Nieto Soria, JM - La Monarquía Como Conflicto (Cap.6)4

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    “Agora verná la inquisición, non quedará

    confeso ninguno, nin malo nin bueno” 1

    Es evidente que los judeoconversos castellano-leoneses tuvieron, entre los años1230 y 1504, una dimensión conflictiva. Esto es así fundamentalmente a partir delinicio de las conversiones masivas en el año 1391, pero también es cierto para momentos anteriores a esa fecha, y con toda claridad desde el reinado de Alfonso X,que ya hubo de preocuparse por conseguir que los cristianos viejos respetaran ellugar que en la sociedad castellano-leonesa habían conquistado los judecoconversosgracias a su conversión al cristianismo.

    También es evidente que la dimensión conflictiva que tuvieron los judeoconver-sos castellano-leoneses entre 1230 y 1504 sólo puede ser entendida en todos sus

    extremos si se valora la actitud de la monarquía hacia aquéllos, así como la manera en que trató de solucionar los problemas que su mera presencia planteaba.Unos problemas que se agudizaban en los contextos de crisis de legitimidad

    monárquica, en cuyo marco con frecuencia los conversos se situaban en el centro depolémicas que propiciaban el enfrentamiento de la monarquía con otros sectores dela sociedad castellano-leonesa, como sucedió durante las crisis que afectaron a losreinados de Juan II y Enrique IV.

    Igualmente, la cuestión conversa afloraba muchas veces cuando se producíanconflictos institucionales surgidos de la práctica gubernativa de la monarquía, puesen muchos de esos conflictos estaban implicados los judeoconversos, de forma máso menos velada. Así, y ya durante el siglo  xv , algunos de los más relevantes conflic-tos intracortesanos que se vivieron en la Corona de Castilla contaron con una par-ticipación destacada de los conversos que medraban en la corte como oficialesregios, entre ellos el que terminó con la carrera de Álvaro de Luna.

    Más importante es la presencia que tuvieron los conversos en los conflictos entrela monarquía y las ciudades; el caso más conocido es el de la revuelta toledana de1449, pero hubo otros, muchos de ellos de tono menor, pero que no por ese moti-

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    1 Archivo Histórico Nacional (desde ahora, AHN),Inquisición de Toledo 

    (desde ahora,IT 

    ), leg. 153, n.º18. Este capítulo se ha beneficiado del apoyo, en tareas instrumentales, de Dña. Inés Pérez Ramos.

    Capítulo VI Judeoconversos y monarquía:

    un problema de opinión pública María del Pilar Rábade Obradó

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    vo dejaron de ser significativos, y no siempre en el sentido que tuvo el conflicto deToledo, pues a veces tuvieron, precisamente, el sentido contrario. Tampoco sepuede olvidar el papel que desarrollaron en los enfrentamientos entre la monarquía 

    y la nobleza, igualmente de forma cambiante, pues si en algunos casos los noblesmostraron una fuerte hostilidad hacia los conversos (por ejemplo, los sublevadosfrente a Enrique IV), en otros mostraron su cara más amable hacia los cristianosnuevos, como sucedió cuando la Inquisición inició su andadura. Asimismo, tam-bién hubo participación de los conversos en los conflictos entre la monarquía y la Iglesia, derivados, en la mayor parte de los casos, de la polémica generada por lasconversiones masivas y sus consecuencias, si bien sobre el conflicto predominó la colaboración, aunque muchas veces era más teórica que real.

    Finalmente, el “problema converso” también tuvo su lugar en el debate ideológi-

    co y en la aplicación de medios propagandísticos relacionados con el desarrollo deconflictos. En este sentido, hay que recordar que los judeoconversos se hicieron pre-sentes en algunos de los principales debates ideológicos que se produjeron en la Corona de Castilla durante los últimos siglos del Medievo, como es evidente tambiénque estuvieron en el punto de mira de la aplicación de todo un despliegue de mediospropagandísticos en el conflicto que en torno a ellos se desarrolló durante el siglo xv .

    El análisis de la manera en que la corona se enfrentó a esos problemas que plan-teaba la presencia de los judeoconversos en la sociedad castellano-leonesa permitevalorar, en primer lugar, los esfuerzos de la monarquía por dotar al reino de unos

    rasgos de identidad fomentadores de unos ciertos efectos de integración política,pues en relación con los conversos esos esfuerzos se hacen muy evidentes; en efec-to, la monarquía favoreció, desde el reinado de Alfonso X en adelante, los esfuerzosen pro de la conversión de los judíos, a la par que favorecía la plena integración enla sociedad cristiana de los convertidos, tratando de eliminar las trabas a las que enocasiones habían de enfrentarse. Todo esto, para conseguir que sus súbditos, deacuerdo con la teoría del “máximo religioso”, formaran una comunidad lo máshomogénea e integrada posible, marcada por su adhesión al catolicismo.

    Igualmente, se ha de poner el acento en el aumento del protagonismo de la opi-nión pública, y, por tanto, de los esfuerzos para conformarla en los contextos deconfrontación política. En ese sentido, se observa cómo los soberanos, igual que sehace desde otros sectores del reino, trataban de moldear la opinión pública, ofre-ciendo una determinada imagen de los judeoconversos, que nunca parece corres-ponderse totalmente con la realidad.

     Asimismo, es necesario analizar las consecuencias de la incapacidad de actuaciónconjunta de la Iglesia, la nobleza y las ciudades, que evitó el aislamiento monárqui-co frente a demandas ampliamente compartidas. De alguna forma, los judeconver-sos hicieron una importante contribución a esa situación: si algunos nobles, algu-nos eclesiásticos y algunas ciudades les ofrecieron su apoyo, defendiéndoles por

    todos los medios a su alcance, otros lucharon por conseguir su destrucción. En el

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    María del Pilar Rábade Obradó

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    caso de los nobles esta diversidad de actuaciones estaba determinada por motivacio-nes políticas y económicas; en el caso de la Iglesia, por motivaciones más difícilesde determinar, aunque entre ellas hay que destacar los prejuicios ideológicos, aso-

    ciados esencialmente al bajo clero y a determinadas órdenes religiosas; por último,en el caso de las ciudades hay que hablar de todo un entramado de motivaciones,muy diversas y variadas, entre las que ocupan un lugar preponderante las relaciona-das con la lucha por el poder, escenificada en tantas ocasiones en las banderías.

    Finalmente, el examen de la actitud de la corona hacia los judeoconversos tam-bién permite estudiar el papel que aquélla tuvo en orden al intento de promover elsentimiento de pertenencia a una comunidad política a partir de instrumentos deíndole ideológica y jurídica; una vez más hay que recordar el afán de la monarquía por integrar a los judeoconversos, aunque igualmente hay que preguntarse hasta 

    qué punto esos afanes tuvieron éxito.Para tratar de lograr los objetivos que se acaban de enunciar, se realizará un reco-

    rrido estrictamente cronológico, centrado en tres momentos que parecen funda-mentales para desentrañar las cuestiones que aquí se van a tratar, que giran todasellas en torno a las diversas facetas de lo que se ha dado en llamar “problema con-verso” 2, que surgió ya en los últimos años del siglo xiv , cuando empezó a hacerseevidente que muchos de los judíos convertidos al cristianismo como consecuencia de los tumultos de 1391 eran cristianos tan sólo de nombre, manteniéndose fieles a las enseñanzas del judaísmo, cuyos ritos y ceremonias seguían practicando.

    Esos tres momentos a los que se aludía más arriba son los siguientes: el reinadode Alfonso X; la segunda mitad del siglo xiv y la primera mitad de la siguiente cen-turia; finalmente, los reinados de Enrique IV y de los Reyes Católicos. El primerode esos momentos se corresponde con la “prehistoria” del “problema converso”, elsegundo con su brutal estallido, y el tercero contempla los intentos por solucionarde forma definitiva ese problema, también la derrota de la corona en la batalla porla conformación de una determinada opinión pública en torno a los conversos.

    1. La “prehistoria” del problema converso:el reinado de alfonso x (1252-1284)

    El reinado de Alfonso X parece ser en efecto, el momento en el que, de una manera u otra, empezó a fraguarse el “problema converso”. Con anterioridad almismo, los judeoconversos habían tenido una escasa presencia en las tierras cas-tellanas y leonesas, tan escasa que la misma no debió de implicar especiales pro-blemas. Sin embargo, las cosas cambiaron durante el reinado del Rey Sabio, que-dando ese cambio imbricado en una coyuntura más general, determinada por las

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    2 Expresión acuñada por E. Benito Ruano, Los orígenes del problema converso , Barcelona, 1976, p. 8 (reed.,Madrid, 2001).

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    presiones que, en el conjunto del Occidente europeo, estaban sufriendo los judí-os; unas presiones que tenían un gran objetivo final: atraer a los hebreos al cristia-nismo.

    1.1. Cristianos contra judíos: el inicio de la actividad evangelizadora

    de las órdenes mendicantes

    Desde el final de la Antigüedad judíos y cristianos se habían visto obligados a coe-xistir, en el contexto de una tolerancia más teórica que real, que se basaba sobre lasideas que San Agustín había ido desarrollando en sus predicaciones contra los hebre-os; de acuerdo con las mismas, la ceguera de los judíos, su rechazo hacia Jesucristo,su condición de deicidas, había sido castigada por Dios, consistiendo ese castigo en

    su dispersión por todo el mundo; pero, a pesar de sus culpas, eran los depositariosde unas tradiciones sobre las que se había erigido el cristianismo. De modo que, aun-que no lo merecían, tenían que ser respetados por los cristianos, que debían consi-derarlos como testigos de la veracidad e historicidad de las profecías cristológicas.Lógicamente, no podían ser forzados a la conversión, tanto más cuanto que estabandestinados a convertirse al cristianismo cuando llegara el fin de los tiempos 3.

    Durante la Plena Edad Media se produjo un cambio radical en las relacionesentre cristianos y judíos. Una de sus principales consecuencias fue que los cristianosya no estaban tan bien dispuestos como en tiempos anteriores a tolerar la presencia 

    de los judíos, una presencia que ya venía durando demasiado, y de la que parecía conveniente liberarse cuanto antes. Siempre se ha considerado que el comienzo delas Cruzadas tuvo mucho que ver con este cambio de actitud 4: si se luchaba contra los infieles que sojuzgaban los Santos Lugares, cómo no luchar contra los infielesque vivían entre los cristianos, y que muchas veces aprovechaban esa situación para 

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    María del Pilar Rábade Obradó

    3 Véase B. Blumenkranz, “Augustin et les juifs; Augustin et le judaïsme”, Recherches augustiniennes , 1(1958 ), pp. 225-241; consultar, asimimo, las reflexiones que, sobre base bibliográfica, realiza J. Cohen,The Friars and the Jews.The Evolution of Medieval Antijudaism , Ithaca/Londres, 1983 (2ª ed.), pp. 19 y 

    ss., así como el trabajo más reciente de P. Fredriksen, “Divine Justice and Human Freedom: Augustinon Jews and Judaism, 392-398, en J. Cohen (ed.), From Witness to Witchcraft. Jews and Judaism in Medieval Christian Thought , Wiesbaden, 1997, pp. 29-54.

    4 El cambio de actitud hacia los judíos provocado por las Cruzadas, así como sus consecuencias, ha sidoestudiado, entre otros, por J.A. Watt, “The Crusades an the Persecution of the Jews”, en P. Linehan y  J. Nelson (eds.), The Medieval World , Londres, 2003, pp. 146-162, que recoge bibliografía anterior, asícomo por R. Chazan, European Jewry and the First Crusade, Berkeley, 1987. Véase también los estu-dios de F. Suárez Bilbao, “Los judíos y las Cuzadas. Las consecuencias y su situación jurídica”,Medievalismo , 6 (1996), pp. 121-146 y 7 (1997), pp. 41-75, y J.T. Gilchrist, “The Perception of the Jewsin the Canon Law in the Period of the First Two Crusades”,  Jewish History , 3 (1988), pp. 9-24, así comolos trabajos, en varios idiomas, compilados en A. Haverkamp (ed.), Juden und Crhisten zur Zeit der Kreuzzüge , Sigmaringen, 1999. La percepción de ese cambio de actitud entre los judíos ha sido estudia-da por J. Cohen, “A 1096 complex? Constructing the First Crusade in Jewish Historical Memory,

    Medieval and Modern”, en M.A. Signer y J. van Engen (eds.),  Jews and Christians in Twelfth-Century Europe , Notre Dame (Indiana, EEUU), 2001, pp. 9-26.

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    oprimir a los fieles de Cristo, valiéndose para ello de los préstamos usurarios 5, delpoder de que gozaban en tanto que agentes de los reyes y de los poderosos, que lesprotegían pese a su condición de deicidas 6.

     Así, la primera Cruzada se vio acompañada por matanzas de judíos, las primerasque ensangrentaban al occidente europeo; unas matanzas que provocaron, también,el bautizo insincero de un número indeterminado de hebreos 7, que optaron por abra-zar el cristianismo para evitar la muerte segura a la que se enfrentaban si perseverabanen el judaísmo 8. No cabe duda de que muchos de esos hebreos fueron criptojudíos 9,aunque su conversión fuera vista como un éxito del cristianismo triunfante 10.

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    5 Véase W. Shatzmiler, Shylock Reconsidered: Jews, Moneylending and Medieval Society , Los Angeles, 1990,así como A. Graböis, “The Jewish Usury: a Propaganda Tool for Antisemitism in 13th Century France”,

    Proceedings of the 10thWorld Congress of Jewish Sudies , Jerusalén, 1990, p. 85-92.6 Esas ideas estuvieron en la base de muchas de las matanzas de judíos provocadas por cristianos en eltiempo de las Cruzadas; consultar, por ejemplo, R. Landes, “The massacres of 1010: on the origins of popular anti-Jewish violence in Western Europe”, en J. Cohen (ed.), Fron witness to witchcraft..., pp. 79-112. Sobre la acusación de deicidio, ver también J. Cohen, “The Jews as the killers of Christ in the LatinTradition, from Saint Augustine to the Friars”, Traditio , 39 (1983), pp. 1-27.

    7 Sobre bautizos forzosos de judíos, ver el panorama global que ofrece B. Ravid, “The forced baptism of  Jews in Christian Europe: and Introductory Overview”, en G. Armstrong e I.N. Wood (eds.), Christ- ianizing Peoples and Converting Individuals , Turnhout, 2000, pp. 157-167, así como el trabajo másmonográfico de B. Z. Kedar, “The Forcible Baptisms of 1096: History and Historiograhpy”, en K.Borchardt y E. Bünz (eds.), Forschungen zur Reichs-Papst und Landesgeschichte: Meter Herde dargebracht ,2 vols., Stuttgart, 1998, vol. I, pp. 187-200.

    8 La hasta ese momento infrecuente conversión de judíos al cristianismo se hizo un fenómeno más habitual. Aunque el estudio de dicho fenómeno fuera del ámbito hispánico no ha generado una bibliografía excesi-

    vamente amplia, se pueden citar, sin ánimo de exhaustividad, algunos trabajos: R. B. Brown y S. McCart-ney, “Living in Limbo: the Experience of Jewish Converts in Medieval England”, en G. Armstrong e I.N. Wood (eds.), Christianizing Peoples..., pp. 169-191; J. Edwards, “The Church and the Jews in MedievalEngland”, en P. Skinner (ed.), The Jews in Medieval Britain , Rochester, 2003, pp. 85-95; J.M. Elukin, “TheDiscovery of the Self: Jews and Conversión in the Twelfth Century”, en M.A. Signer y J. van Engen (eds.),

     Jews and Christians..., pp. 63-76; A. Haverkamp, “Baptised Jews in German lands during the twelfth cen-tury”, en M. A. Signer y J. van Engen (eds.), Jews and Chistians..., pp. 255-310; W.C. Jordan, “Adolescenceand Conversion in the Middle Ages: a Research Agenda”, en M.A. Signer y J. van Engen (eds.),  Jews and Christians..., pp. 77-93; A. V. Kleinberg, “Depriving Parents of the Consolation of Children: Two LegalConsilia on the Baptism of Jewish Children”, en Y. Hen (ed.), De Sion exibit lex et verbum domini de Hierusalem: Essays on Medieval Law, Liturgy and Literatura in Honour of Amnon Linder , Turnhout, 2001, pp.129-144; F. D. Logan, “Thirteen London Jews and Conversion to Christianity: Problems of Apostasy in the1280’s”, Bulletin of the Institute of Historical Research , 45:112 (1972), pp. 214-229; H. Lorrey, “Religious

     Authority, Community Boundaries and the Conversion of Jews in Medieval England”, en D. Mowbray, R.Purdie e I.P. Wei (eds.), Authority and Community in the Middle Ages , Stroud (Gran Bretaña), 1999, pp. 85-99; R.C. Stacey, “The Conversion of Jews into Christianity in Thirteenth-century England”, Speculum , 67:2(1992), pp. 263-283, y K. Stow, “Conversion, Apostasy and Apprehensiveness: Emicho of Flonheim and theFear of Jews in the Twelfth Century”, Speculum , 76:4 (2001), pp. 911-933.

    9 Aunque la información sobre este fenómeno es escasa y fragmentaria, la existencia del problema a partir defines del siglo xi parece evidente. Véase, por ejemplo, J.M. Ziolkowsky, “Put in no-Man’s Land: Guibert of Nogent’s Accusations Against a Judaizing and Jew-supporting Christian”, en M.A. Signer y J. van Engen(eds.),  Jews and Christians..., pp. 110-122. Asimismo, parece evidente que, al menos durante algún tiempo,los judíos estuvieron dispuestos a seguir considerando hermanos en la fe a esos hebreos que habían abraza-do el cristianismo, aunque esa actitud acabó desapareciendo con el paso de los años, como recuerda S.Goldin, “Juifs et juifs convertis au Moyen Age. «Es-tu encore mon frère?»”, Annales , 54:4 (1999), pp. 851-874.

    10 Por supuesto, entre ellos no faltaron tampoco los conversos sinceros. Quizá, la situación creada en rela-ción con la primera Cruzada pudo favorecer que los judíos que tenían dudas religiosas, o aquéllos queeran presa del escepticismo religioso, se decidieran a abandonar su fe y abrazar el cristianismo. Tal vez

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    En estas circunstancias, no es de extrañar que a lo largo del siglo xii se iniciara una auténtica campaña contra los judíos, conducida desde determinados ambienteseclesiásticos, en la que incluso se llegó a difamar abiertamente a los hebreos, arro-

     jando contra ellos acusaciones bastante peregrinas. Fue también entonces cuando seprodujo una revitalización de la literatura polémica antijudía, en la que participa-ron algunos judeoconversos, como Pedro Alfonso 11. Su Dialogus Petri et Moysi Iudaei , escrito para justificar su propia conversión, presentaba una importantenovedad: atacaba el judaísmo en un nivel doctrinal, interpretando a la luz del cris-tianismo no sólo el Antiguo Testamento, si no también el Talmud, que considera-ba absurdo e irracional, aunque en ningún momento se distanciaba de las ideas desan Agustín contra los judíos 12.

    Pero las cosas no iban a tardar demasiado en cambiar; pocas décadas después,

    Pedro el Venerable, abad de Cluny 13, tomó la pluma para polemizar contra los judí-os, y sus diatribas se dirigieron en parte contra el Talmud. En efecto, en algunaspáginas del Tractatus adversus Iudaeorum inveteram duritiem  se consideraba que elTalmud era diabólico, blasfemo y sacrílego. Como el Talmud comprende el corpuslegal y el conjunto de prescripciones que rigen las más diversas facetas de la vida delos judíos, es fácil imaginar que acusaciones de ese tipo contribuían de forma importante a empeorar la situación de los hebreos, cada vez más estigmatizados 14,así que no es de extrañar que el propio abad de Cluny reclamara la eliminación de

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    María del Pilar Rábade Obradó

    se contó entre esos hebreos que se decantaron por el bautismo un controvertido personaje que ha pasa-do a la historia como Hermann el Judío. Su peripecia vital, reflejada en una autobiografía cuya auten-ticidad es puesta en duda por algunos y ratificada por otros, fue utilizada por la Iglesia, en especial porla orden premostratense, en uno de cuyos conventos terminó su vida, de una manera evidentementepropagandística. Véase J.C. Schmitt, La conversion d’Hermann le Juif. Autobiographie, histoire et fiction ,París, 2003, así como J. Cohen, “Between Martyrdom and Apostasy: Doubt and self-Definition inTwelfh-Century Ashkenaz”,  Journal of Medieval and Early Modern Studies , 29:3 (1999), pp. 431-471.Consúltese, igualmente, el estudio de J. Schatzmiller, “Jewish Converts to Christianity in MedievalEurope”, en M. Goodich, S. Menache y S. Cohen (eds.), Cross Cultural Convergences in the Crusader Period: Essays Presented to Arieh Grabois on his Sixtieth Bitrhday , Nueva York, 1995, pp. 297-318, que seconsagra al análisis de las conversiones al cristianismo determinadas por las inquietudes religiosas de susprotagonistas.

    11 Existe una extensa bibliografía sobre este personaje, referida no sólo a la obra que aquí se va a comen-

    tar, si no también en relación con otras facetas de su vida. Sobre su vertiente como polemista antiju-dío, y sin ánimo de exhaustividad, véase C. del Valle Rodríguez, “Pedro Alfonso y su Diálogo”, en C.del Valle Rodríguez (ed.), La controversia judeocrisiana en España (desde los orígenes hasta el siglo  XIII  ).Homenaje a Domingo Muñoz León , Madrid, 1998, pp. 201-222; C. Sainz, “De Pedro Alfonso a Aber- Alfonso: orto y cénit converso de la apolegética antijudía medieval”, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica , 15 (1997), pp. 271-288, así como J. Tolan, “Los Diálogos contra los judíos”, en M. J. Lacarra (ed.), Estudios sobre Pedro Alfonso de Huesca , Huesca, 1996, pp. 181-230 (en este volumen también sepueden encontrar otros trabajos fundamentales sobre el contexto en el que se escribió la obra a la quese alude).

    12 Tal como señala J. Cohen, The Friars..., p. 28.13 También en este caso se cuenta con una amplia bibliografía. Sobre su participación en la polémica anti- judía se pueden citar, entre otros trabajos: Y. Friedman, “Anti-talmudic Invective from Peter theVenerable to Nicolas Donin (1144-1244)”, en Le brûlement du Talmud à Paris, 1242-1244 , París, 1999,pp. 171-189 y R. Chazan, “Twelfth-Century Perceptions of the Jews: a Case Study of Bernard of Clairvaux and Peter the Venerable”, en J. Cohen (ed.), From witness to witchcraft..., pp. 187-201.

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    los judíos que vivían en Francia bajo la autoridad de Luis VII 15. Por su parte, elpapado también inició una auténtica campaña contra los judíos, que se materializócon claridad a partir del pontificado de Inocencio III 16.

    El paso del tiempo jugó en contra de los judíos, cuya situación fue empeoran-do paulatinamente, a la par que los cristianos iban radicalizando sus posturas. A eseproceso contribuyó la rápida expansión de las órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos17, que desde su fundación en los años iniciales del siglo  xiii destaca-ron, entre otras cosas, por su actitud combativa hacia judíos y herejes, tratando deconseguir la conversión de los primeros, de lograr la reconciliación con la ortodo-xia de los segundos.

    Los mendicantes no tardaron en adoptar frente a los judíos una postura misio-nera, polémica e inquisitorial: “as inquisitors, missionaries, disputants, polemicists,

    scholars, and itinerant preachers, mendicants engaged in a concerted effort toundermine the religious freedom and physical security of the medieval Jewish com-munity. It was they who developed and manned the papal Inquisition, who inter-vened in the Maimonidean controversy, who directed the burnings of the Talmud,

     who compelled the Jews to listen and respond to their inflammatory sermons, and who actively promoted anti-Jewish hatred among the laity of Western Christendom(...). The Dominicans and Franciscans developed, refined and sought to implementa new Christian ideology with regard to the Jews, one that alloted the Jews no legi-timate right to exist in European society” 18.

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    14 Como afirma J. Cohen, The Friars..., p. 189, la dura crítica contra el Talmud implicaba cambios muy importantes en la situación de los judíos que vivían en la cristiandad occidental, pues de acuerdo conaquélla “the rabbis of the Talmud had kept the Jews away from the truth and fulfillment of Jewish scrip-ture. Their descendants in the Middle Ages were thus no longer the Jews of the Bible, to whom the rightof existence in Christendom had been guaranteed”. De ahí a la condena del Talmud por herético iba unpaso, que se daría ya a mediados del siglo  xiii, como consecuencia del análisis de Nicolás Donin; sobreesta cuestión ver, entre otros trabajos, Y. Friedman, “Anti-Talmudic invective...”.

    15 Así se expresaba en una carta dirigida al rey cuando éste se aprestaba para acudir a una nueva Cruzada;sobre esta cuestión, consular Y. Friedman, “An Anatomy of Antisemitism: Peter the Venerable’s Letterto Louis VII, King of France (1146)”, en P. Artzi (ed.), Bar-Ilan Studies in History , 1978, pp. 87-102.

    16 Se pueden consultar diversos trabajos, entre ellos los de S. Grayzel, The Popes and the Jews in the XIIIth century , 2 vols., Nueva York, 1966-1989; A. Katsch y L. Nemou (eds.), Popes, Jews and Inquisition, from ‘Sicut Iudaeis’ to ‘Turbato Corde’. Essays on the 70th anniversary of the Dropsie University , Filadelia, 1977,y M. Ben-Horin (ed.), The papal Bull ‘Sicut Iudaeis’. Studies and Essays in Honour of A.A. Newman ,Leiden, 1962. Un sucinto resumen de la legislación papal sobre los judíos, en D. Romano, “Marco jurí-dico de la minoría judía en la Corona de Castilla de 1314 a 1350 (síntesis y propuestas de trabajo)”, enD. Romano, De historia judaica hispanica , Barcelona, 1999, pp. 341-371, y en concreto pp. 344-347.

    17 Sobre los comienzos de las órdenes mendicantes, ver los trabajos compilados en Il papato duecentesco e  gli ordini mendicanti. Atti del XXV Convegno Internazionale, Assisi , 13-14 febbraio 1998 , Spoleto, 1998;acerca del impacto que su nacimiento causó en el Occidente europeo, consultar C.H. Lawrence, The Friars. The Impact of the Early Mendicant Movement in Western Society , Londres/Nueva York, 1994.

    18  J. Cohen, The Friars..., pp. 13-14. Estas opiniones son sostenidas también, con algunas matizaciones,por R. Chazan, Daggers of the Faith: Thirteenth Century Christian Missionizing and Jewish Response ,Berkeley, 1989; ver también S.J. McMichael (ed.), Friars and Jews in the Middle Ages and Renaissance ,Leiden, 2004.

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    La actividad antijudía de los mendicantes se vio favorecida por el apoyo de las jerarquías eclesiásticas, singularmente del papado, pero también por el de las autori-dades civiles, y por el soporte entusiasta de las masas cristianas, no sólo por la popu-

    laridad de la causa antijudía, si no también por los estrechos vínculos que se estable-cieron entre los mendicantes (con especial mención para los franciscanos) y los fieles19.

     Así, los frailes contribuyeron a crear un estado de opinión frente a los judíos, en elque a los antiguos prejuicios se unían otros nuevos. Surgió, en efecto, un nuevo este-reotipo del hebreo20, que era descrito con tintas cada vez más negras; un estereotipoque supuso el triunfo de la visión de los mendicantes sobre otras posibles, gracias, fun-damentalmente, a su capacidad de liderazgo sobre la comunidad cristiana 21, pero tam-bién a los prejuicios que ésta alimentaba sobre los judíos desde tiempo atrás 22.

     Aquéllos fueron caracterizados como sucios, tercos, cobardes, astutos, mentiro-

    sos, traidores... Se les acusaba de mantener relaciones ilícitas con los herejes; se lesachacaba un gran afán de proselitismo, que suponía un evidente peligro para los fie-les cristianos, que se contaban entre sus principales objetivos. Se insistía en que sen-tían un gran odio hacia los cristianos, algo que les llevaba a perjudicarles en cuan-to tenían ocasión para ello. Se les acusaba de cometer crímenes rituales 23, se lesimputaba la profanación de hostias consagradas...24 Incluso, se les describía con ras-gos físicos repugnantes. En suma, se trataba de ofrecer, cuando menos, una imageninferiorizante de los hebreos 25, aunque en muchos casos se iba más allá, ofreciéndo-

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    María del Pilar Rábade Obradó

    19 Es evidente que los frailes gozaron de una gran capacidad de liderazgo a lo largo del siglo  xiii, lo queles convirtió en moldeadores de una opinión pública que, en relación con algunos temas, parecíanmanejar a su antojo, en un mundo que, en cualquier caso, estaba acostumbrado al papel fundamentalque jugaba la Iglesia como creadora de opinión pública, tal como recoge S. Menache, The vox Dei.Communication in the Middle Ages , Nueva York/Oxford, 1999, p. 4. Sobre la capacidad de los mendi-cantes para influir sobre los fieles, ver J. Cohen, The Friars..., p. 227.

    20 Como afirma S. Menache, The vox Dei..., p. 206-208, el estereotipo es fundamental en la creación deopinión pública y en las formulaciones propagandísticas de la Edad Media. En el caso de los judíos, seimpone un estereotipo claramente negativo, que busca crear un abismo infranqueable entre aquéllos y los cristianos, separados ya por barreras religiosas y de tabú sexual.

    21 Ibídem, p. 4, recuerda que ese tipo de procesos eran muy habituales, pues “people often turned to opi-nión leaders in order to learn how to evaluate, interpret and respond to the information they received”.

    22 Como recuerda S. Menache (ibídem, p. 277), el triunfo de ese proceso, como el de muchos otros simi-lares, dependió de la “manipulation of fears, stereotypes, hates and prejudices prevailing in the socialgroup whose approval they [los mendicantes[ are seeking”, pues la propaganda negativa “acquired forceonly when people chose to find it meaningful and useful” (p. 6).

    23 Estas acusaciones surgieron a lo largo del siglo  xii, y se extendieron con rapidez; sobre esta cuestión,ver C. Ocker, “Ritual Murder and the Subjectivity of Christ: a Choice in Medieval Christianity”, The Harvard Theological Review , 91 (1998), pp. 153-192; J.M. McCulloh, “Jewish Ritual Murder: William of Norwich, Thommas of Monmouth and the Early Dissemination of the Myth”, Speculum , 72 (1997), pp.698-740, y R.P.C. Hsia, The Myth of the Ritual Murder , New Haven, 1988.

    24 Consúltese, por ejemplo, E. Marmursztejn, “Du récit exemplaire au casus universitaire: une variationthéologique sur le thème de la profanation d’hosties par les juifs (1290)”, Médiévales : langue, textes, his- toire , 41 (2001), pp. 37-64, y M. Despina, “Les accusations de profanation d’hosties potées contre les juifs”, Rencontre chrétiens et juifs , 5 (1971), pp. 150-170 y 179-191.

    25

    Es la opinión de M. Kriegel, Les juifs à la fin du Moyen Age dans l’Europe méditerranénne , París,1978

    ,pp. 28 y ss.

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    se un retrato aterrador del judío, que era incluso identificado con el demonio 26.Estas imágenes muchas veces tenían también un reflejo iconográfico 27.

    Las tierras castellano-leonesas no permanecieron al margen de estas nuevas rea-

    lidades. Franciscanos y dominicos experimentaron una rápida implantación en elconjunto de la Península Ibérica 28, quizá por la vinculación personal que con ella tenían los fundadores de ambas órdenes, san Francisco de Asís (protagonista de una devota peregrinación a Santiago de Compostela 29) y santo Domingo de Guzmán(nacido en tierras de la Corona de Castilla), quizá porque los mendicantes se sentí-an llamados a realizar una importante labor en ellas.

    En efecto, la Península Ibérica era tierra de misión, en la que la presencia de losmendicantes parecía muy necesaria, así que en el transcurso de unos pocos años laslocalidades de los reinos hispánicos fueron el escenario de la fundación de conven-

    tos franciscanos y dominicos, que muy pronto gozaron de un gran ascendientesobre los fieles, que se sentían muy próximos a ellos 30. Los frailes no se limitaron a atender las necesidades espirituales de los miembros de las comunidades cristianasen cuyo seno se instalaban, pues no podían olvidar los objetivos vinculados a ambasórdenes desde el momento de su nacimiento: la lucha contra la herejía y la conver-sión de los infieles, en especial de los judíos.

    Si la acción contra los herejes fue limitada, pues limitada era también su presen-cia en la Península Ibérica 31, sin embargo sí que fue muy destacada la actividad des-arrollada contra los judíos, que eran muy numerosos. Franciscanos y dominicos

    orquestaron contra ellos una gran campaña misional, en la que se desplegaron abun-dantes medios humanos, y que contó con el apoyo de los más diversos recursos inte-lectuales y propagandísticos.

    – 307 –

     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    26 Como indica M. R. Cohen, Under Crescent and Cross. The Jews in the Middle Ages , Princeton, 1994, pp.170 y ss., se trata de una manera irracional de concebir al judío; un judío que, en palabras de J.M.Monsalvo Antón, “Mentalidad antijudía en la Castilla Medieval. Cultura clerical y cultura popular en la gestación de un ideario medieval”, en C. Barros (ed.),  Judeus e conversos na historia , 2 vols, Santiago deCompostela, 1994, vol. I, pp. 21-57, y en concreto p. 21, “se convirtió (...) en una representación imagina-ria del enemigo”. Esta imagen tan negativa del judío se extendió a lo largo y ancho de la cristiandad occi-dental; sobre su reflejo en el mundo hispánico, véase E. Cantera Montenegro, “La imagen del judío en la España medieval”, Espacio, tiempo y forma. Serie III (Historia Medieval) , 11 (1998), pp. 11-38. Por supuesto,

    esa propaganda antijudía fue contestada por los hebreos; también en relación con el mundo hispánico, verE. Cantera Montenegro, “Negación de la ‘imagen del judío’en la intelectualidad hispano-hebrea medieval:el ejmplo del Shebet Yehudah”, en Homenaje a Carmen Orcástegui Gros , Zaragoza, 1999, pp. 263-274.

    27 Consultar S. Sansy, “Jalons pour une iconographie médiévale du juif ”, en C. Barros (ed.), Judeus... , vol.I, pp. 135-170.

    28 Véase A. Linage Conde y A. Oliver, “Las órdenes religiosas en la Baja Edad Media”, en R. García Villoslada (dir.), Historia de la Iglesia en España. II 2º: La Iglesia en la España de los siglos VIII -  XIV ,Madrid, 1982, pp. 117-175, y específicamente pp. 130-142.

    29 Véase J. García Oro, San Francisco de Asís en la España medieval , Santiago de Compostela, 1988.30 Como recuerda J. Sánchez Herrero, “Iglesia y religiosidad”, en S. de Moxó Y Ortiz de Villajos y M. A.

    Ladero Quesada (coords.), La España de los cinco reinos (1085-1369) , vol. IV de Historia general de España y América , Madrid, 1984, pp. 179-257, y en concreto pp. 229-230.

    31 Sobre esta cuestión, consúltese E. Mitre Fernández, “Herejía y cultura antiherética en la España 

    Medieval”, Iglesia y religiosidad en España: historia y archivos. Actas de las V Jornadas de Castilla-La Mancha sobre investigación en archivos , 3 vols., Guadalajara, 2002, vol. I, pp. 507-551

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    Entre esos recursos, el estudio de la lengua hebrea y de la teología judaica, puesa través de ambas se podía acceder sin intermediarios a los textos religiosos judíos,que eran estudiados concienzudamente por los frailes, que encontraban en ellos los

    más contundentes argumentos para enfrentarse a los hebreos en las mejores condi-ciones. A esos estudios se dedicaban los mendicantes de mayores dotes intelectua-les, muchos de ellos universitarios curtidos en los debates y disputas que tan fre-cuentes eran en el mundo universitario.

    Dotes y conocimientos que se ensayaban en las predicaciones dirigidas a los he-breos, a veces de asistencia obligatoria para éstos, pues tenían, además, que tolerarque dichas prédicas se llevaran a cabo en su propias sinagogas. Junto a las predica-ciones, también se realizaban disputas o controversias de carácter público, en las quese producía un enfrentamiento entre teólogos cristianos y rabinos judíos, aunque

    los primeros siempre llevaban las de ganar. Finalmente, se redactaron varias obrasde polémica antijudía, destinadas, asimismo, a convencer a los hebreos de las bon-dades del cristianismo.

     Así, franciscanos y dominicos adoptaron una postura mucho más beligeranteque la del clero secular, que parecía estar más dispuesto a tolerar la presencia de los

     judíos, y que al menos en parte se mantuvo al margen de las acciones de los men-dicantes en pro de la conversión de los hebreos.

    1.2. Alfonso X y el inicio de la política de conversiones

    Cuando Alfonso X accedió al trono castellano-leonés, el mensaje de los mendi-cantes ya había calado hondo en las tierras sobe las que iba a gobernar. La hostili-dad contra los judíos era cada vez mayor, y se esperaba del rey un firme apoyo a lasactividades de los mendicantes en pro de la conversión al cristianismo de los he-breos 32. Al fin y al cabo, eso era lo que estaba sucediendo en la Corona de Aragón,donde Jaime I favorecía todas las iniciativas de los mendicantes para llevar a los

     judíos al redil de la verdadera fe.En efecto, el reinado de Jaime I presenció los tres tipos de eventos que jalona-

    ban habitualmente la campaña evangelizadora que los mendicantes dirigían a los judíos: predicaciones de asistencia obligatoria; disputas públicas entre teólogos cris-tianos y rabinos judíos; redacción y difusión de obras polémicas 33.

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    32 Parece que el reinado de Fernando III estuvo en gran medida ajeno a ese problema; sobre esa cuestión,ver D. Romano, “Marco jurídico...”, pp. 268-269, así como A. Echevarría Arsuaga, “Implicaciones polí-ticas y sociales de la conversión al cristianismo en tiempo de Fernando III y Alfonso X”, en M. González Jiménez (ed.), Sevilla, 1248 , Sevilla, 2000, pp. 873-880, si bien es cierto que este último trabajo prácti-camente se limita a la conversión de los musulmanes. Finalmente, la lectura de la colección documentalde Fernando III recogida por J. González, Reinado y diplomas de Fernando III , 3 vols., Córdoba, 1980-1986 (se trata, en concreto, del vol. III), no ha arrojado ninguna mención al tema judeoconverso.

    33 En las siguientes líneas se sigue fundamentalmente a Y. Baer, Historia de los judíos en la España cristia- na , 2 vols., Madrid, 1981, vol. I, pp. 122 y ss., en el contexto de un minucioso estudio sobre la situaciónde los judíos durante el reinado de Jaime I y la política judía llevada a cabo por el monarca.

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     Ya en la década de los cuarenta se iniciaron las predicaciones con que los men-dicantes trataban de atraer a los judíos al cristianismo, que no dieron excesivos fru-tos. Tal vez por ese motivo, y como ya se ha apuntado más arriba, esas predicacio-

    nes acabaron siendo de asistencia obligatoria para los hebreos, e incluso llegaron a realizarse en el interior de las propias sinagogas, pues así lo ordenó el soberano,durante el verano de 1263. Sin embargo, Jaime I no tardó mucho en aliviar la seve-ridad con la que había empezado a tratar a los judíos, dando marcha atrás hasta elpunto de ordenar que ningún hebreo fuera obligado a escuchar las predicaciones delos frailes si ése no era su deseo. Este cambio, que además tuvo lugar durante el cita-do verano de 1263, muestra las vacilaciones de la política judía de Jaime I, que tanpronto apoyaba a los hebreos como parecía dispuesto a impulsar su conversión pormedios que tenían un carácter evidentemente coercitivo.

    Las controversias públicas también tuvieron una destacada presencia durante elreinado de Jame I, descollando especialmente la muy conocida Disputa deBarcelona 34, muchas veces considerada como el precedente de otros eventos simila-res. La misma enfrentó a uno de los rabinos más relevantes de la época, Nahmánides,con el converso Pablo Christiano; su desarrollo coincidió en el tiempo con las predi-caciones que los frailes realizaron en las propias sinagogas, con los judíos de obliga-do auditorio, pues tuvo lugar también en el verano de 1263.

    Predicaciones y controversias públicas tenían muchos elementos en común;entre ellos, el hecho de que unas y otras se desarrollaran a través de la expresión oral,

    algo que las permitía llegar hasta el último súbdito de la Corona de Aragón, dondeen el siglo  xiii la oralidad todavía predominaba claramente sobre la literalidad 35.Gracias a predicaciones y disputas, muchas veces realizadas utilizando los idiomasvernáculos como vehículos de expresión, los fieles estaban en condiciones de com-partir los puntos de vista de la Iglesia, de los que eran informados por eclesiásticoselocuentes, capaces de mover a las masas con su verbo inflamado.

    – 309 –

     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    34 La bibliografía sobre este evento es muy amplia, de modo que se citarán tan sólo algunos de los traba-

     jos que se consagran a su estudio: R. Chazan, Barcelona and beyond: the Disputation of 1263 and its aftermath , Berkeley, 1992; A. Tostado Martín, La disputa de Barcelona de 1263. Controversia judeocris- tiana , Salamanca, 1986; E. Felíu, Disputa de Barcelona de 1263 entre mestre Mossé de Girona i fray Pau Christià , Barcelona, 1985 y C. Chavel, The Disputation of Barcelona , Nueva York, 1983.

    35 Como ha señalado S. Menache, Vox Dei..., p. 21, “preaching was the most powerful form of communi-cation of the times”, y, al fin y al cabo, la predicación y la disputa pública tenían muchos recursos comu-nes. Por supuesto, la Iglesia sabía perfectamente que las cosas eran así, y los frailes sacaron el máximoprovecho de esa realidad, usando la predicación para manifestar “the vox dei and its uncompromising teaching” (p. 22). Una predicación que, como recuerda igualmente S. Menache, p. 26, también seempleó en ocasiones para trasmitir la herejía, habitualmente de la mano de “some wandering preacher who conferred upon himself the aura of the biblical prophet”, tal como hicieron, en algunos casos loscriptojudíos; sobre esta cuestión, ver los datos y la bibliografía que ofrece M.P. Rábade Obradó, “Herejía y utopía en la Castilla de los Reyes Católicos: los conversos y la esperanza mesiánica”, en A. AlvarEzquerra, J. Contreras Contreras y J.I. Ruiz Rodríguez (eds.), Política y cultura en la época moderna (cambios dinásticos, milenarismos, mesianismos y utopías , Alcalá de Henares, 2004, pp. 535-543.

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    Finalmente, la redacción y difusión de obras de polémica antijudía, con papelestelar para Raimundo Martí, autor de Pugio fidei adversus Mauros et Iudaeos 36, queestaba llamada a hacer fortuna, pues marcó un camino que sería seguido por otros

    polemistas cristianos. Ese camino consistía en realizar una interpretación cristiana de los propios textos sagrados judaicos (que conocía muy bien, pues se había encar-gado, por orden de Jaime I, de censurar obras judías), con objeto de demostrarsobre su base la caducidad del judaísmo. Para ello, y según la opinión de algunoshistoriadores expertos en teología judía medieval, no dudó en exponer los textos

     judíos de manera un tanto peculiar, retorciéndolos y manipulándolos para servirsede ellos a su antojo 37.

    Mientras en Aragón se realizaba un auténtico esfuerzo para lograr la conversiónde los judíos, ¿qué se hacía en Castilla? La respuesta a esta pregunta no resulta pre-

    cisamente fácil 38. Desde luego, no parece haberse realizado ninguna disputa públi-ca entre teólogos cristianos y rabinos, y, en caso de que alguna llegara a realizarse,su repercusión debió ser realmente escasa, pues en otro caso habríamos tenido noti-cia de la misma. En cuanto a las obras de polémica antijudía, llegarían más tarde,ya a partir del siglo  xiv . Finalmente, las predicaciones, que debieron llevarse cabosin ninguna duda, pues los mendicantes de la Corona de Castilla estaban tan inte-resados en ellas como los que desarrollaban su labor pastoral más allá de las fronte-ras castellano-leonesas, parecen haber dejado escasa huella.

    Frente a ese vacío prácticamente absoluto, la obra legislativa de Alfonso X el

    Sabio muestra claramente que el soberano se preocupó por los problemas que plan-teaba la presencia de judíos en sus reinos, ofreciendo soluciones y abriendo nuevoscaminos para el devenir de la cuestión judía 39. Desde luego, no resulta en absolutoextraño que el monarca dedicara parte de sus desvelos legislativos a esa cuestión

     judía, debido a la importancia que había llegado a adquirir, y al afán totalizador dela obra legislativa de Alfonso X. La cuestión judía aparece reflejada en los tres tex-tos legales redactados consecutivamente bajo la batuta del soberano: el Fuero Real,

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    36 La obra se ha reeditado en 1967 en Farneborough. Ha dado lugar a toda una serie de estudios, reseña-dos por D. Muñoz León, “La Trinidad en el Antiguo Testamento y en los comienzos rabínicos según la obra Pugio Fidei de Raimundo Martí”, en J. M. Soto Rábanos (coord.), Pensamiento medieval hispano.Homenaje de Horacio Santiago-Otero , 2 vols., Madrid, 1998, vol. II, pp. 1080-1095.

    37 Véase A. Díez Macho, “Acerca de los midrashim falsificados de Ramón Martí”, Sefarad , 9 (1949), pp.165-196.

    38 Tal como señala D. Romano, “Alfonso X y los judíos. Problemática y propuestas de trabajo”, en De Historia..., pp. 373-399 (publicado por primera vez en 1982), y en concreto p. 375, en parte, aunque nosólo, por las importantes lagunas documentales. Como ha indicado C.N. Saínz de la Maza, “De Pedro Alfonso a Abner-Alfonso...”, p. 277, algo similar a la ofensiva antijudía de la Corona de Aragón duran-te las últimas décadas del siglo  xiii “no será plenamente perceptible en castilla, menos activa siempre enmateria de enfrentamientos doctrinales, hasta comienzos del siglo  xiv , en que la aparición de Alfonsode Valladolid da fe de un cambio en la actitud”.

    39 Sobre la problemática específica que plantea la legislación alfonsí en lo relativo a su promulgación y cumplimiento, ver las reflexiones de D. Romano, “Alfonso X...”, pp. 374-376.

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    el Espéculo y las Siete Partidas 40, siendo en este último, y tal como era de esperar,donde la dedica un mayor espacio 41.

    Por supuesto que legislar sobre los judíos en la segunda mitad del siglo xiii supo-

    nía la necesidad de tratar un tema cada vez más candente: el de la conversión de loshebreos al cristianismo. Y, efectivamente, Alfonso X se refiere a este tema en variasocasiones a lo largo de lo que podemos considerar las tres fases textuales de su obra de política legislativa, siempre con especial presencia en las Siete partidas .

    Precisamente es en las Siete partidas , en el preámbulo del título XXIV de la VIIPartida, significativamente titulado “De los judíos”, donde se recuerda, al enunciarlos principales contenidos de ese título, que “non deben seer apremiados los judíosque se tornen christianos”, aunque a renglón seguido se anuncia que en ese títulotambién se tratará de “qué mejoría ha el judío por se tornar christiano de los otros

    que se non tornan, e qué pena merecen los que les hiciesen daño o deshonra porello”, como igualmente se consignará “qué pena deben haber los cristianos que setornaren judíos”.

     Aunque de forma muy sucinta, en estas frases están contenidas las grandes líne-as maestras de la política judía de Alfonso X, en la que se mezclan aspectos tradi-cionales con otros innovadores. Entre los tradicionales, el mantenimiento de las vie-

     jas ideas agustinianas, que convertían a los hebreos en testigos de la acción salvadora de Jesucristo, con la subsiguiente obligación de los cristianos de respetar su cegue-ra, de no obligarles a abrazar el cristianismo, así como el miedo al proselitismo que

    los judíos podían ejercer sobre los cristianos; entre los innovadores, el afán poratraer a los hebreos a la verdadera religión, recurriendo, para ello, al ofrecimientode ventajas y recompensas, a la par que se amenazaba con castigos a todos aquellosque no aceptaran su conversión y las consecuencias derivadas de ésta.

    La presencia de las ideas agustinianas se hace evidente en la ley I; en ella se expli-ca “por qué razones la iglesia e los grandes señores cristianos los dexaron vivir entresí”, y la respuesta encaja perfectamente con lo que era la opinión tradicional hacia loshebreos: “porque ellos viviesen como en cativerio para siempre e fuese remembranza a los homes que ellos vienen del linage de aquellos que crucificaron a nuestro señor

     Jesucristo”. Pero en la ley VI se abre paso una visión, nueva y diferente, del problema que planteaba la presencia de los judíos entre los cristianos; un problema que había que resolver, y la forma de resolverlo era lograr la conversión de los judíos.

     Ya no bastaba con tolerar la presencia de los hebreos, había llegado el momentode empujarles el redil de la fe cristiana, pero la conversión no se podía efectuar deuna forma cualquiera: “fuerza nin premia non deben facer en ninguna manera a 

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    40 Un repaso a los contenidos fundamentales de la legislación alfonsí, en D. Romano, “Marco jurídico dela minoría...”, pp. 349 y ss.

    41 Existe una monografía dedicada específicamente a la legislación relativa a los judíos contenida en lasPartidas: D.E. Carpenter,  Alfonso X and the Jews: an edition on and commentary of Siete Partidas 7.24 “De los judíos” , Berkeley, 1986.

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    ningunt judío porque se torne cristiano, mas con buenos ejemplos, e con los dichosde las santas escripturas e con falagos los deben los cristianos convertir a la fe denuestro señor Jesucristo, ca nuestro señor Dios non quiere nin ama servicio quel sea 

    fecho por fuerza”. Estas ideas de las Partidas formaban también parte del ideario delos mendicantes hacia los judíos; desde que iniciaron la campaña misional con la que pretendían lograr su cristianización, habían tratado, sobre la base de sus sermo-nes, sus controversias con rabinos judíos y sus obras polémicas, de atraer a loshebreos a la fe de Cristo con “buenos ejemplos... los dichos de las santas escriptu-ras e con falagos”, evitando el uso de la fuerza, convencidos también de que “Diosnon quiere ni ama servicio quel sea fecho por fuerza” (ley VI). Por tanto, se puedeafirmar que, en relación con la cuestión judía, existía una coincidencia total entrela doctrina expresada en las Partidas y la mantenida por los frailes.

    No solo eso: en las Partidas también se hacía evidente la presencia de toda una serie de restricciones que debían ser impuestas a los judíos, que, igualmente, esta-ban en la línea de las medidas cuya aplicación solicitaban habitualmente los men-dicantes, con objeto de hacer comprender a los hebreos que su ceguera, su negati-va a aceptar la verdadera fe, les abocaba a una situación cada vez más complicada.Entre esas restricciones, las referidas a los contactos que podían mantener con loscristianos (leyes VIII,IX,X...) 42, o la obligatoriedad de portar sobre sus ropas una señal que les distinguiera de aquéllos (ley XI), así como el apartamiento de oficiosque les concedieran algún tipo de preeminencia sobre los cristianos (ley III). Por

    supuesto, no podía faltar la referencia al tan temido proselitismo judío43

    , estable-ciéndose la pena de muerte para los hebreos que convirtieran a su fe a algún cristia-no (ley II), pena que también se aplicaría al cristiano que apostatara de su fe (ley VII) 44. Incluso, las partidas se hacían eco de las acusaciones de crímenes rituales quecirculaban contra los judíos, estableciendo el procedimiento a seguir en caso de quealguna vez se tuviera noticia de que esas acusaciones pudieran ser ciertas 45.

    Pero volvamos a lo que dicen las Siete partidas sobre la conversión de judíos alcristianismo (ley VI), partiendo siempre de la premisa ya indicada más arriba: la voluntariedad de esa conversión 46. Las Siete partidas insistían en que, una vez toma-

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    42 Este tipo de normas ya habían aparecido con anterioridad en el Fuero Real , tal como recoge D.Romano, “Marco jurídico...”, pp. 270-271.

    43 Sobre el mismo y sus consecuencias, ver D.E. Carpenter, Alfonso X..., p. 114, nota 11.44 También se había legislado sobre esta cuestión en el Fuero Real , como recuerda D. Romano, “Marco jurídico...”, p. 271. Tal como se indica explícitamente, los cristianos convertidos al judaísmo habrían derecibir el mismo tratamiento que los herejes.

    45 Para D. Romano, Alfonso X..., p. 157, se trata de algo realmente excepcional en ese momento en el con-texto hispánico. D.E. Carpenter, Alfonso X..., se refiere también a esta cuestión, aludiendo a las prime-ras menciones hispánicas sobre asesinatos rituales (p. 65).

    46 Como recuerda D.E. Carpenter (ibídem, p. 79), esta era la postura mantenida tradicionalmente por la Iglesia, aunque recuerda que los gobernantes temporales no siempre estuvieron dispuestos a secundar-

    la, imponiendo en algunos casos la conversión obligatoria, tal como sucedió con algunos monarcas visi-godos.

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    da la decisión de recibir el bautismo, no se podía poner ningún impedimento alfuturo cristiano. Es evidente que sobre todo se temía la reacción de sus correligio-narios, así que se indica que si los judíos deshonraban, herían o mataban a uno de

    los suyos que quería hacerse cristiano, o que ya había dado el paso de bautizarse, lasautoridades tendrían que castigarles severamente por ello, de acuerdo con un arcode penas proporcional a la gravedad de delito cometido.

    Los recién llegados al cristianismo mantendrían la titularidad sobre todos los bien-es que ya habían poseído como judíos, y podrían heredar a sus parientes pese a lasdiferencias religiosas que a partir de ese momento les separaban. Por supuesto, tras suconversión podrían “aver todos los oficios e onrras que an los otros cristianos”. Así, dealguna manera, se trataba de atraer a los judíos al cristianismo usando como señuelolas ventajas materiales que esa conversión les iba a ofrecer; una conversión que, entre

    otras cosas, les permitiría deshacerse de las restricciones a las que tenían que enfren-tarse como hebreos, alcanzar todas las ventajas de que disfrutaban los cristianos 47.

    Ese señuelo podía resultar especialmente eficaz en las circunstancias que estabanviviendo por aquel entonces los judíos castellanos: estaban inmersos en una profun-da crisis espiritual, propiciada por la extensión en el seno de la comunidad hebrea deteorías averroístas y racionalistas, que sembraban un poso de escepticismo en el cora-zón de muchos judíos, y especialmente en el de aquéllos que gozaban de una más ele-vada posición social y económica 48. Así las cosas, empezaron a producirse las prime-ras conversiones, todavía escasas, espoleadas, sin duda, por la legislación alfonsina.

    Pero la tarea de Alfonso X no terminaba ahí: no bastaba con animar a los judíosa abrazar el cristianismo, ofreciéndoles algunas evidentes ventajas, si no que tambiénera necesario asegurar a los futuros conversos que su bautizo les iba a permitir inte-grarse plenamente, sin ningún tipo de restricciones y cortapisas, en la comunidadcristiana. Y ahí entraba en juego el afán del soberano por crear una opinión pública favorable a los conversos, que es como decir una opinión pública favorable a la polí-tica por él diseñada 49. Así, se establecía que “después que algunos judíos se tornarencristianos que todos los de nuestro sennorío los onrren e ninguno non sea osado deretraer a ellos nin a su linaje de cómo fueron judíos en manera de denuesto” (ley VI).

    Estas palabras pueden tener una doble lectura; quizá, las Partidas se limitaban a establecer un marco de convivencia en torno a los judeoconversos, tratando de ase-gurar que iban a ser bien recibidos por sus nuevos correligionarios, que no iban a padecer ningún tipo de discriminación por parte de éstos, que se iban a insertar enla sociedad cristiana sin quedar estigmatizados por su origen judío. Pero cabe tam-

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    47 Ibídem, p. 79, recuerda cómo, una vez más, Alfonso X seguía también en este punto la doctrina oficialde la Iglesia, que se había impuesto ya desde los tiempos de Gregorio el Grande.

    48 Consúltese Y. Baer, Los judíos..., vol. I, pp. 189 y ss., que llega a utilizar la expresión “aristocracia averroísta”.49 Al fin y al cabo, afirma S. Menache, The Vox Dei..., p. 3, que “the pursuit of favorable public opinión

    became an essential feature in the process of state-building from the xith century onward”.

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    bién una segunda lectura: que estas palabras respondieran al deseo de solucionar unproblema que ya había empezado a plantearse, y que amenazaba la política de con-versiones que se trataba de favorecer desde la Corona. Tal vez los cristianos de pura 

    cepa no estaban bien dispuestos a aceptar, sin más, a esos recién llegados a la fe deCristo, que cargaban con el baldón de haber pertenecido, hasta el momento de suBautismo, al pueblo deicida, un pueblo que, además, venía siendo denigrado siste-máticamente desde hacía tiempo 50.

    ¿Podía triunfar el intento de Alfonso X por conseguir la completa asimilación delos judeoconversos? La respuesta a esta pregunta tiene que ser, necesariamente,negativa: era lógico que, por encima de las barreras franqueadas por los conversos,se impusieran las consecuencias del estereotipo judío, porque, ¿cómo era posibleque el bautismo pudiera cambiar las cosas hasta ese punto? De alguna forma, el con-

    verso seguía siendo judío, seguía conservando los atributos que, de acuerdo con elestereotipo, caracterizaban a los judíos.

     Además, el converso quedaba estigmatizado por su condición de apóstata, pueshabía abandonado el judaísmo para abrazar un nuevo credo religioso, renegando desu fe, en un proceso que podría volver a repetirse en el futuro, si se desencantaba del cristianismo. No es casualidad que uno de los insultos dirigidos más habitual-mente contra los judeoconversos fuera el de tornadizo, con la carga peyorativa queimplicaba 51, vinculada con la repulsión que causaba, tanto entre los cristianos,como también entre los judíos, la apotasía 52.

     Así, el reinado de Alfonso X supone el comienzo de la “prehistoria” del “proble-ma converso” en un doble sentido: por un lado, porque fue el momento en el quese inició una política de conversiones 53 que, aunque de forma discontinua, siguiópresente hasta que se produjeron las conversiones masivas de 1391; por otro, porque

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    María del Pilar Rábade Obradó

    50 J.M. Elukin, “From Jew to Christian? Conversion and Immutability in Medieval Europe”, en J. Muldoon(ed.), Varieties of religious conversion in the Middle Ages , Gainesville (EEUU), 1997, pp. 171-189, ha señaladocómo era habitual que en la Edad Media los cristianos consideraran que los hebreos, pese a su conversión alcristianismo, seguían estrechamente vinculados a su pasado judío, del que no eran capaces de desprenderse.

    51 Por cierto, que este insulto no sólo lo empleaban los cristianos viejos, si no también, llegado el caso,

    aquéllos cristianos nuevos que se sentían en superioridad de condiciones con respecto a otros cristianosnuevos. Así, por ejemplo, en el contexto de la expulsión de los judíos en 1492, algunos judeoconversosque llevaban ya tiempo perseverando en el cristianismo, o que incluso habían nacido ya en el seno defamitas cristianas, no dudaron en utilizar ese insulto para denigrar a los antiguos judíos que acababande incorporarse a las filas del cristianismo; véase el caso de Antonio de Alba, que, en el transcurso de suproceso inquisitorial, afirmó que muchos de los testimonios contra él recogidos habían sido depuestospor “personas viles, rraezes e baxas, judíos tornadizos o mugeres malas” (AHN, IT , leg. 133, n.º 7).

    52 Sobre lo que significaba la apostasía, tanto para judíos como para cristianos, ver K.T. Utterback,“«Conversi» Revert: Voluntary and Forced Return to Judaism in the Early Fourteenth Century”, Church History , 64:1 (1995), pp. 16-28. De todas formas, se hace necesario recordar que los judíos, frente a loscristianos, estaban dispuestos a aceptar la conversión fingida cuando las circunstancias parecían obligara ello; sobre esta cuestión, ver F. Díaz Esteban, “La expulsión y la justificación de la conversión simu-lada”, Sefarad , 56:2 (1996), pp. 251-263.

    53 De acuerdo con M. García Arenal, “Cristianos, moros y judíos en la época de Alfonso X”, en  Alfonso X ,Toledo, 1984, pp., y en concreto p. 35. Esa política de conversiones afectó, igualmente, a los musulmanes.

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    fue también entonces cuando empezaron a surgir toda una serie de prejuicios fren-te a los judeoconversos, prejuicios que dificultaban su plena integración en la socie-dad cristiana, y que irían a más conforme el número de judeoconversos se incre-

    mentaba, estallando violentamente cuando los tumultos de 1391 propiciaron elbautizo masivo de judíos.

    2. El estallido del “problema converso”

    La crisis del siglo  xiv precipitó los acontecimientos, favoreciendo la apariciónde una espiral de violencia antijudía 54; su colofón fueron los terribles acontecimien-tos del año 1391, cuya consecuencia fundamental fue la conversión al cristianismode un elevado número de judíos. Muchas de esas conversiones no fueron sinceras,

    estuvieron marcadas por la violencia que se ejerció sobre los hebreos, que frecuen-temente se vieron obligados a escoger entre abrazar una religión en la que no creí-an o la muerte.

    Esas conversiones, desde el primer momento sospechosas para los cristianos vie- jos, fueron, a su vez, la semilla de futuros conflictos: en efecto, unas décadas des-pués, ya en los años centrales del siglo  xv , se produjo el brutal estallido del “pro-blema converso”, en el transcurso de la revuelta toledana de 1449. Ese primerepisodio de violencia anticonversa demostró de forma patente que el “problema converso” no era sólo un problema religioso, pues en él concurrían también facetas

    de otra índole, que lo dotaban de gran complejidad, y que dificultaban considera-blemente su resolución.

    2.1. Los judíos durante la guerra civil castellana 

    Por supuesto, los tumultos antijudíos de 1391 no surgieron de la nada: se fueronfraguando poco a poco, en el devenir de una centuria que fue especialmente des-afortunada para los hebreos, tanto en el territorio peninsular como más allá de susconfines. El odio hacia los judíos se alimentó de la situación generalizada de crisisque se vivió a lo largo del siglo xiv , explotando con violencia de forma periódica.

    En la Corona de Castilla se produjo una primera gran explosión en el contextode la guerra civil que se desarrolló durante los años centrales de la centuria. En efec-to, el enfrentamiento entre el monarca legítimo, Pedro I, y su hermano bastardo y aspirante al trono, Enrique de Trastámara, puso a los hebreos en el ojo del huracán.

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    54 Se utiliza la expresión antijudía, y no antisemita, siguiendo a D. Romano, “Los judíos de la Corona de Aragón en la Edad Media”, en F. Maíllo Salgado (dir.), España. Al-Andalus. Sefarad: síntesis y nuevas pers-  pectivas , Salamanca, 1988, pp. 153-167; afirma dicho autor que en las tierras hispánicas durante el siglo xiv se vivió una situación “de antijudaísmo y no de antisemitismo, como corrientemente suele decirse”(p. 154). La opinión contraria es mantenida, entre otros, por J. M. Monsalvo Antón, Teoría y evolución de un conflicto social. El antisemitismo en la Corona de Castilla en la Baja Edad Media , Madrid, 1985.

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    El de Trastámara se postuló como el paladín del odio antijudío 55, propiciando epi-sodios de violencia contra los hebreos, episodios que muchas veces acompañaron aldesplazamiento de sus tropas, y que también se produjeron en las ciudades que por

    él tomaron partido. Todo esto, al tiempo que se acusaba a Pedro I de favorecer des-medidamente a los judíos en detrimento de sus súbditos cristianos, una acusaciónque contribuyó de forma importante a su deslegitimación como soberano.

    En efecto, el monarca castellano había desarrollado una política que puede cali-ficarse como filojudía. Esa política le distanció del trato que Alfonso XI había dis-pensado a la comunidad hebrea, obligada a enfrentarse a las restricciones estableci-das en el contexto de las cortes de Alcalá de 1348 56. Quizá esas restricciones algotuvieron que ver con la difusión del Mostrador de justicia, redactado por el conver-so Alfonso de Valladolid (antes Abner de Burgos) hacia el año 1330 57. Fuertemente

    hostil hacia el judaísmo, el texto estaba avalado por la condición de antiguo rabinode su autor, que, precisamente por ese motivo, era un buen conocedor del Talmudy de la literatura rabínica; de uno y otra se sirvió para tratar de desacreditar a suantigua religión y a los que la profesaban, contribuyendo a incrementar el espírituantijudío, para entonces ya muy asentado en la Corona de Castilla.

    Pero volvamos a la política projudía de Pedro I, no podía por menos que serimpopular, habida cuenta de la creciente hostilidad hacia los hebreos, aumentada porla incidencia de la crisis, y pese a que en Castilla no se generalizaron las acusacionesque achacaban a los judíos ser los causantes de la epidemia de peste, tal como había 

    sucedido en otras tierras58

    . Pero el problema es que el soberano necesitaba desarro-

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    55 J. Valdeón Baruque, Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara: ¿la primera guerra civil española? , Madrid,2002, p. 267, considera que es “uno de los aspectos más llamativos de la revuelta trastamarista”, y comotal no podía dejar de tener consecuencias. El mismo autor, en su conocido trabajo Los judíos de Castilla 

     y la revolución Trastámara , Valladolid, 1968, p. 12, indica que el reinado de Enrique II marcó “un autén-tico punto clave en la historia de las relaciones critiano-judías de la Castilla medieval, o más exactamen-te de la deterioración de esas relaciones”.

    56 El hostigamiento a los judíos se había iniciado ya durante la minoría de edad del soberano, cuando, enopinión de L. Suárez Fernández, Judíos españoles en la Edad Media, Madrid, 1980, p. 220, se inició “unesfuerzo legislativo, a través de las Cortes, para destruir los privilegios tras los que se protegían las alja-

    mas”. Sobre las medidas antijudías de las Cortes de Alcalá en particular, y de todo el reinado en su con- junto, ver J. M. Monsalvo Antón, Teoría y evolución..., pp. 219 y ss.57 Sobre Alfonso de Valladolid, véase la bibliografía aludida por C.N. Saínz de la Maza, “De Pedro Alfonso...”,

    pp. 277 y ss.; consúltese, asimismo, R. Chazan, “Undermining the Jewish sense of future: Alfonso of Valladolid and the New Christian Missionizing”, en M.D. Meyerson (ed.), Christians, Muslims and Jews in Medieval and Early Modern Spain , 1999, pp. 179-194, y M. Lazar, “Alfonso de Valladolid’s Mostrador de jus-ticia: a Polemic Debate Between Abner’s Old and New Self”, en E. Romero (ed.), Judaísmo hispano. Estudios en memoria de José Luis Lacave Riaño , 2 vols., Madrid, 2003, vol. I, pp. 121-134.

    58  Así lo recuerda J.M. Monsalvo, Teoría y evolución..., p. 221, aunque también afirma que “los judíos,aunque sólo fuera en el plano teórico, podían ser fácilmente convertidos en víctimas propiciatorias dela situación”. J. Valdeón Baruque, El chivo expiatorio. Judíos, revueltas y vida cotidiana en la Edad Media ,Valladolid, 2000, pp. 26-27, se ha interrogado sobre las circunstancias concretas que hicieron posibleque los judíos no fueran objeto de matanzas en la Castilla de la Peste Negra, aunque sin llegar a ningu-na hipótesis concluyente. Desde luego, esa situación contrasta con la que se produjo en la Corona de Aragón, donde sí que se produjeron esas matanzas, estudiadas por A. López de Meneses, “La Peste

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    llar esa política filojudía, pues las circunstancias así lo ordenaban. El reinado se había iniciado en una coyuntura de crisis, y los gastos de la llamada Guerra de los DosPedros no habían hecho más que empeorar las cosas. El rey precisaba del apoyo de

    los grandes financieros judíos, y eso suponía ofrecer algunas contrapartidas, no sólode carácter personal, si no también de índole más general. Así, Pedro I dispensó a los

     judíos una protección de la que no habían vuelto a gozar desde los tiempos de Alfonso X, a la par que se esforzaba por contener el creciente odio antijudío59.

    El problema es que esa política filojudía le iba a salir muy cara al soberano cas-tellano: como generaba la hostilidad popular, los enemigos del rey la utilizaron para desprestigiarle, revistiendo su rebeldía de connotaciones religiosas 60. En consecuen-cia, la propaganda trastamarista se ocupó de desprestigiar al monarca, apelando enmuchos casos, bien de forma implícita, bien de manera explícita, al antijudaísmo

    de sus súbditos. Pedro era presentado como “enemigo de Dios e de la su santa Madre Eglesia”; se le acusaba de haber ensalzado y contribuido al enriquecimientode moros y judíos, que aprovechaban esa situación para sojuzgar a los cristianos;incluso, se llegaba a afirmar que su inclinación hacia los judíos provenía de susupuesto origen hebreo... 61.

    Si el monarca y sus seguidores profesaban un antijudaísmo esencialmente pro-pagandístico, sin que esto supusiera ninguna incitación a acometer acciones contra los hebreos, las masas populares sí que profesaban un antijudaísmo violento, que sedesborda con frecuencia a lo largo de la guerra, alcanzado una especial virulencia a 

    partir de 136662

    .Cabe preguntarse por la respuesta de los judíos ante toda la violencia que esta-ban sufriendo. Desgraciadamente, es difícil ofrecer respuestas. Parece que algunosoptaron por huir de las tierras castellanas, habitualmente para dirigirse a Aragón,pese a que allí se habían producido matanzas de hebreos en relación con la PesteNegra, canalizándose también parte de este flujo migratorio hacia Navarra 63. Pareceque la conversión no fue opción para muchos judíos, aunque es muy posible quealgunos recibieran el Bautismo para evitar la violencia y sus terribles consecuencias.

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    Negra en Cataluña: el pogrom de 1348”, Sefarad , 19 (1959), pp. 92-131 y 321-364, así como “Documentosacerca de la Peste Negra en los dominios de la Corona de Aragón”, Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón , VI (1956), pp. 291-448.

    59 De acuerdo con J.M. Monsalvo Antón, Teoría y evolución..., p. 232.60 Como indica J. Valdeón Baruque, Enrique II de Castilla: la guerra civil y la consolidación del régimen 

    (1366-1371) , Valladolid, 1966, p. 98, “los enemigos de Enrique se confunden en su propagada con losenemigos de la fe”, y se insiste en “el sentido de cruzada de su lucha”. Estas connotaciones religiosas,unidas al antijudaísmo, “contribuyeron poderosamente a atraer al bando del Trastámara a importantessectores, especialmente del estamento popular, y con ello a facilitar su victoria” (p. 99).

    61 Véase M. P. Rábade Obradó, “Simbología y propaganda política en los formularios cancillerescos deEnrique II de Castilla”, En la España Medieval , 18 (1995), pp. 223-239, y en concreto pp. 227-228.

    62 Un resumen de esas acciones violentas, en J. M. Monsalvo Antón, Teoría y evolución..., pp. 236 y ss. Sobrelos episodios concretos en que se materializó ese antijudaísmo virulento, véase J. Valdeón Baruque, El chivo 

    expiatorio..., pp.38

    y ss, señalando cómo sus protagonistas esenciales fueron las tropas extranjeras.63 De acuerdo con J. Valdeón Baruque, Enrique II..., p. 328.

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    Desde luego, parece evidente que con posterioridad a la guerra civil el número deconversos se hizo más elevado. A esa circunstancia parece responder cierta peticiónpresentada en las cortes de Soria de 1380 64, en la que se alude a “muchos judíos e judí-

    as” que “se tornavan a la fe de Dios, conociendo que están e biven en pecado”. Cabepreguntarse si se trataba de hebreos cuya conversión se había suscitado en las difícilescircunstancias a las que se había enfrentado su comunidad durante los años de con-tienda bélica, o si habían optado por abrazar la fe de Cristo con posterioridad al triun-fo del primer monarca Trastámara, tal vez convencidos de que era la mejor opciónposible 65; en cualquier caso, de las palabras con que se expresa la petición parece dedu-cirse que se trataba de unas conversiones que tuvieron un cierto carácter masivo.

    Los recién convertidos se enfrentaron a unas circunstancias difíciles, como sededuce también de la petición. En la misma se aclara que sus convecinos les decían

    “muchas palabras injuriosas que eran en vituperio de la ley así de los cristianoscommo de los judíos”, situación que provocaba que “otros judíos e judías non sequerían tornar a la fe de Dios”. Asimismo, la petición aclara los dos insultos quemás habitualmente se dirigían contra los cristianos nuevos: marrano y tornadizo. Elmonarca atiende a la petición siguiendo la senda por la que ya había transitado, ensu momento, Alfonso X, pues dispone que los culpables de esos insultos sean casti-gados con cierta dureza: multa de 300 maravedíes, sustituibles por quince días decárcel si se carecía de bienes suficientes para hacer frente a la citada multa.

    De trasfondo, el deseo de fomentar las conversiones, estrechando el círculo en

    torno a los que restaban fieles al judaísmo, cada vez menos; también, el afán por con-seguir la plena integración de los recién llegados a la fe de Cristo, si era necesario a tra-vés de la imposición de castigos sobre aquellos cristianos viejos más recalcitrantes, cuya actitud indicaba hasta qué punto la propaganda negativa que se orquestaba contra los

     judíos seguía persiguiéndolos incluso cuando dejaban de serlo para trocarse en cristia-nos. Unos cristianos a los que se afeaba su decisión de hacerse bautizar, quizá porquese consideraba que en su gesto, más que valorarse lo que tenía de positivo el abrazar la fe verdadera, había que valorar lo que tenía de negativo el haber cambiado de religión,el haber apostatado, aunque fuera de una ley caduca, superada por el cristianismo.

    Una vez terminada la contienda y sentado ya en el trono castellano 66, Enrique IIse vio obligado a cambiar su política judía. Como le había sucedido antaño a Pedro

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    64 Colección de Cortes de los reinos de León y Castilla , 4 vols., Madrid, 1861-1882, vol. II, p. 309.65 Si bien, como ya se indicará más adelante, Enrique II varió sustancialmente su política judía tras consoli-

    darse en el trono, volviendo a las posturas tradicionales de la monarquía frente a la comunidad hebrea, tam-bién es cierto que durante su reinado el antijudaísmo mantuvo una fuerza considerable, materializándosesobre todo en el transcurso de la celebración de Cortes; ver las páginas que a esta cuestión ha dedicado J.Valdeón Baruque, El chivo expiatorio..., pp. 53 y ss., en las que afirma que “los cristianos aceptaban el hechoconsumado de la convivencia con la comunidad judía, pero exigían a cambio el completo aislamiento delos hebreos... los viejos temas del antijudaísmo popular habían renacido con vigor” (p. 57).

    66 B. Netanyahu, Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo  XV , Barcelona, 1999, p. 92, ha señalado que“Enrique fue el primer noble de España en usar el antisemitismo como instrumento de propaganda y mediode alcanzar el control político. En tiempos posteriores otros nobles castellanos van a seguir sus pasos”.

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    I, el nuevo soberano precisaba del apoyo hebreo, y no tenía más remedio que mos-trar una actitud más benévola hacia los judíos, aunque ésta generara un cierto des-contento popular. De modo que muy pronto se recuperó la tradicional política 

    regia frente a los hebreos, al tiempo que se trataba de frenar el antijudaísmo popu-lar 67, que tomaba cuerpo sobre todo en las reuniones de Cortes. Un antijudaísmopopular que se veía fomentado por la actitud de la Iglesia, cada vez más combativa frente a los judíos.

    En efecto, durante la etapa final del reinado de Enrique II se celebró una con-troversia pública entre judíos y cristianos. La misma tuvo lugar en la ciudad de

     Ávila, andando el año 1375, y enfrentó al rabino Moisés ha-Cohén con el converso Juan de Valladolid, protagonista de una postura polémica frente a los judíos simi-lar a la que, durante las primeras décadas del siglo, había mantenido Alfonso de

    Valladolid. Como es de suponer, la disputa terminó con la victoria del cristiano, y a esa victoria se unieron las presiones que el papa Gregorio XI ejerció sobre elmonarca, recordándole su obligación de situar a los judíos en una posición subor-dinada, al tiempo que le impelía a proteger y apoyar la labor desarrollada por Juande Valladolid 68.

    El judeoconverso no estaba sólo en su lucha contra los judíos: le acompañabanotros eclesiásticos, tan dispuestos como él a conducirles hacia la verdadera fe. Entreellos, Ferrán Martínez, cuyas predicaciones antijudías pueden documentarse almenos a partir de 1378, cuando Enrique II sintió la necesidad de frenarlas, aunque

    el intento fuera vano, pues las prédicas continuaron hasta provocar los tumultosantijudíos de 1391 69. Es muy posible que esas prédicas produjeran ciertos frutos:quizá algunos de los conversos a los que se refería la ya citada petición de las Cortesde Soria de 1380 no habían abrazado el cristianismo como consecuencia de las ame-nazas a las que se habían enfrentado los hebreos durante la guerra civil, si no comoconsecuencia del clima de antijudaísmo cada vez más virulento que, años despuésdel fin de la contienda, estaba provocando la acción de predicadores fanáticos.

     Así, y a pesar del cambio de actitud del soberano, las cosas ya nunca volvieron a ser las mismas para los judíos castellanos: las aljamas estaban arruinadas y desmora-lizadas, y entre los cristianos había aumentado el odio hacia los hebreos. Ese odiose materializaba, más que nunca, en la creación de estereotipos que denigraban a los

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     Judeoconversos y monarquía: un problema de opinión pública 

    67  J. Valdeón Baruque, El chivo expiatorio..., p. 79, ha indicado que si en Castilla el antijudaísmo habi-tualmente “no se traducía en una postura violenta contra los odiados hebreos” era porque “la seguridadde que el poder público auxiliaba a la grey judaica actuaba siempre como un poderoso freno”, y las cosassiguieron siendo así durante el reinado de Enrique II, que demostró que estaba “decidido a proteger,aunque de forma mesurada, a la odiada comunidad”, tal como se indica en J. Valdeón Baruque, Enrique II..., p. 331. Así, los tumultos antijudíos de 1391 se explican por el vacío de poder que existía en esosmomentos como consecuencia de la minoría de Enrique III.

    68 A este episodio se refiere J. Valdeón Baruque, El chivo expiatorio..., pp. 68-69.69

    Sobre esta cuestión, véase J. Amador de los Ríos, Historia social, política y religiosa de los judíos de España  y Portugal , 2 vols., Madrid, 1876 (reed., Madrid, 1973), vol. II, pp. 581-583.

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     judíos, presentándoles como mortales enemigos de los cristianos, precisamente (otal vez por eso) cuando su influencia decrecía y su situación empeoraba 70.

    2.2. Los tumultos antijudíos de 1391

    El odio antijudío acabó estallando de forma muy violenta en el año 1391, provo-cando unos tumultos que, desde su origen en la ciudad de Sevilla, se extendieronpor diversas poblaciones castellanas, afectando el contagio a la Corona de Aragón 71.

     Aunque muchos hebreos lograron ponerse a salvo, otros muchos tuvieron queenfrentarse a la furia de los cristianos, a la necesidad de tomar una drástica decisión:perder la vida o abrazar una religión en la que no creían.

    En estas circunstancias, las consecuencias de los tumultos fueron muy importan-

    tes 72: a las matanzas (que en la actualidad se considera que no provocaron tantasbajas entre los judíos como tradicionalmente se había creído) hay que unir la emi-gración de aquellos hebreos que consideraron que ya no era posible la coexistencia pacífica con los cristianos castellanos, pero sobre todo hay que valorar la importan-cia que adquirió la apostasía. En efecto, muchos judíos optaron por convertirse alcristianismo, guiados, única y exclusivamente, por el afán de salvar la vida 73.

     Así, la principal consecuencia de los tumultos de 1391 fue el incremento de los judeoconversos, que hasta ese momento habían sido muy pocos. Además, mientraslas conversiones habían sido individuales se habían guiado, esencialmente, por

    motivaciones de índole espiritual, mientras que una vez que pasaron a ser masivasel miedo, o el interés, empezaron a ocupar un lugar muy importante entre los mo-tivos que guiaban a los judíos hacia el bautismo. Cierto es que muchos de loshebreos que llegaron al cristianismo acuciados por el miedo trataron de dar mar-cha atrás cuando las aguas volvieron a su cauce, pero entonces se toparon con la doctrina de la Iglesia.

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    70 Situación que no se producía tan sólo en Castilla, pues tenía un carácter general, tal como señaló L.Poliakov, Historia del antisemitismo , 5 vols., Barcelona, 1986, vol. 2, p. 166: “su poder y su soberbia estánya suficientemente disminuidos como para que en lo sucesivo pueda atacárseles y odiárseles sin peligro”.

    71 Una buena síntesis sobre el conflicto en la Corona de Castilla, en E. Mitre Fernández, Los judíos de Castilla en tiempo de Enrique III. El pogrom de 1391 , Valladolid, 1994. También es fundamental la consulta del tra-bajo de P. Wolf, “The 1391 pogrom in Spain: social crisis or not?”, Past and Present , 50 (1971), pp. 4-18.

    72 B. Netanyahu, Los orígenes..., p. 113, ha afirmado que “ningún movimiento popular antijudío de la EdadMedia causó al pueblo judío tan asombrosas pérdidas como los disturbios españoles de 1391”, pues “sitenemos en cuenta a los judíos que dejaron el judaísmo bajo el impacto de las amenazas de los antise-mitas, las pérdidas (...) sobrepasaron con mucho las sufridas en cualquier otra parte como resultado derevueltas populares”, hasta tal punto que “en el marco de o dos o tres años (...) la comunidad judía deEspaña, la más numerosa del mundo, quedó reducida en casi un tercio”.

    73 Su número es completamente imposible de determinar, aunque tradicionalmente se ha ofrecido la cifra de200.000 conversos como consecuencia de los tumultos. Esta cifra, que parece excesiva, fue recogida en sumomento por B. Netanyahu, The marranos of Spain, from the late  XIV th to the early XVI th century , Nueva York,1972, p. 243; en trabajos posteriores, sigue ofreciendo cifras muy abultadas, pese a las afirmaciones vertidas enestudios como el de C. Roth,

    Los judíos secretos. Historia de los marranos , Madrid, 1979, p. 25, que considera 

    muy improbable que hubiera tal número de cristianos nuevos como consecuencia de los alborotos de 1391.

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    Pese a que se consideraba que los judíos no podían ser forzados a abrazar el cris-tianismo, también es cierto que la doctrina de la Iglesia afirmaba que, una vez dadoese paso, no había marcha atrás: el bautismo era algo indeleble, que no se podía 

    borrar, y a los recién llegados al cristianismo no les quedaba más remedio que acep-tar su nueva situación religiosa, pues, en caso contrario, serían considerados herejesy tratados en consecuencia 74.

     Además, tras esta primera oleada de conversiones en masa los cristianos viejosejercieron una importante presión sobre los judíos, cuyo objetivo último era con-ducirles al cristianismo, una vez que las circunstancias parecían demostrar que el findel judaísmo en tierras hispánicas estaba ya próximo. Así, en el transcurso de unospocos años se produjeron las predicaciones de san Vicente Ferrer 75, la promulgaciónde las Leyes de Ayllón en la Corona de Castilla 76 y la celebración de la Disputa de

    Tortosa-San Mateo en la Corona de Aragón 77. Siempre con la misma consecuencia:un número muy importante de hebreos optó por abandonar la ley de Moisés para adherirse a la de Cristo. Las cosas siguieron así hasta que el proceso se frenó comoconsecuencia de la retirada de obediencia al Papa Luna, Benedicto XIII, que había estado detrás de la política antijudía desarrollada en los territorios hispánicos duran-te los años iniciales del siglo xv . Ese acontecimiento permitió que las comunidadeshebreas iniciaran un proceso de recuperación 78, al tiempo que los cristianos afloja-ban la presión sobre los judíos; buena muestra de este cambio fue la derogación, en1418, de las Leyes de Ayllón 79.