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Naturaleza y cultura
EL SER HUMANO
[Autoría del texto principal: César Tejedor Campomanes, Introducción al pensamiento
filosófico, SM, Madrid, 1996, pp. 6-13. Se han hecho pequeñas modificaciones ajenas
al autor]
1) ¿Qué escribió el filósofo alemán Immanuel Kant acerca del aprendizaje de la filosofía?
2) ¿A qué cuatro preguntas puede ser reducido el campo de la filosofía según el filósofo
Immanuel Kant?
3) ¿Por qué la pregunta por el hombre es una pregunta importante?
4) ¿Qué pensaba Rousseau acerca de la naturaleza humana?
5) ¿Qué se entiende por "dialéctica" en filosofía?
6) ¿Qué dos referentes usó el hombre en los tiempos primitivos para intentar comprenderse
a sí mismo?
7) ¿Qué nos diferencia fundamentalmente de los dioses?
8) ¿Qué quiere decir la palabra "totemismo"?
9) ¿Por qué algunos autores han pensado que el hombre es una especie de "animal
enfermo?"
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«Uno no puede aprender filosofía, sino únicamente a filosofar» (“(…) kann man keine
Philosophie lernen (…). Man kann nur philosophieren lernen”), escribió Kant. Aprender a
filosofar consiste, ante todo, en aprender a hacerse preguntas tan radicales que escapan al
ámbito más restringido de las ciencias. Ahora bien, el mismo Kant señaló que todas las
preguntas de la filosofía se pueden resumir en una sola: ¿Qué es el ser humano?
«El campo de la filosofía en esta significación mundana puede ser reducido a las siguientes
cuestiones:
1) ¿Qué puedo saber?
2) ¿Qué debo hacer?
3) ¿Qué me está permitido esperar?
4) ¿Qué es el hombre?
La primera pregunta la contesta la metafísica, la segunda la moral, la tercera la religión y
la cuarta la antropología. En el fondo se podría asignar todo esto a la antropología,
porque las tres primeras cuestiones se refieren a la última»
Immanuel Kant, Logik, Ein Handbuch zu Vorlesungen, Königsberg, Friedrich Nicolovius, 1800, Seite 25. (Trad.
por Jacinto Rivera de Rosales, en “Realidad e interés: El horizonte de la filosofía kantiana”, Eidos: Revista de
Filosofía, Nº. 3, 2005, págs. 8-35)
¿Por qué esta pregunta es tan importante? Quizá porque a ella se remiten, en último
término, las cuestiones que más nos preocupan actualmente. Por ejemplo: ¿Por qué renacen
una y otra vez -a pesar del aparente progreso de la humanidad- las mismas atrocidades que
ya se creían superadas: guerras, genocidios, violaciones, violencias…? ¿Es que somos, por
naturaleza, agresivos y egoístas, y nada puede remediarlo? ¿O bien somos naturalmente
buenos y altruistas y es la sociedad la que nos envilece, como sugirió Rousseau? ¿Somos
“animales enfermos” e infelices? ¿Tenemos posibilidad -y derecho- de transformar nuestra
naturaleza? ¿Incluso por medios genéticos? ¿O basta la educación? Cuestiones
fundamentales para planificar la economía, la política, la educación… Porque no es lo
mismo realizar una planificación social si se parte de una confianza radical en el carácter
altruista del ser humano o de todo lo contrario. ¿Somos realmente animales racionales, o es
la “locura” lo que caracteriza a la humanidad? Los interrogantes podrían continuar, y se
invita al que lee a que prosiga con ellos. Pero, a fin de cuentas, siempre se terminará en una
pregunta clave: ¿Qué es el ser humano?
3
“Hombre”, en José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía. Tomo II (E-J), Editorial Ariel, Barcelona, 2001, pp.
1680-1686
Este comienzo es una invitación a plantearse esta pregunta a partir de una serie de
contraposiciones fundamentales.
En efecto, se lo mire por donde se quiera, el
ser humano -como el dios itálico Jano–
siempre muestra dos caras opuestas. Mirar
ambas al mismo tiempo es imposible, y lo
que nos muestra una cara parece
contradecirlo la otra.
«Jano (en latín Janus, Ianus) en la mitología romana, es
el dios de las puertas, los comienzos y los finales»
(Wikipedia)
Ya los antiguos filósofos griegos habían
descubierto que la comprensión de cualquier realidad supone descubrir la secreta armonía
que concilia las oposiciones:
«Lo contrario llega a concordar -decía Heráclito-, y de las discordias surge la más hermosa
armonía» (Fr. 8).
Por eso -añadió- todo es «día y noche, invierno y verano, guerra y paz, saciedad y hambre»
(Fr. 67).
Este esfuerzo por descubrir las oposiciones ocultas en todas las cosas se llama -en filosofía-
dialéctica.
4
Pablo López Álvarez, “dialéctica”,
en Diccionario Espasa de Filosofía, VVAA.,
dirigido por Jacobo Muñoz, Editorial Espasa
Calpe, Madrid, 2003, pp. 164-166
No podemos saber cuándo el ser humano comenzó a interrogarse acerca de sí mismo. Pero
sí podemos suponer cómo -probablemente- intentó responder: se comparó con los demás
seres del Universo y buscó las diferencias. ¿No es cierto que, la mayoría de las veces,
pensar algo es pensar “la diferencia”? Es decir, poner esa cosa en relación a otra -la más
cercana y semejante posible- y establecer en qué difieren. El mundo es, en efecto, un haz de
relaciones y ninguna cosa puede ser comprendida sino en relación con las demás. (Y uno
podría preguntarse entonces: ¿por qué -y en qué sentido- se dice que “las comparaciones
son odiosas“?).
Parece que el ser humano intentó -en los tiempos más remotos- comprenderse a sí mismo en
relación con dos referentes distintos, que marcaban sus límites superior e inferior:
los dioses y los animales.
Hay algo “divino” en el ser humano; pero éste no es un “dios”. ¿Cuál es la
diferencia? Homero llama a los dioses “felices e inmortales”, y escribe: «Como las hojas de
los árboles [que caen en otoño], así las generaciones de los seres humanos».
Homero, Ilíada, Canto VI, traducción, prólogo y notas de Emilio Crespo Güemes, Editorial Gredos, Madrid, 2000, p.
217.
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Bien, ahí está la diferencia. La referencia a los animales parece tener mayor importancia, ya
que para Homero «los animales son el espejo mediante el cual puede el ser humano
verse a sí mismo» (Bruno Snell), lo cual podría explicar el origen de las fábulas. Los
animales fueron siempre algo fascinante para el primitivo. Porque, a fin de cuentas, ¿no
podrían ellos mismos ser los dioses? Esta ambigua relación con el mundo animal ha sido
expresada mediante una famosa teoría: el totemismo.
“Totemismo” es un término empleado en antropología e historia de las religiones para
explicar la forma de organización de las sociedades primitivas. El término “tótem” se acuñó
a fines del siglo XVIII a partir de la expresión ototeman, que en la lengua de los habitantes
de los Grandes Lagos significaba “él es de mi clan”.
En general se pensaba que los clanes primitivos consideraban
a un animal (más raramente una planta o una piedra) como
su tótem: es decir, como su espíritu protector y emblema,
incluso como su antepasado mítico o héroe fundador de su
cultura.
Algunos hechos parecen revelar, también, algún tipo de
relación del primitivo con los animales. Por ejemplo, la
existencia de asociaciones -muchas veces secretas- de
camaradas (no basadas, por tanto, en el parentesco) que
tomaban un animal como emblema.
Quizá habría que encontrar en estas asociaciones -por
ejemplo, la del lobo, o la del caballo– el origen de leyendas
posteriores acerca de los licántropos o loscentauros: los
miembros de esas asociaciones debían disfrazarse, usar
máscaras, imitar los movimientos… del animal emblemático.
Eduardo Peralta Labrador, Los cántabros antes de Roma, Real Academia de la
Historia, Madrid, 2000, p. 170.
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Todo esto plantea muchas preguntas. ¿Por qué esa necesidad de referirse a los animales?
Cuando alguien -todavía hoy- se disfraza o se pone la máscara de un animal, incluso lo
imita, ¿qué busca, quizá inconscientemente? ¿Identificarse, imitar?, ¿ser “otro”?, ¿romper
los propios límites?, ¿regresar a una existencia animal, instintiva? ¿Qué, exactamente?
Algunos autores –Nietzsche, Unamuno– han visto en esta inquietud permanente del ser
humano la señal evidente de que se trata de un “animal enfermo” .
Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral. Un escrito polémico. introducción, traducción y notas de Andrés
Sánchez Pascual, El Libro de Bolsillo, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 156.
Quizá el ser humano -siempre inquieto, descontento y ansioso- envidia el modo de vida de
los animales, tranquilo y en armonía con la Naturaleza:
«A los animales […] les basta vivir. Porque su existencia se desliza armoniosamente con las
necesidades atávicas. Y al pájaro le basta con algunas semillitas o gusanos, un árbol donde
construir su nido, grandes espacios para volar; y su vida transcurre desde su nacimiento hasta
su muerte en un venturoso ritmo que no es desgarrado jamás ni por la desesperación metafísica
ni por la locura. Mientras que el hombre, al levantarse sobre las dos patas traseras y al
convertir en un hacha la primera piedra filosa, instituyó las bases de su grandeza pero también
los orígenes de su angustia; porque con sus manos y con los instrumentos hechos con sus
manos iba a erigir esa construcción tan potente y extraña que se llama cultura e iba a iniciar
así su gran desgarramiento, ya que habrá dejado de ser un simple animal pero no habrá
llegado a ser el dios que su espíritu le sugiera. Será ese ser dual y desgraciado que se mueve y
vive entre la tierra de los animales y el cielo de sus dioses, que habrá perdido el paraíso
terrenal de su inocencia y no habrá ganado el paraíso celeste de su redención. Ese ser dolorido
y enfermo del espíritu que se preguntará, por primera vez, sobre el porqué de su existencia. Y
así las manos, y luego aquella hacha, aquel fuego, y luego la ciencia y la técnica habrán ido
cavando cada día más el abismo que lo separa de su raza originaria y de su felicidad
zoológica»
Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2004, p. 432.
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En cualquier caso, algo parece evidente: si el ser humano ha sentido desde siempre la
necesidad de interrogarse acerca de sí mismo es porque se sentía incapaz de comprenderse
y situarse en el Universo.
WORDPRESS: https://empezandoafilosofar.wordpress.com/el-ser-humano/el-ser-humano/
YOUTUBE: https://youtu.be/Bg4usUF6Qxw