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NORTHUMBRIA, EL ÚLTIMO REINO

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NORTHUMBRIA, EL ÚLTIMO REINO

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BERNARD CORNWELL

NORTHUMBRIA,EL ÚLTIMO REINO

Sajones, vikingos y normandos

Traducción de Libertad Aguilera Ballester

Page 3: NORTHUMBRIA, EL ÚLTIMO REINO - Edhasa

Título original:The Last Kingdom

Diseño de la cubierta: Iborra

Primera edición: marzo de 2006Tercera reimpresión: septiembre de 2011

© Bernard Cornwell, 2004© de la traducción: Libertad Aguilera, 2006

© de la presente edición: Edhasa, 2006Avda. Diagonal, 519-521 Avda. Córdoba 744, 2º piso, unidad C08029 Barcelona C1054AAT Capital Federal, Buenos AiresTel. 93 494 97 20 Tel. (11) 43 933 432España ArgentinaE-mail: [email protected] E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-350-6115-5

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titularesdel Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total

de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografíay el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella

mediante alquiler o préstamo público.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,

www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Impreso por Liberdúplex

Depósito legal: B-29.427-2011

Impreso en España

Consulte nuestra página web: www.edhasa.comEn ella encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado.

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Northumbria, el último reinoestá dedicado a Judy, con amor

ɯyrd bið ful aræd

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ÍNDICE

Mapa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Topónimos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

PrólogoNORTHUMBRIA, 866-867 d. C. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

Primera parteUNA INFANCIA PAGANA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

Segunda parteEL ÚLTIMO REINO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271

Tercera parteEL MURO DE ESCUDOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369

Nota histórica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 433

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ESCOCIA

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HUM BRIA

TUEDEBEREWIC

LINDISFARENABEBBANBURG

GYRUUM

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CETREHT

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EL GEWÆSCGEGNESBURH

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LUNDENE

CONTWARABURG

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CORNW

ALUM

DEFNASCIR

WINTANCEASTER

READINGUMTEMES

HAMTUN

ABBENDUM

GLEAWECESTRE

CIPPANHAMM

WILTUN

WERHAMEXANCEASTER

UISC WESSEX

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TOPÓNIMOS

La ortografía de los topónimos en la Inglaterra anglosajonaera un asunto incierto, incoherente y en el que no hay acuer-do siquiera en el propio nombre. Así, Londres podía aparecerde cualquiera de las siguientes maneras: Lundonia, Lunden-berg, Lundenne, Lundene, Lundenwic, Lundenceaster y Lun-dres. Sin duda, algunos lectores preferirán otras versiones delos nombres enumerados abajo, pero he empleado normal-mente la ortografía citada en el Oxford Dictionary of English Pla-ce-Names [Diccionario Oxford de topónimos ingleses] duran-te los años más cercanos o pertenecientes al reinado de Alfredoel Grande, 871-899 d. de C., pero ni siquiera esa solución esinfalible. La isla Hayling, en 956, se escribía tanto Heilincigaecomo Hæglingaiggæ. Ni tampoco yo he sido totalmente co-herente; he preferido el moderno Inglaterra a Englaland y heutilizado Northumbria en lugar de norðhymbralond para evi-tar sugerir que los límites del antiguo reino coinciden con losdel actual condado. Así que esta lista, como la ortografía mis-ma de los nombres, es caprichosa:

Æbbanduna Abingdon, BerkshireÆsc, colina de Ashdown, BerkshireBaðum (se pronuncia Bath, Avon

Bathum)Basengas Basing, HampshireBeamfleot Benfleet, EssexBeardastopol Barnstable, Devon

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Bebbanburg Bamburgh Castle, NorthumbriaBerrocscire BerkshireBlaland Norte de ÁfricaCantucton Cannington, SomersetCetreht Catterick, YorkshireCippanhamm Chippenham, WiltshireCirrenceastre Cirencester, GloucestershireContwaraburg Canterbury, KentCornwalum CornuallesCridianton Crediton, DevonCynuit Fortaleza de Cynuit, cerca de

Cannington, SomersetDalriada oeste de EscociaDefnascir DevonshireDeoraby Derby, DerbyshireDic Diss, NorfolkDunholm Durham, condado de DurhamEoferwic York (también la danesa Jorvic,

que se pronuncia Yorvik)Exanceaster Exeter, DevonFromtun Frampton on Severn, GloucestershireGegnesburh Gainsborough, Lincolnshireel Gewæsc el WashGleawecestre Gloucester, GloucestershireGyruum Jarrow, condado de DurhamHaithabu Hedeby, ciudad comercial en el sur

de DinamarcaHamanfunta Havant, HampshireHeilincigae isla de Hayling, HampshireHreapandune Repton, DerbyshireKenet río KennetLedecestre Leicester, LeicestershireLindisfarena Lindisfarne (isla sagrada),

NorthumbriaLundene Londres

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Mereton Marten, WiltshireMeslach Matlock, DerbyshirePedredan río ParrettPictland este de Escociael Poole bahía de Poole, DorsetReadingum Reading, BerkshireSæfern río SevernScireburnan Sherborne, DorsetSnotengaham Nottingham, NottinghamshireSolente SolentStreonshall Strensall, YorkshireSumorsæte SomersetSuth Seaxa Sussex (sajones del sur)Synningthwait Swinithwaite, YorkshireTemes río TámesisThornsæta DorsetTine río TyneTrente río TrentTuede río TweedTwyfyrde Tiverton, DevonUisc río ExeWerham Wareham, DorsetWiht isla de WightWiire río WearWiltun Wilton, WiltshireWiltunscir WiltshireWinburnan Wimborne Minster, DorsetWintanceaster Winchester, Hampshire

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PRÓLOGO

Northumbria, 866-867 d. C.

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Mi nombre es Uhtred. Soy el hijo de Uhtred, que era hijo deUhtred y cuyo padre también se llamaba Uhtred. El secretariode mi padre, un sacerdote llamado Beocca, lo escribía Utred.No sé si mi padre lo habría escrito así, pues no sabía ni leer niescribir; pero yo sé hacer ambas cosas y a veces saco los viejospergaminos del arcón de madera y veo el nombre escrito comoUhtred, Utred, Ughtred o bien Ootred. Miro esos pergaminosen donde los hechos demuestran que Uhtred, hijo de Uhtred,es el legítimo y único propietario de las tierras cuidadosamenteseñaladas con piedras, zanjas, robles y fresnos, marismas y mar,y sueño con esas tierras, azotadas por las olas salvajes y reco-rridas por los vientos. Sueño y sé que un día se las quitaré aquienes me las arrebataron.

Soy un ealdorman, aunque me hago llamar jarl Uhtred, quees lo mismo, y los manuscritos emborronados son prueba delo que poseo. La ley dice que esas tierras son mías, y la ley, noscuentan, es lo que nos distingue ante Dios de las bestias. Perola ley no me ayuda a recuperar mis tierras. La ley quiere unacuerdo. La ley cree que el dinero compensa la pérdida. Laley, por encima de todo, teme la deuda de sangre. Pero yo soyUhtred, hijo de Uhtred, y ésta es la historia de una deuda desangre. Es la historia de cómo recuperaré de mi enemigo loque la ley dice que es mío. Y es la historia de una mujer y supadre, un rey.

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Era mi rey y todo cuanto tengo se lo debo. La comida quecomo, la casa en la que vivo, y las espadas de mis hombres: todoprocede de Alfredo, mi rey, que me detestaba.

* * *

Esta historia comienza mucho antes de que conociera a Alfre-do. Empieza cuando yo tenía nueve años y vi a los danesespor primera vez. Era el año 866 y entonces no me llamabaUhtred, sino Osbert, pues era el segundo hijo de mi padrey le correspondía al primero el nombre de Uhtred. Mi her-mano tenía a la sazón diecisiete años, era alto y de buenacomplexión, el pelo rubio de la familia y el rostro taciturnode mi padre.

El día que vi a los daneses por primera vez cabalgábamospor la orilla de la playa con halcones en los brazos. Estaba mipadre, el hermano de mi padre, mi hermano, una docena decriados y yo mismo. Había focas en las rocas, y una bandadade aves marinas daba vueltas y gritaba; demasiadas para soltara los halcones. Cabalgamos hasta que llegamos a las aguas pocoprofundas y entrecruzadas que ondeaban entre nuestra tierray Lindisfarena, la isla sagrada, y recuerdo haber mirado al otroextremo los muros desmoronados de la abadía. Los danesesla habían saqueado, pero eso tuvo lugar muchos años antes deque yo naciera, y aunque los monjes habían vuelto a habitar-la, el monasterio jamás recuperó su pasada gloria.

También recuerdo aquel hermoso día, y puede que lo fue-ra. A lo mejor llovió, pero no creo. Brillaba el sol, el mar esta-ba bajo, las olas eran suaves y el mundo feliz. Las garras delhalcón hembra se asían a mi muñeca protegida por una man-ga de cuero, tenía la cabeza cubierta con una capucha y semovía nerviosa porque escuchaba los graznidos de las avesblancas. Habíamos dejado la fortaleza antes del mediodía,

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en dirección al norte, y aunque llevábamos halcones no había-mos salido de caza; pero mi padre podía cambiar de idea.

Gobernábamos aquella tierra. Mi padre, el ealdorman Uhtred,era señor de todo al sur del Tuede y al norte del Tine, peroteníamos un rey en Northumbria y su nombre, como el mío,era Osbert. Vivía más al sur que nosotros, rara vez venía al nor-te, pero ahora un hombre llamado Ælla quería el trono, y Ælla,que era un ealdorman de las colinas al oeste de Eoferwic, habíareunido un ejército para desafiar a Osbert y había enviadoregalos a mi padre para animarlo a que lo apoyara. Mi padre,ahora reparo en ello, tenía en sus manos el destino de la rebe-lión. Yo quería que apoyara a Osbert, por el único motivo deque el legítimo rey compartía mi nombre e, insensatamente,a los nueve años, creía que cualquier hombre llamado Osberttenía que ser noble, bueno y valiente. En verdad Osbert eraun majadero, pero era el rey, y mi padre se mostraba reacio aabandonarlo. Por desgracia, Osbert no había enviado ningúnregalo y tampoco había dado muestras de respeto, mientrasque Ælla sí, así que mi padre estaba preocupado. Sin tiempopodíamos comandar un centenar y medio de hombres a laguerra, todos bien equipados, y con un mes éramos capacesde aumentar esa fuerza a más de cuatrocientos guerreros, asíque quienquiera que apoyásemos sería rey y nos estaría agra-decido.

O eso pensábamos.Y entonces los vi.Tres barcos.En mi recuerdo brotan de entre un banco de niebla mari-

na, y puede que lo hicieran, pero los recuerdos no son de fiary mis otras imágenes del día son de un cielo claro y sin nubes,así que puede que no hubiera niebla, aunque a mí me dierala sensación de que el mar estaba vacío y que de la nada sur-gieron tres barcos procedentes del sur.

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Algo precioso. Parecían descansar sobre el océano como sino pesaran, y cuando los remos se hundían en las olas espu-maban el agua. Las proas y popas se enroscaban hacia arribay estaban coronadas con bestias doradas, serpientes y drago-nes, y me pareció en aquel lejano día de verano que las tresembarcaciones bailaban sobre el agua, impulsadas por las subi-das y bajadas de las alas de plata que eran sus hileras de remos.El sol hacía destellar las palas mojadas, esquirlas de luz, des-pués los remos se sumergían, eran empujados y los barcos concabeza de bestia avanzaban; yo contemplaba la escena comosumido en trance.

–Cagarros del demonio –gruñó mi padre. No era muy buencristiano, pero se asustó lo suficiente como para persignarse.

–Y que el demonio se los trague –repuso mi tío. Se llamabaÆlfric y era un hombre esbelto; astuto, oscuro y reservado.

Las tres embarcaciones se dirigían a remo hacia el norte,las velas cuadradas estaban replegadas en las largas vergas, perocuando nos dimos la vuelta en dirección al sur para volver amedio galope a casa, de modo que las riendas de nuestros caba-llos se agitaban como lluvia sacudida por el viento y los hal-cones encapuchados piaban alarmados, los barcos se dieronla vuelta con nosotros. Regresamos al interior por el lugar enel que el acantilado se había derrumbado y había aparecidoun terraplén, los caballos treparon por la pendiente y desdeallí regresamos al galope por el camino de la costa hasta nues-tra fortaleza.

A Bebbanburg. Bebba fue una reina de nuestra tierramuchos años antes, y le había dado su nombre a mi hogar, quepara mí es el lugar más querido de todo el mundo. La forta-leza se yergue sobre una roca elevada que se cierne sobre elmar. Las olas sacuden su orilla este y rompen blancas en la pun-ta norte de la roca, y un lago poco profundo de agua de marondea en el lado oeste entre la fortaleza y la tierra. Para llegar

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a Bebbanburg hay que tomar la carretera elevada hacia el sur,una franja de roca y arena no muy alta guardada por una enor-me torre de madera, la puerta baja, construida encima de unamuralla de tierra, y pasamos a todo correr por el arco de latorre, con los caballos blancos por el sudor, y dejamos atrás losgraneros, la herrería, las caballerizas y los establos, todos losedificios de madera con techos de paja de centeno, y enfila-mos camino arriba hasta la puerta alta, que protegía la cum-bre de la roca y estaba rodeada por una empalizada que cir-cundaba la casa de mi padre. Allí desmontamos, entregamoscaballos y halcones a los siervos, y corrimos hasta la murallaeste, desde donde observamos el mar.

Los tres barcos se acercaban entonces a las islas que habi-tan los frailecillos, donde las focas bailan en invierno. Los obser-vamos, y mi madrastra, alarmada por el repicar de los cascossalió de la casa y se nos unió en las murallas.

–El diablo se está aliviando las tripas –la saludó mi padre.–Que Dios y sus santos nos asistan –exclamó Gytha y se per-

signó. Jamás conocí a mi madre, la segunda esposa de mi padreque, como la primera, había muerto dando a luz, así que tan-to mi hermano como yo, que en realidad éramos medio her-manos, carecíamos de madre, pero yo consideraba a Gytha mimadre y, en general, era amable conmigo, más amable que mi padre, a quien no le gustaban demasiado los niños. Gythaquería que fuese sacerdote, decía que mi hermano mayor here-daría las tierras y se convertiría en guerrero para protegerlas,así que yo tendría que encontrar otro camino en la vida. Lehabía dado a mi padre dos hijos y una hija, pero ninguno habíasobrepasado el año.

Los tres barcos se aproximaban. Parecía que se habían acer-cado para inspeccionar Bebbanburg, cosa que no nos preo-cupaba pues la fortaleza se consideraba inexpugnable, así quelos daneses podían mirar todo lo que quisieran. El barco más

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cercano tenía filas gemelas de doce remos cada una y, a medi-da que el barco recorría la costa a unos cien pasos de la orilla,un hombre saltó por la borda del barco y corrió por encimade la fila más cercana saltando de un remo a otro como si fue-ra un bailarín, y lo hizo con cota de malla y espada en mano.Todos rezamos para que se cayera, pero no se cayó. Tenía elpelo largo y rubio, muy largo, y cuando hubo recorrido todala extensión de la fila de remos, se dio la vuelta y volvió a atra-vesarlos.

–Comerciaba en la desembocadura del Tine hace tan sólouna semana –dijo Ælfric, el hermano de mi padre.

–¿Cómo sabes eso?–Lo vi –repuso Ælfric–. Reconozco la proa. ¿Ves una fran-

ja más clara en la curva? –Escupió–. Entonces no llevaba cabe-za de dragón.

–Les quitan esos mascarones de proa cuando comercian–añadió mi padre–. ¿Qué compraban?

–Intercambiaban pieles por sal y pescado seco. Dijeron queeran mercaderes de Haithabu.

–Pues ahora son mercaderes buscando pelea –repuso mipadre, y los daneses de las tres embarcaciones estaban de hechodesafiándonos, haciendo entrechocar las lanzas y espadas con-tra sus escudos pintados, pero poco podían contra Bebban-burg y hacerles daño nosotros a ellos no estaba en nuestramano, aunque mi padre ordenó que se alzara su estandartedel lobo. La bandera mostraba la cabeza de un lobo gruñen-do y era su estandarte en la batalla, pero no había viento, asíque se quedó colgado mustio y su desafío pasó desapercibi-do a los paganos que, al cabo de un rato, se cansaron de pro-vocarnos, se hicieron a la idea de que eran vanos sus intentosy se marcharon remando en dirección al sur.

–Recemos –dijo mi madrastra. Gytha era mucho más jovenque mi padre. Era una mujer pequeña, regordeta, con una bue-

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na mata de pelo rubio y mucha devoción por san Cutberto, aquien veneraba porque había obrado milagros. En la iglesiajunto a la casa guardaba un peine de marfil que se decía habíasido el peine de la barba del santo, y puede que lo fuera.

–Hemos de actuar –replicó mi padre. Se apartó de las mura-llas–. Tú –se dirigía a mi hermano mayor, Uhtred–. Coge unadocena de hombres, cabalga hacia el sur. Observa a los paga-nos, pero nada más. ¿Lo entiendes? Si amarran en mis tie-rras quiero saber dónde.

–Sí, padre.–Pero no te enfrentes a ellos –le ordenó mi padre–. Limí-

tate a observar a esos cabrones y quiero que estés de vuelta alcaer la noche.

Envió a otros seis hombres a alzar el país. Todos los hom-bres libres tenían un deber militar y mi padre estaba reuniendoa su ejército, y para el anochecer del día siguiente esperabahaber convocado a cerca de doscientos hombres, algunos arma-dos con hachas, lanzas o ganchos de la cosecha, mientras quesus vasallos, los hombres que vivían con nosotros en Bebban-burg, estaban equipados con buenas espadas y escudos recios.

–Si superamos en número a los daneses –me contó mi padreaquella noche–, no presentarán batalla. Son como los perros. Enel fondo unos cobardes, pero en grupo se dan valor unos a otros.

Era noche cerrada y mi hermano aún no había regresado,pero nadie estaba especialmente nervioso por ello. Uhtred eramuy capaz, aunque algo temerario a veces, y sin duda llegaríade madrugada, así que mi padre había ordenado que encen-dieran un farol en el gancho de arriba de la puerta alta paraque lo guiara hasta casa.

Nos considerábamos seguros en Bebbanburg porque nun-ca había sucumbido ante un asalto enemigo; aun así mi padrey mi tío seguían preocupados porque los daneses hubieranregresado a Northumbria.

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–Buscan comida –dijo mi padre–. Esos cabrones muertos dehambre quieren desembarcar, robar algo de ganado y largarse.

Recordé las palabras de mi tío, que los barcos habían esta-do la semana anterior en la desembocadura del Tine inter-cambiando pieles por pescado seco, así que, ¿cómo iban a estarhambrientos? Pero no dije nada. Tenía nueve años, ¿y qué sabíayo de daneses?

Sabía que eran salvajes, paganos y terribles. Sabía que susbarcos habían asaltado nuestras costas durante dos genera-ciones antes de que yo naciera. Sabía que el padre Beocca, elsecretario de mi padre y nuestro cura, rezaba todos los domin-gos para librarnos de la furia de los hombres del norte, peroesa furia a mí me había pasado de largo. Ningún danés habíavenido a nuestra tierra desde que nací, pero mi padre ha-bía luchado contra ellos con frecuencia y aquella noche, mien-tras esperaba la vuelta de mi hermano, habló de su antiguoenemigo. Llegaron, contó, de las tierras del norte en las quereinan el hielo y la niebla; adoraban a los antiguos dioses, losmismos que nosotros habíamos adorado antes de que la luzde Cristo llegara para bendecirnos, y la primera vez que lle-garon a Northumbria, me dijo, fieros dragones habían azota-do el cielo del norte, aparecieron grandes rayos como cica-trices en las colinas y el mar se agitó entre remolinos.

–Los envía Dios –intervino Gytha tímidamente–, para cas-tigarnos.

–¿Para castigarnos por qué? –replicó mi padre con brutali-dad.

–Por nuestros pecados –respondió Gytha persignándose.–Al infierno con nuestros pecados –gruñó mi padre–. Vie-

nen aquí porque tienen hambre. –Le irritaba la piedad de mimadrastra, y se negaba a deshacerse de su estandarte con cabe-za de lobo que proclamaba que nuestra familia descendía deWoden, el antiguo dios sajón de las batallas. El lobo, me había

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contado Ealdwulf el herrero, era uno de los animales preferi-dos de Woden, los otros dos eran el águila y el cuervo. Mi madras-tra quería que nuestro estandarte mostrara una cruz, pero mipadre estaba orgulloso de sus ancestros, aunque muy pocas veceshablaba de Woden. Incluso con nueve años comprendía que unbuen cristiano no debe vanagloriarse de proceder de la estir-pe de un dios pagano, pero también me gustaba la idea de serdescendiente de un dios y Ealdwulf a menudo me contaba his-torias de Woden, cómo recompensó a nuestra gente al entre-garnos la tierra que nosotros llamábamos Inglaterra, cómo arro-jó una vez una lanza de guerra que rodeó la luna limpiamente,cómo su escudo podía ensombrecer el cielo estival, y cómohabría podido cosechar todo el grano del mundo con un solomandoble de su gran espada. Me gustaban aquellas historias.Eran mejores que las de los milagros de Cutberto. Los cristia-nos, me parecía a mí, estaban todo el día llorando, y no creíaque los devotos de Woden lloraran demasiado.

Esperamos en la casa. Era, como de hecho sigue siendo, ungran salón de madera, con un techo de paja espeso y reciasvigas, con un arpa encima de una tarima y una chimenea depiedra en el centro del suelo. Mantener aquella hoguera encen-dida ocupaba a doce siervos al día, arrastraban la madera porel paso elevado y la subían hasta las puertas, y, al final del vera-no, hacíamos una pila de madera más grande que la iglesiacomo reserva de invierno. En los extremos del salón había pla-taformas de madera, rellenas de tierra y cubiertas con alfom-bras de lana, y era encima de esas plataformas donde vivíamos,por encima de las corrientes de aire. Los perros se quedabanen el suelo cubierto de helechos, donde los hombres de menorrango podían comer en las cuatro grandes fiestas del año.

No había fiesta aquella noche, sólo pan, queso y cerveza, ymi padre esperaba a mi hermano y se preguntaba en voz altasi los daneses se habían alzado en armas de nuevo.

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–Normalmente vienen en busca de comida y botín –medijo–, pero en algunos sitios se han quedado y se han apode-rado de tierras.

–¿Crees que quieren nuestras tierras?–Se harán con cualquier tierra –contestó irritado. Siem-

pre le molestaban mis preguntas, pero aquella noche estabapreocupado, así que siguió hablando–. Su tierra es piedra yhielo, y la amenazan gigantes. –Quería que me contara máscosas sobre los gigantes, pero siguió rumiando–. Nuestros ances-tros –prosiguió al cabo de un rato– tomaron esta tierra. Latomaron y la mantuvieron. No vamos a abandonar lo que nosdieron nuestros antepasados. Vinieron del otro lado del mary aquí lucharon, después construyeron aquí y aquí fueron ente-rrados. Ésta es nuestra tierra, mezclada con nuestra sangre,reforzada con nuestros huesos. Nuestra. –Estaba enfadado,pero se enfadaba a menudo. Me miraba con ojos enfurecidos,como si se preguntara si era lo suficientemente fuerte paraconservar aquella tierra de Northumbria que nuestros ante-pasados ganaron con espadas, lanzas, sangre y matanzas.

Al cabo de un rato dormimos, o por lo menos yo dormí.Creo que mi padre paseaba arriba y abajo por las murallas,pero al alba había regresado a la casa y fue entonces cuandome despertó el cuerno de la puerta alta y salí a trompiconesde la plataforma al exterior de la casa, a la primera luz del día.Había rocío en la hierba, un águila marina daba vueltas en círcu-los por encima de nuestras cabezas, y los perros de mi padreladraban desde la puerta de la casa en respuesta a la llamadadel cuerno. Vi a mi padre correr hacia la puerta baja y lo seguíhasta que me abrí paso entre los hombres que se apiñaban jun-to a la muralla de tierra para mirar el paso elevado.

Llegaban jinetes del sur. Serían una docena. Sus caballoslevantaban nubecillas de rocío. El caballo de mi hermanolos guiaba. Era un semental pinto, de ojos salvajes y paso pecu-

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liar. Estiraba las patas delanteras hacia delante cuando corría,y era imposible no distinguir aquel caballo, pero no lo mon-taba Uhtred. El hombre erguido encima de la silla tenía elpelo largo, largo del color del oro suave, un pelo que saltabacomo las colas de los caballos al cabalgar. Vestía malla, una vai-na de espada rebotaba a su costado y portaba un hacha col-gada del hombro, y era evidente que se trataba del mismohombre que había danzado encima de los remos el día ante-rior. Sus compañeros vestían cuero o lana y al acercarse a lafortaleza, el hombre del pelo largo les hizo la señal de quetenían que frenar los caballos mientras él se adelantaba. Esta-ba a tiro pero nadie en la muralla flechó el arco, después detu-vo al caballo y miró arriba, hacia la puerta. Observó toda lafila de hombres, con una expresión de burla en su rostro, des-pués hizo una reverencia, tiró algo en el camino e hizo darla vuelta al caballo. Lo azuzó con los talones y el caballo regre-só al trote hacia donde estaban sus hombres, que se le unie-ron al galope en dirección sur.

Lo que había tirado en el camino era la cabeza de mi her-mano. Se la llevaron a mi padre, que la miró durante un lar-go espacio de tiempo, pero no dejó vislumbrar nada. No llo-ró, no gesticuló, no frunció el entrecejo; sencillamente miróla cabeza de su hijo mayor y después me miró a mí.

–A partir de hoy –dijo–, te llamas Uhtred.Y ésa es la historia de mi nombre.

* * *

El padre Beocca insistió en que me tendrían que volver a bau-tizar, porque si no, el cielo no sabría quién soy cuando llega-ra con el nombre Uhtred. Protesté, pero Gytha se empeñó y ami padre le preocupaba más su satisfacción que la mía, así quetrajeron un barril medio lleno de agua de mar a la iglesia y el

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padre Beocca me hizo poner junto al barril y me echó aguacon un cazo por encima del pelo.

–Recibe a tu siervo Uhtred –entonó– en la sagrada com-pañía de los santos y las filas de los ángeles más luminosos.–Espero que los santos y los ángeles tengan menos frío del queyo tenía aquel día, y cuando me hubieron bautizado, Gythalloró por mí, aunque yo no supe por qué. Mejor hubiera sidoque llorara por mi hermano.

Descubrimos qué le había sucedido. Las tres embarcacio-nes danesas hicieron escala en la desembocadura del río Aln,donde vivía una pequeña población de pescadores y sus fami-lias. Aquella gente se había refugiado prudentemente en elinterior, aunque unos cuantos se quedaron a vigilar la desem-bocadura desde los bosques o un lugar elevado y nos contaronque mi hermano había llegado a la caída de la noche y habíavisto a los vikingos prender fuego a las casas. Los llamábamosvikingos cuando asaltaban, pero daneses o paganos cuandovenían a comerciar, y aquellos hombres quemaban y saquea-ban, así que los consideramos vikingos. Parecía que había pocosen la población, pues la mayoría permanecía en los barcos, ymi hermano decidió acercarse hasta las granjas y matar a aque-llos pocos, pero fue víctima de una trampa. Los daneses lo ha-bían visto acercarse y mantuvieron oculta a la tripulación deuno de los barcos al norte del poblado, y aquellos cuarentahombres se echaron encima de la partida de mi hermano y losmataron a todos. Mi padre sostenía que la muerte de mi her-mano había sido rápida, lo que para él era un consuelo; masno lo fue en absoluto, dado que vivió lo suficiente para ver quelos daneses sabían quién era, porque, de otro modo, ¿por quéhabrían traído su cabeza de vuelta a Bebbanburg? Los pesca-dores dijeron que trataron de avisar a mi hermano, pero yodudo de que lo hicieran. Los hombres dicen esas cosas paraque no les culpen de los desastres, pero fuera o no avisado,

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murió lo mismo y los daneses se llevaron trece buenas espa-das, trece buenos caballos, una cota de malla, un casco y miantiguo nombre.

Pero eso no fue todo. Una visita fugaz de tres barcos no su-ponía ningún acontecimiento, pero una semana después dela muerte de mi hermano oímos que una gran flota danesahabía remontado los ríos para capturar Eoferwic. Obtuvieronaquella victoria el día de Todos los Santos, cosa que hizo llo-rar a Gytha porque indicaba que Dios nos había abandonado,pero también había buenas noticias pues al parecer mi anti-guo tocayo, el rey Osbert, había forjado una alianza con surival, el aspirante al trono Ælla, y se habían puesto de acuer-do en suspender su rivalidad, unir fuerzas y rescatar Eoferwic.Suena sencillo, pero está claro que llevó su tiempo. Los men-sajeros partieron, los consejeros hicieron las recomendacio-nes de rigor, los curas rezaron y hasta Navidad Osbert y Ællano sellaron la paz con juramentos; después convocaron a loshombres de mi padre, mas no podíamos partir en pleno invier-no. Los daneses ya estaban en Eoferwic y los dejamos allí has-ta principios de la primavera, cuando llegaron noticias de queel ejército de Northumbria se reuniría a las puertas de la ciu-dad y, para mi alegría, mi padre ordenó que cabalgaría con élhacia el sur.

–Es demasiado pequeño –protestó Gytha.–Ya casi tiene diez años –repuso mi padre–, y debe apren-

der a luchar.–Mejor le iría si continuara con sus lecciones –contestó.–A Bebbanburg no le sirve de nada un lector muerto –repli-

có mi padre–, y Uhtred es ahora el heredero, así que tiene queaprender a luchar.

Aquella noche hizo que Beocca me enseñara los pergami-nos que se guardaban en la iglesia, aquellos manuscritos quedecían que poseíamos la tierra. Beocca llevaba dos años ense-

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ñándome a leer, pero yo era mal alumno y, para su desespe-ración, los escritos no tenían para mí ni pies ni cabeza. Beoc-ca suspiró, después me dijo qué había en ellos.

–Describen la tierra –dijo–, la tierra que posee tu padre, ydicen que la tierra es suya por la ley de Dios y nuestra propia ley.–Y un día, al parecer, las tierras serían mías porque aquella no-che mi padre dictó un nuevo testamento en el que decía que simoría, Bebbanburg pasaría a su hijo Uhtred, y yo sería un eal-dorman, y las gentes entre el Tuede y el Tine me jurarían lealtad.

–Hubo un tiempo en que fuimos reyes –me contó–, y nues-tra tierra recibía el nombre de Bernicia. –Estampó su sellosobre el lacre rojo, y dejó impresa la cabeza de un lobo.

–Volveremos a serlo –intervino Ælfric, mi tío.–No importa cómo nos llamen –replicó sin más mi padre–

mientras nos obedezcan. –Y después hizo a Ælfric jurar sobreel peine de san Cutberto que respetaría el nuevo testamentoy me reconocería como Uhtred de Bebbanburg. Ælfric juró–.Pero eso no va a suceder –dijo mi padre–. Masacraremos a esosdaneses como a ovejas en un redil, y regresaremos cargadosde botín y honores.

–Recemos al Señor –repuso Ælfric. Ælfric y treinta hombresse quedarían en Bebbanburg para guardar la fortaleza y pro-teger a las mujeres. Me hizo algunos regalos aquella noche;una coraza de cuero que me protegería contra las espadas y,lo mejor de todo, un casco ornamentado con una banda debronce dorado que el herrero Ealdwulf le había colocado alre-dedor–. Para que sepan que eres un príncipe –dijo.

–No es un príncipe –repuso mi padre–, sino el heredero deun ealdorman. –Con todo, le gustaron los regalos que me hizosu hermano y añadió dos más, una espada corta y un caballo.La espada era una hoja vieja, reducida, con una vaina de cue-ro forrada de borrego. Tenía una empuñadura maciza; era tor-pe, pero aun así esa noche dormí con ella bajo las mantas.

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A la mañana siguiente, mientras mi madrastra lloraba en lafortificación de la puerta alta, bajo un cielo azul y límpido,marchamos hacia la guerra. Doscientos cincuenta hombres endirección al sur, tras nuestro estandarte con la cabeza de lobo.

Corría el año 867, y fue la primera vez que partí a la guerra.Ya no he parado desde entonces.

* * *

–No pelearás en el muro de escudos –dijo mi padre.–No, padre.–Sólo los hombres pueden resistir el muro de escudos –dijo–,

pero observarás, aprenderás y descubrirás que las estocadasmás peligrosas no provienen de las hachas y espadas que seven, sino de las que no son visibles: la hoja que llega por deba-jo de los escudos dirigida a los tobillos.

A regañadientes me dio muchos otros consejos durante ellargo camino al sur. De los doscientos cincuenta hombres quese dirigían hacia Eoferwic desde Bebbanburg, ciento veinte lohacían a caballo. Eran los hombres de mi padre o los granje-ros más ricos los que podían permitirse algún tipo de arma-dura, portando escudos y espadas. La mayoría de los hombresno eran acaudalados, pero habían jurado lealtad a la causa demi padre, y marchaban con hoces, arpones, ganchos, garfiosy hachas. Algunos llevaban con ellos arcos de caza, y a todosse les había ordenado que cargaran con comida para una sema-na, la cual consistía fundamentalmente en pan duro, quesoaún más duro y pescado ahumado. Muchos iban acompaña-dos de mujeres. Mi padre había ordenado que ninguna mujermarchara al sur, pero tampoco las envió de vuelta, pues con-sideraba que las mujeres los seguirían igualmente, y que loshombres peleaban mejor cuando sus esposas o amantes los observaban, y estaba seguro de que aquellas mujeres verían

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a las levas de Northumbria sacarles los tuétanos a los daneses.Aseguraba que éramos los hombres más duros de Inglaterra,mucho más duros que los débiles mercios.

–Tu madre era mercia –añadió, pero no dijo nada más. Nun-ca hablaba de ella. Sabía que estuvieron casados menos de unaño, que había muerto dándome a luz y que era hija de otroealdorman, pero por lo que a mi padre respectaba podría nohaber existido nunca. Aseguraba despreciar a los mercios, perono tanto como se burlaba de los mimados sajones del oeste–.En Wessex no saben qué es la dureza –mantenía, aunque reser-vaba sus juicios más severos para los anglos del este–. Viven enpantanos –me dijo una vez–, y viven como ranas. –En Nort-humbria siempre hemos detestado a los anglos del este desdeque nos vencieron en la batalla y mataron a Etelfrido, nuestrorey y esposo de la Bebba que dio nombre a nuestra fortaleza.Más tarde descubriría que los anglos del este habían dado cobi-jo en invierno y caballos a los daneses que capturaron Eofer-wic, así que mi padre tenía razones más que sobradas para des-preciarlos. Eran ranas traicioneras.

El padre Beocca cabalgó con nosotros hacia el sur. A mipadre no le gustaba demasiado el cura, pero no quería ir a laguerra sin un hombre de Dios que se encargara de rezar. Beoc-ca, a su vez, sentía devoción por mi padre, que lo había libe-rado de la esclavitud y proporcionado una educación. Mi padrehubiera podido adorar al diablo y Beocca, me parece a mí,se habría hecho el ciego. Se afeitaba con esmero, era joven yextraordinariamente feo, tenía una bizquera que daba miedo,la nariz aplastada, el pelo rojo y rebelde y la mano izquierdaparalizada. También era muy inteligente, aunque yo no lo apre-ciaba entonces, pues me molestaba que me diera lecciones. Elpobre hombre había intentado enseñarme las letras por todoslos medios, pero yo me burlaba de sus esfuerzos, y prefería reci-bir una paliza de mi padre que concentrarme en el alfabeto.

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Seguimos la calzada romana, cruzamos la gran muralla jun-to al Tine, y continuamos hacia el sur. Los romanos, me contómi padre, eran gigantes que construían cosas fabulosas, perohabían vuelto a Roma y los gigantes murieron; los únicos roma-nos que ahora quedaban eran curas, pero las carreteras de losgigantes allí seguían y, mientras avanzábamos en dirección sur,más hombres se nos fueron uniendo hasta que los páramos acada lado de la superficie de piedra rota de la calzada consti-tuyeron una horda. Los hombres dormían al raso; sólo mipadre y sus vasallos principales se alojaban durante la nocheen abadías o graneros.

También nos rezagábamos. Incluso con nueve años yo repa-raba en cuánto nos rezagábamos. Los hombres habían traí-do con ellos alcohol, o robaban hidromiel o cerveza de los pue-blos por los que pasábamos, y a menudo se emborrachaban yacababan por derrumbarse a un lado de la carretera, cosa quea nadie parecía importarle.

–Ya nos alcanzarán –comentaba mi padre despreocupado.–No está bien –me dijo el padre Beocca.–¿Qué no está bien?–Tendría que haber más disciplina. He leído las crónicas

de las campañas romanas y sé que tiene que haber más disci-plina.

–Ya nos alcanzarán –dije yo, repitiendo las palabras de mipadre.

Esa noche se nos unieron hombres de un lugar llamadoCetreht donde, hacía mucho, habíamos derrotado a los gale-ses en una gran batalla. Los recién llegados cantaban la bata-lla, recordando cómo habíamos alimentado a los cuervos conla sangre de los extranjeros, y las palabras alegraron a mi padre,quien me dijo que estábamos cerca de Eoferwic y que al díasiguiente nos uniríamos a Osbert y Ælla, y cómo entonces vol-veríamos a alimentar a los cuervos. Estábamos sentados jun-

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to a una hoguera, una de las muchas que se extendían por loscampos. Al sur, más allá de la llanura, veía el cielo iluminadopor la luz de más hogueras y supe que indicaban el lugar don-de se había reunido el ejército de Northumbria.

–El cuervo es una criatura de Woden, ¿verdad? –pregunténervioso.

Mi padre me miró con acritud.–¿Quién te ha contado eso? –Yo me encogí de hombros, no

respondí–. ¿Ealdwulf? –supuso, pues sabía que el herrero deBebbanburg, que se había quedado en la fortaleza con Ælfric,era pagano en secreto.

–Lo he oído por ahí –dije, con la esperanza de que la eva-siva me sirviera para que no me pegara–, y sé que nosotros des-cendemos de Woden.

–Y descendemos –reconoció mi padre–, pero ahora tene-mos un nuevo Dios. –Dirigió una mirada torva hacia el cam-pamento, donde los hombres bebían–. ¿Sabes quién gana lasbatallas, chico?

–Nosotros, padre.–La facción menos ebria –repuso, y tras una pausa agregó–:

Pero ayuda estar borracho.–¿Por qué?–Porque el muro de escudos es un lugar horrible. –Con-

templó la hoguera–. He estado en seis muros de escudos–prosiguió–, y todas las veces he rezado porque fuera el últi-mo. Pero, mira, tu hermano era un hombre al que le hubie-se encantado el muro de escudos. Tenía valor. –Se quedócallado, pensando, después puso ceño–. El hombre que arro-jó su cabeza. Quiero su cabeza. Quiero escupirle en los ojosmuertos y ensartar su cráneo en un asta encima de la puer-ta baja.

–La obtendréis –repuse.Respondió a eso con desdén.

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