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Ensayo sobre los elementos que conforman la novela negra centroamericana y comentario sobre los libros que los recogen y desarrollan en sus tramas. Base bibliográfica que utilicé para la escritura de mi novela "Todas las muertes de Lázaro" (http://amzn.to/1pwidBJ).
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Neopolicial centroamericano: hija de la violencia
Por Diego Murcia
La novela centroamericana adolece de lo mismo que sus habitantes,
frustración. Al menos así lo estima el estudioso literario Misha Kokotovic, que se
refiere a ella como una “a frustated mystery novel” (24), en su ensayo critico
titulado “Neoliberalismo y novela negra en la posguerra centroamericana”1 .
En dicho estudio el investigador analiza la producción literaria
centroamericana de novelas policiales y novelas negras en las décadas posteriores
a 1990.
Mucha de esta frustración ha encontrado su válvula de escape en las
páginas de este tipo de textos que algunos dan por llamar “neopoliciacas”. En el
caso de Centroamérica, este subgénero debe ser entendido como uno que
construye su discurso narrativo en un “accidente social”2, como lo llama Ignacio
Taibo II en La otra novela policial. Es decir, la “calma” del universo literario de
1 Kokotovic es parte de un proyecto crítico literario llamado (Per)Versiones de la modernidad. Literaturas, identidades y desplazamientos, que es el tercer tomo de la colección “Hacia una
2 Taibo II. 1979: 40.
los personajes de una obra de texto pensado por el autor se interrumpe
intempestivamente por el cometimiento de crimen, desatando así una búsqueda
irrefrenable de la verdad que traerá todo a la normalidad. Para crear este efecto,
entonces, el autor del neopolicial apela a las diferencias sociales como su
motivación esencial para provocar un “accidente” y tratar de resolverlo o no.
Misha Kokotovic insinúa que la frustración que causan estos accidentes
sociales con los que el autor convive no solo en la ficción sino en la vida real,
tienen su origen en las cicatrices sin sanar de las pasadas guerras civiles y de los
viejos gobiernos autoritarios que azolaron la región centroamericana. Esas
cicatrices son las semillas de la actual ola criminal que parece no tener fin y que,
lejos de estancarse, ha mutado en formas que ni en la guerra fue posible soñar.
En ese sentido, el escritor Horacio Castellanos Moya, dice en su ensayo
titulado El cadáver es el mensaje, Apuntes personales sobre literatura y
violencia3 que la ficción vive una rivalidad con la realidad.
El relato neopolicial centroamericano, precisamente por la esfumación de
los acontecimientos que atañen al crimen y por la diversidad de explicaciones a
que éste da lugar, se convierte en un ejemplo de la filosofía de la deconstrucción
que viven las sociedades centroamericanas, explica Coello Gutiérrez. “El
3 Las declaraciones de Castellanos Moya forman parte de una ponencia presentada en el
Coloquio Internacional “Cultura y conflicto/Culturas en conflicto”, Paris, Junio de 2007, y publicada en la revista Itsmo.
homicidio se concibe, pues, como un cúmulo de imágenes dispersas, como una
sustancia inconocible a la que, a través de la fabulación, hay que violentar para
encontrarle un sentido que por sí misma no tiene. Todas las versiones añaden, por
lo tanto, una cuota de mentira a lo ocurrido, porque la realidad, por sí misma
fragmentaria y anárquica, no se aviene con los imperativos de la lógica o de un
sistema racional”.
De ahí que no sea extraña la visión de la realidad que los autores
determinan plasmar en sus libros: Castellanos Moya, hablando del pasado, de la
guerra, sus testaferros y sus víctimas en La sirvienta y el luchador; Arquímides
González, reconstruyendo los hechos desde el punto de vista periodístico,
poniéndo en tela de juicio a los defensores de la verdad y mostrándo cómo se
construye un mito desde la subjetividad en El Fabuloso Blackwell; Rodrigo Rey
Rosa relatando como la cotidianidad -ese aburrido estado de silencio que viene
tras la paz- puede ser la excusa perfecta para cometer un asesinato pasional en
Severina; o, Rubén Fonseca Mora consumando una venganza ecológica, donde
una familia debe convivir con un depredador sexual -y una selva que desata la
ambición de poder en quienes desean poseerla-, deben sobrevivir a un animal de
rapiña forestal en La ventana abierta.
¿Cómo llegamos a este tipo de novelas? ¿De dónde viene esta necesidad
de deconstruir la realidad que conocemos, que transcurre con aparente
indiferencia ante el lector? De acuerdo con la especialista en literaturas
centroamericanas Alexandra Ortíz Wallner “a partir de los años 90, varios autores
han utilizado la literatura para mantener presente la memoria de la guerra”4. Quizá
el fin último de este acto es analizar los orígenes del conflicto bélico, o purgar
culpas, o imaginar lo que pudo ser rellenando los vacíos dejados por la historia
oficial…, o, tan simple, hacer catarsis.
Desde luego, no se trata sólo de una guerra civil, sino histórica porque
existen infinidad de apegos a los modelos de gobierno del pasado o porque la
región ha estado tan olvidada que aún sigue siendo regida por caciques locales o
porque los abismos sociales se van agrandando año con año produciendo nuevos
traumas regionales como el narcotráfico, el crimen organizado o la producción de
migrantes.
El tránsito hacia la paz o hacia los gobiernos democráticos -el último
gobierno militar de la región, el de Honduras, fue abolido en 1987-, no representó
mejoría alguna en las condiciones de vida de la mayoría de la población. Es más,
los niveles de corrupción se vieron acrecentados y los de violencia han ido, en la
actualidad, en aumento como consecuencia de los mecanismos de intolerancia y
abuso de poder predominantes durante la guerra, por un lado, pero sobre todo por 4 Darío Chinchilla, reportero del periódico costarricense Nación, cita estas respuestas en una entrevista titulada Letras de posguerra a pocos días de que (Per)Versiones de la modernidad. Literaturas, identidades y desplazamientos saliera de imprenta. Nación, suplemento Domingo Siete, domingo 4 de marzo de 2007. Ortíz Wallner es la compiladora de dicho estudio.
la impunidad, la corrupción, la ausencia de horizontes de progreso social, todo eso
se ha manifestado en una profunda desilusión, en un desamparo y desesperanza
que, en nuestros días, es el estado anímico de amplios sectores sociales.
Ortíz Wallner afirma que “esta memoria es fundamental para comprender
no solo los procesos que ya sucedieron, sino muchos de los que se viven
actualmente”, y remata: “en las novelas... no está presente la historia... sino que
los individuos afectados por esos procesos”.
De acuerdo con Dante Barrientos Tecún, en su ensayo Algunas propuestas
de la narrativa centroamericana contemporanea: Franz Galich (Guatemala,
1951 - Nicaragua 2007), con la muerte de las guerras civiles en la región
centroamericana nació una imparable sed de la reconstrucción de la identidad
literaria, de una renovación de la narrativa local que permitiera reconstruir los
pedazos de una nación hasta ese punto polarizada y fraccionada.
Muchos artistas, hasta entonces acallados por un aparato estatal represor,
empezaron a hablar de masacres, desapariciones y violaciones de derechos
humanos que según los gobiernos de turno no existían. En un ambiente de
conciliación entre subversivos y militares, decenas de perpetradores de crímenes
de Lesa Humanidad decidieron hacer un pacto de Perdón y Olvido, a cambio de
reconocer ciertos hechos delictivos, evadir la cárcel y obtener una cuota de poder
dentro de la vida pública, olvidándose así de las miles de víctimas civiles que sus
actos dejaron en la región.
La opción que las nuevas generaciones de artistas vieron, entre ellos los
escritores, fue el apropiarse de “una estética de la provocación, de la
irreverencia”, y que “tendrá cultivadores particularmente en el período de
postguerra (años 1990-2000)”. Se arman, entonces, unas nuevas reglas de la
escritura de novelas, en particular de la novela negra que parece haber caído como
anillo al dedo para hablar de las circunstancias históricas que las naciones
centroamericanas estaban viviendo tras el cese de fuego: El escenario de las
narraciones se desplazó del campo a la ciudad, y se dejó de lado la solemnidad de
los años previos a la guerra para dar paso al humor, la ironía, la sátira, la parodia,
instrumentos de liberación que permitieron sacar de nuestras gargantas estreñidas
toda la angustia que por muchos años tuvimos que tragrarnos por miedo o por
coraje.
Pero hay que aclarar que el traslado no significó perder las tradiciones
heredadas del realismo mágico que hacen posible que los personajes se
encuentren inmersos en un mundo lleno de supersticiones, de creencias en
poderes vinculados a la naturaleza como se lee en novelas de Horacio Castellanos
Moya y Rubén Fonseca Mora.
Las cosechas del género
Juan José Colín5 afirma en su ensayo La novela negra en Centroamérica:
Cualquier forma de morir6, de Rafael Menjívar Ochoa que el neopolicial
centroamericano -salvando las distancias con el resto de Latinoamérica-
“representa una nueva forma de denuncia que se gesta en la medida que la
literatura de crítica social, en su forma tradicional, pierde gradualmente su
impacto primero merced al sobreuso estilístico y a la evolución natural de la
literatura. Esta vertiente de la narrativa obedece, coincide la crítica, al impacto
que ejerce la sociedad en la que vive el escritor. Aquí se alude a la novela
policiaca contemporánea posterior a Hammett y Chandler y a su lugar en la prosa
latinoamericana en general” (Colin, 1).
Este género de novela negra ha servido para expiar demonios, hacer purga
o, como dice Leonardo Padura Fuentes, para hablar de “... los mundos citadinos y
contemporáneos en los cuales conviven el crimen y la vida, la violencia y la
realidad más rampatente y esencial de un universo abocado a todas las crisis
políticas, económicas, morales y culturales” (Padura Fuentes, 15).
5 Colin, Juan José. "La novela negra en Centroamérica: Cualquier forma de morir, de Rafael
Menjívar Ochoa." Cincinnati Romance Review. Vol. 28. (2009): 38-52. Print. 6 En un país de Latinoamérica todas las autoridades y personalidades incómodas para el crimen
organizado están muriendo. Un simple policía, encarcelado como chivo expiatorio, se ve arrastrado por el torbellino de muertes y trata de salir con vida de un lío que no comprende.
Su “tardía”7 entrada al juego detectivesco, su reducido espacio territorial y,
por ende editorial, comercial y la imparable fuga de cerebros literarios son
algunas de las características que pueden jugar a favor o en contra del neopolicial
centroamericano.
Esta frescura la han aprovechado Rodrigo Rey Rosa y Horacio Castellanos
Moya no solo para impulsar sus carreras sino para desarrollar experimentos
literarios como la sinteticidad de diálogos y narraciones, o la complejidad de
búsquedas históricas en los archivos nacionales. Pero también ha resultado en un
revés en cuanto al desarrollo de otros géneros más allá del costumbrismo o del
realismo mágico, como en el caso de Fonseca Mora, quien apela a la vuelta del
hombre a sus raíces terrenales.
Por el otro lado, aunque también se tienen excelentes narradores, muchos
de ellos con ciertos estudios académicos, todavía se cometen errores ortográficos
en obras ganadoras de premios internacionales dignos de un escritor principiante,
como en el caso de Arquímides González. Valga decir que la literatura
centroamericana recién está despertando un interés editorial propiamente dicho y
7 En Honduras, el escritor Ismael Mejía Deras, también conocido como Aro Sanso, escribió en
1932 Un detective asoma. La crítica hondureña habla de ella como la primera obra escrita en clave de misterio y, además, la reconoce como una de los primeros textos fundacionales de la novela hondureña. De acuerdo con Uriel Quesada, un momento clave en el desarrollo de este género es el año 1988, cuando Sergio Ramírez publica Castigo divino, basado en hechos reales. La irregularidad en la adopción de géneros o desarrollo de los mismos parece ser otra de las características de la literatura centroamericana.
no solo en cuanto a que se crean editoriales independientes para salvar el
abandono gubernamental sino que, en las últimas décadas, gente como la
académica Evelyn Galindo-Doucette (estudiante de Doctorado en Winsconsin) o
el poeta y editor Antonio Cienfuegos (Doctor en Humanidades de la UNAM), se
están especializando en el estudio de las letras más allá de la mera escritura o la
lectura por placer, participando en la generación de opinión y la difusión del
trabajo literario de sus compatriotas desde sus trincheras. Como ellos, hay más
casos, pero no los suficientes. Así las cosas, da la impresión que la literatura
centroamericana no termina de despegar a un mismo ritmo, pero al menos su
literatura ya no está tan salpicada de guerra civil o al menos, ya no es esta el
aderezo principal que inunda las páginas de lo que se publica en la actualidad. Sin
embargo, por sus características, pareciera encontrarse en un estado de
revisionismo histórico desde una perspectiva más subjetiva, desde las líneas
enemigas, allá donde el oficialismo no tuvo oportunidad de sepultar la otra
versión de lo sucedido durante la guerra.
Tomemos por ejemplo a La sirvienta y el luchador: es un texto sobre la
guerra, aunque no pretende ser una novela histórica. Aunque siendo sinceros, para
su autor, Horacio Castellanos Moya8, este libro tampoco encaja en el formato de
8 Declaraciones citadas en el periódico Ponte Al Día, tomado de un cable de la agencia EFE:
http://www.pontealdia.com/america-latina/la-guerra-civil-salvadorena-no-se-ha-contado.html
novela negra y policíaca, si bien “tiene elementos de esos géneros: hay un
ambiente negro, aún más, un poco macabro, sórdido”.
En ese sentido, el libro de Castellanos Moya se vuelve un documento de
denuncia política de la violencia. El narrar este pasado sirve para hablar de cómo
las esperanzas mueren a medida que el cáncer de la guerra avanza. La agonía de
los personajes, las torturas que sufren y la podredumbre que mana de sus
verdugos correspondería a la maraña de pasiones e intereses sociales, familiares y
políticos que se han posesionado hasta el día de hoy de El Salvador.
De acuerdo con Kokotovic, el periodo de la posguerra centroamericana
transformó el estilo de la literatura haciéndola más contestataria que en los años
de guerra. El autor piensa que el foco de la novela negra en Centroamérica es
demostrar la corrupción que se enraizó en las sociedades de la región, gracias al
neoliberalismo, más que resolver el conflicto ante el que se enfrenta el detective:
“... Central American noir generally expresses a deep disillusionment with the
outcome of revolutionary struggles and marks its distance from the Left more
categorically”. (Kokotovic, 16) “In contrast with wartime literature, particularly
testimonio, which posed clear ethical choices and invited the reader's
identification eith its heroic protagonist(s), here the reader is left wondering with
whom, if anyone, to side”. (Kokotovic, 21)
Este, parece ser uno de los grandes cambios en la novela negra
latinoamericana, en general, y centroamericana, en específico, en comparación a
su par norteamericana, porque los protagonistas de las historias ya no están más
divididos en blancos y negros y, más bien, transitan en una enorme avenida de
grises. Por ejemplo en El fabuloso Blackwell, de Arquímedes González, se
hilvanan una serie de debates éticos que van desde el conflicto de interés del
periodista por obtener una exclusiva –con todo lo que esto implica en el medio- y
hasta las ganancias sociales de la fuente de información (entiéndase encerronas
políticas, desprestigios o venganzas personales). Y es que, en El fabuloso
Blackwell lo que parecía ser una buena intención de promocionar el orgullo
nacionalista sólo es una coraza bajo la cual se escudan las ansias de poder. En ese
sentido, González se rebela al servilismo del ejercicio del periodismo en manos de
aquellos transcriptores de noticias, que nunca contrastan información, y que
utilizan su posición privilegiada no para beneficiar al público lector sino a sus
propias aspiraciones.
Una cosecha del género policial centroamericano ha sido la capacidad de
desarrollar el humor ácido aun a costa del propio sufrimiento de los habitantes de
la región. El ejemplo clásico de este manejo de la ironía lo tiene Horacio
Castellanos Moya con su controversial libro El Asco9. Otro buen ejemplo es el
libro Cualquier forma de morir10 de Rafael Menjívar Ochoa, parte de una saga de
novelas negras que hablan de la corrupción policial.
Los autores, a través de sus personajes, se mofan de la suerte de haber
nacido en un país latinoamericano y ser centroamericanos. Castellanos Moya
pidió refugio internacional luego de que varias amenazas cayeran sobre él
reclamando se retractara de lo escrito en su libro. Menjívar Ochoa murió de
cáncer, pobre y con muchos enemigos pese a ser uno de los autores más prolijos
del país. De esas contradicciones se burlan estos autores en sus libros.
La de estos autores pareciera una tendencia autodestructiva que invita al
lector a confiar su punto de vista para que él mismo se quien juzgue los actos de
los personajes y de paso que confronte su propia realidad con el confort de la
lectura.
“El que estas novelas pertenezcan, con variaciones, al género negro
denominado “hard boiled” es fácilmente explicable, teniendo en cuenta que la
novela policial es el género narrativo contemporáneo más cercano a la picaresca.
9 Edgardo Vega, tras dieciocho años de exilio voluntario en Canadá, se ve obligado a regresar a
El Salvador para acudir al entierro de su madre. El Salvador le resulta despreciable y arremete contra todo: Iglesia, educación, política y políticos, su propia familia..., y vomita sus críticas de forma categórica, hasta el punto de identificarse con Thomas Bernhard.
10 Es la historia de un policía antinarcótico que cae en prisión por narcotráfico, cuyo principal objetivo es salir vivo de la cárcel, no sin antes ser utilizado como chivo expiatorio.
En definitiva, se trata en ambos casos de obras cuyo personaje principal” -yo diría
que hasta sus autores- “desfila por los distintos estratos de una sociedad llena de
lacras”, asegura Emiliano Coello Gutiérrez.
¿Qué se lee en estos textos?
Una “ruptura” social, explica el investigador de literaturas hispánicas
Dante Barrientos Tecún:
“La obra de los autores de la segunda mitad del siglo XX surge en
un contexto de “modernización” de las sociedades centroamericanas
(desarrollo urbano, crecimiento de las clases medias). Sin embargo, muy
pronto la crisis política (fracaso del Mercado Común Centroamericano,
toma del poder de los grupos militares, polarización política) y el inicio
de la lucha armada revolucionaria (principios de los 60 en Guatemala y
Nicaragua) acarrearían consecuencias decisivas en el desarrollo de la
narrativa. El período de los años 1970 - 1980 ve la incorporación en el
panorama de la cuentística de una serie de voces nuevas que, en cierta
forma, continúan intensificando y diversificando los cambios que los
iniciadores de la ruptura de cara al regionalismo habían principiado
(Hugo Lindo, Monterroso, Ménen Desleal, A. E. Barrientos). Sólo que
estos creadores producirán en un contexto profundamente marcado por
una violencia institucionalizada que alcanza la irracionalidad y
bestialidad con las masacres y etnocidios perpetrados en contra de
poblaciones civiles. Los autores no podían y no quedaron al margen de
ese cataclismo, al cual pagaron alto tributo. La literatura que producirán,
sin darle la espalda a esa realidad espeluznante, buscará representarla
por medio de nuevas modalidades más a tono con los cambios estéticos
producidos en el Continente y con las necesidades de crear un nuevo
horizonte simbólico”.
Las guerras civiles no solo produjeron muertos y refugiados en el
extranjero, también emigración -del interior, de la montaña, donde se cuajó la
mayor parte de las guerras, hacia la ciudad-. Esto hizo posible la germinación de
una nueva forma de violencia una vez finalizada la guerra.
En su ensayo Geometría del crimen, el ensayista colombiano Eduardo
Delgado Ortíz explica que quizá a esto se deba que “... en la novela criminal
realidad y ficción se mezclan con ciertas gotas amargas de la filosofía de la
ciudad” (1) y “por naturaleza la novela negra pertenece a la calle, a lo indeseable,
a lo oscuro” (5).
Esa filosofía de la ciudad a la que se refiere es la de la supervivencia y es
un fiel reflejo de la realidad que reina en las calles de los países centroamericanos.
La violencia, gracias a este sentimiento de desilusión, ahora es parte de la
literatura, en especial de la ficción criminal y, de acuerdo con Delgado Ortíz, su
marco de acción “... no abarca únicamente su sentido literal...; se entiende que es
una narración ficticia, donde misterio y fantasía, constituyen sus principales
atractivos. Es un relato que está referido al crimen, a una conducta criminal; por
lo que se debe entender, no únicamente el asesinato, también toda infracción
grave a las leyes penales... La novela criminal extiende con frecuencia su
contenido a otros tipos delictivos en los que cabe suponer el robo, el secuestro, la
violación, la prostitución..., etc.”. Es decir, el crimen ficcional tiene tantas
bifurcaciones como el crimen real.
Lo más significativo del género neopolicial centroamericano es que esta
literatura es un reflejo, una representación de la situación de inseguridad que se
vive en la región y que representa un riesgo real para muchos centroamericanos.
Si la violencia entra y sale de las páginas -porque esa es la norma actual- la
constante producción literaria de novelas neopoliciales debiera convertirse en un
acto político, de indignación, de todos los lectores.
BIOGRAFÍA
Barrientos Tecún, Dante. (Université de Provence, Aix-Marseille I): «Algunas
propuestas de la narrativa centroamericana contemporanea: Franz Galich
(Guatemala, 1951 - Nicaragua 2007)».
Barrientos Tecún, Dante. Escritural Écritures d'Amerique latine, ed. Algunas
propuestas de la narrativa centroamericana contemporánea : Franz Galich
(Guatemala, 1951 - Nicaragua, 2007). 012011. Poitiers (France): Centre de
Recherches Latino-Américaines de l’Université de Poitiers (actuellement,
CRLA-Archivos), 2009. Print. <http://bit.ly/Q7nGx9>.
Castellanos Moya, Horacio. “El cadáver es el mensaje”. Apuntes personales sobre
literatura y violencia." Istmo. 06 2008: n. page. Web. 8 Oct. 2012.
http://istmo.denison.edu/n17/foro/castellanos.html>.
Castellanos Moya, Horacio. La sirvienta y el luchador. Tusquets Editores.
México, 2011. 267 pp.
Coello Gutiérrez, Emiliano. "El pícaro como protagonista en las novelas
neopoliciales de Rafael Menjívar Ochoa y Horacio Castellanos Moya."
Centroamericana. Comp. Dante Liano. 1st. Ed. Milano: Università Cattolica
del Sacro Cuore, 2009. 125. Print.
Delgado Ortíz, Eduardo. "La geometría del crimen." El Faro [San Salvador] 17 10
2011, weekend Sección Ágora. Web. 8 Oct. 2012.
<http://bit.ly/RKH0l8>.Londoño, Julio César. "Geometría del crimen." El
Espectador [Bogotá] 21 10 2011, Early Opinión. Web. 8 Oct. 2012.
<http://bit.ly/PiSX3b>.
Entrevista a Horacio Castellanos Moya. “La guerra civil salvadoreña no se ha
contado” http://bit.ly/SOdwAV
Fonseca Mora, Ruben. La ventana abierta. Editora Sibauste, S. A.; 3ra edición
(Octubre 8, 1996), 429 págs.
González, Arquímidez, El Fabuloso Blackwell. Leteo Ediciones. Managua,
Nicaragua. 2010.
Kokotovic, Misha. "Neoliberalismo y novela negra en la posguerra
centroamericana." (Per)Versiones de la modernidad. Literaturas, identidades
y desplazamientos – Tomo III. Ed. Beatriz Cortez, Ed. Alexandra Ortiz
Wallner and Ed. Verónica Ríos Quesada. 1a. edición. Guatemala: F&G
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Londoño, Julio César. "Geometría del crimen." El Espectador [Bogotá] 21 10
2011, Early Opinión. Web. 8 Oct. 2012. <http://bit.ly/PiSX3b>.
Padura Fuentes, Leonardo. "Miedo y violencia: la literatura policial en
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Taibo II, P. I. (1979) “La otra novela policíaca”, Vuelta, Nº 60-61, 24-26.