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NNCCAANNTTHHEEDD - … · Se aclaró la garganta unas cuantas veces. Más de una vez tuvo ... palabras extrañas y a veces equivocadas. Se resistió al impulso de tachar o cambiarlas

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NNCCAANNTTHHEEDD

Alethea Kontis

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AAAgggrrraaadddeeeccciiimmmiiieeennntttooosss Katiliz94

Katiliz94

Staff de traducción Beautifuliarx

Mayte008 Katiliz94

Ladypandora Kyria

MewHiine♥

Ritita Ro0

Nishta Deby92

MeryLuna Edgli

Katiliz94

Staff de corrección Alee Foster

Ale Rose

MewHiine♥♥

Ladypandora Desafio89

Alyshiachery

Revision y recopilación final.

Katiliz94 & Nishta

MewHiine ♥

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ÍÍÍnnndddiiiccceee

Agradecimientos

Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Créditos

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Sinopsis

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Capítulo 1. Oro de tontos y piedras de hadas

I NOMBRE ES SUNDAY WOODCUTTER, y estoy condenada

a una vida feliz.

Soy la séptima hija de Jack y Seven Woodcutter. Jack

es un séptimo hijo y Seven una séptima hija. El sueño de

papá era tener un encantador, todopoderoso séptimo

hijo de un séptimo hijo. Mamá le dijo que siete niñas o

siete niños, lo que viniera primero. Jack Junior fue el primero. Papá estaba

eufórico. Pero su sueño murió la mañana en que nací, alegre y hermosa y

buena y atractiva, siete hijas más tarde.

Afortunadamente, nacer primero no le impidió a Jack Junior que fuera

un niño prodigio. Nunca conocí a mi hermano mayor, pero sé su leyenda.

Todos los hijos de Arilland crecieron a la sombra de Jack, sus hermanos

pequeños más que la mayoría. Nunca he conocido un momento en el que

no estuviera rodeada de las dramáticas canciones e historias de las

hazañas de Jack Junior. Un buen número de ellas sigue surgiendo por todo

el campo hasta el día de hoy. Las he escuchado todas. (Bueno, todas

menos el Cuento Prohibido. Aún no soy lo suficientemente mayor para

escucharla).

Pero sé el cuento más importante: el cuento de su desaparición,

mientras servía en la Guarida Real del Rey. Un día, en un ataque de

resentimiento o de pasión (dependiendo del bardo), mató al cachorro del

Príncipe Rumbold. Como castigo, la malvada hada madrina del príncipe

convirtió a Jack Junior en un perro callejero y le obligó a ocupar el lugar

del cachorro. Nunca se supo nada más de él.

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Dicen que mi familia nunca volvió a ser la misma después de aquello.

Me gustaría haber conocido a mi padre como los cuentos le retratan:

estrepitoso, confidente y testarudo. Ahora él es simplemente un hombre

fuerte, tranquilo, conforme con su lugar en la vida. No es un secreto que

papá no albergue ninguna lealtad hacia la familia real de Arilland, pero no

dirá ninguna palabra en contra de ellos.

Mi segundo hermano mayor se llama Peter. Mi tercer hermano es Trix.

Trix era un niño huérfano que papá encontró en las ramas de un árbol en el

lindero del Bosque durante una jornada laboral invernal, antes de que yo

naciera. Del modo en que mamá lo cuenta, Trix era un hijo que ella no dio

a luz, y que hizo feliz a papá. Ella ya tenía muchos hijos a los que alimentar,

¿qué era uno más?

Mis hermanas y yo...

—¿Qué estás haciendo?

Sunday levantó la cabeza de su diario. Había elegido ese lugar por su

soledad, tras seguir el camino medio escondido entre la maleza hasta las

rocas en descomposición del pozo abandonado, segura de que había

escapado de su familia. Y aún así, la voz que interrumpió sus pensamientos

no le era familiar. Se tomó un momento para ajustar los ojos, enfocándolos

lentamente en las sombras moteadas que arrojaba el atardecer sobre las

hojas danzantes.

— ¿Perdone? —Puso su tono más amable al visitante desconocido

haciendo un esfuerzo para que se dejara ver, real o imaginario, muerto o

vivo, hada o…

—He dicho, '¿Qué estás haciendo?'

…rana.

Sunday forzó su boca a cerrarse. Pillada fuera de guardia, escupió la

verdad: —Estoy contando mis propias historias.

La rana consideró la respuesta. Se balanceó hacia sus patas traseras

con manchas y parpadeó hacia ella con sus ojos saltones.

—¿Por qué? ¿No tienes a nadie a quién contárselas?

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Aparte de su interrupción, él mantuvo su aire amable. También es listo,

pensó Sunday. Debió de haber sido un humano antes de ser maldecido.

Los animales del bosque sólo hablaban mediante sabios acertijos y casi

verdades.

—Tengo una gran familia, en realidad, con un montón de historias. Es

sólo que...

—Es sólo que ¿qué?

—Es solo que nadie quiere escucharlas.

—Yo sí, —dijo la rana—. Léeme tu historia, la historia que acabas de

escribir ahí, y yo te escucharé.

A ella le gustaba esa rana. Sunday sonrió, pero cerró el libro

lentamente.

—No quieres escuchar esta historia.

—¿Por qué no?

—No es muy interesante.

—¿De qué trata?

—De mí. Eso es por lo que nadie quiere escucharla. Ellos ya lo saben

todo sobre mí.

La rana se tendió en la parte de la roca moteada de sol, como si de

una tumbona se tratara. Ella notó por su lenguaje corporal, que era mucho

más humano que rana, que no le podría rechazar.

—No sé nada sobre ti, — dijo—. Puedes empezar tu historia.

Eso era completamente absurdo. Era absurdo que Sunday estuviera en

medio del bosque hablando con una rana. Era absurdo que él quisiera

saber de ella. Era absurdo que le importara. Era tan absurdo que abrió su

diario y empezó a leer desde el principio de la página.

—Mi nombre es Sunday Woodcutter…

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—Grumble, —croó la rana.

—Si vas a quejarte todo el rato, ¿por qué me has pedido que te leyera

esto en primer lugar?

—Dijiste que tu nombre era Sunday Woodcutter, —dijo la rana—. Mi

nombre es Grumble.

—Oh. —Sintió el rostro caliente. Sunday se preguntó si las ranas podían

darse cuenta de que un humano estaba rojo o eran uno de los muchos

animales daltónicos del bosque. Inclinó la cabeza ligeramente—.

Encantada de conocerte, Grumble.

—A tu servicio, —dijo Grumble—. Por favor, continúa con tu historia.

Era incómodo, puesto que Sunday nunca le había leído sus escritos a

nadie. Se aclaró la garganta unas cuantas veces. Más de una vez tuvo

que parar después de una frase que había leído con rapidez y empezar de

nuevo con mayor lentitud. Su voz parecía demasiado alta y sentía las

palabras extrañas y a veces equivocadas. Se resistió al impulso de tachar o

cambiarlas a medida que avanzaba. Estaba preocupada de que esa

rana-que-antes-solía-ser-un-hombre escuchara sus palabras y pensara que

ella era una tonta. No querría tener nada que ver con ella. Él le

agradecería por su tiempo y no le volvería a ver más. ¿Su joven vida había

llegado a esto? ¿Estaba tan desesperada por una conversación inteligente

que estaba dispuesta a desnudar su alma a un completo extraño?

Sunday se dio cuenta, mientras leía, que no importaba. Dejaría que

Grumble la conociera por lo que ella era.

Durante el tiempo que estuvo sentada bajo el árbol donde escribía,

pensó que la lectura le tomaría más tiempo, pero Sunday llegó al final

antes de darse cuenta.

—Tenía la intención de continuar con mis hermanas, —se disculpó—,

pero...

La rana estaba en un extraño silencio. Él miraba al bosque.

Sunday volvió su cara hacia el sol. Estaba asustada de sus siguientes

palabras. Si no le gustaba lo que escribió, entonces a él no le gustaba ella,

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y todo lo que había hecho en toda su vida sería en vano. Lo que era tonto,

pero ella era tonta, y absurda, y a veces desagradecida, pero le prometió

a los Dioses que no sería desagradecida ahora, sin importar lo que dijera la

rana. Si al menos decía algo. Y entonces, finalmente dijo:

—Recuerdo una noche de invierno nevada. Hacía tanto frío afuera

que si ponías los dedos en la ventana, tus huellas quedaban marcadas.

Sólo lo intenté una vez. —El soltó un largo croado—. Recuerdo el calor del

fuego, crepitando en una chimenea tan grande que podría haberme

puesto de pie en ella dos veces. Había un cachorro allí, sofocándome con

amor, como los cachorros suelen hacer. Yo era su mundo. Él me

necesitaba y yo sentía que... tenía un propósito. Recuerdo ser feliz

entonces. Quizás lo más feliz que he estado en mi vida. —La rana cerró los

ojos e inclinó la cabeza—. No recuerdo mucho de mi vida antes. Pero

ahora, justo ahora, recuerdo eso. Gracias.

Sunday juntó los dedos temblorosos y tragó el nudo de su garganta.

Definitivamente era un hombre en el cuerpo de una rana, y estaba triste.

No se imaginaba qué hubo en sus palabras que lo conmovieron tanto,

pero ese no era el punto. Ella le había tocado. No solo a él como una rana,

sino al hombre que solía ser. Sunday contestó de una manera que nunca

podría haber imaginado.

—Me siento honrada, —dijo, porque lo estaba.

—Y entonces te interrumpí. —Grumble salió de su ensoñación a un

estado más lúdico—. Perdóname. Como puedes imaginar, no tengo

muchos visitantes. Me has honrado a mí complaciéndome con tus

palabras, amable señorita. ¿Escribes normalmente?

—Sí, cada mañana y cada noche y cada momento que tengo entre

estos dos.

—Y ¿siempre escribes sobre tu familia?

Sunday pasó las páginas de su diario sin fin, el regalo de su Hada

Madrina Joy, con el pulgar. Era un hábito nervioso que siempre había

tenido.

—Tengo miedo de escribir sobre algo más.

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—¿Por qué es eso?

Quizá era porque la honestidad era, de una forma embriagadora,

liberadora, o porque era una rana y no un hombre, pero se sentía

extrañamente a gusto con Grumble. Ella ya le había dicho mucho acerca

de su vida, más de lo que a alguien le hubiera importado saber con

anterioridad. ¿Por qué debería parar ahora?

—Las cosas que escribo... bueno... tienen la tendencia a hacerse

realidad. Y no de la mejor manera.

—¿Por ejemplo?

—No quería recoger los huevos una mañana, así que escribí que no

tenía que hacerlo. Esa noche, una comadreja se metió en el gallinero.

Nadie tuvo huevos por la mañana. En otra ocasión, no quería ir con mi

familia al mercado.

—¿Se le rompió una rueda al carro?

—Me enfermé de gripe y estuve en la cama una semana, —dijo con

una sonrisa—. 'Arrepentimiento' no es una palabra lo suficientemente fuerte.

—Me imagino que no. —dijo Grumble.

—Y ahora te estás preguntando qué pasaría si escribo que quedarás

libre de tu hechizo.

—Ese pensamiento ha pasado por mi mente.

—No volverías como un hombre, sino algo como un ratón o una mula o

un tigre que me comería viva. Volverías como un hombre pero no el

hombre que eras, o incluso te faltaría algo vital, como un brazo, una pierna

o…

—¿La mente? —bromeó Grumble.

—… la respiración —contestó Sunday seriamente.

—Ah. Tenemos que tener cuidado con lo que deseamos.

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—Exacto. Si escribo sólo sobre eventos que ya han pasado, no hay

ningún peligro de que altere el futuro. Nadie excepto los Dioses tiene el

poder de hacer eso.

—Una decisión muy práctica.

—Sí, —suspiró ella—. Muy práctica y muy aburrida. Como yo.

—Al contrario. Encuentro a tu breve redacción bastante intrigante.

—¿En serio? —Él solo lo decía por ser amable. Entonces ella recordó

que él era una rana. Era divertido como se olvidaba de ello.

—¿Me leerás de nuevo mañana?

Si su ridícula y enorme sonrisa no le asustaba, seguramente nada de lo

que escribiera lo haría. —Me encantaría.

—Y... ¿Querrías...ser mi amiga? —le preguntó temeroso.

La solicitud era encantadora y humilde. —Solo si tú también eres el mío.

La boca de Grumble se abrió en lo que Sunday tomó como una sonrisa

de rana.

—Y... si se me permite el atrevimiento, señorita Woodcutter…

—Por favor, llámame Sunday.

—Sunday... ¿Crees que tendrías la voluntad de...besarme?

Ella se había preguntado cuánto tardaría en preguntárselo. El beso de

una doncella era el remedio usual para este tipo de encantamiento.

Normalmente, Sunday se habría negado sin pensárselo. Pero él había sido

muy amable, y estaba segura de que ella era la única doncella con la que

se cruzaría en mucho tiempo. Era lo mínimo que podía hacer.

Su piel estaba llena de baches y ligeramente húmeda, pero intentó no

pensar en ello. Después de besarle, se enderezó rápido y se alejó. No

estaba segura de qué esperar. ¿Una lluvia de chispas? ¿Alguna explosión?

De cualquier manera, quería alejarse de lo que estaba involucrado en la

transformación de una rana a un hombre otra vez.

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Sunday esperó.

Y esperó.

No pasó nada.

Se miraron el uno al otro durante un largo periodo de tiempo.

—No tengo que volver, ya sabes, en caso de que te estés ofreciendo

solo para ser amable.

—Oh, no, —dijo él rápidamente—. Espero con interés oír acerca de tus

hermanas. Por favor, vuelve mañana.

—Entonces lo haré, después de terminar mis tareas. Pero debo irme

ahora, antes de que se haga de noche. Mamá me estará esperando para

que la ayude con la cena.

—Se puso de pie y se sacudió toda la tierra que pudo de la falda—.

Buenas noches, Grumble.

—Hasta mañana, Sunday.

***

—Sunday, ¿dónde has estado?

Mamá era una mujer de pocas palabras, y aquellas que estaban

dispuestas a decir a regañadientes podrían herirte lo suficiente como para

ponerte los ojos llorosos. Dio un vistazo a la falda de Sunday y respondió su

propia pregunta. —Merodeando por el bosque otra vez. Bueno, me alegro

de que hayas decidido regresar antes de que los cocos se hicieran contigo.

Te agradecería que cogieras la cuchara de tu hermano y empezaras a

remover la olla. Él lo ha estado haciendo el tiempo suficiente.

—Sí, mamá. —Sunday se quitó el pañuelo del pelo y deslizó el libro

dentro del bolsillo del delantal.

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—¡Gracias, Sunday! —Trix le entregó la cuchara felizmente y echó a

correr para encontrarse con papá, Peter, y Saturday en el lindero del

bosque, al final de su jornada laboral, como lo hacía siempre.

Aunque era dos años mayor que ella, Trix se veía y actuaba como si su

envejecimiento se hubiera detenido a los doce años. Su sangre de hada le

impidió crecer al mismo ritmo que el de sus hermanos de acogida—a la

larga, viviría más que todos ellos. Su sangre también era la razón por la que

se le permitía cuidar de las vacas, pero no ordeñarlas. Trix tenía una

habilidad especial con los animales, pero la leche de su cubo siempre fue

amarga. Y si Trix agitaba la olla demasiado tiempo, el guiso sería…

diferente. El resultado nunca era el mismo. La primera vez, el guiso tenía

mejor sabor que la carne de venado, con patatas sazonadas y setas

silvestres. La segunda vez, apestaba a vinagre. Mamá nunca volvió a dejar

que Trix revolviera la olla durante demasiado tiempo después de eso.

Mamá decía que no tenía suficiente comida como para estar jugando

con ella, sin importar el buen resultado que pudiera obtener. Mamá sólo

apostaba por lo seguro.

Sunday movió la cuchara distraídamente mientras soñaba, raspando el

fondo cada tres giros. Mamá estaba pendiente del pan que había en el

horno y Friday ponía la mesa.

La mayor parte del pelo oscuro de Friday estaba recogido en un moño,

pero varios rizos se habían escapado, al igual que el halo gris de serpientes

alrededor la cabeza de mamá. Friday había estado cosiendo, la línea de

alfileres a lo largo de la manga la delató, y llevaba una de las faldas que

Sunday adoraba. Friday era hábil con la aguja, un regalo de su hada

madrina Joy. Los encargados de la fábrica de tela del mercado le daban

sus harapos y restos de tela a la iglesia en lugar de su diezmo, y la iglesia a

su vez se los entregaba a Friday, junto con las medidas de algún huérfano y

artículos de ropa que necesitaban. A cambio, Friday se quedaba cualquier

retazo que sobrara. Con el tiempo, esas pequeñas piezas formaron parte

de las faldas multicolores de Friday. Eran las favoritas de Sunday, no sólo

porque eran bonitas y con colores vivos, sino también porque eran el

resultado de un montón de horas de trabajo duro por el amor de los niños

huérfanos que su hermana podría no conocer jamás.

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—Ve a buscar a Wednesday a la torre, —le dijo mamá a Friday cuando

dejó el tenedor—. Tu padre llegará a casa en cualquier momento.

Papá entró por la puerta como mamá dijo, seguido de un muy

cansado Peter y una Saturday enrojecida y con los ojos brillantes. Sunday

imaginó que al borde de la muerte, su hermana, adicta al trabajo, seguiría

enrojecida y con ojos brillantes.

—Buenas tardes, querida, —dijo papá mientras se quitaba el

sombrero—. Hizo buen tiempo hoy, así que hubo un montón de trabajo. No

hemos dejado mucho sin hacer.

—Bien, bien —dijo mamá—. Vamos, pues, lavaos para la cena. —Peter

estaba demasiado cansado para discutir. Saturday besó a su padre en la

mejilla y salió corriendo tras su hermano.

—Hola, mi Sunday. —Papá la tomó en sus brazos fuertes y le dio vueltas.

Ella lo abrazó con fuerza, respirando su familiar olor a sudor, savia y aire

fresco del bosque—. ¿Tienes alguna historia nueva hoy?

—Escribí un poco, —le dijo—. Tengo pensado escribir un poco más a la

noche.

—Las palabras tienen poder. Ten cuidado.

—Sí, mamá. —No podía hablar de escribir sin que su madre le advirtiera.

Sunday intentó no faltarle el respeto ni rodar los ojos. En cambio, se

concentró en papá mientras lentamente bajaba su cuerpo a la silla que

había en la cabecera de la mesa—. ¿Qué tal tu día, papá? ¿Tienes alguna

historia que contar?

Él suspiró y se frotó el hombro, lo que le preocupó a Sunday. Los días sin

historias pasaban cuando el tiempo era asqueroso o el trabajo había sido

problemático. La mayoría de los días, sin embargo, él le traía un poco de

cualquier cosa: un cuento o una baratija. Sus ojos se pondrían brillantes y

no habría maldad o risa en su voz. Por ese corto tiempo, papá era feliz, y él

era todo suyo. No había nada que pudiera empañar la felicidad que

había en su interior por hacer un nuevo amigo, pero la historia de papá

sería el final perfecto para un día perfecto.

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Papá se recostó y apoyó las manos en la mesa. Miró a Sunday

cuidadosamente durante un largo tiempo. Luego sonrió. Sunday le sonrió

de vuelta, porque en esa sonrisa había una historia.

—Hoy nos fuimos a las profundidades del Bosque —se inclinó hacia

delante para susurrarle las palabras, como si se tratara de un secreto entre

ellos—. Profundamente en el bosque, donde los árboles son tan altos y las

hojas tan gruesas que la luz del sol no toca el suelo.

—¿Tenías miedo? —susurró Sunday.

—Un poco— admitió—. Le dije a Peter y a Saturday que se quedaran

esperándome en el lindero del bosque.

—¿Le dijiste eso a Saturday y ella obedeció? —Sunday sólo había visto

a Saturday obedecer las órdenes de mamá. Todo el mundo siempre hacía

lo que mamá decía. Siempre.

—Bueno, no, —admitió papá—. Le di una tarea muy grande y le dije

que podría acompañarme cuando terminara.

—¿Y la terminó?

—Aún no. Era una tarea muy, muy grande.

—Eres un padre inteligente.

—Soy un padre con mucha experiencia tratando de mantener a sus

traviesos hijos fuera de peligro —dijo—. El lindero del bosque es la zona más

segura, pero en las profundidades del bosque es donde encuentras la

mejor madera. Los árboles más viejos. Nunca cogí más de uno a la vez y

siempre espero varias lunas antes de tomar otro. La madera de ese árbol

siempre es la que mejor se paga, es la más bella y dura para siempre.

Ningún fuego mortal puede quemar la Vieja Madera.

—¿Has tomado Vieja Madera hoy?

—Sí. Les pedí permiso a los dioses y le pedí perdón al árbol antes de

verme obligado a quitarle la vida. Y como nadie estaba cerca, no grité

"árbol" antes de su caída.

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Sunday se quedó sin aliento. Cualquiera que haya vivido cerca del

Bosque sabía la importancia de gritar la caída de un árbol. El silencio tenía

consecuencias peligrosas.

—¡El árbol se vino abajo con un desplome espectacular! Y cuando el

Bosque estuvo en silencio de nuevo, oí un ladrido.

—¿Has herido a alguien? —Tenía miedo de saber la respuesta. Estaba

claro que mamá no estaba preocupada, ella continuaba ocupada en la

cocina como si no hubiera oído una sola palabra del cuento de papá.

—Estuve cerca. Me tomó un rato llegar al otro lado del árbol, y cuando

lo hice, me encontré con un duende saltando alrededor.

—¿Un duende? Qué suerte, —comentó Sunday con escepticismo.

—¡Por suerte para él! Todavía estaba vivo saltando alrededor, —dijo

papá—. Estaba atrapado por su barba y era difícil de sacar. —Sunday rió.

—Espero que le pidieras su oro, —la voz de mamá hizo eco desde el

interior del horno mientras retiraba el pan.

—¡Pues claro que lo hice, mujer! ¿Qué clase de hombre crees que soy?

—Un tonto, la mayoría de los días —murmuró mamá. Se limpió las

manos en el delantal y cogió un cuchillo para cortar el pan—. Continúa,

termina tu historia.

—Gracias, mujer. —Papá se inclinó de nuevo y retomó el tono de la

narración—. El duende me rogó liberarlo.

—¿Y lo hiciste?

—Primero le pregunté por su oro. —Papá miró a mamá, pero ella no

demostró que había oído su comentario—. Prometió dármelo todo, me dijo

que si usaba mi hacha para dejarle libre, me lo daría. —Mamá chasqueó

la lengua. Estaba escuchando—. Por supuesto que no le creí, —dijo papá

en voz alta—. Le dije que quería una prueba y él me dijo que tenía tres

monedas de oro en el bolsillo. Me las daría como un pago inicial, así que si

se escapaba, yo no me quedaría con las manos vacías.

—¿Y cogiste el oro?

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—Por supuesto. Eran tres piezas sólidas de oro brillante. Las deslicé en

mi bolsillo. —Se palmeó la cadera—. Luego le liberé. ¿Y sabes lo que hizo?

—¿Qué?

—¡Se quejó! Bichejo descarado. Me dijo que había hecho un destrozo

con su barba y que ya no le volvería a crecer igual. Le dije que yo era

leñador, no un barbero. ¡El diablillo debería de de haber estado

agradecido por estar vivo! —Sunday se rió sin poder evitar imaginarse al

fornido papá como un barbero—. Él no quiso saber nada de ello. Me dijo

que puesto que había arruinado su apariencia, no me merecía ese oro.

Movió la nariz y desapareció de mi vista.

—¿Pero aún tienes las tres monedas de oro?

—Sí, por supuesto, no me sentía defraudado en lo más mínimo, las traje

a casa para ti. —El corazón de Sunday saltó de alegría cuando él metió la

mano en el bolsillo. Cualquier tesoro que papá hubiera traído sin duda

volvería a la familia, pero significaba mucho que él se lo mostrara. Mamá

se comportaba como si no estuviera, pero había dejado de cortar el pan.

—Me temo que están un poco desgastadas. —Papá abrió la mano y

dejó caer el contenido en la mesa.

—¡Bah! —Se burló mamá cuando lo vio—. Es oro falso y piedras de

hadas. Ha sido la suerte de tu vida. Debería de haberlo sabido.

El tesoro de Sunday eran tres piedras pequeñas, una era suave y del

color de las profundidades del océano con líneas de blanco puro, otra

tenía manchas verdes como musgo atrapado en ámbar pálido y la última

era de un color rosa afilado y lechoso. Oro falso o no, guardaría estas

piedras, pues para ella eran mil veces más valiosas de lo que cualquier otro

oro pudiera serlo. En esas piedras, la historia de papá se quedaría siempre,

y Sunday la recordaría cada vez que las viera. Era justo como esperaba: el

final perfecto para un día perfecto.

—Son hermosas, —dijo Sunday sobre las piedras.

—Son todas tuyas si las quieres.

Sunday se arrojó a los brazos de papá y lo abrazó de nuevo.

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Mamá puso el plato del pan en la mesa. —Basta de tonterías ahora.

Sunday, quédate pendiente del guiso. Jack, tú del fuego y llama a tus hijos.

Es hora de cenar.

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Capítulo 2. Conversando con las hadas

IS HERMANAS Y YO somos producto de una mujer con tan

poca creatividad como lo fue su madre antes de ella, por

lo que nuestros nombres fueron tan ingeniosos en su

simplicidad como lo fueron condenadores por sus maldiciones. La segunda

vez que mi madre dio a luz llegaron las gemelas, asegurando así una

mayoría femenina en el hogar, que nunca volvió a estar en peligro.

Monday era, en efecto, la de la cara bonita, pero Tuesday era la bailarina.

Las historias describen a Tuesday como una joven niña resbaladiza,

como una polilla en la llama, una caña en el viento, una visión de

constante movimiento cuya gracia de las estrellas y puestas de sol eran

envidiables. Siempre era el alma de la fiesta, Tuesday obtenía invitaciones

para cada ocasión, desde Royal Balls hasta las Ferias del Condado (desde

los cuales Monday siempre regresaba a casa como la más bella).

Mamá disfrutaba de la popularidad pero, fiel a su estilo, se quejaba

acerca de los costosos viajes y el costo de mantener viva a su hija con sus

zapatos, lo cual según ella afirmó que era más que suficiente para doce

princesas bailarinas. Le pareció un regalo del cielo cuando un duendecillo

zapatero le dio a Tuesday un par de zapatillas rojas que nunca se quitaban.

Mamá tenía sus dudas, pero esperaba que él tuviera razón. Y la tuvo,

porque Tuesday no pudo matar a bailes a sus zapatos.

En su lugar, ellos la hicieron bailar hasta la muerte.

Tuesday murió en menos de un año, después de Jack (la historia de mi

familia se divide en eventos del antes, o después, de los sucesos de Jack

M

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Junior). Había una inmensa tristeza por la estela de su muerte, pero nadie

lo lamentó más que Monday. Peor aún, el dolor de Monday

aparentemente amplificaba su hermosura. Contenía la lengua para que

otros no la presionaran, pero su silencio sólo añadió más intriga. Las

canciones la llamaban la mujer más hermosa de la tierra. Monday odiaba

cada minuto. Se aventuró a salir, solamente para caminar los muchos

kilómetros hacia el cementerio de la colina y llevar flores a la tumba de su

gemela. Fue todos los martes, con sol o lluvia, aguanieve o nieve, a pesar

de los deseos de nuestros padres.

Una enfermiza mañana verde, haciendo caso omiso de las

condiciones meteorológicas como siempre, Monday fue atrapada en una

tormenta y enviada a las entrañas del mismo infierno. Sacudida por el

viento despiadado, arrojada por las paredes de lluvia, y maltratada por los

puños de hielo, Monday perdió su camino en el bosque y se encontró en la

puerta de una cabaña de cazadores. Dentro había dos príncipes de

vacaciones, uno oscuro y uno claro, quienes habían elegido celebrar la

tormenta como la mayoría de los hombres eligen celebrar las cosas.

Mientras brindaban por enésima vez, el príncipe claro se felicitó a sí

mismo por su reciente éxito en la búsqueda de la esposa perfecta. Le

había dado a la chica una prueba, ¡Ella había convertido tres

habitaciones llenas de paja en oro para él! El príncipe oscuro, después de

escuchar el cuento, anunció borracho que su esposa sería tan bella, tan

delicada, que no sería capaz de dormir cómodamente con un guisante

bajo los colchones. Y entonces llegó Monday, desaliñada y sacudida por

la tempestad miserable pidiendo asilo. A regañadientes, le ofrecieron una

habitación y le pusieron un guisante bajo los colchones. A la mañana

siguiente, cuando mi encantadora hermana saludó a sus anfitriones con

erupciones de contusiones frescas, el príncipe oscuro se arrodilló y le pidió

su mano en matrimonio.

Debemos nuestra vida actual a Monday. Su regalo de novia fue una

torre en el lindero del bosque, que no tenía ninguna puerta.

—¿No tenía puerta? —Se quejó Grumble.

—No, sólo tiene una ventana alta, en la planta superior. La propiedad

se ha transmitido por cierta línea real femenina por generaciones, pero

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nunca fue utilizada, ya que prácticamente, no hubo manera de penetrarla,

—dijo Sunday—. Si alguna vez fue parte del castillo, el resto hace tiempo

que se derrumbó. No es que nos importara; era el tiempo en que nos

arrastrábamos sobre nosotros mismos como ratas en nuestra pequeña casa

de campo. Así que papá hizo una puerta en la torre y construyó el resto de

nuestra casa alrededor de su base. Lo llamamos la "casa-torre‖.

—―Lo que antes era una casa de campo.‖ Muy inteligente.

Sunday se quejó. —Sí, creo que a papá se le ocurrió eso. Por desgracia,

no se parece en nada a un castillo. Es más bien como... un zapato. —Oh,

los ridículos años de edad escolar habían vuelto.

—Un zapato.

La forma en que dijo la palabra hizo reír a Sunday. Sus mejillas le dolían,

ningún amigo antes le había hecho reír tanto como Grumble. Era

agradable estar tan feliz, incluso por un par de horas.

—Entre el destino de Tuesday y nuestra casa, los zapatos son un tema

recurrente en mi vida.

—¿Y qué hay de tus otras hermanas?

Después de haber llegado al final de lo que ella había escrito acerca

de Monday, Sunday dobló el diario sobre su estómago y se tendió en un

parche de sol que desaparecía antes de responder a la pregunta.

—Wednesday es poeta, muy prosaica y lírica.

—La niña Wednesday está llena de dolor —citó Grumble. De todas las

cosas que él podría haber olvidado, las rimas infantiles sin sentido sobre los

días de la semana no era una de ellas.

—Podría sugerir otras cosas de lo que ella está llena, —dijo Sunday,

tratando de encontrar una posición cómoda en la cubierta del musgo del

suelo. La última helada del invierno había llegado y pasado, así que había

plantado habas durante las horas de la mañana. Los frijoles siempre eran

los primeros en salir al jardín. El sol de la tarde era cálido para sus huesos

cansados, y la conversación con Grumble era fácil y cómoda. Nadie más

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hacía que Sunday se sintiera tan tranquila. Ella deseaba poder estar así por

siempre.

—Thursday se escapó con el rey de los piratas cuando era un poco

mayor que yo, pero todavía nos envía cartas y regalos de vez en cuando.

Siempre sabe cuándo vamos a necesitar algo. Un paquete de Thursday es

siempre un gran evento en nuestra casa.

—La niña Thursday tiene un largo camino por recorrer. —Grumble saltó

en el pozo para volver a humedecerse la piel seca—. ¿Es entonces Friday

amorosa y generosa? —le preguntó a su regreso.

—Friday es la mejor de todas nosotras. Ella pasa la mayor parte de sus

días en la iglesia ayudando a los huérfanos y a los ancianos. Por la noche,

después de enmendar la ropa de casa, hace ropa para ellos. Hace

milagros con un paño que debería haber tirado hace mucho, a menudo

me pregunto qué podría hacer, si tuviera todo el material que quisiera a su

disposición. Son pocos los que no envidian el talento de Friday.

Grumble se dio cuenta de lo que había dejado sin decir.

—Y tú eres una de esas pocas.

Era extraño tener a alguien que la escuchara atentamente, que se

preocupara por ella. A Sunday le gustó tanto la atención que la asustó un

poco. —Si hay algo que desearía tener de Friday, sería su corazón. Cada

tarea que Friday realiza la hace con amor: amor puro e incondicional, sin

malicia, sin ataduras.

—Me resulta muy difícil de creer que a ti te falte tal compasión.

—Yo soy tan egoísta como cualquier otra persona.

Gracias a Dios, Grumble no la presionó para que continuara.

—¿Y Saturday? ¿Es verdad que es una buena trabajadora?

—Ella trabaja duro para ser una molestia, la mayoría de los días. —El

comentario persuadió un eructo de risita de parte de Grumble—. Saturday

es mejor cuando está muy ocupada. Entra en el bosque una vez por la

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mañana y ayuda a Papá y a Peter con el corte como un robusto caballo

de batalla, pero creo que ella se parece más a Thursday de lo que todos

se dan cuenta. A veces lo veo, ese destello en los ojos al soñar despierta. Y

Dios nos ayude a todos si ella se queda inactiva alguna vez.

—Lo que nos lleva a ti, la condenada.

La carcajada que brotó de los labios de Sunday la sorprendió. Lo que

fue una cosa curiosa, teniendo en cuenta las palabras.

—Alegre y hermosa, buena y atractiva. ¿Quién podría vivir con eso? No

es de ninguna manera realista. No quiero ser feliz ni buena ni aburrida.

Quiero ser interesante.

—Te aseguro, mi agradable amiga, que eres muy interesante. Y eres

una escritora, ¿al igual que tu hermana antes que tú?

—Bueno, no soy tan melancólica como Wednesday, Nuestra Señora de

la Sombra Perpetua... pero sí, un poco. En mi propia manera.

—Tienes un don con las palabras —dijo Grumble.

—Una maldición, más bien. Pero quizás es bueno que sólo escriba

sobre el pasado. Mamá dice que paso demasiado tiempo en pequeños

mundos de fantasía, y no el tiempo suficiente en este.

—Si no caes en fantasías, ¿Cómo sabrías que estás viviendo una vida

interesante?

—Gracias. Tengo toda la intención de discutir ese punto con Mamá la

próxima vez que traiga eso a colación. —Sunday miró al cielo—. Puede

que sea esta noche, o mañana por la mañana como mucho. Te lo

reportaré a ti, Señor Rana.

O bien el medio croar jadeante que lanzó Grumble era una risa de

rana, o se estaba muriendo. O las dos cosas.

—No puedo recordar cuándo he disfrutado de una conversación así,

mi señora. Pero como no puedo recordar casi nada, es posible que no esté

diciendo mucho.

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—Lo tomaré como un cumplido.

—Por favor, hazlo. —Exhaló a través de su brillante garganta amarilla y

luego suspiró—. Ojala fuera un hombre, Sunday. Si te conociera mañana,

probablemente te propondría casamiento.

Respirando con calma, Sunday respondió desde su corazón antes de

que tuviera tiempo para consultar a su cerebro.

—Si me encontraras mañana, probablemente diría que sí. —Se

incorporó de inmediato. El foco de luz solar se había desvanecido, y la

brisa del crepúsculo era fresca en su piel—. Debería regresar a casa antes

de que me echen de menos.

Él no dijo nada sobre su respuesta, pero sabía que lo había hecho feliz.

Ella misma se sentía un poco feliz.

—¿Vendrás otra vez mañana? —Preguntó Grumble—. ¿Por favor?

—Lo intentaré. —Su corazón se agitó en su pecho, y estaba segura de

que su rostro estaba rojo de nuevo. Se pasó los dedos por el pelo,

desalojando trozos de ramas y hierba y ocultándole la vergüenza a su

nuevo amigo, que ayer era un desconocido y hoy mucho más. El vínculo

que se formaba entre ellos era fuerte y rápido; sus emociones parecían

demasiado potentes para algo que podría no suceder jamás.

¿Se estaba enamorando de esta rana? ¿Acaso siquiera sabía qué era

el amor? Ojalá alguna vez hubiese sido cortejada por un hombre, para

saber si sus sentimientos eran verdaderos o fugaces. Deseaba tener el

poder de convertir a Grumble en un hombre para poder descubrirlo por sí

misma.

—¿Sunday?

Interrumpió los pensamientos y obligó a su tonto cerebro a que

detuviera la charla.

—¿Sí?

—¿Me besarías antes de irte?

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Era como si hubiese oído sus pensamientos. Quería intentarlo de nuevo,

aunque ayer no había funcionado; no había ninguna razón para suponer

que iba a funcionar hoy. Sunday se sintió muy mal. Pero el pequeño

corazón de Grumble parecía tener más esperanza que la mayoría de la

gente tenía en la vida. ¿Por qué no podía convocar ese optimismo con

tanta facilidad? Por lo menos la magia respondería a la pregunta de si su

amor, o lo que fuera que sintiera, era verdadero... Tiró del arreglado

cabello de su cara y se inclinó para besar su espalda una vez más.

Una vez más, no pasó nada. Una vez más, no estaba segura de cómo

se sentía.

—Buenas noches, Grumble.

—Buenas noches, mi Sunday.

***

La oscuridad abrazó el mundo en la vaga penumbra, y la mente de

Sunday rodaba con pensamientos idiotas, por lo que su hermana casi le da

un susto de muerte. Sentada en la cima de la pared de roca del jardín,

Saturday saltó de las sombras como un enorme gato salvaje. Sunday gritó,

y luego le estrechó los ojos a Saturday con una sonrisa de todo menos

inocente. A veces podía ser peor que Trix.

Y extraña. Saturday nunca tenía tiempo para soñar o ser la hermana

perezosa después de un duro día de trabajo. Sunday podría haber

esperado a Mamá en la puerta, con una cuchara de madera en la mano

para golpearla en los nudillos por llegar tarde. Wednesday a menudo

vagaba por el jardín al atardecer, después de contemplar el cielo tanto

tiempo que se olvidaba si es que estaba realmente en este mundo o en

otro (podría ser cualquiera de los dos con Wednesday). Considerando

todas las cosas, la reunión de Saturday significaba que había una historia

en alguna parte, así que Sunday era todo oídos.

—¡Te lo perdiste, Sunday! Los dos estaban tan guapos, y llevaban

puñales en las botas, y cada uno finalizaba las frases del otro, que era un

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poco extraño, porque uno de ellos tenía un extraño acento. Sin embargo,

raro en el buen sentido, ¿sabes? En un muy buen sentido. —dijo "muy buen

sentido" como si la palabra pudiera estirarse por todo el camino hasta la

luna.

Como de costumbre, Saturday comenzaba la historia en la parte

equivocada. Sunday la habría regañado, pero el entusiasmo de su

hermana era terriblemente contagioso.

—¿Quién? —preguntó Sunday, en parte porque sabía que Saturday

quería, y por otra porque ella realmente quería saber—. ¿Quién estuvo

aquí? ¿A quién me perdí?

—Sus nombres eran Crow y Magpie. Magpie tenía el acento raro. ¿O

era Crow? De todos modos, se han ido y ahora te los has perdido, pero nos

dejaron un baúl de Thursday. —Tomó la mano de Sunday y la arrastró

caminando hacia la puerta—. Tuvimos que esperar a que volvieras, y has

tardado un tiempo dolorosamente largo. ¡Así que date prisa!

Siendo una cabeza más alta que Sunday y con los músculos

ondulantes debajo de la ropa de niño, Saturday constantemente

subestimaba su propia fuerza bruta. Sunday la siguió lo suficientemente

rápido como para evitar que su hombro fuera arrancado de su lugar.

Thursday nunca olvidaba un cumpleaños o aniversario o un día de sus

nombres, pero si enviaba tarjetas y regalos a intervalos regulares, no les

dejaría nada de tiempo ni a ella ni a su marido para piratear realmente, y

los pondría bajo la amenaza constante de las diversas autoridades. Así que,

de vez en cuando, a intervalos aleatorios, llegaba un baúl o una caja,

llenos de regalos.

Sunday lamentó haberse perdido al ilustre Crow y a Magpie. Tendría

que preguntarle a alguien acerca de ellos más adelante, pero ¿a quién?

Saturday tardaría una eternidad, a propósito y sólo para molestarla, pero

Sunday la sacaría la información en algún momento. Mamá sin duda se los

describiría como un par de sucios canallas con los ojos en la plata.

Wednesday pondría una elocuente serie de adjetivos aparentemente

inconexos que algún día, o un mes más tarde, tendría perfecto sentido.

Papa podría hacerles justicia si no estuviese muy cansado después de las

festividades.

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Saturday irrumpió por la puerta, arrastrando a Sunday en su camino.

Todas las cabezas se volvieron a excepción de la de Friday, que estaba de

rodillas ante un enorme baúl, con su falda de retazos haciendo una piscina

de colores alrededor de ella. Trix se sentó con las piernas cruzadas en la

tapa, y si alguien iba a abrirlo, él lo sabría primero. Mamá y Wednesday se

sentaron en el sofá. Peter se dejó caer al lado de ellos, con sus párpados

pesados haciendo un gran esfuerzo por permanecer abiertos. Papá

acomodaba los troncos de la chimenea con un atizador, instándolos a que

dieran un poco más de calor. La madera fresca quemada siempre le

recordaba a Sunday sobre su papá.

—Bienvenida a casa, pequeña. ¿Perdiste la noción del tiempo mientras

conversabas con las hadas de nuevo?

Saturday se detuvo bruscamente, y Sunday tenía la cara llena de

algodón por la camisa. Empujó por detrás a su hermana gigante.

—Ellas tienen las mejores historias para contar —dijo Sunday a su padre.

Papá se llevó la mano al corazón.

—¿Son mejores que las mías? ¡Me hieres! Ahora, ¿podemos ver el botín

que nos envía mi hija, la Reina de los Piratas? —Trix saltó del baúl. Papá giró

el picaporte y tiró hacia atrás la tapa con un estruendo que sobresaltó a

Peter y lo despertó. Friday jadeó y se tapó la boca con las manos.

Doblado en el interior del maletero, estaba el material más

terriblemente exquisito que Sunday hubiera visto jamás. Brillaba a la luz del

fuego, como alas plateadas de hadas.

—No puedo tocarlo —susurró Friday—. Es muy hermoso.

Papá le dio unas palmaditas en la cabeza.

—Tómate un momento, querida. —Extendió el brazo sobre ella para

recuperar el pergamino doblado que se encontraba encima de la tela

fascinante. Mientras leía la carta de Thursday en voz alta, Sunday cerró los

ojos y se imaginó a su combativa y feroz hermana, allí en la habitación con

ellos.

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"Querida amada familia,

Espero que mi caja de tesoros los encuentre a todos bien. Crow y

Magpie me informarán si ven lo contrario. O si no ve a algunos de ustedes

en absoluto, ya que sospecho que Sunday ha estado vagando por el

bosque durante todo el día, como siempre lo hace una vez que la

primavera calienta el suelo lo suficiente.

Esta carta tendrá más sentido si ya han visto sus regalos, así que

adelante, investiguen el baúl. Papá puede terminar de leer una vez que

hayan tocado fondo. Sí, Friday, la tela es para ti, pero si no la tocas, ¿cómo

vas a ser capaz de hacer algo con ella?”

Papá sonrió, dobló la carta y la guardó en el bolsillo. Incluso a océanos

y continentes de distancia, Thursday conocía a su familia demasiado.

Friday se limpió las manos en la falda y levantó con cautela el tejido de

plata de hadas del baúl. Debajo del rollo había uno de color escarlata,

luego uno de rosa oscuro. En el momento en que descubrió la capa de

azul iridiscente de color gris, sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Todas mis hermanas tendrán vestidos —proclamó Friday—. ¡Los

vestidos más hermosos del mundo!

—¿No puedo tener pantalones en su lugar? —se quejó Saturday.

—Vestidos diseñados para doncellas divinas —dijo Wednesday como

en sueños.

—Las hijas de los Woodcutters no tienen necesidad de vestidos de lujo

— murmuró Mamá.

—Quiero el de plata —pidió Sunday.

—¡Tiene que haber algo más en ese cofre! —Todas las mujeres en la

sala miraron a Trix salvo Saturday, quien se encogía detrás de él. Friday le

sacó la lengua y levantó una caja de cubierta adamascada que tenía su

nombre en un trozo de papel clavado en la parte superior. También abrió

la boca mientras la abría. —¡Un equipo adecuado de costura!

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Habiendo tenido suficiente de lo que finalmente se convertiría en ropa

sucia, Trix empujó a Friday fuera del camino y saltó de cabeza en el baúl.

Papá dejó de reírse el tiempo suficiente para decir— Ten cuidado, hijo. —

Como de costumbre, ya era demasiado tarde.

—¡Un arco! —Exclamó Trix triunfalmente—. ¡Y las flechas! Ha enviado

unas flechas para ti también, Peter, pero sin arco. Es una lástima.

—Un arco del tamaño para alguien como Peter no cabría dentro de

un baúl. —Papá sacó a Trix del cofre levantándolo con un fuerte brazo—.

Tienes tus tesoros, muchacho. Deja que tus hermanas tengan los de ellas.

—Te agradecería que dispararas las flechas afuera —dijo Mama con

severidad. Trix ya se estaba probando el carcaj y brincaba mientras

intentaba tensar la cuerda del arco.

Friday le entregó a Peter, que ya no tenía más sueño, el conjunto de

flechas más grandes. Sacó una vaina larga del carcaj y examinó la flecha

con atención. Peter siempre había estado fascinado por la forma en que

se hacían las cosas.

—Estos libros son, sin duda para ti, Wednesday. —Friday sacó cuatro

gruesos volúmenes encuadernados en cuero y se los entregó uno por uno

a Wednesday, cuya sonrisa se hizo más y más grande mientras la pila en su

regazo crecía. Sunday trató de no estar envidiosa; Wednesday siempre

podría hacer un préstamo de libros de su biblioteca en la parte superior de

la torre.

Mamá recibió con suficiente gentileza un gran rodillo de amasar de

mármol, y Papa respetó a Friday al sacar su nueva piedra de afilar y una

bolsa de semillas oscuras. Saturday y Sunday recibieron pequeñas bolsas

de seda con sus nombres escritos en pedazos de papel grueso y atado a

las cintas de cierre. La de Sunday contenía una gran cantidad de

horquillas brillantes para el cabello, con pequeñas estrellas y con insectos y

míticas criaturas en ellas. La bolsa de Saturday contenía un cepillo hermoso

con criaturas en él y un conjunto de espejos. El cepillo tenía un mango de

ébano elegante, y el espejo era de plata, con rosas de madera tallada

que se destacaron en relieve en la parte posterior y a los lados. Cada pieza

se había grabado con palabras que podrían haber sido francés, pero

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Saturday no dejó visibles los artículos ofensivos el tiempo suficiente para

que Sunday pudiera tener la certeza. Los guardó a ambos de nuevo en la

bolsa de seda y luego se sentó sobre ella. A pesar de las buenas

intenciones de Thursday y del catalejo mágico omnisciente, ella todavía

tenía la impresión de que Sunday era un bebé... y que Saturday era una

niña.

Al parecer también había olvidado que a la familia le faltaba una

hermana. Sola, en la parte inferior del baúl, había una bolsa larga de seda

fina. El trozo de papel atado a esta cinta decía MONDAY.

Nadie hizo ademán de tocarlo.

Sunday era muy joven cuando había visto por última vez a su hermana

mayor, poco después de su matrimonio y antes de que la familia

Woodcutter se hubiera mudado a la casa-torre. Mamá y Monday no

hablaban en absoluto, mientras que Sunday no sabía la razón exacta ni la

podía imaginar. En pocas palabras, mamá era una persona muy difícil a

quien amar. Su ética de trabajo se establecía sudando y sangrando y

ganando riquezas, en lugar de casarse y alejarse a la primera oportunidad.

Mamá aceptó los regalos de Thursday porque Thursday siempre había sido

terca y desafiante, mala escuchando comentarios mezquinos y los regaños

de mamá, como profesiones de amor. (Las niñas habían aprendido mucho

de Thursday acerca de cómo lidiar con su madre). Este regalo que era

para su marginada hermana, era sólo una demostración más del desafío.

Era extraño e incómodo, pero definitivamente era de esperar.

Monday era otra historia. Ella había cambiado su regalo de novia por

su libertad, y nunca los había vuelto a contactar. La casa-torre había sido

el comienzo y el final de la generosidad de Monday; Mamá desaprobó la

caridad tal como ella fruncía el ceño sobre todo lo demás.

Fue Wednesday, quien se llevó el bolso pequeño del baúl. Se lo puso

en el bolsillo y, gentil como siempre, dijo

—Vamos a escuchar el resto de la carta ahora, papá.

Sunday fue sorprendida por la capacidad de Wednesday de

encadenar una oración coherente mientras ella estaba con el regalo de

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Monday. Con las instrucciones, papá recuperó el pergamino de su bolsillo y

reanudó la lectura.

"Toda mujer merece algo hermoso. Mis hermanas no son una

excepción. (No frunzas el ceño, Saturday. Incluso me lo agradecerás algún

día).

Friday, por favor no te olvides de hacer un vestido para ti... Sé cómo

eres. Peter, yo sabía que tú prefieres labrarte tu propio arco. Utiliza el de Trix

como guía. Papá te ayudará.

Los amo y los extraño a todos, y pienso en ustedes todos los días. No te

preocupes, mamá: no albergo la menor idea de abandonar mi hogar

perfecto en el mar, donde las estrellas caen directamente en el agua y las

tormentas son tan feroces que luego te acuerdas de lo que es el divino

privilegio de estar vivo. Sueñen conmigo, mi amada familia, feliz en mi

saqueo y en la aventura, puesto que cuando las olas me hagan vibrar

para que duerma esta noche, estaré soñando con ustedes.

Den a Monday mi amor.

Su hija y su hermana favorita,

Thursday”

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Capítulo 3 Regalos Al Igual Que Las Palabras

Grumble? ¿Estás aquí? —Con un cubo en la mano,

Sunday caminó en puntillas cuidadosamente alrededor

de los trozos desmoronados del pozo. En el calor del día,

las rocas sudaban más que la propia Sunday, y se resbaló. Tiró de sus

brazos en un esfuerzo por cogerse a sí misma, ¡no quería aplastar al mejor

amigo que alguna vez tuvo! Después de inclinarse frenéticamente por un

momento, recuperó el equilibrio.

Había un profundo y retumbante graznido de risa de rana a su

izquierda.

—Viste eso, ¿verdad?

—Sí, — respondió el. —Aunque temía que cayeras.

Sunday encontró un sector del terreno más nivelado y se dejó caer en

él.

—Gracia era una hermana diferente, ¿recuerdas?

—Muy cierto, muy cierto. —Saltó más cerca. — Llegas temprano. ¿Hoy

no hay tareas?

—¡Ojalá! Debería estar llevando a Trix al mercado para vender la vaca;

las tareas que no conseguí hacer esta mañana aún estarán ahí cuando

vuelva a casa. Mañana iré a la iglesia para ayudar a Friday, lo cual

significa todavía más tareas para después. Tareas, tareas. A veces pienso

que lo único que hago son tareas.

— ¿

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—¿Tu hermano estará bien por su cuenta?

—Sabe exactamente dónde ir, y a quién se supone venderá la vaca, y

cuál es el precio que busca. Va a estar bien. —La última parte era más una

plegaria que una declaración. Sunday había repasado cada detalle con

Trix, alrededor de tres veces, pero Trix era una fuerza de la naturaleza. Se

negó a pensar en todas las cosas que podrían ir mal, por lo que cambió de

tema—. Te traje un regalo. —Le tendió el pequeño cubo.

—Yo…

Grumble claramente no tenía idea de cómo tenía que agradecérselo,

y ella se rió.

—Hablamos por tanto tiempo que te deshidratas. De esta manera —se

inclinó hacia el otro lado del pozo y dejó caer el cubo en el agua,

llenándolo hasta el borde— no tendrás que disculparte para tomar un

baño. —Situó el cubo entre dos piedras de gran tamaño—. ¿Ves? No tienes

que ir al pozo, porque he traído el pozo a ti.

—Nunca he conocido tanta bondad, —dijo.

—Por supuesto que sí, —le aseguró—. Sólo que no lo recuerdas.

No la contradijo.

El dar y recibir de los regalos siempre había sido importante en la

familia de Sunday. Los regalos, al igual que las palabras, llevaban con ellos

una gran cantidad de energía. Otorgaban buena fortuna tan

poderosamente como podían maldecir; podían unir a personas o

separarlas. El cubo era sólo una muestra de lo mucho que Sunday

valoraba la amistad de Grumble, pero estaba orgullosa de ver que

significaba tanto para el cómo lo hacía para ella. Si no podía desearle ser

humano de nuevo, al menos podría desearle ser feliz.

Sunday deslizó el pulgar a través de las páginas de su libro.

—No tuve mucho tiempo para escribir la noche pasada, pero

entenderás la razón. —Grumble brincó a la gran roca al lado de su nuevo

chapoteadero de madera y se instaló mientras Sunday le hablaba del

asombroso maletero de Thursday, su marido pirata, y el mágico catalejo

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que podía ver el pasado, presente, y futuro desde leguas de distancia—el

regalo de su hada madrina por su nombre.

Sunday no pasó por alto ningún detalle. Grumble sonrió recreando las

intenciones de Trix para robar a los ricos y dar a los pobres, y él se

preocupaba por el rompecabezas de regalo de Thursday para Monday.

Cuando ella lo hizo, le instó a por más, así que abrió su libro y le leyó lo

poco que había escrito sobre sus hermanas y cada uno de los regalos de

los nombres de los días de su Hada Madrina Joy.

Con cada palabra que decía, Sunday se sentía más cómoda. Era

como si hubiera conocido a Grumble de toda su vida, sólo que para él

todas sus historias eran nuevas. Tenía la esperanza de que pudieran ser

amigos para siempre y era triste que no pudieran ser más. Entre todas las

historias que había dejado de contar y todas las aventuras que estaba

segura aún estaban por llegar, siempre tendrían algo sobre lo que hablar.

Siempre.

Pero sabía que eso nunca podría ser; su amistad sólo duraría tanto

como Grumble retuviese sus recuerdos. Si él se quedaba en una rana, ella

sabía por los cuentos de Papa que eventualmente olvidaría que alguna

vez había sido un hombre. El no sería capaz de escuchar sus historias.

Perdería el poder del habla. Con el tiempo, no sabría nada de Sunday. Por

más inevitable que fuera, ahora que tenía esta preciosa amistad, estaba

increíblemente asustada de perderlo.

Grumble debe de haber estado pensando algo parecido.

—Estoy olvidando cómo era ser humano, —confeso él—. No puedo

recordar los rostros ni los nombres, el mío incluido. He olvidado lo que se

sentía al levantarse de la cama por la mañana. El sentir las ropas en mi piel.

El sabor del desayuno en mi lengua. Comida. Creo que una vez me gustó.

El corazón de Sunday se compadeció por él.

—Pero cuando estoy perdido en tus palabras, veo habitaciones y

personas y colores; Siento las risas y la tristeza y la curiosidad. Olvido que

soy una rana. De repente soy simplemente un hombre, sentado aquí en el

bosque al lado de su hermosa amiga, escuchando sus historias sobre su

interesante vida. Eres mágica para mi, Sunday.

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Ella se mordió el labio. Extrañas emociones manando en ella de nuevo.

Era la cosa más bella que alguien le había dicho alguna vez.

—Me has arruinado. No me di cuenta de lo mucho que deseaba la

compañía de otras personas hasta que comprendí tus palabras. Cuando

se van, las noches son más oscuras. El silencio es alto y muy profundo, y

estoy vacío. Las extraño, mi amada Sunday, y te extraño a ti.

Fue inútil luchar; las lágrimas vinieron. Ella era incapaz de romper su

hechizo, pero podía darle lo que tenía. Abrió el libro en la siguiente página

en blanco y comenzó a escribir. Cuando estuvo hecho, se inclinó hacia

atrás y le sonrió a su amigo.

—‗Sunday no era nada,‘ —leyó en voz alta—, ‗hasta que conoció a

Grumble… un hermoso hombre, con el alma de un poeta. Era su mejor

amigo en el mundo entero, y ella le quería con todo su corazón.‘ —Cerró el

libro suavemente sobre su regazo. Su pecho herido. Sus manos

temblando—. Oh, como deseo…

—¡Sunday! —Su nombre fue gritado en voz alta, desde muy lejos—.

¡Sunday!

¿Trix? ¿Qué estaba haciendo de vuelta tan pronto? Miró hacia el alto

sol. Debería haber estado allí otra hora o dos al menos…

—Suuuuuun-daaaaaaaaay, —grito Trix a través de los árboles.

—¡Aquí! —gritó ella—. Estoy aquí. —Y luego a Grumble—: Bueno, te

guste o no, estás a punto de conocer a alguien de mi familia.

—Será un honor, —dijo la rana.

Trix cayó entre la maleza y se tambaleó hacia el claro, con el carcaj de

flechas en la espalda, extrajo el arco con un brazo inseguro. Era dulce que

pensara que ella necesitaba un salvador… y un poco aterrador que

estuviera armado y fuese peligroso.

Sunday levantó una mano para detenerle; la fantasía del elegante

rescate se disipó de sus ojos, y bajó el arco.

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—Ooooooooo, —dijo jadeante—. Un Pozo de Hadas. —Sunday agarró

su huesuda muñeca antes de que pudiera escaparse a través de las

resbaladizas rocas y romperse el cuello. Eso era todo lo que necesitaba.

—Cierto, joven caballero, —dijo Grumble—. Efectivamente este es un

Pozo de Hadas. Casi lo había olvidado. —Trix se quedó quieto y miró

fijamente a la rana.

—Trix, conoce a mi amigo Grumble. Grumble, mi hermano Trix.

—Wow, –dijo Trix.

—Encantado, —dijo Grumble.

—¿Viste al hada cuando estuvo aquí? —le preguntó Trix.

—Sí, —dijo la rana—. Se deleitaba mucho jugando bromas a la gente

que pasaba.

La respuesta de la rana desconcertó a Sunday. Por el estado de las

cosas, el pozo había sido abandonado durante bastante tiempo. Grumble

no podría haber sido una rana durante tanto tiempo, o habría olvidado

completamente su humanidad. ¿Tal vez estaba recordando alguna otra

historia?

—¿Te engañó? —Preguntó Trix—. ¿Es por eso que eres una rana?

—No, —dijo Grumble—. Pero le pregunté si podía eliminar mi hechizo.

—¿Y qué te dijo?

—Aparentemente, sólo el hada que puso el hechizo puede removerlo.

Lo que todas las otras hadas pueden hacer es… doblegarlo un poco.

Reducir la condena. Me dio una año más como hombre antes de que el

hechizo se apoderase, y me proporcionó una cláusula de salida.

—¿El beso del amor verdadero? —preguntó Trix, con los ojos muy

abiertos.

—Eso mismo, —dijo Grumble. No levantó la cabeza para mirar a

Sunday, pero Trix era demasiado listo.

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—¿Has…? —Comenzó a preguntar Trix.

Sunday no podía soportar revivir su fracaso. —La vaca. ¿Tan rápido la

vendiste? —De nuevo, era más una esperanza que una pregunta.

La amplia sonrisa que le dio era inquietante.

—¡Soy un sagaz y suertudo hombre de negocios! Me encontré con un

hombre en el bosque que iba de camino al mercado a por una vaca. Es

una pena que no estuvieras allí, Sunday, tendrías que haber aprendido una

o dos cosas de tu hermano mayor.

La ansiedad que sólo unos pocos minutos antes había ascendido hasta

la garganta de Sunday ahora envenenaba su estómago. No. Por favor,

dios, no.

—Se la vendí por esto. —Trix abrió su palma lentamente, provocando a

Sunday con una visión del contenido.

—Habichuelas. —Iba a vomitar.

—Habichuelas Mágicas, —dijo Trix con orgullo—. Esos astutos zorros iban

a darme sólo una insignificante habichuela. Fui listo, ¡se la di por cinco!

Después de todo, ¿qué ocurriría si una no brota?

Trix dobló la naranja dorada, el sudor pegado de las habichuelas de

vuelta en su bolsillo y las palmeó.

—Las plantaré debajo de mi casa del árbol y después… ¿Sunday?

¿Estás bien?

Sunday había parado de respirar. Era una mujer muerta. Una estúpida,

estúpida mujer muerta. ¿Qué había estado pensando? Trix había sido su

responsabilidad, y ella le había dejado irse solo y comerciar su mejor vaca

por… por…

—¿Sunday? —Trix de repente estaba preocupado.

—Mama me matará, —susurró ella—. Necesitamos ese dinero, Trixie.

¿Cómo comeremos?

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—Ya verás. —Su voz era todo asombro infantil y esperanza infinita—. Mis

habichuelas mágicas crecerán mucho, grandes como nunca has visto, y

tendremos comida para siempre.

Su inocencia era tan hermosa como lo era su decepción.

—A las habichuelas les lleva tiempo crecer, —explicó Sunday—. ¿Qué

comeremos mañana? ¿Y al siguiente día?

La gravedad de la situación parecía hundirse.

—Lo siento, Sunday, —dijo en silencio. Puso sus delgados brazos

alrededor de los hombros de ella y la apretó con fuerza—. No quiero que

mueras.

—Si se me permite el atrevimiento.

En su miseria, Sunday había olvidado a Grumble completamente. La

rana se sentó pacientemente al lado de una esfera perfecta, una roca

cubierta de lodo. Trix dejó a su hermana para sentarse junto a Grumble.

—¿Qué tienes ahí? —recogió la gema esférica.

—Algo para salvar la vida de tu hermana, —dijo—. Esa vida se ha

vuelto singularmente importante para mí en los últimos días.

Sunday meneó la cabeza. Era un gesto dulce. Para Grumble, la pelota

podría haber parecido una preciosa gema o unos abalorios de hada o…

—¡Oro! —gritó Trix.

—¿Qué? —Sunday cogió la pelota de la mano de su hermano; estaba

desprevenida por su peso y casi la deja caer. Raspó la espuma con la uña

para revelar la superficie lisa y dura debajo.

—¡Lo es! —Se rió, saltó arriba y abajo, y abrazó la baratija hacia ella. Y

entonces recordó que no estaba apilando un kobold. Sunday le ofreció la

pelota a Grumble—. No podemos aceptar esto.

—Sunday, soy una rana. ¿De qué me sirve?

—Pero esto vale…

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—Eso y cientos más como ellos no me dan lo que más quiero en el

mundo, —le recordó—. Pero si compra uno de los segundos de la felicidad

de tu familia, entonces para mí vale mucho más de lo que cualquier

prestamista pudiera ofrecerte a cambio de él.

Su conciencia todavía no le dejaba aceptar la baratija. Los ojos de

Sunday se movieron de su hermano a su amigo, su mente analizando sus

necesidades contra su moral. Ambos pesaban alrededor de dos libras de

sólido oro.

—Por favor, —dijo Grumble—. Considéralo un regalo.

Un regalo. Él no había rechazado su regalo, así que ella no debería

negar el suyo… a pesar de que le había dado un cubo, y que él le había

dado una felicidad a su familia. Sunday se preguntó si Grumble tenía

alguna idea de cuánto poder tenía sobre ella. Cerró los ojos, asintió con la

cabeza, y deslizó la baratija en el bolsillo. Necesitaba irse antes de que

cambiasen sus intenciones. Pero primero, se agachó, recogió a Grumble

en sus manos, y le besó cordialmente.

—Te lo agradezco, mi querido amigo, más de lo que nunca sabrás. —Él

educadamente no dijo nada sobre su exuberancia—. Trix y yo deberíamos

irnos ahora, pero iglesia o no, ¡encontraré una manera de regresar

mañana para poder contarte todo! ¡Lo prometo!

No le escuchó decir adiós. Emocionada, Sunday saltó al lado de Trix a

través de la maleza. Corrieron a toda prisa hacia el lindero del bosque,

hasta que divisaron la casa de la torre en el horizonte. Su energía se agotó,

reduciendo la velocidad al caminar. El peso de la bola de oro golpeaba

de modo reconfortante entre el libro de Sunday y su pierna, recordándole

cómo de doloroso y cómo de gloriosa podía ser la vida, todo al mismo

tiempo.

—Te ama.

La aclaración la sorprendió. Trix era así. Lleno de caracoles y colas de

cachorros de perros en un minuto y de manera poco natural un sabio al

siguiente. Lo que dijo podría haber sido verdad, pero Grumble era una

rana y Sunday era una chica, y entre ellos había un hechizo que podía

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haber sido el océano. Grumble la amaba, pero eso no cambiaba el

doloroso y glorioso camino en el mundo.

—Y tú le amas. —Añadió Trix.

Tampoco lo hacía eso.

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Capítulo 4. Godspat

ADA MÁS LEVANTARTE, piensas que acabas de ser hervido

en aceite y arrojado sobre el hielo, camino de ser

despellejado vivo. Vomitarás, a pesar de que tu

estómago ha estado vacío durante mucho tiempo, y sentirás como si

alguien estuviera metiendo a empujones el mundo, a través de un agujero

de alfiler en la parte superior de tu cráneo. Te preguntarás si cada hueso

de tu cuerpo ha sido aplastado por la bota de un gigante y luego puestos

juntos de nuevo en el lugar equivocado. Ni siquiera recordarás cómo

hablar. Dioses, casi ni recordarás cómo pensar.

Rumbold no lloraría. Iba a cumplir seis años este verano. Su padre le

había dicho que no era un niño, era un hombre. Los hombres no lloran. Los

príncipes definitivamente no lloraban.

Jack sacó sus pensamientos directamente al aire.

—Y llorarás, largo y fuerte, como un niño pequeño y patético. Llorarás

porque en ese momento tu mente se llenará de nada, pero lo increíble es

ser un hombre de nuevo. Esa es la parte más dolorosa de todo. — Su voz se

suavizó, y giró la cabeza—. Regresar es parte del precio a pagar.

El joven príncipe asintió en silencio. Había tenido el suficiente valor

como para hacer frente al cuarto de enfermería de Jack después de la

transformación de uno de los chicos más mayores; Rumbold no podía

perder la oportunidad de aprender del destino que del mismo modo le

acontecería. La Hada madrina de Rumbold había transformado a Jack en

un perro como penitencia por matar al querido cachorro de su ahijado. La

hada madrina de Jack había reducido la pena de Jack a un año y

—N

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hechizó a Rumbold con su propia transformación en su décimo octavo

cumpleaños. Ella les había prohibido a todos que hablaran de esta contra-

maldición. Hasta el rey estaba de acuerdo.

No era justo. Rumbold no había maldecido a Jack, y, desde luego que

no había pedido que asesinaran su regalo de cumpleaños. Todo había

sido un accidente. Había visto a su cachorro buscando sobras en los

talones de Jack. El pisotón que instintivamente Jack le dio con el pie no

hubiera hecho daño a cualquiera de los otros perros en el comedor de los

guardias. Sus madrinas se habían excedido y perdieron los estribos sin razón

alguna. Simplemente no era justo. Pero el daño ya estaba hecho: en doce

años, Rumbold pasaría doce meses como una rana.

—Para aprender la humildad —dijo la brillante madrina de Jack. Había

dicho un montón de cosas esa noche, pero Rumbold no lo había

escuchado hasta que empezó a hablar de él. La pérdida de su cachorro

había dejado un lugar vacío en su interior que no había estado lleno desde

que su madre murió. Ni siquiera le había puesto un nombre.

Jack asustaba a Rumbold. Jack era un gran héroe. Él participó en las

Grandes Aventuras e hizo cosas asombrosas. Las brujas se estremecían a

sus pies. Los demonios temblaban en sus botas (si es que llevaban botas).

Jack tenía la misma edad que Rumbold cuando le golpeó la primera

maldición. El joven príncipe esperaba que fuera la mitad de fuerte. La

mitad de terco. La mitad de valiente. Por el momento, no estaba más que

asustado. Tenía un largo camino por recorrer.

Jack mordió un pedazo pequeño de pan tostado. La enfermera había

dicho que Jack podía tomar alimentos sólidos y ―en un tiempo volverá a

mantenerse sobre sus pies.‖ En el momento en el que sus pies tocaran el

suelo, caminarían derechos a las puertas del castillo, y Rumbold no volvería

a ver a Jack de nuevo. Esta era su única oportunidad.

—Si eres inteligente, — dijo Jack— mantendrás este recuerdo de

nosotros en un lugar seguro. Piensa en ello todo el tiempo: cada mañana,

cuando te despiertas y todas las noches antes de irte a la cama, cada vez

que tomes un bocado para comer y cada vez que vacíes los intestinos. Si

puedes prepararte para hacer eso durante un largo tiempo, cuando

despiertes de nuevo al mundo, esta será la primera cosa, la única cosa, en

tu mente. ¿Estás escuchando?

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Rumbold escuchaba con todo su cuerpo. Oyó el roce de la ropa de

cama debajo de las piernas de Jack. Oyó el castañeo entre los dientes.

Oyó la cuchara removiendo el caldo humeante en la bandeja. Oyó el aire

que Jack tomaba por la nariz antes de hablar. Incluso oyó como se

deslizaba la medalla de oro a lo largo de la cadena alrededor del cuello

de Jack mientras se enderezaba.

—Hay dos cosas muy importantes. Número uno: debes recordar cómo

se respira. Como en la esgrima. Abrir la boca. Los pulmones. Inspirar, expirar.

Que la lengua no se ponga en medio del camino. Si se te olvida la forma

de respirar, todo lo demás no importa. ¿Lo tienes?

Rumbold asintió en silencio otra vez.

—Número dos: quédate quieto. No trates de ponerte de pie. —Jack

lanzó a Rumbold una sonrisa torcida—. Confía en mí, no querrás estar de

pie cuando regrese tu mente.

***

Él quería morir, y esa era la sensación más maravillosa del mundo.

Abrir la boca.

Pulmones.

Inspirar, expirar.

No pasaba nada.

Quita la lengua del camino.

La vida entró en sus pulmones. En la exhalación, gritó tan fuerte y

durante tanto rato, que las aves huyeron de los árboles por encima,

dejándolo desnudo y solo en el silencio natural de la primavera.

Se sacudió, su piel cubierta del frío y primordial lodo. Piel.

Vomitó otra vez, y pensó en mover la cabeza en esta ocasión. Cabeza.

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Estómago. Rostro. Piel. El dolor subía y bajaba por su cuerpo. Cuerpo.

Movió los dedos de las manos y de los pies, era enloquecedor e incorrecto.

Pero no era incorrecto.

Era correcto.

Increíblemente correcto.

Abrió la boca para reírse antes de darse cuenta de que había

olvidado cómo hacerlo. Lo recordaría, con el tiempo. Él sanaría. Sería él

mismo otra vez. Se puso de pie sobre sus propios pies, como el hombre que

había sido, al igual que el hombre que era.

En pie.

Apoyó una mano en el suelo y empezó a levantarse.

Quédate quieto.

La voz del hombre se hizo eco fuertemente en su cabeza. ¿Era su voz?

Se preguntó que insistencia sepultada podría querer que no saltara sobre

sus pies y corriera todo el camino hacia casa.

Su casa.

Los recuerdos surgieron y se rompió la presa de la maldición que había

construido dentro de su mente. No tuvo tiempo de gritar antes de que la

oscuridad lo consumiese.

***

Sus propias estúpidas lágrimas suaves lo despertaron. Le hicieron sonreír.

Los hombres fuertes no lloran. Pero aunque hacerlo le hiciese un

hombre débil, seguía siendo un hombre, al fin y al cabo.

En alguna parte un pájaro carpintero toqueteaba. El aire en su piel le

hizo estremecerse. El cielo era tan brillante que podía verlo rojo a través de

los párpados delgados. Los abrió.

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Demasiado brillante.

Los cerró de nuevo.

Una cosa a la vez.

Escuchó al bosque durante un rato: las aves y los insectos, el viento en

las hojas, el murmullo de pequeños animales en la maleza. Respiró hondo,

olio el musgo, la suciedad, y luego a sí mismo mientras el calor del sol le

hacía sudar. Extendió los dedos a lo largo y sintió el baile de la brisa entre

ellos. Pasó los dedos por las piedras irregulares cubiertas de musgo debajo

de él. Quitó un palo que tenía debajo de la espalda, contento de que una

vez más tenía una espalda donde recostarse.

Se tocó el vientre, el cuello, la cara, pasó las manos sobre sus cejas, sus

orejas, su pelo, su sonrisa. Sus ojos estaban húmedos en las esquinas y sus

labios tenían dientes debajo de ellos. Tenía la lengua unida a la parte

posterior de su paladar ahora, no a la delantera. Su cabello era más largo

de lo que recordaba.

Recuerda.

Se detuvo antes de que su mente se perdiera de nuevo en la gran

escala de la regurgitación de su vida. Tomó otra lenta respiración y volvió

a la comodidad de la madera. Empezaría desde aquí y trabajaría su

camino hacia atrás. Sería más fácil. Más seguro. Menos doloroso.

Al instante, ella llenó su mente completamente, su corazón había

olvidado cómo latir. En sus pensamientos, el sol brillaba en su cabello

dorado mientras se tendía en el suelo junto a él. Se quitó los zapatos y sus

faldones se agruparon en torno a sus pies de piel clara. Ella era tan natural,

salvaje, inocente y misteriosa como la madera misma. Sabía tan poco del

mundo y sin embargo, lo había visto todo a través de los ojos de la

sabiduría poco común. Ella habló, y el brillante tono de cristal de su voz lo

tranquilizó. Se reía con todas sus fuerzas, y cuando sonreía, ella brillaba. Era

sorprendentemente hermosa, como un cervatillo recién nacido, incluso

más aún en su inconsciencia feliz de la realidad. Era a la vez egoísta y

generosa, ingrata y amable. Se llamaba Sunday.

Y lo amaba.

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Rápidamente volvió a tocarse para asegurarse de que, de hecho,

había regresado como un hombre, entero, y a pesar del insoportable dolor,

sano y salvo. Así, se aseguró, dejó que sus pensamientos volvieran de

nuevo a su chica. La encontraría y se unirían para siempre, como los dioses

habían dispuesto, y el mundo sería lo que fue destinado a ser.

Se pasó una mano por el rostro, y se asomó a los colores saturados del

mundo a través de los espacios entre sus dedos. El aire le secó los ojos y

trató de cerrar un párpado que ya no existía. Las hojas en el dosel superior

eran del verde brillante de la primavera recién nacida. Un arrendajo

picoteaba sobre la hierba cercana, azul, como un trozo de cielo que

viniera a visitarlo.

Un suspiro ronco traicionó su sed. Todavía no estaba preparado para

unas largas piernas, se arrastró sobre manos y rodillas a la cubeta de al

lado del manantial. Levantó el liso borde de madera a sus labios con los

brazos temblorosos y bebió ávidamente de ella, emocionándose con las

gotas de agua que corrían por los lados de su rostro y sobre su pecho.

Llenó el cubo otra vez y lo vació sobre su cabeza, varias veces, limpió el

barro y los vómitos de su cuerpo. Se sentía como un hombre nuevo. Era un

hombre nuevo. El ondulante reflejo del agua lo examinó con su rostro viejo

y familiar.

La cara de un príncipe.

Un príncipe que no tenía nada que ver con su familia.

En la ira, aulló y estrelló el cubo contra el ruinoso pozo. Levantó algunas

rocas más bien pequeñas y las lanzó a una lamentable corta distancia en

la madera. Eso lo apaciguó muy poco.

El destino seguía siendo tan malicioso y cruel, y la vida todavía no era

justa.

Él y Sunday fueron víctimas de su historia. Ella podría haberlo amado de

verdad, ojalá lo amara todavía, pero su amor por su familia era un vínculo

que nunca podría pedirle que rompiera. De todas las mujeres de la tierra,

el destino había elegido a la hermana pequeña de Jack Woodcutter.

Era una broma cruel.

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Tenía que encontrarla.

Tentativamente se levantó y se tambaleó hacia delante, obligando a

sus músculos a recordar los movimientos que hace casi veinte años habían

sido una segunda naturaleza para él. Espinas y ramas raspaban el lenguaje

de la madera en puras líneas sobre su renacida tierna piel. Para su alivio,

una delgada capa de nubes cortésmente se movió sobre el abrasador sol.

Echó un vistazo a la tierra del camino por si los pies de su gran amor lo

hubieran pisado tres días seguidos.

Se centró en un recuerdo: una visión de caballos y perros saltó delante

de él. Había hecho esto antes. Él era un cazador. Había seguido al ciervo y

al jabalí salvaje y trajo a casa el despojo para festejarlo y celebrarlo. La

comida llegaba hasta donde el ojo podía ver, el canto suficiente como

para llenar los días y que no acabaran las noches, y mujeres, qué mujeres...

preciosas sombras ahora en la memoria de otra vida. Se centró en una

nueva memoria, la única por la que valía la pena vivir. Ella era minúscula,

con un brillo en los ojos y una sonrisa que hacía que su sangre cantara.

La capa de nubes en el cielo se puso espesa. El camino desapareció.

Levantó la cabeza, tratando de ver el borde del bosque entre los árboles.

Un abismo de troncos despellejados se quedó detrás de él. Inclinó la

cabeza y arrastró los pies, sus ojos revoloteaban de una piedra brillante a la

siguiente en la oscuridad cada vez mayor.

Por último, se encontró en el borde del mundo. Sólo unos pocos árboles

le separaban de la pradera más allá del bosque.

La torre de vigilancia se marcaba contra el cielo, llamándolo a regresar

al mundo de los hombres. Sus piernas ardían. Su pecho le dolía. Riachuelos

de sangre lloraban de los arañazos de su piel y de las grietas de sus

desecados labios. Sin los árboles para amortiguar la planicie, el viento

barría libremente alrededor, doblando la hierba alta en ondas y

batiéndole el pelo largo sobre su cabeza.

Llegó a la alta pared de roca que rodeaba la torre de vigilancia, que

seguía de nuevo a donde una mujer se apresuraba a descolgar sabanas

de las ramas secas. Se volcaban y rompían al ritmo de la tormenta que se

acercaba. Con manos hábiles, mantuvo un firme control sobre la ropa sin

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dejarla caer, dejándolas una por una en la gran cesta que llevaba a su

lado. Su cabello y sus ojos eran del mismo gris intenso que las nubes

amenazantes.

—Ya era hora —dijo por encima de las ramas hacia donde estaba él—.

No te quedes ahí parado. Ven y ayuda a tu madre.

Era evidente que lo había confundido con otra persona, pero abrió la

puerta y se acercó a ayudarla.

—¿Vas a ...?

Lo miró entonces, finalmente, su ojos lo miraron desde la cabeza a los

pies. Con todo su dolor, no se le había ocurrido avergonzarse de su

desnudez, y agradeció a los dioses que a ella no se le ocurriera gritar.

Había una sorpresa contenida en su rostro, lástima, quizá, un poco de

confusión, y luego un severo control de limpiarlos a todos.

—Diste a los dioses un dolor de estómago y te escupieron de vuelta,

¿no? —Ella arrancó más ropa limpia de la rama y la empujó hacia él—.

Ponte esto. Mi hijo es de tu edad. No exactamente tan alto y flaco como

tú, pero te estará.

Se quedó mirando el bulto que había empujado a sus brazos: áspero,

material de andar por casa o bien marrón desteñido por demasiados

lavados o blanco oscurecido por usarse demasiado.

—Gracias. —Quiso decir, pero su lengua recolocada se negaba a

moverse para decir las palabras, y repitió un suspiro, solo y miserable.

—Pareces un hombre, pero suenas como un cuervo, lo que con todo,

has venido pidiendo a la puerta de mi casa. Anda, vístete, si puedes

hacerlo. Voy a buscar un poco de agua.

La forma en que ladraron sus órdenes no admitía oposición.

Torpemente se empujó la camiseta sobre la cabeza y a continuación, se

puso los pantalones demasiado grandes. La mujer volvió con una taza y un

trozo de cuerda. Le tendió la copa, y él se lamentó por las preciosas gotas

que se le derramaban por los lados.

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—Bebe —le ordenó. El agua fresca picaba en los labios y le congelaba

la garganta, pero le dio la bienvenida. Ella anudó el cordel alrededor de su

cintura, mientras el apuraba la taza, y entonces, ella salió a buscar más

agua—. Ahora siéntate mientras termino.

Se arrastró a la banca que le indicó mientras suavemente saboreaba

el agua. Vio cómo trabajaba, arrancando la salvaje ropa fuera del viento.

Sus modales bruscos eran curiosamente contrarios a su bondad. Había

animales en el bosque que actuaban de esta manera, cuando trataban

de protegerse a sí mismos. O a sus crías. Se preguntó dónde estarían sus

hijos.

Algo crujió en el banquillo. Miró hacia abajo para ver a un amigo

íntimo saludándolo con la mano, con sus orgullosas páginas revoloteando.

Lo recogió, deleitándose en lo pequeño que parecía ahora, este pequeño

libro que una vez había permanecido como un gigante a su lado. Quería

sostenerlo junto a su corazón, olerlo y ver si su esencia se había quedado

allí. Quería quedárselo, pero eso la pondría triste, y no podía soportar el

tener que causarle dolor. El viento pasó las páginas hacia la última palabra

escrita allí. Se permitió recordar la alegría mientras había leído el breve

pasaje para él. Cuando las palabras se repitieron en su mente, lo hicieron

en su voz:

Sunday no era nada hasta que conoció a Grumble, un hombre

hermoso, con el alma de un poeta. Él era su mejor amigo en el mundo

entero, y ella lo amaba con todo su corazón.

Ella lo amaba. Leer esas palabras lo refrescaron más de lo que podrían

hacerlo un millón de vasos de agua. Lo amaba, y la declaración de ese

amor lo había salvado. Lo amaba, y le dio la fuerza para hacer lo que

tenía que hacer. Lo amaba. Sólo esperaba que lo amara lo suficiente

como para confiar en él, que todavía lo amara cuando todo estuviera

dicho y hecho. Él esperaba que todavía lo amara cuando lo conociera

por lo que era.

La mujer se puso frente a él, con su ropa rescatada del viento. Sostuvo

el libro hacia ella, y lo arrojó en la cesta.

—La tonta mente distraída de una hija. Ven adentro. —Le ofreció.

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Se tomó una enorme cantidad de fuerza necesaria para mover la

cabeza. Tomó la mano libre de la mujer y se la llevó a los labios

destrozados.

—Eres un encanto —dijo, con palabras suaves, verdaderas y

poderosas—. Podrías elegir a cualquier chica de la tierra. — Y entonces,

esa cara de control regresó—. Cuando estés limpio, por supuesto. No estás

en condiciones para ser el muñequito de un troll en ese estado.

Él sonrió y apretó los dedos alrededor de la taza vacía. —Graaaaci-as

—dijo cuidadosamente. Esta vez parecía que sonaba más como lo que

quería decir.

—No hay de qué.

Hizo una pequeña reverencia y caminó de regreso por la puerta del

muro de piedra. Cuando llegó al pie de la colina, se volvió para mirar

hacia atrás a la casa-torre. La madre de su verdadero amor se situó en la

puerta, con la cesta en la mano y las faldas girando a su alrededor

mientras ella velaba por él.

Aún no había llegado al borde de la ciudad antes de que comenzara

a llover. Grandes gotas de agua levantaban el polvo de la carretera y lo

removía en el barro de entre los dedos. Paso a paso, su dolor regresó y se

amplió. Por fortuna, los dioses enviaron un hombre de ojos amarillos en un

mohoso carro de heno que se ofreció a llevarle a la ciudad.

El castillo era una bestia negra en el horizonte, su torre más alta se

sumergía de lleno en el corazón de la tormenta. Era vertiginoso ver el

bullicio de tanta gente por las calles empapadas de lluvia.

Dio las gracias al hombre una vez el carro se detuvo, pidiéndole con

las pocas palabras como pudo, para darse a conocer al rey. Había

practicado sus palabras en el camino mojado por lo que no tropezaría con

ellas.

Caminar era insoportable. Las almohadillas de sus pies eran ampollas.

Sacudió la tensión de sus músculos. La esperanza que le había excitado en

la casa-torre se desvaneció en un agobiante agotamiento. Ya no falta

mucho, se repetía a sí mismo. Ya no falta mucho.

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En la entrada de los guardias fue detenido con una lanza.

—Ahora, ¿donde crees que vas?

—Aaawik.

— ¿Vienes de nuevo?

Concéntrate.

—Erik.

El guardia volvió la cabeza y gritó a la puerta de entrada detrás de él.

— ¡Erik! Un mendigo aquí quiere verte.

— ¿Un mendigo? Buen Dios, no puedo ser molestado con... —Un

hombre corpulento con una mata de cabello rubio rojizo apareció en la

arco de piedra. Se limpió la boca con el dorso de su mano, como si

hubiera sido convocado a mitad de su comida.

—A ver, ¿de qué trata todo esto?

Erik había sido un guardia real desde que Jack estaba en servicio. De

todos los hombres del rey, Erik debería haberlo conocido, al "él" de antes. El

príncipe sólo podía imaginar su aspecto actual: triste, flaco, horrible.

Palmeado por los dioses. No es el glamuroso retorno del hijo pródigo. Su

rayo de esperanza se desvaneció aún más. Se enderezó tanto como pudo

y puso una mano sobre el hombro del guardia.

—Erik. Pooor favor. Ayúdame.

Los ojos de Erik se movieron a través de la ira y la confusión antes de

llegar finalmente a su reconocimiento.

— ¿Rum…?

Cerró los ojos de golpe, como si eso pudiera impedirle oír este nombre.

Hacía años que nadie lo había dicho, necesitaba esperar un rato más. El

una-vez-y-ahora-de-nuevo príncipe se llevó un dedo a los labios

temblando.

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—Por favor.

Erik le dio un alegre abrazo y tiró de él hacia el interior del castillo.

—Han pasado años, hombre —dijo en voz alta—. ¡Te ves como el

infierno! Refúgiate de esta tormenta y cuéntame, ¿qué está haciendo tu

madre, mi tía? ¿Sigue siendo tan bella como siempre?

Erik continuó con la farsa a través del Pasillo de los guardias y mantuvo

el monólogo hasta bien dentro de las murallas del castillo.

—Saca a Rollins fuera de sus copas —dijo a un sirviente errante—. Dile

que se le necesita en las cámaras de su maestro.

Erik lo llevó por las escaleras traseras y lo apoyó en el borde de su

cama, donde se estremeció sin control.

—Hace frío aquí —dijo Erik—. Encenderé el fuego.

Asintió con la cabeza, pero el guardia ya había dado la vuelta. Cada

músculo de su cuerpo se estremeció, su mente se balanceaba sobre el

borde de delirio. Esperaba que Rollins no tardara mucho. Su deseo se

había concedido.

—¿Qué es esta blasfemia? —gritó el hombre bajito y bien vestido

desde la puerta, ¿la voz de Rollins siempre había sido tan alta y arrastrada?

El príncipe llamó a la última de sus fuerzas y comenzó el discurso que había

practicado en la carretera.

—Hay un... hombre. Con un carro de heno —Los malditos dientes

necesitaban dejar de castañear— bajo la lluvia. Se dirigirá al rey. Com...

compénsalo.

Rollins se cuadró.

—Sí, Su Alteza.

—Anuncia. Un baile. Cada mujer joven... en la tierra. Trrreees...

No estaba seguro de si su voz o su aliento lo dejaron en primer lugar.

—Tres bailes o tres días, ¿señor?

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Su frente comenzó a sudar por el esfuerzo de permanecer en posición

vertical y mantener sus palabras coherentes.

—Las dos cosas. Además, envía... una misiva. P-prestamistas.

Rollins se echó hacia adelante, y el príncipe murmuró los detalles en

tan pocas sílabas, como podía manejar.

Rollins asintió con la cabeza gacha, y retrocedió hacia la puerta.

—Como desee, señor. De inmediato, señor.

—Rollins.

Su sirviente se detuvo. El príncipe tomó una profunda respiración,

concentrándose en la importancia de encadenar los últimos de sus

dispersos pensamientos juntos.

—Por favor, dile a Padre... que he regresado.

Rollins se inclinó una vez más, sonriendo.

—Es agradable que esté de vuelta, señor.

Rumbold permitió que los sentimientos se hundieran en su mente.

Volver. Estaba de vuelta. Agotado, se desplomó sobre las sábanas de

seda, oscilando dentro y fuera de la consciencia. Oyó la profunda voz de

barítono de Erik desde donde se puso en cuclillas sobre la chimenea,

persuadiendo a un incendio de registros antiguos.

—Bien, bien, bien. Esto debería ser interesante.

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Capítulo 5. Malvado

UNDAY SE DESPERTÓ con un pinchazo en el costado y abrió

los ojos para ver a su madre cerniéndose sobre ella. La fuerte

tormenta les había mandado a todos a la cama temprano.

Para Mamá, eso significaba que toda la familia se debía

despertar pronto. Seven Woodcutter nunca había sido del

tipo de madre delicada, cálida, que hornea galletas. Siempre había sido

del tipo de -desgastar la vara-. Al menos ya no usaba la vara con sus

propios hijos. No tanto, ya no. Sunday sintió el roce familiar de las páginas

bajo su mejilla. Se había quedado otra vez dormida escribiendo. Su mirada

voló hacía el candelabro de la mesita de noche y el pequeño trozo de

vela. Vaya, Friday debió apagarla. Sunday siempre recibía una severa

reprimenda -a veces más- cada vez que su madre descubría que una vela

ardía hasta la base, porque era la prueba irrefutable de que al menos algo

de su luz había sido desaprovechada.

Detrás del candelabro estaban las piedras de hada y la bola brillante

de Grumble. Cuando Sunday le había enseñado los objetos a su familia, el

único comentario de su madre fue que lo mejor era que Sunday no se

apegara demasiado a los adornos. Ya que tendrían que venderse para

cubrir la pérdida de la vaca.

A pesar de la tacañería de su madre, Sunday sospechaba que ni todo

el oro del mundo la haría feliz. Se preguntó que podría hacerlo. Se

preguntó si su madre habría sido alguna vez feliz. De ser así, deseaba

haber estado viva para verlo.

Otro pinchazo.

S

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—Ha habido una proclamación —dijo mamá a modo de explicación.

Sunday gimió. Las proclamaciones reales a menudo significaban más

trabajo, menos comida y la pérdida de algo que se daba por sentado.

—El príncipe Rumbold está organizando tres bailes.

El príncipe cuya malvada hada madrina había arruinado a su familia

para siempre.

El repentino príncipe solitario que había sido declarado enfermo,

perdido, muerto o las tres cosas en los últimos meses, y que evidentemente

había recuperado la salud, había sido rescatado y/o resucitado.

Cualquiera que fuera la verdadera historia, al parecer, el espíritu había

llevado a Su Fastidiosa Alteza a celebrar un baile o tres, así que era lo

bastante pretencioso para anunciarlo al pueblo como si a nadie le

importara un higo.

—Bien por el príncipe Rumbold —dijo Sunday rodando los ojos, su suave

almohada la invitaba deliciosamente a soñar.

Pinchazo.

—Todas las chicas casaderas del país están invitadas. Si eres buena y

haces todas tus tareas, te dejaré ir.

Sunday no podía pensar en nada que le apeteciera menos que asistir

a un aburrido evento político. Prefería pasar su tiempo visitando a Grumble

en el pozo.

—Diviértete sin mí.

Sintió que las páginas de su libro se deslizaban por debajo de su mejilla.

Sunday extendió la mano para cogerlo, pero mamá fue más rápida.

—Hoy vas a ir al mercado y vender esa baratija dorada —ordenó

mamá. Los ojos de Sunday no dejaron el libro que su madre aún mantenía

como rehén—. Llévate a Trix contigo, también tiene que redimirse, además

de lo que ya necesitamos, compra cualquier cosa que Friday necesite

para haceros los vestidos, chicas. Ella está en la cocina ahora mismo,

haciendo una lista. Gracias a los dioses por el presagio de Thursday.

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O gracias a la Hada Madrina Joy por el catalejo mágico de Thursday.

O gracias a Grumble, cuya baratija dorada les ha salvado a todos. O

gracias a Sunday, quien ha hecho un amigo generoso que valía la pena.

Pero estaba demasiado distraída para discutir.

—Cuando regreses, harás tus tareas y las de Friday durante los próximos

tres días. Al final de estos tres días asistirás a los bailes.

—¿A los tres? —Se quejó Sunday.

—A los tres.

—¿Que dice Papá? —Con la repelente familia real involucrada,

Sunday no podía imaginar que su padre dejara el asunto sin pelear.

—Tu padre no ha dicho nada. A todas las chicas del país les han

pedido que asistan; todo hombre casadero y con recursos recibirá una

invitación. No me importa si ese horrible príncipe es quién los está

celebrando. Esta puede ser la única oportunidad de mis chicas de atrapar

a un marido decente, y antes de que acabe la semana veré al menos a

una de vosotras felizmente comprometida. ¿He sido clara?

Sunday no pudo imaginar nada ―feliz‖ saliendo de esto, pero asintió

con la cabeza y vio como mamá se guardaba el libro en el bolsillo.

—Sunday… —La voz de mamá había cambiado. Sorprendida, los ojos

de Sunday abandonaron el bolsillo que mantenía a su libro prisionero—. No

querrás vivir aquí toda la vida, ¿verdad? —Las palabras de mamá tenían

una cadencia cantarina.

—No.

—Por favor. Haz sólo lo que te pido y dejaré que tengas tu diario de

vuelta antes de que vayas a la cama cada noche. Pero me lo llevaré otra

vez cada mañana. ¿Entendido?

—Sí, mamá.

Sunday sintió el peso de su madre abandonar la cama. Aún podía oler

la flor de su delantal, o podría no haber creído que su madre había estado

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allí. Era la primera vez en casi dieciséis años que su madre realmente le

estaba hablando a ella y no ante ella.

Sunday se vistió confundida y cogió la bola de oro de la mesa. Sostuvo

el frío metal contra su pecho y pensó con afecto en su amigo. Luego

deslizó la bola en su bolsillo y fue abajo a recoger a sus hermanos.

La tormenta no había perdonado a los Woods. Un gran tramo del

camino estaba cubierto con ramas, hojas y un mantillo de desechos. Papá

decía que estas tormentas eran causadas por hadas que alteraban el

equilibrio. El equilibrio era imperativo en la magia, un desequilibrio podía

romper el tejido del mundo y separarlo. Por eso, las hadas nunca tomaban

a un niño sin dejar algo a cambio en su lugar. Premiaban a una persona y

castigaban a otra. Sólo cuando un poderoso hechizo era lanzado o roto,

se alteraba el equilibrio. Las tormentas eran la vía para llamar la atención

de los dioses.

Wednesday había comentado en la cena que no tenían tormentas así

de malas desde que Monday se fue. Por supuesto usó unas palabras más

bonitas; apenas dijo lo que insinuaba y lo dijo rimando... pero mamá la

entendió perfectamente.

Le había dicho a Wednesday que dejara la mesa y subiera a su cuarto,

con esas mismas palabras. Mamá no usaba florituras.

Sunday siguió a Trix por encima de una gran roca para evitar un árbol

astillado. Era demasiado joven para recordar las tormentas de Monday,

pero recordaría esta. Visto por los dioses o no, sin duda había causado un

alboroto.

Friday parloteó durante todo el camino al mercado, como si a Sunday

y a Trix les importara las cosas sobre hilos, botones o cintas.

Trix hizo volteretas mientras Friday siguió con dobladillos y volantes.

Sunday imaginaba formas en las nubes durante el lamento de Friday sobre

la falta de tiempo para un bordado adecuado.

Sunday observaba a Trix, asegurándose de que no se extraviara. Friday

se preguntó si tendrían suficiente dinero para el encaje.

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—Un lujo, sin lugar a dudas, pero sólo un pequeño ribete, ya me

entiendes...

Sunday se detuvo cuando el pilar de piedra y el árbol torcido

aparecieron en su visión. Eran sus señales del camino del pozo de las

Hadas, hacia Grumble. La tentación de alejarse de sus hermanos fue

abrumadora, pero Friday era demasiado dulce para tomar la delantera

junto a Trix. ¿Quién sabía qué desastres podrían crear solos? Sería bastante

difícil entregar el valioso adorno a un prestamista.

—¿Sunday?

Friday estaba llamándola. Sunday se dio cuenta de que se había

quedado congelada en el sitio, con la mirada perdida en el bosque. Trix

deslizó la mano en la suya y la apretó.

—Lo siento —dijo—. Estoy bien, sigamos.

Con cuidado, continuaron juntos por el estropeado camino.

La familia Woodcutter había tratado con Johan Schmidt muchas veces

a lo largo de los años, le encantaba escuchar buenas historias tanto como

al padre de Sunday contárselas. Su pelo había crecido más fino y sus gafas

se habían vuelto más gruesas, había desarrollado una encorvadura

estudiando detenidamente los pergaminos y las pilas de monedas. Estaba

con el ceño fruncido ante un pergamino, incluso cuando se acercaron.

—Ridículo —murmuró—. Simplemente absurdo. ¿Por qué? Es sólo...

¡Señorita Woodcutter! Me alegro de verla hoy.

—Buenos días, señor Schmidt —dijo Sunday—. ¿Cómo le está yendo?

—Bien, bien. ¿Cómo están los buenos de tus padres?

—Tienen los dos una excelente salud. Gracias. —Sunday mantuvo la

bola firmemente en su bolsillo, sus últimos preciosos momentos—. Espero

que nos pueda ayudar con algo... de una naturaleza ligeramente peculiar.

Él enarcó una ceja.

—Algo peculiar para un Woodcutter es algo muy peculiar. Por supuesto,

haré lo qué esté en mis manos para ayudar.

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—Me pregunto cuánto me podría dar por esto.

La bola cayó sobre la mesa con un golpe sin gracia. Su mano se sintió

ligera y vacía, dolía ahí dónde una vez había estado el objeto.

Schmidt miró detenidamente el objeto. Miró el pergamino en su mano,

a Sunday, y luego de nuevo a la baratija. Levantó la bola en sus dedos.

—Bien, yo nunca...— El prestamista aclaró su garganta—. ¡Panser!

Un hombre joven y delgado con un traje demasiado grande dio un

paso adelante, Friday inclinó la cabeza sin ocultar su sonrisa al aprendiz de

oscuro pelo enmarañado y mejillas rubicundas. Panser le devolvió la sonrisa

tímidamente a Friday y saludó cortésmente a Sunday.

—¿Si, maestro Schmidt?

Los ojos de Schmidt todavía estaban fijos en la dorada bola.

—Trae ese bolso de mi escritorio. El de terciopelo morado. Y sé rápido.

Schmidt se ajustó las gafas de gruesos cristales y miró por encima de

ellas a Sunday. Ella se preparó. Ahora, él ofrecería mucho menos de lo que

la pequeña bola valía y ella discutiría sobre lo que pusiera sobre la mesa.

Había visto a su padre lo suficiente para saber de qué iba el juego. Podría

hacerlo.

Schmidt se aclaró de nuevo la garganta.

—Señorita Woodcutter, necesito confirmar con algunos colegas en

cuanto a la cantidad adecuada para ofrecer por un artículo tan raro y

peculiar como este.

—Podemos esperar —dijo Sunday.

—Tardaré bastante tiempo. Nosotros, los viejos, disfrutamos discutiendo

sobre peculiaridades.

Panser regresó con la bolsa de terciopelo y Schmidt se la ofreció a

Sunday sin abrirla.

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—No me gustaría entretenerte de tus compras. Utiliza esta bolsa de

vales para hacer tus recados. Tienen mi sello en ellos, y daré fe por ti en

cualquier puesto.

Después de la desgracia de Trix, Sunday se mostró cautelosa sobre el

comercio de sus bienes a cambio de un puñado de nada. Desató la bolsa

que el viejo prestamista le había dado. Dentro, había una cantidad de

fichas de metal con un dragón estampado, una derivación del sello real. Si

cada una valía incluso media moneda de plata, era más de lo que quería

gastar en un solo día.

—Pero señor…

Schmidt levantó la mano.

—Confía en mí, jovencita, hoy no comprarás tanto como para perder

el precio del adorno. Diles a los tenderos que te envíen las compras aquí.

—Gracias señor.

Hizo una pequeña reverencia y dejó que Friday se la llevara antes de

que cambiara de opinión. Ante la insistencia de Trix, Sunday sacó unas

pocas fichas fuera de la bolsa de terciopelo y se las entregó con una

severa advertencia.

—En absoluto compres más vacas, ni regatees por más habichuelas, ni

montes en centauros…

—No te preocupes —dijo. Tendré cuidado.

Con eso, desapareció entre la multitud.

De puesto en puesto, Sunday vio a su hermana regatear por baratijas y

adornos. A pesar de su buen carácter, Friday llevaba a cabo una dura

negociación, quizás después de todo los rasgos de mamá no habían

pasado de largo .No tuvo que pasar mucho tiempo para que la

fascinación desapareciera, sin embargo, Sunday dejó que las mercancías

de otros puestos atrajeran su atención. La distracción era en sí misma un

lujo; los más pobres no podían dejarse llevar por la curiosidad.

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Friday se negó a cargar con el bolso, un hecho que usó como

instrumento de negociación. Así que Sunday hizo todo lo posible por no ir

muy lejos. Se detuvo en una orfebrería echando en falta tanto a su adorno

dorado como a su amigo, mientras Friday sostenía con alegría los puntos

más finos de encaje.

Una mujer embarazada sentada tras el puesto se abanicaba a pesar

del frio de la mañana.

—Eres muy hermosa —le dijo a Sunday.

—Gracias. —Sunday no estaba acostumbrada a los cumplidos.

—¿Puedo ayudarte a encontrar algo? —La mujer puso una mano en su

espalda y comenzó a levantarse de la silla.

—No, por favor. —Sunday levantó su mano—. No se moleste. Me temo

que sus productos son un poco exorbitados para la gente como yo.

La mujer sonrió con alivio y se recostó.

—Sé a lo que te refieres —dijo—. Nosotros apenas podemos permitirnos

hacerlos. Pero son bonitos ¿No?

—Sí —admitió Sunday. Lo tuvo difícil para apartar la mirada. Los

collares y los brazaletes eran simples y elegantes. Los anillos tenían detalles

intrincados y estaban hechos con pequeñas piedras preciosas.

A juzgar por la bata harapienta de la mujer y el abanico de papel, ella

y su esposo se habían visto forzados a concentrarse más en la calidad que

en la cantidad. Fue una sabia decisión, las piezas más pequeñas exigían

ser examinadas detenidamente y así se diferenciaban de los otros puestos

anodinos.

—A veces imagino que es todo mío. —Susurró la mujer suavemente en

su oído—. Hago como que soy una princesa.

Sunday estaba tan absorta en los diseños que no vio levantarse a la

mujer y moverse a su alrededor.

Sus grandes ojos violetas brillaron, y un mechón de cabello ébano se

escapó de su pañuelo para rizarse drásticamente contra su clara piel.

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Debió haber sido una bella chica; pero desde ahora cargaba con un niño

y ser una princesa seguiría siendo un sueño. Sunday se compadeció de la

mujer y quiso comprarle algo. ¿Sería realmente tan terrible?

Grumble sabía que ella tendría que vender la bola de oro para salvar a

su familia, pero seguramente él hubiera querido que comprara algo para sí

misma, un símbolo con el que recordar su amable gesto. La mano de

Sunday se cernió sobre una exquisita peineta, no reconoció las pequeñas

piedras engastadas en el puente, de un azul tan pálido que casi parecía

blanco. El grabado alrededor de los bordes era particularmente

delicado… Sunday se inclinó para verlo de cerca. Las pequeñas runas la

llamaban. Casi podía ver su nombre escrito.

La mujer cogió la pieza y Sunday deseó sostener la peineta con sus

propias manos.

—¿Te la querrías probar?

Sunday no podía pensar en otra cosa que le apeteciera más. Tenía

que tocar la peineta, lo necesitaba, era suya, se había hecho para ella.

¿Acaso la gente no podía oír como cantaba su nombre? Ella estiró sus

indignos dedos para coger el magnífico objeto.

—Ohh, ¿qué has encontrado? —La alegre voz de Friday sacó a Sunday

de su trance. La golpeó en la cadera para que olvidara la peineta, pero

quería aferrarse a ella.

—¡Qué broche más bonito! Sunday, ¿has visto eso?

Sunday frunció el ceño.

—Sería un honor que cualquiera de mis productos decoraran a estas

bellas damas.

—Gracias, es muy amable —dijo Friday—, pero me temo que tengo

una larga lista de cosas que hacer hoy. Quizás en otro momento. Que

tenga un buen día.

Sunday golpeó ligeramente a su hermana en el costado y Friday la

siguió alejándose del puesto.

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—Friday, eso fue tremendamente grosero.

—Lo siento pero no tengo tiempo que perder. ¡Hay muchas cosas a

tener en cuenta! La ropa interior, por ejemplo. ¿Acaso has pensado en lo

que vas a llevar debajo de tu fantástico vestido plateado?

Sunday no lo había pensado. Se vio obligada a reconocer y agradecer

a sus estrellas de la suerte por tener una hermana que pensaba en cada

detalle. Luego fue arrastrada hasta la siguiente parada y la siguiente, hasta

que odió las compras, no quería volver a visitar una feria en lo que le

quedara de vida.

—Friday —dijo finalmente Sunday—. Te lo ruego. Tengo que comer

algo o voy a caer muerta aquí mismo. —Su cabeza le latía por el esfuerzo

de reprimir pensamientos asesinos contra su hermana. Su nariz captó en el

aire el olor de carne asada y dulces para hornear, su estomago se agitó

ruidosamente—. Por favor.

—De acuerdo —suspiró su incansable hermana—. Dame algunas fichas

e iré a por algunas cosas que necesitamos para la casa. Encuéntrame

cuando termines. ¡Y no pierdas el tiempo! —Sunday entregó las fichas y

observó la falda de retazos de Friday desaparecer con determinación en

una esquina. Oh sí. Friday definitivamente había adoptado el carácter de

su madre.

El estómago de Sunday volvió a rugir y se sintió abrumada por todo lo

que el mercado tenía para ofrecerle. Era mucho más fácil cuando eran

tan pobres que no tenían la opción de decidir cómo llenarse la barriga.

¡Ahora podía tener algo que verdaderamente deseara! Lo quería todo

y decidir entre todo la ponía enferma.

Rechazó otra fila y los brillantes colores de la mercancía de un

vendedor de frutas captaron su atención.

Había canastos de jugosas naranjas, plátanos maduros y otras frutas

extrañas que no reconoció, pero parecían deliciosas. La joya de la corona,

sin embargo, fue la canasta de unas manzanas rojas perfectas. Sunday se

preguntó por la abundancia, todavía no era temporada de frutas de

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ningún tipo. El vendedor debía de negociar con buques procedentes del

sur, concluyó, o con las hadas.

Al crecer tan cerca del bosque, estaba bastante acostumbrada a ver

cosas inusuales.

Se puso de pie encima de la canasta de manzanas haciéndosele la

boca agua. Casi podía saborear la crujiente pulpa entre sus hambrientos

labios.

—Disculpe —llamó a la parte posterior del puesto.

Una masa de harapos se convirtió en una demacrada y jorobada

anciana, casi sin dientes.

—Adelante querida —graznó—. Huesos viejos, como puedes ver.

Sunday esperó impaciente a que la anciana se apoyara en su torcido

bastón y fuera cojeando hacia ella. La mujer levantó la cabeza y miró

hacia Sunday con los ojos lavanda casi completamente nublados por la

edad.

—¿Qué puedo ofrecerte, bonita? —preguntó, su nudosa mano

alcanzó la primera manzana y se la tendió a Sunday. Era de un rojo oscuro

tan brillante que Sunday podía verse reflejada en ella.

El hambre le había hecho un nudo tan fuerte en el estómago que tuvo

dificultades para hablar. Sacó una ficha para pagar por la manzana. De

repente hubo un choque y un grito de ―voy a estirarte de las orejas,

muchacho‖, inundó el aire.

Sunday exhaló.

Trix.

—Por las molestias, abuela.

Sunday puso una ficha en la mano de la anciana y se apresuró a

rescatar a su estúpido y bullicioso hermano. Lo encontró medio enterrado

en una carreta de pasteles volcada. Agarró a Trix por una oreja, la única

parte de su cuerpo que no estaba cubierta por carne y pasteles, y lo

arrastró fuera de los restos.

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La cara del pastelero estaba tan roja que podría haber cocido algunos

pasteles allí mismo, en su frente. Su mandíbula estaba apretada y

pequeñas venas brotaban en sus sienes. Cualquier otro día Sunday habría

tenido miedo de ese hombre y lo que le podría hacerle a ella y a su familia.

Pero hoy tenía una bolsa de terciopelo en la cintura y una gran cantidad

de confianza.

—Por favor, tome esta ficha de Johan Schmidt, el prestamista, señor. Le

puede responder por nosotros y reembolsar el inventario perdido.

El hombre miró fijamente la pequeña moneda en su gran mano.

Sunday estaba esperando que abriera la boca y la pusiera en su sitio.

Juntó las manos para ocultar su temblor… y vio que el color del pastelero

volvía a su estado normal de rubicundez. Se sacó el sombrero de su calva

cabeza y lo apretó contra el delantal en su pecho.

—Gracias, señora. Muy amable. Voy a visitarlo ahora mismo.

Podía manejar muchas cosas raras, pero esto iba más allá de cualquier

cosa conocida. ¿A la gente rica siempre se le trataba con tanta cortesía?

Ella y su hermano se merecían que ese hombre les gritara, sin importar la

cantidad de dinero que tuvieran en el bolso.

Sea como fuere, estaba encantada de haber evitado la confrontación.

Silenciosamente, dio gracias a los dioses y luego tiró de Trix para buscar a

Friday. Se detuvo para explorar la multitud en busca de las reveladoras

faldas de su hermana.

—Fue un accidente.

El brillo travieso en los ojos de Trix lo traicionaron, al igual que el sirope

incrustado en su pelo.

Sunday negó con la cabeza.

—Estás hecho un desastre.

Él se pasó un dedo por la mejilla y lo chupó.

—Un desastre delicioso. —Del bolsillo, le ofreció un pastel un poco

aplastado—. Para usted, señora.

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Con la excitación se había olvidado del hambre que había

amenazado con desgarrarla. Cogió el pastel agradecida.

—Encuentra la manera de limpiarte —rogó—. O explícale a Mamá que

últimamente sólo me has metido en problemas.

Estuvo de acuerdo y de mala gana lo dejó por su cuenta otra vez.

Encontró a Friday boquiabierta ante una enorme variedad de cintas.

Colgaban de la parada en un millón de arcoíris y se balanceaban

hipnóticamente con el viento, destellando y brillando con la luz del sol

como si fueran polvo de hadas. Por primera vez ese día, Sunday estaba

deseosa por ayudar a su hermana.

La joven dependienta de pelo negro felizmente dobló su selección,

cuidadosamente en bolsas.

Friday y Sunday compraron más cintas de las que podían necesitar.

Cuando Sunday fue a pagar por todo, la dependiente le hizo una seña

para que se acercara, con una sonrisa y unos profundos ojos violetas.

Sunday no había notado antes cuanta gente en el mercado tenía los ojos

similares, sin duda estaban emparentados de alguna forma.

—Mi familia aprecia su compra, señora —dijo la chica aceptando la

ficha—. Más de lo que se imagina. —Sacó una cinta azul brillante del

techo del puesto—. Por favor, acepte este regalo como muestra de

nuestro agradecimiento.

Sunday se levantó el pelo para que la chica pudiera atarle la cinta

alrededor del cuello. Estaba contenta de al final tener algo por lo que

recordar ese día, algo para no tener que sentirse culpable por las compras,

aunque secretamente esperaba que la chica lo incluyera en el precio

cuando reportara la compra al prestamista.

Sunday tocó la hebra de seda en su cuello reverentemente.

—La conservaré siempre.

—Hace juego con sus ojos.

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La dependienta inclinó la cabeza. Sunday cortésmente le devolvió el

gesto y entonces corrió para alcanzar a sus hermanos.

Panser se encontraba en la parada del prestamista, al verlos, el

aprendiz fue a buscar a su maestro. Schmidt apareció de inmediato,

sonriendo y frotándose la barriga como un gato justo después de

terminarse una tarta.

Sunday contuvo la respiración anticipándose a la negociación que

habían aplazado esa mañana.

—Confío en que haya tenido tiempo suficiente para consultar con sus

colegas —dijo con valentía.

—De hecho sí. —Schmidt se rió entre dientes—. De hecho, si; ¿todavía

tiene usted el bolso?

Sunday puso la bolsa de fichas en el mostrador. Ella, su hermano y su

hermana, apenas habían hecho mella en la cantidad, pero Sunday se

preguntó con qué precio valoraba cada ficha. Observó cuidadosamente

como Schmidt contó el número de fichas, colocándolas en montones

irregulares.

No las había contado antes de darles la bolsa y se reprendió por no

haberlo hecho ella misma en el momento en que la recibió.

Schmidt le arrebató otra bolsa a Panser, que estaba demasiado

ocupado intercambiando sonrisas con Friday, como para prestar atención.

Desde ahí, Schmidt contó una pieza de oro por cada ficha colocada

sobre la mesa.

Sunday estaba confusa. El oro sobre el mostrador se podía fundir para

hacer una pieza fácilmente tres veces más grande que el adorno de

Sunday. ¡Ah!... iba a terminar y luego restar lo que habían gastado, pensó

Sunday. Pero Schmidt no hizo eso. Deslizó las pilas de monedas de oro en la

bosa de terciopelo y tiró de la cadena tensando el cierre.

—Aquí tienes, querida. Panser ha dispuesto un carro para vosotros y las

compras.

Ella intentó no decir nada, pero eso era demasiado.

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—Señor, creo que…

Schmidt miró con severidad por encima de sus gafas de gruesos

cristales.

—¿No vas a cuestionarme, verdad muchacha?

—No, señor.

—Entonces coge la bolsa y vete a casa. Envíale saludos a tus buenos

padres.

—Sí, señor —susurró. La bolsa era tan pesada que costaba levantarla—.

Gracias, señor.

Panser los llevó al carro, donde esperaba la recompensa de su día de

trabajo. Él ayudo a Friday a sentarse cerca del conductor, Sunday y Trix

subieron detrás con las bosas y barriles. El oro pesaba tanto en el bolsillo de

Sunday que lo puso en la parte delantera de su vestido. Se ajustó el

delantal para que la bolsa se asentara cómodamente en su regazo.

¿Debieron ser tan frugales en sus compras? Sunday podría haber disuadido

a su hermana de su brutal negociación, pero Friday había disfrutado cada

momento; y Sunday no se hubiera interpuesto en el disfrute de su hermana.

Aún más extraño fue el camino de vuelta a través del bosque, el mismo

camino que ellos habían recorrido para llegar al mercado, estaba

despejado, como si nunca hubiera habido una tormenta. Sólo una gran

rama bloqueaba su camino a casa. El conductor detuvo el carro para

sacarla arrastrándola hacia la maleza, más allá del pilar de piedra y el

árbol torcido.

Oh, Grumble. Sería tan fácil saltar del carro. Todavía había un poco de

luz natural. Nadie la echaría de menos, ni a las monedas en su bolsillo, ya

que esperaban poco. Pero Trix querría ir con ella y Friday se ofendería si no

la invitaban a seguirles.

Sunday tocó la cinta de seda que rodeaba su cuello, el único recuerdo

tangible que tendría de ese día, y sintió el curso de la vileza recorriéndola.

Sabía lo que era. Una ingrata, egoísta, celosa, cruel y malvada. No había

esperanza.

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Trix siguió su mirada a la columna y luego de vuelta a Sunday. Levantó

una ceja interrogante y ella negó con la cabeza. No quería compartir a

Grumble, incluso si eso significaba sacrificar un día en su compañía. El

conductor acabó con la rama y continuó el viaje a casa. Cuando tiró de

las riendas para parar en la parte delantera de la casa, se ofreció a

quedarse a descargar las compras. Friday pestañeó. Sunday le dio las

gracias y Trix corrió a la puerta, sin duda deseoso de contarles a sus padres

la fantástica historia del enfadado pastelero y de su nueva fortuna.

—¡Mamá, papá! Esperar a que os…— Las palabras de Trix se quedaron

en el aire.

Ellos se quedaron mirando a la extraña que había al lado de mamá. La

mujer era más o menos una cabeza más alta que su madre y parecía

varios años más joven. Tenía el pelo muy oscuro recogido en un moño

suelto, y un reflejo ardiente brilló en sus ojos igualmente oscuros. Llevaba

una pulcra falda de lana y una impecable blusa de lino con encaje con un

pequeño broche en el cuello.

Si hubiera sido unos años más joven habría sido la viva imagen de

Wednesday.

Sunday no tenía ningunas ganas de hablar. Dejó que su amarga

expresión la presentara.

—Bien, bien —dijo la mujer—. Parece que he llegado justo a tiempo.

Caminó hacia Sunday, tiró de la cinta de seda de alrededor de su

garganta con un gesto limpio, y la arrojó a la chimenea.

Sunday vio su hermoso regalo arder en llamas y mientras ardía, el fuego

a su alrededor se volvió verde. Un bilioso humo rosa se levantó por encima

de los leños, el humo se doblaba en la imagen de una serpiente que

silbaba y escupía a ellos antes de evaporarse por la chimenea.

Lo que quedaba de la cinta se convirtió en cenizas. Sunday se giró

hacia la mujer.

—¿Quién es usted?

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—Está claro que no me reconoces, hija. Eras demasiado pequeña. —

Tomó a Sunday por los brazos y la besó en las mejillas renuentes—. Soy tu

tía Joy.

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Capítulo 6. Sombría armonía

Rumbold le costó un poco darse cuenta de que el fuego se

había apagado.

Después de meses de recibir el amanecer en medio de

un zumbido constante y el bullicio de la vida en el bosque, se

sintió vacío y solo. Curioso. Nunca habría imaginado que iba a echar de

menos algo de su otra vida encantada. En el castillo no había zumbido de

insectos, ni alaridos de los búhos con sus quehaceres nocturnos, ni roces en

la maleza. Tampoco el resplandor pálido de la luna cayendo desde los

cielos para alumbrar falsos caminos en la oscuridad. El viento no susurraba

a través de la superficie del agua, a medida que ésta bañaba las paredes

del pozo. Pero allí, estaban soplando, silbando y susurrando…

Los miedos de la infancia se apoderaron de su corazón con renovado

vigor. Los susurros siempre se habían quedado alrededor de su dormitorio a

la hora de las brujas, molestándole, llenando su cabeza de silabas

susurrantes. Si se tapaba los oídos para no escuchar la charla invisible, ellas

querrían acosarle en la mesa del comedor o en el recibidor. Se habían

desvanecido con el tiempo o tal vez el recuerdo de ellas se había

esfumado simplemente con la edad.

Cuando era una rana, había aprendido a sobrevivir dentro de la

charla incesante. Allí le guiaban y tranquilizaban. Aquí los rumores le

sacudían hasta la médula.

El instinto le gritaba que se ocultase, tirara hojas sobre su cabeza y se

tapara los oídos. Fingió que los extraños sonidos eran simples sirvientes

murmurando por los pasillos. Que ellas no estaban en la habitación con él,

A

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llorando sin labios detrás de un velo. Los recuerdos de un tiempo no muy

lejano atrás, empapados en piedra y construidos en las paredes a su

alrededor, le confinaban.

Se contó a sí mismo historias, imaginándose las palabras que Sunday le

decía con su voz dulce, cuando el sol se reflejaba en su cabello dorado e

iluminaba su alma. Se concentró en su piel bañada por el sol, con los labios

como pétalos de rosa y los ojos como zafiros.

Ssssiempre.

La interminable ―s‖ capturó sus oídos. ¿Realmente había oído una

palabra? Nunca antes había habido palabras en los susurros, sólo una

mezcla ininteligible de sonidos discordantes.

Rumbold se centró en averiguar la palabra en los sonidos etéreos.

Ahora, él era un hombre, no un niño. En lugar de huir de los susurros, trató

de escucharlos para comprenderlos.

Se concentró en una línea grave, un bajo rasgue sincopado al igual

que el latido de un corazón. Podrían haber estado diciendo su nombre.

Rumbold, Rumbold.

En una nota más alta que el susurro sibilante, las palabras por fin se

presentaron en una frase callada.

Yo siempre estaré contigo.

Había una tristeza en el mensaje, como amantes torturados o familias

separadas por el tiempo y el dolor. El dolor de la soledad que se hizo eco

en su interior. Mientras comprendía su descubrimiento, se tropezó

accidentalmente con la siguiente.

Mátame.

Los escalofríos de Rumbold empezaron otra vez, regresó

paulatinamente a los temores de su juventud. Los susurros ya no

desaparecían en el ruido. Cada una de las palabras estaba clara en su

mente, y juntas le perseguían con su amarga armonía.

Rumbold, Rumbold

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Siempre estaré contigo

Matamé

Liberame.

Una y otra vez.

Con todo lo que se había esforzado en un principio para oírlos, ahora

la disonancia era ensordecedora.

Saltó fuera de la cama con la dificultad de tener unas piernas extrañas,

y caminó hacia la chimenea. Si los susurros estaban vinculados a la

oscuridad, a lo mejor dejando la oscuridad atrás, tal vez se calmaran.

Buscó por el suelo. La limpieza del suelo de piedra había cedido a la

ceniza y el hollín. Ciegamente buscaba troncos, leña, piedra y acero. Por

supuesto no tenía ni idea de qué hacer con ellos una vez que los tuviera.

Se las había arreglado para mantenerse con vida en el bosque como

una rana durante meses, pero las necesidades de un cuerpo humano eran

muy diferentes.

Mátame, libérame.

Por mucho que lo intentó no pudo lograr que la madera ardiera con

las escasas chispas. Por lo que Rumbold se quitó uno de sus calcetines de

dormir de lana. En el tercer intento, las fibras humearon, puso el calcetín en

la irregular pila de troncos, y por fin ardieron.

Los susurros se desvanecieron un poco, ocultos bajo el crepitar del

nuevo fuego, miró hacia el dosel y el colchón todavía envuelto en

sombras.

Había una figura a los pies de la cama.

Rumbold no podía distinguir las características de la forma humana,

tampoco quería. Apiló más leña encima de los troncos, instando a las

llamas a crecer más altas y brillantes, como si por pura fuerza de voluntad

pudiera convertirlas en un sol y dejara el cuarto libre de sombras. Puso las

rodillas en su pecho y hundió la cabeza entre las manos, dispuesto a mirar

a su impío visitante.

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El príncipe se balanceó hacia adelante y atrás, con el calor del fuego

a su lado y en su espalda. Se imaginó que la luz de las llamas le rodeaban

y protegían. Si su deseo fuera suficiente para que algo se hiciera real,

estaría bien.

***

Rumbold se despertó en la piedra helada con el canto hueco de un

pájaro sin lengua y el vago recuerdo del lecho de muerte de un héroe

hace tiempo atrás.

Respiró.

Tomó un aliento ―más doloroso que la pena‖, lento y profundo, y trató

de recolectar sus recuerdos uno a uno. El frío implacable debajo de él era

de las baldosas de su hogar, el canto desapareció con la agitación de

una cuchara de plata en un cuento de porcelana.

Allí estaba el silbido sutil de un fuego que se apagaba y el arrastrar de

zapatos, cortesía de Rollins, contra el duro suelo. El resto del mundo era de

piedra, hollín y bendito silencio. No hubo susurros a la luz del día.

No se atrevió a preguntarle a Rollins acerca de los susurros en la

oscuridad. Las preguntas serían suficientes para asegurar la fragilidad de su

estado mental. Necesitaba aparentar que estaba cuerdo, sano y entero

de nuevo.

Se miró, enfrentándose a uno de sus parpados abiertos.

Definitivamente iba a costar algo de trabajo aparentar una imagen de

perfecta salud.

Rollins perdió gran parte de su crédito, al descubrir a su señor tendido

incómodamente ante el fuego, lamentablemente, con un calcetín menos,

con la piel y la ropa de cama con manchas de ceniza El criado lo había

saludado con un simple ―Buenos días señor‖, y continuó ajetreado con la

bandeja con el desayuno humeante. Cuando Rumbold finalmente se

esforzó por sentarse, Rollins le extendió la mano. Ayudó al príncipe a

apartarse del suelo y sentarse en la silla de la pequeña mesa. El cojín de

terciopelo se sentía como una nube debajo de los músculos rígidos y el

dolor de huesos.

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—Las fiestas se han anunciado, como usted pidió señor, y los

prestamistas locales están siendo informados de sus deseos, incluso en

estos momentos.

Reacio a hablar, Rumbold le dio las gracias. Delante de él había una

jarra grande de agua, una taza de caldo marrón que olía a guiso fresco, y

un vaso pequeño de leche de cabra. Día uno después del encantamiento:

no hay alimentos sólidos. Cook se lo había recordado, el panorama le

había hecho estar hambriento y enfermo al mismo tiempo.

Hubo una pequeña presión en su hombro.

—Tómese su tiempo —dijo Rollins—. Voy a preparar un baño.

Rumbold cubrió la mano de Rollins con la suya.

—Mee… —Malditas palabras—. Me padr...

Sintió los músculos de la mano de Rollins tensarse.

—Su padre le pide que sea bienvenido en su muy afortunado retorno.

Hará tiempo para recibirlo en sus aposentos mañana por la tarde. —Fue un

recital sin emoción, es decir, que la declaración había sido sin emoción,

también.

Y ahí estaba. Encantado en una bestia inmunda, desaparecido desde

hacía meses, y de forma inesperada reaparecido mucho antes de que se

anticipara su retorno, y Rumbold todavía no era lo suficientemente digno

para una audiencia no programada con su estimado padre. Era casi

tranquilizador lo poco que había cambiado.

Rumbold esperó hasta que Rollins se deslizó dentro de otra habitación,

antes de levantar la pesada cuchara con dedos torpes. Él entrecerró los

ojos cuando la luz del sol llegó a estos a través de una joya en el mango de

la cuchara dorada, el príncipe se preguntó sobre la inutilidad de decorar

ese utensilio. Su atención se centró en la habitación, sus paredes envueltas

en suntuosas telas y moteado con retratos de caras solemnes en gruesos

marcos.

De alguna manera, tenía que encontrar la forma de reaprovechar esa

vida extravagante de despilfarro y exceso. Debía recordar que era un

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príncipe. Un príncipe cubierto de cenizas. Un príncipe que no tenía nada

que ver con su familia.

Amor y furia ardían dentro de su pecho, se metieron bajo su piel. Le

rogaron a través de su voz, sus lágrimas, y su furia. Rápidamente se tragó el

contenido de la cuchara. El líquido escaldó la parte de atrás de su

garganta en carne viva. Su estómago se reveló. Especias llenaban sus

fosas nasales y le hacían llorar los ojos. Pero se negó a ahogarse.

Era como freír algo en aceite y arrojarlo al hielo

Tragar.

Respirar.

Abrir la boca. Inhalar. Exhalar.

Todo lo demás no importaba... y ella le quería con todo su corazón.

No iba a llorar. Los hombres fuertes no lloraban. El forzaría a su cuerpo a

obedecerle con el escaso poder que tenía. Se gobernaría a sí mismo sin

importar qué. Se acordó de Jack, robusto, valiente y tenaz. Rumbold

podría hacerlo. Cuando el dolor se disipó, tragó una cucharada más de la

insoportable sopa.

Volver era parte del precio.

***

Rumbold se dio cuenta, cuando se quedó en el baño templado, que

muchos de sus recuerdos habían desaparecido.

Podía recordar como andar y hablar, pero no podía recordar que

había hecho con sus días en su vida anterior.

Podía verse a sí mismo como un niño pero no como un hombre. El año

inmediatamente anterior a su transformación era una hoja en blanco para

él. Cuando más rebuscaba en sus recuerdos más rápido se escabullían. No

los persiguió, confió en que con el tiempo todos volverían a él. Odió el

tiempo.

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Extraños destellos de recuerdos que hacían alusión a la cantidad de

inactividad y fatiga, pero nada más, nada que explicara el monstruo

retumbando dentro de él. El debería haber estado descansando su

cuerpo, tomando este tiempo para refrescarse y renovarse antes de

presentarse al mundo y a Sunday. Pero la loca energía dentro de él no

quería aceptar eso. Necesitaba acción. Ahora.

Como Rumbold no podía recordar su propia vida, recordaría la de

Jack en su lugar, joven, saludable y en forma, incluso Jack había

soportado su encantamiento durante mucho más tiempo, aunque

también había sido hechizado en un animal del sonido, la velocidad y la

resistencia. Durante un año había sido un perro guía en la caza real, ningún

zorro había permanecido oculto durante el largo reinado de Jack en la

manada.

Por otra parte Rumbold había vivido la vida dócil y minimalista de una

rana, nunca aventurándose más allá del pequeño claro que rodeaba el

pozo. Ahora que podía caminar (apenas); saltar (posiblemente); correr

(difícilmente); hablar (en su mayoría), y cantar (no tanto como antes),

quería hacer todas esas cosas a la vez, en ese mismo instante, maldito sea

el vigor. Tenía el resto de su vida para vivir, y no tenía la intención de

perderse ni un preciado momento.

Esa determinación le llevó a recorrer todo el camino hacia la guardia

real. El hogar de Jack estaba fuera de la casa. Si Rumbold no tenía huellas

propias que seguir, tendría que pisar las que ya conocía.

Rumbold descubrió que era más fácil andar si no se concentraba en

ello. Cuando trató de traer a la mente, la mecánica de la acción vaciló.

Así que dejó la tarea a su subconsciente, confiando en que su cuerpo no le

mandara de cabeza al suelo. Cubrió el camino rápidamente con sus

largas piernas humanas, con sus huesos increíblemente largos. Pasó piedras

que la anterior semana hubieran parecido rocas y violetas cuyos pétalos

podría haber utilizado como sobrero. Reflexionó sobre la existencia de

estas bagatelas, preguntándose cuanto tiempo podría haber antes de

caer en su aviso una vez más. Si nunca...

Se tambaleó, y se obligó a dejar de pensar en sus pasos de nuevo.

Rollins había sugerido que montara, pero Rumbold sabía, por caminar por

la cuidad la noche anterior, que los caballos todavía no confiaban en él.

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Los caballos podían oler los encantamientos. Tampoco confiaba en que

recordara cómo montar, y eso que había crecido en una silla de montar.

Un simple paseo era lo suficientemente duro. Volvió a vacilar.

Una ligera brisa agitaba el recién cortado pelo del príncipe. Después

de su baño, le había pedido a Rollins que le cortara el ridículo cabello

largo. El resultado fue cualquier cosa menos refinada. Incluso húmedo, se

negó a ceder paso a la peineta real y a ser domesticado correctamente.

Rumbold decidió que ese salvajismo inflexible era un efecto secundario de

su encantamiento. Se sorprendió al descubrir que por una vez era

bienvenido.

Los árboles que bordeaban el camino eran imponentes e inadecuados

al mismo tiempo. Todos ellos se alzaban por encima de él, pero ninguno de

ellos tenía la majestuosidad digna de los antiguos centinelas de madera.

Todo el follaje aquí carecía de personalidad y alma.

El cielo estaba muy brillante y daba luz a las nubes, enmarcado por

una gruesa capa de hojas de primavera.

Pero el azul le recordaba a los ojos de Sunday, el sol a su sonrisa

brillando cálidamente sobre él. Esperaba más allá de la esperanza que

cuando por fin lo conociera como hombre, no le pareciera tan lamentable

como se sentía. Por mucho que quería recordar, no podía pensar en otra

cosa que quisiera más que ver a su Sunday otra vez.

El campo de entrenamiento estaba detrás del castillo, a casi un

kilometro y medio, en la colina que daba al bosque. Más allá como una

tierra sin fin. En un día como este podía ver el rio, una delgada línea verde

en la distancia, y las montañas cubiertas de plata, más allá hacía el norte.

Jack recorría ese camino todos los días, pero Rumbold había

entrenado con la Guardia Real sólo en los veranos cuando era niño. El

príncipe no podía recordar la última vez que había practicado con la

guardia, ya que otras diversiones habían llamado su atención en otra

parte. Pero eso era el primer lugar al que Jack había regresado después de

su recuperación, tenía sentido que Rumbold debiera seguirlo. Tal vez la

bola ardiente en la boca del estomago podría encontrar consuelo aquí.

Tal vez la fuerza podría volver. Si no podía recordar el hombre que era

entonces, podía enorgullecerse del hombre que era ahora.

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Ante él estaba la pequeña cabaña que albergaba armas y suministros

de primeros auxilios. A la derecha, los niños con largas espadas de práctica

realizaban sincronizados ejercicios de formación. Detrás de ellos, un grupo

de jóvenes corría la desgastada pista alrededor del campo. A la izquierda,

un par de hombres se enfrentaban con bastones de madera. Uno de los

hombres era Erik.

Cuando Rumbold se acercó, los aplausos y burlas de los hombres

llegaron a su fin. Una veintena de cabezas con narices torcidas hicieron

una reverencia y se dieron palmadas en los lugares donde no había

mechones que tirar. Su holgado traje estaba lleno de polvo de la tierra de

combate.

El príncipe apretó los brazos con Erik. Que estaba cubierto de un brillo

saludable de sudor que humedecía su camisa y le oscurecía el cabello

rojizo. Había más fuerza en el brazo del guardia que en todo el cuerpo de

Rumbold, pero el fuego perpetuo dentro del príncipe mantenía su desafío

obstinado.

—Buenos días, su alteza. —Erik no parecía sorprendido de verlo—. ¿Te

acuerdas de Cauchemar?

Los ojos del príncipe se encontraron con los del oponente de Erik. Se

acordaba: Velius Morgana, su primo real, y duque de Cauchemar, aunque

sólo de nombre. Seducido por la inmortalidad, su achacoso padre todavía

se aferraba a la vida por desesperados medios en Faerie, en el lado de la

reina. Sin estar dispuesto a llenar los zapatos de su padre hasta que fueran

legalmente suyos, Velius había dejado a su capaz madre haciéndose

cargo de las haciendas mientras él entrenaba con la Guardia Real. El

acuerdo adecuado para ambos, y se había hecho así durante las últimas

décadas. Como la vista de la cima de la colina, la figura esbelta de Velius,

la cola de caballo azabache e incluso su genio habían sido parte

integrante del campo de entrenamiento desde antes de que Rumbold

practicara de niño. Al igual que Rolllins y Erik, Velius había estado allí

cuando Jack y Rumbold fueron maldecidos.

En todo el tiempo que Rumbold le conocía, Velius no había envejecido

ni un día.

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Cuando agarró las muñecas de su irónico y oscuro primo, Rumbold se

dio cuenta de que Velius... tarareó. No un sonido, sino un sentimiento, y

uno que Rumbold reconoció. Reflejaba en esos profundos ojos negros el

mismo fuego depositado en el fuero interno de Rumbold.

La mente de Rumbold se remontó a las frías y cenicientas losas en la

oscuridad de la noche.

Mátame. Libérame.

Velius escudriñó el rostro de Rumbold.

—A él le gustaría tener un reto —anunció el duque, con una voz tal

calmada que una piedra podría caer en ella y nunca formar una onda.

Soltó la mano de Rumbold a tiempo para que el príncipe torpemente

cogiera el bastón que Erik lanzó hacia él. No tenía intención de entrenar

ese día. Él no estaba seguro ni de la razón por la que se había aparecido

en absoluto. Pero esa bestia ardiente en su interior le poseía, rugiendo de

placer. Retrocedió un paso y asintió con la cabeza a Velius, reprimiendo

una sonrisa. Hizo girar el bastón en la mano una vez y luego dos veces,

probando su peso, el equilibrio, y colocando su agarre.

¿Qué estaba haciendo él?

No pensar.

No debía pensar, o nunca sería capaz de hacer lo que estaba a punto

de hacer. Si no pensaba, entonces el demonio dentro de él se haría cargo.

A lo mejor, él podría encontrar algo de paz en el ejercicio y dejarlo

descansar. Sólo esperaba eso. Era o muy inteligente o muy estúpido.

No pensar.

Ellos se rodearon, paso a paso. Rumbold se centró en los ojos de Velius,

en sus profundidades sombrías. Eran el negro azulado de una profunda

contusión, brillante y con vida, Velius se lanzó hacia delante, y Rumbold

bloqueó su ataque, Rumbold bloqueó de nuevo y luego respondió. Una y

otra vez sus bastones se encontraban, cada vez más rápido, la madera

manchada tocando a ritmo entrecortado de una intrincada danza. El

príncipe sudaba. Sus músculos gritaron. La bestia insustancial gritaba.

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Los ojos del príncipe nunca dejaban los del duque. Cada movimiento

de Velius se revelaba en la oscuridad de sus ojos. Rumbold vio más adentro

en su frío corazón sin uso, olvidado, abandonado y tan torpe con el amor

como el cuerpo de Rumbold cuando ese fuego fugaz le abandonara.

Podía saborear el alma de Velius, la desesperanza reacia y amarga en la

lengua. Y allí en el centro de él, estaba el fuego, que quema, la necesidad

insaciable e innombrable que reflejaba su alma.

Un paso falso hizo que Rumbold golpeara a Velius con los nudillos. Por

otro lado, Rumbold recibió un golpe, pero aun así seguían. No había

tiempo para el dolor. Los bastones se convirtieron en un borrón entre ellos,

que se reunían una y otra vez en una serie, de manera que el ruido casi se

convirtió en un sonido continuo, un sonido que completó la armonía entre

ellos, una armonía que se cayó a pedazos magníficamente en una

palabra.

—Príncipe —susurró Velius.

Y el hechizo se rompió. En el momento que recordó quién y qué era, la

magia lo dejó. El demonio huyó, dejando a Rumbold un saco pesado de

huesos para ser sostenidos por sus pies. El príncipe aterrizó con fuerza en el

polvo, el bastón del duque se plantó rígidamente sobre su esternón,

cavándolo allí como un insecto bajo el vidrio. No es como si hubiera otra

forma. Su respiración, el sudor, la energía, los tendones e incluso su propia

esencia parecían haberse filtrado a través de su piel y en la tierra. Rumbold

sintió el dolor de la paliza por diez. La contusión en las costillas hizo presión

en sus pulmones. La piel dividida en sus nudillos estaba mojada de sangre.

Sintió las miradas confusas de los hombres que le rodeaban, inseguros

acerca de felicitar al ganador de ese duelo. El duque se inclinó sobre el

príncipe con gracia trascendental. Esos ojos violetas atraparon a Rumbold

más fácilmente que el bastón en su pecho.

—Entonces... ¿quién es ella?

Shock, sorpresa. Las palabras estaban preparadas para escapar de los

labios de Rumbold en una réplica, pero nada salió. Los meses de inanición

finalmente le habían dejado paralizado.

—No espera, déjame adivinar. —Velius se colocó un mechón de su

pelo detrás de la oreja. El duque no sudaba en absoluto, ni siquiera con el

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pelo detrás de la oreja—. La piel de la más fina porcelana. Cabello más

suave que la seda, una voz como el canto de los pájaros, una sonrisa

como el sol, y una boca... que podrían saciar tus deseos más brillantes y

oscuros.

Rumbold encontró su voz, y su problemática lengua.

—¿La-a-a... conoces?

Unos pocos guardias en la multitud se rieron entre dientes. La frente

arrugada de algunos duques fingiendo seriedad.

—Oh sí, amigo mío. Todos la conocemos, todos la hemos perseguido,

algunos hemos tenido la suerte de tenerla. —El duque levantó la cabeza e

hizo un guiño a los hombres que se burlaban de la afirmación subida de

tono—. Hemos estado borrachos por su pecado, todos se vuelven locos

por su favor. Puede haber nacido con un rostro diferente en cada ocasión,

pero su nombre es siempre el mismo. —Aflojó el bastón y se acercó—.

Problema.

El orgullo de Rumbold cedió a las bromas, y reflejó la amplia sonrisa del

duque. Venció el letargo lo suficiente como para levantar su brazo

derecho hacia Velius de buena fe, la cual el duque tomó para ayudar a su

primo a levantarse. Los guardias dejaron escapar un aliento colectivo en

felicitaciones y aplausos. Erik se movió detrás del príncipe para

desempolvar su espalda. Plantándole la mano carnosa en el hombro,

Rumbold se relajó un poco. Entre el agarre de Velius y Erik, no se

deshonraría a sí mismo cayéndose. Él sabía que ellos también lo sabían.

—Trae una silla para su alteza —dijo Velius, y tres aprendices saltaron

para cumplir sus órdenes—. Hay cuatro cosas que hacen pelear a un

hombre como tú lo has hecho —el duque le explicó a Rumbold—. El amor,

la desesperación, la ira o la locura.

Erik contó con sus dedos.

—Todo que perder, nada que perder, alguien lo ha cogido o lo has

perdido.

La risa de Velius se hizo un eco profundo y melódico a través de los

huesos del brazo de Rumbold.

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—Así es. De hecho, tú eres el príncipe coronado en medio de nosotros,

y aunque estás todavía fresco del encantamiento, te ves bastante cuerdo

para mí. —Le dio a Rumbold un golpecito—. Aunque algo peor por el

desgaste.

Rumbold recordó la llama en los ojos del duque, la llama que todavía

no se había extinguido en el fondo. Tal vez había ardido durante tanto

tiempo que ya nunca lo haría.

—¿Y-y-y... tú? —le preguntó a su primo.

—Soy un poco de cada uno alteza —respondió Velius—. La

combinación más peligrosa de todas.

—Gracias —dijo Rumbold perfectamente, aunque no estaba seguro si

se refería a la lucha, a la jovial bienvenida, a la paliza y pisotear su orgullo,

a la comprensión o sólo por ser honesto. Le dejó a su primo decidir cuál.

—Todavía no —dijo Velius. Sostuvo su mano libre sobre los nudillos

sangrados del príncipe, y cerró los ojos. Una ola de color se apoderó de

Rumbold, como un horno abierto o un derrame de agua de la bañera,

cuando Velius quitó la mano, los nudillos del príncipe estaban cubiertos por

una brillante piel rosada, sin manchas de sangre o hematomas—. No te

podemos dejar daños para la fiesta, ¿verdad?

Rumbold se alegró, y quería expresar su agradecimiento, pero las

palabras no salieron.

Velius y Erik le dejaron en un pequeño banco que los tres guardias

habían llevado al borde el círculo de combate.

—Sería un honor si su alteza se quedara por un tiempo para ver a los

mejores de nuestro país en acción —dijo Erik.

—P-por su-supuesto —respondió Rumbold.

Como si pudiera haber caminado tres pasos fuera del área de

entrenamiento sin darse de bruces contra el suelo. Velius permaneció a su

lado. Con una mano en su hombro. La presión era al mismo tiempo familiar

y diferente. Rollins había puesto su mano allí para tranquilizarlo, Erik para

darle fuerzas. Incluso su madrina invernal le había tocado ahí cuando le

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lanzó el hechizo que empezó todo. Pero los dedos de Velius estaban

calientes, el calor que emanaba de ellos era tan fuerte que Rumbold

agradeció que su camisa estuviera entre ellos. Tal vez encontraría una

marca más tarde, en la forma de un dedo pulgar, la palma y cuatro dedos

delgados.

Sería una pena. Su cuerpo saboreó el calor. Velius habló una vez más,

en voz baja, sólo para los oídos del príncipe:

—Me alegra de que eligieras la vida, primo.

Rumbold no trató de entender su significado, pero se consoló con la

lealtad que las palabras transmitían. Se sentó en la silla, al borde del área

de entrenamiento, mirando a los hombres —sus hombres—, y dejó que le

torturase, le sanase. Y comprendió que algún día le devolvería el favor.

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Capítulo 7. Todo Es Relativo

ATURDAY DESPERTO A SUNDAY sólo para mirarla fijamente. Se

sentó con las piernas cruzadas en el suelo, su hacha en su

regazo. Había tomado a Sunday una eternidad el caer

dormida después de los eventos de la pasada noche;

seguramente nadie tuvo un buen descanso. Se preguntaba si

en absoluto Saturday había dormido. Tal vez los enormes ojos brillantes de

su hermana finalmente habían regresado para sacarla de su miseria solo

cuando las cosas se habían vuelto interesantes.

Dicen que los secretos viven en el fondo de una botella de vino. Mama

había hecho eso la noche anterior, lento vidrio por lento vidrio, pero nunca

había dicho una palabra. Papa acababa de sacar la silla para acercarla

al fuego y fumo su pipa. Los niños sentados al borde de los brazos del sofá

o apiñados juntos en el suelo y escucharon a su hada Tía Joy contarles

todo sobre la familia que pensaron que conocían.

Nunca se le habría ocurrido a Sunday que el Hada Madrina Joy

pudiera ser la hermana de su madre –después de otorgarle a Sunday el

regalo del nombre de un día, Joy había viajado a Faerie y nunca regresó.

La hermana gemela de Joy, Sorrow, era igual de poderosa que la hada

madrina del príncipe. Y Trix, su vidente hermano abandonado, era en

realidad su primo, el hijo de la actriz y rebelde Tía Teresa.

Tampoco Sunday tuvo que considerar las consecuencias de la

profecía de ser la séptima hija de una séptima hija. Su nacimiento y el

posterior optimismo normalmente habían desmentido las nociones de los

cuentos de hadas de Papa. Tía Joy había sonreído fuertemente a esa

ingenua visión y declaró que Sunday era una deliciosa chica boba.

S

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Los pensamientos de Sunday habían jugado a saltar la cuerda hasta la

madrugada, buscando hacia atrás a través de su vida por pistas y piezas

de un rompecabezas que siempre había estado.

—¿Qué hora es? —preguntó.

—Aún no amanece, —dijo Saturday. La vela era pequeña; sólo había

la suficiente luz en la habitación para distinguir a su hermana en una

sombra transubstancial. —La vida no es buena, —dijo la sombra.

Sunday consideró sus propias circunstancias: la repentina

responsabilidad de poderes desconocidos, su reciente afección por un

hombre atrapado en el cuerpo de un anfibio.

—Lo sé, —dijo. No podía pensar en otra cosa más útil.

—No es ninguna sorpresa que Wednesday sea la mejor hada, la forma

en la que habla con acertijos y todo. Quiero decir, mírala… es la viva

imagen de la Reina de las Hadas, al igual que Tía Joy. Pero, ¿el resto de

nosotras? Friday es empática. Thursday es vidente. Peter es un hechicero.

¿Verdad? ¿Peter?

Saturday y Peter estaban tan cerca de Sunday y Trix; Sunday entendió

cómo esta revelación de repente hacía un extraño a su mejor amigo. Hizo

todo lo posible para aliviar la mente de su hermana.

—Peter es un escultor. Sabes cómo es con la madera. El regalo del día

del nombre por parte su Hada Madrina Joy fue un cuchillo de tallar.

Saturday señaló la puerta.

—¡Tía Joy justo ahora está abajo en la cocina mostrándole como

grabar runas con ella! —Sunday se estremeció, y Saturday bajó la voz antes

de continuar su discurso—. Trix no es nuestro hermano, es nuestro primo…

—Saturday, para empezar en realidad nunca fue nuestro hermano.

—Pero todavía era de nuestra familia.

—Todavía lo es. —Era inútil discutir con Saturday tan temprano por la

mañana. O siempre.

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—Y tú tienes poderes mágicos, Tía Joy ni siquiera sabe por dónde

empezar.

—No estoy segura de que eso sea una cosa buena. —Dijo Sunday—.

¿Cómo esta tomándoselo Papa?

—Posiblemente esta mareado, —gimió Sunday—. Papa siempre quiso

ser padre de algún trascendental niño prodigio.

—Tuvo a Jack por eso. Realmente soy una niña prodigio.

—Bueno, parece pensar que lo eres. ―Destinada a la grandeza,‖ y todo

eso, —dijo Saturday. Su tono sugirió que la marmita era más merecedora

del premio.

—¿Destinada a la grandeza? ¿En verdad dijo eso?

—Palabra por palabra, —Sunday deseó poder caer dormida de nuevo

y despertar días atrás, sin enterarse, en un Valle lleno de sol al lado de la

Fuente de las Hadas. —¿Qué hay de Mama?

—Mama odia la magia, —dijo Saturday—. No tendría ninguna parte de

ella. Ha estado trabajando en la cocina como una loca desde antes del

amanecer.

—Pensé que era antes del amanecer en estos momentos.

—Entonces desde la pasada noche, —aclaró Saturday—. Ha hecho

bastante pan para la semana, comenzó un estofado, desgarró el poste, y

dio de comer a las gallinas. Ahora está reorganizando la despensa. —

Sunday sonrió a una lista de tareas substancialmente reducida—. Y no

hablará con nadie más. Ni siquiera con Tía Joy.

Saturday dijo ―Tía‖ como si de algún modo borrase el hecho de que

Joy era a la vez un hada y su hada madrina.

—Si Mama no hablase con nadie más, entonces ¿cómo sabes que

está tan alterada sobre todo esto?

—Va a hablar conmigo, —escupió Saturday, —porque soy la hija

normal.

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Ah.

Saturday alzó su hacha.

—Esto. Esto fue mi regalo del día del nombre. Tenaz, la segura Saturday.

Mi suerte en la vida es mantenerme ocupada, trabajando al lado de Papa

en el bosque cada día y viendo los principales talentos de mis hermanos

que siempre codiciaré. Ellos se van de grandes aventuras y tienen historias

cantadas sobre ello. Estarán ―destinados a grandes cosas,‖ mientras que

yo estoy destinada a nada más que vivir y morir como la hija de un leñador

pobre.

Sunday no creía nada de esto durante un segundo, pero no tenía

sentido tratar de ofrecer lo que no se había solicitado. ―Pobre‖ tenía más

que ver con Saturday que con la riqueza de la familia. Saturday goteaba

la vela, pero Sunday no necesitaba la luz para saber que había lágrimas

en los inquebrantables y brillantes ojos de su hermana.

—Papa y Peter estarán viendo por mí. —Hubo un susurro de ropas

mientras Saturday se movía para ponerse de pie—. Tía Joy esta

esperándote pronto, —dijo desde la entrada—. Tus lecciones comenzarán

en el desayuno.

Lecciones, Sunday pensó en silencio que su hermana dejo atrás.

Lecciones para despertar algo que había permanecido en silencio e

ignorada en su interior durante casi dieciséis años. Lecciones de una mujer

sobre la que había escuchado toda su vida en historias contadas con

amor, una mujer que en una tarde se había convertido en un extraña de la

cual Sunday no estaba segura de si debía confiar. Lecciones que le

impedirían visitar el Bosque durante otro día.

Se vistió con lentitud e hizo su camino escaleras abajo una por una. Se

quedo en la sala de estar y finalmente se desplazó a la cocina. El olor del

horneado, las frituras, la cocción y los troceados llenaron el aire. El suelo

fuera de la despensa estaba lleno con montones de tarros rotos, legumbres

secas, y hierbas que iban a pudrirse. Escuchó a su madre rebuscando en

los alrededores como una rata en la pared.

La Hada Madrina –Tía- Joy estaba sentada pacientemente en la mesa,

esperándola.

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Sunday tomó un generoso trozo de pan y un pedazo de queso de

donde su madre las había dejado sobre el mostrador. Se sentó al otro lado

de su tía y lentamente mordisqueó el desayuno, preguntándome que

pregunta quería hacer primero. Una por una, Tía Joy respondió a todo,

muchas de ellas sin pedirlo.

—La magia de las hadas en tu sangre proviene de tu abuelo, —miró a

la puerta de la despensa—. Nuestro padre. Él paso mucho tiempo en la

Corte de la Reina de las Hadas. Eso alteró su propia naturaleza.

—¿Todos los humanos cambian cuando entran en Faerie? —Sunday

tragó su pan y empujó una pieza de queso después de ello. Los modales

en la mesa actualmente eran la menor de sus preocupaciones.

Tía Joy no le hizo caso.

—Depende del tiempo de estancia y de su proximidad a la Reina de

las Hadas.

—¿El abuelo era muy cercano a ella?

—Era su amante. —Mama salió de la despensa, con furiosos destellos

en los ojos. Se curvó y comenzó a espolvorear a través de los desechos

montones, lanzando lejos los trozos de comida a un cubo de agua sucia

para los cerdos.

—Sólo en el sentido físico de la palabra, —dijo Joy a Sunday—. Su

corazón aún estaba unido al de tu abuela y el suyo al de él. Si no hubieran

estado realmente enamorados, no habría sido salvado.

Al igual que Sunday no había sido capaz de salvar a Grumble. Sin

embargo, las palabras le daban esperanza, pequeñas e insignificantes con

una pizca de lo que eran, y se aferraba a ello.

—La Reina de las Hadas no puede dar a luz a sus propios hijos; en su

lugar, sus poderes son transmitidos por aquellos más cercanos a ella.

Durante un tiempo Padre fue su consorte favorito, por lo que de su

descendencia nacieron hadas bendecidas. —Joy palmeó su pelo negro—.

Aunque de algunos más que otros.

—Todas excepto Mama, —corrigió Sunday.

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Mama se quedo inmóvil ante el cubo. Joy arqueó una perfecta ceja.

—Tu madre —dijo Joy—, es perezosa.

—Nunca quise ser parte de ello, —dijo Mama a la cesta.

—¡Sólo porque no podías ser molestada para pensar antes de hablar!

Sunday se sentó en silencio mientras su madre y su tía se miraban la

una a la otra, de la misma manera que ella y Sunday hacían antes.

Hablando. Palabras. Mama siempre le recordaba que las palabras tenían

poder. ¿Cómo continuaba la rima? Uno por el dolor, dos por la alegría, tres

por una chica, cuatro por un chico, cinco por la plata, seis por el oro, siete

por un secreto que nunca será contado.

Tan pronto como lo pensaba, Sunday supo: las cosas dichas por Mama

se volvieron realidad. Esto era por lo que raramente abría la boca salvo

para gritar órdenes que sabía que serían obedecidas. Esto era el porqué

constantemente advertía a Sunday sobre lo que escribía. Las palabras

tenían poder. Mama no estaba siendo arrogante; había estado intentado

mantener alejada a su hija de cometer errores.

Sólo que Sunday había cometido esos errores, de todos modos. Debido

a que Mama había evitado su poder, su hija no tenía ni idea de la

amplitud y la profundidad que poseía. Sunday estaba furiosa. Quería

escribir su propia historia, tomar sus propias decisiones, no existir como

resultado de las decisiones de alguien bobo y de las transgresiones del

pasado.

En la madrugada la diatriba de Saturday golpeaba en su mente. Si

Sunday tenía el poder de hacer que las cosas sucedieran, entonces lo

usaría. Sacó el diario de su bolsillo y lo cerró de golpe al tirarlo sobre la

mesa. Con una profunda lera escribió: SOY NORMAL.

Una lágrima descendió por la mejilla de Sunday. No importa cuántas

veces escribiera esas palabras, sabía que nunca serían reales. Era la

séptima hija de una séptima hija, y era cualquier cosa menos normal. Las

horribles palabras se burlaban de ella. Por primera vez en su vida, Sunday

arrancó una página de su mágico diario. La estrujó en una bola sobre la

mesa.

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Joy abrió el papel, leyó lo que Sunday había escrito ahí, y arrugó la

copia otra vez.

—Sunday.

Sunday mordió el interior de su mejilla. No podía ser capaz de detener

las lágrimas, pero se negó a llorar.

Joy resopló lentamente en la pelota de papel y de repente una

paloma blanca se acicaló en su brazo. Saltó hacia la mesa frente a

Sunday. Por encima del pájaro, su tía le sonrió.

—Todo lo normal es relativo.

***

La primera lección de Sunday era hilar la lana en oro. Habían llevado

la rueda al jardín así que Sunday podía estar cerca de su nueva mascota;

el pájaro arrulló con gracia en el árbol junto a ella. Sunday no estaba

segura de lo que la lección tenía que ver con que su escritura se volviera

realidad, y se lo dijo a Joy.

—Sabes cómo escribir, ¿cierto?

—Sí.

—¿Entonces por qué pierdo el tiempo enseñándote algo que ya

sabes?

Algo menos que satisfecha, Sunday frunció el ceño a la mochila de

lana.

—¿No es por lo general la paja convertida en oro? Eso es lo que todas

las historias dicen.

—¿Sabes dónde conseguir paja en esta época del año?

—Es posible que haya alguna en el establo, pero es por…

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—Y si tuviera paja, ¿tendría la primera pista de cómo hacerla girar?

—No, pero…

—Entonces deja de interferir en las historias de otras personas y

construye las tuyas. Volveré en una hora. —Con eso, se volvió y regresó a la

cocina para antagonizar a Mama.

En la siguiente plantación de granos, hilar era el trabajo más aburrido

del mundo. Incluso Friday lo pensaba. Sunday se inclinó y sacó un puñado

de lana fuera de la bolsa; ya estaba cardado1. Gracias a dios por los

pequeños favores. Puso un puñado de desechos de lana alrededor del eje

y comenzó.

Sunday hizo girar la rueda con su mano derecha y dejó la lana pasar a

través de los dedos de la izquierda. Oro, pensó. Sé oro. Lo dijo en voz alta.

Cerró los ojos y lo cantó en su cabeza. Sé oro. Sus ojos se abrieron. No era

oro. Solo un grisáceo hilo de una grisácea oveja vieja.

La Tía Joy había resultado ser una gran profesora. Las lecciones

generalmente eran instruidas. ¿Cómo se supone que Sunday debía

aprender sin una guía? ¡Y Joy había tenido el descaro de llamar a Mama

perezosa!

Sunday suspiró y continuó hilando. Bueno, era una tarea que Friday no

tendría que hacer después. Estaba en el tercer puñado de lana cuando

Trix llegó y se sentó a su lado. Sus desnudas manos y pies estaban cubiertos

con suciedad y con costras debajo de las uñas negras. Sus pantalones

estaban cubiertos de lodo hasta las rodillas y su pelo estaba revuelto. No

era extraño para Trix. No era mucho más extraño para Trix.

Sunday estaba desesperada por una conversación.

—Estoy hilando la lana en oro, —dijo.

—No estás haciendo un muy buen trabajo.

—Lo sé. —Tiró de la lana—. Pareces un poco más sucio de lo normal.

—¡Gracias! Papa me dejo la mochila de granos de Thursday. Me dijo

1 Cardado: Preparar un material textil para el hilado.

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que cavara una zanja y las plantara por todo el camino alrededor de la

casa.

—Ya no puede ser terminado.

—Pedí a los topos y a los gusanos que me ayudaran, —dijo, de la

misma manera que Sunday lo habría dicho—. Bueno, por supuesto el sol se

eleva por las mañanas.

—¿Topos y gusanos?

—Son más que serviciales, pero, siempre lo son. Te hablarán al oído si

les tiendes uno. No tendría ni la mitad de tiempo si no les hubiera dicho que

pasaría sobre una de las familias. Los topos tienen grandes familias. ¿Es esa

una aguja?

Los dedos de Trix se acercaron maliciosamente a la punta del eje. Era

una pregunta tonta, pero estaba mejor equipada para hablar de topos y

de sus numerosas relaciones. Esbozó una sonrisa maliciosa.

—¡No lo toques! —gritó ella.

Trix saltó y cogió su dedo.

—¿Por qué no?

—Podría estar maldito, —dijo Sunday.

Trix siguió el juego.

—¿Piensas eso?

—Uno no puede ser muy cuidadoso, —advirtió Sunday—. Hay una

rueca en algún lugar de Arilland, pero no hay manera de saber con

seguridad si se trata de eso. —Se apoyó en Trix como si le dijera un secreto,

de la misma manera que hacía Papa—. Nadie puede.

—¿Qué ocurrió para que estuviera maldita?

Sunday miró al cielo soñando mientras giraba, contando la historia

como si estuviera leyéndolo de las nubes.

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—Hace años ahí vivía una joven que odiaba hilar más que cualquier

cosa en el mundo entero.

—Como tú, —intervino Trix.

—Como yo, —agregó Sunday—, sólo que más, si puedes creerlo. Lo

odiaba tanto que un día declaró que preferiría soñar su vida más alejada

que nunca de tocar una rueca otra vez.

—Chica tonta.

—En efecto. Al decir eso encantó la rueda. Y cuando se pinchó el

dedo con el huso, su sangre selló el hechizo para siempre.

—¿Y se quedó dormida?

—¡Lo hizo! Durmió durante cientos de años. Cuando finalmente se

despertó de nuevo, era una endeble y frágil mujer mayor sin amigos ni

familia que quedaran en el mundo. Al darse cuenta de su locura, exigió

que la rueca fuera llevada ante ella y destruida.

—Pero no lo fue.

—No. Cuando cayó dormida, pensaron que estaba muy, muy enferma

o bajo un hechizo. No tenían ni idea de que la rueca era la causa, por lo

que se perdió.

—¿Qué sucedió con ella? —Sunday distraídamente sacó más lana de

la bolsa y habló.

—Cayó en las manos de un hada vengativa que había sido agraviada

por un egoísta rey. En el nombre del día de la nieta del rey, el hada dio a la

niña un regalo de humildad, junto con la rueca. Los padres no podían

negar un regalo en frente de sus súbditos.

—Hada lista.

—Lista, malvada y poderosa. Alteró el hechizo sobre la rueca de modo

que no sólo pondría a dormir a la nieta durante años, también pondría a

todo el castillo a dormir. El reino seria una cosa fácil de conquistar; el hada

sólo confiaba en la curiosidad de las pequeñas y rezar que finalmente se

pinchase el dedo con el huso.

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—¿Lo hizo?

—La noche antes de su sexto cumpleaños.

Trix jadeó.

—El castillo entero instantáneamente quedó dormido. El rey y la reina,

los cocineros y las doncellas, los guardias y los chicos de los recados, los

caballos en los establos y las gallinas en el gallinero. Cuando el

encantamiento fue completado, el hada rodeó el castillo con un muro de

espinas y puso un basilisco a vigilar la entrada para que el castillo

permaneciera intocable, listo para que ella habitara en él durante cientos

de años.

—Pero alguien entró.

—Para algunos héroes nada es imposible. Un joven príncipe cortó el

muro de espinos y mató al basilisco. Se dirigió a la torre más alta del castillo,

donde yacía durmiendo la princesa, y la despertó con un beso de

verdadero amor.

—Si el verdadero amor no podía funcionar en la manera que se

suponía tenía que hacerlo, al menos ella podía hacerlo funcionar para

alguien más.

—La princesa despertó y después todo el castillo. Por otra parte, el

hada nunca fue vista.

—¿Qué hay de la rueca?

—Cuando la princesa estuvo bien, ordenó que la rueca fuera llevada

ante ella para ser destruida.

—Al igual que la chica antes que ella.

—Y tal y como había ocurrido con la chica antes que ella, la rueca no

fue encontrada en ningún lugar. Permanece intacta, en algún lugar de

Arilland, hasta este mismo día.

—¿Crees que volverá a ser encontrada de nuevo?

—Oh, ha sido encontrada de vez en cuando. Escucharás a una niña

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herida por una enfermedad de sueño de la que no despertará. Cuando

sus amigos y su familia fueron interrogados, encontraron que estuvo

hilando en el momento en el que cayó enferma. Lo verán en las yemas de

sus dedos y en la marca del huso que le arrebató la vida. Buscarán la

rueca e intentarán destruirla, pero será muy tarde.

—¿Realmente puede ser esta la rueca?

—Sólo hay una manera de averiguarlo. —Antes de que Trix pudiera

protestar, Sunday alargó y pinchó su dedo en el huso.

—¡No! —gritó Trix, e inmediatamente puso el dedo en el huso al mismo

tiempo.

Sunday vio la sangre descender de la huella de Trix. Había tenido la

intención de asustar a su hermano con esa historia, pero nunca había

querido herirle.

—¿Por qué hiciste eso?

—Si te quedas dormida durante cien años, yo también lo haré. Cuando

nos despertemos, podremos destruir juntos la rueca y nos aseguraremos de

que es destruida.

Trix nunca hacía preguntas de amor o fidelidad. Si muchas personas

como él existieran en el mundo, sería un lugar mucho más agradable.

—Oh, Trixie, eres el mejor hermano que existe.

Su rostro se estremeció. La magia que se había tejido entre ambos se

dispersó en el viento.

—Pero no soy tu hermano.

Sunday miró hacia su huella con la roja perla de sangre. Cogió la mano

de Trix en las suyas y presionó los dos heridos dedos juntos.

—Siempre has sido de la familia. En mi corazón, siempre serás mi

hermano. Nuestra sangre de nuevo es compartida. Tú tienes la mía, yo

tengo la tuya. Eres mi hermano y yo soy tu hermana. Nunca permitas que

los demás digan lo contario.

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—Así era y lo será por siempre, —dijo solemnemente.

El cuerpo de Sunday se estremeció. Estaba maniobrando un poco de

magia con sus palabras, pero no le importaba si se metía en problemas. No

cambiaría nada importante, sólo estaba reforzando un vínculo que

siempre había estado entre ellos. Si hacía sentir mejor a Trix, valía la pena.

Trix apartó el dedo y lo envolvió con fuerza en el dobladillo de su sucia

camisa.

—Entonces, ¿qué vas a hacer eso ahora que has terminado tus tareas?

Sunday bajó la mirada. Las hebras de lana gris con las que había

comenzado ahora estaban cubiertas por una gruesa capa de fino hilo

dorado. No estaba segura de lo que exactamente había aprendido, pero

lo había aprendido de la misma forma. Tal vez Tía Joy no estaba tan loca

como en un principio había pensado Sunday.

Sonrió a su hermano de nuevo.

—Supongo que iré a averiguar cuál es mi próxima tarea.

***

El sol de la mañana ardía en lo alto del cielo, la paloma blanca de

Sunday arrulló en un árbol del jardín, y Tía Joy hizo crecer los granos. Era

más que extraño ser testigo del crecimiento de los frijoles que habían

plantado unos pocos días atrás y que subían a los palos y cuerdas que se

extendían por cada fila. Las hojas se desenroscaron y extendieron al sol; los

viñedos enredados entre ellos, florecieron, y después brotaron gruesas

vainas de terciopelo por todas partes. Joy entregó la cesta a Sunday.

—Tu próxima tarea.

—¿Recoger frijoles?

—Hasta el último, —dijo Joy—. Y mientras estás recogiendo, piensa en

cómo acabo de hacer esto.

Sunday estuvo de pie, estupefacta, mientras su tía se volvía para

marcharse. Trix tiró de la manga de Sunday, sacudiéndola para despertarla.

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—¿Puede tener ayuda? —le preguntó a Joy.

Joy sonrió benevolentemente y dijo,

—Sí, puede—, antes de desaparecer hacia la casa.

Trix fue en busca de otra cesta y se unió a su hermana en la recogida

de frijoles frente a los viñedos.

—No tienes que hacer esto, —dijo.

Trick recogió los frijoles con ambas manos.

—Quiero hacerlo.

—Gracias. —El sol quemaba el cuello de Sunday, y el sudor goteaba

por su espalda. Cuando su cesta estuvo bastante llena, Trix la vació en la

suya y fue en busca de otra. Regresó con un vaso de agua para ella, y ella

lo tragó.

—¡Guarda un poco! —dijo Trix antes de vaciar el vaso.

Sorprendida, preguntó,

—¿Por qué?

—Para tu pájaro. —Desde la fila de viñedos a su lado, la pequeña

paloma blanca la miraba con curiosidad. Sunday miró hacia atrás. Unas

pocas horas antes, había sido un pedazo de papel con un sueño inútil

escrito dentro. Ahora era de carne, sangre, plumas y huesos. Sunday no

tenía la más remota idea de qué hacer con él.

—No estoy segura de que sea un pájaro, —dijo Sunday—. Tía Joy lo hizo,

pero no tengo la intención de conservarlo. —Agitó la mano. —¡Shoo! Vete,

pájaro. No perteneces a nadie, mucho menos a mí.

Trix le sonrió.

—¿Qué?

—Si el pájaro fue creado, eligió serlo. Está aquí porque busca estar

contigo.

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—¿No tengo nada que decir al respecto?

—No.

—Espectacular. Ni siquiera puedo preocuparme por mi misma. ¿Qué se

supone que tengo que hacer con el pájaro?

Trix juntó las palmas de sus manos y las ahuecó.

—Aquí. Echa lo que queda de agua en mis manos. —Sunday lo hizo.

Unas pocas gotas de grasa escaparon de entre sus dedos. El pájaro

vacilante saltó hacia adelante y después revoloteó hasta los dedos de Trix,

donde se posó para beber. Sunday estudió sus pequeños ojos, su pico, sus

perfectas y suaves plumas. Eran increíblemente blancas, como Sunday

imaginaba que debían ser las de un ángel.

—Deberías darle un objetivo, —dijo Trix.

—Ella es un pájaro, —dijo Sunday—. Su objetivo es ser un pájaro.

Supongo que sabe cómo hacer un carámbano mejor que yo.

—Deberías pedirle ayuda.

—No estoy hablando del pájaro.

—Pero lo acabas de hacer, —dijo Trix—. Cuando le dijiste que se

marchase.

—Estaba haciendo tonterías.

—Hablas con Grumble.

Y así era. Sunday olvidó todo sobre el pájaro. Sus ojos se volvieron

brumosos, y su corazón de repente era demasiado pesado para sostener a

una persona.

—Le extraño, Trixie.

—Entonces ve a verle.

Tenía lecciones que aprender, era el precio de una vida para controlar

la magia, y todo un campo de frijoles que recoger. De aquí en adelante,

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su vida sería una interminable serie de tareas tras otras. Estaba atrapada

en una prisión forjada desde su nacimiento.

—No puedo.

Trix apartó lentamente sus manos y el agua llovió en la tierra. Movió los

dedos donde el pájaro se había posado con cuidado frente a Sunday. A

pesar de no querer hacer nada con el animal, Sunday levantó su mano y

alargó los dedos. El regordete pajarito se subió a ellos. El peso era pequeño,

casi no podía decirse que estaba allí. Sus diminutos pies le hacían

cosquillas ligeramente.

—Pregúntale, —dijo Trix.

Sunday exhaló. Podía hacer eso. Trix pidió ayuda a los topos y a los

gusanos, ¿cierto? Al final Sunday habló como si estuviera enviando una

carta.

—Querido pájaro, realmente apreciaría que nos ayudaras a recoger

todos los frijoles de este campo. —¿Iba a balancearse el pájaro sobre su

cabeza? Sunday miró hacia Trix de orientación.

—También pregúntale si sus amigos nos ayudarían.

—Y si tienes algún amigo, estaríamos muy contentos de tener su ayuda.

—Suspiró a un lado hacia Trix—. ¿Deberíamos ofrecerles algo como

recompensa?

—Diles que pueden tener una cesta de frijoles cuando lo hayan hecho.

—¿Has escuchado eso? —preguntó Sunday. El pájaro movió la cabeza

de nuevo—. Bien, —dijo ella, pero el pájaro no la dejó—. Muchísimas

gracias. —El pájaro se adentró entre los árboles.

Sunday se sintió como una tonta. Hablar con los pájaros. El hombre

encantado era una cosa; los animales salvajes era completamente otra.

Trix iba a reírse por sus tonterías. Sunday se desplazó hacia atrás y puso una

mano en su hombro.

—Espera, —dijo él lentamente—. Sólo espera.

Así que Sunday esperó. El sol caía ante ellos mientras permanecían en

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silencio.

La pequeña paloma blanca regresó, sola. Aterrizó en la hilera próxima

a Sunday y a Trix, rompió una vaina del viñedo, y las lanzó a la cesta sobre

la tierra.

—Gracias por ayudarnos, —dijo Sunday al pájaro—, incluso si tus

amigos no quieren hacerlo. Más frijoles para ti.

—Sunday, mira. —Trix señaló un aleteo en las hojas tres filas más atrás.

Un estornino2 asomó la cabeza, volando directamente hacia ellos, y dejó

caer unos frijoles en la cesta mientras avanzaba. A cualquier lado donde

Sunday miraba, había viñedos ocupados y alas reorganizándose. Había

muchos pájaros: golondrinas y alondras, tórtolas y arrendajos, petirrojos y

pájaros de nieve. Llenaron la pequeña cesta de Sunday en minutos. Trix

tajo unas pocas más.

—No lo creo, —dijo Sunday.

—Si no quieres trabajar, Sunday, vas a tener que creerlo. —Sunday

sonrió. Él estaba en lo cierto. Hermano listo—. Vete, —dijo—. Vigilaré a los

pájaros por ti.

Sunday corrió hacia el bosque sin mirar atrás. Estaba sudorosa y sucia, y

su pelo estaba lleno de plumas, sus manos estaban agrietadas de dar

vueltas, y su vestido era viejo y deteriorado, y había olvidado su libro en la

mesa de la cocina, pero nada de eso importaba. Había mucho que

contar a Grumble. Habían pasado tantas cosas en poco tiempo -una

eternidad- que habían estado alejados. Le necesitaba para mantenerse

sana, para hacerla reír, para sentirse completa. Estaba tan feliz, sus ojos se

hicieron agua. Saltó a través de las alargadas sombras de los árboles a lo

largo del camino de maleza y pensó en lo que le diría: la familia secreta,

sus extraños poderes, los poco convencionales métodos de aprendizaje de

Tía Joy...

¿Qué la había enseñado Joy a Sunday? Había tejido oro, lo

suficientemente milagroso, ¿pero de dónde había salido? Había sentido la

magia cuando había llamado hermano a Trix, pero el oro había sido hilado

antes que eso. Ambos habían estado tan absortos en la historia, que ni 2 Protector de la base de las columnas de un puente.

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siquiera habían notado cuando había comenzado.

¡Eso era! ¡Ahí es donde estaba la magia! La misma magia que les había

impulsado en la historia ha cambiar la lana que había hilado. Por el giro de

un cuento, ¿verdad? Tejido.

Y no había sido otro personaje de cuento; había hecho el suyo propio,

como Tía Joy había sugerido. Sunday sonrió de lo obvio que era para ella

ahora. Las lecciones no tuvieron que ver con la escritura ya que tenía la

habilidad de cambiar las cosas sin escribirlas.

Sunday apartó algunas ramas y las dejó caer detrás de ella. Así que

¿Cómo Tía Joy había creado la completa cosecha de frijoles? La respuesta

llegó como si pensase la palabra: ―creado.‖

Ese era su poder, el meollo de lo que Joy estaba enseñándole. Sunday

era una Creadora.

Todo en el mundo era la creatividad: creencia y creación. Los

cuentacuentos eran la esencia de ambos. Sunday había estado

enseñándose a sí misma los rudimentos de la expresión creativa cada vez

que garabateaba en su diario. Los frijoles no habían cambiado a un nivel

básico; Tía Joy se había limitado a dejar que fueran lo que inevitablemente

serían. Al igual que el nombramiento de Trix como su hermano: Sunday

nunca había creído durante un momento en su vida que no lo era. Ahora

bien, como lo fue, lo sería para siempre.

Pero el pájaro y el cuento habían cambiado sus esencias. Eso era

aterrador. Un día, Sunday tendría la habilidad para convertir a los hombres

en animales. Se preguntaba qué diría Grumble sobre eso.

—¿Grumble?

El silencio le respondió. Le llamó por su nombre otra vez, pero de

repente supo que el no respondería. Podía sentir su ausencia como una

cosa concreta, lo sabía al igual que sabía su propio nombre. Se acercó

para buscar el pozo, y cuando vio los destrozados restos de un pequeño

cubo de agua la desesperación se apoderó de ella. Le llamó por su

nombre por tercera vez, con la voz desesperada tan rota como el cubo.

No había olas en el agua del pozo, lleno hasta el borde como si fuera la

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tormenta de hacia dos noches. Las rocas habían sido alborotadas, ya sea

por la tempestad o las enfurecidas bestias salvajes.

Esperaba que Grumble se hubiera escapado y escondido en cualquier

lugar, encontrado un manantial subterráneo bajo el pozo y nadar para

salvarse.

Chica tonta, creando historias, regañó su mente. El está muerto, se ha

ido y no quieres admitirlo.

Espero que regrese pronto, lloró su corazón.

Le extrañaba con todo su cuerpo. Y mientras ese cuerpo vacio volvía a

salir del pozo, junto con la limpieza y todos sus recuerdos, casi podía

escucharle decir, Adiós, mi Sunday.

El camino de regreso a la torre de la casa duró una eternidad. No sintió

ni tristeza ni dolor, solo un espeso entumecimiento que envolvió un manto a

su alrededor. No estaba contenta de ver de nuevo la puerta de su jardín, ni

siquiera estaba sorprendida o emocionada por ver que Trix y los pájaros

hubieran terminado sus tareas. Las cestas y las bolsas llenas de frijoles

estaban amontonadas en el borde del campo. No le importaba.

Sunday caminó hacia la casa a través de la cocina, pero no escuchó

el alegre saludo de Trix o la queja entre dientes de su madre. Cogió el

diario de la mesa y caminó por la sala de estar, pasó a Papa con su pipa y

a Friday cosiendo su ropa. Su melancólica frontera inalterada, caminaba

lentamente subiendo las escaleras. No paró hasta que alcanzó el nido de

Wednesday, la habitación más alta de la torre, y ahí sentada en la

ventana miro fuera. Sunday no vio a Wednesday acurrucada en la cama

escondiendo su ultimo lamento en los pedazos de pergamino; solo vio las

nubes mientras flotaban, se volvían grises, después rosas y de nuevo grises

mientras el mundo sucumbió a la sombra y los dioses rociaban estrellas

sobre el aterciopelado cielo.

Abrió su diario y miró fijamente las páginas en blanco. Debería forzarse

a escribir, lo sabía, para deshacerse de esos sentimientos por lo que podría

llorar y seguir adelante. Pero tampoco quería esas cosas. En ese momento

el dolor era un consuelo. En ese momento el todavía estaba vivo en su

corazón, más cerca de lo que alguna vez podría estar. En ese momento

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necesitaba a su mejor amigo, el único amigo en el mundo que ya no

podía hablar. Se fue, ella no había mantenido su promesa. Ni siquiera dijo

adiós.

Tal vez pudiera despedirse de él ahora.

Su lápiz encontró el papel, pero no podría escribir. Lágrimas de

frustración se derramaron por su cara mientras intentaba

desesperadamente el obstinado instrumento. Sus hombros se

estremecieron, su visión se volvió rosa. Cerró los ojos al parpadear las

lágrimas lejos para poder olvidar todas las que había derramado. Cuando

abrió los ojos de nuevo encontró que ya había escrito palabras en la

página, pero no era la despedida en la que había estado trabajando. En

un ligero, irregular garabato, apenas legible ante ella, las palabras que no

quería sentir decían: Te amo.

Sunday arrancó la ofensiva página de su libro y la tiró fuera de la

ventana.

En algún momento de la noche se quedó dormida en el duro asiento

de la ventana. En algún momento antes del amanecer Wednesday la

cubrió con su manta por lo que el rocío no la iba a helar como si estuviera

perlado sobre su piel y su pelo.

Se despertó con el ardiente sol sobre su cara y el enternecedor arrullo

de un par de palomas blancas.

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Capítulo 8. El Retrato de Sorrow

SIEMPRE

l fuego se había apagado de nuevo. Rumbold trató de

ocultarse en el interior del cálido capullo de sus mantas, pero el

frio se filtraba por sus huesos. Cuando los murmullos llegaron,

raspando como acero por todo su cuerpo.

Rumbold. Rumbold.

Su cuerpo se estremeció. Antes de haberse ido a la cama esa noche,

había tomado la decisión de que si los murmullos volvían, no sucumbiría al

miedo. Cerró bien los ojos así no podría traer más monstruos de las sombras

con su imaginación, se puso de pie y recorrió el camino desde los extremos

de su cama a la pared y luego a lo largo, hasta que su pierna chocó con

el ordenado montón de madera que Rollins había repuesto. Cayó de

rodillas en la ceniza y se quedó tendido junto al polvorín, donde Rollins

había dejado dos largos trapos empapados de aceite.

Libérame.

Los trapos lo capturaron tan rápido que tuvo que arrebatar sus manos

para evitar quemarse. Las llamas lo envolvían en un círculo de luz dorada.

Abrazó sus delgadas piernas y envolvió sus frágiles brazos alrededor de

ellas, apoyando su barbilla con ceniza en la cima. Valientemente se

asomó a la oscuridad susurrante, al pie de su cama, donde la forma

misteriosa se había formado la noche anterior. Necesitaba saber si lo que

lo perseguía era algo viejo o nuevo, mundano o de otro mundo. Podría

haber salido del mismísimo infierno y ahora darle la forma de sus temores.

E

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Las historias de Soul Riders eran cuentos horripilantes que terminaban

en locura y muerte. Teniendo en cuenta el poder de su maldición, era

totalmente posible que un demonio lo hubiera seguido hasta Hada Well. Si

era así, él tenía la responsabilidad de ver de qué se trataba.

Una perspectiva más aterradora, pensó mientras la sombra comenzó a

tener forma, no era ni un fantasma, ni un Rider sino algo completamente

distinto.

Apretó sus piernas hasta que sintió huesos contra huesos a través de la

piel y el músculo. Probó las cenizas en sus labios secos.

La sombra se estiró y creció hasta que fue más o menos del tamaño de

un hombre. El frío en el aire se hizo más profundo. Rumbold podía ver el

aliento que salía de su boca, la translucidez de éste era sólo un poco más

sustancial que la presencia al pie de su cama. Y luego, un poco menos. En

cuatro alientos fríos, la forma ya tenía un atisbo de rostro, en cinco más,

una masa de cabellos castaños completaban su cabeza. ¿Y si era él?

¿Qué si la cosa rondándole era su anterior ser, esperando ser recordado?

En la séptima respiración, los cabellos se alargaron y se derramaron por los

hombros de la ágil figura, con unos grandes rizos oscuros. Rizos castaños. Su

madre se abrazó a sí misma y lo miró, su cara una máscara de amor y

miedo.

No habría un noveno aliento.

Ella era más hermosa de los que recordaba. La luz del fuego le

envolvía la piel volviéndola de oro y profundos ojos azules. Un brillo

fantasmal se aferraba a sus mejillas y en la sien pequeñas plumas blancas

atravesaban su frente; su vestido era de un blanco puro debajo de su

masa de pelo. Grandes alas blancas salían de detrás de ella e iluminaban

la habitación, mucho más brillante que el humilde fuego de Rumbold.

Se miraron el uno al otro, sin hablar, sin tocarse, no se atrevían a

moverse o cambiar el imposible balance que habían creado juntos. A

Rumbold le dolían los temblores y los sollozos silenciosos con respiraciones

superficiales. Las lágrimas le empapaban su camisa de dormir, pero las

dejó caer, no quería apartar la vista de lo que tenía ante él. Ella también

lloró, a su manera, sus lágrimas se volvían sombras antes de que cayeran al

suelo.

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Yo siempre estaré contigo.

Permanecieron así hasta que los rayos del sol naciente disolvieron su

imagen a la luz del día, hasta que se desvaneció completamente y

Rumbold se preguntó si era verdad lo que había visto.

***

Rumbold despertó sobre el suelo de nuevo. Tenía el pelo revuelto y

enmarañado con las cenizas, porquería y polvo envolvían su lengua. Esta

vez era Erik quien hacía la chimenea. El guardia pasó por encima de

Rumbold y descargó una brazada de madera fresca. No le ofreció su

ayuda al Príncipe.

—¿Puedo? —Erik hizo un gesto hacia una silla en la pequeña mesa de

desayunar.

Rumbold asintió con la cabeza y el guardia se sentó, estirando las

piernas y entrelazando sus dedos detrás de su cabeza. Él le ofreció a la

habitación la misma mirada de cortesía que le había dado a Rumbold.

Recogió el balón de oro en el centro de la mesa y lo tiró de una mano a

otra.

—Rollins dijo que necesitabas más leña. Él está trayendo tu desayuno.

—Soltó una media sonrisa—. He visto las comidas más finas ser servidas a los

condenados.

Rumbold forzó su lengua pegajosa a trabajar.

—Yo apreciaría eso.

—Entonces te sugiero recompensar a Cook por sus esfuerzos. —Dijo sin

ninguna vergüenza ni vacilación. Fue un movimiento muy audaz. Rumbold

asintió con la cabeza.

—Bien. Sólo no le envíes flores o joyas o algo así de inútil.

Rumbold negó esta vez con el cabeza, confundido.

—¿Qué hace Cook para entretenerse? He escuchado que ella le

preguntó al mayordomo sobre una tierra con un jardín de hierbas. Ese sitio

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es un viejo jardín vallado situado al lado sur del castillo. Dale la llave y un

sirviente para atenderlo. Éste le servirá para siempre.

—Sí, —logró decir Rumbold—. Me gustaría... ser más útil.

El guardián gruñó.

—¿Es así? —Puso la bola en el suelo, se rascó la barba roja, y cruzó los

brazos sobre su pecho.

—Tienes hollín sobre ti. —La risa de Rumbold se rompió rápidamente al

toser. Erik le entregó una pequeña jarra de agua de la mesa. El príncipe

bebió con avidez, sus labios apenas lo suficientemente húmedos después

de un sincero ―Gracias‖, cuando se lo devolvió. Desde el regreso de

Rumbold, Erik siempre le había mirado de reojo, nunca evitaba su mirada o

lo había evitado, lo que muchos siervos y miembros del tribunal hacían. Ya

fuera porque el príncipe los había asustado o porque su presencia les

asustaba ahora, Rumbold no estaba seguro. Nunca lo sabría si él no

encontraba a alguien con quien hablar.

Así que optó por ofrecerle a Erik dos de los elogios más altos y también

más peligrosos que la realeza podía otorgar. La honestidad y la confianza.

—No recuerdo quién solía ser yo, —dijo Rumbold cuidadosamente. Se

sacudió las cenizas de sus rodillas, y una nube de cenizas de levando antes

que él, haciéndole toser—. Velius dijo que... él estaba contento de que yo

hubiera... —volvió a toser—. Velius dijo que... él estaba contento de que

hubiera elegido la vida. ¿Qué quiso decir con eso?

—¿Quién sabe la mitad de las adivinanzas que salen del pico de

Cauchemar? —Dijo Erik sin cruzar las piernas, luego las volvió a cruzar. Se

quedó mirando el retrato de la pared frente a él, unos viejos familiares que

Rumbold no recordaba. Finalmente el profundo sonido de la voz de Erik

llenó la tranquila habitación.

—Tu madre murió y Jack quedó maldito al mismo tiempo —dijo el

guardia—. Eras demasiado joven para saber sobre todos los juegos de

manos que se jugaban a tu alrededor, demasiado joven para ver sus

intenciones, y demasiado joven para llevar la carga de la tristeza y la

soledad. Te escondiste en ti mismo y pasaste una tranquila infancia.

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—Tu madrina lanzó su propio contrahechizo para aplazar lo inevitable,

pero ¿por cuánto tiempo? Tú ya andabas con pies de plomo hacía tiempo,

un niño con buen comportamiento, viviendo ante el terror que estaba por

venir. A medida que avanzaba el tiempo, la maldición empezó a

acercarse a tu fecha límite. Marcada por el tiempo en que empezaste a

tomar tus propias decisiones y controlar tu propio destino. Habías hecho

todos los arreglos que había que hacer para tu décimo octavo

cumpleaños, el cual llegó y pasó. El propósito del contrahechizo era sólo

prolongar tu espera, y la espera había terminado.

Rumbold se movió incómodo en las losas. Erik arrojó un cojín de

terciopelo al príncipe donde se encontraba junto a las cenizas. —Ningún

daño podía venir a ti hasta que la maldición se cumpliera, pero nadie

esperaba que te convirtieras en algo... autodestructivo.

—¿Yo estaba loco?

—En todos los sentidos de la palabra, y – para mí – por una buena

razón.

—¿Le hice daño a alguien?

—Yo creo que no pensaste en nadie más. Si alguien se vio afectado

por tus acciones, no lo ha dicho.

—¿Me... hice daño a mí mismo? —Preguntó Rumbold, teniendo en

cuenta la posición tensa del guardia y su tensa pausa, nunca se había

concentrado tanto en el lenguaje corporal de otra persona con tanta

atención. Otra persona además de Sunday.

—Estas sentado ahí, así que no podía ser tan malo, ¿eh? —Pero la

sonrisa de Erik había desaparecido; las líneas de su frente habían vuelto—.

Yo sólo digo que no cambiaría de sitio contigo por nada del mundo.

Ningún hombre debe tentar la suerte que tiene. Fuiste tanto una víctima de

esa maldición como lo fue Jack, y tú merecías un final feliz por todo lo que

ellos te hicieron pasar. Pero tu vida después de ese momento no fue fácil,

amigo mío. Te tenías sólo a ti mismo por culpa de esa condena.

Bueno. Ese difícil camino era el que había elegido. Rumbold deseó

poder ser tan feliz como lo era su primo sobre aquello. Miró sus manos

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todavía unidas alrededor de sus rodillas, con los dedos gris a causa de las

cenizas, hollín apelmazado en líneas negras a lo largo de sus nudillos y bajo

sus uñas. Sus manos eran todo hueso, pero también eran fuertes. Esas

manos se forjaron su propio destino, limpiando con un pincel el difícil

camino y cogiendo lo que el destino le lanzara. El no podía cambiar el

hombre que había sido, pero sus manos harían al hombre que podía llegar

a ser.

Si había tenido amigos en su vida anterior, no se habían dado a

conocer a su regreso. Ahora se encontró con tres: Sunday, Velius y Erik. El

movió tres dedos. Contándose a sí mismo y a Rollins, todos ellos hacían una

mano entera, sólida, la primera y la mejor parte de un cuerpo lentamente

reconstruido.

Un extraño antepasado enmarcaba al Príncipe Cinder en su

polvoriento hogar. Rumbold entrecerró los ojos hacia él, con una elegante

mujer con un vestido negro, y un muchacho regordete con un igualmente

regordete perro a sus rodillas.

—¿Quiénes son estas personas? —Preguntó Rumbold a Erik.

El guardia soltó una carcajada.

—No tengo ni idea. ¿No son el grupo de Stern3? —Erik le extendió una

mano al príncipe—. Ven, estás sucio. Vamos a limpiarle y luego te llevaré al

campo para que vuelvas a sentirte tú mismo otra vez. Los chicos están

esperando para verte.

Rumbold puso su huesuda mano en la mano enorme de Erik y dejó que

su amigo le ayudara a ponerse en pie. —Su padre lo recibirá ahora, Señor.

—Rumbold asintió con la cabeza a otro sirviente, –¿nunca supo sus

nombres?– tomó todo su coraje caminar a través de la maciza puerta. La

espera de una decepción revolvió la boca de su estomago. Sus pies se

hundían en la alfombra de color rojo oscuro, mirando sobre el hombro a

más familiares desconocidos en sus marcos dorados. Los techos pintados

daban la sensación de tener kilómetros de distancia, sus molduras

escondiéndose en las sombras de la tarde.

3 Supongo que por Stern se referirá a algún grupo musical o algo así.

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Cualquiera que caminara por la sala del solárium del rey se daría

cuenta que estaba destinada a hacer sentir a las persona pequeñas, para

recordarles su lugar en el mundo, muy por debajo de su gran monarca

sabio y poderoso. Para un hombre que había pasado medio año siendo

una rana, el tamaño era lo que menos le importaba. Rumbold estaba

nervioso por una razón muy distinta enterrada en su mente junto con su

tranquila y rebelde niñez maldita.

Las puertas del solárium del rey estaban cerradas. Rumbold cuadró los

hombros y tocó una de las puertas, el sonido fue absorbido por la madera

pulida. Tal vez su padre no lo escucharía, tal vez se había ido y Rumbold

podría volver cualquier otro día. Tal vez... Las puertas se abrieron para

revelar a su padre, con las mejillas encendidas, cabello de un dorado

oscuro y un lío de ropas arrugadas. Sus ojos de color ámbar y una barbilla

alta con líneas en su rostro que daban lugar a una amplia sonrisa de medio

lado.

—Vamos, entra. Hay alguien que quiere verte. —Su padre lo llevo a

través del umbral y cerró las puertas detrás de él. Se lanzó al otro lado de la

habitación y se arrodilló para continuar con su conversación en el suelo.

Alguien se lo había contado, alguien que obviamente no había sido él.

Tapices de espesas cortinas cubrían las largas ventanas brillantes. Las

luces de las velas iluminaban la colección de curiosidades del rey: un hada

corona, un cuerno tallado en el hueso de un ciervo con cientos de años de

edad, el corazón petrificado de un antiguo árbol de Vieja Madera, una

manzana de plata, un huevo dorado de gallina. Cada uno representaba

un momento de la vida de su padre; juntos formaban una línea de tiempo

de las misiones más importantes del rey y sus conquistas. Cada uno estaba

encerrado en cristal con su propio pedestal. Si alguno de sus artilugios era

movido, eliminado o alterado de alguna manera, al rey le habría dado un

ataque y le habría cortado la cabeza a alguien, muy probablemente en

ese orden.

El mismo Rumbold deseó estar bajo uno de esos vidrios en uno de esos

pedestales y sabía que no sería la primera vez. Pero él no era un premio a

ganar o un original tesoro -para su padre, la existencia de Rumbold era

una constante, común, y no deseada como la luz del sol detrás de esas

cortinas opresivas.

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Cuando Rumbold cruzó la habitación, la luz oscura de la vela se volvió

azul. Las sombras de la habitación, se volvieron borrosas en los bordes. El

huevo de oro de puso de un profundo rojo sangre. El rey empujó su trono al

lado de un gran espejo, haciendo que la habitación pareciera el doble de

grande y asfixiante. Había echado hacía atrás la alfombra para revelar un

patrón de estrellas, círculos y símbolos grabados profundamente en el suelo

de madera antigua, quemaduras oscuras y pintada con cera brillante

para soportas años de diferentes pisada y de muebles. Había una vela en

cada punto dónde estaban las estrellas más grandes. Sus llamas eran tan

azules como las nubes que ahora llenaban el espejo con un brillo

sobrenatural.

Las largas sombras de los pilares se estiraban hacia la puerta, como

queriendo escapar. Rumbold se encontró con la sombra junto a su padre y

sonrió ante la ironía: Rumbold. Rumbold. Siempre estaré contigo. El rey no

parecía oírlos.

Una mujer apareció al otro lado del espejo, mirando hacia ellos, el rey

miró hacia dentro.

—Querida, —dijo el rey. Su voz era lejana, como agua corriendo por

piedras lisas—. Ha pasado tanto tiempo. Y sin embargo... Mira quién ha

vuelto. —En medio del vértigo y de la luz mágica, los años en el rostro del

rey se deslizaron en la distancia. En ese momento, alguien podría haber

confundido al padre de Rumbold con su hermano. Su hermano más joven.

—¿Ha pasado ya un año? —Se abrieron las nubes del espejo, y la voz

de la imagen se hizo muy clara, revelando la figura de Sorrow dentro del

marco del espejo. Cabellos de ébano, piel de alabastro y ojos de color

violeta. Su espectacular belleza solo se sumaba a la inhumana realidad de

la mujer.

Sus amargos ojos encendieron la oscuridad sobre él.

—No. No ha sido un año, —dijo—. Su hijo no debería estar de pie

delante de usted, mi rey.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Sus manos se extendieron hacia

el espejo, las piedras de su anillo de delegación ardía con fuego interior en

la débil luz—. ¿No es éste mi verdadero hijo?

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Una esquina de su labio se curvó con ironía.

—Es su hijo, mi rey. Pero aún le falta una pieza.

Rumbold pensó en su reciente renacimiento, tomó mentalmente un

inventario de todas sus partes vitales, y no le pareció que le hiciera falta

ninguna.

—¿De qué pieza estás hablando? —Los ojos del rey eran violetas como

los de Sorrow en la luz del espejo.

—Su corazón, por supuesto. —Ella ladeó la cabeza y golpeó sus

pestañas hacia Rumbold—. Dime, ahijado. ¿Cuál es su nombre?

Rumbold no dijo nada, los susurros fantasmales pasaron a ser gritos en

sus oídos, arañando todo el camino a través de su mente, todos

compitiendo para hacerse oír por encima de los demás.

Rumbold. Rumbold.

Libérame.

No podía respirar. Ni Sorrow ni el Rey se daban cuenta de su angustia,

o pretendían ignorarlo.

—Él no lo dirá, —dijo uno.

—Él no puede, —dijo otro.

Rumbold veía como sus labios de movían, pero no pudo discernir quien

era el orador de la cacofonía en su mente.

Libérame.

¡Mátame!

¿Era esta la venganza del destino? Se aferró a su garganta. El tonto

destino. Su vida iba a durar sólo unos pocos momentos más.

—Firmé un anuncio ésta misma mañana, —dijo el rey—, En honor a mi

hijo, ordené preparar una serie de bailes para celebrar su regreso al castillo.

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Todas las mujeres disponibles de la tierra están invitadas. Pensé que sería un

poco extravagante, pero le complaceré.

Abre la boca.

Inhala. Exhala.

¡Dios, ayúdame!

—Están todas invitadas, —dijo Sorrow—, ¡porque él no sabe quién es

ella! —Su risa resonó por todo el espejo, su voz tan grande como toda la

habitación. Luchando contra el dolor, Rumbold golpeó sus manos en sus

oídos, esperando que sus manos se cubrieran de sangre. Las sombras

vacilantes en la débil luz le ponían enfermo. Él tropezó lejos de una de las

estrellas que estaban a su lado en el suelo. Necesitaba aire. Necesitaba luz.

Él necesitaba... realidad. La cruda realidad, tangible.

¡Libérame!

¡Mátame!

¡Rumbold!

El príncipe volvió a tropezar, cogió una de las gruesas cortinas y tiró.

Una débil línea dividió el espacio en dos tipos de sombras: los difusos seres

etéreos que se proyectaban de la luz del espejo y el conjunto que se

produjeron en la pared opuesta al sol poniente. Los pedestales y tesoros,

los muebles, incluso los bordes, producían ahora dos tipos de siluetas

diferentes.

Su padre no lo hacía.

El suelo frente al espejo vacilaba a la sombra del rey, pero en la pared

justo detrás de él había un ángel. Ella extendió sus alas y levantó las manos

en señal de súplica. Luego fue hacia abajo, alcanzando la sombra de del

huevo de oro, aplastándola. El huevo real se vio convertido a nada más

que polvo por debajo del cristal que lo protegía. Las voces en la cabeza

de Rumbold cantaron en un coro de puro júbilo. El ángel se lanzó por los

aires y salió volando.

El rey se derrumbó.

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Cuando el ángel desapareció también lo hicieron los gritos,

desvaneciéndose primero en susurros y luego nada. Una última frase

audible antes de convertirse en una brisa. No la había escuchado antes en

las horas oscuras de la noche.

Te quiero, hijo mío.

La presión alrededor de la garganta de Rumbold desapareció y se

quedó sin aliento, aspirando una bocanada de aire precioso a través de su

nariz y boca. Tosió y volvió a respirar. El aire sabía a algo púrpura, la forma

en que su madre siempre había olido, como a lavanda y lilas.

Rumbold corrió al lado de su padre. El cabello del rey ahora tenía rayas

de color gris claro, manchas y líneas profundas empañando su una vez

rasgos juveniles. Ya no era como su hermano, ahora era frágil y fino. El

hombre que Rumbold sostenía ahora en sus brazos podría haber sido su

abuelo, o su padre más allá de sus años. Las ropas del rey pasaron a ser

grandes para su cuerpo y su pálida piel era demasiado larga para los

huesos que sostenía en sus manos: un manojo a lo largo de los nudillos y

arrugados en la punta de los dedos. El aire púrpura fue golpeado

mórbidamente en sus pulmones.

Un rayo cayó en el cielo sin nubes. La habitación quedó iluminada de

blanco por un instante por la luz que entró a través de la ventana abierta,

y el siguiente trueno retumbó de forma larga y por los gruesos muros de

piedra sacudiendo los restos del castillo.

Sorrow atravesó el espejo.

Su madrina sólo tenía ojos para el Rey. Se hundió de forma ágil en el

suelo junto a él, con calma sacó un alfiler de su pecho y lo usó para

pincharse un dedo. Su sangre era roja; Rumbold había esperado que fuera

del profundo violeta del que eran sus ojos o del frío azul de las llamas de

las velas. Las nubes todavía se arremolinaban en el espejo detrás de ella,

como si buscaran a su amante perdido o el cerrojo errante de un rayo

mágico del que era responsable.

Sorrow pintó los labios de su padre con la sangre de la punta de su

dedo. Inmediatamente se levantó un rubor saludable. Su carne se llenó, y

no tardó en ser demasiado pesado para que Rumbold lo sostuviera. Sorrow

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pasó la oscura punta del alfiler a través del cabello del rey y volvió a ser

dorado una vez más. Le palmeó el pecho y su respiración regresó,

profunda y fácil.

—Es una buena cosa que hayas anunciado ese baile. —La voz de

Sorrow ahora parecía más cercana y real y pequeña en el espacio de la

habitación—. Es hora de que tu padre encuentre una nueva esposa. —La

mirada de sus poderosos ojos violetas lo inmovilizó—. Bienvenido a casa,

ahijado.

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Capítulo 9. La historia más grande

racias a Friday, toda la familia pensó que la depresión de

Sunday se debía a que estaba enamorada de Panser, el

aprendiz de prestamista.

Pobre Panser.

Sunday se habría reído si no se hubiera sentido tan vieja y cansada,

como si hubiera sentido con cada uno de los músculos de su cuerpo que

con una risita de niña pequeña nunca cambiaría el curso del universo, por

lo tanto no valía la pena el esfuerzo. La melancolía hizo espesa su sangre y

a sus movimientos lentos. Su corazón se encontraba en un inválido

convencimiento de que no iba a sobrevivir muchas más puestas de sol.

Sunday había tenido sueños oscuros donde caminaba por largos

pasillos llenos de murmuros. Vestidos de fiesta y desconocidos rostros le

fruncieron el ceño a través de las ventanas doradas. Las sábanas de su

cama se sentían como el agua, fría y sedosa. Cuando despertó, se

sorprendió al encontrar a sus manos y uñas libres de cenizas y hollín. Las

pesadillas la dejaron triste y temblorosa.

El tema de Panser nunca habría llamado la atención si Friday no

hubiese sentido cosas por el joven aprendiz de banquero. Sunday no

confirmó ni negó ninguna clase de capricho, por lo que Friday era como

un ciclomotor en una productiva ráfaga de encaje, cinta e hilo mientras

cosía los vestidos de baile de sus hermanas. Nadie se molestó en levantarle

el ánimo o hacerla cambiar de opinión.

Saturday, todavía molesta por la injusticia y la noción de un equilibrado

universo cruel, era clamorosamente reacia a asistir a la " ridícula exhibición

G

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de aparatosos y excesivos adornos" y descargó su ira en varias cuerdas de

madera. Papá estaba infeliz ante la idea de que alguien asistiera, dada la

multitud y la acogida según dijo, tras la desafortunada asociación con la

familia Woodcutter. Mama -con quien siempre se podía contar para

mostrar un cierto grado de infelicidad- estaba aún más fuera de sí porque

nadie más parecía entusiasmado de haber sido invitado a un asunto tan

prestigioso.

Sunday se culpaba por las caras dibujadas y los amargos estados de

ánimos, así que se alejó de las habitaciones de la familia, pensando que la

distancia podría limpiar el aire. La idea de purificar el aire de estiércol del

vacío establo fue de Trix, al igual que la de amontonar las semillas de rosa

que había plantado en la casa. Como resultado las puertas y ventanas

cerradas sellaron la solemne tumba de los Woodcutters.

El manto de tranquila insensibilidad que Sunday llevaba se convirtió en

un puente de su subconsciente, inherente a la magia que anteriormente

había mantenido tan desesperadamente fuera de su alcance. Cuando

ninguna otra cosa importaba, el mundo se rompió y todo se volvió... simple.

La lógica cayó en su lugar e introdujo la claridad. Ahora todo lo que había

sido un obstáculo para Sunday se convirtió en una oferta, suave y sencilla

como el susurro de un beso estrellado en la Luna. Tan pronto como su

mente volvió a los recuerdos de amor o de dolor, el poder se le escapó,

pero mientras mantenía su corazón en esa piscina tibia de la nada, separo

su mente y controlo la magia. Incluso la tía Joy fue sorprendida por su

progreso.

Sunday deseó que le importara lo suficiente como para estar orgullosa

de sí misma. Estaba demasiado ocupada con el sufrimiento por el amor

insuficiente que sintió por un hombre que nunca conoció y la rana, que fue

su amigo. Papa decía que algunas cosas estaban destinadas a ser y

algunas cosas estaban destinadas sólo a ser buenas historias. Si eso fuera

así, Grumble era la historia más grande de su vida.

El amanecer tropezó en las mañanas y las mañanas tropezaron con las

tardes, y de repente la víspera del primer baile cayó sobre la casa de

Woodcutter.

Sunday estaba sentada aún frente al espejo, como una estatua hueca

revestida en un vestido de plata brocado con un mágico hilo de oro en los

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bordes. Wednesday entretejía cintas y Thursday horquillas de plata en su

cabello. Sunday fácilmente podría haber hecho la tarea por sí misma; ya

había puesto un resorte en sus rizos que estaban sueltos y un rubor en sus

mejillas que no sentía. Pero necesitaba tomar el dolor de la tranquila

sombra de su hermana. Sunday se concentró en el relajante juego de los

dedos de Wednesday contra su piel. Imaginaba el dolor de su corazón, a

través de la parte superior de su cabeza y debajo de las hebras de su

cabello para caer como gotas de alquitrán en los extremos.

Wednesday estaba envuelta en un engañosamente simple vestido de

seda de besos de hada azul-grisaceo y de tafetán de carbón. Las

pequeñas perlas de vidrio claro resplandecieron a lo largo de las mangas y

por debajo de su faldas, haciendo parecer que Wednesday apenas había

salido de la niebla. Allí, de pie detrás de Sunday, podría haber sido de su

talla, una imagen delgada proyectada por la cálida luz de la puesta de sol

cuando se despedía desde la ventana del nido. Fue un día melancólico

incluso cuando la solitaria hermana era en realidad Sunday revestida de

plata.

Las palomas blancas de Sunday estaban posadas juntas en el peldaño

del alféizar de la ventana. La mayor dejó al más pequeño anidar en la

base de su cuello: el joven tenía una pequeña marca carmesí como un

pinchazo sobre el pecho. Miraron a su ama como si esperaran una orden o

alimento, y aun así, sabía que ellas estarían contentas de estar solo allí

para siempre, siempre y cuando estuvieran a su lado. Lo que hacía

parecer la vida de ambas solitaria y no tan terrible, todo al mismo tiempo,

aunque se sentía culpable de que las aves se vieran obligadas a compartir

su tristeza. Ellas no jugaban o chirreaban como deberían hacer las aves;

deseaba tanto su felicidad que en un principio pensó que eran ellas las

que habían comenzado el zumbido. Y luego Wednesday agregó palabras

a su canción:

—Cuando esta triste trae el trueno

Y sus lágrimas, traen la lluvia

Cuando enferma se alimenta de veneno

Para todos nosotros sentir su dolor

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Sus sonrisas traen la luz del sol

Y la risa y el viento

Y los pájaros van cantando

Y todo el mundo está completo de nuevo.

—Sonríe, dulce Sunday, —susurró Wednesday en su oído—. Las aves

necesitan tu amor para que puedan levantar las alas. —Dio un pequeño

beso en la parte superior de la cabeza de Sunday, ahora generosamente

espolvoreado con cintas blancos, rojas y plateadas. Wednesday encontró

sus ojos en el espejo—. Te ves como... —Ella comenzó soñadoramente,

antes de limpiar una imaginaria lágrima de la mejilla de Sunday—. Te ves

hermosa, —dijo Wednesday en sueños.

Sunday, a la sombra de su hermana se dejó conducir debajo de las

escaleras, atrayéndola hacia la sala de estar, donde, como por arte de

magia, todas las hermanas entraron a la vez. Friday cubrió un jadeo con

las manos que no se veían tan mal tras el incansable trabajo que habían

hecho durante los últimos tres días. Mamá miró a sus hijas con asombro,

con los ojos moviéndose de la una a la otra, y luego otra vez de vuelta. La

sonrisa de Tía Joy puso en sus ojos un brillo índigo, dándole un aspecto más

parecido a Wednesday que cualquier otra vez, sólo que Wednesday

nunca sonrió de esa manera.

Sunday no se sentía bella en comparación a sus hermanas. Friday

había hecho maravillas con la generosidad de Thursday, la mezcla de

texturas y colores son un crédito a los ojos de Friday y su mágica habilidad

con la aguja. La tía Joy y Mama habían reunido la pureza básica, pero el

arte de Friday con el cordón, la cinta, y los pequeños trozos de cristal y

metal hizo que los vestidos quedaran divinos. No había suficientes detalles,

cada vestido estaba situado estratégicamente para llamar la atención,

pero no tanto como para sobrecargar a un portador o deslumbrar a un

admirador. Varias secciones fueron también reemplazables, reversibles e

intercambiables -Friday había mantenido en mente que iban a necesitar

tres vestidos únicos para tres noches de fiesta. Había hecho que su familia

pareciera rica, una hazaña que en cualquier otro momento podría haber

sido un delito.

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El vestido de Mama fue el más discreto pero no menos hermoso. El

brocado de color malva en el cuello cuadrado caía en línea recta hasta

el suelo. Los pequeños trozos de oro y forrado de piel de los dobladillos se

asomaban a través de delgados cortes en sus mangas. Su cabello estaba

peinado hacia atrás en una red; el hierro gris atado en el tejido rojizo y

dorado brillaba como una joya atrapada.

Friday brillaba en un tafetán escarlata. Un rubor de placer por su éxito

coloreaba sus mejillas en un tono similar al de las cintas de color rojizo y los

dorados bordes de sus mangas y faldas, como una tela en llamas. Con su

vestido Friday llevaba la pasión de su corazón por todo el mundo, para

que todos pudieran compartir su calor.

Por mucho que trató de mantenerse fuera, Saturday estaba regia con

su vestido de damasco. Sunday casi no reconoció a su alta hermana, por

lo aturdida que estaba ante la belleza que se escondía todos los días

debajo de una gorra llena de polvo y unos pantalones. Los profundos

azules y verdes se desviaban de la luz, desde dentro y fuera de la trenza

decorativa, derramandose unas sobre otras en la piscina a sus pies. Con

sus hombros cuadrados y los ojos brillantes, podría haber sido una diosa del

mar. "Normal" de hecho. Un día Saturday tendría su aventura, con creces,

al igual que Thrusday.

Sunday deseó poder ver la cara de su padre iluminada al ver a sus

bellas hijas. Deseaba poder sentir su amor y orgullo por ella. Necesitaba su

fuerza esta noche, pero sabía que no lo haría. Papá había sido claro con

su desaprobación.

Se oyó un golpe en la puerta.

Sunday se dirigió hacia él instintivamente y luego se congeló con los

dedos en el mango. En ese momento podía haber alguien al otro lado de

aquella puerta, cerrada como estaba. Podría ser un mensajero real

anunciando la cancelación de las festividades. Podría ser el propio

príncipe viniendo a disculparse por haber acogido esta farsa y por todas

sus fechorías pasadas. Podría ser Papa, llamando a su puerta para romper

la tensión con su silencio. Era algo que papá haría.

Podría ser Grumble, convertido en hombre para rescatar a Sunday de

la tristeza de su vida y los acontecimientos terribles que estaban por

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venir. Caería de rodillas y juntaría las manos, con pájaros volando hacia la

luz sobre sus hombros, profesaría su amor y le rogaría a ella que se fuera

con él. Sunday quería esa visión tanto que le robó el aliento y le rompió el

corazón de nuevo. Si hubieran estado destinados el uno al otro, su beso en

el Bosque habría hecho una diferencia. No lo había hecho. Eso era sólo el

curso del mundo.

El golpe sonó de nuevo.

—Vamos, señorita Melaza, —dijo Saturday—. Quiero terminar con esto.

Sunday susurró:

—Trix.

Bastante rubor en las mejillas de Saturday...

Desde que Trix le había impedido estar descalza, nadie se había

preocupado por él. Sólo entonces se acordaron de que había pasado

todo el día alrededor de la casa con estiércol fresco. Ellos deslumbrarían a

todos en el baile con su belleza y le paralizarían con su hedor.

Saturday cerró su mano sobre la del Sunday.

—Vamos a darles algo de qué hablar, —dijo ella, con centelleantes

ojos brillantes, y juntos abrierón la puerta.

El cuarto inmediatamente se llenó con el olor de… rosas, exuberantes

rosas muertas en pleno verano, una esencia dulce y espesa como la miel

caliente.

Tía Joy volvió sus palmas hacia arriba y sacudió la cabeza.

—Dios bendiga a las hadas.

—Bien, se trata de una floración... —La voz del hombre uniformado se

fue apagando mientras miraba hacia arriba a Saturday... y arriba, y

arriba. Él parpadeó y luego hizo una profunda reverencia—. Perdonadme,

señorita. Como se puede imaginar, todos tenían un poco de prisa esta

noche.

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Saturday enarcó una ceja a Sunday y de repente se dio cuenta del

potencial de su terrible belleza.

Era una noche realmente agradable, más cálida de lo normal para la

primavera. Lo que era bueno, ya que nadie se esperaba que las mujeres

Woodcutter estuvieran usando capas que no tenían. Sunday se levantó la

falda, tomó la mano del lacayo, y subió al carruaje. A través de la ventana

vio la silueta de la tía Joy en la puerta, agitando una despedida y

sonriendo.

Sunday vio un destello de movimiento en otras partes de la casa torre:

su padre observaba desde su habitación a oscuras, no muy ausente

después de todo. Giró el pequeño medallón de oro -regalo del día del

nombre de Jack, que regreso a su familia después de su muerte- en su

cadena alrededor de su cuello. Sunday se recostó contra el fino asiento

acolchado y extrañó a su padre. Se imaginó que él deseaba que estuviera

bien, pero no era un secreto lo que papá sentía por la familia real. Estaba

traicionando a su padre, incluso al asistir a ese baile. Peor aún, estaba

traicionando a Grumble.

Niña tonta, dijo a su cerebro. No podía traicionar a un hombre al que

nunca había conocido, al igual que no podía cargar con la culpa por

obedecer la decisión de su madre. Friday tomó la mano de Sunday entre

las suyas durante todo el viaje en el carruaje, y Sunday dejó que la

emoción de su hermana le inspirase. Utilizó la magia para mantener sus

palmas secas, sus rizos frescos y su vestido sin arrugas. Cada cosa pequeña

sobre la que tenía control era otra pequeña placa fijada a la armadura de

su confianza. Era una guerrera. Sería fuerte.

El carruaje se detuvo mucho antes de lo que debía. Mamá corrió las

cortinas a un lado mientras el lacayo abría la puerta.

—Me temo que esto es lo más lejos que puedo llegar.

Entre la puerta abierta y las lejanas puertas del castillo había un mar de

gente, animales y artilugios de todo tipo. Carruajes de caballos con los

últimos equipos de raspado, vagones tirados por bueyes y carretas de

heno atados a los burros. Chicas esparcidas fuera de cada vehículo,

gritando y charlando. Algunas llegaron a pie, con los zapatos en la mano,

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sin perdonar un momento para sumergir sus pies sucios en las fuentes y

abrevaderos de caballos.

Entre la puerta abierta y las puertas lejanas del castillo era un mar de

gente, animales y artilugios de todo tipo. Carruajes de caballos con los

equipos de raspado de últimos vagones tirados por bueyes y carretas de

heno atados a los burros. Chicas soltando dentro y fuera de cada

vehículo, chillando y parloteando. Algunos llegaron a pie, con los zapatos

en la mano, descansando un momento para sumergir sus pies sucios en las

fuentes y dar de beber a los caballos.

Sunday nunca había visto tal espectáculo. Ni al resto del mundo; todos

los miembros de la plebe y no invitados se habían reunido para presenciar

el evento. Toda niña viviente, que respiraba en la tierra parecía haber

aceptado la invitación, y -fieles a la palabra de Mama- cada hombre

elegible había encontrado una forma de estar en la lista de

invitados. Habría canciones cantadas acerca de esa noche, e historias

contadas alrededor de las fogatas para las generaciones

venideras. Sunday habría deseado estar en ellas si pensase que tendría la

más mínima oportunidad de ser recordada.

Sunday y sus hermanas navegaban por la carretera -dejando a un

lado cintas y joyas y abrigos sueltos esparcidos en la tierra y la suciedad y

excrementos de ganado- por las escaleras hasta donde bandadas de

otras mujeres esperaban a ser anunciadas en la Gran entrada. La línea

serpenteaba por los enormes pasillos y fuera de las puertas, dando vueltas

alrededor de sí mismos en los coloridos adoquines como una serpiente

venenosa. La moda oscilaba desde vestidos a la par con los del gusto sutil

de Friday a los trajes apenas aptos para el campo de frijol. Las chicas

Brazen eligieron brillos y decoración sobre el decoro; las inocentes habían

venido a perseguir un sueño.

Las ricas decoraciones de la sala trajeron de vuelta las pesadillas de

Sunday, los recuerdos de llegar a estar fría, perdida y asustada. Se sentía

más reclamada con cada paso que daba. Por último, la señora

Woodcutter pasó por el umbral de la entrada principal y se detuvo en el

rellano con vista a la pista de baile. Debajo había un río en constante

movimiento, un arco iris que fluye en el tiempo al ritmo de la música

suave. Por encima de ellos brillaban un montón de luces reflejadas desde

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un millón de cristales facetados que rodeaban el techo abovedado, al

igual que todas las estrellas en el cielo como alguna vez hubía

deseado. Mamá le dijo a Saturday que parase de andar con los hombros

caídos.

Sunday y sus hermanas habían asistido a ferias de primavera y a

reuniones de otoño de la cosecha, por lo que no eran ajenas a la

celebración. Se habían unido a la fiesta y muchas veces se dejaron llevar,

cantando las indecentes melodías, a bailes que duraban hasta el

amanecer. Pero eso... ese era otro mundo más allá de las fantasías salvajes

de Sunday. Incluso se preguntaba si superó los sueños de Wednesday.

—Señora Seven Woodcutter, —anunció el Gran Marshal—, y sus hijas:

señorita Wednesday, señorita Friday, señorita Saturday y señorita Sunday.

Sunday cerró los ojos, esperando que todos se rieran de sus ridículos

nombres. Gracias a los dioses sólo cinco de ellas habían asistido. Cuando

los abrió de nuevo, el gran mariscal le guiñó un ojo. Fue un extraño gesto

fuera de lugar, por lo que ella no pudo dejar de sonreír.

Se armó de valor para el siguiente desafío: bajar las escaleras y entrar

en ese mar de cuerpos sofocantes. El aliento se le quedó atascado en la

garganta. Su rostro enrojeció. Su corazón se aceleró. Se quedó inmóvil,

incapaz de dar un paso hacia adelante. La mano de Friday se deslizó

dentro de la suya, fría y húmeda, dándole el valor de ir hacia delante

inmediatamente hasta la parte superior de la escaleras de alfombra roja.

Sunday inmediatamente se imaginó cayendo en picado por

ellas. Friday apretó los dedos.

Concéntrate. Arcoíris de cintas en sus rizos. Faldas lisas. Cada puntada

reforzada en el lugar perfecto. Todas las luces de la habitación brillaban

para ella, todos los colores pintando su memoria. Otra pequeña placa en

su armadura fue golpeada en su lugar con el ritmo de la música que se

hizo eco del mantra repitiendo en su cabeza: Por qué a mí... por qué a

mí... por qué a mí...

Ella era Sunday Woodcutter. Era una Creadora, una cuenta-cuentos, y

sería fuerte. Recogió la falda con una mano y se aferró a Friday con la

otra, llevando lentamente a su hermana por las escaleras.

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El rostro que se reunió con ellas en el fondo era familiar para Sunday en

la forma en que podría haberlo reconocido en un estanque azotada por el

viento, si hubiera tenido el doble de su edad y diez veces su

belleza. Pálidos rizos dorados cayeron perfectamente contra un suave

corpiño de terciopelo blanco terminando en una diminuta cintura

ceñida. Delicadas manos estaban decoradas con anillos a juego con el

bordado de perlas tachonado de su sobrefalda. Las cejas arqueadas

como las alas de los ángeles enmarcando los ojos almendrados de un

profundo y oscuro color azul, situados en una piel tan perfecta y cremosa

como el alabastro. Una boca como un durazno rosa apareció muy

ligeramente en las esquinas. A su frente había un anillo delgado del más

blanco oro con incrustaciones de perlas.

Mama inclinó la cabeza y se dejó caer en una reverencia perfecta.

—Su Alteza.

La princesa no dijo ni una palabra, pero sus ojos estaban suplicando.

Friday fue menos cortés, se acercó a la blanca princesa y la abrazó

efusivamente.

—Oh, Monday, cómo te he echado de menos.

La sombra gris de Wednesday cayó contra las voluminosas faldas de

Monday. Besó su perfecta mejilla y le tendió, una bolsa de fina seda con

una tira de papel atada a ella.

—De Thursday.

La sonrisa de Monday se ensanchó y sus ojos más tristes, las perlas en la

frente como lágrimas brillantes esbozando su belleza etérea.

—Gracias, —susurró ella, y abrió la cinta. De la bolsa sacó un ventilador

impresionante. Pequeñas joyas forradas con cada listón de ébano, fino

encaje negro y suaves plumas oscuras en el borde. Pequeños símbolos

rojos salpicaban el tejido entre los pliegues de negro y plata. Una vez más,

Thursday había elegido bien. Fue algo hermoso y digno de una mujer así.

La nariz de Sunday se crispó. Pensó en todo el trabajo que hizo su

familia todos los días para sobrevivir: mañanas de alimentar el ganado,

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tardes en los campos, anocheceres descascarando frijoles junto al fuego y

lluviosos días quitando polvo. Demasiado para tan poco, y tales tonterías

sobre una vaca estúpida que no valía ni la mitad del inútil accesorio que su

hermana sostenía actualmente tan casualmente en sus manos.

Las hermanas se movieron a un lado y a la izquierda situándose desde

la más joven a la más mayor. La música latía dentro de la cabeza de

Sunday: Por qué a mí ... por qué a mí ... por qué a mí ... Sin saber qué más

hacer, siguió el ejemplo de mamá e hizo una pequeña reverencia. Un

dedo perfectamente cuidado -uno que nunca había fregado los pisos, o

agarrado agua sucia de cerdo, o lana cardada, o había sido pinchado

por una aguja de remendar- se deslizó debajo de su barbilla y la levantó.

—Se parece a Tuesday, —dijo la princesa. Su voz era profunda, dulce y

un poco sin aliento, como Sunday imaginó que podía ser el sonido de los

ángeles. O de las estrellas fugaces.

—Sí lo es, un poco, —dijo mamá después de una pausa.

Fue lo más lindo que su madre había dicho alguna vez sobre ella.

—No soy graciosa, —espetó Sunday, y luego trató de compensarlo

añadiendo, "señora".

Los ojos de Monday brillaron ante el comentario y de inmediato se

puso triste otra vez.

—Por favor, —dijo la voz del ángel—, no...

La música se detuvo. La sala quedó en silencio. Sunday estaba todavía

demasiado sorprendida por la apariencia de Monday, elogio de mamá, y

su propio arrebato grosero al darse cuenta de todo. Monday miraba

fijamente a un punto justo a su izquierda. Detrás de ella. Monday bajó los

ojos e inclinó la cabeza respetuosamente.

—Señorita Woodcutter, —dijo.

Sunday se volvió lentamente y se hundió en una profunda

reverencia. Mordiendo su lengua ingobernable, pronunció las primeras

palabras que se le vinieron a la mente sin ser profanadas.

—Su Alteza.

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Capítulo 10. Monarquía y hechizos mágicos

l soldado invisible en el traje vacante de armadura al lado de la

puerta rellenaba mejor la pechera de lo que Rumbold

rellenaba su traje ceremonial. Incluso cubierto con capas de

gala real, el príncipe se las arregló para sentirse escuálido.

Rollins se enderezó la banda marrón que recorría su hombro

hasta el hueso de la cadera con una medalla de oro en su pecho. El

corazón de Rumbold latía tan rápido que estaba sorprendido de que la

medalla no temblara. La vería esta noche. Vería a su verdadero amor con

los ojos de un hombre. Una sonrisa, un toque, y el mundo volvería a tener

sentido. Hablaría con ella con la voz de un hombre que diría…

—¿Cómo me veo?

Erik y Velius, casi absortos en un juego de ajedrez, se encogieron de

hombros ante su apariencia. Rumbold envidió la facilidad que Velius lucía

su ropa, seda negra cubriendo sus hombros fuertes, como si siempre

hubiese deseado estar ahí y finalmente hubiese logrado su sueño. El

príncipe estaba seguro que él había sido así una vez, en casa en su

guardarropa nunca se le habría ocurrido sentirse fuera de lugar. Ahora

mismo, su piel todavía se sentía un poco menos extraña con la camisa, la

faja, sus medias, y su capa en su nuevo cuerpo.

¿Se sentiría la piel de su verdadero amor así de suave cuando tomara

su mano?

Velius se inclinó sobre su silla.

—¿Tú qué crees? —le preguntó a Erik—. ¿Budín derretido?

E

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Erik estudió al príncipe.

—Cerveza ligera.

—Hmm.

—No, espera. Repollo cocido.

Velius asintió coincidiendo.

—Eso es.

—Quizás no debimos haberlo dejado jugar con los chicos esta mañana.

— ¿Es eso un moretón bajo su ojo izquierdo?

—Déjalo, —dijo Erik—. Le da algo de color.

—Podríamos hacerle uno en el otro lado también, —dijo Velius.

—No nos tomaría mucho.

—Y ese cabello. —Velius chasqueó los dientes.

—No hay nada que se pueda hacer con el cabello, —intervino Rollins.

Rumbold dejo escapar el aliento, haciendo más espacio entre su

pecho y la faja que había sobre él.

— ¿De verdad estoy así de mal?

Velius se levantó y puso sus manos en los hombros de su primo.

—Digamos que, los rumores sobre tu muerte prematura no fueron tan

exagerados.

Rumbold entendió lo que estaba haciendo. Le estaban tomando el

pelo. En broma. Verdad disfrazada de humor. Críticas entre amigos. Sonrió,

una sonrisa que saltó en su rostro y brilló con gratitud, emoción, y afecto

para los cuales no tenía palabras. Velius alzó un brazo y cubrió sus ojos.

— ¡Whoa! Cuidado con eso, Primo. Hay suficientes mujeres lista y

dispuestas de decirte sí sin necesidad de usar eso para dejarlas de rodillas.

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—Es el príncipe heredero, —apuntó Erik—. No pueden decir no.

Rumbold volvió en sí.

—Él tiene razón. ¿Qué pasa si?

— ¡Nada de eso! —Dijo Velius—. Si ella no te amara ya, no estarías aquí.

—Pero ella no sabe quién soy yo. Ni siquiera yo sé quién soy. Pero por

quién era…

—No empieces otra vez, —dijo Erik.

—Su familia nos odia a mí y a mi padre.

—No son los únicos, —bromeó Velius.

— ¿Cómo lucho contra eso?

—Mira, —dijo Velius—. El pasado es el pasado. Ni tú ni tú ni nadie más

en esta habitación puede cambiar eso. Solo existe el ahora. ¿Quién eres

ahora?

—Soy un hombre que esta noche sostendrá el tesoro más valioso que

ha conocido. Y tengo un susto horrible de perderla.

—Entonces no la pierdas, —dijo Erik.

Rollins cubrió los hombros del príncipe con su capa corta y aseguró el

sello dorado. Si Rumbold tenía más material encima de él, colapsaría. Dos

guardias idénticos abrieron las puertas del salón del príncipe en

sincronización perfecta. Hicieron una reverencia, y luego giraron su

atención al otro lado de la entrada.

—Después de ustedes, caballeros —dijo Rollins.

—Vamos, entonces, —habló Velius—. Entre más pronto empiece este

circo, más rápido podremos sentar a nuestro chico y engordarlo un poco.

Erik y los guardias gemelos guiaron el camino.

—Sigo diciendo que deberíamos ponerle algo de color. No deberías

hacer su primera aparición luciendo así de disparejo.

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—Arreglarlo sería cruel, —dijo Velius—. Los cortesanos no han tenido

nada escandaloso de que hablar por meses.

—Por supuesto que no quiero que nadie se sienta abandonado por mi

ausencia, —comentó Rumbold.

—La nuestra es una monarquía compasiva con una incansable

atención a los detalles —dijo Velius.

—Sin duda —acordó Erik.

Rollins soltó un bufido ante la broma, y la fiesta de los hombres vino a su

fin frente a los aposentos del rey. Los guardias mellizos se apresuraron a

golpear las puertas y abrirlas, otra vez, al unísono.

Sorrow apareció, elegante como siempre, en un vestido entallado con

la sombra de un moretón que flotaba ligeramente alrededor de sus tobillos

delgados.

Largas bufandas enrolladas en su cuello y en su cintura como

serpientes. La visión de su madrina nunca había calmado a Rumbold, pero

él podía decir que algo andaba mal: su paso acelerado, un aire alterado

en su postura. Rumbold se apresuró a alcanzarla y la tomo por el hombro

antes de que sus rápidos pasos le permitieran escapar.

— ¿Madrina? —su piel estaba pálida, más de su natural tono perla. Sus

ojos estaban demasiado brillantes, quemando con un fuego similar que

había quemado a ambos Velius y Rumbold ese día en el campo de

entrenamiento—. ¿Te encuentras bien?

—Lo estoy —sus palabras lo llevaron a creer su falsedad. Rumbold

sentía su pulso como un pequeño pájaro bajo su pulgar. Había una herida,

una marca en forma de media luna sobre la suave piel dentro de su

hombro, y sangre en sus dedos.

— ¿Debería llamar a un doctor? —preguntó él en un susurro para no

alarmar a su compañía, o a los guardias gemelos, que repentinamente

parecían demasiado cerca. Educadamente ella sacó su brazo de su

agarro y escondió la marca con su palma.

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—Me sentiré mejor después de una tarde de descanso en mis

habitaciones.

—Estaremos muy apenados de que te vayas —dijo Rumbold.

Sorrow puso una mano temblorosa sobre su mejilla. ¿Siempre había

sido mucho más alto que ella?

—Cuida de él —dijo ella.

Su padre, por supuesto. Nunca era sobre Rumbold.

—Espero que te recuperes, —dijo el príncipe formalmente—, para que

él tenga el placer de tu compañía mañana.

Ella sonrió ligeramente antes de desaparecer por el largo corredor.

Rumbold miró hacia la mano que la había tocado, sus dedos rociados con

gotas de sangre roja brillante. Instintivamente, levantó su mano hasta su

boca.

Velius agarró su mano.

—No lo hagas. Confía en mí —él metió un pañuelo dentro del puño del

príncipe.

— ¡Hijo mío!

El rey salió de su habitación con sus brazos alzados en señal de

bienvenida y alegría. Sus ojos color ámbar también brillaban con un fuego

fuera de este mundo, pero al contrario que Sorrow, sus mejillas estaban

sonrojadas saludablemente. Luz parecía emanar desde bajo su piel.

Rumbold envidiaba el amplio pecho de su padre y su andar confiado y

esperaba que no tuviera que competir por los afectos de Sunday.

Una vez más se recordó que si su amor no era verdadero, el todavía

estaría usando una piel de sapo y mirando desde los pies del mundo. El

tenía su corazón. Sólo esperaba que ella reconociera eso.

Rumbold decidió pretender que el afecto de su padre era genuino,

que el rey era alguien de confianza, un concejero, un mentor que ponía los

mejores intereses para su hijo sobre los de sí mismo. Era como caminar: si

Rumbold no se concentraba demasiado en eso, la ilusión se haría cargo. El

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rey palmeó a su hijo amorosamente en la espalda; tomó toda la fuerza del

príncipe no escaparse hasta Velius.

—Estas fiestas son una de tus peticiones más bizarras —dijo el rey—,

pero apuesto que beneficiarán la reputación de este reino —Su risa

estruendosa resonó por todo el vestíbulo como una tormenta—. ¿Para qué

estamos aquí sino para darles a esos escuálidos trovadores algo para

cantar y así ganar su cena?

—Pasarán muchos años antes que tan fina figura de un hombre sea

vista de nuevo —dijo Velius. Rumbold pensó que había sido demasiado

generoso con el cumplido, pero eso era exactamente lo que el rey quería

escuchar.

— ¡Sin duda! —Bramó el rey—. Graben mis palabras, caballeros. Esta es

la Época de la Gloria. Nuestro legado dejará una marca en la historia que

perdurará en el tiempo. ¡No nos retrasemos!

Velius y Erik se apartaron para que Rumbold y su padre pudieran

comenzar con el procedimiento formal. Lo habían hecho pero unos pies

más abajo en el corredor el rey se inclinó y susurró:

—Estamos a punto de entrar a una habitación repleta de mujeres

hermosas quienes te adoran y que harán todo por ganar tu favor. Piensa

en eso. Todo —su padre enderezó su capa roja y acomodó su cabello—.

Queda mucho tiempo para que sientes cabeza con una sola mujer. No te

vendas tan barato, hijo mío. Todo, ya lo entiendes. Solo ten eso en cuenta.

Y con esas palabras, la ilusión se esfumó. Rumbold retrocedió unos

pocos pasos y dejó que su padre guiara el camino hasta el balcón del

salón. Escuchó la música, ligera como el aire, más repetitiva que canto de

ave. Velas y antorchas y cristales llenaban la espaciosa habitación como

un sueño bajo un vidrio. Los enjoyados bailarines en la pista parecía más

una pintura que algo real. El había sabido que no estaría preparado para

el mundo después de esos extraños meses en el Bosque, pero el inmenso

tamaño y la capacidad del balcón lo dejo sin aliento. Una corriente

constante de invitados se filtraba por las escaleras opuestas. Incluso si de

repente recordara todos los grandes bailes que había asistido en su

malgastada juventud, sabía que serían insignificantes en comparación.

Rápidamente escaneó a la multitud en el salón, sin atraer la atención de su

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padre, y estuvo sorprendido que la presencia de su verdadero amor no fue

inmediatamente conocida para él. ¿Había esperado que su cara brillara

como un faro? ¿Qué a la vista de ella, todos los demás desaparecerían

para él? Duda comenzó a avanzar bajo su piel y se asentó en su estómago.

Dejando de lado la monarquía y los hechizos mágicos, él era sólo un

hombre en este loco mundo que buscaba a la chica con la que había

compartido su corazón.

Rumbold sintió una mano en su brazo, el inconfundible calor de la

magia de Velius lo atravesó.

—Has estado en este lugar cientos y cientos de veces antes. Ésta no es

diferente. —Rumbold se giró hacia su primo y levantó sus cejas. Velius

sonrió—. Pretende que no es diferente.

—La percepción lo es todo —dijo Rumbold.

—Ella te ama, o no estaría aquí.

—Y yo a ella y no la merezco —No podía alejar los ojos de la

habitación por mucho tiempo, ¿y si la perdía?

—Aunque debo confesar, en este momento, estoy pensando sólo en

mí y mis defectos.

—Ese es tu primer error.

La música llegó a su fin y la compañía de bailarines se inclinó como si

fueran uno. Los heraldos levantaron sus cuernos y trompetearon una corto

espectáculo para anunciar la llegada del rey. Rumbold se posicionó a la

derecha y un poco más atrás de su padre; Velius tomó su lugar a la

izquierda del rey más lejano.

—Amigos míos. Nos hemos reunidos bastantes tardes para celebrar

tanto el regreso de la primavera como la llegada de mi hijo a esta fría

tierra.

Rumbold hizo una reverencia, reconociendo cortésmente los

estridentes aplausos y los gritos agudos que siguieron a su mención. El resto

del discurso del rey cayó en muchos oídos sordos, incluyendo los de su hijo.

¿Cuántos pasos más tendría que tomar hasta verla? ¿Y si no la reconocía?

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El hubiese estado igual de feliz se ella hubiese venido al baile descalza y

con delantal. ¡Y sus hermanas! Él no podía esperar a conocer las leyendas

en carne y hueso. Mientras su padre estuvo horas hablando de su deber y

del bien de Arilland, Rumbold trató de recordar cuántas hermanas de

Sunday ya estaban casadas y se habían ido de casa. Al menos dos—no,

dos—oh, y esa que había muerto…

El rey terminó su discurso con aplausos educados. Rumbold estaba

seguro que había estado lleno de elocuencia apropiada y palabras

memorables que pediría a Rollins que repitiera luego cuando no estuviera

tan despistado. Luego. ¡Imagina! Meras horas desde ahora y el festival

abría acabado y el resto de su vida habría comenzado.

Erik estuvo de repente muy cerca de su cara.

—Vamos, chico amoroso.

—Es más dulce —dijo Velius.

—Solo mientras no sea contagioso, —murmuró Erik—. Y de corta

duración.

—Vamos. No puedes decir que no te gusta un pedazo de pastel de vez

en cuando.

—Dejo a las señoritas en pedestales para Su Alteza —dijo Erik—.

Prefiero las mías un poco más… con los pies en la tierra.

—No encontrarás falta de mujeres de clase baja decorando el salón

esta noche —comentó Velius.

—O de esas con los pies en la tierra —calculó el príncipe.

Erik sonrió.

—Cuento con eso.

—Primo, temo que has puesto en marcha una locura que no puedes

concebir —dejó salir Velius—. Espero que, gracias a estas festividades, haya

un incremento en la población en Arilland a mitades de invierno.

Y entonces la fila de recibimiento comenzó.

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—Señoritas —aparentemente cubierto como un amplio rango de

mujeres con la palabra ―elegible‖ hizo. ¿Había oído alguien alguna parte

de la Proclamación Real más allá de la palabra ―todos‖? Rumbold trató de

suprimir su admiración al volumen y la variedad del material bajo las

cinturas ceñidas con fuerza o la notable falta de lo que había sobre ellas.

Nueve meses. Nueves meses cubierto con piel gruesa y resbalosa y ahora

toda esa piel desnuda expuesta. Estuvo repentinamente sediento. Sus

ropas raspaban incómodamente. Recordó las palabras de su padre, y las

de su primo. ¿Qué monstruo había desatado? Sus ojos fueron arrastrados

hacia las modestas y no tan modestas parejas tomando lugar en las

sombras. Sin duda una noche para los poetas. Rumbold estaba abrumado

con presentaciones, y Rollins hizo lo mejor que puedo para mantenerlas a

una distancia respetable. Estrechó manos: grandes y pequeñas, con

guantes y desnudas. Su sonrisa era recibida con risitas que ofrecía mucho y

sonrisas coquetas que implicaban mucho más. Había temor, y ceños

fruncido, frivolidad y cara tras cara; Rumbold veía a su amor verdadera en

todas y en ninguna de ellas.

— ¿Podemos tener alguna idea de lo que buscamos esta velada? —

preguntó discretamente Velius.

—Amanecer sobre el Bosque al final de la semana —respondió—, y mi

corazón. —La mujer con la que no estaba hablando batía sus pestañas

ante sus hermosas palabras.

—De bastante ayuda —mintió Velius—. El hombre enamorado siempre

encuentra al poeta —le dijo a Erik.

—El hombre desearía apresurarse y perderse de nuevo —contestó uno

de los guardias.

Rumbold no tenía ni el tiempo ni las ganas de responder mientras

inclinaba su cabeza ante otra mano. ¿Había realmente tantas mujeres en

el reino? Seguramente no. Muchos reinos y lugares lejanos de Faerie

habían venido, quizás. De alguna manera todos se las habían arreglado

para venir de aquí a allá en pocos días de la noticia. Algunas olían a

especias, otras tenían flores en su cabello, y otras usaban joyas que

brillaban como los ojos de su amor verdadero. Muchos trajeron regalos,

ramos, retratos y pequeñas estatuas de oro y plata. Nadie de ellos trajo

historias o un cubo de agua. Mantuvo una oreja entrenada hacia el Gran

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Marshal mientras aceptaba cumplidos de su nuevo estilo de cabellos,

esperanzas de que tuviera buenos viajes, y los mejores deseos para su

salud y felicidad. El príncipe agradeció todos, asintiendo o negando cada

comentario con rígida inconsistencia. La especulación resultante haría

mejor cuentos de los que tenía la energía para fabricar, y ninguno de ellos

estaría siquiera cerca de la simple y hermosa verdad sobre bajar las

escaleras en ningún momento.

Rumbold hizo una reverencia al vanidoso marqués de alguna provincia

del norte que no podía recordad. ¿Norland? ¿Northshire? ¿Neville? Su

cabeza dolía y su cuello estaba empezando a acalambrarse. ¿Y si ella no

venía? ¿Qué pasaba si ella estaba en el Bosque, en Fairy Well en este

momento y esperaba por él? No, ella no se hubiese quedado más allá de

la puesta de sol. Ella no se habría perdido esta locura. ¿O sí?

—Uno se pregunta —Lord N-algo dijo sinceramente—, si tu misterioso

regreso al palacio marca el anuncio de tu padre de tomar una nueva

esposa o si es al revés.

Rumbold desconcertado por un momento buscó una respuesta

apropiada y dijo:

—Esta es la Época de la Gloria. Nosotros somos hombres de acción. —

el marqués se inclinó de nuevo y arrastró los pies hasta sus escoltas quienes

instantáneamente lo agarraron susurrando preguntas sobre qué había

provocado la respuestas de más de dos palabras.

Velius se acercó e hizo una reverencia a la mujer oscura vestida de

verde cuya mano temblorosa estrechaba la de Rumbold.

—Perdóneme. Necesito tomar prestado a mi primo por un momento.

—Sí, Su Alteza —la chica hizo una pequeña reverencia y se excusó.

— ¿Para qué? —Preguntó Rumbold cuando estaban libres de la fila de

recibimiento—. ¿Cuánto tiempo?

—Oh, yo diría que la mayor parte de la semana —Velius asintió hacia

las escaleras—. Al menos hasta el amanecer —Soltó una pequeña risa y

sacudió su cabeza —.Tonto.

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Si su primo dijo algo después de eso, Rumbold no lo escuchó.

Ella era una visión en su vestido plateado, a pesar que la extrañaba sin

las ropas finas. Extrañaba su ingenio y su risa fácil. Extrañaba su risa.

Anhelaba convencerla, pero no podía apresurar las cosas. Al principio ella

se sentiría incómoda a su alrededor. Como un hombre que todavía era un

extraño para ella; no sólo su título creaba una distancia entre ellos. Era una

distancia que no toleraría por mucho tiempo.

Encantado, se acercó, lentamente, atraído hacia ella. Minglers se

movió a un lado y las voces se callaron. Ella era tan… ¿bonita? Lo había

pensado con sus ojos de sapo, pero ahora como hombre lo sabía. Sí, era

bonita, pero también lo eran muchas de las mujeres que se había parado

frente a él esta noche. Algo más que linda salía desde el interior de Sunday.

Las capas de su vestido lo llamaban, la curva de su muñeca haciendo

señas, los broches plateados enredados en su cabello brillaban en

invitación. Ella era hermosa. Quería decírselo cada día del resto de su vida.

Empezando esta noche.

—Señorita Woodcutter —no se suponía que hablara tan alto. ¿Había

parado la música?

Ella lo miró— ¡a él! —con esos ojos tan azules como el cielo de verano

sin ninguna nube, y sólo vacío reconocimiento.

―¡Soy yo!‖, quería gritar. Quería reír, llorar, tomarla en sus brazos débiles

y llevarla de vuelta al Bosque, devuelta a su hogar, de vuelta donde se

habían enamorado. Donde ella lo había sanado. Donde ella le había

dado la única cosa que él no sabía que carecía y que lo había hecho

completo. Donde él había nacido otra vez. Donde había escogido vivir,

por ella. Todo por ella. Quería poner una rodilla en el suelo y pedirle la

única pregunta que la uniría a él por siempre. Él era el príncipe heredero.

No podría decirle que no.

Pero unir sólo significaba una obligación, no un deseo. Necesitaba

tomarse su tiempo. Hacerla sentir cómoda. Hacer las paces con su familia.

Hacer que ella lo amara. Y aun así, ¿cómo podría justificarse a forzarla a

enamorarse con un hombre que todavía él no conocía? El chico que

había sido no la merecía. Y el hombre que era ahora… empezaría con un

baile. Un baile. Ella hizo una reverencia, una propia cortesía que una hija

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de Woodcutter no conocía por completo. A pesar de la exquisita pintura

que hacía, él deseaba que no lo hubiese hecho.

Paciencia.

Ella lo amaba, se recordó. Ella ya lo amaba, o él no estaría aquí frente

a ella. Más alto que ella.

—Su Alteza —dijo ella fríamente.

Respira. Inhala. Exhala.

Un baile.

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Capítulo 11 Demasiado Familiar

l príncipe heredero de Arilland le estaba pidiendo que bailara

con él. Sunday disimuló las manos temblorosas en los pliegues

de su vestido, y tragó rápidamente las ganas de vomitar.

No se había preparado para este momento. Había esperado que esa

tarde, y las dos posteriores, transcurrieran rápidamente y sin incidentes.

Cuanto antes terminara todo, antes podrían sentarse alrededor de unos

agradables cuencos de estofado, hablar sobre el clima, y consolar a

Mamá en su decepción. Monday regresaría a su palacio, Wednesday a su

torre, Friday a la iglesia, y Saturday al Bosque. Sunday aprendería las

lecciones de magia lo suficientemente bien y luego, la Tía Joy también se

iría volando con el mismo viento tempestuoso que la había traído a su

puerta.

El príncipe aún estaba allí, extendiéndole la mano, esperando su

respuesta. ¿Girarse y correr? ¿O quedarse y enfrentar la música?

Habría corrido, si le hubiera quedado algo a lo que correr.

Sunday tomó la mano del príncipe, y él la guió hacia el centro de la

habitación. Sus dedos eran suaves y delgados, como los de Monday.

Contempló la medalla de oro en su pecho; más miedo que decoro fue lo

que evitó que lo mirara directamente. Debe haber sabido sobre su

conexión; había muchos Woodcutters en la tierra, pero ninguno tenía hijas

con nombres más ridículos. Incluso si él era demasiado joven para

recordarlo, el príncipe no podría haber crecido hasta la adultez sin

conocer su rol en la desaparición de Jack.

E

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¿Este gesto era un modo de remendar la relación entre sus familias? En

un mundo perfecto, quizás. ¿Era total y completamente ignorante? Sin

duda, era posible. ¿Era su forma de demostrarles a ambas familias y al

mundo que él siempre obtenía lo que quería? Casi definitivamente.

La orquesta comenzó un vals, y ella contó mentalmente los tres

compases. Oh, por qué yo, cantó Sunday en silencio con cada

movimiento. Oh, por qué yo, oh, por qué yo, oh, por qué yo… Una y otra

vez, mientras giraban en remolinos en el mar de gente hermosa, una y otra

vez –hasta que se le escapó y lo dijo en voz alta. Abrió los ojos con horror.

—Me alegra que lo preguntaras, —dijo el príncipe,

despreocupadamente, como si hubiesen estado conversando toda la

tarde. —Necesito saber algo, y tú pareces tener suficiente ingenio para

responder a mi pregunta honestamente.

—Como desee, Su Alteza. —Era una reacción natural al título, y Sunday

se tropezó. El príncipe la hizo girar hábilmente, para encubrir el paso en

falso.

—Mi culpa, —dijo rápidamente. — ¿Estás lista para mi pregunta?

Ella asintió con seriedad.

— ¿Me veo tan estúpido como me siento? —Le preguntó.

Sunday se mordió los labios y se tragó la risa, que murió como un

resoplido en el fondo de su garganta. Uno no se reía de Su Alteza Real.

Después de contar mentalmente hasta un poco más de tres veces debajo

de las constelaciones de candelabros y cristales en lo alto, se sintió con la

suficiente calma para contestarle.

—Podría usar arpillera, —dijo ella, —o nada en absoluto. Nadie

pensaría jamás que se ve estúpido, ni sería lo suficientemente traidor para

decirlo.

—Exactamente, —dijo el príncipe, —Es por lo cual te lo estoy

preguntando a ti. Me veo a mí mismo como un juez de carácter

relativamente bueno, y tú pareces el tipo de persona que no miente

ocasionalmente.

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Ellos recién se habían conocido; ¿Cómo podría saber tal cosa jamás?

¿Era un desafío?

—En ese caso, —dijo Sunday, —se ve bien. Muy inteligente. Muy

apuesto. Como un príncipe debería verse. Aunque…

—Dime.

¡Era un desafío! Muy bien, entonces. Ella se había disfrazado por el

deseo de su madre, había asistido al circo que rebosaba de extraños, y a

pesar de su caos interno había atraído, de algún modo, la atención del

príncipe heredero mismo. La había invitado a bailar el primer baile. Le

había tomado y no la soltó. Le había pedido su honestidad, y ella no tenía

la energía necesaria para ser nadie más excepto ella misma.

—Hay un mechón de cabello bastante largo sobresaliendo del lado

izquierdo. —A decir verdad, su cabello sobresalía un poco por todos lados,

pero el lado izquierdo estaba ligeramente más dramático que el resto.

— ¡Lo sabía! —Dijo el príncipe entre dientes. —Maldito fastidio. No tiene

remedio.

No hay remedio para ninguno de los dos. Sunday esperó que él no

pudiera sentir cómo le temblaba la mano en la de él.

—Estoy segura de que si lo alisas rápido, no lo notará ni una persona.

—Lo has dicho tú misma, Señorita Woodcutter: todos lo notarían. Todos

dirán que soy demasiado vanidoso por mi propio bien.

Ella asimiló cada sílaba que pronunció, pero sus ojos le hablaban con

otras palabras. Él lo sabía. Sabía que ambos eran peones en un largo juego

de sus mayores, y él estaba tan desesperado como ella por cambiar las

reglas.

—Lo haré por ti, —le ofreció ella, —pero entonces, todos dirán que yo

era demasiado familiar.

El príncipe llevó la cabeza hacia atrás y rió fuertemente. Sunday se

tensó en sus brazos. Cada ojo en la habitación se volvió hacia ellos, y cada

otra boca susurró su nombre. Le recordaron inmediatamente su lugar en el

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mundo. Quizás era algo bueno. Había estado sintiéndose demasiado

cómoda con este hombre que se suponía que debía ser su enemigo. Sintió

que sus mejillas se volvían rojas instantáneamente, lo que, sin duda, dio

más que hablar.

—Amo que te sonrojes.

—¿Por qué hiciste eso? —Susurró Sunday.

—Porque todo el mundo estaba mirando, —dijo él, —y ahora todos

suponen que tú y yo somos demasiado familiares, así que tendrás que

bailar todos los otros bailes conmigo después de esto. Para poder salvarte

de la humillación de bailar con un lunático toda la noche, no tienes más

opción, salvo domar mis giros salvajes.

—Sinvergüenza. —Su jugueteo la acercó. Ella extendió la mano y con

delicadeza, atrapó un mechón de color castaño y lo colocó detrás de su

oreja. Era grueso y sedoso, y su enredo se deshizo demasiado rápido. Él

nunca apartó los ojos de ella; éstos siguieron diciéndole cosas que no

estaba segura de estar preparada para oír.

La mitad de la habitación jadeó. A Sunday no le importó. No perdía

nada al dejar a un apuesto y poderoso hombre adorarla por un rato. Miró

al príncipe a los ojos y le devolvió la sonrisa, y siguieron danzando. En ese

momento, ella era la mujer más hermosa de la habitación.

Demasiado pronto, el baile llegó a su fin. El príncipe retrocedió un paso,

la soltó, e hizo una reverencia. Un escalofrío la recorrió. Se sorprendió al

descubrir que todavía deseaba estar en sus brazos, hablando, sonriendo,

con el cuerpo aún ocupado con la actividad que la distraía de la tristeza y

las complicaciones de su vida. Él la había conmocionado y confundido, y

avergonzado y asustado, pero ella había sentido esas cosas. No había

estado más que entumecida hasta ahora; era dichoso más allá de lo

creíble, que pudiera sentir algo en absoluto… y aún mejor sentirse tan

admirada.

Sin el apoyo de él, sus manos estaban libres para temblar una vez más.

Tomó un puñado de sus faldas e hizo una reverencia, notando cuán limpios

y sin uso estaban sus zapatos. Probablemente, él tenía un par nuevo para

cada día del año.

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Incluso mientras él se inclinaba, esos intensos ojos nunca la dejaron, ella

podía sentir el calor de ellos. Le tomaría unos segundos levantarse, y

entonces esos brillantes y radiantes zapatos estarían dirigiéndose hacia

otro rincón de la habitación, a bailar sobre otra parte del piso, rozando

otras faldas, haciendo que la sangre de otra mujer se hirviera por razones

completamente diferentes. Le había prometido otros bailes, sí, pero Sunday

podía adivinar el peso de la promesa de un príncipe caprichoso. No tenía

sentido despertarle sus esperanzas sólo para romperlas luego. Las únicas

intenciones en las que confiaba eran las suyas propias. En ese momento,

incluso esas eran sospechosas.

Él no se marchó. Los dos se quedaron de pie en el medio del piso,

memorizando al otro. Los músicos afinaron sus instrumentos torpemente.

Sunday miró esos oscuros ojos, ahora más valiente, buscando respuestas a

sus preguntas que no tenía derecho a preguntar. No podía dejar el piso de

baile hasta que él la escoltara para salir, pero no hizo ningún movimiento

para hacerlo. Comenzó una nueva canción, y unos pocos bailarines

valientes siguieron el ritmo. El príncipe permaneció exactamente como

estaba. ¿Se había enfermado? ¿De nuevo?

— ¿Quieres saber por qué bailé contigo? —Preguntó sobre la música.

— ¿Por qué?

Se inclinó sobre ella, y su corazón corría a toda velocidad. No la tocó

de nuevo, pero ella pudo sentirle el aliento agitándole el suave cabello

detrás de la oreja. Él olía a fuego y ceniza, humo de madera y secretos.

Sunday permaneció quieta, con las manos apretadas sobre sus faldas. La

habitación se desvaneció. No había multitud, ni música, ni castillo, ni techo

con la luz de las estrellas, ni tiempo. Sólo estaba su voz.

—Quiero ser una de tus historias.

Sunday perdió al agarre del control mágico y perfecto que había

estado manteniendo durante los últimos dos días. Una costura cedió un

poco debajo de su brazo, y los rizos cayeron sobre su cabeza. Un listón

plateado se deslizó de la asistencia de Wednesday y revoloteó hacia el

suelo entre ellos.

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Los ojos de ella no fueron los únicos que siguieron al príncipe mientras él

se arrodillaba para recuperar el listón. En lugar de devolvérselo lo dejó

yacer, un flexible río de luz de luna a través de su palma.

—Salir de aquí será como ir a la batalla.

Sunday se mantuvo concentrada en el listón. Él no había bailado con

ella realmente. No estaba diciendo esas cosas. Le devolvería el listón, y ella

regresaría a la raída ropa de cama y la tranquila torre y a su realidad

menos que normal.

—Es tradición que un soldado acepte el recuerdo de una dama antes

de ir a la batalla. ¿Me harías ese honor?

Estaba bromeando. Tenía que estar bromeando. Esta era alguna clase

de plan malicioso para mofarse de ella y de su familia, pero por su vida,

Sunday no podía adivinarlo. Debería rehusarse. Debería girarse y alejarse.

Pero él no había sido más que amable con ella. La había hecho sentir

bienvenida y la había hecho sonreír. La había hecho olvidar, durante un

baile inolvidable, el dolor y el adormecimiento que la esperaban fuera de

esas paredes. Él le agradaba. La única persona a la que podía odiar por

eso era a ella misma.

—Esa es una pausa terriblemente larga, —susurró él. —Por favor, di algo.

—Sí.

Fue más una inspiración que una respuesta, pero fue todo lo que pudo

manejar de ambas. Ella levantó el listón de su mano sin tocarle la piel y se

lo ató alrededor del brazo izquierdo, cerca del hombro. Tenía los dedos

demasiado torpes para hacer un moño, así que hizo un nudo simple y lo

apretó, dejando que las terminaciones del listón cayeran pasando su codo.

Sunday sabía lo que significaba. Cada mujer que sostuviera este brazo

recordaría que ella había estado allí primera.

Esta vez retrocedió un paso. Miró el dobladillo de su vestido plateado,

que hacía juego con el recordatorio que él lucía ahora. No quería mirar a

la multitud y descubrir cuántos enemigos acababa de hacer. Sunday

experimentó un fatal momento de incompetencia.

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Un hombre esbelto apareció junto a Rumbold, con ojos violetas y

cabello tan negro como la noche.

—Te presento a mi primo Velius Morana, Duque de Cauchemar. Te

escoltará con tu familia. —Sunday se inclinó de nuevo; no estaba segura

de que sus piernas fueran a mantenerla mucho más tiempo. —Cuida de

ella, —le dijo el príncipe a Velius.

—Un placer, Su Alteza. —Velius le tomó el brazo y la condujo fuera del

piso de baile, de regreso con su severa madre, su hermana princesa, y la

muchedumbre de extraños que merodeaban alrededor de ellos, y que

repentinamente querían saber todo sobre ella. Ella vaciló. El duque situó su

cuerpo entre ella y el arcoíris de espectadores.

—¿Tal vez preferirías otro baile? —Él hizo una reverencia. —Por favor,

permíteme ayudarte.

Las palabras salieron deprisa con alivio.

—Gracias, Su Alteza.

Velius la giró alejándola de la multitud y la llevó en un preciso minuto.

Era bastante similar a un baile de la cosecha en el que ella había

aprendido los pasos rápidamente. La melodía desconocida reflejaba su

tristeza y soledad. Tenía tantas ganas de ser amada por alguien digno,

alguien que la apreciara, alguien como la rana que había conocido en los

bosques una tarde soleada. Con o sin él, ella pertenecía a ese claro junto

a la fuente, no toda decorada y compartiendo susurros con un hombre

vestido como el hombre que se suponía que era su enemigo.

De repente, Sunday fue demasiado consciente del calor de la mano

del duque debajo de la suya, la presión sobre la cintura de su elegante

vestido, pero no era su vestido, nunca de ella, y la piel debajo de las capas

no era la de ella mientras huía de su cuerpo. Se acercó antes de que

perdiera el control, bloqueó sus alrededores y recordó su magia. Se

concentró en los pasos del baile, los listones que le quedaban en el cabello,

la respiración, la imitación del cielo nocturno. Sunday se concentró en la

llama de un candelabro alejado. Nadie notaría la ausencia de una vela. Si

pudiera pensar lo suficiente, concentrarse… La llama desapareció.

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Respondiendo al baile, el duque la levantó en brazos y la hizo girar.

—Detente, —dijo.

— ¿Qué? —Atrapada con la guardia baja, Sunday no reparó en títulos

o decoros.

—La magia, —dijo él. —No quieres atraer la atención a ti.

Oh, ¿de veras?

—Gracias al príncipe, puesto que he atraído más atención de la que

he querido jamás. Sólo necesitaba…

—Necesitas relajarte y disfrutar del baile.

Disfrutar del baile. ¿Vestida de este modo? ¿En un mar de extraños

elegantes? ¿En un castillo que desafiaba la descripción? ¿Rodeada de

todos esos ojos y susurros y…? Tonto. ¿Qué sabía él sobre su mente? Era

más fácil decirlo que hacerlo.

Él se rió como si hubiera hablado en voz alta.

—Sólo porque el hada más poderosa de esta fiesta se encuentre

actualmente indispuesta, no significa que le dé la bienvenida a ningunos

poderes nuevos y completamente extraños que atraviesan sus puertas.

—Mis poderes no son competencia para nadie.

—No aún, —dijo Velius, —Y de hecho hay suficientes haefairies

presentes en esta multitud para ocultar tus pequeñas indiscreciones. Pero,

Señorita Woodcutter, eres la séptima hija, ¿no?

—Séptima de séptima, —murmuró Sunday.

El duque puso los ojos en blanco.

—Por el amor de Dios. Lo primero que deberían haberte enseñado,

pequeña estrella, es no ir marcando el territorio de un hada más fuerte a

menos que quieras hacer negocios. No hay hada más fuerte que nuestra

querida Sorrow. Así que a menos que planees servirle cada onza de tu

magia para el desayuno…

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— ¿Sorrow está aquí? —Susurró Sunday.

—No presente, no. Pero está en este castillo y con el poder suficiente

para notar cuándo una estrella parpadea fuera de la decoración.

—Toda esta gente me pone nerviosa.

—Te pareces a él más de lo que piensas. —Antes de que Sunday

pudiera preguntar a quién, puesto que jamás podría referirse al príncipe,

Velius puso en movimiento la vela que ella había extinguido y luego la

encendió. —Si ella pregunta, le diré que estaba haciendo alarde para

impresionar a alguna dulce joven dama.

Podría haber sido verdad, él sin duda parecía tener el cabello y los ojos,

y el poder para que coincidiera. —Y hay otros… ¿Cómo los has llamado?

—Haefairies, —dijo Velius. —Un término común para esos de nosotros

con la cantidad suficiente de sangre hada en nuestras venas. Vamos, no

pensaste que eras especial, ¿cierto?

—Yo… —Sunday no había esperado encontrarse esta tarde con otra

lección.

—Cierra los ojos, —dijo Velius. Sunday hizo lo que le dijo. La calidez que

irradiaba de las manos de Velius era como el sol en sus fríos huesos,

dispersándose por sus músculos y aliviándola. ¿Había pensado que la

música era triste? Vibraba alegremente dentro de ella ahora; sus pies

saltaban alegremente sobre el suelo como si estuviera flotando en el aire.

—Eres joven y hermosa, —le susurró Velius al oído. —Tienes una sonrisa

tan brillante como el sol, un corazón tan grande como la luna, y un destino

tan grande que puede que nunca comprendas su importancia. Se

avecina una tormenta, una como la que este mundo no ha visto nunca

antes, y tú y Rumbold corren a toda prisa mientras les pisa los talones. Pero

no están solos.

Las palabras sonaron como un hechizo, y los ojos de Sunday se

abrieron de par en par. La multitud se había ido. Surcó las cejas. ¿Había él,

de algún modo, avanzado el tiempo? ¿La había puesto en alguna clase

de trance? ¿Sus hermanas se habían ido sin ella? Miró la habitación. Sería

algo de su madre abandonarla, tan inmersa en su propia…

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No, todas sus hermanas estaban allí, como su madre, quietas en el

extremo más alejado de la habitación donde Sunday las había dejado,

charlando como si nada hubiera sucedido. De hecho, mientras Sunday

miraba mejor, ninguna de las personas en la habitación se veía diferente.

Lo cual era extraño, mientras algunos mantenían conversaciones

detalladas con el fino aire, y unos pocos bailaban solos en el piso. Una

pequeña y oscura mujer con vestido verde sostenía las manos levantadas

frente a ella y miraba con nostalgia en los ojos de nadie. Pero eso no podía

ser.

Ahora que más de la mitad de la habitación se había desvanecido,

Sunday tenía una vista más clara de la arcada donde estaba Rumbold,

inclinándose diligentemente hacia un hombre demacrado de uniforme gris.

Detrás del general, un hombre más bajo con un turbante brillante

esperaba su turno para saludar al príncipe. Era una pena, pensó Sunday,

que de toda la gente que Velius había secuestrado, no se las hubiera

arreglado para eliminar a quienes actualmente añadían más

complicaciones a su vida. Las pocas personas que… que Sunday conocía

tenían sangre hada. La madre de Rumbold había sido hada.

—¿Lo ves ahora?

—¿Todos nosotros? —Dijo Sunday con asombro. — ¿Todos nosotros

somos haefairies?

—Todos estamos hechos de estrellas, —dijo Velius. —No sólo tú,

pequeñita.

— ¿No se dará cuenta alguien?

—No te preocupes; se desvanecerá en un momento. No, lo siento, —se

corrigió a sí mismo. —Debería decir que reaparecerán en un momento.

—El príncipe nos está mirando, —dijo Sunday. Sus mejillas se pusieron

cálidas de nuevo. —Creo que lo sabe.

—El príncipe te está mirando a ti, pequeña estrella, —dijo Velius. —Has

atrapado su atención, y yo he capturado a su premio.

—Tiene una lengua de plata, Su Alteza. —No miraría al príncipe; había

más de lo que su corazón estaba preparado para manejar. Pero ella era

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una niña tonta y demasiado llena de curiosidad para resistir la tentación.

Los ojos de ambos de trabaron a través de la habitación, y Sunday sintió un

clic en la parte posterior de su cabeza.

El baile llegó a su fin, y el duque hizo una reverencia. Sunday se levantó

de su inclinación y se encontró rodeada una vez más por su madre y sus

hermanas. El bullicioso salón de baile volvió al orden, todos los asistentes

visibles y tenidos en cuenta.

—Gracias, Su Alteza. Ha sido…

Pero Velius no la estaba mirando.

Wednesday sostenía el codo de Monday, y susurraban como

pequeñas niñas compartiendo secretos. Sunday no estaba segura de con

qué hermana Velius se había quedado paralizado. Wednesday notó su

mirada y detuvo la conversación.

—No puede ser, —dijo el duque.

Wednesday se paró entre el duque y su familia e inclinó la cabeza.

—Wednesday Woodcutter, —se presentó.

—Velius Cauchemar. —El duque hizo una reverencia automáticamente

pero nunca dejó a Wednesday fuera de vista. Parecía estar a punto de

decir algo más, y Wednesday esperó cortésmente. ¿Estaba él locamente

enamorado? ¿Intentaría sacar al poeta de la amante del verso? Sunday

imaginó todas las formas posibles en las que esta escena podría resultar, o

derrumbarse en un violento desastre. Lo que no imaginó fueron las

palabras que él dijo finalmente.

—No estás a salvo aquí.

Wednesday tuvo un breve momento para fruncir el ceño antes de que

Velius fuera barrido a un lado por nadie más que el Rey mismo. Era una

visión de amplios hombros y apuesto, rezumando de encanto.

Algo más que humildad hizo que Sunday se alejara de él. Supuso que

sus facciones eran similares a las de Rumbold si lo miraba lo suficiente, pero

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no quería hacerlo. Había algo mal con él, algo antinatural, algo dentro de

él que no pertenecía.

La muchedumbre que los rodeaba comenzó a inclinarse hasta abajo y

hacer reverencias, algunos mecenas incluso se postraron en el suelo, pero

Wednesday se mantuvo de pie. Velius mantuvo la cabeza inclinada, con

la boca apretada en una fuerte línea.

—Su belleza me ha encantado a través de la habitación, —dijo el rey,

—Y me encuentro indefenso frente a ella. Estoy bajo su hechizo, hermosa

doncella. —Tomó la mano de Wednesday en la de él, la besó suavemente,

y la condujo lejos para su primer baile de la tarde.

Wednesday no dijo nada.

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Capítulo 12 Hermosa Extraña

¡Mira!

Un grito ahogado

Allá.

¡Oh, Dios mío!

¿Quién es ella?

¿Habías visto algo tan hermoso?

Un suspiro

Era la primera vez esa noche en la que toda la atención de la gente

no estaba en él, y así Rumbold vio lo que todos los demás vieron. Él lo notó

cuando la siguiente mujer en la línea no le extendió la mano como saludo.

El príncipe la vio pasar con sus risos dorados, hombros y pecho

descubiertos, siguiendo su mirada al otro lado del salón, justo a la derecha

de la escalera principal, en la dirección que Velius y Sunday habían ido

después del último baile. El parloteo disminuyó a susurros y un mar de

miradas volteó para comerse con los ojos lo que sucedía.

Sólo dos personas en el castillo tendrían tal atención, y para el mejor de

sus conocimientos, su madrina todavía descansaba en sus aposentos.

Los bailarines se dispersaron como hojas de otoño sobre el piso pulido,

y el rey se pavoneó entre ellos, sus botas haciendo un confidente rápel Me,

Me, Me en lo que cruzaba el salón. Todo acerca de él era glamuroso: su

cabello, sus botas, sus calcetines, la placa en su abrigo. Su forma prefecta

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atrapaba miradas pero su rostro las mantenía. Por primera vez en mucho

tiempo que alguien pudiera recordar, el rey no se veía amenazador,

severo o listo para comerse vivo a alguien. No, él se veía… atolondrado.

Encantado. Energizado. La audiencia se quedó mirando, muchos con la

boca abierta. Rumbold forzó su propia boca para mantenerla cerrada. El

también deseó que su padre hubiera mirado en su dirección sin desprecio

o responsabilidad.

Ya casi es hora, si me lo preguntas.

Se merece algo de felicidad, hombre solitario.

¿Acaso no es una fotografía?

¿Por qué?, ella ni siquiera se ve sorprendida.

Probablemente esté en shock, la pobrecita.

Era la fantasía de toda mujer en ese salón que algunos se atrevieran a

soñar por miedo a que nunca sucediera: El ser tan codiciada. El ser tan

especial. El ser deseada sin descaro por un hombre como ese. El ser

sostenida en brazos como esos y movida con tal fuerza. Esa promesa fue la

que trajo al baile a la mayoría de las señoritas está noche. Mientras el rey

avanzaba a grandes pasos por el salón, cada una de las mujeres a las que

pasaba, deseaba con todo su corazón que algún día alguien la mirara

con tal deseo. Todas ellas estarían decepcionadas.

No podía haberla conocido, el rey no hizo ningún intento de intimar

con ninguno de sus súbditos para que todos pudieran hablar a una misma

voz. Su indiferencia significaba su igualdad. También significaba que el

objeto de su afecto actual no era nada más para él que una hermosa

extraña.

No lo puedo creer,

¿Será?

Oh, ojala…

Un suspiro

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Rumbold tuvo un momento de pánico. Tenía un sexto sentido cuando

se trataba de Sunday; ahora sabía en donde estaba en el salón sin ni

siquiera mirar. ¿No la notaban los demás?

Cada vez que cerraba los ojos, soñaba con ella. Cada parpadeo le

traía el sonido de su voz, la forma de sus labios, la curva de su cuello, el olor

a bosque, fogata, velas y sus latidos al bailar juntos.

Ese mismo latido se negó a continuar hasta que el otro extremo del

salón se dispersó y su padre se hizo a un lado para mostrar exactamente a

quien le estaba tomando la mano.

Si, ese era Velius al lado del rey – Rumblod inundado con alivio - la

mano de Sunday todavía descansaba ligeramente en el codo de su primo.

Sin embargo, la mujer a la que rodearon no se inclinó. Era una pequeña

mancha de oscuridad en el brillante salón, como una noche sin nubes

mirando a través del espacio de una cortina brocada. Su vestido gris

plateado y mechones de cabello negro se añadían a su aura mágica.

Tan encantadora.

Muy etéreo.

Es fantasiosa, por supuesto.

Se ve como… Un grito ahogado.

Rumbold no estaba lo suficientemente cerca de ella para ver el color

de sus ojos, pero podía adivinar que eran de alguna tonalidad de violeta.

Una veintena de años o un poco antes, en luz más suave, esa mujer podría

haber sido Sorrow. No había duda que había atraído a su padre como un

imán. Su madrina no estaría complacida. El rey tomó la mano de la mujer y

la llevó a la pista de baile. La mujer rechoncha de amarillo miró y le tendió

su corazón a la mano que le iba a tomar Rumblod. El rey y la extraña eran

hermosos y románticos; su baile era una confección para almas solitarias. El

verdadero poder de este, eclipsó el baile de él y Sunday como si nunca

hubiera sucedido. Él era luz, ella era oscuridad, sol y sombra, fuego y

cenizas. Bailaron sin decir una palabra, girando alrededor y alrededor con

tanta gracia, que parecía que sus pies no tocaban el suelo. Le robaron el

aliento a todo al que pasaban. A todas las mujeres se les debilitaron las

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rodillas y todos los hombres sobrellevados con repentina valentía voltearon

con la mujer más cercana y la invitaron a bailar. Pronto, toda la audiencia

se contagió con la emoción. Cuando ya no había más espacio en la pista,

la gente comenzó a bailar en los escalones, mesas y sillas. Podrían recordar

esta noche y contarla una y otra vez por todo el tiempo que vivieran. Los

bardos se enfilaron en los rincones y orillas, ya componiendo tributos para

este mágico evento. El rey encantador de Arilland se había enamorado a

primera vista. No había ninguna duda que muy pronto tomaría a esa

hermosa extraña como su esposa. El destino los había unido. El destino. Era

embriagador. Por primera vez esa noche, la cabeza de Rumblod no

estaba llena de pensamientos de su amada o de él mismo. En lugar de

eso, temió por la vida de esa mujer. Cuando Rumblod ya no pudo más con

la claustrofobia, salió al balcón y se sentó en su silla acojinada de

terciopelo. Desde ese punto de ventaja, era fácil para él y para Erik

mantener vigilada a Sunday y a sus hermanas, de pronto las mujeres más

solicitadas del baile. A pesar de toda la energía del monstruo interno de

Rumblod, su debilidad física se estaba llevando lo mejor de él. Estaría

devastado si colapsaba en los finos pies de su amada. ¿Le importaría? Una

vez probado, ¿era amor verdadero o sólo una fantasía? Había

presenciado ya muchas aventuras amorosas para ignorar el hecho de

que el corazón era una bestia caprichosa. ―Aventuras amorosas‖. Las

palabras cosquillearon los bordes de su memoria. Conocía a muchas

mujeres grandiosas en ese baile, posiblemente de manera más íntima de la

que sus esposos nunca sospecharían. Había mucha infelicidad en el

mundo; una vez él había caído en ella. Envidiaba a las personas que

nunca habían perdido sus corazones y almas por alguien más. Y cabeza. Si,

Rumbold definitivamente también estaba perdiendo la cabeza. Velius saltó

por encima de Erik, sobre el balcón al lado de él. Había estado ausente

por la mayor parte de dos canciones y era ligeramente peor por su

desgaste después de dar codazos través del alborotado gentío en el

baile. Su chaqueta estaba arrugada, sus botas estaban rasgadas,

mechones de su cabello perfecto de habían salido de su cola de caballo,

y sus ojos eran salvajes. Bueno, sus ojos siempre eran salvajes.

Soy un tonto dijo.

Rumblod se alegró de que él no fuese el único.

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Erik dijo el príncipe, tu memoria ahora es más confiable que la

mía, pero adivinaría que mi querido sobrino nunca se ha disculpado por

nada. ¿Estoy en lo cierto?

Correcto, Su mala memoria.

Velius se dejó caer sobre la gran silla enfrente de Rumbold y se sirvió

una abundante copa de vino rojo.

Deja de ser un idiota, dijo.

La copa estaba quieta mientras la sostenía, pero el líquido temblaba

adentro. La bebió como el traidor que era.

Él lo bebió como el traidor que era.

Simplemente estoy tratando de determinar exactamente en qué tipo

de problema estamos. Dijo Rumbold. ¿Qué ha pasado?

Yo fui un tonto. Repitió Velius.

Ya establecimos eso. Entonces ¿Qué pasó? Más importante, ¿Sunday

se salvó?

Si, primo, tu amada tiene todos su miembros, aunque imagino que

algo desgastados por el baile. Su mirada se posó en el vaso vacío en su

mano. Es su hermana la que me preocupa.

¿Su hermana? Preguntó Erik. ¿Del día de la semana o del fin de

semana?

Velius sonrió un poco ante eso.

Wednesday.

Nuestra Señora de la Sombra Perpetua. Citó Rumbold.

Una descripción acertada. Dijo Velius. Y la pareja actual de

baile de tu padre.

Erik regreso de su lugar cerca de la entrada.

¿Qué?

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La pareja de baile fue fácil de detectar. A pesar de la aglomeración

en el suelo, había un corrillo de espacio alrededor de ellos. Se tejieron

como el sol persiguiendo a la luna. Sin palabras pasando entre ellos, sólo

esa mirada firme. Los románticos de la multitud murmuraron que era amor,

a Rumbold le pareció más como si cada uno se juzgara la talla.

¿Pero cómo...? Él intentó preguntar ante extraña semejanza. Velius

respondió a una pregunta totalmente diferente.

Apuesto a que tu chica está tan atormentada como tú, primo. Ella

tiene un poco más de magia que un hada. Ella es una séptima- séptima,

ya sabes.

Pensé que era un mito. Dijo Erik.

Lo es y no lo es. Dijo Velius. Al igual que la mayoría de los mitos.

Ella me dijo una vez que las cosas que escribía se hacían realidad.

Es un poco más que eso, mi buen primo, pero esperemos que no más

de lo que su maestro pueda manejar. Sólo me preocupa que ella no alerte

a su madrina.

Algo metido en los confines más lejanos de la mente de Rumbold, el

príncipe recordó vagamente a las hadas y sus luchas de poder. Pero fue

eclipsado por unos pequeños celos porque su primo sabía más acerca de

Sunday que él mismo.

He disfrazado su magia con algo de mi propio glamour, así si Sorrow

comenta, yo podría admitir que estoy enseñando para impresionar una

dama.

¿Qué tipo de glamour? Preguntó Rumbold.

Uno que la hará sentirse menos sola en el mundo, dijo Velius. Le

mostré como muchos de los asistentes de la fiesta tienen fey4 en su sangre.

Yo no noté nada extraño, dijo el príncipe.

4 Fey: Dialecto británico. condenado; predestinado a morir.

2. Principalmente escocés. parece estar bajo un hechizo; marcada por un temor de la muerte, calamidad, o del

mal.

3. sobrenatural; irreal; encantado: elfos, hadas y otras criaturas fey.

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Sólo tienes un poco del fey que heredaste de tu madre, dijo Velius.

No te habrías dado cuenta. Pocos en esta reunión tienen el poder

suficiente para hacerlo. Sunday es una. Tomó otro sorbo. Tu padre es

otro.

Mi padre no tiene ni una gota de sangre de hada en él. Dijo

Rumbold.

La tiene esta noche. Resopló Erik, Un snootful 5 de los más

potentes en el castillo.

Rumbold comenzó a preguntarle al guardia a que se refería, pero lo

había visto él mismo. Sorrow se había inclinado sobre el rey y pintado sus

labios con su sangre, revirtiendo el envejecimiento con algún terrible

hechizo. Esta noche, el Rey había desplegado una energía ilimitada que

incluso el propio Rumbold deseaba para su propio cuerpo frágil. Había

marcas de mordedura en los brazos de Sorrow, irritados y rojos para que

todo el mundo los viera. El príncipe puso un dedo en su cien y se masajeó

el dolor abrasador de allí.

¿Esto es algo que siempre he sabido? Preguntó a su primo.

Al menos Velius fue honesto. Creo que es algo que siempre

sospechaste. Pero Sorrow no ha estado en el lugar por algún tiempo, así

que debe de haber otra razón para su eterna juventud.

¿Qué edad tiene mi padre?

Nadie lo sabe

El reino lo ha olvidado hace mucho tiempo, agregó Velius. Al

mismo tiempo que olvidamos su nombre.

Rumbold sintió de nuevo un dolor punzante, más parecido como

nunca antes al de su renacimiento en el bosque y estaba agradecido de

estar sentado. Se concentró en el terciopelo fresco bajo sus frías y

sudorosas palmas, suave como la piel de Sunday. Frotó la cinta de seda de

plata entre los dedos. Tomó varias respiraciones largas y profundas,

5Snootful: suficiente alcohol para emborracharse. Aquí se refiere a sangre.

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vaciando todos sus pensamientos menos el de la sonrisa de ella y el

bosque en una mañana de primavera.

No trates de recordarlo. Advirtió Veliuz. No puedes.

Comparte esa característica con el resto de mi vida. Rumbold se

asomó a través de sus parpados cuando sintió que una vez más su cuerpo

estaba bajo control. Tantos recuerdos que aún están ocultos, nunca se

me ocurrió pensar en lo extraño que era que yo no supiera el nombre de

mi propio padre. Respiración profunda. Piel como terciopelo,

reconfortante y familiar.

Lo que me gustaría saber, dijo Velius, es porqué Wednesday

Woodcutter es la viva imagen de tu hada madrina.

Ya estable, Rumbold reunió sus últimas reservas de energía y se levantó.

Ocultó su desequilibrio suavizando las arrugas invisibles de su jubón y

enderezando su faja.

Vamos a averiguarlo.

***

Era divertido cómo algunas personas se preocupaban cuando

Rumbold cruzó el salón de baile por segunda vez. Los ojos que no estaban

en el rey y su hechicera dama, estaban en sus propios parientes,

aprovechando el mar de energía sensual que surgía desde la pareja real.

El príncipe: él y sus hazañas ya eran viejos acontecimientos. Nada era tan

sensacional como la pareja en medio de la pista de baile. Liberar a Sunday

de su pareja de baile actual fue muy fácil; Rumbol lo empujo a los brazos

femeninos más cercanos sin acompañante.

Hola otra vez, dijo.

Hola. Ella estaba contenta de verlo. Él podría morir como un

hombre feliz.

No pensé que fueras a volver.

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Es un honor para mí sorprenderte.

Y tan agradable. El agotamiento la llevó a lanzar la formalidad por

la ventana, y se alegró por ello. El poco espacio por el número de

personas en la habitación – y la vertiginosa cantidad de material de las

faldas - lo forzaron a sostener más cerca de Sunday. El dobladillo de su

vestido rozaba sus piernas, amenazando con hacerlo tropezar. No le

importó. El ritmo al que bailaban se aceleró considerablemente,

quedando así obligatoriamente libres de giros y adornos de fantasías. Se

movieron juntos en un cálido silencio, cómodo, del tipo en que un amigo

podría encontrar un santuario en los brazos de otro amigo. El volumen de la

música había llegado a cubrir el ruido de la multitud, y las voces

aumentaron más como resultado. Rumbold no se sintió obligado a

añadirse al ya ensordecedor ruido. Cuando hubo calma, ambos hablaron

a la vez.

Si se me permite...

¿Por qué...?

Sus voces se envolvieron alrededor de la otra, bailando con al mismo

ritmo. Le gustaba el sonido de ellas. Sunday inclinó la cabeza y se sonrojó

de nuevo, desarmándolo completamente.

Por favor. Dijo. Sospecho que nuestras preguntas son sobre el

mismo tema.

La sintió respirar.

¿Por qué tu padre está bailando con mi hermana?

Ah. Hizo que giraran hacia un espacio con menos gente. ¿Por

qué tú hermana se parece tanto a mi hada madrina?

Ah. Repitió. Me enteré de eso recientemente. Tu madrina es mi

tía: hermana mayor de mi madre. Tomó otra respiración profunda, y juró

que podía sentir la tensión de sus músculos de la espalda por debajo de su

mano.

Lo que nos hace...

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...Afortunadamente no emparentados. Terminó Rumbold. ¿Te

has reunido alguna vez con Sorrow?

No he tenido ese placer, dijo ella, formal también.

Ella ha sido la consejera más cercana a mi padre desde...

Rumbold cometió el error de pensar en serio y saludó un mundo de dolor

por su esfuerzo. ...desde que cualquiera pueda recordar. Desde antes

que el rey renunciara a su nombre, al parecer. La semejanza de ella con

Wednesday es sorprendentemente extraña.

¿Cómo sabes el nombre de mi hermana?

¿Se había delatado tan pronto? No.

Por ahora son pocos lo que en Arilland aún no conocen su nombre.

Ella se rió un poco ante eso. Triunfo.

Por supuesto. Perdóname, estoy un poco fuera de sí.

¡Nunca! Estaba en este mismo momento envidiando tu calma

gracia. Incluso en el sofocante calor olía divino. Se ha vuelto un poco

como un manicomio, ¿verdad?

Ciertamente. Dijo. Sunday arrojó un trozo de su pelo dorado por

encima de su hombro y lo metió detrás de la oreja. Una pequeña gota de

sudor rodó por su exquisito cuello y se desvaneció en el encaje de su

hombro. Deseó poder escabullirse a algún lugar privado y fresco, bajo el

cielo abierto dónde las estrellas fueran reales y dónde podría ser él mismo,

en lugar del tramposo que juega con el corazón de una niña inocente.

¿Qué estaba haciendo?

El baile terminó y cada uno de ellos hizo una reverencia tan profunda

como la aglomeración de gente lo permitía. El apretó su mano

desesperadamente y con reticencia, no queriendo dejarla ir. Sólo que esta

vez, cuando él empezó a alejarse, su apretón se intensificó.

Por favor. Él estaba seguro de que la mirada en sus ojos era el

reflejo de los suyos, y estaba ansioso por saber la razón. Su explicación salió

a toda prisa y sin aliento. Recientemente perdí a un amigo muy cercano,

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y descubrí la más alta y extraña verdad sobre mi propia familia. Mi

hermana quien habla en acertijos de ángeles tiene encantado a un rey.

No estoy segura de cuánto tiempo más voy a ser capaz de mantener esta

―calmada gracia‖, cómo tu amablemente lo has llamado, y estoy muy

preocupada por lo que pueda pasar si no puedo controlar mi...me. Sé que

esto es cruzar la línea, y grosero, y completamente... bien, grosero... pero

estoy muy cansada y por alguna razón tú de todas las personas eres

amable y confortable alrededor, y yo... ella tomó aliento. Por favor.

Dijo con más calma. Por favor, quédate aquí conmigo.

Sí. Quería llorar. Sí, y sí y sí. Felizmente ahora y siempre, hasta el

fin del mundo y después. Podría haber confesado su alma a ella al

principio de la noche, pero entonces no podría haberse sentido tan

cómoda con él como lo estaba ahora. No importa. Lo hecho, hecho

estaba y ahora ella estaba allí, diciéndole las mismas palabras que él

había tenido demasiado miedo para decirlas él mismo.

Esa es una pausa muy larga, dijo, por favor, di algo.

Resistió el impulso se aplastarla en sus brazos y besar la respiración de

ella; le dolían sus pulmones por gritar su alegría. Él encogió el brazo para

indicar la cinta de plata que aún colgaba en su lugar de honor y luego se

inclinó para besar suavemente su mano.

Yo soy el siervo de mi señora, dijo.

Deseó poder embotellar la sonrisa que le dio y guardarla para un día

lluvioso. Por supuesto, si todo iba como debería, tendría todas esas sonrisas

todos los días, embotelladas o no, lloviera o tronara, ahora y para siempre,

hasta el fin del mundo y después.

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Capítulo 13 Tragándose el Sol

l siguiente día comenzó muy parecido al día anterior, que a

Sunday le tomó un rato darse cuenta de que el baile no había

sido un sueño.

—Otra vela que se acaba.— Mamá chasqueó la lengua. —Que niña

tan desperdiciada.

Vació los restos del contenedor, sacó otra del cajón, y la encendió. El

aire alrededor de Sunday, se llenó con el aroma de sebo y flama. Se

recostó sin esperanza mientras su diario desaparecía dentro del bolsillo del

mandil de su madre. Las páginas se habían ido por otro día, pero las

emociones de la noche anterior todavía burbujeaban dentro de ella.

—No me bosteces, señorita. Perdiste el sueño en tu tiempo libre. —

Sunday murmuró una disculpa al contoneo de las caderas de su madre

mientras se desvanecía por el oscuro marco de la puerta. Como magia en

sus talones, Trix se deslizó por debajo de la cama.

— ¿Tomando el desayuno con pesadillas? — Sunday le preguntó.

—Incluso las pesadillas tiemblan con la presencia de mamá—. Trix se

sacudió las pelusas de polvo y estornudó. La vela que estaba a su lado

pestañeó y sus sombras comenzaron a bailar. Bailar. Ahí, estar bailando de

nuevo.

E

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Sunday se rió. ¿Dónde estaba la princesa, el baile junto con los

hermanos encantadores y las mamás de los futbolistas? De pronto su

nueva vida no parecía tan fantástica.

—¿Cuánto tiempo has estado ahí abajo?

—El suficiente para crear un camino de mis sueños a los tuyos,— dijo. —

Allí todo es aburrido. No hay suficientes flores ni el brillo del sol. Ahora,

vamos, vístete— Abrió el armario y le arrojó una sudadera. —Tengo que

mostrarte algo muy importante.

El rastro de los caracoles y de los arcoíris era muy importante para Trix.

Sunday olfateó la sudadera para asegurarse de que no la había usado ya

en un día de labores, y vio su vestido plateado arrojado sobre la silla de la

esquina. Quería abrazar ese vestido, apretarlo contra su pecho, y bailar

alrededor de la habitación, recordando y reviviendo cada detalle de la

noche anterior, en el orden exacto que había ocurrido. Cada palabra,

cada caricia, cada paso.

—Mamá me castigará si no hago las tareas– y las de Friday – antes de

irnos al baile otra vez.

—Posiblemente las de Wednesday también ya que mamá decidió que

ella daría a luz a la futura reina de Arilland. No era que hubiera algo fuera

de lo normal con que Wednesday dejara sus quehaceres a medias y

olvidadas.

—Las labores se harán. Mamá así lo dijo

—Sí que lo dijo.— Sunday suspiró y en ningún momento olvido la carga

de ser la séptima hija. El mundo haría lo que Mamá pedía, le gustara o no.

—No te preocupes, muy pronto estará distraída por otras cosas,— Trix

hizo un pequeño baile. —El día no será muy largo, pero las tareas tal vez

sean cortas. Confía en mí.

—La Historia probó que las palabras más peligrosas nunca se han dicho.

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Trix bajó las escaleras; Sunday no tenía otra opción más que seguirlo.

Aventó su camisón, tiró la sudadera sobre su cabeza, se puso una falda y

sopló la vela. Antes de llegar a las escaleras, regresó corriendo a la silla y

jaló el vestido plateado hacia ella en un profundo abrazo, respirando los

recuerdos y girando indulgentemente una vez más por los alrededores

antes de llevarlo abajo, a la sala de estar. Friday necesitaba cambiarlo por

las festividades de esa noche. Si fuera por Sunday, no le cambiaria nada.

Ni tampoco cambiaría nada de su hermano. Trix no tenía que hacer nada

para atraer el caos – solo venía con el tiempo, y regularmente alarmado.

Con los años el caos se había vuelto más esperado que temido, pero

todavía tenía un cierto elemento de sorpresa en descubrir nuevas

aventuras. Esta vez, la sorpresa era que Trix no era el causante de la

catástrofe; era la tía Joy.

Cuando Joy había acelerado el crecimiento de los frijoles para la

segunda lección de Sunday, ese poder había interferido con la tierra. Las

semillas de rosa de Wednesday ya estaban brotando. El hechizo se había

extendido más allá hacia el viejo árbol, cuyas ramas robustas sostenían la

amada casa del árbol de Trix, y alrededor cuyo tronco dónde el hermano

vidente de Sunday había lanzado ese maldito puñado de frijoles mágicos.

Si no hubiera sido por esa desafortunada compra, la vida de Sunday

sería muy diferente. Y al árbol de Trix no se lo estarían tragando tallos

mutantes.

Las vides verdes, se retorcían y enroscaban, arriba y uno sobre otro,

alrededor y otra vez, ondeando una red que cubría la corteza; las ramas y

las hojas completamente hasta que el árbol se convirtió en un tallo gigante.

El aire olía a pasto, fresco, y electrificado como antes de la tormenta.

Había un suave siseo mientras los tallos se deslizaban a lo largo de la

corteza; el tronco gigante estaba agrietado por debajo al ajustarse a su

nuevo peso. Casi toda la casa del árbol de Trix ya estaba cubierta con

vides: sólo se podía ver la mitad de una ventana cerrada y una pequeña

sección del techo. Los tallos se mezclaron juntos para formar uno solo, y el

monstruo creció.

Magia y monstruos, todo antes del desayuno. Para Sunday no sería de

ninguna otra manera. Valientemente llevó una mano alrededor de una

hoja de ciernes; la nueva piel de terciopelo cosquilleó su palma al

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desplegarse y continuando su camino hacia arriba. Los tallos de las hojas

del monstruo se abrieron por encima de la copa del árbol a luz del

amanecer. Las enredaderas se trenzaban entre ellas mismas en una masa

tan gruesa como la del tronco de la base del árbol. Los pies de Sunday

picaban, recordándole su propio vals mientras observaba a las

enredaderas bailar.

Había habido momentos cuando el príncipe le recordaba a Grumble:

algo que la rana habría dicho o hecho, y cómo ella habría reaccionado.

Tener estos pensamientos no era justo para el príncipe; él era un individuo

único que no se comparaba con nadie. Pero simplemente no podía borrar

esos recuerdos, ni tampoco podía cambiar lo que tenía que pasar.

—Que esta sea otra lección para ti, niña. — Joy se veía extraña en

casa en uno de los vestidos tejidos de mamá, su elegancia inmortal

alentaba a los hilos gastados de la tela a convertirse en jovenes y vibrantes

otra vez.

—Todas las acciones tienen consecuencias, unas te afectan a ti– Joy

agitó su mano al furioso y creciente monolito antes que ellos, —y otras que

afectan a los que te rodean.

—Y nunca le vendas tu vaca a un extraño por un puñado de fríjoles

mágicos—, añadió Sunday.

—Todo sucede por una razón—, dijo Joy.

—Es lo que dice mamá, — chirreó Trix, saltando alegremente junto a

ellos.

—¿Incluso las cosas estúpidas, extrañas y peligrosas? —preguntó

Sunday. —¿Hay razones para esas?

—Especialmente para esas—, dijo Joy.

Sunday levantó la cabeza al escuchar el canto de los pájaros. Sus

palomas jugaban en lo más alto del tallo, blancas como fantasmas,

activas contra el monstruo verde, revoloteando dentro y fuera de la masa

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serpenteante y piando tan alegre como Trix. Sunday esperó que no se

cansaran pronto, o que si decidían descansar en alguna parte no fuera

por mucho tiempo.

—¿Es que nunca va a detenerse? — preguntó Friday a la tía Joy. Ella y

mamá por fin habían salido de la casa, con Wednesday flotando

suavemente detrás de ellas. La hermana oscura de Sunday parecía más

joven y vieja que el día anterior.

—Crecerá tan alto como lo necesite. Como la mayoría de las plantas y

niños.— Para una mujer que acababa de convertirse en la favorita al trono,

Wednesday no parecía muy feliz.

—Tal vez se tragará el sol,— dijo.

En una de las historias que habían escuchado de papá, un viejo Dios

había hecho justo eso. Un joven lo engaño para que durmiera y le abrió el

estomago para liberar al sol y así el mundo pudiera vivir. Sunday alzó los

ojos hacia el amanecer; el sol ya no estaba en peligro de que lo tragaran

durante el mediodia.

— ¿Valdrá la pena comerse esos frijoles? — preguntó mamá.

Sunday casi podía ver los pilares de oro añadiéndose en la mente de

mamá mientras cada pequeña flor blanca crecía a la vida, se marchitaba

y daba frutos. Sunday nunca dejaría que un frijol de ese tallo pasara sus

labios; tampoco se podía imaginar vendiendo esos frijoles a alguien más.

Joy no dijo nada más.

Trix continuó saltando alrededor del tronco del tallo de frijol, riendo,

agitando y animando arriba y abajo. ¿Y por qué tal cosa, espectacular y

loca no se debería celebrar? Sunday se acercó saltando, chocando las

manos y gritando con él. Inclinó la cabeza hacia atrás y se echo a reír a

carcajadas de lo que una vez había sido la copa del árbol.

Las palomas revolotearon y bailaron con ellos, una mancha de plumas

blancas como la nieve. Volaron hacia ellos, levantándole mechones de

cabello. Sunday lanzo las manos hacia su rostro para protegerse los ojos de

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algún pico o garra. Sus chirridos eran frenéticos, chillidos cacofónicos que

sonaban como palabras. Sangre en su zapato. Había sangre en su zapato.

El grito de Friday cortó su felicidad. Corrió colina abajo, un manchón

de faldas de retazos y unos rizos caoba ondeaban tras ella. Papá y Peter

sin camisa caminaron lentamente hacia la casa, cargando el peso de

Saturday entre ellos mientras saltaba en una pierna. La otra pierna estaba

cubierta con harapos llenos de sangre desde la rodilla hacia abajo. Peter y

Papá lucían preocupados, pero la agonía en los ojos brillantes de Saturday

estaba desproporcionada con la cantidad de sangre en su pierna. Sunday

desconfió de un juego sucio.

—Hablando de cosas estúpidas—, la tía Joy lo dijo sólo para Sunday.

***

Tía Joy curó la terrible herida de la pierna de Saturday, donde su

querida hacha había resbalado de la madera húmeda y caído

profundamente contra su pantorrilla. Ningún regalo les había hecho daño

alguna vez. Sunday estaba algo asombrada de que el hacha de Saturday

pudiera sacar sangre. Mamá preguntó a Papá sobre el conocimiento que

tenía Saturday del día a día en el bosque. Papá defendió a Saturday,

elogiando su antiguo trabajo, ético, fiable y otras palabras útiles que no

mejoraron el comportamiento de Saturday. Friday limpió la sangre que

llevaba a la cocina y hacia un charco bajo las sillas donde tía Joy curó la

herida; los años de atender a pobres y enfermos, dio a Friday la habilidad

de mantenerse ocupada y fuera del camino. Wednesdy desapareció en

su habitación. Trix gateó bajo la mesa y sostuvo la mano de Saturday,

descansando su cabeza contra su pierna sana. Peter se sentó al otro lado

de la mesa, mirando a Saturday, como si esperara la respuesta a una

pregunta que le había hecho hace mucho tiempo. Saturday no lo miraba

a los ojos.

Sunday miró como Joy fusionaba con habilidad el musculo y la piel

rota con un pinchazo de sus dedos. Le puso un cataplasma y lo envolvió

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para ajustar la pierna de Saturday con vendas que Mamá había hervido y

secado.

—Necesitas mantenerla en alto, — le dijo Joy a Saturday, colocando

suavemente la pierna herida en la silla de al lado. —Si es posible mantén

reposo al menos toda la semana‖.

— Pero…

—Ya me escuchaste, siete días, — Tía Joy azotó la puerta antes de que

Mamá pudiera condenar a su hija a ponerse en acción.

—Mis habilidades pueden regresar la apariencia de las cosas a la

normalidad, pero no hay remplazo de tiempo en cuanto a la verdadera

curación. Tu hija necesita estar fuera del bosque durante las siguientes

semanas, por su propia seguridad. — ‗Y del baile‘, no lo dijo, pero todos lo

escucharon.

—Saturday no asistirá al baile real esta noche, o ninguna otra—

Saturday dejó caer su largo cabello sobre su rostro, pero sólo Sunday pudo

saber que estaba sonriendo en su regazo.

—De acuerdo —, Mamá le dijo a su hija más joven pero única, —pero

no te tendré ahí sentada sin hacer nada. Tus manos funcionan muy bien,

le ayudarás a tu hermana con su costura.

Saturday se mordió la mejilla, inclinó la cabeza, y silenciosamente

aceptó la tarea. Sunday se preguntó si los dedos sin gracia de Saturday

podrían terminar algo tan delicado, pero como Mamá lo había ordenado,

Saturday tendría que hacer su mejor esfuerzo. Papá movió distraídamente

los troncos en la chimenea. No estaría perdiendo a todas sus hijas en la

familia real esta noche.

Friday regresó de la cocina con los vestidos, su nueva cajita de coser y

con una bolsa de lazos y adornos. Arrojó el arcoíris brilloso sobre la mesa

enfrente de Saturday, que le dio una mirada severa y le sacó la lengua.

Mamá mandó a Papá y a Peter de vuelta al trabajo y al resto de los niños

a realizar sus labores. Joy se quedó en su silla a un lado de Saturday; tomó

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el vestido verde azulado, y tiró de una línea de recorte del lazo del

dobladillo. Muy bien, pensó Sunday, Tía Joy mantendrá la paz entre Mamá

y Saturday. Y con Mamá tan preocupada, se mantendría fuera del cabello

de su hija menor.

Sunday recogió la canasta de comida y salió del patio. Lanzó grandes

puñados de maíz tostado a los pollos, a las palomas mientras se

abalanzaban hacia ella, y a Trix cuando las palomas se encaramaron

alegremente en su cabeza y hombros. Se rio en lo que el maíz quebrado

caía por su pecho hacia el suelo. Cuando ya estaban a una distancia

segura de la ventana de los pollos, Trix preguntó,

— ¿Qué pasó anoche?

—Mi, mi—, Sunday chasqueó con las gallinas. — ¿Hay algo que no

sepas? Eso me parece difícil de creer.

—Estoy tan sorprendido como tu—, Trix dijo. —Este baile era todo de lo

que Mamá podía hablar durante días. Ahora las bocas de todos están

selladas, como si todas vosotras estuvierais ocultando un gran secreto. Hoy

por la mañana Mamá solo susurraba con la tía Joy en la cocina, y estoy

seguro de que Saturday se lo contó a Peter y a Papá durante su camino al

bosque antes de…— Su voz se desvaneció.

— ¿Sunday, por qué ella haría tal cosa?

Sunday se detuvo a medio camino, cerró los ojos y se puso en los

zapatos de baile de cada una de sus hermanas.

—También me asustó, al principio: toda esa gente y todo ese ruido.

Saturday era tan miserable como hermosa. Ella no se viste solo para un

salón lleno de bobos que pretenden ser algo que no son.

—Uf—, gimió Trix. Tener que ponerse zapatos era terrible para Trix.

—Apuesto a que deseó tener su hacha todo el tiempo.

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—Mamá le dijo que se parara derecha, entonces ella miró por encima

del hombro a todas esas pomposas señoritas, como si pudiera confiar en

ellas tanto como para echarlas.

—Saturday podría hacharlas muy lejos,— dijo Trix. Sunday chasqueó la

lengua.

—Creo que tienes razón, Oh, y Monday estaba ahí.

—Claro— Trix bailó alegremente; las palomas reprendieron su pose

inestable. — ¿Cómo está?

Sunday pensó en su hermana princesa, perfecta como una pintura

con su abanico cubierto de joyas. Sunday había hablado más con el

príncipe que con su propia distanciada hermana.

—Hermosa—, dijo finalmente.

—Oh—. No parecía ser la respuesta que Trix estaba buscando.

—¿Y qué es lo que pasa con Wednesday? — Gracioso que dijera eso;

de todos ellos, Wednesday era la que se comportaba más como ella

misma: distante, desanimada y completamente descomunicada. —El rey

parece haberle quitado la chispa a nuestra Wednesday. Los dos bailando

juntos fue algo sacado de un cuento de guerreros.

— ¿Con el objetivo de superar a nuestro difunto hermano, verdad?

Pensé que estos bailes eran ofrecidos por el príncipe.

—Lo eran. Lo son. — Sunday giró su rostro hacia el fresco viento,

esperando que su rubor se desvaneciera antes de que él lo notara. Lo notó.

—Oh, no.— dijo Trix.

—Oh, sí.— dijo Sunday.

— ¿Te gusta?

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—Bastante, desafortunadamente.

— ¿Lo amas?

—Apenas lo conozco.

—Mm,— dijo Trix.

Sunday dejó caer su cabeza hacia a tras y dejó que saliera la risa que

venía directo desde los dedos de sus pies, llenando su cuerpo completo

con alegría. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se había sentido

tan real?

— ¿Mm? Yo abro mi corazón para ti, con un comentario inusualmente

sabio, ¿y todo lo que tienes para mí es ‗mm‘?

La sonrisa de Trix le pudo haber quitado el brillo al sol y a atreverse a

darle un vistazo por detrás de las nubes de la mañana, donde se ocultaba

el monstruoso tallo hambriento.

—A veces ‗mm‘ es lo más sabio que puedes decir.

— ¡¿No me digas?! — Sunday arrojó el resto de puñado de semillas al

suelo. Los granos cayeron fuertes y rápidos, más como piedras que como

maíz. Trix se agachó y rescató unos cuantos pedazos antes de que el pollo

más cercano intentara morderlos. Los examinó y luego le mostró su palma

a Sunday. Suspiró al ver el contenido.

Su risa había convertido las semillas en oro.

El coche de alquiler estaba un poco menos amontonado esa noche.

Saturday tal vez no estaba presente en cuerpo, pero partes de ella todavía

estaban con ellas: Friday había redecorado los vestidos de cada una de

ellas con recortes del vestido de Saturday. El corsé y las mangas de Friday

ahora tenían un borde azul, y el de Mamá verde. La trenza decorativa de

Saturday ahora estaba alineada con los propios dobladillos de Sunday y su

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sobrefalda albaricoque transformó las suaves y grises nubes de Wednesday

en un mar agitado por la tormenta. Friday había cosido el último recorte

de material en un tubo delgado relleno con hilos de cabello de cada una

de las hermanas y se la dio a Saturday como brazalete. Sunday vio el

reflejo verdeazulado en la muñeca de su hermana cuando Saturday

alzaba su mano en la puerta y la ondeaba para decirles adiós. Apoyo su

peso sobre Peter, y la ayudó a brincar de regreso dentro de la casa. El

cochero tomó las riendas y llevó al resto de las chicas Woodcutter a su

segunda noche de aventura.

Wednesday había encontrado un par de guantes con los cuales cubrir

sus dedos manchados con tinta. Sólo Sunday notó que el cortaplumas de

Wednesday -regalo de Joy a su ahijada poeta– se había deslizado a su

lugar habitual en el nudo de su cabello. Una pequeña comodidad, pensó

Sunday.

El camino al patio interior del castillo una vez más estaba lleno de

gente, pero el chofer se las ingenió para mantenerlos más cerca que antes

de la entrada. Sólo tenían que abrirse camino a través de un pequeño

laberinto de estiércol y carne de caballo antes de que sus pies con

zapatillas tocaran el suelo. Mucha gente estaba disfrutando del aire fresco

de la noche que era difícil saber quien estaba en la línea para la

recepción y quienes sólo se arremolinaban. Sunday fue arrastrada por el

mar de faldas y humo de pipas de los caballeros. La multitud estaba

alrededor de ella: hombro con hombro, de atrás hacia adelante, y siempre

con el latido del corazón acelerado. No podía ver a su madre ni a sus

hermanas. Sunday gritó, pero no pudo escuchar ninguna respuesta por

encima del estruendo.

Sunday se disculpó y excusó, pero en lugar de dejarla pasar, la multitud

la apretó más. Unas cuantas veces, la presión de los cuerpos levantó sus

pies. Trató de permanecer calmada. Los únicos rostros que podía distinguir

eran desconocidos para ella. Nadie parecía notar su preocupación. Y si

alguien lo hacía, a nadie le importo ayudarla. Y entonces las dos chicas a

su lado voltearon… y gruñeron. Una tercera chica lanzó el primer puñetazo

al estomago de Sunday.

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Sunday se dobló y se esforzó por recuperar el aliento. Las manos le

desgarraban las cintas y rasgaban su vestido en jirones; escuchó gritos

como de animales salvajes por encima del desgarramiento de la tela. Su

mejilla estaba rasguñada. Frotaron hollín sobre su cabello y su cara. Un

golpe particularmente fuerte la puso de manos y rodillas, y la puntiaguda

zapatilla de alguien – o de algunos – alcanzó sus costillas. Si no se ponía de

pie, seguramente la matarían. El dolor la cegaba brevemente, y cuando su

visión regresó, vio sangre en sus dedos.

Los golpes venían muy rápido. Colocó su brazo libre arriba en un

esfuerzo inútil de proteger su cabeza. Sunday se concentró en los pies

enfadados que la rodeaban, los adoquines grises, la sangre en su dedo,

justo como cuando se había pinchado por Trix con la rueda giratoria.

Debería hacer algo de magia… ¿pero que se podía crear de esa locura?

Sólo hubo una cosa que deseó. Dibujó un pequeño circulo en los

adoquines con sangre y jadeando dijo:

—Silencio.

El dolor en su cabeza murió casi al instante. Los golpes se detuvieron, y

se esforzó para ponerse de pie. Se tambaleó como ebria a través de la

multitud, se empujó contra los desconocidos, y se impulsó contra la pared

del castillo. Forzó sus parpados para mantenerlos abiertos mientras sentía la

pared, paso a paso, ladrillo a ladrillo, hasta que llegó a una puerta y cayó

en el interior. El aroma de pan y fuego de horno, la envolvió. Una

lavandera abrió la puerta detrás de ella, mientras que otra pelirroja levantó

la cabeza de Sunday y la acuñó en su delantal que apestaba a canela y

cebolla.

—Por favor no le digas—, Sunday le rogó a su salvadora de ojos

brillantes y pelo fibroso.

— ¿A quién, señorita?

—Al príncipe—, dijo, y de pronto deseó no haberlo hecho.

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Capítulo 14 Dolor y Castigo

— ¿Dónde está?

—En la cocina principal, Señor.

— ¿Me llevas allí? —Fue más una petición que una orden; Rumbold no

podría haber encontrado la cocina principal ni aunque su vida

dependiera de ello. ¿Cuántas cocinas había en el castillo? ¿Las había

visitado alguna vez? Les hizo una reverencia al Conde y a la Condesa de

Dondequiera Que Fueran, y se quedó inmóvil en la mitad del saludo. —

Con permiso, —dijo, y se giró para seguir a Rollins.

El castillo nunca parecía tan grande como lo hacía cuando uno

necesitaba desesperadamente estar en el otro extremo. Cuando Rollins y

él llegaron al calor aplastante del horno y al hedor a pan y levadura de las

cocinas, apenas pudo evitar colapsar a los pies de la muchedumbre

congregada junto a la puerta trasera. Rollins apartó a los espectadores, y

Rumbold golpeó el frío piso de piedra junto a Sunday, su amada Sunday,

desgarrada y destrozada, y lanzada al suelo. Tenía el pelo hecho un

desastre, el vestido estaba en harapos, los zapatos no estaban, y había

agujeros en sus calcetines. Donde la piel no estaba cubierta de suciedad,

había rasguños rojos y bofetadas. Una niña delgada y con cabello

pardusco se arrodilló al otro lado de Sunny y con cuidado, intentó lavar la

máscara de sangre y hollín que llevaba.

— ¿Qué sucedió? —Le susurró a nadie en particular.

—Se derrumbó en la puerta trasera, —dijo un niño desamparado con

harina en la mejilla.

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—Hubo un disturbio en el patio, —dijo un pequeñito con pecas.

— ¿Quién lo empezó? —Preguntó Rumbold. — ¿Los guardias han

arrestado a alguien?

Pero a excepción del bullido de la sopa, el chisporroteo de la carne

asada, y el crepitar del fuego de los hornos, la cocina estaba silenciosa.

—Todos están dormidos, Señor. —El carnicero negro, calvo, y fuerte,

destacó sobre todos ellos. La voz salió de lo profundo de su pecho, como

del interior de un tambor de acero. Las palabras salieron de su boca

secamente, como si el lenguaje común no fuese su primer idioma. Enfatizó

la declaración con un golpe definitivo de su enorme cuchilla de carnicero.

—Hasta el último de ellos. Profundamente dormidos.

Rumbold se puso de pie lentamente, para no perder el equilibrio, y

todavía tuvo que levantar la vista para mirar al hombre.

—Usted me resulta familiar, —le dijo, aliviado por estar a punto de

recordar algo en concreto. — ¿Cuál es su nombre, señor?

El carnicero se limpió la sangre de las manos con el delantal ya

masacrado.

—Jolicoeur, Su Alteza.

—Necesito que la lleve en brazos, señor Jolicoeur, puesto que no tengo

la fuerza para hacerlo yo mismo. ¿Lo haría por mí?

—Sí, Señor. —El gigante se arrodilló y levantó fácilmente a Sunday en

sus brazos. El rostro de ella estaba muy pálido contra la piel oscura del

carnicero. Rollins los condujo a los aposentos de huéspedes más cercanos.

La niña de cabello pardusco los siguió detrás de Jolicoeur, tragada por su

sombra. Cook, con sus robustas manos y su paso resuelto, alcanzó el

extraño desfile tan pronto como hubo restablecido el orden en la

propiedad. Un gigante, una niña desamparada, una cocinera, y un

príncipe escuálido: Sunday habría disfrutado de este equipo variopinto.

Rollins tiró de una polvorienta sobrecama de terciopelo, y dio unos

golpecitos sobre la sábana de seda que estaba debajo.

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—Acuéstela aquí, por favor.

—Sábanas extremadamente limpias para una chica extremadamente

sucia, —dijo Jolicoeur.

—Pueden lavarse, —dijo Rollins. —Traeré a algunas damas más con

agua fresca. Y vendas, por si acaso. —Cuando se alejó caminando,

Rumbold lo escuchó murmurar, —Y un vestido. Necesitará un vestido.

Rumbold permaneció con Cook al pie de la cama, mientras Jolicoeur

depositaba amablemente a su maltratado ángel sobre su nube de marfil.

La niña de cabello pardusco se deslizó en silencio bajo los enormes brazos

del carnicero y continuó atendiendo a Sunday con su trapo ahora sucio y

el agua que ya no era más transparente.

—Tan terribles como son las circunstancias, —le dijo Cook al príncipe, —

Me alegro de tener la oportunidad de agradecerle en persona, Señor.

— ¿Agradecerme?

Cook indicó a la niña de cabello pardusco.

—Ella es mi nueva niña herbaria, por sus órdenes, Su Alteza.

Rumbold ahora lo comprendió.

—Tú me salvaste la vida, la pequeña miseria que quedara y valdría la

pena salvar.

—Yo simplemente tengo buena memoria, Su Alteza. Y una a largo

plazo.

—Conserva esa gran memoria y dale un buen uso. —Tomó su fuerte

mano de pastel y vinagre, y la besó.

Cook se sonrojó.

—Me agrada más usted, que el cabrón insensato que solía vivir en su

ropa.

—A mi también. —Rumbold se volvió hacia la niña tímida. — ¿Cuál es

tu nombre, pequeña? —La pregunta se encontró con el silencio.

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—Perdónela, Señor, —Dijo Cook. —Ella es muda. Aunque es rápida de

mente, y entusiasta. Prefiero esas cualidades sobre las de un ruiseñor

cualquier día.

— ¿El orfanato tenía su nombre?

—No habían registros, Señor. La llevé al jardín y le dije que escogiera

una flor para que fuera su nombre.

—Déjame adivinar, —se dirigió a la niña tímida. — ¿Iris? ¿Lily? ¿Las

campanillas de invierno aún tienen flores? Oh, querida, no eres Repollo de

Zorrino, espero. —La niña lo recompensó con una sonrisa.

—Nada tan dramático. —Cook se rió. —Rampion. Estará bien.

—Gracias, Rampion. Bienvenida a nuestro grupo de inadaptados. —

Rumbold estudió el alma debajo de los trapos, y la piel y los huesos de ella.

Era mayor de lo que había imaginado al principio, más cercana a la edad

de Sunday.

—Si no le importa, Señor, Jolicoeur, Rampion y yo somos necesitadas en

otro lugar.

—Sí, por supuesto, —Dijo Rumbold. —Gracias. —Hizo una reverencia a

la niña tímida, luego tomó la mano del hombre gigante y le dio un firme

apretón de manos. —Muchas gracias a todos.

—Ella sanará, —dijo el carnicero. —Todos sanamos con el tiempo. Los

más fuertes, vuelven a nacer. —Colocó una mano sobre la parte superior

del brazo izquierdo de Rumbold. —Sólo conservamos las cicatrices que

queremos conservar.

Las visiones atravesaron a Rumbold: un cuchillo en la garganta de

Rumbold, un látigo en su espalda, el ardor de la sal en los ojos, y debajo de

la palma de Jolicoeur, el escozor de una espada cuando le desgarraba la

carne del brazo. ¿Una lucha? ¿Una travesía en el mar? Su elusivo pasado

se extendía con frustración justo allí, detrás del velo.

Rollins regresó con dos mujeres: no doncellas con lentejuelas, sino

mujeres cuyas tallas hablaban de años transportando casi todo desde leña

hasta reluctantes jóvenes. Con una asombrosa eficiencia, levantaron una

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humeante palangana con agua junto a la cama de Sunday, seguido de

una pila de toallas y otra de oro brillante que sólo pudo suponer que era un

vestido. Cerraron las cortinas de la cama alrededor de ella para trabajar.

Rumbold caminaba de un lado a otro.

Cuando finalmente descorrieron las cortinas, la luz que brillaba de la

figura en la cama atenuaba todas las otras lámparas de la habitación. El

simple vestido dorado iba bien con su tono; habría hecho juego con su

pelo si no estuviese oscurecido por la ligera humedad. De algún modo, su

rostro no lucía ni cortado ni herido. Estaba aliviado por verla sin marcas.

—No necesitaba vendas, Señor, —dijo la mujer de la izquierda. Los

trapos ennegrecidos y manchados con sangre que tenía en las manos

indicaban lo contrario. Ella arrojó los pedazos arruinados dentro de la tina

de agua sucia entre ellos.

—Con su permiso, Señor, —dijo la mujer de la derecha.

—Sí, por supuesto, pueden irse. Gracias a las dos. — ¿Por qué Sunday

no estaba despierta aún? Se atrevió a tocarle la mano, cálida y dócil, no

fría y dura como la máscara que llevaba. Era sueño, entonces, y no muerte.

¿Pero un sueño encantado? ¿Quién le había hecho esto? ¿Qué había

sucedido en ese patio, exactamente?

Rumbold forzó a la impaciencia a bajar por su garganta. Tendría todas

sus respuestas cuando ella despertara. Y tal vez –jugueteó con un mechón

suelto de su cabello y anheló tocar los labios que un día podrían decir su

nombre– cuando despertara, él le contaría la verdad. Ella lo merecía.

Ambos lo hacían. Ella estaría feliz porque su amigo, la rana, todavía estaba

vivo, feliz por haberlo salvado, feliz porque… el Destino la había unido para

siempre a un hombre que su familia despreciaba.

No. Apretó los puños. Si Sunday iba a transitar ese camino, lo haría

porque escogía hacerlo, no porque los Dioses la habían atado,

amordazado y obligado a caminar por él. Sunday merecía la verdad, pero

también merecía una vida. Se merecía la libertad que él nunca había

tenido.

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— ¿Es ésta? —Rumbold escuchó a Erik antes de que la puerta se

abriera de golpe. El guardia hizo una pausa sólo lo suficiente para dejar

pasar a Rollins con su artilugio: una silla de ruedas para inválidos.

—Rollins, eres un genio, —dijo Rumbold.

—Pensé que un poco de aire fresco podría hacerle bien, —dijo Rollins.

—Y ni tú ni yo somos el Señor Jolicoeur.

—Bah, —dijo Erik. —Yo podría haberla cargado en brazos. ¿Está bien?

—Está durmiendo, —dijo el príncipe. —Aparte de eso, creo que está

bien.

—Todos están dormidos, —informó Erik. —El patio completo. Cualquiera

cuyos pies estuviesen tocando esos adoquines cuando comenzó el jaleo,

simplemente comenzaron a caer allí mismo.

— ¿Fue mi madrina?

—Si lo fue, entonces lo orquestó todo a ciegas. Está descansando en su

dormitorio, igual que ayer por la noche.

Lo que significaba que, una vez más, ella le había transmitido su sangre

y energía al rey.

— ¿Lo tomo como que mi padre está intentando recuperar el control

de la situación?

—Con el mismo vigor que aplica en todo, —dijo Rollins juiciosamente.

—Y una almádena, —agregó Erik.

—Bien, —dijo Rumbold. —Será mejor que nos quedemos en los jardines,

entonces.

***

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Cálida en sus brazos, Sunday seguía durmiendo. Más allá del espeso

seto, Rumbold podía escuchar la apagada conmoción del patio, y la voz

de su padre, rugiéndoles a todos ellos. Rumbold pretendía que el ladrido

del rey eran lobos aullando en los Bosques, y que el parloteo de los

invitados era el gorjeo de los gorriones y las palomas mientras discutían

sobre la tarde. Se rió de sí mismo, puesto que no podía recordar la última

vez que había hecho algo tan ridículo e inocente. Besó la coronilla de

Sunday en gratitud por su influencia.

— ¿Qué es este lugar? —Dijo ella sobre su hombro. Su corazón se

reanimó con el sonido de su voz. Cuando ella se volvió para sonreírle, el

jardín, el palacio, y todo el mundo también sonrieron.

—Bienvenida a mi santuario, —le dijo. —Me encuentro despreciando a

las multitudes últimamente.

—Me odiarán por hacerte perder tu propio baile.

—Los demonios deberían estar agradecidos de que no haya

suspendido la tarde completamente, —dijo él. —Los testigos dijeron que

nunca han visto tanta brutalidad.

—La hembra de las especies… —Sunday rió, y luego tosió. Como

Rumbold sospechaba, sólo sus heridas externas habían curado

milagrosamente.

—Es mi culpa por elegirte.

—Es mi culpa por querer ser elegida, —dijo Sunday. —La maldición de

una vida interesante: hay muy buenos momentos, o bien, muy malos. —Ella

hizo un gesto de dolor al cambiar de posición en sus brazos. —Esta noche

fue el precio que pagué por el día de ayer.

—No intentes justificar sus acciones. —Le acarició el cabello con la

mano, y ella no lo detuvo. —Esto no volverá a suceder mañana.

Sunday levantó la mano de su hombro. Él vio un rastro de dolor en sus

ojos, pero no lo suficiente para preocuparlo.

—Puede no haber un mañana, —dijo ella. —Seguramente lo sabes.

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—Habrá un mañana, así como siempre habrá un mañana después de

hoy. Enviaré un carruaje al anochecer, y mis guardias te acompañarán a ti

y a tu familia hasta la entrada. Tienes mi palabra; no se te hará ningún

daño.

—Pero…

—Por favor, —dijo él. —Es lo menos que puedo hacer.

— ¿Qué hay sobre mi madre? ¿Y mis hermanas?

—Ellas también son bienvenidas.

—No, ¿qué hay de ellas ahora? ¿Dónde están? ¿Están bien?

¿Fueron…?

Rumbold movió el cuerpo para que ella pudiera sentarse junto a él en

el banco y conversar apropiadamente. Le tomó la mano para poder seguir

tocándola durante el corto tiempo que les quedara juntos. Aquí, en el

jardín bajo las estrellas, era el lugar perfecto para decirle la verdad sobre el

hechizo. Pero cuando abrió la boca, sólo dijo:

—Están bien, creo.

— ¿Tú crees?

—Están todos dormidos.

—Dormidos.

—Como lo estabas tú. Según los testigos, todos los del patio

simplemente se durmieron.

Sunday se cubrió la boca con la mano libre.

—Todo esto es por mi culpa.

—Yo soy tan culpable como tú, —dijo el príncipe.

Ella soltó la otra mano; él se rehusó a dejarle ver cuánto lo hería.

—No comprendes, —dijo ella. —Yo hice eso. Yo puse a dormir a todo el

mundo. Yo. Soy…

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—Buena, —dijo Rumbold.

Sunday detuvo la diatriba.

— ¿Buena?

—Eso detuvo el disturbio. Evitó que nadie resultara herido. —Él le tocó el

cabello de nuevo. —Evitó que te mataran. —Y que yo tuviera que matarlos

a ellos.

—Era todo en lo que podía pensar. Ni siquiera sabía lo que sucedería, o

si sucedería algo en absoluto. Sólo estaba pensando en mí misma. Pude

haber lastimado a alguien.

—Yo he lastimado a mucha gente, —admitió él, —y nunca por algo

tan noble como salvar mi propia vida. Entonces, dime, —él alzó la barbilla

—¿Quién de nosotros es más egoísta?

Los gritos y los murmullos más allá del seto se volvieron más audibles.

Erik tosió, y luego apareció en la puerta.

—Se están despertando, Señor.

—Por favor, —dijo Sunday. —No puedo enfrentarlos.

—Como desees, —dijo el príncipe. —Pero no tienes nada que temer.

—Me temo a mí misma, —susurró ella.

—Yo no te temo, —le susurró en respuesta.

Ella sonrió.

—Tal vez deberías.

—Erik, por favor, consigue un carruaje para mi invitada de honor. La

tarde le ha causado mucho daño y debe descansar —le guiñó el ojo —

para poder regresar mañana.

—Por supuesto, Señor, —dijo Erik con grandilocuencia.

—Con discreción, amigo mío, —dijo Rumbold.

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—Como un ladrón en la noche, —dijo Erik.

—Gracias, —dijo Sunday.

—Les transmitiré tu paradero a tu madre y a tus hermanas, y les

ofreceré un carruaje tan pronto como deseen marcharse, —dijo Rumbold.

—Gracias, de nuevo.

—Y si desean quedarse, me ganaré a tu madre y bailaré con tus

hermanas hasta que cada una de las otras mujeres en la habitación esté

verde de envidia. Ahora, ¿me concederías el honor de empujar tu humilde

artilugio hasta la puerta? —Él señaló la silla de ruedas.

—Estoy segura de que puedo caminar.

—Si estuviese más fuerte, ignoraría tus protestas y te cargaría en brazos

hasta tu carruaje, —le dijo. —Soy el príncipe, después de todo.

Ella le dio un golpe en el brazo.

—Eres una bestia.

—He sido llamado así antes, pero desafortunadamente no tengo la

energía para estar a esa altura, tampoco. Entonces sólo te ofreceré mi

brazo y esperaré que lo tomes.

Ella lo hizo. Él la guió al carruaje que Erik había llamado a la puerta del

norte, lejos del patio, y la ayudó a entrar. Antes de que él cerrara la puerta

detrás de ella, le besó la mano.

—Buenas noches, mi Sunday.

—Buenas noches, mi príncipe, —le contestó, y el carruaje la llevó lejos,

hacia la noche. Mi príncipe. Un día, pronto, no tendría que verla alejarse

de nuevo.

—Vamos, chico enamorado. —Erik le dio una palmada en el hombro.

—Nos necesitan para salvar un inocente barril de vino del lujurioso hijo del

duque.

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***

Considerando el volumen de alcohol necesario para que un haefairy

como Velius estuviera tan borracho como lo estaba, era un misterio que

todavía quedara vino en el castillo.

—Ha estado así desde que descubrieron a los durmientes, —dijo Erik.

Rumbold lo ayudó a llevarlo sobre un banco en un rincón del patio.

Desplomándose de golpe, con el rostro angelical presionado contra la

madera teñida, su primo aparentaba unos catorce años. Velius,

obviamente, todavía se sentía responsable por lo que fuera que hiciese

para que Wednesday llamara la atención del rey. —Se puso incluso peor

después de que ellos despertaran.

—Yo sabré quién comenzó este gentío. —Rumbold escaneó el mar de

víctimas y sirvientes, hasta que encontró a su padre dirigiéndose a la

familia Woodcutter.

Una mujer que llevaba un vestido de rosa plateado y una diadema en

la ceja sostenía la mano de Seven Woodcutter. La Princesa Monday,

recordó Rumbold. Con el largo cabello rubio y ojos luminosos, era una

visión de cómo se podría ver Sunday sentada junto a él en el trono algún

día. Su falda era prístina; por supuesto, ella y su esposo tendrían

habitaciones en el castillo. Ella no había estado en el patio cuando

comenzó el disturbio. Monday dijo algo suave y lo suficientemente bello

para deprimir al rey sin fastidiarlo. El rey realmente retrocedió un paso,

aceptando la reticencia de Seven e ignorando a la temblorosa Friday,

quien se abrazaba fuerte a sí misma y mantenía la cabeza inclinada hacia

abajo.

Pero había una hermana Woodcutter que no temía al rey. Wednesday

enfrentó los ojos del rey tan descaradamente como lo había hecho la

noche anterior, y luego lo ignoró completamente mientras se retorcía el

cabello en un nudo y lo arreglaba en su lugar con… ¿Alguna especie de

cuchillo? Rumbold estuvo seguro de haber visto un malvado destello

brillante en él. Esta noche, el vestido de Wednesday era un velo de

lágrimas y problemas, un símbolo de las emociones que colgaban,

invisibles pero palpables, sobre el patio. Cuando levantó la mano para

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indicar silenciosamente a las instigadoras, era como si hubiesen sido

marcadas por la Muerte misma.

Había siete de ellas, reluctantes, arrepentidas, y resignadas, y fueron

traídas ante el rey. Cada una de ellas llevaba al menos una venda. La

mayoría de ellas cojeaban. Una línea de sangre aún corría por la mejilla de

una de las chicas. Todas las hermanas Woodcutter habían contraatacado.

Con orgullo, Rumbold entornó los ojos al mirar el cabello de Wednesday de

nuevo. Tal vez eso era un cuchillo.

—¿Qué quieres que les haga? —Le preguntó el rey a Wednesday. Su

voz llevaba el fresco aire de la noche hacia el agua, el Bosque, y al

siguiente reino. —¿Cuál debería ser el castigo? ¿Latigazos? ¿Los cepos? O

quizás —le brillaron los ojos —deberían ser dejadas desnudas en barriles

estacados con las uñas y arrastradas por las calles por dos de mis mejores

cargadores.

¿Qué se le había metido en la cabeza a su padre? Pero Wednesday

no estaba alterada.

—Ellas conocen su crimen, —dijo ella,— conocen su vergüenza.

—No es suficiente para mí, —dijo el rey. —No es suficiente por lo que te

habrían hecho, lo que ya le han hecho a… la mujer que amo. —En los

modestos adoquines se arrodilló delante de ella, y la multitud jadeó. —

Ahora que te he encontrado, no sé lo que haría sin ti. Querida Señorita

Woodcutter. —Le tomó la pálida mano. —Wednesday. Poseo este reino y

riquezas en abundancia a mi disposición, pero mi vida está tan vacía

como mi corazón. No puedo recordar la última vez que he sido tan feliz,

como me has hecho la noche anterior.

¿No puedes, Padre? Rumbold se preguntó si su padre le habría dicho

palabras similares a su madre, o a la mujer antes que ella.

—Sería un honor, —continuó el rey, —si te dignaras a quedarte y

promover tus esfuerzos hacia mi felicidad.

— ¿Durante cuánto tiempo? —preguntó ella. Todos contuvieron el

aliento, aunque ya conocían la respuesta.

—Durante tanto tiempo como vivamos.

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—Sí, —dijo Wednesday sin vacilar, aunque Rumbold sospechó que su

prisa se debía más a la expectativa que a la emoción. —Sí, me casaré

contigo.

Una ovación se elevó en la multitud reunida, la población que tenía

más tiple desde el percance. Las manos aplaudían y los pies pisoteaban y

se servía vino, y tres violinistas tocaron una melodía improvisada.

Hubieron algunos que no se alegraron: Rumbold, Erik, un Velius que no

estaba lo suficientemente borracho, y las siete mujeres cuyo castigo había

sido pospuesto lo necesario por su pequeña insurrección, que se había

vuelto intento de asesinato contra la futura reina.

Después de besar la mano de su futura esposa, el rey se dirigió a las

acusadas.

—Estas mujeres recordarán el daño que han causado por el resto de

sus vidas, —dijo él. —Haré que el resto del mundo también sepa sobre su

deshonra. Llamen al sellador. —Un sirviente le obedeció rápidamente. —

Cada antebrazo será marcado con el sello real como un recordatorio de

la deuda que le deben a la corona.

Lentamente, cada una de ellas hizo una reverencia, aceptando el

dolor y el castigo que se buscaron ellas mismas. Lentamente, Wednesday

cerró los ojos, con paciencia o rezando, o algo más. Despacio, la multitud

se separó y marchó por el camino hacia el Gran Vestíbulo.

Sorrow se había levantado para unírseles en el patio.

—Perdone mi tardanza, Su Alteza. No he sido yo misma últimamente.

Rumbold nunca había visto a su madrina tan pequeña y pálida como

lo estaba ahora, envuelta en sus vestiduras al lado de la juventud etérea

de Wednesday. A pesar de que parecían imágenes espejadas la una de la

otra, cuando fueron puestas de lado a lado, el espejo se agrietó.

Sin embargo, el aura de poder alrededor de Sorrow no tenía rival.

—Son oportunas unas felicitaciones. —Ella se volvió hacia Wednesday.

—Hola, Sobrina.

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Capítulo 15 A la tercera vez va la vencida

A CASA ESTABA A OSCURAS cuando Sunday llegó. Con gentileza

subió las escaleras hacia su habitación de la torre, andando de

puntillas pasó las habitaciones dónde Saturday, Trix y Peter

yacían durmiendo. Contuvo el dolor mientras aflojaba el nuevo

vestido sobre su amoratado cuerpo, deslizo sus débiles brazos en

las mangas del camisón de noche, y echo hacia atrás la fina funda de su

cama. Su diario acomodado en la almohada, pequeña y solitaria y

queriendo conocer sus problemas, pero después de solo unos párrafos

llenos de lagrimas, simplemente no tuvo fuerzas. Tampoco su mente tenía

la serenidad requerida para dormir. Temía otra tórrida noche de

deambular a lo largo de un extraño pasillo en los zapatos de alguien más.

Lo que Sunday necesitaba era calma y alivio.

Sin Mamá, la cocina era sólo un recuerdo de hongos, hierbas y un

moribundo fuego. Tia Joy estaba esperándola ahí.

—Un pequeño pajarito me conto lo que pasaba. ¿Puedo ofrecerte

algo de té?

—Sí, —dijo Sunday automáticamente. Y después, —No. Espera.

— ¿Qué, querida?

—Por favor, —dijo Sunday. —Nada de té mágico. No puedo tomar más

magia por hoy. No me importa si resolverá todos mis problemas y hará

todos mis sueños realidad. Sólo quiero ser yo, sin la ayuda de los pájaros o

de los dioses o del universo —miro a través de la mesa acusadoramente. —

o la tuya.

L

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Joy rió, una expresión que Sunday todavía no estaba acostumbrada a

ver en la cara de Wednesday la mayoría de los cansados días. Eso

satisfacía a su tía, dibujar líneas en sus mejillas y alrededor de sus ojos lo que

los hacía parecer más… humanos. Otra palabra que raramente asociaba

con Wednesday.

—Felicidades, pequeña. —Joy cogió una copa y un plato de la

alacena, delicadas piezas de un decorado de china que Thursday había

enviado a Mamá hacía tiempo, después de su infame fuga con su amante

naval.

—Es solo té, lo prometo. Viene con nada más que una conversación. Y

galletas. Y azúcar, si te gusta.

—Un poco de eso, por favor, —Sunday se dejo caer en la silla en frente

del fuego. —Ha sido un día bastante largo. Mi vida últimamente ha sido

una cadena de muchos largos días. Incluso desde…—decidió quemar su

lengua en el té un poco más para terminar su sentencia.

— ¿Desde que llegue? —pregunto Tia Joy.

—Muy cerca entonces. —soplo las extraviadas hojas flotantes en el

borde de la taza, dejo que el calor de la porcelana se filtrase en sus

palmas. —Una vez, no hace mucho, era solo una chica hecha nada más

que de tontos deseos y de polvo de hada, que escribía historias y

pretendía que era una gitana o una pirata o la reina del mundo.

— ¿Y ahora…?

—Y ahora, —dijo Sunday, como si eso bastara.

—Ahora eres una joven mujer enamorada de un príncipe.

— ¿Lo estoy? —pregunto Sunday. — ¿Realmente estoy enamorada de

él? Una vez pensé que estaba enamorada, pero no. O, mejor dicho, no lo

bastante.

—Yo amé a alguien una vez, —dijo Joy. —Un mago de la calle, un

conjurador de los trucos más baratos, dijo mi padre. Pero, oh, él era mucho

más que eso. Atrapó mis ojos y hechizó mi corazón, yo estaba tonta por él.

— ¿Cómo murió él?

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— ¿Perdón?

—No estáis juntos, —dijo Sunday. —Solo lo asumí.

—No, niña. Él está muy vivo.

¿Alguien tan poderoso como su tía había dejado al hombre que

amaba escaparse de entre sus dedos?

— ¿Qué sucedió con él?

—No sé lo que llegó a ser de él, al final.

Sunday se dio cuenta de que había hecho la pregunta equivocada.

— ¿Qué ocurrió contigo?

—Tuve una hermana, —dijo.— La mujer comenzó a hablar a las

serpientes, los niños desaparecían en el bosque, el rey de Arilland perdió su

nombre, y yo tuve una hermana oscura.

— ¿Alguien más puede mantener bajo control a Sorrow?

—Nadie más que yo. —dijo Joy. —Nadie es tan cercana a ella, que

pueda ordenar rápida y hábilmente el desastre que hace. Yo no estuve allí

para el primer matrimonio real, ni cuando la Reina Madelyn –tu querida

madre princesa- murió. Esta es mi última oportunidad para deshacer lo que

ella ha hecho.

— ¿La ultima?

—El deber termina aquí, porque este tiempo involucra a mi hada

madrina.

—Pero no voy a casarme con el rey, —dijo Sunday. —Estoy enamorada

del príncipe. —La palabra se deslizo tan fácilmente. —Amor.

El eco de ello se suspendió en el aire.

—Lo sé. —sonrió Joy de nuevo. —Pero, como yo, tienes una hermana.

El frio se puso sobre Sunday, uno que no podía sacudir y que el

pequeño fuego no podía disipar.

—Wednesday.

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—El rey ha pedido su mano en matrimonio esta noche, y ella ha

aceptado.

—Pero debías detenerlo, —dijo Sunday. — ¿Por qué no estás allí

parándolo justo ahora?

—No puedo detener lo imparable.

— ¿Entonces por qué estás aquí? —sollozo Sunday.

—Estoy aquí para corregir un error, —dijo Joy, —y enseñarte.

Cogió la taza de té vacía de Sunday.

—Deberías intentar descansar un poco antes de que tus hermanas

regresen a casa.

***

Cuando Mamá la sacudió para que despertara la mañana siguiente,

Sunday grito. Su mente estaba todavía fresca de los sueños que saboreo

de tormentas, mares, sangre y hambre. Sus costillas estaban aun

magulladas de la paliza en el patio, pero no quería alarmar a su madre.

—Lo siento, —dijo rápidamente. —Me asustaste.

—Realmente has comenzado un escándalo, despareciendo con el

príncipe la pasada noche.

—Estaba mal herida. Me llevaron dentro y cuidaron de mí.

—Nadie te vio dejar el patio, y todos los demás envueltos en el

escándalo despertaron exactamente donde habían caído. — Mamá frotó

una magulladura en su mejilla izquierda. —Incluida yo. Y entonces algún

fornido guardia de pelo de fuego me dijo que habías sido escoltada a

casa en el carruaje real.

—Me derrumbaron en el suelo, y me dirigí arrastrada a la puerta de la

cocina. Eso es todo lo que recuerdo, Mamá, lo prometo. Estaba muy mal.

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—¿Tan mal que perdiste tu vestido? —se burlo Mamá. —No me mientas,

Sunday. Esta no eres tú. —Sunday abrió la boca, pero Mama sostuvo una

mano. —No me digas la verdad, tampoco, porque no puedo mentirle a tu

padre. Sólo dime esto: ¿estás enamorada del príncipe?

—Sí, —Todo su tormento lleno esa palabra y se extendió por los lados.

—Eso es lo que me temía, —suspiro Mamá. Y entonces la cosa más

extraña ocurrió: Mama se ablando. —Ven conmigo, niña.

Sunday se vistió lo más rápido que pudo y siguió a su madre debajo de

las escaleras de la torre a la habitación de sus padres en la casa principal.

Su madre la guió al cofre al final de su cama, durante un tiempo fijo,

Sunday había olvidado que estaba ahí. Mamá quito los edredones y

almohadas –la mayor parte del trabajo manual de Friday- apilados en lo

alto de ello. La tapa chirrió mientras abrió con la palanca las bisagras

descuidadas durante mucho tiempo. Entre los diversos artículos dentro del

baúl estaba una caja. Dentro de la caja había un vestido de plata y oro, el

vestido más hermoso que Sunday alguna vez había visto.

—Este fue el regalo de Joy para Tuesday, —dijo Mamá. —Creo que

querría que tú lo tuvieras.

— ¿Qué ocurrió la pasada noche, Mamá?

—El rey pidió a tu hermana que se case con él.

Sunday no necesitaba preguntar qué hermana.

—¿Y ella acepto?

—Como si pudiera haber hecho otra cosa.

Pero Wednesday pudo haberse negado a casarse con el rey… y luego

él podía haber ignorado su rechazo y ordenado que se casase con él

todas formas. Tía Joy había dicho que el evento fue imparable.

— ¿Cuándo tendrá lugar el matrimonio?

—Esta noche, —dijo mamá para sorpresa de Sunday. —Friday tendrá

las manos ocupadas haciendo nuevas marcas de vestidos para Saturday.

Solo los dioses saben como vamos a moverla alrededor del castillo con esa

pierna.

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Sunday recordó una silla de ruedas apoyada cerca de la cama de

pequeñas flores blancas en el jardín.

—Encontraremos una manera. ¿Qué hay del vestido de Wednesday?

—Wednesday está en el castillo, —dijo Mamá. —Monday esta

cuidándola allí.

—Monday.

—He hecho las paces con ella, niña tonta, —dijo Mama, aunque

Sunday no estaba segura de si con ―niña tonta‖ Mamá se refería a

Monday o a ella.

—Tengo una hija cerca de convertirse en reina. Y esperando el rango y

título de princesa a mi otra hija que parece insignificante. —Mamá tomo la

mano de Sunday entre las suyas, —O hijas, —añadió.

—Te refieres a mí, —dijo Sunday.

—Vi la forma en la que tú y el príncipe os mirabais el uno al otro aquel

primer baile, —dijo Mama, —como si nadie más hubiera en esa habitación,

antes de que la exposición ridículamente dramática de su padre borrase

sus recuerdos. He visto esa mirada antes. Era una mirada que tu padre y yo

compartimos, en otro tiempo.

— ¿Aun lo hacéis? —pregunto Sunday desesperadamente. —¿Aun os

miráis el uno al otro como una vez lo hicisteis, atrás al principio de vuestra

historia, cuando era una pregunta de la que teníais mucho miedo de

encontrar la respuesta?

—Si no puedes pasarte de tu propio ridículo drama, lo averiguaras. —

Movió el vestido del baúl. —Vamos

Sunday levanto el vestido sobre sus hombros. Olía mágicamente a

madreselva y a puesta de sol, no de hace trece años de almacenaje. El

regalo de Tía Joy no había salvado a su hermana, la muerte de Tuesday

debió haber sido uno de esos eventos imparables. Al igual que Jack,

muchos en el mundo habían dependido de la vida de Tuesday, y al final

de ella.

— ¿Estás segura? —pregunto Sunday a su madre.

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—¿Qué quieres decir con que si estoy segura? ¿Lo dije, verdad? Sabes

que significa lo que quiero decir, tanto si te gusta o no, —se mofo. —El

vestido es tuyo, Sunday.

Siempre debió ser suyo. Sunday vio eso ahora. Lista Tía Joy. No era solo

Monday a la cual Mamá se refería que había perdonado. La había

perdonado con sus propios poderes.

Siete para guardar un secreto que nunca será contado. Seven

Woodcutter había parado de tener hijos después de sus siete hijas, justo

como ella había dicho. Había llamado a Trix familia. Había anunciado que

una de sus hijas estaría prometida al final de la semana. Había hechizado

esos traviesos zapatos rojos de Tuesday para que nunca se desgastasen y

predestinó la muerte de su propia hija.

No saber el destino de Grumble fue bastante difícil. Sunday no podía

imaginar el tener que vivir con la culpa de asesinar a su propia hija.

—Monday dijo que me parecía a ella—dijo Sunday. —Si ponerme este

vestido te causa dolor, no lo hare.

—Todo sucede por una razón, —dijo Mamá. —Yo fuí la razón de que tu

hermana muriera, claro y simple. He lamentado estas palabras desde ese

día. —Se sentó en el borde de la cama, como si cada silaba que decía

sostuviera un peso que estuviera cansada de llevar mucho tiempo. —La

extraño, —admitió. —Les extraño a ambos. No me di cuenta de cuánto

hasta que vi a Monday de nuevo. —Mamá acaricio la mejilla de Sunday.

—Tu parecido a Tuesday es la manera de los dioses de devolverme, en

alguna pequeña parte, un pedazo de la hija que nunca conseguí conocer.

Tengo que aceptar eso y apreciarlo. —Dejó caer su mano. —No puedo

hacer eso si te aparto a la fuerza también.

Sunday abrazo a su madre fuertemente.

—Te quiero mucho, Mamá, —dijo. —No importa lo fuerte que me

apartes.

Seven Woodcutter puso sus brazos torpemente alrededor de su hija

más joven.

—Yo también te quiero, Sunday. No importa lo que suceda.

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Por una vez, Mamá no había tenido que decírselo a Sunday para saber

que era verdad.

***

Sunday encontró a Papá en el jardín trasero. Él estaba tallando una

rama de abedul para nada y viendo el sol volver las nubes en un dulce

color rosa. Se sentó al lado de él sin una palabra. Las palomas blancas

arrullaron suavemente en los arboles de acebo al lado de ellos. El viento

apenas agitaba debajo de la hierba; el cielo apenas se movía por encima.

Mamá estaría llamándola en cualquier minuto, pero necesitaba algo.

Finalmente, su padre se lo dio.

—Había una vez una hermosa joven, —dijo él. La brisa, los pájaros y el

sonido de su cuchillo en la rama se mezclaron en una canción.

—¿Era la chica más hermosa en todo el mundo entero? —pregunto

Sunday.

—Sí, —dijo Papa, —pero esa es otra historia. Así que esta hermosa

chica…

— ¿Su nombre era Simone?

—Su nombre era Candelaria, —dijo Papa, —pero esa es otra historia.

Candelaria tenía un gato…

— ¿Era un gato listo?

—Los gatos no sin ni listos ni tontos. Solo son gatos. Y existen gatos, que

tienen un buen y extraordinario sentido del equilibrio.

—Eso lo hacen.

—Lo cual es porque Candelaria fue cogida por sorpresa el día que vio

a su gato caer y, completamente sin gracia, no aterrizar en sus pies.

— ¿Eso duele?

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—Solo es orgullo. Los gatos poseen incluso más orgullo que equilibrio.

―Si prometes nunca compartir lo que has visto aquí,‖ dijo el gato…

— ¿Los gatos pueden hablar?

—Cuando lo buscan, —dijo Papa, —pero esa es otra historia. ―Si

prometes nunca compartir lo que has visto,‖ le dijo a Candelaria,

―entonces te concederé un deseo.‖

— ¿Ella pidió un unicornio?

Papa levanto un dedo.

—Dar este deseo fue un milagro, —dijo él, —ya que el padre de

Candelaria estaba mortalmente enfermo.

— ¿Tenía tos? —pregunto Sunday. — ¿Y un resfriado?

—La tos, el resfriado, el chichón, el impulso, la fiebre, los dedos del pie

blancos y un duende sentado en su pecho.

—Eso no es bueno, —dijo Sunday.

—No tenían la más mínima esperanza. Pero Candelaria ahora tenía un

deseo.

— ¿Candelaria deseó que su padre se salvara?

—No, —dijo Papa. —Deseo un unicornio.

—Ah. —Sunday enrollo sus dedos de los pies en la fría madera del

banco y asentó la barbilla encima de sus rodillas. No era el final que había

esperado, pero por ese resumido tiempo durante la conversación, habían

sido sólo Sunday y su padre, y nadie más. Justo como la historia, su tiempo

ahora termino, su final agridulce. A menos que…

— ¿De qué color era su unicornio? —pregunto Sunday.

—Oh, no consiguió un unicornio, —dijo Papá.

— ¿De verdad?

Papa se volvió a ella y esa sonrisa que Sunday había extrañado en los

últimos tiempos de repente apareció en su cara.

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—Por supuesto que no, —dijo. —Ella tuvo otro gato.

— ¿Otro gato?

—Sí, ciertamente, —dijo papá. —Porque las únicas cosas en esta vida

más egoístas que unas hermosas niñas son los gatos.

Sunday estrujó sus manos.

—Lo siento, Papá, —dijo, su voz acuñada con lagrimas invisibles. —

Siento muchísimo que nunca tuviéramos un gato.

El ladrido de la risa de Papá sobresalto a los pájaros, que le regañaron

debidamente, y tiró de Sunday hacia él en un abrazo tan sorprendente

que no le importaron sus rasguños y moretones.

—No quiero que éste sinsentido se interponga entre yo y mi pequeña

niña.

—Tampoco yo, papá.

Arrojó lejos la inútil rama y envainó su cuchillo.

—Todavía no me cae bien, sin embargo.

— ¿El príncipe?

Papa frunció el ceño.

—O su padre. Sólo porque eres el rey y puedes obtener todo lo que

ordenas no significa que debas hacerlo.

—El no pidió la mano de Wednesday, —dijo Sunday, —O eso me han

dicho.

No, no lo hizo. Pero era el rey. No tenía que hacerlo. Y ese era el punto.

Sunday se preocupó entonces de que los pecados del padre serían

visitados una vez por su hijo también.

— ¿Y qué hay del príncipe? —preguntó casualmente ella.

—No me había preguntado nada aun, —dijo Papá. —Pero sospecho

que no te ha pedido nada todavía.

—No, —dijo Sunday, —no lo ha hecho.

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—No tienes por lo que preocuparte, —dijo Papá. —Si eres… no. —

Sunday puso su barbilla atrás en sus rodillas. Los padres siempre les decían

a sus hijos que no se preocuparan por las cosas. —Si quisieras, hare mi

mejor reserva de juicio hasta que hayas encontrado a tu príncipe.

Su príncipe. Las palabras se sintieron como una brisa caliente. Su

príncipe.

—Pienso que eso es sabio, —dijo. Y luego, —Si, me gustaría eso.

Papá se recostó en el banco con sus brazos alrededor de Sunday; se

acurruco en el hombro que había sido moldeado sobre los años para

exactamente adaptarse a la cabeza de su hija.

—Así que háblame de ese tipo que aun no he conocido.

—Me hace reír, —dijo Sunday.

—Yo te hago reír, —dijo Papa.

—Tanto que odia a la multitud y los trajes, —dijo, —Me siento

extrañamente cómoda alrededor de él.

Papá carraspeo.

—Ese también es mi trabajo.

—Parece salirse de su camino para buscarme, —dijo ella. —Se

preocupa por mi estado de ánimo. ¿Por qué hace eso, Papá? Ni siquiera

me conoce.

Su padre suspiro.

—Mi más querida Sunday, —dijo él, —No estaba preocupado de

perderte hasta esa última parte.

—Nunca me perderás, Papa.

Mamá la llamo a gritos desde la profundidad dentro de la casa.

— ¿Ves? —dijo él. —Tu madre está intentando alejar tu espíritu.

—Probablemente deberíamos prepararnos. El carruaje real estará

viniendo a por nosotras. —Se intento levantar, pero su padre la apretó con

fuerza.

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—El carruaje real esperará, —dijo Papa. —Podríamos sentarnos aquí

esta mañana y el carruaje real esperaría.

—Pero mamá no lo hará. —Sunday escucho a su madre llamarla una

vez más, esta vez a ambos, y más fuerte.

—Se eso, pequeña paloma. —Cerró los ojos y tomó un profundo respiro

del crepúsculo. —También sé que hay una razón por la que ellos dicen a la

tercer vez va la vencida.

Y permanecieron ahí, en una paz sin culpa, hasta que mama llamó

otra vez.

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Capítulo 16 El ángel de las sombras

l azote cortaba su espalda. El extremo de las púas del cuero se

quedó con trozos de su carne, sangre, y también de su orgullo.

¿Era esto un sueño? ¿Era un recuerdo? De cualquier forma,

dolía como el infierno.

—Una vez más —dijo Rumbold. Sus muñecas estaban ardiendo a carne

viva al tirar de la cuerda que lo ataba al mástil del barco. La capitana

había ordenado diez latigazos; él sólo había contado siete—. ¡Una vez

más! ―gritó al gigante negro que estaba detrás de él como una sombra

del atardecer, pero no llegaron más.

La capitana se deslizó en el campo de la borrosa visión de Rumbold.

―¿Tú quieres que él te golpee?

―Sé que el castigo es por la desobediencia. Te desobedecí. Estoy

siendo castigado de la misma forma en la que lo sería cualquier otro

hombre.

―Cualquier otro hombre no habría desobedecido mi orden en primer

lugar.

―No soy cualquier otro hombre. ―El sudor picaba en sus ojos, y la sal

del océano ardía en su espalda. Él se deleitaba con el dolor―. Pero mi

intención es ser castigado como tal.

La capitana sabía quién era él, pero Rumbold no estaba seguro de

hasta donde en las bajas filas se había extendido este conocimiento.

E

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―Tampoco te comportas como cualquier otro hombre. ―Ella blandió su

cuchillo y cortó a través de sus ataduras―. Pides demasiado si esperas que

te trate como uno. Además ―susurró ella―, éste será un castigo más

grande que cualquier tortura física que pueda infligir el Sr. Jelicoeur.

Ella tenía razón. Esto quemó más a Rumbold, pensar en que todavía él

era señalado y tratado de forma diferente debido a quien era. Bueno, si la

capitana no estaba dispuesta a terminar de ejecutar el castigo que había

mandado, él la obligaría. Sin hacer caso de su piel escoriada y muñecas

rotas, se apoderó de su cintura y la besó en la boca. Ella sabía a aire fresco

y manzanas.

Los hombres gritaron y abuchearon. Ella le dio una patada en la ingle,

y lo envío de rodillas al suelo delante suyo. Rumbold escuchó al primer

oficial chasquear el látigo con su gigantesca mano. Ahora, pensó. Ahora

ella lo castigaría adecuadamente.

En cambio, ella se rió de él. Sus ojos marrones y cabello de rojo-oro

brillaban con la luz del sol, pecas salpicadas como especias adornaban su

nariz.

―Entonces ―dijo la capitana―, ¿qué queréis que hagamos con éste?

―Hazle caminar por la tabla ―sugirió un hombre.

―Que pase por debajo de la quilla6 ―dijo otro.

―Hazle limpiar la cubierta ―ofreció el hombre que actualmente la

estaba limpiando.

―Creo que debemos ascenderlo ―dijo el Rey de los Piratas.

―Yo también ―dijo la capitana―. Es un completo dolor de cabeza,

pero tiene el espíritu.

―Si alguien debe de estar encantado con éste activo en particular,

esa eres tú, mi querida ―dijo el Rey de los Piratas.

―Además, él no es tan terrible besando ―dijo la capitana.

6 La quilla es la pieza más importante de la estructura sobre la que se construye un barco.

La quilla es al barco lo que la columna vertebral es al esqueleto.

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―¡Que pase por debajo de la quilla! —exclamó el Rey de los Piratas.

―Ayúdenle a ponerse en pie —dijo la capitana. El gigante Jolicoeur

ayudó a Rumbold a ponerse sobre sus pies sin tocar las frescas heridas de

su espalda. El capitán le deslizó el cuchillo debajo de la mandíbula.

—Tienes suerte, niño —dijo―. Debería de abrirte, cortarte esa lengua de

plata de los tuyos, fundirla, y comprarme algunas cosas lindas. Por

desgracia, me veo obligada a mantenerte de una sola pieza. Así que,

como no das más que problemas, entonces ―Trouble7‖ serás. ―Ella cortó

una ―T‖ profundamente en la carne de su brazo izquierdo.

El corte realmente no dolió mucho cuando lo hizo, pero cuando el

primer oficial tomó el balde de fregar y le echó el agua salada encima,

Rumbold gritó, tembló, y de forma desafiante se negó a caerse de rodillas

delante de ella. La capitana lo notó.

―Oh, me gustas ―dijo ella―. Mucho más de lo que debería.

―Sólo recuerda que tú eres mía ―dijo el Rey de los Piratas.

―Lo haré, querido ―dijo la capitana ―. Para siempre y hasta el día en

que los mares se sequen y no haya más barcos para saquear.

Besó a su marido a la ligera, y luego se dirigió hacia Rumbold.

―‖T‖ por Problemas ―dijo ella―. Y ―T‖ por Thursday. Tú ya no eres

cualquier otro hombre, Príncipe. Ahora eres de la familia.

Rumbold sonrío.

―Sí, mi capitán.

***

La puerta de la cámara de Rumbold se abrió, y Erik entró rápidamente.

―Anuncio a Su Gracia Velius Morana, Duque de Ouch-More.

7 “Trouble”significa problema en español.

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―No hay nada malo en mí, imbécil. ―Velius dio una bofetada en la

parte posterior de la cabeza de Erik.

―Au contraire8 —dijo Erik—. Hay muchas cosas que están mal contigo.

Una resaca no es una de ellas. ―Se sentó en una de las sillas tapizadas en

terciopelo, y se sirvió un vaso de agua―. Tu primo fey que está aquí, tiene

la capacidad milagrosa para aguantar su licor, el mío, el tuyo, el del Rey, y

el de la mitad del país. Eso supongo yo.

Velius hizo un gesto con la mano. Él realmente no se veía mal por lo

que hizo anoche, a pesar del lamentable episodio que produjo en el patio.

Rumbold lo odiaba un poco por eso. El príncipe estaba orgulloso

simplemente de poder comer alimentos sólidos.

Sus sueños se habían hecho más intensos, sin embargo, cuando eso

ocurría, más cansado estaba. Se bajó el lado izquierdo del cuello de su

camisa de dormir, y recorrió con su mano la piel de su brazo sin cicatriz. Era

difícil saber cuáles eran sueños, cuales recuerdos, y cuales eran ambos. Al

menos no había despertado cubierto de hollín en el suelo otra vez.

―Almas inferiores—dijo Velius―. Ambos, el vino y el ingenio. Ustedes los

humanos tienen constituciones débiles.

―Ustedes, los asnos son mucho más robustos ―dijo Erik.

Rumbol estaba demasiado distraído para jugar.

―Velius, ¿mi madre sabía que ella iba a morir?

―Dioses, ahora yo necesito un trago ―dijo Erik.

―Te dejo a ti, primo, para rociar la sal en nuestra confesión ―dijo

Velius―. La verdad es que no lo sé. Madelyn tenía muchos amigos, pero

pocos confidentes. Se pasaba todo el tiempo contigo.

Una mujer que sabía que su vida se iba a terminar podría haber

pasado todo su tiempo con su único hijo y no hacer amigos cercanos.

―Tal vez ella lo pensó ya que la primera reina murió de manera trágica.

8 Significa ―al contrario‖ en francés.

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―La primera vez es una casualidad, la segunda vez es una

coincidencia. ―dijo Velius.

―La tercera vez es una tradición ―finalizó Erik.

―No habrá una tercera vez ―dijo Velius.

―¿Por qué hacer que Wednesday se alarme? ―preguntó el príncipe.

Erik respondió:

―No me gustaría estar en su lugar.

―¿Entonces por qué estamos todos aquí? ―preguntó Rumbold―.

Tenemos que ir allí y encontrar la manera de evitar que suceda lo que sea

que vaya a suceder.

Velius ladeó la cabeza.

―Creo que me gustabas más cuando eras un idiota con rabia.

―No, no lo hacía ―dijo Erik.

―Zanahorias está en lo cierto ―dijo Velius―. No lo hacías. Pero debí de

haber pensado en esto en primer lugar. Vámonos.

Después de arreglar su pago, Rollins los dirigió al ala de los huéspedes

del castillo, donde Wednesdey se había instalado en la habitación de

Monday. Erik llamó a la puerta, y una joven doncella abrió, un poco

aturdida y sorprendida dijo con suavidad:

―¡Oh! Creí que era el hombre del vestido.

―Él podría ponerse uno para ti ―dijo Velius―. Tiene las piernas para ello.

Erik hizo un guiño a la criada, la cual se sonrojó con fuerza.

―Hemos venido a buscar a la futura reina ―dijo Velius, acercándose a

la criada con la habilidad de un depredador―. Por favor, tómese su tiempo

en llamarla.

―Te agradecería que no fueras completamente insensible con Marta,

Velius. Wednesdey saldrá en un momento. ―Monday se dirigió a la criada y

le dijo:

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―Ve a ayudar a la señora mientras tu inocencia sigue intacta. ―Marta

hizo una reverencia con una risita, y se escurrió fuera de la habitación.

Erik rápidamente cayó sobre una rodilla. Velius giró como una bailarina,

doblándose por la cintura, y tomó la mano de la princesa. Monday llevaba

un vestido azul muy claro, hecho de una tela que se podría haber tomado

por marfil sino fuera por el profundo azul de sus ojos, que reflejaba su

tonalidad. La diadema de oro pálido cruzaba su frente y desaparecía en

el templo de su pelo dorado. Por separados, sus rasgos eran demasiado

grandes, amplios y fuertes, pero juntos, creaban un semblante tan bello

que ningún hombre podría apartar los ojos.

―Querida Monday. ―La voz de Velius era tan suave y seca cuando

colocó el beso en el dorso de su mano―. Se ve deslumbrante, Su Majestad.

―Gracias, Su Gracia ―dijo―. Estaré segura de convocarle tan pronto

como el deseo de ser violada me sobrevenga.

―No aguantaré la respiración ―dijo Velius.

―Estaría muy triste si lo hiciera ―dijo Monday―. Lo haría. Odiaría perder

uno de los pocos amigos que tengo en el tribunal. Pero no, no es tu

corazón el que deseo sacar fuera y servir esta tarde.

Monday arrancó los dedos lo mejor que pudo de la mano de Velius.

Sus ojos se movieron a Rumbold.

―Tengo presas más grandes que atrapar.

―Por favor ―dijo Velius―. No fue su culpa. Fui yo quien envió a tu

hermana a la presencia del rey.

Ella llevó una mano a su mejilla, y le sonrió a Velius con sus labios de

pétalos de rosas, un gesto tan parecido a Sunday, que le robó el aliento.

―¿De verdad crees que el rey no habría encontrado a Wednesdey por

sí mismo? ¿Mi poética hermana, la perfecta imagen de la mujer que él

siempre ha amado pero que nunca ha poseído? Eso fue inevitable,

querido. Todo lo que hiciste fue acelerar la reunión.

Se movió para estar delante de Rumbold, aunque claramente seguía

dirigiéndose a su primo.

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―Le doy las gracias también, por desviar la atención de mi hermana

menor y su escandaloso acompañante.

―Fue un honor, Su Majestad.

―Dime, Velius, ¿crees que tu primo tiene alguna intención con mi

hermana?

―Él la ama ―dijo Velius.

Monday levantó una ceja curiosa hacia Rumbold, un talento que el

mismo príncipe no poseía. Su rostro era hermoso pero expresivo.

―¿Amor? Después de una noche de baile y otra ocasión de, bueno, en

realidad nadie sabe a dónde se desaparecieron la pasada noche

¿verdad?

Rumbold no pudo contener su lengua. Conocía la historia de Monday.

―Hace algunos años, ¿no fue una oscura y tormentosa noche

suficiente para que naciera su propio amor?

Sólo fue un intento de broma a su futura hermana. El príncipe no

esperaba el severo frío que cayó sobre el rostro de Monday.

―No fue suficiente ―dijo―. Tampoco lo fue la década siguiente.

Rumbold se inclinó hacia Monday, deseando convertirse en una rana

de nuevo.

―Perdóneme, Su Majestad.

―Un hombre nacido cuatro veces no tiene nada más que decir que la

verdad ―dijo una voz a su izquierda. El príncipe se enderezó―. ¿No estás de

acuerdo? ―Wednesday rondaba por la puerta de la cámara. Rumbold no

estaba seguro de cómo dirigirse a ella, esta mujer sólo era varios años

mayor que él pero mucho más sabia, y se convertiría en su madrastra antes

de que acabara la noche.

―¿Cuatro veces? ―preguntó él.

―Muchacho, amenaza, bestia, hombre ―contó ella―. Va a tomar más

roles en el futuro, pero debe de haber hecho su última transformación.

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Se sintió aliviado al saber que no habría más cambios de forma en un

futuro, y un poco de molestia al ser etiquetado como una amenaza por

esos años en que el hechizo se había aplazado.

Wednesdey leyó su mente.

―No eras más amenazante que cualquier otro adolescente rebelde

que nació con más privilegios que sentimientos. Yo diría que no te

desanimes, pero parece que ya tienes a mi hermana.

―Di lo mío a cambio.

―¿Qué es un corazón envuelto en mentiras? ―preguntó ella.

―¿Qué es un corazón sin amor? ―le respondió él de vuelta. Ni Monday

ni Wednesday tenían una respuesta―. Yo no le mentí a ella.

―No. ―Estuvo de acuerdo Wednesday―. La has torturado con silencio.

La dejaste llorar por un alma que no perdió, llorar por un corazón que no

había roto, y reprenderse así misma por traicionar al hombre que ama...

con el hombre que ama. ―Era lo suficientemente alta para mirarlo

directamente a los ojos―. Esto no puede ser ―verdadero‖, amor sin verdad.

Rumbold.

La sabiduría de Wednesdey lo dejó atónito. Tal vez se engañó al pensar

que él podría encontrar una manera de salvar a su futura madrastra mejor

de lo que ella misma podía.

―Estamos todos locos ―dijo antes de que pudiera responder―.

Bendecido con el conocimiento de que ciertos eventos pasarán, no

importa que camino se tomen para llegar a él. ―Ella dijo ―bendecido‖ con

un tono que quería decir todo lo contrario―. Los sabios siguen a sus ángeles

si bien pueden. ―Ella miró a Monday, sus características fey-besado sin

duda la hacían parecer una divinidad encarnada.

Un golpe seco en la puerta trajo a Marta corriendo fuera de las

Cámaras de Wednesday para responder, y un lacayo recorrió su camino

hacia el salón. Con un enorme vestido blanco en sus manos como si se

tratara de una mujer desmallada que vergonzosamente intentara hacerse

invisible en sus brazos. Una especie de forma ocupó el corpiño del vestido

en el lugar, una forma que había sido moldeada después de que el último

cuerpo usara el vestido nupcial de la reina.

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La madre de Rumbold.

Una mujer entró en la habitación justo después del vestido. Las oscuras

ondas de su cabello le enmarcaban el rostro de querubín y hacía resaltar

su tonalidad de piel magenta. Ella era del norte, entonces, de la gente de

las montañas, lo que explicaba su constitución abundante y ojos sagaces.

El lacayo sostuvo el vestido antes de que la mujer examinara la tela

atentamente. Satisfecha, ella le asintió con la cabeza al hombre, y él

gentilmente puso el vestido en el sofá más cercano. Había una ligera brisa

en las estables faldas, y Rumbold olió la lavanda.

Siempre estaré contigo.

―Yarlitza Mitella. ―Velius hizo una reverencia a la mujer magenta, y

aplastó sus labios en su mano, como un amante―. Ha sido demasiado

tiempo.

―Sin embargo, tú sigues siendo como un retrato, maldita sea. ―Yarlitza

Mitella hizo una demostración de tirar la mano y golpear severamente su

cara―. Yo soy la misma mujer, pero no en el mismo cuerpo, por desgracia.

―Yo veo ante mí a la mujer que una vez frecuentó mis sueños ―dijo

Velius―. Y que todavía lo hace. ―¿Hubo alguna mujer que no sucumbiera

a los encantos de Velius? Rumbold rodó los ojos... justo encima de donde

se encontraba Wednesday. Tal vez hubo una después de todo. Pero

solamente una.

Yarlitza Mitella golpeó con fuerza el brazo del duque de nuevo.

―Basta. Preséntame ahora mismo a la mujer que será reina.

―Señorita Woodcutter, le presento a la Señorita Yarlitza Mitella, la

estimada costurera.

Con un puño, Yarlitza barrió su falda hasta la parte baja de su espalda,

mostrando capas de intrincados volantes negros y piel brillante del talón.

Se inclinó hacia delante en un gesto que era mitad asentimiento de

cabeza, mitad reverencia, y totalmente de las montañas. Entonces llevó

sus negras y espesas cejas juntas, y examinó la cara de Wednesday tan

intensamente como el vestido de novia.

―Nos hemos visto antes, ¿no? ―Yarlitza preguntó a Wednesday.

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―Una o dos veces ―dijo Wednesday―. En el futuro.

Eso pareció tener algún sentido para Yarlitza, aunque no lo tuvo para

Rumbold.

―Usted es Quien Va a Ser Ella. ―Yarlitza profundizó su reverencia―. Es un

honor, mi señora.

Sus palabras fueron seguidas por una frase en la lengua de la montaña,

que parecía una oración, o un mensaje de condolencias.

―Ahora, si los caballeros nos perdonan, tengo que aprovechar cada

una de las preciosas pocas horas que me quedan. ¡Avas9!

Rumbold dirigió una última mirada al vestido de la reina cuando

Yerlitza los dirigió a él y a sus compañeros a la puerta que Marta felizmente

abría. Debería de haberse sentido molesto con Wednesday por usar el

vestido de su madre, pero ni siquiera su madre había sido la primera mujer

en hacerlo, y atar su alma al rey y al país. Y como él no había nacido

todavía, él no tenía ningún recuerdo sentimental de haberla visto con el

vestido.

¿O lo hizo?

Rumbold se detuvo en frente del vestido vacío en el sofá, y la mujer

invisible que apareció en su interior. La había visto en este vestido antes. Su

madre lo había estado usando cuando acudió a él en sus sueños, en las

vigilias de sus pesadillas bañado en hollín y ceniza. Él extendió la mano

para tocar una manga, y luego vaciló, no queriendo manchar la tela

virgen con sus manos llenas de ceniza. Él miró hacia abajo a sus dedos,

que estaban limpios.

Rumbold. Rumbold.

―¿Qué?

―Deja de escuchar con tus oídos ―respondió Wednesday―. Escucha

con tu corazón.

El cerebro de Rumbold se llenó con las herramientas y también de

adivinanzas. El olor púrpura del vestido aumento, y le dio un terrible dolor

9 Significa “Fuera” en la lengua de las montañas.

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de cabeza. Estaba cansado y necesitaba una siesta antes de la larga

noche que estaba por venir. Una noche muy larga. Necesitaba decirle a

Sunday la verdad, y la anticipación se cernía sobre él. El sabor a miedo. No

estaba seguro de poder llegar al final, y sin embargo sabía que debía

hacerlo. Tenía que hacerlo.

Mátame.

―Hasta esta noche ―dijo Velius―. Hemos de hacer una suave

despedida, señoritas. ―Yarlitza no pudo moverse lo suficientemente rápido,

no tenía práctica con la escoba, o seguramente les habría barrido con ella.

―Escucha con tu corazón ―repitió Wednesday en voz baja mientras

Marta cerraba la puerta.

—Libérame —dijo la voz en la cabeza de Rumbold.

***

Rumbold vagaba por los pasillos, vestido con un traje de corte

completo, y luchó contra los monstruos de su cabeza. ¿Cómo se suponía

que iba a decirle a Sunday la verdad acerca de él? A ella le gustaba

como se veía ahora, como un hombre. Tenía esa forma de mirarlo que le

hacía sentir como si hubiese construido un mundo sólo para ella, y que le

daría un regalo cada mañana. En el segundo en que él abriera la boca

para contarle toda la verdad, esa sonrisa se desvanecería. Ella se iría y

nunca más miraría hacia atrás. Él era un idiota.

Wednesday le había dicho que escuchara su corazón. Y Sunday era su

corazón. ¿Había dicho ella algo que él necesitaba escuchar?

No... Wednesday le había dicho que escuchara con el corazón.

Colocó los nudillos en sus orejas, cerró los ojos y escuchó. No oyó a nadie

caminar por el pasillo, que le mirara y dijera: ―Mira la corona del Príncipe

Arilland, la locura de los reyes corre espesa por su sangre”, gracias a Dios,

no le importaba lo que ―cualquiera‖ pensara sobre él.

Escuchar con su corazón. Escuchar. Escuchar.

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Escuchar.

Nada.

Se preparó para el desprecio y el odio de Sunday. Tal vez eso nunca

sucedería, no obstante, disminuiría el impacto de cualquier otra decepción

que recibiera. Con el asunto resuelto, abrió los ojos y observó a las amplias

paredes que se alineaban en el vacio pasillo frente a él en forma de canal.

Tal vez realmente estaba loco.

Dio un paso atrás, las luces aún iluminaban detrás de él. Continúo su

retroceso con lentos pasos. Se negó a correr hacia la oscuridad, pero no

fue suficientemente valiente para caminar sin miedo a ciegas dentro de

ella. Rumbold retrocedió lo suficiente para llegar a un cruce. El pasillo a su

derecha estaba tan negro como el carbón. A su izquierda, las antorchas

que estaban entre las esculturas, el espejo y el retrato aún parpadeaban,

felizmente en llamas. La oscuridad no sólo le susurraba; ahora se dirigía

hacia él.

Por la esquina de su ojo, una sombra oscura huyó con grandes alas.

Rumbold captó un olor a lavanda. Caminó por el pasillo. La fría oscuridad

se cerraba detrás de él.

—Los sabios siguen a sus ángeles siempre que pueden. —La voz de

Wednesday se escuchó en su cabeza.

El ángel de sombras lo condujo por varios pasillos, y más arriba por

varios tramos de escaleras. Arriba y arriba. La falta de mobiliario sugería

que muy pocas personas tomaban este camino. El olor a purpura se quedó

amortiguado por el olor a humedad y polvo. Él posiblemente estaría en la

torre más allá de las nubes.

―Deberías de ser tú ―dijo la voz de su padre por encima de él―. Tú eres

quien debería estar a mi lado.

Rumbold se congeló.

―Yo siempre seré tu compañera ―dijo Sorrow―. Simplemente no puedo

ser tu reina.

―¿No puedes, o no quieres? ―preguntó la voz del Rey―. Te lo he

pedido tres veces.

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―Y tres veces lo he rechazado. Tú tienes mi corazón ―confesó Sorrow―.

Pero no puedo darte esto. ―Había algo familiar en esta conversación.

―Me avergüenzas ―dijo el Rey.

―¿Cómo? ¿Por ser la ―reina‖, porque necesitas a otra para cumplir las

nociones que no tengo intención de cumplir?

Hubo una pausa, y luego pesados pasos. Rumbold se apegó a la

piedra fría. El ángel de sombras lo abrazó, y lo disimuló con su oscuridad.

―Voy a hacerla a un lado, y te tomaré en su lugar. ―El tono del Rey fue

enérgico, casi un gruñido.

―Vas a envejecer, marchitarte y morir, y cuando tus huesos no sean

nada más que polvo, nadie recordará tu nombre. ―Hubo un enganche en

la voz de Sorrow―. Y no tendría que ser así. No quiero que me dejes.

―¿Pero podrías verme casado con otra mujer en tu lugar?

―No tengo otra opción ―dijo Sorrow―. Tienes que casarte con ella y

unir su alma fey a la tuya. Tienes que robar su sombra, y comer su carne si

quieres sobrevivir otra generación. Así es como debe ser.

No había ningún nombre para nombrar al monstruo cuya sangre

contaminada corría por las venas de Rumbold, al caníbal que mató a su

propia esposa, y las esposas anteriores a ésta. Rumbold estaba enfermo

con el pensamiento, le provocaba arcadas. Quería rasgarse su propia piel,

sacar su sangre y derramar tanto veneno. Metió la mano por su daga, y

abrió la boca para gritar por venganza, pero la sombra lo detuvo. Ella lo

atrapó en sus brazos, y contuvo su boca con la oscuridad para que no

pudiera gritar.

―Ella es poderosa ―dijo Sorrow, sin nombrar a Wednesday por su

nombre o por la conexión de la familia―. Tú no tendrás que casarte de

nuevo por un tiempo muy largo.

―¿Cuánto tiempo? ―preguntó el Rey.

―Lo suficiente para que los hijos de tus hijos mueran, y para que el

mundo olvide todo de nuevo ―respondió Sorrow―. Tal vez lo suficiente para

que el dolor de esta partida desaparezca de mi mente.

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Hubo otra pausa, esta vez sin toda la ira de la anterior, al parecer.

Rumbold no podía soportar oír más. El ángel de sombras lo liberó. Las

lámparas cobraron vida mientras corría por el pasillo. Vació su mente de

todo, menos del viento repugnante en su pelo, el aliento ardiente en sus

pulmones, y tampoco de sus pies mientras corría de nuevo a las piedras

con alfombras. Abrió la boca, y gritó silenciosamente.

Si todo esto estaba destinado a suceder, como Wednesday había

dicho, entonces, ¿por qué el ángel de las sombras lo llevó por las

escaleras? Rumbold golpeó con los puños las pareces y maldijo a unos

cuantos dioses. Él no sería capaz de salvar a Wednesday de su destino,

pero tendría que probar. No podría con su conciencia si dejaba morir a la

hermana de Sunday.

Él no podía permitir que su padre tomara una inocente vida más a

sabidas.

Rumbold. Rumbold.

El corazón le latía frenéticamente en sus oídos.

Libérame.

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Capítulo 17 Si tú crees

l rey envió dos carruajes esa noche para recoger a la familia

Woodcutter. Los carruajes estaban confeccionados con ruedas

doradas haladas por un grupo de caballos blancos que

marchaban con paso perfecto. Los conductores y cocheros emparejados

así, como si alguien hubiera abierto un juego de muñecos y los hubiera

hechizado a la altura y a la vida.

Mamá y Papá tomaron el primer carruaje con Saturday, quien se quejo

y lamento y discutió. Llevaba su único vestido nuevo porque Mamá le

había dicho que era su obligación y Papá se negó rotundamente a dejarla

llevar su hacha a la boda. Así que Saturday estaba fuertemente haciendo

su mejor esfuerzo para que ambos se arrepintieran de sus acciones. Se

necesito de Papá y tres lacayos para meter a la lastimada chica dentro

del coche. Uno habría pensado que Saturday estaba siendo maltratada

por la escuadra bruta. Sunday se lo mencionó a Trix.

—Deberían haber envidado a la escuadra bruta, —dijo Trix.

—Ella estaría muy fascinada para tener algunas objeciones y

demasiada orgullosa para mostrar debilidad.

Esta noche fue uno de esos momentos cuando Trix se miraba como el

hermano mayor que realmente era. Sunday no estaba segura de cómo

Friday había conseguido acomodar la longitud extra en los brazos de su

abrigo, o como Mamá había logrado mantenerlo tan ocupado entre el

vestidor y dejando que él no tuviera tiempo de cubrirse a sí mismo en barro

E

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o en hollín o alguna otra sustancia, sin duda, maloliente. Su cabello era

corto y ordenado, su postura erguida alzaba su cabeza. Si no fuera por los

pájaros blancos encaramados en cada hombro, Sunday podría haber

adivinado que su hermano pertenecía a la misma realeza.

Tía Joy no se les unió en este viaje. Sunday se preguntó qué de bueno

su tía podría hacer en casa, pero Joy simplemente se encogió de hombros,

dijo que se la necesitaba aquí, y eso fue todo.

No hubo disturbios esta noche. El patio cayó en silencio mientras los

carruajes se acercaban, y la multitud se apartó de ellos. La fila de soldados

del patio se rompió por la atención, uno con el pelo cobre y el tórax en

tonel tenia la silla de ruedas desde el jardín. Oh, estar en ese tranquilo

jardín de nuevo con su cabeza apoyada sobre el hombro del príncipe,

intercambiando susurros. Sunday se estremeció y brillo por el recuerdo. Sus

pájaros, después de haber seguido el carruaje desde la casa, se instalaron

en el seto detrás de la guardia.

Las personas más cercanas a la vía, hicieron una reverencia o

inclinaron las cabezas. Sunday no reconoció a ninguno de ellos, Eso es

cierto, pensó ella Me alegro de que no recuerde a ninguno de ustedes que

no se rebajarían para ayudar a mis hermanas y a mí.

El cielo sobre ellos era inquietante con nubarrones10, la parte más alta

de las torres del castillo desaparecían dentro del clima, Sunday pudo

saborear la lluvia en el viento. No habría luna asomándose a través de esta

cubierta con los rayos curiosos para que los dioses pudieran bendecir esta

unión, Sunday pensó que era adecuado.

Las hermanas hicieron un espectáculo de mostrar sus antebrazos

desnudos a los guardias de la entrada principal. Friday tenía modificadas

las mangas de todas sus prendas de vestir, dividiendo las costuras hasta el

codo de manera que la carne de la parte inferior del brazo, cuando se

muestra, se enmarcase por las capas de colores de la tela. Ellas sabían que

los hombres del rey examinarían los brazos de todas las mujeres jóvenes

esta noche, para asegurarse que la marca Savage Seven no hizo acto de

presencia. Juzgando por el sonido del desgarramiento de la tela que 10

Freaky: Fenómeno

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Sunday escucho detrás de ella, la nueva moda de Friday ya era una

tendencia.

—Fantástico —respiró Trix.

Sunday había olvidado que ni él ni Peter habían visto nunca antes el

palacio. Papá podría haber tenido oportunidad para una visita posterior,

cuando Jack Junior había sido empleado del rey, antes cuando su

hermano hubia estado vivo, antes cuando sus sentimientos por Rumbold no

habían sido una carga tan pesada.

Trix no se equivoco: Esto era fantástico, las decoraciones superando la

extravagancia de cualquiera de las noches anteriores. Los guardias

alineando todo el camino desde la entrada principal hasta la escalera

gigante. El salón de baile todavía tenía cielos llenos de cristales mágicos,

pero el piso debajo estaba ahora cubierto en filas de sillas y bancos y más

flores de las que Sunday había visto en su vida—rojo y azul y amarillo y

violeta—más flores de las que estaban floreciendo en toda Arilland. Ellas

tenían que haber venido de Faerie. Por Sorrow, Sunday no esperaba nada

menos.

Sunday y su familia se detuvieron en la parte superior de las escaleras y

cuando se anunciaron, la asamblea se inclino como una sola. Sunday se

contuvo y no bajó corriendo las escaleras de alfombra roja para tomar la

mano de su príncipe, que esperaba con impaciencia abajo, pero ella lo

tendría muy pronto.

— ¿No es esto un poco demasiado?—susurró ella.

—No, te ves hermosa.

El dijo que ella era hermosa y entonces lo era, con palabras llenas de

nada mágico más que un deseo sincero de elogio. Podría haber sido

hecha de oro y no habría sido más feliz.

—Gracias.

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El príncipe hizo una reverencia a Papá, que no parecía divertido. El

príncipe Rumblod doblo la mano de Sunday en la curvatura de su codo

y—Sin alejar la parte de su piel de la de ella—Dirigió a la familia de dos en

dos a las filas de sillas situadas en la parte delantera de la asamblea. El

guardia pelirrojo siguió detrás de todos ellos, habiendo entrado por una

puerta lateral con sábado en la silla de ruedas. Justo como Trix había

predicho; los chillidos de Saturday se habían detenido tan pronto como

hubo soldados presentes.

Rumbold se despidió hasta el estrado más allá de la pequeña orquesta

donde el ministro estaba esperando pacientemente a la llegada del rey.

Sunday retorció sus dedos juntos, deseando tener su diario para calmar su

corazón desbocado. Las voces susurraban a su alrededor eran un manto

de anonimato de ruido suave que se establecía alrededor sus hombros,

haciéndose eco de los maniáticos pensamientos en su mente.

El salón de baile lleno, con la onda del ruido de la voz se crestó y

rompió cuando los músicos comenzaron a tocar. Desde detrás de una

pared de cortinas, el rey emergió de su posición al lado de su hijo, la

asamblea se presento como una y se volvieron a la espera de la llegada

de Wednesday. Sunday, con los ojos todavía trabados con los del príncipe,

no lo hizo.

Wednesday flotaba por el pasillo, con un ramillete de flores silvestres de

color índigo sujetado en sus pálidas manos como la tinta que comenzaban

a florecer. Monday asistiéndola, organizaba la cola brillante del vestido

mientras ella se detenía al lado del rey en el estrado, el resto del vestido

reflejaba la luz mágica y también brillaba. Abrumando, incluso la

inquietantemente visible belleza de Wednesday.

No, esperen. Eso no podía ser cierto.

Sunday dejo de examinar a Rumbold de la cabeza a los zapatos y se

concentro en el vestido de novia de Wednesday. Ella miró de vuelta a su

familia, nadie más parecía cegado por el poder irradiante desde la tela. Si

algún encantamiento estaba bordado en los patrones elaborados, ¿Friday

no habría sido la primera en darse cuenta? Pero su hermana costurera de

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cara de luna solo sonrío a la pareja mientras el ministro comenzaba su

discurso y daba su bendición. Friday nunca creció siendo una romántica.

Así que Sunday fue por su cuenta. Parpadeo, respiro hondo y volvió a

parpadear. Podía distinguir las líneas de poder cubriendo el vestido,

entrecruzándose encima y por debajo de las mismas alrededor de

Wednesday desde el cuello hasta los pies y más allá, agrupándose

alrededor de Monday con el resto de la cola. A lo largo de las líneas había

marcas en algún alfabeto extraño que Sunday no conocía. Wednesday

era como una sirena, su pálida piel enredada en una red mágica lanzada

por un pescador rebelde.

Sunday parpadeó de nuevo y la red desapareció; ahora estaba solo el

encaje plumoso blanco del vestido de novia. Parpadeo de nuevo y la red

estaba de regreso, las marcas extrañas bailando en el aire a su alrededor.

Sunday se volvió una vez más a su hermano heafairy, sorprendida de que

ninguno de ellos se diera cuenta de una cosa así. Y luego Peter parpadeó.

Sunday esperó hasta que el volvió a parpadear, y sus cejas oscuras se

fruncieron sobre sus pálidos ojos azules. ¿Peter? ¡Por supuesto! Sunday

había visto esos símbolos extraños antes; eran las runas que Tía Joy había

estado enseñando a Peter para tallar en sus esculturas. Sintiendo su

mirada, Peter miró a Sunday, las mismas preguntas se reflejaban en su

rostro.

Incluso si ella hubiera tenido libertad para hablar, Sunday no habría

podido responder a esas preguntas. Solo sabía qué Wednesday tenía que

hacer esta cosa imparable. De alguna manera el vestido debe ser lo más

importante en una parte de la ceremonia como la misma Wednesday. Ese

vestido había sido usado por la madre de Rumbold y la reina antes de ella:

mujeres desaparecidas y adormecidas por siempre en la oscuridad de

Great Beyond.

Los ojos de Sunday quemando con la idea de perder a su hermana.

Wednesday fue un gran consuelo para ella, aunque solo sea porque su

única presencia significaba que Sunday no era la más extraordinaria de la

progenie Woodcutter. Tenerla alejada del castillo sería un cambio difícil;

tenerla alejada de la vida por completo de Sunday era incomprensible.

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Trix se desplazo para cubrir la mano de Sunday con la suya y le dio un

pequeño apretón. Se suponía que las personas lloran en las bodas;

simplemente no se pondría a llorar porque sospechara que la novia iba a

morir. Sunday volvió a parpadear, deseando que se alejara la inquietante

visión del vestido mágico que mantenía prisionera a su hermana.

Enfadada, volvió a parpadear. Otra vez más. Y luego Wednesday se volvió

hacia ella.

Solo... qué Wednesday no se volvió hacia ella. El servicio continuaba sin

interrupción. El ministro siguió hablando, la novia y el novio aparentemente

perdidos el uno en el otro antes del cálido mar de masas acurrucados

debajo de ellos. Era un fantasma de Wednesday el que ella vio, una visión

de su hermana en el mismo cuerpo, en el mismo vestido maldito, que se

convirtió en su lugar. Wednesday soplo un beso a su pequeña hermana y

luego elevo un fantasmal dedo solitario hacia sus labios. Lo que Sunday vio,

la angustio, esta interna y secreta Wednesday la instó a mantenerlo para sí

misma.

Sunday asintió con la cabeza a la aparición de la sombra de su

hermana, y luego sacudió la cabeza con cautela hacia Peter, que seguía

mirando a Sunday inquisitivamente. Ella dió una respiración profunda,

apretando la mano de Trix entre las suyas, y esperando que la tortuosa

ceremonia terminara.

Como madre, como hija: Wednesday solo dijo las dos palabras

requeridas por cada novia en cada ceremonia de boda, y el acto fue

hecho. Estaban saltando y aplaudiendo, llamadas de felicitaciones y

bendiciones de la buena fortuna. Sirvientes recogiendo sillas y repartiendo

vino a las manos hambrientas; estaban bailando incluso antes de que la

música empezara de nuevo, incluso antes de que el rey y la nueva reina

hubieran dejado el estrado.

Era un nuevo día para el reino y la esperanza de un mañana mejor. Trix

agarro la otra mano de Sunday, y saltaron frenéticamente en círculos a

través de la multitud, así como lo habían hecho alrededor de la

monstruosa planta de las habichuelas mágicas. Sunday fue arrastrada por

la emoción, siguiendo la línea entre la exquisita felicidad y la histeria.

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Como si ella lo hubiera convocado, Rumbold apareció a su lado una

vez más.

—Sunday, hay algo que necesito decirte

—Mi hermana acaba de convertirse en su madrastra —Ella sacudió la

cabeza—Por favor, no hables, por mi bien. Vamos a bailar.

—Como quieras, mi señora.

Un baile era lo que Sunday necesitaba para resolver sus problemas. El

vestido plateado y dorado de Tuesday quería bailar también. El ritmo de la

música era embriagador, golpeteando los dedos del pie y agitando los

brazos, las reverencias de cortesía y el balanceo de las faldas, las gotas de

sudor que rizaban los zarcillos de su cabello hasta sus oídos. Un baile llevo a

otro, y a otro, y Rumbold parecía feliz con su pareja durante todo el tiempo

que ella le requería. Parejas cansadas a su lado, y nuevas parejas tomaron

sus lugares. Las horas pasaron, y todavía Sunday y su príncipe siguieron

bailando.

Rumbold sacó a Sunday alzada sobre su cadera durante una vuelta

del grupo, y girándolos los traslado a los dos fuera de la pista de baile por

completo.

—Suficiente —dijo cuando él se sentó, y ella se dio cuenta de lo mucho

que su desesperada necesidad por actividad lo había agotado.

—Lo siento. Eso fue egoísta de mi parte. Tendríamos que haber tomado

un descanso hace mucho tiempo. —Que insensible fue de su parte agotar

a un hombre que obviamente ¡recién salió del lecho de enfermos!

—Solo yo soy el egoísta —dijo el —No quiero que bailes con nadie más.

—Usted me honra.

—Realmente no es honrar como me estoy sintiendo en este momento

— Enderezo su banda y seco la parte posterior de su cuello con la manga.

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— ¿Vamos a tomar algo de aire? —la llevo a un balcón que daba a un

jardín muy familiar. Tal vez ahora qué Wednesday era reina, ella dejaría a

Sunday visitar ese jardín para revivir los gratos recuerdos de Rumbold que

tenia aquí. Sunday respiro profundamente, capturando el aroma de las lilas

en el fresco aire de la noche. La exhibición generosa de flores en el salón

de baile podría haber confundido sus sentidos, pero la primavera estaba

todavía más a mano en el mundo.

Un guardia apareció, el hombre pelirrojo que había estado atendiendo

a Saturday, el mismo guardia que había velado por ello la noche anterior.

Sunday no lo había oído acercarse.

—Erik, ¿podrías por favor pedir a un sirviente que nos traiga algún

refresco?

—Por supuesto, alteza. —Erik hizo una reverencia, que Sunday

esperaba, y entonces él deliberadamente miró al príncipe, lo cual ella no

hizo. Rumbold se aclaro la garganta. Sunday se pregunto si debería traer el

agua ella misma. Los dos hombres intercambiaron algo entendido pero no

dicho, y con una seca inclinación de cabeza, Erik los dejó.

—Tengo algo que decirte —dijo tan pronto como estuvieron solos.

—Yo…— el tiro de su banda de nuevo —Yo odie dejarte ir ayer por la

noche. La fiesta no fue lo mismo sin ti.

—Te extrañe, también. —la verdad duele tan cruelmente cuando se

dice en voz alta. Ella había esperado que todo el baile pudiera hacer una

conversación menos difícil con el príncipe. Necesitaba decirle a Rumbold

sobre el descontento de su padre y sus expectativas, lo que significaba

presumir de una relación entre ellos que ni siquiera ella estaba segura de si

existía. Era el momento de averiguarlo.

—Su alteza.

—Mis amigos me llaman Rumbold. Sunday, —el pregunto en voz baja

— ¿Quieres ser mi amiga? —Sunday no podía dirigirse a él con tanta

familiaridad. Todavía no. Sin embargo, su petición le dio esperanza.

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—Su alteza, nosotros no podemos ser nada. Esta pretensión no puede

continuar por más tiempo. Seguramente usted sabe quién soy, lo que mi

familia es.

—El pasado es pasado —dijo el — ¿No podemos dejarlo atrás?

¿Cómo él podía hacer caso omiso de la muerte de su hermano tan a

la ligera? El destino de Jack junior había arruinado a su familia. Rumbold

había llevado una vida principesca, mimada y consentida, y encerrado en

su torre de marfil, y Sunday podía ver que era felizmente inconsciente de la

situación exacta. Era su deber corregirlo. Ella llevo una mano a su boca.

—Por favor, déjame terminar —el comenzó a besarle los dedos. Ella

debía de estar soñando. Alguien en la multitud le había entregado una

copa de vino envenenada y estaba teniendo visiones. Eso explicaría el

vestido de novia, el fantasma de Wednesday, y lo que el príncipe estaba

haciendo ahora con sus labios a la yema de su pulgar.

—Yo soy una Woodcutter —dijo ella, determinada a hacer que

entendiera. —Sunday Woodcutter.

—…y estás condenada a una vida feliz —el concluyó —Ya conozco

esa parte.

Sunday se congeló. Todas las palabras familiares la golpearon en el

estómago al mismo tiempo. Estaba pidiéndole ser su amigo. Las primeras

palabras que ella había dicho a una rana hacia mucho tiempo, aquellos

días tan duros. El mundo giraba a su alrededor y chasqueó —se estrelló—

horriblemente contra la luz.

Grumble.

Rumbold.

El príncipe no había estado enfermo o fuera de vacaciones. El había

estado encantado. Ese fue el último beso que ella le había dado a la rana,

uno lleno de toda su amistad, gratitud y… amor, el que había roto

finalmente el hechizo. Grumble no había muerto en la tormenta. O, más

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bien, tenía, y había vuelto a nacer en el hombre que estaba ante ella. El

comercio del adorno de oro para las fichas reales, el príncipe

escogiéndola fuera de la multitud solo unos segundos después de su

llegada. Lo preocupada que había estado, cuan rota, ¡cuán miserable! Se

había atormentado a si misma primero con la ausencia de Grumble y

luego con la presencia de Romuald. Se había preguntado si sus

sentimientos eran correspondidos. Solo él había estado enamorado de ella

todo el tiempo—y jugando con ella como una marioneta en una cuerda.

Los ojos del príncipe Rumbold brillaron, y beso sus dedos de nuevo.

Cuanta diversión debía estar teniendo a sus expensas. Como él y sus

amigos debieron reírse de ella. Su estomago se revolvió. Oh, era tan tonta.

Un aullido lejano de un perro a la luna la sacó de su estupor,

recordándole exactamente cuánto la realeza había tomado de su familia.

Jack Junior. Monday. Wednesday. El no podría tenerla también.

—Te amo. Sunday, —confesó.

Aparto su mano lejos, dio media vuelta y huyó.

Esta vez la horda Hellion trabajó a su favor: las mujeres de Arilland

estaban demasiadas ansiosas para verla abandonar las festividades y

demasiadas felices para atropellar al príncipe en el salón de baile y

retrasar su búsqueda. Sunday escuchó las voces de sus hermanas tras ella,

pero no se detuvo por ellas. No se detuvo por nadie hasta que encontró a

Trix en la calzada. El se sentó en los escalones allí, esperandola.

—Ven, —dijo —Voy a correr contigo.

Ella no se detuvo para decirle que era inútil ya que el príncipe ensillaría

su caballo y los alcanzaría, que sus perros de caza pisarían sus talones

hasta que llegó. Corrieron, los pájaros blancos como la nieve volaban en el

camino delante de ellos. Corrieron a través de los campos y matorrales del

bosque, una y otra vez, hasta que su respiración se convirtió en navajas en

su garganta y los ladridos y cascos estaban casi encima de ellos. Se

detuvieron junto un pequeño estanque.

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—Debemos seguir adelante, —le dijo Sunday a Trix.

—No puedes correr más. — ¿Y el podría?

—Nos van a atrapar — dijo ella.

—Entonces nos ocultaremos, —dijo Trix.

— ¿Cómo?

—Tienes que creer, —le dijo. —al igual que cuando escribes o hablas

con Mamá. Al igual que cuando la lana se convirtió en oro y cuando los

granos crecieron. Dices la misma historia, Sunday. Tejes las palabras en tu

mente. Si crees que podemos ocultarnos, nos ocultaremos.

Sunday cogió las manos de su hermano, cerró los ojos, y creyó con

toda su fuerza. Creyó tan fuerte que cuando el príncipe freno a su caballo

al lado del estanque, creyó que él no vio a una mujer en un vestido

dorado y plateado y a su hermano salvaje, solo un árbol con capullos de

rosas dorados y plateados y una roca en su base. Creyó que él se sentó en

la roca y enterró la cabeza entre sus manos, y que cuando sus hombros se

agitaran, el no se estaría riendo. Creyó que él se puso de pie, arrancó una

rosa del árbol donde dos pájaros blancos como la nieve se arrullaban con

pereza, y se marchó de nuevo hacia el palacio. Y cuando él se había ido,

creyó que Trix se puso de pie y se golpeó la espalda dolorida, y que ella

corrió a su lado, medio descalza, todo el camino a casa y hacia los brazos

de su tía.

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Capítulo 18 La visión de Joy

ue Velius, quien lo encontró primero, tropezando a lo largo del

cauce del río, tratando de llevar su caballo al río. Podría haber

sido Erik el primero en verlo salir y uno de los primeros en

responder a la alarma, pero fue Velius el que habló con los caballos. Su

primo fey había cruzado la ciudad con cuidado, como un rumor.

―¡Rumbold! Rumbold, ¿puedes oírme? ―La cara de Velius estaba ahí

mismo. Sus ojos violetas clavándose en el príncipe, pero su voz se

escuchaba a kilómetros de distancia―. Primo.

Rumbold no sintió la primera bofetada. La segunda picó.

―¿Velius?

―¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no volviste con tu caballo? Él te

habría llevado hasta casa. ―Tenía la boca seca. Con un sabor a arena, sal

y sangre.

―No pude recordar cómo ―dijo―. Y no puedo... No puedo...

Velius le abrió los dedos, y le sacó las riendas que tenía sujetas. En la

otra mano, el príncipe sostenía una rosa de plata y oro, con sus pétalos

destrozados. Había líneas de puntos rojos donde las espinas habían

mordido su piel. Olía a césped y sol.

―¿Qué es eso? ―Antes de que la última palabra saliera de la boca de

Velius, la rosa se transformó en un perfecto y delicado zapato de baile.

F

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―Es un tema que se repite ―dijo Rumbold, y luego se hecho a reír con

su corazón rompiéndose―. Dioses, Velius, es todo lo que me queda de ella.

―Pensó que se había preparado para lo peor. Se puso una mano en el

pecho. Le dolió cuando tomó una profunda respiración. Al respirar el aire,

sintió ganas de gritar por la tragedia, de forma larga y fuerte, era

insoportable.

―¿Deberíamos continuar detrás de ella? ―le preguntó Velius. Los perros

estaban sobre ellos ahora, con otros hombres y más caballos.

―Por favor ―imploró Rumbold a su primo―. Vuelve al castillo lo más

rápido que puedas e impide que los Woodcutters se marchen. Hay… ―dijo

arañando los botones que le ahogaban―, algo que tengo que hablar con

el padre de Sunday. ―Arrancó su camiseta abriéndola por el cuello, para

sentir el aire sobre su piel. Sin soltar el zapato que aún sostenía en su

mano―. Él tiene que escucharme.

―Sí, su Alteza. ―Y Velius se había ido.

Rumbold se desplomó de rodillas y dejó que uno de los hombres lo

sacara del arroyo. Se quedó mirando el perfecto zapato de su mano,

reemplazando su tristeza por la ira. Dejó que la locura lo llenara de energía,

tal como había hecho la primera vez que había luchado con Velius en los

campos de entrenamiento. Después bebió un poco de agua y arrojó más

sobre su cabeza. Un soldado le ayudó a volver a su caballo.

Con cada paso que daba el caballo, la ira de Rumbold crecía. Estaba

enfadado con todos los trovadores, quienes habían cantado alguna vez

una canción de amor. Odiaba a todas las chicas que habían reído en los

pasillos y cada tonta sonrisa que había recogido de las flores silvestres para

ganarse su afecto. Estaba furioso consigo mismo por haber vivido estos

últimos días en un deseo. En una mentira. Un beso no marca el futuro. El

amor no marca una vida.

En el momento en que había llegado al borde de su propio castillo, él

despreciaba a su entrometida familia, a los imprudentes fey, y las bodas... y

se hubiera quedado en su caballo. También lo estaba de sus tías y

madrinas. Estaba extremadamente harto de los padres de ambos, tanto

de Sunday y de los suyos. ¿Quiénes eran ellos para dictar de qué manera

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debería vivir? ¿Por qué se veía afectado por los caprichos de una

generación pasada?

Ahora recordaba lo suficiente sobre montar para poner su caballo en

pleno galope. Para cuando llegaron al patio, odiaba a todos los

Woodcutters, y recordó cómo desmontar sin ayuda. Para cuando llegó a

la entrada principal, odiaba a los Arilland y a cada Rey que jamás haya

existido, y recordó el camino al salón de baile por su propia cuenta. En el

momento en que llegó a través de las puertas de la biblioteca, fue directo

a Jack Woodcutters. La ira que había lo había mantenido de forma

vertical y hacía que se le sonrojaran sus mejillas, se derramó en su lengua.

―Se escapó por su culpa ―dijo Rumbold. El silencio flotó por todo el

salón de baile. Sonaba como su padre, y él se encogió ante el sentimiento.

El demonio de la energía dentro de él se tragó la enfermedad. Las bolas

de cristal en el zapato cortaban su mano―. Ella se alejó de mí porque

pensaba que estaba traicionando a su familia. ¿Qué le dijo?

El padre de Sunday limpió la saliva del príncipe en su propia mejilla con

manos que fácilmente podrían poner a Rumbold en el suelo y hacer pan

con sus huesos. Esas manos que sujetaban armas y un pecho tan grande

como los arboles de Elder Wood. El duro rostro de Woodcutter permaneció

inescrutable.

―No le he dicho nada.

―Entonces, ¿Qué no le ha dicho?

Woodcutter miró hacia las puertas, a través de las cuales se oían las

festividades del pasillo. Rumbold asintió con la cabeza a Erik. El guardia

cerró la puerta y se puso delante de ellas, en caso de que alguien quisiera

entrar sin ser invitado. Wednesday se mantuvo en medio de las festividades

post boda; ahí había encontrado una forma de escabullirse de esta

reunión. Pero Monday estaba aquí, y también el resto de la familia

Woodcutter, salvo Trix. Velius estaba junto a la ricamente tapizada silla de

ala-espalda donde Monday se sentaba.

―Lo llamamos ―La Historia Prohibida‖ ―dijo Woodcutter―. Nadie de mi

familia sabe toda la verdad sobre ella.

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―La Historia Prohibida es sobre Jack y el harén ―dijo Peter.

―Y la hija del Sultán ―agregó Friday.

―La hermana del Sultán ―corrigió Saturday a su hermana desde su silla.

Tenía los ojos brillantes y las mejillas encendidas; su terrible lesión al parecer

no había humedecido su espíritu.

―No, hijos míos. La Historia Prohibida es sobre Jack. ―El miró a

Rumbold―… y el príncipe.

―¿Qué? ―preguntó Peter.

―¿Por qué no nos habías dicho? ―preguntó Friday.

―Debido a que está prohibido ―dijo Woodcutter.

―Está prohibido para todos nosotros ―dijo Velius―, por vuestra hada

madrina Joy.

―La tía Joy ―escupió Saturday, y murmuró algo acerca de un hacha.

―La única manera de guardar un secreto es no repetirlo ―dijo Erik―.

Aquellos de nosotros que estábamos allí todavía llevamos esa carga.

―Creo que ya es hora de dejar de guardar secretos ―dijo Rumbold―.

Ahora que el peligro ya pasó gracias a —… y no podía obligarse a sí mismo

a decir su nombre—… su hija menor. No hay nadie que pueda hacer daño.

―Nada más que a mi orgullo ―dijo Woodcutter.

―Ahora todos somos familia ―dijo Monday―. Y la familia no debe

guardarse secretos.

Seven Woodcutter se sentó junto a Monday en el sofá. Ella era la más

pequeña en estatura, al igual que su hija menor, pero con profundas

arrugas en la cara por una vida bien vivida y una boca apretando

palabras que rara vez soltaba. En la mente de Rumbold, ella pertenecía a

un patio trasero de una casa destartalada con bordes de madera, con

tendencia a secar la ropa justo antes de una tormenta. Y sin embargo,

aquí ante él, con sus mejores galas, ella era la madre de princesas y reinas,

e incluso una fuerza más a tener en cuenta.

―Cuéntanos. ―Fue todo lo que dijo.

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Y como no podía negarse a su esposa, Jack Woodcutter se sentó

delante del fuego y contó la historia.

―Les contaré la historia tal y como la viví, así la podrán entender mejor

―dijo Woodcutter―. Hace unos cinco años, me llegó un paquete desde el

castillo. En él estaba el medallón de Jack Junior, el regalo de nacimiento

de su hada madrina, objeto que él había estado usando toda su vida. Él

que yo estoy usando ahora, es en su honor. ―Woodcutter se desabrochó la

camisa y sacó el medallón de debajo de su corbata—. Dentro del

paquete también había una carta del príncipe, donde decía bajo qué

circunstancias el medallón había llegado a su poder, y los detalles de

cómo Jack…

―...Murió ―finalizó Rumbold cuando parecía que Woodcutter no podía

continuar―. Asesiné un lobo en una partida de caza, en lo profundo del

bosque. Era el lobo más grande que nadie de nosotros hubiera visto.

Cuando lo corté para abrirlo, ese medallón estaba en su vientre.

Rumbold de repente sintió la empuñadura de su daga en la mano, la

piel de la bestia, el borboteo de la sangre entre sus dedos. Se preguntó si

cada recuerdo que regresara lo haría con tales sensaciones.

―¿Cómo pudo Jack ser asesinado por un lobo? ―preguntó Peter―.

Murió como un perro en los terrenos del castillo

―Jack no murió aquí ―respondió Rumbol―. Lo sé, porque el día en que

fue maldecido, yo también lo fui. ―Él esperó oír gritos de asombro por lo

que acaba de anunciar, pero solo respondió el silencio. Para esta familia lo

extraño era un evento cotidiano, cuyas aventuras podrían llenar tantos

libros como habían en los estantes de la biblioteca a su alrededor. Esta

familia también sabía historias: cómo contarlas y cuando escucharlas—.

Como saben, fue mi madrina quien maldijo a Jack.

―Tía Sorrow ―dijo Saturday.

―Sí, justo después de que sucediera eso, la madrina de Jack apareció.

―Tía Joy ―dijo Friday.

―Así es, vuestra tía Joy utilizó su poder para reducir a Jack a un perro

de un año de edad, entonces ella me maldijo. En mi cumpleaños número

dieciocho, pasaría un año como una rana.

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―¿Pasarías? ―preguntó Monday, claramente ya no era el joven

Rumbold que había sido.

―En un esfuerzo por romper la maldición, Sorrow lo pospuso por un año,

uno que no recuerdo, y del cual no estoy seguro de estar orgulloso de

contar si lo hiciese. Finalmente, hace varios meses, la maldición se cumplió.

Peter fue el más rápido con las matemáticas.

―¿Varios meses? ¿Entonces por qué aún no eres una rana?

Rumbold les enseño el zapato ligeramente arrugado que había estado

ocultando detrás de su espalda. Paso sus dedos amorosamente a lo largo

de los bordes de plata, oro y de brillantes perlas de cristal.

―Una niña encontró mi pozo mientras deambulaba por el bosque un

día, no hace mucho tiempo. Nos hicimos amigos. Ella volvía cada tarde, y

me contaba historias de su increíble y mágica familia: de la muerte de

Tuesday y el matrimonio de Monday, del tronco de Thursday y la aguja de

Friday. Me enamoré de ella, y me enamoré también de todos vosotros,

porque no recordaba mi vida. Ustedes eran la única familia que conocía.

―El balón de oro ―dijo Seven Woodcutter―. Ese eras tú.

―Si, ma‘am. ―Rumbold hizo una pequeña reverencia―. Me sentí

responsable de lo que pasó, y quise ayudar. Sunday me dio un beso en

señal de gratitud ese día y volvió corriendo a su casa, por lo que no vio...

―Se quedó mirando el zapato, con miedo de encontrarse con los ojos de

cualquiera―. Ella no vio que era yo.

―Oh, esto es ridículo. ¿Por qué no sólo se lo dijiste? ―preguntó Saturday

desde su silla.

―Esa era mi pregunta ―dijo Erik. Saturday parecía más allá de

agradecida por tener a un campeón de su lado.

―Vamos ―dijo Woodcutter a su casi más joven hija―. ¿Le habrías dado

la bienvenida al amor de un hombre al cual tu padre despreciaba?

―Sí. ―No hubo vacilación en la respuesta de Saturday.

―Sunday no es como tú ―dijo Friday.

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―No, mi niña guerrera ―dijo Woodcutter―. Ella no puede empuñar una

hacha tan bien. ―Los hermanos se rieron entre dientes a costa de su padre,

Saturday incluida. Rumbold envidiaba a Woodcutter por su capacidad de

influir tan bien en las emociones de una habitación. Pero había una

persona que aún no podía controlar.

―Un año ―dijo Seven Woodcutter a su marido―. Mi hijo no murió, y no

me lo dijiste. ¿Cómo pudiste?

―Con todo respeto, ma‘am ―dijo Rumbold―. Cuando Joy emitió el

contrahechizo, ella prohibió a todos decírselo a alguien. A medida que

pasaba el tiempo, me di cuenta que era, tanto para mi protección, así

como lo era para la seguridad del reino. Se le prohibió a su marido, a su

vez, revelar la verdad sobre la historia de Jack, o él habría revelado

también mi historia.

―Si era revelado en el reino que el heredero del trono de Arilland iba a

ser mágicamente convertido en una rana, podría haber habido

levantamientos ―dijo Velius―. El reino podría haber caído sólo por

enseñarle a un niño una lección.

―No me lo dijiste ―repitió Seven a su marido.

―Pensabas que estaba muerto ―le dijo Woodcutter―. ¿Preferirías haber

sabido que estaba vivo y bien, pero sin intención de volver jamás a casa?

―Habría dado lo mismo ―dijo Seven―. Lo pensé de todos modos, en lo

profundo de mi corazón. Y de alguna forma, todavía lo hago.

Woodcutter se levantó y cruzó la habitación para abrazar a su esposa,

quien no lloraba. Friday tranquilamente derramaba las lágrimas por ella.

―Sólo encontré el medallón en el vientre del lobo ―Rumbold señaló―.

Nada más. Es muy posible que Jack aún siga con vida.

―Él es un luchador, eso es. ―dijo Erik.

―No vayas difundiendo falsas esperanzas. ―advirtió Woodcutter.

―Conocí a una chica como el sol y los relámpagos. De repente soy

muy optimista acerca de todo. ―La jovialidad desapareció de Rumbold―.

A menos que de hecho nunca vuelva a verla. ―Sostuvo el zapato frente a

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él, ofreciéndoselo a cualquiera que lo tomara―. Apreciaría mucho si

alguno de ustedes le devuelve esto a ella, con mis más sinceras...disculpas.

―¿La amas? ―Fue Woodcutter quien hizo la pregunta, pero todos

esperaban su respuesta.

―Sí ―dijo inmediatamente. Sí, la amaba. Sí, la anhelaba. ¡SÍ!, le gritaba

su corazón.

―Entonces debes ser tú mismo quien se lo devuelva ―dijo―. Con

nuestra bendición.

―Pero yo no puedo. ―Sunday había dejado perfectamente claro que

no quería tener nada que ver con él.

―Ya nos íbamos ―dijo Seven―. ¿Vas a venir con nosotros?

―Ella necesita a su familia en este momento ―dijo Rumbold―. Ella no

necesita... Ella no quiere... ―Las palabras, una vez más se sintieron

estúpidas e inadecuadas―. Tienen que irse.

―Cuando estés listo, entonces ―dijo Woodcutter.

―Le ruego que transmita nuestros mejores deseos a su padre y a su

nueva reina ―dijo Seven―, así como nuestras disculpas por nuestra

acelerada retirada.

Rumbold hizo una reverencia. Seven hizo otra reverencia. Todos sus

hijos obedientemente hicieron lo mismo. Velius les enseñó la salida de la

biblioteca y de nuevo a la sala principal. Saturday, languideciendo en su

silla, se dio el lujo de mirar de arriba a bajo desde Rumbold hasta Erik

empujándose de pie. Cuando Friday pasaba, le susurró:

―!Ven pronto!

Rumbold los observó de pie. Esta familia había sido suya una vez, en un

sueño. Dioses dispuestos, que serían suyos otra vez. Con el resto de sus

fuerzas, agarró el zapato de oro y plata, del mismo tamaño que el agujero

en su corazón. A parte de Sunday, allí solo hacía falta una cosa: él mismo.

―Necesito que mis recuerdos regresen ―dijo a la habitación vacía.

―Por favor.

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―La pregunta es: ¿los quieres de vuelta? ―Sorrow se sentó a su lado en

el sofá y bebió una taza de té. Pero no era Sorrow; ésta era su hermana

gemela.

―¿Quieres recordar toda la tragedia, el terror, el desorden, la angustia?

―Una burbuja se levantó de la espuma del té y estalló delante de él en

cantos de pájaros de un día de soleado verano en su décimo año.

―Tanta muerte y destrucción. Esa es una carga muy grande para que

cualquiera pueda llevarla. Quiero dejar una cosa perfectamente clara: mi

―maldición‖ de cambio y nacimiento incluía todo. Tu pasado es el

pasado. Ha quedado atrás para siempre. Eres un borrón y cuenta nueva,

mi muchacho.

Joy apareció en dos burbujas atrapadas en tándem; su caballo

resbaló en la lluvia y se rompió una pierna, y allí estaba el olor a tarta

recién cocida de cereza.

―Pero solo si decides serlo.

Ella dobló sus tobillos, tranquilamente bebiendo de su té, como si ellos

no estuvieran rodeados por una niebla de dos metros de profundidad.

Burbujas rosas por todas partes, según sus ojos podían ver. Los libros de la

biblioteca habían desaparecido, y con ellos las paredes del castillo. Eran

sólo ellos dos, la niebla, el sofá y el té.

Una burbuja flotaba con una bala de cañón en su interior, en otro

flotaban los labios rojos exuberante de una bella mujer muy desnuda. Él no

quería tocarlos.

―¿Crees que debería? ¿Crees que estoy listo?

Joy se echo a reír, un sonido igual al que él había oído a menudo a su

derecha antes de que el mundo se volviera negro. Era increíble como dos

hermanas tan iguales como lo eran Joy y Sorrow podían ser tan diferentes

por dentro. Esa risa era alegre, no intrigante, traviesa, no vengativa; para ti,

no a ti.

―Hijo, nadie está preparado para nada. Yo nunca podría condenarte

a eso. ¿Qué clase de vida desventurada sería esa?

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Rumbold pensó que tal vez sería perfectamente feliz haciéndose viejo

con una agradable edad aburrida, ser viejo sin incidentes. Alegre y

hermoso, bueno y gay.

Joy hizo estallar la burbuja que nadaba justo delante de sus ojos.

En su interior había una rana y una niña con nariz pecosa en el sol

moteado del Bosque y era un tipo diferente de risa. Esto no era algo que

había olvidado, recordó cada detalle, cada olor y cada sonido. Este

recuerdo en particular era simplemente el que él estaba intentando

esconder de sí mismo, y le daba vergüenza.

La escena se desvaneció y lo dejó mirando a los ojos de Joy, de un

profundo violeta como el último momento del crepúsculo antes de la

oscuridad y noche interminable. Se perdió un momento, y no extrañó el

dolor de su alma.

―¿Nunca te preguntas como acaba ese en particular también?

Otra burbuja estalló por cuenta propia: Rollins entregándole baúles de

oro de su madre después del funeral. Él lo empujó lejos. Ese y unos cien más

de los mismos que no me dan lo que yo más quiero en el mundo, el joven

príncipe dijo a su criado.

―Tu me pusiste ahí a propósito, ¿Por qué? ―¿Por qué querría ella

ponerle ahí para encontrar el amor de su vida para que después rompiera

su corazón tan cruelmente?

―Yo no puedo sanar todas las heridas de este mundo ―dijo.

―¿Podemos salvar a Wednesday? ―preguntó él.

―Podemos intentarlo ―dijo―. A veces podemos empujar la balanza

lejos del caos. ―Ella se echó las manos a los costados. El té se había ido, el

sofá también, y sus secas botas negras estaban ligeramente por encima de

una extraña niebla burbujeante. Los colores ricos de poder le cegaron. Ella

sonrió brevemente, y le guiñó un ojo―. Pero primero, tienes que decírmelo.

¿Los quieres de regreso?

Su mente aún permanecía demasiado frágil para contener todos sus

viejos recuerdos, y su cuerpo lo estaba aun más. Habían burbujas por todas

partes ahora —una vida que valía la pena— tan espesas que casi pierde la

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vista de la alegría en ellas. Sería tan fácil dejarlos flotar, y salir de su pobre y

sola torturada alma. Pero…

―Los necesito ―le dijo a ella―. No estoy completo sin ellos.

Justo como Sunday.

―Buena respuesta ―dijo, justo antes de que el mundo explotara.

***

Cuando te despiertes, quédate quieto. No trates de ponerte de pie. No

quieres estar de pie cuando tu mente este de vuelta.

Rumbold rodó hasta el borde del sofá y vació todo el contenido de su

estomago en la maceta de una planta que tenia cerca.

―Debes asegurarte de enviarle una nota de agradecimiento a Sir Jon

Stafford ―dijo Velius―. Ese fue su regalo de bodas.

Rollins sacó un pañuelo y un vaso pequeño de agua. Rumbold se

enjuagó la boca y escupió de nuevo en la planta.

―Lleva esto al jardín de atrás ―ordenó al guardia que estaba en la

puerta de la biblioteca.

―No debería haberle dejado beber ese último vaso de vino ―dijo Erik.

―No fue el vino ―dijo Rumbold, tragando de nuevo para mantener en

silencio su estomago―. ¿Cuánto tiempo estuve fuera?

―Lo suficiente para ver a vuestra familia a salvo en casa ―dijo Velius

amablemente.

―Lo suficiente para que las festividades se hayan acabado en... bueno,

acabado ―dijo Erik.

El príncipe asintió.

―Tengo mis recuerdos ―dijo con incredulidad. Y luego, con más asco―.

Los tengo todos otra vez.

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Se volvió a lavar el persistente sabor amargo con más agua. Por

primera vez, ningunos de sus ingeniosos compañeros tenían nada que

decir. Ellos no habían olvidado nada. Siempre habían sabido lo que él era y

lo que había sido. No lo habían abandonado, como tantos otros habían

hecho. Cuando llegó el momento de que Rumbold pidiera su ayuda, se la

habían dado. Y todavía seguían junto a él.

Rumbold intentó ponerse de pie.

―Tengo que ir a buscarla.

Con una mano, Velius lo ayudó a bajar antes de que se cayera al suelo.

―Tienes que irte a la cama ―dijo―. O ser llevado a una.

―Puedo poner mis manos tan sólo para el transporte ―dijo Erik―. Pero

que me aspen si te llevo por todo el castillo. No eres lo suficiente lindo.

Rumbold agarró el codo de Velius.

―Yo la necesito.

―Cuando ella vea lo patético que eres, lo miserable que te ves, y ―Sus

fosas nasales se dilataron―… lo mal que hueles, estoy seguro que se tirará

de lleno en tus brazos y te sorprenderás cuando corra para alejarse.

Rumbold debería haberlo pensado mejor antes de pedirle ayuda a su

familia. Seguramente Erik sería más comprensivo.

―Tienes vómito en tu fajín ―dijo el guardia.

Rumbold arrancó el ofensivo fajín de su pecho. Se enredó sin gracia

alrededor de sus orejas, y una de las medallas le araño la mejilla mientras

se la quitaba. El esfuerzo lo dejó exhausto. Rollins con calma se llevó el fajín

lejos.

―Está bien ―dijo Rumbol―. Me voy a bañar, al menos. ¿Te quedarás?

―Tu padre y su esposa se fueron hace varias horas ―dijo Velius―. Eso

simplemente nos pone en desventaja con respecto al tiempo. ―Sacó a

Rumbold del sofá y le ayudó a equilibrarse. Caminó a la par junto al

príncipe por el camino a sus habitaciones. Erik y Rollins los siguieron

obedientemente detrás.

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Los sonidos de la sala de baile se alejaron rápidamente. Los pasillos

estaban tan vacíos como lo habrían estado en cualquier otro momento

durante las primeras horas de la mañana. El silencio y el ejercicio aclararon

lo suficiente la mente de Rumbol para captar lo que Velius le había dicho.

Si Wednesday y su padre se habían ido, ya sería demasiado tarde.

―¡Espera! Tenemos que… ―empezó a decir Rumbold cuando de dos

en dos se fueron apagando los candelabros del pasillo. Lo que sea que iba

a hacer, las sombras estaban de acuerdo con él. Solo deseaba encontrar

la manera de que ellas le dieran la energía suficiente que profundamente

le hacía falta.

Rollins, Erik y Velius, todos se volvieron de espaldas al príncipe, lo

rodearon en un triangulo de protección. Erik desenvainó una daga

malvada. Rollins envolvió el fajín de Rumbold alrededor de su puño,

extendiendo las medallas en sus nudillos.

Rumbold se deslizó dentro de la mano de Velius y apretó

herméticamente.

Su primo captó la indirecta, y rápidamente empujó un poco de su

propia salud y vigor a través de su enlace mágico. La palma del príncipe

quemó mientras tomaba la energía que pasaba de Velius hacia él.

Rumbold sabía que no era suficiente y que pagaría por eso más tarde,

pero se encontró considerablemente menos agotado de lo que había

estado hace un momento. La piel de Velius ardía como una antorcha, y

Rumbold por un momento sintió que su carne se quemaba. Todos sus

sentidos pasaron instantáneamente a ponerse más alerta. El aire se sentía

electrificado. Podía oír con que hambre las lámparas restantes consumían

el petróleo. Respiró profundamente y se quedó quieto. Después de que el

azufre se desvaneció, incluso se pudo distinguir el débil olor de lilas y

lavanda.

―¿Alguien más puede oler eso? ―preguntó Rollins.

―Primavera ―susurró Erik. Si los demás podían olerlo, también, tal vez

Rumbold no estaba tan loco como había pensado en un principio.

―Madelyn. ―Respiró Velius.

―¿Reconoces el olor de mi madre? ―preguntó Rumbold.

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―No ―dijo Velius―. La reconocí a ella. ―Señaló donde las sombras

cayeron a un lado de la pared. Dentro de ellas se encontraba una sombra,

más pequeña, delgada y fantasmal, con el pelo largo y suelto. Tenía una

túnica o una bata. Velius y Rumbold se hicieron a un lado para hacerle sitio

a la mujer, aunque ella no estaba físicamente entre ellos. En la pared,

vieron como unas considerables alas se desplegaban y los abarcaba a

todos ellos―. No las tenía antes ―dijo Velius.

―Las ha tenido desde que empecé a ver su fantasma ―dijo Rumbold―.

Desde que regresé del pozo.

―Las noches que te despertabas en la chimenea ―dijo Rollins.

―Sí.

―¿Hay alguna otra locura que no hayas pensado en mencionar?

―preguntó Erik. No importaba si el fantasma fuera amable o no, él no hizo

ademán de bajar la guardia.

―Esto pasó anoche ―dijo Rumbold―. Las luces me llevaron a la torre.

―Con su padre, Sorrow y su secreto tras la puerta cerrada. Y... ¡Wednesday!

¡Su madre le llevaba hasta Wednesday!

―¿La torre del cielo? ―le preguntó Erik. Rumbold asintió con la cabeza.

Los plebeyos le llamaban así, porque la torre la ocultaban las nubes casi

todos los días. Se decía que uno podría aventurarse a la cima de la torre y

buscar la bendición de los Señores del Viento.

―Yo no soy muy fan de las alturas ―admitió Rollins en un susurro.

―Podrías irte a mi habitación ―dijo Rumbold―. Erik y Velius pueden

hacerse cargo de esto. ―apartó la vista de su sorprendente alada madre

lo suficiente como para colocar una mano en el hombre que había sido

mucho más que un padre a lo largo de los años que él que si lo era de

carne y sangre.

―Voy a estar bien.

Rollins no parecía confiar mucho en la bravuconería de Rumbold.

―Va a estar bien ―dijo Erik. Rollins obviamente confiaba un poco

menos en el guardián―. Estaré vigilándolo, si eso está bien.

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―Cuantos más, mejor ―dijo Velius.

―Bien, Señores ―dijo Rumbold―. ¿Nos vamos?

Esta vez sabían a donde dirigirse, por lo que Rumbold y sus hombres

recorrieron el camino y llegaron brevemente a la torre. La sombra de

Madelyn también prescindió del espectáculo de luces, simplemente se

limitó a acompañarlos en fugaces formas mientras recorrían el pasillo y

subían las escaleras.

Cuanto más alto subían, más frio hacía. El viento silbaba a través de las

morteras grietas y cantaban una triste nana. No pasó mucho tiempo antes

de que Rumbold pudiera ver su aliento ante su rostro. Estaba agradecido

de que no se hubiera quitado la maloliente chaqueta junto con el fajín.

Acarició el bulto en su pecho donde guardaba el zapato de Sunday,

escondido con seguridad cerca de su corazón.

―Realmente no soy fan de las alturas ―murmuró Rollins de nuevo. Él se

pegaba a las paredes mientras subían.

―Siempre he odiado esta torre abandonada de la mano de Dios ―dijo

Erik cuando observó otra ventana completamente bloqueada por las

nubes―. Nada debería ser más alto que el cielo.

―Nada en este mundo, de todos modos ―dijo Velius―. Dime, primo,

¿qué esperanza tenemos de encontrar el final de ese laberinto?

―Wednesday ―dijo Rumbold―. Mi padre y Sorrow... Creo que van a

hacer algo con ella.

Velius se detuvo en medio de un paso.

―No. Ahora no. Todavía no. Quiero decir, lo sospechaba pero el

vínculo del matrimonio no se fija tan rápidamente. No ha habido tiempo

suficiente. Ellos necesitan el consentimiento de ella, que lo permita, pero es

tan reciente, el dolor sería insoportable. Inimaginable. El dolor... Oh, Dioses.

―Él chasqueó para llamar la atención.

―Rápido, hombre. ¡No hay tiempo que perder!

Así que Velius lo sabía, entonces. Rumbold se preguntó hacía cuanto

tiempo su primo sabía que el Rey estaba asesinando a sus esposas. El

príncipe estaba desesperado por saber exactamente lo que le había

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sucedido a su madre, el dolor que había sufrido, que agonías la habían

obligado a su efímero estado actual, pero sería una conversación para

otro momento. En este momento, necesitaba encontrar todas las fuerzas

prestadas para subir las escaleras y evitar que Wednesday corriera una

suerte similar.

Rumbold levantó las rodillas para poder mantener el ritmo detrás de su

primo de repente ansioso, teniendo cuidado de no resbalar en los

húmedos escalones de piedra. La sombra de Madelyn volaba de manera

constante y beatificante por encima de sus cabezas.

Los muslos del príncipe gritaron más fuerte que sus pies. Sus palmas

estaban sudorosas y aún ardían por el tacto de Velius. Sus pulmones se

congelaban con cada frío aliento que tomaba de la niebla que los

rodeaban, pero él estaba decidido a seguir hasta el final. Se lo debía a

Sunday por el infierno que él le había hecho pasar. Le debía la vida de su

hermana.

Los gritos los alcanzaron antes de llegar a la parte superior de la torre:

un hombre y una mujer, y posiblemente todos los ángeles del cielo.

A la altura en la que estaban, las nubes se habían convertido en

huéspedes del castillo, lo decoraban como un nido de niebla. En varias

ocasiones, los hombres quedaron casi ciegos y obstaculizaban el paso. Los

gritos hicieron eco a través de la niebla, rebotando en las paredes

desnudas, y llameando en sus orejas. Por suerte, la capa de nubes era

delgada, y pronto pasaron a través de ella. Rumbold dejó atrás la

humedad, pero el frío persistía. Era mucho más difícil respirar ahora, y sus

globos oculares se sentían demasiado grandes para sus orbitas. Si no

hubiera sido por la infusión mágica de Velius, él nunca habría llegado tan

lejos.

Salieron de la niebla para encontrarse con una gruesa puerta de

madera oscura con bandas de hierro para personas mayores. Velius

detuvo a Rumbold antes de que pudiera acercarse más.

―No queremos jugar esta batalla antes de que sepamos exactamente

que nos espera en el otro lado.

―Wednesday ―dijo Rumbold.

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―Sangre ―dijo Rollins.

―La muerte ―dijo Erik.

Madelyn no dijo nada.

―Es por eso que vamos a evaluar la situación en primero lugar ―dijo

Velius, y se inclinó hacia la ventana.

Si uno tiene un castillo con una torre —o varias— que traspasan los

cielos, uno pone tantas ventanas como sea posible en la parte superior de

modo que se pueda mirar hacia fuera sobre sus propios dominios en un día

claro.

Rumbold no estaba seguro de que sus antepasados hubieran

construido la torre, pero habían tenido un ego muy grande y piernas

fuertes.

Los gritos llegaron a ellos de detrás de las enormes puertas, también

desde la ventana, lo que significaba que había una ventana en la

habitación detrás de esa puerta.

Erik pegó también su cabeza y escudriño la pared exterior de la torre.

―No hay de que agarrarse ―dijo―. No esperes que uno de nosotros

escale hasta allí.

―No ―dijo Velius―. Vamos a ir caminando. ―Tenía una de sus manos en

la ventana, paralela al mar de nubes justo debajo de ellos. Cerró los ojos.

―¡Espera! ―dijo Rumbold―. Se darán cuenta de que estás haciendo

magia.

Velius abrió un ojo entrecerrándolo hacía él.

―En este momento, ni siquiera se darían cuenta de si los muros del

castillo se cayeran.

Me pareció justo.

Velius cerró otra vez los ojos y susurró algo que sonada como ―Xalda.‖

Por un breve instante, la luz de la luna a través de las nubes fue de un azul-

violeta. Y entonces Velius saltó por la ventana.

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Erik fue más lento en seguirlo, pero lo hizo. Rumbold se volvió hacia

Rollins.

―No tienes que hacer esto. Puedes quedarte aquí.

El criado miró las nubes y luego de vuelta hacia abajo a las escaleras

de caracol.

―Ya he llegado hasta aquí ―dijo. Cuando Rumbold se puso a

horcajadas sobre el alféizar, Rollins le cogió la mano―. Si encontramos

alguna brecha en las nubes cubiertas, confiaré en ti para rodearla.

―Por supuesto ―dijo el príncipe.

Al pisar la nube, Rumbold se dio cuenta de que era menos resistente

de lo que él se esperaba: era más como pisar hierba espesa que madera

sólida. La brillante luz de la luna hizo que las alas de Madelyn proyectaran

sombras fantasmales al volar a lo largo de la pared exterior de la

habitación que estaban buscando.

―¿Le importaría, Su Alteza? ―preguntó Velius.

Madelyn extendió ampliamente sus alas para que su sombra los

ocultara de la vista. No es que lo necesitaran, podrían haberse quedado

allí actuando como bufones y nadie en esa habitación se habría dado

cuenta.

Había un triangulo de color blanco y rojo pintado en el suelo, con una

estrella en su interior. En un punto del triangulo estaba Wednesday, aún

con su vestido de bodas, con los brazos extendidos, la cabeza echada

hacía atrás y gritando a las estrellas. Sorrow estaba de rodillas en otro

punto del triángulo, doblada obviamente por el poderoso hechizo que

estaba realizando. Parecía haber recuperado el poder que le había

estado prestando al Rey esos últimos tres días. Él se sentaba en el tercer

punto, como una estatua. Estaba delgado, reseco e inmóvil como un

cadáver.

Un cadáver con una corona.

Ante sus ojos, Wednesday comenzó a secarse y encogerse. Se

acurrucaba sobre sí misma como un helecho en una tormenta de hielo. Su

boca estaba cerrada, pero los gritos aún resonaban. El blanco vestido de

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novia que llevaba la envolvió, tragándosela. Los únicos trozos oscuros que

quedaban eran sus ojos, unos ojos violetas que ahora miraban desde el

cuerpo de un ganso del blanco más puro. Ella extendió sus alas y aleteó

salvajemente. Sus gritos se transformaron en una rápida sucesión de

bocinazos desesperados.

Pero aunque el cuerpo de Wednesday se había convertido en el de un

ganso, su sombra no lo había hecho. Se mantenía en equilibrio, con los

brazos extendidos sobre la cabeza, inclinada hacia atrás, su garganta

gritando impotente sin voz.

Sorrow colapsó.

El rey, que no estaba tan muerto como parecía, saco uno de sus

delgados brazos y la agarró con fuerza. La sombra de él se agarró al

vestido de la sombra de Wednesday, y tiró de ella hacia él.

―¡No! ―dijo Rumbold lanzándose por la ventana. Velius y Erik clavaron

sus uñas en él, pero no pudieron detenerlo. Agarró el ganso frenético bajo

su brazo para impedir que se hiciera daño a sí misma con sus batientes alas.

Ella picoteó su vientre con un afilado pico, pero él no la dejó ir.

Sin preocuparse por la presencia de su hijo, el Rey alcanzó con la

mano que no sostenía a la invisible Wednesday, un recipiente lleno de

sangre. Sangre fey. A juzgar por las líneas profundas en sus antebrazos,

toda esa sangre pertenecía a Sorrow.

Rumbold se tambaleó cuando puso todas las piezas juntas. El Rey

había dado un festín de ganso tras el funeral de Madelyn. Había robado la

sombra de Madelyn y agotado su poder, su esencia, hasta que no quedó

nada de ella, mientras que él vivía una muy larga y natural vida.

―No vas a matar este ganso, padre.

―Tú no eres hijo mío. ―El cadáver le escupió con palabras roncas.

Rumbold se lo había dicho a sí mismo más de una vez en su vida, pero

todavía dolía―. Te voy a arrebatar ese pájaro, lo consumiré y su poder será

mío para siempre.

El Rey sacó una larga y malvada aguja de la orla de su traje de novio y

la introdujo dentro de la sangre. Cuando la sostuvo en alto una vez más,

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estaba atravesada por un fino hilo de color rojo oscuro. Tontamente,

Rumbold vio como daba una puntada.

Él estaba cosiendo la sombra de Wednesday por su cuenta.

Hizo otra puntada y se enderezó. Con cada tirón del hilo, el Rey

absorbía más de la juventud de Wednesday, y su poder. Erik arrojó un

puñal al Rey para detenerlo, pero cayó al polvo a sus pies. Velius lanzó un

rayo que rompió en una ducha de luces de colores.

Una puntada más y los cabellos del Rey pasaron de gris al color del

trigo nuevo. Empezó a erguirse más alto, tan grande como lo había sido y

luego más.

―Esto ciertamente nunca había sucedido antes ―dijo Velius―. Yo lo

recordaría.

―Tenemos que salir de aquí. ―Rollins agarró la manga de Rumbold y lo

sacó de su aturdimiento―. ¡Rápido!

Los cuatro hombres salieron por la ventana de la torre, de nuevo sobre

la inmensa extensión de la nube. Erik se dirigió hacia la escalera, pero

Velius lo detuvo. La sombra de Madelyn oscurecía el camino.

—No por ese camino —dijo Velius—. Tenemos que correr.

Al igual que perros de caza, recorrieron el paisaje de nubes brillantes.

Fiel a su palabra, Rumbold observó para evitar cualquier grieta u hoyo que

pudiera haber en la superficie, pero no había ninguno. Se preguntó cuánto

tiempo le llevaría al Rey terminar de coser, y exactamente en que

monstruo se convertiría una vez lo haya hecho. Wednesday era de mucha

más sangre fey que todas las mujeres que había tenido; eso no era una

suposición... Entonces Rumbold escuchó gritar su nombre detrás de ellos.

La furiosa llamada, si bien era familiar, era más profunda y fuerte de lo

que la había oído antes. Los hombres se detuvieron y volvieron su cabeza

el tiempo suficiente para ver salir un enorme brazo desde la ventana de la

torre, seguido por una enorme corona en una enorme cabeza. La

estructura se agrietó y se derrumbó alrededor del Rey, como si se tratara

de un pollito en un huevo de piedra del tamaño de una casa.

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El impresionante poder de Wednesday había transformado al Rey en

un gigante, un gigante que estaba a punto de perseguirlos a través de las

nubes por donde ellos habían escapado. Sus piernas eran suficientemente

largas para cruzar la distancia en la mitad del tiempo que les había

tomado. Se los comería de un solo bocado, una vez que los hubiera

capturado.

Rumbold cerró los ojos y apretó con más fuerza el ganso. Como uno

solo, los hombres se volvieron y comenzaron a correr de nuevo,

precipitándose hacía el Bosque.

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Capitulo 19 Aquellos que estaban a la izquierda

unday despertó en las piedras junto a la ventana en el nido de

Wednesday. Aun estaba oscuro. Las aves estaban en silencio.

Las nubes aún oscurecían la luna, y el viento azotaba los

arboles. Una tormenta se acercaba, pero no había empezado a llover aún.

Un trueno retumbó en el amenazante cielo, seguido del sonido que había

irrumpido en sus sueños y la había despertado.

Trix la estaba llamando.

Sunday no se detuvo a cambiarse su viejo vestido de noche. No le

importaba si despertaba a Saturday o a Peter, mientras bajaba los

escalones de la torre, ni le gritó a quien fuera que tuviera el fuego de la

cocina encendido a esta hora. Dejó la puerta principal abierta tras ella en

su prisa. Trix la llamaba a ella y a nadie más. Su hermano la necesitaba, así

que ella se apresuraba.

—¡Sunday! — gritó. —¡Están llegando!

Sunday giró en la esquina de la casa para ver a Trix, empequeñecido

por el monstruoso tallo, apuntando hacia el cielo. Entrecerró los ojos hacia

la oscuridad hasta que finalmente, contra una pálida hilera de capas de

nueves, divisó varias figuras pequeñas que bajaban escalando del tallo.

Mientras crecían, se dió cuenta de que eran hombres. Eran cuatro: dos

bajaron rápidamente y uno de los más lentos llevaba algo bajo su brazo

que obstaculizaba sus movimientos, algo que se desprendió y revoloteó,

luego se deslizó, lentamente hacia el suelo.

S

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—¡No! — gritó, y supo al momento que era Rumbold allá arriba

tratando desesperadamente de no caer del tallo. El blanco ganso que

sostenía bajo su brazo aterrizó a los pies de Sunday y miró hacia sus ojos

violetas. Los ojos de Wednesday.

¿Qué había pasado en el castillo después de que se fue?

La figura negra que lideraba trabajó rápidamente la distancia de los

cielos al suelo, hasta que se acercó lo suficiente para saltar lo que

quedaba de camino.

—Rápido, — dijo Velius sin aliento mientras se enroscaba a sus pies. —

Necesitamos cortar esta cosa.

—Trix, ve a traer el hacha de Sunday— dijo ella, pero Saturday ya corría

hacia ellos, con hacha en mano, largo cabello dorado fluía alrededor de

su determinado rostro. Su vestido blanco se elevaba en la oscuridad como

si fuera una guerrera pura fantasmal de más allá del velo. Sus vengadores

esperaron solo lo suficiente para que el rudo guardia pelirrojo saltara fuera

de la base antes de que ella levantara sus fuertes brazos y golpeara. La

pulida hoja de su hacha encantada entró en la carne del tallo y se enterró

profundamente, pero no sería lo suficientemente rápida para detener lo

que fuera que los perseguía.

Sunday se encontró con los ojos de Trix lo suficiente para acordar no

discutir la milagrosa recuperación de Saturday.

—Buscaré a papa, —dijo, y corrió hacia la casa.

Velius miró el ganso, el cual veía la escena con una desapegada

indiferencia.

—¿Esta ella…?

—Ella está bien, — dijo Sunday.

—Sunday, lo que sea que pienses…

—Ahora no, — dijo. —Por favor solo ayúdalos.

Erik ya había empezado a talar el gigantesco tallo con su daga,

sacando cada tallo pequeño para llegar al corazón del árbol y su base.

Papa corrió pasando a Sunday en una camiseta suelta y pantalones y

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añadió su vieja hacha al esfuerzo. El guardia se hizo a un lado mientras

Saturday y papa mantenían su ritmo: uno golpeando después del otro en

un practicado ritmo.

Sunday nunca había presenciado a su padre y hermanos trabajar en el

bosque. Sus habilidades eran impresionantes. Papa soplaba alientos

estables mientras el sudor empezaba a bajar por su frente; su hermana era

una ráfaga de músculos, cuchilla y cabello. Pero mientras más rápido

talaban, Sunday sabía que ninguno de los viejos arboles que habían

tumbado era tan grueso como este tallo.

Trix se reunió en la base del tallo con arco y flechas en mano y el resto

de la familia remolcada, todos en trajes excepto por la tía Joy, la cual

seguramente era la que tenía el fuego en la cocina acompañada de su

tetera. Mama y Friday ambas estaban envueltas en mantas. Sunday

debería haber tenido frio con su viejo traje y pies descalzos, pero no sentía

nada. Miró hacia arriba del tallo, hacia el resuelto rostro del hombre cuyos

sueños compartía, y no sintió nada. Había venido, mientras que ella no se

había atrevido a tener esperanzas de que lo hiciera.

Había venido, pero no por ella.

Otro trueno retumbó de nuevo mientras las nubes se estremecían y se

apartaban.

—No son truenos, — dijo Velius.

El pie gigante arremetió de entre las nubes y tomó su parte del tallo. Se

balanceó, pero el monstruoso pilar sostenía el peso del gigante. El gigante

dio un paso hacia abajo, luego otro, y luego otro más. Las nubes se

aclararon lo suficiente para enseñar los colores en su traje de boda y

reflejar la luz de la luna en una corona dorada: el rey.

Él rugió de nuevo por su hijo. Pidió su cabeza y amenazó con destrozar

su pequeño cuerpo entre sus poderosos dientes. Repentinamente, Sunday

sintió algo. Se sintió muy, muy asustada.

—¡RUMBOLD! — gritó el gigante, y sacudió el tallo en sus brazos.

Velius estaba lo suficientemente cerca para alcanzar al príncipe

cuando cayó. Erik lanzó su daga y atrapó al otro hombre… ¿el criado de

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Rumbold? ¿Quién lleva a un sirviente a que lo acompañe a huir de un

gigante?

Una vez que recuperaron su equilibrio, los hombres retrocedieron a

donde se reunía la familia. El príncipe lucia como si hubiera sido golpeado

y luego arrastrado por varias millas de camino. Ella ansiaba preguntarle,

pero ahora no era el momento. Añoraba meterse bajo su agotado brazo y

confortarlo, pero se alejó de ellos y no se encontró con su mirada. No

había venido por ella.

—PUEDO SABOREAR TUS HUESOS, — dijo el gigante. Sunday sintió su voz

retumbando fuertemente en su pecho.

—¿Tienes otra hacha? — le preguntó el guardia pelirrojo. —Tal vez

puedo ayudar.

—No, — dijo Peter. —romperás el ritmo. Esta es la manera más rápida.

—¿Podemos prenderle fuego? — preguntó Friday.

Velius sacudió su cabeza.

—Muy verde. No se prendería.

Trix empezó a lanzar sus flechas al cielo, pero cayeron lejos de su

objetivo. Incluso si golpeaban al monstruo, serian poco más que una

molestia.

El miedo de mama saco lo mejor de ella. Tomó la camisa de Velius en

puños desesperados.

—Tienes que ayudarlos, — lloró, y luego tapó s boca con su mano.

—¡Tonta hermana menor! — gritó Joy. —Deberías saber más para

ahora. — Ella sacudió su mano, y mama agarró su cuello. —puedes

recuperar tu voz cuando recuerdes como usarla. Tu — señaló a Velius —

debes ayudarlos ahora. No tienes opción. ¡Dales la fuerza que puedas! —

Colocó una mano en su hombro. —te sentirás forzada a sacarlo de ti. Trata

de no hacerlo. — El hijo del duque asintió y se unió a papa y Saturday en el

árbol.

Enganchándose furiosamente, el ganso blanco tomo vuelo.

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—¡No! — gritó el príncipe de nuevo. Su garganta estaba tosca. El

guardia y el criado se lanzaron hacia el ganso de Wednesday, pero fue

muy tarde. —Si se las arregla para comerla…—le dijo Rumbold a Joy.

—.. Entonces el hechizo estará completo, — terminó Joy. —Y él muere,

ella muere también— ella lo sabía. Esto era el porqué de que se quedara

en la torre. Este era el peligro, el futuro del cual se había comprometido a

salvarlos.

Habiendo inadvertidamente condenado a otro hijo a una posible

destrucción, mama colapso en una ráfaga de sollozos silenciosos. Friday

envolvió sus brazos en torno a los hombros temblorosos de mama. El resto

observaba como el ganso de Wednesday se disparaba hacia el cielo. Se

le unieron rápidamente dos manojos de plumas blancas: los pichones de

Sunday. Trix los animó, el pequeño trío se empeño en atacar a un gigante

contra todo pronóstico. Volaron hacia su cara. El gigante los sacudió. Ellos

perdieron siendo atrapados en sus enormes manos y lanzados alrededor

del tallo de nuevo para reagruparse.

Durante todo ese tiempo, el ganso de Wednesday nunca detuvo su

provocación, graznando acusatoriamente al rey gigante. El graznido fue

respondido por una especie de aullido. El llanto de un chotacabras. El

canto de un ruiseñor. En el ladrido de un cuervo, masas de aves salieron de

los arboles alrededor de ellos y volando de cara hacia el gigante. Los

humanos y hadas debajo de ellos se unieron a Trix en su aclamo.

Las aves picotearon los brazos del gigante rey, sus piernas, su cuello, sus

ojos. No tenían suficientes manos para sacudirlos a todos. Se inclinó hacia

adelante y atrás, tratando de esquivar el ataque. El tallo se balanceó

fuertemente. Papa y Saturday nunca pararon de talar. Velius estaba en

una rodilla entre ellos, con las manos levantadas a cada lado, y los tres

brillaban con una luz azul violácea. El tambaleante tallo crujió, y luego se

rompió.

Peter se lanzó hacia papa. El príncipe hacia Velius. Erik hacia Saturday

y la lanzó lo más lejos posible de la base del tallo.

—Fuera abajo, — susurró Trix.

La casa no, rezó Sunday. Por favor Dios, no la casa.

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El tallo se balanceó de nuevo hacia la torre, y luego cayó hacia el

bosque, el gigante rey gruñón y aullador que aún estaba envuelto en aves

nocturnas, se desplomó. Cuando tocaron el suelo el mundo se sacudió.

Aquellos que quedaron en pie pronto estuvieron cubiertos por una capa

de escombros.

Sunday estaba ciega. Abrió su boca para respirar y fue golpeada por

polvo, tierra y suciedad. El rugido del gigante rey se mezcló con el rugido

de la tierra y luego no pudo oír nada más. Ningún graznido de aves.

Ninguna hoja agitada. El polvo se asentó.

Friday fue la primera en encontrar su voz.

—¿Está muerto?

—No. — La tía Joy fue la primera en encontrar su paso. Marchó hacia

donde estaban Peter y papa y sacó la cuchilla encantada de su vaina. Le

susurró a la hoja, y símbolos azules brillaron por toda su longitud. Joy se

encaminó hacia la coronilla del gigante, empujó su cabello hacia atrás, y

pulcramente cortó su garganta.

Un geiser de sangre y humo espeso u negro salió de la herida. El hedor

del mismo amordazó a Sunday, apretó su nariz, y tragó varias veces en

rápidas sucesiones. Mientras más y más de la oscuridad salía del gigante, el

cuerpo del rey se reducía.

—Vete, — le dijo Joy a la negrura. —No eres bienvenido aquí.

El humo se agitó, se cernía sobre Velius y el príncipe, y luego

desapareció en el bosque.

El ganso de Wednesday aterrizó en el estomago del rey; los dos

pichones blancos se asentaron sobre el tallo caído tras de él. Joy levantó al

ganso por el cuello y rebanó su estomago con su aún brillante cuchilla.

—Ya que tu sangre le da poder, — dijo Joy, —déjalo devolvértela—

otra niebla se filtró de las plumas manchadas, esta mas violeta que negra.

El cuerpo de Wednesday tomó forma en las sombras. Velius estaba allí

para sujetarla cuando se puso rígida y colapsó en sus brazos.

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Friday se movió para cubrir la forma desnuda de Wednesday con su

delgada manta y el pelirrojo tomó el cuerpo del ganso de las manos de la

tía Joy.

—Ahora, — dijo Joy. —Acerca de esas sombras. — Dibujó una línea en

la mugre alrededor del cadáver con la punta de la daga, y varias sombras

se liberaron del rey. Una se cernió sobre Friday y el ganso, sus grandes alas

se alzaron.

—Peter, Trix — llamó tía Joy. —Busquen algunos cuencos y recojan toda

la sangre que puedan antes de que la tierra se la beba. Friday, vamos a

necesitar tu prendedor. —Friday aun tan silenciosa como mama, sacó su

prendedor de donde reposaba en su hombro, en la costura de su vestido.

—Rumbold, ven aquí.

—Me disculparas si rechazo más de tu magia, mi señora. — Hizo una

reverencia para disminuir el odio en sus palabras. Sunday quería reír, ya

que ella le diría lo mismo a tía Joy.

Joy puso los ojos en blanco con exasperación.

—Eres lo suficientemente terco para parar un huracán, joven. Como tu

madre. — Rumbold sonrió sutilmente a eso. —Pero si continuas dejando

que Madelyn se alimente de tu fuerza vital, esa tormenta caerá sobre ti.

—¿Qué?

—Tú fuiste transformado por solo la mitad de tiempo que Jack,‖ —dijo

tía Joy. —Deberías haberte recuperado completamente en uno o dos días.

Pero cuando ayudaste a separar a tu madre de la sombra de tu padre,

ella se unió a ti.

El ángel sombrío sacudió su cabeza con vergüenza. Plegó sus grandes

alas y se pegó al lado de la sombra de Joy en la luna.

—Ella ha estado protegiéndome, — protestó Rumbold.

—Y haciéndolo, estuvo muy cerca de matarte, — dijo Joy. —Debes

dejarla ir. — Se arrodilló a los pies de Rumbold y uso el cuchillo para dibujar

otra línea en la tierra, a través de su sombra. —Se quedará hasta que la

luna caíga y salga el sol, y luego se irá. Tienes hasta entonces para

despedirte.

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El aliento de Sunday se trabó; lagrimas recorrieron sus mejillas y el barro

manchó su viejo y sucio vestido. Perdido por tanto tiempo y apenas

encontrado, y ahora solo tenía un par de horas en las cuales resumir una

vida de amor y confusión. Sunday observó hacia donde sus padres se

sentaban en la grama, la capa de mama hundida con fuerza en el sólido

abrazo de papa. Ellos tenían sus imperfecciones, pero aun eran sus padres,

siempre los perdonaría, y no sabía lo que haría el día que tuviera que vivir

sin ellos.

Friday también lloró, enroscada a los pies de Wednesday, cosiendo la

sombra de su hermana a su cuerpo con un hilo de sangre de su broche de

plata. Trix sostenía el cuenco por ella. Peter se arrodilló en la piscina de la

vida del rey y tomó lo que pudo.

Rumbold se dirigió a la sombra.

—Yo…— se sacudió y se volteó hacia Joy. —No sé qué decir.

—Agradécele por tenerte, — Jack Woodcutter dijo.

—Agradécele por protegerte, — sugirió Peter.

—Agradécele por permanecer todo lo que pudo, — hipó Friday y

sostuvo su aliento en un sollozo.

—¡Dile que estas orgulloso de ella! — disparo Saturday.

—Dile que siempre la recordaras, — dijo Trix.

Rumbold asintió a cada sugerencia pero permaneció

remarcablemente calmado. Miró la sombra de su madre y a través de esa

sombra hacia el tallo. Abrió su boca para hablar y luego la cerró de nuevo.

El dolor que sentía se empezó a notar en su rostro, y sacudió la cabeza.

Sunday sabía que no quería que lo último que su madre viera de él fuera

un hombre débil. Pero también sabia, profundamente en su corazón, que

a su madre no le importaba. La madre de Rumbold amaría a su hijo ahora,

tanto como siempre lo había amado, y así lo haría para siempre, hasta el

final de los tiempos. Justo como la madre de Sunday lo hacía.

Mama la miró y vio el lamento en los ojos de su hija. Pinchó a Joy en el

hombro. Ella agitó sus dedos en la garganta de mama.

—Solo dile que la amas, — dijo mama.

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Y porque mama lo dijo, Rumbold obedeció.

—Te amo, — le dijo llorando a la sombra y luego cubrió su miserable

rostro con sus manos.

Sunday no podía estar quieta por más tiempo. Rumbold podía no

haber venido por ella, pero no lo podía dejar solo. Sollozando libremente

ahora, corrió hacia él y enlazó sus brazos alrededor de su cintura,

deseando en él cualquier fuerza que tuviera en su pobre cuerpo. Él le

devolvió el abrazo, enterrando su rostro en su cuello y dejándola derramar

las lágrimas que él no podía.

Sunday sintió que la noche se oscurecía más a su alrededor mientras el

ángel los abarcaba a ambos con sus alas. Al menos, la madre de Rumbold

dejaría este mundo sabiendo que su hijo era amado.

Wednesday se revolvió en los brazos de Velius. Mama y papa aun se

aferraban juntos en busca de alivio. El criado de Rumbold susurró en el

oído de Trix y envió su precipitada espalda a la torre. Erik y Saturday

recuperaron las hachas de la base del tallo – pero lo que sostenía Saturday

hacia el cielo ya no era un hacha. Era una larga y brillante espada, su

empuñadura decorada con líneas de runas, como el cuchillo de Peter.

—Esto es mas como eso, — dijo la hermana guerrera de Sunday con la

milagrosa habilidad sanadora, no tan normal después de todo. Practicó

moviéndola alrededor salvajemente. El pelirrojo guardia saltó para

detenerla de herirse de nuevo.

La locura había acabado. Wednesday estaba a salvo. El rey muerto.

La madre de Rumbold finalmente tendría su bien merecido dulce

descanso eterno. La tía Joy había supervisado la sanación del mundo.

Allí estaban todos, Sunday en su vestido, en una piscina de sangre de

gigante junto a las ruinas de un tallo mágico, bañada en la tranquila luz de

luna, y rodeada de las personas que mas amaba en el mundo. Iban a

sobrevivir, y a su tiempo, todos estarían bien. Pero no juntos. Esto era el fin.

En ese momento, Sunday se sintió completa y absolutamente sola.

Dejó ir a Rumbold. Luego giró en sus talones y empezó a caminar hacia

la torre, un pie sucio y descalzo delante del otro, de regreso a la tranquila

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locura de su vida anterior. Trix la pasó en su camino de regreso, llevando

uno de los cojines cosidos del sofá de Friday en sus manos.

—Sunday, espera.

Finalmente, finalmente, Rumbold la llamó. Finalmente, cuando ella ya

no tenía la fuerza para voltear. Miró la casa, a la llamativa torre que

sobresalía de ella y que había sido su hogar y así permanecería, por y para

siempre. Siguió caminando. Tal vez ahora que Wednesday era reina,

mama la dejaría tener el nido.

—Lo siento— dijo.

Se detuvo y estrujó sus manos en su pecho, preguntándose como a un

corazón que había sido roto tantas veces en la semana pasada le

quedaba aun una pieza lo suficientemente grande como para destrozarse.

—No hagas esto.— declaró silenciosamente.

—Sunday, por favor, — lloró. —No me dejes de nuevo.

Se negó a voltear; hacerlo solo destrozaría su resolución.

—Encárgate de tu madre. No tienes mucho tiempo, — dijo Sunday. —Y

luego ve a casa. Sigue sin mí.

—No sé cómo.

Cerró los ojos. Había tanta alegría en ella, y tanta pena. Que

apropiados eran los nombres de sus madrinas. Que par eran las dos.

—Es tarde. — Suspiró. —Estoy cansada — lo cual era cierto —Y estoy

inmunda —no quería pensar en el contenido de la mugre que la cubría de

pies a cabeza —y…

El aire a su alrededor brilló de azul y se llenó con pequeños rayos que

hicieron que todos los vellos de su cuerpo se erizaran. Sus pies dejaron el

suelo brevemente, y sus lágrimas se secaron en una invisible y cálida luz

solar. Una felicidad inmensa la llenó, y ella brilló, de adentro hacia afuera.

Cuando sus pies tocaron el suelo nuevamente y el polvo de hadas se

atenuó, se encontró a sí misma en el vestido de baile dorado y plateado.

Su cabello estaba limpio y peinado hacia atrás con los fantásticos broches

de Thursday. Incluso la suciedad bajo sus uñas se había ido. Levantó su

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falda para ver que la sangre había sido lavada de sus pies, y que solo

usaba un zapato. Sin más excusas, Sunday se volteó.

Su familia le sonreía.

El glamour en el que Joy la había bañado los envolvió a todos: mama,

papa, Peter, Friday, Saturday – incluso Trix – estaban similarmente

adornados con sus mejores galas. Velius permanecía con un brazo

alrededor de Wednesday en el vestido gris besado por las hadas que ella

había usado aquella primera noche en el baile.

Rumbold permaneció frente a Sunday, tan guapo como lo recordaba,

su obediente sirviente a su lado. En sus extendidas manos se encontraba la

almohadilla de Friday. En esa almohada estaba el zapato perdido de

Sunday.

—… ¿Y? — preguntó Rumbold.

—… y ambos estamos estancados con madrinas entrometidas que son

muy poderosas para sus propios pantalones, — finalizó Sunday.

—De acuerdo, — dijo.

— Sin embargo, algo no está bien, —dijo Sunday, y Rumbold frunció el

ceño. Ella regresó a él, se alzó, y despeinó su mágicamente arreglado

cabello negro hacia el desastre que siempre era. —Mejor, — dijo.

Sunday y su príncipe se observaron por mucho tiempo.

—Tengo algo para ti— dijo él finalmente.

—¿Si?

El asintió.

—Pareces haber perdido algo. — El hizo un gesto hacia el zapato y

hacia la casa con forma de zapato detrás de ella. Si solo supiera que es el

vestido de Tuesday el que estaba usando. —Estoy muy contento de no

haber tomado más que una flor de ese arbusto, — susurró. —Nunca me

hubiese perdonado que hubieses perdido una pierna.

—¿Estás seguro de que es mío?— se burló.

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—Este zapato pertenece a la mujer que sostiene mi corazón, — dijo. —

Pertenece a mi alma gemela. Pertenece a mi princesa.

Sunday se derritió con sus palabras. La esperanza floreció en su interior,

y se sintió viva una vez más. Alcanzó el zapato, pero Saturday lo lanzó fuera

de la almohadilla antes de que pudiera tocarlo.

—¡Fantástico! —Gritó su hermana. —Pensaba que había perdido algo

por allá. ¡Muchísimas gracias por regresarlo, cariño! — Saturday armó un

espectáculo lanzando su propio zapato y luego tratando de meter su

escultural pie dentro de la delicada creación de plata y oro. Las caras que

ponía mientras luchaba para introducir el zapato mientras se balanceaba

a sí misma con su nueva espada, hacían reír a Sunday.

Por muy terribles que fueran a veces, estaba feliz de tener a sus

hermanas con ella. Colocó una mano en el vestido de Tuesday, sintió los

broches de Thursday en su cabello y los besos de Monday en su mejilla.

Todas sus hermanas.

—Idiota— entró Friday, le quitó el zapato a Saturday, y la empujó lo

suficiente para enviarla trastabillando hacia el suelo. —Lo destruirás con

esos grandes pies de elefante. Es obviamente mi zapato— levanto su

voluminosa falda. —me figuro que bien podría ser una princesa.

Sunday se vio forzada a reaccionar a esto, ya que Friday no era mucho

más alta que ella y su pie probablemente entraría en ese zapato, frunció el

ceño y lo desplumó fuera de las manos de Friday. Friday sonrió y la beso

juguetonamente, luego regresó hacia donde el ángel sombrío se estiraba

contra el tallo. Ella y Madelyn ambas alzaron sus manos al cielo en señal de

victoria.

Rumbold estabilizó a Sunday mientras metía el zapato.

—No puedo prometerte un final feliz, — admitió mientras tomaba su

mano. —Pero puedo prometerte una vida interesante.

—Un hombre no podría estar encadenado a un mejor futuro.

Se sonrieron el uno al otro.

—Si me permite el atrevimiento, señorita Woodcutter…— empezó.

—Por favor, llámame Sunday.

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—Sunday. —Sonrió de nuevo. —¿Crees que habrá en tu corazón algo

que te diga que me beses?

Sunday se había preguntado cuanto tomaría antes de que se atreviera

a preguntar. Y mientras el sol de la mañana salía por el horizonte para

saludarlos a todos, lo hizo.

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Capítulo 20 La Princesa Descalza

—ESTÁ ALLÍ ARRIBA otra vez—

Rumbold masajeo sus sienes mientras Rollins coloco una nueva banda

sobre un viejo doblete. Esta era violeta, y adornada con el doble de

medallas que había llevado la última vez. Una semana antes, este peso en

su pecho le habría derribado. Trato de no pensar en lo que había

sacrificado por recuperar esa fuerza.

—La reina está arriba en la Torre del Cielo, escribiendo sobre las piedras,

—repitió Erik. —Me perdonaras si no he de ir tras ella.

Rollins se estremeció visiblemente ante la mención de la torre.

—Deberíamos aislarlo, —dijo Rumbold. —No hay nada ahí arriba más

que las nubes, las ruinas y los malos recuerdos. ¿Y si ella se cayera?

—Probablemente volaría, —murmuro Rollins, antes de excusarse a sí

mismo. Esa teoría también parecía ser el consenso general acerca del

destino de la hada madrina de Rumbold; toda la parte superior de la torre

se había derrumbado y caído después de la ira del gigante rey, pero nadie

había visto a Sorrow en las secuelas, y nadie había sido encontrado debajo

de los escombros.

— ¿Como me veo? —pregunto Rumbold a Erik.

—Como un culo pomposo con mal pelo, —dijo el guardia.

—Perfecto, —dijo Rumbold. —Los Woodcutters van a llegar esta

mañana. ¿Vas a unirte a nosotros?

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—No me lo perdería por nada del mundo, —dijo Erik, esta vez sin

sarcasmo.

—Excelente. Ahora si me disculpan, necesito verificarlo con mi esposa.

Sunday estaba en ―su jardín,‖ como lo llamaba, el jardín lateral de la

sala de baile y por encima del patio, donde estuvieron sentados después

de los Siete Disturbios Salvajes y a donde huyo de él en esa fatídica noche

que había perdido un zapato. Rumbold rio ante la idea; después de que

había vuelto de aquel pequeño milagro de plata y oro y profeso su amor,

era como si ella hubiera jurado no volver a llevar zapatos. Solo se había

rendido en el funeral de su padre, cuando Arilland lloro la pérdida de su

longevo gobernante, el Rey Hargath.

Fue Joy quien había recordado su nombre; su conexión con Sorrow le

permitía ser la única que se aferraba a ella cuando nadie pudo. Cuando el

primer ministro lo escucho, sus ojos se abrieron un poco más, pero nunca

permitió que el nombre del señor y maestro de Arilland fuera olvidado de

su mente. Llevo un momento más el disolver la confusión mental y revelar la

traición del rey; exactamente el tiempo que había estado el rey, Rumbold

vio los ojos de la multitud ir en amplias oleadas. La ruptura del hechizo era

espesa en el aire, y después el viento se disperso.

Sunday había corrido por la naturaleza durante su pequeña ceremonia

de boda privada en el Bosque del Pozo de las Hadas. Había bailado con él

en aquel pequeño claro, sus pies descalzos, vistiendo un vestido poco

sofisticado y una corona de margaritas rodeando su dorada cabeza.

Habían unido sus manos, compartieron una copa de agua y juntos habían

tirado plata en el Pozo, agradeciendo por hacer un desesperado sueño

realidad. Rumbold había amado a Sunday más en aquella soleada tarde

de lo que había creído posible.

Era algo extraño ver a su Sunday calzada todos los días. Había

escuchado por casualidad que hacía referencia a ella como la Princesa

Descalza. Pero los cortesanos siempre sonreían cuando lo decían, así que

Rumbold les dejo conservar el absurdo sobrenombre. Por otra parte, le

resultaba imposible no sonreír cuando pensaba en Sunday.

Esa mañana no era diferente. Rumbold permaneció de pie en el

balcón y vio como Sunday y Trix trataban de convencer a una ardilla para

saltar de una cuerda a un viejo árbol de roble y tirar del nudo al otro lado

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para que pudieran colgar un columpio. La ardilla parecía intentar

impedírselo, y cada uno de los tempestuosos gritos de frustración de

Sunday terminaban en risas. Trix saltaba arriba y abajo, agitando los brazos

en una demostración de lo que esperaba que la ardilla hiciese. Sunday

puso su pie en el camino, y Rumbold alcanzo a ver los pies sucios bajo sus

largas faldas. Su pelo suelto le caía por la espalda, rociado con hojas y

dimutas flores, como un rio convertido en oro por el sol. Una mariposa se

poso en su oreja, ajena a los chillidos poco entusiastas de Sunday. Siempre

sería su chica del Bosque. No lo habría dispuesto de otra manera.

Rumbold dio un profundo respiro al aire de la primavera y de las flores

silvestres. Estaba contento de que el espíritu de su madre se hubiera

mantenido el tiempo suficiente para verlos a los dos juntos, para verle feliz.

Volvió la cara hacia el cielo y sonrió al sol. Si los dioses eran amables, quizás

aun lo podía ver.

***

— ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? ¡No debes apresurar el

aprendizaje! —la voz del comandante de las hadas Velius resonó en las

paredes de la Gran Sala. Rumbold nunca había escuchado a su primo

levantar la voz tanto desde la muerte del rey, desde que Saturday había

aparecido en los campos de entrenamiento con su espada y le exigió que

le enseñara a usarla.

Saturday estaba quemando los talones de Velius.

—Estas insultándome por entregarme un palo. —Ella solo podía referirse

a la práctica de espadas que los chicos usaban en los jardines. Las

espadas actuales estaban prohibidas para todos menos para los

estudiantes más avanzados.

— ¡Me insultas por negarme a enseñar correctamente!

—He tenido un hacha desde que era un bebe.

—Eso no significa que sepas como empuñar una espada.

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— ¡Solo porque no me dejas intentarlo y averiguarlo! —Escupió

Saturday, — ¿Usas todos tus fantásticos poderes mágicos la primera vez

que comienzas a entrenar?

—Sí, —admitió Velius. —Es por eso que no recomiendo usarlo como un

apoyo.

—Pero has visto lo que puedo hacer, —dijo Saturday. —Sabes de lo

que soy capaz.

—Sí, —dijo Velius, —y lo sé. También se como de rápido reaccionas, y

que fácil seria para ti herirte.

Ella se encogió de hombros.

—No estaría herida mucho tiempo.

Velius parecía estar en riesgo de herirla en ese momento para probar

exactamente cuánto tiempo seria, cuando Erik puso la mano sobre su

hombro.

—Golpea despacio, —dijo él. Habían estado dando vueltas con la

testaruda hermana de Sunday desde hacía varios días, y aunque los

interruptores surgieron más y más lejos, Saturday todavía poseía el descaro

necesario para derrumbar a los hombres hasta un punto límite una y otra

vez.

Era una señal para ser vista, la única de la que Rumbold todavía no se

había cansado. Recordó la arrogancia y la frustración que llegaron a

convertirse en inquebrantables. Considero ofrecer a Saturday su propia

habitación en el castillo. Por otra parte, siempre podía quedarse con su

hermana mayor, al igual que la Princesa Monday había optado al

permanecer en la residencia.

—Es toda tuya, —espeto Velius.

Saturday abrió la boca como si hablara. Erik no dijo nada, solo levanto

un dedo. Cerró la boca de nuevo y le miro siniestramente.

—Saturday, —regaño Seven. — ¿No vas a lavarte antes de unirte a

nosotros?

Saturday ajusto su cinto y palmeo algo de polvo de las mangas.

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—No estoy más sucia que los pies de la princesa. Si ella consigue

quedarse, yo también.

Todos se volvieron hacia Sunday, la cual simplemente sonrió y se

encogió de hombros. Rumbold hizo una nota mental para hablar con su

nueva hermana guerrera. Ser indestructible significaba que ella tenía un

destino que cumplir, al igual que el. Probablemente deberían averiguar de

qué se trataba antes de que volviera locos a sus mejores amigos.

— ¡Oh! —jadeo Friday, y puso una mano sobre su bolsa de retazos. —

Casi lo olvido. —Metió la mano dentro y saco un perfecto huevo de oro,

solo ligeramente más pequeña que el que Rumbold había visitado en la

colección de curiosidades de su padre.

Trix salto sobre sus pies, ansioso por contar la historia.

—Mientras Friday cosía la gallina, —dijo. — ¡Puso huevos de oro! —el

constante frugal Seven sonrió ante las noticias, y Sunday visiblemente se

relajo a sabiendas de que podría estar preocupándose por su familia sin

que nadie lo viera como una caridad.

Rumbold cogió el huevo de Friday –era mucho más encendido de lo

que había imaginado- y lo traslado a las firmes manos de un sirviente.

—Ve que esto lo tenga el Cocinero, —dijo. —Dile que mantenga la

cascara para sí mismo. —En una voz mucho más baja, añadió, —Y envía al

carnicero arriba si puedes, por favor.

—Estarán comiendo bien, —dijo Jack Woodcutter, quien aún seguía

lentamente abriéndose a él. —Tome una tortilla de oro justo esta mañana.

— ¿Tu lengua se volvió dorada? —pregunto Sunday.

—Lo hizo, —dijo su padre. —Y tu madre hizo todo lo que le pedí que

haga para la siguiente solida hora. —Seven golpeo con fuerza y

juguetonamente a su marido en la espalda.

—Ah, Friday, antes me olvide, —dijo Rumbold. —Yarlitza Mitella debió

haber regresado hoy de las montañas, pero estoy seguro de que escucho

de ti y tu diestra aguja antes de que termino de empacar. Me tome la

libertad de disponer un té con ella esta tarde. Espero que no te importe.

Está muy interesada en conocerte. —Se había apoyado en los inevitables

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lanzamientos de Friday hacia sus brazos, pero no había estado preparado

para el ensordecedor chillido que lo acompañaba. —Lo tomare como un

sí.

—Gracias, —le dijo Joy. —No había pensado en el emparejamiento de

estos dos juntos.

—Parecía tener sentido.

—Por supuesto, —dijo ella, y dio la bienvenida en un abrazo a Friday

cuando se volvió para expresar su felicidad. —No podía haber escogido un

mejor aprendizaje para ti, querida, —dijo en la melena rizada de su ahijada.

—La Maestra Mitella te enseñara bien. —Friday escogió a su madre como

su siguiente víctima para abrazar, y Joy se enderezo. —De hecho, voy a

tomar un aprendiz por mi cuenta.

La familia se volvió como uno para ver a Wednesday en la puerta con

Monday en sus brazos, escura en su vestido como una sombra arrastrada

por el viento contra la brillante luz de Monday.

— ¿Estas dejándonos? —pregunto Trix tristemente.

Wednesday puso una gentil mano en su cabeza.

—Ninguno de nosotros nunca se va, —dijo, —no realmente.

—Debo llevarla ante las Hadas, —dijo Joy. —Es demasiado poderosa

para permanecer aquí. Su continua presencia alterara la balanza. —Así

que eso era el porqué Wednesday pasaba todo su tiempo tan cerca de

las nubes como era posible: para evitar causar el caos en el mundo de

abajo. Lo que todos habían percibido como el límite de la locura durante

tanto tiempo había sido necesario para su protección.

Wednesday inclino su cabeza hacia él en reconocimiento.

—Este mal ha pasado, y ahora debo irme.

Nadie más que Rumbold pareció darse cuenta de que ella dijo ―este‖

mal en lugar de ―el‖ mal. Estaba seguro de que el cambio de frase tenía

algo que ver con Sorrow. Si su madrina había huido a través de las fronteras

de las Hadas para lamer sus heridas, entonces Joy estaba doblemente

obligada a seguirla.

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—Sabía que nunca estuviste destinada para este mundo, —Dijo Seven

a su hija, —pero fuiste mía durante un tiempo. Tal vez los dioses cuiden de ti,

niña.

—Solo hay una cosa que queda por hacer, —dijo Joy. —Una herida

que falta por curar. Necesitamos devolver a este país su rey.

Wednesday dio un paso adelante, situó sus manos en los hombros de

Rumbold, y le beso ambas mejillas.

—Por este medio te cedo el trono de Arilland, —dijo ella. —Mi hijastro,

mi hermano, mi salvador, mi amigo.

—En realidad el era todo eso –como Wednesday se había dicho, un

hombre nacido cuatro veces. La mano de Sunday se deslizo dentro de la

de Rumbold y apretó su ayuda. La familia y todos los sirvientes estaban

presentes para testificar el evento para una rodilla.

—Larga vida al rey, —susurro Wednesday.

La frase envió escalofríos por todo su cuerpo. Sunday apretó su mano

de nuevo. Rumbold tenía esperanzas para vivir una larga y plena vida,

pero no uno terrible más largo que cualquier otro hombre mortal. Estaba

tranquilo por el hecho de que Sunday se mantendría a su lado para todo

ello.

— ¡Larga vida al rey! —una voz llamo desde el otro extremo del Gran

Salón en un profundo bajo: Jolicouer se les había unido. — ¡Larga vida al

Rey Rumbold y a la Reina Sunday!

El grito se hizo eco por la habitación y después lentamente,

progresivamente, hizo a través del castillo. En cuestión de minutos,

Rumbold escucho los gritos desde las murallas y los pretiles de las calles de

abajo. Inclino de nuevo la cabeza hacia Wednesday y se dio cuenta de

que los delicados –y si, sucios- dedos de su esposa asomaban de nuevo

bajo su falda. El Príncipe Rana y la Princesa Descalza, ahora Rey y Reina.

Había habido peores gobernantes.

En el clamor, Rumbold vio a Velius acercarse a Wednesday. Tomo la

mano que le ofreció y la beso.

—Para mí, siempre serás una reina.

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—Una vez en esta vida, de nuevo en otra, —dijo ella, —y siempre lo

lamentare.

—Os ofrecemos a todos adiós, —dijo Joy.

—No por el momento, —dijo Rumbold. Hizo una señal al carnicero. —

Querido corazón, ¿puedo presentarte a Mister Jolicoeur?

Jolicoeur pone una mano sobre su corazón y se inclino hacia Sunday,

quien miro arriba a ambos con curiosidad.

—Mister Jolicouer es el primer oficial de la Capitana Thursday.

Seven jadeo. Trix aplaudió. Sunday se disolvió en un ataque de risa que

lleno a rebosar a Rumbold una vez más de amor por ella.

Jack Woodcutter cruzo la habitación y puso su brazo entorno a

Rumbold, el cual intento lo mejor que pudo permanecer consciente a

través del dolor del fuerte abrazo.

—Cuando estas hechizado por un Woodcutter, estas hechizado por

todos ellos, ¿eh?

—Parece que sí, señor.

—Gane el corazón de la madre de Sunday con una de mis propias

ocas, —dijo Woodcutter. — ¿Alguna vez te he contado esa historia?

—No, señor. —dijo Rumbold, Rey de Arilland. —No creo que he

escuchado eso.

—Toma asiento, —dijo Woodcutter. —Te contare todo sobre ello. Y

después tú puedes decirme como viniste a conocer a mi hija la Reina

Pirata.

Rumbold se sentó en una silla lo bastante larga para que Sunday se

hiciese un ovillo a su lado, y se preparaba para estar entretenido por toda

una vida llena de las historias de su nuevo padre.

Tenían mucho para ponerse al día.

***

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Todavía me pregunto en ocasiones sobre Jack Junior. Camino por las

sendas bordadas de flores a través del jardín –mi jardín- y bailo bajo los

vacios pasillos del castillo –mi castillo- y pienso de regreso a las aventuras

que me trajeron aquí, toda la magia y el misterio que nos condujo a este

lugar. ¿Qué canciones serán cantadas sobre mí y mi familia? ¿Qué

cuentos estarán contando ya? ¿Soy una chica tonta que se hizo amiga de

una rana o una hermosa extraña en un salón de baile lleno de bonitos

vestidos? ¿Soy una princesa descalza o una benevolente reina?

Sembradora de frijoles, hiladora de oro y una cazadora gigante: yo era

todo eso. He vivido una vida llena de amor y dolor, de Joy y Sorrow, y aun

vivo. Tengo muchos, muchos años por delante de mí, cada día con el

potencial de estar llena a rebosar de pruebas para afrontar y retos que

superar.

Hice que Rumbold me contara de nuevo la pasada noche la historia

de lo que había ocurrido con Jack Junior y el lobo, cuando había matado

a la bestia y recupero el medallón de oro y se lo envió de regreso a Papa.

Imagine todo, alcance y recupere cada detalle que él podía recordar. Lo

repaso una y otra vez hasta que había tenido bastante de mí, y caí

dormida con mi mente aun reflexionando sobre un incontrolable hecho: el

cuerpo de Jack nunca ha sido encontrado.

Todos esos canticos escolares y canciones de bebidas sobre ese

hombre que mato dragones y salvo mundos –ahora que lo he matado y

también salvado, veo incluso una mejor imagen de lo que podría ser la

verdad... y lo que podría ser una mentira. Nuevas canciones surgen

alrededor del campo cada cierto tiempo sobre nuestro legendario Jack.

¿Qué si realmente son mensajes para nosotros? Quizás están diciendo, en

su propio secreto, maneras de contar cuentos: todavía vivos. ¿Qué mejor

manera para comunicar a una familia de cuentistas que con una historia

bien contada?

Como en verdad.

Los juglares habían huido con sus historias después de la muerte del rey.

Solo había seis bardos que dejaron las tierras del castillo, y llame a todos

ellos ante mí. Mi primer mandato oficial. En ocasiones es divertido ser reina.

Reuní a esos artesanos juntos para contarles mi historia, la historia

completa, la autentica verdad de todo lo que ha ocurrido en las últimas

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pocas semanas. Así armados, planeo enviar a estos escritores de

canciones y cuentistas en su camino con bolsas llenas de plata y una

misión para difundir los cuentos de mi aventurera familia por todas partes.

Si los cuentos de Jack pueden alcanzarnos aquí en Arilland, tal vez

nuestros cuentos le encontrarán algún día, donde quiera que se encuentre.

Sonreiría al descubrir cómo, incluso en su ausencia, trajo la venidera

tormenta al igual que una piedra trae una avalancha. Sabrá que estamos

a salvo y bien, y sabrá que la sangre, el botín y los negocios siguen igual

entorno al hogar de los Woodcutter. Y quizás un día, cuando uno de sus

nuevos cuentos regrese a nosotros, el también lo hará.

Fin...

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Traducido, corregido &

Diseñado en

Eyes of Angels