras,detrásdeél,loscamarerosrepetíanconvozrespetuosa:

—Polloalamariscala…Filetesdelenguadoensalsaverde.

—Querido—dijoDaguenet,queleimponíasuexperiencia—notomeesepescado,queyanovalenadaaestashoras.YconfórmeseconelLéoville;esmenostraidor.

Unpesadocalorseelevabadeloscandelabros,delosplatospaseadosydetoda lamesa, donde treinta y ocho personas se asfixiaban, y los camareros,distraídos,corríansobrelaalfombraylamanchabandegrasa.Sinembargo,lacena no se animaba casi. Aquellas señoras no hacían más que picotear,dejandolamitaddelacomida.SóloTatanNénécomíadetodo,vorazmente.Aunahoratanavanzadadelanoche,allínohabíamásquehambresnerviosasycaprichos de estómagos desordenados. Junto a Nana, el anciano señorrechazaba todos los platos que le presentaban; sólo había tomado unacucharadadelasopa,ycalladoantesuplato,observaba.

Se bostezaba discretamente. De vez en cuando se cerraban algunospárpados y algunos rostros se volvían terrosos; era un aburrimiento, comosiempre, según la expresión de Vandeuvres. Aquellas cenas, para serdivertidas,no teníanquedesarrollarseconmiramientos.Deotromodo,si sehacíanlosvirtuosos,conbuenosmodales,eralomismoquecomercongenteshonestas, siendo imposible aburrirse más. Sin Bordenave, que aullabaincansable, se habrían dormido todos. Aquel animal de Bordenave, con lapiernabienestirada,sedejabaservirconairedesultánporsusvecinas,LucyyRose,lascualessóloseocupabandeél,cuidándole,mimándole,vigilandosucopaysuplato,loquenoimpedíaquesiguieraquejándose.

—¿Cuáleslaquecortarámicarne?Yonopuedoconlamesaaunalegua.

Simonneselevantabaacadamomento,sequedabadepiedetrásdeél,paracortar su carney supan.Todas lasmujeres se interesaban en loque comía.Llamabanaloscamarerosyloatracabanhastaahogarle.HabiéndolelimpiadolabocaSimonne,mientrasRoseyLucylecambiabanelcubierto,loencontrómuygracioso,yalfinsedecidióamostrarsecontento:

—Asísehace.Estásentupapel,pequeña.Lamujernofuehechamásqueparaesto.

Se animaron un poco y la conversación se generalizó. Se acababan lossorbetesdemandarina.Elasadocalienteeraunfiletetrufado,yelasadofríouna gelatina de pintada. Nana, enfadada por la falta de expansión de susconvidados,sepusoahablarenvozalta:

— ¿Saben que el príncipe de Escocia hamandado que se le reserve unpalco de proscenio para ver La Venus Rubia, cuando venga a visitar laExposición?

—Confíoenquetodoslospríncipespasaránporallá—declaróBordenaveconlabocallena.

—EldomingoseesperaalshadePersia—dijoLucyStewart.

EntoncesRoseMignonhablódelosdiamantesdelsha.

—Llevaunatúnicacubiertadepiedras,unamaravilla,unastroflotantequerepresentamillones.

Y aquellas señoras, pálidas, con ojos brillando de codicia, alargaron suscuellos,citandoalosotrosreyesyalosotrosemperadoresqueseesperaban.Todas soñaban con algún capricho real, con una noche pagada con unafortuna.

—Decidme, querido —preguntó Caroline Héquet inclinándose haciaVandeuvres—,¿quéedadtieneelemperadordeRusia?

—Bah,notieneedad—respondióelconderiéndose—.Peronohaynadaquehacer,seloadvierto.

Nana fingió sentirsemolesta. La palabra parecíamuy dura y se protestóconunmurmullo.PeroBlanchedabadetallesacercadelreydeItalia,aquienhabíavistounavezenMilán;noeramuyguapo,locualnoleimpedíateneratodaslasmujeres,yseenfadócuandoFaucheryaseguróqueVíctorManuelnovendría a París. Louise Violaine y Léa se inclinaron por el emperador deAustria.DeprontoseoyóalapequeñaMaríaBlondquedecía:

—¡VayaunvejeteeltalreydePrusia!YoestabaenBadenelañopasado,yseleveíasiempreconelcondedeBismarck.

— ¿Bismarck? —interrumpió Simonne—. Yo lo conocí. Un hombre

encantador.

—Eso es lo que yo decía ayer —exclamó Vandeuvres— y no queríancreerme.

YlomismoqueencasadelacondesaSabine,seocuparonlargamentedelconde de Bismarck. Vandeuvres repetía las mismas frases. Por un instante,parecía estar de nuevo en el salón de los Muffat; sólo las señoras habíancambiado.Precisamentesepasóaltemadelamúsica.Luego,habiendodejadoescaparFourcamontunapalabraacercadelatomadehábitosdequehablabatodo París, Nana, interesada, quiso saber detalles sobre la señorita deFougeray. ¡Oh, pobrecita, enterrarse así en vida! Pero cuando la vocaciónllama…Alrededorde lamesa todas lasseñorasestabanmuyconmovidas.YGeorges, fastidiado por oír estas cosas por segunda vez, interrogaba aDaguenet sobre las costumbres íntimas de Nana, mientras la conversaciónrecaía fatalmenteenelcondedeBismarck.TatanNénése inclinóaloídodeLabordetteparapreguntarlequiéneraaquelBismarck,queellanoconocía.

Entonces Labordette le contó con mucha delicadeza unas historiasmonstruosas:aquelBismarcksecomía lacarnecruda,cuandoseencontrabacon una mujer cerca de su madriguera se la llevaba a hombros, y con eseprocedimientoteníayatreintaydoshijosaloscuarentaaños.

— ¡A los cuarenta años, treinta y dos hijos! —exclamó Tatan Néné,estupefactayconvencida—.¡Estarámuyfatigadoparasuedad!

Todosseecharonareír,ycomprendióqueseburlabandeella.

—¡Eresunnecio!¿Acasoséyosiestásbromeando?

Mientras tanto Gagá continuaba con la Exposición. Al igual que todasaquellas señoras, se regocijaba y se preparaba. Una buena temporada, contodoslosprovincianosylosextranjeroscallejeandoporParís.Enfin,talvezdespués de la Exposición, si los asuntos habían ido bien, podría retirarse aJuvisy,enunacasitaqueviomuchotiempoatrás.

—¿Quéquiere?—decía aHéctor—.No seconsiguenada.Si aunque laamasenauna…

Gagá se enternecía porque había sentido la rodilla del jovenpegada a lasuya. Héctor se puso granate. Ella, ceceando, lo medía de una ojeada. Unseñoritonomuypesado,peroGagátampocoeradifícil.HéctordelaFaloiseconsiguiósudirección.

—Mirad —murmuró Vandeuvres a Clarisse—, me parece que Gagá sellevaavuestroHéctor.

—Pocomeimporta—respondiólaactriz—.Esemuchachoesidiota.Yalohe echado tres veces. Cuando a esos mocosos les da por las viejas, me

asquean.

Y se interrumpió para señalar con un sobrio ademán a Blanche, quiendesde el principio de la cena permanecía inclinada en una posición muyincómoda pavoneándose y queriendo enseñar sus hombros al anciano señor,sentadotressillasmásallá.

—Tambiénledejan,querido—replicóella.

Vandeuvres sonrió finamente, con un gesto de indiferencia.Ciertamente,no sería él quien impidiese a la pobre Blanche conseguir una conquista. ElespectáculoquedabaSteineratodalamesaeramásinteresante.Seconocíaalbanquero por sus enamoramientos, pues este terrible judío alemán, estemanejadordeasuntosencuyasmanossefundíanlosmillones,eraunimbécilcuandotropezabaconunamujer,ylasqueríatodas,nopudiendoaparecerunaenelteatrosinquelacomprase,porcaraquefuese.Sedabancifras.Dosveceslehabíaarruinadosufuriosoapetitodemuchachas.ComodecíaVandeuvres,las muchachas vengaban la moral vaciando sus arcas. Una gran operaciónsobrelasSalinasde lasLandas lehabíadevueltosupoderíoenlaBolsa; losMignon,desdehacíaseismeses,mordíanfuertementeenlasSalinas.PeroyaseapostabaabiertamentequenoseríanlosMignonquienessequedaríancontodoeljamón,porqueNanaenseñabasusblancosdientes.

UnavezmásSteinerestabacogido,ytanfuertementeque,alladodeNana,parecíacomoadormecido,comiendosinapetito,el labiocolganteyelrostrosalpicado de manchas. Ella no tenía más que nombrar una cantidad. Sinembargo, no se apresuraba; jugaba con él, le soltaba su risa al oído y sedivertía con los estremecimientos quepasabanpor su ancho rostro.Siemprehabría ocasión de sujetar aquello si el grosero y maleducado condeMuffathacíadecididamentedecastoJosé.

—¿LéovilleoChambertin?—murmuróuncamareroasomandolacabezaentreNanaySteiner,enelmomentoenqueéstelehablabaaellaenvozbaja.

—¿Eh?¿Qué?—balbuceódesconcertado—.Loqueustedquiera;medalomismo.

VandeuvresempujabaligeramenteconelcodoaLucyStewart,unalenguamalévola, un espíritu feroz cuando se lanzaba. Mignon, aquella noche, laexasperaba.

—Yasabequeaguantarálavela—decíaellaalconde—.Confíaenqueserepita el lance del pequeño Jonquier.Ya se acordará de Jonquier, aquel queestabaconRoseyseencaprichóconlagranLaure.Mignonselaproporcionóy luego se lo llevó del brazo a casa deRose, como unmarido al que se leacabara de permitir una juerguecita… Pero esta vez le saldrá el tiro por laculata.Nananodevuelveloshombresqueleprestan.

—¿QuédiablostendráMignonquemiratanseveramenteasumujer?—preguntóVandeuvres.

SeinclinóyvioqueRoseseenternecíaalladodeFauchery.Estoleexplicólacóleradesuvecina,yexclamóriendo:

—¡Diablos!¿Acasoestácelosa?

— ¿Celosa? —replicó enfurecida Lucy—. Pues si Rose tiene ganas deLéon, se lo daré muy gustosa. ¡Para lo que vale! Un ramo a la semana, ysegún. Fíjese, querido: estas mujeres de teatro son todas iguales. Rose halloradoderabialeyendoelartículodeLéonsobreNana;losé.Entonces,comocomprenderá,tambiénnecesitaunartículo,yseloconquista.YovoyamandarapaseoaLéon;yaloverá.

Sedetuvoparadeciralcamareroqueestabadepiedetrásdeellacon lasdosbotellas:

—Léoville.

Despuésprosiguió,bajandolavoz:

—Novoyagritaresenoesmiestilo…Peronodejadeserunacanallada.Siestuvieseenelpuestodesumarido,lepegaríaunapaliza…Estonolaharáfeliz. No conoce a mi Fauchery, un cerdo que se pega a las mujeres paracrearseunaposición.¡Bonitagente!

Vandeuvres trató de calmarla. Bordenave, abandonado por Rose y porLucy,seenfadabaygritabaquedejabanmorirapapádehambreydesed.

Esto produjo mucho regocijo. La cena languidecía, nadie comía ya. Seestropeaban en los platos las setas a la italiana y las empanadas de ananásPompadour.Peroelchampañaquesebebíadesdeelconsoméanimabapocoapoco a los convidados con una embriaguez nerviosa. Se acabó por guardarmenos compostura; las mujeres se acodaron frente a los abandonadoscubiertos,loshombres,pararespirar,retiraronhaciaatrássussillas,ylosfracsnegros se hundieron entre los corpiños claros, y los hombros desnudosadquirieronunmatizdeseda.

Hacíademasiadocalor,ylaclaridaddelasvelas,queaúnamarilleaban,seespesaba por encima de lamesa. Por instantes, cuando una nuca dorada seinclinababajounalluviaderizos,elbrillodeuncollardediamantesrelucíaenlo alto de unmoño. Las alegrías lanzaban fuego, los ojos reían, los dientesblancos se entreveían y el reflejo de los candelabros ardía en las copas dechampaña.Sebromeabamuyalto,segesticulabaenmediodepreguntasquequedabansinrespuesta,ysehacíanllamadasdeunextremoaotrodelsalón.Peroeranloscamarerosquieneshacíanmásruido,creyéndoseenlospasillosde su restaurante, empujándose y sirviendo los postres y los helados con

exclamacioneschillonas.

—Pequeñasmías—gritóBordenave—,no sé si sabréis quemañanahayfunción.¡Cuidadoconelchampaña!

—Amí—decíaFourcamont—,quehebebidotodoslosvinosimaginablesenlascincopartesdelmundo…¡Oh,líquidosextraordinarios,alcoholesparamataraunhombredegolpe…!Pueseso,amí,nada.Nopuedoembriagarme.Loheintentado,peronopuedo.

Estabamuypálido,muyfrío,recostadocontraelrespaldodesusillaysindejardebeber.

—No importa —murmuró Louise Violaine—. Acaba, que ya tienesbastante…Seríabonitoquemepasaseelrestodelanochecuidándote.

Laembriaguezponíaen lasmejillasdeLucyStewart las llamas rojasdelostísicos,mientrasRoseMignonseponíatiernayselehumedecíanlosojos.TatanNéné,aturdidaporhabercomidotanto,reíatontamenteensunecedad.Lasdemás,Blanche,Caroline,SimonneyMaríahablabantodasalavezysecontaban sus cosas: una discusión con su cochero, un proyecto de salida alcampo,historietascomplicadasdeamantesrobadosydevueltos.Atodoesto,unjoven,vecinodeGeorges,quisobesaraLéadeHornyrecibióunabofetadaconun: «¡Ea, dejadme tranquila!».Muy indignado, yGeorges,muybebido,muy excitado por la vista de Nana, vaciló ante una idea que madurabaseriamente:ladeponersedecuatropatas,bajolamesa,eiracolocarseasuspiescomosifueseunperrillo.Nadielehabríavistoyestaríamuyagusto.

Luego,traselruegodeLéaaDaguenetparaquedijesealjoveninoportunoque se estuviese quieto, Georges se puso de repentemuy triste, como si lehubiesen reñidoaél;aquelloeraunanecedad,unaburrimientosinnadaquevalieselapena.

Daguenet,noobstante,bromeabayleobligabaabeberseungranvasodeaguaalavezquelepreguntabaquéharíasiseencontrasesoloconunamujer,cuandotrescopasdechampañabastabanparatumbarle.

—Vean—repusoFourcamont—,enLaHabanahacenunaguardienteconunabayasalvaje,yparecequesebebefuego.Puesbien,unatardebebímásdeun litro y nome hizo nada.Más fuerte que eso; otro día, en las costas deCoromandel,lossalvajesnosdieronnoséquémezcladepimientayvitriolo;tampocomehizoefecto.Nopuedoemborracharme.

Desde hacía un rato el rostro de Héctor de la Faloise, frente a él, ledisgustaba.Gruñía y soltaba palabras desagradables.Héctor, cuya cabeza sevolvíaymovíamucho,searrimabaaGagá,perounainquietudacabóconsuagitación:lehabíancogidoelpañuelo,yloreclamabaconlacabezoneríadela

embriaguez, interrogando a sus vecinos, y agachándose para mirar bajo lassillasyalospies.YcomoGagátratasedetranquilizarle,murmuró:

—Eso es estúpido; en una esquina tienemis iniciales ymi corona. Esopodríacomprometerme.

—Dígame, señor Falamoise, Lamafoise, Mafaloise —gritó Fourcamont,quehallabamuydivertidodesfigurarhastaelinfinitoelnombredeljoven.

Pero Héctor de la Faloise se enfadó. Habló de sus antepasados,balbuceando.AmenazóconarrojarunabotellaalacabezadeFourcamont.ElcondedeVandeuvrestuvoqueintervenirparaasegurarqueFourcamonteraunbromista. Todo el mundo se reía. Esto conmovió al aturdido joven, que enseguida quiso volver a sentarse, y comía con una obediencia de chiquillocuandosuprimoleordenabaagritosquecomiese.Gagávolvióacogerloparasí; sólo que de vez en cuando él echaba sobre los convidados miradasdisimuladasyansiosas,sindejardebuscarsupañuelo.

EntoncesFourcamont,queestabaenvena,atacóaLabordetteatravésdelamesa.LouiseViolainetratabadequecallase,pues,segúndecíaella,cuandosemetía con los demás, siempre acababa mal para ella. Fourcamont habíaencontradounabromaqueconsistíaenllamaraLabordette«señora»ydebíadivertirle mucho porque lo repetía mientras Labordette, tranquilamente, seencogíadehombros,diciendocadavez:

—Cállese,querido;noseanecio.

Pero como Fourcamont proseguía y llegaba a los insultos, sin que sesupieseporqué,dejóderesponderleysedirigióalcondedeVandeuvres:

—Señor,hagacallarasuamigo…Noquisieraenfadarme.

Dosvecessehabíabatido.Selesaludabayseleadmitíaentodaspartes.

Hubo una sublevación general contra Fourcamont. Toda la mesa sealegraba, encontrándolo muy ingenioso, pero aquello no era motivo paraestropearlanoche.Vandeuvres,cuyorostroalfinsepusocobrizo,exigióquedevolviese su sexo a Labordette. Los otros hombres, Mignon, Steiner,Bordenave,muyexcitados,intervinierontambién,gritandoyapagandosuvoz.Y únicamente el anciano señor olvidado junto a Nana conservaba su airerespetable, su sonrisa cansadaymuda,mientras seguía con sus pálidos ojosaquellazarabandadelospostres.

—Gatitamía,¿ysitomásemosaquíelcafé?—dijoBordenave—.Seestámuybien.

Nananorespondióinmediatamente.Desdequeempezólacenanoparecíaencontrarseensucasa.Todoelmundolahabíaahogadoyaturdido,llamandoaloscamareros,hablandoalto,poniéndoseasugusto,comosiestuviesenen

un restaurante. Ellamisma olvidaba su papel de anfitriona y no se ocupabamásquedelgordoSteiner,quereventabadeapoplejíaasulado.Leescuchabay aún negaba con la cabeza y con su risa provocadora de rubia carnosa. Elchampañabebidoseleveíaenlasmejillas,enlabocahúmedayenlosojoschispeantes, y el banquero ofrecíamás a cadamovimiento coquetón de sushombros y a cada ligera ondulación voluptuosa de su cuello cuando ellamirabaaotrolado.Élveíaallí,juntoaloído,unrinconcitodelicado,unrasoquelevolvíaloco.

EnalgúnmomentoNana,molesta,seacordabadesus invitadosy tratabade ser amableparademostrarlesque sabía recibir.Hacia el finalde la cena,estabamuybebida, y esto la desolaba; el champaña embriagaba en seguida.Entoncesladesesperóunaidea.

Eraunacochinadaloquequeríanhacerleaquellasseñorascomportándosemalensucasa. ¡Oh, loveíaclaro!LucyhabíaguiñadoelojoparaanimaraFourcamontcontraLabordette,mientrasRose,Carolineylasotrasexcitabanaaquellos señores. Ahora todo estribaba en no entenderse, para decir que sepermitíatodoenlascenasdeNana.¡Puesibanaver!Pormásembriagadaqueestuviese,todavíaeralamáseleganteylamásdecente.

—Gatita mía —repitió Bordenave—, di que sirvan el café aquí. Loprefiero,debidoamipierna.

PeroNanasehabíalevantadobruscamente,murmurandoaloídodeSteinerydelancianoseñor,quienessequedaronestupefactos:

—Meestábienempleado.Estomeenseñaráanoinvitaragentemarrana.

Despuésseñalóconlamanolapuertadelcomedor,ydijoenvozalta:

—Yalosaben:siquierencafé,allílohay.

Dejaron lamesa y se empujaronhacia el comedor sin notar la cólera deNana.YenseguidanoquedóenelsalónmásqueBordenave,apoyándoseenlas paredes, avanzando con precaución, y echando pestes contra aquellascondenadasmujeresquesemofabandepapáahoraqueestabanllenas.

Los camareros levantaron el servicio obedeciendo las órdenes delmaestresala. Se precipitaron, se atropellaron e hicieron desaparecer lamesa,comoun decorado demagia al silbido del jefe de los tramoyistas.Aquellasseñoras y aquellos caballeros tenían que regresar al salón una vez hubiesentomadoelcafé.

—Caramba, aquí hace menos calor —dijo Gagá estremeciéndoseligeramentealentrarenelcomedor.

La ventana de aquella pieza había permanecido abierta. Dos lámparasiluminaban lamesa, endondeestaba servidoel caféyhabía los licores.Sin

sillas,sebebióelcaféenpiemientraseljaleodeloscamarerosaumentabaenelsalón.

Nana había desaparecido, pero nadie se inquietaba por su ausencia. Lopasabanperfectamentesinella,ycadaunoseservía,buscandoenloscajonesdelaparadorlascucharillasquefaltaban.Sehabíanformadovariosgrupos;laspersonasseparadasdurantelacenasereunieron,ysecambiaronmiradas,risassignificativasypalabrasqueresumíanlassituaciones.

—¿Noescierto,Auguste—dijoRoseMignon—,queelseñorFaucherydeberíaveniraalmorzarunodeestosdías?

Mignon, que jugueteaba con la cadena de su reloj, envolvió durante unsegundo al periodista con su severa mirada. Rose estaba loca. Como buenadministradorpondríaordenatantodesbarajuste.Porunartículo,sea,peroenseguidapuertacerrada.Noobstante,comosabíaelpocojuiciodesuesposa,ycomo tenía por norma permitirle paternalmente una tontería cuando eranecesario,respondió,amable:

—Claroquesí;estarémuyencantado.Vengamañana,señorFauchery.

Lucy Stewart, que charlaba con Steiner y Blanche, escuchó aquellainvitación.Alzandolavoz,dijoalbanquero:

—Es la rabia que tienen todas. Hay una que hastame robómi perro…Veamos,querido,¿acasoesculpamíasiustedlaabandona?

Rosevolviólacabeza.BebíasucaféasorbitosmientrasmirabaaSteinerfijamente,muypálida,ytodalacóleracontenidaensuabandonoaparecióensus ojos como una llama. Ella veía más que Mignon; era una majaderíapretender un asunto como el de Jonquier, pues tales maquinaciones noresultabandosveces.Tantopeor.TendríaaFauchery,delqueseencaprichóenlacena,ysiMignonnoestabasatisfecho,estoleenseñaríaparaotravez.

—¿Noiránabatirse?—ledijoVandeuvresaLucyStewart.

—No,notengamiedo.Peroqueestétranquilaosacolostrapitosalsol.

YllamandoaFaucherycongestoimperioso,dijo:

—Querido,tengotuszapatillasencasa.Haréqueselasllevenmañanaatuportero.

Él quiso bromear, pero ella se alejó con aires de reina. Clarisse, que seapoyabaenunaparedconeldeseodebebertranquilamenteunvasodekirsch,seencogiódehombros.¡Bonitosdesplantesparaunhombre!¿Acaso,desdeelmomento en que dos mujeres se encontraban reunidas con sus amantes, laprimera idea no era la de quitárselos? Eso era lo reglamentado. Ella, porejemplo, si hubiese querido, habría arrancado los ojos aGagá por culpa de

Héctor.¡Ah,sí!Leteníasincuidado.Luego,cuandoHéctorcruzóanteella,selimitóadecirle:

—Vaya,síquetegustanmayorcitas.Yanosonmaduras,sinopasadaslasquenecesitas.

Héctor pareció muy humillado. Estaba inquieto. Al ver que Clarisse seburlabadeél,tuvosospechas.

—Nada de bromas —murmuró—. Tú me cogiste el pañuelo;devuélvemelo.

—Vaa fastidiarnoscon supañuelo—exclamóella—.Aver, idiota, ¿porquéhabríadecogértelo?

—Pues —dijo él con desconfianza— para enviárselo a mi familia ycomprometerme.

Mientras,Fourcamontnoparabadebeberyseguíariendosocarronamentemirando a Labordette, que tomaba café con las señoras y soltaba frases sinacabar de concretar lo que quería decir. Para unos, hijo de un tratante deganado,yotrosdecíanqueeraelbastardodeunacondesa;nadaclaro,perosiempre con veinticinco luises en el bolsillo; el criado de las mujeres, unbribónquenoseacostabanunca…

— ¡Jamás, jamás! —exclamaba irritado—. No, ya lo veis; tengo queabofetearle.

VacióunvasitodeChartreuse.ElChartreuseno lehacía elmenordaño.«Ni tanto así»decía, yhacía chascar lauñade supulgar en elbordede losdientes. Pero de pronto, en el momento en que avanzaba hacia Labordette,palideció y se derrumbó ante el aparador como un fardo. Estaba borrachocomounacuba.

LouiseViolainesequedódesolada.Yadecíaellaqueaquelloacabaríamal;tendría que pasar el resto de la noche cuidándole. Gagá la tranquilizóexaminandoaloficialconojodemujerexperimentada;dijoquenoeranadayqueelcurdadormiríadoceoquincehorasseguidas.SellevaronaFourcamont.

—Aver¿dóndeestáNana?—preguntóVandeuvres.

Justo, Nana había desaparecido al levantarse de la mesa. Ahora seacordaban de ella y todos la reclamaban. Steiner, inquieto desde hacía unmomento, preguntó a Vandeuvres por el anciano aquél, que también habíadesaparecido.Peroelcondeletranquilizó,puesacababadeacompañaralviejoalasalida,unextranjero,delqueerainútildecirelnombre,unsujetomuyricoquesecontentabaconpagarlascenas.

Luego,cuandoseolvidabannuevamentedeNana,Vandeuvresdescubrióa

Daguenet,queasomabalacabezaporunapuertaylollamabaconunademán.Yeneldormitorio encontró a ladueñade la casa sentada, rígida, los labiosblancos, mientras Daguenet y Georges, de pie, la contemplaban con gestoconsternado.

—¿Quétiene?—preguntósorprendidoelconde.

Ellanorespondió,nisiquieravolviólacabeza.Élrepitiósupregunta.

— ¡Pues tengo—gritó ella—, que no quiero que se burlen demí enmicasa!

Entoncessoltómilpestes.Sí,sí,ellanoeraunaimbécilyloveíaclaro.Sehabíanburladodeelladurantelacena,diciendobarbaridadesparademostrarqueladespreciaban.¡Unhatajodemarranasquenolellegabanalasueladelos zapatos!Y se había desvivido por agasajarles, para que la despedazaseninmediatamente.Aúnnosabíaquélareteníaynoponíaatodaaquellagentuzadepatitasenlacalle.Y,ahogándolalaira,lavozselerompióensollozos.

—Vamos,pequeña;estásborracha—dijoVandeuvrestuteándola—.Tienesqueserrazonable.

Contestóquenoqueríayquesequedaríaallí.

—Esposiblequeestéborracha,peroquieroquemerespeten.

Desde hacía un cuarto de hora, Daguenet y Georges le suplicabaninútilmente que volviese al comedor. Ella, terca, decía que sus invitadospodíanhacerloquequisieran,quelosdespreciabatantoquenovolveríaasulado. ¡Nunca, nunca! Aunque la hicieran pedazos, se quedaría en suhabitación.

—Debísuponérmelo—prosiguió—.EsesecamellodeRosequientramóelcomplot.AhoraestoyenqueRoseimpidióquevinieseesaseñoradecenteaquienesperabaestanoche.

HablabadelaseñoraRobert.Vandeuvreslediosupalabradehonordequela señora Robert se negó por sí misma. Escuchaba y discutía sin reír,acostumbradoaaquellasescenas,sabiendocómodebíatratarsealasmujeresqueseencontrabanensemejanteestado.Perocuandotratabadecogerladelasmanos para levantarla de la silla y llevársela, ella se revolvía con mayorcólera.Nadielaconvencería,porejemplo,dequeFaucherynohabíaimpedidoque el condeMuffat viniese. Ese Fauchery era una verdadera serpiente, unenvidioso, un hombre capaz de encarnizarse con una mujer y destruir sufelicidad.Porqueal fin lo sabía: el condeestabaencaprichadoconella.Ellahubierapodidotenerlo.

—¿Él, querida? ¡Jamás!—exclamóVandeuvres, olvidando su aplomoyriendo.

—¿Porquéno?—preguntóella,algomásdespejada.

—Porque siempre anda entre curas, y si la tocase con la punta de losdedos, iría a confesarlo al día siguiente… Siga un buen consejo. No dejeescaparalotro.

Porunmomentosequedósilenciosa,reflexionando.Luegoselevantóparairalavarselosojos,perocuandoquisieronllevarlaalcomedor,volvióagritarfuriosamentequeno.Vandeuvresabandonóeldormitorioconunasonrisaysininsistirmás.Ycuandosalió,NanasufrióunacrisisdeternuraysearrojóalosbrazosdeDaguenetrepitiendo:

—Ah,queridoMimí,nadiecomotú…¡Teamo,sí!Teamomucho.¡Quédichasipudiéramosvivirsiemprejuntos!¡Diosmío,quédesgraciadassomoslasmujeres!

Luego, viendo que Georges se ponía muy encarnado al ver cómo sebesaban, también loabrazóy lebesó.Mimínopodía tenercelosdeuncrío.QueríaquePaulyGeorgessiempreestuviesendeacuerdo,porqueseríamuyagradableestarasí,lostresjuntos,sabiendoquesequeríanmucho.

Perounextrañoruidolesllamólaatención;alguienroncabaenlaalcoba.Entonces,despuésdebuscar,descubrieronaBordenave,queluegodetomarsesucafédebióinstalarseallícómodamente.Dormíasobredossillas,lacabezaapoyadaenlacamaylapiernaestirada.

Nanaloencontrótangraciosoconlabocaabiertaylanarizhinchándoselea cada soplido, que se echó a reír como una loca. En el acto salió de lahabitaciónseguidadeDaguenetydeGeorges,atravesóelcomedoryentróenelsalónriendoescandalosamente.

— ¡Ah, querida!—dijo echándose casi en brazos deRose—.No puedehacerseidea.Vengaaveresto.

Todas las mujeres tuvieron que seguirla. Las cogía de las manos concaricias y las arrastraba en un arranque de jovialidad tan franco que todasrieronconfiadas.Labandadesaparecióy luego regresó,despuésde estarunminutosincasirespirarcontemplandoaBordenave,instaladomagistralmente.

Yestallaronlascarcajadas.Cuandounadeellaspedíasilencio,seoíanalolejoslosronquidosdeBordenave.

Yaerancercadelascuatro.Enelcomedorhabíanpreparadounamesadejuego,alaquesesentaronVandeuvres,Steiner,MignonyLabordette.Depie,trasellos,LucyyCarolineapostaban,yBlanche,adormiladaydescontentadesunoche,preguntabacadacincominutosaVandeuvressiibanamarcharseenseguida.

Enelsalóntratabandebailar.Daguenetsesentabaalpiano,alacómoda,

segúndecíaNana;Mimíejecutabavalsesypolcasamedidaqueselospedían.Pero el baile languidecía, las señoras hablaban entre sí, amodorradas en lossofás.

Deprontoseoyóunalboroto.Oncejóvenesquellegabanenbandadareíanabiertamenteenlaantesalayseempujabanhacialapuertadelsalón;salíandelbailedelMinisteriodelInterior,enfracycorbatablanca,conrosetasdecrucesdesconocidas.Nana, indignadaanteaquellaentrada tanescandalosa, llamóaloscamareros,queestabanenlacocina,ylesordenóqueechasenaaquellosseñoresfuera,jurandoquenuncaloshabíavisto.

Fauchery, Labordette, Daguenet y todos los hombres avanzaron paraobligaraquerespetasenaladueñadelacasa.Secruzaronpalabrasgruesasyse levantaron losbrazos.Porunmomentodio la impresióndeque seoiríanbofetadas,perounrubitodeaspectoenfermizorepetíaconinsistencia:

—Vamos,Nana…laotranoche,encasadePeters,enelgransalónrojo…Acuérdese:ustednosinvitó.

¿LaotranocheencasadePeters?Noseacordabadenada.¿Quénochefueésa?Ycuandoelrubitoledijoeldía,elmiércoles,ellarecordóhabercenadoel miércoles en casa de Peters, pero no había invitado a nadie; estaba casisegura.

—Sinembargo—murmuróLabordette,queempezabaatenersusdudas—,silosinvitaste…Talvezestuviesesunpocoalegre.

EntoncesNanaseechóareír.Eraposible,peronoseacordaba.Enfin,yaqueaquellosseñoresestabanallí,podíanentrar.Todosearreglóyvariosdelosreciénllegadosencontraronamigosenelsalón,conloqueelescándaloacabóenapretonesdemanos.

El rubitodeaspectoenfermizo teníaunode losapellidosmás ilustresdeFrancia.Y anunciaronque aúnvendríanmás, lo que era cierto, pues a cadamomentoseabríalapuerta,presentándosecaballerosderigurosaetiquetaquesalíandelbailedelMinisterio.

Fauchery,burlándose,preguntósinoestabaconelloselministro,yNana,ofendida,replicóqueelministroibaacasaspeoresquelasuya.DeloquenohablabaeradesuesperanzadeverentraralcondeMuffatentreaquelcortejo.Podía haber cambiado de parecer y sin dejar la conversación con Rose,espiabalapuerta.

Dieronlascinco.Yanosebailaba.Sólolosjugadoresseguíanensusitio.Labordettehabíacedidosupuesto,lasseñorasvolvieronalsalón.

Una somnolencia de velada prolongada invadía el ambiente bajo la luztemblonade las lámparas,cuyasmechascarbonizadasenrojecían losglobos.

Aquellas señoras estaban en esa hora de vagamelancolía en que sienten lanecesidaddecontarsuvida.

Blanche de Sivry hablaba de su abuelo, el general, mientras Clarisseinventaba una novela: un duque que la había seducido en casa de su tío,adonde iba a cazar jabalíes, y las dos, dándose la espalda, se encogían dehombrosypreguntabansieraposiblecontaraquelloscuentos.LucyStewart,porsuparte,confesabatranquilamentesuorigen,yserelamíahablandodesujuventud, cuando su padre, engrasador del ferrocarril del Norte, le regalabacadadomingounatartademanzana.

—Dejadmequeoscuente—gritóbruscamentelapequeñaMaríaBlond—.Frenteamicasaviveunseñor,unruso,vaya,unhombreinmensamenterico.Puesayerrecibíuncanastillodefrutas.¡Uncanastillodefrutas!Melocotonesenormes,uvasasídegordas,vaya,algoextraordinarioparalaestación…Yenmedio, seis billetes demil…Era el ruso.Naturalmente, todo se lo devolví,perolosentímucho,sobretodoporlafruta.

Lasseñorassemiraronunasaotrasysemordieronloslabios.Asuedad,lapequeñaMaríaBlondteníamuchotupé.¡Comosiesashistoriaslessucedieranalasdesuespecie!Entreellasseprofesabanelmásprofundodesprecio.SobretodoestabancelosasdeLucy,tanorgullosaconsustrespríncipes.DesdequeLucydabatodaslasmañanasunpaseoacaballoporelbosque,quefueloquelalanzó,todasmontabanacaballo,conlarabiaenelcuerpo.

Estabaapuntodeamanecer.Nanaapartólosojosdelapuerta,perdiendotodaesperanza.Seaburríanarabiar.RoseMignonsehabíanegadoacantarLaPantoufle,apoltronadaenelsofá,hablabaenvozbajaconFauchery,mientrasesperaba aMignon, que le ganaba unos cincuenta luises a Vandeuvres. Unseñorgordoydecaraseria,acababaderecitarElSacrificiodeAbrahám,enundialectodeAlsacia:

CuandoDiosjura,dice:

«Sagradonombremío»,

peroIsaacrespondesiempre:

«Sí,papá».

Perocomonadieleentendía,elromanceparecióestúpido.

Nadiesabíaquéhacerparadivertirse,paraconcluiralegrementelanoche.Labordettepensósidenunciara lasmujeresaloídodeHéctorde laFaloise,quelasibasiguiendoparaversialgunallevabasupañueloenelcuello.Luego,como aún quedaban botellas de champaña en el aparador, los jóvenes sepusieronabebernuevamente.

EntoncesaquelrubitocuyoapellidoeraunodelosmásilustresdeFrancia,

deseando inventar algún juego y desesperado por no encontrar nada que lesdivirtiese,tuvounaidea:cogióunabotelladechampañaylavacióenelpiano.Losotrosleimitaron.

— ¡Oh!—exclamóTatanNéné asombrada—.¿Porqué echan champañaenelpiano?

— ¿Cómo? ¿Pero tú no sabes eso?—respondió Labordette con muchaseriedad—.Nohaynadatanbuenocomoelchampañaparalospianos.Suenanmuchomejor.

—Ah…—murmuróTatanNénéconvencida.

Ycomoselerieron,seenfadó.¿Quéibaasaberelladeesascosas?

Decididamenteaquelloempeoraba.Lanocheamenazabaconterminarmal.En un rincón, María Blond se había enzarzado con Léa de Hom, a la queacusaba de acostarse con tipos que no tenían dinero, y de palabrasmuydelarroyollegaronalosarañazos.YLucy,queerafea,lastranquilizódiciéndolesqueunosrasguñosenlacaranosignificabannada,queloqueimportabaeratenerbuenafigura.

Másallá,sentadosenunsofá,elagregadodeunaEmbajadateníaunbrazosujetando a Simonne por la cintura y trataba de besarle el cuello, peroSimonne, hastiada y malhumorada, lo rechazaba cada vez con un «No mefastidies»ydándoleconelabanicoenlacara.Además,ningunaqueríaquelatocasen. ¿Acaso las tomaban por mujerzuelas? Entre tanto, Gagá, queconsiguióatraparaHéctor,casiloteníasobresusrodillas,yClarissesezafódedos señoresy se alejó riendonerviosamente, lomismoque si lehiciesencosquillas. En el piano seguían el mismo juego, estúpidamente alegres yqueriendocadaunoechardentro el champañaque lequedaba en subotella.Eraunaidiotezqueleshacíagracia.

—Toma,vejetemío;bebeun trago…Carambacon la sedque tiene estepiano…¡Atención,aquíhayotra!Hastalaúltimagota.

Nana estaba de espaldas a ellos y nos les veía. Decididamente seconsagrabaalgordoSteiner,sentadoasulado.PuespeorparaMuffat,quenoquisoir.Consuvestidodesedablanco,ligeroycoquetóncomounacamisa,consuprincipiodeembriaguez,pálidaymirandoalsuelo,seofrecíaconairede buena muchacha. Las rosas que se había puesto en el cabello y en elcorpiño se habían deshojado, y sólo quedaba el tallo. Pero Steiner retirórápidamentelamanodesusfaldas,puesacababadepincharseconlosalfileresque pusoGeorges. Le salieron algunas gotas de sangre, y una gota le cayósobreelvestidoyselomanchó.

—Estoesunafirma—dijoNanaseriamente.

Apuntabaeldía.Unaclaridaddudosa,deunaextremadatristeza,penetrabaporlasventanas.Entoncesempezólaevasión,unadesbandadapresididaporelmalhumoryeltedio.CarolineHéquet,fastidiadaporhaberperdidosunoche,dijoquehabíaqueirsesinosequeríaverloquenosedebíaver.Roseselasdabademujercomprometida.Siempreocurríalomismoconesasmujeres;nosabían comportarse y resultabandesagradables.Mignonhabía desplumado aVandeuvresyelmatrimoniosefuesinpreocuparsedeSteineryrepitiendosuinvitaciónalperiodistaparaeldíasiguiente.EntoncesLucysenegóaquelaacompañaseFauchery,aquienlegritóquesefueseconsucomiquilla.Aloíresto, Rose se revolvió y gruñó un «¡Cochina zorra!» entre dientes. PeroMignon,paternalsiempreante laspeleasdemujeres,ydevueltade todo, laempujóhaciafuera,aconsejándolequenohiciesecaso.Detrásdeellos,ysola,Lucybajabalaescaleracomounareina.

DespuéslellegóelturnoaHéctordelaFaloise,aquienGagásetuvoquellevar,enfermoysollozandocomounchiquilloy llamandoaClarisse,quiense había ido mucho antes con sus dos señores. Simonne también habíadesaparecido, y no quedaban más que Tatan, Léa y María, de quienesLabordette,compadecido,tuvoqueencargarse.

—Esqueyo todavíano tengo sueño—repetíaNana—.Habráquehaceralgo.

Miraba al cielo a través de los cristales, un cielo lívido y con nubes decolordehollín.Eranlasseisdelamañana.Enfrente,alotroladodelbulevarHaussmann,lascasas,todavíadormidas,recortabansustechumbres,húmedasbajo la ligera claridad; mientras, por la calle desierta, una cuadrilla debarrenderos se anunciaba con el ruido de sus zuecos. Y ante ese tristedespertardeParís,sesintiópresadeunenternecimientodechiquilla,deunanecesidaddecampo,deidilio,dealgosuaveyblanco.

— ¿No lo suponéis? —dijo volviendo a Steiner—. Vais a llevarme albosquedeBoulogne,ybeberemosleche.

Ungozoinfantillahacíapalmotear.Sinesperarlarespuestadelbanquero,que naturalmente consentía, aburrido en el fondo y soñando con otra cosa,corrióaecharseunapielsobreloshombros.

En el salón ya no quedaba más que la pandilla de jóvenes, además deSteiner,perocomoyahabíanvertidoenelpianohasta laúltimagotadesuscopas, hablaban de irse, cuando uno de ellos se presentó triunfalmente,llevandoenlamanolaúltimabotellaencontradaenladespensa.

— ¡Esperad, esperad! —gritó—. ¡Una botella de Chartreuse! El pianonecesitaba Chartreuse, y eso lo mejorará. Y ahora, muchachos, vámonos.Somosunosidiotas.

NanatuvoquedespertaraZoé,quedormíaenunasillaenel tocador.Elgas seguía encendido. Zoé se estremeció mientras ayudaba a la señora aponerseelsombreroyelabrigo.

—Enfin,yaestá;hehecholoquetúquerías—dijoNanaenunarranquedeexpansión,aliviadaporhabersedecidido—.Tenías razón; lomismodaelbanqueroqueotro.

La doncella estaba malhumorada y somnolienta. Gruñó que la señorahubieradebidodecidirselaprimeratarde.Luego,comolaseguía,lepreguntóal pasar por el dormitorio qué debía hacer con aquellos dos. Bordenavecontinuaba roncando. Georges, que había ido disimuladamente a hundir lacabezaenunaalmohada,acabópordormirseconsuligeroalientodequerubín.

Nana dijo que les dejase dormir, pero se enterneció nuevamente al verentraraDaguenet,quienlaespiabaenlacocinayestabamuytriste.

—Vamos, mi querido Mimí; sé razonable—dijo ella cogiéndole de losbrazosybesándolecontodaclasedemimos—.Nohacambiadonada;sabesquesiempreserásmiMimíadorado…¿Noescierto?Erapreciso.Tejuroqueaún seré más amable. Ven mañana y combinaremos las horas… Anda,abrázamecomotúsabes…¡Másfuerte,másfuerte!

YescapóparareunirseconSteiner,felizytercaensuideadebeberleche.

EnelaposentovacíoquedabaVandeuvres,solo,conelseñorcondecoradoquerecitóelSacrificiodeAbrahám,losdosclavadosalamesadejuego,sinsaber dónde estaban ni viendo que era de día; Blanche mientras, decidióacostarseenunsofá,queriendodormir.

—¿Estásahí,Blanche?—gritóNana—.Vamosabeber leche,querida…Venconnosotros;aVandeuvreslotendrásaquícuandovolvamos.

Blanche se levantó perezosamente. La cara congestionada del banqueropalideció de contrariedad ante la idea de llevarse a aquella gordinflona quesóloserviríaparamolestarle.Perolasdosmujeresloteníancogido,yrepetían:

—Queremosquelaordeñendelantedenosotras.

CapítuloV

Se daba en el Varietés la trigésimo cuarta representación de La VenusRubia. Acababa de concluir el primer acto. En el saloncito de los artistas,Simonne,vestidade lavandera,estabafrenteaunaconsolaconespejo,entrelas dos puertas del ángulo, que se abrían al pasillo de los camerinos. Se

repasaba y se pasaba un dedo bajo los ojos para corregir sumaquillaje; losmecheros de gas, a cada lado del espejo, le calentaban el cuerpo con suschorrosdeluzcruda.

—¿Acasoyaha llegado?—preguntóPrulliere,queentróconsu trajedealmirantesuizo,sugransable,susenormesbotasysuinmensapluma.

— ¿Quién? —preguntó Simonne sin molestarse, riendo al espejo paraverseloslabios.

—Elpríncipe.

—Nolosé;ahorabajo…Perodebevenir.Vienetodoslosdías.

Prulliere se había acercado a la chimenea, frente a la consola, en la queencendieroncarbóndecoque;otrosdosmecherosdegasteníanmuchallama.Levantó la vista, miró el reloj y el barómetro, a izquierda y derecha, quesostenían dos esfinges doradas de estilo imperio. Luego se repantigó en unamplio sillón cuyo verde terciopelo, gastado por cuatro generaciones decomediantes,amarilleaba,yallísiguió,quietoysinmiraraningúnsitio,enlaactitudindolenteyresignadadelosartistashabituadosaesperarelmomentodesaliraescena.

El viejoBosc tambiénhizo su aparición, arrastrando lospies, tosiendoyenvueltoenunviejocarrikamarillo,unodecuyosfaldones,alechárseloaunhombro, dejaba al descubierto la casaca bordada en oro del reyDagoberto.Pocodespuésdedejarsucoronasobreelpiano,sindecirnadasepaseóconuna expresión bondadosa, pero temblándole las manos por un principio dealcoholismomientras su larga barba blanca daba un aspecto venerable a sucaradeborracho.

Luego,cuandoenmediodel silenciounchaparrónazotó loscristalesdelventanalquedabaalpatio,hizoungestodedesagrado.

—¡Quétiempomáscochino!—gruñó.

SimonneyPrullierenosemovieron.Cuatroocincocuadrosdepaisajesyun retrato del actorVernet amarilleaban al calor del gas. Sobre un pedestalhabíaunbustodePotier,unadelasantiguasgloriasdelVarietés,quemirabaconojosvacíos.Enaquelinstanteseoyóunavoz.EraFontan,consutrajedelsegundo acto, un simpático muchacho vestido de amarillo y guantes delmismocolor.

—¡Eh!—gritógesticulando—.¿Nolosabéis?Hoyesmisanto.

—Vaya—repusoSimonne,queseleacercósonriendo,comoatraídaporsugrannariz—,entoncestellamasAquiles.

—Claro, y voy a decir a la tía Bron que suba champaña después del

segundo.

Hacía ya un momento que se oía el tintineo de la campanilla. Suprolongadosonidosedebilitaba,luegovolvió,ycuandocallólacampanillaseoyóungritosubiendoybajandolaescalerayperdiéndoseporlospasillos:«¡Aescena, para el segundo…! ¡A escena para el segundo!». Al acercarse esallamada,unhombrecillopálidopasópordelantedelaspuertasdelsaloncito,dondegritócontodalapotenciadesuvozcascada:

—¡Aescenaparaelsegundo!

—¿Diceschampaña?—preguntóPrulliere,sinquepareciesehaberoídoelaviso—.Túverás.

—Yoque túharíaque trajesencafé—repusoelviejoBosc,quesehabíasentadoenunabanquetadeterciopeloverdeyapoyabalacabezaenlapared.

PeroSimonnedecíaquedebíanrespetarselaspequeñasgananciasdelatíaBron. Y aplaudía entusiasmada, comiéndose con la mirada a Fontan, cuyamáscaradehocicodecabrasemovíaenun juego incesantedeojos,narizyboca.

—EseFontan…Nohaycomoél;nadiecomoél.

Las dos puertas del saloncito continuaban abiertas frente al pasillo quedabaaloscamerinos.Alolargodelaparedamarilla,vivamenteiluminadaporun mechero de gas que no se veía, desfilaban rápidas siluetas de hombresvestidos,demujeresmediodesnudasyenvueltasensuschales,ademásdelafiguración del segundo acto, los danzantes del baile popular de La Boule-Noire, y se oía, al final del pasillo, el ruido de las pisadas en los cincopeldaños demadera que bajaban al escenario.Cuando la granClarisse pasócorriendo, Simonne la llamó, y ella le dijo que volvería en seguida yreapareciócasiinmediatamente,temblandobajoladelgadatúnicayelchaldeIsis.

—¡Demonios!—exclamó—,hacefrío.Yyoquemehedejadoelabrigoenmicuarto.

Luego,depieantelachimenea,calentándoselaspiernas,cuyasmallasseteñíandeunrosavivo,añadió:

—Elpríncipehallegado.

—¡Ah!—exclamaronlosdemásconciertointerés.

—Sí,corríaporeso,puesqueríaverlo…Estáenelprimerprosceniodeladerecha, en elmismo del jueves. Es la tercera vez que viene en ocho días.TienemuchasuerteesaNana.Yoestabaenquenovolvería.

Simonneibaahablar,perosuspalabraslascortóunnuevogritoaunpaso

del saloncito. Era el avisador que desde el pasillo chillaba: «Ya estánavisados».

—Esto comienza a animarse. ¡Tres veces! —exclamó Simonne cuandopudohablar—.Sabedquenoquiso iracasadeella,y se la llevaa la suya.Parecequelacosalecuestacara.

—Naturalmente cuando se va a la ciudad, —murmuró maliciosamentePrulliere,levantándoseparaecharalespejounamiradadehombreadoradoporlasdamasenlospalcos.

—¡Estánavisados,estánavisados!—repetíalavozdelavisador,cadavezmáslejana,mientrasrecorríalospisosylospasillos.

Entonces Fontan, que sabía qué pasó la primera vez entre el príncipe yNana, contó la historia a las dos mujeres que estaban pegadas a él, riendofuertecuandoseinclinabaparadarciertosdetalles.ElviejoBoscnosehabíamovido,demostrandoindiferencia.Aquellasmaquinacionesnoleinteresaban.Acariciabaungatorojo,hechounabolasobrelabanqueta,beatíficamente,yacabóporcogerlocon labonachona ternuradeunreycomplaciente.Elgatoarqueaba el lomo, y luego de oler largamente la barba blanca, sin dudaasqueándole el olor a cola, volvió a enroscarse en la banqueta.Bosc estabaserioyabsorto.

—Esonotieneimportancia;yodetitomaríaelchampañaenvezdelcafé;esmejor—dijoaFontancuandoésteterminósuhistoria.

— ¡Ha empezado! —gritó la voz desgarrada del avisador—. ¡Haempezado,haempezado!

El grito duró un instante. Le siguió un ruido de pasos rápidos, y por lapuerta del pasillo, abierta bruscamente, entró una bocanada de música, unrumor lejano, y la puerta se cerró, oyéndose el golpe seco del batienteacolchado.Denuevoreinóunapazsordaenelsaloncillodeartistas,comosiestuviese a cien leguas de aquella sala donde aplaudía la muchedumbre.SimonneyClarissecontinuabanhablandodeNana.Otraquenosedabagranprisa.Todavíalanocheanteriorhabíaretrasadosuentradaenescena.Todossecallaron al ver que una muchacha alta acababa de asomar la cabeza, pero,viendoqueseequivocaba,corrióhaciaelfinaldelpasillo.EraSatin,conunsombrero y un velo, dándose aires de gran señora en visita. «Bonitatrotacalles»,murmuróPrulliere,queselaencontrabadesdehacíaunañoenelcaféVarietés.YSimonnecontócómoNana,alverqueSatineraunaantiguaamigadepensión,intimóconellaytratódequeBordenavelahiciesedebutar.

—Hola,buenasnoches—dijoFontanestrechandolasmanosaMignonyaFauchery,queentrabanentonces.

El viejo Bosc también les alargó la mano y las dos mujeres besaron aMignon.

—¿Estábienlasalaestanoche?—preguntóFauchery.

—¡Oh,sí!Soberbia,—respondióPrulliere—.Nohaymásquevercómolagozan.

—Eh,muchachos—observóMignon—,yaosdebetocar.

Sí,enseguida.Aúnestabanenlacuartaescena.SóloBoscselevantóconel instinto del practicón que presiente su salida. Precisamente el avisadoraparecíaenlapuerta.

—SeñorBosc,señoritaSimonne—llamó.

Simonne se echó con rapidez un abrigo de pieles sobre los hombros ysalió.Bosc,sinapresurarse,fueabuscarsucorona,quesecolocódeungolpeenlafrente:luego,arrastrandosucapaymalsostenidoporsuspiernas,sefuegruñendo,congestodehombreaquienhanfastidiado.

—Hasidomuyamableensuúltimacrónica—repusoFontandirigiéndoseaFauchery—.¿Peroporquédicequeloscomediantessonvanidosos?

—Sí,querido,¿porquédiceseso?—preguntóMignon,quedescargósusmanazassobrelosflacoshombrosdelperiodista,quiencasisedobló.

Prulliere y Clarisse contuvieron la carcajada. Desde hacía algún tiempotodoelteatrosedivertíaconunacomediaqueserepresentabaentrebastidores.Mignon,furiosoporelcaprichodesuesposa,vejadoalverqueFaucherynoaportabaalmatrimoniomásqueunapublicidaddiscutible, imaginóvengarsedeélcolmándoledepruebasdeamistad,ycadatarde,cuandoloencontrabaenel escenario, lomolía agolpescomo impulsadoporunexcesode ternura,yFauchery, raquítico al lado de aquel coloso, debía aceptar los manotazossonriendocontrariado,paranoenfadarseconelmaridodeRose.

—Pero,muchacho;insultasaFontan—agregóMignonsiguiendolabroma—.¡En,guardia!Una,dos,yahoraalpecho.

Y se tiró a fondo, arreándole tal mamporro que el joven palideció y sequedó sin habla.Con un guiño,Clarisse señaló a los demás la presencia deRoseMignon,depieenelumbral,quienhabíavistolaescena.Sefuederechaal periodista, como si no viese a su marido, y poniéndose de puntillas ylevantandolosbrazos,desnudosconsutrajedeBebé,lepresentólafrentecongestodeinfantilzalamería.

—Buenasnoches,Bebé—dijoFauchery,besándolaconfamiliaridad.

Éstaseransusrevanchas.Mignonnisiquierapareciónotarelbeso;todoelmundobesabaasumujerenelteatro.Peroserio,dirigiendounaligeramirada

alperiodista,quienseguramentepagaríacaralabravatadeRose.

La puerta acolchada del pasillo se abrió y volvió a cerrarse, llegando alsaloncitounatempestaddeaplausos.Simonnevolvíadespuésdesuescena.

—El tío Bosc ha causado un efecto… —exclamó—. El príncipe setronchaba de risa, y aplaudía como los demás, como si fuera de la claque.Decidme, ¿conocéis al señor alto que está al lado del príncipe, en elproscenio? Qué hombre más guapo, más distinguido, con unas soberbiaspatillas.

—Es el conde Muffat —respondió Fauchery—. Sé que el príncipe,anteayer, en casade la emperatriz, lo invitó a cenar para esta noche.Prontohabrájuerga.

—¿ElcondeMuffat?Nosotrosconocemosasusuegro,¿verdad,Auguste?—dijoRosedirigiéndoseaMignon—.Yasabes,elmarquésdeChouard,quecantéensucasa…Precisamentetambiénestáenel teatro.Lehevistoenunpalco.Vayaunviejomás…

Prulliere, que acababa de encasquetarse su gran pluma, se volvió parallamarla.

—Eh,Rose;vamos.

Ellalesiguiócorriendo,sinconcluirsufrase.Enaquelmomentolaporteradelteatro,laseñoraBron,pasabapordelantedelapuertaconunenormeramode flores.Simonnepreguntóbromeando si erapara ella, pero laportera, sinresponder, señaló con la barbilla el camerino deNana, al fondo del pasillo.¡EraNana…!Lacubríandeflores.Luego,cuandolaseñoraBronregresaba,entregóunacartaaClarisse,quiendejóescaparunreniegoahogado.¡OtravezelpelmadeHéctordelaFaloise!Yquenoladejabaenpaz.Ycuandosupoquelaesperabaenlaportería,gritó:

—Dígale que bajaré al terminar el acto…En la cara le dejarémarcadosmiscincodedos.

Fontanseprecipitó,repitiendo:

—Señora Bron, espere… Oiga, señora Bron: traiga seis botellas dechampañaparaelentreacto.

Peroelavisadorreapareció,jadeandoyrepitiendo,roncocasi:

— ¡Todo el mundo a escena! Usted, señor Fontan, aprisa, aprisa, deseprisa.

—Sí,sí,allávoy,tíoBarillot—respondióFontanaturdido.

YcorriendodetrásdelaseñoraBron,repetía:

— ¿Ha entendido? Seis botellas de champaña, al saloncito, en elentreacto…Esmisanto.Soyyoquienpaga.

SimonneyClarissesehabíanidoconungranrevuelodefaldas.Todoseesfumaba,ycuandolapuertadelpasillovolvióacerrarsesordamente,seoyóenelsilenciodelsaloncitounnuevochaparrónazotandolaventana.Barillot,un vejete pálido, empleado en el teatro desde hacía treinta años, se habíaacercado familiarmente aMignon y le presentaba su tabaquera abierta, y latoma ofrecida y aceptada le daba un minuto de reposo en sus continuascarrerasatravésdelaescaleraylospasillosdeloscamerinos.AúnquedabalaseñoraNana,comoéllallamaba,peroNananohacíamásquesucaprichoyseburlabadelasmultas;cuandoqueríaretrasarsuentrada,lohacía.Élsedetuvoasombrado,murmurando:

—Toma,yaestápreparada…Debesaberqueelpríncipehallegado.

Enefecto,Nanaaparecíaenelpasillo,vestidadeverdulera,losbrazosyelrostroblancos,ycondosplacasdecoloretebajolosojos.SelimitóasaludarconunmovimientodecabezaaMignonyaFauchery,sinentrar.

—Muybuenas;¿todobien?

SóloMignonestrechólamanoqueellaalargaba.YNanasiguiósucamino,majestuosamente, seguida por su camarera, quien, pisándole los talones, seagachabaparaarreglarlelosplieguesdelafalda.Luegodetrásdelacamareray cerrando el cortejo, marchaba Satin, procurando darse aires de granpersonajeyaburriéndosearabiar.

—¿YSteiner?—preguntóbruscamenteMignon.

—El señor Steiner se fue ayer a Loiret —dijo Barillot, que volvía alescenario—.Creoquevaacomprarporallíunafinca.

—Ah,sí;yasé:lafincaparaNana.

Mignonsequedóserio.Steiner,queenotrostiemposhabíaprometidounhotel a Rose… En fin, era preciso no enfadarse con nadie y esperar otraocasión, si se presentaba. Abstraído en sus sueños, pero siempre superior,Mignonsepaseabade la chimeneaa la consola.NoquedabanmásqueélyFauchery en el saloncito. El periodista, fatigado, acababa de estirarse en ungran sofá, y estaba muy tranquilo, los párpados medio cerrados ante lasmiradasque le echabael otro al pasar.Cuandoestaban solos,Mignonno learreaba ni el menor guantazo, pues ¿para qué, si no había nadie que sedivirtieseconlaescena?Ledesagradabalobastanteparanodivertirseconsusfarsas de marido burlón. Fauchery, feliz por esta tregua de unos minutos,estiraba lánguidamente los pies ante el fuego, la mirada en el vacío, delbarómetroal reloj.Mignonsecolocó frentealbustodePotier, locontempló

sinverlo, luegovolvióa laventana,desdedondeseveíaelespaciosombríodelpatio.Habíacesado la lluvia, siguiendounprofundosilencioqueaúnsehacíamáspesadoporelmuchocalordelcoqueylallamadelosmecherosdegas. Ni un solo ruido llegaba de los bastidores. La escalera y los pasillosparecíanmuertos.

Eraunadeesaspacesahogadasde findeacto,cuando toda lacompañíalevanta en el escenario el alboroto ensordecedor de algún final mientras elsaloncitovacíoseadormeceenunronroneodeasfixia.

— ¡Ah, maldita canalla! —gritó de pronto la voz enronquecida deBordenave.

Acababadellegaryyavociferabacontradosfigurantas,queestuvieronapunto de echar abajo la escena de imbéciles que eran. Cuando descubrió aMignonyaFauchery, los llamóparaenseñarlesalgo:elpríncipeacababadeexpresarsudeseodefelicitaraNanaensucamerinoduranteelentreacto.Peromientraslosacompañabahaciaelescenario,pasóelregidor.

—Poned una multa a esas burras de Fernande y María —dijo furiosoBordenave.

Luego, tranquilizándose, trató de adoptar una dignidad de padrebondadoso,ydespuésdepasarseelpañueloporelrostroañadió:

—VoyarecibiraSuAlteza.

El telón caía en medio de una prolongada salva de aplausos.Inmediatamentehubounadesbandadaenlasemioscuridaddelaescena,quelabatería no iluminaba; los actores y figurantes se apresuraron a volver a suscamerinos mientras los maquinistas quitaban rápidamente el decorado. Noobstante,SimonneyClarissesehabíanquedadoenelfondohablandoenvozbaja. Estando en escena y entre dos de sus réplicas, habían acordado elencuentro.Clarisse,despuésdepensarlobien,preferíanoveraHéctorde laFaloise, quien no se decidía a dejarla para irse con Gagá. Simonne iría adecirlequenosepegaseaunamujerdeaquellamanera.Claroqueselodiría.

Entonces Simonne, vestida de lavandera de ópera cómica, los hombroscubiertosconsupiel,bajólaestrechaescaleradecaracolconescalonessuciosy paredes húmedas que conducía al cuartucho de la portera. La portería,situadaentrelaescaleradelosartistasyladelaadministración,ydederechaaizquierda protegida por una pared de vidrio, era como una gran linternatransparente en la que ardíandos llamasdegas.Enun casillero se apilabancartasyperiódicos.Sobrelamesahabíavariosramosdefloresqueesperabanalladodeplatossuciosolvidadosydeunviejocorpiñocuyosbotonescosíalaportera. Y en medio de aquel desván destartalado, los señores de mundo,enguantados y correctos, ocupaban cuatro viejas sillas de paja, con gesto

pacienteysumiso,volviendovivamentelacabezacadavezquelaseñoraBronllegabadeloscamerinosconalgunarespuesta.Precisamenteenaquelinstanteacababa de entregar una carta a un joven, que se apresuró a abrirla en elvestíbulo, debajodelmecherodegas, yquehabíapalidecido ligeramente alencontrar esa frase clásica, leída tantas veces en aquel sitio: «No es posibleestanoche,querido;estoycomprometida».

Héctor de la Faloise estaba en una de aquellas sillas, al fondo, entre lamesa y la estufa; parecía dispuesto a pasarse allí toda la noche, inquieto apesar de todo, encogiendo sus largas piernas porque una recua de gatitosnegrosseencarnizabanentornosuyomientraslagata,sentadasobresuspatas,lemirabafijamenteconsusojosamarillos.

—¿Esusted,señoritaSimonne?¿Quéquiere?—preguntólaportera.

Simonne le rogóquehiciesesaliraHéctor,pero la señoraBronnopudosatisfacerlaenseguida.

Teníabajo laescalera,enunaespeciedearmarioempotrado,unacantinaadondeibanabeberlosfigurantesdurantelosentreactos,ycomoenaquellosinstanteshabíacincooseisdiablosvestidosdedanzantesdeLaBoule-Noire,muertosdesedeimpacientes,andabaunpocodecabeza.

Unmecherodegasalumbrabaelarmario,yseveíaunamesacubiertaporunaláminadehojalatayestantesconbotellasempezadas.Cuandoseabríalapuerta,salíaunviolento tufodealcoholquesemezclabaconeloloragrasadelcuartuchoyconelpenetranteperfumedelosramosabandonadossobrelamesa.

—Entonces—dijolaporteracuandohuboservidoalosfigurantes—esalmorenitodealláaquienqueréis.

—No diga majaderías —contestó Simonne—. Es el delgaducho de laestufa,esealquesugatalehueleelpantalón.

YsellevóaHéctoralvestíbulo,mientraslosdemásseresignabanmediosofocados y los figurantes bebían en los peldaños de la escalera, dándosepescozonesconlaneciajovialidaddelosborrachos.

En el escenario, Bordenave la emprendía contra los tramoyistas, que noacababannunca de retirar los decorados.Lohacían a propósito, para que alpríncipelecayesealgúnrompimientosobrelacabeza.

—Asegurad,asegurad—gritabaeljefedetramoyistas.

Por fin subió el telón de fondo y el escenario quedó libre.Mignon, queespiaba a Fauchery, aprovechó la ocasión para reanudar sus bromazos. Leestrujóentresusbrazos,gritándole:

—¡Tenedcuidado!Pocohafaltadoparaqueosaplastasen.

Lo levantó y lo zarandeó antes de volverlo a dejar en el suelo.Ante lasexageradas risas de los tramoyistas, Fauchery se puso pálido, los labios letemblaron y estuvo a punto de revolverse mientras Mignon, haciéndose elbondadoso, le arreabaunos cariñososmanotazos en los hombros capacesdepartirleendos,repitiendo:

—Es que me interesa mucho su salud, caramba. Sería bonito que lesucedieraalgo.

Entonces hubo un largo murmullo: «¡El príncipe, el príncipe!», y todosvolvieron los ojos hacia la puertecita de la sala. No se veían más que losanchoshombrosdeBordenaveysucuellodecarnicero,queseinclinabaysedeshacía presentando una serie de saludos obsequiosos. Luego apareció elpríncipe, alto, fuerte, barba rubia y piel rosada, con una distinción innata ycuya robustez resaltababajoel corte irreprochablede su levita.Detrásdeélseguían el condeMuffat y elmarqués de Chouard. Aquel rincón del teatroestabaoscuroyelgruposedesvanecíaenmediodegrandessombrasmóviles.Parahablaraunhijoderey,alfuturoherederodeuntrono,Bordenavehabíaadoptadounavozdeexhibidordeosos,temblorosayfalsamenteemocionada.Repetía:

—Si Su Alteza se digna seguirme… Si Su Alteza se dignase pasar poraquí…TengacuidadoSuAlteza…

El príncipe no se apuraba lo más mínimo, sino al contrario; muyinteresado,seretrasabaobservandolasmaniobrasdelostramoyistas.

Acababan de bajar un rastrillo, y la batería de gas, suspendida en susmallasdehierro,iluminabalaescenaconunalargarayadeclaridad.Muffat,que nunca había visto ni los bastidores de un escenario, estaba muyasombrado, sintiendo cierto malestar, una vaga repugnancia mezclada demiedo. Levantaba los ojos hacia la bóveda, en donde otros rastrillos, cuyosmecheroshabíanbajado, semejabanconstelacionesde estrellitas azuladas enmedio de aquel caos del telar y de cuerdas de todos los tamaños, de laspasarelasylostelonescolgadoscomoinmensassábanaspuestasasecar.

—¡Cargad!—gritódeprontoeljefedetramoyistas.

Fueprecisoqueelmismopríncipeprevinieraalconde.Bajabanuntelón.Se colocaba el decorado del tercer acto, la gruta del monte Etna. Unoshombres colocaban los mástiles en los laterales, otros iban a recoger losbastidoresdelasparedesdelescenarioylosatabanalosmástilesconfuertescuerdas. En el fondo, para producir la llamarada que arrojaba la fraguaardientedeVulcano,untécnicohabíafijadouncandelabro,delqueencendiólosmecheros protegidos con cristales rojos.Aquello era una confusión, una

apariencia de atropello, en la cual estaban regulados hasta los menoresdetalles,mientrasque,enmediodeaquelapresuramiento,elapuntador,paraestirarlaspiernas,paseabadeunladoaotro.

—Su Alteza me honra—decía Bordenave sin dejar de inclinarse—. Elescenarionoesgrandeyhacemostodoloquepodemos…Ahora,siSuAltezasedignaseguirme…

El conde Muffat se dirigía hacia el pasillo de los camerinos, pero lapendiente bastante pronunciada del escenario le había sorprendido, y suinquietud provenía de aquel piso que se movía bajo sus pies, pues por lasaberturas se percibía el gas de los fosos; era un vacío subterráneo, con lasprofundidades de la oscuridad, las voces de los hombres y tufos de bodega.Perocuandosubíaledetuvounincidente:dosjovencitasvestidasparaelterceractohablaban ante unojodel telón.Unade ellas ensanchaba el ojo con losdedosparavermejor,ybuscabaenlasala.

—Yaloveo—dijobruscamente—.¡Quéhocico!

Escandalizado, Bordenave se contuvo para no pegarles una patada en eltrasero.Pero el príncipe sonreía, dichosoy excitadoporhaberoído aquello,envolviendoconlamiradaalajovencita,quenoprestabalamenoratenciónaSuAlteza y se reía con descaro.No obstante,Bordenave se llevó de allí alpríncipeyledecidióaseguirle.ElcondeMuffat,sudoroso,acabóporquitarseel sombrero, y lo que más le incomodaba era la pesadez del aire, queextremabaelcalor,yolíalapinturadelosbastidores,lapestedelgas,lacoladelosdecorados,lasuciedaddelosrinconesoscurosyeldudosoolordelosfigurantes.Porelpasilloaúnaumentabaelsofoco; laacidezde lasaguasdetocador y el perfume de los jabones le cortaban la respiración. Al pasar, elconde echó un vistazo al hueco de la escalera, y al levantar la cabezabruscamentesintió laolade luzydecalorque lecaía sobre lanuca.Arribahabía un ruido de palanganas y un rumor de risas y llamadas, una serie deportazos que dejaban paso a aromas de mujer y al almizcle de los afeitesmezcladosalarudezaleonadadelascabelleras.Ynosedetuvo,apresurandosumarcha,casihuyendo,mientrassellevabaaflordepielelestremecimientoproducido por aquella ardiente brecha que le mostraba un mundo ignoradohastaentonces.

—¡Quécuriosoesunteatropordentro!—decíaelmarquésdeChouard,encantadocomounhombrequeestáensucasa.

Pero Bordenave ya había llegado al camerino de Nana, en el fondo delpasillo.Levantótranquilamenteelpestillodelapuertay,apartándose,dijo:

—SiSuAltezadeseaentrar…

Un grito de mujer sorprendida se oyó al instante, y vieron que Nana,

desnudahasta la cintura, escapabaa esconderse trasunacortinamientras sucamarera,quelasecaba,permanecíaconlatoallaenlasmanos.

—¡Esunabestialidadentrarasí!—protestóNanaescondida—.Noentren;¿novenquenosepuedeentrar?

Bordenavepareciódisgustarseporaquellahuida.

—Venid aquí, querida; eso no es nada—dijo—. Se trata de Su Alteza.Vamos,noseáischiquilla.

Y como ella se negaba a aparecer, todavía sorprendida pero riéndose, élañadióconvozásperaypaternal:

—PorDios,Nana…Estos señores sabenmuybiencómoestáhechaunamujer.Noseosvanacomer.

—Yonoaseguraríatanto—dijofinamenteelpríncipe.

Todoelmundoseriodeunamaneraexagerada,parahalagarle.Unafraseexquisita, muy Parisiense, como observó Bordenave. Nana no respondía; lacortina semovía y sin duda se decidía. Entonces el condeMuffat, rojas lasmejillas,sepusoaexaminarelcuarto.

Eraunahabitacióncuadrada,bajadetechoyforradaporunateladecolorhabano claro. La cortina era de la misma tela, sostenida por una varilla delatón, queprotegíauna especiedegabinete.Dos ampliasventanas se abríansobreelpatiodelteatro,atresmetrosomásdeunaparedsucia,contralacual,en la oscuridadde la noche, los cristalesproyectaban cuadros amarillos.Ungranespejogiratorioquedabafrenteauntocadordemármolblanco,adornadocon una gran cantidad de frascos y botes de cristal para los aceites, lasesenciasylospolvos.

El conde se acercó al espejo,muy encarnadoy con finas gotas de sudorbrillándole en la frente; bajó la vista y fue a colocarse delante del tocador,pareciendoquelapalanganallenadeaguajabonosa, lospequeñosfrascosdemarfil y las esponjas húmedas le llamaban la atención. Aquel vértigo quehabíasentidoensuprimeravisitaacasadeNana,enelbulevarHaussmann,leinvadía nuevamente. Bajo sus pies, sentía hundirse la espesa alfombra delcamerino;losmecherosdegas,queardíaneneltocadoryjuntoalespejo,lesilbaban en las sienes. Por unmomento temió desfallecer ante aquel olor amujerquevolvíaaencontrar,caldeadoymultiplicadoporaqueltechobajo;sesentóenelbordedelsillónacolchadoquehabíaentrelasdosventanas,peroselevantóenseguidaparavolveraltocador,sinmirarnada,conlosojoshaciaelvacío,pensandoenunramilletedenardosquesehabíanmarchitadoenotrostiemposensudormitorioyqueestuvoapuntodematarle.Cuandolosnardossedescomponen,exhalanunolorhumano.

—¡Apresúrate!—murmuróBordenave,asomandolacabezapordetrásdelacortina.

ElpríncipeescuchabacomplacidoalmarquésdeChouard,quien,cogiendodeltocadorlapatadeliebre,explicabacómoseesparcíalacremablanca.Enunrincón,Satin,consurostrovirginal,contemplabaalosseñores,mientraslacamarera,Jules,preparabalasmallasylatúnicadeVenus.

Julescarecíadeedad,consurostroapergaminadoysusrasgosinmóviles,desolteronaquenadiehaconocido joven.Sehabíadisecadoenelambientecaldeadodeloscamerinos,enmediodelosmuslosylospechosmáscélebresdeParís.Vestíauneternotrajenegro,desteñido,ysobresucorpiñoplanoysinsexo,unpuñadodealfileresclavadosenelsitiodelcorazón.

—Les pido perdón, señores—dijoNana apartando la cortina—peromehansorprendido.

Todos se volvieron. No se había acabado de vestir, pues sólo se habíaabotonadounpequeñocorpiñodepercalqueapenasleocultabaelpecho.

Cuandoaquellosseñores lahicieronhuir, seestabaquitandorápidamentesu traje de verdulera. Por la espalda, el pantalón todavía dejaba asomar unpoco de camisa. Y con los brazos desnudos, los hombros descubiertos y lapunta de sus senos al aire en su adorable juventud de rubia llenita, seguíasosteniendolacortinaconunamano,comoparacerrarnuevamentealamenorimpertinencia.

—Sí, he sido sorprendida, pues nunca me atrevería… —balbuceó,simulandoconfusión,conrosadosmaticesenelcuelloysonrisasforzadas.

—Vamos,perosiestáismuybien—aseguróBordenave.

Ellaaúnarriesgóademanesvacilantesdeingenua,moviéndosecomosilehiciesencosquillas,yrepitiendo:

—SuAltezamehaceungranhonor…RuegoaSuAltezaquemeexcusesilereciboasí.

—Soyyoelinoportuno—dijoelpríncipe—peronopude,señora,resistireldeseodefelicitarla.

Entonces, tranquilamente, para ir al tocador, pasó en pantalón entreaquellos señores, que le dejaron paso. Tenía las caderas muy amplias ehinchabanelpantalón;conelpechohaciadelante,seinclinabaysaludabaconsu fina sonrisa.Deprontopareció reconocer al condeMuffat, y le tendió lamanoamistosamente.Luegolereprendiópornohaberasistidoasucena.

SuAlteza se dignó bromear conMuffat, que tartamudeaba, estremecidoporhabertenidounsegundoensuardientemanoaquellamanitafrescaporlas

aguasdeltocador.

Elcondehabíacenadofuerteconelpríncipe,queeragrancomilónymejorbebedor, y estabanunpoco alegres, pero semanteníanmuydignos.Muffat,paraocultarsuturbación,noencontrómásqueunafrasesobreelcalor.

— ¡PorDios, qué calor hace aquí! ¿Cómo podéis, señora, vivir con esatemperatura?

Ylaconversaciónibaacontinuarasícuandoseoyerongritosenlapuertadelcamerino.Bordenaveabriólamirillaenrejadacomoladeunconvento.EraFontan,seguidodePrulliereydeBosc,conbotellasbajolosbrazosyvariascopasenlasmanos.Fontanrepetíaagritosqueerasufiestayqueélpagabaelchampaña. Nana, con unamirada, consultó al príncipe, y, naturalmente, SuAlteza no quería molestar a nadie y se consideraría muy dichoso. Pero sinesperarelpermiso,Fontanentrabarepitiendoceceante:

—Yo,noborracho;yo,pagarelchampaña…

De pronto vio al príncipe, pues no sabía que estuviese allí, y se detuvoinmediatamenteparaadoptarunairedesolemnidadbufona,diciendo:

—ElreyDagobertoestáenelpasilloysolicitabrindarconSuAltezaReal.

El príncipe sonrió, encontrando aquello encantador. No obstante, elcamerinoresultabapequeñoparatantagente.Fueprecisoamontonarse;Satiny la señora Jules en el fondo, contra la cortina, y los hombres apretados entorno a Nana, medio desnuda. Los tres actores aún llevaban sus trajes delsegundoacto,ymientrasPrullieresequitabasusombrerodealmirantesuizo,cuyagranplumanohubieracabidobajoeltecho,Bosc,consucasacapúrpuraysucoronadehojalata,seafirmabasobresuspiernasdeborrachoysaludabaalpríncipe,comounmonarcaquerecibealhijodeunpoderosovecino.Lascopasestabanllenas,ysebrindó.

—BrindoporVuestraAlteza—dijomajestuosamenteelviejoBosc.

—¡Porelejército!—añadióPrulliere.

—¡PorVenus!—gritóFontan.

Complaciente,elpríncipebalanceabasucopa.Esperó,saludótresvecesymurmuró:

—Señora…almirante…caballero…

Ybebiódeuntrago.ElcondeMuffatyelmarquésdeChouardleimitaron.Allínosebromeaba;eracomoenlacorte.Aquelmundodeteatroprolongabaelmundoreal,enunafarsaseria,bajoelvahoardientedelgas.

Nana,olvidadadequeestabaenpantalónyconuncabodelacamisafuera,

representaba a la gran señora, la reina Venus, abriendo sus saloncitos a lospersonajes del Estado. A cada frase soltaba las palabras Alteza Real, hacíaconvencidas reverencias y trataba a los disfrazados Bosc y Prulliere comosoberanocuyosministrosleacompañaban.Ynadiesereíadeaquellaextrañamezcla, de aquel verdadero príncipe, heredero de un trono, que se bebía elchampaña de un comiquillo, muy a gusto en aquel carnaval de dioses, enaquella mascarada de realeza, en medio de un mundo de camareras y deprostitutas, de farsantes de teatro y de exhibidores de mujeres. Bordenave,entusiasmadoporlapuestaenescena,soñabaconlasentradasquevenderíasiSuAltezaconsintieraenaparecerdeaquellamaneraenelsegundoactodeLaVenusRubia.

—Aver—gritóentonofamiliar—.Voyahacerquebajenmismujercitas.

Nananoquiso,peroperdíaeldominiodesímisma.Fontanlaatraíaconsugrotesca máscara. Se rozaba con él y lo envolvía en una mirada de mujerembarazadaqueteníaelcaprichodecomeralgovulgarderepentelotuteó:

—¡Vamos,sirve,animal!

Fontanvolvióallenarlascopas,ysebebiórepitiendolosmismosbrindis.

—¡PorSuAlteza!

—¡Porelejército!

—¡PorVenus!

Pero Nana exigió silencio con un ademán. Levantó su copamuy alto ydijo:

—No,no,porFontan.¡EslafiestadeFontan!¡PorFontan,porFontan!

Entoncessebebiópor terceravezyseaclamóaFontan.Elpríncipe,quehabíaobservadocómoNanasecomíaalcómicoconlamirada,saludóaéstediciéndolemuycortésmente.

—Señor Fontan, bebo por su éxito —mientras, la levita de Su Altezalimpiabapordetráselmármoldeltocador.

Era como un fondo de alcoba, como un estrecho cuarto de baño, con elvapordelapalanganaydelasesponjasyelpenetranteperfumedelasesenciasmezclándoseconelembriagadoryagridulcechampaña.

El príncipe y el condeMuffat, entre los cuales estaba aprisionadaNana,teníanquelevantarlasmanosparanorozarlelascaderasolossenosalmenorgesto. Y sin una gota de sudor, la señora Jules esperaba con su rigidezacostumbrada,mientrasSatin,asombradaensuafánporveraunpríncipeyaunos señores de frac alternando con unos disfrazados cerca de una mujerdesnuda, pensaba que las gentes elegantes no eran tan limpias como

imaginaba.

PeroporelpasilloseacercabaeltintineodelacampanilladeltíoBarillot,ycuandoaparecióenlapuertadelcamerino,sequedóparadoalveralostresactorestodavíaconlaropadelsegundoacto.

—¡Oh!señores,señores—balbuceó—.¡Denseprisa;acabandellamarenelvestíbulodelpúblico!

—Bah—repusotranquilamenteBordenave—.Elpúblicoesperará.

Noobstante,despuésdenuevossaludosycomolasbotellasestabanvacías,los comediantes subieron a vestirse. Bosc, habiendo mojado su barba enchampaña,acabóporquitársela,ybajoaqueldisfrazvenerablereapareciósusemblanteestragadoypálidoydeviejoactorentregadoalabebida.Seleoyóalpiede la escaleradiciéndole aFontancon suvozaguardentosa,hablandodelpríncipe:

—¿Qué?Loheasombrado.

No quedaban en el camerino más que Nana, Su Alteza, el conde y elmarqués.BordenavesehabíaidoconBarillot,recomendándolequenollamasesinadvertiralaseñora.

—Señores,mepermiten—pidióNana,pasándosepomadaporlosbrazosyelrostro,queellacuidabaconesmeroparaeldesnudodelterceracto.

ElpríncipesesentóenelsofáconelmarquésdeChouard,sóloelcondeMuffat siguió en pie. Los dos vasos de champaña, enmedio de aquel calorsofocante, habían aumentado su embriaguez. Satin, viendo a los señoresencerrarse con su amiga, creyó discreto desaparecer detrás de la cortina, yesperó allí, sentada sobre una maleta, mientras la señora Jules iba y veníatranquilamente,sinunapalabraniunamirada.

—Hacantadomaravillosamentesuparte—comentóelpríncipe.

Entonces seentabló la conversación,perocon frasesbrevescortadasporsilencios. Nana no podía contestar siempre. Después de untarse de pomadamanos,brazosyrostro,extendíalacremablancaconlapuntadeunpañuelo.Enunmomentoenquedejódemirarsealespejo,sonrióymiróalpríncipe.

—SuAltezamehalaga—murmuró.

Eraunatareacomplicada,queelmarquésdeChouardseguíaconungestodebeatíficogozo.Luego,dijo:

—La orquesta, ¿no podría poner la sordina? Os cubre la voz, y es uncrimenimperdonable.

EstavezNananosevolvió.Habíacogidolapatadeliebre,yselapasaba

ligeramente,aunquetaninclinadasobreeltocadorquelablancaredondezdesu pantalón resaltaba y se estiraba, con el pedazo de camisa. Pero quisomostrarsesensiblealcumplidodelanciano,yseinclinó,destacándosemássuscaderas.

Siguió un silencio. La señora Jules advirtió un descosido en la piernaderechadelpantalón.Sesacóunalfilerdelosqueparecíaqueteníaclavadosenelcorazón,sepusoderodillas,yarreglóeldescosido,quellegabahastaelmuslodeNana,quiensinfijarseenellasecubríadepolvosdearroz,evitandoempolvarselasmejillas.PerocomoelpríncipedecíaquesiellaibaacantaraLondres todaInglaterraacudiríaaaplaudirla,Nanasonrióamablementeysevolvióaél,conlamejillaizquierdacompletamenteblancayenmediodeunanube de polvo. Luego se puso repentinamente seria, pues aún tenía queponersecarmín.Denuevoconelrostropegadoalespejo,untabaundedoenuntarroysepasabaelcoloretebajolosojosyloextendíasuavementehastalassienes.Losseñoressecallaban,muyrespetuosos.

ElcondeMuffataúnnohabíaabierto los labios.Pensabaensujuventud.Suhabitacióndeniñofuetotalmentefría.

Mástarde,alosdieciséisaños,cuandobesabaasumadretodaslasnoches,hastaensusueñosentíalafrialdaddeaquelbeso.Undía,alpasarcercadeunapuertaentreabierta,vioaunasirvientaqueselavaba,yfueelúnicorecuerdoqueleturbódesdesupubertadasumatrimonio.Luegoencontróensuesposauna estricta obediencia a los deberes conyugales, por los que sentía unaespecie de devota repugnancia. Creció y envejeció ignorando la carne,sometidoalasrígidasprácticasreligiosasyhabiendoreguladosuvidabajolospreceptosylasleyes.Yahorabruscamentelometíandentrodeaquelcamerinodeactriz,delantedeunamujerdesnuda.Él,quejamáshabíavistoalacondesaMuffatponiéndose las ligas,asistíaa losdetalles íntimosdel tocadordeunamujer,enmediodeaquellaseriedetarrosydefrascos,enmediodeaquelolortanfuerteytandulce.Todosuserserevolvía;lalentaposesiónconqueNanaloenvolvíadesdehacíaalgúntiempoleespantaba,recordándolesus lecturaspiadosasylosrelatosdeposesionesdiabólicasconquehabíanenvenenadosuinfancia.Creíaeneldiablo.Nana,confusamente,eraeldiablo,consusrisas,consussenosysuscaderas,hinchadasdevicio.Peroseprometíaserfuerte.Sabríadefenderse.

—Entonces,estamosdeacuerdo—decíaelpríncipemuyagustoenelsofá—;vendráelañopróximoaLondres,ylarecibiremosmuybien,tanbienqueyanovolveráaFrancia…¡Ah!miqueridoconde,nohacéismuchocasodeestasbonitasmujeres.Nosotrososlasquitaremostodas.

—Esono lemolestará—repusomaliciosamente elmarqués deChouard,queeraunpocoaudazenlaintimidad—.Elcondeeslavirtudpersonificada.

Aloírhablardesuvirtud,NanalemirótanintencionadamentequeMuffatsintióunavivacontrariedad.Aquelgestolesorprendióylemolestócontrasímismo.¿Porquélaideadeservirtuosolemolestabadelantedeaquellamujer?Le habría pegado. PeroNana, queriendo coger un pincel, lo dejó caer, y alagacharse ella, él se precipitó, sus alientos se encontraron y los cabellossueltos de Venus rodaron sobre sus manos. Fue un gozo mezclado deremordimientos, uno de esos placeres de católico que el miedo al infiernoaguijoneaenelpecado.

EnaquelmomentoseoyólavozdeltíoBarillotdetrásdelapuerta:

—Señora,¿puedollamar?Lasalaseimpacienta.

—Enseguida—respondiótranquilamenteNana.

Había impregnado el pincel en un tarro de crema negra, y con la narizpegada al espejo, cerrando el ojo izquierdo, se lo pasó suavemente por lascejas.

Muffat, detrás de ella, miraba. La veía en el espejo, con sus hombrosredondosysussenosahogadosenunasombrarosa.Ynopodía,apesardesusesfuerzos, apartar la vista de aquel rostro, cuyo ojo cerrado hacía tanprovocador,llenodehoyuelos,comorebosantededeseos.CuandoNanacerróelojoderechoysepasóelpincel,élcomprendióqueerasuesclavo.

—Señora—gritódenuevolavozroncadelavisador—,estánpateandoyacabaránporromperlasbutacas.¿Puedoavisar?

—¡Quépesado!—contestóNana,irritada—.Llamesiquiere,ysinoestoylista,queesperen.

Se calmó y añadió con una sonrisa, mientras se volvía hacia aquellosseñores:

—Vedlo:nisiquierasepuedehablarunminuto.

Ahora ya había terminado con los brazos y el rostro, y seguidamente seañadió,comosiunodesusdedosfueseunpincel,dostrazosdecarmínenloslabios.ElcondeMuffataúnsesintiómásturbado,seducidoporlaperversiónde lospolvosy losafeites,presodeldeseodesordenadodeaquella juventudpintada, la boca demasiado roja en el rostro excesivamente blanco, los ojosagrandadosporcírculosnegrosyprovocativos,comosedientosdeamor.Entretanto,NanapasóuninstantealotroladodelacortinaparaponerselasmallasdeVenus, después de quitarse el pantalón. Luego, tranquila en su impudor,apareció desabrochándose su pequeño corpiño de percal, presentando losbrazosalaseñoraJules,quienlepasólascortasmangasdelatúnica.

—Rápido,queseenfadan—murmuróNana.

El príncipe, con los ojos entornados, observó como experto las curvasturgentesdesussenos,mientraselmarquésdeChouardhacíauninvoluntariomovimientodecabeza.Muffat,paranovernadamás,mirólaalfombra.Venusestaba lista, con sólo aquella gasa en los hombros. La señora Jules dabavueltasalrededorsuyoconsuaspectodeviejecitademadera,conojosvacíosy claros, y ágilmente iba sacando alfileres de la almohadilla inagotable queparecía adosada a su corazón asegurando la túnica de Venus y rozando lascarnosas desnudeces con sus manos secas, sin un recuerdo y comodesinteresadadesusexo.

—Yaestá—dijoNanamientrassemirabaporúltimavezenelespejo.

Bordenaveregresabainquieto,diciendoqueelterceractohabíaempezado.

—Sí, sí; allávoy—replicóella—.Loque son lascosas; siempre soyyoquienesperaalosdemás.

Losseñoressalierondelcamerino,peronosedespidieron,pueselpríncipehabíamanifestado sudeseodever el tercer acto entrebastidores.Alquedarsola,Nanamiróextrañadaaunoyotrolado,preguntando:

—¿Perodóndeestá?

BuscabaaSatin.Cuandolaencontródetrásdelacortina,sentadasobrelamaleta,Satinlerespondiótranquilamente:

—Comprenderásquenoqueríamolestartecontodosesoshombres.

Yañadióqueahorasemarchaba,peroNanalaretuvo.¡Quétontaera,siyaBordenave consentía en contratarla!Lo resolverían después del espectáculo.Satindudaba.Habíademasiadascomplicaciones,yaquelnoerasumundo.Noobstante,sequedó.

Cuando el príncipe descendía la escalerilla demadera, un ruido extraño,juramentosahogadosypataleosdeluchaestallaronalotroladodelescenario.Eraunahistoriaqueinquietabaalosartistasqueesperabanlaréplica.

Hacía un momento queMignon, bromeando nuevamente, atacó con suscariciasaFauchery.Acababadeinventarunjueguecito:ledabapapirotazosenla nariz para espantarle lasmoscas, según decía.Naturalmente que el juegodivertíamuchoalosartistas,perodeprontoMignonespoleadoporsuéxito,sepasó de rosca y le soltó al periodista una bofetada, una verdadera ycontundentebofetada.Estavezfuedemasiadolejos.Delantedeaquellagente,Fauchery no podía aceptar riendo semejante golpe. Y los dos hombres,dejandodefingir, lívidosyconelrostroestallandodeodio,seagarrarondelcuello.Rodaronporelsuelo,detrásdeunbastidor,ysetratabanconinsultoselunoalotro.

— ¡Señor Bordenave, señor Bordenave! —corrió a decir el regidor,

asustado.

Bordenavelesiguió,despuésdeexcusarseanteelpríncipe.CuandovioenelsueloaFaucheryyaMignon,hizounamuecadehombrecontrariado.

Verdaderamenteelegíanunabuenaoportunidad,conSuAltezaalotroladodel escenario y toda la sala para oírles. Para colmo demales, llegabaRoseMignon jadeante, en el preciso instante de su salida a escena. Vulcano lelanzaba su réplica, pero Rose se quedó estupefacta al ver a sus pies a sumaridoyasuamante,quesegolpeaban,seestrangulaban,rodando,tirándosedeloscabellosyconlaslevitasblancasdepolvo.Lecortabanelpaso;inclusoun tramoyista tuvo que detener el sombrero de Fauchery en elmomento enque el endiablado sombrero rodaba hacia el escenario. Vulcano, mientras,inventaba frases para distraer al público y daba una nueva réplica. Rose,inmóvil,seguíacontemplandoalosdoshombres.

— ¡Pero no mires más! —le rugió furioso Bordenave en la nuca—.¡Vamos,vamosya!Éstenoesasuntotuyo.Retrasastuentrada.

Y empujada por él, Rose saltó por encima de los cuerpos y se vio enescena,antelallamaradadelascandilejasydelantedelpúblico.Aúnnohabíacomprendido por qué se estaban peleando en el suelo. Temblando,zumbándolelacabeza,descendióhacialascandilejasconsuhermosasonrisadeDianaenamoradayatacólaprimerafrasedesudúoconunavoztancálidaqueelpúblicolededicóunaovación.Alotroladodeldecoradooíalosgolpessordos de los dos hombres. Habían rodado hasta cerca del primerrompimiento.Afortunadamentelamúsicaapagabaelruidodelosgolpesquesedabancontraelbastidor.

—¡PorDios!—gritóBordenaveexasperadocuandoconsiguiósepararlos—.¿Nopodrían irapegarseasucasa?Yasabenqueesome indigna…Tú,Mignon,haráselfavordequedarteaquí,delladodelpatio,yusted,Fauchery,leechoalacallesiabandonalapartedeljardín.¿Hanentendido?Alladodelpatioyalladodeljardín,oprohíboaRosequelesacompañe.

Cuandovolvióalladodelpríncipe,éstelepreguntóquéocurría.

—¡Oh…!nadadeparticular—murmuróBordenaveconairetranquilo.

Nana,depie,envueltaenunabrigodepieles,esperabasuentradahablandoconaquellosseñores.CuandoelcondeMuffatsubíaparaecharunaojeadaalescenario,entredosbastidores,aungestodel regidorcomprendióquedebíapisardespacio.Unapazcálidacaíadelabóveda.Entrebastidores,iluminadasviolentamenteporhacesdeluz,habíaalgunaspersonashablandoenvozbaja,queseparabanyseibandepuntillas.Elgasistaestabaensupuesto,juntoaljuego complicado de las llaves; un bombero, apoyado contra unamampara,tratabadeveralargandoelcuello,mientrasqueenloaltoysobresubancoel

hombre del telón vigilaba con gesto resignado, pues no conocía la obra yesperaba atento el campanillazoparamaniobrar las cuerdas.Y, enmediodeaquellaatmósferaahogada,deaquelpisoteoyaquelloscuchicheos,lavozdelos actores llegaba rara, ensordecida, y con una sorprendente desafinación.Luego,más allá de los ruidos confusos de la orquesta, se percibía comouninmenso aliento, el respirar de la sala, cuyo soplo se hinchaba a veces,estallandoen rumores,en risasyenaplausos.Sesentíaalpúblicosinverlo,inclusoensussilencios.

—Hay algo abierto —dijo bruscamente Nana, ciñéndose el abrigo—.Véalo,Barillot.Seguroqueacabandeabrirunaventana.Aquísepuedemoriruna.

Barillotjuróquelohabíacerradotodopersonalmente.Talvezhabíaalgúncristal roto. Los artistas siempre se quejaban de las corrientes de aire. Enmediodelpesadocalordelgasylascorrientesdeaire,aquelloerauncriaderodecatarros,comodecíaFontan.

—Quisieraverleescotado—repusoNanamalhumorada.

—¡Silencio!—ordenóBordenave.

En escena, Rose detallaba tan finamente una frase de su dúo, que losbravos cubrieron la orquesta. Nana se calló y puso cara seria. El condeasomaba por un callejón, y Barillot le detuvo para advertirle que por allíquedaba al descubierto. Veía la decoración por el revés y, de lado, la partetrasera de los bastidores reforzados con una espesa capa de viejos carteles,luegounapartedelescenario:lacavernadelEtnaabiertaenunaminadeplata,con la fragua de Vulcano al fondo. Las baterías del telar prestaban vivosreflejosalacascarillaaplicadaabrochazos.Unosmontantesconglobosazulesyrojos,porunaoposicióncalculada,producíanunallamadeascuasardientes,mientrasqueenelsuelo,yentercertérmino,otrabateríadestacabaungrupode rocas negras. Y más allá, junto a un practicable inclinado en suavependiente, en medio de aquellas gotas de luz semejantes a las lámparascolocadas sobre la hierba en una noche de fiesta pública, la vieja señoraDrouard, que interpretaba a Juno, estaba sentada, cegada y soñolienta, enesperadesuentrada.

Perohubounmovimiento.Simonne,queescuchabaunrelatodeClarisse,exclamó:

—¡Vaya,laTricon!

Enefecto,eralaTricon,consusrizosysusairesdecondesaqueparalizaalosabogados.CuandovioaNana,sefuedirectohaciaella.

—No—dijoNanadespuésdeunrápidocambiodepalabras—.Ahorano.

La vieja señora se quedó seria. Prulliere, al pasar, le dio un apretón demanos.Dosfigurantas lacontemplabanconemoción.Ella,porunmomento,sequedóindecisa.LuegollamóaSimonneconungesto,yelcambiorápidodepalabrasvolvióaempezar.

—Sí—dijoalfinSimonne—.Dentrodemediahora.

Pero cuando subía a su camerino, la señora Bron, que nuevamente sepaseaba con cartas, le entregó una. Bordenave, bajando la voz, reprochóiracundoalaporteraelhaberpermitidoquepasaselaTricon.¡Aquellamujer!¡Yprecisamenteaquellanoche!LeindignabaacausadeSuAlteza.LaseñoraBron,despuésdetreintaañosenelteatro,respondióentonoagrio.¿Acasolosabía?LaTriconhacíanegocioscontodasaquellasmujeres;elseñordirectorla había encontrado más de veinte veces sin decirle nada. Y mientrasBordenavemascullabapalabrotas, laTricon, tranquila,observabaalpríncipe,comomujer quemide a un hombre de una ojeada. Una sonrisa iluminó surostro amarillo. Luego se marchó, con paso lento, por entre las figurantasrespetuosas.

—Enseguida,¿noesasí?—dijovolviéndosehaciaSimonne.

Simonneparecíamuyfastidiada.Lacartaeradeunjovenalquelehabíaprometido aquella noche. Entregó a la señora Bron un papel en el quegarrapateó«Noesposibleestanoche,querido;estoycomprometida».Perosequedóinquieta;decualquiermodoaqueljovenesperaría.Comonoactuabaenelterceracto,queríamarcharseinmediatamente.EntoncesrogóaClarissequefueseaver,puesnosalíaaescenahastaelfinaldelacto.DescendiómientrasSimonnesubíaunmomentoasucamerino,queeraeldelasdos.

Abajo,enlacantinadelaseñoraBron,unfiguranteencargadodelpapeldePlutón bebía solo, envuelto en un gran manto rojo con franjas doradas. Elpequeño negocio de la portera debió ser bueno, porque en el suelo de labodega, debajo de la escalera, brillaba el líquido de los vasos derramados.Clarisse recogió su túnica de Isis para no arrastrarla por los peldañosgrasientos,perosedetuvoprudentementeyse limitóaasomar lacabezapordetrásdelaescaleraparaecharunaojeadaalcuartucho.Yestuvoapuntodedesplomarse.Aún seguía allí el idiota deHéctor, en lamisma silla, entre lamesaylaestufa.DelantedeSimonnehabíademostradoqueibaamarcharse,pero luego regresó. Además, la portería continuaba llena de señoresenguantados, correctos, con gesto sumiso y paciente. Todos esperaban,mirándosecongravedad.

En la mesa no quedaban más que los platos sucios, y la señora Bronacababaderepartirlosúltimosramosdeflores.Sólounarosaquehabíacaídoalsuelosemarchitabajuntoalagatanegra,apelotonadaenunrincónmientraslos gatitos corrían y saltaban por entre las piernas de los señores. Clarisse

estuvo por echar fuera a Héctor, pues a ese cretino no le gustaban losanimales, lo único que le faltaba. Se encogía a causa de la gata, para notocarla.

—Mira que te va a arañar no te fíes—le dijo Plutón, un bromista quevolvíaarribasecándoseloslabiosconelrevésdelamano.

EntoncesClarisseabandonó la ideadehacerleunaescenaaHéctorde laFaloise. Había visto cómo la señora Bron entregaba la carta al joven deSimonne, y éste fue a leerla bajo el mechero de gas del vestíbulo. «No esposible esta noche, querido; estoy comprometida.» Y apaciblemente,acostumbradosinduda,habíadesaparecido.Porlomenoshabíaunoquesabíacomportarse.Ésenoeracomolosdemás,queseobstinabanenseguirsentadosen las sillasdepajade la señoraBron, en aquellagran linternade cristales,dondesecocíanynosepasabanadabien.¡Teníanqueestarmuyinteresadoslos hombres! Clarisse regresó disgustada, atravesó el escenario y subiódespaciolostrespisosdelaescaleradeloscamerinosparadarunarespuestaaSimonne.

Entre bastidores, un poco apartado, el príncipe hablaba conNana.No lahabía abandonado y la envolvía con sus ojos entornados.Nana, sinmirarle,sonreíaydecíasíconunmovimientodecabeza.Pero,bruscamente,elcondeMuffatobedecióaunallamadainterior,yabandonóaBordenave,queledabadetallesacercadelamaniobradelascabríasylostambores,yseacercóaellosparacortarlaconversación.NanalevantólamiradaylesonriócomosonreíaaSuAlteza.Noobstante,continuabaconeloídoatento,enesperadesuréplica.

—El tercer acto es elmás corto,meparece—decía el príncipe,molestoporlapresenciadelconde.

Nana no respondió y cambió de expresión, entregada de repente a sutrabajo.Conun rápidomovimientodehombros sedesprendióde suspieles,quelaseñoraJules,depieasulado,recibióensusbrazos.Ydesnuda,despuésde haberse llevado las manos a la cabellera, como para sujetarla, entró enescena.

—¡Silencio,silencio!—gruñóBordenave.

El conde y el príncipe se quedaron sorprendidos. En medio de un gransilencio, se elevó un suspiro profundo, un lejano rumor de muchedumbre.Todas las noches se producía elmismo efecto a la entrada deVenus, en sudesnudezdediosa.EntoncesMuffat quisover, y aplicó el ojo a un agujero.Másalládel arcodecírculodeslumbradorde lascandilejas, la salaaparecíaoscura, como repleta de una humareda rosácea, y sobre este fondo neutro,dondelasfilasderostrosofrecíanunaconfusapalidez,Nanase ledestacabaenblanco,alta,ocultándolelaslocalidades,desdeelpalcohastalabóveda.La

percibíadeespaldas, los riñones tensosy losbrazosabiertos,mientrasenelsuelo,arasdesuspies,lacabezadelapuntador,unacabezadevejete,parecíacomocortada,conaspectohumildeyhonesto.

Enciertasfrasesdesuromanzadeentrada,unasondulacionesparecieronsurgirdesucuello,descenderhastasutalleyexpirarenelbordearrastradodesutúnica.Cuandolanzólaúltimanotaenmediodeunatempestaddebravos,saludó,lasgasasflotando,lacabellerarozándolelosriñones,conunaflexiónde espinazo. Y viéndola así, inclinada y destacándose las caderas,retrocediendo hacia el agujero por el que él miraba, el conde se incorporó,repentinamente pálido. Ahora había desaparecido el escenario y ya no veíamásqueelreversodeldecorado,elabigarramientodeviejoscarteles,pegadosen todos los sentidos. En el practicable, entre los rastrillos de gas, todo elOlimposehabíaunidoalaseñoraDrouard,queaúndormitaba.Esperabanelfinal del acto, Bosc y Fontan, sentados en el suelo y la barbilla sobre lasrodillas; Prulliere, estirándose y bostezando antes de salir a escena, todosfatigados,conlosojosenrojecidosydeseandoirseadormir.

Enaquelmomento,Fauchery,querondabaporelladodeljardíndesdequeBordenave leprohibióel ladodelpatio,secolgódelcondeparadarseciertaimportancia, y se ofreció a enseñarle los camerinos. Muffat, a quien unacrecientemoliciedejabasinvoluntad,acabóporseguiralperiodista,despuésdebuscarconlamiradaalmarquésdeChouard,quenoestabaallí.Sentíaalavezunalivioyunainquietudalabandonaraquellosbastidores,desdelosqueoíacantaraNana.

Faucheryleprecedíaenlaescalera,queenelprimeryenelsegundopisocerrabanunosbiombosdemadera.Eraunadeesasescalerasdecasalóbrega,comolasvistasporelcondeMuffatensusgirascomomiembrodelComitédeBeneficencia, desnuda y deteriorada, pintarrajeada de amarillo, con losescalonesdesgastadosporelcontinuorocedelospies,yconunabarandilladehierroqueelfrotamientodemanoshabíapulido.

Encadadescansillo,arasdelsuelo,unaventanabajaofrecíaelhuecodeun tragaluz. En las lámparas adosadas a las paredes ardían luces de gas,iluminandocrudamenteaquellamiseria,despidiendouncalorqueascendíayseamontonababajolaestrechaespiraldelospisos.

Alllegaralpiedelaescalera,elcondesintiónuevamenteunsoploardientequelecaíasobrelanuca,aquelolordemujersalidodeloscamerinos,enunaoleadade luzy ruido,y ahora, a cadapeldañoque subía, el almizclede lospolvosylaacrituddelvinagredetocadorleahogaban,leaturdíanmás.Enelprimer piso se abrían dos pasillos, dando a un recodo, con puertas desospechoso hotel amueblado pintadas de amarillo, con grandes númerosblancos;enelsuelo,lasbaldosasdesunidasyagrietadasentreeldesniveldela

viejacasa.Elcondeseaventuró,dirigiólamiradaaunapuertaentreabiertayviounaestanciamuysucia,untenduchodepeluquerodearrabal,amuebladocondossillas,unespejoyuntableroconcajón,ennegrecidoporlagrasadelos peines. Un mocetón sudoroso, brillándole los hombros, se cambiaba decamisa,yenotrocuartoparecidoyvecino,unamujerapuntodemarcharseseponíalosguantes,conloscabellosdespeinadosymojadoscomosiacabasedetomarunbaño.

Faucheryllamóalconde,yéstellegabaalsegundopisoenelinstantequesalía un vocablo soez del pasillo de la derecha. Mathilde, un pingajo deingenua, acababa de romper su palangana, cuya agua jabonosa se escurríahastaeldescansillo.Uncamerinosecerróviolentamente;dosmujeresencorsécruzaron de un salto, y otra, con la punta de la camisa entre los dientes,apareció y desapareció. Luego hubo risas, una discusión, una canciónempezada e inmediatamente interrumpida. A lo largo del pasillo, por lasaberturas, se percibían carnes desnudas, blancuras de piel y palideces delencería; dos muchachas, muy divertidas, se mostraban mutuamente suslunares; una, muy joven, casi una niña, se había levantado las faldas porencimadelasrodillasysecosíaelpantalón,mientrasquelascamareras,alvera los dos hombres, corrían ligeramente las cortinas, por decencia. Era elatropellodelfinal,elgranlavatoriodelblancoydelcolorete,eltrajedecallevueltoavestirenmediodeunanubedepolvosdearroz,unaumentodeolorhumanoarrojadoporlaspuertasbatientes.

Enel tercerpiso,Muffat seabandonóa laembriaguezque le invadía.Elcamerino de las figurantas estaba allí; veinte mujeres amontonadas, unadesbandadadejabonesydebotellasdeaguadelavanda,lasalacomúndeunacasa de arrabal. Al pasar, oyó detrás de una puerta un lavatorio feroz, unatempestadenunapalangana.Ysubíaalúltimopisocuandotuvolacuriosidaddeaventurarunaúltimamiradaporunapuertaentreabierta:laestanciaestabavacíaynohabía,bajolallamadelgas,másqueunorinalolvidadoenmediodeundesordendefaldas tiradasporelsuelo.Estapiezafue laúltimavisiónquesellevó.

Arriba,enelcuartopiso,seahogaba.Todoslosoloresy todas las llamasconvergían allí; el techo amarillo parecía tostado, un farol ardía entre unaneblina rosácea. Por un momento se agarró a la barandilla de hierro, queencontró tibia, con una tibieza viva, y cerró los ojos, absorbiendo en unaaspiraciónelsexodelamujer,queélaúnignorabayleabofeteabaenlacara.

—Vengaya—gritóFauchery,desaparecidodesdehacíauninstante—.Lellaman.

Se hallaba en el fondo del pasillo, en el camerino de Clarisse y deSimonne, una pieza larga bajo el tejado con paneles cortados y paredes en

escuadra.Laclaridadentrabaporarriba,atravésdedosanchasaberturas.Peroen aquella hora de la noche sólo las llamas de gas iluminaban la estanciaempapeladaa lobarato;unpapelcon flores rosa sobreunemparradoverde.Dostablas,unaalladodelaotra,hacíandetocadordostablasforradasdetelaencerada y ennegrecida por el agua derramada y bajo las cuales seamontonaban tarrosdecincabollados,cubos llenosde lavazasycántarosdebarroamarillento.Allíhabíaunpuestodeartículosdebazar,retorcidos,suciosporeluso,palanganasdesportilladasypeinesdesdentados,todoloquelaprisayladesidiadedosmujeresqueselavanydesnudasencomúndejanalrededorsuyo de desorden en un lugar que utilizan de paso y cuya suciedad no lesimporta.

—Venga ya —repitió Fauchery, con esa camaradería que adoptan loshombresentrelasmujerzuelas—.Clarissequieresaludarle.

Muffat terminó por entrar, pero se quedó sorprendido al encontrar almarquésdeChouardinstaladoentrelosdostocadores,enunasilla.Elmarquéssehabíaretiradoallíyapartabalospies,porquedeuncuboagujereadosalíaunaaguablancuzca.Selenotabamuyasugusto,comoconocedordeciertosbuenos sitios, remozadoen aquella sofocacióndebañera, en aquel tranquiloimpudordemujer,queaquelrincóndesuciedadhacíanaturalyaceptable.

—¿Esquetevasconelviejo?—preguntóSimonnealoídodeClarisse.

—Muchasveces—lerespondióClarisseenvozalta.

La camarera, una jovencita muy fea y muy familiar, que ayudaba aSimonne a ponerse su abrigo, se moría de risa. Las tres se empujaban,balbuceandopalabrasqueaumentabansuhilaridad.

—Vamos,Clarisse,besaalseñor—repetíaFauchery—.Yasabesquetienecartera.

Yvolviéndosehaciaelconde,ledijo:

—Yaverá;esmuyamableyquierebesarle.

Pero Clarisse estaba harta de hombres. Habló violentamente de loscochinos que esperaban abajo, en la portería. Por otra parte, tenía prisa ensalir,puesdelocontrariofaltaríaalaúltimaescena.Luego,comoFaucherylecerrabaelpaso,besólaspatillasdeMuffat,diciéndole:

—Estonoesporusted,sinoporFauchery,quemefastidia.

Yseescapó.Elcondepermaneciócohibidoenpresenciadesusuegro.Unaoleadadesangrelesubióalrostro.NohabíasentidoenelcamerinodeNana,enmediodeaquellujodeafeitinesyespejos,laacreexcitacióndelamiseriavergonzosa de aquel cuchitril, presidido por el abandono de dos mujeres.Mientras,elmarquésacabóporsalirdetrásdeSimonne,hablándolealoídoy

ellanegandoconlacabeza.Faucherylesseguíariéndose.Entonceselcondeseviosoloconlacamarera,quelimpiabalaspalanganas.Ysemarchó,bajandoporlaescalera,laspiernasflojas,ynuevamenteviendoantesíalasmujeresenenaguas, quienes pegaban un portazo al verle. Pero en medio de aquelladesbandadademuchachas sueltas a travésde los cuatropisos, sólopercibióclaramenteungato,elgordogatorojo,que,enaquellahornazaenvenenadadealmizcle,escapabaalolargodelospeldaños,frotándosecontralosbarrotesdelabarandilla,conlacolalevantada.

— ¡Por fin!—exclamó una voz enronquecida demujer—.Creí que nosharíanpasaraquítodalanoche.¡Quécargantesconsusaplausos!

Era el final, el telón acababa de caer.Había un verdadero galope por laescalera, cuyo hueco se llenaba de exclamaciones, de una prisa brutal porvestirseymarcharse.CuandoelcondeMuffatllegabaalúltimopeldaño,vioaNanayalpríncipe,queavanzabandespacioporelpasillo.Lamujersedetuvoyluego,sonriendoybajandolavoz,dijo:

—Deacuerdo.Hastaluego.

El príncipe volvió al escenario, dondeBordenave le esperaba. Entonces,soloconNana,ycediendoaunimpulsodecóleraydeseo,Muffatcorriótrasella,yenelmomentoenqueentrabaensucamerinoleestampóunrudobesoenlanuca,enlosrizosquelecaíansobreloshombros.

Era como el beso recibido arriba, que devolvía allí. Nana furiosa, yalevantabalamano,peroreconocióalcondeysonrió.

—¡Oh!Mehaasustado—dijosencillamente.

Ysusonrisaeraadorable,confusaysumisa,comosihubiesedesesperadodeaquelbesoysefelicitaseporrecibirlo.Peroellaestabacomprometidaparaaquellanocheyparaeldíasiguiente.Habíaqueesperar.Sihubiesepodido,sehabríahechodesear.Sumiradadecíatantascosas…Enfin,ellaañadió:

—Sabe, soy propietaria… Sí, compré una casa en el campo, cerca deOrleáns, en una región a la que usted va alguna vez. Bebé me lo dijo, elpequeñoGeorgesHugon;¿loconoce?Vengaavermeallá.

Elconde,aterradoporsubrutalidaddehombretímido,avergonzadoporloque había hecho, la saludó ceremonioso, prometiéndole corresponder a suinvitación.Luegosealejó,andandocomoenunsueño.

Se reunía con el príncipe cuando, al pasarpordelantedel saloncito, oyógritaraSatin:

—¡Vayaunviejosucio!¡Déjemeenpaz!

Era elmarqués deChouard, que asediaba a Satin, y ella estaba harta de

todo aquelmundo elegante. Nana la había presentado a Bordenave, pero lahabíaaburridomuchotenerqueestarconlabocacerrada,pormiedoasoltaralguna burrada, y ahora quería desquitarse del mal rato, sobre todo porqueentre bastidores había tropezado con un antiguo amante suyo, el figuranteencargadodelpapeldePlutón,unpasteleroqueyalehabíadadounasemanade amor y de bofetadas. Le esperaba, irritada de que el marqués la tratasecomoaunadeaquellasmujeresdeteatro.Así,pues,acabómostrándosemuydignaysoltóestafrase:

—Mimaridovaavenir,yustedverá.

Mientrastanto,losartistas,envueltosensusgabanes,semarchabanunoauno. Grupos de hombres ymujeres descendían por la escalerita de caracol,proyectando en la sombra perfiles de sombreros desfondados, de chalesdeslucidosyunapálidafealdaddecómicosquesehanquitadoelcolorete.

En el escenario, mientras apagaban los rastrillos y las candilejas, elpríncipe escuchaba una anécdota de Bordenave. Quería esperar a Nana.Cuandoalfinellaapareció, todoestabaaoscuras,yelbomberodeservicio,concluyendosuronda,paseabaunalinterna.

Bordenave, para evitar a Su Alteza el rodeo del pasaje de Panoramas,acababa de ordenar que abriesen el pasillo que comunicaba el cuarto de laportería con el vestíbulo del teatro. Y a lo largo de este pasillo hubo un«sálvesequienpueda»demujercitas felicesporhuirde loshombresque lasacechabanenelpasaje.Seempujabanunasaotras,sedabancodazos,mirabanatrás y sólo respiraban cuando estaban fuera y, mientras, Fontan, Bosc yPrullierese retiraban lentamente,mofándosede losprotectoresseriosquesepaseaban por la galería del Varietés en el momento en que sus protegidasdesfilabanporelbulevarconelamantequeellasquerían.PerolamásmalignafueClarisse.DesconfiabadeHéctorde laFaloise,yenefecto,élaúnseguíaallí,enlaportería,encompañíadeunostozudosseñoresqueseaferrabanalassillasdelaseñoraBron.Todosalargabanlanariz.Ellapasómuyseriadetrásdeunaamiga.Losseñoresaguzabanlamirada,aturdidosporaquellaoleadadefaldas arremolinadas al piede la estrecha escalera, desesperadospor esperartantotiempo,paraverlasalfinynoreconoceraninguna.

Lacríadegatitosnegrosdormíasobreelhule,apelotonadajuntoalvientredesumadre, felizycon laspatasestiradas,mientrasqueelgordogatorojo,sentadoalotroladodelamesayconelraboextendido,contemplabaconsusojosamarilloscómosemarchabanlasmujeres.

—Si Su Alteza se digna pasar por aquí —dijo Bordenave al pie de laescaleraeindicandoelcorredor.

Algunas figurantas se empujaban todavía. El príncipe seguía a Nana.

Detrás de ellos iban Muffat y el marqués. El pasadizo era un largo huecoabiertoentreelteatroylacasavecina,unaespeciedecallejuelaestranguladaque habían cubierto con una techumbre en pendiente y con vidrieras. Lahumedad rezumaba por las paredes. Los pasos resonaron en el pavimentoenlosado lo mismo que en un subterráneo. Allí había como unamontonamiento de desván, un banco sobre el cual el portero cepillaba losdecorados,unapiñamientodevallasdemaderaquesecolocabanporlatardealaentradadelteatroparamantenerlacola.

Nanatuvoquerecogerselafaldaalpasarpordelantedeunafuente,cuyogrifomalcerradoinundabaelsuelo.Enelvestíbulosedespidieron.Ycuandose quedó solo, Bordenave resumió su juicio acerca del príncipe con unencogimientodehombrosenelquehabíaunadesdeñosafilosofía.

—Apesardetodo,tieneolfato—dijosinexplicarmásaFauchery,aquienRoseMignonllevabaconsumarido,parareconciliarlosensucasa.

Muffatestabasoloenlaacera.SuAltezaacababadehacersubiraNanaensu coche. El marqués se había marchado detrás de Satin y su figurante,excitado,conformándoseconseguiralosdosviciosos,conlavagaesperanzadealgunasatisfacción.

Muffatquisoregresarapie.Dentrodeélhabíacesadotodocombate.Unaoladevidanuevaanegabasusideasysuscreenciasdecuarentaaños.Mientrasrecorría los bulevares, el rodar de los últimos coches le ensordecía con elnombre de Nana, los mecheros de gas hacían bailar ante sus ojos lasdesnudeces, losbrazos flexibles, loshombrosblancosdeNana,y sentíaqueella leposeía,yhabríarenegadodetodo,vendidotodo,por tenerlaunahoraaquellamismanoche.

Erasujuventudquealfindespertaba,unapubertadglotonadeadolescente,quemándolederepenteensufrialdaddecatólicoyensudignidaddehombremaduro.

CapítuloVI

ElcondeMuffat,acompañadodesuesposaydesuhija,había llegadolavísperaalasFondettes,endondelaseñoraHugon,queestabasolaconsuhijoGeorges,leshabíainvitadoapasarochodías.Lacasa,construidaafinalesdelsiglo XVII se levantaba en medio de un inmenso recinto cuadrado, sinornamento alguno, pero el jardín disponía de sombrasmagníficas y de unasucesión de estanques de agua corriente que alimentaba los manantiales.EstabaalolargodelacarreteradeOrleánsaParís,comounislotedeverdor,

un ramillete de árboles que rompía la monotonía de esa llanura donde loscultivosseextiendenhastaelinfinito.

A lasonce, cuandoel segundo toquede campanapara el almuerzohuboreunidoatodoelmundo,laseñoraHugon,consubuenasonrisamaternal,diograndesbesosenlasmejillasdeSabineydijo:

—Ya sabes, en el campo esmi costumbre…Me rejuvenece veinte añosverteaquí…¿Hasdormidobienentuantiguaalcoba?

Luego,sinesperarsurespuesta,sevolvióhaciaEstelle:

—Y esta pequeña ha dormido de un tirón, ¿no es así? Dame un beso,pequeña.

Sehabíansentadoenelampliocomedor,cuyasventanasdabanalparque.Pero sólo ocupaban un extremo de la gran mesa, apretados para estar másjuntos.Sabine,muyalegre,evocabasusrecuerdosdejuventud,queacababande despertarse: los meses pasados en las Fondettes, los largos paseos, unacaída en un estanque una tarde de verano, una vieja novela de caballeríadescubiertaenunarmarioyleídaeninvierno,anteelfuegodesarmientos.YGeorges,quenohabíavueltoaver a la condesadesdehacíaunosmeses, laencontraba más animada, con cierto cambio en el rostro, mientras lalarguiruchaEstelle,porelcontrario,parecíatodavíamásapagada,másmudaymástorpe.

Como se comían huevos pasados por agua y chuletas, la señoraHugon,hacendosamujerde su casa, se lamentódiciendoque los carniceros estabanimposibles,pueslocomprabatodoenOrleánsynuncaleenviabanlostrozosqueellapedía.Porotrolado,sisushuéspedescomíanmal,eraculpadeellos,porllegarcuandoyaestabamuyadelantadalatemporada.

—Estonotienesentidocomún—decíaella—.Lesesperabadesdeelmesdejunio,yestamosamediadosdesetiembre…Ahoranoesmuybonito.

Conungestoseñalabalosárbolesdelprado,queempezabanaamarillear.Elcieloestabacubierto,yunvahoazuladoanegabaelhorizonteenunadulceymelancólicatranquilidad.

—Esperoaotrosinvitados—continuóella—,yestoestarámásanimado.Primeramente,dosseñoresaquieneshainvitadoGeorges,elseñorFaucheryyelseñorDaguenet;losconocen,¿verdad?LuegoelseñordeVandeuvres,quemeprometevisitadesdehacecincoaños,ytalvezesteañosedecida.

—VayaporDios—exclamólacondesariendo—;sinotenemosmásquealseñordeVandeuvres…Estátanocupado…

—¿YPhilippe?—preguntóMuffat.

—Philippeyapidió la licencia—respondió laancianaseñora—,perosindudaustedesyanoestaránenlasFondettescuandollegue.

Se servía el café. La conversación había recaído sobre París, y sepronunció el nombre deSteiner.Este nombre arrancóun pequeñogrito a laseñoraHugon.

—Apropósito—dijo ella—ese señorSteiner es aquel grueso señor queencontréunanocheensucasa,unbanquero,¿noesasí?¡Vayasinvergüenza!¿Puesnocompróunapropiedadparaunaactrizaunaleguadeaquí,poralláabajo,enlaChoue,alladodeGumieres?Todalaregiónestáescandalizada…

¿Sabíaustedeso,amigomío?

—Ni idea —respondió Muffat—. Entonces, ¿Steiner ha comprado unafincaenlosalrededores?

Georges,aloírasumadreabordaraquel tema,metió lanarizensu taza,perolalevantóymiróalconde,asombradodesurespuesta.¿Porquémentíatan descaradamente? Por su parte, el conde, percibiendo el movimiento deljoven,lemirócondesconfianza.LaseñoraHugoncontinuabadandodetalles:lafincasellamabalaMignotte;habíaqueremontarlaChouehastaGumieresparaatravesarunpuente,loquealargabaelcaminoendosbuenoskilómetros;de otra manera, había que mojarse los pies y se corría el riesgo de unchapuzón.

—¿Ycómosellamalaactriz?—preguntólacondesa.

—Melodijeron—murmurólaanciana—.Georges,túestabasallíaquellamañana,cuandoeljardineronoshabló…

Georges fingió que hacía memoria. Muffat esperaba haciendo girar unacucharillaentrelosdedos.Entonceslacondesa,dirigiéndoseaél,comentó:

—EseSteiner,¿noandabaconesacantantedelVarietés,esaNana?

—Nana,esoes;¡unasinvergüenza!—gritólaseñoraHugonenfadándose.

YselaesperaenlaMignotte.Yolosétodoporeljardinero,¿noescierto,Georges?Eljardinerodecíaqueselaesperabaestatarde.

Elcondeexperimentóunligeroestremecimientodesorpresa.PeroGeorgesrespondíaconvivacidad:

—Bah,mamá…Eljardinerohablabasinconocimientodecausa.Haceunmomento el cochero me dijo lo contrario, que no esperan a nadie en laMignottehastapasadomañana.

Tratabadequeleviesennatural,yporelrabillodelojomirabaquéefectohacían sus palabras en el conde, quien continuaba dando vueltas a su

cucharilla,comotranquilizado.Lacondesa,conlamiradaperdidaenelfondoverdosodelparque,parecíanoocuparsedelaconversación,siguiendoconlasombra de una sonrisa un pensamiento secreto que se despertó en ellasúbitamente;Estelle,mientras,tiesaensusilla,habíaescuchadoloquedecíandeNanasinqueunrasgodesublancorostrodevirgenseinmutase.

—Diosmío—murmuródespuésdeunsilenciolaseñoraHugon,alavezque recobraba su bondad, es una equivocación enfadarse—. Es preciso quevivatodoelmundo.Sinosencontramosconesaseñoraenelcamino,nonosdesviaremosparaevitarsaludarla.

Allevantarsedelamesa,aunriñóalacondesaSabineporhabersehechodeseartantoaquelaño.Perolacondesasedefendióculpandodelretrasoasumarido;pordosveces,apuntodepartirycon lasmaletas listas,habíadadocontraorden, disculpándose con negocios urgentes; luego se decidiórepentinamenteycuandoelviajeparecíaolvidado.Entonceslaancianacontóque Georges también le había anunciado su llegada en dos ocasiones, sinaparecer, y que hacía dos días cayó por las Fondettes, cuando ya no loesperaba.

Acababandebajaraljardín.Losdoshombres,aderechaeizquierdadelasseñoras,lasescuchaban,encogidosdehombrosycallados.

—No importa—dijo la señoraHugon besando los cabellos rubios de suhijo—. Zizí ha sidomuy amable viniendo a encerrarse en el campo con sumadre…EstebuenZizínomeolvidanunca.

Porlatardesintióciertainquietud.Georges,queinmediatamentededejarla mesa se había quejado de pesadez de cabeza, se dolió después de unajaqueca atroz.Hacia las cuatro quiso subir a acostarse, porque era elmejorremedio; cuandohubiese dormidohasta el día siguiente, se encontraría biendeltodo.Sumadreseempeñóenacostarloellamisma,perocuandosaliódesuhabitación, Georges saltó de la cama para dar una vuelta a la cerradura,pretextandoqueseencerrabaparaquenofueranamolestarle,ygritó:«Buenasnoches;hastamañana,mamaíta»conunavozanimosa,prometiendodormirdeun tirón.No se volvió a acostar. Con rostro despejado y viva lamirada, sevistiódenuevo,sinhacerruido,yluegoesperó,inmóvilenunasilla.Cuandollamaron a cenar, espió al condeMuffat, que se dirigía hacia el salón.Diezminutos más tarde, seguro de no ser visto, se deslizó sigilosamente por laventana, ayudándosecon la cañeríadedesagüe; sudormitorio, situadoenelprimerpiso,dabaalatraseradelacasa.Searrojósobreunmacizo,saliódelparque y atravesó varios campos corriendo, por el lado de laChoue, con elestómagovacíoyel corazón saltándoledeemoción.Anochecíayuna ligeralluviaempezabaacaer.

EraciertoqueaquellamismatardeNanadebíallegaralaMignotte.Desde

queSteiner,enelmesdemayo,lehabíacompradoaquellacasadecampo,devezencuandosentíaverdaderosdeseosde ira instalarseenella,ynohacíamásquesuspirar,peroBordenavesiempreseoponíaacualquierdespedidayse lo aplazabapara setiembre, conelpretextodequenopodía reemplazarlaporunadoble,nisiquieraunanoche,mientrassecelebrabalaExposición.Yhaciafinalesdeagosto,hablódeoctubre.Enfurecidaentonces,NanadijoqueestaríaenlaMignotteparaelquincedesetiembre,yparadesafiaraBordenaveinvitódelantedeélaunmontóndeamigos.

UnatardeenqueelcondeMuffat,aquienresistíasabiamente,lesuplicabaen su casa, sacudido por estremecimientos, que premiase sus ansias, leprometióquelecomplacería,peroenlafinca,yaéltambiénleseñalóeldíaquince.Sinembargo,eldoceseapoderódeellalanecesidaddemarcharseenseguida,solaconZoé.TalvezBordenave,prevenido,encontraríaalgúnmediopararetenerla,yleentusiasmabaplantarleallí,enviándoleuncertificadodesumédico.CuandolaideadellegarlaprimeraalaMignotteyvivirdosdíassola,sinquenadielosupiese,selemetióenlacabeza,nohizomásqueapremiaraZoéparaquehicieselasmaletas,lametióenuncochedealquiler,dondemuyenternecida le pidió perdón y la abrazó. Fue en la cantina de la estacióncuando decidió advertir a Steiner con una carta, en la que le rogaba queesperaseunpardedíaspara ir a reunirseconella siqueríaencontrarlabienfresca.Yentusiasmadaconotroproyecto,escribióunasegundacartaenlaquesuplicabaasutíaquelellevaseinmediatamenteaLouiset.Aquellolesentaríatan bien a su pequeñín… ¡Y cómo se divertirían los dos bajo los árboles!DesdeParís aOrleáns, en el vagón, nohizomásquehablar de ello con losojoshúmedos,mezclandolasflores,lospájarosyasuhijoenunacrisissúbitadematernidad.

LaMignotteestabaamásdetresleguas.Nanaperdióunahoraenalquilaruncarruaje,unagrancalesadestartalada,querodabalentamenteconunruidode chatarra. En seguida se apoderó del cochero, un vejete taciturno al queacosabaapreguntas.¿HabíapasadomuchasvecespordelantedelaMignotte?Entonces,¿estabadetrásdeaquel ribazo?Aquellodebíadeestarpobladodeárboles, ¿verdad que sí? Y la casa, ¿se veía desde lejos? El viejecito sólorespondíacongruñidos.Enlacalesa,Nanabailabadeimpaciencia,peroZoé,enfadada por haber salido deParís tan precipitadamente, permanecía tiesa ymalhumorada.Comoelcaballosedetuvoderepente,Nanacreyóquehabíanllegado.Asomólacabezaporlaventanillaypreguntó:

—¿Qué?¿Yaestamos?

Por toda respuesta, el cochero pegó un latigazo al caballo, que subiópesadamenteunacuesta.Nanacontemplabaconentusiasmolallanurainmensabajoelcielogris,enelqueseamontonabangrandesnubes.

— ¡Oh…!Mira esto, Zoé; fíjate qué hierba. ¿Es trigo todo esto? ¡Diosmío,quéprecioso!

—Yasevequelaseñoranoesdelcampo—acabópordecirlacriadacondesdén—.Mehartédevercampocuandoestuveencasadeldentista,queteníaunafincaenBougival…Hacefríoestatarde.Aquíhaymuchahumedad.

Pasabanbajo los árboles.Nanaolfateaba el aromade las hojas comounperrillo.Bruscamente,enunarevueltadelcamino,descubrióelángulodeunacasa oculta entre el ramaje. Era tal vez aquélla, y entabló una conversaciónconelcochero,quesiempredecía«no»conunmovimientodecabeza.

Luego,cuandobajabanporlaotravertientedelribazo,selimitóaextenderellátigoymurmuró:

—Alláabajo.

Nanaselevantóysacóelcuerpoporlaventanilla.

—¿Dónde?,¿dónde?—gritó,pálida,noviendonadatodavía.

Alfindistinguióuntrozodemuro.Entoncestodofuerongritosybrincos,yunarrebatodemujerdesbordadaporunavivaemoción.

—Zoé, ¡la veo, la veo! Ponte al otro lado. ¡Oh! y tiene una terraza deladrillos.Yalláuninvernadero.Peroquégrandees.¡Mira,Zoé,mira!

El coche se había detenido ante la verja. Se abrió una puertecita, y eljardinero,altoyseco,aparecióconlagorraenlamano.Nanaquisorevestirsedetodasudignidad,porqueelcocheroyaempezabaareírseparasusadentrosconloslabioscerrados.Secontuvoparanocorrer,escuchóaljardinero,muylocuazentonces,quienrogabaalaseñoraquedisculpaseeldesorden,puesnohabíarecibidolacartadelaseñorahastaaquellamismamañana;noobstante,Nanalogrósalirdelbarro,yandabacontantaprisaqueZoénopodíaseguirla.Al final de la alameda se detuvo un instante para envolver la casa con unamirada.Setratabadeungranpabellóndeestiloitaliano,alladodelcualhabíaotra construcciónmás pequeña, que un inglés rico, después de dos años deestanciaenNápoles,mandólevantar,ydespuésnolegustó.

—Selaenseñaréalaseñora—dijoeljardinero.

Peroellayasehabíaadelantadoylegritabaquenosemolestase,queellarecorrería, que así le agradabamás. Y sin quitarse el sombrero, fue de unaestanciaaotra,llamandoaZoé,haciéndolereflexionesdeextremoaextremodelospasillos,yllenandodegritosydesusrisaselvacíodeaquellamansióndeshabitada desde hacía varios meses. Primeramente el vestíbulo, un pocohúmedo, pero aquello no tenía importancia, pues allí no se dormía. Muyeleganteelsalón,consusventanasabiertassobreunprado;sóloelmobiliariorojo resultaba espantoso, pero lo cambiaría. En cuanto al comedor, ¡vaya

comedor!¡QuéfiestasdaríaenParíssidispusiesedeuncomedortangrande!

Cuandosubíaelprimerpiso,seacordódequenohabíavistolacocina,yvolvió a bajar lanzando exclamaciones, yZoé tuvo quemaravillarse ante labelleza del fregadero y la anchura del hogar, en el que se podría asar uncorderoentero.

Cuandovolvióasubir,sequedóentusiasmadísimaconsudormitorio,unahabitaciónqueuntapicerodeOrleánshabíadecoradoencretonaLuisXVI,deun rosa suave. ¡Qué bien! Allí debía de dormirse estupendamente. Unverdadero lecho de pensionada. A continuación había cuatro o cincohabitaciones para invitados, además de unas magníficas buhardillas, muyapropiadas para lasmaletas. Zoé, gruñendo, echando una ojeada fría a cadacuarto,serezagabadetrásdeNana,yviocómodesaparecíaporunaescaleraempinada, ladelosdesvanes.Gracias.Ellanoteníadeseosderomperseunapierna.

Pero llegó a sus oídos una voz lejana, como soplada por un tubo dechimenea:

— ¡Zoé, Zoé! ¿Dónde estás? ¡Sube! ¡Oh, no puedes darte idea! ¡Esfantástico!

Zoé subió gruñendo. Encontró a la señora en el tejado, apoyada en labarandilla de ladrillos, contemplando el valle que se extendía a lo lejos. Elhorizonteerainmenso,perounosvaporesgrisesloempañabanyelvendavalarrojabafinasgotasdelluvia.Nanateníaquesujetarseelsombreroconlasdosmanosparaquenoseloarrebataraelviento,mientrassusfaldasflotabanconcrujidosdebandera.

—¡Ah,no!¡Quéocurrencia!—dijoZoéapartandoenseguidalacabeza—.Vaavolarlaseñora…¡Quétiempomásperro!

Laseñoranolaoía.Conlacabezainclinadaobservabalapropiedadqueseextendíaasuspies.Habíaunossieteuochoacresdeterrenoprotegidoporunatapia.Entonceslavistadelhuertolaentusiasmó.Luegoempujóaladoncellaenlaescalera,tartamudeando:

— ¡Está lleno de coles…! Coles así de grandes. Y de lechugas, deacederas,decebollas…,¡detodo!Venpronto.

Lalluviaarreciaba.Nanaabriósusombrilladesedablancaycorrióporlasalamedas.

—¡Laseñoracogeráunresfriado!—gritabaZoépermaneciendotranquilabajolamarquesinadelpórtico.

Pero la señora quería ver. A cada nuevo descubrimiento lanzaba susexclamaciones.

—¡Zoé,espinacas!¡Perovenaquí!Alcachofas.Quégraciosas.¿Florecenlasalcachofas?Mira,¿quéesestodeaquí?Noconozcoesto…Ven,Zoé; túdebesdeconocerlo.

Ladoncellanosemovía.Suseñorateníaqueestarchiflada.Ahoraelaguacaíaa torrentes; lasombrilladesedablancayaestabanegraynocubríaa laseñora,cuyovestidochorreaba.Peroestonolamolestabacasi.Visitaba,bajoeldiluvio,elhuertoylosfrutales,deteniéndoseantecadaárboleinclinándosesobrecadaplantadelegumbres.Luegocorrióaecharunamiradaalfondodelpozo, levantó una tabla paramirar lo que había debajo, y se absorbió en lacontemplación de una calabaza. Sentía necesidad de recorrer todas lasalamedas,detomarposesióninmediatadecosasquesoñabaenotrostiempos,cuandoarrastrabasuszuecosdeobreraporelempedradodeParís.

Lalluviaarreciabamás,peroNananolasentía;sólolamentabaqueeldíafuesetancorto.Yanoseveíabien,yteníaquetocarconlosdedosparadarsecuenta. De repente, en el crepúsculo, distinguió fresas. Entonces estalló suinfantilidad:

—¡Fresas, fresas!Lashay, lashuelo…¡Zoé, traeunplato!Vena cogerfresas.

Y Nana, que estaba acurrucada en el barro, abandonó su sombrilla,recibiendoelaguaachorros.Cogíalasfresasconlasmanosempapadas,entrelashojas.Zoéno traíaelplato.CuandoNanase incorporó, sintiómiedo.Leparecióhabervistodeslizarseunasombra.

—¡Unafiera!—exclamó.

Peroelestuporladejóclavadaenmediodelcaminillo.Eraunhombre,alquereconocióenseguida.

—¡Cómo!EsBebé.¿Quéhacesaquí,Bebé?

—Toma,pueshevenido.

Nanaestabaaturdida.

— ¿Sabías mi llegada por el jardinero? ¡Pero este chiquillo…! Si estáchorreando.

—Tediré:lalluviamehasorprendidoporelcamino.YnohequeridosubirhastaGumieres,yalatravesarlaChouehecaídoenunmalditocharco.

DerepenteNanaseolvidódelasfresas.Temblabayestabaconmovida.¡ElpobreZizíenuncharco!Selollevóalacasahablandodeencenderungranfuego.

—Sabes—murmuróéldeteniéndoseenlasombra—,meocultabaporqueteníamiedodequemeriñesescomoenParís,cuandovoyavertesinqueme

esperes.

Ella se echó a reír, sin responder, y le dio un beso en la frente. Hastaentonces lo había tratado como a un chiquillo, no tomando en serio susdeclaraciones, divirtiéndose con él como con un hombrecito sinconsecuencias.

Hubomuchotrabajoparainstalarle.Ellaquisoqueseencendiesefuegoensuhabitación,puesallíestaríanmejor.LapresenciadeGeorgesnosorprendióa Zoé, que ya estaba acostumbrada a toda clase de encuentros. Pero eljardinero,quesubíalaleña,sequedóparadoalveraaquelseñorchorreando,segurodenohaberleabiertolapuerta.Nanalodespachó;noteníannecesidaddeél.Unalámparailuminabalaestanciayelfuegollameaba,aumentandolaclaridad.

—No se secará y va a coger un catarro—dijo Nana viendo a Georgestiritando.

¡Yniunpantalóndehombre!Estabaapuntodellamaraljardinerocuandotuvounaocurrencia.Zoé,quedeshacíalasmaletasenelcuartodeaseo,traíaalaseñoraropaparacambiarse:unacamisa,enaguas,unpeinador.

— ¡Muy bien! —exclamó Nana—. Zizí puede ponerse esto, ¿no tedesagradarálomío?Cuandotusropasesténsecas,telaspondrásyteirásenseguida,paraquenoteriñatumamá…Anda,dateprisa,queyotambiénvoyacambiarmeeneltocador.—Cuandodiezminutosdespuésreaparecióensaltodecama,juntólasmanosconarrobamiento.

—¡Oh,quéguapoestásvestidodemujercita!

Georgessehabíapuestounacamisadedormir,unpantalónbordadoyelpeinador,unlargopeinadordebatistaconencajes.Parecíaunamuchacha,consus dos brazos desnudos de joven rubio, sus cabellos leonados todavíahúmedosycayéndolesobreelcuello.

—Siestandelgadocomoyo—dijoNanacogiéndoledelacintura—.Zoé,venavercómolesientaesto…¡Siparecehechoparaél!Apartedelapechera,queesdemasiadoancha…Notienetantocomoyo,estepobreZizí.

—Estoy seguro que de… de esome falta un poco—murmuró Georgessonriendo.

Lostresbromearon.Nanaleabrochóelpeinadordearribaabajo,paraqueestuviesedecente.Ledabavueltascomoaunamuñeca,ygolpecitos,yhacíaahuecar la falda por detrás.Y le preguntaba si se encontrababien, si estabacaliente. ¡Puesclaroquesí! ¡Muybien!Nadamáscálidoqueunacamisademujer si pudiese, siempre la llevaría. Se movía dentro de ella feliz con lasuavidaddelatela,conelabandonoqueolía,ydondecreíaencontrarunpoco

delavidatibiadeNana.

Mientras,Zoébajó las ropasmojadas a la cocina para que se secasen lomásprontoposibleanteelfuegodesarmientos.EntoncesGeorges,estiradoenunsillón,seatrevióapreguntar:

—Dime,¿túnocenasestanoche…?Memuerodehambre.Nohecenado.

Nana se enfadó. Vaya una tontería, escaparse de casa de mamá con elestómago vacío, y para ir a caer en un charco. Pero ella también tenía elestómagoen los talones. ¡Claroquehabíaquecomer!Sóloquecomerían loquepudiesen.Yseimprovisó,sobreunveladoracercadoalfuego,lacenamásdivertida. Zoé corrió a casa del jardinero, que había preparado una sopa decoles,paraelcasodequelaseñoranocenaseenOrleánsantesdellegar,ylaseñorasehabíaolvidadodedecirleenlacartaloquedebíapreparar.

Afortunadamentelabodegaestababiensurtida.Comieron,pues,unasopade coles con un trozo de tocino; luego, revolviendo en una bolsa, Nanaencontróunmontóndeprovisionesque sehabía llevadoporprecaución: unpastelillodenata,unpaquetedecaramelosynaranjas.Comieroncomoogros,conunapetitodeveinteaños,comocamaradasbienavenidos.NanaledecíaaGeorges:«¡Queridamía!»loqueleparecíamásfamiliarycariñoso.Depostre,paranoimportunaraZoé,vaciaronconlamismacuchara,cadaunoasuvez,untarrodeconfituraquehallaronenunarmario.

—Queridamía—dijoNanaretirandoelvelador—,hacediezañosquenocenabatanbien.

Noobstante,sehacíatardeyqueríadespacharalpequeñopormiedoaquelereprendieran.Élrepetíaqueteníatiempo.Además,lasropasnosesecaban,yZoéanuncióqueaúnteníaparaunahora,ycomosedormíadepie,cansadadel viaje, Nana le dijo que se acostase. Entonces se quedaron solos en lasilenciosacasa.

Aquéllafueunaveladamuydulce.Elfuegoerayabrasa,seahogabanunpocoenlagranhabitaciónazul,dondeZoéhabíahecholacamaantesdesubir.Nana,debidoalexcesivocalor,selevantóparaabriruninstantelaventana,yexclamóalmirarafuera:

—¡Diosmío,quéhermoso!Mira,querido.

Georgesacudió,ycomosilabarradeapoyolepareciesedemasiadocorta,cogióaNanaporlacinturayapoyósucabezaenelhombrodeella.Eltiempohabíacambiadobruscamente,yuncielopuro seentreabríaa lavezqueunalunaredondailuminabaelcampoconunmantodorado.Eraunapazsoberana,un ensanchamiento del valle abriéndose sobre la inmensidad de la llanura,dondelosárbolesformabanislotesdesombraenelinmóvillagodeclaridad.

YNana,enternecida,sesentíapequeña,niñaotravez.Habíasoñadoennochescomoaquella enuna épocade su vida queya no recordaba.Todo lo que lesucedía desde que bajó del carruaje, aquella campiña tan grande, aquellashierbas que olían tan fuerte, aquella casa, aquellas legumbres, todo latrastornabahastaparecerlequehabíaabandonadoParíshacíaveinteaños.Suexistenciadeayerestabalejana…Sentíacosasqueantesignoraba.

Georges, no obstante, le daba en el cuello besitos cariñosos, lo queaumentabasu turbación.Conmano temblorosa,ella lo rechazabacomoaunniñoquecansacon sus ternuras,y repetíaquedebíamarcharse.Élnodecíaqueno,sinoqueseiríaenseguida.

Luegounpajarillocantóycallóalmomento.Eraunpetirrojo,posadoenunsauce,bajolaventana.

—Espera—dijoGeorges—lalámparaleasusta;voyaapagarla.

Ycuandovolvióacogerladelacintura,añadió:

—Laencenderemosdentrodeunrato.

Entonces, escuchando al petirrojo, mientras el muchacho la estrechaba,Nana se acordó…Sí, era en lasnovelas dondehabíavisto todo aquello.Enotros tiempos hubiese dado el corazón por tener una luna semejante, ypetirrojos, y un hombrecito enamorado. ¡Dios mío! Habría llorado, de tanhermosoy agradable que le parecía esto. Seguro que ella había nacido paravivirdecentemente.RechazabaaGeorges,queseenardecía.

—No;déjame,noquiero…Seríaunainfamiaatuedad…Escucha,serétuotramamá.

Sentíapudor.Estabahechaunagrana.Noobstante, nadiepodíaverla; lahabitación se oscurecía en torno a ellos, mientras el campo desarrollaba elsilencio y la inmovilidad de su soledad. Jamás había sentido ella semejantevergüenza. Poco a poco se sentía sin fuerzas, pese a sus escrúpulos y susnegativas. Aquel disfraz, aquella camisa de mujer y aquel peinador, aún lahacíanreír…Eracomounaamigaquelacosquillease.

—¡Oh,no…!Nodebeser,nopuedeser—balbuceódespuésdeunúltimoesfuerzo.

Y cayó como una virgen en los brazos de aquel adolescente, frente a lahermosanoche.Lacasadormía.

Cuando al día siguiente sonó la campanilla para el almuerzo en lasFondettes,lamesadelcomedoryanoresultabademasiadogrande.Unprimercoche había traído juntos a Fauchery y Daguenet, y tras ellos, en el trensiguiente,acababadellegarelcondedeVandeuvres.Georgesbajóelúltimo,unpocopálidoylosojosapagados.Decíaqueestabamuchomejor,peroque

aúncontinuabaaturdidoporlaviolenciadelacrisis.LaseñoraHugon,quelemirabaalosojosconunasonrisainquieta,removíasuscabellosmalpeinadosaquellamañanamientrasélretrocedía,comofastidiadoporsemejantecaricia.En la mesa, ella bromeó afectuosamente con Vandeuvres, diciendo que leesperabadesdehacíacincoaños.

—Enfin,yaestáaquí…¿Cómolohahecho?

Vandeuvres siguió el tono jocoso y contó que había perdido un dineraljugando la víspera en el círculo. Entonces salió de París con la idea dedesquitarseenprovincias.

—Seguroquesí,siencontraseunaherederaporestaregión.Aquídebedehabermujeresdeliciosas.

La anciana señora agradecía también a Daguenet y a Fauchery quehubiesenaceptadola invitacióndesuhijo,cuandotuvolamayorsorpresaalverquellegabaelmarquésdeChouardenuntercercarruaje.

—Vaya—exclamó—, es un día de citas. Se han dado el santo y seña…¿Quésucede?Haceañosquenohepodidoreunirlos,yahoracaentodosalavez…¡Oh!nomequejo.

Seañadióuncubierto.FaucheryestabaalladodelacondesaSabine,quienlesorprendíaconsuvivajovialidaddespuésdehaberlavistotanlánguidaenelsevero salón de la calle Miromesnil. Daguenet, sentado a la izquierda deEstelle,parecíamuy inquietoante laproximidaddeaquellamuchachaaltaymuda, cuyos codos puntiagudos le eran desagradables. Muffat y Chouardhabíancambiadounamiradasocarrona,mientrasVandeuvresproseguíaconlabromadesupróximomatrimonio.

—A propósito de señoras —dijo la señora Hugon— tengo una nuevavecinaqueustedesdebendeconocer.

YnombróaNana.Vandeuvresfingióelmáscompletoasombro.

—¿Cómo?¿LapropiedaddeNanaestácercadeaquí?

Fauchery y Daguenet también expresaron su sorpresa. El marqués deChouard comía una pechuga de ave sin que pareciese comprender nada.Ningunodeloshombressonrió.

—Sinduda—prosiguiólaancianaseñora—esapersonallegóayertardealaMignotte,comolesdecía.Lohesabidoestamañanaporeljardinero.

De repente aquellos señores no parecieron ocultar su auténtica sorpresa.Todoslevantaronlacabeza.¿Cómo?¿HabíallegadoNana?Perosiellosnolaesperabanhastaeldíasiguiente,ycreíanadelantarseaella.

SóloGeorgespermanecióconlascejasbajas,mirandosuvaso,pareciendo

dormirconlosojosabiertos,yvagamenterisueño.

—¿Siguesencontrándotemal,miZizí?—lepreguntósumadre,quenolequitabaojo.

Seestremecióysonrojándoselerespondióqueestababien;aúnconservabaesafisonomíalánguidaynosaciadademuchachaquehabailadomucho.

—¿Quétienesenelcuello?—lepreguntólaseñoraHugonasustada—.Lotienesencarnado.

Se turbó y balbuceó. No lo sabía, no tenía nada en el cuello. Luego,subiéndoseelcuellodelacamisa,recordó:

—Ah,sí…Esunapicadurademosquito.

Elmarqués deChouard habíamirado de soslayo la encarnadura.MuffattambiénmiróaGeorges.Alterminarelalmuerzo,proyectaronunaexcursión.FaucheryestabacadavezmásconmovidoporlasrisasdelacondesaSabine.Cuandolepasabaunafuentedefrutas,susmanosserozaron,yellalemiróunsegundo de unamanera tan fija que de nuevo pensó en aquella confidenciarecibidaenunaveladadeborrachos.Luego,noeralamisma;algoseacusabamásenella,ysuvestidodesedagris,flojoenloshombros,poníaunabandonoensueleganciafinaynerviosa.

Al levantarse de la mesa, Daguenet se quedó atrás con Fauchery parabromear crudamente acerca de Estelle, «una bonita escoba para echarla enmanosdeunhombre».Noobstante,sequedóseriocuandoelperiodistaledijocuálerasudote:cuatrocientosmilfrancos.

—¿Ylamadre?—preguntóFauchery—.Muyelegante.

—Ésa,loqueellaquiera.Peronohaynadaquehacer,amigo.

—Bah…Quiénsabe.Habríaqueverlo.

Ese día no se podía salir, pues seguía lloviendo a cántaros. Georges seapresuró a desaparecer, encerrándose con doble vuelta de llave en suhabitación. Los demás señores evitaron darse mutuas explicaciones, auncuandoningunode ellos se engañaba acercade losmotivosque los reuníanallí.Vandeuvres,muymaltratadoporeljuego,habíatenidorealmentelaideade ponerse a cubierto, y contaba con la vecindad de una amiga para noaburrirsedemasiado.

Fauchery, aprovechando las vacaciones que le daba Rose, muy ocupadaentonces,seproponíaintentarunasegundacrónicaconNanaenelcasodequelacampiñalosenterneciesealosdos.Daguenet,queestabaofendidodesdelode Steiner, pensaba reanudar su trato y recoger algunas dulzuras si sepresentaba la ocasión. En cuanto almarqués deChouard, esperaba su hora.

PeroentretodosaquellosseñoresquesiguieronlashuellasdeVenus,aúnmallavadosucolorete,Muffateraelmásenardecido,elmásatormentadoporsusnuevassensacionesdedeseo,demiedoydecólera.

Él tenía una promesa formal: Nana le esperaba. ¿Por qué, pues, habíapartidoelladosdíasantes?Decidiópresentarseaquellamismanoche,despuésdecenar,enlaMignotte.

Alanochecer,cuandoelcondesalíadelparque,Georgesseescapódetrásdeél.Ledejóseguir lacarreteradeGumieres,atravesó laChoue,ycayóencasadeNana,jadeante,furiosoyconlosojosllenosdelágrimas.

¡Ah!Ahoralocomprendíabien;aquelviejoqueestabaencaminoacudíaaunacita.Nana,estupefactaporaquellaescenadecelos,conmovidaalverelgiroquetomabanlascosas, locogióensusbrazosy loconsolócomomejorpudo.Puesno,élseequivocaba;ellanoesperabaanadie,ysiaquelseñorsepresentaba,noeraculpasuya.¡QuétontoesteZizítomándoseundisgustopornada!PorlasaluddesuhijojurabaquenoamabamásqueasuGeorges.Ylobesabaenjugandosuslágrimas.

—Escucha,vasavercomotodoespara ti—repusoNanacuandoestuvomástranquilo—.Steinerhallegado,estáarriba.Aése,queridomío,sabesquenopuedoecharloalacalle.

—Sí,yasé;nohablodeése—murmuróelmuchacho.

—Puesbien,lehedestinadolahabitacióndelfondo,diciéndolequeestoyenferma. Está deshaciendo su maleta… Como nadie te ha visto, sube aesconderteenmidormitorioyespérame.

Georges le saltó al cuello. Así pues, era cierto: ella le amaba un poco.Entonces,¿comoayer?Apagaríanlalámparaypermaneceríanenlaoscuridadhasta que amaneciese. Luego, ante el sonido de la campanilla, escapó conligereza.Arriba,enlahabitación,sequitóinmediatamenteloszapatosparanohacer ruido; después se tendió en el suelo, detrás de una cortina, esperandoconpaciencia.

NanarecibióalcondeMuffat,aúnconmovidaypresadeciertaturbación.Le había hecho una promesa y hasta le habría gustado cumplir su palabra,porqueaquelhombreleparecíaserio.Perolaverdad,¿quiénpodríapreverlashistorias de la víspera? Aquel viaje, aquella casa que no conocía, aquelmuchacho que llegaba mojado… ¡Y qué hermoso le había parecido todo!¡Sería estupendo continuarlo! Tanto peor para el conde. Desde hacía tresmeses lemanteníaa raya, jugandoa lamujerdecenteparaenardecerlomás.Pues que continuase esperando, que se fuera si aquello no le convenía.RenunciaríaatodoantesqueengañarasuGeorges.

Elcondesehabíasentadoconelaireceremoniosodeunvecinodecampoen visita. Sólo las manos le temblaban. En aquella naturaleza sanguínea,virgen hasta entonces, el deseo, azotado por la sabía táctica de Nana, leproducía terribles trastornos. Aquel hombre tan serio, aquel chambelán queatravesabaconpasodignolossalonesdelasTullerías,mordíaporlasnochessu almohada y sollozaba desesperado, evocando siempre la misma imagensensual. Pero esa vez estaba dispuesto a concluir. Durante el camino, en lagranpazdelcrepúsculo,habíaimaginadobrutalidades.Einmediatamente,traslasprimeraspalabras,quisocogeraNanaconlasdosmanos.

—No,no;seaprudente—dijoellaconsencillezysonriendosinenfadarse.

La volvió a coger, apretados los dientes, y como ella se debatiese, fuegroseroylerecordócrudamentequeveníaparaacostarseconella.Nana,sindejardesonreír,lesujetabalasmanosyletuteóparasuavizarlanegativa.

—Vamos,querido;estate tranquilo…Laverdadesquenopuedo.Steinerestáarriba.

Peroélestabacomoloco.Nanajamáshabíavistoaunhombreenestadosemejante.Elmiedoseapoderabadeella; lepuso losdedosen labocaparaahogarsusgritos,y,bajandolavoz,lesuplicóquesecallase,queladejara.

Steiner bajaba. ¡Aquello era estúpido! Cuando Steiner apareció, oyó aNana,cómodamenteinstaladaensusillón,quedecía:

—Yoadorolacampiña…

Volviólacabeza,interrumpiéndose.

—Querido,eselcondeMuffat,quehavisto la luzmientrassepaseabayquisoentrarasaludarnos.

Losdoshombres se estrecharon lamano.Muffatpermanecióun instantesinhablar,lacaraocultaenlasombra.Steinerparecíademalhumor.Sehablóde París; los negocios nomarchaban, en la Bolsa hubo grandes bajas…Alcabode un cuarto de hora el conde se despidió.Y como la joven señora loacompañaba,lepidió,sinobtenerla,unacitaparalanochesiguiente.Steiner,casi inmediatamente, subió a acostarse, gruñendo contra las eternasindisposicionesdelasmuchachas.¡Porfinhabíadespachadoalosdosviejos!

Cuando Nana pudo ir a reunirse con Georges, lo encontró detrás de lacortina,muyapacible.Lahabitaciónestabaaoscuras.Éllaobligóasentarseenelsuelo,asulado,yjugaronarevolcarse,deteniéndose,ahogandosusrisasconsusbesos,cuandodabancontraunmuebleconsuspiesdescalzos.

Alolejos,porelcaminodeGumieres,elcondeMuffatseibalentamente,elsombreroenlamano,bañandosucabezaardienteenelfrescoryelsilenciodelanoche.

Durante losdías siguientes lavida fue adorable.Nana, en losbrazosdeljovencito, volvía a encontrar sus quince años. Bajo las caricias de aquellaadolescencia,unaflordeamorvolvíaaflorecerenella,entrelacostumbreyelhastío del hombre. La sobrecogían sonrojos súbitos, una emoción que ladejaba estremecida, una necesidad de reír y de llorar, toda una virginidadinquieta,atravesadadedeseosquelaavergonzaban.Jamáshabíasentidonadasemejante.Elcampolainundabadeternura.Depequeñahabíadeseadomuchotiempovivirenunprado,conunacabra,porqueundía,eneldeclivede lasfortificaciones, había visto una cabra quebalaba sujeta a una estaca.Ahora,aquella propiedad, toda aquella tierra suya, la hinchaba de una emocióndesbordante, al puntodeque sus ambiciones seveían colmadas con exceso.Habíavueltoalassensacionesnuevasdeunachiquilla,yporlanoche,cuandoaturdida por su jornada vivida al aire libre, embriagada por el aroma de lashojas, subía a reunirse con su Zizí, oculto detrás de la cortina, aquello leparecíalaescapadadeunacolegialaenvacaciones,unamorconunprimoconquiendebíacasarse, temblandoalmenor ruido, temiendoque suspadres losoyesen,saboreandolostitubeosdeliciososylasvoluptuosidadesespantosasdeunaprimerafalta.

Nana tuvo, en aquellos momentos, fantasías de jovencita sentimental.Miraba la luna durante horas.Una noche quiso bajar al jardín conGeorges,cuando toda la casadormía,y sepasearonbajo losárboles, losbrazosen lacintura,yfueronaacostarsesobrelahierba,dondeelrocíolosempapó.

Otravez,eneldormitorioydespuésdeunsilencio,sollozósobreelcuellodelmuchacho, balbuciendo que teníamiedo demorir. Amenudo cantaba amedia voz un romance de la señora Lerat, lleno de flores y de pájaros,enterneciéndosehasta llorar,e interrumpiéndosepara tomaraGeorgesenunarranquedepasiónyexigirlejuramentosdeamoreterno.Porúltimo,sevolvíanecia,comoellamismareconocía,cuandoambos,convertidosencamaradas,fumabancigarrillosalbordedelacama,laspiernasdesnudasygolpeandolamaderaconlostalones.

Pero lo que acabó por deshacer el corazón de Nana fue la llegada deLouiset.Sucrisisdematernidadtuvolaviolenciadeunataquedelocura.Sellevaba a su hijo al sol para verle patalear se echaba con él en la hierba,despuésdehaberlovestidocomounpequeñopríncipe.Enseguidaqueríaquedurmiesecercadeella,enlahabitacióncontigua,dondelaseñoraLerat,muyimpresionada por la campiña, roncaba desde que se acostaba.Y Louiset noincomodaba lo más mínimo a Zizí, sino al contrario. Ella decía tener dosniños,ylosconfundíaenelmismocaprichodeternura.Porlanoche,másdediez veces abandonaba a Zizí para ver si el pequeño respiraba bien, perocuando regresaba volvía a envolver a Zizí con el resto de sus cariciasmaternales,yhacíademamá;él,mientras,vicioso,felizporhacerseelniñoen

brazos de aquella muchacha mayor, se dejaba acunar como un bebé. Tanhermoso era aquello, que Nana, encantada con semejante existencia, lepropusoseriamentenoabandonarnuncamáslacampiña.Despediríanatodoelmundo, vivirían solos; él, ella y Louiset. Y así concibieron infinidad deproyectoshastaelamanecer,sinoíra laseñoraLerat,queroncabadefirme,cansadaporhabercogidofloressilvestres.

Estabonitavidadurómásdeunasemana.ElcondeMuffatacudíatodaslastardes,ysevolvíaconlacarahinchadaylasmanostemblorosas.Unatardenisiquiera fue recibido; Steiner, que debía marcharse a París, le dijo que laseñora estaba enferma. Nana se sublevaba cada día más ante la idea deengañar a Georges. ¡Un muchacho tan inocente y que creía en ella! Seconsideraríacomolaúltimadelasúltimas.Aquellolehubieraquitadohastaelapetito. Zoé, que muda y desdeñosa asistía a la aventura, pensaba que suseñorasevolvíatonta.

Al sexto día una bandada de visitantes cayó de improviso en medio deaquelidilio.Nanahabíainvitadoamuchosamigos,creyendoquenoacudirían.Así pues, una tarde se quedó estupefacta y muy contrariada al ver a unómnibusdetenerseantelaverjadelaMignotte.

— ¡Somos nosotros! —gritó Mignon, que fue el primero en saltar delcarruaje,sacandoasushijos,HenriyCharles.

Labordette apareció a continuación dando la mano a un desfileinterminabledemujeres:LucyStewart,CarolineHéquet,TatanNéné,MaríaBlond.

NanacreyóqueaquellohabíaacabadocuandoHéctordelaFaloisesaltóalestribopararecibirensusbrazostemblorososaGagáyasuhijaAmélie.Entotaleranoncepersonas.Lainstalacióndetodasfuelaboriosa.EnlaMignottesólo había cinco habitaciones para invitados, una de las cuales ya estabaocupada por la señora Lerat y Louiset. Se dio lamayor a la parejaGagá yHéctor, diciendo que Amélie dormiría en un catre en el tocador contiguo.Mignon y sus dos hijos obtuvieron la tercera alcoba yLabordette la cuarta.Quedaba una pieza que transformaron en dormitorio con cuatro camas paraLucy,Caroline,TatanyMaría.EncuantoaSteiner,dormiríaeneldivándelsalón.Alcabodeunahora,cuandotodoelmundoestuvoinstalado,Nana,enunprincipiofuriosa,estabaencantadaensupapeldecastellana.

AquellasmujereslafelicitaronporlaMignotte.«¡Unapropiedadsoberbia,querida mía!» Luego le soltaron una bocanada de aire de París, loschismorreos de la última semana, hablando todas a la vez, con sus risas,exclamacionesygolpecitos.Apropósito,yBordenave,¿quéhabíadichodesufuga?Puesnomucho.Despuésdehaberdespotricado,diciendoque laharíaprenderporlosgendarmes,lasustituyóaquellamismanoche;inclusoladoble,

lapequeñaViolaine,obteníaunbonitoéxitoconLaVenusRubia.LanoticianolehizograciaaNana.

Comonoeranmásquelascuatro,sehablódedarunpaseo.

—Vosotros no sabréis —dijo Nana— pero cuando llegasteis me iba arecogerpatatas.

Entoncestodosquisieronirarecogerpatatasysincambiarsederopa.Fueuna excursión. El jardinero y los dos ayudantes estaban ya en el campo, alfinaldelapropiedad.Lasmujeressepusieronderodillas,escarbandolatierrasin quitarse las sortijas y chillando cada vez que encontraban una patatagrande.Lesparecíatandivertidoaquello…TatanNénétriunfó,puesdemozahabía idomuchasveces a los patatares, y envezde explicarles a las demáscómo debían recogerlas, les decía que eran muy burras. Los señores se lotomaban con más calma. Mignon, con su aspecto de buena persona,aprovechabaaquellaestanciaenelcampoparacompletarlaeducacióndesushijos,yleshablabadeParmentier,elintroductordelapatataenEuropa.

Lacenafuedelocaalegría.Devoraban.Nana,muyanimada,sedeshizoenelogiosdesumayordomo,quienhabíaservidoalobispodeOrleáns.Duranteelcafélasseñorasfumaron.Unruidoderegocijoextremadoseescapabaporlasventanas,paramorirenlalejanía,enlaserenidaddelanoche,mientrasquelos campesinos, rezagados entre los setos, volvían la cabeza ymiraban a lacasaresplandeciente.

—Esuna lástimaqueosvayáispasadomañana—dijoNana—.De todasmaneras,trataremosdeorganizaralgo.

Ysedecidióqueiríanaldíasiguiente,domingo,avisitarlasruinasdelaantigua abadía de Chamont, que estaba a siete kilómetros. Cinco cochesllegaríandeOrleánspararecogerlosdespuésdelalmuerzoylosdevolveríanalaMignottealahoradecenar,alassiete.Seríaencantador.

Aquellanoche,comodecostumbre,elcondeMuffatsubióel ribazoparallamar a la verja. Pero le asombraron el resplandor de las ventanas y lascarcajadas. Lo comprendió todo al reconocer la voz deMignon, y se alejórabiosocontraaquelnuevoobstáculo,dispuestoacualquierviolencia.

Georges, que pasaba por una puertecita de la que tenía la llave, subiótranquilamentealdormitoriodeNana,deslizándosealolargodelasparedes.Sólo que tuvo que esperar hastamás demedianoche. Cuando ella aparecióestabamuybebidaymásmaternal quede costumbre, pues cuandobebía seponía tan tiernaqueera insoportable.Yse leantojóque laacompañasea laabadíadeChamont.Élseresistíapormiedoaqueleviesenenelcarruajeconella,loquetraeríaunformidableescándalo.PeroNanasedeshizoenlágrimas,presadeunadesesperaciónruidosademujersacrificada,yeljovenlaconsoló,

prometiéndoleformalmentequeseríadelapartida.

—Entonces,¿meamasmucho?—tartamudeóella—.Repitequemeamasmucho.Dilo,miloboquerido.Siyomuriese,¿tecausaríamuchapena?

En lasFondettes, lavecindaddeNana trastornaba lacasa.Cadamañana,duranteelalmuerzo, labuenaseñoraHugonvolvía,apesarsuyo,al temadeaquellamujer,ycontabaloquesujardineroledecía,sintiendoesaespeciedeobsesión que ejercen las rameras sobre las burguesas más dignas. Ella, tantolerante,estabadesesperada,conelvagopresentimientodeunadesgraciaquelaespantaba,porlanoche,comosihubieseconocidoenlaregiónlapresenciade una fiera escapada de cualquier jaula. Discutía con sus huéspedes,acusándolosatodosderondarlafincadelaMignotte.Sehabíavistoalcondede Vandeuvres bromeando con una señora sin sombrero en medio de lacarretera,peroél sedefendíay renegabadeNana,pues,enefecto,eraLucyquien lo acompañaba para contarle cómo acababa de despedir a su tercerpríncipe.

ElmarquésdeChouardsalía todos losdías,yhablabadeunconsejodelmédico.ConDaguenetyFauchery,laseñoraHugonerainjusta.SobretodoelprimeronoabandonabalasFondettes,renunciandoasuproyectodereanudarrelaciones, para demostrarle a Estelle su más afectuoso respeto. Faucheryhacía lomismo con la señoraMuffat. Sólo una vez había encontrado en unsendero a Mignon, con los brazos llenos de flores y dando un curso debotánicaasushijos.Sehabíanestrechadolamano,dándosenoticiasdeRose,quienseencontrabaperfectamente;cadaunohabíarecibidounacartadeellarogándolesqueaprovechasenalgúntiempolosairesdelcampo.

Detodossushuéspedes, laseñoraHugondescartabaalcondeMuffatyaGeorges;elconde,quepretendíatenergrandesnegociosenOrleáns,nopodíaperderse en devaneos, y en cuanto a Georges, el pobrecito muchacho yaempezabaa inquietarla,porquecada tarde ledaban terribles jaquecasque leobligabanaacostarseenplenodía.

Mientras tanto, Fauchery se convirtió en el acompañante habitual de lacondesa Sabine, y el conde se ausentaba todas las tardes. Cuando iban alextremodelparquelellevabasusilladetijeraysusombrilla.Porotraparte,ladivertía con su ingenio barroco de periodista, empujándola a una de esasintimidades súbitas que autoriza el campo. Ella había parecido entregarseinmediatamente,despertadaaunanuevajuventud,encompañíadeaquelmozode ingenioso humor que parecía que no podía comprometerla. Y a veces,cuandoseencontrabansolosduranteunsegundotrasunmatorral,susojossebuscaban;sedeteníanenlomejordesualegría,bruscamenteseriosyconunamiradafija,comosisehubiesencomprendidoycompenetrado.

Elviernes,alahoradelalmuerzo,huboqueponerotronuevocubierto.El

señor Théophile Venot, que la señora Hugon recordó haber invitado elinviernoúltimoencasadelosMuffat,acababadellegar.Encorvabalaespalday fingía una bondad insignificante, sin dar muestras de advertir la inquietadiferencia que le testimoniaban. Cuando hubo conseguido que le olvidasen,mientras mordisqueaba trocitos de azúcar en los postres, examinaba aDaguenet,quepasabafresasaEstelleyescuchabaaFauchery,quiencontabaunaanécdotaquedivertíamuchoalacondesa.Cuandolemiraban,sonreíacongestoapacible.Allevantarsedelamesa,cogiódelbrazoalcondeyselollevóhacia el parque. Se sabía que ejercía una gran influencia sobre el condedespués de la muerte de su madre. También se contaban historias extrañasrespecto al dominio que siguió teniendo en la casa el antiguo abogado.Fauchery, a quien sin duda molestaba su llegada, contaba a Georges y aDaguenetlosorígenesdesufortuna:ungranprocesoqueenotrostiemposleconfiaron los jesuitas;segúnél,aquelbuenhombre,un terribleseñorconsucaradulceyfofa,participabaentodoslosenredosdelaclerigalla.

Los dos jóvenes se pusieron a bromear, porque le encontraban al vejeteaire de idiota.Además, aquella idea de unVenot desconocido, de unVenotgigantesco,instrumentoparaelclero,lesparecíaunadivertidainvención.Perose callaron cuando el condeMuffat reapareció, siempre del brazo del buenhombre,muypálidoyconlosojosenrojecidos,comosihubiesellorado.

—Seguramentehabránhabladodelinvierno—murmuróFaucheryentonozumbón.

LacondesaSabine,quelooyó,volviólentamentelacabeza,ysusojosseencontraron, en una de esas penetrantes miradas con las que se sondeaprudentementeantesdearriesgarse.

Después de almorzar acostumbraban a dirigirse al extremo del parterre,dondehabíaunmiradorquedominabalallanura.

La tarde de aquel domingo era de una exquisita tibieza. Hacia las diezhabían temido que lloviese, pero el cielo, sin despejarse, se fundió en unaespeciedeneblinalechosa,unpolvilloluminosodoradodesol.

La señora Hugon propuso entonces descender por la puertecilla delmiradorydarunpaseoapie,hacialapartedeGumieres,hastalaChoue,puesaellalegustabacaminar,aúnmuyágilparasussesentaaños.Además,todoelmundo convino en que no se necesitaba coche. Así llegaron, un poco a ladesbandada, hasta el puente de madera que cruzaba el río. Fauchery yDaguenetabríanlamarchayMuffatacompañabaalasseñoras;elcondeyelmarqués seguían detrás con la señora Hugon, y Vandeuvres, con semblantecorrectoyaburrido,lesseguíaatodos,fumándoseuncigarro.ElseñorVenot,acortandoo alargandoel paso, ibadeungrupoaotro con su sonrisa, comoparaoírlotodo.

—¡YesepobreGeorgesestáenOrleáns!—repetíalaseñoraHugon—.HaqueridoconsultaralancianodoctorTavernier,quenuncasaledesucasa,sobresusjaquecas.Sí,ustedesaúnestabanenlacamacuandosefuealassiete.Peroesosiempreledistraerá.

Seinterrumpióparadecir:

—Vaya,¿quésucedeparaquesedetenganenelpuente?

Enefecto,lasseñoras,DaguenetyFaucherysehabíanparadoenlaentradadel puente, dudando, como si un obstáculo les inquietase. No obstante, elcaminoestabalibre.

—¡Adelante!—gritóelconde.

No se movieron, mirando algo que se acercaba y que los otros aún nopodíanver.Elcaminohacíaunrecodo,bordeadoporuntelóndeálamos.Unrumor sordo iba creciendo, ruido de coches mezclados con carcajadas ychasquidosdelátigo.Y,derepente,cincocochesaparecieronenfila,atestadoshasta romper las ballestas y animados por un espesor de atuendos claros,azulesyrosas.

—¿Quéeseso?—dijolaseñoraHugonsorprendida.

Luego lo sintió, lo adivinó y se sublevó ante semejante invasión de sucamino.

—¡Oh,esamujer!—murmuró—.Seguid,seguidcomosinolosviesen.

Peroyanohabía tiempo.Loscincocoches,queconducíanaNanay susamistades a las ruinas de Chamont, entraban en el puentecito de madera.Fauchery,DaguenetylasseñorasqueibanconMuffattuvieronqueretroceder,ylaseñoraHugonylosdemástambiénsedetuvieron,escalonadosalolargodelcamino.Fueunsoberbiodesfile.Lasrisashabíancesadoenloscochesylosrostrossevolvieronconcuriosidad.Semiraronfrenteafrente,enmediodeunsilencioquesólointerrumpíaeltrotecadenciosodeloscaballos.

MaríaBlondyTatanNéné,recostadascomoduquesasenelprimercoche,ahuecaban las faldas por encima de las ruedas y teníanmiradas desdeñosasparaaquellasmujereshonradasque ibanapie.AcontinuaciónGagá llenabaunabanqueta,ahogandoasuladoaHéctordelaFaloise,delquesóloseveíasuinquietanariz.

Después seguían Caroline Héquet con Labordette, Lucy Stewart conMignony sushijos,yal final,ocupandounavictoriaconSteiner, ibaNana,quellevabaantesí,sentadoenbanquilloplegable,alpobrepequeñoZizí,quehundíalasrodillasentrelassuyas.

—Es la última, ¿verdad? —preguntó tranquilamente la condesa a

Fauchery,simulandonoreconoceraNana.

La ruedade lavictoriacasi la rozó, sinqueelladieseunpasoatrás.Lasdosmujereshabíancambiadounaprofundamirada,unodeesosexámenesdeunsegundo,completosydefinitivos.Loshombres,por suparte, seportarondignamente. Fauchery y Daguenet, muy fríos, no reconocieron a nadie. Elmarqués, ansioso, temiendo una broma por parte de aquellas señoras, habíacortadounabriznadehierbaque retorcía entre susdedos.SóloVandeuvres,quepermanecíaunpocoapartado,saludóconlosojosaLucy,quelesonrióalcruzarse.

—¡Cuidado!—recomendóelseñorVenot,depietraselcondeMuffat.

Éste, trastornado, seguía con los ojos aquella visión deNana que corríaanteél.Sumujer,lentamente,sehabíavueltoyloobservaba.Entoncesmiróalsuelo,comosiensugalopeloscaballosselellevasenlacarneyelcorazón.

Hubiera gritadode dolor, porque acababade comprenderlo todo al ver aGeorges pegado a las faldas de Nana. ¡Un chiquillo! Le desgarraba quepudiesepreferiraunniño.Steinerledabaigual,¡peroaquelchiquillo…!

Sin embargo, la señora Hugon no había reconocido a Georges en unprincipio. Él, al atravesar el puente, hubiera saltado al río si las rodillas deNana no le hubiesen retenido. Entonces helado, blanco como el papel, semantuvomuytieso,nomiróanadie.Acasonoleviesen.

— ¡Ah,Diosmío!—dijo de pronto la anciana—. ¡EsGeorges quien vaconella!

Los coches habían cruzado por entre aquel grupo de personas que seconocían y no se saludaban. Aquel delicado encuentro, tan rápido, parecíahaberseeternizado.Yahoralasruedasllevabanmásalegrementeporladoradacampiñaaaquellascarretasderamerasazotadasporelaire; losextremosdesus vivos tocados flotaban, las risas volvieron a empezar, entre bromas ymiradasatrás,haciaaquellaspersonasdecentesquepermanecíanalaorilladelcamino con gesto contrariado. Nana, al volver el rostro, pudo ver a lospaseantesquevacilabany luegoretrocedíansobresuspasos,sinatravesarelpuente.LaseñoraHugonseapoyabaenelbrazodelcondeMuffat,mudaytantristequenadieseatrevíaaconsolarla.

—Dime—gritóNanaaLucy,queseasomabaenelcochevecino—¿hasvisto a Fauchery, querida? ¡Menuda pieza! Me lo pagará. Y Paul, unmuchachoconquienhesidotanbuena.Nisiquieraunaseña.¡Vayaeducación!

EhizounaescenaaSteiner,quienencontrabamuycorrecta laactituddeaquellos señores. Entonces, ¿ellas no se merecían un sombrerazo? ¿Podíainsultarlas el primer tipejo que apareciese? Gracias, él también era muy

educado.Alamujernuncaseleniegaunsaludo.

—¿Quiéneralaalta?—preguntóLucyavoces.

—LacondesaMuffat—respondióSteiner.

—Melosuponía—repusoNana—.Pues,querido,parasercondesa,noesgrancosa…Sí,sí,noesgrancosa…Yasabe,yotengoojo.Ahoraconozcoavuestracondesacomosilahubieraparido.¿Quiereapostarqueseacuestaconesa víbora de Fauchery?Les digo que se acuesta. Eso es algo que se hueleentremujeres.

Steiner se encogiódehombros.Desde lavíspera sumalhumornohacíamásqueaumentarhabía recibidounascartasque leobligabanapartiraldíasiguiente; además, no era divertido ir al campo para dormir en el diván delsalón.

— ¡Y este pobreBebé!—repusoNana súbitamente enternecida al darsecuenta de la palidez de Georges, que se había quedado tieso y con larespiracióncortada.

—¿Creesquemimamámehareconocido?—balbuceófinalmente.

—Sí,casiseguro.Hagritado.Tambiénesculpamía.Noqueríasserdelapartida y yo te he obligado…Oye, Zizí, ¿quieres que escriba a tu madre?Tieneaspectorespetable.Lediréquenuncatehabíavisto,quehasidoSteinerquientehatraídohoyporprimeravez.

—No,no;noescribas—dijoGeorgesmuyinquieto—.Yaloarreglaréyomismo…Además,simefastidia,novuelvo.Perosequedóabsorto,buscandolasmentirasparaaquellanoche.

Loscincocoches continuaronpor la llanura, enuna interminabley rectacarterabordeadadehermososárboles.Elaire,deungrisplateado,bañabalacampiña.Aquellasmujeresproseguíanlanzándosefrasesdeuncocheaotro,aespaldasdeloscocheros,quereíanconaquellagentetandivertida.Devezencuandounadeellasselevantabaparaver, luegoseempeñabaencontinuarapie,apoyadaenelhombrodeunvecino,hastaqueunasacudidalasentabaensubanqueta.

Caroline Héquet conversaba animadamente con Labordette, estando losdosdeacuerdoenqueNanavenderíasufincaantesdetresmeses,yCarolinele encargaba a Labordette que se la comprase por poco dinero. Ante ellos,Héctor de la Faloise, muy enamorado y no pudiendo alcanzar la nucaapopléticadeGagá,lebesabalaespalda,sobreelvestido,enunpuntoenquela tela estirada parecía reventar, mientras que tiesa, al borde de su asiento,Amélie les decía que acabasen, molesta por estar allí, con los brazoscolgándoleyviendocómobesabanasumadre.

Enotro coche,Mignon,para asombrar aLucy, exigía aunode sushijosquerecitaseunafábuladeLaFontaine;Henri,sobretodo,eraprodigioso,ylassoltabadeuntirónysinequivocarse.PeroMaríaBlondseaburría,cansadayade burlarse de la boba deTatanNéné, a quien le decía que las lecherías deParís fabricaban huevos con cola y azafrán. Aquello estaba muy lejos, ¿nollegaríannunca?Ylapregunta,pasandodecocheencoche,llegóhastaNana,quien,despuésdeenterarseporsucochero,selevantóparagritar:

—Todavíafaltauncuartodehora.Veisalláabajoaquellaiglesia,detrásdeaquellosárboles…—Luegoañadió—:¿Nosabéis?Pareceque lapropietariadel castillo de Chamont es una anciana del tiempo de Napoleón… Unajuerguista,me ha dicho Joseph, que lo sabe por los criados del obispo; unajuerguistacomohaypocas.Ahoraandametidaentrecuras.

—¿Cómosellama?—preguntóLucy.

—SeñoradeAnglars.

—IrmadeAnglars.Yolaheconocido—gritóGagá.

Alolargodeloscoches,hubounasucesióndeexclamaciones,sofocadaspor el trote más vivo de los caballos. Las cabezas se asomaron para ver aGagá;MaríaBlondyTatanNénésepusieronderodillassobrelabanqueta,lospuños en la capota recogida, y se cruzaron con preguntas, con palabrasmalignas,quedemostrabanunasordaadmiración.Gagálahabíaconocido,yestolasllenabaderespetoporaquelpasadolejano.

—Esosí,yoeramuyniña—añadióGagá—.Noimporta;meacuerdodecuando la veía pasar. Se decía que en su casa eramuy cochina, pero en sucoche tenía una elegancia… Y qué asombrosas historias de cochinadas ypicardíasquedabanasco.Nomeextrañaquetengauncastillo.Ahogabaaunhombreconsólosoplarle.¿IrmadeAnglarsaúnvive?Puessabed,gatitas,queandaráenlosnoventaaños.

Deprontolasmujeressepusieronserias.¡Noventaaños!Nohabíaningunade ellas, comogritabaLucy, capazdevivir tanto.Todas eranunas carracas.Porotraparte,Nanaaseguróquenoquería cuidarhuesosviejos; esonoeradivertido.

Llegaban.Laconversaciónseinterrumpióporloschasquidosdeloslátigosdeloscocheros,quienesazuzabanaloscaballos.Sinembargo,enmediodelruido,Lucycontinuóhablandoypasandoaotrotema:apremiabaaNanaparaquesemarchaseconellasaldíasiguiente. Ibaaclausurarse laExposiciónyaquellas mujeres debían regresar a París donde la temporada superaba susesperanzas.PeroNanasepusoterca.DespreciabaParís,ynopondríaallílospiestanpronto.

—¿Noesasí,querido?Nosquedaremos—dijoestrechandolasrodillasdeGeorges,sinpreocuparsedeSteiner.

Los coches se habían detenido bruscamente. Sorprendida, la comitivadescendióenunsitiodesierto,alaorilladeunribazo.FuenecesarioqueunodeloscocheroslesseñalaseconelextremodesulátigolasruinasdelaantiguaabadíadeChamont,perdidasentrelosárboles.Fueunagrandecepción.

Lasmujeres encontraron aquello estúpido; era unmontón de escombroscubiertos de maleza y medio torreón derruido. Aquello no merecía haberhecho dos leguas. Entonces el cochero les indicó el castillo, cuyo parqueempezabaenlas inmediacionesdelaabadía,aconsejándolesquetomasenunsendero y siguieran junto a losmuros; darían la vuelta y los coches irían aesperarles en la plaza del pueblo. Era un paseo encantador que la comitivaaceptó.

—Caramba, Irmavivebien—dijoGagáparándoseanteunaverja,enunrecododelparque,juntoalcamino.

Silenciosamente contemplaron el espeso ramaje que envolvía la verja.Luego,porelsendero,siguieronelmurodelparque,levantandolavistaparaadmirarlosárboles,cuyasramassobresalíanformandounabóvedadeespesoverdor.Tresminutosdespuésseencontrarondelantedeunanuevaverja,desdedondeveíanunampliocéspedcondosencinassecularesquelocubríanconsusombra y tresminutos después otra verja descubrió ante ellos una alamedainmensa,unagaleríadetinieblas,encuyofondoelsolponíalamanchavivade una estrella. Un asombro, al principio silencioso, les arrancabaexclamaciones. Habían intentado bromear con un poquito de envidia, perodecididamenteaquellolassubyugaba.¡QuéfuertefueIrma!Aquellodabaunaperfectaideadelamujer.

Losárbolescontinuabanysincesaraparecíanmantosdehiedra trepandoporlosmuros, tejadosdepabellonesquesobresalían,cortinasdechoposquesucedíanaespesasmasasdeolmosydeálamosblancos.¿Noacabaríaaquellonunca? Aquellas mujeres hubiesen querido ver el castillo, cansadas de darvueltascontinuamentesinvergrancosa,nipercibirmásqueloshundimientosdel follaje.Secogíana losbarrotes con lasdosmanosyapoyabanel rostrocontra el hierro. Una sensación de respeto las invadía, y, contenidas por ladistancia,soñabanconuncastilloinvisibleenmediodeaquellainmensidad.

Muy pronto dejaron de caminar, sintiendo cansancio. Y la muralla noconcluíanunca; en todos los recodosdel caminodesierto aparecía lamismalíneadepiedrasgrises.Algunasdesesperabandellegaralfinalyhablabandevolveratrás.Perocuantomáslasagotabalacaminata,másrespetolesinfundíaaquello, vencidas a cada paso por la tranquila y regía majestad de aqueldominio.

—Después de todo, esto es tonto—dijo Caroline Héquet apretando losdientes.

Nanalahizocallarconunencogimientodehombros.Hacíaunmomentoque ella nohablaba; estabamuy seriayunpocopálida.Bruscamente, en elúltimo recodo, desembocando en la plaza del lugar, terminó la muralla yapareció el castillo, al fondo del patio de honor. Todos se detuvieron,sobrecogidos por la grandeza altiva de sus amplios pórticos, de las veinteventanas de la fachada y del desarrollo de sus tres alas, cuyos ladrillos seencuadrabanencuerdasdepiedra.Enrique IVhabíavividoenaquelcastillohistórico,enelqueseconservabasudormitorio,conlagrancamaenvueltaenterciopelodeGénova.Nana,sofocada,exhalóunsuspirodechiquilla.

—Diossanto…—murmuróparasíenvozbaja.

Hubo una gran emoción. Gagá, de repente, dijo que era ella, Irma enpersona, la que se encontraba allá abajo, ante la iglesia. La reconocíaperfectamente;siempreerguidalatunanta,apesardesuedad,ysiempreconlosmismosojoscuandoadoptabasusaires.

Se salía de vísperas. La señora permaneció un instante bajo el pórtico.Vestíadesedacolordehojamuerta,muysencillaymuyholgada,conelrostrovenerabledeunaancianamarquesaescapadadeloshorroresdelaRevolución.En su mano derecha un gran devocionario brillaba al sol. Y lentamenteatravesó laplaza, seguidadeun lacayode libreaque ibaaquincepasos.Laiglesia iba quedándose vacía, y todas las gentes de Chamont la saludabanprofundamente; un anciano le besó lamano y una señora quiso ponerse derodillas. Era una reina poderosa, colmada de años y de honores. Subió lasgradasdelpórticoydesapareció.

—He aquí adonde se llega cuando se tiene orden —dijo Mignon conacentoconvencido,mirandoasushijoscomoparadarlesunalección.

Entoncescadacualdijosufrase.Labordettelaencontrabaprodigiosamenteconservada. María Blond soltó una obscenidad, mientras que Lucy semolestaba, declarando que se debía honrar a la vejez. Todos, en suma,convinieronenquefueunamujerexcepcional.

Volvieron a subir a los coches. De Chamont a la Mignotte, Nanapermaneció silenciosa. Se había vuelto dos veces para mirar el castillo.Acunadaporelruidodelasruedas,yanosentíaaSteinerasuladoniveíaaGeorgesanteella.Sólo se leaparecíaunavisiónenel crepúsculo: la señorapasabasiempreconsumajestuosidaddereinapoderosa,«colmadadeañosydehonores».

Por lanoche,Georgesregresóa lasFondettesparacenar.Nana,cadavezmásdistraídayextraña,lehabíaenviadoapedirperdónasumamá;esoeralo

apropiado, le decía con severidad, poseída de un repentino respeto hacia lafamilia. Incluso le hizo prometer que no volvería para acostarse con ellaaquella noche allí; ella estaba cansada, y él cumpliría con su deber,demostrandoobediencia.Georges,muyfastidiadoporaquellamoral,apareciódelante de su madre con el corazón encogido y la cabeza baja.Afortunadamente había llegado su hermano Philippe, un bravo militar decarácter jovial, y eso abrevió la escena que temía el adolescente. La señoraHugonse limitóamirarle conojos llenosde lágrimas,yPhilippe,puestoalcorriente, le amenazó con tirarle de las orejas si volvía a la casa de aquellamujer.Georges,aliviado,seprometióescaparsealdíasiguiente,hacialasdos,paracombinarsuscitasconNana.

Durante la cena, los huéspedes de las Fondettes parecían incómodos.Vandeuvreshabía anunciado supartida, puesquería llevarse aLucy aParís,encontrandocómicoraptaraaquellamuchachaqueveíadesdehacíadiezaños,ysinelmenordeseo.ElmarquésdeChouard,con lasnaricesmetidasensuplato,soñabaconlaseñoritaGagá,yseacordabadecuandohacíasaltaraLiliencimadesus rodillas. ¡Cómocrecían lasniñas!Habíaengordadomucho lapequeña.

SobretodoelcondeMuffatpermaneciósilencioso,absortoyconelrostroencendido. Había dirigido a Georges una larga mirada. Al levantarse de lamesasubióaencerrarseensucuarto,hablandodeunpocodefiebre.Trasélseprecipitóel señorVenot.Arribahubounaescena:elconde,echadosobresulecho, ahogaba sus sollozosnerviosos contra la almohada,mientras el señorVenot,convozsuave,lellamabasuhermanoyleaconsejabaqueimploraselamisericordia divina, pero él no le escuchaba. De pronto saltó de la cama ytartamudeó:

—Voyallá…Nopuedomás.

Cuandosalíansehundierondossombrasenlastinieblasdeunaalameda.TodaslasnochesFaucheryylacondesaSabinedejabanqueDaguenetayudaseaEstelleaprepararelté.Enlacarretera,elcondeavanzabatanrápidoquesucompañeroteníaquecorrerparaseguirle.

Jadeando,Venotnocesabadeprodigarlelosmejoresargumentoscontralastentacionesdelacarne.Elotronoabríalaboca,avanzandoenlaoscuridad.AlllegarantelaMignotte,dijosimplemente:

—Yanopuedomás…Váyase.

—Entonces, cúmplase lavoluntaddeDios—murmuróel señorVenot—.Éltomatodosloscaminosparaasegurarsutriunfo…Vuestropecadoseráunadesusarmas.

En laMignottesediscutiómientrascenaban.Nanahabíaencontradouna

carta de Bordenave, aconsejándole con burlona ironía que siguiesedescansando; la pequeñaViolaine era llamada a escena dos veces todas lasnoches.YcomoMignonlaapremiaseapartiraldíasiguienteconellos,Nana,exasperada,declaróquenoqueríaescucharconsejos.Porotraparte,sehabíamostrado en lamesamojigata hasta el ridículo.Habiendo soltado la señoraLeratunafraseunpocoverde,legritóquenoautorizabaanadie,nisiquieraasutía,adecircochinadasensupresencia.Despuésdiolalataatodoelmundoconsusbuenossentimientos,enunaccesodeneciahonestidad,conideasdeeducaciónreligiosaparaLouisetyunplandebuenaconductaparaella.Comose reían, habló muy seriamente, con ademanes de burguesa convencida,diciendoquesóloelordenconducíaalafortunayquenoqueríamorirsobreuna estera.Aquellas señoras, excitadas, exclamabanqueno era posible, queaquella era otra Nana, pero ella, inmóvil, volvía a su ensueño, los ojosperdidos, viendo levantarse la visión de una Nana muy rica y muyconsiderada. Subían a acostarse cuando se presentóMuffat. Fue Labordettequienlodescubrióeneljardín.ComprendióenseguidayleprestóelserviciodeapartaraSteineryconducirledelamano,alolargodeunpasillooscuro,hastaeldormitoriodeNana.Labordette,paraestaclasedeasuntos,eradeunadistinciónperfecta,muydiestroycomoencantadodeprocurarlafelicidaddelosdemás.

Nananosemostrósorprendida,sinofastidiadaporlainsolenciadeMuffaten perseguirla. Había que ser formal en la vida, ¿no es cierto? Amar erademasiadotontoynoconducíaanada.

Después, ella tenía sus escrúpulos a causa de la tierna edad de Zizí; laverdaderaqueseestabaconduciendodeunamaneramuypocohonesta.Habíaquevolveralbuencamino,yadmitióalviejo.

—Zoé—dijoaladoncella,encantadaporabandonarlacampiña—,hazlasmaletasmañana,asíquetelevantes;volvemosaParís.

YseacostóconMuffat,perosinplacer.

CapítuloVII

Tres meses más tarde, en una noche de diciembre, el conde Muffat sepaseabaporelpasajedelosPanoramas.Elatardecerhabíasidomuysuave,yunchaparrónacababadellenarelpaisajeconunaoleadadegente.

Habíaallíundesfilepesadoylento,apretujadoentre las tiendas.Estabanbajo los cristales blanqueados de reflejos, por una violenta claridad y unasucesión de luces, de globos blancos, de linternas rojas, de transparentes

azules, de cornisas de gas, de relojes y de abanicos gigantes con rasgos dellama, ardiendoen el aire, y lamezcolanzade los escaparates, el orode losjoyeros, los cristales de los confiteros, las sedas claras de los modistas,brillandotraslapurezadelosvidrios,enmediodelfocodeluzcrudadelosreflectores,mientrasque,entreelbatiburrillopintarrajeadodelasmuestras,unenormeguantedepúrpura,a lo lejos,parecíaunamanosangrante,cortadayatadaaunamangaamarilla.

Lentamente, el conde Muffat había subido hasta el bulevar. Echó unamiradaalacalzadayluegovolviósobresuspasos,arrimándosealastiendas.Unairehúmedoycálidodejabaunvaporluminosoenelestrechopasadizo.Alo largode lasbaldosas,mojadaspor el gotearde losparaguas, sonaban lospasoscontinuamente,sinrumordevoces.

Los paseantes, codeándose a cada vuelta, se examinaban, con carasilenciosa y descolorida por el gas. Entonces, para escapar de aquellascuriosidades, el conde se situódelantedeunapapelería,ycontemplócon lamayoratenciónunmuestrariodepisapapeles,debolasdecristalenlascualesflotabanpaisajesyflores.

Noveíanada;sólopensabaenNana.¿Porquéacababadementirleunavezmás?Aquellamañanalehabíaescritoparaquenolamolestaseporlanoche,pretextandoqueLouisetestabaenfermoyqueellapasaríalanocheencasadesutía,cuidándolo.Peroél,recelando,sehabíapresentadoensucasayporelporterosupoqueprecisamentelaseñoraacababadesalirparasuteatro.Estoleasombraba,porqueellanotrabajabaenlanuevaobra.¿Porqué,pues,aquellamentira,yquépodíahacerellaenelVarietésaquellanoche?

Empujado por un paseante, el conde, inconscientemente, abandonó lospisapapelesyseencontródelantedeunescaparatedejuguetería,mirandoconsuairedistraídounacoleccióndecarterasypetacas,queenunrincónteníanlamismagolondrinaazul.

Ciertamente,Nanahabía cambiado.En losprimeros tiempos,despuésderegresardelcampo, loenloquecíacuando lebesaba lacara,y la frentey laspatillas, con sus arrumacos de gata, jurándole que era su perro querido y elúnicohombrecitoqueadoraba.

Yano le teníamiedoaGeorges, retenidoen lasFondettespor sumadre.QuedabaelgordoSteiner,aquienpensabareemplazar,perosobreelcualnoseatrevía a provocar una explicación. Sabía que de nuevo estaba enextraordinariosapurosdedinero,casiapuntodeserdenunciadoenlaBolsa,agarrándosea losaccionistasde lasSalinasde lasLandas,procurandohacersoltar su último dividendo. Cuando lo encontraba en casa de Nana, ésta leexplicaba,conpalabrasrazonables,quenoqueríaecharloalacallecomoaunperrodespuésdeloquehabíagastadoporella.

Luego,desdehacíatresmeseselcondevivíaenmediodetalaturdimientosensualque,fueradelanecesidaddeposeerla,noveíanadamuyclaro.Eraeldespertartardíodesucarne,unaglotoneríadechiquilloquenoledejabalugarparalavanidadniparaloscelos.Sinembargo,unasensaciónprecisallamabasuatención:Nanasevolvíamenosamableyyanolebesabamásenlabarba.Esto le inquietaba, y se preguntaba qué tenía ella que reprocharle, comohombrequedesconocealasmujeres.

Noobstante,creíaquecontentabatodossuscaprichos.Ysiemprevolvíaalacartadeaquellamañana,aaquellacomplicadamentira,conelúnicofindepasarlaveladaensuteatro.

Trasunnuevoempujóndelamuchedumbre,habíaatravesadoelpasajeyserompía lacabezaanteelvestíbulodeunrestaurante, losojosfijosenunaalondradesplumadayenungransalmónquehabíaenelescaparate.Porfinparecióarrancarsedeesteespectáculo.Sesacudió,levantólosojosyvioqueerancercadelasnueve.Nanaestaríaapuntodesaliryleexigiríalaverdad.

Caminóacordándosedelasveladaspasadasenaquelpasaje,cuandoacudíaa recogerla a la puerta del teatro. Todos los establecimientos le resultabanfamiliares, reconocía losoloresenaquelambientecargadodegas, sentía lasemanacionesfuertesdelcuerodeRusia,losperfumesdelavainillasubiendodelsótanodelachocolatería,losvahosdealmizcledespedidosporlaspuertasabiertasdelasperfumerías.

Noobstante,noseatrevíaadetenersedelantedelosrostrospálidosdelasseñoras de los mostradores, que le miraban plácidamente, como personaconocida.Porunmomentoparecióestudiarlafiladeventanillasredondasquehabía encima de los almacenes, como si las viese por primera vez entre elhacinamiento de muestras. Luego volvió a subir hasta el bulevar, donde sedetuvounminuto.

La lluvia ya no caía más que como un polvillo fino, cuyo frescor, almojarlelasmanos,lecalmaba.Ahorapensóensuesposa,queestabacercadeMacon, en un castillo en el cual su amiga, la señora de Chezelles, seencontrabamuyenfermadesdeelotoño;loscoches,sobrelacalzada,rodabanenmedio de un río de barro, y pensó que el campo estaría abominable conaqueltiempo.

Perodeprontoseapoderódeéllainquietudyvolvióalcalorsofocantedelpasaje,caminandoagrandeszancadasentrelospaseantes;pensóquesiNanadesconfiaba,podíaescaparseporlagaleríadeMontmartre.

Entonceselcondesepusoalacechoenlamismapuertadelteatro.Nolegustabaesperarenaquelextremodelpasillo.Temíaquelereconociesen.Eraen laesquinade lagaleríadelVarietésyde lagaleríaSaint-Marc,unrincón

oscurocontiendaslóbregas:unazapateríasinclientela,almacenesdemueblespolvorientosyungabinetedelecturaahumado,somnoliento,cuyaslámparasencapuchadasdormitabanporlanocheenunaclaridadverdosa,yallínohabíamásqueseñoreselegantementevestidosypacientes,querodabanentreloqueabundaenunaentradade artistas, borracherasde tramoyistasyguiñaposdefigurantas. Frente al teatro sólo había un mechero de gas, en un globodeslustrado,iluminandolapuerta.

Muffattuvolaidea,poruninstante,depreguntaralaseñoraBron;luegotemió que Nana, prevenida, se le escapase por el bulevar. Reemprendió sumarcha,resueltoaesperaraunqueleechasenfueraparacerrarlasverjas,comoya le había ocurrido otras dos veces; la idea de tener que dormir solo leoprimíaelcorazóndeangustia.

Cada vez que alguna muchacha sin sombrero y algún hombre con ropasucia salíany lemiraban,volvíaacolocarsedelantedelgabinetede lectura,donde,entredoscartelespegadosauncristal,veíaelmismoespectáculo:unviejecito,tiesoyperdidoenlainmensamesa,enmediodelamanchaverdedelalámparayleyendounperiódicoverdesostenidoconsusmanosverdes.

Unosminutos antesde las diez, otro señor, un altoy apuesto tipo rubio,muyenguantado,tambiénsepaseópordelantedelteatro.Entonces,ambos,acadavuelta,semirabandesoslayoycondesconfianza.Elcondellegabahastala esquina de las dos galerías adornada con un alto espejo, y allí, al versereflejado, la cara seria, el porte correcto, sentía una vergüenzamezclada demiedo.

Dieronlasdiez.Degolpe,MuffatpensóqueleeramuyfácilsabersiNanaestabaensucamerino.Subiólostrespeldaños,atravesóelpequeñovestíbuloestucadodeamarillo,yluegosalióalpatioporunapuertaquesólosecerrabaconpestillo.Aaquellahora,elpatio,angosto,húmedocomoel fondodeunpozo,consusretretesapestosos,sufuente,elhornillodecocinaylasplantasquelaporteraamontonaba,estabaanegadodeunvapornegro;perosalíaluzdelasventanasquehabíaenlasdosparedes;abajo,elalmacéndeaccesoriosyelreténdebomberos;alaizquierda,laadministración,yaladerechayarriba,loscamerinosdeartistas.

Alolargodeaquelpozoerancomobocasdehornoabiertasalastinieblas.El conde en seguida vio los cristales del camerino iluminados en el primerpiso, y, tranquilo, feliz, olvidó sus angustiasmirando hacia arriba, desde elgrasientolodoyelhedordeaquellapartetraseradeunaviejacasaParisiense.Grandesgotascaíandesdeunagoteraabierta.UnafranjadegasquesalíadelaventanadelaseñoraBronamarilleabaunextremodelpavimentomusgoso,laparte baja de una tapia comida por las aguas del vertedero, un rincón debasurasamontonadasencubosviejosybarreñosrotosydondeverdeabaenun

tiesto un enclenque bonetero. Se oyó gruñir una falleba y el conde escapó.SeguramenteNanadescendería.Seacercóotravezalgabinetedelectura;enlasombraadormecida,manchadaporunaclaridaddelamparilla,elviejecitonosehabíamovidoysuperfilcontinuabahundidoensuperiódico.

Siguió caminando.Ahora su paseo lo empujabamás lejos; atravesaba lagaleríagrande,seguíalagaleríadelVarietéshastalaFeydeau,desiertayfría,hundida en una oscuridad lúgubre, y regresaba, cruzando por delante delteatro, torcía en la esquina de la galería Saint-Marc y se arriesgaba hasta lagalería Montmartre, donde una máquina de cortar azúcar le llamaba laatención en una tienda de ultramarinos. Sin embargo, a la tercera vuelta, eltemor de que Nana se escapase a espaldas suyas, le hizo perder el respetohumano. Se plantó igual que el señor rubio delante del mismo teatro,cambiaron una mirada de humildad fraternal, encendida por un resto dedesconfianzasobreunaposiblerivalidad.

Varios tramoyistas que salieron a fumar su pipa en el entreacto losempujaron sin que uno ni otro se quejasen. Tresmujerzuelasmayores,malpeinadasyconelvestidosucio,aparecieronenelumbralmordisqueandounasmanzanas y escupiendo las pepitas; ellos inclinaron la cabeza y siguieronsoportandoeldescarodesusmiradasylacrudezadesuspalabras,salpicados,manchadosporaquellostipejosqueencontrabandivertidoechárselesencimayempujarlos.

Justamente entoncesNanabajaba los tres peldaños, y se quedópálida alveraMuffat.

—Ah,esusted…—balbuceó.

Lasfigurantas,quesereían,tuvieronmiedoalreconocerla,ysequedaronplantadasenfila,conelgestohumildeyseriodesirvientassorprendidasporlaseñora cuando cometen una maldad. El alto señor rubio se había apartado,tranquilizadoyalaveztriste.

—Bien,demeustedelbrazo—repusoNanaconimpaciencia.

Sefuerondespacio.Elconde,quehabíapreparadosuspreguntas,nosabíaquédecirle,yfueellaquienenseguidasoltósuhistoria:habíaestadoencasade su tía hasta las ocho, y luego, viendo que Louiset se encontrabamuchomejor,tuvolaocurrenciadeirunmomentoalteatro.

—¿Poralgúnasuntoimportante?—preguntóél.

—Sí, una nueva obra—respondió ella después de dudar—. Querían miopinión.

Comprendióqueellamentía,perolasensacióntibiadesubrazo,apoyadoen el suyo, le dejaba sin fuerzas.Ya no sentía rencor ni cólera por su larga

espera, y su único cuidado era conservarla, ahora que ya la tenía. Al díasiguientetrataríadesaberloqueellahabíaidoahacerensucamerino.

Nana, siempre dudosa, visiblemente presa de esa lucha interior de lapersona que trata de reponerse y tomar una decisión, se detuvo al doblar laesquinadelagaleríadelVarietés,anteelescaparatedeunatiendadeabanicos.

—Mira—murmuróella—,québonitoesevarillajedenácarconplumas.

Luego,enuntonodeindiferenciapreguntó:

—¿Meacompañasacasa?

—Sinduda—dijoélasombrado—yaquetuhijoestámejor.

Nana lamentó haber contado aquella historia. Tal vez Louiset sufría unanuevacrisis,yhablóde regresaraBatignolles,perocomoél seofrecíaparaacompañarla,noinsistió.Porunmomentosintióla indignacióncalladadelamujerqueseveatrapadaydebemostrarseamable.Noobstante,seresignóydecidió ganar tiempo, pues con tal de que se deshiciese del conde haciamedianochetodosearreglaríasegúnsudeseo.

—Esverdadqueestássolteroestanoche—murmuróella—.Tumujernoregresahastamañanaporlamañana,¿noeseso?

—Sí—respondióMuffatunpocomolestoaloírlahablarfamiliarmentedelacondesa.

Pero ella insistió, preguntando la hora del tren, queriendo saber si iría aesperarlaalaestación.Volvióareducirelpaso,comomuyinteresadaporlastiendas.

—Mira —exclamó deteniéndose nuevamente ante una joyería— ¡quéhermosobrazalete!

Nana adoraba el pasaje de los Panoramas. Aquélla era una pasión queconservabadesdesusmástiernosaños:legustabaeloropeldelosartículosdeParís,lasjoyasfalsas,elcincdorado,elcartónimitandocuero.Cuandopasabapor allí no podía apartarse de los escaparates, como en la época en quearrastraba sus zuecos democosa, olvidándose de todo ante las golosinas deuna pastelería, oyendo tocar el organillo en una tienda vecina, y sobre tododominadaporelgustochillóndelasbaratijaseconómicas,delosestuchesdeconchadenuez,deloscapachosdelostraperos,delascolumnasdeVedomeydelosobeliscoscontermómetros.

Pero aquella noche estaba demasiado preocupada, y miraba sin ver. Laaburría aquello de no saberse libre, y en su revuelta sorda, surgía la furiosanecesidad de hacer una tontería. ¡Bonita ganga tener hombres de posición!AcababadecomersealpríncipeyaSteinerconsuscaprichosdechiquilla,sin

quesupiesepordóndehabíapasadoeldinero.

SuapartamentodelbulevarHaussmannnisiquieraestabacompletamenteamueblado;sóloelsalón,tapizadoenrasorojo,desentonabapordemasiadosadornosydemasiadolleno.Ahoralosacreedoreslaatormentabanmásqueenotros tiempos,cuandono teníauncéntimo,yeso la sorprendíamucho,puesellaseteníaporunmodelodeeconomía.

Desdehacíaunmes,aquelladróndeSteinerapenasencontrabamilfrancoslosdías enqueella le amenazabaconecharle fuera sino se los llevaba.EncuantoaMuffat,eraunidiota;ignorabaloquesedabaenaquelloscasosyellanopodíatacharledeavaro.¡Conquéplacerhabríamandadoapaseoatodaesagente si no se hubiese repetido continuamente sus máximas de buenaconducta!Teníaqueserrazonable;Zoése lodecía todas lasmañanas,yellamismateníapresente,comounrecuerdoreligioso,lavisiónregiadeChamont,engrandecidayevocadasincesar.Yporeso,apesardeuntemblordecólerareprimida,sehacíalasumisadandoelbrazoalconde,yendodeunescaparateaotro,enmediodelospaseantes,cadavezmásescasos.

Fueradelpasajeelpavimentoestabaseco.Unvientofrescoquepenetrabaenlagaleríabarríaelairecálidodelasvitrinas,espantandoalosfarolillosdecolores,alosrastrillosdegas,alabanicogigante,yquemándolotodocomounfuego artificial. Un camarero apagaba los globos en la puerta de unrestaurante, y en las tiendas vacías y flamantes, las señoras del mostradorparecíandormirinmóvilesyconlosojosabiertos.

— ¡Oh, qué bonito! —repuso Nana ante el último escaparate,retrocediendounospasosparaenternecerseconunagalguitadebizcocho,unapatalevantadaanteunnidoocultoentrerosas.

Alfinabandonaronelpasajeyellanoquisosubirencoche.Eltiempoeramuybueno,dijo,ycomonadalesurgía,seríaagradableregresarcaminando.Después,alllegaralcaféAnglais,seleocurrióquequeríacomerostras,conelpretexto de que no había comido nada desde la mañana a causa de laenfermedaddeLouiset.Muffatnoseatrevióacontrariarla,perocomotodavíano se exhibía con ella en público, pidió un reservado, andando rápido a lolargodelospasillos.Ellaloseguíacomomujerqueconocíalacasa,yentraronen un reservado que el camarero ofrecía con la puerta abierta, y al mismotiempo,deunsalónvecino,delquesalíaunalborotoderisasygritos,surgióbruscamenteunhombre.EraDaguenet,quienexclamó:

—¡SiesNana!

El conde se metió en el acto en el reservado, cuya puerta quedóentreabierta, pero cuando su hombro desaparecía, Daguenet guiñó un ojo,añadiendoentonoburlón:

—Caramba,loscogesenlasTullerías.

Nanasonrió,y se llevóundedoa los labiospara rogarlequecallase.Leveía muy animado, y no dejaba de serle grato el encuentro, pues aún leguardabaunrincóndeternuraapesardesuruindaddenoreconocerlacuandoacompañabaaseñorasdecentes.

—¿Quéesdeti?—preguntóellaentonoamistoso.

—Mevuelvoformal.Deveras,piensocasarme.

Ella se encogió de hombros con gesto compasivo. Pero él, bromeando,siguió diciendo que no era vida aquello de ganar en la Bolsa lo justo pararegalar unos ramos de flores a las mujeres. Sus trescientos mil francos lehabíanduradodieciochomeses,yqueríaserpráctico:secasaríaconunabuenadoteyacabaríasiendoperfecto,comosupadre.

Nanasonreía,todavíaincrédula.Indicóelsaloncitoconunmovimientodecabeza.

—¿Conquiénestásahí?

—Con una pandilla—dijo él, olvidando sus proyectos en una ráfaga deembriaguez—. Figúrate queLéa nos cuenta su viaje a Egipto. Tienemuchagracia.Sobretodolahistoriadeciertobaño…

Ycontó laanécdota.Nanase retrasabaa sugusto.Habíanconcluidoporapoyarse, uno frente al otro, de espaldas en las paredes del pasillo. Losmecherosdegasardíanbajoeltechodeescasaaltura,yunvagooloracocinadormíaentrelosplieguesdeloscortinajes.Aveces,paraentendersecuandoelalborotodelsalónaumentaba,debíanacercarsusrostros.

Cadaveintesegundos,uncamarerocargadodeplatosencontrabaelpasilloobstaculizado,ylosseparaba.Peroellos,sininterrumpirse,seapartabancomoparedes tranquilas y volvían a hablar igual que si estuvieran en su casa, enmediodeaquelruidodecomensalesydelosempujonesdelservicio.

—Mira—murmuróélseñalandolapuertadel reservadoporelquehabíadesaparecidoMuffat.

Los dos miraron. La puerta tenía ligeros estremecimientos, como si elvientolasacudiese.Luego,conunalentitudextremada,secerrósinelmenorruido. Rieron sin que se oyese su risa. Al conde no le haría mucha graciaaquello,allídentroysolo.

—Apropósito—preguntóella—¿hasleídoelartículodeFaucherysobremí?

—Sí, «Lamosca de oro»—respondióDaguenet—.No te hablaba de éltemiendomolestarte.

—Molestarme,¿porqué?Esmuylargoelartículo.

YellasesintióhalagadadequeseocupasedesupersonaLeFígaro.Sinlasexplicacionesdesupeluquero,Francis,quelehabía llevadoelperiódico,nisiquierahabríacomprendidoquesetratabadeella.Daguenetlaobservabacon atención, sonriendoburlonamente.Peropuestoque ella estaba contenta,todoelmundodebíaestarlo.

—Conpermiso—pidióuncamareroquelosseparó,llevandoenlasmanosunabombonahelada.

NanahabíadadounpasohaciaelsaloncitodondelaesperabaMuffat.

—Adiós,adiós—repusoDaguenet—.Andacontucornudo.

Ellasedetuvonuevamente.

—¿Porquélellamascornudo?

—Porqueescornudo,caray.

Nanavolvióatrás,apoyándoseotravezenlapared,muyinteresada.

—Ah…—dijosimplemente.

—¿Cómo?¿No lo sabías?Sumujer seacuestaconFauchery,querida…Eso debió de empezar en el campo. Hace un momento que me ha dejadoFauchery, cuando venía aquí, y sospecho que tiene una cita en su casa paraestanoche.Creoquehaninventadounviaje.

Nanapermaneciómuda,sofocadaporlaemoción.

—Melosuponía—dijoalfin,golpeándoselosmuslos—.Loadivinénadamásverla, laotravez, en la carretera.Sí, esposiblequeunamujerhonradaengañeasumarido,¡yconesepelagatosdeFauchery!Loqueleenseñará…

—Bah —murmuró Daguenet malicioso—. No se trata de ningúnexperimento.Talvezellasepatantocomoél.

Entoncesellaexclamóindignada:

—¡Quéascodemundo!Esoesdemasiadosucio.

—Perdón—gritóuncamarerocargadodebotellas,separándolos.

Daguenet la atrajo hacia sí y la retuvo un instante de la mano. Habíaadoptadosuvozmetálica,unavozdenotasarmoniosasqueteníaéxitoconlasmujeres.

—Adiós,querida…Sabesquetesigoamando.

Ellasedesprendió,sonriendo,ahogadassuspalabrasenunatempestaddegritosybravosquehacíantemblarlapuertadelsalón.

—Tonto, eso concluyó… Pero no importa. Sube uno de estos días;charlaremos.

Luego,poniéndosemásseriayenuntonodeburguesaindignada,agregó:

—¿Conqueescornudo…?Eso,querido,esmuyaburrido.Amísiempremehaempalagadouncornudo.

Cuandoal finentróenel reservado,vioaMuffatsentadoenunestrechosofá, conaire resignado,pálidoy lasmanos temblorosas.No lehizoningúnreproche.Ella,turbada,vacilabaentrelapiedadyeldesprecio.¡Pobrehombre,a quien una infame mujer engañaba tan indignamente! Tenía deseos deechárselealcuello,paraconsolarle.Pero,porotrolado,erajusto,porqueéleraidiotaconlasmujeres;esoleenseñaría.Noobstante,lapiedadpudomás.Noleabandonódespuésdecomerselasostras,comosehabíaprometido.ApenaspermanecieronuncuartodehoraenelcaféAnglais,y regresaronalbulevarHaussmann.Eran las once; antes demedianoche habría encontrado un buenmedioparadespedirlosinbrusquedad.

Porprudencia,enlaantesala,leordenóaZoé:

—Lo esconderás y le recomendarás que no haga ruido si el otro sigueconmigo.

—¿Perodóndelometo,señora?

—Escóndeloenlacocina.Eslomásseguro.

Muffat,enlahabitación,sequitabalalevita.Ardíaunbuenfuego.Siemprelamismaalcoba,consusmueblesdepalisandro,suscolgadurasysussillasdedamasco bordado con grandes flores azules sobre fondo gris. Por dos vecesNanahabíasoñadorenovarla,laprimeraenterciopelonegroylasegundaenrasoblancoyconrosasenlazadas,perodesdequeSteinerconsentía,eldineroque eso costaría lo exigía para comer. Sólo tuvo el capricho de una piel detigredelantedelachimenea,ydeunalamparilladecristal,colgadadeltecho.

—Yanotengosueñoynomeacuesto—dijoNanacuandoseencerraron.

El conde la obedecía con una sumisión de hombre que ya no teme servisto.Suúnicocuidadoeranoenojarla.

—Comoquieras—murmuró.

Noobstante,aúnsequitólosbotinesantesdesentarsefrentealfuego.

UnodelosplaceresdeNanaconsistíaendesvestirseanteelespejodesuarmario,enelqueseveíadepiesacabeza.Dejabacaerhastalacamisa;luego,totalmentedesnuda,seolvidabadelodemásysecontemplabalargamente.Eraunapasióndesucuerpo,unarrobamientoporla tersuradesupielyla líneaondulantedesutalle,ysequedabaalelada,yabsortaenunamorasímisma.

Confrecuenciaelpeluquerolaencontrabaasí,sinqueellavolvieselacabeza.EntoncesMuffatseenfadabayellasesorprendía.¿Quéleimportaba?Aquellonoeraparalosdemás,sinoparaella.

Aquellanoche,queriéndosecontemplarmejor, encendió las seisvelasdelos apliques, pero cuando dejaba resbalar la camisa, se detuvo, preocupadadesdehacíaunmomentoconunapreguntaqueteníaenlapuntadelalengua.

—¿NohasleídoelartículodelFígaro?Elperiódicoestásobrelamesa.

LarisadeDaguenetlevolvíaalamemoria,ylaasaltabaciertaduda.SieseFaucherylahabíacriticado,sevengaría.

—Dicen que trata de mí el artículo —repuso ella afectando un aireindiferente—.¿Quéopinastú,querido?

Y soltando su camisa, esperando que Muffat acabase la lectura,permaneciódesnuda.

Muffatleíalentamente.LacrónicadeFauchery,tituladaLamoscadeoro,era la historia de una muchacha nacida de cuatro o cinco generaciones deborrachos, lasangreviciadaporunalargaherenciademiseriayembriaguez,que en ella se transformaba en una degradación nerviosa de su sexo.Habíacrecido en un arrabal, en el arroyo Parisiense, y alta, hermosa, de carnesoberbia como planta de estercolero, vengaba a los indigentes y a losabandonados,aloscualespertenecía.Conella,lapodredumbrequesedejabafermentarenelpuebloascendíaypudríaalaaristocracia.Ellaseconvertíaenuna fuerzade lanaturaleza,enun fermentodedestrucción, sinquererloellamisma,corrompiendoydesorganizandoParísentresusmuslosdenieve.Yalfinaldelartículoaparecíalacomparacióndelamosca,unamoscadecolordesol y envuelta en basura, unamosca que tomaba la muerte de las carroñastoleradas a lo largo de los caminos y que, zumbando, bailando, lanzandobrillosdejoya,envenenabaaloshombresconsóloponersesobreellos,enlospalaciosqueinvadíaentrandoporlasventanas.

Muffatlevantólacabeza,conlosojosfijos,mirandoalfuego.

—¿Yqué?—preguntóNana.

Peronorespondió.Parecióquequeríareleerlacrónica.Unasensacióndefrío recorría su espalda desde la nuca. Aquella crónica estaba escritadiabólicamente, con un cabrioleo de frases, una exageración de palabrasimprevistasydereprochesbarrocos.Noobstante,quedóimpresionadoporunalecturaquedegolpe le acababadedespertar todo loquenoquería removerdesdehacíaunosmeses.

Entonces levantó lamirada.Nanasehabíaabsorbidoensuarrobamientode sí misma. Inclinaba el cuello, mirando con atención en el espejo un

pequeño lunar que tenía encimade la cadera derecha, y se lo tocaba con lapunta de un dedo, haciéndolo resaltar más, sin duda porque lo encontrabagracioso y bonito en aquel sitio…Luego estudió otras partes de su cuerpo,divertida y dominada por sus curiosidades viciosas de chiquilla. Siempre lasorprendía el contemplarse; tenía el aspecto asombrado y seducido de unamuchacha que descubre su pubertad… Lentamente abrió los brazos paradestacarsubustodeVenusmórbida,doblando lacinturaparaexaminarsedefrenteydeespalda,deteniéndoseenelperfildesussenosyenlasredondecesfugitivas de sus muslos. Y acabó por recrearse en el singular juego delbalanceo,aderechae izquierda, lasrodillasseparadasyel tallegiradosobresusriñones,conelestremecimientocontinuodeunaalmeabailandoladanzadelvientre.

Muffatlacontemplaba.Ellaledabamiedo.Elperiódicohabíacaídoensusmanos.Enaquelminutodevisiónclara,sedespreciaba.Esoera:entresmesesella había corrompido su vida, y ya se sentía viciado hasta la médula porsuciedadesquejamáshabríasospechado.Todoibaapudrirseenélenaquellosmomentos. Y por un instante tuvo conciencia de su mal, vio ladesorganización aportada por aquel fermento: él envenenado, su familiadeshecha, y un rincón de la sociedad que crujía y se desvanecía. Y, nopudiendoapartarlosojos,lamiróconfijezaytratódesaciarseconlavisióndesudesnudez.

Nana no semovía. Un brazo tras la nuca y unamano cogiendo la otra,echabahaciaatráslacabeza,separandoloscodos.Muffatveíadesoslayosusojosentornados,subocaentreabiertaysurostroahogadoenunarisaamorosa,y por detrás, su mata de cabellos rubios destrenzada que le caía sobre laespaldacomolamelenadeunaleona.Dobladayelflancotendido,mostrabasusriñonessólidos,sussenosdurosdeguerreraylosmúsculosfuertesbajolablancurasatinadadelapiel.Unalíneafina,apenasonduladaporelhombroylacadera,larecorríadesdeunodesuscodosalospies.

Muffatseguíacon lavistaaquelperfil tan tierno,aquellasfugasdecarnerubia, ahogándose en sus luminosidades doradas, en aquellas redondecesdondelallamadelasbujíasponíareflejosdeseda.

Pensaba en su antiguo horror a la mujer, al monstruo de la Escritura:lúbrica,oliendoafiera.

Nana era velluda; una pelusa rubia le dejaba un cuerpo de terciopelo,mientrasqueensutorsoyensusmuslosdehembra,enlosrelievescarnososcruzados de pliegues profundos, que daban al sexo el velo turbador de susombra,habíalabestia.Eraunabestiadeoro,inconscientecomounafuerzaycuyo solo aroma envilecía al mundo. Muffat continuaba mirando,obsesionado, poseído, hasta el punto de que habiendo cerrado los párpados

paranovermás,elanimalreaparecióenelfondodelastinieblas,agrandado,terrible,exagerandosupostura.Ahorapermaneceríaallí,delantedesusojos,ensucarne,parasiempre.

Nana se apelotonaba sobre sí misma. Un estremecimiento de ternurapareciórecorrertodossusmiembros;conlosojoshúmedos,seencogía,comoparasentirsemejor.Luego,separandolasmanos,lasdeslizóalolargodesusflancos,hastalossenos,queoprimióenunademánnervioso.Yarrogante,sefundíaenunacariciade todosucuerpo, frotándose lasmejillas,aderechaeizquierda, contra sus hombros, con mimo gatuno. Su boca golosa soplabasobre sí el deseo. Alargó los labios, se besó largamente junto a una axila,riendoalaotraNana,que,comoella,tambiénsebesabaenelespejo.

EntoncesMuffatexhalóunsuspirofatigadoylargo.Eseplacersolitarioleexasperaba. Bruscamente se sintió arrebatado como por un fuerte viento.CogióaNanaentresusbrazos,enunarranquedebrutalidad,ylaarrojósobrelaalfombra.

—Déjame—gritóella—;mehacesdaño.

Élteníaconcienciadesuderrota;lasabíaestúpida,soezyembustera,ylaquería,aunqueestuvieseenvenenada.

—¡Québruto!—exclamófuriosacuandodejóqueselevantase.

Noobstante, secalmó.Ahora se iría.Despuésdeponerseunacamisadenoche con encajes, se sentó en el suelo, delante del fuego. Era su sitiopreferido.AlpreguntarledenuevoaMuffatsobrelacrónicadeFauchery,élcontestóconvaguedad,deseandoevitarunaescena.Además,elladeclaróquea Fauchery se lo pasaba por cierta parte. Luego cayó en un largo silencio,pensando en el medio de despedir al conde. Quería encontrar una maneraamable,porqueenelfondoeraunabuenamuchacha,ylemolestabadisgustara las personas, sobre todo cuando ese era cornudo, idea que concluyó porenternecerla.

—Entonces—dijoalfin—,¿mañanaesperasatuesposa?

Muffatsehabíaestiradoenunsillón,conaireadormiladoylosmiembroslaxos.Dijosíconungesto.Nanalecontemplaba,seriaycavilando.Sentadasobreunapierna,secogíaelotropieconlasmanosymaquinalmenteledabalavueltadeunladoaotro.

—¿Hacetiempoqueestáscasado?

—Diecinueveaños.

—Ya…¿Ytumujeresamable?¿Oslleváisbien?

Élsecalló.Luego,contonodistante,ledijo:

—Sabesqueteherogadoquenohablesnuncadeesascosas.

—¡Vaya!¿Yporquéno?—replicóNanamolesta—.Nomecomeréatumujer hablando de ella, puedes estar seguro… Querido, todas las mujeresvalemoslomismo…

—Teruegoquenovuelvasahablarme,enelsentidoquelohashechootrasveces,delasmujereshonradas—dijoelcondeconciertadureza—.¡Túnolaconoces!

Aloíresto,Nanaseirguiósobresusrodillas:

—Que no las conozco… ¡Pero ni siquiera son limpias tus mujereshonradas! No lo son. Me haces reír con tus mujeres honradas. No meexasperes,nimeobliguesadecirtecosasdequeluegomearrepentiría.

Elconde,porúnicarespuesta,mascullósordamenteunainjuria.Asuvez,Nana se puso blanca, de puro pálida y le contempló algunos instantes sinhablar.Después,consuvozclara:

—¿Quéharías—lepreguntó—,situmujerteengañase?

Muffathizoungestoamenazador.

—Bien,¿ysiteengañaseyo?

—Oh,tú—murmuróél,encogiéndosedehombros.

Verdaderamente Nana no tenía mal fondo. Desde las primeras palabras,resistía al deseo de espetarle la verdad y llana. Hubiera preferido decírseloamistosaytranquilamente.Pero,alfin,éllaexasperaba,yeracosadeacabar.

—Entonces pequeño—repuso ella—, no sé qué diablos estás haciendoaquí…Desdehacedoshorasmeestásabrumando…Vete,veteabuscaratumujer,queestáengañándoteconFauchery…Sí,precisamente,calleTaitbout,esquinaalacalledeProvence…¡Yavesquetedoylasseñas!

Despuéstriunfante,viendoaMuffatponerseenpieconlavacilacióndeunbueyaturdidoporungolpedemaza:

— ¡Si las mujeres honradas se dedican a birlarnos nuestros queridos,buenasestánvuestrasmujereshonradas!

Peronopudoproseguir.Conunmovimientoterrible,elcondeladerribóentierra,ylevantandoelpie,queríaaplastarlelacabezaparahacerlacallar.Porunmomento,Nanatuvounmiedoatroz.Muffat,ciegocomounloco,sehabíapuestoarecorrerlahabitación.

Entonces, el silencio que reinó, la lucha que le agitaba, la conmovieronhasta hacerle verter lágrimas. Experimentaba un remordimiento moral, yacurrucándoseanteelfuego,intentóconsolarle:

—Te juro, querido mío, que creí que lo sabías. A no ser así, ten laseguridad de que no se hubiera hablado de ello… Además, quizás no seaverdad. Yo nada afirmo. Me lo han dicho; la gente charla; pero eso ¿quéprueba?¡Hacesmalenencolerizarte!¡Siyofuesehombre,malditoelcasoqueharía de lasmujeres!Lasmujeres tanto lasmás encopetadas, como lasmásbajas,todasvalenlomismo,sí,todassonlomismo.

Hablaba mal de las mujeres; por abnegación, queriendo hacer el golpemenos cruel. Pero él ni la escuchaba, ni la oía.Había vuelto a ponerse susbotinesysugabán.Todavíapermanecióunmomentorecorriendolaestancia.Después,enunpostrerarranque, tropezandoal fincon lapuerta,semarchó.Nanaquedóconfusa.

—¡Ea,buenviaje!—prosiguiódiciendoenvozaltaellasola—,¡vayaunafinuraladeesehombrecuandolehablan!Hesidolaprimeraenarrepentirme,yheprocuradodemostrárselo.Además,supresenciameexaltabalosnervios.

Sinembargo,estabadescontenta,rascándoselaspiernasconambasmanos.Peroenseguidaseconsoló.¡Bah!¡Notengoyolaculpadequeleengañen!

Ycorrióaarrebujarseenlacama,llamandoaZoéparaquehicieseentraralotro,queestabadeesperaenlacocina.

En la calle, Muffat caminó violentamente. Acababa de caer un nuevochaparrón.Resbalabasobreelgrasientoempedrado.Alzandolacabezaconunmovimientomaquinal,viojironesdenubescolordehollín,quecorríanantelaluna.

A aquella hora, en el bulevar Haussmann, los transeúntes eran muyescasos. Bordeó las empalizadas de la ópera buscando la oscuridad ytartamudeando frases sin hilación. Aquella mujer mentía; había inventadoaquelloporestupidezycrueldad.Éldebióhaberleaplastadolacabezacuandola tenía bajo sus pies. Al fin y al cabo, era ya demasiada vergüenza; no lavolveríaavernia tocar,oseríaprecisoquefuesemuycobarde.Yrespirabaprofundamente, como el que se ve libre de un ominoso yugo ¡Ah, aquelmonstruo desnudo, estúpido, destilando baba sobre todo lo que él respetabadesdehacíacuarentaaños!

La luna se había despejado, y una sábana blanca bañó la desierta calle.Tuvomiedoyrompióensollozos,repentinamente,desesperado,enloquecido,comosihubiesecaídoenunasimainmensa.

—¡Diosmío!—balbuceó—.¡Seacabótodo;yanadaexiste!

A lo largo de los bulevares, los rezagados apresuraban el paso. Trató decalmarse.Lahistoriadeaquellarameravolvíaasucerebrohechaunabrasa.Hubieraqueridorazonar.

Por la mañana la condesa debía regresar del castillo de la señora deChezelles.Nada,enefecto,leimpedíaregresaraParíslatardedeldíaanteriory pasar la noche en casa de aquel hombre. Ahora se acordaba de ciertosdetallesdesuestanciaenlasFondettes.UnatardehabíasorprendidoaSabinebajo los árboles, tan conmovida, que ni siquiera acertaba a contestarle. Elhombreestáallí.

¿Porquénoibaaestarellaahoraensucasa?Amedidaquelorecordaba,lahistorialeparecíamásverosímil.Acabóporencontrarlanaturalynecesaria.Mientrasélsequedabaenmangasdecamisaencasadeunaramera,sumujersedesvestíaenlahabitacióndeunamante;nadamássimplenimáslógico.

Razonandoasí,seesforzóenpermanecertranquilo.Eraunasensacióndecaídaenlalocuradelacarnequesealargaba,ganandoyllevándoseatodoelmundoquelerodeaba.Lasimágenestibiasleperseguían.PensandoenNanadesnuda, evocó bruscamente a Sabine desnuda. Ante esta visión que lasaproximaba en un aparente impudor, bajo un mismo soplo de deseo, setambaleó.Enlacalzadaestuvoapuntodeaplastarleuncoche.Unasmujeresquesalíandeuncaféledieronunoscodazos,riéndose.

Entonces,vencidodenuevoporlaslágrimas,apesardesuesfuerzopornoquerer llorar ante la gente, se metió en una calle oscura y vacía, la calleRossini,yalolargodelascasassilenciosas,llorócomounniño.

—Seacabó—decíaconvozsorda—.Yanohaynada.¡Nadamás!

Lloraba tan violentamente que se apoyó en una puerta, escondiendo elrostro entre susmanosmojadas.Un ruido de pasos le hizo huir. Sentía unavergüenza y unmiedo que le obligaban a huir de la gente, con el inquietocaminardeunmerodeadornocturno.Cuandolospaseantesselecruzabanenlaacera,tratabadeadoptarunaposturadesenvuelta,imaginandoqueleíansuhistoriaenelbalanceodesushombros.

HabíaseguidolacalledelaGrange-BatelierehastalacalledelarrabaldeMontmartre.Elbrillodelasluceslesorprendióyretrocediósobresuspasos.Durantecasiunahorarecorrióasítodoelbarrio,escogiendoloslugaresmássombríos. Sin duda tenía un fin al que sus pies le llevaban por sí mismos,pacientemente, y a través de un camino complicado continuamente por susvueltas.Porfin,enlaesquinadeunacalle,levantólamirada.Habíallegado.EralaesquinadelacalleTaitboutylacalledeProvence.Habíatardadounahoraparallegarallí,cuandoencincominutoshabríallegado.

Se acordó de que una mañana del mes anterior había subido a casa deFauchery para darle las gracias por una crónica acerca del baile de lasTullerías, en la que le nombraba el periodista. El apartamento estaba en elentresuelo, con ventanitas cuadradas,medio ocultas por la gran pancarta de

una tienda. Hacia la izquierda, la última ventana aparecía cortada por unabanda de viva claridad, un rayo de luz que pasaba entre las cortinasentreabiertas.Ysequedóconlosojosfijosenaquellarayaluminosa,absorto,esperandocualquiercosa.

La luna había desaparecido en un cielo color de tinta, del que caía unaniebla helada. Sonaron las dos en laTrinidad.La calle deProvence y la deTaitboutsedesvanecieronconlasmanchasvivasdelosmecherosdegas,queseahogabanalolejosenmediodeunvahoamarillento.Muffatnosemovía.Allíestabalaalcoba;seacordaba.Forradadeandrinópolisrojo,conunacamaLuisXIIIalfondo.Lalámparadebíadeestaraladerecha,sobrelachimenea.

Sindudaestabanacostados,porquenopasabaniunasombraante la luz,quebrillaba,inmóvil,comoelreflejodeunalamparilla.

Y él, siempre con los ojos fijos, seguía mentalmente su plan: llamaba,subía a pesar de las protestas del portero, echaba abajo la puerta con loshombros, caía sobre ellos, en la cama, y sin darles tiempo a deshacer suabrazo.

Durante un momento, la idea de que no estaba armado le detuvo, yentonces decidió que los estrangularía.Volvía a su plan y lo perfeccionaba,esperandosiemprealgúnindicio,algoque lediese lacerteza.Siunasombrademujerhubieseaparecidoenaquelinstante,habríallamado.

Perolaideadequepudieraengañarselehelaba.¿Quédiría?Lasdudasleasaltaban;sumujerpodíanoestarencasadeaquelhombre;eramonstruosoeimposible.

No obstante, permanecía allí, invadido poco a poco por un abandono,hundiéndose enuna lasitudque la larga espera alucinaba con la fijeza de lamirada.

Cayóunchaparrón.Dosvigilantesnocturnos se aproximarony tuvoqueabandonar el rincón de la puerta en que se había refugiado. Cuando seperdieron por la calle de Provence, regresó,mojado y estremecido. La rayaluminosacontinuababrillandoenlaventana.Estavezestuvoapuntodeirsecuandopasóunasombra.Fuetanrápidaquecreyóhaberseequivocado.

Pero de pronto, y sucesivamente, se cruzaron otras sombras; una granagitación se percibía en el gabinete. Y él, clavado nuevamente en la acera,sentía una intolerable sensación de quemadura en el estómago… y ahoraesperabaparacomprender.

Los perfiles de brazos y piernas huían; unamano enorme pasaba con lasilueta deun jarro.Nodistinguía nada claramente, y noobstante, le parecíareconocer un peinado demujer.Y discutió consigo; habría dicho que era el

peinado de Sabine, sólo que la nuca parecía más ancha. En aquellosmomentos, no sabíamás, no podíamás. Su estómago le hacía sufrir de talmaneraenunaangustiadeincertidumbreespantosaqueseapretabacontralapuertaparareprimireltemblorqueleatormentaba.

Luego, como a pesar suyo no apartaba los ojos de aquella ventana, sucólerasefundióenunaimaginacióndemoralista:seveíadiputado,tomabalapalabra en una Asamblea y arremetía contra la delegación, anunciandocatástrofes, y rehacía el artículo de Fauchery sobre lamosca envenenada, ysalía a escena afirmando que no había sociedad posible con aquellascostumbres de Bajo Imperio. Esto le alivió, pero las sombras habíandesaparecido. Sin duda se habían vuelto a acostar. Pero él aún esperaba,mirandosiempre.

Dieronlastres,luegolascuatro.Nopodíairse.Cuandocaíanchaparronessemetíaenelumbraldelapuerta,mojadoslospies.Yanopasabanadieporallí.Devezencuandolosojosselecerraban,comoabrasadosporlarayadeluz,delacualpendíatozudamente,conunaobstinaciónimbécil.

Otrasdosveces lassombrassevolvieronacruzar, repitiendolosmismosgestos, pasando el perfil de un jarro enorme, y dos veces más la calma serestableció,arrojandolalámparasudiscretaluzdecomplicidad.

Aquellassombrasaumentabansusdudas.Porotrolado,unaidearepentinaleapaciguó, retrasandoelmomentodeactuar:no teníamásqueesperarquesaliera su esposa.Reconocería a Sabine.Nadamás simple; sin escándalo, yunaseguridadabsoluta.Bastabaconesperarallí.

De todos los sentimientos confusos que le habían agitado, ahora sólopercibíauna sordanecesidadde saber.Peroel aburrimiento leadormecíaenaquellapuerta.

Para distraerse, trató de calcular el tiempoque habría de esperar. Sabineteníaqueestarenlaestaciónalasnueve.

Estoledabacercadecuatrohorasymedia.Segurodesupaciencia,nosemovería por nada, y hallaba un encanto en soñar que su espera en la nocheseríaeterna.

Deprontolarayaluminosaseapagó.Estehechotansimplesignificóunacatástrofe inesperada para él, algo desagradable y turbador. Evidentementeacababandeapagarlalámparaysedisponíanadormir.Aaquellahora,eralomásrazonable.Peroaélleirritó,porqueahoraaquellaventanaoscurayanoleinteresaba.Laobservóduranteuncuartodehora,yluegoelcansanciolehizoabandonar la puerta y estuvo paseándose hasta las cinco, yendo y viniendomientraslevantabalavistadecuandoencuando.

Laventanacontinuabamuerta,yavecessepreguntabasinohabríasoñadoquedanzabansombrastrasaquelloscristales.

Una enorme fatiga le atormentaba, un atontamiento que le hacía olvidarqué era lo que esperaba en la esquina de la calle, tropezando contra unbordillo, despertándose sobresaltado, con el glacial estremecimiento de unhombre que no sabe ya dónde está. No había nada que mereciese tantamolestia.Yyaqueaquellaspersonasdormían,habíaquedejarlesdormir.¿Porquémeterseensusasuntos?

La noche estaba muy oscura y nadie sabría jamás aquellas cosas. Y,entonces, todo se desvaneció en él, incluso su oscuridad, ante el deseo deacabarprontoyencontrarenalgúnsitioalgúnalivio.

Aumentabaelfríoylacalleeraacadainstantemásinsoportable;pordosvecessealejóyseaproximóarrastrandolospies,paraalejarseluego.Aquellohabíaacabado,yanoexistíanadamás;bajóhastaelbulevarynoregresó.

Fue una excursión sombría a lo largo de las calles. Caminaba despacio,siempreconelmismopaso,siguiendolasparedes.Sustalonesresonabanynoveíamásquesusombragirando,creciendoyreplegándoseacadamecherodegas. Esto lemecía y le distraíamaquinalmente.Más tarde nunca sabría pordónde había pasado; le parecería que estuvo arrastrándose durante horas,dando vueltas en redondo, en un círculo.Únicamente conservó un recuerdomuyclaro.

Sinpoderexplicarsecómo,seencontróconelrostropegadoalaverjadelpasajedelosPanoramas,sujetandolosbarrotesconlasmanos.Nolossacudía,sólo trataba de ver el pasaje, invadido por una emoción que le hinchaba elpecho.Peronodistinguíanada;unaoladetinieblasrecorríalagaleríadesierta,y el viento que recorría la calle Saint-Marc le azotaba el rostro con unahumedad de bodega. Y se obstinaba allí. Luego, saliendo de un sueño, sequedóasombrado,preguntándosequébuscabaaaquellahorapegadoaaquellaverjacontalapasionamientoquelosbarrotesselehabíanclavadoenelrostro.Entoncesreemprendióelcamino,desesperado,llenoelcorazóndeunaúltimatristeza,comotraicionadoysolo,mientrasseguíaadelante,entrelassombras.

Al fin amaneció, con ese clarear sucio de las noches de invierno, tanmelancólicoenelcenagosopavimentodeParís.

Muffat había vuelto a las anchas calles en construcción que rodeaban elterrenoenobrasdelanuevaÓpera;empapadasporloschaparrones,holladasporlascarretillas,elsuelogredososehabíatransformadoenunfangal.Ysinmirar dónde pisaba, Muffat continuaba caminando, escurriéndose yencontrandopuntosdeapoyo.

EldespertardeParís, lascuadrillasdebarrenderosy losprimerosgrupos

deobrerosletrajeronunanuevaturbaciónamedidaqueavanzabaeldía.Selemirabaconsorpresaalverleconelsombrerochorreandoagua,llenodebarroy como asustado.Durantemucho tiempo se refugió contra las empalizadas,entrelosandamiajes.Ensuservacíosólolatíaunpensamiento:eldequeeraunapobreruina.

Entonces pensó en Dios. Esta brusca idea de un socorro divino, de unconsuelo sobrehumano, le sorprendió como algo inesperado y extraño;despertabaenéllaimagendelseñorVenot,moviendosupequeñayrechonchapersona,consusdientescariados.CiertamenteelseñorVenot,aquienrehuíadesdehacíameses,evitandoverle,sesentiríafelizsiibaallamarasupuertapara llorar en sus brazos. En otros tiempos, Dios le reservaba todas estasmisericordias.Almenorpesar,almenorobstáculointerponiéndoseensuvida,entrabaenunaiglesia,searrodillaba,humillabasupequeñezantelasoberanaomnipotencia,ysalíafortificadoporlaoración,dispuestoalabandonodelosbienesdeestemundo,conelúnicodeseodesusalvacióneterna.

Sin embargo, actualmente ya nopracticabamás quepor sacudidas, a lashorasenqueelterroral infiernoseapoderabadeél; lehabíaninvadidotodaclasedeperezasyNanaperturbabasusdeberes.LaideadeDiosleasombraba.¿PorquénohabíapensadoenDiosinmediatamente,cuandoaquellaespantosacrisisresquebrajabaydeshacíasudébilhumanidad?

Mientras, buscaba una iglesia en su caminar lastimoso. Estabadesorientado; la hora matinal le hacía confundir las calles. Luego, cuandodoblaba el recodo de la calleChaussée d’Antin, descubrió laTrinidad en elextremo,comounatorrevagaquesefundíaenlabruma.Lasestatuasblancas,dominando el jardín desierto, parecían Venus friolentas entre las hojasamarillas de un parque. Bajo el pórtico respiró un instante, fatigado por lasubidadelaampliaescalinata.Luegoentró.

Laiglesiaestabafría,conlacalefacciónapagadadesdelavísperayconsusaltasbóvedasdeunanieblafinaquesefiltrabaatravésdelosventanales.

Unasombraanegabalapartebajadelasnaves;allínohabíaniunalma,ysólo se oía, en el fondo de aquella oscuridad lóbrega, un ruido de zuecos,algúnbedelarrastrandolospiesenlaasperezadeldespertar.

Él, sin embargo, después de tropezar con una serie de sillas, perdido,llorándoleelcorazón, fueacaerde rodillas frentea laverjadeunacapillitaque había cerca de la pila del agua bendita. Unía lasmanos y buscaba susoraciones,aspirandotodosuserparaentregarseenunarrebato.Perosuslabiossólo tartamudearon las palabras, su espíritu continuaba huyendo, volviendoafuera, reanudando su caminata, sin parar, como bajo el azote de unanecesidad implacable. Y repetía: «¡Oh, Diosmío, socórreme! Diosmío, noabandonesaestacriatura tuyaque seencomiendaa tu justicia.Diosmío, te

adoro;nomedejesperecerbajolosgolpesdetusenemigos».

Nadalerespondía.Lasombrayelfríocaíansobresushombros,mientrasel ruidodesuspisadassiguiendoadelante, le impedíarezar.Nooíamásqueaquelruidoirritanteenlaiglesiadesierta,dondeaúnnosehabíaempezadoabarrer antes de las primeras misas. Entonces, apoyándose en una silla, selevantó,crujiéndolelasrodillas.Diosaúnnoestaba.¿PorquéteníaélqueirallorarenlosbrazosdelseñorVenotsinopodíahacernada?

Y,maquinalmente,regresóacasadeNana.Unavezfuera,despuésdeunresbalón,sintióquelaslágrimasacudíanasusojos,perosincóleracontralasuerte; simplemente por débil y enfermo. Estaba demasiado cansado, habíarecibido demasiada lluvia y sentía un inmenso frío. La idea de volver a susombríopalaciodelacalleMiromesnillehelaba.

ElportaldelacasadeNanaaúnnoestabaabierto,ytuvoqueesperarqueapareciese el portero. Al subir, sonreía, penetrado ya por el muelle calorplacenterodeaquelnido,dondesepodríatenderydormir.

Zoé,alabrirle,hizounamuecadeestuporydeinquietud.Laseñora,porculpadeunaterriblejaqueca,nohabíapegadounojo.Iríaaversilaseñoranoestabadormida.Ysedeslizóenlahabitaciónmientrasélsederrumbabaenunsillón de la sala, casi inmediatamente apareció Nana. Saltaba de la cama yapenas tuvo tiempo de ponerse unas enaguas; descalza, con los cabellosrevueltosyelcamisónarrugadoydesgarrado,eneldesordendeunanochedeamor.

—¡Cómo!¡Otraveztú!—gritórojadeira.

Bajoelazotedelacólera,ibaaponerleellamismadepatitasenlacalle.Peroalverletandestrozado,tanacabado,sintióunasúbitapiedad.

—Muybien,mipobreperro—repusoNanaconmásdulzura—.¿Quéhaocurrido?Loshasespiado,¿verdad?Sóloparaamargarte.

Élno respondía; teníael aspectodeunanimalabatido.Noobstante, ellacomprendióqueseguíasintenerpruebas,yparatranquilizarle,ledijo:

—Yavesquemeengañaba.Tumujereshonrada,palabradehonor.Ahora,pequeñomío,tienesquevolveratucasayacostarte.Lonecesitas.

Muffatnosemovió.

—Anda, vete. No puedo tenerte aquí. ¿No pretenderás quedarte a estashoras?

—Sí,acostémonos—balbuceóél.

Ellareprimióungestodeviolencia.Lapacienciaseleagotaba.¿Eraqueélsevolvíaidiota?

—Vamos,vete—dijoellaporsegundavez.

—No.

Entoncesellaestalló,exasperada,revuelta:

—Estoesasqueroso…Comprendequeestoydetihastalacoronilla;veteabuscaratumujer,quetehacecornudo…Sí,tehacecornudo,yahorasoyyoquientelodice…¿Tebasta?¿Nomedejarásenpaz?

LosojosdeMuffatsellenarondelágrimas.Uniólasmanos,suplicándole:

—Acostémonos.

De pronto Nana perdió la cabeza, ahogada ella misma por sollozosnerviosos.Seabusabadeella.¿Acasoleimportabantodasaquellashistorias?Cierto que ella había puesto todos los medios posibles para instruirle, porgentileza. ¡Y le quería hacer pagar los platos rotos! Y no. Ella tenía buencorazón,peronotanto.

— ¡Por todos los diablos, que ya estoy harta! —gritó ella pegandopuñetazos en unmueble—. ¡Y yo queme esforzaba, que quería ser fiel…!Pero,querido,mañanaseríaricasiyodijeseunapalabra.

Éllevantólacabezasorprendido.Jamáshabíapensadoenaquellacuestióndedinero.Siellaexpresabaundeseo,enseguidalosatisfaría.Todasufortunaeradeella.

—No; ya es demasiado tarde—replicó Nana, rabiosa—.Me gustan loshombresquedansinqueselespida…No,yaves,aunquemediesesunmillónpor una sola vez, lo rechazaría. Se acabó, tengo otra cosa ahí…Vete, o norespondodenada.Cometeríaunadesgracia.

Avanzaba hacia él amenazadora. Y durante su desespero de buenamuchacha puesta a prueba, convencida de su derecho y de su superioridadsobrelasgenteshonradasquelaabrumaban,seabriólapuertabruscamenteysepresentóSteiner.Estofueelcolmo.Lanzóunaterribleexclamación.

—¡Vamos!¡Aquíestáelotro!

Steiner,aturdidoporelestallidodesumismogrito,sedetuvo.LapresenciainesperadadeMuffatlecontrarió,porqueteníamiedoaunaexplicación,antela cual retrocedía desde hacía tres meses. Cerrando los ojos, se balanceabairritado y evitaba mirar al conde. Resoplaba, con el rostro encendido ydescompuestodeunhombrequeharecorridoParísparadarunabuenanoticia,yquesesientecaerenmediodeunacatástrofe.

— ¿Qué quieres tú? —preguntó crudamente Nana, tuteándole y sinimportarleelconde.

—Yo…yo…—tartamudeó—.Vengoatraerleloqueyasabe.

—¿Qué?

Vacilaba.Laantevísperaellahabíadichoquesinoencontrabamilfrancospara pagar un recibo, no le recibiríamás. Desde hacía dos días, lo recorríatodo,yporfin,aquellamismamañana,acababadecompletarlasuma.

—Losmilfrancos—acabópordecir,sacándoseunsobredelbolsillo.

Nanalohabíaolvidado.

—¡Losmilfrancos!—gritó—.¿Peroesquepidolimosna?¡Toma!Miraelcasoquehagodetusmilfrancos.

Cogióelsobreyseloarrojóalacara.Él,comojudíoprudente,lorecogióconciertoesfuerzo.Mirabaalajovencomoatontado.Muffatcruzóconélunamirada de desesperación, mientras ella se ponía en jarras para gritar másfuerte:

—¿Qué?¿Acabaréisdeinsultarme…?Tú,querido,estoymuycontentadequehayasvenido,porqueyaves…lalimpiezavaasercompleta.¡Hala,fuera!¡Largodeaquí!

Ycomoellosnosemovieran,paralizados,agregó:

—¿Decísquehagounatontería?Esposible.Peroyamehabéisfastidiadodemasiado…¡Ysilencio!Estoyhartadeserelegante.Sireviento,escosamía.

Quisierontranquilizarla,suplicándole.

—Una,dos…¿osnegáisairos?Puesmirad,¡tengocompañía!

Y con brusco ademán abrió de par en par la puerta de su dormitorio.EntoncesloshombresvieronaFontanenlacamadeshecha.Éstenoesperabaserexhibidodeaquellamanera;teníalaspiernasalaire,lacamisaremangadayserevolcabacomouncabritoenmediodelosencajesarrugados,consupielnegra. Sin embargo, no se turbó, acostumbrado a las sorpresas de losescenarios.

Tras laprimerasacudidadesobresalto,encontróunaexpresiónapropiadaparasalirhonrosamentedeltrance,ehizoelconejo,comoéldecía,avanzandolabocayarrugandolanariz,moviendoelhocico.Sucabezadefaunocanallarezumaba vicio. Era a Fontan a quien, desde hacía ocho días, Nana iba abuscaralVarietés,enunachaladuraderameraencaprichadaporlafeamuecadeloscómicos.

—¡Aquíestá!—dijoella,señalándoloconungestodetrágica.

Muffat,quelohabíaaceptadotodo,serevolvióanteestaafrenta.

—¡Puta!—tartamudeó.

PeroNana,yaenlahabitación,retrocedióparadecirlelaúltimapalabra.

—¿Putadequé?¿Ytumujer?

Ysemarchó,pegandounportazoypasandoenfurecidaelcerrojo.Losdoshombres sequedaron solosy semiraronen silencio.Zoé acababade entrar,peronolosechó,sinoqueleshablómuyrazonablemente.

Como persona prudente, encontraba la tontería de la señora demasiadofuerte. No obstante, la defendía; con aquel sinvergüenza no duraríamucho,perohabíaquedejarquelepasaselafiebre.Losdoshombresseretiraron.Nohabíandichounapalabra.En laacera,conmovidosporcierta fraternidad, sedieronunapretóndemanossilencioso,y,dándoselaespalda,sealejaroncadaunoporsucamino.

Cuando por fin regresó Muffat a su palacete de la calle Miromesnil,llegabaprecisamente su esposa.Se encontraron en la amplia escalera, cuyassombríasparedesdejabancaerunescalofríohelado.Levantaronlosojosysevieron.Elcondeaúnteníalasropasembarradasylapalidezespantosadeunhombre que regresa del vicio. La condesa, como destrozada por una larganochedeviajeentren,sedormíaenpie,malpeinadayojerosa.

CapítuloVIII

Fue en la calle Véron, en Montmartre, en un pequeño alojamiento delcuartopiso.NanayFontanhabíaninvitadoaalgunosamigosparacelebrarlanochedeReyes.Estrenaban la casa,pues sólohacía tresdíasque sehabíaninstalado.

Se hizo bruscamente, sin idea preconcebida de vivir juntos, con losprimeros ardores de su luna demiel.Al día siguiente de la bonita algarada,cuandoechó tanabiertamentea la calle al condeyalbanquero,Nana sintióquetodosedesmoronabaentornosuyo.Enuninstantemidiólasituación:losacreedores caerían en su antesala, se mezclarían con sus asuntos de amor,tratarían de venderlo todo si no era razonable, y todo se convertiría endiscusiones, enquebraderosde cabeza sin acabar nunca, para disputarse suscuatro muebles. Y prefirió abandonarlo todo. Además, el apartamento delbulevar Haussmann la aburría. Era una estupidez, con sus grandes salasdoradas.

EnunarranquedeternuraporFontan,empezóasoñarenunpisitoclaro,volviendoasíasuantiguaideadeflorista,cuandoaúnnoveíamásalládeun

armario con espejo de palisandro y una cama tapizada de reps azul.En dosdíasvendiótodoloquepudosacar,chucheríasyjoyas,ydesaparecióconunadecenademilesdefrancos,sindecirunapalabraalaportera;unazambullida,unafuga,yni rastro.Deestamanera loshombresno iríanacolgarsedesusfaldas.

Fontanfuemuyamable.Nodijoquenoyladejóhacer,inclusoactuójuntoaellacomobuencamarada.Porsuparte,teníasietemilfrancos,yconsintióenunirlos a los diezmil deNana, aún cuando se le acusaba de avaricia.Estosfondoslesparecieronsuficientesparainstalarse.Ypartiendodeaquí,gastaroncadaunoporsuladodelcapitalcomún,alquilandoyamueblandodospiezasde la calleVéron,y compartiéndolo todocomobuenosamigos.Elprincipiofueverdaderamentedelicioso.

La tardedeReyes, la señoraLerat llegó laprimera conLouiset, y comoFontan aún no había llegado, se permitió expresar sus temores, porquetemblabaalverquesusobrinarenunciabaaunafortuna.

—¡Oh,tía,leamotanto!—exclamóNana,juntandosusdosmanosenunbellogestosobreelcorazón.

EstaspalabrasprodujeronunefectoextraordinarioenlaseñoraLerat.Susojossehumedecieron.

—Siesasí—dijoconairedeconvicción—elamoresantesquenada.

Ysedeshizoenalabanzassobrelahermosuradelacasa.Nanaleenseñóeldormitorio, el comedor y la cocina.Caramba, aquello no era inmenso, perohabíanretocadolaspinturas,cambiadolospapelesyelsolentrabaqueeraunabendición.

EntonceslaseñoraLeratretuvoaNanaeneldormitorio,dejandoaLouiseenlacocina,conlamujerdelalimpieza,paravercómoasabaunpollo.SisepermitíareflexioneseraporqueZoéacababadesalirdesucasa.

Zoé había permanecido valientemente en la brecha, por devoción a laseñora.Más tarde, laseñoraya lapagaría;poresonose inquietaba.Yen ladesbandada del apartamento del bulevar Haussmann, hacía frente a losacreedores; actuaba en una digna retirada, salvando todo lo que podía ydiciendoquelaseñoraestabadeviaje,sindaranadieladirección.Sihastapormiedoaquelaviesenseprivabadelplacerdevisitaralaseñora.Noobstante,aquellamañanacorrióacasadelaseñoraLeratparasaberquéhabíadenuevo.

La víspera se habían presentado varios acreedores; el tapicero, elcarbonero,lamodista,ofreciendotiempo,einclusoproponiendoadelantarunacrecida cantidad a la señora si la señora quería volver a su apartamento ycomportarsecomounapersonainteligente.LatíarepetíalaspalabrasdeZoé.

Sindudahabíaalgúnseñorpormedio.

— ¡Nunca!—replicóNana indignada—. ¡Pues sí que son decentes esosproveedores! ¿Acaso piensan que voy a venderme para saldar sus facturas?Mira,prefieromorirmedehambreantesqueengañaraFontan.

—Eso es lo que contesté yo—dijo la señora Lerat—; mi sobrina tienemuchocorazón.

Nana,sinembargo,sesintiómuyvejadaalenterarsedequesevendía laMignotte y queLabordette la compraba, a un precio ridículo, paraCarolineHéquet. Esto la llevó a encolerizarse contra aquella trinca de verdaderascallejeras,apesardesusposturas.¡Oh,sí!ellavalíamásquetodasellas.

—Yapuedendivertirse;eldineronolesdaránuncalaverdaderafelicidad.Y, además, tía querida, has de saber que ya no sé si esemundo existe. Soydemasiadofeliz.

Precisamente la señora Maloir entraba con uno de esos sombrerosextraños, cuya forma sólo encontraba ella. Constituyó una gran alegríavolverseaver.LaseñoraMaloirleconfesóquelasgrandezaslaintimidaban;ahoravolveríadevezencuandoparajugarunapartida.

Mostró por segunda vez el alojamiento, y en la cocina, ante la sirvientaprovisionalquecocinabaunpollo,Nanahablódeeconomías,ydijoqueunacriada habría costado muy cara y que ella misma se cuidaría de su casa.Louisetcontemplababeatíficamenteelasado.

Seoyeronvoces.EraFontan,conBoscyPrulliere.Yapodíansentarsealamesa. La sopa estaba servida cuando Nana enseñaba por tercera vez elalojamiento.

—Oh,queridos, québien estáis aquí—repetíaBosc, con la intencióndeagradaraloscompañerosquepagabanlacena,porqueenelfondolacuestióndel«nido»comodecía,leimportabapoco.

En el dormitorio aún forzó la nota amable. Por lo general trataba a lasmujeresde camellosy la ideadequeunhombrepudiese cargar conunadeesassuciasbestiasrevolvíaenéllaúnicaindignacióndequeeracapaz,coneldesdéndeborrachoconqueenvolvíaalmundo.

— ¡Ah, picaruelos!—exclamó guiñando los ojos—. Esto lo han hechosolapadamente. Pues habéis tenido razón. Esto será encantador, y nosotrosvendremosaveros,claroquesí.

Perocomo llegabaLouiset,acaballodelmangodeunaescoba,Prullieredijoconunarisamaliciosa:

—¿Cómo?¿Yatenéisestebebé?

Aquello pareció muy divertido. La señora Lerat y la señora Maloir sedesternillaban.Nana,envezdeenfadarse,tuvounaenternecedorasonrisaalavez que decía que desgraciadamente no; ella lo hubiese querido, por elpequeño y por ella, pero tal vez llegase. Fontan, que se hacía el bonachón,cogióaLouiset,yjugandoceceó:

—Estonoimpidequequieraasupadrecito…Llámamepapá,granujilla.

—Papá…papá…—tartamudeóelniño.

Todosloacariciaban.Bosc,aburrido,hablabadesentarsealamesa,puesparaélnohabíanadamásserio.NanapidiópermisoparasentaraLouisetasulado.Lacenafuemuydivertida.Bosc,sinembargo,sufrióconlavecindaddelchiquillo, de quien debía defender su plato. La señora Lerat también lemolestaba. Ella se enternecía y le contaba en voz baja cosas misteriosas,historias de señoresmuy ricos que aún la perseguían, y dos veces tuvo queapartarlarodillaporqueellaloasediabaconojosencandilados.

PrullieresecomportabacomoungroseroconlaseñoraMaloir,aquiennoservía ni una vez. Sólo se ocupaba de Nana, resentido al verla liada conFontan.Además,lospalomosacabaronporhacerseempalagososdetantoquesebesaban.Contratodaslasreglashabíanqueridosentarsejuntos.

—Diablos,comed;yatendréistiempo—repetíaBoscconlabocallena—.Esperadquenoestemosnosotrosaquí.

Pero Nana no podía contenerse. Estaba en su arrobamiento de amor,sonrosadacomounavirgen,consonrisasymiradashumedecidasde ternura;con losojos fijosenFontan, loasediabaconepítetoscariñosos:perritomío,lobezno,migatito,ycuandoéllepasabaelaguaylasal,ellaseinclinaba,lebesabaalazarenloslabios,enlosojos,sobrelanarizosobreunaoreja;silareñían,volvíaalacargaconingeniosastácticas,conhumildesmimosdegatareprendida.

Fontansehacíaelbonachónysedejabaadorar,llenodecondescendencia.Su enorme nariz se agitaba con un goce sensual. Su hocico de chivo, sufealdad de monstruo truhanesco, se extasiaba con la adoración devota deaquellasoberbiamuchacha, tanblancaytancarnosa.Avecesledevolvíaunbeso, comohombre que se reserva para el placer pero que quieremostrarseamable.

—Acabáisporponerospesados—gruñóPrulliere—.Vetedeahí.

YechóaFontan,cambiandosucubiertoparacogersitioalladodeNana.Hubo exclamaciones, aplausos y palabras muy rudas. Fontan mostraba sudesesperaciónconsusgestoschuscosdeVulcanollorandoaVenus.

InmediatamentePrullieresemostrógalante,peroNana,cuyopiebuscaba

debajo de la mesa, le pegó un golpe para que se estuviese quieto. No,ciertamentenoseacostaríaconél.Elmesanteriorhabíatenidounprincipiodecapricho debido a su hermosa cabeza, pero ahora lo detestaba. Si volvía apellizcarla,fingiendoquerecogíasuservilleta,learrojaríasuvasoalacara.

Noobstante, la velada transcurrió bien.Se pusieron, como era natural, ahablardelVarietés.¿NosemoríaaquelcanalladeBordenave?Suscochinasenfermedadesreaparecíanylehacíanpadecertantoquenoestabaniparaquelo cogiesen con pinzas. La víspera, durante el ensayo, había estadovociferandocontinuamentecontraSimonne.

—Heaquíaunoalquenolloraránmucholosartistas.

Nana dijo que si la llamaba para un papel, lo mandaría bonitamente apaseo;además,hablabadenovolvera las tablasporqueel teatronovalía loquesucasa.Fontan,quenoactuabaenlanuevaobranienlaqueseensayaba,también exageraba la dicha de gozar de su completa libertad, de pasar lasveladas con su gatita, los pies cerca del fuego. Y los otros lanzabanexclamacionestratándolosdeafortunadosyfingiendoenvidiarsudicha.

SehabíasacadoelroscóndeReyes.ElhabalecayóalaseñoraLerat,quelaechóenelvasodeBosc.Entoncesgritaron:¡Elreybebe,elreybebe!NanaaprovechóelestallidodejovialidadparavolveracogeraFontanporelcuello,besarle y decirle cosas al oído.PeroPrulliere, con su sonrisa contrariadademozoguapo,gritóqueaquellonoentrabaeneljuego.

Louisetdormíasobredossillas.Lareuniónterminóhacialauna,ygritaronsusadiosesalolargodelaescalera.

Durante tres semanas la vidade losdos tórtolos fue realmentedeliciosa.Nana creía volver a sus principios, cuando su primer vestido de seda leproporcionó tanto placer. Salía poco y se deleitaba en la soledad y en lasencillez. Una mañana muy temprano, cuando ella misma iba a comprarpescado en elmercado de LaRochefoucauld, se desconcertó al encontrarsecara a cara con Francis, su antiguo peluquero, quien vestía con su habitualcorrección camisa fina y levita irreprochable, y aNana la avergonzó que laviesenenlacalleconunabata,desgreñadayarrastrandolaschancletas.Peroélaúntuvoeltactodeextremarsucortesía.Nosepermitióningunapreguntayfingió creer que la señora estaba de viaje. ¡Ah! la señora había hecho amuchosdesgraciadosaldecidirseaviajar.Eraunapérdidaparatodoelmundo.

Sinembargo,Nanaacabóporinterrogarle,llevadadeunacuriosidadquelahacía olvidar su primera turbación. Como la gente los atropellaba, ella loempujóaunapuerta,dondesiguiódepieanteél,con labolsadelpanen lamano. ¿Qué decían de su fuga? Buen Dios, las señoras a quienes peinabadecíanesto,aquelloy lodemásallá;ensuma,mucho ruidoyunverdadero

triunfo.¿YSteiner?ElseñorSteinerhabíabajadomucho,yacabaríamalsinoencontrabaunanuevaoperación.¿YDaguenet?¡Oh!eseibaperfectamente;elseñorDaguenetsehabíaencarrilado.

Nana,aquien los recuerdosexcitaban, ibaaabrir labocaparapreguntarmás,perosintióciertaviolenciaalpronunciarelnombredeMuffat.EntoncesFrancis, sonriendo, habló el primero. En cuanto al señor conde, estaba quedabapena;había sufrido tantodesde lamarchade la señora,queparecíaunalmaenpena;seleveíaentodoslossitiosdondepodíaestarella.

Hasta que lo encontró el señorMignon, que se lo llevó a su casa. EstanoticiahizoreírmuchoaNana,perofueunarisanerviosa.

—Ah…Entonces,ahoraestáconRose—dijoella—.Muybien,perosepa,Francis, que todo eso me importa un comino. Vaya con ese gazmoño. Hacogido la costumbre y no puede ni abstenerse ocho días. ¡Yme juraba queparaélnohabríaotramujerdespuésdemí!

Enelfondoestabarabiando.

—Sonmis desechos,—añadióNana—.Buenpájaro se hapagadoRose.Lo comprendo, ha querido vengarse porque le quité a ese bruto de Steiner.Hermosotriunfollevarseacasaaunhombrequepusedepatitasenlacalle.

—ElseñorMignonnocuentalascosasdeesamanera—dijoelpeluquero—.Segúnél, ha sidoel señor condequien ladespidió.Sí, ydeunamanerabienhumillante,deunapatadaenciertositio.

Aloíreso,Nanapalideció.

—¿Qué?—exclamó—.¿Unapatadaamíyen…?Estoyaesdemasiado.¡Perosifuiyoquienechóporlaescaleraaesecornudo!Porqueesuncornudo.Yadebessaberlo;sucondesaleponeloscuernoscontodoelmundo,hastaconesegranujadeFauchery.YeseMignonrondandolacalleparalamonadesumujer,alaquenadiequieredetanflaca.¡Cochinomundo!¡Unagentuza!

Seahogaba.Tomóaliento.

—¿Ydiceneso…?Puesbien,amigoFrancis,iréabuscarlos.¿Quieresquevayamos los dos ahoramismo? Sí, iré y veremos si tienen cara para seguirhablandodepatadasenmisnalgas…¡Patadas!Jamásselotoleréanadie.Ynuncamepegarán,sabes,porquemecomeríaaltipoquemetocase.

Luego se tranquilizó. Después de todo, podían decir lo que quisiesen,porquenolosconsiderabamásquealbarrodesuszapatos.Semancharíasiseocupasedeesasgentes.Ellateníalaconcienciatranquila.YFrancis,entonofamiliar, al verla vestida como una mujer de servicio, se permitió darlealgunosconsejosaldespedirse.Habíahechomalen sacrificarlo todoporuncapricho,puesloscaprichospodíanarruinarunavida.Ellaleescuchabaconla

cabezabajamientrasélhablabaconacentoapenado,demostrandoqueledolíaqueunamuchachatanbellalevolvieselaespaldaalasuerte.

—Esoesasuntomío—acabópordecirella—.Detodasmaneras,gracias,querido.

Ellaleestrechólamano,queteníasiempreunpocodegrasaapesardesucorrectoporte; luegosedirigióalpuestodelpescado.Durante todoeldía lapreocupóaquellahistoriadelapatadaeneltrasero.InclusoselodijoaFontan,y nuevamente se jactó de ser una mujer que no toleraría ni si quiera unpapirotazo.Fontan,comoespíritusuperior,aseguróquetodosloshombresdeposicióneranunosgroserosyquedebíadespreciárselos.DesdeentoncesNanasintióelmayordesdénporellos.

PrecisamenteaquellanochefueronalosBouffesaverlapresentación,enunpapeldediezlíneas,deunamujercitaqueFontanconocía.Eracasilaunacuando regresaban a pie a las alturas de Montmartre. En la calle de laChaussée d’Antin habían comprado una torta y se la comieron en la camaporquenohacíacalorytampocohabíaqueencenderelfuego.Sentadosenlacama, el cobertor sobre el vientre y las almohadas amontonadas tras laespalda, comían y hablaban de la debutante. Nana la encontraba fea y singracia.Fontan, inclinadohaciaadelante, lepasaba los trozosde torta,puestaenlamesilladenoche,entrelabujíaylascerillas.Peroacabaronpordiscutir.

—No sé qué le encuentran —gritó Nana—. Tiene los ojos comoagujereadosycabellosdecolordecáñamo.

—Cállate —repetía Fontan—. Una cabellera soberbia, unas miradas defuego…Yasesabequelasmujeressiempreoscoméisunasaotras.

Estabamuycontrariado.

—¡Estoyaesdemasiado!—dijoalfinconvozagresiva—.Sabesquenomegustaquemefastidien.Durmamosoestoacabarámal.—Ysoplólabujía.Nana estaba furiosa; no admitía que se le hablase en aquel tono, y estabaacostumbradaaserrespetada.Comoélnolerespondía,tuvoquecallarse.Peroellanoconseguíadormirse,ydabavueltasymásvueltas.

— ¡Por Dios!, ¿acabarás de moverte?—gritó Fontan de golpe, con unbruscosalto.

—Noesculpamíasihaymigasenlacama—replicóellasecamente.

En efecto, había migas. Ella las sentía hasta debajo de sus muslos y lamolestabanconsólomoverse.Unamigaseleincrustóenunanalgayserascóhasta salirle sangre.Además, cuando se come un pastel en la cama, ¿no sesacude siempre la sábana? Fontan, fríamente rabioso, había encendido unabujía.Losdosselevantaron,descalzos,encamisa,levantaronloscobertoresy

sacudieron la sábana. Él tiritaba y volvió a acostarse, enviándola al diabloporqueellaledecíaqueselimpiaselospies.DespuésNanavolvióaocuparsusitio,peroapenasseestiró,empezóamoverse.Aúnquedabanmigas.

—Diablos, si estaba segura. Las has vuelto ameter con los pies. Ya nopuedomás,¡tedigoquenopuedomás!

Y se dispuso a pasar por encima de él para bajar de la cama. Entonces,harto,yqueriendodormir,Fontanlearreóunabofetadacontodassusganas.Labofetadafuetanfuerteque,delgolpe,Nanaseencontrótendida,otravezacostadayconlacabezaenlaalmohada.Sequedóaturdida.

—¡Oh…!—dijosimplemente,conunhondosuspirodeniña.

Yaúnlaamenazóconotrabofetadasivolvíaamoverse.Luegodeapagarlaluzsetendiócómodamentebocaarribayenelactoempezóaroncar.

Nana,conlanarizclavadaen laalmohada, lloriqueaba.Eraunacobardíaabusar de su fuerza. Pero había sentido verdadero pánico al ver lamáscaracómica de Fontan volverse tan terrible. Y su cólera se esfumó como si labofetada la hubiese calmado. Ella lo respetaba y se pegaba a la pared deldormitorio para dejarle todo el sitio posible.Acabó por dormirse, lamejillacaliente, los ojos llenos de lágrimas, en un abatimiento delicioso, en unasumisióntanrendidaqueyanosintiólasmigas.

Por la mañana, cuando se despertó tenía a Fontan entre sus brazosapretándolocontrasupecho,muyfuerte¿Noesasí?Élnovolveríaahacerlomás, ¡nunca más! Y ella le amaba demasiado; de él, hasta era bueno serabofeteada.

Entoncesempezóunanuevavida.Porunsíounno,Fontanlelargabaunabofetada,yella,yaacostumbrada,lasadmitía.Avecesgritaba,leamenazaba,peroéllaempujabacontralaparedamenazándolaconestrangularla,loquelavolvía sumamente dócil. Lomás frecuente era caer en una silla sollozandodurantecincominutos.Despuésseolvidaba,muyalegre,concantosyrisas,ycarrerasqueamenizabanlaalcobaconelvuelodesusenaguas.

Lo peor era que ahora Fontan desaparecía durante todo el día y noregresabanuncaantesdemedianoche;ibaaloscafés,dondeseencontrabaconsusamigos.Nanalotolerabatodo,temblorosa,acariciante,conelúnicomiedodenoverleregresarsilehacíaalgúnreproche.Peroalgunosdías,cuandonoteníaa laseñoraMaloir,niasutíaconLouiset,seaburríamortalmente.Asípues,undomingo,estandoenelmercadodeLaRochefoucauldregateandoelprecio de unos pichones, tuvo una alegría al encontrarse con Satin, quecomprabaunosrábanos.DesdelanocheenqueelpríncipesehabíabebidoelchampañadeFontan,nohabíanvueltoaverse.

—¡Cómo!¿Erestú?¿Vivesenelbarrio?—dijoSatin,asombradaalverlaen chancletas por la calle a aquella hora—. Pobre hija mía… ¿Estás enreparación?

Nanalahizocallarseconunfruncimientodecejas,porquehabíaallíotrasmujeresensaltodecama,sinvestirse,loscabellossueltosyblancosdepelusa.Por lamañana todas lasmujerzuelas del barrio, en cuanto habían puesto alhombre de la víspera en la calle, corrían a hacer sus provisiones, los ojoscargadosdesueño,arrastrandolaszapatillasconelmalhumoryelcansanciodetodaunanochedefatigas.Decadacalledelaencrucijadabajabanhaciaelmercado, muy pálidas, jóvenes aún, graciosas en su abandono, y a la vezgrotescas y apergaminadas viejas, enseñando sus huesos y sin que lasavergonzase ser vistas así, fuera de las horas de trabajo; y en las aceras lospaseantessevolvían, sinqueunasola sedignasesonreírles,consuportedeamasdecasa,paralasqueloshombresnoexisten.Precisamente,cuandoSatinpagabaelpaquetederábanos,unhombrejoven,algúnempleadoretrasado,lelanzó,segúnpasaba,un«Buenosdías,querida».Enelactoellaseirguióconladignidaddeunareinaofendidayledijo:

—¿Porquiénmetomaráesecerdo?

Luegocreyóreconocerle.Tresdíasantes,haciamedianoche,subiendoporel bulevar, ella le estuvohablando cerca demedia hora, en la esquina de lacalleLabruyere,paradecidirle.Peroestoaúnlasublevómás.

—Sonbiengroserosgritándoleaunaesascosasenplenodía—añadió—.Cuandounavaasusasuntos,esparaqueselarespete,¿noesasí?

Nanacomprólospichones,aunquedudabadesufrescura.EntoncesSatinquiso enseñarle su puerta; vivía al lado, en la calle La Rochefoucauld. Ycuandosequedaronsolas,NanalecontósupasiónporFontan.

Alllegarasucasa,Satinsedetuvoconlosrábanosbajoelbrazo,intrigadaporunúltimodetallequeNanaledaba,mintiendoasuvez, jurandoqueeraellaquienhabíapuestoalcondeMuffatdepatitasenlacalle,apuntapiéseneltrasero.

—¡Oh, soberbio!—repetíaSatin—. ¡Soberbio! ¿Apuntapiés?Ynodijonada, ¿verdad? Es muy cobarde. Me habría gustado estar allí para ver sufacha…Queridamía, tienesrazón.Aldiabloeldinero.Yo,cuandotengouncapricho,melodoyhastareventar.Venaverme,prométemelo.Eslapuertadelaizquierda.Llamatresveces,porquehaytalcantidaddeinoportunos…

Desdeentonces,cuandoNanaseaburríademasiado,bajabaaveraSatin.Siempreestabaseguradeencontrarla,porquenosalíanuncaantesdelasdiez.Satinocupabadoshabitaciones,queunfarmacéuticolehabíaamuebladoparasalvarlade lapolicía,peroenmenosde trecemeseshabía roto losmuebles,

desfondadolassillas,ensuciadolascortinas,yhabíatantasuciedadydesordenqueelalojamientoparecíahabitadoporunabandadegatosrabiosos.

Lasmañanasenque,asqueadadetantamugre,seleocurríaaellamismalimpiar tanta basura, se le quedaban en lasmanos astillas de losmuebles yjironesdecortinas,afuerzadepelearconlacochambre.Esosdías,aquelloaúnestabamás sucio, y no se podía entrar, porquemuchas cosas estaban en elsueloyobstruíanlaspuertas.Yacababaporabandonarlalimpieza.Alaluzdela lámpara, el armario de luna, el reloj y lo que quedaba de cortinas, aúnproducíaciertailusiónenloshombres.Porlodemás,hacíaseismesesquesupropietario la amenazaba con expulsarla.Entonces, ¿paraquién iba a cuidarlosmuebles?¿Paraél talvez? ¡Vayagracia!Ycuandose levantabadebuenhumor, gritaba «¡Hala ya!» a la vez que pegaba coces a los costados delarmario,ydelacómoda,quecrujíanalosgolpes.

Nanacasisiemprelaencontrabaacostada.InclusoenlosdíasenqueSatinbajabaacomprarsusvituallas,sesentíatanfatigadaalregresarquevolvíaaecharseenlacama.Duranteeldíasearrastraba,dormíaencualquiersillaynosalíadeaquellalanguidezhastaquealanochecerseencendíaelgas.

Y Nana se encontraba muy bien en su casa, sentada sin hacer nada, enmedio de la cama deshecha, de las mantas tiradas al suelo, de las enaguassuciasdelavíspera,quemanchabandebarrolossillones.

Allí chismorreaban, sehacíanconfidencias interminables,mientrasSatin,en camisa, echada y con los pies más altos que la cabeza, la escuchabafumandocigarrillotrascigarrillo.Avecessecomprabanajenjo,paralastardesen que se sentían melancólicas, para olvidar, decían ellas; sin bajar, y sinsiquieraponerseunafalda,Satinseasomabaporencimadelabarandillaylegritabaelencargoalahijadelaportera,unamocosadediezaños,quelestraíaelajenjoenunvasoymirabacuriosalaspiernasdesnudasdelaseñora.

Todaslasconversacionesdesembocabaneneltemadeloshombres.NanaestabadisgustadaconsuFontan;ellanopodíadecirdiezpalabrassincaerdenuevoenlasimbecilidadesqueélleechabasiempreencara.PeroSatin,comobuenachica,escuchabasincansarseaquellaseternashistoriasdeesperasenlaventana,dediscusionesporunguisoquemado,dereconciliacionesenlacamadespuésdehorasenterasdeenojo.

Pornecesidaddehablardeesto,Nanallegóacontarletodaslasbofetadasrecibidas; la semanapasada le había hinchadounojo; la víspera, sin irmáslejos,apropósitodeunaszapatillasquenoaparecían,latiródeunabofetadacontra lamesilla de noche, y Satin no se asombraba ante nada, soplando elhumodesucigarrillo,einterrumpiéndoseparasólodecirqueellasiempreseagachaba, con lo que evitaba que el señor le arrease la bofetada.Ambas seembalaban con sus historias de golpes, felices y aturdidas por los mismos

hechosimbéciles,cienvecesrepetidos,cediendoalablandaycálidalasituddelas palizas indignas de que ellas hablaban. Ese gusto de insistir sobre lasbofetadasdeFontan,decriticaraFontanhastaporsumaneradequitarselasbotas, eran el tema diario deNana, sobre todo desde que Satin empezó porserle simpática. También le explicaba hechos más fuertes, como el de unpasteleroqueladejómediomuertaenelsuelo,yaúnlesiguióqueriendo.

Después llegaban los días en queNana lloraba, diciendo que aquello nopodíacontinuarasí.Satinlaacompañabahastalapuertaysequedabaunahoraen la calle para ver si él la asesinaba. Y al día siguiente las dos mujeresgozabantodalatardeconloscomentariossobrelareconciliación,prefiriendo,noobstante,aunquesindecirlo,losdíasenquehabíagolpes,porqueestolasapasionabamás.

Empezaron a ser inseparables. No obstante, Satin nunca iba a casa deNana. Fontan había dicho que en su casa no quería trotacalles; pero salíanjuntas, y así fue como Satin llevó un día a su amiga a casa de unamujer,precisamente aquella señora Robert que tanto preocupaba a Nana y que lecausabaciertorespetodesdeeldíaenquesenegóaasistiraunacenasuya.

LaseñoraRobertvivíaenlacalleMosnier,unacallenuevaysilenciosadelbarriodeEuropa,sinunestablecimientoyconhermosascasascuyospequeñosapartamentoslosocupabancasisóloseñoras.

Eranlascinco;alolargodelasdesiertasaceras,enlapazaristocráticadelas altas casas blancas, se veían cupés de bolsistas y de negociantesestacionados,y loshombres caminabanaprisa, levantando losojoshacia lasventanas,dondemujeresenpeinadorparecíaquelesesperasen.DemomentoNana se negó a subir, diciendo con aire afectado que no conocía a aquellaseñora,peroSatininsistió.

Ellasiemprepodíallevarunaamiga.Además,sóloqueríahacerunasimplevisitadecortesía;laseñoraRobert,aquienhabíaencontradoeldíaanteriorenun restaurante, se habíamostradomuy gentil y le hizo prometer que iría avisitarla.YNanaacabóporceder.

Arriba,unacriadamediodormidalesdijoquelaseñoranoestabaencasa.Noobstante,quisointroducirlasenelsalón,endondelasdejósolas.

—Caramba,quéelegancia—murmuróSatin.

Eraunapartamentoseveroyburgués,forradodetelasoscurasconelgustodeunboticarioParisienseretiradodespuésdehaberhechofortuna.

Nana,impresionada,quisobromear,peroSatinseenfadabayrespondíadela virtud de la señora Robert. Siempre se la encontraba en compañía dehombresdeedadyserios,queledabanelbrazo.Demomentoteníaunantiguo

chocolatero, un hombre muy reposado. Cuando iba, encantado del buenaspectodelacasa,sehacíaanunciarylallamabahijamía.

—Pero mira, aquí la tienes —repuso Satin enseñándole una fotografíacolocadadelantedelreloj.

Nanamiróelretratouninstante.Representabaunamujermuymorena,derostroalargado, los labios finosyconunasonrisadiscreta.Sehubieradichoqueeraunadamademundobiensituada.

—Esextraño—murmuróalfin—.Estoyseguradehabervistoestacaraenalgúnlugar.¿Dónde?Nolosé.Peronodebiódeserenunsitiomuylimpio…No,no.Seguroquenofueenunsitiomuylimpio.

Yañadió,volviéndosehaciasuamiga:

—Entonces,tehahechoprometerquevendríasaverla.¿Quéquieredeti?

— ¿Que qué quiere demí? Sin duda hablar, estar un rato juntas…Puracortesía.

NanamirófijamenteaSatin;luegohizochascarlalengua.Enfin,aquelloledabaigual.Perocomoladamanollegaba,dijoquenoesperabamás,ysefueron.

AldíasiguienteFontanadvirtióaNanaquenoiríaacomer.YNanabajótempranoyfueabuscaraSatinparainvitarlaacomerenalgúnrestaurante.Laelección del lugar constituyó un arduo problema. Satin proponía comedoresqueNanaencontrabainfectos,hastaquelaconvenciódequefuesenacomeraCasaLaure.Eraun fonduchode la calleMartyrs, donde el cubierto costabatresfrancos.

Aburridasdeesperar,yno sabiendoquéhacerpor las aceras, subieronaCasaLaureveinteminutosantesde lahora.Los trescomedoresaúnestabanvacíos. Se colocaron en una mesa del mismo salón donde Laure Piedeferreinaba, sentada sobre la alta banqueta del mostrador. Esta Laure era unamujer de cincuenta años, y de formas desbordantes, comprimidas concinturonesycorsés.

Las mujeres iban llegando en fila, se empinaban por encima de lasbandejasybesabanaLaureenlaboca,conunafamiliaridadcariñosa,mientrasestemonstruodeojoshúmedostrataba,repartiéndose,denoprovocarcelos.

La sirvienta, en cambio, era una mujer alta, delgada, deteriorada, queservíaaaquellasseñorasconojosnegrosymiradasencendidasporunfuegosombrío. En seguida se llenaron los tres salones. Había un centenar declientes,mezcladosalazarporlasmesas,lamayoríaronzandolacuarentena,gordos,conexuberanciadecarneymuestrasdevicioensusmustiasbocas,yenmediodeaquellas redondecesdepechosydevientres,aparecíanalgunas

muchachitas delgadas, de aire todavía ingenuo bajo el descaro del gesto, deprincipiantes recogidas en cualquier tasca y llevadas por una clienta aCasaLaure,endondelarecuademujeresgordotas,puestasanteelaromadeaquellajuventud, semovía y hacía en torno suyo una corte propia de viejosmozosinquietos,pagándolesgolosinas.

Nohabíamuchoshombres,diezoquincealosumo,yconactitudhumildebajolaolainvasoradefaldas,exceptocuatromocetonesquequisieronverquéhabíaenCasaLaure,ybromeabanmuyagusto.

—¿Noteparece?—decíaSatin—.Estámuybuenoesteguisado.

Nanamovía la cabeza, satisfecha. Era la clásica y sólida comida de unafondadeprovincias:vol-au-ventalafinanciera,polloconarroz,judíasverdesen su jugo y crema de vainilla helada al caramelo. Las señoras caíanparticularmente sobre el pollo con arroz, estallando en sus corpiños ylimpiándoseloslabiosdiscretamente.

Alprincipio,Nanatuvomiedodeencontrarseconalgunaantiguaconocidaque le pudiese hacer preguntas tontas, pero se tranquilizó al no ver ningúnrostro conocido entre aquella multitud tan variada, en la que los vestidosdescoloridosylossombreroslamentablesseemparejabanconricosatuendosenlafraternidaddelasmismasperversiones.Duranteunmomentoseinteresóporunjovendecabelloscortosyondulados,elrostroinsolente,queteníasinalientoypendientesdesusmenorescaprichosatodaunamesademujeresquereventabandegrasa,perocuandoeljovenserio,selehinchóelpecho.

—Toma,siesunamujer—gritócasiNana.

Satin,queseatracabadepollo,levantólacabezamurmurando:

—Sí;laconozco…Esmuyelegante.Seladisputantodos.

Nanahizounamuecadedesagrado.Ellaaúnnocomprendíaaquello.Sinembargo, añadió con voz razonable que sobre gustos y colores no debíadiscutirse,porquejamássesabíaloquepodríaquerersecualquierdía.

Asípues,secomiósucremaconfilosofía,viendoqueSatinrevolucionabalasmesasvecinas con susgrandesojos azulesdevirgen.Había, sobre todo,juntoaellauna rubiamuyamable,que seencendíay seacercaba tantoqueNanaestuvoapuntodeintervenir.

Pero en aquel momento una mujer que entraba la sorprendió mucho.Acababadereconocera laseñoraRobert,quien,consubonitacaraderatitamorena,dirigióunaseñafamiliaralarubiadelgada,yluegofueaapoyarseenelmostrador de Laure.Y las dos se besaron con efusión.Nana encontró lacaricia muy cómica por parte de una mujer tan distinguida, mayormentecuando laseñoraRobertno teníanadadesuairemodesto,sinoalcontrario;

lanzabaojeadasporelsalónyhablabaenvozbaja.

Laure había vuelto a sentarse, inmovilizándose de nuevo con lamajestuosidaddeunviejoídolodelvicio,lafazdesgastadaybarnizadaporlosbesos de sus fieles, y, por encima de los platos llenos, reinaba sobre suclientela,numerosaenmujeresgordas,monstruosasentre lasmásopulentas,imperandoconaquellafortunadedueñadehotelquerecompensabacuarentaañosdeejercicio.

Pero la señora Robert ya había descubierto a Satin. Dejando a Laure,corrió,semostróencantadora,ydijocuántolamentabanohaberestadoeldíaanteriorensucasa,ycomoSatinqueríahacerleunhuequecitoa todacosta,ellajurabaqueyahabíacomido.Sólohabíasubidoparaecharunvistazo.

Mientras hablaba, de pie detrás de su nueva amiga, se apoyaba en sushombros,sonriendomimosayrepitiendo:

—¿Qué?¿Cuándovolveréaverla?Siestuvieselibre…

Nana, desgraciadamente, no pudo oír más. Aquella conversación lamolestaba,ardíaendeseosdedecirlecuatroverdadesaaquellamujerhonrada.Peroalverunabandaqueacababadeentrar,secontuvo.

Eran las mujeres elegantes, con los mejores vestidos y bien alhajadas.AcudíanaCasaLaure,aquientodastuteaban,llevadasporungustoperverso,paseando los cienmil francos en pedrería sobre su piel para cenar por tresfrancosanteeltristeasombrodelaspobresmuchachasmalvestidas.Cuandoentraron,gritandoyriendoavoces,trayendodefueraunpocodesol,Nanasevolvióconviveza,molestaalreconocerentreellasaLucyStewartyaMaríaBlond.

Durantecincominutos,todoeltiempoqueaquellasseñoraspermanecieroncharlandoconLaureantesdepasaralsalóndeal lado,estuvoconlacabezabaja, simulando estar muy ocupada en recoger las migas de pan que habíasobreelmantel.Luego,cuandopudovolverse,sequedóestupefacta:lasilladealladoestabavacía.Satinhabíadesaparecido.

—¿Perodóndeestá?—preguntóenvozalta.

Larubiagorda,quehabíacolmadoaSatindeatenciones,serioenmediode su mal humor, y como Nana, irritada por aquella risa, la miraseamenazadora,dijodébilmenteyconvoztemblona:

—Nohesidoyo,sinolaotra.

Nanacomprendióqueseburlaríandeellaynodijonadamás.Siguióotroratosentada,noqueriendodemostrarsucólera.Enelsalónvecinoseoíanlascarcajadas de Lucy Stewart, que invitaba a un grupo de muchachas quellegaban de los bailes de Montmartre y de la Chapelle. Hacía un calor

sofocante.Lacriadaretirabalaspilasdeplatossuciosenmediodeunfuerteolor a pollo con arroz y, mientras, cuatro señores habían acabado de servirvinofinoamediadocenadeparejas,esperandoemborracharlasyescucharsusconfesiones.

Lo que ahora indignaba aNana era pagar la comida de Satin.Vaya unapájara,quesedejabaengatusaryselargabaconelprimerperrolanudosindarlasgracias.Claroquenoeranmásque tres francos,pero leparecíaundurogolpe,porquelosmalosmodaleseranmuydesagradables.Noobstante,pagó,arrojandoseisfrancosaLaure,aquienahoradespreciabamásquealbarrodelarroyo.

En la calleMartyrs,Nana aún sintió acrecentarsemás su rencor. SeguroquenoibaacorrerdetrásdeSatin;¡bonitabasuraparameterlasnarices!Perolehabíafastidiadolanoche,ysubiólentamentehaciaMontmartre,acadapasomás irritada contra la señora Robert. Ésta sí que tenía un buen cutis,haciéndose pasar por señora distinguida; sí, distinguida en el rincón de lasinmundicias.AhorayaestabaseguradehaberlaencontradoenelPapillon,uninfectotuguriodelacallePoissonniers,endondeloshombreslascogíanportreintacéntimos.Yesaembaucabaalosmodestosjefesdeoficina,ysenegabaaacudiralascenasalasqueselehacíaelhonordeinvitarla,dándoseairesdevirtuosa. ¡Vaya con su virtud! Era igual que la de esas gazmoñas que seentreganenloscuchitrilesmásinfectos.

Entretanto,ymientraspensabaentodoeso,Nanahabíallegadoasucasa,en la calle Véron. Se quedó muy sorprendida al ver luz en ella. Fontanregresaba demal humor también a él le había abandonado el amigo que leinvitó a cenar. Escuchó con frialdad las explicaciones que ella le daba,temiendo los golpes y asustada por encontrarle allí cuando no lo esperabaantes de la una de la madrugada; mentía y confesaba haber gastado seisfrancos,peroconlaseñoraMaloir.

EntoncesFontan,muydigno,leentregóunacartaqueibadirigidaaellayqueélhabíaabiertotranquilamente.EradeGeorges,siempreencerradoenlasFondettes,quecadasemanasedesahogabaenpáginasardientes.

Nanaadorabaque leescribiera, sobre todocongrandes frasesdeamoryconjuramentos.Lasleíaatodoelmundo.FontanconocíaelestilodeGeorgesy lo apreciaba. Pero aquella noche se temía tal escena queNana semostróindiferente;recorriólacartacongestomalhumoradoyladejó.

Fontan se había puesto a golpear un cristal, aburrido por tener queacostarsetantempranoynosaberconquéentretenerse.Bruscamentesevolvióydijo:

—¿Ysirespondiésemosenseguidaaesemocoso?

Por logeneraleraélquienescribía.Luchabaconelestilo,puessesentíafelizcuandoNana,entusiasmadaconlalecturadesucarta,hechaenvozalta,lo abrazaba gritando que no había nadie como él para encontrar frasessemejantes.Aquelloacababaporencenderles,yseadoraban.

—Comoquieras—respondióella—.Voyapreparartéynosacostaremosenseguida.

Entonces Fontan se instaló en la mesa con gran despliegue de pluma ypapel.Y,arqueandolosbrazos,estirólabarbilla.

—«Corazónmío»—empezóenvozalta.

Y durante más de una hora se dedicó a la tarea, reflexionando a vecessobreunafrase,lacabezaentrelasmanos,suspirandoyriéndosecadavezqueencontrabaunaexpresióncariñosa.

Nana,sinhablar,sehabíabebidoyadostazasdeté.Porfinleyólacarta,comose leeenel teatro, convozclarayconademanes.Hablaba,dentrodeaquellas cinco páginas, de las «horas deliciosas pasadas en la Mignotte,aquellashorasquevivíanenelrecuerdocomoperfumessutiles»juraba«unaeterna fidelidadaaquellaprimaveradeamor»yconcluíaasegurandoquesuúnicodeseoera«volverlaaempezar,sitantafelicidadpodíareanudarse».

—Yasabes—repusoél—,quedigotodoestoporcortesía.Comosetratasólodeunabroma…Creoquehesabidolucirme.

Triunfaba,peroNana,torpe,desconfiandosiempre,cometióelerrordenosaltarlealcuelloconalegría.Encontrababienlacarta,peronadamás.

Entoncesélsesintióvejado.Silacartanoleagradaba,podíaescribirellaotra,yenvezdebesarse,comodecostumbre,despuésdehaberrenovadosusfrasesdeamor,sequedaronapagadosaambosladosdelamesa.Noobstante,ellalesirvióunatazadeté.

— ¡Vaya una porquería!—exclamó él humedeciéndose los labios—. Lehasechadosal.

Nanatuvoladesgraciadeencogersedehombrosyélsepusofurioso.

—Estoacabarámalestanoche.

Ylaquerellavinodeaquí.Elrelojsólomarcabalasdiez,yaquellonoeramásqueunmododematar el tiempo.Fontanempezó lanzandoal rostrodeNana una oleada de injurias, toda clase de acusaciones, una sobre otra, sinpermitirle defenderse: era una sucia, una bestia y había rodado por todaspartes.Luegoseencarnizósobrelacuestióndeldinero.¿Acasoélgastabaseisfrancoscuandocenabaenlaciudad?Lepagabanlacena,ysino,sehubiesecomidoun cocido. ¡Ygastarlos con aquellaviejadeMaloir, un espantajo al

que le enseñaría la puerta al día siguiente! ¡Pues, sí! Irían lejos si todos losdías,élyella,tirasenseisfrancosalacalle.

—Además,quiero las cuentas—gritó—.Aver, dameel dinero. ¿Cuántotenemos?

Todos sus instintos de sórdida avaricia estallaron. Nana, dominada,asustada, seapresuróacogerdel escritorioeldineroque lequedabay se lopusodelante.Hastaentonces la llaveestabasobre lacajacomúnycadaunosacabaloquequería.

—¡Cómo!—exclamódespuésdehaberlocontado—.Apenasquedansietemilfrancosdelosdiecisietemil,ynollevamosjuntosmásquetresmeses…¡Noesposible!

Yélmismorevolvióelescritorioysacóelcajónparaexaminarloalaluzdelalámpara.Peronohabíamásqueseismilochocientosyalgunosfrancos.Aquelloyafuelatempestad.

— ¡Diez mil francos en tres meses!—chilló—. ¿Qué has hecho? ¿Eh?¡Responde!¿Hapasadotodoesoalatragonadetutía?¿Oesquepagasaloshombres?¿Quieresresponder?

—Siteponesasí—dijoNana—,elcálculoesmuyfácildehacer…Túnocuentaslosmuebles;además,hetenidoquecomprarsábanas.Eldinerosevarápidocuandohayqueinstalarse.

Peroaúnexigiéndoleexplicaciones,élnoqueríaescucharlas.

—Sí, sevamuy rápido—replicóél concalma—,ymira, estoyhartodeestacocinaencomún…Túsabesqueestossietemilfrancossonmíos.Puesyalostengo,ymelosguardo;notengoganasdevermearruinado.Acadaunolosuyo.

Y tranquilamente se metió el dinero en el bolsillo. Nana le mirabaestupefacta.Élcontinuó,sininmutarse:

—Yacomprendesquenosoytantontocomoparacuidardetíasydeniñosquenosonmíos…Atitehagustadogastarteeldinero,yeratuyo,peroelmíoes sagrado… Cuando hagas cocer el puchero, yo te pagaré la mitad. Cadanochepasaremoscuentas,ynadamás.

Nanaseindignóynopudoreprimirestegrito:

—Oye,túhascomidotambiéndemisdiezmilfrancos…¡Vayapuerco!

Peroélnosedetuvoendiscutirmás.Porencimadelamesa,yalvuelo,lelargóunabofetada,diciéndole:

—Repiteeso.

Yellalorepitióapesardelgolpe,yélcayósobreella,acocesypuñetazos.La puso en tal estado que ella acabó, como de costumbre, desnudándose yacostándosellorando.Élresoplaba,eibaaacostarsecuandoviosobrelamesalacartaquehabíaescritoaGeorges.Entonceslacogió,ladoblóconcuidado,sevolvióalacamaydijoentonoamenazador:

—Estámuy bien escrita, y yomismo la echaré al correo, porque nomegustanloscaprichos…¡Ynogimasmás,quemeirritas!

Nana, que lloraba a pequeños suspiros, contuvo el aliento.Cuando él sehuboacostado,sofocada,seechósobresupecho,sollozando.Suscontiendassiempre terminaban igual; ella temblaba ante la idea de perderle, tenía unacobardenecesidaddesaberle suyo,apesarde todo.Dosvecesél la rechazóconademánsoberbio,peroelabrazotibiodeaquellamujerquelesuplicaba,consusgrandesyhúmedosojosdebestiafiel,leencendióeldeseo.

Yseportócomounbuenpríncipe,sinporellorebajarseaningúnanticipo;sedejóacariciarytomaralafuerza,comohombrecuyoperdónvalelapenaganarse. Después le asaltó una inquietud; temía que Nana representase unacomedia para recobrar la llave de la caja. La bujía estaba apagada cuandosintiólanecesidaddeimponersuvoluntad.

—Yalosabes,querida;esoesmuyserio.Meguardoeldinero.

Nana,quesedormíaconlacabezasobreelcuellodeél,encontróunafrasesublime:

—Sí,notemas…Yatrabajaré.

Perodesdeaquellanochelavidaentreellossehizocadavezmásdifícil.

Desdeelprincipioalfindelasemana,sesucedíantalesseriesdegolpes,queparecíanel tictacdeun reloj regulandosuexistencia.Nana,a fuerzadepalizas, adquiría una flexibilidad de lienzo fino, y esto la hacía delicada depiel,sonrosadayblancadetez, tansuaveal tacto, tandiáfanaalavista,queaúnlaembellecíamás.

TambiénPrulliere se pegaba a sus faldas, apareciendo cuandoFontannoestaba, para arrinconarla contra las paredes y besarla. Pero ella se debatía,indignadainmediatamente,conruboresdevergüenza;encontrabarepugnantequepretendieseengañaraunamigo.EntoncesPrulliereseechabaa reírcongestocontrariado.¡Verdaderamentesevolvíamuynecia!¿Cómopodíaserfiela semejante mono? Porque Fontan era un verdadero mono con su narizsiempre enmovimiento. ¡Una cara asquerosa!Y, además, unhombreque lamaltrataba.

—Es posible, pero yo lo amo así —respondió ella un día, con el airetranquilodeunamujerqueconfiesaungustoabominable.

Boscsecontentabaconcomerlomásamenudoposible.Élseencogíadehombros detrás de Prulliere; un bonitomozo, pero nada serio. Varias veceshabíaasistidoaescenasdelapareja;alospostres,cuandoFontanabofeteabaaNana, él continuaba masticando seriamente y encontrando aquello muynatural. Para pagar su comida, extasiábase siempre ante su felicidad. Seproclamaba filósofo; había renunciado a todo, incluso a la gloria. Fontan yPrulliere,recostadosensussillas,avecesseolvidabandeltiempoantelamesarecogida,contándosesustriunfoshastalasdosdelamadrugadaconsusgestosysuvozteatral,mientrasél,absorto,soltandodevezencuandounarisitadedesdén,acababasilenciosamenteconlabotelladecoñac.

¿QuéquedabadeTalma?Nada.Puesqueledejasenenpaz.Todoaquelloerademasiadoestúpido.

UnatardeencontróaNanallorando.Ellasequitólabataparaenseñarlelaespaldaylosbrazos,negrosdelosgolpes.Lemirólapiel,sintentacionesdeabusar, como habría hecho el imbécil de Prulliere. Luego dijosentenciosamente:

—Hijamía,dondehaymujereshaytortazos.FueNapoleónquienlodijo,creo… Lávate con agua salada. El agua salada es excelente para lasmagulladuras.Bah, ya recibirás otras, y no te quejesmientras no te rompanalgo…¿Sabes?Meinvito,pueshevistounapiernadecarnero.

PerolaseñoraLeratnoteníaestafilosofía.CadavezqueNanaleenseñabaun nuevo morado, gritaba hasta enronquecer. Le mataban a su sobrina, yaquello no podía durar. La verdad era que Fontan había echado a la señoraLerat, diciendo que no quería volver a verla en su casa, y desde aquel día,cuando ella estaba allí y él regresaba, debía salir por la cocina, lo que lahumillaba horriblemente. Así pues, no agotaba los reproches contra tangroseropersonaje.Lereprochaba,sobretodo,sertanmaleducado,congestosde mujer muy versada, a quien nadie podía igualar en asuntos de buenaeducación.

—Eso se ve en seguida —le decía a Nana—; ni siquiera tiene elsentimiento de las menores conveniencias. Su madre debió de ser unaordinaria;nomedigasqueno,porque saltaa lavista…Ynohablopormí,aunque una persona de mi edad tiene derecho a toda clase deconsideraciones… Pero tú, ¿cómo puedes soportar sus malos modales?Porque, sin adornarme, siempre te he enseñado a comportarte, y en tu casarecibistelosmejoresconsejos,¿eh?Nuestrafamiliaestabamuybieneducada.

Nananoprotestaba;escuchabasindecirnada,conlacabezagacha.

—Además—continuaba la tía—has conocido a personasdistinguidas…Precisamente ayer en mi casa hablamos de eso con Zoé. Ella tampoco lo

comprende.¿Cómoesposible—dijoZoé—quelaseñora,quellevabacomosi fuera un perrito al señor conde, un hombre tan perfecto (entre nosotras,parecequelehacíaandardecabeza)cómolaseñorapuededejarsegolpearporese payaso? Yo le tengo dicho que los golpes aún se soportan, pero jamástoleraría la falta de consideraciones… ¡Y con su cara!No lo querría enmialcobanienpintura.Ytútearruinasporesepajarraco;sí,tearruinas,querida,te deslomas, cuando hay tantos, y, además, ricos, y gente que es delGobierno…Peromecallo.Nosoyyoquiendebedecirteestascosas.Peroalaprimeragrosería,leplantaríaconunSeñor,¿porquiénmehatomadousted?Yyasabes;contuairemajestuoso,ledejaríasconunpalmodenarices.

EntoncesNanaestallóensollozos,ybalbuceó:

—¡Oh,tía…!Leamo.

LaverdadesquelaseñoraLeratestabainquietaviendoquesusobrinaledaba,haciendounsacrificio,monedasdeveintecéntimosdevezencuando,para pagar la pensión de Louiset. Sin duda ella se sacrificaría teniendo alpequeñoenesperadetiemposmejores,perolaideadequeFontanlesimpedíaaella,alpequeñoyasumadrenadarenoro, laenfurecíade talmaneraquenegabaelamor.Yentoncesconcluíaconestasseveraspalabras:

—Óyeme,eldíaenquetehayadespellejado,vendrásallamaramipuertayteabriré.

Pronto el dinero se convirtió en la gran preocupación de Nana. Fontanhabía hecho desaparecer los siete mil francos; sin duda estaban en lugarseguro,yellajamássehubieraatrevidoapreguntarle,porquemostrabaciertopudorconaquelpajarraco,comolellamabalaseñoraLerat.Temblabaantelaideadequepudieracreerlacapazdeamarleporeldinero.

Él había prometido subvenir a las necesidades del hogar. Los primerosdías,cadamañana ledaba tresfrancos,pero teníaexigenciasdehombrequepaga; con sus tres francosqueríade todo:mantequilla, carne, primores; y siellaaventurabaalgunaobservación, le insinuabaquenopodía ir almercadocon tres francos, él se irritaba, tratándolade criadaderrochona,de inútil, demala bestia a quien los vendedores robaban, y siempre amenazándola conbuscarunapensión.Luego,alcabodeunmes,algunasmañanasseolvidabadeponerlostresfrancossobrelacómoda.

Ellasehabíapermitidopedírselos,tímidamenteydeunamaneraindirecta.Entoncesélsaliócontalesviolencias,lehizolavidatandifícilconelmenorpretexto,queellaprefiriónocontarconél.Encambio,cuandonohabíadejadolastresmonedasdeunfrancoyloencontrabatodoigualalahoradecomer,semostrabacontentocomounjilguero,galanteador,besandoaNanayvalseandoconlassillas.

Yella,muydichosa,llegabaadesearnoencontrarsenadaenlacómodaapesardelosapurosquepasabapararesolverlapapeletadelacomida.

Hasta un día le devolvió sus tres francos, inventando una historia paradecirqueaúnteníadinerodeldíaanterior,perocomoélnoselohabíadado,sequedóunmomentoindeciso,temiéndoseunalección.

Más ella lo miraba con ojos amorosos, y le besaba en un abandonoabsoluto, por lo que él se embolsó las monedas con el ligero temblorconvulsivodeunavaroquerecuperaunacantidadcomprometida.

Desde aquel día ya no se preocupó más, ni preguntó nunca de dóndeprocedíaeldinero,poniendocaratristecuandosólohabíapatatas,riendohastadesencajar las mandíbulas cuando había pavo y carnero, sin perjuicio, noobstante,delargaralgunasbofetadasaNana,inclusoensudicha,paraquenoseleolvidaselamano.

Nanahabíaencontradoelmediodesoportarlotodo.Lacasa,algunosdías,rebosabadealimentos.DosvecesalasemanaBosccogíaunaindigestión.

CiertodíaenquelaseñoraLeratseretiraba,rabiosaalverenelfuegounaopípara cena que ella no comería, no pudo evitar preguntarle brutalmentequiénpagaba.Nana,sorprendida,sequedócomounabobahastaqueseechóallorar.

—Muybien,¡vivaladecencia!—dijolatía,quelocomprendiótodo.

Nanasehabíaresignado,paratenerpazencasa.LuegohabíasidoculpadelaTricon,aquienhabíaencontradoenlacalleLavalundíaenqueFontansemarchórabiosoporcausadeunplatodebacalao.EntoncesledijoquesíalaTricon,queprecisamenteseencontrabaenunaprieto.

ComoFontannoregresabaantesdelasseis,disponíadecasitodalatarde,y esto le proporcionaba cuarenta francos, o sesenta, y a vecesmás. Habríapodidoexigirdiezyquinceluisessihubieraconservadosusituación,perosedabaporcontentaconaqueldineroquelepermitíairtranquilaalmercado.

Por la noche se olvidaba de todo, cuando Bosc reventaba de comida yFontan,conloscodossobrelamesa,sedejababesarlosojosconlapetulanciadelhombrequeesamadoporsucarabonita.

Entonces, a la vezque adoraba a suquerido, a superro amado, conunapasióntantomásciegacuantoqueahoraeraellaquienpagaba,Nanavolvióacaerenelfangodesuscomienzos.Callejeaba,recorríaelempedradoconsusantiguaschancletas,enbuscadeunamonedadecincofrancos.

Un domingo, en el mercado de La Rochefoucauld, hizo las paces conSatin,despuésdehabérseleechadoencimaydedicar lospeores insultosa laseñoraRobert.PeroSatinselimitóaresponderlequecuandonoseamabamás

queunacosa,noeramotivoparaquehubiesequeaborrecerlasdemás.

YNana,deespírituamplio,cediendoaesaideafilosóficadequenuncasesabe dónde se acabará, perdonó. Incluso, avivada su curiosidad, le preguntóacerca de las particularidades del vicio, y se quedó estupefacta al aprendermás, a pesar de sus años y después de lo que ya sabía, y se reía, aunencontrandoaquellodivertido,yunpocorepugnante,porqueenelfondoeraunaseveraburguesaparaloquenoentrabaensushábitos.

Asípues,volvióaCasaLaure,comiendoallícuandoFontanlohacíaenlaciudad.Sedivertíaconlashistorias,losamoresyloscelosqueapasionabanalasclientes,sinhacerleperderelequilibrio.Sinembargo,nosiempreestabaalcorriente,comodecíaella.

La gorda Laure, con sumaternidad enternecida, la invitaba amenudo apasarunosdíasensufincadeAsnieres,unacasadecampoconhabitacionespara siete mujeres. Ella se negaba, por temor, pero Satin le juró que seengañaba,quehabíaseñoresdeParísquelascolumpiabanyjugabanalarana,yentoncesprometióirmásdelante,cuandopudieraausentarse.

Por aquellos días, Nana, muy atormentada, no estaba para bromas. Lehacíamuchafaltaeldinero.CuandolaTriconnolanecesitaba,loquesucedíacon frecuencia, no sabía dónde poner su cuerpo. Entonces hacía con SatindesesperadassalidasporlascallesdeParís,metidaeneseviciotanbajoquerondaporlascallejuelascenagosas,alaturbiaclaridaddelgas.

Nana volvía a los bailongos de la barrera, donde le hicieron caer susprimeras enaguas sucias; revivió los rincones oscuros de los bulevaresexteriores, los poyos sobre los cuales los hombres, a sus quince años, labesabancuandosupadrelabuscabaparadarleunosazoteseneltrasero.

Lasdoslorecorríantodo,infatigables;seguíanlosbailesyloscafésdeunbarrio, subiendo escaleras húmedas de escupitajos y de cerveza vertida,caminabandespacio,callearribaycalleabajo,plantándosedepiecontra laspuertas cocheras. Satin, que había debutado en el barrio latino, conducía aNana a Bullier y a las cervecerías del bulevar Saint-Michel. Pero como seacercaban las vacaciones, el barrio olía a demasiada miseria. Y regresabansiemprealosgrandesbulevares.Allíeradondeteníanmássuerte.

DesdelasalturasdeMontmartrealllanodelObservatorio,recorriendoasítoda la ciudad. Noches de lluvia en que los zapatos chorreaban agua,anocheceres cálidos que se les pegaba el corpiño a la piel, plantonesprolongados,paseossin fin,empujonesypeleas,últimasbestialidadesdeunpaseante llevado a cualquier tuguriomiserable y descendiendo con reniegoslospeldañosgrasientos.

Elveranoconcluía,unveranotormentoso,denochesardientes.Lasdosse

ibandespuésdecenar,hacia lasnuevede lanoche.En lasacerasde lacalleNotre-Dame de Lorette, dos filas de mujeres cruzaban ante las tiendas, lasfaldasrecogidas,lamiradaenelsuelo,apresurándosehacialosbulevaresconaspecto atareado y sin dirigir una mirada a los escaparates. Era la bajadahambrientadelbarriodeBredaalasprimeraslucesdegas.

NanaySatinbordeabanlaiglesiaycogíansiempreporlacalleLePeletier.Luego,acienmetrosdelcaféRiche,comollegabanalcampodemaniobras,soltabanlacoladesuvestido,recogidahastaentoncesconmanocuidadosa,yseponíanaremoverelpolvo,barriendolasacerasymeneandolacintura,paraandar a pasitos, y aún acortabanmás sumarcha cuandopasaban ante la luzcrudadeungrancafé.

Pavoneándose, la risa fuerte, conmiradas hacia atrás a los hombres quevolvíanlacabeza,estabanallícomoensucasa.Susrostrosblancos,pintadosderojoloslabiosydenegrolospárpados,adquiríanenlasombraelencantoturbadordeunOrientedepacotillaabandonadoenmediodelacalle.

Hasta las once, entre los empujones de la muchedumbre, permanecíanalegres,soltandodevezencuandoun«valientecochino»alaespaldadelosnecioscuyostaloneslesarrancabanunvolante;cambiabanpequeñossaludosfamiliares con los camareros, se paraban a charlar delante de una mesa,aceptaban consumiciones, que bebían lentamente, como personas felices desentarseparaesperarlasalidadelosteatros.

Peroamedidaqueavanzabalanoche,sinohabíanhechounoodosviajesalacalleLaRochefoucauld,sevolvíanmalaszorrasylacaceríasehacíamásáspera. Al pie de los árboles, a lo largo de los bulevares sombríos que sevaciaban, tenían lugar los regateos feroces, las palabrotas y los golpes,mientraslasfamiliashonestas,elpadre,lamadreylashijas,habituadasatalesencuentros,pasabantranquilamenteysinapresurarelpaso.

Luego,despuésdehaberidodiezvecesdelaÓperaalGimnasio,cuandodecididamente los hombres se desasían y marchaban más rápidos en laoscuridad creciente, Nana y Satin permanecían en las aceras del arrabalMontmartre. Allí, hasta las dos de la madrugada, los restaurantes, lascervecerías y las salchicherías resplandecían, mientras un hormigueo demujeresseobstinabafrentealaspuertasdeloscafés,últimorincóniluminadoyvivientedelParísnocturno, últimomercadoabierto a los acuerdosdeunanoche,dondelostratossehacíanentrelosgrupos,crudamente,deunextremoalotrodelacalle,comoenelpasilloabiertodeunacasapública.Ylasnochesenqueregresabandevacío,lasdosamigasdisputaban.

La calle de Notre-Dame de Lorette se extendía oscura y desierta, y lassombrasdelasmujeressearrastrabanarribayabajo;eraelregresoretrasadodelbarrio, laspobresprostitutasexasperadasporunanochedeparoforzoso,

obstinándose, discutiendo todavía con voz enronquecida con algún borrachoperdido,quereteníanenlaesquinadelacalleBredaodelacalleFontaine.

Sinembargo,habíabuenasgangas, luisesatrapadosconseñoresbienquesubían,escondiéndosesucondecoraciónenelbolsillo.SobretodoSatinteníabuen olfato. Las noches húmedas, cuando París mojado exhalaba un olorinsípido de gran alcoba nomuy limpia, sabía que ese tiempo lánguido, esafetidez de los rincones lóbregos, enardecía a los hombres.Y acechaba a losmejorvestidos,leyendoeldeseoensusojospálidos.Eracomounaráfagadelocuracarnalpasandoporlaciudad.Ellahabíatenidoalgúnmiedoporquelamayoría de los hombres bien eran los más sucios. Todo el barniz elegantesaltaba, aparecía la bestia y exigía gustos monstruosos, refinando superversión. Así era como esta arrastrada de Satin carecía de respeto,carcajeándose de la dignidad de las gentes de coche, diciendo que suscocheroseranmáslimpios,porquerespetabanalasmujeresynolasmatabanconsusideasinmundas.

La caída de estas gentes elegantes en la crápula del vicio sorprendía aNana, que todavía conservaba sus prejuicios, de los cuales la iba librandoSatin.Entonces,comoelladecíacuandohablabandeseriedad,¿esquenohayvirtudenelmundo?Delomásaltoalomásbajo,todorodaba.PuesesodebíaserlopropiodeParísdesdelasnuevedelanochealastresdelamadrugada,ysereían,asegurandoquesipudieranvertodaslasalcobas,sehabríaasistidoaalgo muy gracioso: los personajillos dándose hasta el hartazgo y no pocospersonajes, aquí y allá, con las narices metidas en la porquería másprofundamentequelosotros.Estocompletabasueducación.

Una noche, yendo en busca de Satin, reconoció almarqués deChouard,quebajabalaescalera,laspiernasvacilantes,agarrándosealabarandillayconel rostro pálido. Nana fingió que se sonaba. Luego, una vez en el piso,encontróaSatinenmediodeuna suciedadespantosa, la cocinaabandonadadesdehacíaochodías,lacamainfecta,tarrosporelsuelo,yseasombródequeella conociese al marqués. ¡Ah, sí! claro que lo conocía, y hasta les habíafastidiadoaellayasupastelerocuandovivíanjuntos.Ahoraacudíadevezencuando,pero laabrumaba,husmeabapor todos los rinconessucios,hastaensuszapatillas.

—Sí,querida,enmiszapatillas…¡Oh!esunviejocochino.Siempreestápidiendocosas.

LoquemásinquietabaaNanaeralasinceridaddetansoecesdisoluciones.Seacordabadesuscomediasdeplacer,cuandoeraunamujerlanzada,yveíaalasmuchachitasquelarodeabandegradarseunpocomáscadadía.

Además, Satin le metía un miedo horrible a la policía. Sobre esteparticular, tenía un repertorio. En otros tiempos se acostaba con un agente,

para que la dejase tranquila; ya en dos redadas había evitado que lainscribieran en el registro, y ahora temblaba si volvían a cogerla, porque suoficioestababienclaro.Yestoeradeesperar.Losagentes,paraobtenersusgratificaciones,arrestabanalmayornúmeroposibledemujeres,sequedabancon todo, y hacían callar de una bofetada a la que gritaba, seguros de serapoyadosyrecompensados, inclusocuandohabíancogidoentreelmontónauna muchacha honrada. Durante el verano, en grupos de doce o quince,operaban a saco por el bulevar, sitiaban una acera y pescaban hasta treintamujeresenunavelada.

SóloSatinconocíaelterreno;encuantoveíalanarizdeunagentehuíaenmediode ladesbandadaazoradadevestidosde largacola,quedesaparecíanentre lamultitud.Eraunpánicoa la ley,unerrora laprefectura tangrande,quealgunassequedabanparalizadasalapuertadeloscafés,anteelgolpedefuerzaquebarría la avenida.PeroSatin temíamuchomás las denuncias; supastelero se había mostrado bastante cerdo, amenzándola con denunciarlacuandoloabandonase;sí,loshombresvivíandesusqueridasconestostrucos,sincontarconlascochinasmujeresquelasentregabantraidoramentesiseeramásguapaqueellas.

Nana escuchaba estas revelaciones presa de crecientes temores. Siemprehabía temblado ante la ley, ese poder desconocido, esa venganza de loshombres que podían suprimirla, sin que nadie en el mundo la defendiese.Saint-Lazareleparecíacomounafosa,unagujerooscuroendondeenterrabana las mujeres vivas después de haberlas rapado. Y se decía que le bastaríaabandonar a Fontan para encontrar protecciones; Satin se había cuidado deexplicarlequelosagentesdisponíandeciertaslistasdemujeres,acompañadasdefotografías,quedebíanconsultar,conlaprohibicióndetocarlasnunca,peronoporestodejabadetemblarydeimaginarsesiempreatropellada,arrastraday arrojada al día siguiente a la visita, y ese sillón de visita la llenaba deangustia y de vergüenza, a pesar de que ya se había quitado la camisa antetodoslosvientos.

Precisamente,haciafinalesdesetiembre,unanocheenquesepaseabaporel bulevarPoissonniere conSatin, ésta sepuso a correr de repente.YcomoNanalepreguntase,Satinlegritó:

—¡Losagentes!¡Corre,corre!

Fue una carrera loca en medio de la gente. Faldas que huían, que sedesgarraban. Hubo golpes y gritos. Una mujer se cayó al suelo. La gentecontemplaba riendo la brutal agresión de los agentes, quienes rápidamentecerrabansucírculo.Nana,mientras,habíaperdidoaSatin.Laspiernas se leparalizaronyseguramente ibaaserdetenidacuandounhombre lacogiódelbrazoylaarrastrópordelantedelosfuriososagentes.

EraPrulliere,queacababadereconocerla.Sinhablar,dieronlavueltaporlacalleRougemont,entoncesdesierta,yNanapudorespirar,ytandesfallecidaestabaqueéltuvoquesostenerla.Ellanisiquieralediolasgracias.

—Vamos—dijoélalfin—esforzosoquetesometas…Subeamicasa.

Vivíacerca,enlacalleBergere.Peroellaenseguidaseirguió.

—No,noquiero.

Entoncesélsepusogrosero,añadiendo:

—Sitodoelmundopasa…¿Porquénoquieres?

—Porqueno.

Esto lo decía todo, según su idea. Ella amaba demasiado a Fontan paratraicionarleconunamigo.Losotrosnocontabandesdeelmomentoquenoleproporcionabanplaceryqueerapornecesidad.Anteesaestúpidacabezonería,Prullierecometiólacobardíadelhombreheridoensuamorpropio.

—Bien,comoquieras.Sóloqueyonovoyportulado,querida…Resuelveeselíotúsola.

Ylaabandonó.Volvióaapoderarsedeellaelterror,ydiounenormerodeopara regresar a Montmartre, deslizándose a lo largo de las aceras ypalideciendoencuantounhombreseleacercaba.

Aldíasiguiente,aúnconel trastornodesumiedode lavíspera,Nanasedirigíaacasadesu tíacuandose topóconLabordetteenelextremodeunacallecitasolitariadelosBatignolles.

De momento, uno y otra parecieron molestos. Pero él, siemprecomplaciente,teníaasuntosqueocultar,porloqueenseguidaserepuso,yfueelprimeroquecelebróelfelizencuentro.Verdaderamente,todoelmundoaúnestaba estupefacto del eclipse total de Nana. La reclamaban, los antiguosamigos se consumían esperándola. Y, poniéndose paternal, acabósermoneándola.

—Entre nosotros, querida, francamente, ha sido una necedad. Secomprendeuncapricho.Perollegaralextremodeserexplotadaynorecogermásquetortazos…¿Aspirasalpremioalavirtud?

Nana le escuchaba congesto cohibido.Sin embargo, cuando él hablódeRose,quetriunfabaconsuconquistadelcondeMuffat,unallamabrillóensusojos,ymurmuró:

—Siyoquisiera…

Élpropusoinmediatamentesumediación,comoamigocomplaciente,peroellarehusó.Entonceslaatacóporotropunto.LedijoqueBordenavemontaba

unapiezadeFaucheryenlaquehabíaunpapelsoberbioparaella.

—¿Cómo?¿Unaobraenlaquetengounpapel?—exclamóextrañada—.Perosinomehadichonada.

Ella no nombraba a Fontan. Por lo demás, en seguida se calmó. Nuncavolvería al teatro. Sin duda, Labordette no estaba muy convencido, porqueinsistíaconunasonrisa.

—Yasabesquenotienesnadaquetemerconmigo.RespectoaMuffat,túvuelvealteatroytelotraigoporlaoreja.

—¡No!—replicóellaenérgicamente.

Y lo dejó. Su heroísmo incluso la enternecía. No sería ese cochino dehombre quien se sacrificaría por nada, sin engañarla. No obstante, lasorprendió una cosa: Labordette acababa de darle exactamente los mismosconsejosqueFrancis.

Por la noche, cuando Fontan regresó, le preguntó acerca de la obra deFauchery.Él,desdehacíadosmeses,habíavueltoalVarietés.¿Porquénolehabíahabladodeesepapel?

—¿Quépapel?—dijoFontanconacentodesapacible—.¿Noseráelpapeldelagranseñora?Ytecreescontalento.

—Pero,pequeña,esepapelteaplastaría.¡Quégraciosaeres!

Nana se sintió horriblemente ofendida.Durante toda la noche Fontan seburlódeella,llamándolaseñoritaMars.Ycuandomássemetíaconella,másfirme se mantenía, saboreando un amargo deleite en aquel heroísmo de sucapricho,quelohacíamásgrandeymásamorosoasuspropiosojos.

Desdequeibaconotrosparamantenerle,loamabamás,contodalafatigay todas las repugnanciasqueacarreaba.Él seconvertíaensuvicio,queellapagaba;ensunecesidad,delaquenopodíaprescindirbajoelaguijóndelasbofetadas.Fontan,viéndola tanbuenabestia,acababaporabusar.Leatacabalosnerviosy le ibaponiendounodio feroz,hastaelextremodeno tenerencuenta sus intereses. Cuando Bosc le hacía algunas observaciones, gritabaexasperado, sin que se supiese por qué; le importaban un bledo ella y susbuenas comidas, y la plantaría aunque sólo fuera para regalar sus sietemilfrancosaotramujer.Ésefueeldesenlacedesusrelaciones.

UnanochealregresarNanahacialasonce,encontróelcerrojoenlapuerta.Llamó una vez y no obtuvo respuesta; una segunda vez, y también sinrespuesta. Sin embargo, veía luz por debajo de la puerta, y Fontan, en elinterior, no se molestaba en moverse. Aún volvió a llamar, gritando eincomodándose.AlfinseoyólavozdeFontan,lentaydura,soltandounasolapalabra:

—¡Mierda!

Ellallamóconlosdospuños.

—¡Mierda!

Aúnllamóconmásfuerza,capazderomperlamadera.

—¡Mierda!

Y durante un cuarto de hora la abofeteó lamisma basura, respondiendocomounecoburlónacadaunodelosgolpesconqueellasacudíalapuerta.

Luego,viendoqueellanosecansaba,abrióbruscamente,seplantóenelumbral,losbrazoscruzadosyledijoconlamismavoz,brutalmentefría:

— ¡Maldita seas! ¿Acabarás de una vez…? ¿Qué quieres…? ¿Quieresdejarnosdormir?¿Nolovesquetengocompañía?

Noestabasolo.NanavioalamujercitadelosBouffes,yaencamisayconsuscabellosdecalabazasueltosysusojoscomoagujerosquereíanenmediode aquellosmuebles que ella había pagado. Pero Fontan dio un paso en eldescansillo,congestoterribleyabriendosusdedoscomotenazas.

—¡Lárgateoteestrangulo!

EntoncesNanaestallóensollozosnerviosos.Tuvomiedoyhuyó.Estavezera a ella a quien ponían de patitas en la calle. El recuerdo de Muffat leaparecióderepenteenmediodesurabia,pero,realmente,noeraFontanquiendebíavengarloconlamismamoneda.

Una vez en la calle, su primer pensamiento fue el de ir a acostarse conSatin,sinoteníaaalguien.Laencontródelantedesucasa,tambiénechadaalacalleporsucasero,quienacababadeponeruncandadoensupuerta,contratodo derecho, ya que ella tenía allí susmuebles; Satin juraba y hablaba dearrastrarle ante el comisario. Pero estaban dando las doce y era necesariobuscarseunacama.YSatin,viendomásprudentenometeralapolicíaensusasuntos,acabópor llevarseaNanaa lacalledeLaval,acasadeunaseñoraqueteníaunhotelitoamueblado.Lesdieronenelprimerpisounahabitaciónestrecha,cuyaventanaseabríaaunpatio.Satinrepetía:

—MehubieseidoacasadelaseñoraRobert.Allísiemprehayunrincónparamí…Perocontigonoesposible.Sevuelveridículamentecelosa.Laotranochemepegó.

Cuando cerraron la puerta, Nana, que aún no se había tranquilizado, sedeshizoenlágrimasycontóinfinidaddeveceslacochinadadeFontan.Satinla escuchaba complaciente, la consolaba, se indignaba más que ella, y laemprendíacontraloshombres.

—¡Oh!loscerdos…¡Oh!loscerdos…Loves,nohacenfaltaparanadaesoscerdos.

LuegoayudóaNanaadesvestirse,ytuvoconellaatencionesdemujercitaprevisoraysumisa.Repetíaconmimo:

—Acostémonos en seguida, gatita. Estaremos mejor. Qué tonta eresdisgustándote. Te digo que son unos cochinos.No pienses en ellos…Yo tequieromucho.Nollores,hazloportuqueridita.

YenseguidacogióaNanaentresusbrazos,afindecalmarla.Noqueríaoír más veces el nombre de Fontan, y cada vez que volvía a los labios deNana,ellalaparabaconunbeso,conunabonitamuecadecólera,loscabellossueltosyunabellezainfantilyahogadaenternura.Entonces,pocoapoco,enaquel abrazo tan suave, Nana enjugó sus lágrimas. Estaba conmovida ydevolvíaaSatinsuscaricias.

Cuandodieron lasdos, labujíaaúnestabaencendida; tenían ligeras risassofocadas con palabras de amor. Pero bruscamente, ante un alboroto queconmovió a todo el hotel, se levantó Satin, medio desnuda, y se puso aescuchar.

— ¡La policía! —dijo muy pálida—. ¡Por todos los diablos! ¡Estamosatrapadas!

Másdecienveceshabíacontadolasirrupcionesquelosagenteshacíanenloshoteles.YprecisamenteaquellanocheenquehabíanidoarefugiarseenlacalledeLaval;niunaniotrapensaronenella.

Ante la palabra policía,Nana perdió la cabeza. Saltó del lecho, cruzó lahabitaciónyabrió laventana,con laactituddeuna locaquevaa tirarseporella.Peroafortunadamenteelpequeñopatioteníauntechodevidrio,yhabíaunatelametálicaalmismopiedelaventana.Entoncesnodudóunsegundo,saltóporelantepechoydesaparecióenlaoscuridad,lacamisaflotandoylosmuslosalaire.

—Quédate—repetíaSatinasustada—.Vasamatarte.

Luego, como golpeaban la puerta, fue buena amiga; cerró la ventana ymetiólasropasdeNanaenunarmario.

Estaba resignada, diciéndose que, después de todo, si la inscribían en elregistroyanotendríaquepasaraquelestúpidomiedo.Fingióestarabrumadade sueño, bostezando, hablandoy acabandopor abrir a un granmocetón debarbasucia,queledijo:

—Enséñame tusmanos…No tienes punzadas, pues no trabajas.Vamos,vístete.

—Peroyonosoycosturera;soybruñidora—declaróSatincondescaro.

Sin embargo, se vistió dócilmente, sabiendo que no había discusiónposible. Se oían gritos por todo el hotel: una muchacha se agarraba a laspuertas, negándose a caminar; otra, que estaba acostada con su amante, ycomoésterespondíaporella,sehacíalamujerhonradaultrajada,hablandodeformarunprocesoalprefectodepolicía.Durantecercadeunahoranohubomás que ruido de zapatos en los peldaños, de puertas aporreadas con lospuños, de discusiones chillonas sofocándose en sollozos, de faldas que sedeslizabanrozandolasparedes;eldespertarbruscoylamarchaazoradadeunrebañodemujeresbrutalmenterecogidasportresagentes,alasórdenesdeuncomisariobajito,rubioymuyfino.Después,elhotelquedósumidoenungransilencio.

Nadie la había delatado. Nana estaba salvada. Regresó a tientas a lahabitación, tiritando, muerta de miedo. Sus desnudos pies sangraban,desgarradosporlatelametálica.

Estuvomucho tiempo sentada en el borde de la camay escuchando.Noobstante,hacialamañanasedurmió.Peroalasocho,aldespertarse,huyódelhotel y corrió a casa de su tía. Cuando la señora Lerat, que precisamentetomabasucaféconlecheconZoé,lavioaaquellashoras,hechaunpingajoydesencajada,locomprendiótodoinmediatamente.

—¡Yaestáhecho!—exclamó—.Telohedichocienveces:tedespellejará.Vamos,entra,quesiempreserásbienrecibidaenmicasa.

Zoésehabíalevantado,murmurandoconunafamiliaridadrespetuosa:

—Porfinlaseñorahavuelto…Yaesperabaalaseñora.

PerolaseñoraLeratquisoqueNanabesaseenseguidaaLouiset,porque,decía ella, la felicidad de aquel niño estribaba en la buena sabiduría de sumadre.

Louiset aún dormía, enfermizo, con la sangre empobrecida. Y cuandoNanaseinclinósobresucarablancayescrofulosa,todossussinsaboresdelosúltimosmesesseleagarraronalagargantaylaestrangularon.

—¡Oh!mipobrepequeño,hijitomío—tartamudeóenunaúltimacrisisdesollozos.

CapítuloIX

EnelVarietésseensayabaDuquesita.Acababandeensayarelprimeracto

eibanaempezarelsegundo.Enelproscenio,enviejossillones,FaucheryyBordenavediscutían,mientrasqueelapuntador,eltíoCossard,unjorobaditosentadoenunasilladeenea,hojeabaelmanuscritoconunlápizenloslabios.

— ¿Qué estamos esperando? —gritó de pronto Bordenave, golpeandofuriosamente las tablasconelpuñode subastón—.Barillot, ¿porquénoseempieza?

—Es el señor Bosc, que ha desaparecido —respondió Barillot, que erasegundoregidor.

Entonces fue el acabóse. Todo el mundo llamaba a Bosc mientrasBordenavejuraba.

—Estoyhastalacoronilla.Siempreocurrelomismo.Nosehacemásquellamar y siempre están donde no hace falta…Y aún gruñen cuando se lesretienedespuésdelascuatro.

Boscllegabaconlamayortranquilidad.

—¿Qué?¿Quémequieren?Ah,esamí.Condecirlo…Bueno,Simonne,damelaréplica:«Yalleganlosinvitados»yyoentro…¿Pordóndeentro?

—Porlapuerta,claro—declaróFaucherymolesto.

—Sí,¿perodóndeestálapuerta?

EstavezBordenavecayósobreBarillot,jurandoyaporreandolastablasabastonazos.

—¡Estoyharto!Dijequecolocasenunasillaquehiciesedepuerta.Todoslos días hay que empezar con la misma canción… ¡Barillot! ¿Dónde estáBarillot?¡Otravezlomismo!Todosselargan.

Barillot fueacolocar la silla, silencioso,comosino fuesencontraél losrugidos.Yempezónuevamenteelensayo.

Simonne,consombreroysuabrigodepieles,adoptabaairesdesirvientaenplandearreglarlosmuebles.Seinterrumpióparadecir:

—Saben,aquínohacecalorconqueensayoconlasmanosenelmanguito.

Luego,mudandolavoz,acogióaBoscconungritoafectuoso:

—Vaya,sieselseñorconde.Ustedeselprimero,señorconde,ylaseñoravaaponersemuycontenta.

Bosc llevabaunpantalón llenodebarro,un impermeable amarilloyunagran bufanda enrollada al cuello, las manos en los bolsillos y un viejosombreropuesto;contestóconvozsorda,sininterpretar,arrastrándose:

—NomolesteasuamaIsabel;quierosorprenderla.

Elensayocontinuó.Bordenave,ceñudo,hundidoenelfondodesusillón,escuchabacongestodecansancio.Fauchery,nervioso,cambiabadeposición,sintiendoacadaminutodeseosdeinterrumpir,perosereprimía.

Luego,detrásdeél,enlasalaoscurayvacía,oyóuncuchicheo.

—¿Estáahíporcasualidad?—preguntóinclinándosehaciaBordenave.

Ésterespondióafirmativamente,conunmovimientodecabeza.

AntesdeaceptarelpapeldeGéraldine,queleofrecían,Nanaquisoverlaobra,porqueaúndudabasi interpretarunpapeldebuscona.Ellasoñabaconun papel de mujer honrada. Estaba oculta en la sombra de un palco conLabordette,quienleofreciósumediaciónconBordenave.Faucherylabuscóconlamiradayluegopusodenuevosuatenciónenelensayo.

Sólo el proscenio estaba iluminado. Una derivación, una llama de gascogida de la candileja central, cuyo reflejo arrojaba la claridad sobre losprimeros planos, parecía un gran ojo amarillo abierto en medio de lasemioscuridad,conunatristezalóbrega.

Junto a la delgada cañería de la derivación, Cossard levantaba elmanuscritoparavermejor,bajoelresplandorquedenunciabaelrelievedesujoroba.BordenaveyFaucheryseahogabanenlaoscuridad.Aquello,enmediodelagrannaveyenelespaciodealgunosmetrossolamente,parecíaelfulgorde una linterna clavada en el poste de una estación, en la cual los actoresadoptabanairesdevisionesbarrocas,consussombrasbailandotrasellos.Elrestodelescenariosellenabadeunahumaredasemejantealadeunacanterade demoliciones, a una nave despanzurrada, atestada de escaleras, debastidores,dedecorados,enlosquelaspinturasdesteñidasparecíanmontonesdeescombros,yenelaire, los telonesde fondoquecolgabanadquiríanunaaparienciadeandrajospendiendodelasvigasdealgúnalmacéndetrapos.Yarriba, un rayode sol entrandopor una ventana cortaba conbarra de oro laoscuridad de la bóveda. Mientras, en el fondo del escenario los actoreshablabanenesperadelasréplicas.Pocoapocoibanlevantandolavoz.

—¿Qué?¿Noquerráncallarse?—gritóBordenave,quesemoviórabiosoen su asiento—. No oigo una palabra… Váyanse fuera si quieren hablar,nosotros estamos trabajando… Barillot, si continúan hablando, ponga unamultaatodoelmundo.

Secallaroninmediatamente.Formabanungruposentadoenunbancoyenunassillasrústicasenunrincóndeljardín,elprimerdecoradodelanoche,queestabaallíparasercolocado.FontanyPrulliereescuchabanaRoseMignon,aquieneldirectordelFolies-Dramatiquesacababadehacerunaofertasoberbia.Perounavozgritó:

—¡Laduquesa!¡Saint-Firmin!Vamos,laduquesaySaint-Firmin.

Hasta la segunda llamada, Prulliere no se acordó que él hacía de Saint-Firmin. Rose, que interpretaba a la duquesaHélene, ya le esperaba para suentrada.

Lentamente,arrastrandolospiessobrelastablasvacíasysonoras,elviejoBoscvolvióasentarse.Entonces,Clarisseleofreciólamitaddelbanco.

— ¿Qué demonios tiene para chillar así? —dijo ella hablando deBordenave—.Seva aponerbuenodentrodepoco…Ahorayano sepuedemontarunaobrasinquetengasusataquesdenervios.

Bosc se encogió de hombros. Él estaba por encima de todas aquellasbroncas.Fontanmurmuraba:

—Hueleelfracaso.Estapiezamepareceidiota.

LuegosedirigióaClarisse,volviendosobrelahistoriadeRose:

— ¿Crees en las ofertas del Folies…? Trescientos francos por noche ydurantecienrepresentaciones.¿Yporquénounacasadecampotambién?Sidiesentrescientosfrancosasumujer,MignonabandonaríaaBordenave.

Clarissecreíaen los trescientosfrancos.EseFontansiemprehablabamalde sus camaradas. Pero Simonne les interrumpió. Estaba tiritando. Todos,abrochadosyconlabufandaalcuello,miraronenelaireelrayitodesolquelucía,sinbajarhastalafríatristezadelescenario.Enlacallehelaba,bajounclarocielodenoviembre.

— ¡Y no hay fuego en la chimenea! —dijo Simonne—. Esto esrepugnante.Seestá convirtiendoenunavaro…Tengoganasdemarcharme;noquierocogerunaenfermedad.

—¡Silencio!—gritódenuevoBordenaveconvozdetrueno.

Durante algunosminutos no se oyómás que el recitado confuso de losactores. Apenas accionaban, y hablaban amedia voz para no fatigarse. Sinembargo,cuandomarcabanunafraseintencionada,dirigíanojeadasalasala,lacualaparecíaanteelloscomounagujeroamplísimoenelqueflotabaunavaga sombra, como un finísimo polvillo cayendo de un alto granero sinventanas.

Lasala,sinluces,iluminadasóloporlasemiclaridaddelescenario,parecíadormitar en un recogimientomelancólico.En el techo, una oscuridad opacaanegaba laspinturas.Dearribaabajode lospalcos, aderechaya izquierda,caían grandes lienzos grises para proteger las tapicerías, y las fundas eranbandas de tela tendidas sobre el terciopelo de las barandillas, ciñendo lasgaleríascomounsudarioyensuciandolastinieblasconsutonopálido.

En aquel descolorido general, no se distinguíanmás que los fondosmásoscurosdelospalcos,quedelineabanelesqueletodelospisos,conlamanchade los sillones, cuyo rojo terciopelo seveíanegro.Laaraña,bajadaapocospalmosdelpatio,casicubríalaorquestaconsuscolgajos,haciendopensarenunamudanza,enunapartidadelpúblicoparaunviajedelqueno regresaríamás.

YprecisamenteRose,ensupapeldeduquesitaextraviadaencasadeunaramera,avanzabaenelescenariohacialarampaenaquelinstante.Levantólasmanos,hizounamuecaadorableaaquellasalavacíayoscura,tristecomounacasaenduelo,ydijosubrayandolafraseparaproducirciertoefecto:

—¡Diosmío,quémundomásraro!

Enelfondodelpalcoenqueseocultaba,Nana,envueltaenungranchal,escuchabalaobraytriturabaaRoseconlosojos.SevolvióaLabordetteylepreguntóenvozbaja:

—¿Estássegurodequevaavenir?

—Muy seguro. Sin duda llegará con Mignon, para tener un pretexto…Cuandoaparezca,subirásalcamerinodeMathilde,adondeyotelollevaré.

Hablabandel condeMuffat.Era una entrevista preparada porLabordetteenun terrenoneutral.Había tenidounaconversaciónseriaconBordenave,aquiendosfracasossucesivosacababandehacertambalearsunegocio.Deahíque Bordenave no dudase en prestar su teatro y ofrecer un papel a Nana,deseandohacerseagradablealcondeconvistasaunempréstito.

—YdeesepapeldeGéraldine,¿quédices?—preguntóLabordette.

Nana, inmóvil, no contestó. Después del primer acto, en que el autordemostraba que el duque de Beuarivage engañaba a su mujer con la rubiaGéraldine, una estrella de operetas, en el segundo acto se veía a la duquesaHélene acudir a casa de la actriz, en una noche de baile demáscaras, paraaprenderporquémágicopoderaquellasmujeresconquistabanyreteníanasusmaridos.

Un primo, el bello Oscar de Saint-Firmin, era quien la introducía,esperandoseducirla.Ycomoprimeralección,parasugransorpresa,oíacómoGéraldine tenía una discusión de carretero con el duque,muy sumiso y congesto satisfecho, lo que le hizo exclamar: ¡Muy bien!Así es como se debehablaraloshombres.

Géraldinenoteníamásqueestaescenaenelacto.Encuantoaladuquesa,no tardaría en ser castigada por su curiosidad: un viejo verde, el barón deTardiveau, la tomaba por una buscona y semostrabamuy solícito con ella,mientras en un diván Beaurivage hacía las paces conGéraldine, besándola.

Comoelpapeldeestaúltimaaúnnoestabadistribuido,eltíoCossardsehabíalevantadopara leerlo,yponía las intencionesapesar suyo, figurandoen losbrazosdeBosc.Estabanenestaescenayelensayosearrastrabaenun tonodesabrido cuandoFauchery saltó de pronto en su sillón. Se había contenidohastaentonces,perosusnerviosyanosoportabanmás.

—¡Esonoesasí!—gritó.

Los actores interrumpieron el diálogo, quedando con los brazos caídos.Frunciendo la nariz y con su gesto de reírse de todo el mundo, Fontanpreguntó:

—¿Quédice?¿Quéesonoesasí?

—Nadie está en su papel; ninguno, ninguno —repitió Fauchery,gesticulandoycruzandoeltabladoagrandeszancadasparacorregirlaescena—.Usted,Fontan,comprendabienelarrebatodeTardiveau;esprecisoqueseincline, con ese gesto, para coger a la duquesa… Y tú, Rose, es entoncescuandohacestupasadaconviveza,deestemodo,peronodemasiadopronto,sinocuandooigaselbeso…

SeinterrumpióygritóaCossard,enelcalordesusexplicaciones:

—Géraldine,daelbeso…¡Fuerte!paraqueseoigabien.

El tío Cossard, volviéndose hacia Bosc, hizo chascar ruidosamente loslabios.

— ¡Muy bien!Así ha de ser el beso—dijo Fauchery triunfante—.Otravez, repita el beso…Lo ves, Rose, he tenido tiempo de hacer la pasada, yentonceslanzaunligerogrito:¡ah!ellalohabesado.Peroparaesto,esprecisoque Tardiveau se levante… ¿Entiende usted? Fontan, levántese… Vamos,ensayemosesotodos.

Losactoresrepitieronlaescena,peroFontanponíatanmalavoluntadquela cosa no marchaba. Dos veces Fauchery debió repetir sus indicaciones,rogando cada vez con más calor. Todos le escuchaban con aire lánguido,mirándose como si les pidiese que caminasen cabeza abajo, y en seguida,intencionadamente,ensayabanysecallabanalaspocasfrases,conlarigidezdemuñecoscuyoshilosacabanderomperse.

—No, esto ya es demasiado paramí. No lo entiendo—acabó por decirFontanconsuvozinsolente.

Bordenavenohabíadespegadoloslabios.Hundidoensusillón,noseveía,a la lóbrega luz que llegaba hasta él,más que la parte alta de su sombrero,echado sobre los ojos, a la vez que tenía el bastón cruzándole el vientre,pareciendoquedormía.Perobruscamentesepusoenpie.

—Oye,querido;esoesestúpido—lesoltóaFaucheryconvozsegura.

— ¡Cómo estúpido! —exclamó el autor palideciendo—. El estúpido esusted,querido.

DeprontoBordenaveempezóairritarse.Repetíalapalabraestúpido,perobuscabaalgomásfuerte,yencontróimbécilycretino.Silbaríanyelactonollegaríaalfinal.YcomoFauchery,fastidiado,sinqueporotrapartesesintiesemuyofendidoporaquellaspalabrotasqueserepetíanentreellosacadanuevaobra, le trató abiertamente de bruto, Bordenave perdió los estribos. Hizo elmolineteconelbastónyresoplócomounbueyalgritar:

—¡Malditasea!Dejadmeenpaz…Hemosperdidouncuartodehoraconestupideces…Sí,estupideces.Porqueesonotienesentido.Yestansencillo…

—Tú, Fontan, no te mueves para nada. Tú, Rose, haces este pequeñomovimiento,loves,nadamás,yteinclinas…Vamos,hacedloestavez.Déelbeso,Cossard.

Entoncestodofueconfusión.Laescenanoibamejor.Bordenaveempezóadeclamar con la gracia de un elefante, mientras Fauchery sonreía burlón,encogiéndose de hombros piadosamente. Luego quiso meterse Fontan, y elmismoBoscsepermitióunosconsejos.Rose,aburrida,acabóporsentarseenla silla que hacía de puerta. Ya nadie sabía por dónde andaba. Para colmo,Simonnecreyóhaberoído la réplica ehizo suentradaantesde tiempoyenmedio del desorden; aquello enfureció a Bordenave hasta tal punto que elbastón,lanzadoenunmolinetevertiginoso,lediodeplenoeneltrasero.

Confrecuenciapegabaa lasmujeresenlosensayos,sisehabíaacostadoconellas.Simonneescapóperseguidaporestegritofurioso:

—Métete eso en el bolsillo, idiota. Cerraré la barraca si seguísfastidiándome.

Faucheryacababadeponerseelsombrero,concaradeabandonarelteatro,yyabajabaalasalacuandovioqueBordenavevolvíaasentarse.Yvolvióasusitio,enelotrosillón.Permanecieronunmomentounoalladodelotro,sinmoverse,mientrasunpesadosilenciocaíasobre laoscuridadde lasala.Losactoresesperaroncercadedosminutos.Estabanagotados,comosisaliesendeuntrabajodeesclavos.

—Bien, continuemos —dijo al fin Bordenave con su voz natural y yatranquilo.

—Sí, continuemos, —repitió Fauchery—. Arreglaremos esa escenamañana.

Y se arrellanaron en sus asientos mientras el ensayo volvía a tomar suritmodeaburrimientoyejemplarindiferencia.Durantelaagarradadeldirector

yelautor,Fontanylosdemáspasaronunbuenratoenelfondo,enelbancoylassillasviejas.Todoeranrisitas,gruñidosypalabrasmuygráficas.

PerocuandoSimonneregresó,conelbastonazoeneltraseroylavozrotaporlossollozos,ledijeronqueellosensulugarhabríanestranguladoaaquelcerdo.Ella,secándoselosojos,aprobabaconmovimientosdecabeza;aquellohabía acabado, lo abandonaba, y más recordando que Steiner se le habíaofrecidoparalanzarla.

Clarisse se quedó sorprendida, pues el banquero no tenía dónde caersemuerto,peroPrulliereseechóareíryrecordólahazañadeaquelcondenadojudío,cuandoseenredóconRoseyacabóperdiendoenlaBolsasunegociodelasSalinasdelasLandas.

Precisamenteestabatrabajandoenunnuevoproyecto,untúneldebajodelBósforo.Simonneescuchabamuyinteresada.

Clarissenocabíaensíderabiadesdehacíaunasemana.¿PueselanimaldeHéctor de la Faloise, a quien ella había lanzado a los brazos venerables deGagá,noibaaheredarauntíomuyrico?Sóloaellalepasabanesoschascos.

LuegoestabaaquelsuciodeBordenave,queahoraledabaunpapeluchodecincuentalíneas,comosinopudieseinterpretarlaGéraldine.SoñabaconestepapelyesperabaqueNanalorechazase.

—¿Yyoqué?—dijoPrullieremuyresentido—.Yonotengonidoscientaslíneas.Quisieradevolvermipapel…EsindignohacermeinterpretareseSaint-Firmin,unverdaderobuñuelo.¡Yquéestilo,muchachos!Veréiscómolaobrasevaalfoso.

PeroSimonne,quehablabaconeltíoBarillot,volvióadecirsofocada:

—ApropósitodeNana,estáenlasala.

—¿Dónde?—preguntóconvivezaClarisse,levantándoseparamirar.

El rumor circuló inmediatamente. Todos se inclinaban. El ensayo seinterrumpióuninstante,peroBordenavesaliódesuinmovilidad,gritando:

— ¿Qué hay? ¿Qué sucede ahora? ¡Acaben el acto…! ¡Y silencio ahíabajo!Estoesinsoportable.

En el palco, Nana continuaba escuchando la obra. Por dos vecesLabordette quiso hablarle, pero ella le hizo callar pegándole un codazo.Concluía el segundo acto cuando aparecieron dos sombras por el fondo delteatro.Caminaban de puntillas para evitar hacer ruidos, yNana reconoció aMignonyalcondeMuffat,quefueronasaludarsilenciosamenteaBordenave.

—Ahíestán—murmuróellaconunsuspirodealivio.

RoseMignondiolaúltimaréplica,yBordenavedijoquehabíaquerepasarotravezelsegundoactoantesdeensayareltercero,y,abandonandoelensayo,acogióalcondeconunacortesíadesmesurada,mientrasFaucheryfingíaqueestabaconlosactores,agrupadosentornosuyo.Conlasmanosalaespalda,Mignonsilbaba,envolviendoconlamiradaasumujer,queparecíanerviosa.

—¿Subimos?—preguntóLabordetteaNana—.Teinstaloenelcamerinoybajoabuscarlo.

Nanaabandonósupalcoy tuvoqueseguira tientaselpasillodebutacasdel patio, pero Bordenave la vio cuando se escabullía en la oscuridad,alcanzándolaenelextremodelpasilloquepasabapordetrásdelescenario,unrincónquealumbrabaelgasdíaynoche.

Paraapresurareltrato,seentusiasmóconelpapeldelaramera.

—¡Quépapel!Tienegancho.Estáhechoparati…Venalensayomañana.

Nananodemostróentusiasmo.Queríaconocerelterceracto.

—¡Oh!elterceroessoberbio…Laduquesahacedebusconaensucasa,loquedesagradaaBeaurivageylacorrige.Conestohayunquidproquomuydivertido;alllegarTardiveauycreerseencasadeunabailarina…

—¿YGéraldineestáallí?—interrumpióNana.

—¿Géraldine?—repitióBordenaveunpocomolesto—.Tieneunaescenanomuylarga,peromuylograda…Estáhechoparati,telodigoyo.¿Firmas?

Ellalemiróconfijezayalfinrespondió:

—Prontoloveremos.

YsereunióconLabordette,quelaesperabaenlaescalera.Todoelteatrolahabíareconocido.Semurmuraba.Prulliere,escandalizadoporaquellavuelta;Clarisse, muy inquieta por su papel, y en cuanto a Fontan, se hacía elindiferente, con gesto frío, porque no acostumbraba murmurar contra unamujeralaquehabíaamado;enelfondo,consuantiguocaprichoconvertidoenodio, leguardabaunrencor ferozporsusabnegaciones,porsubelleza,yporaquellavidaencomún,quesólohabíaqueridoporunaperversióndesusgustosdemonstruo.

Mientras tanto, cuandoLabordette reaparecióy se acercó al conde,RoseMignon, puesta en guardia por la presencia de Nana, lo comprendió todo.Muffatlacansaba,perolaideadeserabandonadaasílasacabadequicio.

Entonces, rompiendo el silencio que generalmente guardaba sobre estascosasconsumarido,ledijocrudamente:

—¿Ves loqueestásucediendo?Te juroquesiella repite la jugarretade

Steiner,learrancolosojos.

Mignon,tranquiloysoberbio,seencogíadehombroscomohombrequelovetodo.

—¡Cállate!—murmuró—.Hazmeelfavordecallarte.

Élsabíaaquéatenerse.HabíaprofundizadoensuMuffatyveíaqueaungestodeNanaestabadispuestoatirarsealsueloparaservirledealfombra.Nose podía luchar contra esa clase de pasiones. Además, conocedor de loshombres,nopensabamásqueensacarelmejorpartidoposibledelasituación.Eraprecisover.Yesperaba.

—Rose,aescena,gritóBordenave.Sevuelvealsegundoacto.

—Anda,vete—repusoMignon—.Déjameamí.

Luego,burlándose,lepareciódivertidofelicitaraFaucheryporsuobra.

Muyfuertelaobra,¿peroporquésugranseñoraeratanhonrada?Esonoeranatural.YlepreguntóquiénlehabíaservidodemodeloparaelduquedeBeaurivage, el enamorado de Géraldine. Fauchery, en vez de enfadarse,sonrió.PeroBordenave,echandounvistazohaciael ladodeMuffat,pareciócontrariado,loqueasombróaMignonylehizoponerseserio.

—¿Empezamos?—chillóeldirector—.Vengaya,Barillot.¿NoestáaquíBosc?¿Esquequiereburlarsedemí?

Sinembargo,Boscllegabaapaciblemente.ElensayovolvióaempezarenelmomentoenqueLabordette se llevabaal conde,quienestaba temblorosoante la ideadevolveraveraNana.Despuésdesu rupturahabíasentidoungran vacío, se había dejado conducir a casa deRose, desocupada, temiendosufrirconelcambiodesuscostumbres.

Por otra parte, en el aturdimiento en que vivía, prefirió ignorarlo todo,prohibiéndosebuscaraNanayrehuyendounaexplicaciónconlacondesa.Leparecíadeberesteolvidoasudignidad,perounsordotrabajoseoperabaenél,yNanaloreconquistabalentamente,conlosrecuerdos,conlascobardíasdesucarne, con los sentimientos nuevos, exclusivos, enternecedores y casipaternales.

La escena abominable se esfumaba; ya no veía a Fontan, ni oía aNanaechándolefueraalavezquelegritabaeladulteriodesuesposa.

Todoestonoeranmásquepalabrasarrastradasporelviento,mientrasélsequedabaconelcorazónencogido,cuyodolorlepunzabacadavezmásfuerte,hastaahogarle.Seleocurríancandideces,seacusabadiciéndosequeellanolehabría traicionadosi realmenteél lahubieraamado.Suangustiase levolvióintolerableysesintiómuydesgraciado.Eracomolaquemazóndeunaantigua

herida,notantoporaqueldeseociegoeinmediatoqueseaveníaatodo,sinoantelapasióncelosadeaquellamujer,unanecesidaddeellasolamente,desuscabellos,desuboca,desucuerpo,obsesionándole.

Cuando se acordaba de su voz, un estremecimiento recorría todos susmiembros.Ladeseabaconexigenciasdeavaroydelicadezasinfinitas.YesteamorlehabíainvadidotandolorosamentequecuandoLabordette,preparandolacita,lesoltólasprimeraspalabras,seechóensusbrazosenunmovimientoirresistible, aún cuando en seguida se avergonzó de aquel abandono tanridículoenunhombredesuclase.PeroLabordettesabíacomprenderlotodo.Y le dio una prueba de su tacto abandonando al conde ante la escalera conestassencillaspalabras,pronunciadasbajandolavoz:

—En el segundo piso, el pasillo de la izquierda. La puerta sólo estáentornada.

Muffatseencontrabasoloenelsilenciodeaquelrincóndelteatro.Cuandopasaba por delante del saloncito de los artistas, vio, por entre las puertasabiertas,eldesordendelaampliasala,asquerosademanchasysinluzdiurna.

Pero lo quemás le sorprendía, al salir de la oscuridad y del tumulto delescenario, era aquella claridad blanquecina, la calma de aquel hueco deescalera que cierta noche había visto, ahumado de gas y resonando por elcorrerdemujeresencadapiso.Seveíanloscamerinosdesiertos,lospasillosvacíos, sin un alma, sin un ruido, mientras que por las ventanas entraba elpálidosoldenoviembre,arrojandorayosamarillosenvueltosenlapolvaredayentrelapazmortalquecaíadearriba.

Se sintió feliz en medio de aquella calma y de aquel silencio; subiólentamente, tratando de recobrar el aliento; su corazón latíadesacompasadamentemientras le invadía elmiedo de comportarse como unchiquillo,consuspirosylágrimas.

Eneldescansillodelprimerpisoseapoyócontralapared,segurodenoservisto,yconelpañueloen los labioscontempló lospeldañosdesgastados, labarandilladehierrofrotadaportantasmanos,elestucoarañado,ytodaaquellamiseriadecasadetolerancia,exhibidacrudamenteenaquellahorapálidadelatardeenquelasramerastodavíaduermen.

Noobstante,cuandollegóalsegundopiso,tuvoquedarunbrincoparanopisarungrangatorojo,ovilladoenunescalón.Conlosojosmediocerrados,elgatoeraelúnicoguardiándelacasa,dormitabaentrelosoloresencerradosytibiosquelasmujeresdejabanallícadanoche.

En el pasillo de la derecha, en efecto, la puerta estaba entornada. Nanaesperaba.LapequeñaMathilde, unapuerca ingenua, tenía su camerinomuysucio,conunaprofusióndetarrosrotos,unamesadetocadormugrientayuna

sillamanchadaderojo,comosihubieransangradosobrelapaja.Elpapeldelas paredes y del techo estaba salpicado hasta arriba con gotas de aguajabonosa.AquelloolíatanmalqueNanaabriólaventana.

Permaneció allí acodada un minuto, respirando, inclinándose para verabajo a la señora Bron, cuya escoba se oía encarnizarse con las baldosasverdosas del angosto patio, hundido en la sombra. Un canario, cuya jaulacolgabadeunapersiana, lanzabapenetrantesgorjeos.No seoían los cochesdelbulevarnilosdelascallesvecinas;habíaunapazprovincianayunamplioespacioenelqueelsoldormía.

Y levantando la mirada, vio los pequeños edificios y las relucientesvidrierasdelagaleríadelpasaje,ymásallá,frenteaella,lasaltascasasdelacalleVivienne,cuyasfachadasdelapartedeatrásseelevabanmudasycomovacías.Lasazoteasseextendíanengraderío,unfotógrafohabíapuestoenuntejado una gran caja de cristal azul. Aquello era muy alegre, y Nana seolvidabadetodocuandoleparecióquehabíanllamado.Sevolvióygritó:

—Entre.

Alveralconde,cerrólaventana.NohacíacalorylacuriosadelaseñoraBronnoteníaporquéoírles.Losdossemiraronseriamente.Luego,comoélpermanecíamuytiesoycongestoasustadizo,ellaseechóareírydijo:

—Muybien;yaestásaquí,granbestia.

La emoción de él era tan fuerte que parecía helado.La llamó señora; sesentíadichosoporvolveraverla.Entonces,paraprecipitar lascosas,ella semostrómásfamiliaraún.

—Nomevengas con dignidades.Ya que has deseado verme, no es paramiramos como dos perros de porcelana…Los dos hemos cometido errores.Peroyoteperdono.

Yél sequedóconvencidodequenosehablaríamásdeaquello.Asentíacon la cabeza, y se tranquilizaba, pero aún no encontraba nada que decir apesardelaoleadadepalabrasquelesubíaaloslabios.

Sorprendidaporaquellafrialdad,Nanadecidiósujuego.

—Vaya, eres razonable—añadió con una débil sonrisa—.Ahora que yahemos hecho las paces, démonos un apretón de manos y quedemos comobuenosamigos.

—¿Comobuenosamigos?—murmuróél,súbitamenteinquieto.

—Sí;talvezseaidiota,perodeseabatuestimación…Ahorayanoshemosexplicado,ysinosencontramosnopareceremosdosmemos.

Élhizoungestoparainterrumpirla.

—Déjame acabar… Ningún hombre, ¿entiendes? ha tenido quereprocharme una cochinada. Ymemolestaba empezar contigo…Cada cualtienesuhonor,querido.

—¡Perosinoeseso!—gritóélviolentamente—.Siéntateyescúchame.

Ycomositemieseverlamarchar,laempujóhacialaúnicasilla.Élpaseabaconunaagitacióncreciente.Enelpequeñocamerino,cerradoy llenodesol,habíaundulzortibio,unapazhúmedaqueningúnruidoexteriorturbaba.Enlosmomentosdesilenciosóloseoíanlostrinosdelcanario,parecidosalosdeunaflautalejana.

—Escucha—dijoélplantándosedelantedeella—,hevenidoparavolveracogerte.Sí,quiero reanudar…empezar.Tú lo sabesmuybien. ¿Porquémehablasasí?Responde…¿Consientes?

Ella había inclinado la cabeza y arañaba con la uña la paja roja, quesangrabadebajodeella.Alverletanansioso,noseapresuraba.Porfinlevantóla cara, seria la expresión, con sus bellos ojos, a los que había agregadounpocodetristeza.

—No;esoesimposible,pequeñomío.Nuncavolveréaunirmecontigo.

— ¿Por qué? —balbuceó él, mientras una contracción de indeciblesufrimientoinvadíasurostro.

—¿Porqué?Porque…esimposible;esoestodo.Noquiero.

Aún estuvo mirándola unos segundos, ardientemente. Luego, con laspiernasparalizadas,seabatiósobrelaventana.Ella,conairedeaburrimiento,secontentóconañadir:

—Bah,nohagaselchiquillo.

Pero ya lo hacía.Caído a sus pies, la cogía por la cintura y la abrazabaestrechamente,lacaraentresusrodillas,quehundíahastalacarne.Cuandolasintió así, cuando la encontró con el terciopelo de sus miembros, bajo ladelgada tela de su vestido, le sacudió una convulsión, y tiritaba de fiebre,perdido,estrechándosecontrasuspiernascomosiquisierapenetrarenella.

Laviejasillacrujía.Lossollozosdeldeseoseahogabaneneltechobajoyenelaireagriadodelosantiguosperfumes.

—Bien,¿ydespués?—decíaNanadejándolequesiguiera—.Todoestonoconduceanada.Yaquenoesposible…¡Diosmío,quéniñoeres!

Élseapaciguó.Perosiguióenel suelo,nodejándolaydiciendoconvozentrecortada:

—Escucha por lo menos lo que voy a ofrecerte… Ya tengo visto un

hotelito, juntoalparqueMonceau.Satisfaré todos tusdeseos.Por tenertesincompartirte daré mi fortuna… Sí, será la única condición; sin compartirte,¿entiendes? Y si consientes en no ser más que mía, ¡oh! te haré la máshermosa,lamásrica;coches,diamantes,vestidos…

A cada ofrecimiento Nana decía que no con la cabeza, soberbiamente.Luego,comocontinuasehablandodecolocardineroasunombre,nosabiendoquéponermásasuspies,parecióperderlapaciencia.

—¿Qué?¿Hasacabadodemanosearme?Soybuenamuchachayloaceptoun momento, porque te pones como enfermo, pero ya es bastante; ¿no teparece?Déjamelevantarme;mecansas.

Sedesprendió,ycuandoestuvodepie,repitió:

—No,no,no…Noquiero…

Entonces él se arrastró penosamente, y, sin fuerzas, cayó sobre la silla,acodándosecontraelrespaldo,elrostroentrelasmanos.

Nanasepusoapasear.Duranteunmomentocontemplóelpapelsucio,eltocador grasiento, aquel agujero asqueroso que lo llenaba un pálido sol.Luego,deteniéndoseanteelconde,hablóconunatranquilafranqueza:

—Esmuygracioso.Los hombres ricos se imaginan que lo pueden tenertodoconsudinero…¿Ysiyonoquiero?Meimportanunbledotusregalos.MedaríasParís,yseguiríadiciendono,siempreno…Yavesqueestonoesmuylimpio.Puesloencontraríamuyagradablesimehiciesefelizviviraquícontigo, pero reventaría en tus palacios simi corazón te repeliese… ¡Ah, eldinero!Pobreperritomío;lotengoencualquiersitio.Miratú,lepegopatadasaldinero,loescupo.

Yponíacaradeasco.Luego,volviendoalsentimiento,añadióenuntonomelancólico:

—Séde algoquevalemásque el dinero… ¡Ah, simediesen loqueyodeseo…!

Él levantó lentamente la cabezay en susojosbrillóunpequeño rayodeesperanza.

—Peronopuedesdármelo—repuso ella—.Esonodependede ti, y poreso te hablo de ello…En fin, hablemos…Desearía tener el papel demujerhonradaensuobra.

—¿Quémujerhonrada?—murmuróélasombrado.

—LaduquesaHélene…SisecreenquevoyainterpretaraGéraldine…Unpapel de nada, una escena y ni eso.Ya estoy hasta las narices de busconas.Siemprebusconas;pareceríaquesólotengobusconasenelvientre.Alfinyal

cabo eso es humillante, pero ahora lo veo claro; creen que soy una maleducada… Pues sabe, pequeño mío, que se equivocan. Cuando quiero serdistinguida,losoycomolaquemás.Mírameunmomento.

Nana retrocedió hasta la ventana, luego avanzó pavoneándose,midiendosus pasos con aire circunspecto de vieja gallina temerosa de ensuciarse laspatas. Él la contemplaba, con ojos llenos de lágrimas, turbado ante aquellabruscaescenadecomediaqueagudizabasudolor.Ellasepaseóun instante,parademostrarbientodosujuego,confinassonrisas,conparpadeossuavesybalanceosdefaldas,yclavándosedenuevoanteél,añadió:

—¿Eh?Meparecequeesasí.

—Sí, completamente—balbuceó el conde, aún ahogadoy con lamiradatemblorosa.

—Teaseguroquedominoelpapeldemujerhonrada…Loheensayadoenmi casa; ninguna tiene mi pequeño aire de duquesa que se burla de loshombres.¿Lohasnotadocuandohepasadopordelantedeti,mirándote?Eseairesellevaenlasvenas…Además,quierohacerelpapeldemujerhonrada;sueñoconél,yseréunadesdichadasinomedanesepapel;¿loentiendes?

Sehabíapuestoseria,lavozdura,muyconmovida,sufriendorealmentesuestúpido deseo. Muffat, aún bajo el efecto de sus negativas, esperaba sincomprendernada.Siguióunsilencio.Nielvuelodeunamoscaturbabalapazdeaquellasparedesvacías.

—Y sé una cosa—repuso ella abiertamente—; tú harás queme den esepapel.

Élsequedóestupefactoy,congestodesesperado,dijo:

—Peroesoesimposible.Túmismahasdichoqueesonodependíademí.

Ellaleinterrumpióconunencogimientodehombros.

—Vas a bajar y le dirás a Bordenave que quieres ese papel… No seasingenuo.Bordenaveprecisadedinero…Puestúseloprestas,yaquelotienesparaarrojarloporlasventanas.

Ycomoaúnsedebatiese,ellaseenfadó.

—Muy bien, lo comprendo. Temes enfadarte con Rose. Yo no te hehabladode ella cuando tú llorabaspor el suelo, y tendríamuchas cosasquedecirte.Sí,cuandoselehajuradoaunamujeramarlasiempre,nosecogealdíasiguiente laprimeraqueaparece. ¡Oh! laheridaestáaquí, lo recuerdo…Además,querido,notienenadadeapetitosocoger losrestosdelosMignon.Antesdehacerelbestiasobremisrodillashasdebidoromperconesacochinagente.

Élprotestaba,yacabópordecirunafraseprecisa:

—PuesmeríoyodeRose.Ahoramismovoyadejarla.

Nanapareciósatisfechaporeselado.Seguidamenteañadió:

—Entonces,¿quées loque temolesta?Bordenaveeselamo…MedirásqueestáFaucherydespuésdeBordenave…

Había suavizado la voz, porque llegaba al punto delicado del asunto.Muffat,con losojosbajos,secallaba.Habíapermanecidoenuna ignoranciavoluntaria sobre las asiduidades de Fauchery cerca de la condesa,tranquilizándose a la larga y esperando haberse engañado durante aquellanoche espantosa, pasada en una puerta de la calle Taitbout. Pero aúnconservabaporelhombreunarepugnanciayunacólerasordas.

— ¿Pero qué pasa con Fauchery? No es el diablo —repetía Nana,tanteando el terreno para saber cómo estaban las cosas entre elmarido y elamante—.AFaucheryseleconvencerá.Enelfondo,teloaseguro,esunbuenmuchacho…¿Qué?Estáclaroqueledirásqueesparamí.

Laideadesemejantepasosublevabaalconde.

—No,no;¡jamás!—gritó.

Ellaesperaba.Lesubíaestafrasealoslabios:«Faucherynopuedenegartenada»,perocomprendióqueerademasiadocomoargumento.Sóloesbozóunasonrisa,yestasonrisa,queeraburlona,decíalafrase.

Muffat,habiendolevantadolosojoshaciaella,losbajódenuevo,molestoypálido.

—Noeresmuycomplaciente—murmuróellaalfin.

—Nopuedo—dijo llenodeangustia—.Todoloque túquieras,peroesono,amormío;teloruego.

Nana no se detuvo en discutir. Con las manos le hizo volver la cabezahaciaella,yluego,inclinándose,clavósubocaaladeélenunlargobeso.Unestremecimientolesacudió,setambaleóbajoella,perdido,losojoscerrados.

Nanalosujetó,diciéndolesimplemente:

—Vete.

Élsedirigióhacialapuerta.Perocuandosalía,ellavolvióacogerleentresusbrazos,haciéndoselasumisaylamimosa,lacaralevantadayfrotandosumentóndegatacontrasuchaleco.

— ¿Dónde queda ese hotelito?—preguntó ella muy bajito, con el aireconfuso y reidor de una chiquilla que vuelve por las golosinas que no ha

querido.

—AvenidadeVilliers.

—¿Ytienecoches?

—Sí.

—¿Yencajes,ydiamantes?

—Sí.

— ¡Oh, qué bueno eres, gatito mío! Sabes, hace un momento era porcelos…Yestaveztejuroquenoserácomolaprimeravez,puestoqueahoracomprendes lo que necesita una señora…Tú lo das todo, ¿no es eso? Puesentoncesnonecesitoanadie…Mira,nohaymásqueparati.¡Toma,tomayesteotroaún!

Cuando lo hubo empujado fuera, después de haberle encendido con unalluviadebesosenlasmanosyenlacara,respiróunmomento.¡Diosmío,quémalolíaelcuartodeladescuidadaMathilde!Seestababien,conunodeesostranquilos calores de las habitaciones de Provence, expuestas al sol deinvierno,peroverdaderamenteolíademasiadoaaguadelavandacorrompidayaotrascosasnadalimpias.

Nanaabriólaventanayseacodónuevamenteenelalféizarparaexaminarlasvidrierasdelpasajeyasídistraerelratodeespera.

Muffatbajabalaescaleratambaleándose,atontado.¿Quéibaadecir?¿Dequémaneraabordaríaaquelasuntoquenoleconcernía?Llegabaalescenariocuando oyó una discusión. Se acababa el segundo acto, y Prulliere seencolerizabaporqueFaucheryqueríacortarunadesusréplicas.

— ¡Córtelo de una vez! —gritaba—. Lo prefiero. Ni siquiera tengodoscientas líneas,y todavíame lascortan.No;yaestoyharto,ydevuelvoelpapel.

Se sacódelbolsillounpequeñocuadernoestrujado, lo retorció entre susmanos temblorosas, pareciendo que iba a arrojarlo sobre las rodillas deCossard.Suvanidadresentidaconvulsionabasucarapálida,adelgazándoleloslabiosyencendiéndolelosojos,sinquepudieseocultarsuira.¡Él,Prulliere,elídolodelpúblico,interpretarunpapeldedoscientaslíneas!

— ¿Por qué no me hacen sacar cartas en una bandeja?—preguntó conamargura.

—Vamos,Prulliere,sosiéguese—dijoBordenave,quelehalagabaacausadesuinfluenciaenlospalcos—.Noempiececonsushistoriasdesiempre.Sele encontrarán efectos, ¿no es cierto? Fauchery le buscará efectos… en elterceractoselepodríaañadirunaescena.

—Entonces—advirtió el cómico—,quiero la frase de bajada de telón…Creoquesemedebeeso.

Faucheryparecióconsentirconsusilencio,yPrullieresevolvióameterelpapelenelbolsillo,todavíatrastornadoeinclusodescontento.BoscyFontan,durantelaexplicación,habíanadoptadounairedecompletaindiferencia;cadaunoseocupabadesí,puesaquellonolesinteresabaylesteníasincuidado.

Todos los actores rodearonaFauchery,preguntándole, buscandoelogios,mientrasMignonescuchabalasúltimasquejasdePrullieresinperderdevistaalcondeMuffat,cuyoregresoespiaba.

Elconde,alentrarnuevamenteenaquellaoscuridad,sedetuvoenelfondodelescenario,dudandosiacercarsealsitiodeladiscusión.PeroBordenavelevioyenseguidaseprecipitóaél.

—¡Quégente!—murmuró—.Nopuedeimaginarse,señorconde, lomalque lopaso con estagente.Todos a cualmásvanidoso, ypedigüeños comopocos,peoresquelasarna,siempreconsuciashistoriasydeseandoqueyomedejeaquílosriñones…Perdone,medejoarrebatar.

Secallóy reinóel silencio.Muffatbuscabauna transición,peronose leocurríanada,yacabópordecirabiertamente,paraconcluirantes:

—Nanaquiereelpapeldeladuquesa.

Bordenavetuvounsobresaltoygritó:

—¡Quélocura!

Luego,contemplandoalconde, lovio tanpálidoytantrastornadoquesecontuvo,murmurando:

—Diablo…

Yelsilencioreinónuevamente.Enelfondo,igualledabaunaqueotra.YtalvezresultasecómicoveralagordaNanahaciendoelpapeldeladuquesa.Porotraparte, conaquellahistoria sujetaba sólidamenteaMuffat.No tardó,pues,entomarunadecisión.Sevolvióyllamó:

—¡Fauchery!

Elcondehabíahechounademánparacontenerle.Faucherynooía.

Empujado contra el telón de embocadura por Fontan, se veía obligado aescuchar las explicaciones sobre la manera que comprendía el cómico elpersonajedeTardiveau.

FontanveíaenTardiveauunmarsellésyconsuacento,eimitabaelacento.Recitabaparlamentosenteros.¿Noestababienasí?Parecíaquesólosometíaideas de las que él mismo dudaba. Pero Fauchery permanecía frío y hacía

objeciones,locualenseguidamolestóalactor.

Muybien,desdeelmomentoenqueelespíritudelpapel se leescapaba,seríamejorparatodoelmundoquenolointerpretase.

—¡Fauchery!—gritódenuevoBordenave.

EntoncesFauchery se escapó, contentodehuirdel actor, quien sequedóofendidoantetanrápidaretirada.

—Nonosquedemosaquí—indicóBordenave—.Síganme,señores.

Para evitar que oyesen los curiosos, se los llevó al almacén de losaccesorios,detrásdelescenario.Mignon,sorprendido,lesviodesaparecer.

Habíaquebajaralgunosescalones.Eraunapiezacuadradacuyasventanasdaban al patio. Una claridad de bodega penetraba a través de los vidriossucios,lóbregaenaqueltechobajo.Allídentro,enestanteríasqueobstruíanelsitio, había unmontón de objetos de toda clase, como en el cuchitril de unrevendedordelacalleLappequeliquida,enunamezcladeferiabarata,platos,copas de cartón dorado, viejos paraguas rojos, cántaros italianos, relojes detodoslosestilos,bandejasytinteros,armasdefuegoyjeringas;todobajounacapadepolvodeunapulgada,irreconocible,descolorido,rotoyamontonado.Y un insoportable hedor a hierros viejos, a trapos, a cartonajes húmedos,llegaba de aquellos montones, donde se apilaban los restos de obrasrepresentadashacíacincuentaaños.

—Entren—dijoBordenave—;porlomenosaquíestaremossolos.

El conde, muymolesto, dio algunos pasos para dejar que el director seatrevieseconlaproposición.Faucheryestabasorprendido,ypreguntó:

—¿Quépasa?

—Se lo diré, continuó al fin Bordenave. Se nos ha ocurrido una idea…sobretodonosalte.Esmuyserio…¿QuépiensausteddeNanaenelpapeldeduquesa?

Elautorsequedópetrificado.Luegoestalló:

—¡Ah,no!¿Estásbromeando?¡Loquesereirían!

—Tampocoperjudicaqueseríanunpoco.Piénselo,querido…Laidealeagradamuchoalseñorconde.

Muffat,paraaparentarserenidad,acababadecoger,deentreelpolvo,unobjetoquenoparecíareconocer.Eraunahueveracuyopiehabíanrehechoconyeso.Selaguardósindarsecuentayavanzóparamurmurar:

—Sí,sí;estaríamuybien.

Faucherysevolvióhaciaélconungestodebruscaimpaciencia.Elcondenoteníanadaqueverconsupieza.Ydijoclaramente:

— ¡Nunca…! Nana, de buscona, cuanto quiera, pero como señora, nihablar.

—Ustedseequivoca,seloaseguro—repusoMuffatenvalentonándose—.Precisamenteacabadehacermeelpapeldemujerhonrada…

—¿Dónde?—preguntóFauchery,cuyasorpresaibaenaumento.

—Arriba, en su camerino… Estaba formidable, con mucha distinción.Sobretodotieneunamirada…Yandandoasí.

Ycon la huevera en lamanopretendió imitar aNana, olvidándosede símismo en una apasionada necesidad de convencer a aquellos señores.Fauchery le miraba estupefacto. Acababa de comprenderlo todo, y no semostró indignado. El conde, que sintió su mirada, en la que había algo deburlaydepiedad,sedetuvo,atacadodeundébilrubor.

—PorDios…esmuyposible—exclamóelautorporcomplacencia—.Talvezestémuybien…Sóloqueelpapelyaestádado,ynopodemosquitárseloaRose.

—Sinoesmásqueeso—dijoBordenave—,yomeencargodesolucionarelasunto.

Pero entonces, viéndolos a los dos contra él, comprendiendo queBordenaveteníauninterésoculto,elautor,paranosucumbir,serevolvióconmayorviolencia,conintencióndecortarlaentrevista.

—¡Ah,no,no!Aunqueelpapelestuvieselibre,noselodaría…Estoestáclaro.Déjenmetranquilo…Noquierohundirmiobra.

Siguióunsilencioembarazoso.Bordenave,viendoqueallíélsobraba,sealejó.Elcondepermanecióconlacabezagacha.Lalevantócongranesfuerzoydijoconvozalterada:

—Querido,¿ysilepidieseesocomounfavor?

—Nopuedo,nopuedo—repetíaFaucherydebatiéndose.

LavozdeMuffatseendureció:

—Seloruego…¡Loquiero!

Ylemiróconfijeza.Anteaquellamirada,enlaqueleyóunaamenaza,elperiodistacediódegolpe,balbuciendopalabrasconfusas.

—Hágalo;despuésdetodo,medalomismo…Abusademí,peroyaveráusted.

Entonceselembarazofuemayor.Faucherysehabíaarrimadoaunestante,golpeandonerviosamenteconelpieenelsuelo.Muffatparecíaexaminarconinteréslahuevera,alaquenodejabadedarvueltas.

—Esunahuevera—seacercóadecirleBordenave.

—Sí,esunahuevera—repitióelconde.

—Perdone, está usted lleno de polvo —continuó diciendo el director,volviendoadejar el chismeen su sitio—.Yacomprenderáque si sehicieselimpiartodoslosdías,noseacabaríanunca…Tampocoestámuylimpio,¿noescierto?¡Vayajaleo!Pues,aunquenoquieracreerme,aquíhaymuchísimodinero.Fíjese,fíjeseentodoesto.

Paseó aMuffat pordelantede las estanterías, en la claridadverdosaqueprocedíadelpatio,enumerándolelosutensilios,comosiquisierainteresarleensu inventario de chamarilero, como decía riéndose. Después de aquel tonoligero,cuandosejuntaronconFauchery,dijo:

—Ya que estamos de acuerdo, vamos a concluir con este asunto…PrecisamenteahíestáMignon.

Desdehacía unmomentoMignon rondabapor el pasillo.A las primeraspalabrasdeBordenave,hablandodemodificarsucontrato,estalló;aquelloeraunainfamia,queríadestrozarelporvenirdeRose,sequerellaría.

Mientras, Bordenave daba sus razones; el papel no le parecía digno deRose, prefería reservarla para una opereta que montaría después de laDuquesita.

Perocomoelmaridocontinuabagritando,leofrecióbruscamenterescindirel contrato, hablando de las ofertas hechas a la cantante por el FoliesDramatiques. Entonces Mignon se quedó desarmado, sin negar aquellasofertasydemostrandoungrandesdénporeldinero;sehabíacontratadoasuesposa para interpretar la duquesa Hélene, y la interpretaría, aunque él,Mignon,tuviesequeperdersufortuna;eraunasuntodedignidad,dehonor.

Llevada a este terreno, la discusión fue interminable. El director volvíasiempre al mismo razonamiento: puesto que el Folies-Dramatiques ofrecíatrescientosfrancospornocheaRosedurantecienrepresentaciones,cuandoélsóloledabacientocincuenta, lequedabaunbeneficiodequincemilfrancosdesde el momento en que la dejaba marchar libremente. El marido noabandonabaelterrenodelarte:¿quédiríansiviesenquelequitabanelpapelasumujer?Quenovalía,yquehabíantenidoquesustituirla.

¡No, no, jamás! La gloria antes que la riqueza. Y de pronto indicó unatransacción:Rose, según su contrato, tenía que pagar una indemnización dediezmilfrancossiseretiraba;puesquelediesenlosdiezmilfrancosyseirían

alFoliesDramatiques.

Bordenave quedó aturdido, yMignon, que no había quitado la vista delconde,esperabatranquilamente.

—Entonces, todo arreglado —murmuró Muffat aliviado—. Podemosentendernos.

—¡Ah,no!Seríademasiadoestúpido—gritóBordenave, arrebatadoporsusinstintosdehombredenegocios—.¿DiezmilfrancospordejaraRose?Seburlaríandemí.

Pero el conde le ordenaba aceptar, multiplicando sus movimientos decabeza.Todavíavacilaba.Porfin,gruñendo,lamentandolosdiezmilfrancos,aunquenosaliesendesubolsillo,añadióconbrutalidad:

—Después de todo, no me importa. Por lo menos me veré libre devosotros.

Desde hacía un cuarto de hora, Fontan escuchaba en el patio; muyintrigado,habíaidoaapostarseenaquelsitio.Cuandocomprendiódequésetrataba, subió de nuevo y se dio el gusto de advertir a Rose. ¡Vaya! Seintrigabacontraellaylaafeitabanenseco.

Rosecorrióalalmacéndeaccesorios.Todossecallaronalverla.Miróaloscuatro hombres: Muffat bajó la cabeza, Fauchery respondió con unencogimiento de hombros desesperado ante la mirada con que ella leinterrogaba.MignondiscutíaconBordenavelostérminosdelcontrato.

—¿Quésucede?—preguntóellasecamente.

—Nada, dijo su marido. Bordenave, que nos da diez mil francos pararecuperartupapel.

Ella temblaba, muy pálida, cerrados sus pequeños puños. Durante unmomentoestuvomirándole,enunasublevacióndetodosuser.Porcostumbreseabandonabadócilmenteenlascuestionesdenegocios,dejándolelafirmadecontratosconsusdirectoresysusamantes.Ynoencontrómásqueestegrito,conelcuallecruzólacaracomosifueraunlatigazo:

—¡Eresunmiserable!

Luegosemarchó.Mignon,estupefacto,corriódetrásdeella.¿Aquéveníaaquello?¿Sehabíavueltoloca?Yleexplicóamediavozquediezmilfrancosde un lado y quince mil del otro sumaban veinticinco mil. Un soberbionegocio.Además,Muffatlahastiaba;eraunbonitodesquitepoderlearrancaresaúltimaplumadelala.

PeroRose no respondía; estaba furiosa.EntoncesMignon, desdeñoso, ladejóconsudespechodemujer,yledijoaBordenave,quevolvíaalescenario

conFaucheryyMuffat.

—Firmaremosmañanaporlamañana;tengadispuestoeldinero.

Precisamente Nana, avisada por Labordette, bajaba triunfante. Hacía lamujerhonradaconairesdedistinción,paraasombrarasugenteydemostraraaquellosidiotasquecuandoellaqueríanohabíaotratanelegante.

Peroestuvoapuntodecomprometerse.Rose,nadamásverla,sefueaella,sofocadaytartamudeando:

—Tú,yateencontré…Esoloarreglaremostúyyo;¿entiendes?

Nanaseolvidódetodoanteestebruscoataque,ibaaponerseenjarrasyacontestarle,tratándoladepuerca,peroconsiguiócontenerse,y,exagerandoeltonoaflautadodesuvoz,conungestodemarquesaquepisaunacáscaradenaranja,exclamó:

—¿Cómo?Ustedestáloca,querida.

Después continuó susgracias,mientrasRose se iba, seguidadeMignon,quenolareconocía.Clarisse,encantada,acababadeobtenerdeBordenaveelpapel deGéraldine; Fauchery,muyhuraño, andaba de un lado para otro sindecidirseaabandonarelteatro;suobraestabaperdidaybuscabaelmododesalvarla.

Nanafueacogerledelasmanos,yatrayéndoleasulado,lepreguntósilaencontrabatanatroz.Ellaleaseguróquenosecomeríasuobra,locuallehizoreír,yNanaledejóentenderqueseríaunatonteríaenfadarseconelladadasuposiciónconlosMuffat.

Además,silefallabalamemoria,dealgoserviríaelapuntador.Llenaríanla sala. Por otro lado, él se equivocaba respecto a ella, y ya vería cómo sellevaríaalpúblicodecalle.

EntoncesseconvinoqueelautorrecortaríaunpocoelpapeldeladuquesaparaalargarmáseldePrulliere.Aésteesoleencantó.Anteaquellajovialidadque Nana, por naturaleza, siempre aportaba, sólo Fontan permaneció frío.Plantadoenmediodelrayoamarillodeladerivación,afectabaunaposturadeabandono, exhibiendo la viva arista de su perfil de chivo. Y Nana,tranquilamente,seleacercó,lediounapretóndemanosylepreguntó:

—¿Siguesbien?

—Puessí,noestoymal.¿Ytú?

—Muybien,gracias.

Esofuetodo.Parecíaquesehubiesendespedidolavísperaenlapuertadelteatro.

Losactoresesperaban,peroBordenavedijoquenoseensayaríael terceracto.Y,porcasualidad,elviejoBoscsemarchabagruñendo;selesreteníasinnecesidadyseleshacíaperdertardesenteras.Todoelmundosemarchó.

En la calle, todos parpadearon cegados por la luz del día, con elaturdimientodelaspersonasquesehanpasadotreshorasdiscutiendoenunacueva y en una continua tensión de nervios. El conde, agotado y dándolevueltasalacabeza,subióasucocheconNana,mientrasLabordettesellevabaaFauchery,tratandodeapaciguarlo.

Un mes más tarde, la primera representación de la Duquesita fue, paraNana,ungranfracaso.Semostrótanatrozmentemala,consuspretensionesdeactrizdealtacomedia,quesóloconsiguióquesedivirtieseelpúblico.Sinosela silbó, fue de tanto como reía. En un palco del proscenio, Rose Mignonacogíaconunarisaagudacadaaparicióndesurival,excitandolascarcajadasdetodalasala.Eraunaprimeravenganza.Yaquellanoche,cuandoNanasequedósolaconMuffat,queestabamuyapenado,ledijodesgañitándose:

—¡Vaya intriga!Todoesonohasidomásquecelos. ¡Ah,sisupiesen loquemeimportan!¿Acasolosnecesitoahora?Mira,mejuegocienluisesaquetodosesosquesehanreído,melostraigoaquíylamenelsueloquepiso.¡Sí,voyadarlelagranseñoraatuParís!

CapítuloX

EntoncesNanaseconvirtióenmujerelegante,rentistadelanecedadylalasciviadeloshombresymarquesadelaslujosasaceras.Fueunlanzamientobruscoydefinitivo,unaascensiónenlacelebridaddelagalantería,enlaclaravorágine del dinero y de las audacias despilfarradoras de la belleza. Enseguidareinóentrelasmáscotizadas.

Sus fotografías se exhibían en los escaparates, se la citaba en losperiódicos.Cuandopasabaencocheporlosbulevares,lagentesevolvíaylanombrabancon laemocióndeunpuebloaclamandoasusoberana,mientrasque,familiarmentereclinadaensustocadosvaporosos,sonreíaconairejovial,bajo la lluvia de ricitos rubios que caían en el círculo azul de sus ojos y elbermellóndesuslabios.

Yloprodigiosoeraqueestagordarameruela,tantorpeenelescenario,tangraciosacuandopretendíahacerselamujerhonrada,interpretabaenlaciudadlos papeles de encantadora sin esfuerzo. Aquello eran flexibilidades deculebra, un estudiado desnudamiento, como involuntario, de exquisitaelegancia;unadistinciónnerviosadegataderaza,unaaristocraciadelvicio,

soberbia,revuelta,poniendoelpiesobreParíscomodueñatodopoderosa.Elladabaeltonoylasgrandesdamaslaimitaban.

El hotelito deNana estaba en la avenida deVilliers, en la esquina de lacalleCardinet,enesebarriodelujo,apuntodenacerenmediodelosterrenosvacíosdelaantiguallanura.Construidoparaunjovenpintor,embriagadoporunprimeréxitoyquehubodevenderloapenassecaslasparedes,eradeestiloRenacimiento, con un aire de palacio, fantasía en la distribución interior ycomodidadesmodernasenuncuadrodeoriginalidadcaprichosa.

ElcondeMuffathabíacompradoelhotelamueblado,llenodechucherías,de bellísimos tapices deOriente, de viejos aparadores y de grandes sillonesLuisXIII,yNanasevioenmediodeunmobiliarioartístico,deungustomuyfinoenelcaosdelasépocas.Perocomoeltaller,queocupabaelcentrodelacasa,nopodíaservirle,cambióelordendelospisos:enlaplantabajadejóuninvernadero, un gran salón y el comedor, y en el primer piso abrió unsaloncito,cercadesudormitorioydesutocador.Asombrabaalarquitectoconlas ideasque ledaba, nacidasdeungolpede refinamiento en el lujo, comobuenahijadelarroyodeParísqueposeeelinstintodetodaslaselegancias.

Enfin,noestropeódemasiadoelhotel;inclusoañadióalgunasriquezasalmobiliario,salvoalgunashuellasdeneciaternuraydeesplendorchillón,enelquesedescubríaalaantiguafloristaqueundíasoñóantelosescaparatesdelospasajes.

En el patio, bajo la granmarquesina, una alfombra cubría las gradas delpórtico,ydesdeelvestíbuloseaspirabaunoloravioletasenmediodelairetibio encerrado entre espesos cortinajes. Un vitral, con cristales amarillos yrosas,deunapalidezdeun rubiodecarne, iluminaba laampliaescalera.Alpie,unnegrodemaderaesculpidapresentabaunabandejadeplata, llenadetarjetas de visita; cuatro mujeres de mármol blanco, los senos desnudos,levantabanlámparas,ylosbroncesylosbiomboschinosllenosdeflores,losdivanes recubiertos de antiguos tapices persas, y los sillones con viejastapiceríasamueblabanelvestíbulo,adornabanlosdescansillosyformabanenel primer piso como una antesala en donde siempre se veían abrigos ysombreros de hombres. Las telas ahogaban los ruidos y el recogimiento eratotal.

Se hubiese creído entrar en una capilla inundada de un estremecimientodevotoyenlaqueelsilencio,traslaspuertascerradas,guardabaunmisterio.

Nana sólo abría el gran salón, de un Luis XVI demasiado rico, en lasnoches de gala, cuando recibía al mundo de las Tullerías o a personajesextranjeros. Por lo general, bajaba únicamente a las horas de comer,sintiéndose un poco perdida cuando comía sola en el comedor, muy alto,adornadodeGobelinosyconunaparadormonumental,conviejasporcelanas

y maravillosas piezas de orfebrería antigua. Volvía a subir en seguida y sepasaba lamayor parte del tiempo en el piso principal, en sus tres piezas, eldormitorio,elgabineteyelsaloncito.

Ya había renovado la alcoba dos veces, la primera en raso malva, lasegunda con aplicaciones de encaje sobre seda azul, y todavía no estabasatisfecha,puesloencontrabainsípido,yaúnbuscaba,sinencontrarnadaasugusto.ElencajedeVenencia,queadornabaelacolchadolecho,bajocomounsofá, costabamás de veintemil francos.Losmuebles eran de laca blanca yazul,incrustadaconfiletesdeplata;portodaspartesseveíantantaspielesdeosos blancos que ocultaban las alfombras; un capricho, un refinamiento deNana,quenopodíadesacostumbrarsedesentarseenelsueloparaquitarselasmedias.

Alladodeldormitorio,elsaloncitoofrecíaunamezcolanzagraciosaydeexquisito gusto, contra la colgadura de seda rosa pálido, un rosa turcomarchitoyrecamadodehilosdeoro,sedestacabaunenjambredeobjetosdetodoslospaísesydetodoslosestilos:gabinetesitalianos,cofresespañolesyportugueses,pagodaschinas,unamamparajaponesadeunacabadoprecioso,ademásdeporcelanas,bronces,sedasbordadas,tapiceríasfinísimas,mientrasque los sillones, amplios como camas, y los sofás, imponían una perezosamolicie,unavidasoñolientadeserrallo.

Laestanciaconservabael tonodeloroviejo, fundidodeverdeyderojo,sinquenadadelatasedemasiadoalaramera,aexcepcióndelavoluptuosidadde los asientos; dos estatuillas de barro cocido, una mujer en camisabuscándose las pulgas, y otra absolutamente desnuda, caminando sobre lasmanosyconlospiesenalto,bastabanparaensuciarelsalónconunamanchadenecedadoriginal.

Porunapuerta,casisiempreabierta,seveíaelcuartodebaño,demármolydeespejos,conel ribeteblancodesubañera,sus tarrosysuspalanganasdeplata,susadornosdecristalydemarfil.Unacortinacorridadejabaelcuartoen una blanquecina claridad, pareciendo dormir, como calentado por unperfumedevioleta,eseperfumeturbadordeNana,delquetodoelhotel,hastaelpatio,seimpregnaba.

Lagrantareafueinstalarlacasa.NanateníaaZoé,esamuchachadevotade ella, que desde hacía meses esperaba tranquilamente aquel bruscolanzamiento,seguradesuéxito.AhoraZoétriunfaba,dueñadelhotel,hacíasubolsaalavezqueservíaasuseñoraconlamayorhonradezposible.Perounadoncellanobastabaparatodo.Senecesitabanunmayordomo,uncochero,unconserjeyunacocinera.Porotrolado,habíaqueinstalarlascaballerizas.

EntoncesLabordetteresultómuyútil,alencargarsedelasdiligenciasquefastidiaban al conde. Intervino en la compra de los caballos, recorrió los

carroceros,guioconsusconsejosaNana,quesiempreestabacogidadelbrazodeélencasadesusproveedores.InclusoLabordetteproporcionóloscriados:Charles, un muchachote que era cochero y salía de casa del duque deCorbreuse;Julien,unmenudomayordomodepelomuyrizadoygestorisueño,yunmatrimoniocuyamujer,Victorine,eracocinera,yelhombre,Francois,entrócomoconserjeylacayo,depantalóncorto,pelucaempolvadayvistiendolalibreadeNana,azulclaroygalóndeplata;élrecibíaalosvisitantesenelvestíbulo.

Todoeradeunaaparienciayunacorrecciónprincipescas.

En el segundo mes la casa quedó terminada. El gasto pasaba de lostrescientosmil francos.Habíaochocaballosen lascuadrasycincocarruajesenlascocheras,entreloscualeshabíaunlandóadornadoenplataque,duranteunosdías,llamólaatencióndetodoParís.YNana,enmediodeestafortuna,seahuecaba,seapoltronaba.

Había abandonado el teatro a la tercera representación de la Duquesita,dejando a Bordenave apuradísimo, al borde de una amenazadora quiebra, apesardeldinerodelconde.

No obstante, ella conservaba cierta amargura de su fracaso, lo que seañadíaalaleccióndeFontan,unaindecenciaenlaquehacíaculpablesatodosloshombres.Asípues,ahorasesentíamuyfuerteyapruebadetodocapricho.

Pero las ideas de venganza no duraban en su cerebro de pájaro. Lo quepermitía,ademásdesusmomentosdecólera,eraundesmesuradoapetitodederroche,undesdénnaturalhaciaelhombrequepagaba,uncontinuocaprichodedevoradoraydecaprichosa,orgullosadelaruinadesusamantes.

AlprincipioNanapusoalcondeenelbuencamino.Establecióclaramenteelprogramadesusrelaciones.Éldaríadocemilfrancosalmes,sincontarlosregalos, no pidiendo más compensación que una fidelidad absoluta. Ella lejurófidelidad,peroexigióconsideraciones,unatotallibertaddeamadecasayun respeto completo a sus voluntades. Así, recibirían todos los días a susamigos;élacudiríasolamenteaunashorasfijas,yporúltimo,yporencimadetodo, tendríauna feciegaenella.Ycuandodudaba,presodeuna inquietudcelosa, ella se ponía digna, amenazándole con devolvérselo todo, o jurandoporlavidadesuLouiset.Estodebíabastarle.Nohabíaamordondenohabíaestimación.

Alterminarelprimermes,Muffatlarespetaba.

Peroellaquisoyobtuvomás.Enseguidatomósobreélunascendientedebuenamuchacha.Cuando llegabamalhumorado, ella le alegraba, y luego leaconsejaba,despuésdehaberseélconfesado.Pocoapocoellafuecuidándosedelosenojosdesuhogar,desuesposa,desuhija,ydesusasuntosdeamory

dedinero,siempremuyrazonablemente,conrasgosdejusticiaydehonradez.Sólounavezsedejóarrebatarporlapasión,yfueeldíaenqueleconfióque,sinduda,DaguenetibaapedirleenmatrimonioasuhijaEstelle.

DesdequeelcondeseexhibíaconNana,Daguenetcreyómáshábilrompercon ella y tratarla de sinvergüenza, a la vez que juraba que arrancaría a sufuturosuegrodelasgarrasdeaquellamujerzuela.

TambiénNanaendomingóbonitamenteasuantiguoMimí,unperdidoquetirósufortunaconquerindangas,quecarecíadesentidomoral,nosehacíadardineroperoseaprovechabadeldinerode losdemás,pagandoun ramilleteouna comida en raras ocasiones, y como el conde pareciese excusar estasdebilidades,ellalesoltócontodalacrudezaqueDaguenetlahabíaposeído,ylediodetallesrepugnantes.Muffatsequedómuypálido.Nosehablómásdeaqueljoven.Estoleenseñaríaaserdesagradecido.

Noobstante, cuandoaúnnoestaba totalmenteamuebladoelhotel,Nana,una tarde en que había prodigado aMuffat los juramentos de fidelidadmásexaltados, retuvo al condeXavier deVandeuvres, quien desde hacía quincedíaslehacíaunacorteasiduadevisitasydeflores.

Ella cedió, no por capricho, sino para demostrarse que era libre. Lacuestióndeinteresesseleocurrióluego,cuandoVandeuvres,aldíasiguiente,laayudóapagarunacuentadelaquenoqueríahablaralotro.Lesacabadeochoadiezmilfrancospormes,yésteeraundineroutilísimoparasusgastos.

Vandeuvres, por entonces, estaba dando fin a su fortuna en un arrebatofebril.SuscaballosyLucyselecomierontresfincas.Nanaibaacomersesuúltimocastillo,situadoenlasinmediacionesdeAmiens,yparecíatenerprisaen barrerlo todo, hasta los escombros de la antigua torre construida por unVandeuvresentiemposdePhilippe-Auguste,rabiosodeunapetitoderuinas,encontrandobonitodejarlosúltimosbesantesdeorodesublasónenmanosdeaquellacortesanaquedeseabaParís.

También aceptó las condiciones de Nana: completa libertad, caricias endíasfijosysincaerenlaapasionadacandidezdeexigirjuramentos.Muffatnosospechabanada, peroVandeuvres lo sabía todo, aun cuando jamáshacía lamenor alusión a ello, fingiendo ignorarlo, con su fina sonrisa de vividorescépticoquenopideimposiblescontaldequetengasuhoraytodoParíslosepa.

Desde entonces Nana tuvo realmente instalada su casa. El personal eracompleto,enlacuadra,enlacocinayenlashabitacionesdelaseñora.Zoéloorganizaba todo y salía de las complicaciones más imprevistas; estabadispuesto como en un teatro, regulado como en una gran administración, yfuncionaba con tal precisión que, durante los primeros meses, no hubo

sobresaltos ni rozamientos. Únicamente la señora causaba demasiadosquebraderos de cabeza a Zoé con sus imprudencias, sus cabezonadas y susalocadasbravatas.Asípues,ladoncellafuedesviándosepocoapoco,viendo,porotrolado,quesacabamayorprovechodelosatolondramientos,cuandolaseñorahabíacometidoalgunanecedadquedebía repararse.Entonces llovíanlosregalosypescabaluisesenelaguarevuelta.

Una mañana, cuando Muffat aún no había salido del dormitorio, Zoéintrodujo un señor muy tembloroso en el cuarto de aseo, donde Nana secambiabaderopa.

—¡Zizí!—exclamóNanaestupefacta.

Enefecto,eraGeorges,quienalverlaencamisa,consuscabellosdoradoscayendo sobre sus hombros desnudos, se arrojó a su cuello, abrazándola ybesándolaportodaspartes,aunqueellasedebatía,asustadaybalbuciendoconvozahogada:

— ¡Acaba, déjame ya! Eso es estúpido… Y usted, Zoé, ¿está loca?Lléveselodeaquí.Métaloabajo;yaverésipuedoirluego.

Zoé tuvo que empujarle para llevárselo. Abajo, en el comedor, cuandoNanapudoreunirseconellos,losreprendióalosdos.Zoésemordióloslabiosyseretirómuycontrariada,diciendoqueellahabíacreídodarleunaalegríaalaseñora.

GeorgescontemplabaaNanacontantoentusiasmoporvolveraverla,quesushermososojossellenabandelágrimas.Losmalosdíashabíanpasado,sumadrelecreíarazonableylepermitíaabandonarlasFondettes;así,nadamásllegar a la estación había cogido un coche para abrazar cuanto antes a suqueridita.Hablaba de vivir, en adelante, cerca de ella, como allá, cuando laesperabadescalzoeneldormitoriodelaMignotte.Yalavezquereferíatodoesto, alargaba sus dedos, deseoso de tocarla después de aquel cruel año deseparación;seapoderabadesusmanos,escudriñabaenlasanchasmangasdesupeinadorysubíahastaloshombros.

—¿Continúasamandoatubebé?—preguntóconsuvozdeniño.

—Claro que te amo —respondió Nana, desprendiéndose con unmovimientobrusco—.Perocaescomounabomba…Yasabes,pequeñomío,quenosoylibre.Esnecesariotenerprudencia.

Georges, al apearse del coche con el mareo de un largo deseo al finsatisfecho, ni siquiera había visto el lugar donde entraba. Entonces tuvoconcienciadeuncambioalrededorsuyo.Observóelricocomedor,consualtotechodecorado,susGobelinosysuaparadordeslumbrantedeobjetosdeplata.

—Sí—dijotristemente.

Yella lehizocomprenderquenodebía irnuncapor lasmañanas.Por latarde,siquería,decuatroaseis,eracuandorecibía.Después,comolamiraracongestosuplicanteysinpedirlenada,lebesóenlafrenteysemostrómuybuena.

—Séprudente,yharéloposible—murmuróNana.

Peroenverdaderaqueaquelloyanoledecíanada.EncontrabaaGeorgesmuygentilyhubieraqueridotenerlocomocamarada,peronadamás.

Sinembargo,cuandoel joven llegabacada tardea lascuatro,parecía tandesgraciadoqueaúncedía,yleescondíaenlosarmariosparadejarlerecogercontinuamente lasmigajas de su belleza. Georges ya no abandonó el hotel,familiar como el perrito Bijou, el uno y el otro en la falda de la dueña,teniendounpocodeellaaunqueNanaestuvieseconotro,atrapandolasgangasdeazúcarycariciasenlashorasdefastidiosolitario.

SindudalaseñoraHugonsupolarecaídadelpequeñoenbrazosdeaquellamalamujer,porquecorrióaParísylepidióquelaayudaseasuotrohijo,elteniente Philippe, entonces de guarnición en Vincennes. Georges, que seescondía de su hermano mayor, se sintió preso de gran desesperación,temiendo alguna violencia, y como no podía callarse nada en la expansiónnerviosa de su ternura no hizo más que hablar a Nana de su hermano, unmuchachotedelomásatrevido.

—Ya lo comprendes—explicaba—;mamá no vendrá a tu casamientraspueda enviar a mi hermano… Estoy seguro de que enviará a Philippe abuscarme.

LaprimeravezNanasesintiómuyofendida,ydijosecamente:

—Me gustaría verlo, qué caramba. Por muy teniente que sea, haré queFrancoislopongaenlapuerta,yenelacto.

Después,comoelpequeñoinsistíaeneltemadesuhermano,NanaacabóporocuparsedePhilippe.Alcabodeunasemanaloconocíadepiesacabeza,muy alto, muy fuerte, alegre, un poco brutal, y además de esto, detallesíntimos:velludoslosbrazosyunlunarenelhombro.Así,undíaenqueestaballenadelaimagendeestehombrequedebíaecharalacalle,exclamó:

—Dime,Zizí.¿Novienetuhermano?Seráunmalamigo.

Al día siguiente, cuando Georges estaba solo con Nana, subió FrancoisparapreguntaralaseñorasirecibiríanaltenientePhilippeHugon.Georgessequedópálido,ymurmuró:

—Melosuponía;mamámehablódeesoestamañana.

Ysuplicóalajovenquerespondieraquenopodíarecibirle.PeroNanaya

selevantaba,enardecidaydiciendo:

— ¿Por qué no? Creería que le tengo miedo. Pues nos vamos a reír.Francois,tengaaeseseñoruncuartodehoraenelsalón.Luegomelotrae.

Ya no volvió a sentarse; paseaba febrilmente, yendo del espejo de lachimeneaaunalunavenecianacolgadasobreunarcónitaliano,ycadavezquesemiraba,ensayabaunasonrisa,yGeorges,alicaídoenunsofá,temblabaantela escena que se acercaba. Nana, sin dejar de pasear, dejaba escapar frasessueltas.

—Esto le calmará a ese buenmozo.Que espere un cuarto de hora…Ydespués,sicreequevieneacasadeunamujerzuela…elsalónlodeslumbrará.

Sí,sí,mirabien,pequeño.Estonoesdebaratillo;teenseñaráarespetarala burguesía. No hay nada como el respeto para los hombres… ¿Qué? ¿Hapasadoelcuartodehora?No,apenasdiezminutos.Aúntenemostiempo.

Nopodíaestarsequieta.Alcuartodehora,despidióaGeorgeshaciéndolejurarquenoescucharíadetrásde lapuerta,porqueseríaun inconveniente silos criados le veían. Cuando pasaba al dormitorio, Zizí arriesgó con vozestrangulada:

—Yasabes,esmihermano…

—No tengas miedo—dijo ella con dignidad—. Si es correcto, yo serécorrecta.

Francois introdujo a Philippe Hugon, que vestía de levita. Georgesatravesó la alcoba de puntillas para obedecer a Nana, pero las voces ledetuvieron, vacilante y con tanta angustia que las piernas le flaqueaban.Imaginaba catástrofes, bofetadas, algo abominable que le enemistase parasiempreconNana.Ynopudovencereldeseoderetrocederypegareloídoalapuerta.

Seoíamuymal.Elespesordelaspuertasamortiguabalosruidos.

Noobstante,cogíaalgunas frasespronunciadasporPhilippe,expresionesdurasenlasquesonabanlaspalabrasniño,familiayhonor.Sucorazónlatía,aturdiéndole con un zumbido confuso en su ansiedad por saber lo que suamadarespondía.Seguramentequesoltaríaun«puerco»oun«váyaseapaseo:estoyenmicasa».Sinembargo,noseoíanada;Nanaestabacomomuertaallídentro. Y en seguida hasta la voz de su hermano se dulcificó. No entendíanada,ysólooíaunextrañomurmulloque ledejóestupefacto.EraNanaquesollozaba.

Duranteunossegundosleacosaronsentimientoscontradictorios,huir,caersobrePhilippe.PeroprecisamenteenaquelinstanteentróZoéenlahabitaciónyélseapartódelapuerta,avergonzadoalversesorprendido.

Zoéordenótranquilamentelaropablancaenunarmario,mientrasél,mudoe inmóvil, apoyaba la frente en un cristal, devorado por la incertidumbre.Despuésdeunbrevesilencio,ellapreguntó:

—¿Essuhermanoquienestáconlaseñora?

—Sí—respondióelmuchachoconvozestrangulada.

Siguióunnuevosilencio.

—Yesoleinquieta,¿verdad,señorGeorges?

—Sí—repitióélconlamismadificultad.

Zoénoseapresuraba.Doblabalosencajesydijolentamente:

—Notieneporqué…Laseñoraarreglaráesto.

Yesofuetodo;nohablaronmás.Peroellanoabandonólahabitación.

Aúntranscurrióunlargocuartodehora;Zoéibadeunladoaotrosinverla creciente exasperación delmuchacho, que palidecía de contrariedad y dedudamientrasmirabadereojohaciaelsalón.¿Quépodíanhacerdurantetantotiempo?TalvezNanacontinuaballorando.Elotro, tanbestia,quizálahabíaabofeteado.

Cuando,porfin,Zoésefue,Georgescorrióalapuertaypegódenuevoeloído. Y se quedó asombrado, alelado, porque oía una rara jovialidad, unasvoces tiernas que cuchicheaban, y risas sofocadas de mujer a quien hacencosquillas.LuegoNanaacompañóaPhilippehastalaescalera,conuncambiodepalabrascordialesyfamiliares.

Cuando Georges se atrevió a entrar en el salón, Nana estaba frente alespejo,contemplándose.

—¿Yqué?—preguntóél,atontado.

—¿Yqué?—dijoellasinvolverse.

Despuésañadióconindolencia:

—¿Quédecíastú?Tuhermanoesmuyamable.

—Entonces,¿estáarregladalacosa?

—Claro que está arreglada… ¿Qué pensabas tú? ¿Creías que íbamos apegarnos?

Georgesseguíasincomprendernada.Balbuceó:

—Mehaparecidooír…¿Túnohasllorado?

—¿Lloraryo?—exclamóellamirándolefijamente—.Túsueñas.¿Porquéquieresquehayallorado?

Entonceselmuchachoseturbócuandoellalehizounaescenaporhaberledesobedecidoyespiardetrásde lapuerta.Comoella le reñía,él insistióconunasumisiónmimosa,deseandosabermás:

—Entonces,¿mihermano…?

—Tuhermano ha visto en seguida dónde estaba…Ya comprenderás; yopodíaserunamujerzuela,yentoncessuintervenciónseexplicabaacausadetuedadyelhonorde tu familia.Yosé loquesonesos sentimientos…Perounamiradalehabastado,ysehacomportadocomounhombredemundo…Asíquenoteinquietes;todohaconcluidoytranquilizaráatumamá.

Yprosiguióriendo:

—Además,verásatuhermanoporaquí…Loheinvitado,yvendrá.

—¿Vendrá?—dijoelpequeñopalideciendo.

No añadiómás y no se volvió a hablar dePhilippe.Nana se vestía parasaliryéllacontemplabaconsusgrandesojostristes.

Sin duda estabamuy contento porque las cosas estaban arregladas, pueshubierapreferidolamuerteaunaruptura,perosentíaunasordaangustia,unprofundodolor,quedesconocíaydelquenodeseabahablar.NuncasupodequémaneraPhilippetranquilizóasumadre.Tresdíasdespués,ellaregresabaalasFondettesmuysatisfecha.

Aquella misma noche en casa de Nana se estremeció cuando Francoisanunció al teniente, quien con acento jovial bromeó y le trató de tunante, aquienhabíaprotegidodeunacalaveradasinconsecuencias.Peroélcontinuabacon el corazón oprimido, no atreviéndose a moverse y ruborizándose a lamenorpalabra,comosifueseunamuchacha.

Georges había vivido poco en camaradería con su hermano, diez añosmayorleconsiderabaigualqueaunpadre,alcualseocultanlashistoriasdemujeres.Porestemotivosentíaunavergüenza llenademalestaralverle tandesenvueltoconNana,riendofuerteydemostrandoeloptimismoconqueseconsiderabaasímismo.Sinembargo,comonotardóenpresentarsetodoslosdías, Georges acabó por acostumbrarse un poco. Nana estaba en la gloria.Aquello era una última instalación en pleno lodazal de la vida galante, unacadena colgada insolentemente en un hotel que reventaba de hombres ymuebles.

Una tarde en que los hermanos Hugon estaban allí, el conde Muffatapareciófuerade lashorasconvenidas,perocomoZoé ledijoque laseñorateníavisitas,sefuesinentrar,afectandounadiscrecióndehombregalante.

Cuando volvió aquella noche, Nana lo acogió con la fría cólera de unamujerultrajada.

—Señor—dijoella—,nolehedadoningúnmotivoparaquemeinsulte…¿Entiendeusted?Cuandoestoyenmicasa, le ruegoqueentrecomo todoelmundo.

Elcondesequedóboquiabierto.

—Pero,miquerida…tratódeexplicar.

— ¿Acaso porque tenía visitas? Sí, había hombres. ¿Qué se figura quehagoconesoshombres?Secomprometeaunamujeradoptandoesosairesdeamantediscreto,yyonoquieroquemecomprometan.

Obtuvo difícilmente su perdón, pero en el fondo se sentía feliz. Conescenas como ésa, Nana le tenía sumiso y convencido. Desde hacía algúntiempo le había impuesto a Georges, un mocoso que la divertía, segúnasegurabaella.LehizocenarconPhilippe,yelcondesemostrómuyamable;al levantarse de lamesa, se lo llevó aparte y le pidió noticias de sumadre.Desde entonces los hermanos Hugon, Vandeuvres y Muffat fueronabiertamentedelacasa,yseestrechabanlamanocomoamigosíntimos.Eralomáscómodo.

Muffat era el único que aún ponía cierta discreción al no acudir muyfrecuentementeyguardareltonoceremoniosodeunextrañoenvisita.Porlasnoches,cuandoNana,sentadasobrelaspielesdeoso,enelsuelo,sequitabasusmedias, el condehablabaamistosamentedeaquellos señores, sobre tododePhilippe,queeralalealtadpersonificada.

—Eso es cierto, son muy amables—decía Nana, siguiendo en el suelomientrassecambiabadecamisa—.Sóloque,¿sabes?ellosvenquiénsoyyo…Unapalabrademás,ylesabriríalapuerta.

No obstante, en su lujo y en medio de aquella corte, Nana se aburríasoberanamente.Teníahombrespara todos losminutosde lanoche,ydinerohastaenloscajonesdesutocador,entrelospeinesyloscepillos,peroestonolacontentaba,ysentíacomounvacíoenalgúnsitio,unagujeroquelahacíabostezar. Su vida se arrastraba desocupada, volviendo siempre a lasmismashorasmonótonas.Elmañananoexistíaparaella,quevivíacomounpájaro,segura de comer y dispuesta a posarse sobre la primera rama que se leantojase.

Lacertezadequelanutrirían,ladejabatendidadurantetodoeldía,sinunesfuerzo,adormiladaenel fondodeaquellaociosidadyaquellasumisióndeconvento,comoencerradaensuprofesiónderamera.Alnosalirmásqueencoche,perdíalacostumbredeandar.Volvíaasusgustosdechiquilla,besabaaBijoude lamañanaa lanoche,matabael tiempoconplaceres tontos, en suúnicaesperadelhombre,alquesoportabaconunalasitudcomplaciente,yenmediodeesteabandonodesímisma,nosepreocupabamásquedesubelleza:

la vida para ella era peinarse, lavarse, perfumarse de arriba abajo, con lavoluptuosidad de poderse exhibir desnuda a cada momento y delante decualquierasinruborizarse.

Nana se levantaba a las diez de lamañana.Bijou, su perrito escocés, ladespertaba lamiéndole lacara,yentoncesseguíaun juegodecincominutos,enqueelperritocorríaporentresusbrazosysusmuslos,ofendiendoalcondeMuffat.

Bijou fue el primer personaje de quien el conde tuvo celos. No eraconvenientequeunanimalmetiese lasnaricesdeaquellamanerapordebajodelassábanas.

LuegoNanapasabaasutocador,dondetomabaunbaño.Hacia lasonce,Francisacudíaaarreglarleloscabellos,enesperadelcomplicadopeinadodelatarde.

Paraalmorzar,comodetestabacomersola,casi siempre teníaa laseñoraMaloir, que llegaba por la mañana, desconocida con sus extravagantessombreros,ysevolvíaporlatardeaaquelmisteriodesuvida,delaquenadie,porotraparte,sepreocupaba.Peroelmomentomásduroeranlasdoso treshorasquemediabanentreelalmuerzoysuarreglo.

Porlogeneralproponíajugarunabácigaasuviejaamiga;avecesleíaLeFígaro, en el que los ecos teatrales y las noticias de sociedad le interesabanmucho;inclusollegabaaabriralgúnlibro,porqueseconsiderabaaficionadaalaliteratura.Arreglarselateníaocupadahastacercadelascinco.

Sóloentoncessedespertabadesulargasomnolencia,saliendoencocheorecibiendoensucasaaunapandilladehombres;cenabafrecuentementeenlaciudad, se acostabamuy tarde y se levantaba al día siguiente con lamismafatiga,paraempezarelnuevodía,igualalanterior,igualatodoslosdemás.

Sugrandistracciónconsistíaen iraBatignollesparavera suLouisetencasadesutía.Durantequincedíasnisiquierapensabaenél;luego,presadeun frenesí, corría a pie, rebosándole una modestia y una ternura de buenamadrequellevabaregalosdehospital:tabacoparalatía,naranjasybizcochosparaelniño,ollegabaensulandó,alregresodelBosque,convestidoscuyolujoamotinabalasolitariacalle.

Desde que su sobrina vivía en la grandeza, la señoraLerat reventaba devanidad.RarasvecessepresentabaenlaavenidadeVilliers,pretextandoqueallí no se encontraba su sitio, pero triunfaba en su calle, dichosa cuando lajovenaparecíaconsusvestidosdecuatroycincomil francos,empleandoeldíasiguienteenenseñarsusregalosydarcifrasquedejabanestupefactasasusvecinas.

FrecuentementeNana reservaba sus domingos para la familia, y en esosdías,cuandoMuffatlainvitaba,senegabaconlasonrisadeunaburguesita;noeraposible,comíaencasadesutíayteníaqueverasupequeño.Atodoestoel pobre Louiset seguía siempre enfermizo. Iba a cumplir tres años, prontosería un hombrecito, pero había tenido un eczema en la nuca y ahora se leformabandepósitosenlasorejas,loquehacíatemerunacariesdeloshuesosdel cráneo.CuandoNana loveía tanpálido, la sangreviciada, con su carneblanduchamanchadadeamarillo,seentristecía,ysobretodosequedabamuysorprendida. ¿Qué podía tener aquel primor para estropearse de aquellamanera?Ella,sumadre,gozabadetanbuenasalud…

Los días en que no se ocupaba del niño, Nana volvía a caer en lamonotoníaruidosadesuexistencia:paseosporelBosque,estrenos teatrales,comidas y cenas en la Maison-d’Or o en el café Anglais; luego todos loslugares públicos, todos los espectáculos donde se hacinaba la multitud:Mabille,lasrevistas,lascarreras…Sinembargo,nolograbaevadirsedeaquelcírculodeociosidadestúpidaqueleproducíacomocalambresenelestómago.

A pesar de los continuos caprichos que se le ocurrían, al quedar solaestirabalosbrazosenungestodeinmensafatiga.Lasoledadladesconsolabainmediatamente,porqueseencontrabaconelvacíoyconelaburrimientodesímisma.

Muy jovial por oficio y por naturaleza, se volvía entonces lúgubre,resumiendosuvidaenestegrito,quereaparecíasincesarentredosbostezos:¡Oh,cómomeaburrenloshombres!

Una tarde, al regresardeunconcierto,Nanavio enunade las acerasdeMontmartre a unamujer que callejeaba, con los botines gastados, las faldassuciasyunsombrerodestrozadoporlaslluvias.Enelactolareconoció.

—Pare,Charles—ordenóalcochero.

Ysepusoallamar:

—¡Satin,Satin!

Lospaseantesvolvieronlacabeza,ysequedaronmirando.Satinsehabíaacercado,rozandolasruedasdelcarruaje,ensuciándosemás.

—Sube,querida—dijoNanatranquila,burlándosedelagente.

Larecogióyselallevó,aúnasquerosa,ensulandóazulclaro,alladodesuvestidodesedagrisperla,conencajes,mientrastodalacallesonreíaantelarígidadignidaddelcochero.

DesdeentoncesNanatuvounapasiónenqueocuparse.Satinfuesuvicio.

InstaladaenelhoteldelaavenidadeVilliers,limpiaybienvestida,estuvo

refiriendodurantetresdíasloqueeraSaint-Lazare,ylosfastidiossufridosconlashermanas,yaquelloscochinospolicíasque la inscribieronenel registro.Nanase indignaba, laconsolabay jurabasacarladeallá,auncuandotuviesequeverseconelministro.Entretanto,no teníaporquéapurarse,nadie iríaabuscarlaasucasa.

Y empezaron las tardes de ternura entre las dos mujeres, con palabrascariñosasybesoscortadosporlasrisas.Erael jueguecitoqueinterrumpiólallegadadelospolicíasenlacalledeLaval,yahoravolvíaaempezarseenuntono festivo. Luego, una hermosa tarde, el mundo se puso serio. Nana, tanasqueada en Casa Laure, lo comprendía ahora. Quedó trastornada, rabiosa;sobretodocuando,precisamentelamañanadelcuartodía,Satindesapareció.Nadie la había visto salir. Se largó con su ropa nueva, impulsada por unanecesidaddeaireysintiendolanostalgiadesustrotes.

Aqueldíahubouna tempestad tan rudaenelhotelque todos loscriadosbajabanlacabeza,sindecirunapalabra.NanaestuvoapuntodeabofetearaFrancois, que no la había detenido en la puerta. No obstante, procurabacontenerseytratabaaSatindeindignaydesagradecida;aquellolaenseñaríaanorecogerbasurasdelarroyo.

Por la tarde, cuando la señora se encerró, Zoé la oyó sollozar. Alanochecer,bruscamentepidiósucocheysehizoconduciraCasaLaure.SelehabíaocurridoqueencontraríaaSatinenunamesadel fonduchode lacalleMartyrs.Ynoeraporvolveraverla,sinoparaseñalarlelamanoenlacara.Yenefecto,SatincenabaconlaseñoraRobert.AlveraNanaseechóareír,yNana,heridaenelcorazón,noarmójaleo,sinoque,porelcontrario,semostrómuy dulce y muy tierna. Pagó champaña, emborrachó a los comensales decincoo seismesasy se llevó aSatin cuando la señoraRobert estaba en loslavabos. Sólo cuando estuvieron en el coche la mordió y la amenazó conmatarlasirepetíalajugada.

Desdeentonces lamismajugadaserepitiócontinuamente.Másdeveinteveces, trágica en sus furores de mujer engañada, Nana corrió en busca deaquella bribona, que se escapaba por capricho, aburrida de vivir bien en elhotel.

HablabadeabofetearalaseñoraRobert,yundíahastasoñóconunduelo,porqueunadelasdossobraba.Ahora,cuandocenabaenCasaLaure,seponíasusdiamantes,yavecesllevabaaLouiseViolaine,aMaríaBlondyaTatanNéné,todasresplandecientes,yenlapodredumbredelostrescomedores,bajoelgasamarillento,aquellasmujeresencanallabansulujo,felicesporasombraralasmujerzuelasdelbarrio,quesellevabanallevantarsedelamesa.

Enesosdías,Laure,encorsetadayreluciente,besabaasusclientesconairedelamásampliamaternidad.

Satin, sin embargo, conservaba su tranquilidad en medio de tantashistorias,consusojosazulesysupurorostrodevirgen;mordida,golpeadayarrastradaentre lasdosmujeres, se limitabaadecirqueaquelloeranecio,yque sería mejor que se entendiesen entre ellas. No conducía a nada que laabofetearan;ellanopodíadividirseendos,apesardesubuenavoluntadporsergentilcontodoelmundo.

Porfin,fueNanaquienselallevóafuerzadecolmaraSatindeternurasyregalos,y,paravengarse, la señoraRobert escribióabominablesanónimosalosamantesdesurival.

Desde hacía algún tiempo el conde Muffat parecía preocupado. Unamañana,sumamenteconmovido,pusoantelosojosdeNanaunanónimoenelque, desde las primeras líneas, se la acusaba de engañar al conde conVandeuvresyconloshermanosHugon.

— ¡Esto es falso, falso!—rugió ella enérgicamente y con un acento deextraordinariafranqueza.

—¿Lojuras?—preguntóMuffat,yaaliviado.

—¡Porloquetúquieras…!Porlasaluddemihijo.

Pero la carta era larga. A continuación seguía la descripción de susrelacionesconSatin,entérminosdeunacrudezacanalla.

Cuandoconcluyólalectura,Nanasonrió.

—Ahorayasédedóndeviene—dijosimplemente.

YcomoMuffatqueríaunmentís,ellarepusocontranquilidad.

—Eso, lobomío,esunacosaquenotedebepreocupar…¿Quéperjuiciopuedecausarte?

Ella no negó nada, y él tuvo palabras de rebelión. Entonces Nana seencogiódehombros.¿Dedóndesalía?Aquellosehacíaentodaspartes,ycitóasusamigas,jurandoquehastalasdamasmásdecentesloeran.Oyéndola,sehabríadichoquenohabíanadamáscomúnninaturalenelmundo.

Loquenoeraverdad,lodesmentía;asípues,comoélacababadever,seindignóenloreferenteaVandeuvresyaloshermanosHugon.¡Ah!entonces,sí, hubiese tenido motivos para estrangularla. ¿Pero por qué mentir en unacosasinconsecuencias?Yrepetíasufrase:

—Aver,¿enquéteperjudicaesto?

Luego,comocontinuaselaescena,lacortóderepenteconvozbrusca:

—Además,querido,siestonoteconviene,esmuysencillo…Laspuertasestánabiertas…¿Entiendes?Hayquetomarmetalcomosoy.

Y el conde bajó la cabeza. En el fondo se sentía dichoso con susjuramentos.Yella,viendosupoderío,empezóanohacerlemáscaso.Desdeentonces Satin quedó instalada en la casa abiertamente, con el mismomiramiento que los señores.Vandeuvres no había necesitado anónimos paracomprender, bromeaba y buscaba escenas de celos con Satin, mientrasPhilippe y Georges la trataban como camaradas, con apretones de mano ychistesmuyescabrosos.

Nanatuvounaventuraciertanocheque,abandonadaporaquellaperra,sefue a cenar a la calleMartyrs sin lograr ponerle lamano encima.Mientrascomía sola, apareció Daguenet; aunque ya se había situado, a veces acudíaaguijoneado por una necesidad de vicio, esperando no ser reconocido enaquellososcurosrinconesde lasbasurasdeParís.Pero lapresenciadeNanapareciócontrariarlealprincipio,ycomonoeradeloshombresquesebatenenretirada,avanzóhaciaellaconunasonrisa.

Preguntósilaseñoralepermitíacenarensumesa.Nana,alverlebromear,adoptóungestodefrialdadyrespondiósecamente:

—Siéntesedondeleplazca,señor.Estamosenunlocalpúblico.

Empezada en este tono, la conversación resultó divertida, pero, a lospostres,Nana,fastidiadaydeseosadetriunfar,pusoloscodossobrelamesa,yluegovolvióatutearle:

—¿Sigueadelantetumatrimonio,querido?

—Nomucho—confesóDaguenet.

Enefecto,cuando ibaahacer supeticiónencasade losMuffat,notó talfrialdad por parte del conde que juzgómás prudente abstenerse.Aquello leparecíaunnegociofracasado.

Nanalemirabafijamenteconsusojosclaros, labarbillasobrelamanoyunpliegueirónicoenloslabios.

—Asíquesoyunadesvergonzada—repusoellaconlentitud—.Habráquearrancar al futuro suegro de mis garras… Pues por muy inteligente que tecreas, eres un solemne idiota.Le vas con chismorreos a un hombre quemeadorayquemelocuenta.Mira,tútecasarássiyoquiero.

Desdehacíauninstanteélloveíatodoclaramente,yplaneóunaespeciedesumisión. No obstante, continuaba bromeando, sin querer que el asuntotomase un cariz serio, y después de ponerse los guantes le pidió, con losdebidosmodales,lamanodelaseñoritaEstelledeBeauville.

Nanaacabóporreírsecomosilehicierancosquillas.¡Oh,esteMimí!Nohabíamaneradeguardarlerencor.

LosgrandeséxitosdeDaguenetconlasdamassedebíanaladulzuradesuvoz, una voz de una pureza y una flexibilidadmusicales, que le valieron elapododeBocadeTerciopeloentre lasmujeres.Todascedíanante la cariciasonora en que las envolvía.Él sabía esa fuerza y adormeció aNana conunarrullosinfindepalabras,contándolehistoriasimbéciles.

Cuandodejaronlamesa,ellaestabamuysonrosada,vibranteensubrazoyreconquistada.

Comohacíamuybuen tiempo, despidió el coche, acompañó aDaguenethasta su casa y, naturalmente, subió. Dos horas más tarde, Nana le dijomientrassevestía:

—Entonces,Mimí,¿deseasesematrimonio?

— ¡Por Dios! Es lo mejor que podría hacer. Ya sabes que no tengo uncéntimo.

Nanalepidióqueleabotonaralosbotines.Ytrasunbrevesilencio,dijo:

—Yotambién loquiero,y teapoyaré…Esapequeñaestásecacomounapercha… Pero ya que eso te interesa… Soy muy complaciente y voy adefenderte.

Luego,echándoseareír,conelpechotodavíadesnudo,agregó:

—Sólounacosa,¿quémedas?

Éllaabrazabaylebesabaloshombrosenunarranquedeagradecimiento.Ella,muyalegre,seestremecía,sedebatíayseechabahaciaatrás.

—Ya lo sé —exclamó excitada por ese juego—. Oye la comisión quequiero.Eldíadetumatrimonio,metraeráselestrenodetuinocencia…Antesqueatumujer,¿entiendes?

—Esoes,esoes—dijoél,riendomásqueella.

Elconveniolesdivertía.Encontraronellancemuygracioso.Precisamenteal otro día había una cena en casa de Nana; se trataba de la comidaacostumbradade los jueves,conMuffat,Vandeuvres, loshermanosHugonySatin.

El conde llegó temprano. Necesitaba ochenta mil francos paradesembarazaralajovendetresocuatroacreedoresyofrecerleunaderezodezafiros,porelquesemoríadedeseo.Comoyaveníapodandodemasiadosufortuna,buscabaunprestamista,puesaúnnoseatrevíaavenderningunadesus propiedades. Siguiendo los consejos de la misma Nana, se dirigió aLabordette, pero éste, habiendo encontrado demasiado crecida la cantidad,habíaqueridohablardeellaalpeluqueroFrancis,quiendeseabacomplacerasusclientes.

El conde se ponía enmanos de estos señores con el deseo formal de nofigurarennada;losdossecomprometíanaguardarencajaelpagarédecienmilfrancosquelesfirmaría,yseexcusabanporaquellosveintemilfrancosdeinterés,protestandocontralosdesvergonzadosusureros,aquienesteníanqueacudir,segúndecían.

Cuando se hizo anunciar Muffat, Francis acababa de peinar a Nana, yLabordette,consufamiliaridaddeamigosinconsecuencias,tambiénestabaenel tocador. Al ver al conde, puso discretamente un paquete de billetes deBanco entre los polvos y las pomadas, y el pagaré fue firmado sobre elmármoldeltocador.

NanaqueríaqueLabordettesequedaraacomer,peroélrehusó,alegandoque debía pasear a un rico extranjero por París. Sin embargo, habiéndolellamadoMuffat aparte para que acudiese rápidamente a casa de Becker, eljoyero,yletrajeseeladerezodezafiros,conelquepensabadaraquellamismatarde una sorpresa a Nana, Labordette se encargó gustosamente de lacomisión.Mediahoramástarde,Julienentregabamisteriosamenteelestuchealconde.

Durantelacomida,Nanaestuvomuynerviosa.Lavistadelosochentamilfrancoslahabíaagitado.¡Pensarquetodoaqueldineroibaapararamanosdelosproveedores!Estoladisgustaba.Desdelasopa,enaquelsoberbiocomedoriluminado por el reflejo de la vajilla de plata y la cristalería, se pusosentimentalyalabólasventurasdelapobreza.

Los hombres vestían frac, ellamisma llevaba un vestido de raso blancobordado,mientrasqueSatin,másmodesta,vestíadesedanegra,luciendoenelpechounsencillocorazóndeoroqueleregalósubuenaamiga.Detrásdeloscomensales, Julien y Francois servían ayudados de Zoé, los tres con sumadignidad.

—Seguroquemedivertíamáscuandonoteníauncéntimo—repetíaNana.

HabíacolocadoaMuffatasuderechayaVandeuvresasuizquierda,peroni siquiera lesmiraba,ocupadaexclusivamentedeSatin,queestaba frenteaella,entrePhilippeyGeorges.

— ¿No es verdad, gatita mía? —decía a cada momento—. Bien nosdivertíamosaquellaépoca,cuando íbamosa lapensiónde la tía Josse,en lacallePolonceau.

Servíanelasado.Lasdosmujeresseabismaronensusrecuerdos,sindarunmomentodereposoalalengua;sentíanlanecesidadderemoveraquellodode su juventud, y esto siempre sucedía cuando había hombres, como siquisierandarles todas lasseñalesdelestercolerodondehabíancrecido.Ellospalidecían,mirándoseunosaotrosmolestos.LoshermanosHugontratabande

reír, mientras que Vandeuvres se mesaba nerviosamente la barba y Muffatredoblabasugravedad.

—¿TeacuerdasdeVíctor?—dijoNana—.Ésesíqueeraunchicovicioso,llevándosealasniñasalasbodegas.

—Ya locreo—respondióSatin—.Meacuerdomuybiendelpatiodesucasa.Habíaunaporteraconunaescoba…

—LatíaBoche;murió.

—Aúnmeparecever vuestra tienda…Tumadre eramuygorda.Undíaquejugábamos,tupadrellegóborracho,peromuyborracho.

Vandeuvresintentódarotrogiroalaconversación,paraquenosiguieranconsusrecuerdoslasdosamigas.

— ¿Sabes, querida que me comería otra ración de trufas…? Estánexquisitas. Ayer las comí en casa del duque de Corbreuse, y no eran tanbuenas.

—Julien,mástrufas—dijorudamenteNana.

Después,volviendoasutema,repuso:

—Papá casi nunca estaba razonable… ¡Qué escenas! Si hubieses vistoaquello… Una verdadera tragedia. Las pasé de todos los colores, y es unmilagrosinodejéallílapiel,comopapáymamá.

Esta vez, Muffat, que estaba jugando con un cuchillo, se permitióintervenir:

—Noesmuyalegreloquecuentan.

—¿Cómo?¿Noesalegre?—repitióNana,fulminándoleconlamirada—.Claroquenotienenadadedivertido…Teníamosquellevarpan,querido…Yasaben que soy una buena chica y que digo las cosas como son.Mamá eraplanchadoraypapáseemborrachaba,deloquemurió.Esoes.Siestonolesconviene,siseavergüenzandemifamilia…

Todosprotestaron. ¡Vayaocurrencia!Se respetabaa su familia.Peroellainsistía:

—Si se avergüenzan de mi familia, déjenme, porque no soy de esasmujeres que renieguen de su padre y de sumadre…Hay que tomarme conellos,¿entienden?

Latomaban,aceptabanalpapá,alamamá,alpasadoyloqueellaquisiera.

Loscuatrohombres,conlosojospuestosenlamesa,sehacíanlossumisosmientrasellalossometíaasusantiguasyembarradaschancletasdelacallede

laGroutte-d’Or,enelarrebatodesuomnipotencia.Ysiguióensustrece;yapodíanregalarlefortunas,ylevantarlepalacios,quesiempreecharíademenosaqueltiempoenquesecomíahastalapieldelosplátanos.Eldineroeraunaburla;todoparalosvendedores.Suaccesoconcluyóconundeseosentimentalde una existencia sencilla, con el corazón en la mano y en medio de unabondad universal. Pero en aquel momento vio a Julien, que esperabaimpasible.

—Venga ya; sirva el champaña. ¿Qué piensa para mirarme como unganso?

Durante la escena, los criados no se habían permitido ni una sonrisa.Parecíannooírnada,másgravesamedidaquelaseñoraseabandonabamás.

Julien,sinrechistar,sirvióelchampaña.Paraarreglarlo,Francois,quetraíala fruta, inclinó demasiado el frutero, y las manzanas, las peras y las uvasrodaronporlamesa.

—¡Quétorpe!—legritóNana.

Elmayordomocometióelerrordeexplicarquelafrutanosehabíapuestocomosedebía,queZoéhabíapuestonaranjasdebajo.

—PuesZoéesunapava.

—Pero,señora…—murmuróladoncella,ofendida.

Nanaselevantóyconunademánderegiaautoridadexclamó:

—Basta.¡Salgantodos!Nohacenfaltaaquí.

Sudecisión lacalmó.Enseguida semostrómásdulce,másamable.Lospostresfueronencantadores,ytodossedivertíansirviéndoseellosmismos.

PeroSatin,quesehabíamondadounapera,fueacomérseladetrásdesuquerida,apoyándoseensushombrosydiciéndolecosasaloídoquelahacíanreírruidosamente;luegoquisoquesecomieraelúltimopedazodeperayselopusoenlaboca,mordisqueándoseloslabiosyacabandoelcachodeperaenunbeso.

Entonceshubounaprotestacómicaentrelosseñores;Philippelesgritóquenotuvieranreparos;Vandeuvrespreguntósieranecesariosalir,GeorgescogióaSatinporeltalleyladevolvióasusitio.

—Qué necios son —dijo Nana—. Hacen ruborizar a esa pobremuchacha…Vaya,pequeña;déjalesqueseburlen.Éstossonasuntosnuestros.

YvolviéndosehaciaMuffat,quelamirabadesconcertado,lepreguntó:

—¿Noesasí,amigomío?

—Sí,claroquesí—murmuróélaprobandoconlacabeza.

Ya no hubo más protestas. En medio de aquellos señores, de aquellosapellidos ilustres, de aquellas viejas dignidades, las dos mujeres, frente afrente, cambiaban una mirada tierna, imponiéndose y reinando, con eltranquiloabusodesusexoydesudespreciodelhombre.Yellosaplaudieron.

Subieronatomarelcaféenelsaloncito.Doslámparasiluminabanconunaclaridadsuave lascolgaduras rosasy laschucheríasen tono lacadoydeoroviejo.Aaquellahoradelanoche,enmediodeloscofrecitos,delosbroncesylasporcelanas,undiscretojuegodelucesalumbrabaunaincrustacióndeplatao demarfil, destacando el brillo de una varilla esculpida o unpanel conunreflejosedoso.Elfuegodelatardemoríaenlasbrasas,yhacíamuchocalor,uncalorlánguidobajolascortinasylascolgaduras.

EnestahabitaciónllenadelavidaíntimadeNana,endondeaparecíansusguantes,unpañuelocaído,unlibroabierto…,selaencontrabamediodesnuda,con su aroma a violeta, su desorden de buena muchacha y con un efectoencantadorentresusriquezas,mientrasquelossillonesamplioscomocamasylossofásinvitabanasomnolenciasolvidadizasdelahora,acariciasrisueñas,cuchicheadasenlaoscuridaddelosrincones.

Satin fuea echarse juntoa la chimenea, enun sofá.Habíaencendidouncigarrillo, y Vandeuvres se divertía haciéndole una atroz escena de celos yamenazándola con enviar testigos si persistía en desviar a Nana de susdeberes.

Philippe y Georges se pusieron de su parte, y la molestaban y lapellizcabantanfuertequealfinellagritó:

—Querida,querida,hazqueseesténquietos.Aúnlostengoencima.

—Vamos,déjenla—dijoNanaseriamente—.Noquieroquelaatormenten,yalosaben.Ytú,gatitomío,¿porquétemetessiempreconellos,sisabesquesontanpocojuiciosos?

Satin, rojacomolagranaysacandola lengua,sedirigióal tocador,cuyapuerta abierta dejaba ver la palidez de los mármoles, iluminados por unaclaridadlechosadeunglobodeslustradoenelqueardíaunmecherodegas.

EntoncesNanaconversóconloscuatrohombres,comoagradabledueñadelacasa.Habíaleídoaquellamañanaunanovelaquehizomuchoruido.Eralahistoria de una prostituta, y se revolvía diciendoque todo aquello era falso,indignada contra aquella inmunda literatura que pretendía describir lanaturaleza, ¡como si se pudiesemostrar todo!Como si una novela no fueseescritaparapasarunratoagradable.

Encuestióndelibrosydedramas,Nanateníaunaopiniónmuyconcreta:

queríaobrastiernasynobles,cosasparahacersoñaryqueelevasenelalma.

Luegolaconversaciónrecayósobre losdisturbiosqueagitabanParís, losartículos incendiarios y los brotes de motines como consecuencia de losllamamientos a filas, lanzados cada noche en las reuniones públicas, y seenfureciócontralosrepublicanos.¿Quéquerían,pues,esassuciasgentesqueno se lavaban nunca? ¿Es que no eran felices? ¿Acaso el Emperador no lohabíahecho todoporelpueblo? ¡Bonitabasuraelpueblo!Ella loconocíaypodíahablar,yolvidandoelrespetoqueacababadeexigirasusamigosparasumundillo de la calle de laGroutte-d’Or, empezó a despotricar contra lossuyos,conascosymiedosdemujerencumbrada.

Precisamente aquel día había leído enLeFígaro la reseña de una sesiónpública,muygraciosa,yaúnsereíaalrecordarelargotconqueseexpresóunredomadoborracho,alquehuboqueexpulsar.

—¡Uf,esosborrachos!—dijoconrepugnancia—.Convénzansequeseríaunagrandesgraciaparatodoelmundoesarepública.QueDiosnosconservealEmperadorduranteelmayortiempoposible.

—Dios laoirá,querida—respondiógravementeMuffat—.ElEmperadorestáseguro.

Le complacía mucho verla con tan buenos sentimientos. Los dos seentendíanenpolítica.Vandeuvresy el capitánHugon tampocoagotaban susbromascontralos«granujas»,unoscharlatanesquesalíancorriendoencuantoveíanunabayoneta.

Durantelavelada,Georgesestuvocalladoycongestosombrío.

—¿Quélepasaalbebé?—preguntóNana,aldarsecuentadesuactitud.

—Nomepasanada;escucho.

Pero sufría.Al levantarsede lamesahabíavistobromear aPhilippeconNana,yahoraeraPhilippe,ynoél,quienestabaalladodeella.Sentíaqueelpecholeestallaba,sinquesupieseporqué.Nopodíasoportarqueestuviesenjuntos,yleasaltabanunasintencionestanvilesqueseavergonzabaenmediodesuangustia.Él,quesereíadeSatin,quehabíaaceptadoaSteineryluegoaMuffat,ydespuésa tantosotros,se indignabayenrojecíade iraanteelsolopensamientodequePhilippepudiesetocarundíaaaquellamujer.

—Toma,cogeaBijou—dijoellaparaconsolarle,pasándoleelperritoquedormíaensufalda.

YGeorgessealegróenseguidaalteneralgodeella,aquelanimalitoensusrodillas.

Laconversaciónhabíarecaídosobreunaconsiderablepérdidasufridapor

Vandeuvres,lavíspera,enelCírculoImperial.Muffat,quenoerajugador,seasombraba.PeroVandeuvres sonreíayhablódesupróxima ruina,de laquetodoParísyahablaba.Pocoimportabalaclasedemuerte;loesencialerasabermorir.

DesdehacíaalgúntiempoNanaleveíanervioso,conunpliegueextrañoenla boca y vacilantes fulgores en el fondo de sus ojos claros.Conservaba sualtivez aristocrática, la fina elegancia de su raza empobrecida, pero la cosatodavíanopasabadeunbreveymomentáneovértigo royendoaquelcráneo,agotadoporeljuegoylasmujeres.

Cierta noche, acostado con ella, la aterró contándole una historia atroz:soñabaconencerrarseensucuadrayhacersequemarconsuscaballos,cuandoselohubiesecomidotodo.Suúnicaesperanzaenaquellosmomentoserauncaballo, «Lusignan», que preparaba para el Gran Premio de París. Vivía acostadeestecaballo,quesosteníasudesmoronadocrédito.AcadaexigenciadeNana,laremitíaalmesdejunio,si«Lusignan»ganaba.

—Bah…—dijoellabromeando—.Puedepermitirseperder,porquelosvaabarreratodosenlascarreras.

Élcontestóconunaleveymisteriosasonrisa.Luegoañadió:

—Apropósito,mehepermitidoponersunombreamipotranca…«Nana»,suenabien.¿Nolemolesta?

—¿Molestarme?¿Porqué?—dijoella,encantadaenelfondo.

Laconversacióncontinuaba,ysehablódeunapróximaejecucióncapital,alaqueNanadeseabaasistir.DeprontoaparecióSatinenlapuertadelgabinete,llamándola en un tono de súplica. Nana se levantó inmediatamente, dejó aaquellosseñorescómodamentesentados,acabandosuscigarrosydiscutiendounacuestióngrave:laresponsabilidaddeunhomicidaatacadodealcoholismocrónico.

Zoé,eneltocador,estabaderrumbadaenunasillayllorabaalágrimaviva,mientrasSatintratabainútilmentedeconsolarla.

—¿Quépasa?—preguntóNanasorprendida.

—Háblale, querida—dijoSatin—.Haceveinteminutos queme empeñoenhacerlaentrarenrazón.Lloraporquelahasllamadopava.

—Sí,señora.Esoesmuyduro…muyduro—tartamudeóZoéestranguladaporunanuevacrisisdesollozos.

El espectáculo emocionó a Nana. Le dedicó afectuosas palabras, perocomoZoéno se calmaba, se acurrucóante ella, la tomóde la cinturay conefusivafamiliaridadledijo:

—Vamos,tonta;hedichopavacomohepodidodecirotracosa,quéséyo.Estabafuriosa…Yaséquehehechomal.Vamos,cálmate.

—Yo,quequierotantoalaseñora…—balbuceóZoé—.Despuésdetodoloquehehechoporlaseñora…

EntoncesNanaabrazóa ladoncella.Luego,queriendodemostrarquenoestabaenfadada, le regalóunabataque sólo sehabíapuesto tresveces.Susdisputassiempreacababanconregalos.Zoésetapabalosojosconelpañuelo.Yasellevabalabata,cuandoañadióqueenlacocinaestabanmuytristes,queJulienyFrancoisnohabíancomidonada,quelacóleradelaseñoraleshabíaquitado el apetito. Entonces Nana les mandó un luis como prueba dereconciliación.Latristezaentornosuyolahacíasufrirdemasiado.

Nana volvía al salón, dichosa por haber arreglado aquella riña que lainquietabaparaeldíasiguiente,cuandoSatinlehablóconvivezaaloído.Sequejaba y amenazaba con marcharse si aquellos hombres continuabanburlándose de ella, y exigía que su querida los pusiese en la puerta aquellamismanoche.Estolesenseñaría.Además,seríatanagradablequedarsesolaslasdos.Nanareflexionóyledijoqueaquellonoeraposible.EntoncesSatinlaamenazócomounaniñacoléricaeimpusosuautoridad.

—¡Loquiero!,¿entiendes?Despídelososoyyoquienseirá.

Yvolvióalsalón,yendoaecharseenundivánapartado,juntoalaventana,silenciosaycomomuerta,fijossusgrandesojosenNanayesperando.

Aquellos señores se habían puesto de acuerdo contra las nuevas teoríascriminales; conaquellahermosa invenciónde la irresponsabilidadenciertoscasos patológicos, ya no había criminales, sino enfermos.Nana, que asentíaconmovimientosdecabeza,esperabadespedirdeestamaneraalconde.Losdemásyaibanasalir,peroseguramentequeélseobstinaría.Enefecto,cuandoPhilippeselevantóparamarcharse,Georgeslesiguióinmediatamente,puessuúnica inquietud era dejar a su hermano detrás de él. Vandeuvres aúnpermaneció algunos minutos; tanteaba el terreno y esperaba saber si porcasualidadalgúnasuntoobligaríaaMuffatacederleelsitio;luego,cuandolevioinstalarsecómodamenteparatodalanoche,noinsistióysedespidiócomohombrede tacto,perocuandosedirigíaa lapuertadescubrióaSatinconsumiradafija,y,comprendiendosindudalasituación,serio,seacercóaellaylediounapretóndemanos.

—Supongoque no estaremos enfadados—murmuró—.Perdóname.Ereslamáselegante,palabradehonor.

Satindesdeñóresponderle.NoapartabalosojosdeNanaydelconde,quesehabíanquedadosolos.Norecatándoseya,MuffatsehabíasentadocercadeNana, le cogía los dedos y se los besaba. Entonces ella, buscando una

transición,preguntósisuhijaEstelleseencontrabamejor.Eldíaanteriorélsehabíaquejadodelatristezadeaquellamuchacha;nopodíavivirundíafelizensucasa,consumujersiemprefueraysuhijaencerradaenunsilencioglacial.

Nana, respecto a estos asuntos de familia, siempre daba muy buenosconsejos. Y como Muffat se abandonaba, la carne y el espíritu sosegados,reanudósuslamentaciones.

— ¿Y si la casases?—dijoNana, acordándose de la promesa que habíahecho.

Inmediatamente se atrevió a hablar de Daguenet. El conde, al oír estenombre,seindignó.Jamás,despuésdeloquelehabíacontado.

Ella fingió asombro, luego se echó a reír, y cogiéndole por el cuelloexclamó:

— ¡Oh, el celoso! ¿Es posible? Sé un poco razonable.Te había habladomuymaldemíyyoestabafuriosa…Peroahorameduelemucho.

Por encimadel hombrodeMuffat se encontraba con lamiradadeSatin.Inquietaentonces,lesoltóycontinuógravemente:

—Amigomío,esnecesarioesematrimonio;noquieroimpedirlafelicidaddetuhija.Esejovenestámuybienynoencontrarásotromejor.

Y se extendió en un elogio extraordinario de Daguenet. El conde habíavueltoacogerlelasmanos;nodecíaqueno,yavería, lohablarían…Luego,como hablase de acostarse, ella bajó la voz y dio sus razones. Imposible,estabaindispuesta;silaamabaunpoco,noinsistiría.

Noobstante,Muffatseobstinaba,negándoseairse,yellacedía,perootravezseencontróconlamiradadeSatin.Entoncesfueinflexible.No,nopodíaser.Elconde,muyconmovidoyconairemolesto,se levantóparabuscarsusombrero.Unavezenlapuerta,seacordódeladerezodezafiros,cuyoestuchenotóenelbolsillo;queríaesconderloenelfondodelacamaparaqueellaloencontraseentresuspiernas,alacostarseantesqueél;unasorpresadechicograndullónquemeditabadesdelacomida.Yensuangustia,ensuturbaciónalversedespedidodeaquellamanera,leentregóbruscamenteelestuche.

—¿Quéesesto?—preguntóella—.¡Anda,sonzafiros!Ah,sí,eladerezo.¡Quéamableeres!Dime,querido,¿creesqueeselmismo?Enelescaparatehacíamásefecto.

Ésefuetodosuagradecimiento,yledejóirse.ÉlacababadeveraSatin,sentadaensusilenciosaespera.Entoncescontemplóalasdosmujeres,yyanoinsistió; se sometió y salió. Y aún no había cerrado la puerta del vestíbulocuandoSatin,cogiendoaNanaporlacintura,empezóacantarybailar.

Luego,corriendoalaventana,exclamó:

—Averquécaraponeenlacalle.

Alasombradelascortinas,lasdosmujeresseapoyaronenlabarandilladehierroforjado.Dabalauna.LaavenidadeVilliers,desierta,sealargabaentreladoblefilademecherosdegas,hastaelfondodeaquellanochehúmedademarzo,quebarríanfuertesráfagasdevientoydelluvia.

Enlossolaressesucedíanloscharcos,brillandoelaguaentrelaneblina,ylasviviendasenconstrucciónerguíansusandamiajesbajoelcielonegro.NanaySatinrieroncomolocasalverlaespaldaredondadeMuffat,queseguíaalolargodelaaceramojada,conelreflejodesconsoladodesusombra,atravésdeaquellaplanicieglacialyvacíadelnuevoParís.

PeroNanaleimpusosilencioaSatin.

—Cuidado,losvigilantes.

Entoncesahogaronsusrisas,mirandoconunmiedosordoalotroladodelaavenidaadosfigurasnegrasquecaminabanconpasocadencioso.Nana,enmediodesulujo,enmediodesureinadodemujerobedecida,aúnconservabasuterrorporlapolicía;noqueríaoírhablardeella,nidelamuerte.

Sentía un agudomalestar cuando un agente levantaba la vista hacia susventanas.Nuncasepodíaestartranquilaconesasgentes.Podríantomarlaspordosprostitutassilasoíanreíraaquellashorasdelanoche.

SatinsehabíaapretadoaNana,enunligeroestremecimiento.Noobstante,siguieroninteresadasen laaproximacióndeuna linternaquedanzabaporenmediodeloscharcosdelacalzada.Eraunaviejatraperaquehuroneabaenelarroyo.Satinlareconoció.

—Toma—exclamó—,lareinaPomaréconsucapachodemimbre.

Ymientraselvientoy la lluvia lesazotaba lacara, relatóasuquerida lahistoria de la reina Pomaré. Una mujer soberbia en otros tiempos, queencandilabaatodoParísconsubelleza;aloshombreslostratabacomobestiasdomesticables y grandes personajes lloraban en su escalera. Ahora seemborrachaba,y lasmujeresdelbarrio,para reírseunpoco, lahacíanbeberajenjo, y en la calle los pilluelos la perseguían a pedradas. Una verdaderacalamidad,unareinacaídaenelfango.

Nanalaescuchabafríamente.

—Ahoraverás—dijoSatin.

Silbó como un hombre. La trapera, que estaba debajo de su ventana,levantó la cabeza y se la vio a la luz amarillenta de su linterna. Con aquelcapacho de andrajos, con su raído pañuelo, mostró una cara azulada y

arrugada,conelagujerodesdentadode labocay losojos inflamados.Nana,anteaquellaespantosavejezdeprostitutaahogadaenvino,tuvounrepentinorecuerdo:viopasarenelfondodelastinieblaslavisióndeCharmont,aquellaIrma d’Anglars, aquella antigua buscona colmada de años y de honores,subiendolaescalinatadesucastilloenmediodeunpuebloprosternado.

Entonces,comoSatinaúncontinuabasilbando,riéndosedelaancianaquenopodíaverla,murmuróconvozalterada:

—Acabaya.Vienenlosmunicipales.Entremospronto,gatitamía.

Los pasos cadenciosos se aproximaron nuevamente. Las dos amigascerraronlaventana.Nana,alvolverse,temblorosayconloscabellosmojados,permanecióuninstantesobrecogidaantesusalón,comosilohubieseolvidadoy entrase en un lugar desconocido.Sentía un aire tan tibio y tanperfumadoqueloaspirabacomounasorpresafeliz.

Las riquezasamontonadas, losmueblesantiguos, las telasde sedayoro,los marfiles y los bronces dormitaban en medio de la luz rosada de laslámparas,mientrasquedetodoelhotelsilenciosoascendíalaplenasensaciónde un gran lujo, la solemnidad de los salones de recepción, la amplitudconfortable del comedor, el recogimiento de la amplia escalera, con lablancura de las alfombras y de los asientos. Aquello era un alargamientobruscodesímisma,desusnecesidadesdedominioydegozo,desudeseodeposeerlotodoparadestruirlotodo.

Jamás había sentido tan profundamente la fuerza de su sexo. Paseó unalentamiradaydijoconacentodegravefilosofía:

—Muy bien. Ésa es una hermosa razón para aprovecharse cuando se esjoven.

Pero ya Satin, sobre las pieles de oso del dormitorio, se revolcaba y lallamaba.

—Venpronto;venenseguida.

Nanasedesvistióeneltocador.Parairmásrápida,sehabíacogidoconlasmanos suespesacabellera rubiay la sacudíaporencimade lapalanganadeplata, mientras una granizada de largas horquillas caía, sonando como uncarillónsobreelmetalclaro.

CapítuloXI

Aqueldomingo,conelborrascosocielodelosprimeroscaloresdelmesde

junio, se corría el Gran Premio de París en el Bosque de Bolonia. Por lamañanaelsolsehabíalevantadoenmediodeunapolvaredarojiza,perohacíalas once, en el momento en que los carruajes llegaban al hipódromo deLongchamp,unvientodel surhabíabarrido lasnubes, losvaporesgrises seiban en largos desgarrones mientras grandes huecos de un azul intenso sealargabandeunladoaotrodelhorizonte.

Ybajolosrayosdesolquecaíanatravésdedosnubes,todoseiluminababruscamente: el césped, invadido poco a poco por una fila de carruajes, decaballeros y de paseantes; la pista, todavía vacía, con la garita del juez; elpostedellegada,losmástilesdeloscuadrosindicadores,yenfrente,enmediodel recinto destinado a pesaje, las cinco tribunas simétricas extendiendo susgaleríasdeladrilloycarpintería.

Más allá, la vasta planicie se aplastaba, se ahogaba bajo la luz delmediodía,bordeadadearbolitosycerradaaloesteporlasarboladascolinasdeSaintCloudydeSuresnes,quedominabanelseveroperfildeMont-Valérien.

Nana,apasionadacomosielGranPremiofueseadecidirsufortuna,quisosituarse contra la barrera, al lado del poste de la meta. Había llegado muytemprano,unadelasprimeras,enunlandóguarnecidodeplatayenganchadoa la Daumont con cuatro caballos blancos, magníficos, regalo del condeMuffat.Cuandoaparecióenlaentradadelcésped,condospostillonestrotandosobreloscaballosdelaizquierda,ydoslacayosinmóvilesydepiedetrásdelcoche,seprodujounrevueloentrelamultitud,comosipasaseunareina.

Nana llevaba los colores de la caballeriza deVandeuvres, azul y blanco,conunatuendoextraordinario:elpequeñocorpiñoylatúnicadesedaazulseajustabanalcuerpo,levantadosdetrásdelosriñonesenunpolisónenorme,loque delineaba atrevidamente losmuslos en esos tiempos de sayas holgadas;luego, la falda de rasoblanco, lasmangas de rasoblancoy un chal de rasoblanco en bandolera, todo adornado con una blonda de plata que el solencendía. Con esto, y descaradamente, para parecerse más a un jockey, sehabía puesto una gorrita azul con una pluma blanca en el peinado, cuyosmechonesrubioslecaíansobrelaespalda,pareciendounacoladepelorojizo.

Eramediodía.LlevabamásdetreshorasdeesperaparalacarreradelGranPremio.Cuando el landó se quedó enfrente de la barrera,Nana se acomodócomosiestuvieseensucasa.

HabíatenidoelcaprichodellevarseaBijouyaLouiset.Elperrillo,echadosobre sus faldas, temblabade frío apesardel calor, y elniño, atiborradodecintasydeencajes, teníaunapobrecaritadecera,silenciosaypálidaalairelibre.

Entretanto,Nana,sinpreocuparsedelosvecinos,hablabaenvozaltacon

GeorgesyPhilippeHugon,sentadosdelantedeella,enlaotrabanqueta,entretal hacinamiento de ramilletes de rosas blancas y de miosotas azules, quedesaparecíanhastaloshombros.

—Entonces —decía ella—, como me aburría, le enseñé la puerta… Yllevabadosdíasmuymohíno.

HablabadeMuffat,sóloquenolesdecíaalosjóveneslaverdaderacausadeaquellaprimerapelea.Unanocheélencontróensuhabitaciónunsombrerodehombre,uncaprichonecio,untranseúnterecogidoporaburrimiento.

—Nopuedenimaginarselograciosoquees—proseguía,divirtiéndoseconlos detalles que daba—. En el fondo es un santurrón…No pasa noche sindecirsusoraciones.Alláél.Creequeyonoveonada,porquemeacuestoantesparanomolestarle,peroleespíoporelrabillodelojo;mascullasusrezosysesantigua,pasaporencimademíyseacuestadelladodelapared.

—Esundemonio—murmuróPhilippe—.¿Yesoesantesydespués?

Ellasoltóunacarcajada.

—Sí,esoes: antesydespués.Cuandomeduermo, leoigodenuevoquemasculla… Pero lo molesto es que no podemos discutir sin que saque acolaciónloscuras.Yosiemprehesidoreligiosa,ypormásqueosburléis,esonomeimpedirácreerenloquecreo…Sóloqueélesmuylatoso,gimeynohablamásquederemordimientos.Aunanteayer,despuésdenuestraagarrada,tuvounaverdaderacrisis,ynomequedétranquiladeltodo…

Seinterrumpióparadecir:

—Ahí llegan los Mignon. ¡Toma! si se han traído a los niños. Esospequeñossonunosmaleducados.

Los Mignon estaban en un landó de colores severos, un lujo sólido deburguesesenriquecidos.Rose,contrajedesedagris,adornadodevolantesydelazosrojos,sonreíadichosaconlaalegríadeHenriydeCharles,sentadosen la banqueta delantera, envueltos en sus túnicas demasiado anchas decolegiales.Perocuandoellandósecolocójuntoalabarrera,yelladescubrióaNanatriunfanteenmediodesusramilletes,consuscuatrocaballosysulibrea,semordióloslabios,ymuyrígidavolviólacabeza.

Mignon,porelcontrario,vivoelademánycon risueñamirada la saludóconlamano.Porprincipio,nointerveníanuncaenlasrencillasdemujeres.

—A propósito—repuso Nana—, ¿conocen a un viejecitomuy limpio ycon los dientes cariados? Un tal señor Venot… Ha venido a verme estamañana.

—¿ElseñorVenot?—exclamóGeorgesestupefacto—.Noesposible.Ése

esunjesuita.

—En seguida lo adiviné.Oh, no pueden imaginarse la conversación quetuvimos.¡Quégraciosa…!Mehablódelconde,desumatrimoniodesunido,ymesuplicóquedevolvieralafelicidadaesafamilia.Muyfino,esosí,ymuysonriente…Lehecontestadoqueesloquemásdeseo,ymehecomprometidoa devolver al conde a su mujer… No, no se trata de una broma. Estaríaencantadaviendoaesasgentesmuyfelices.Además,esomealiviaría,porquelaverdadesquehaydíasquemehastía.

Suaburrimientodelosúltimosmesesseleescapabaconaquelgritodesucorazón. Además, el conde parecía tener grandes apuros de dinero; estabapreocupado, pues el pagaré firmado a Labordette corría el riesgo de no serpagado.

—Precisamente lacondesaestáalláabajo—dijoGeorges,cuyasmiradasrecorríanlastribunas.

—¿Dónde?—preguntóNana—.¡Vayavistaquetieneestebebé…!Tenmisombrilla,Philippe.

Pero Georges, con un movimiento brusco, se adelantó a su hermanodeseandotenerlasombrilladesedaazulconfranjadeplata.Nanamiróaunoyotroextremoconsusgrandesgemelos.

—Sí,ya laveo—dijoalfin—.Enla tribunade laderecha,cercadeunacolumna,¿verdad?Llevaunvestidomalva,ysuhijavadeblanco,asulado…AhoraDaguenetseacercaasaludarlas.

EntoncesPhilippehablódelpróximomatrimoniodeDaguenetconaquellaperchadeEstelle.Eracosahecha,sehacíanlasamonestaciones.Lacondesaseoponíaalprincipio,peroelconde,decían,habíaimpuestosuvoluntad.Nanasonreía.

—Yasé,yasé—murmuróella—.MejorparaPaul.Esunbuenmuchachoyselomerece.

EntoncesseinclinóhacíaLouiset.

—¿Tediviertes,di…?¡Quécaratanseria!

El niño, sin una sonrisa, contemplaba a toda aquella gente con gestoenvejecido,comoabrumadoyentristecidoporloqueveía.Bijou,fueradelafaldadeNanaporquesemovíamucho,sefueatemblarjuntoalniño.

Mientras, el césped se llenaba. Llegaban continuamente coches por lapuerta de la Cascada, en una fila compacta, interminable. Eran grandesómnibus:laPaulinehabíasalidodelbulevardelosItalianoscargadaconsuscincuenta viajeros e iba a situarse a la derecha de las tribunas; luego las

victorias y los landós, de una corrección soberbia, mezclados con viejosfiacres arrastrados pormatalones, y los four-in-hand, tirados por sus cuatrocaballos,y losmail-coach,consusdueñosarriba,en lasbanquetas,mientrasen el interior los criados guardaban las cestas del champaña, y además, lostándemsligeros,finoscomopiezasderelojería,quedesfilabanentreunruidodecascabeles.

Un jinete pasaba de vez en cuando y una oleada de paseantes corría,azorada,atravésdeloscarruajes.Degolpesepercibíaelrodarlejanoporlasalamedasdelbosque,paraamortiguarseenunsordorumornoseoíamásqueelalborotodelamultitudcreciente,losgritosylasllamadas,yloschasquidosde los látigos zumbando al aire libre. Y cuando el sol, bajo las ráfagas deviento,reaparecíaalbordedeunanube,corríaunreguerodeoroqueencendíalosarneses,lostablerosbarnizadosylosropajes,mientrasenaquelpolvillodeclaridad, los cocheros, erguidos en sus asientos, parecían llamear con susuniformes.

Labordette se apeaba en aquel momento de una calesa en la que Gagá,ClarisseyBlanchedeSivrylehabíanreservadounsitio.

Cuando se apresuraba para atravesar la pista y entrar en el recinto delpesaje,NanahizoqueGeorges lo llamara.Luego,cuandollegóasu lado, lepreguntóriendo:

—¿Acuántoestoy?

Se refería a «Nana», su potranca, aquella «Nana» que se había dejadoganarvergonzosamenteelPremiodeDiana,yqueenabrilymayoúltimosnohizomásqueclasificarsecorriendoelPremiode losCarsy laGrandePouledesProduits,conquistadospor«Lusignan»,elotropotrodelacaballerizadeVandeuvres.De repente«Lusignan»habíapasado a ser el favorito; desde lavísperaselecotizabafácilmenteadoscontrauno.

—Siempreacincuenta—respondióLabordette.

—Caramba,puesnovalgomucho—replicóNana,aquiendivertíaaquellabroma—.Entonces,nojuego.Nihablar.Noapuestounluispormí.

Labordette teníaprisay se apartó,peroellavolvióa llamarle.Queríaunconsejo.Él,quese relacionabaconelmundillode lospreparadoresyde losjockeys, tendría informaciones particulares sobre las caballerizas. Veinte desuspronósticossehabíancumplido.Lellamabanelreydelostipsters.

—Dime,¿quécaballosdebocoger?—repetíaNana—.¿Acuántosestáelinglés?

—«Spirit» a tres… «Valerio II» a tres, igualmente… Luego todos losdemás: «Cosinus» a veinticinco, «Hasard» a cuarenta, «Boum» a treinta,

«Pichenette»atreintaycinco,«Frangipane»adiez…

—No,noapostaréporelinglés.Yosoypatriota…Talvez«ValerioII»…el duque de Corbreuse tenía el aire radiante hace un momento… Pero no.Despuésdetodo…Cincuentaluisespor«Lusignan».¿Quédicesaeso?

Labordette lamiraba conextrañeza.Ella se inclinóy lepreguntó envozbaja, porque sabía que Vandeuvres le encargaba apostar por él en losbookmakers, a fin de jugar con más probabilidades. Pero Labordette, sinexplicarse,ladecidióparaquesefiaradesuolfato;élcolocaríasuscincuentaluisestalcomoledecía,yseguroqueellanosearrepentirían.

—A los caballos que querías —exclamó ella riendo—, pero nada de«Nana»;esoesunpenco.

Esto produjo un acceso de risa en el coche. Los jóvenes encontrabangraciosa la frase; entretanto,Louiset, sin comprender, levantaba susmustiosojoshaciasumadre,cuyosgritoslesorprendían.

Labordetteaúnnopudozafarse.RoseMignonlehabíahechounaseña,yle daba sus órdenesmientras él escribía en un cuadernito. Luego le tocó elturnoaClarisseyaGagá,quelellamaronparacambiarsusapuestas;habíanoído palabras entre lamultitud y ya no querían a «Valerio II» y preferían a«Lusignan»; él, impasible, escribía. Al fin pudo escaparse; se le viodesaparecerporelotroladodelapista,entredostribunas.

Seguían llegando coches. Ahora se colocaban en una quinta fila,extendiéndose a lo largo de la empalizada en un absurdo amontonamiento,alteradoelcoloraquíyalláporalgunoscaballosblancos.Másallá,seveíanrecuasdecoches,aislados,comoencalladosenlahierba,yunamescolanzaderuedasyde troncos en todos los sentidos, uno al ladodel otro, al sesgo, detravés,defrente…Yenlaszonasdecéspedquequedabanlibres,trotabanlosjinetes, y los caminantes formaban grupos oscuros, continuamente enmovimiento.

Porencimadeestecampodeferia,entrelaabigarradamuchedumbre,lospuestos de bebidas alzaban sus tiendas de tela gris, que los rayos de solblanqueaban.Perolaaglomeración,elhacinamientodegentes,losremolinosde sombreros estaban en tomo a los bookmakers, quienes, de pie en suscarruajesdescubiertos,gesticulabancomodentistasacercadesuscotizaciones,pegadasenlosaltostableros.

—Es una tontería no saber por qué caballo se apuesta—decía Nana—.Tengoqueexponeralgúnluisyomisma.

Sehabíapuestoenpieparaescogerunbookmakerdesimpáticafigura.Noobstante, en seguida se olvidó de su capricho, al descubrir una cantidad de

conocidos.Además deMignon, deGagá, deClarisse y deBlanche, estabanallí, a derecha e izquierda, en medio de la masa de carruajes que ahoraaprisionaba su landó, Tatan Néné y María Blond en una victoria; CarolineHéquet con su madre y dos señores en una calesa; Louise Violaine sola,llevando ella misma una cesta engalanada con cintas de los colores de lacaballerizaMéchain, naranja y verde; Léa deHom en una banqueta alta demail-coach, dondeungrupode jóvenes alborotaba ruidosamente.Más lejos,enunochomuellesdeaparienciaaristocrática,LucyStewart,conuntrajedesedanegramuysencillo,ostentabaairesdedistinciónalladodeunjovenaltoquellevabaeluniformedelosaspirantesdeMarina.Sinembargo,loquemásasombróaNana fuever la llegadadeSimonne, enun tándemqueconducíaSteiner,conun lacayodetrás, inmóvilycon losbrazoscruzados;ellaestabadeslumbrante, todaen rasoblanco listadodeamarillo,cubiertadediamantesdesde la cintura hasta el sombrero, mientras que el banquero manejaba unlátigoinmenso,lanzandolosdoscaballosenganchadosenflecha;elprimero,un pequeño alazán dorado, con trote de ratón, y el segundo, un gran bayomoreno,unstepperquetrotabalevantandolasmanos.

—¡Vaya!—exclamóNana—.EseladróndeSteineracabadelimpiarunavezmás laBolsa…Simonne está tan elegante…Es demasiado; se la van aquitar.

Cambióunsaludoconalguienqueestabalejos.Agitabalamano,sonreía,se volvía, no olvidaba a nadie, para que la vieran todos. Y continuabacharlando:

—PeroelquevaconLucyessuhijo.Quéapuestoconsuuniforme…Miraporqué seda tanto tono.Sabenque le tienemiedoyque sehacepasarporactriz…Pobremuchacho;nisiquieraparecesospecharlo.

—Bah…—murmuróPhilipperiendo—.Cuandoaellase leantoje,ya leencontraráunaherederaenprovincias.

Nanacalló.Acababadedescubrir,enlomásintrincadodeloscarruajes,ala Tricon. En un fiacre, desde el que no veía nada, la Tricon había subidotranquilamentesobreelbanquillodelcochero.

Y desde allí arriba, con su noble rostro encuadrado en largos rizos,dominabaalamultitudyparecíareinarsobreunpueblodemujeres.Todaslesonrierondiscretamente.Ella,superior,afectabanoconocerlas.Noestabaallípara trabajar, sino que seguía las carreras por placer, y porque era unaempedernidajugadoraqueseapasionabaporloscaballos.

—Vaya,ahíestáelidiotadeHéctordelaFaloise—exclamóGeorges.

Su presencia extrañó. Nana ya no reconocía a Héctor. Desde que habíaheredado, se había vuelto de una elegancia extraordinaria. El cuello de la

camisadoblado,vestidoconuna teladeuncolor suavequesepegabaa susdelgados hombros, peinados con ricitos, afectaba unamarcada indolencia, ycon una voz blanda, con palabras del caló y frases que no semolestaba enconcluir.

—¡Puesestámuybien!—declaróNana,seducida.

Gagá y Clarisse habían llamado a Héctor de la Faloise, echándose a sucuelloconánimoderecuperarle.Lasabandonóenseguida,alejándoseconunbalanceo burlón y desdeñoso. Nana le atraía, se fue hacia ella y subió alestribodelcarruaje,ycomoellalebromeaseacercadeGagá,élmurmuró:

— ¡Ah, no! La vieja se acabó. Ni recordármela. Además, ya sabe queahoraesustedmiJulieta…

Sehabíapuestounamanosobresucorazón.Nanasereíamuchoanteestadeclaracióntaninesperadayalairelibre.Peroreplicó:

—Ahoranosetratadeeso.Mehaceolvidarmedemisapuestas.Georges,¿vesaaquelbookmakerdealláabajo,elgorditorojodecabelloencrespado?Tieneunacaradegranujaquemegusta…Irásacogerleunaapuesta…¿Sobrecuálpuedeapostarse?

—Yo, nada de patriota. No, no —tartamudeó Héctor—. Todo sobre elinglés.Ahíestáelseñorito.ElChaillotparalosfranceses.

Nanaseescandalizó.Entoncessediscutióelméritodeloscaballos.Héctor,parafingirqueestabaalcorriente,lostratabaatodosdejamelgos.

«Frangipane»,delbaróndeVerdier,sustituíaa«TheTruth»,unmagníficobayoquehabría tenidoprobabilidadesdeganarsinolohubieranagotadoenlosentrenamientos.Encuantoa«ValerioII»de lacuadraCorbreuse,aúnnoestabapreparado,yhabíatenidoretortijonesenabril.Estoseocultaba,perolosabía seguro. Y acabó por aconsejar «Hasard», un caballo de la cuadraMéchain, el más defectuoso de todos y al que nadie quería. Sin embargo,«Hasard» estaba en una forma soberbia y tenía nervio. Éste sí que sería unanimalquesorprenderíaatodoelmundo.

—No—dijoNana—.Pondrédiezluisesa«Lusignan»ycincoa«Boum».

HéctordelaFaloiseestalló:

—Pero,querida,ese«Boum»esinfecto.Nojuegueeso.ElmismoGascnoapuestaasucaballo…Ysu«Lusignan»,nunca.Esosonbromas.PorLambyPrincess,tampoco,nunca.Demasiadocortosderemos.

Sesofocaba.Philippeleindicóque«Lusignan»habíaganadoelPremiodelosCarsylaGrandePouledesProduits,peroelotroinsistió.¿Quédemostrabaeso? Nada absolutamente. Por el contrario, debía desconfiarse. Y, además,

estabaGresham,quemontabaa«Lusignan»;queledejasenenpaz.

Greshamteníamuymalasombraynuncallegaba.

Deunextremoaotrodelcésped,ladiscusión,cadavezmásviva,dellandóde Nana, parecía extenderse. Surgían voces chillonas, gruñía la pasión deljuego,encendiendo los rostrosyviolentando losademanes,mientrasque losbookmakers, encaramados en sus coches, gritaban las cotizaciones yregistraban cifras, enardecidos. Allí no había más que la morralla de losapostadores;lasapuestasfuertessehacíanenelrecintodepesaje;aquelloeraunfrenesídepequeñosbolsillosarriesgandomíserosahorros,conlaesperanzade un posible luis. En resumen, la gran batalla se libraba entre «Spirit» y«Lusignan».Variosinglesesconocidossepaseabanentrelosgruposcomoporsu casa, el rostro encendido y ya triunfante. «Bramah», un caballo de lordReading,yahabíaganadoelPremioelañoanterior,unaderrotaqueaúnhacíasangrarloscorazonesfranceses.Esteañoseríaundesastre,siFranciaquedabanuevamente vencida. Así pues, todas aquellas mujeres se apasionaban pororgullonacional.LacuadradeVandeuvressehabíaconvertidoenelbaluartedesuhonra;seapostabaa«Lusignan»,seledefendíayseleaclamaba.

Gagá,Blanche,Carolineyotrasapostabanpor«Lusignan».LucyStewartse abstenía por causa de su hijo, pero corría el rumor de queRoseMignonhabíaencargadoaLabordettequeapostasedoscientos luises.Sólo laTricon,sentadaalladodesucochero,esperabahastaelúltimominuto,fríaenmediodelasdiscusiones,siguiendoelmurmullocrecientedelquesalíanlosnombresde los caballos, las frases vivas de los Parisienses y las exclamacionesguturalesdelosingleses;escuchabaytomabanotascongestomajestuoso.

—¿Y«Nana»?—dijoGeorges—.¿Nadieapuestaporella?

Enefecto,nadieapostaba;nisiquierasehablabadeella.Eloutsiderdelacuadra Vendeuvres desaparecía ante la popularidad de «Lusignan». PeroHéctordelaFaloiselevantóelbrazoydijo:

—Tengounainspiración…Apuestounluispor«Nana».

—Bravo;yopongodos—dijoGeorges.

—Yyotresluises—añadióPhilippe.

Y pujaron, haciendo su corte complacidos, lanzando cifras, como si sedisputaranaNanaenunasubasta.Héctorhablabadecubrirladeoro.Además,todoelmundodebíaapostarporella;iríanarecogerapuestas.Perocuandolostresjóvenessemarchabanparahacerpropaganda,Nanalesgritó:

—Yasaben,noapuestopormí.Pornadadelmundo.Georges,diezluisesa«Lusignan»ycincoa«ValerioII».

Mientras, ellos se habían lanzado. Regocijada, los veía colarse entre las

ruedas,meterse por debajo de las cabezas de los caballos y recorrer todo elcésped.Encuantoreconocíanaalguienenuncarruaje,corríanaél,pujandopor Nana. Y se oían grandes carcajadas circulando por entre la multitudcuandoellos,aveces,sevolvíanconcaradetriunfadoreseindicabannúmeroscon losdedos,mientras la joven, enpie, agitaba su sombrilla.Sin embargo,hacían un trabajo bastante pobre. Algunos hombres se dejaban convencer,Steiner, por ejemplo, a quien la vista deNana conmovía, apostó tres luises,perolasmujeressenegabanenredondo.«Gracias»;eraperderconseguridad.Además,noteníanprisaencontribuiraléxitodeunacochinaquelasaplastabaatodasconsuscuatrocaballosblancos,suslacayosysusairesdecomerseelmundo. Gagá y Clarisse, muy indignadas, le preguntaron a Héctor si seburlaba de ellas. Y en cuanto a Georges, atrevidamente se presentó ante ellandódelosMignon,yRosevolviólacabezasinresponder.¡Valientebasurateníaqueserparadarsunombreauncaballo!Mignon,porelcontrario,siguióaljovenconairedivertidoydecíaquelasmujeressiempretraensuerte.

—¿Yqué?—preguntóNana cuando los jóvenes volvieron de una largavisitaalosbookmakers.

—Estáustedacuarenta—dijoHéctor.

—¿Cómoacuarenta?—exclamóellaestupefacta—.Estabaacincuenta…¿Quéhaocurrido?

PrecisamenteLabordettehabíareaparecido.Secerrabalapistayelsonidodeunacampanaanunciaba laprimeracarrera.Ella lepreguntóacercade tanbrusca alza en la cotización, pero él respondió evasivamente; sin duda sehabían producido solicitudes. Nana tuvo que conformarse con aquellaexplicación. Además, Labordette, con gesto preocupado, le dijo queVandeuvresseacercaríaunmomentosipodíaescaparse.

La carrera concluía, como inadvertida ante la espera del Gran Premio,cuandounanubeseabriósobreelhipódromo.Hacíaunmomentoqueelsolhabíadesaparecidoyunaclaridad lívidaensombrecíaa lamuchedumbre.Selevantóelvientoysiguióunimprevistodiluvio,comountelóndeagua.Hubounminutodeconfusión,degritos,deburlasyreniegosenmediodelsálvesequienpueda,delospeatonescorriendopararefugiarsebajolos toldosdelostenderetes.Lasmujeres trataban de guarecerse en sus carruajes, sosteniendoconambasmanoslassombrillas,mientrasqueloslacayosechabanlascapotas.Pero el chaparrón cesó en seguida y el sol resplandeció entre el polvillo delluviaqueaúnvolaba.Undesgarrónazulseabriódetrásdelanube,arrastradaporencimadelbosque.Yaquellofuecomounregocijodelcielo,levantandolas risasde lasmujeres, ya tranquilizadas,mientras el discodeoro, entre elresoplido de los caballos, la desbandada y la agitación de aquella multitudempapadaquesesacudía,iluminabaelcéspedsalpicadodegotasdecristal.

— ¡Oh, mi pobre Louiset!—exclamó Nana—. ¿Te has mojado mucho,querido?

El pequeño, sin hablar, se dejó secar las manos. Nana había cogido supañuelo.EnseguidasacudióaBijou,queaúntemblabamás.Aquellonoseríanada;sólounasmanchassobreelrasoblancodesuatuendo,peroleteníasincuidado.Losramos,refrescados, teníanunbrillodenieve,yellaaspiróuno,jubilosa,mojandosuslabioscomoenelrocío.

Elchaparrónhabíaabarrotadoenuninstantelastribunas.Nanamirabaconsus gemelos. A aquella distancia sólo se distinguía una masa compacta yabigarrada, que se hacinaba en los graderíos, un fondo oscuro que sólo lasmanchaspálidasdelosrostrosiluminaban.

El sol, deslizándose por los quicios de la techumbre, deslumbraba a lamultitudsentadaenelángulodelaluz,dondelostrajesparecíandesteñidos.PeroNanasedivertíamásconlasdamas,aquieneselaguacerohabíasacadodesushilerasdesillas,colocadasenlaarena,alpiedelastribunas.

Comolaentradaenelrecintodepesajeestabaabsolutamenteprohibidaalas prostitutas, Nana hacía observaciones llenas de acritud acerca de todasaquellasseñorasdecentes,aquienesencontrabahechasunaspayasasconsusgraciosascabezas.

Circulóunrumor.Laemperatrizentrabaenlapequeñatribunacentral,unpabellónenformadechalet,cuyoampliobalcónestabaadornadoconsillonesrojos.

— ¡Pero si es él! —exclamó Georges—. No le creía de servicio estasemana.

—Esverdad.¡Charles!—gritóella.

La figura tiesa y solemne del condeMuffat había aparecido detrás de laemperatriz. Entonces los jóvenes bromearon lamentando que Satin noestuvieseallíparairadarleunosgolpecitosenelvientre.

Pero Nana vio al extremo de sus gemelos la cabeza del príncipe deEscocia, en la tribuna imperial. Lo encontraba más grueso. En dieciochomeses había engordado. Y empezó a dar detalles. ¡Oh! un mocetónvigorosamenteconstituido.

En torno suyo, en los coches de aquellas mujeres, se rumoreaba que elconde la había abandonado. Era toda una historia. Las Tullerías seescandalizaban de la conducta del chambelán desde que él la exhibía.Entonces,paraconservarsupuesto,acababadedejarla.

HéctordelaFaloisellevóestanoticiaaNana,ofreciéndosenuevamenteyllamándola«suJulieta».Peroellasehartódereírydijo:

—Esoesuna imbecilidad.Ustedno leconoce;no tengomásquedecirletustus,yloabandonatodo.

HacíauninstantequeobservabaalacondesaSabineyaEstelle.Daguenetaún seguía con ellas. Fauchery llegaba y molestaba a todo el mundo parasaludarlas,ytambiénsequedóallíconairesonriente.Entoncesellacontinuó,señalandolastribunasconungestodesdeñoso:

—Además,yasabequeesasgentesnomeimpresionanlomásmínimo.

Losconozcodemasiado.Hayqueverlosaldesnudo.Nadaderespeto.Seacabó el respeto. Porquería por abajo, porquería por arriba, siempre esporqueríaycompañía…Aquítieneporquénoquieroquemefastidien.

Ysugestoseextendía,señalandodesdelospalafrenerosquellevabanloscaballosalapista,hastalasoberana,quehablabaconCharles,unpríncipe,sí,perotambiénuncochino.

—¡Bravo,Nana!¡Muyelegante,Nana!—aprobóHéctorentusiasmado.

Elavisodelascampanasseperdíaenelvientoylascarrerascontinuaban.AcababadecorrerseelPremiodeIspahan,que«Berlingot»,uncaballodelacuadraMéchain,habíaganado.

NanavolvióallamaraLabordetteparapedirlenoticiasdesuscienluises;élseechóareír,ysenegóadecirlesuscaballos,paranoespantar lasuerte,dijo.Sudineroestababiensituadoyprontolovería.Comoella leconfesasesusapuestas,diezluisesa«Lusignan»ycincoa«ValerioII»,élseencogiódehombros,comosidijesequelasmujeressólohacíantonterías.

Nanasequedóasombrada,sincomprenderle.

Enaquelmomentoelcéspedseanimabamás.Sepreparabanmeriendasalairelibre,enesperadelGranPremio.Secomíaysebebíamuchomástodavía,portodaspartes:sobrelahierba,enlasbanquetasaltasdelosfour-in-hand,delos mail-coach, de las victorias, de los cupés y de los landós. Era unaexposiciónde fiambres,unaprofusióndecestosconchampaña,quesacabande los cajones los lacayos. Los tapones saltaban con débiles detonaciones,llevándoseloselviento;seprolongabanlasbromas,losruidosdevasosrotosponíannotasextrañasenaquellanerviosaalgazara.

GagáyClarissehacíanconBlancheunacomidaenserio;bocadillossobreunmantelextendido,conelcualsetapabanlasrodillas.LouiseViolaine,quehabíabajadodelpescante,sereunióconCarolineHéquet,yasuspies,enelcésped, los señores instalaron una cantina, a la que acudían a beber Tatan,María,Simonneylasdemás,mientrascercadeallísevaciabanbotellassobreelmail-coachdeLéadeHom,emborrachándoseungrupoalsol,conbravatasyposturasysinimportarleslagente.

Peroenseguidaempezaronaamontonarse,sobretododelantedellandódeNana.Depie, ella sepusoaescanciarvasosdechampañapara loshombresquelasaludaban.Unodesuslacayos,Francois,lepasabalasbotellasmientrasHéctordelaFaloise,tratandoderemedarunavozcanalla,lanzabasupregón:

—¡Acérquense,señores!Nocuestanada…Hayparatodoelmundo.

—Cállese ya, querido —acabó por decirle Nana—. Parecemos unostitiriteros.

Sinembargo,encontrabamuygraciosalasituación,ysedivertíamucho.

Estuvo tentada de enviar, por Georges, un vaso de champaña a RoseMignon, que fingía no beber. Henri y Charles se aburrían a reventar, lospequeños lo hubieran querido, y Georges se bebió el vaso temiendo unadiscusión.

Entonces Nana se acordó de Louiset, al que había olvidado teniéndolodetrás.Talvez tuviese sed,y lehizobeberun sorbodevino, loque lehizotoserhorriblemente.

— ¡Acérquense, acérquense, aproxímense, señores! —repetía Héctor—.Nocuestanada;nocobramos…¡Loregalamos!

Nanaleinterrumpióconunaexclamación:

—Bordenaveestáalláabajo…¡Llámelo!Oh,seloruego.Corra.

Enefecto,eraBordenave,quesepaseabacon lasmanosa laespalda,unsombrero que el sol enrojecía y una levita grasienta, blanqueando en lascosturas;unBordenavedeslustradoporlaquiebra,peroaúnaltivo,exhibiendosu miseria entre la gente elegante, con su descaro de hombre siempredispuestoadesafiaralafortuna.

—¡Caramba,quéelegancia!—exclamócuandoNana le tendió lamano,enungestoamigo.

Bordenave, después de beber un vaso de champaña, soltó esta frase deprofundopesar:

—¡Ah,siyofuesemujer…!¿Peroquémásda?¿Quieresvolveralteatro?

—Tengounaidea:alquilola«Gaité»ynostragamosParísentrelosdos…Túmedebeseso.

Y se quedó gruñendo, dichoso, no obstante, por volver a verla, porqueaquellacondenadaNana,decía,lederramababálsamoenelcorazónsóloconponersedelante.Eracomosuhija,desupropiasangre.

El círculo eramayor a cada instante. AhoraHéctor servía, y Philippe yGeorges reclutaban amigos. Poco a poco no quedaba un hueco libre en el

césped.Nanadirigíaacadaunodelosqueseleacercabanunasonrisayunafraseagradable.Losgruposdebebedoresseaproximaban,yprontonohubomásqueunespesordegenteyunvivoalborozoen tornoa su landó,y ellareinaba,entrelosvasosqueseletendían,consuscabellosrubiosagitadosporelvientoysurostrodenievebañadoporelsol.

En la cumbre, entonces, para hacer rabiar más a las otras mujeres queestabanrabiosasconsutriunfo,levantósucopallena,ensuantiguaposturadeVenusvictoriosa.Peroalguienlatocópordetrás,yellasequedósorprendida,alvolverseyveraMignonenlabanqueta.

Nanadesaparecióuninstanteysesentóasuladoaldecirlequeteníaquecomunicarleunacosagrave.MignondecíaportodaspartesquesumujerhacíaelridículomostrándoseresentidaconNana;leparecíaestúpidoeinútil.

—Escúchame,querida—murmuróél—.Desconfía,ynoirritesdemasiadoaRose…Comprende;prefieroprevenirte…Sí,ellatieneunarma,ycomonotehaperdonadoelasuntodelaDuquesita…

—¿Unarma?—exclamóNana—.Meimportaunbledo.

—Escucha, Nana; es una carta que ha encontrado en el bolsillo deFauchery;unacartadirigidaaesetraidordeFaucheryyescritaporlacondesadeMauffat.Ydiablos,queahíestátodoclaro,conpelosyseñales…Entonces,Rosequiereenviarlacartaalcondeconelfindevengarsedeélydeti.

—Que te digo que me importa un bledo —repitió Nana—. Pues tienegracia la cosa…Y todo eso conFauchery.Tantomejor simeprovoca.Nosreiremos.

—Pues no, yo no lo quiero —repuso con viveza Mignon—. ¡Bonitoescándalo!además,noganamosnadacontodoesto.

Se detuvo, temiendo hablar demasiado. Nana replicó que, con todaseguridad, no sería ella quien fuese a perjudicar a unamujer honrada. Perocomoélinsistía,lemiróconfijeza.SindudateníamiedodequeFaucherysemetieseotravezen suhogar si rompíacon lacondesa,queera loqueRosedeseaba, almismo tiempo que se vengaba, porque estaba encariñada con elperiodista.

Nanasequedópensativa;recordabalavisitadelseñorVenot,yacariciabaunplanmientrasMignontratabadeconvencerla.

—Pongamos que Rose envía la carta, ¿no es cierto? Entonces hay unescándalo. Todo sale a relucir, se dice que tú eres la causa de todo… Demomento,elcondeseseparadesuesposa…

—¿Yesoporqué?—dijoella—.Alcontrario…

Nanaseinterrumpió.Noteníanecesidaddepensarenvozalta.PorúltimofingióqueaceptabalospuntosdevistadeMignon,paradesembarazarsedeél,ycomoél leaconsejaseunactodesumisiónhacíaRose…porejemplo,unavisita en el campo de carreras, ante todo elmundo,Nana respondió que yavería,quelopensaría.

Un tumulto la hizo ponerse nuevamente en pie. En la pista llegaban loscaballoscomounvendaval.EraelPremiodelaciudaddeParís,queganaba«Comemuse».AhoraibaacorrerseelGranPremio;lafiebreaumentaba,unaansiedadazotabaalamuchedumbre,quepateabaysemovíaenunanecesidaddeapresurarlosminutos.

En el último instante una sorpresa conmovió a los apostadores: el alzacontinuadelacotizaciónde«Nana»,eloutsiderdelacuadradeVandeuvres.Losseñoresvolvíanacadainstanteconnuevascotizaciones:«Nana»estabaatreinta,«Nana»estabaaveinticinco, luegoaveinte,despuésaquince.Nadiecomprendía aquello. Una potranca batida en todos los hipódromos, unapotranca que aquella mañana ningún apostador quería a cincuenta. ¿Quésignificaba aquel brusco cambio?Unos se burlaban, hablandodeunabonitalimpieza a los necios que se dejaban atrapar por aquella farsa. Otros, másserios, inquietos, olfateaban bajo aquello algo turbio.Había alguna treta. Sehacíaalusiónahistorias,arobostoleradosenloscamposdecarreras,peroestavezelprestigiodeVandeuvresparalizabalasacusaciones,ylosescépticosloarrastrabanprediciendoque«Nana»llegaríalaúltima.

—¿Quiénmontaa«Nana»?—preguntóHéctor.

Precisamente la verdadera Nana reaparecía. Entonces aquellos señoresdierona lapreguntaun sentido sucioyestallaronenexageradas risas.Nanasaludaba.

—EsPrice—respondióella.

Y la discusión volvió a empezar. Price era una celebridad inglesa,desconocidoenFrancia.¿PorquéVandeuvreshabíahechoveniraqueljockeycuando era Gresham quien siempre montaba a «Nana»? Por otra parte, seasombrabanalverqueconfiaba«Lusignan»aaquelGreshamquenollegabanunca,segúnHéctordelaFaloise.

Perotodasestasobservacionesseahogabanentrelasbromas,losmentísyelalborotodetantasopinionescontradictorias.

Se dedicaron a vaciar más botellas de champaña para matar el tiempo.Después se oyeron voces que se acercaban y los grupos se apartaron. EraVandeuvres.Nanarugióqueestabaenojada.

—Síqueesustedamablellegandoaestashoras…Yyoquedeseabaverel

recintodepesaje.

—Pues venga —dijo él—, que aún hay tiempo. Dará una vuelta.Precisamentetengounaentradadeseñora.

Yselallevódelbrazo,satisfechaellaantelasmiradasdeenvidiaconqueLucy,Caroline y las demás la seguían.Detrás de ella seguían los hermanosHugon y Héctor en el landó, y continuaban haciendo los honores a suchampaña.Ellalesgritóquevolveríaenseguida.

PeroVandeuvres,habiendovistoaLabordette, le llamó,ycambióconélunasbrevespalabras.

—¿Loharecogidotodo?

—Sí.

—¿Cuánto?

—Milquinientosluises,entreunosyotros.

Viendo que Nana trataba de oírles, se callaron. A Vandeuvres, muynervioso,parecíaque le llameaban losojos, comocuandoalgunasnochesélmismoseestremecíadiciéndosequeincendiaríasucuadraconloscaballosyéldentro.Alatravesarlapista,ellabajólavozyletuteó.

—Dime,explícate…¿Porquélacotizacióndetupotrancasubetanto?Esotienealagentemuyintrigada.

Vandeuvresseestremeció,ymurmuró:

—Sí,lodesiempre…Apuestanaltuntún.Cuandotengounfavorito,todosseechanencimaynodejannadaparamí.Ycuandounoutsideressolicitado,maldicenygritancomosilosdegollasen.

—Perotúdebisteprevenirme;heapostado—repusoella—.¿Hayalgunasprobabilidades?

Unacólerarepentinalearrebatósinmotivo.

— ¡Oh, déjame en paz! Todos los caballos tienen probabilidades. Lacotización subeporquehay tomador. ¿Quién?No lo sé…Prefierodejarte sihasdefastidiarmeconesaspreguntasidiotas.

Estetononoentrabaniensutemperamentoniensuscostumbres.

Ella se quedómás asombrada que ofendida.Él, por otra parte, se quedóavergonzado,ycomoellalerogóconsequedadquefuesecortés,élseexcusó.

Desde hacía algún tiempo tenía esos bruscos cambios de humor. En elParísgalanteymundanonadieignorabaqueesedíasejugabasuúltimacarta.

Sisuscaballosnoganaban,haríanperdercantidadesbastanteimportantesapostadasa favordeellos,yocurriríanundesastre,undesmoronamiento; elandamiaje de su crédito, que aparentemente era sólido, estaba minado pordebajo, roído por el desorden y las deudas, y se hundirían en una ruinaespantosa.

YNana,loquetampocoignorabanadie,eraladevoradoradehombresquehabían acabado como él, llegando la última a aquella fortuna que setambaleaba, quemando lo quequedaba.Se contaban caprichos locos, deoroarrojado al viento, de una excursión a Baden, donde ella le dejó sin quepudiesenipagarelhotel;deunpuñadodediamantesarrojadosaunbrasero,enunanochedeborrachera,paraversiardíancomoelcarbón.Pocoapoco,consuincitantecuerpo,consusrisascanallasdearrabalera,sehabíaimpuestoaaquelvástago,tanempobrecidoytanfino,deunaantiguaraza.

Enaquellosmomentosél loarriesgaba todo, tandominadoporsupasiónpor lo estúpido y lo sucio, que había perdido hasta la fuerza de suescepticismo.Ochodíasantes,ellasehabíahechoprometeruncastilloenlacosta normanda, entre LeHavre y Trouville, y él ponía su último honor encumplir su palabra.Con la particularidad de que ella le irritaba, y la habríagolpeadodetanimbécilquelaencontraba.

Elguardiánleshabíadejadoentrarenelrecintodelpesaje,noatreviéndosea prohibir el paso a una mujer que iba del brazo del conde. Nana, muyenvanecida por poner el pie en aquel terreno prohibido, se estudiaba ycaminaba con lentitud ante las señoras sentadas al pie de las tribunas.Repartidoentrelasdiezfilasdesillashabíaunespesordelujososvestidosquemezclaban sus colores vivos con la alegría del aire libre; las sillas seseparaban,seformabancorrosfamiliaresalazardelosencuentros,comobajoel arbolado de un jardín público, con los pequeños sueltos, corriendo de ungrupo a otro, y, más altas, las tribunas exhibían sus graderíos abarrotados,dondelastelasclarassefundíanenlasombrafinadelmaderamen.

Nanamirabaabiertamentealasseñoras,comomiróconfijezaalacondesaSabine. Luego, cuando pasaba por delante de la tribuna imperial, el ver aMuffatdepiejuntoalaemperatriz,consutiesuraoficial,leregocijó.

—¡Oh,quéaspectotanestúpido!—ledijoenvozaltaaVandeuvres.

Lo quería ver todo. Aquel rincón del parque, con sus céspedes y susmacizosdeárboles,no lepareció tanalegre.Unheladerohabía instaladounpuesto cerca de las verjas. Bajo un toldo rústico y cubierto de paja, unosgruposgritabanygesticulaban;eraelsitiodelasapuestas.

Al lado se veían las cuadras vacías, y desilusionada, Nana no vio otrocaballoqueeldeungendarme.

Luego seguía una pista de cien metros de circuito, donde un mozo decuadrapaseabaa«ValerioII»enmantado.

Ymuchoshombresenlagravadelasalamedas,conlamanchanaranjadesucontraseñaenelojal,yunpaseocontinuodegentesporlasgaleríasabiertasdelastribunas,loqueaNanasóloleinteresóunminuto,porquerealmentenovalíalapenaatormentarsesileprohibíanentrarallí.

DaguenetyFauchery,quepasaban,lasaludaron.Ellaleshizounaseñaytuvieronqueacercársele.Lescriticóelrecintodepesaje;luegoseinterrumpió:

—Vaya,elmarquésdeChouard;cómohaenvejecido.Seestáacabandoeseviejo.¿Continúaigualderabioso?

EntoncesDaguenetcontóelúltimogolpedelviejo,unahazañadedosdíasantesqueaúnnosabíanadie.Despuésdeacosarladurantemeses,acababadecompraraGagáasuhijaAmélie,portreintamilfrancos,decían.

—Espropiodeellos—exclamóNanaindignada—.¡Tenerhijasparaeso!Peroahoraveo…aquélladebedeserLili;ahíabajo,enelcésped,enuncupéconunaseñora.Tambiénconozcoesacara.Elviejolahabrásacado.

Vandeuvres no escuchaba, impaciente y deseoso de desembarazarse deella. Pero como Fauchery le dijo al marcharse que si no había visto losbookmakersnohabíavistonada,elcondetuvoqueacompañarla,apesardesuvisiblerepugnancia.

Nanasepusomuycontenta;enefecto,aquelloeracurioso.Unarotondaseabríaentrecéspedesbordeadosdecastañosnuevos,yallí,formandounampliocirculobajoelverderamaje,losbookmakers,enlíneacompacta,esperabanalosapostadores,comoenunaferia.

Para dominar a la multitud, estaban subidos sobre bancos de madera, yexhibíansuscotizacionescercadeellos,entre losárboles,mientras recogíanlas apuestas con un gesto, con un guiño de ojos, tan rápidamente que loscuriosos,boquiabiertos,loscontemplabansincomprenderlos.Aquelloeraunaalgarabía de cifras gritadas, de tumultos acogiendo los cambios decotizaciones inesperados. Y por momentos aumentaban el vocerío, losavisadores salían corriendo, sedetenían a la entradade la rotonda, lanzabanviolentamente un grito, una partida, una llegada, que suscitaban apasionadorumoresenaquellafiebredeljuegoabiertoalsol.

—¡Síquesongraciosos!—murmuróNanamuydivertida—.Tienenunacara espantosa.Mira aquel de allá…No quisiera encontrarle a solas en unbosque.

Pero Vandeuvres les señaló un bookmaker, un dependiente de comercioquehabíaganado tresmillonesendosaños.Flaco,desecadoy rubio,estaba

rodeado de respeto; se le hablaba sonriendo y la gente se estacionaba paraverle.

Al fin abandonaron la rotonda y Vandeuvres se dirigió con un ligeromovimientodecabezaaotrobookmaker,quiensepermitióllamarlo.Eraunodesusantiguoscocheros,corpulento,conhombrosdebueyycaraencendida.

Ahoraqueintentabafortunaenlascarrerasconfondosdeorigendudoso,elcondetratabadeempujarle,encargándolesusapuestassecretasytratándolesiemprecomouncriadoanteelquenadaseoculta.

Apesardeesaprotección,aquelhombrehabíaperdido,golpe trasgolpe,sumasmuygrandes,ytambiénaqueldíasejugabasucartasuprema,losojosinyectadosensangre,reventandodeapoplejía.

—¿Qué,Maréchal?—preguntóenvozbajaVandeuvres—.¿Hastacuántohadado?

—Hasta cincomil luises, señor conde—respondió el hombrebajando lavoz—.Resultabonito…Leconfesaréquehebajadolacotización;lahepuestoatres.

Vandeuvressemostrócontrariado.

—No, no; no quiero eso; póngala a dos en seguida. No le diré nada,Maréchal.

—Ahora,¿quélepuedesignificaresoalseñorconde?—repusoelotroconunasonrisahumildedecómplice—.Mehacíafaltaatraeralagenteparadarlesusdosmilluises.

EntoncesVandeuvreslehizocallar.Perocuandosealejaba,Maréchal,anteun recuerdo, lamentó nohaberle preguntado sobre la subida de su potranca.Estaba listo si la potranca tenía probabilidades, él que acababa de darla pordoscientosluisesacincuenta.

Nana,quenocomprendíanadadelaspalabrassusurradasporelconde,noseatrevióapedirlenuevasexplicaciones.VandeuvresparecíamásnerviosoylaconfióbruscamenteaLabordette,aquienencontraronantelasaladepesaje.

—Ustedlaacompaña—dijo—.Yotengoquehacer…Hastaluego.

Y entró en la sala, una estancia pequeña y de techo bajo, con una granbáscula.Eracomounasaladeequipajesenunaestaciónlocal.Nanatuvounagran decepción, pues había supuesto un sitio muy grande y una máquinamonumental para pesar caballos. ¿Cómo? ¿No se pesaba más que a losjockeys? Entonces no valía la pena alardear tanto con su peso. Un jockeyestaba en la báscula con aire estúpido y los arneses sobre las rodillas, enesperadequeunhombregordodelevitaverificasesupeso,mientrasunmozo

de cuadra, en la puerta, le tenía el caballo, Cosinus, alrededor del cual seapelotonabalagente,silenciosayabsorta.

Seibaacerrarlapista.LabordetteapurabaaNana,perovolviósobresuspasosparaseñalarleaunhombrecilloquehablabaconVandeuvresaparte.

—Mira,ahítienesaPrice—ledijo.

—Sí,eseeselquememonta—murmuróellariéndose.

Y lo encontró horriblemente feo. Todos los jockeys tenían aspecto decretinos; sin duda, decía, porque les impedían crecer. Aquél, un hombre deunos cuarenta años, parecía un niño viejo disecado, con un largo rostrodelgado,cruzadodepliegues,duroymuerto.Elcuerpoeratannudosoytanreducido, que la casaca azul con mangas blancas parecía echada sobre untronco.

—No;compréndelo—repusoellaalmarcharse—;nomeharíafeliz.

Un tropelaúnabarrotaba lapista,cuyahierba,mojadaypisoteada,habíaquedadonegra.Lamultitudseapelotonabadelantededostablerosindicadoresmuy altos, sobre una columna de hierro fundido; levantaban la cabeza yacogíanconunmurmullocadanúmerodecaballo,queunhiloeléctrico,unidoa la sala de peso, hacía aparecer. Los señores tomaban apuntes en susprogramas;«Pichenette»,retiradaporsupropietario,levantómurmullos.

Nana no hizo más que atravesar del brazo de Labordette cuando lacampana,colgadadeunmástil,sonabaconpersistenciaparaquesaliesendelapista.

—Queridos—dijoNanasubiendoasulandó—,esuncameloeserecintodepesaje.

Se laaclamaba,seaplaudíaalrededorsuyo:«¡Bravo,Nana!Nananoshasidodevuelta».¡Québestiaseran!¿Eraquelatomabanporunadescastada?

Llegaba en un buen momento. ¡Atención, aquello empezaba! Y elchampañaseolvidó,sedejódebeber.

Pero Nana se quedó sorprendida al encontrar a Gagá en su coche, conBijou y Louiset sobre sus rodillas; Gagá estaba decidida a reconquistar aHéctordelaFaloise,perohabíaacudidodiciendoquehabíaqueridobesaralpequeño.Ellaadorabaalosniños.

—Apropósito,¿yLili?—preguntóNana—.¿Noeraella,precisamente,aquien he visto allá en el coche de ese viejo?Acaban de contarme una cosamuygraciosa.

Gagáhabíaadoptadoungestodesolado.

—Querida,estoymal—dijoellacondolor—.Ayertuvequequedarmeencamadetantocomolloré,yhoynocreípodervenir.Túyasabescuáleramiopinión,Nana.Yonoquería;lahiceeducarenunconventoparacasarlabien.Ylehedadoconsejosseveros,yunavigilanciacontinua…Pueshasidoellaquien ha querido. ¡Oh…! Tuvimos una escena, lágrimas, palabrasdesagradables,hasta lediunabofetada.Ella seaburríayqueríadivertirse…Entonces,cuandomedijo:«Despuésdetodo,noerestúquientienederechoaimpedírmelo», yo le contesté: «Tú eres una miserable, tú nos deshonras;¡vete!».Y…ya loves; he consentido en arreglar eso…Pero aquí tienesmiúltimaesperanzafracasada;yo,quehabíasoñado,¡ay!concosastanbellas.

Unasvocesdisputandolashicieronlevantarse.EraGeorgesquedefendíaaVandeuvrescontralosrumoresquecirculabanporlosgrupos.

—¿Porquédecirqueabandonasucaballo?—gritabaeljovencito—.Ayermismo,enelsalóndelascarreras,apostópor«Lusignan»milluises.

—Sí,yoestabaallí—afirmóPhilippe—.YnopusoniunosobreNana…SiNanaestáadiez,noesporél.Esridículoatribuiralagentetantoscálculos.¿Quéinteréstendríaenello?

Labordette escuchaba con gesto tranquilo, y encogiéndose de hombrosdijo:

—Dejadlo ya, de algo tienen que hablar… El conde todavía acaba deapostar quinientos luises por lo menos por «Lusignan», y si ha jugado uncentenardeluisespor«Nana»,esporqueunpropietariosiempredebetenerelaspectodequeconfíaensuscaballos.

—¡Y…silencio!¡Quénosimportatodoeso!—clamóHéctordelaFaloiseagitando los brazos—. Si es «Spirit» el que gane… ¡Abajo Francia! ¡BravoporInglaterra!

Un largo estremecimiento sacudió a la multitud mientras repicabanuevamente la campana y anunciaba la llegada de los caballos a la pista.EntoncesNana,paraverbien,sesubióalabanquetadesulandó,aplastandoconlospieslosramosdemiosotasyderosas.

Conunamiradacircular abarcabael inmensohorizonte.Enaquelúltimoinstante de fiebre, sólo se destacaba la pista vacía, cerrada con las barrerasgrises,alladodelascualessealineabanlosagentesdepolicía,dedosendospostes, y el campo de hierba, cenagoso ante ella, iba reverdeciendo hastaconvertirseallálejosenunaalfombradesuaveterciopelo.

Enelcentro,seveíaelpradodondeseagitabaunamuchedumbrepuestadepuntillas, otra subida en sus coches, chillona y apasionada… Los caballosrelinchaban,lastelasdelastiendascrujíanylosjineteslanzabansumontura

entrelospeatones,quecorríanaprotegerseenlasbarreras,yporelotrolado,cuandosevolvíanhacía las tribunas, las figuras seachicabany losmilesdecabezasnoformabanmásqueunabigarramientoquellenabalasavenidas,lasgradas y las terrazas, donde el hacinamiento de perfiles negros se destacababajoelcielo.

Ymáslejosaún,alrededordelhipódromo,dominabalallanura.Detrásdelmolinocubiertodehiedra,aladerecha,habíaunapraderacortadaporgrandessombras,yenfrente,hastaelSena,alpiedelacolina,secruzabanlasavenidasdel parque, donde esperaban las hileras inmóviles de carruajes; luego, haciaBoulogne,alaizquierda,laregiónsealargabadenuevo,abriendounagujerosobre las azuladas lontananzas de Meudon, que limitaba una alameda depaulonías,cuyascabezasrosa,sinunahoja,parecíanunlienzodelacaviva.

Continuaba llegando gente; un hormiguero procedente de allá abajo, searrastrabaporladelgadacintadelcamino,atravésdelastierras,mientrasque,muylejos,delladodeParís,elpúblicoquenopagaba,unrebañoacampandoenlosribazos,poníaunalíneamovedizadepuntossombríosenlaentradadelbosque,bajolosárboles.

Perolaalegríaenardecióderepentealascienmilalmasquecubríanaqueltrozodecampoconunbulliciodeinsectos,enloquecidosbajoelvastocielo.

El sol, oculto desde hacía un cuarto de hora, volvió a aparecer,derramándoseenunlagodeluz.Ytodobrillódenuevo;lassombrillasdelasmujeres eran como escudos de oro por encima de la muchedumbre. Seaplaudía al sol, lo saludaban con risas, y los brazos se agitaban como paraapartarlasnubes.

Entretanto,eljuezdepazseadelantabasoloenmediodeladesiertapista.Másarriba,hacialaizquierda,aparecióunhombreconunabanderarojaenlamano.

—Eselstarter,elbaróndeMauriac—respondióLabordetteaunapreguntadeNana.

Alrededor de la joven, entre los hombres que se apiñaban hasta en losestribosdesucarruaje,surgíanexclamacionesysemanteníaunaconversaciónincoherente, con palabras lanzadas bajo el efecto inmediato de lasimpresiones.PhilippeyGeorges,BordenaveyHéctornopodíancallarse.

—¡Noempujen tanto! ¡Déjenmever!El juezentraensugarita…¿DicequeeselseñordeSouvigny?Senecesitanbuenosojosparaprecisareltamañodesunariz…¡Cállese;yalevantanlaoriflama!Ahíestán,¡atención!Cosinusvaprimero.

Unabandera amarilla y roja flameaba en el aire, en lo altode sumástil.

Loscaballos llegaronunoporuno,conducidosporsusmozosdecuadra, losjockeysdetrásdelosanimalesyconlosbrazoscolgantes,formandomanchasclarasalsol.

DespuésdeCosinusaparecieron«Hasard»y«Boum».Luegounmurmulloacogió a«Spirit», unbayocuyos colores, limónynegro, teníanuna tristezabritánica.«ValerioII»tuvoungranéxitoasuentrada:pequeño,vivo,enverdesuaveconlistasrosa.LosdosdeVandeuvressehacíanesperar.Porfin,detrásdeFrangipaneconcoloresazulyblanco,sepresentaron.Pero«Lusignan»,unbayo muy oscuro, de una forma irreprochable, casi fue olvidado ante lasorpresaquecausó«Nana».

Nuncaselahabíavistoasí;elrayodesoldorabaalapotrancaalazanaconrubicundezdemuchacharojiza.Relucíaalaluzcomounluisnuevo:elpechoancho,lacabezayelcuelloligeros,conelmovimientonerviosoyfinodesurobustolomo.

—Vaya, tiene mis cabellos—gritó Nana extasiada—. ¿Saben que estoyorgullosa?

Subíanallandó.BordenavecasisepusoenpieencimadeLouiset,aquiensu madre olvidaba. Lo cogió con gruñidos paternales y se lo subió a unhombro,murmurando:

—Este pobre chico también tiene derecho a verlo… Espera, que voy aenseñarteamamá…Alláabajo,miraelcaballo.

Y como Bijou le rascase las piernas, también lo cogió, mientras Nana,dichosadequeaquelanimal llevase sunombre, echóunamiradaa lasotrasmujeres para ver qué cara ponían. Todas rabiaban. En aquel instante, en sufiacre,laTricon,inmóvilhastaentonces,agitabalasmanosydabalasórdenesaunbookmaker,porencimadelamuchedumbre.Suolfatoacababadehablar:apostaba por «Nana». Sin embargo, Héctor de la Faloise armaba un ruidoinsoportable.SeencaprichabaconFrangipane.

—Tengounainspiración—repetía—.MirenaeseFrangipane.¿Eh?¡Quémovimientos…!¡CojoaFrangipaneaocho!¿Quiénda?

—Conténgase —acabó por decir Labordette—. No hará más quelamentarse.

—UnaengañifaeseFrangipane—replicóPhilippe—.Estáempapado…Yaloveráenelgalopedeensayo.

Loscaballoshabíansubidohacialaderecha,ypartieronparaelgalopedeensayo,pasandoendesbandadapordelantedelastribunas.Entonceshubounnuevoapasionamientoytodoshablabanalavez.

—Demasiadolargodelomoese«Lusignan»,perobienpreparado…¿Sabe

que ese «Valerio II» no vale un ochavo?Es nervioso, galopa con la cabezaalta,yesoesmala señal.Miren,Bumemontaa«Spirit»…Lesdigoquenotiene espaldilla, y una buena espaldilla lo es todo… No, decididamente,«Spirit»esmuytranquilo…Oiga,yohevistoa«Nana»despuésdelaGrandePouledesProduits,yestabatemblorosa,conelpelomuertoyunresuellomuyfuerte. Veinte luises a que no se clasifica… Basta ya, nos fastidia con suFrangipane.Yanoeselmomento;ahísalen.

Era Héctor, que casi lloraba debatiéndose por encontrar un bookmaker.Huboquehacerleentrarenrazón.

Todos los cuellos se alargaban, pero la primera salida no fue buena; elstarter,queseleveíaallálejoscomoundelgadotronconegro,nohabíabajadosubanderaroja.Loscaballosvolvierondespuésdeuncortogalope.Aúnhubodossalidasmásenfalso.Porfinelstarterreunióaloscaballosyloslanzóconunadestrezaquearrancógritos.«¡Soberbio!»«No,ha sido lacasualidad…»«Noimporta,yaestá.»

Elclamorahogólaansiedadqueoprimíalospechos.Ahoraseparalizaronlasapuestas, lasuertese jugabasobre la inmensapista.Alprincipioreinóelsilencio,comosi losalientos fuesencortados.Suscaras sealzaban,blancas,conestremecimientos.Alasalida,«Hasard»yCosinushabíanhechoeljuegoponiéndose en cabeza. «Valerio II» les seguía de cerca, y los otros iban enconfuso pelotón. Cuando pasaron por delante de tribuna, conmoviendo elsuelo,conelvientohuracanadodesucarrera,elpelotónyaseestirabaenunacuarentena de largos. Frangipane iba el último, y «Nana» estaba un pocodetrásde«Lusignan»yde«Spirit».

—Caramba—murmuróLabordette—.Cómosedesenvuelveelinglés.

Enellandótodoerangritosyexclamaciones.Seempinabanyseguíanconlavistalasmanchasdeslumbrantesdelosjockeys,quedesfilabanbajoelsol.En la subida, «Valerio II» se puso en cabeza; Cosinus y «Hasard» perdíanterreno, mientras «Lusignan» y «Spirit», pegadas casi las cabezas, seguíanteniendotrasellosa«Nana».

— ¡Diablos! el inglés está ganando—dijo Bordenave—. «Lusignan» sefatigay«ValerioII»noaguanta.

—Pues quedaremos bien si gana el inglés —exclamó Philippe en unarrebatodefervorpatriótico.

Un sentimiento de angustia empezaba a deprimir a toda la gente allíamontonada. ¡Aún otra derrota! Y un clamor de voto extraordinario, casireligioso, subió por «Lusignan», mientras se injuriaba a «Spirit», con sujockeyofreciendounamuecadeenterrador.

De la multitud desparramada por la hierba se elevaba un frenesí de losgrupos,queseesparcíaportodoelambiente,losjinetescruzabanelcéspedenungalopefurioso.YNana,quemirabaentornosuyo,contemplabaasuspiesaquel oleaje de caballos y de personas, aquelmar de cabezas bajas y comoarrebatadashacialapistaporeltorbellinodelacarrera,rayandoelhorizonteelvivorelampagueodelosjockeys.

Ellalosseguíaporlaespalda,fijoslosojosenlasgrupas,enlavelocidadincreíbledesuspatas,queseperdíanallálejosyseadelgazaban.Ahora,enelfondo, desfilaban de perfil, pequeños, delicados, sobre las lejanías verdosasdel bosque. Luego, bruscamente, desaparecieron tras un gran conjunto deárbolesplantadosenmediodelhipódromo.

—¡Esperen!—gritóGeorges,siempreconsuesperanza—.Aúnnosehaacabado.Elinglésestárendido.

Pero Héctor de la Faloise, poseído por su desdén nacional, se poníaescandaloso aclamando a «Spirit». ¡Bravo! ¡Ya estaba hecho! Francianecesitabaaquello.«Spirit»primeroyFrangipanesegundo.¡Estoaplastaríaalapatria!

Labordette, a quien exasperaba, le amenazó seriamente con arrojarlo delcoche.

—A ver cuántos minutos tardan, —dijo Bordenave con la mayortranquilidadysacandosurelojmientrassosteníaaLouiset.

Unoauno,traselconjuntodeárboles,reaparecieronloscaballos.Hubounestupor; la muchedumbre lanzó un prolongado murmullo. «Valerio II» semanteníaencabeza,pero«Spirit»leganabaterreno,ydetrásdeél«Lusignan»había cedido mientras otro caballo tomaba su puesto. Aquello no secomprendió en seguida. Se confundían las casacas, hasta que surgieron lasprimerasexclamaciones…

—¡Perosies«Nana»…!¡Vamosya,«Nana»!Ledigoque«Lusignan»nosehamovido…Sí,es«Nana».Selareconocemuybienporsucolordeoro…¡Lavenahora!Estáechandofuego…¡Bravo,«Nana»!Vayaunatarde…Esonosignificanada.Estáhaciendoeljuegoa«Lusignan».

Durante algunos segundos, aquella fue la opinión de todos. Perolentamente lapotrancaganaba terreno, enunesfuerzocontinuo.Entonces laemoción fue inmensa. La cola de caballos, rezagada, ya no interesaba.Unalucha suprema se establecía entre «Spirit», «Nana», «Lusignan» y «ValerioII».

Se les nombraba, se comprobaba su progreso o su desfallecimiento, confrasessinfin,apenasbalbuceadas.

Y Nana, que acababa de subir al asiento de su cochero, como izada,permanecíapálida,sacudidaporuntemblorytanoprimidaquesecallaba.Asulado,Labordettehabíarecobradosusonrisa.

—Vean.Elingléssehapuestomal—dijoalegrementePhilippe—.Yanomarchabien.

—Entodocaso,«Lusignan»estáacabado—gritóHéctordelaFaloise—.Es«ValerioII»elquellega…¡Miren!Ahíestánloscuatroenpelotón.

Unamismapalabrasaliódetodaslasbocas.

—¡Vayagalope,muchachos!¡Québríomásendiablado!

Ahora el pelotón llegaba de frente, como un rayo. Se sentía suaproximaciónycasi sualiento,un resoplido lejanoque seagrandabaacadasegundo.Lamultitud, impetuosamente, sehabíaprecipitadoa lasbarrerasy,precediendo a los caballos, escapó un profundo clamor de los pechos, quecrecíasegúnseaproximabanconunruidodemarembravecido.

Era la última brutalidad de una colosal partida; cien mil espectadoresdominados por una idea fija, ardiendo en lamisma necesidad de suerte trasaquellos animales en cuyo galope había millones. Se empujaban, seaplastaban,conlospuñoscerrados,labocaabierta,cadaunoparasí,cadaunoazuzandoasucaballoconlavozyelademán.Yelgritodeunpueblo,gritodefierareaparecidabajolaslevitas,rugiendocadavezmás.

—¡Ahíestán!¡Ahíestán!¡Ahíestán…!

Pero «Nana» aún ganaba terreno; ahora «Valerio II» estaba distanciado,manteníalacabeza,con«Spirit»adosotrescuellos.Elrugidodetruenohabíacrecido.Yallegaban,yunatempestaddejuramentoslosacogíadesdeellandó.

— ¡Vamos ya, «Lusignan»; cobarde, cochino burro! ¡Muy elegante«Spirit»!¡Adelante,adelante,viejito…!¡EseValerioesunasco!¡Ah,carroña!¡Aldiablomisdiez luises! ¡Nohay como«Nana»! ¡Bravo, «Nana»! ¡Bravogranujilla!

Ysobreelasiento,Nana,sindarsecuenta,habíaadoptadounbalanceodemuslos y de riñones, como si ella misma corriese. Daba sacudidas con elvientre,comosiayudasealapotranca.Acadasacudida,lanzabaunsuspirodefatiga,diciendoconvozpenosaybaja:

—Vamosya…vamosya…vamosya…

Entoncesseviounacosasoberbia.Price,depiesobrelosestribos,ellátigoenalto,azotabaa«Nana»conbrazoférreo.Aquelviejoniñodisecado,aquellargo rostro, duro y muerto, lanzaba llamas. Y, en un arrebato de furiosaaudacia, de voluntad triunfante, entregaba su corazón a la potranca, la

sostenía,lallevaba,bañadadeespumaylosojossangrientos.

El pelotón pasó con un redoble de trueno, cortando las respiraciones,barriendoelaire,mientraseljuez,muyfríoyconelojoenlamira,esperaba.Después retumbó una inmensa exclamación. En un esfuerzo supremo, Priceacababadearrojara«Nana»contraelposte,batiendoa«Spirit»porellargodeunacabeza.

Aquello fue como el clamor surgido de una marea. ¡«Nana», «Nana»,«Nana»!Elgritorodaba,crecíaconviolenciade tempestad, llenandopocoapoco el horizonte, desde las profundidades del bosque al monte Valérien,desdelaspraderasdeLongchampalaplaniciedeBoulogne.Sobreelcéspedhabía estallado abiertamente un entusiasmo frenético. ¡Viva «Nana»! ¡VivaFrancia!¡AbajoInglaterra!

Lasmujeresblandíansussombrillas;loshombressaltaban,dabanvueltas,rugían;otros,conrisasnerviosas,arrojabansussombreros.Ydeunladoaotrodelapista,elrecintodepesajerespondía,unaagitaciónconmovíalastribunas,sin que se viese claramente más que un temblor en el aire, como la llamainvisible de un brasero, encima de aquel montón vivo de pequeños rostrosdescompuestos, de brazos retorcidos, con los puntos negros de los ojos y labocaabierta.

Aquello ya no cesaba, se hinchaba, volvía a empezar en el fondo de lasavenidaslejanas,entreelpuebloacampadobajolosárboles,paraextenderseyalargarse en la emoción de la tribuna imperial, donde la emperatriz habíaaplaudido.¡«Nana»,«Nana»,«Nana»!

Elgritoascendíaenlagloriadelsol,cuyalluviadeorobañabaelvértigodelamuchedumbre.

EntoncesNana,enpiesobreelasientodesulandó,crecía,creyendoquelaaclamaban.Ellahabíapermanecidoinmóviluninstante,conelestupordesutriunfo,mirandolapistainvadidaporunaavalanchatanespesaquenoseveíalahierba,cubiertaporunmardesombrerosnegros.

Luego, cuando todo aquel gentío se hubo colocado, formando una largafila hacia la salida, saludando de nuevo a «Nana», que se iba con Price,dobladosobreelcuellodelanimal,agotadoycomovacío,ellasegolpeólosmuslosviolentamente,olvidándosedetodo,triunfandosusfrasescreídas:

—¡Ah,Diosmío,sisoyyo!¡Diosmío,quésuerte!

Ynosabiendocómoexpresarlaalegríaquelatrastornaba,cogióybesóaLouiset,aquienacababadeverenelaire,sobreloshombrosdeBordenave.

—Tresminutosycatorcesegundos—dijoBordenavevolviendoaguardarsurelojenelbolsillo.

Nanacontinuabaoyendosunombre,cuyoecoleenviabalallanuraentera.Erasupuebloaplaudiéndola,mientrasella,erguidaanteelsol,dominabaconsuscabellosdeastroysutrajeblancoyazul,colordecielo.

Labordette, escapándose, acababade anunciarle unagananciadedosmilluises,porquehabíacolocadosuscincuentaluisespor«Nana»acuarenta.

Peroestedinerolaconmovíamenosqueaquellavictoriainesperada,cuyoestallido la hacía reina de París. Todas las otras mujeres perdían. RoseMignon,enunimpulsorabioso,habíarotosusombrilla,yCarolineHéquetyClarisse,ySimonne,yaunlamismaLucyStewart,apesardesuhijo,jurabansordamente, asqueadas ante la suerte de aquella gorda ramera, pero lalarguiruchaTricon, que se había santiguado a la saliday a la llegadade loscaballos,sobresalíaporencimadetodas,gozosaconsucorazonadayalabandoaNanacomomatronaexperta.

Mientras,alrededordellandólaaglomeracióneracadavezmayorytodoeran gritos estridentes. Georges, oprimido, continuaba chillando solo, roncoya.Comofaltabachampaña,Philippese llevóa loscriadospara recorrer lospuestos de bebidas. Y la corte de Nana seguía creciendo, pues su triunfodecidíaalosretrasados;elmovimientoquehabíahechoconsucarruajeenelcentro del césped concluía en apoteosis: era la reina Venus para susenloquecidossúbditos.

Bordenave, detrás de ella, renegaba con un enternecimiento de padre.ElmismoSteiner,reconquistado,habíaabandonadoaSimonneyseerguíasobreunestribo.

Cuandoelchampañallegóyellalevantósucopa,fuerontaleslosaplausosy se gritó tan fuerte ¡«Nana», «Nana», «Nana»! que la muchedumbre,asombrada,buscabaalapotranca,ynosesabíasieraelanimalolamujerloquellenabaloscorazones.

A todo esto, Mignon corría, a pesar de las terribles mirada de Rose.Aquellacondenadamuchacha lesacabadequicioyqueríaabrazarla.Luego,despuésdebesarlelasmejillas,ledijopaternalmente:

—Lo que más me fastidia es que ahora Rose enviará la carta… Estádemasiadorabiosa.

—Puesmejor.Esome situará—dijoNana, pero al verle estupefacto, enseguidaañadió—:Nomehagascaso;noséloquedigo…Yaestoyborracha.

Yloestaba,enefecto;borrachadealegría,borrachadesolyconelvasoenalto,seaclamabaasímisma.

—¡Por«Nana»!¡Por«Nana»!—gritabaenmediodeunrecrudecimientodelaalgazara,delasrisasylosbravosquepocoapocoseenseñoreabandel

hipódromo.

Las carreras concluían; se corría el Premio Vaublanc. Los coches ibansaliendounotrasotro.

Sin embargo, el nombre de Vandeuvres volvía a ser el centro de lasdiscusiones.

Ahoralacosaestabaclara:Vandeuvres,desdehacíadosaños,preparabasugolpe, encargandoaGreshamque retuviese a«Nana»,ynohabía lanzadoa«Lusignan» más que para hacer el juego a la potranca. Los perdedores seenojaban, mientras que los ganadores se encogían de hombros. ¿Y qué?¿Acaso no estaba permitido? Un propietario llevaba su cuadra como leparecía.Yasehabíanvistootroscasos.

Lamayoría reconocía en Vandeuvresmucho talento al haber hecho queunos cuantos amigos recogiesen todo lo que había podido tomar sobre«Nana»,locualexplicabaelalzabruscadelascotizaciones;sehablabadedosmilluises,atreintadepromedio,loquehacíaunmillóndoscientosmilfrancosde ganancia, una cantidad cuya importancia imponía respeto y lo excusabatodo.

Pero otros rumores, gravísimos, llegaban del recinto de pesaje. Loshombresquevolvíandeallíprecisaban losdetalles,y lasvocesaumentabanasegurandoquesetratabadeunescándalovergonzoso.

El pobreVandeuvres estaba acabado; había echado a perder su soberbiogolpeporunaestúpidanecedad,porunroboidiota,alencargaraMaréchal,unbookmakertarado,quedieseporsucuentadosmilluisescontra«Lusignan»,conlaintenciónderecuperarsusmilypicodeluisesapostadosabiertamente,una miseria, y esto probaba el enredo, en medio del último crujido de sufortuna.

El bookmaker, advertido de que el favorito no ganaría, había realizadounossesentamilfrancossobreesecaballo.

SóloqueLabordette,faltodeinstruccionesexactasydetalladas,habíaidoprecisamenteacogerledoscientosluisessobre«Nana»,queelotrocontinuabadandoacincuentaensuignoranciadelverdaderogolpe.

Despojado de cien mil francos con la potranca, con una pérdida decuarentamil,Maréchal,quesentíaquetodosederrumbababajosusplantas,locomprendióbruscamentealveraLabordettehablandoconelcondedespuésdelacarrera,frentealasaladepesaje,yensufurordeantiguocochero,conuna brutalidad de hombre robado, acababa de hacer pública una escenavergonzosa, contando toda la historia con palabras gráficas y amotinando atodoelmundo.Seañadíaqueeljuradodelascarrerasibaareunirse.

Nana, a quienPhilippe yGeorges ponían al corriente en voz baja, hacíaconsideraciones sin dejar de reír y beber. Era posible, después de todo; seacordabadeciertascosas,yademás,aquelMaréchalteníamuymalacara.

No obstante, aún dudaba cuando Labordette reapareció. Estaba muypálido.

—¿Yqué?—lepreguntóamediavoz.

—Perdido—respondiósimplemente.

Yseencogiódehombros.UnchiquilloeseVandeuvres.Ellahizoungestodefastidio.

Porlanoche,enMabille,Nanaobtuvounéxitocolosal.Cuandoapareció,hacíalasdiez,elalborotoeraformidable.Estaclásicaveladadelocurareuníaa toda la juventud galante, a una sociedad selecta que se enlodaba en unabrutalidadyunaimbecilidaddelacayos.Seaplastabanbajolasguirnaldasdegas; fracs negros, atuendos excesivos, mujeres muy escotadas, con viejostrajes apropiados para ensuciarse, chillaban, y daban vueltas dominados porunaembriaguezenorme.

A treinta pasos ya no se oían los instrumentos de la orquesta. Nadiebailaba. Palabras necias, repetidas sin saber por qué, circulaban entre losgrupos.Sehacíanesfuerzosqueriendosergraciosos.Sietemujeres,encerradasen el vestuario, lloraban para que les abriesen. Un chalote, encontrado ypuestoensubasta,fuerematadoendosluises.

Precisamente Nana llegó en aquel instante, con el mismo vestido quellevabaenlacarrera,azulyblanco.Leentregaronelchaloteenmediodeunasalvadeaplausos.Contrasuvoluntad, lacogierontresseñoresy lapasearontriunfanteporeljardín,atravésdeloscéspedespisoteadosydelosmacizosdeplantasdestrozados,ycomolaorquestaconstituíaunobstáculo,latomaronalasalto, rompieron las sillas y los atriles, mientras un policía, paternal,organizabaeldesorden.

HastaelmartesNananologróreponersedelasemocionesdesuvictoria.AquellamañanahablabaconlaseñoraLerat,quellegóparadarlenoticiasdeLouiset,aquienelairelibrehabíapuestoenfermo.

UnahistoriaqueocupabaatodoParíslaapasionaba.Vandeuvres,excluidodeloscamposdelascarreras,expulsadolamismanochedelCírculoImperial,incendióaldíasiguientesucuadra,consuscaballosyéldentro.

—Melohabíadicho—repetíalajoven—.Estabalocoesehombre…Quémiedo tuve cuandome lo contaronanoche.Yacomprenderás, habríapodidoasesinarmecualquiernoche…¡Ydebióprevenirmesobre sucaballo!Habríaganadounafortuna,porlomenos…LedijoaLabordettequesiyoconocíael

asunto,enseguidainformaríaamipeluqueroyaunaseriedehombres.¡Vayacortesía!No,verdaderamentenopuededolermemucho.

Después de esta reflexión se puso furiosa. Precisamente entrabaLabordette;habíaarregladosusapuestasyletraíacuarentamilfrancos.Estonohizomásqueaumentarsumalhumor,porqueellahabíapodidoganarunmillón. Labordette, que se hacía el inocente en toda aquella aventura,abandonóabiertamenteaVandeuvres.Esasantiguasfamiliasestabanvacíasyacababandeunamaneraimbécil.

— ¡Ah, no! —exclamó Nana—. No es ninguna imbecilidad prendersefuegoenunestablo.Yoencuentroquehaacabadoconarrogancia.Ya sabesque no defiendo su enjuague conMaréchal. Eso es imbécil. Cuando piensoqueBlanchetuvoladesfachatezdeechármeloalacara…Yolerespondí:¿Esque le mandé robar? Se puede pedir dinero a un hombre sin empujarlo alcrimen…Simehubiesedicho:Notengonada,yolehabríadicho:Estábien,separémonos,ylacosanohabríaidomáslejos.

—Sin duda—dijo la tía seriamente—.Cuando los hombres se obstinan,peorparaellos.

—En cuanto a la pequeña fiesta del final, fuemuy distinguida—añadióNana—.Parecequefueterrible,hastaponercarnedegallina.Habíaalejadoatodoelmundoyseencerródentroconelpetróleo…Yesoardequedagusto.Imagínese un edificio, casi todo demadera, lleno de paja y de heno…Lasllamassubíancomotorres…Lomásbonitoesqueloscaballosnosedejabantostar.Selesoíapatearyarrojarsecontralaspuertas,conrugidosqueparecíanhumanos…Sí,lagentequeloviotodavíaseestremece.

Labordettedejóescaparunligerosuspirodeincredulidad.ÉlnocreíaenlamuertedeVandeuvres.Alguienlehabíavistosaltandoporunaventana.Habíaprendido fuego a su cuadra en un ataque de locura, pero cuando sintiódemasiado calor, debió de pensarlo mejor. Un hombre tan estúpido con lasmujeres,tanvacío,nopodíamorirconaquellaarrogancia.

Nanaleescuchabadesilusionada.Ynoencontrómásqueestafrase:

—Desgraciadoél…¡Eratanguapo!

CapítuloXII

Hacia la una de lamadrugada, en el gran lecho con encajes deVenecia,Nanayelcondeaúnnodormían.Élhabíavueltoporlanochedespuésdeunenfado de tres días. El dormitorio, débilmente iluminado por una lámpara,

estabacaldeadoeimpregnadodeungratoaroma,conlasvagaspalidecesdesusmueblesdelacablancaincrustadadeplata.Unacortinacorridaahogabaellechoenunaoladesombra.Hubounsuspiro,luegounbesocortóelsilencio,yNana,deslizándoseentrelassábanas,permanecióuninstantesentadaenelborde,conlaspiernasdesnudas.Elconde,recostadalacabezaenlaalmohada,permanecíaenlaoscuridad.

—Querido, ¿crees enDios?—preguntó ella después de unmomento dereflexión,serioelrostroeinvadidaporuntemorreligiosoalsalirdelosbrazosdesuamante.

Desde aquella mañana se quejaba de cierto malestar, y todas sus ideasnecias, comodecía ella, las ideas de lamuerte y del infierno, la conmovíansordamente.A veces le ocurría que durante la noche, con los ojos abiertos,sufríapesadillas,conmiedosinfantilesyvisionesatroces.Añadió:

—¿Creesqueiréalcielo?

Yseestremecíamientraselconde,sorprendidoporesasextrañaspreguntasen semejante momento, sentía que se despertaban en él sus sentimientoscatólicos. Pero con la camisa deslizada de sus hombros y el cabello suelto,Nanasedejócaersobresupecho,sollozandoyabrazándole.

—Tengomiedodemorir…Tengomiedodemorir…

Muffat pasó grandes apuros para desasirse. Él mismo temía ceder a unarrebato de locura de aquellamujer, pegada contra su cuerpo, en el espantocontagiosodeloinvisible,yledecíaqueellaestabamuybiendesaludyquebastabaconqueseportasedignamenteparamerecerelperdónundía.

Sin embargo, Nana meneaba la cabeza; sin duda no hacía mal a nadie,incluso llevabaunamedallade laVirgen,que le enseñó, colgadadeunhilorojoentrelossenos;sóloquetodoestabareguladoconantelación,ytodaslasmujeres que no estaban casadas y se veían con hombres, iban al infierno.Recordabapárrafosdesucatecismo.¡Ah!sisesupieseconcerteza,perono,nadasesabía,nadieaportabanoticias,yeracierto;seríaestúpidoenfadarsesilos sacerdotes decían tonterías. No obstante, ella besaba devotamente sumedalla, aún tibiapor supiel, comouna conjuración contra lamuerte, cuyaidealallenabadeunhorrorfrío.

FueprecisoqueMuffat laacompañaseal tocador,Nana temblabaante laidea de quedarse sola un minuto, aun dejando la puerta abierta. Cuando élvolvió a acostarse, ella anduvo por la habitación, revisando los rincones yestremeciéndosealmásligeroruido.

Unespejo ladetuvoy, comoenotros tiempos, seolvidóde todoante sudesnudez.Perolavisióndesupecho,desuscaderasydesusmuslosredobló

sumiedo.Acabópor tentarse loshuesosde la cara, largamente, con lasdosmanos.

—Seesfeacuandoseestámuerta—dijoconvozlenta.

Yseestrechabalasmejillas,agrandandolosojos,hundiendolamandíbulapara ver cómo estaría. Luego, volviéndose hacia el conde, desfigurada deaquellaforma,ledijo:

—Mírame,tendrélacabezamuypequeña.

Entoncesélseenfadó.

—Túestásloca.Venaacostarte.

Elcondelaveíaenunafosa,coneldescamamientodeunsiglodesueño,ysusmanosestabanunidas,tartamudeandounaplegaria.

Desdehacíaalgúntiempolareligiónlehabíareconquistado;suscrisisdefe,cotidianas,recobrabanaquellaviolenciadecongestionessanguíneasqueledejaban como aplastado. Sus dedos crujían, y repetía estas únicas palabrascontinuamente:¡Diosmío…!¡Diosmío…!¡Diosmío!

Era el grito de su impotencia, el grito de su pecado, contra el que sequedabasinfuerzas,apesarde laseguridaddesucondenación.Cuandoellavolvióalacamaloencontróhuraño,clavadaslasuñasenelpechoyconlosojoshaciaarriba,comobuscandoelcielo.

Y Nana lloró nuevamente; se abrazaron, castañeteando los dientes sinsaberporqué,rodandohastaelfondodelamismaobsesiónimbécil.Yahabíapasadootranocheigual,sóloqueaquellavezhabíasidocompletamenteidiota,oasíloconsideróNanacuandoselepasóelmiedo.

Unasospechalaindujoainterrogaralcondeprudentemente;talvezRoseMignonyahabíaenviadolafamosacarta.Peronohabíatalcosa,aquellonoeralacausa,porqueélaúnignorabasuscuernos.

Dosdíasmástarde,despuésdeunanuevadesaparición,Muffatsepresentóalempezarlatarde,aunahoraenquenosolíaaparecernunca.Estabalívido,losojosenrojecidosysacudidoporunagranluchainterior.

PeroZoé,asustadaasuvez,nosediocuentadeaquellaturbación.Habíacorridoasuencuentroylepedía:

—Señor,entre,entre.Laseñoraestuvoapuntodemoriranoche.

YcomoMuffatpidiesedetalles,repuso:

—Lomásincreíble…Unaborto,señor.

Nanaestabaencintadetresmeses.Hacíamuchotiempoquehabíacreído

en una indisposición; el mismo doctor Bautarel dudaba. Luego, cuando sepronuncióabiertamente,fuetantasucontrariedadquehizotodoloposiblepordisimularsuembarazo.Susmiedosnerviosos,sushumoresnegrosprocedíanun poco de esa circunstancia, que ella guardaba celosamente, con unavergüenzademadresolteraobligadaaocultarsuestado.

Esto leparecíaunaccidente ridículo,algoque la rebajabayde loqueseburlarían.

¡Bonitabroma!Verdaderamenteeramalasuerte.Habercaídoenlatrampacuando se creía maestra. Y no volvía de su sorpresa, como si hubiesendescompuestosusexo;sehacían,pues,niños,inclusocuandonosequeríanyaunqueseempleaseparaotrosmenesteres.

Lanaturalezalaexasperaba;estamaternidadgravequeselevantabaensuplacer, esta vida dada enmedio de tantasmuertes como sembraba en tornosuyo… ¿Era que no se podía disponer de sí a su capricho y sin tantashistorias? ¿De dónde salía aquel crío?Ni siquiera podía decirlo. ¡Ay,Dios!Quien lohabíahechoyapudo tener lahermosa ideadeguardárselopara él,porquenadieloquería,molestabaatodoelmundoyseguramentetampocoleesperabanmuchasfelicidadesensuexistencia.

Mientras,Zoérelatabalacatástrofe:

—Laseñorasesintióatacadadecólicoshacialascuatrodelamadrugada.Cuandoyofuialtocador,alverqueellanoregresaba,laencontrétendidaenelsuelo,desvanecida.Sí,señor,enelsueloysobreuncharcodesangre,comosilahubieranasesinado…Entonceslocomprendiótodo,¿noescierto?Estabafuriosa;laseñorapudoconfiarmesumalestar…PrecisamenteestabaelseñorGeorges. Él me ayudó a levantarla, y a la primera palabra de aborto, éltambién se pusomal…La verdad es que no he hechomás que tragar bilisdesdeayer.

Enefecto,elhotelparecía trastornado.Todos loscriadoscorríanarribayabajodelaescaleraydelashabitaciones.Georgessehabíapasadolanocheenunsillóndelsalón.Élfuequienaquellatardediolanoticiaalosamigosdelaseñoraa lahoraenqueella tenía lacostumbrederecibirvisitas.Aúnestabapálido y contaba la historia, sin reprimir su estupor y su emoción. Steiner,Héctor, Philippe y otros más se habían presentado. Desde las primeraspalabrasnohacíanmásqueexclamar:¡Noesposible!Debedeserunafarsa.

En seguida se ponían serios,miraban hacia la puerta del dormitorio congesto adusto, meneando la cabeza, no encontrando gracioso aquello. Hastamedianoche una docena de señores estuvieron hablando bajo cerca de lachimenea, todos ellos amigos y todos inquietos por la misma idea depaternidad.

Parecían excusarse unos a otros, torpemente. Luego se encogieron dehombros; aquello no les incumbía, y era culpa de ella. ¡Qué asombrosaresultabaNana!Nunca hubiesen creído en semejante bromapor su parte.Ytodos se fueron, uno detrás de otro, de puntillas, como si estuviesen en laalcobadeunmuerto,dondeyanosepodíareír.

—Perosubausted,señor—lepidióZoéaMuffat—.Laseñoraestámuchomejor,ypodrárecibirle…Esperamosaldoctor,quehaprometidovolverestamañana.

La doncella había convencido a Georges para que volviese a su casa ydurmieraunpoco.Arriba,enelsalón,nohabíamásqueSatin,echadaenundiván,fumandouncigarrilloyconlosojosenelvacío.

Desdeelaccidente,enmediodelatolondramientodetodalacasa,ellasólomostraba una rabia fría con sus encogimientos de hombros y sus agresivaspalabras.

EnelmomentoenqueZoépasabapordelantedeellarepitiendoalcondequesupobreseñorahabíasufridomucho,soltóirritada:

—¡Leestábienempleado!¡Asíaprenderá!

Losdossevolvieronsorprendidos.Satinnosehabíamovido,losojosfijoseneltechoyelcigarrillocolgandonerviosamenteentresuslabios.

—¡Puessíqueesustedbuena!—dijoZoé.

PeroSatinseincorporórápidamente,miróiracundaalcondeylelanzódenuevosufrasealacara:

—¡Leestábienempleado!¡Asíaprenderá!

Y volvió a echarse, sopló unos aros de humos, como desinteresada, yresolviónomezclarseennada.Aquelloerademasiadoestúpido.

ZoéacababadeintroduciraMuffateneldormitorio.UnoloraéterreinabaenmediodeuntibiosilencioquelosescasoscochesdelaavenidadeVilliersapenas turbaban con su sordo sonar. Nana, cuya palidez resaltaba sobre laalmohada, no dormía, y sus grandes y soñadores ojos permanecían abiertos.Sonrió,sinmoverse,alveralconde.

—Ah,gatitomío—murmuróconvozlenta—;creíquenovolveríaaverte.

Luego,cuandoélseinclinóparabesarleloscabellos,Nanaseenternecióylehablódelniñodebuenafe,comosiélfueseelpadre.

—Nomeatrevíaadecírtelo…¡Era tanfeliz…!Hacíaproyectos,hubiesequeridoquefueradignodeti.Ydepronto,yanohaynada…Enfin, talvezseamejor.Noquieroponerunobstáculoentuvida.

Él,asombradodeestapaternidad,balbucíafrases.Habíacogidounasillaysesentójuntoalacama,unbrazoapoyadoenlacolcha.Nanasediocuentadeque estaba trastornado, como si tuviese los ojos inyectados en sangre y letemblasenloslabios.

—¿Quétienes?¿Estásenfermotútambién?

—No—respondiópenosamente.

Nanalemiróconlamayoratención.ConunaseñadespidióaZoé,quesedemorabacolocandoenordenlosfrascos.Ycuandoestuvieronsolos,ella loatrajoyrepitió:

— ¿Qué tienes, querido? Estás llorando; lo estoy viendo. Habla, tú hasvenidoparadecirmealgo.

—No,no,telojuro—tartamudeóél.

Pero abatido por el sufrimiento, conmovido todavía más por aquellahabitacióndeenfermoadondefuesinsaberlo,estallóensollozosyhundiósurostroenlassábanasparaahogarlaexplosióndesudolor.

Nana había comprendido. Seguro que RoseMignon se había decidido aenviarle la carta. Lo dejó llorar un instante, sacudido por convulsiones tanviolentas que hacía temblar la cama. Por último, con acento de maternalcompasión,lepreguntó:

—¿Tienesproblemasentucasa?

Dijo que sí con la cabeza. Ella hizo una nueva pausa; luego,muy bajo,añadió:

—Entonces,¿losabestodo?

Éldijoquesícon lacabeza.Yvolvióelsilencio,unpesadosilencioquellenólaalcobayadolorida.Lanochepasada,alregresardeunaveladaencasadelaemperatriz,habíarecibidolacartaescritaporSabineasuamante.

Despuésdeunanocheatroz,pasadaplaneandounavenganza,salióporlamañanapararechazareldeseodematarasuesposa.Unavezfuera,vencidoporlasuavidaddeunahermosamañanadejunio,nofuecapazdeordenarsusideas,yacudióacasadeNana,comosolíahacerloentodaslashorasterriblesdesuexistencia.Sóloallíseabandonabaasumiseriaconlacobardealegríadeserconsolado.

—Vamos,cálmate—lepidióNanaconacentobondadoso.

Hacemuchotiempoqueyolosé.Peroseguroquenohabríasidoyoquienteabrieselosojos.Recuerdaqueelañopasadoteníastusdudas.Graciasamiprudencia las cosas se arreglaron. Tú carecías de pruebas… Si ahora las

tienes… es duro, lo comprendo. No obstante, hay que ser juicioso. No sequedadeshonradoporeso.

Muffat ya no lloraba. Le contenía cierta vergüenza, aun cuando hacíatiempoquesehabíaenteradohastade lasmás íntimasconfidenciassobresuhogar.Ellatuvoqueanimarle.Nanaeramujerylocomprendíatodo.Luegoélmurmuró:

—Túestás enferma ¿por qué tengoque fatigarte?Ha sidouna estupidezhabervenido.Mevoy.

—Pues no—dijo ella con viveza—.Quédate. Te daré un buen consejo,seguramente. Sólo que no me hagas hablar mucho; me lo ha prohibido elmédico.

Él se había levantado y paseaba por la habitación. Entonces ella lepreguntó:

—¿Quépiensashacer?

—Abofetearaesecanalla.

Ellahizounamuecadedesaprobación.

—Esonoesconveniente…¿Ytumujer?

—Ladenunciaré,tengounaprueba.

—Menos aconsejable todavía, querido. Es una necedad.Nunca te dejaréquehagaseso.

Ypausadamente,convozdébil,ledemostróelescándaloinútildeundueloyunproceso.Duranteochodíasseríalacomidilladelosperiódicos;eratodasuexistencialoquesejugaba:sutranquilidad,suencumbradaposiciónenlacorte,elhonordesunombre,¿yporqué?Paraqueseriesendeél.

—¡Quémeimporta!—exclamó—.¡Mehabrévengado!

—Gatitomío—dijo ella—, cuando no se venga uno inmediatamente deesasvilezas,yanosevenganunca.

Élsedetuvo,balbuciendo.Noerauncobarde,perocomprendíaqueNanatenía razón. Otromalestar crecía dentro de él y le invadía; era algo ruin yvergonzosoqueminabalarazóndesucólera.Además,Nanalellegóconunnuevogolpe,dispuestaadecirlotodo.

—¿Yquieressaberquéesloquemástesubleva?Quetútambiénengañasa tumujer.Túnopasas las noches fuerade tu casapara ensartar perlas.Tumujer debe de estar enterada.Entonces, ¿qué puedes tú reprocharle?Ella teresponderá que tú le diste el ejemplo, lo que te cerrará la boca… Por eso,querido,estásaquípataleando,envezdeestarallíymatarlosalosdos.

Muffat había caído de nuevo en la silla, aplastado bajo la brutalidad deaquellaspalabras.Nanasecalló,paratomaraliento;luegogimió:

—¡Oh!Estoycomorota.Ayúdameaincorporarmeunpoco.Meescurroytengolacabezamuybaja.

Cuando la hubo ayudado, ella suspiró, encontrándosemejor. Y volvió ameditarsobreelhermosoespectáculodeunprocesodeseparación.Yaveíaalabogadode lacondesadivirtiendoa todoParíscon lascosasdeNana.Todosaldríaarelucir,sufracasoenelVarietés,suhotel,suvida…¡Ah,no!

Ellanonecesitabatantapublicidad.Cualquiercochinatalvezleempujaseparadarsebomboacostasuya,yellaqueríasudichaantesquenada.

Nana lo había atraído hacía sí, y ahora lo tenía con la cabeza sobre laalmohada,pegada a la suyay conunbrazobajo su cuello…Suavemente lemurmuró:

—Óyeme,gatitomío;vasaarreglartecontumujer.

Élserevolvió.¡Jamás!Elcorazónleestallaba;erademasiadavergüenza.

Noobstante,Nanainsistíaconternura:

—Vas a arreglarte con tu esposa… ¿Tú no querrás oír decir por todaspartes que yo te he separado de tu hogar? Sería la peor reputación; ¿quépensaríandemí?Júramesóloquemeamarássiempre,puesaunquetevayasconotra…

Laslágrimaslaahogaban.Elcondelainterrumpió,llenándoladebesosyrepitiendo:

—Estásloca;esoesimposible.

—Sí,sí—repusoella—;espreciso…Yoprocuraréconformarme.Alfinyalcabose tratade tumujer…Noserá lomismoquesimeengañarasconlaprimeraqueencontrases.

Yasícontinuó,dándolelosmejoresconsejos.InclusolehablódeDios.ElcondecreíaestaroyendoalseñorVenot,cuandoesteviejolesermoneabaparaarrancarledelpecado.Sinembargo,ellanohablabaderompersusrelaciones;predicabacomplacencias,unaparticióndebuenhombreentre sumujery suquerida, una vida de tranquilidad, sin fastidio para nadie; algo así como unprecioso sueño en las suciedades inevitables de la existencia. Aquello nocambiaría nada en su vida; él seguiría siendo su gatito preferido, sólo quevendría menos frecuentemente y dedicaría a la condesa las noches que nopasaseconella.

Nanahabíaagotadosusfuerzas,yacabóconunligerosuspiro:

—Tendré en mi conciencia la tranquilidad de haber hecho una buenaacción.Ytúmeamarásmás.

Siguió un silencio. Ella había cerrado los ojos, más pálida aún sobre laalmohada. Ahora, el conde escuchaba, con el pretexto de que no queríafatigarla más. Al cabo de un largo minuto, Nana volvió a abrir los ojos ymurmuró:

—¿Yeldinero?¿Dedóndesacaráseldinerosirompéis?Labordettevinoayerporlodelpagaré…Yocarezcodetodo,notengonadaqueponermesobreelcuerpo.

Luego, cerrando los párpados, pareció muerta. Una angustiosa sombrapasóporelrostrodeMuffat.Enmediodelgolpequelehería,olvidabadesdelavísperalosapurosdedinero,delosquenosabíacómosalir.Apesardelaspromesasformales,elpagarédecienmilfrancos,renovadounaprimeravez,habíasidopuestoencirculación,yLabordette,afectandodesespero,achacabatodalaculpaaFrancis,diciendoquejamássecomprometeríaenunnegocioconunhombredetanpocaeducación.

Era preciso pagar, el conde jamás admitiría que se protestase su firma.Luego,apartedelasnuevasexigenciasdeNana,teníaensucasaunacantidadde gastos extraordinarios. Al regresar de las Fondettes, la condesa habíademostradobruscamentesuaficiónallujo,unapetitodegocesmundanosquedevorabasufortuna.

Seempezabaahablardesuscaprichosruinosos,deunnuevotrendecasa,quinientos mil francos gastados en transformar el viejo hotel de la calleMiromesnil, y de los trajes excesivos, y de las considerables sumasdesaparecidas, fundidas, dadas tal vez, sin que ella se molestase en rendircuentas.

DosvecesMuffatsehabíapermitidounasobservaciones,queriendosaber,pero ella le había mirado con un gesto tan extraño y sonriendo, que no seatrevióainterrogarlamáspormiedoaunarespuestademasiadoclara.

SiaceptabaaDaguenetcomoyerno,sugeridoporNana,erasobretodoconla idea de reducir la dote de Estelle a doscientos mil francos, contandoarreglarse sobre el resto con el joven, todavía dichoso por aquel inesperadomatrimonio.Noobstante,desdehacíaochodías,conesanecesidadinmediatadeencontrarloscienmilfrancosdeLabordette,elcondehabíapensadoenunaúnica salida, y ante la cual retrocedía. Se trataba de vender losBordes, unamagníficapropiedad,valoradaenmediomillón,queuntíoacababadelegaralacondesa.Sóloquehacíafaltalafirmadeella,perotampocolacondesa,porsucontrato,podíadesprendersedelapropiedadsinautorizacióndelconde.

Lanocheanterioraunpensóhablardeelloconsumujer.Yahoratodose

desmoronaba; después de lo sucedido, jamás aceptaría un compromisosemejante. Y este pensamiento abría todavía más la horrible herida deladulterio.

Comprendió muy bien lo que Nana le pedía, porque en el abandonocrecienteque le impedíaenterarsede todo,sehabíaquejado,y leconfiósusapurosrespectoaestafirmadelacondesa.

Sinembargo,Nananoparecíainsistir.Novolvíaaabrirlosojos.Yalverlatan pálida, tuvo miedo. La hizo tomar un poco de éter. Y ella suspiró,preguntándole,sinnombraraDaguenet:

—¿Yquéhaydelmatrimonio?

—Sefirmaelcontratoelmartes,dentrodecincodías—respondióél.

Entonces,conlospárpadossiemprecerrados,comosipensaseenvozalta,Nanaañadió:

—Enfin,gatitomío,yavesloquedebeshacer…Yosóloquieroquetodoelmundoestécontento.

Y le tranquilizócogiéndoleunamano.Sí,élvería; lo importanteeraqueellareposase.

Ya no se revolvía. Aquella habitación de enferma, tan tibia y tanadormecida, impregnada de éter, había concluido por amodorrarle en unanecesidaddepazdichosa.Todasuvirilidad,enfurecidaporlainjuria,sehabíadesvanecidoalcalordeaquel lecho, juntoaaquellamujerdoliente,alacualcuidabaconlaexcitacióndesufiebreyelrecuerdodesusvoluptuosidades.

Seinclinóhaciaella, laestrechóenunabrazo,mientraslafigurainmóvilteníaensuslabiosunafinasonrisadevictoria.

PeroaparecióeldoctorBoutarel.

— ¿Y bien? ¿Cómo sigue esta querida niña? —dijo familiarmente aMuffat,alquetratabacomoaunmarido—.Vaya,yalahahechohablar.

Eldoctoreraunbuenmozo,jovenaún,queteníaunaclientelasoberbiaenelmundogalante.Muyalegre,riendocomouncamaradaconlasseñoras,perono acostándose jamás con ellas, se hacía pagar muy caro y con la mayorexactitud.Porotraparte,semolestabaalamenorllamada;Nanalomandababuscar dos o tres veces a la semana, siempre temblando ante la idea de lamuerte, confiándole con ansiedad sus infantiles miedos, que él curabaentreteniéndolaconcomadreosyanécdotaspicantes.Todasaquellasseñorasloadoraban.Peroestavezelmaleraserio.

Muffatseretirómuyconmovido.YanosentíamásqueunenternecimientoalverasupobrecitaNanatandébil.Cuandosalía,ellalellamóconunaseñay

le acercó la frente a la vez que, en voz baja, le decía en tono de amenazacordial:

—Yasabesloquetehepermitido…Vuelvecontumujer,oseacabó;meenojaré.

LacondesaSabinehabíaqueridoqueelcontratodesuhijasefirmaseunmartes, para inaugurar con una fiesta el hotel restaurado, cuyas pinturasapenasestabansecas.

Quinientasinvitacionessehabíanenviado.Todavíaaquellamismamañanalos tapicerosponían loscortinajes,yenelmomentodeencender lasarañas,hacia las nueve, el arquitecto, acompañado de la condesa, que se desvivía,dabalasúltimasórdenes.

Era una de estas fiestas de primavera, de un tierno encanto. Las cálidasnoches de junio habían permitido abrir las dos puertas del gran salón yprolongarelbailehastalaarenadeljardín.

Cuandollegaronlosprimerosinvitados,recibidosalapuertaporelcondey la condesa, se quedaron deslumbrados. Recordaban el salón de otrostiempos,porelquepasabael recuerdoglacialde lacondesaMuffat,aquellaestanciaantigua,deunaseveridaddevota,consusmueblesimperiodecaobamaciza, sus colgaduras de terciopelo amarillo, su techo verdoso yextremadamentehúmedo.

Ahora, desde la entrada, en el vestíbulo, los mosaicos realzados de orobrillabanbajolosaltoscandelabros,y laescalerademármolostentabaensubarandillafinísimoscincelados.ElsalónresplandecíaforradodeterciopelodeGénova, extendiendo en el techo una amplia decoración deBoucher, que elarquitecto había adquirido por cien mil francos en la venta del castillo deDampierre.

Lasarañasyloscandelabrosdecristalalumbrabanunlujodeespejosydemuebles preciosos. Se habría dicho que la butaca de Sabine, aquel únicoasiento de seda roja, cuya molicie desentonaba en otro tiempo, se habíamultiplicado y extendido hasta llenar todo el hotel con una voluptuosidadperezosa, con un deleite agudo, que ardía con la violencia de los fuegostardíos.

Ya se bailaba. La orquesta, situada en el jardín, delante de las ventanasabiertas, interpretaba un vals, cuyo ritmo acariciador llegaba suavizado yenvueltoenelairelibre.Yeljardínseensanchabaenunasombratransparente,iluminado de farolillos venecianos, con una tienda de púrpura situada en elbordedeuncéspedyendondeseinstalóunquiosco.

Aquel vals, precisamente el vals desgarrado de La Venus Rubia, que

sugeríaunarisapicaresca,penetrabaenelviejohotelconunaondasonorayunestremecimientoquecalentabalasparedes.Parecíacomosialgúnvientodela carne, llegado de la calle, barriese toda una época muerta de la altivamansión, arrebatando el pasado de los Muffat: un siglo de honor y de feadormecidobajolostechos.

Sinembargo,juntoalachimenea,ensusitiohabitual,losviejosamigosdelamadredelcondeserefugiaron,desorientadosydeslumbrados.Formabanunpequeñogrupoenmediodelamultitudquepaulatinamenteloinvadíatodo.

La señora Du Joncquoy, no reconociendo ya las habitaciones, habíacruzadoelcomedor.LaseñoraChantereaucontemplabaconaireestupefactoel jardín, que le parecía inmenso.En seguida, y envozbaja, hubo en aquelrincónunaespeciedeamargasreflexiones.

—Imagínense —murmuraba la señora Chantereau—, si volviese lacondesa…¿Eh?Seimaginansuentradaenmediodeestegentío.Ytodoesteoro,yesteruido…¡Esescandaloso!

—Sabineestáloca—respondíalaseñoraDuJoncquoy—.¿Lahanvistoenlapuerta?Fíjense,sevedesdeaquí…Llevatodassusalhajas.

Por un instante se levantaron para observar de lejos a la condesa y alconde.Sabine,conunvestidoblanco,adornadoconunmaravillosoencajedeInglaterra,estaba radiantedebelleza,de juventudyde jovialidad,conciertanotadeembriaguezensucontinuasonrisa.

Asulado,Muffat,envejecido,unpocopálido,tambiénsonreía,consuairetranquiloydigno.

—Ypensarqueéleraeldueño—agregó laseñoraChantereau—,quenisiquieraunbanquilloentrabaaquísinsupermiso…Cómohacambiadotodoesto.Ellaestáensucasaenestosmomentos.¿Seacuerdanustedesdecuandoellanoqueríarestaurarelsalón?Yharehechotodoelhotel.

Pero se callaron, pues la señora de Chezelles entraba con un grupo dejóvenesqueseextasiabanyaprobabanconligerasexclamaciones.

—¡Oh!Delicioso,exquisito,cuántogusto…

Yelladijodesdelejos:

—¿Quéledecíayo?Nohaynadacomolasantiguasviviendascuandoselasacondiciona…¿Noescierto?Completamentedelgransiglo…Enfin,yapuederecibir.

Lasdosancianashabíanvueltoasentarse,bajandolavozparahablardelmatrimonio,queasombrabaamuchagente.

Estelle acababa de pasar; vestía traje de seda rosa, siempre delgada y

rígida,consucaradevirgenmuda.HabíaaceptadoaDaguenetapaciblemente;nodemostrabanialegríanitristeza,tanfríaytanblancacomolasnochesdeinviernoenqueagregabatroncosalfuegodelachimenea.

Todaesta fiesta,dadaensuhonor, todasaquellas luces,aquellas floresyaquellamúsica,ladejabansinlamenoremoción.

—Un aventurero —decía la señora Du Joncquoy—. Yo jamás le hemirado.

—Cuidado;ahíestá—murmurólaseñoraChantereau.

Daguenet,quehabíavistoalaseñoraHugonconsushijos,seapresuróaofrecerle elbrazo,y se reíay le testimoniabaunaviva ternura, comosi ellahubiesecontribuidoensubuenafortuna.

—Se lo agradezco—dijo ella sentándose junto a la chimenea—. Es miantiguorincón.

—¿Loconoceusted?—preguntólaseñoraDuJoncquoycuandoDaguenetsehubomarchado.

—Ciertamente, es un joven encantador. Georges le quiere mucho.Perteneceaunafamiliahonorable.

Y labuenaseñora lodefendíacontra lasordahostilidadqueadvertía.Supadre fue muy estimado por Louis-Philippe, y ocupó hasta su muerte unaprefectura.Posiblementeélsehabíadisipadounpoco,yselecreíaarruinado.De todas maneras, un tío suyo, un gran propietario, acababa de dejarle sufortuna.

Pero aquellas señoras meneaban la cabeza mientras la señora Hugon,molestaasuvez,insistíasiempresobrelahonorabilidaddelafamilia.Estabamuyfatigadaysequejódesuspiernas.Desdehacíaunmesvivíaensucasade la calle Richelieu, a causa de una serie de negocios, según decía. Unasombradetristezavelabasumaternalsonrisa.

—Noimporta—concluyólaseñoraChantereau—.Estellepodíaaspiraraalgomejor.

Hubounafanfarria.Seavisabaparaunacuadrilla,ytodoelmundorefluíaalosdosladosdelsalónparadejarelespaciolibre.

Los vestidos claros pasaban y se mezclaban en medio de las manchasoscurasdelosfracs,mientraslagranluzponíasobreaquelmardecabezasyde resplandores de pedrería un estremecimiento de plumas blancas, unafloracióndelilasyderosas.

Yahacíacalor,yunperfumepenetranteascendíadeaquellostulesligeros,de aquellos arrugamientos de raso y de seda en que los hombros desnudos

palidecíanbajolasnotasvivasdelaorquesta.

A travésde laspuertas abiertas seveían, en el fondode lashabitacionescontiguas, filas demujeres sentadas, sonriendo discretamente, brillantes susojos y animados los labios por hechiceros gestos que el soplo del abanicorefrescaba.

Seguían llegando invitados.Elcriadonocesabadeanunciarnombres,entanto que varios señores procuraban instalar a sus esposas recién llegadas,perplejas en sus brazos y empinándose para buscar a lo lejos un asientodesocupado.

El hotel se llenaba, las faldas se rozaban, y había rincones donde unespesor de encajes, de lazos y de polisones bloqueaba el paso, con laresignacióncortésdetodos,yaacostumbradosaestasreunionesdeslumbrantesenquebrillabanconsusgraciososatractivos.

Sin embargo, en el fondo del jardín, bajo el rosado resplandor de losfarolillosvenecianos,desaparecíanalgunasparejas, escapadasdel sofocodelgransalón,y lassombrasde losvestidosdesfilabanporelbordedelcésped,como acompasadas por la música, que adquirían detrás de los árboles unasuavidadlejana.

Steineracababadeencontrar allí aFourcamontyaHéctorde laFaloise;bebíanunacopadechampañacercadelquiosco.

— ¡Está podrido de elegancia!—decíaHéctor, examinando la tienda depúrpura, sostenida por lanzas doradas—. Se creería uno en la feria delmazapán…¿Eh?¿Noesestolaferiadelmazapán?

Ahoraafectabaunabromacontinua,echándoselasdehombrehastiadodetodoynoencontrandonadadignodetomarseenserio.

—El pobre Vandeuvres sí que se quedaría sorprendido si apareciese—murmuró Fourcamont—. ¿Se acuerdan ustedes cuando se moría deaburrimientoantelachimenea?Nopodíanireírse.

— ¿Vandeuvres?Bah, un fracasado—repuso desdeñosamenteHéctor—.Uno que se equivocó demedio amedio si creyó que nos aplastaría con suchamuscamiento.Nadiehablayadeél.Arrasado,concluido,enterradoel talVandeuvres.Aotracosa.

Después,cuandoSteinerleestrechabalamano,añadió:

—¿Nosaben?Nanaacabadellegar…¡Oh,quéentrada,muchachos!

Algo maravilloso… Primero se ha abrazado a la condesa. En seguida,cuando losmuchachos seacercaron, leshabendecido,diciendoaDaguenet:«Escucha, Paul; si haces cola, tendrás que habértelas conmigo…». ¿Cómo?

¿Nohanvistoeso?¡Quéelegancia,vayaéxito!

Losotrosdosleescuchabanboquiabiertos.Porúltimoseecharonareír.

Él,encantado,seimaginabamuyfuerte.

— ¿Han creído que había llegado? Si ha sido Nana quien arregló elmatrimonio.Además,yaesdelafamilia.

Pasaron los hermanos Hugon, y Philippe le hizo callar. Entonces, entrehombres,sehablódelaboda.GeorgesseenfadabaconHéctor,quecontabalahistoria. Nana había impuesto aMuffat a uno de sus antiguos amantes poryerno,peroeracompletamentefalsoqueaúnlanocheanteriorellasehubieseacostadoconDaguenet.

Fourcamont se permitió encogerse de hombros. ¿Se sabía nunca cuándoNanaseacostabaconalguien?PeroGeorges,arrebatado,contestóconun«Yo,señor,losé»quehizoreíratodos.

Porúltimo,comodijoSteiner,aquellosiempreeraunbuenplato.

Poco a poco se fue llenando el quiosco. Entonces cedieron su sitio sinsepararse.Héctormirabaa lasmujeresdescaradamente,comosicreyesequeestabaenMabille.Enelfondodeunaalamedatuvieronunasorpresa:elgrupoencontróalseñorVenotensolemneconferenciaconDaguenet,y lasbromasfácileslespersiguieron.Leestabaconfesandoydándolebuenosconsejosparasuprimeranoche.

Después regresaron hacia una de las puertas del salón, donde una polcaarrebataba a las parejas, con un balanceo que obligaba a apartarse a loshombresqueseguíanenpie.Conelsoplodelabrisallegadadelexterior,lasbujías ardíanmuy altas.Cuando pasaban unas faldas, con su rítmica y vivacadencia, eran como una leve ráfaga de viento que atenuaba el calor quedespedíanlasarañas.

—Caramba,notienenfríolosdeahíadentro—murmuróHéctor.

Susojosparpadeabanal regresarde lassombrasmisteriosasdel jardín,ydescubrieronalmarquésdeChouard,aislado,dominandoconsuestatura loshombrosdesnudosquelerodeaban.Teníalacarapálida,muysevera,conairedealtivadignidadbajosucoronadeescasoscabellosblancos.EscandalizadoporlaconductadelcondeMuffat,acababaderomperpúblicamenteconél,yasegurabaquenovolveríaaponerlospiesenelpalacio.Sihabíaconsentidoen presentarse allí aquella noche, se debía a instancias de su nieta, cuyomatrimonio, por otra parte, desaprobaba con palabras indignadas contra ladesorganizacióndelasclasesdirigentesylosvergonzososcompromisosdeladegradaciónmoderna.

—Estoeselfin—decíajuntoalachimenealaseñoraDuJoncquoyaloído

delaseñoraChantereau—.Esapelanduscahaembrujadoaesedesgraciado…Nosotrasquelehemosconocidotancreyenteytannoble…

—Alparecersearruina—continuólaseñoraChantereau.

Mimaridohatenidoentresusmanosunpagaré…Ahoraviveenesehotelde la avenida de Villiers. Todo París habla de eso… ¡Dios mío! Yo nodefiendoaSabine,peroconvenganenqueledamuchosmotivosdequeja,ysiellatambiéntiraeldineroporlaventana…

—Noessólodineroloquetira—interrumpióotra—.Enfin,entrelosdos,acabaránmáspronto…Unnaufragioenellodo,querida.

Perounavozsuavelasinterrumpió.EraelseñorVenot.Sehabíasentadodetrásdeellas,comosideseasedesaparecer,einclinándose,murmuró:

—¿Porquédesesperar?Diossemanifiestacuandotodopareceperdido.

Élasistíaapaciblementealadestruccióndeaquellamoradaquedirigíaenotros tiempos.Desde su estancia en las Fondettes, dejaba que aumentase elalocamiento,conlaconcienciamuyclaradesuimpotencia.Lohabíaaceptadotodo: lapasiónfrenéticadelcondeporNana, lapresenciadeFaucherycercade la condesa, incluso el matrimonio de Estelle con Daguenet. ¿Quéimportaban estas cosas? Y se mostraba más flexible, más misterioso,acariciando la idea de apoderarse tanto del nuevo matrimonio como delmatrimonio desunido, sabiendo perfectamente que los grandes desórdenesconducenalasgrandesdevociones.LaProvidenciatendríasumomento.

—Nuestroamigo—continuabaenvozbaja—,siguesiempreanimadodelosmejoressentimientosreligiosos…Mehadadogrataspruebasdeello.

—Sí—dijolaseñoraDuJoncquoy—,peroloprimeroquedeberíahaceresreunirseconsuesposa.

—Sinduda…Precisamente tengolaesperanzadequeestareconciliaciónnotardemucho.

Entonces las dos ancianas señoras le preguntaron, pero él se volviómáshumilde, arguyendo que había que dejar obrar al cielo. Todo su deseo,reconciliando al conde con la condesa, estribaba en evitar un escándalopúblico. La religión toleraba muchas debilidades si se guardaban lasapariencias.

—En fin —agregó la señora Du Joncquoy—, usted debería impedir elmatrimonioconeseaventurero.

Elviejecitomostrólamásprofundaextrañeza.

—Ustedes se equivocan; el señor Daguenet es un joven de grandesméritos…Conozco sus ideas.Quiere hacer olvidar sus errores de juventud.

Estellelotraeráalbuencamino,nolesquepaduda.

—Estelle…—murmuró desdeñosamente la señora Chantereau—. A esaqueridaniñalaconsideroincapazdetenervoluntad.Esmuyinsignificante.

EstaopiniónhizosonreíralseñorVenot,peronodijonadamásacercadela joven prometida. Cerrando los párpados, como para desinteresarse de laconversación,sevolviódenuevoasurincón.

LaseñoraHugon,enmediodesu lasituddistraída,habíacogidoalgunaspalabras. Intervino y concluyó con su carácter tolerante, dirigiéndose almarquésdeChouard,quelasaludaba:

—Estasseñorassondemasiadoseveras.Laexistenciaestanmalacontodoelmundo…¿Noes así, amigomío?Debemosperdonarmucho a los demáscuandosequiereserdignodelperdóndeellos.

Elmarquéssequedóperplejounossegundos, temiendounaalusión,perolabuenaseñorateníaunasonrisatantristequeenseguidaserepusoydijo:

—No, nada de perdón para ciertas faltas… Con tales complacencias escomoseembrutecelasociedad.

Elbaileaúnsehabíaanimadomás.Unanuevacuadrilladabaalpisodelsalón un ligero balanceo, como si la antigua mansión se doblase bajo elbulliciodelafiesta.Pormomentos,entrelaconfusapalidezdelascabezassedestacabaunrostrodemujer,arrebatadoporladanza,losojosbrillantes, loslabiosentreabiertosyelreflejodelalámparasobresublancapiel.

LaseñoraDuJoncquoydecíaqueaquellocarecíadesentido,queeraunalocura apiñar quinientas personas en un recinto en el que apenas cabíandoscientas.Parahaceraquello,¿porquénosefirmabaelcontratoenlaplazadelCarrousel?

«Efecto de las nuevas costumbres» decía la señoraChantereau; en otrostiempos esas solemnidades transcurrían en familia; actualmente era precisounamuchedumbre,entradalibreparatodoelmundoyelaplastamiento,sinelcual laveladaparecía insípida.Eracuestióndeexhibirel lujoyparaelloseintroducía en la casa la espuma de París, y nadamás natural si semejantespromiscuidadespudríanenseguidaelhogar.

Aquellasseñorassequejabandenoconoceramásdecincuentapersonas.¿Dedóndesalíatodoaquello?Hastalassolteras,muyescotadas,exhibíansushombrosdesnudos.Unamujerllevabaunpuñaldeoroplantadoensumoño,mientras que un bordado de perlas de azabache la vestía como una cota demallas.Aotralaseguíansonriendo,¡tansingularencontrabanlaosadíadesusfaldasajustadas!

Todo el lujo de aquel fin de invierno se encontraba allí; el mundo del

placer con sus tolerancias, lo que una señora de casa recoge entre susrelacionesdeundía,unasociedadenlaquesecodeabanlosgrandesapellidosconlasgrandesvergüenzas,enunmismoapetitodegoces.Elcaloraumentabaylacuadrilladesarrollabalacadenciosasimetríadesusfiguras,enmediodelossalonesdemasiadollenos.

—Lacondesaestámuyelegante—repusoHéctorenlapuertadeljardín—.Tiene diez añosmenos que su hija…Apropósito, Fourcamont, usted podráaclararnosesto:Vandeuvresapostabaaqueellanotienemuslos.

Este alarde de cinismo aburría a sus oyentes. Fourcamont se limitó aresponder:

—Interrogueasuprimo,querido.Precisamenteahíllega.

—Esuna excelente idea—exclamóHéctor—.Apuesto diez luises a quetienemuslos.

Enefecto,llegabaFauchery.Comoasiduodelacasa,habíadadolavueltaporelcomedorparaevitarseelabarrotamientodelaspuertas.ReconquistadoporRosealprincipiodel invierno,serepartíaentre lacantantey lacondesa,sinsabercómoabandonaraunadelasdos.

Sabinehalagabasuvanidad,peroRoseleagradabamás.Porotrolado,estaúltimasentíaporélunaverdaderapasión,una ternurade fidelidadconyugalquedesolabaaMignon.

—Oyeunanoticia—repetíaHéctor estrechando lamanode suprimo—.¿Vesaquellaseñoraconunvestidodesedablanca?

Desdeque suherencia ledabaunaplomo insolente, afectababurlarsedeFauchery,conservandounantiguorencorquesatisfacer,deseandovengarsedelasbromasdeotrostiempos,cuandoacababadellegardesuprovincia.

—Sí,esaseñoradelosencajes.

Elperiodistaseempinaba,sincomprender.

—Lacondesa—acabópordecirle.

—Exacto,muybien…Heapostadodiezluises.¿Tienemuslos?

Yseechóareír,encantadoporhaberdadoestechascoaaquelqueenotrostiemposleasombraba,preguntándolesilacondesanoseacostabaconnadie.PeroFauchery,sinextrañarselomásmínimo,lemiróconfijeza.

—¡Idiota!—soltóalfin,encogiéndosedehombros.

Luegodistribuyóapretonesdemanoaaquellosseñores,mientrasHéctor,desconcertado,noestabasegurodehaberdichounagracia.

Secharlaba.Desdelascarreras,elbanqueroyFourcamontformabanpartedelgrupodelaavenidadeVilliers.Nanaseencontrabamuchomejor,elcondeiba cada noche a informarse de su estado. No obstante, Fauchery, queescuchaba,parecíapreocupado.

Porlamañana,enunadiscusión,Roselehabíaconfesadoabiertamenteelenvíodelacarta;sí,podíapresentarseencasadesuseñoradelgranmundo,que sería bien recibido. Después de largas cavilaciones se había decidido apresentarsevalerosamente.Pero la imbécilbromadeHéctorde laFaloise leinquietaba,apesardesuaparentetranquilidad.

—¿Quétiene?—lepreguntóPhilippe—.Parecequeestádisgustado.

—¿Yo?Enabsoluto…Hetrabajado;poresollegotarde.

Luego,fríamente,conunodeesosheroísmosignoradosquedesenlazanlasvulgarestragediasdelaexistencia,añadió:

—Aúnnohesaludadoalosseñoresdelacasa…Hayquesereducado.

Inclusoseatrevióabromear,ysevolvióhaciaHéctor:

—¿Noesasí,idiota?

Yseabriópasoentrelamultitud.Lavozsonoradelcriadoyanoanunciabamásnombres.Sinembargo, juntoa lapuerta,aúnconversabanelcondey lacondesa,retenidosporunasseñorasqueentraban.

Por fin se reunió con ellos,mientras aquellos señorespermanecían en loaltodelaescalinatadeljardín,empinándoseparaverlaescena.Nanadebíadehabercharladoconellos.

—El conde no le ha visto —murmuró Georges—. Esperen. Ahora sevuelve…Yaestá.

La orquesta empezaba a repetir el vals de La Venus Rubia. PrimeroFaucheryhabíasaludadoalacondesa,quesonreíacomosiempre,extasiadaensuserenidad.Luegosehabíaquedadoun instante inmóvil,detrásdelconde,esperandomuytranquilo.

Aquellanocheelcondeconservabasualtivaseriedad,laaparienciaoficialde gran dignatario. Cuando al fin se fijó en el periodista, aún exageró suactitud majestuosa. Durante algunos segundos los dos hombres secontemplaron.YfueFaucheryelprimeroquealargólamano.Muffatlediolasuya. Susmanos permanecieron una sobre otra,mientras la condesa sonreíadelante de ellos, los párpados bajos, y el vals continuaba desarrollando suritmodeburlonapicardía.

—Lacosamarcha—dijoSteiner.

—¿Sehanpegadosusmanos?—preguntóFourcamont,sorprendidoporloquedurabaelapretón.

UninvenciblerecuerdoinfundíaunfulgorrosadoenlasmejillaspálidasdeFauchery.Volvía a ver el almacén de accesorios, con su claridad verdosa yaqueldesordenllenodepolvo,yMuffatseencontrabaallíconlahueveraenlamano,abusandodesusdudas.

En estemomentoMuffat ya no dudaba; era un último resto de dignidaddesmoronándose.Fauchery,aliviadoensumiedo,viendolaalegrejovialidaddelacondesa,sintiódeseosdereír.Aquelloleparecíacómico.

—Esta vez sí que se arma —exclamó Héctor, que no se ahorraba unabromasilacreíabuena—.Nanaestáallí;¿novencómoentra?

—Cállate,idiota—murmuróPhilippe.

—Cuandoyo lodigo…Interpretansuvals,y toma:ella llega…¿Cómo?¿Aúnnolaven?Ellalosestrechaalostrescontrasucorazón,amiprimo,amiprima y a su esposo, llamándolos sus gatitos. A mí me conmueven estasescenasdefamilia.

Estellesehabíaacercado.Faucherylafelicitaba,mientrasella,tiesaensuvestido rosa, le contemplaba con su aire asombrado de chiquilla silenciosa,entrelasmiradasquedirigíaasupadreyasumadre.

Daguenet también cambió un cálido apretón demanos con el periodista.Formabanungruposonriente,ydetrásdeellos,elseñorVenotlosenvolvíaenuna mirada beatífica, llena de su dulzura devota, dichoso de estos últimosabandonosquepreparabanloscaminosdelaProvidencia.

Pero el vals seguía desarrollando su balanceo de risueña voluptuosidad.Eraunacontinuidaddelmásaltoplacer,golpeandoelviejopalaciocomounamarea creciente. La orquesta desgranaba los trinos de sus flautines, lossuspiros desmayados de sus violines, y bajo los terciopelos de Génova, losorosylaspinturas,lasarañasdesprendíanuncalorviviente,unpolvillodesol,mientras la multitud de invitados, multiplicada por los espejos, parecíaalegrarseconelmurmullocrecientedesusvoces.

Alrededordelsalónpasabanlasparejas,lasmanosenlacintura,entrelassonrisasdelasmujeressentadas,acentuandomáselmovimientodelpiso.Eneljardín,unresplandordeascuasalidodelosfarolillosvenecianosalumbrabacon un lejano reflejo de incendio las negras sombras de los paseantes quebuscabanunpocodeaireenelfondodelasalamedas.Yeseestremecimientode lasparedes, esanube roja, era como laúltima llamaradaenquecrujía elantiguohonor,quemandolacasaporsuscuatrocostados.

Lasjovialidadestímidas,entoncesapenasesbozadas,queFauchery,enuna

velada de abril, había oído quebrarse como el sonido de un cristal que serompe, se fueron enardeciendo poco a poco, enloqueciéndose hasta unestallidodefiesta.Ahoraelresquebrajamientoaumentaba, llenabalacasadegrietasyanunciabasupróximodesmoronamiento.

Entrelosborrachosdelosarrabales,lasfamiliascorrompidasacabanenlanegramiseria,enladespensasinpanyenlalocuradelalcoholquevacíanloscolchones.Peroaquí,eneldesmoronamientodetantasriquezas,amontonadasyencendidasdegolpe,elvalsdoblabaporunaantigua raza,mientrasNana,invisible, se extendía por encima del baile con susmiembros flexibles paradescomponeraquelmundo,saturándoloconelfermentodesuolorflotanteenelcálidoambiente,conelcanallescoritmodelamúsica.

Lanochedelmatrimonioen la iglesia,elcondeMuffat sepresentóeneldormitoriodesuesposa,enelquenohabíaentradodesdehacíadosaños.

Lacondesa,muysorprendida,retrocedióalverle.Peroteníasusonrisa,esasonrisa de embriaguez que no la abandonaba nunca. Él, muy molesto,balbucía.Entonces ella le predicó unpocodemoral. Pero ni unoni otro searriesgaron a una explicación abierta. La religión era lo que exigía aquelperdónmutuo;detodasmaneras,quedóconvenido,poracuerdotácitoquelosdosconservaríansulibertad.

Antesdeacostarse,comolacondesaparecíavacilarunpoco,hablarondenegocios. Él fue el primero en hablar de vender las Bordes. Ella consintióinmediatamente.Teníangrandesnecesidadesyserepartiríanelproducto.

Esto consumó la reconciliación.Muffat sintióunverdadero alivio en susremordimientos.

Precisamenteesemismodía,cuandoNanadormía,hacia lasdiez,Zoésepermitió llamar a la puerta de su alcoba. Las cortinas estaban echadas, unsoplocálidopenetrabapor laventanaenmediodelfrescorsilenciosodeunamedialuz.Nanaselevantabaentonces,aunquetodavíaalgodébil,y,abriendolosojos,preguntó:

—¿Quiénes?

Zoé iba a responder. Pero Daguenet, forzando la entrada, se anunció élmismo.Nanaseacodósobrelaalmohadaydespidióaladoncella.

—¿Cómo?¿Erestú?¡Tú,eldíaquetecasas…!¿Quéhasucedido,pues?

Él,sorprendidoporlapenumbra,permanecióenmediodelaestancia.Noobstante, al acostumbrarse a la escasa claridad, avanzó, en frac, corbata yguantesblancos.Yrepitió:

—Puessí,soyyo…¿Yanoteacuerdas?

No,ellanoseacordabadenada.Él tuvoqueofrecerseabiertamente,consuairebromista.

—Aquíestátucorretaje…Tetraigoelestrenodemiinocencia.

Entonces,comoestabaalbordedelacama,ellalotomóentresusbrazosdesnudos, sacudida por una gran risa y casi llorando, de tan gentil queencontrabaaquelloporsuparte.

—¡Oh!esteMimí,quégraciosoes…¡Ysehaacordado!Yoyalohabíaolvidado. Entonces, te has escapado, sales de la iglesia. Sí, traes olor aincienso… Pero bésame ya. Más fuerte, Mimí mío. ¡Vamos, quizá sea laúltimavez!

Enlaalcobaoscura,queaúnconservabaunvagooloraéter,surisatiernaexpiró. El calor sofocante hinchaba las cortinas de las ventanas, se oían lasvocesdelosniñosenlaavenida.Despuésbromearon,acosadosporlahora.ElmismodíaDaguenetsalíadeviajeconsumujer,despuésdelbanquete.

CapítuloXIII

Hacia fines de septiembre, el condeMuffat, que debía cenar en casa deNana, apareció a media tarde para decir que una orden repentina le habíallegadodelasTullerías.Elhotelaúnnoestabailuminado,loscriadosreíanenla cocina; él subió con sigilo la escalera, cuyas vidrieras, daban paso a unasombracálida.

La puerta del salón no hizo ruido.Una claridad rosácea agonizaba en eltecho de la estancia; los cortinajes rojos, los sillones, los muebles lacados,aquellaconfusiónde telasbordadas,debroncesyporcelanasdormitababajounalentalluviadetinieblas,queahogabalosrincones,sinespejeodelmarfilniunreflejodeloro.

Y allí, en aquella oscuridad, sobre la única blancura distinguida de unasampliasenaguas,percibióaNana,bocaarriba,enlosbrazosdeGeorges.Todanegacióneraimposible.Lanzóungritoahogadoysequedóboquiabierto.

Nana se había levantado de un salto, y lo empujaba hacia el dormitorioparadartiempoaqueelpequeñoescapase.

—Entra—dijoella,desconcertada—;yoteexplicaré…

Estabaexasperadaporestasorpresa.Jamáscedíaasíensucasa,enaquelsalón y con las puertas abiertas. Había sido precisa toda una historia, unadiscusiónconGeorges,rabiosodeceloscontraPhilippe;sollozabatanfuerte

sobre su cuello, que ella le dejóque siguiera, no sabiendo cómocalmarloymuycompadecidaenelfondo.

Yporunavezquecometía laestupidezdeolvidarseasí, conunmocosoque ni siquiera podía llevarle unos ramilletes de violetas de tan escaso dedinero como lo tenía sumadre, llegaba precisamente el conde y caía sobreellos.Verdaderamentenoteníasuerte.Estoeraloqueseganabaconserbuenachica.

La oscuridad era completa en la habitación adonde había empujado aMuffat.Entonces,atientas,llamófuriosamenteparaquetrajesenunalámpara.También era culpa de Julien. Si hubiese puesto una lámpara en el salón, nohabríasucedidonada.

Aquelestúpidocrepúsculolehabíatrastornadoelcorazón.

—Teloruego,gatitomío,sérazonable—dijoellacuandoZoétrajolaluz.

Sentadoycon lasmanosen las rodillas, el condemirabaal sueloconelatontamientodeloqueacababadesorprender.Ynoencontrabaniungritodecólera.Temblaba,comosobrecogidoporunhorrorquelehelaba.EstemudodolorconmovióaNana,eintentóconsolarlo.

—Sí, ha sido una torpeza…Estámuymal lo que he hecho.Ya ves quelamentomi falta.Losientomuchísimo,puestoque tecontraría…Vamos, ségentilportuparteyperdóname.

Sehabíaacurrucadoasuspies,buscandosumiradaconunairedeternurasumisa,paraversiestabamuyenojadoconella;luego,alobservarqueMuffatno respondía, suspirando largamente, fuemás zalamera y le dio una últimarazónconbondadosagravedad.

—¿Ves,querido?Esprecisocomprender…Yonopuedonegaresoamisamigospobres.

El conde se dejó convencer. Sólo exigió que despidiese aGeorges. Perotoda ilusión estabamuerta, ya no creeríamás en la fidelidad jurada.Al díasiguiente Nana lo engañaría de nuevo, y no quedaba en el tormento de supasiónmásqueunanecesidadcobarde,unespantoalavida,alaideadevivirsinella.

Ésta fue la época de su existencia en que Nana iluminó París con elincremento de su esplendor. Aun engrandeció más el horizonte del vicio,dominandolaciudadconlainsolenteostentacióndesulujo,ysudespreciodeldinero,quelehacíanfundirpúblicamentelasfortunas.

En su hotel había como una especie de fragua. Sus continuos deseosincendiaban,conunpequeñosoplodesuslabios,eloroquecambiabaenfinacenizaqueelvientobarríaacadamomento.Jamássehabíavistotalfrenesíde

derroche.Elhotelparecíaconstruidosobreunabismo,dondeloshombres,consusbienes,consuscuerposyhastaconsusapellidos,sehundíansindejartraselloselrastrodelmáslevepolvo.

Aquella ramera, con gustos de cotorra, mordisqueando rábanos yalmendrasgarrapiñadas,desmenuzandolacarne,necesitabacadamesparasumesa cuentas de cinco mil francos. En la cocina había un despilfarrodesenfrenado, un chorreo feroz que reventaba los barriles de vino, queensartabalascuentashinchadasportresocuatromanossucesivas.

Victorine y Francois reinaban en aquel lugar, donde invitaban a todo elmundo,ademásdeunatribudeprimosmantenidosadomicilioconfiambresysustanciosos caldos; Julien exigía los descuentos a los proveedores; losvidrieros no colocaban un cristal pormenos de treintamonedas, sin que élañadieseveintemás;Charlessecomíalaavenadeloscaballos,doblandolasprovisionesyvendiendoporlapuertadeatrásloqueentrabaporlaprincipal,mientras que en esedespilfarrogeneral, de saqueodeuna ciudad tomada alasalto, Zoé, con gran arte, conseguía guardar las apariencias, encubría losrobosdetodosparasalvarmejorlossuyos.

Peroloqueseperdíaaúneramayor:lacomidadelavísperaarrojadaalabasura,unhacinamientodeprovisionesdelasqueloscriadossehastiaban,elazúcar prodigado como si fuese arena, el gas quemado a todo rendimientohasta agrietar las paredes por el calor, y las negligencias, las malicias, losaccidentes…todoloquepuedeapresurarlaruinaestabaalaordendeldíaenunacasadevoradaportantasbocas.

Másarriba,enlashabitacionesdelaseñora,eldesastresoplabamásfuerte:vestidosdediezmilfrancos,puestosdosveces,yvendidosporZoé;joyasquedesaparecíancomoderretidasenelfondodeloscajones;comprasnecias,lasnovedadesdeldíaolvidadasaldíasiguienteenlosrincones,barridasalacalle.

Nananopodíaverunacosamuycarasinquererlaenseguida,yasíhabíaentornosuyouncontinuoderrochedeflores,dechucheríaspreciosas,siendomásfelizcuantomáscostabasucaprichodeunahora.Nadaledurabaenlasmanos, todo lo rompía, todo se marchitaba, todo se ensuciaba entre suspequeños y blancos dedos; una siembra de restos sin nombre, de pedazosretorcidos,depingajosdudosos,laseguíayseñalabasupaso.

Enseguidaaparecíanlastremendasfacturas,enmediodeaquelchorrodedinero tirado: veinte mil francos del sombrerero, treinta mil de la lencería,docemildelzapatero;lacaballerizasecomíacincuentamil,yenseismeseslamodistahizounacuentadecientoveintemilfrancos.

Sinqueellaaumentarasu tren,queLabordetteestimabaencuatrocientosmilfrancosdepromedio,esteañoalcanzólacifradeunmillón,cantidadquea

ellamismaladejóestupefacta,incapazdeexplicarseadóndehabíapodidoirsesemejante suma. Los hombres amontonados unos encima de otros y el orovaciado a espuertas, no alcanzaban a colmar aquel agujero que siempre seabríabajoelsuelodelhotel,enelresquebrajamientodesulujo.

Entretanto, Nana aún alimentaba un último capricho. Asediada una vezmásporlaideaderehacersudormitorio,creíahaberacertado:unaalcobadeterciopelo rosade té, conpequeñoscadarzosdeplata colgandodel techoenformadecarpa,adornadoconcordonesyencajedeoro.

Estoleparecíaqueformaríaunfondosoberbio,ricoysuaveparasurojizapiel.Perolahabitaciónestabahechasimplementeparaquesirviesedemarcoalacama,unprodigioyundeslumbramiento.Nanahabíasoñadoconunacamacomo jamás existió, un trono, un altar al queParís acudirían para adorar sudesnudezsoberana.Todoenélseríadeoroyplatarepujados,semejanteaunagran joya, con rosas de oro incrustadas en un emparrado de plata; en lacabecera, un grupo de Amores entre flores se inclinaría con sus risas paraespiarlasvoluptuosidadesalasombradelascortinas.

Nana se había dirigido a Labordette, que le llevó dos orfebres. Ya seocupaban de los dibujos. La cama costaría cincuentamil francos, yMuffatdebíadárselaporsusconcesiones.

Lo que más le asombraba era que en aquel río de oro, cuya ola se leescurríaentrelosmiembros,estabacontinuamenteescasadedinero.Algunosdías se encontraba en losmayores apuros por unosmiserables luises. TeníaquepedirprestadoaZoéobuscabadineroellamisma,comopodía.Peroantesde resignarse a soluciones extremas, tanteaba a sus amigos, sacando a loshombresloquellevabanencima,hastalasmonedassueltas,perobromeando.Desdehacía tresmesesvaciaba así aPhilippe, quiennopodía acudir en losmomentosdecrisis,sindejarsucartera.

Pronto,audazella,lepidióprestadosdoscientosfrancos,trescientos,nuncamayores cantidades, para atender pequeños pagos, cuentas urgentes, yPhilippe, nombrado en julio capitán tesorero, aportaba el dinero al díasiguiente,doliéndosepornosermásrico,porquelabuenamamáHugonahoratrataba a sus hijos con extraña severidad. Al cabo de tres meses, estospequeñospréstamos,prodigadosconfrecuencia,ascendíanadocemilfrancos.

Elcapitánsiempreteníasujovialysonorarisa;sinembargo,adelgazaba;avecessedistraíayunasombradesufrimientoinvadíasusemblante.Perounamirada deNana lo transfiguraba en una especie de éxtasis sensual. Ella eramuy zalamera con él, lo embriagaba de besos tras las puertas, lo poseía enabandonosbruscosqueloclavabanasusfaldasencuantopodíaabandonarelservicio.

Unanoche, habiendodichoNanaque ella también se llamabaThereseyquesusantoerael15deoctubre,aquellosseñoresleenviaronsusregalos.Elcapitán Philippe llevó el suyo, una antigua bombonera de porcelana deSajonia,montadaenoro.

Encontró aNana sola en su tocador, acabando de salir del baño, vestidaúnicamente con un peinador de franela blanca y roja, y muy ocupada enexaminarlosregalos,expuestosenunamesa.Yahabíarotounfrascodecristalderocaalquererdestaparlo.

—¡Oh,eresmuyamable!—dijoella—.¿Quéesesto?Enséñamelo…Eresunchiquilloalgastarteeldineroenesasbaratijas.

Lereprendía,puestoquenoerarico,muysatisfechaenelfondoporverlegastándoselotodoporella,laúnicapruebadeamorquelaconmovía.Mientrastanto, forcejeaba con la bombonera, queriendo ver cómo era, abriéndola ycerrándola.

—Tencuidado—murmuróél—.Esfrágil.

Peroellaseencogiódehombros.¿Acasocreíaqueteníamanosdegañán?Ydeprontolabisagraselequedóenlosdedos,latapaderacayóyserompió.Ellasequedóestupefacta,puestoslosojosenlospedazosydiciendo:

—¡Oh,seharoto!

Luegoseechóareír.Verlospedazosenelsueloleparecíadivertido.Erauna alegría nerviosa, tenía la risa necia y maligna de un niño a quien ladestruccióndivierte.

Philippe tuvo un breve arranque de indignación; aquella desgraciadaignoraba cuántas angustias le había costado su obsequio. Al verle tantrastornado,Nanatratódecontenerse.

—Verdaderamentenohasidoculpamía…Estabarajado.Esaschucheríasantiguasesloquetienen…Lomismoqueesatapa.¿Hasvistocómosaltó?

Yde nuevo se echó a reír locamente. Pero como lamirada del joven sehumedecieseapesardesuesfuerzo,ellasearrojótiernamenteasucuello.

— ¡No seas tonto! Te amo lo mismo. Si no se rompiese nada, loscomerciantesnovenderían.Todoestáhechopararomperse…Fíjate,¿vesesteabanico?Sóloestáencolado.

Habíacogidounabanico,tirandodelasvarillas,ylasedasedesgarró.Estoparecióexcitarla.Parademostrarqueseburlabadelosdemásregalos,desdeelmomentoenquehabíarotoelsuyo,sedioelgustodedestrozarlos,golpeandolosobjetos,probandoqueallínohabíanadasólido,ydestruyéndolotodo.Unfulgor se encendía en sus ojos vacíos y un ligero temblor de sus labios

enseñaba sus dientes blancos. Luego, cuando todo eran pedazos, volvió areírse,golpeólamesaconsusmanosabiertasyceceóconsuvozdemocosa:

—Seacabó.Nohaymás,nohaymás.

Entonces, Philippe, contagiado por esta embriaguez, se entusiasmó y labesó en el cuello. Ella se abandonaba y se colgaba de sus hombros, tandichosa,quenorecordabahabersedivertidotantodesdehacíamuchotiempo.Ysinabandonarle,enuntonoacariciador,susurró:

—Oye, querido, deberías traerme diez luisesmañana…Bah, una cuentadelpanaderoquemefastidia.

Élsepusopálido;luego,depositandounúltimobesoenlafrentedeNana,dijosencillamente:

—Loprocuraré.

Siguióunsilencio.Nanasevestíayélapoyabalafrenteenuncristal.Alcabodeunminutovolvióasuladoyledijo:

—Nana,deberíascasarteconmigo.

De pronto esta idea la divirtió tanto que ni siquiera podía acabar deanudarselasenaguas.

—Pero,miperrito,túestásenfermo…¿Esqueporquetepidodiezluisesmeofrecestumano…?Nunca.Teamodemasiado.¡Vayatontería!

Y como Zoé entraba para calzarla ya no hablaron más de aquello. Ladoncellaen seguidavio los regalosdestrozadosyamontonadosdebajode lamesa.Preguntósihabíaqueguardarlos,yaldecirle laseñoraque los tirase,losenvolvióconsudelantal.Enlacocinaescogíanyserepartíanlosrestosdelaseñora.

AqueldíaGeorges,apesardelaprohibicióndeNana,sehabíaintroducidoen el hotel. Francois le había visto pasar, pero los criados se reían entre síviendolosapurosdeladueñadelacasa.Georgesacababadedeslizarsehastaelsaloncitocuandolavozdesuhermanoledetuvo,y,pegadotraslapuerta,oyó toda la escena, los besos y la oferta de matrimonio. El horror le dejóhelado,ysemarchócomounimbécil,conlasensacióndeungranvacíoenelcráneo.

Sólo cuando estuvo en la calle Richelieu, en su habitación encima delaposentodesumadre,sucorazónestallóendesconsoladossollozos.Estavezya no podía dudar. Una imagen abominable no cesaba de elevarse ante susojos:NanaenbrazosdePhilippe,yestoleparecíaunincesto.

Cuandosecreía tranquilo, el recuerdovolvíayunanuevacrisisde rabiacelosa learrojabasobresu lecho,mordiendo lassábanasygritandopalabras

insensatasqueaunleahogabanmás.Asípasóeldía.Pretextóunajaquecaparaseguirencerrado,perolanocheaúnfuemásterrible,unafiebredemuerteleagitaba en continuas pesadillas. Si su hermano hubiese habitado en la casa,habríacorridoamatarledeunacuchillada.

Alllegareldíavolvióarazonar.Éleraquiendebíamorir,searrojaríaporla ventana cuando pasara un ómnibus. No obstante, salió hacia las diez,recorrió París, anduvo por los puentes y sintió en el último momento unainvenciblenecesidaddevolveraveraNana.Talvezella lesalvaseconunapalabra.DabanlastrescuandoentrabaenelhoteldelaavenidadeVilliers.

Hacia el mediodía una espantosa noticia había aplastado a la señoraHugon.Philippeestabaen lacárceldesde lavíspera; se leacusabadehaberrobadodocemilfrancosdelacajadelregimiento.Desdehacíatresmesesibasustrayendopequeñascantidadesconelpropósitoderestituirlas,disimulandolas salidas con falsos comprobantes, un fraude que siempre surtía efectograciasalanegligenciadelconsejodeadministración.

Laancianaseñora,aterradaporelcrimendesuhijo,lanzóunprimergritode cólera contra Nana; sabía de sus relaciones con Philippe, y sus tristezasveníande esta desgracia, que la retenía enParís por temor a una catástrofe,peronuncallegóatemertantavergüenza.Yahorasereprochabasusnegativasdedardinerocomounacomplicidad.Desplomadaenunsillón,atacadassuspiernasdeunaparálisis,sesentía inútil, incapazdedarunpaso,clavadaallíparamorir.

No obstante, el repentino pensamiento de Georges la consoló; aún lequedaba Georges, y él podría actuar, tal vez salvarlo. Entonces, sin pedirayudaanadie,coneldeseodequeestascosasquedaransepultadasentreellos,searrastróysubióalotropiso,aferradaalaideadequeaúnhabíaternuraasulado. Pero encontró la habitación vacía. El conserje le dijo que el señoritoGeorgeshabíasalidomuytemprano.

Un segundo desastre aparecía en aquella habitación; el lecho, con lassábanasmordidas,descubríatodasuangustia;unasillaarrojadaalsuelo,entreprendasdevestir, parecíamuerta.Georgesdebíadeestar encasadeaquellamujer.YlaseñoraHugon,conlosojossecosylaspiernasfirmes,descendió.Queríaasushijosysalíaparareclamarlos.

DuranteaquellamañanaNanatuvosusquebraderosdecabeza.Primerofueelpanadero,quien, a lasnueve,habíaaparecidoconsucuenta,unamiseria:cientotreintaytresfrancosdepanquenoconseguíacobrarenmediodelregiotren del hotel. Se había presentado veinte veces, irritado por habérselesustituidodesdeeldíaenquecortóelcrédito,yloscriadosapoyabansucausa.

Francois decía que la señora no le pagaría nunca si no armaba un

escándalo;Charlestambiénhablabadesubirparasolucionarunaviejacuentade paja que seguía sin abonarse, y Victorine aconsejaba que esperasen lapresenciadealgúnseñorysacarledinero.Lacocinaseapasionaba,todoslosproveedoresestabanalcorrientegraciasacomadreosdetresycuatrohoras;laseñoraquedabadesnuda,desplumadaypintadaconencarnizamientoporunaservidumbreociosaquereventabadebienestar.

SóloJulien,elmayordomo,afectabadefenderaNana;apesardetodo,eramuyseñora,ycuandoleacusabandeacostarseconella,sereíaconairefatuo,lo que ponía a la cocinera fuera de sí, porque ella hubiese querido ser unhombreparaescupirleseltraseroaaquellasmujerzuelas,deascoqueledaban.François,maliciosamente,habíadejadoalpanaderoenelvestíbulosinavisaralaseñora.

CuandoNanabajóseencontródelantedeélalahoradeldesayuno.Cogiólacuentayledijoquevolviesealastres.Entonces,congroseraspalabras,sefue,jurandoqueseríapuntualparacobrardecualquiermanera.

Nana almorzó muy mal, humillada por aquella escena. Había quedeshacerse de aquel hombre. Diez veces había apartado su dinero, pero eldinerosiempredesaparecía,undíaparaflores,otroparasuscripciónafavordeunancianogendarme.

Además,ahoracontabaconPhilippe,yseasombrabadequenoestuvieseallíconsusdoscientosfrancos.

Eraunaverdaderamalasuerte; laantevísperaaúnhabíaequipadoaSatincon un ajuar, casi mil doscientos francos en vestidos y lencería, y no lequedabaniunluisencasa.

Hacia las dos, cuando Nana empezaba a inquietarse, se presentóLabordette.Llevabalosdibujosdelacama.Estoconstituyóunadiversión,unaalegría que la hizo olvidarse de todo; aplaudía y bailaba. Luego, llena decuriosidad, inclinada encimade unamesa del salón, se puso a examinar losdibujosqueLabordetteleexplicaba.

—Mira, esto es el barco; en el centro, unmontónde rosas entreabiertas,luegounaguirnaldadefloresydecapullos;lashojasseránenoroverdeylasrosas en oro rojo… Y he aquí la gran pieza de la cabecera; una ronda deamorcillossobreunenrejadodeplata.

PeroNanaleinterrumpióconelmayorentusiasmo.

— ¡Quégracioso está este chiquillo! el último, el que tiene el trasero alaire…¡Yestereírmalicioso!Todostienenojosdecerditos…¿Sabes,querido,queyanomeatreveréahacersuciedadesanteellos?

Saboreabaunasatisfaccióndeextraordinarioorgullo.Losplateroshabían

dichoqueni una reina se acostaba enun lecho comoaquél.Sólohabía unacomplicación.Labordetteleenseñódosdibujosparalapiezadelospies;unoreproducíaelasuntodelosbarcosyelotroeraunaalegoría:laNocheenvueltaensusvelos,cuyadeslumbrantedesnudezdescubríaunFauno.

Añadióquesiellaescogíaestetema,losplaterosteníanlaintencióndedaralanochesuparecido.Estaidea,deungustoarriesgado,lahizopalidecer.Yaseveíacomounaestatuadeplata,enelsímbolodelastibiasvoluptuosidadesdelasombra.

—Claroestá,noposaríasmásqueparalacabezayloshombros—añadióLabordette.

Ellalemirótranquilamente.

—¿Porqué…?Desdeelmomentoenquesetratadeunaobradearte,meimportapocoelescultorquemereproduzca.

Convenido:ellaescogíaaquelmotivo.Peroélladetuvo:

—Espera…Sonseismilfrancosmás.

— ¿Y eso qué me importa?—exclamó echándose a reír—. ¿Acaso micochinitonotienebuenabolsa?

Ahora,entresusíntimos,llamabaasíalcondeMuffat,yaquellosseñoresnosereferíanaéldeotramanera.«¿Visteatucerditoanoche…?»«Anda,creíencontraraquíatucochinito.»Unasencillafamiliaridadque,sinembargo,ellaaúnnosepermitíaensupresencia.

Labordette enrollaba los dibujos dando las últimas explicaciones: losplaterossecomprometíanaentregarlacamadentrodedosmeses,hacíael25de diciembre; desde la semana siguiente, un escultor acudiría a tomar elmodelodelaNoche.

Cuando lo acompañaba a la puerta, Nana se acordó del panadero, ybruscamenteledijo:

—Apropósito,¿nollevasencimadiezluises?

UnprincipiodeLabordette,queledababuenosresultados,consistíaennoprestarnuncadineroalasmujeres.Siempredabalamismarespuesta:

—No, querida; estoy limpio… Pero si quieres que vaya a casa de tucerdito…

Ellasenegó,pueserainútil.Dosdíasanteslehabíasacadoalcondecincomil francos.Noobstante, ella lamentó su indiscreción;detrásdeLabordette,aunquesóloeran lasdosymedia, reaparecióelpanadero,y se sentóenunabanquetadelvestíbulo,groseramenteyjurandoenvozalta.

Nana leescuchabadesdeelprimerpiso.Palidecía,y sobre todosufríaaloír cómo se subía el sordo regocijo de los criados. Se partían de risa en lacocina; el cocheromiraba desde el fondo del patio, Francois atravesaba sinmotivoelvestíbuloyluegoseapresurabaadarnoticias,despuésdesonreírlealpanaderoconunamuecadeinteligencia.

Se burlaba de la señora, las paredes resonaban y ella se sentíacompletamente sola en medio del desprecio de su servidumbre, que laacechabaylahumillabaconbromasdemuymalgusto.

Entonces, cuando se le ocurrió pedir prestados los ciento treinta y tresfrancosaZoé,secontuvo,puesyaledebíadinero,yerademasiadoorgullosaparaexponerseaunanegativa.

Taleralapreocupaciónquelaembargabaqueentróensualcobahablandoenvozalta:

—Bah, bah, hija mía… No cuentes más que contigo. Tu cuerpo tepertenece,ymásvaleservirsedeélquesufrirundesaire.

YsinsiquierallamaraZoé,sevistiórápidamenteparacorreracasadelaTricon.Erasusupremorecursoenlashorasmásdifíciles.

Muy pretendida, siempre solicitada por la vieja señora, se negaba o seresignabasegúnsusnecesidades,ylosdías,cadavezmásfrecuentes,enquelos agujeros aparecían en su tren regio, estaba segura de encontrar allíveinticincoluisesesperándola.SedirigíaacasadelaTriconconlafacilidaddelhábito,comolospobressedirigenalMontedePiedad.

PeroalsalirdesuhabitaciónsetropezóconGeorges,depieenmediodelsalón.Ellanoadvirtiósupalideznielfuegosombríodesusojos.Sólotuvounsuspirodealivio.

—¡Ah!Vienesdepartedetuhermano,¿no?

—No—replicóGeorges,temblandomás.

Entonces ella hizo una mueca de desespero. ¿Qué quería? ¿Por quéestorbabasucamino?Teníamuchaprisa.Luego,retrocediendo,lepreguntó:

—¿Tienesdinero?

—No.

—Es cierto. ¡Qué necia soy! Nunca un céntimo, ni siquiera para elómnibus…Mamánoquiere…¡Vayahombres!

Yseescapaba,peroélladetuvo;queríahablarconella.Nanarepetíaquenoteníatiempocuandounapalabraladejótiesa.

—Oye,séquevasacasarteconmihermano.

Aquello sí que resultabagracioso.Sedejó caer enuna sillapara reírse agusto.

—Sí—continuóelpequeño—.Yyonoquiero…Soyyoquiensecasarácontigo…Vengoparaeso.

— ¡Cómo! ¿Tú también?—exclamóNana—. Por lo visto es unmal defamilia…Puesnunca.¡Vayaunsufrimiento!¿Oshepedidoesaestupidez?Niconelunoniconelotro.¡Nunca!

ElrostrodeGeorgesseiluminó.¿Ysisehubieseengañado?

—Entoncesjúramequenoteacuestasconmihermano.

—Túmeaburresya—dijoNana,quesehabíapuestoenpie,comidaporlaimpaciencia—. ¡Vaya unminutomás divertido!Te repito que tengo prisa…Meacuestocontuhermano,siesomeplace.¿Acasomemantienestú,acasopagasparaexigirmecuentas?Sí,meacuestocontuhermano.

Él la había cogido del brazo y lo apretaba hasta doblárselo, mientrasbalbucía:

—Nodigaseso…nodigaseso…

Deunasacudida,ellaselibródeél.

—Y ahora me pega. ¡Vean al mocoso…! Pequeño, lárgateinmediatamente…Tetolerabaporgentileza.Abredeunavezlosojos…¿Noesperarías tenerme pormamá hasta lamuerte? Tengo otras cosas que hacerquecriarmocosos.

Georgeslaescuchabaconunaangustiaqueloaturdía,sinprotestar.Cadapalabra le hería el corazón con gran golpe, y se sentía morir. Ella, sin versiquiera su sufrimiento,continuaba,dichosapordescargar sobreél todos losenojosdelamañana.

—Eres igual que tu hermano. ¡Bonito pájaro está hecho! Me habíaprometidodoscientosfrancos.Yapuedoesperarle…¡Puessíquehagomuchoconsudinero!Nisiquierapuedocomprarmepomada.Peromehadejadoenun apuro…¿Quieres saberlo?Pues por culpa de tu hermano salgo para ir aganarveinticincoluisesconotrohombre.

Entonces, anonadado, Georges se atravesó en la puerta, y lloraba y lesuplicaba,juntandolasmanos,balbuciendo:

—¡Oh,no!¡Oh,no!

—Yodigoquesí.¿Tienestúesedinero?

No, él no tenía dinero.Hubiese dado su vida por tener dinero. Jamás sehabíasentidotanmiserable,taninútil,tanpequeño.Sacudidoporlossollozos,

sentíaundolortangrandequeellaacabóporverloyenternecerse.Loapartósuavemente.

—Vamos,gatomío;déjamepasar,espreciso…Sérazonable.Túeresuncrío; aquello fue agradable para una semana, pero hoy debo pensar enmisasuntos.Reflexionaunpoco…Tuhermanoyaesunhombre.Conél,nodigoqueno…Hazmeelfavor.Esinútilquevayasacontarletodoesto.Nonecesitasaberadóndevoy.Siemprehablodemasiadocuandomeencolerizo.

Sereía.Luego,cogiéndole,lebesóenlafrente.

—Adiós,pequeño;seacabó,bienacabado,¿entiendes…?Memarcho.

Yleabandonó.Élsequedóenmediodelsalón.Lasúltimaspalabrasaúnsonabanarebatoensusoídos:«Seacabó,bienacabado»ycreíaquelatierraseabríaasuspies.

En el vacío de su cerebro el hombre que esperaba a Nana habíadesaparecido;sóloquedabaPhilippe,continuamenteenlosbrazosdesnudosdeNana.Ellanolonegaba,yleamaba,puestoquequeríaevitarleeldisgustodeunainfidelidad.Estabaacabado,bienacabado.

Respiró fuertemente y miró alrededor de la habitación, ahogado por unpeso que le aplastaba. Uno tras otro le llegaban los recuerdos: las nochesrisueñasdelaMignotte,lashorasdecariciasenquesecreíasuniño,luegolasvoluptuosidadesrobadasenaquellamismaestancia.¡Ynunca,nuncamás!Élera demasiado pequeño, aún no había crecido bastante, y Philippe lereemplazabaporqueya tenía barba.Entonces, esto era el fin, y ya nopodíavivirmás.Suviciosehabíatempladoenunaternurainfinita,enunaadoraciónsensual, en que todo su ser se entregaba. Luego, ¿cómo olvidar cuando suhermanosequedabaallí?Suhermano,unpocodesusangre,cuyoplacer leponíarabiosodecelos.Aquelloeraelfin.¡Sí,queríamorir!

Todaslaspuertasestabanabiertas,enmediodelaalgazararuidosadeloscriados, que habían visto salir a pie a la señora. Abajo, en la banqueta delvestíbulo, el panadero reía conCharles y Francois.ComoZoé atravesase elsalón corriendo, se quedó sorprendida al ver a Georges, y le preguntó siesperabaalaseñora.Sí,laesperaba,porqueseolvidódedarleunarespuesta.

Cuando el muchacho volvió a quedarse solo, se puso a buscar. Noencontrandootracosa,cogiódeltocadorunastijerasmuypuntiagudas,conlasqueNanatenía lamaníadecortarse laspielesy lospelos.Entonces,duranteuna hora, se armó de paciencia, con los dedos apretando nerviosamente lastijerasylamanoenelbolsillo.

—Ahí llega laseñora—dijoZoéentrando,quehabíaestadoacechándoladesdelaventanadesualcoba.

Hubo carreras por el hotel; las risas se extinguieron y las puertas secerraron.

GeorgesoyócómoNanapagabaalpanadero;luego,subió.

—¡Cómo!¿Aúnestásaquí?—exclamóellaalverle—.Mevoyaenfadar,pequeño.

Éllaseguíamientrasellaibahaciasuhabitación.

—Nana,¿quierescasarteconmigo?

Ella se encogió de hombros. Aquello era demasiado estúpido; no quisoresponder.Tuvolaideadedarleconlapuertaenlasnarices.

—Nana,¿quierescasarteconmigo?

Ellaempujólapuerta,conunamano,élvolvióaabrirlamientrassesacabalaotradelbolsilloconlastijeras.Ysencillamente,conungrangolpe,selashundióenelpecho.

Nana,presintiendounadesgracia,habíavueltolacabeza,yserevolvióconlamayorindignación.

— ¡Pero será imbécil! ¡Tú eres idiota! Y con mis propias tijeras…¿Quieresacabardeunavez,estúpido?¡Ah,Diosmío,Diosmío…!

Estabaanonadada.Elmuchacho,caídoderodillas,acababadeasestarseunsegundogolpe,queloarrojócuanlargoerasobrelaalfombra.Cerrabaconsucuerpoelumbraldelaalcoba.

Entonces ella perdió la cabeza, gritando con todas sus fuerzas, noatreviéndoseasaltarporencimadelcuerpo,quelaatajabayleimpedíacorrerenbuscadesocorro.

— ¡Zoé, Zoé! ¡Ven pronto! ¡Detenle! Es una estupidez. Un niño comoéste…Yahorasemata,¡yenmicasa!¿Sehabrávistonadaigual?

Elmuchacholedabamiedo.Estabapálido,losojoscerrados.Nosangrabamucho, sólo un poco, saliéndole por debajo del chaleco. Nana se decidía apasar sobre el cuerpocuandouna aparición lahizo retroceder.Frente a ella,por la puerta del salón que había quedado abierta, se adelantaba una señoraanciana.

Y Nana, aterrada, reconoció a la señora Hugon, no explicándose supresencia.Retrocedía,llevandopuestostodavíalosguantesyelsombrero.Suterroreratantoquesedefendiótartamudeando:

—Señora, no he sido yo, se lo juro… Él quería casarse conmigo, le hedichoqueno,ysehamatado.

Lentamente,vestidadenegro,laseñoraHugonseacercaba,lacarapálida,loscabellosblancos.

En el coche, la idea de Georges había desaparecido y sólo la falta dePhilippe volvió a apoderarse de ella.Tal vez aquellamujer podría dar a losjueces explicaciones que les conmovieran, y se le ocurrió el proyecto desuplicarle,paraquedeclaraseenfavordesuhijo.

Abajohabíaencontradolaspuertasabiertas;vacilabaenlaescalera,debidoasusdébilespiernas,cuandolosgritosdeterrorlaguiaron.Luego,arriba,unhombre estaba tendido en el suelo, con la camisamanchada de sangre. EraGeorges,erasuotrohijo.

Nanarepetíaenuntonoimbécil.

—Queríacasarseconmigo,lehedichoqueno,ysehamatado.

Sinungrito,laseñoraHugonseinclinó.Sí,eraelotro,eraGeorges.Unodeshonradoyelotroasesinado.Estonolasorprendía;eraelhundimientodetoda su vida. Arrodillada en la alfombra, ignorando el lugar en que seencontraba, sin percibir a nadie, miraba fijamente el rostro de su hijo, yescuchabaconunamanosobresucorazón.

Luego lanzó un débil suspiro. Había sentido que le latía el corazón.Entonceslevantólacabeza,examinóaquellaalcobayaquellamujer,ypareciórecordar. Una llama se encendió en sus ojos vacíos; era tan grande y tanterrible su silencio, que Nana temblaba y continuaba defendiéndose, porencimadeaquelcuerpoquelasseparaba.

—Selojuro,señora…Sisuhermanoestuvieseaquípodríaexplicarle.

—Suhermanoharobadoyestáenlacárcel—dijolamadreduramente.

Nanasequedócomoestrangulada.¿Peroporqué todoaquello?Ahoraelotrohabíarobado.¿Estaban,pues,locosenaquellafamilia?Yanosedebatiómás,noparecíaqueestuvieseensucasa,ydejabaquelaseñoraHugondieseórdenes.

Los criados habían acudido finalmente; la anciana señora quiso quebajasenaGeorges,desvanecido,asucoche.Preferíamatarloantesquedejarloenaquellacasa.Nana,conmiradasestupefactas,veíaqueloscriadossosteníanalpobreZizíporloshombrosylaspiernas.

La madre seguía detrás, extenuada y apoyándose en los muebles comoarrojadaalanadadetodoloqueamaba.Eneldescansillosollozó,sevolvióydijopordosveces:

—¡Ah,noshahechomuchodaño…!Noshahechomuchodaño.

Eso fue todo. Nana se había sentado, abatida, con los guantes y el

sombrero todavíapuestos.Elhotelcaíadenuevoenunsilencioabsoluto;elcoche acababa de arrancar, y permaneció inmóvil, sin un pensamiento, yretumbándoleaquellaescenaenlacabeza.

UncuartodehoradespuésMuffatlaencontróenelmismositio.Entoncesella se desahogó con un desbordado torrente de palabras, refiriéndole ladesgracia, volviendo veinte veces sobre losmismos detalles, recogiendo lastijerasmanchadasdesangreparaimitarelademándeZizí.Sumayorobsesiónerademostrarsuinocencia.

—Dime,querido, ¿ha sidoculpamía?Si tú fueses la justicia, ¿acasomecondenarías?Yo no le dije a Philippe que limpiase la caja, ni empujé a esepequeñodesgraciadoaquesematase.En todocaso, lamásdesgraciadasoyyo.Vienenacometerestupidecesenmicasa,mecausantrastornosytodavíametratandeperversa.

Yseechóallorar.Undesahogonerviosolaponíablandaydoliente,muyenternecida,conuninmensopesar.

—Tú también tieneselaspectodenoestarcontento…PreguntaaZoésitengolaculpaono…Zoé,hablaya,explícalealseñor…

Desde hacía un instante la doncella, que había cogido en el tocador unatoalla y unapalangana, frotaba la alfombraparaquitar lamanchade sangreantesdequesesecase.

—Señor,laseñoraestádesolada.

Muffat permanecía aterrado, helado por este drama, con el pensamientofijoenaquellamadrellorandoasushijos.ConocíasugrancorazónylaveíaconsuropadeviudaextinguiéndosesolaenlasFondettes.

PeroNanaaúnsedesesperabamás.Ahora la imagendeZizí,caídoenelsueloconunagujerorojosobrelacamisa,laponíafueradesí.

—Era tan niño, tan dulce, tan acariciador…Sabes, gatitomío, y peor siestotemolesta,queyoamabaaesecrío…Nopuedocontenerme,esoesmásfuerte que yo… Además, esto no debe importarte ahora. Ya no está aquí.Tienesloquequerías;ahorayaestássegurodequenonossorprenderás.

Y este último pensamiento la estremeció tanto que Muffat acabó porconsolarla.

Ledijoquedebíaserfuerte;ellateníarazón,noeraculpasuya.PeroNanareaccionóinmediatamenteparadecirle:

—Oye,correenbuscadenoticiassuyas…Enseguida,¡loquiero!

MuffatcogiósusombreroyfueaenterarsedelestadodeGeorges.Alcabodetrescuartosdehora,cuandoregresaba,vioaNanaasomadaconangustiaa

unaventana,ylegritódesdelaaceraqueelpequeñonohabíamuerto,yqueseconfiabaensalvarle.

EntoncesNanasaltódealegría:cantaba,bailaba,encontrabalaexistenciahermosa.PeroZoénoestabasatisfechadesulavado.Nohacíamásquemirarlamanchayrepetíacadavezquepasabaporallí:

—Sabe,señora,nosehaborrado.

Enefecto,lamanchareaparecíaenunrojopálidosobreunrosetónblancodelaalfombra.Estabaenelmismoumbraldelahabitación,comountrazodesangrequecruzaselapuerta.

—Bah…—dijoNanadichosa—.Yaseborraráconlaspisadas.

AldíasiguienteelcondeMuffattambiénsehabíaolvidadodelaaventura.Poruninstante,cuandoelcochelellevabaalacalleRichelieu,sehabíajuradonovolvermás a casa de aquellamujer.El cielo le enviabauna advertencia;veía la desgracia de Philippe y de Georges como el anuncio de su propiaperdición.PeronielespectáculodelaseñoraHugonllorando,nilavistadeladolescenteconsumidopor lafiebretuvieronlafuerzadehacerlecumplirsujuramento,ydelcortoestremecimientodeaqueldramasólolequedólasordaalegríadeversedesembarazadodeunrivalcuyaencantadorajuventudsiemprele había desesperado. Ahora llegaba a una pasión exclusiva, a una de esaspasiones de hombres que no tuvieron juventud. Amaba a Nana con lanecesidaddesaberqueeraúnicamentesuya,deoírla,detocarla,deaspirarsualiento.Eracomounaternuraqueseextendíamásalládelossentidos,hastaun sentimientopuro,unafecto inquieto, celosodelpasado, soñandoavecesconlaredención,conelperdónrecibido,arrodilladoslosdosanteDiospadre.Cadadíalareligiónledominabamás.Practicabanuevamente,seconfesabaycomulgaba; combatiendo sin cesar, duplicaba con sus remordimientos losgocesdelpecadoylapenitencia.Sudirectorlehabíapermitidousarsupasiónysehabíaacostumbradoaaquellacondenacióncotidiana,querecogíaconsusestallidosdefe,llenosdeunahumildaddevota.Ingenuamenteofrecíaalcielo,como una expiación dolorosa, el abominable tormento que padecía. Estetormentocrecíadiariamente,aumentandosucalvariodecreyente,decorazóngraveyprofundo,caídoenlasensualidadrabiosadeunaramera.Peroloquemásaumentabasuagoníaeralacontinuainfidelidaddeaquellamujer,quenopodíasujetarydelaquenocomprendíasuscaprichosimbéciles.Éldeseabaunamoreterno,siempreigual.Ellaasíselohabíajurado,ylapagabaporeso,porsufidelidad.Perolaveíaembustera,incapazdeguardarse,entregándosealos amigos, a los transeúntes, como una bestia infeliz nacida para vivir sincamisa.

Una mañana que vio salir a Fourcamont de casa de Nana a una horaintempestiva, la acusó crudamente.Y ella se revolvió, indignada con tantos

celos.Yaenotrasvariasocasionessehabíamostradosumisa.Así,latardeenque la sorprendió conGeorges, ella fue la primera en reconocerse culpable,confesándole sus errores, colmándole de caricias y de frases amables, paratranquilizarlecomofuese.Peroahoraya lafastidiabacontanta terquedadennocomprenderalasmujeres,yfuebrutal.

—Pues sí;mehe acostado conFourcamont. ¿Yqué? ¿No te agrada eso,cochinitomío?

Eralaprimeravezquelearrojabaalacara«cochinitomío».Elcondesequedó sofocado ante la desfachatez de su confesión, y como apretase lospuños,ellaavanzóhaciaélylemiróalacara.

— ¡Y basta ya! Si esto no te conviene, me vas a hacer el favor demarcharte…Noquieroquegritesenmicasa…Métetebienentucabezotaquequieroserlibre.Cuandounhombremegusta,meacuestoconél.Así,comolooyes.Ydecídeteinmediatamente:síono,ypuedesirte.

Nanaabriólapuerta.Elcondenosalió.Desdeentonceséstafuelamanerade esclavizarle más; por una nimiedad, a la menor querella, le soltaba lopactadoconrepugnantesreflexiones.Muybien.Yaencontraríaotrosmejoresque él; sólo le preocupaba la elección; encontraría tantos hombres comoquisiera,hombresmenosridículos,ycuyasangreaúnardíalesenlasvenas.

Muffat inclinaba la cabeza, esperando horas más dulces, cuando ellatuviesenecesidaddedinero;entonces,Nanasevolvíazalamerayélolvidaba.Una noche de ternuras compensaba los tormentos de toda una semana. Porotra parte, la reconciliación con su esposa le había hecho insoportable suhogar. La condesa, abandonada por Fauchery, que volvió a caer bajo eldominio deRose, se aturdía en otros amoríos, en la febril inquietud de suscuarenta años, siempre nerviosa y animando el hotel con el desesperadotorbellinodesuvida.Estelle,despuésdesumatrimonio,habíadejadodeverasu padre. En aquella muchacha, flaca e insignificante, había aparecidobruscamente una mujer de férrea voluntad, tan absoluta que Daguenettemblabaanteella;ahoralaacompañabaamisa,convertido,furiosocontrasusuegro, que les arruinaba con su querida. Sólo el señor Venot continuabaamableconelconde,esperandosuhora; inclusollegóa introducirseencasadeNana,frecuentandoamboslugares,enlosqueseencontraba,detrásdelaspuertas,susonrisa.

Y Muffat, miserable en su casa, arrojado por el aburrimiento y lavergüenza, aun prefería vivir en la avenida de Villiers, en medio de lasinjurias. Pronto sólo subsistió una sola cuestión entre Nana y el conde: eldinero.Undía,despuésdehaberleprometidoformalmentediezmilfrancos,seatrevió, a la hora convenida, a presentarse ante ella con las manos vacías.Desde la antevíspera ella lo encendía con caricias. Pero su falta de palabra,

tantosmimosperdidos,lairritarontantoquenoreparóengroserías,yrabiosa,pálida,legritó:

—¿Qué?No tienesdinero…Entonces, cochinitomío,vuelveal sitiodedondevienes,ycuantoantes.¡Seráidiota!Yaúnpretendíaabrazarme…¿Nohaydinero?puesnohaynada.¿Entiendes?

Muffatdabaexplicaciones;tendríaeldinerodosdíasdespués.Peroellaleinterrumpióviolentamente:

— ¿Ymis vencimientos?Me embargaran amí, mientras el señor vieneaquíacrédito…Míratebien.¿Acasoteimaginasqueteamoportusencantos?Cuando se tieneunhocico comoel tuyo, sepaga a lasmujeresquequierantolerarte…Sinometraesdiezmilfrancosestanoche,novuelvesachuparnilayemademimeñique…¡Porésas!Tedevuelvoatumujer.

Aquellanochelellevólosdiezmilfrancos.Nanaletendióloslabiosyélseconsolóenunlargobesodetodoundíadeangustias.LoquemásfastidiabaaNana era tenerlo continuamente pegado a sus faldas. Se quejaba al señorVenoty lesuplicabaquese llevaseasucochinitoacasade lacondesa;¿eraquenoservíaparanadasureconciliación?Ylamentabahabersemezcladoenaquello, puesto que no conseguía quitárselo de encima. Los días en que sedejaba llevar de la cólera, olvidaba sus intereses y juraba hacerle unamalapasada,ycomoella legritabagolpeándose losmuslos,nohabría servidodenada escupirle a la cara, porque se hubiera quedado dándole las gracias.Entoncesserenovabancontinuamente lasescenasacausadeldinero.Ella loexigíaconbrutalidad,soltandopalabrotashastaporsumasmiserables.Eraunaavidezodiosadecadaminuto,yunacrueldadelrepetirlequesóloseacostabaconélporsudinero,queesonoladivertíayqueamabaaotro,yqueeramuydesgraciadaalnecesitaraunidiotadesucalibre.Inclusonoselequeríaenlacorte,dondeyasehablabadeexigirleladimisión.Laemperatrizhabíadicho:«Esdemasiadorepugnante».Yestoeracierto.

YNanatambiénrepetíalafraseparaconcluircadaunadesusdisputas.

—Mira,merepugnas.

Ahora ya no se contenía por nada; había reconquistado su completalibertad.Todoslosdíasdabasupaseoporellago,iniciandoallílasrelacionesqueconcluíanenotrositio.Eralagrancomponenda,eldescaroaplenosol,elmostrarsea lasdesvergonzadas ilustres,queseexhibíancon la sonrisade latoleranciayentreellujoesplendentedeParís.

Las duquesas la señalaban con la mirada, y las burguesas enriquecidascopiaban sus sombreros; a veces su landó, para pasar, detenía una fila depoderosos carruajes, de financieros que tenían a Europa en su caja, deministroscuyosgruesosdedosapretabanlagargantadeFrancia.Yellaestaba

entreaquellasociedaddelBosqueocupandounsitioconsiderable,conocidaentodas las capitales, solicitada por todos los extranjeros, añadiendo a losesplendores de aquella muchedumbre el arrebato de su libertinaje, como lamisma gloria y el agudo goce de una nación. Luego las relaciones de unanoche, loscontinuoscambios,enlosquecadamañanaperdíaelrecuerdo, lapaseabanporlosgrandesrestaurantes,amenudoenelMadridenlosbuenosdías. El personal de las embajadas desfilaba, ella cenaba conLucy Stewart,Caroline Héquet,María Blond, en compañía de señores que destrozaban elfrancés, pagando para que les divirtiesen, cogiéndolas para la velada con laordendeseralegres,tangastadosytanvacíosquenisiquieralastocaban.Yellas llamaban a esto «ir de juerga» y regresaban muy satisfechas de susdesdenes para terminar la noche en los brazos de un amante apetecido. ElcondeMuffat fingía ignorarlo, cuando ella no le arrojaba los nombres a lacara. Por otra parte, sufría mucho con las pequeñas vergüenzas de suexistencia cotidiana. El hotel de la avenida de Villiers se convertía en uninfierno, en una casa de locos, donde los desórdenes de cada momentoconducíanaodiosascrisis.Nanahabíallegadoalextremodepegarseconloscriados. Durante un breve tiempo se mostró muy amable con Charles, elcochero;cuandoellasedeteníaenunrestaurante,leenviabajarrosdecervezapor un camarero; le hablaba desde el interior de su landó, alegremente,encontrándole divertido en medio de los atascos de carruajes cuando élquerellaba con los cocheros de alquiler. Después, sin motivo, lo trataba deidiota.Siempreseenzarzabanporlapaja,porelhenoyporlaavena;apesarde sucariñoa los animales, encontrabaque suscaballoscomíandemasiado.Cierto día que pasaban cuentas, como ella lo acusase de robarle,Charles seenfureció y la llamó cerda, y por supuesto que sus caballos valíanmás queella,puesnoseacostabancontodoelmundo.Ellalerespondióenelmismotonoyelcondetuvoquesepararlosydespediralcochero.Éstefueelprincipiode la desbandada entre el servidumbre. Victorine y Francois se marcharondespuésdeunrobodediamantes.ElmismoJuliendesapareció,ycorríaunaanécdota: el propio señor conde le suplicó que se marchara, dándole unacrecida suma,aldescubrirqueseacostabacon la señora.Cadaochodías seveíanenlacocinacarasnuevas.Nuncasehabíadespilfarradotanto;lacasaeracomounpasadizopordondeeldesechodelasoficinasdecolocacióndesfilabaenunconcursodesaqueo.Zoépermanecía,consuairededecencia,ysuúnicocuidadoeraordenaraqueldesordenmientrasnotuvieseconquéestablecerseporsucuenta,proyectoquemadurabadesdehacíamucho tiempo.Yestonoeramásquelosincidentesconfesables.Elcondesoportabalaestupidezdelaseñora Maloir, jugando a las cartas con ella, a pesar de su olor a rancia;aguantabaalaseñoraLeratysuschismes,aLouisetylasquejastristesdeunniñominado por la enfermedad, alguna podredumbre heredada de un padredesconocido.Peroaúnpasabahoraspeores.Una tarde,detrásdeunapuerta,

había oído a Nana contar a su doncella que un pretendido rico acababa detimarla;sí,unsupuestohombrequesedecíaamericano,conminasdeoroensu tierra; un cerdo que se había largado mientras dormía, sin dejarle uncéntimoyllevándoseinclusounpaquetedecigarrillos,yelconde,máspálidoquenunca,volvióabajar laescaleradepuntillasparanosabermás.Enotraocasiónsevioobligadoasaberlotodo.Nana,encaprichadaporunbarítonodecafé concierto y abandonada por él, soñó con suicidarse en una crisis desentimentalismonegro;setragóunvasodeaguaenlaquehabíadesleídounpuñadodecerillas,locuallapusohorriblementeenferma,peronolamató.Elconde tuvo que cuidarla y soportar toda la historia de su pasión, con laslágrimasylosjuramentosdenofiarsenuncamásdeloshombres.Peroensudesprecio a esos cerdos, comoella los llamaba, nopodíapermanecer conelcorazónlibre,teniendosiemprealgúnamantequeridobajosusfaldas,rodandotrascaprichosinexplicablesygustosperversosenelabandonodesucuerpo.

Desde que Zoé se abandonaba por cálculo, la buena administración delhotelibadecabeza,atalpuntoqueMuffatnoseatrevíaaempujarunapuerta,descorrer una cortina o abrir un armario; ya no valían las habilidades, losseñores se arrastraban por todas partes y tropezaban unos con otros. Ahoratosíaantesdeentrar,sobretododesdequeestuvoapuntodeencontraraNanacolgada del cuello de Francis una noche que se ausentó dos minutos deltocadorparaordenarqueenganchasen,ymientraselpeluquerodabaelúltimotoque al peinado de la señora. Eran abandonos bruscos a espaldas suyas, elplacer recogido en todos los rincones, vivamente, en camisa o con trajesuntuoso, con el primero que llegase. Luego se reunía con él, encendida ydichosa con el engaño. Sus trampas se sucedían, abominables todas. Eldesdichado,enlaangustiadesuscelos,llegabaaestartranquilocuandodejabaaNanayaSatinjuntas.Lahabríaempujadoaesteviciocontaldeapartarladelos hombres. Pero también por este lado todo fracasaba. Nana engañaba aSatindelmismomodoqueengañabaalconde,enardeciéndoseconcaprichosmonstruosos, recogiendo rameras en las esquinas de las calles. Cuandoregresaba en coche, a veces se enamoraba de un pingajo visto en el arroyo,enardecíasussentidosydesbordabasufantasía,yentonceshacíaquesubiese,la pagaba y la despedía. Luego, con un disfraz de hombre, emprendíaaventurasporcasasdelenocinio,conespectáculosdedesenfrenoquedivertíansu aburrimiento. Y Satin, irritada por verse abandonada continuamente,trastornabatodoelhotelconescenasatroces;habíaacabadoportenerdominioabsolutosobreNana,quelarespetaba.

Muffat también soñó con una alianza. Cuando no lograba imponerse,provocabaaSatin.Dosvecesellahabíaobligadoasuqueridaaquelotomase;mientras él semostraba agradecido, la advertía y se esfumaba ante ella a lamenor señal. Sólo que la armonía casi no duraba. Satin también estabacansada.Algunosdíaslorompíatodo;medioextenuada,sedestrozabaenun

frenesí de cólera y de ternezas, que incluso la embellecía. Zoé debía deentusiasmarla, porque la cogía en los rincones, como si quisiera contratarlaparasugrannegocio,delqueaúnnohablabaanadie.

Sin embargo, al condeMuffat aún le sacudíanciertas rebeliones.Él, quetolerabaaSatindesdehacíameses,queacababadeaceptaralosdesconocidos,ese rebañode hombres galopando a través de la alcobadeNana, se irritabaante la idea de ser engañado por alguno de su clase o simplemente por susconocidos.Así,cuandoellaleconfesósusrelacionesconFourcamont,padeciótantoqueencontrólatraicióndeljoventanabominablequequisoprovocarleybatirseenduelo.

Comono sabíadóndebuscar testigospara semejante asunto, sedirigió aLabordette,quienlemiróestupefacto,sinpodercontenerlarisa.

—¿UndueloporNana…?Pero,queridoseñor, todoParísseburlaríadeusted.NadiesebateporNana;esridículo.

Elcondepalideció.Ydijoconviolencia:

—Puesleabofetearéenplenacalle.

Durante una hora Labordette trató de que razonase. Una bofetada haríaodiosa lahistoria;por lanoche todoelmundo sabría laverdaderacausadelencuentroyseríalacomidilladelosperiódicos.YLabordetteacababasiempreconestamismaconclusión:

—Imposible,esoesridículo.

Esta palabra caía cada vez sobre Muffat, clara y cortante como unacuchillada.Nisiquierapodíabatirseporlamujerqueamaba;eraparasoltarlacarcajada. Jamás había sentido más dolorosamente la miseria de su amor,aquellagravedaddesucorazónperdidaen laburladelplacer.Fuesuúltimarebelión;sedejóconvencer,ydesdeentoncesasistióaldesfiledelosamigos,de todos los hombres que vivían allí, en la intimidad del hotel.Nana, en elespaciodealgunosmeses, losdevoróglotonamenteaunosdespuésdeotros.Las crecientes necesidades de su lujo enardecían sus apetitos, y de unadentellada dejaba a un hombre completamente limpio. Al principio tuvo aFourcamont, que no le durómás que unos días. Él soñaba en abandonar lamarinayhabía amasadoendiezañosdeviajesunos treintamil francosquequería invertirenEstadosUnidos,perohastasus instintosdeprudenciaydeavaricia fueron barridos; lo dio todo, hasta firmas en pagarés de favor quecomprometíansuporvenir.

CuandoNanaloechó,estabadesnudo.Peroellasemostrómuybondadosa:le aconsejó que volviese a su barco. ¿Para qué obstinarse? Pues no teníadinero, la cosa no era posible. Debía comprenderlo y ser razonable. Un

hombrearruinadocaíadesusmanoscomounfrutomaduro,parapudrirseentierraporsímismo.

NanaenseguidaseabatiósobreSteiner,sinrepugnancia,perosinternura.Lo trataba de cochino judío, parecía saciar un antiguo odio, del que ni ellamismasedabacuenta.Eragruesoyestúpido,yellaloatropellaba,tragándosepedazosdobles,queriendoacabarlomásprontoposibleconaquelprusiano.Élhabía abandonado a Simonne. Su asunto del Bósforo empezaba a peligrar.Nanaprecipitóelhundimientoconlocasexigencias.

Durante un mes aún estuvo debatiéndose, haciendo milagros; llenabaEuropa de anuncios, de prospectos, en una publicidad colosal, y conseguíadinero de los países más lejanos. Todos estos ahorros, los luises de losespeculadores, como las monedas de las pobres gentes, se hundían en elabismo de la avenida de Villiers. Por otra parte, se había asociado con unmaestro herrero, en Alsacia, y allá en un rincón de provincia, los obrerosennegrecidosde carbón, chorreantesde sudor, quenocheydía tensaban susmúsculosyoíancrujirsushuesos,seafanabanparasubveniralosplaceresdeNana.

Ellalodevorabatodocomounahoguera:losrobosdelagioylosfrutosdeltrabajo.EstavezconcluyóconSteiner,lodevolvióalarroyo,chupadohastalamédula,tanvacíoquequedóincapacitadoparainventarotranuevatruhanería.Conelhundimientodesucasadebanca,tartamudeabaytemblabaantelaideadelapolicía.Acababandedeclararleenquiebraylasolapalabradinero,aélquehabíamanejadomillones,lesumíaenunembarazogrotesco.

Unanoche,encasadeNana,seechóallorarylepidióunpréstamodecienfrancosparapagarasucriada.YNana,enternecidaydivertidaporelfindelterriblebuenhombrequepirateabalaBolsadeParísdesdehacíaveinteaños,selosdiodiciéndole:

—Te los doy porque es gracioso… Pero escucha, querido, ya no tienesedadparaquetemantenga.Búscateotraocupación.

EntoncesNana empezó inmediatamente conHéctor de la Faloise.Hacíamuchotiempoqueansiabaelhonordeserarruinadoporella,afindeserunperfectoelegante.Lefaltabaesto,ynecesitabaunamujerque lo lanzase.Endos meses todo París lo conocería y leería su nombre en los periódicos.Bastaronseis semanas.Suherenciaconsistíaenpropiedades, tierras,prados,bosquesygranjas.Tuvoquevenderrápidamente,sintregua,sinrespiro.

Acadabocado,Nanaengullíaunapropiedad.Losfollajesestremeciéndosealsol,el trigomaduro, lasviñasdoradasensetiembre, lospastoscrecidosydondelasvacassehundíanhastaelvientre,todopasabaporallíenundeglutirdeabismo;inclusodesaparecieronunsaltodeagua,unacanteradeyesoytres

molinos.

Nanapasabaigualqueunainvasión,comounadeesasnubesdelangosta,cuyovuelodellamaarrasaunaprovincia.Quemabalatierradondeposabasupiesecito.Granjatrasgranja,praderatraspradera,secomiólaherencia,consuairegracioso,sinadvertirlosiquiera,comosientrealmuerzoycenadevoraseunpaquetedealmendrasgarrapiñadaspuestosobresusrodillas.

Estono tenía importancia,erangolosinas…Perounanocheyanoquedómásqueunbosquecillo.Ellaselotragócongestodesdeñoso,porqueparaesonisiquieravalíalapenamolestarseenabrirlaboca.

Héctorsereíacomounidiota,chupandoelpuñodesubastón.Lasdeudasloaplastaban,noteníanicienfrancosderenta,yseveíaobligadoaregresaraprovinciasparavivirconuntíomaniático,peroestonoteníaimportancia;élera un elegante, y Le Fígaro había impreso su nombre dos veces, y con elpescuezo flaco entre las puntas inclinadas de su cuello postizo, el talleajustadobajounachaquetademasiadocorta,sebalanceabaconexclamacionesdecotorraylasitudesafectadasdetíteredemaderaquejamáshasentidounaemoción.Nana,aquienirritaba,acabóporpegarle.

Entretanto,Faucheryhabíavuelto,traídoporsuprimo.EstedesventuradoFauchery, en aquellosmomentos tenía su hogar. Después de romper con lacondesa,cayóenmanosdeRose,quienlousabacomounverdaderomarido.Mignonseguíasimplementecomomayordomodelaseñora.

Elperiodista,instaladocomodueño,mentíaaRoseyadoptabatodaclasede precauciones cuando la engañaba, lleno de escrúpulos, como un buenesposoquedeseavivircomoesdebido.

El triunfodeNanaconsistióen tenerleycomerleunperiódicoquehabíafundado con el dinero de un amigo; ella no le exhibía; por el contrario, secomplacíaentratarlecomoseñorquedebeocultarse,ycuandoellahablabadeRose,siempredecía«esapobreRose».

El periódico le proporcionó flores durante dos meses; ella tenía losabonados de provincias; lo cogía todo, desde la crónica hasta los ecosteatrales; luego, después de haber ahogado la redacción dislocado laadministración,semantuvoenungrancapricho:unjardínenunrincóndesuhotel, que se comió la imprenta. Por lo demás, esto no pasaba de ser unabroma.

Cuando Mignon, feliz por la aventura, corrió a ver si podía dejarle aFauchery totalmente,ella lepreguntósi seburlaba:unmozosinuncéntimoquesólovivíadesusartículosysusobras,¡vamos,vamos!EsatonteríaestababienparaunamujerdetalentocomolapobreRose.

Y desconfiando, temiendo alguna traición por parte deMignon, que eramuycapazdedenunciarlesasuesposa,despidióaFauchery,quienyatansólolepagabaenpublicidad.

Peroconservabaunbuen recuerdosuyo,pues sehabíandivertidomuchojuntosacostadelidiotadeHéctordelaFaloise.Talvezjamásseleshubieseocurridolaideadevolveraversesielplacerdeburlarsedesemejantefatuonoles excitara. Esto les parecía algo gracioso; se abrazaban en sus narices, secorrían lasgrandes juergas con sudineroyhasta le enviabande recadero alotroextremodeParísparaquedarsesolos;luego,cuandoregresaba,todoeranbromasyalusionesqueélnopodíacomprender.

Undía,incitadaporelperiodista,NanaapostóquelepegaríaunabofetadaaHéctor,yaquellamismanoche le abofeteó,y luegocontinuógolpeándole,encontrandoaquellomuydivertido,felizaldemostrarlocobardesqueeranloshombres.Nanalellamaba«sucajóndetortas»,ledecíaqueseacercasepararecibirsutorta,ypegababofetadasqueleenrojecíanlamano,puesnoestabaacostumbradaadarlastodavía.

HéctordelaFaloisesereíaconsuaireextenuadoylágrimasenlosojos.Estafamiliaridadleencantaba,laencontrabaasombrosa.

— ¿Sabes? —le dijo muy entusiasmado una noche, después de haberrecibido unas cuantas bofetadas—. Deberías casarte conmigo… Nosdivertiríamoslosdos.

Éstanoeraunafrasedichaenbroma.HabíaproyectadosecretamenteestematrimonioconeldeseodeasombraratodoParís.ElmaridodeNana.¡Vaya,vaya!¡Quéelegancia!Unaapoteosisalgoexcéntrica.PeroNanaledesilusionóconbuenasrazones.

— ¿Yo? ¿Casarme contigo? ¡Estás bueno! Si esa idea me atormentase,hace tiempoque habría encontrado esposo.Y un hombre que valdría veintevecesmásquetú,querido.Herecibidoinfinidaddeproposiciones.Túcuenta:Philippe,Georges,Fourcamont,Steineryasoncuatro,sincontarotrosquenoconoces. Es el estribillo de todos. No puedo mostrarme amable, porque enseguida se ponen a cantar: «Yo quiero casarme contigo, yo quiero casarmecontigo…».

Seexaltaba.Luegoestallóconvehementeindignación:

—¡Puesno,noquiero…!¿Esqueestoyhechaparaesascosas?Míramebien;yonoseríaNanasimecolgaraunhombrealaespalda.Además,esoesdemasiadosucio.

Yescupíaconungestodeasco,comosihubiesevistoextendersebajoellatodalasuciedaddelatierra.

UnanochedesaparecióHéctor.Ochodíasdespués se supoqueestabaenprovincias, en casa de su tío, el que tenía la manía de herborizar, él learreglaba el herbario y corría la suerte de casarse conunaprimamuy fea ymuydevota.

Nananisiquieraleechabademenos.Ledijosencillamentealconde:

—Vaya,cochinitomío,yatienesunrivalmenos.Hoydebesderebosardejúbilo…Peroesqueselotomóenserio.Queríacasarseconmigo.

ComoMuffatpalideciese,ellasecolgódesucuello,riendoyhundiéndoleunadesuscrueldadesenunacaricia.

—¿Noescierto?Esoesloquetedesesperaati.TúnopuedescasarteconNana.Cuando todos están fastidiándomecon sumatrimonio, tú rabias en turincón.¡Noesposible,hayqueesperarquereviente tumujer…!Si tumujerreventase,quéprontovendrías,cómoteecharíasalsuelo,cómoteofreceríasasí, con el gran juego de suspiros, de lágrimas y de juramentos. ¿Verdad?Querido,síqueseríabonito.

Nanahabíaadoptadounavozdulceyhablabaconairedezalameríaferoz.Él,muyconmovido,empezóasonrojarsedevolviéndolesusbesos.Entoncesellagritó:

—¡PorDios!¡Loheadivinado!Hapensadoeneso,esperaquesumujerreviente…Estoeselcolmo.Aúnesmásbellacoquelosotros.

Muffathabíaaceptadoalosotros.Ahorayasólocifrabasuúltimadignidaddeserel«señor»paraloscriadosylosfamiliaresdelacasa,elhombreque,dando más, era el amante oficial. Y su pasión le devoraba. Se sosteníapagando, comprando muy caro hasta las sonrisas, incluso robándolas, y noteniendo jamás lo que por su dinero le correspondía, pero era como unaenfermedadqueleroíaynopodíaevitarpadecerla.

CuandoentrabaeneldormitoriodeNana,selimitabaaabrirlasventanasunmomentopara echar losoloresde losotros, losperfumesde rubiosydemorenos, las humaredas de sus cigarros, cuya acritud le sofocaba. Aquellahabitación se había convertido en una encrucijada, continuamente selimpiaban las botas en su umbral, y ninguno se detenía ante la mancha desangreaunpalmodelapuerta.

Zoé seguía con una preocupación por aquella mancha, una manía demuchachalimpia,indignadaalverlasiempreallí,ysusojossefijabanenellainvoluntariamente,noentrandoenlaalcobadesuseñorasindecir:

—Quéextraño,esonoseborra…Yconlagentequepasa.

Nana, que recibía satisfactorias noticias deGeorges, ahora convalecienteenlasFondettesconsumadre,siempredabalamismarespuesta:

—Caramba,dejaquepaseeltiempo…Yaseborrarábajolaspisadas.

En efecto, cada uno de aquellos señores, Fourcamont, Steiner, Héctor,Fauchery,sehabíanllevadounpocodelamanchaensussuelas.YMuffat,aquienelrastrodesangrepreocupabacomoaZoé,laexaminabaapesarsuyo,paraleer,ensutonocadavezmásborroso,lacantidaddehombresquepasabaporallí.Leteníaunmiedosordo,ysiemprepasabasaltándola,conuntemorrepentinoaaplastaralgunacosaviviente,unmiembrodesnudoyacienteenelsuelo.

Luego,unavezallí,enaqueldormitorio,leembriagabaelvértigo.

Lo olvidaba todo, la recua de machos que la atravesaban, el luto quecerrabalapuerta.Afuera,unavezenlacalle,avecesllorabadevergüenzayde indignación, jurandonovolver.Perodesdeelmomentoenquecerraba lapuertasesentíanuevamentepreso,derritiéndosealtibiocalordelaestancia,lacarne penetrada de un perfume e invadida por un deseo voluptuoso deanonadamiento.

Él, devoto, acostumbrado a los éxtasis de las capillas ricas, encontrabaigualmente sus sensaciones de creyente cuando, arrodillado bajo un vitral,sucumbíaalaembriaguezdelosórganosylosincensarios.LamujerleposeíaconeldespotismocelosodeunDioscolérico,aterrándole,dándolesegundosde goce agudo, como espasmos por las horas de espantosos tormentos, devisiones del infierno y de eternos suplicios. Eran losmismos balbuceos, lasmismas plegarias y las mismas desesperaciones, sobre todo las mismashumildadesdeunacriaturamaldita,aplastadaporel fangodesuorigen.Susdeseosdehombre,susnecesidadesdeunalma,seconfundían,parecíansubirdelfondooscurodesuser,aligualqueunaúnicaexpansióndeltroncodelavida.Y se abandonaba a la fuerza del amor y de la fe, cuya doble palancaconmueve almundo.Y siempre, a pesar de las luchas de su razón, aquellaalcoba de Nana lo hería alocadamente y desaparecía temblando en laomnipotenciadelsexo,comosisedesvanecieseantelodesconocidodelvastocielo.

Entonces, cuando lo sentía tan humilde, Nana conseguía el triunfodespótico.Ellaaportabainstintivamenteelfrenesídeenvilecer.Nolebastabacondestruirlascosas;lasensuciaba.Susmanos,tandelicadas,dejabanhuellasabominables,descomponíantodoloquehabíanroto.Yél,imbécil,seprestabaaljuegoconelvagorecuerdodelossantosdevoradosporlospiojosyquesecomían sus excrementos. Cuando ella lo tenía en su alcoba, cerradas laspuertas, se recreaba con la infamia del hombre. Al principio, habíanbromeado;ella lepegabapequeñosgolpes, le imponíacaprichosextraños, lehacíacecearcomoaunniño,repitiendofinalesdefrases.

—Dicomoyo:«Ychitón,quevieneelcuco».

Élsemostrabadócilhastareproducirsuacento.

—«Chitón,quevieneelcuco».

O bien ella hacía el oso, a cuatro patas sobre sus pieles, en camisa,revolviéndose con gruñidos, como si quisiera devorarle; e incluso lemordíalaspantorrillas,parareírse.Luego,levantándose,leordenaba:

—Hazlotúunpoco…Aquenohaceselosocomoyo.

Aquelloaúneraencantador.Ellaledivertíacomooso,consupielblancaysu cabellera rojiza. Él se reía y también se ponía a cuatro patas, gruñía, lemordíalaspantorrillas,mientrasellaseescapabaponiendocaradeespanto.

—¡Quéneciossomos!,¿eh?—acababadiciendoella—.Notienesideadelofeoqueestás,gatitomío.PorDios,siteviesenenlasTullerías…

Peroestosjueguecitosenseguidaseestropearon.Nofuecrueldadporpartedeella,puescontinuabasiendobuenamuchacha;aquellofuecomounvientodemencialquepasóycreciópocoapocoenlahabitacióncerrada.Unaextrañalujurialosdescomponía,losimpelíaalasfantasíasdelirantesdelacarne.Losantiguosespantosdevotosdesusnochesdeinsomniovolvieronahoraconunaseddebestialidad,unfurordeponerseacuatropatas,degruñirymorder.Undía,cuandoélhacíaeloso,ellaloempujótanrudamentequecayócontraunmueble,yellaseechóareírinvoluntariamentealverleunchichónenlafrente.Desde entonces, cogido el gusto por aquellos ensayos con Héctor de laFaloise,ellalotratabadeanimal,lepegabayleperseguíaapatadas.

— ¡Vamos ya! ¡Vamos! Tú eres el caballo… ¡Arre, ya! ¡Sucio burro!¿Quierescaminar?

Otrasvecesélhacíadeperro.Ellalearrojabasupañueloperfumadoalotroextremo de la habitación y él debía correr a recogerlo con los dientes,arrastrándosesobrelasmanosylasrodillas.

—Tráemelo,«César».Espera,quevoyapegartesi teportasmal…¡Muybien,«César»!Obedece,séamable,sébonito.

Yélamabasubajeza,saboreabaelgocedeserunanimal.Yaúnaspirabaadescender,gritando:

—Pegamásfuerte.Guau,guau.Estoyrabioso;pegaya.

ANanaleasaltóuncapricho,yleexigióquellegaseunanochevestidoconsutrajedegala,dechambelán.Entoncessíquehuborisasyburlascuandoellalo tuvodelante en todo su aparato, con la espada, el sombrero, los calzonesblancos, el frac de paño rojo bordado en oro, llevando la llave simbólicacolgada sobre su faldón izquierdo. Esta llave sobre todo era lo que más ladivertíaylalanzabaaunafantasíaalocadadeexplicacionesgroseras.Riendo

siempre, arrebatada por su irreverencia a las grandezas, por el gozo deenvilecerlebajolapompaoficialdeaqueltraje, lesacudía, lepellizcabaylegritaba:«¡Eh,caminaya,chambelán!»yleacompañabapateándoleeltraseroyesaspatadasselaspegabamuysatisfechaalasTullerías,alamajestuosidaddelacorteimperial,gruñendocontraelmiedoylasumisióndetodos.Estoeralo que pensaba de la sociedad. Era su revancha, un rencor inconsciente defamilia,heredadocon lasangre.Después,desvestidoelchambelányel trajepor el suelo, le gritaba que saltase, y él saltaba; le ordenaba escupir, y élescupía; le gritó que caminase sobre el oro, sobre las condecoraciones y laságuilas,yélcaminó.Puf,paf,puf…Yanohabíanada,todoseesfumaba.Elladestrozaba un chambelán de igual manera que rompía un frasco o unabombonera,yloconvertíaenbasura,enunmontóndefangoenelrincóndeunacallejuela.

Mientrastanto, losplateroshabíanfaltadoasupalabra,yel lechonofueentregado hasta mediados de enero. Precisamente Muffat estaba enNormandía,adondehabía idoavenderunaúltima ruina;Nanaexigíacuatromil francos inmediatamente. Él no debía volver hasta el día siguiente, perohabiendoterminadosunegocioapresuróelregreso,y,sinsiquierapasarporlacalleMiromesnil,sedirigióalaavenidadeVilliers.Eranlasdiez.ComoteníaunallavedeunapuertecitaqueseabríaalacalleCardinet,subiólibremente.Arriba,enelsalón,Zoé,quelimpiabalosbronces,sequedósobrecogida,ynosabiendo cómo detenerle, empezó a contarle que el señor Venot, muytrastornado,nohacíamásquebuscarledesdelavíspera,quehabíaestadoallídosveces,rogándolequeenviasealseñorasucasasiacasoaparecíaantesencasadelaseñora.

Muffat la escuchaba sin comprender nada de aquella larga historia,dándosecuentadesuturbacióny,presodeunosrabiososcelos,delosquenosecreíacapaz,searrojócontralapuertadelahabitación,enlaqueoíarisas.Lapuertacedió,losdosbatientesseabrieron,mientrasZoéseretirabaconunencogimientodehombros.LoqueDiosquisiera.Yaque la señora sevolvíaloca,quesearreglasesola.YMuffat,enelumbral,lanzóungritoanteloqueveía.

—¡Diosmío…!¡Diosmío!

La nueva alcoba resplandecía con su lujo regio. Los cadarzos de platasembrabandeestrellasvivaselterciopelorosadetédelascolgaduras,eserosade carne que el cielo toma en los hermosos anocheceres, cuando Venus seenciende en el horizonte, sobre el fondo claro del día que muere, y loscordonesdeoroquecaíandelosángulosylosencajesdeoroqueenmarcabanlospaños,erancomollamastenues,cabellerasrojizasdestrenzadas,cubriendoamedias lagrandesnudezde la estancia, cuyavoluptuosa solidez resaltaba.Luego, enfrente, estaba la cama de oro y de plata, que resplandecía con el

brillo nuevo de sus cincelados; un amplio trono para que Nana pudieseextender la realeza de sus miembros desnudos, un ara de una riquezabizantina, digna de la omnipotencia de su sexo, y donde ella, en aquelmomento, se exhibía descubierta en un religioso pudor de ídolo temido. Yjuntoaella,bajoelreflejodenieveensugarganta,enmediodesutriunfodediosa, se revolcaba una vergüenza, una decrepitud, una ruina cómica ylamentable: el marqués de Chouard en camisa. El conde había juntado lasmanos.Sacudidoporungranestremecimiento,repetía:

—¡Diosmío…!¡Diosmío!

Para el marqués de Chouard florecían las rosas de oro del barco, losmontonesderosasdeoroabiertasenlosfollajesdeoro;paraélseinclinabanlos amorcillos, el grupo echado sobre el enrejado de plata, con risas depicardíaamorosa,yasuspies,elFaunodescubríaparaélelsueñodelaninfaahíta de voluptuosidad, aquella figura de laNoche copiada sobre el célebredesnudodeNana,hastacon los reciosmuslosque lahacían reconocibleportodos.

Echadoallícomounguiñapohumano,corrompidoydisueltoporsesentaañosdelibertinaje,elmarquésdeChouarderacomounrincóndeosarioenlagloriadelascarnesesplendorosasdelamujer.Cuandovioabrirselapuerta,selevantó,dominadoporelespantodeunviejochocho;aquellaúltimanochedeamor aumentaba su imbecilidad, para volver a la infancia, y no encontrabapalabras;medioparalizado,tartamudeando,helado,permanecíaenunaactituddehuida, lacamisaremangadasobresucuerpoesquelético,unapiernafuerade las sábanas, unapobrepierna lívida, llenadepelos grises.Apesar de sucontrariedad,Nananopudoevitarreírse.

—Acuéstateya,méteteenlacama—dijoelladerribándoleyenterrándolebajolassábanas,comoaunabasuraquenopuedeexhibirse.

Y saltó para cerrar la puerta. Decididamente, no tenía suerte con sucochinito. Siempre aparecía en losmomentosmás inoportunos. ¿Por qué sehabíaidoabuscardineroenNormandía?

El viejo le había traído los cuatro mil francos y ella le dejaba hacer.Empujólosbatientesdelapuertaygritó.

—Puespeor.Esculpatuya.¿Creesqueseentraasí?Anda,buenviaje.

Muffatseguíaclavadoantelapuertacerrada,paralizadoporloqueacababade ver. Su escalofrío aumentaba, un temblor que le subía desde las piernashastaelpechoylacabeza.Luego,comounárbolsacudidoporunvendaval,vacilóyseabatiósobrelasrodillasconelcrujidodetodossusmiembros.Conlasmanostendidasdesesperadamente,balbuceó:

—¡Esdemasiado,Diosmío!¡Esdemasiado!

Lohabíaaceptadotodo,peroyanopodíamás,sesentíaenellímitedesusfuerzas, en esa negrura en que el hombre pierde la razón. En un arrebatoextraordinario, las manos siempre más altas, buscando el cielo, llamaba aDios.

—¡Oh!No,noloquiero…Venamí,Diosmío;socórreme,hazquemueraenseguida…No,esehombreno, ¡Diosmío!Seacabó, llévame,quenoveamás,quenosientamás…Tepertenezco,Diosmío.Padrenuestroqueestásenloscielos…

Ycontinuaba,abrasadodefe,mientrasunaoraciónfervienteseescapabade sus labios. Pero alguien le tocó en el hombro. Era el señor Venot,sorprendido de encontrarle rezando delante de aquella puerta cerrada.Entonces,comosielmismoDioshubieserespondidoasullamada,elcondesearrojóalcuellodelvejete.Alfinpodíallorar,sollozabayrepetía:

—Hermanomío…hermanomío…

Todasuhumanidaddoliente sealiviabaenestegrito.MuffatbañabaconsuslágrimaselrostrodelseñorVenot,ylebesabaconpalabrasentrecortadas.

—Hermano mío, cuánto sufro… Sólo me quedas tú, hermano mío…Llévameparasiempre;porfavor,llévamedeaquí.

Entonces el señor Venot estrechó al conde contra su pecho. También lellamabahermano.Peroteníaunnuevogolpequeasestarle;desdelavísperalobuscabaparacomunicarlequelacondesaSabine,enunarranquedesupremalocura,acababadefugarseconunodelosjefesdeseccióndeungranalmacéndenovedades;unescándalohorrible,delquehablabatodoParís.Alverlebajolainfluenciadetalexaltaciónreligiosa,consideróelmomentofavorablepararelatarle en seguida toda la aventura, ese final llanamente trágico en el quezozobrabasucasa.

Elcondenoseconmovió;sumujersehabíamarchado,yesonoledecíanada;yaseveríamástarde.Yagarrotadonuevamenteporlaangustia,mirandolapuerta,lasparedesyeltechocongestodeterror,sólorepetíaestasúplica:

—Llévemedeaquí…Yanopuedomás;lléveme.

ElseñorVenotlesacódeallícomoaunniño.Desdeentonceselcondelepertenecióporcompleto.Muffatvolvíaasusestrictosdeberes religiosos.Suexistenciaestabaaniquilada.Habíapresentadosudimisióncomochambelán,antelospudoresrevueltosdelasTullerías.

Sumisma hija, Estelle, entablaba un proceso contra él por una suma desesenta mil francos, la herencia de una tía que debió recibir al casarse.Arruinado,viviendoestrechamenteconlosrestosdesugranfortuna,sedejaba

rematarpaulatinamenteporlacondesa,quesecomíalosrestosdesdeñadosporNana.

Sabine,corrompidaporlapromiscuidaddeaquellaramera,lanzadaatodo,presenciaríaelderrumbefinal,elenmohecimientodelmismohogar.Despuésdevariasaventurashabíaregresadoyelcondelarecibióconlaresignacióndelperdóncristiano.

Ella lo acompañaba con una vergüenza viviente, pero él, cada vez másindiferente, llegaba a no sufrir por estas cosas. El cielo le arrebataba de lasmanos de la mujer para llevarle a los mismos brazos de Dios. Era unaprolongaciónreligiosadelasvoluptuosidadesdeNana,conlosbalbuceos,lasplegarias y las desesperaciones, las humildades de una criatura malditaaplastadabajoelfangodesuorigen.

Enelfondodelasiglesias,heladaslasrodillasalcontactodelasbaldosas,volvíaaencontrarsusgozosdeotrostiempos,losespasmosdesusmúsculosylosestremecimientosdeliciososdesuinteligencia,enunamismasatisfaccióndeoscurasnecesidadesdesuser.

Lanochedelaruptura,MignonsepresentóenlaavenidadeVilliers.

SeacostumbrabaaFauchery,acababadeencontrarinfinitasventajasenlapresencia de un marido en casa de su esposa, dejándole al cargo de lospequeños cuidados del hogar, descansando él para una mejor vigilancia yempleando en los gastos cotidianos de la casa el dinero de sus éxitosdramáticos;ycomoporotraparteFaucherysemostrabarazonable,sincelosridículos, tan complaciente como el mismo Mignon sobre las ocasionesaprovechadasporRose,losdoshombresseentendíancadavezmás,contentosconsuasociaciónfértilenfelicidadesdetodaespecie,haciendocadacualsuagujero, uno al lado del otro, en un hogar en el que no se andaban concumplidos. Aquello estaba regulado y marchaba muy bien, y ambosrivalizabanenprodelafelicidadcomún.

PrecisamenteMignonibaacasadeNanaporrecomendacióndeFauchery,paraversipodíallevarseasudoncella,cuyagraninteligenciahabíaapreciadoel periodista;Rose estaba desolada, pues desde hacía unmes no encontrabamásquecriadasinexpertas,quelaponíanencontinuosapuros.

ComoZoé fue quien lo recibió, la empujó en seguida al comedor.A lasprimeraspalabras ladoncella sonrió. Imposible; ella abandonabaa la señoraparaestablecerseporsucuenta,yañadíaconunairedediscretavanidadquetodos los días recibía proposiciones, las señoras se la disputaban, la señoraBlanche le ponía un puente de oro para que volviera a su servicio. Zoé sequedabaconelestablecimientode laTricon;unviejoproyecto largo tiempomeditado,unaambicióndefortunaenlaqueibaainvertirtodossusahorros;

estaballenadeideaselevadas,soñabaconampliarlacasa,alquilarunhotelyreunirtodoslosatractivos;conestemismopropósitohabíatratadodecontrataraSatin, una pequeña estúpida que semoría en el hospital de tanto como sedestruía.

Mignoninsistióhablándoledelosriesgosquesecorrenconelcomercio,yZoé,sinexplicarlelaclasedesuestablecimiento,secontentócondecirleconunasonrisa,comosihubiesecogidounaconfitería:

—Lascosasdelujosiempremarchan…Fíjeseusted,hacemuchotiempoqueestoyencasadelasdemás;ahoraquieroquelasotrasesténenmicasa.

Yunaferocidadgrabósus labios;al finellasería«señora», tendríaasuspies,poralgunosluises,aaquellasmujeresparalasquelimpiabapalanganasdesdehacíaquinceaños.

Mignon quiso que le anunciase, y Zoé le dejó un instante, después dedecirlequelaseñorahabíapasadoundíamuymalo.

Sólo había estado allí una vez y no conocía el hotel. El comedor leasombró, con sus Gobelinos, con su aparador y su vajilla de plata. Abriófamiliarmentelaspuertas,visitóelsalón,elinvernaderoyvolvióalvestíbulo,y este lujo aplastante, los muebles dorados, las sedas y los terciopelos lellenabangradualmentedeunaadmiraciónqueacelerabasuslatidos.

Cuando Zoé regresó a buscarlo, le ofreció enseñarle las demáshabitaciones,el tocador,eldormitorio.Entonces,en laalcoba,elcorazóndeMignon estalló; estaba conmovido, con un enternecimiento de entusiasmo.AquellacondenadaNanaledejabaestupefacto,apesardeloquelaconocía.

Enmediodeaqueldesastredecasa,delchorreo,delgalopedestructordeloscriados,habíaallí talamontonamientoderiquezasqueinclusotaponabanlosagujerosydesbordabanporencimadelasruinas.YMignon,frenteaaquelmagistralmonumento,seacordabadelasgrandesobras.

Cerca de Marsella le habían enseñado un acueducto cuyas arcadas depiedrasalvabanunabismo,unaobraciclópeaquecostómillonesydiezañosdeesfuerzos.EnCherburgohabíavistoelnuevopuerto,unasobrasinmensasdondecientosdehombressudabanalsoly lasmáquinasvolcabanenelmargrandes piedras, levantando unamuralla en la que a veces se quedaban losobreroscomounapapillasangrante.

Pero todo esto le parecía pequeño; Nana le exaltaba más, y volvía aencontrarantesuobraaquellasensaciónderespetosentidaporélunanochedefiestaenelcastilloqueunalmacenistasehabíahechoconstruir,unpalaciocuyaúnicamateria,elazúcar,habíapagadoelesplendorregio.

Ellalohabíahechoconotracosa,conunapequeñanecedadquedabarisa;

un poco de su desnudez delicada, con esa nada vergonzosa y tan poderosa,cuya fuerza levantaba el mundo; ella sola, sin obreros, sin máquinasinventadas por los ingenieros, acababa de conmover París y de construiraquellafortunaenquedormíancadáveres.

—¡Diosmío,quéinstrumento!—dejóescaparMignonensuéxtasis,conunreconocimientodegratitudpersonal.

Nanahabíacaídopaulatinamenteenunhondopesar.Primeroelencuentrodelmarquésconelconde,que la sacudióconuna fiebrenerviosa,en laquecasientrabalaalegría.Luegolaideadeaquelviejomediomuertoqueseibaenun fiacre,y supobrecochinillo, queyanoveríamásdespuésdehaberlehechorabiartanto,leprodujounprincipiodemelancolíasentimental.

Después se desconsoló al enterarse de la enfermedad de Satin,desaparecida quince días antes, y a punto demorir en Lariboisiere. ¡En tanmíseroestadolahabíadejadolaseñoraRobert!

Cuando hacía que preparasen el coche para ir a visitar una vez más aaquellabasura,Zoéseleacercótranquilamenteparadecirlequesedespedía,avisándola con ocho días de antelación. Nana se desesperó; le parecía queperdía a una persona de su familia. ¡Dios mío!, ¿qué iba a ser de ellacompletamentesola?

YsuplicabaaZoé,lacual,muyhalagadaporsudesesperación,acabóporabrazarla para demostrar que no se marchaba enfadada con ella, pero erapreciso, el corazón debía callarse ante los negocios.Aquél era el día de losfastidios. Nana, muy disgustada, ya no pensaba salir, y se consumía en susaloncito cuando Labordette subió para hablarle de una compra de ocasión,unos encajes magníficos, y, entre frases insignificantes, soltó que Georgeshabíamuerto.Nanaquedópetrificada.

—¡Zizí!¡Muerto!—exclamó.

Y sumirada, en unmovimiento involuntario, buscaba en la alfombra lamancha rosa, pero al fin la mancha se había borrado con tantas pisadas.Entretanto,Labordettedabadetalles:nosesabíanadacierto;unoshablabandeunaheridaabiertanuevamenteyotroscontabanquesesuicidó,alarrojarseaunestanquedelasFondettes.

—Muerto,muerto…—repetíaNana.

Luego,conlagargantaoprimidaporunnudodesdelamañana,estallóensollozos,ysealivió.Eraunatristezainfinita,algoprofundoeinmensoquelaabrumaba.LabordettequisoconsolarlarespectoaGeorges,peroellalemandócallarseconlamanoytartamudeó:

—Noesélsólo,sinotodo,todo…Soymuydesdichada.Yaúndiránque

soyunadesvergonzada…Esamadrequesemueredepenaalláabajo,yesepobrehombrequegemíaestamañanaantemipuerta,ylosotrosarruinadosenestos momentos, después de haberse comido su dinero conmigo… Eso es.Todo sobre Nana, todo sobre la bestia. Tengo buenas espaldas, y los oigocomosiestuvieraconellos:esacondenadarameraqueseacuestacontodoelmundo,quelimpiaaunos,quehacereventaraotros,quecausaladesgraciadetantaspersonas…

Tuvo que interrumpirse, sofocada por las lágrimas, deshecha de dolorencima del diván, la cabeza hundida en un almohadón. Las desgracias quesentíaalrededorsuyo, lasmiseriasquehabíacometido, laahogabanconunaola tibia y continua de ternura, y su voz se perdía en una sorda queja dechiquilla.

—Meencuentromal,mesientomal…Nopuedomás;estomeahoga…Esdemasiadoduronosercomprendida,vercómolosdemásseponencontraunaporque son los más fuertes… Sin embargo, cuando no hay nada quereprocharse,cuandosetienelaconciencialimpia…Puesno,no.¡No!

Una rebelión surgía con su cólera. Se levantó, se enjugó las lágrimas yempezóacaminarconagitación.

—¡Puesno!Ellosdiránloquequieran,peronoesculpamía.¿Acasosoymala?Doytodoloquetengo,noaplastaríaniunamosca…Sonellos;sí,sonellos…Jamáshequeridoserlesdesagradable.Ysehancolgadodemisfaldas,yahíestán,reventando,mendigandoylanzadostodosaladesesperación…

Luego,deteniéndosedelantedeLabordette, lediounaspalmaditasen loshombros.

—Aver túestabasaquí,di laverdad…¿Erayoquien loempujaba?¿Noeransiempreunadocenaapelearseparainventarlamásgordaporquería?Medaban asco. Yo me agarraba para no seguirlos, tenía miedo. Mira, sólo unejemplo: todos querían casarse conmigo. ¿Eh? Vaya una porquería. Sí,querido; hubiera podido ser veinte veces condesa o baronesa si hubieseconsentido. Pues siempre me negué, porque yo soy razonable… Les heevitado bajezas y crímenes… Hubieran robado, asesinado, matado a suspadres.No teníamás que decir una palabra, y no la dije…Ya ves ahora larecompensa… Es como ese Daguenet, a quien he casado; un muerto dehambre al que he dado posición después de haberlo tenido gratis durantesemanas.Ayer le volví a encontrar yvolvió la cabeza. ¡Vayaun cerdo!Soymenossuciaqueél.

Habíavueltoaandar,yahoradiounfuertepuñetazosobreunvelador.

—SantoDios,estonoesjusto.Lasociedadestámalhecha.Seacusaalasmujeres, cuando los hombres son quienes exigen las cosas…Mira, y ahora

puedodecírtelo:cuandoestabaconellos,¿comprendes?nomehacíangracia,ni placer me daban. Eso me fastidiaba, palabra de honor… Entonces, yopregunto si tengoalgoquevercon todoeso.Ymehanaplastado.Sinellos,querido, sin loqueelloshanhechodemí, estaría enunconvento rezandoaDios, porque siempre he sido religiosa… ¡Ybasta!Después de todo, si handejadosudineroysupiel,esculpasuya.Yonotengonadaquever.

—Sinduda—dijoLabordetteconvencido.

ZoéintrodujoaMignon,yNanalorecibiósonriendo;habíalloradomucho,peroyaseacabó.Mignonlafelicitóporsuinstalación,aúnenardecidoporelentusiasmo,peroelladejó traslucirqueestabahartade suhotelyqueahorasoñabaconotracosa,quelosubastaríatodo«unodeestosdías».

Mignonbuscóunpretextoparasuvisitayhablódeuna representaciónabeneficiodelviejoBosc,clavadoaunasillaporunaparálisis;ellaseapiadóysequedódosbutacas.EntoncesdijoZoéqueelcocheesperabaalaseñora,yNanapidiósusombrero;mientrasseanudabaloslazoscontólaaventuradelapobreSatin,añadiendo:

—Voyalhospital…Nadiemequierecomoella.Conrazónseacusaaloshombresdefaltadecorazón…¿Quiénsabe?Talveznolaencuentremás.Noimporta;pedirépermisoparaverla.Quieroabrazarla.

Labordette y Mignon esbozaron una sonrisa. Nana ya no estaba triste;sonrió igualmente, porque ellos no contaban. Y ambos la admiraron en unsilenciosorecogimientomientrasellaacababadeabotonarselosguantes.

Permanecíasola,depie,enmediodelasriquezasamontonadasdesuhotel,conunpueblodehombresabatidosasuspies.Comoesosmonstruosantiguos,cuyo reducidodominioestácubiertodeosamentas, ellaponía lospies sobreloscráneos,ylarodeabancatástrofes:lallamaradafuriosadeVandeuvres,lamelancolía de Fourcamont, perdido en los mares de China; el desastre deSteiner, reducido a vivir como un hombre deshonrado; la imbecilidadsatisfechadeHéctordelaFaloise,yeltrágicohundimientodelosMuffatconelblancocadáverdeGeorges,veladoporPhilippe,salidoeldíaanteriordelacárcel.Suobraderuinaydemuerteestabaconsumada;lamoscaescapadadelabasurade losarrabales, llevandoelgermende laspodredumbres sociales,habíaenvenenadoaaquelloshombresnadamásposarsesobreellos.Aquelloestaba bien, era justo, había vengado a su gente, a los pordioseros y a losdesheredados.Ymientrasensugloriasusexoascendíayresplandecíasobresusvíctimascaídas,aligualqueunsolquesealzaseiluminandouncampodematanza,ellaconservabasuinconscienciadeanimalsoberbio,ignorantedesuobra,siemprebuenamuchacha.Ellaseguíaconsuscarnes,rolliza,conbuenasaludyunabellaalegría.

Todo esto ya no contaba, su hotel le parecía idiota, demasiado pequeño,llenodemueblesquelaestorbaban.Unamiseria;sencillamente,eracuestiónde empezar.Así pues, soñaba con algomejor, y salió elegantementevestidaparaabrazaraSatinporúltimavez,limpia,sólida,renovada,comosinuncalahubiesenusado.

CapítuloXIV

Nanadesaparecióbruscamente;unanuevazambullida,unafuga,unvueloapaísesextravagantes.Antesdesupartidasehabíadadolaemocióndeunasubasta,barriéndolotodo,elhotel,losmuebles,lasjoyas,hastalosvestidosyla ropa blanca. Se citaban cifras, las cinco ventas produjeron más deseiscientosmilfrancos.

UnaúltimavezParíslahabíavistoenunacomediademagia,Mélusine,enelteatrodelaGaité,queBordenave,sinuncéntimo,acababadecogerenungolpe de audacia; allí se encontró con Prulliere y Fontan; su papel era desimple figuración,perounverdadero«acierto»: tresposturasplásticasdeunhechizopoderosoymudo.

Luego, en medio de tan gran éxito, cuando Bordenave, frenético dereclamos,encendíatodoParísconanuncioscolosales,sesupo,porlamañanatemprano,quelavísperahabíasalidoparaElCairo;unasencilladiscusiónconsudirector,unapalabraquenolehabíaconvenido,elcaprichodeunamujerdemasiado rica para dejarse fastidiar. Por otra parte, era su capricho: desdehacíatiempoteníaelpropósitodeiraTurquía.

Transcurrieron los meses. Se la olvidaba. Cuando su nombre reaparecióentreaquellosseñoresyseñoras,circulabanlasmásextrañashistorias,ycadaunodabalasnoticiasmásopuestasyprodigiosas.

Secontabaquehabíaconquistadoalvirrey,yquereinabaenelfondodeunpalacio,sobredoscientasesclavas,a lasquecortaba lacabezapara reírseunpoco.Nadadeesto.Sehabíaarruinadoconunnegrazo,unasuciapasiónquela dejaba sin camisa y en la disolución crapulosa de El Cairo. Quince díasdespués hubo un gran asombro; alguien juró haberla visto en Rusia. Seformabauna leyenda; ella era laqueridadeunpríncipey sehablabade susdiamantes.

Todas las mujeres los conocieron por las descripciones que se hacía deellos, sin que nadie pudiese citar el origen de la información: sortijas,pendientes,pulseras,uncollardedosdedosdeancho,unadiademade reinacoronada con un brillante central, grueso como el pulgar. En el retiro de

aquellospaíseslejanos,adquiríanelresplandormisteriosodeunídolocargadodepedrería.

Ahoraselanombrabaseriamente,conelsupersticiosorespetoqueproduceunafortunahechaenpaísessalvajes.

Unatardedejulio,hacialasocho,Lucy,quepasabaencocheporlacalledelarrabaldeSaint-Honoré,vioaCarolineHéquet,queibaapieparahacerunencargoaunproveedordelavecindad.Lallamóyenseguidaledijo:

—¿Has cenado, estás libre?Entonces, querida, venconmigo…Nanahavuelto.

Laotrasubealcochedeunsalto,yLucycontinúa:

—¿Ysabes,querida?Talvezyaestémuertamientrasnosotrascharlamos.

— ¿Muerta? ¡Vaya ocurrencia! —exclamó Caroline estupefacta—. ¿Ydónde,dequé?

—EnelGranHotel…Delaviruela.¡Oh!todaunahistoria.

Lucy había ordenado a su cochero ir a toda marcha. Y al trote de loscaballos, a lo largo de la calleRoyale y los bulevares, contó la aventura deNana,confrasesbrevesysintomaraliento.

—Nopuedesimaginártelo…NanaregresadeRusia,noséporqué;talvezhayatenidounadiscusiónconsupríncipe…Dejasuequipajeenlaestaciónysevaacasadesutía,yasabes,aquellavieja…Bueno;caesobresuhijo,quetiene la viruela; el niñomuere al día siguiente, y ella se pelea con la tía apropósitodeldineroquedebíaenviarle,ydelcual laotranuncahavistouncéntimo…Parecequeelniñohamuertoporeso;enfin,unniñoabandonadoysincuidado…Muybien.Nanasemarcha,vaaunhotel, luegoseencuentracon Mignon, precisamente cuando se ocupaba de su equipaje… Pero deimproviso se siente indispuesta, tiene escalofríos, náuseas, y Mignon laacompaña a casa de ella, prometiéndole cuidarse de sus asuntos… ¿Eh? Esgrotescoelcasoybienurdido.Peroaquívienelomejor:RoseseenteradelaenfermedaddeNana,seindignaalsaberlasolaenunahabitaciónalquilada,ycorre a cuidarla, llorando… Ya te acuerdas de cómo se detestaban. Dosverdaderasfurias.Puesbien,queridamía;RosehahechotrasladaraNanaalGranHotelparaqueporlomenosmueraenunlugarelegante,yconladehoyson tres noches las que pasa a su cabecera, a la espera de que revientepronto…HasidoLabordettequienmehacontadoesto.Entonceshequeridover…

—Sí,sí—interrumpióCarolinemuyexcitada—.Vamosasubir.

Habían llegado. En el bulevar el cochero tuvo que contener los caballosanteunembotellamientodecarruajesypeatones.

Durante el día el Cuerpo Legislativo había votado por la guerra; unamultitudbajabaportodaslascalles,corríaalolargodelasaceraseinvadíalacalzada. Del lado de la Madeleine el sol se había ocultado tras una nubesangrienta,cuyoreflejodeincendiosefijabaenlasventanasaltas.

El crepúsculo avanzaba, una hora sórdida y melancólica, con elenvolvimientoyaoscurode lasavenidas,que los fuegosde losmecherosdegasaúnnotaladrabanconsusllamasvivas.

Y entre aquel pueblo en marcha, las voces lejanas crecían, las miradaslucíanenlosrostrospálidos,mientrasungransoplodeangustiaydeestuporextendidoarrebatabatodaslascabezas.

—AhíestáMignon—dijoLucy—.Élnosdaránoticias.

MignonestabadepiebajoelampliopórticodelGranHotel,conaspectonerviosoymirandoalamuchedumbre.AlasprimeraspreguntasdeLucy,selasllevógritando:

— ¿Acaso lo sé? Hace dos días que no puedo arrancar a Rose de ahíarriba…Esestúpidoarriesgarlapieldeesamanera.Quedarábiensiterminaconlacarallenadehoyos.Sólonosfaltaríaeso.

La ideadequeRosepudieseperder subelleza ledesesperaba.Repelía aNanaabiertamente,sincomprendernadadelaneciadevocióndelasmujeres.Faucheryatravesabaelbulevar,ycuandoestuvoconellos,tambiéninquietoypidiendonoticias,losdosseempujaron.Ahorayasetuteaban.

—La cosa sigue igual, muchacho —dijo Mignon—. Deberías subir yobligarlaaseguirte.

—Síqueestábien—dijoelperiodista—.¿Porquénosubestúylaobligastú?

Como Lucy preguntaba por el número de habitación, le suplicaron quehicierabajaraRose,puessinobajabaacabaríanporenfadarse.

PeroLucyyCarolinenosubieroninmediatamente.HabíanvistoaFontan,conlasmanosenlosbolsillosycontemplandomuydivertidolascabezasdelamuchedumbre.CuandosupoqueNanaestabaarriba,enferma,dijo,afectandosentimiento:

—Pobremuchacha…Voyaestrecharlelamano.¿Quétiene?

—Laviruela—respondióMignon.

El actor ya había dado un paso hacia el patio, pero regresó ymurmurósencillamente,conunestremecimiento:

—¡Toma!

Laviruela.Aquellonoeragracioso.Fontanhabíaestadoapuntodetenerlaaloscincoaños.Mignoncontabalahistoriadeunassobrinassuyasquehabíanmuertodeviruela.Faucherysíquepodíahablar,puesaúnllevabalasmarcas,tres granos en el nacimiento de la nariz, que señaló, y como Mignon leempujaba de nuevo con el pretexto de que nadie la había tenido nunca dosveces, combatió esta teoría violenta, y citó casos tratando a losmédicos debrutos.

Pero Lucy y Caroline les interrumpieron, sorprendidas de la crecientemuchedumbre.

—¡Miren,miren!¡Síquehaygente!

Lanocheavanzaba,losmecherosdegasdelalejaníaseencendíanunotrasotro. No obstante, en las ventanas se veía a los curiosos, mientras bajo losárboles la oleada humana crecía cada vez más, desde la Madeleine a laBastilla. Los coches rodaban con lentitud. Un ronquido se desprendía deaquellamasacompacta,todavíamuda,congregadaporunanecesidad,queseamontonaba y pateaba, enardeciéndose en su misma fiebre. Pero un granmovimientohizo retrocedera lamuchedumbre.Enmediode losempujones,entrelosgruposqueseapartaban,unconjuntodehombrescongorrayblusablanca había aparecido, lanzando este grito con una cadencia de martillosgolpeandoelyunque:

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

Y la multitud miraba, con una sombría desconfianza, aunque yaconquistadayconmovidaporimágenesheroicas,comoelpasodeunabandademúsicamilitar.

—Sí,sí;idaqueosdesnuquen—murmuróMignon,presodeunaccesodefilosofía.

PeroFontanencontrabaaquellohermoso.Hablabadeenrolarse.Cuandoelenemigoseencontrabaenlasfronteras,todoslosciudadanosdebíanlevantarsepara defender la patria, y adoptaba una postura como la de Napoleón enAusterlitz.

—Vamos,¿subenconmigo?—lepreguntóLucy.

—¡Ah,no!¿Paracontagiarme?

AnteelGranHotel, sobreunbanco,unhombreocultaba su rostroen supañuelo.Fauchery,alllegar,lohabíaseñaladoconunguiñoaMignon.

Entoncesyaestabaallí;sí,siempreestabaallí.Yelperiodistaaúnretuvoalas dos mujeres para enseñárselo. Cuando él levantó la cabeza, ellas lereconocieron y dejaron escapar una exclamación. Era el condeMuffat, quemirabaalvacío,haciaunadelasventanas.

—Sabedqueestáplantadoahídesdeestamañana—contóMignon—.Lehevistoa lasseis,yaunnosehamovido…Desde lasprimeraspalabrasdeLabordettehavenidoaquí,conunpañueloen lacara…Cadamediahorasearrastrahastaaquíparapreguntarsilapersonadearribaseencuentramejor,yvuelveasentarse…Noesmuysanoelcuartodearriba;sepuedequereralagenteynodesearlamuerte.

Elconde,mirandosiemprehaciaarriba,noparecíatenerconcienciadeloque sucedía en torno de él. Sin duda ignoraba la declaración de guerra; nosentíanioíaalamuchedumbre.

—Miren—dijoFauchery—.Ahílotienen,vanaver.

En efecto, el conde había abandonado el banco y entraba bajo la altapuerta.Peroelconserje,queacabóporconocerle,noledionitiempodehacerlapregunta.Lodijoentonobrusco:

—Señor,hamuertoenestemismoinstante.

¡Nana muerta! Esto fue un golpe para todo el mundo. Muffat, sin unapalabra,sevolvióhaciaelbanco,conlacarahundidaenelpañuelo.Losotrosbalbucieronalgo,perolescortólapalabraungrupoquepasabagritando:

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

¡Nana muerta! Una muchacha tan hermosa… Mignon suspiró comoaliviadodeungranpeso;alfinbajaríaRose.Hubounfríosilencio.

Fontan,quesoñabaconunpapeltrágico,habíaadoptadounaexpresióndedolor, apretando los labios y con los ojos en blanco, mientras Fauchery,realmente conmovidoen su frivolidaddeperiodista,mascabanerviosamentesucigarro.

Noobstante,lasdosmujerescontinuaronlamentándose.LaúltimavezqueLucy la vio fue en laGaité;Blanche, igual, en el papel deMélusine. «¡Oh!asombraba,queridamía,cuandoaparecíaenelfondodelagrutadecristal».

Aquellosseñoreslarecordaronmuybien.FontanrepresentabaelpríncipeCocorico. Y con sus recuerdos despiertos, se pusieron a dar detallesinterminables.

¿Verdad?En lagrutadecristal,quémaravillaconsu ricanaturaleza.Nodecíaniunapalabra,inclusolosautoreslehabíancortadounaréplica,porqueeso molestaba; no, nada de nada; aquello era grande. Ella conmovía a supúblico con sólo mostrarse. Un cuerpo como el suyo no se volvería aencontrar. Los hombros, las piernas y un talle… ¡Qué extraño era queestuviesemuerta!¿Sabenquesólo llevabasobre lamallauncinturóndeoroque apenas le tapaba el delante y el detrás? Alrededor de ella, la gruta deespejos dando claridad, las cascadas de diamantes desprendiéndose, los

collaresdeperlasblancasreluciendoentre lasestalactitasde labóveda,yenaquellatransparencia,enaquellafuentedeagua,atravesadaporunanchorayoeléctrico,ellaaparecíacomounsolconlapielyloscabellosencendidos.Paríssiempre la recordará así, ardiendo enmedio del cristal, en el aire, como sifueraunadiosa.Perono,erademasiadoneciaparamorirenaquellaposición.Ahoradebíaestarbonitaalláarriba…

— ¡Y cuánto placer perdido!—dijoMignon con lamelancólica voz delhombreaquienduelequesepierdanlascosasútilesybuenas.

TanteóaLucyyaCarolineparasabersisubían.Claroquesí;sucuriosidadhabíacrecido.PrecisamenteBlanchellegabasofocadaysoltandopestescontralamultitud que abarrotaba las aceras, y cuando supo la noticia, volvieron aempezarlasexclamaciones,ylasseñorassedirigieronhacialaescaleraconungranalborotodefaldas.

Mignonlasseguía,gritando.

—DecidleaRosequelaespero…Enseguida;¿selodiréis?

—Nosesabedeciertosielcontagioesde temeralprincipiooal fin—decía Fontan a Fauchery—. Un interno, amigo mío, me aseguraba que lashoras que siguen a lamuerte son lasmás peligrosas…Se desprende de losmiasmas… Siento en el alma tan brusco desenlace; habría sido feliz si lehubieseestrechadolamanoporúltimavez.

—Ahora,¿paraqué?—dijoelperiodista.

—Sí,¿paraqué?—repitieronlosotrosdos.

Lamuchedumbrecontinuabaaumentando.Alaluzdelastiendas,bajolasfranjas temblorosasdelgas,seadvertíaunadoblecorrienteenlasaceras.Lafiebresetransmitíadeunoaotro, lasgentesseguíanalosgruposdeblusayuna avalancha continua barría la calzada, y el grito volvía nuevamente,saliendodetodoslospechos,sacudidoyobstinado:

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

Arriba,enelcuartopiso,lahabitacióncostabadocefrancosdiarios.

Rose había querido un cuarto decente, aunque sin lujo, porque no senecesita lujopara sufrir.Forradade cretonaLuisXIII congrandes flores, lahabitación tenía unmobiliario de nogal como en todos los hoteles, con unaalfombra roja sembradade follajenegro.Elpesado silencio se cortó conuncuchicheocuandoseoyeronvocesenelcorredor.

—Teaseguroquenoshemosperdido…Elcamarerohadicho torcera laderecha…Vayauncuartel.

—Esperad,hayquever…Habitación401,habitación401…

— ¡Eh! Por aquí, 405, 403…Ya debemos de estar. Al fin, 401.Hemosllegado;silencioahora.

Las voces callaron. Se tosió, se recogieron un poco. Luego abrieron lapuerta despacio. Lucy entró seguida de Caroline y de Blanche. Pero sedetuvieron, pues ya había cinco mujeres en la habitación. Gagá estabarepantigada en el único sillón, de terciopelo negro. Frente a la chimenea,SimonneyClarissehablabandepieconLéadeHom,sentadaenunasilla,ycerca de la cabecera de la cama, a la izquierda de la puerta, RoseMignonmiraba fijamente aquel cuerpo envuelto en la sombra de las cortinas. Todasconservabansussombrerosysusguantes,comoseñorasenvisita,ysola,singuantes,despeinada,pálidaporlafatigadetresnochesdevela,Roseteníaunaexpresión de estupidez y de tristeza, mirando ante sí, pensando en aquellamuertetanbrusca.Enelextremodelacómoda,unalámparaconunapantalladirigíasuluzalrostrodeGagá.

— ¡Qué desgracia! —murmuró Lucy estrechando la mano de Rose—.Nosotrasqueríamosdecirleadiós.

Yvolvíalacabezaparaverla,perolalámparaestabademasiadolejosynose atrevió a acercarse. Sobre la cama se extendía una masa gris; sólo sedistinguíasumoñorojizo,conunamanchaparduscaquedebíadeserelrostro.

Lucyañadió:

—YonolahabíavueltoaverdesdelaGaité,enelfondodelagruta.

EntoncesRose,saliendodesuestupor,sonrióyrepitió:

—¡Cómohacambiado…!

Luegorecayóensucontemplaciónsinungesto,sinunapalabra.

Talvezpodríanverlamuypronto,ylastresmujeressereunieronconlasotrasdelantedelachimenea.SimonneyClarissediscutíansobrelosdiamantesde lamuerta,envozbaja.Pero…¿existíanesosdiamantes?Nadie loshabíavisto; debía de ser una broma. PeroLéa deHom conocía a alguien que loshabía visto; ¡qué piedras más fabulosas! Y eso no era todo; también habíatraídootrasmuchasriquezasdeRusia:telasbordadas,chucheríaspreciosas,unservicio demesa en oro, hastamuebles; sí querida, cincuenta y dos bultos,cajas comopara cargar tresvagones.Todoeso estaba en la estación. ¡Vaya!Mala suerte,morir sin siquiera tener tiempo para desembalar su equipaje, yagregadquetraíadinero,algoasícomounmillón.

Lucypreguntóquién laheredaría.Unosparientes lejanos,seguramente latía.Vayaviñaparalavieja.Ellaaúnnosabíanada,pueslaenfermaseobstinóennoavisarla,guardándolerencorporlamuertedesuhijo.Entoncestodasseapiadarondelpequeño;seacordarondehaberlevistoenlascarreras:unniño

queestabaenfermo,conaspectodeviciosoytriste;enfin,unodeesospobresmocososquenohanpedidonacer.

—Esmásdichosobajotierra—dijoBlanche.

—Yellatambién—añadióCaroline—.Noestandivertidaestavida.

Lesinvadieronnegrasideasenlaseveridaddeaquellahabitación.Teníanmiedo,eraunanecedadseguirallítantotiempo,perounanecesidaddeverlasclavabaalaalfombra.Hacíamuchocalor,elcristaldelalámparaponíaeneltecho una redondez de luna entre la húmeda sombra que ahogaba eldormitorio. Debajo de la cama, un plato lleno de fenol despedía un olorinsípido.Devezencuando labrisamovía lascortinasde laventana,abiertasobreelbulevar,delquesubíaunsordomurmullo.

—¿Hasufridomucho?—preguntóLucy,quesehabíaabstraídoante lasfigurasdelreloj,lastresGracias,desnudasyconsonrisadebailarinas.

Gagápareciódespertar.

—Oh,sí.Mucho…Yoestabaaquícuandohamuerto.Osaseguroquenoesnadaagradable.Empezóasufrirunassacudidas…

Peronopudocontinuarsuexplicación;ungritosubíadesdelacalle:

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

YLucy,queseahogaba,abriólaventanayseapoyóenelantepecho.Allíseestababien,conelfrescorquecaíadelcieloestrellado.Enfrentebrillabanlas ventanas, y los reflejos del gas bailoteaban en las letras de oro de lasvidrieras.

Desdearriba,eradivertidoveralamultitudrodarcomountorrenteporlasacerasylacalzada,enmediodeunaconfusióndecoches,enlainacabableymovedizasombrarotaporlaslucesdelaslinternasydelosmecherosdegas.

Peroelgrupoqueavanzabarugiendotraíaantorchas;unaluminariarojaseacercabadelladodelaMadeleine,cortabalamultitudconunreguerodefuegoyseextendíaalolejos,sobrelascabezas,comounasábanaincendiada.

LucyllamóaCarolinayaBlanche,olvidadadetodoygritando:

—Venid…Sevemuybiendesdeestaventana.

Las tres se asomaron muy interesadas. Los árboles las molestaban, lasantorchasdesaparecíanpormomentosbajolosramajes.Tratabandedistinguiralosseñoresdeabajo,peroelsalientedeunbalcónocultabalapuerta,yellasnoveíanmásquealcondeMuffat, tendidosobreelbancocomounpaquetesombrío,tapadoelrostroconsupañuelo.Uncochesehabíadetenido.

Lucy reconoció aMaríaBlond; otra que también corría.No iba sola; un

hombregordoseapeabadetrásdeella.

—Es ese ladrón de Steiner—dijo Caroline—. ¡Cómo! ¿Aún no le hanenviadoalacolonia…?Quieroverlelacaracuandoentre.

Se volvieron. Pero diezminutos después, cuandoMaría Blond apareció,luego de equivocarse dos veces de escalera, iba sola. Y como Lucy,asombrada,lainterrogase,contestó:

—¿Él?Ahsí…¿Creíasque subirían?Mehacostadoquemeacompañehastalapuerta…Soncercadeunadocenalosqueestánahífumando.

En efecto, todos aquellos señores volvían a encontrarse. Llegados paracuriosear y echar unamirada a los bulevares, se llamaban y se dolían de lamuertedeaquellapobremuchacha,e inmediatamentehablabandepolíticaydeestrategia.

Bordenave,Daguenet,Labordette,Prulliere,yotrosmáshabíanengrosadoel grupo. Y escuchaban a Fontan, que explicaba su plan de campaña paraapoderarsedeBerlínencincodías.

No obstante,MaríaBlond, enternecida ante aquella cama, lomismoquelasdemás,murmuró:

—Pobregata…LaúltimavezquelavifueenlaGaité,enlagruta…

—Pueshacambiado,hacambiado—repetíaRoseMignonconsusonrisadehurañoagotamiento.

Todavíallegarondosmujeresmás:TatanNénéyLouiseViolaine.Ibandeun lado a otro delGranHotel desde hacía veinteminutos,mandadas de uncamareroaotro;habíansubidoybajadomásdetreintaveces,enmediodeundesordendeviajerosqueseapresurabanaabandonarParísanteelpánicodelaguerrayaquellaemocióndelosbulevares.Alentrarsedejaroncaersobrelassillas,demasiadocansadasparaocuparsedelamuerta.

Precisamente acababa de armarse un gran alboroto en la habitacióncontigua; se cerraban lasmaletas, se abrían cajones, golpes en losmuebles,todo entre clamor de voces barbotando sílabas bárbaras. Era unmatrimonioaustríaco.

Gagá contaba que, durante la agonía, esos vecinos habían jugado aperseguirse; y como sólo una sencilla puerta condenada separaba las doshabitaciones,selesoíareírybesarsecuandoseatrapaban.

—Vamos,hayqueirse—dijoClarisse—.Nosotrasnolaresucitaremos…¿Vienes,Simonne?

Todasmiraronlacamaconelrabillodelojo,sinmoverse.Noobstante,sedispusieron a salir, dándose ligeros golpes en las faldas. Lucy se había

acodadonuevamenteenlaventana,sola.

Cierta tristezaleapretabalagargantapocoapoco,comosiunaprofundamelancolía hubiese surgido de aquella multitud chillona. Aún pasabanantorchas, tremolando sus llamas; a lo lejos se amontonaban los grupos,alargándose en las tinieblas, como rebaños movidos por la noche en loscercados,yanteestevértigo,aquellasmasasconfusas,arrastradaspor laolahumana, exhalaban un terror, una gran piedad por las matanzas futuras. Seaturdían,losgritosserompíanenlaembriaguezdesufiebre,lanzándosealodesconocido,alláabajo,traslaparednegradelhorizonte:

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

Lucysevolvióy,arrimadaalapared,dijopalideciendo:

—¡Diosmío!,¿quévaaserdenosotras?

Aquellasmujeresinclinaronlacabeza.Selasveíatristes,inquietasantelosposiblesacontecimientos.

—Yo—dijoCarolineHéquet fríamente—,me iréaLondres…Mamáyaestáalláarreglándomeelhotel…NoquieroquemematenenParís.

Sumadre,comomujerprudente,lehabíahechocolocartodasufortunaenelextranjero.Nuncasesabíacómoacabaríaunaguerra,peroMaríaBlondseirritó;ellaerapatriota,yhablabadeseguiralejército.

—Vaya cobarde…Sí, sime quisieran,me vestirían de hombre para ir abatirmeatirosconesoscochinosprusianos…Aunquedejásemosallí lapiel.Bonitacosanuestrapiel.

BlanchedeSivryserevolvió.

—Nohablesmalde losprusianos…Sonhombrescomo losdemás,ynoestánsiempreencimadelasmujerescomolosfranceses.Acabandeexpulsaramipequeñoprusiano,quevivíaconmigo;unmuchachomuyrico,muybueno,incapazdehacermalanadie…Esa indignidadmearruina…Y,¿sabes?quenomefastidien,porquemeiréaAlemania…

Mientrasellasdiscutían,Gagámurmuróconsuvozcansada:

—Se acabó; ya no hay suerte… No hace ocho días acabé de pagar micasitadeJuvisy.Diossabeconquépena.Lilituvoqueayudarme…Yahorasedeclaralaguerra,losprusianosvendrán,loquemarántodo…¿Cómoquierenquevuelvaaempezaramisaños?

—Amímeimportapoco—dijoClarisse—.Siempreencontraréalgo.

—Seguro,añadióSimonne.Estovaaserdivertido…Talvezseamejor.

Yconunasonrisacompletósupensamiento.TatanNénéyLouiseViolaine

coincidieron con ella.Tatan contó cómo sehabíadivertido con losmilitareshastareventar.Buenoschicos,yharíanlasmilyunaporlasmujeres.

Perocomolevantabanmucholavoz,RoseMignon,siempreenlacabecerade la cama, las hizo callar con un «chis» silbado suavemente. Se quedaronsobrecogidas, mirando de soslayo hacia la muerta, como si aquel ruegohubiese salido de lamisma sombra de las cortinas, y en la pesada paz quesiguió, aquella paz de la nada en que sentían la rigidez del cadáver tendidocercadeellas,losgritosdelamultitudestallaron:

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

Enseguidaseolvidarondetodo.LéadeHom,queteníaunsalónpolítico,dondeantiguosministrosdeLouis-Philippeseentregabanafinosepigramas,dijomuybajo,encogiéndosedehombros:

—¿Quéfaltahaceestaguerra?Unanecedadsangrienta.

InmediatamenteLucytomóladefensadelImperio.Ellasehabíaacostadoconunpríncipedelacasaimperial,yaquelloeraasuntodefamilia.

—Dejadlo, querida; no podemos dejarnos insultarmás; esta guerra es elhonor de Francia…Sabéis que no digo esto a causa del príncipe. ¡Menudopinta!Figuraosquealanoche,alacostarse,seescondíasusluisesenlasbotas,ycuandojugábamosalabáciga,poníahabichuelasporqueundíayogastélabroma de saltar sobre la apuesta… Pero esto no me impide ser justa. ElEmperadortienerazón.

Léa movía la cabeza con gesto de superioridad, de mujer que repite laopinióndepersonajesimportantes.Yrepuso,levantandolavoz:

—Éste es el fin. Están locos en las Tullerías. Sabedlo, Francia pudoecharlosantes…

Todas la interrumpieron violentamente. ¿Qué tenía ella para ponerse asícon el Emperador? ¿Acaso la gente no era feliz con él? ¿No iban bien losnegocios?Parísnuncasehabíadivertidotanto.

Gagá,enardecida,sedespertóindignada.

—¡Cállense!Esuna idiotez,ynosaben loquedicen…YosíhevistoaLouis-Philippeenunaépocademendrugosymiseria,querida.Ydespuésvinoel cuarenta y ocho… Muy bonito. Una porquería su República. Después,febrero,yyomemoríadehambre,yo,laqueoshabla…Sihubieseisconocidotodoesto,ospondríaisderodillasanteelEmperador,porquehasidonuestropadre,sí,nuestropadre.

Tuvieronquecalmarla.Ellaañadióenunarranquereligioso:

— ¡Oh,Diosmío!Que elEmperador tenga su victoria. ¡Consérvanos el

Imperio!

Todasrepitieronestedeseo.Blancheconfesóqueellaquemabaciriosporel Emperador. Caroline, enamoriscada de él, se había paseado durante dosmesesporsupasaje,sinconseguirllamarlelaatención.Ylasotrasestallaronenpalabrasiracundascontralosrepublicanos,hablandodeexterminarlosenlafrontera, para que Napoleón III, después de vencer al enemigo, reinasetranquiloenmediodeljúbilouniversal.

—EsesucioBismarck,¡vayauncanalla!—rugióMaríaBlond.

— ¡Y pensar que lo he conocido!—exclamó Simonne—. Si lo hubiesepodidosaber,seríayoquienhabríapuestounadrogaensuvaso.

PeroBlanche,molestatodavíaporlaexpulsióndesuprusiano,seatrevióadefenderaBismarck.Quizánofuesetanmalo.Cadaunoenlosuyo.Agregó:

—Yasabéisqueadoraalasmujeres.

—¡Yesoquénosimporta!—exclamóClarisse—.Nolenecesitamos.

—Hombres de esa clase siempre hay demasiados —declaró LouiseViolaine seriamente—. Sería mejor dejarlos pasar que tener negocios consemejantesmonstruos.

Ladiscusióncontinuó.HicieronañicosaBismarck;cadaunalepegabaunpuntapiéensucelobonapartista,mientrasqueTatanNénérepetía:

—Bismarck…Nosemehahechorabiarpococonél. ¡Oh!Letengounatirria…YonoconozcoaltalBismarck.Nosepuedeconoceratodoelmundo.

—Noimporta—dijoLéadeHomparaconcluir—.EseBismarcknosvaavarear.

Nopudocontinuar.Todassepusieroncontraella.¿Cómo?¿Unapaliza?Alcontrario,seríaBismarckelquevolvieraasutierraaculatazos.¡Vayaconlaindignafrancesa!

—Callad—pidióRoseMignon,apenadaporlariña.

Elfríodelcadávervolvióaapoderarsedeellas.Todassedetuvierona lavez,inquietas,puestasdenuevofrentealamuerte,conelmiedoalcontagio.

Porelbulevar,elgritoproseguíaronco,desgarrado:

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

Cuandoyasedecidíanairse,unavozllamódesdeelpasillo:

—¡Rose,Rose!

Asombrada,Gagáabriólapuertaydesaparecióuninstante.Luego,cuando

regresó,dijo:

—Querida,esFauchery,queestáabajo,alotroextremo.Noquieresubir,estáfuriosoporquesiguesaquí,cercadelcadáver.

Mignon había conseguido que el periodista subiese. Lucy, todavía en laventana,seasomó,yvioaaquellosseñoresenlaacera,mirandohaciaarribayhaciéndole señas.Mignon, exasperado, levantaba lospuños.Steiner,Fontan,Bordenave y los demás abrían los brazos en ademán de inquietud y dereproche,mientrasDaguenet,paranocomprometerse,fumabatranquilamente,conlasmanosenlaespalda.

—Escierto,querida—dijoLucyabandonandolaventanaabierta—.Habíaprometidohacertebajar…Estántodosllamándonos.

Roseabandonópenosamentelacabecerademadera,ymurmuró:

—Ahora,ahoravoy…Yanomenecesitaparanada…HaremosquesubaunaHermana.

Dabavueltassinencontrarsusombreroysuchal.Maquinalmente,sobreeltocador,habíallenadounapalanganadeaguayselavabalasmanosylacara,mientrasdecía:

—Nosé,peroestohasidoungolpeterribleparamí…Nuncafuimosmuyamigas…Puesyaveissisoytonta…¡Oh!semeocurrentodaclasedeideas,hastalademorirmetambién.Elfindelmundo…Sí,necesitoaire.

Elcadáverempezabaadespedirciertotufo…Elterrorseapoderódetodas,despuésdetantaindiferencia.

—Vamos,vamos,gatitas—repetíaGagá—.Estonoessano.

Salieron con viveza,mirando por última vez el lecho. Pero como Lucy,BlancheyCarolineaúnestabanallí,Rosesedetuvouninstanteparadejarlahabitaciónenorden.Corrióunacortinadelaventana;luegopensóqueaquellalámparano era conveniente, quehacía faltaun cirio, ydespuésde encenderunodeloscandelabrosde lachimenea, lopusoenlamesilladenochecercadel cuerpo. Una luz viva iluminó bruscamente la cara de la muerta. Fuehorrible.Todasseestremecieronyhuyeron.

— ¡Oh! está cambiada, está cambiada —murmuraba Rose Mignon—,saliendolaúltima.

Alsalircerrólapuerta.Nanaquedabasola,lacaraalaire,enlaclaridaddelabujía.Eraunmontóndehuesos, loquequedabadehumoresydesangre;unapaletadadecarnecorrompida,arrojadaallísobreuncolchón.Laspústulashabíaninvadidotodoelrostro,unbotóntocabaalotro,ymarchitas,hundidasconunaspectodebarrogris,parecíanunenmohecimientode la tierra sobre

aquellapapillainforme,enlaquenohabíarasgos.

Un ojo, el izquierdo, estaba completamente sombrío en el hervor de lapurulencia; el otro medio abierto, se hundía como un agujero negro ycorrompido.La nariz supuraba todavía.Una costra rojiza partía lamejilla einvadía la boca, arrancándole una risa abominable.Y sobre aquellamáscaragrotesca y horrible de la nada, los cabellos, aquellos hermosos cabellos,conservabansusreflejosdesol,cayendocomounchorrodeoro.

Venussedescomponía.Parecíaqueelviruscogidoporellaenlosarroyos,sobrelascarroñastoleradas,aquelgermenconelcualhabíaenvenenadoaunpueblo,acababadesubírselealrostroylohabíapodrido.

Lahabitaciónestabavacía.Unfuertesoplodesesperadosubiódelbulevarehinchólascortinas.

—¡ABerlín!¡ABerlín!¡ABerlín!

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