Upload
lexorandiblog
View
130
Download
4
Embed Size (px)
Citation preview
Notas previas al Ritual de exorcismos
PROEMIO
A lo largo de la historia de la salvación, aparecen criaturas angélicas, unas estando al
servicio del plan divino y proporcionando continuamente una ayuda poderosa y arcana
a la Iglesia, otras caídas, también llamadas diabólicas, las cuales, opuestas a Dios y a su
obra y voluntad salvífica cumplida en Cristo, intentan asociar al hombre a su propia
rebeldía contra Dios [1] .
En la sagrada Escritura, el Diablo y los demonios son denominados de diversas formas,
alguna de las cuales hace alusión en cierto modo a su naturaleza y a su actividad [2] .
El Diablo, que es llamado Satanás, serpiente primordial y dragón, él mismo es quien
seduce a todo el mundo y hace la guerra a aquellos que guardan los mandatos de Dios y
mantienen el testimonio de Jesús (cf. Ap 12, 9.17). Se le designa como enemigo de los
hombres (1P 5, 8) y homicida desde el principio (cf. Jn 8, 44), puesto que por el pecado
hizo al hombre sometido a la muerte. Porque con sus insidias provoca al hombre para
que desobedezca a Dios, aquel Malvado es llamado Tentador (cf. Mt 4, 3 y 26, 36-44),
mentiroso y padre de la mentira (cf. Jn 8, 44), que obra astuta y falsamente, como se
muestra en la seducción de nuestros primeros padres (cf. Gn 3, 4.13), intentando que
Jesús se desviara de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4, 1-11; Mc 1, 13; Lc 4, 1-13),
y, por último, en su apariencia de ángel de luz (cf. 2Co 11, 14). Se le llama también
príncipe de este mundo (cf. Jn 12, 31; 14, 30), es decir, del mundo que yace entero en
poder del Maligno (cf. 1Jn 5, 19) y no conoce la Luz verdadera (cf. Jn 1, 9-10).
Finalmente, su poder se manifiesta como poder de las tinieblas, puesto que odia la Luz,
que es Cristo, y arrastra a los hombres hacia sus propias tinieblas. Por su parte, los
demonios, aquéllos que con el Diablo no observaron la hegemonía de Dios (cf. Judas
6), se hicieron réprobos (cf. 2P 2, 4) y son los espíritus del mal (cf. Ef. 6, 12), como
espíritus creados que pecaron, y son llamados ángeles de Satanás (cf. Mt 25, 41; 2Co
12, 7; Ap 12, 7.9), lo que puede significar también que les ha sido confiada una misión
por su maligno príncipe [3] .
Las obras de todos estos espíritus inmundos, perversos, seductores (cf. Mt 10, 1; Mc 5,
8; Lc 6, 18; 11, 26; Hch 8, 7; 1Tm 4, 1; Ap 18, 2) las deshace la victoria del Hijo de
Dios (cf. 1Jn 3, 8). Aunque «una ardua lucha contra los poderes de las tinieblas penetra
toda la historia humana» y «se prolongará... hasta el último día» [4] , Cristo por medio
del misterio pascual de su muerte y resurrección nos «ha arrancado de la esclavitud del
demonio y del pecado» [5] , destruyendo su poder, liberando todas las cosas de los
contagios malignos. En efecto, puesto que la acción dañina y contraria del Diablo y de
los demonios afecta a personas, cosas, lugares y se manifiesta de formas diversas, la
Iglesia, siempre consciente de que "corren malos tiempos" (Ef 5, 16) ha orado y ora
para que los hombres sean librados de las insidias del diablo.
INTRODUCCIÓN GENERAL
(Prænotanda)
I
LA VICTORIA DE CRISTO
Y EL PODER DE LA IGLESIA CONTRA LOS DEMONIOS
1. La Iglesia cree firmemente que hay un solo Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, único principio de todo: creador de todo lo visible y lo invisible [6] . Además,
Dios en su providencia conserva y gobierna todo lo que ha creado (cf. Col 1, 16) [7] y
todo lo hizo bueno [8] . Incluso "el diablo (...) y los otros demonios ciertamente fueron
creados buenos por Dios en cuanto a su naturaleza, pero éstos se hicieron malos por sí
mismos" [9] . De ahí que también ellos mismos serían buenos, si hubiesen permanecido
como habían sido creados. Porque hicieron mal uso de su excelencia natural, y no se
mantuvieron firmes en la verdad (cf. Jn 8, 44), no pasaron a una naturaleza contraria
sino que se separaron del Sumo Bien, al que debieron adherirse [10] .
2. Ciertamente el hombre fue creado a imagen de Dios "en justicia y santidad
verdaderas" (Ef 4, 24) y su dignidad requiere que obre según una consciente y libre
elección [11] . Pero abusó totalmente del don de su libertad, por persuasión diabólica;
fue sometido por el pecado de desobediencia (cf. Gn 3; Rm 5, 12) al poder del diablo y
de la muerte, hecho esclavo del pecado [12] . Por eso "se extiende a través de los
hombres una ardua lucha contra los poderes de las tinieblas, que, habiendo comenzado
desde el origen del mundo, continuará hasta el último día, como dice el Señor" (cf. Mt
24, 13; 13, 24-30 y 36-43) [13] .
3. El Padre todopoderoso y misericordioso envió al Hijo de su amor al mundo para
librar a los hombres del poder de las tinieblas y trasladarlos a su reino (cf. Ga. 4, 5; Col
1, 13). Por eso Cristo, "primogénito de toda criatura" (Col 1, 15), renovando al hombre
viejo, vistió carne de pecado, "para destruir por su muerte a aquél que tenía el poder de
la muerte, es decir, al diablo" (Hb 2, 14) y transformar por medio de su Pasión y
Resurrección la naturaleza humana herida en una nueva criatura, por el don del Espíritu
Santo [14] .
4. En los días de su vida mortal, el Señor Jesús, vencedor de la tentación en el desierto
(cf. Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13), expulsó con su propia autoridad a Satanás y a
los demás demonios, imponiéndoles su divina voluntad (cf. Mt 12, 27-29; Lc 11, 19-
20). Haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo (cf. Hch 10, 38),
manifestó la obra de la salvación, para librar a los hombres del pecado, de sus
consecuencias y del autor primero del pecado, homicida desde el principio y padre de la
mentira (cf. Jn 8, 44) [15] .
5. Cuando llegó la hora de las tinieblas, el Señor, "hecho obediente hasta la muerte" (Flp
2, 8), rechazó el ataque final de Satanás (cf. Lc 4, 13; 22, 53) por el poder de la Cruz
[16] , saliendo triunfador sobre la soberbia del antiguo enemigo. Esta gloriosa victoria
de Cristo se manifestó en la resurrección, cuando Dios lo exaltó de entre los muertos y
lo sentó a su derecha y sometió todo bajo sus pies (cf. Ef 1, 21-22).
6. Para llevar a término su ministerio, Cristo dio a sus Apóstoles y a otros discípulos el
poder de expulsar espíritus inmundos (cf. Mt 10, 1.8; Mc 3, 14-15; 6, 7. 13; Lc 9, 1; 10,
17.18-20). A ellos mismos les prometió el Espíritu Santo Paráclito, que procede del
Padre por el Hijo, el cual convencerá al mundo acerca del juicio, porque el príncipe de
este mundo ya ha sido juzgado (cf. Jn 16, 7-11). Entre los signos que acompañarán a los
creyentes, se incluye en el Evangelio la expulsión de los demonios (cf. Mc 16, 17).
7. La Iglesia ejerció, ya desde el tiempo apostólico, el poder recibido de Cristo de
expulsar demonios y anular su influjo (cf. Hch 5, 16; 8, 7; 16, 18; 19, 12). Así pues, ora
continuamente y con fe "en nombre de Jesús" para ser liberada del Maligno (cf. Mt 6,
13) [17] . Y en el mismo nombre, con el poder del Espíritu Santo, ordena de varias
formas a los demonios que no obstaculicen la obra de la evangelización (cf. 1Ts 2, 18) y
que devuelvan "al más fuerte" (cf. Lc 11, 21-22) el dominio de todos y cada uno de los
hombres. "Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de
Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra el influjo del Maligno y
substraída a su dominio, esto se llama exorcismo " [18] .
II
LOS EXORCISMOS EN EL MINISTERIO ECLESIAL DE SANTIFICAR
8. Según una tradición antiquísima de la Iglesia guardada sin interrupción, el proceso
de la iniciación cristiana se ordena de tal manera que la lucha espiritual contra el poder
del diablo (cf. Ef 6, 12) se signifique claramente y empiece a hacerse en la misma
iniciación. Los exorcismos que se han de hacer en su forma simple, sobre los elegidos,
durante el tiempo del catecumenado, o exorcismos menores [19] , son oraciones de la
Iglesia, para que ellos, instruidos acerca del misterio de Cristo, que nos libra del
pecado, sean liberados de las consecuencias del mismo y del influjo del diablo, sean
fortalecidos en su camino espiritual, y abran el corazón para recibir los dones del
Salvador [20] . Finalmente, en la celebración del Bautismo, los que van a ser bautizados
renuncian a Satanás y a sus obras y seducciones y oponen a él su propia fe en Dios uno
y trino. Incluso en el Bautismo de párvulos se hace la oración del exorcismo sobre los
niños, "que van a sentir las seducciones de este mundo y van a tener que luchar contra
los engaños del diablo", para que sean fortalecidos con la gracia de Cristo "a lo largo del
camino de la vida" [21] . Por el baño de la regeneración, el hombre participa de la
victoria de Cristo sobre el diablo y el pecado, cuando pasa "de aquel estado en el que
(...) nace hijo del primer Adán al estado de gracia y "de adopción de hijos" de Dios por
el segundo Adán Jesucristo" [22] , y es liberado de la esclavitud del pecado, por la
libertad con la que Cristo nos liberó (cf. Ga 5, 1).
9. Los fieles, aunque renacidos en Cristo, sin embargo experimentan las tentaciones que
hay en el mundo y, por eso, deben vigilar en oración y sobriedad de vida, porque su
adversario "el Diablo, como león rugiente ronda buscando a quien devorar" (1P 5, 8).
Al cual deben resistir firmes en la fe, confortados "en el Señor y en el poder de su
fuerza" (Ef 6, 10) y sostenidos por la Iglesia que ora para que sus hijos se vean libres de
toda perturbación [23] . Por la gracia de los sacramentos y especialmente por la
celebración repetida de la penitencia reciben fuerzas para llegar a la plena libertad de los
hijos de Dios (cf. Rm 8, 21) [24] .
10. El misterio de la divina piedad llega a ser más difícil de apreciar en nosotros [25] ,
cuando, permitiéndolo Dios, se presentan a veces casos de vejación peculiar o de
posesión por parte del diablo de alguna persona agregada al pueblo de Dios e iluminada
por Cristo para caminar como hijo de la luz hacia la vida eterna. Entonces el misterio de
la iniquidad que obra en este mundo (cf. 2Ts 2, 7) se manifiesta claramente (cf. Ef 6,
12), si bien el diablo no puede traspasar los límites puestos por Dios. Esta forma de
poder del diablo sobre el hombre se diferencia de aquella que por el pecado original
llega al hombre, que es el pecado [26] . Ante estas realidades, la Iglesia implora a Cristo
Señor y Salvador y, confiada en su fuerza, presta al fiel vejado o poseso infinidad de
auxilios para ser liberado de la vejación o de la posesión.
11. Entre estas ayudas sobresale el exorcismo mayor solemne, también llamado gran
exorcismo [27] , que es una celebración litúrgica. En efecto, por esta razón el exorcismo
que "intenta expulsar los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la
autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia", es una súplica del género de los
sacramentales [28] , pues se trata de un signo sagrado por el cual «se expresan efectos,
sobre todo de carácter espiritual, y se obtienen por la intercesión de la Iglesia» [29] .
12. En los exorcismos mayores la Iglesia unida suplica al Espíritu Santo, que ayude
nuestra debilidad (cf. Rm 8, 26) para alejar a los demonios, a fin de que no dañen a los
fieles. La Iglesia, confiando en aquella insuflación por la que el Hijo de Dios después de
su resurrección dio el Espíritu Santo, actúa en los exorcismos no en su propio nombre
sino en el único nombre de Dios o de Cristo, el Señor, a quien todas las cosas, incluso el
diablo y los demonios, deben obedecer.
III
EL MINISTRO Y LAS CONDICIONES PARA REALIZAR
EL EXORCISMO MAYOR
13. El ministerio de exorcizar a los posesos se concede por una licencia peculiar y
expresa del Ordinario del lugar, que normalmente será el mismo Obispo diocesano [30]
. Esta licencia sólo debe ser concedida a un sacerdote piadoso, docto, prudente y con
integridad de vida [31] y preparado para este oficio específicamente. El sacerdote, al
que se encomienda el ministerio de exorcista establemente, o de manera puntual, realice
este oficio de caridad con fe y humildad bajo la dirección del Obispo diocesano. En este
libro cuando se dice "exorcista" siempre debe entenderse "sacerdote exorcista".
14. El exorcista, en el caso de una situación, que se dice de intervención diabólica, ante
todo proceda con la necesaria y máxima circunspección y prudencia. De momento no
crea fácilmente que está poseído por el demonio quien padece una enfermedad,
especialmente psíquica [32] . Tampoco crea sin más que existe posesión tan pronto
como alguien asegure que de modo especial es tentado, afligido y hasta vejado por el
diablo; pues su propia imaginación podría engañarle.
Para no equivocarse, tenga también en cuenta las artes y fraude que usa el diablo para
seducir al hombre y persuadir al poseso de que su enfermedad es natural o atañe a la
medicina, con el fin de que no se someta al exorcismo. En todo caso, examine con
exactitud si está verdaderamente atormentado por el demonio aquél de quien esto se
afirma.
15. Distinga rectamente los casos de ataque del diablo de aquella credulidad con la que
algunos, incluso fieles, se consideran objeto de un maleficio, una mala suerte o una
maldición que han echado otros sobre ellos, sobre sus allegados o sus propios bienes.
No les niegue una ayuda espiritual, pero de ningún modo emplee el exorcismo; en
cambio, puede rezar algunas oraciones oportunas con ellos y por ellos de modo que
encuentren la paz de Dios. La ayuda espiritual tampoco se debe negar a los creyentes a
quienes no llega a tocar el Maligno (cf. 1Jn 5, 18), pero que tentados por él lo están
pasando mal, cuando quieren guardar fidelidad al Señor Jesús y a su Evangelio. Esto lo
puede hacer también un presbítero que no sea exorcista, e incluso un diácono, usando
preces y súplicas adecuadas.
16. Así pues, el exorcista no proceda a celebrar el exorcismo hasta que no esté seguro,
con certeza moral, de que quien va a ser exorcizado está realmente poseído [33] por el
demonio y, si es posible, contando con su consentimiento.
Según la experiencia probada, los signos de la posesión del demonio son éstos: hablar
en un lenguaje desconocido con muchas palabras o entender al que lo habla; descubrir
acontecimientos distantes y secretos; mostrar unas fuerzas superiores a su naturaleza o
edad. Estos signos pueden ser un indicio. Pero, dado que estos signos no deben ser
considerados necesariamente como provenientes del diablo, conviene también prestar
atención a otros, especialmente de orden moral y espiritual, que manifiestan de otro
modo la intervención diabólica, como, por ejemplo, una aversión vehemente hacia Dios,
al santísimo nombre de Jesús, a Santa María la Virgen y a los Santos, a la Iglesia, a la
Palabra de Dios, a sus cosas, ritos, especialmente sacramentales, y a sus sagradas
imágenes. Finalmente, la relación de todos estos signos con la fe y la lucha espiritual en
la vida cristiana deben ser sopesados cuidadosamente, ya que el Maligno es ante todo
enemigo de Dios y de cuanto vincula a los fieles con la acción salvífica de Dios.
17. Sobre la necesidad de emplear el rito del exorcismo, el exorcista juzgará
prudentemente después de un diligente examen, guardando siempre el secreto de la
confesión, tras haber consultado si es posible con expertos en asuntos espirituales y, en
la medida en que sea necesario, con médicos y psiquiatras que tengan sentido de las
cosas del espíritu.
18. En los casos que afecten a una persona no católica, y en otros más difíciles, llévese
el asunto al Obispo diocesano, quien por prudencia puede pedir parecer a algunos
expertos, antes de tomar la decisión acerca del exorcismo.
19. Realícese el exorcismo de tal manera que manifieste la fe de la Iglesia, y nadie
pueda considerarlo como una acción mágica y supersticiosa. Hay que evitar que se
convierta en un espectáculo para los presentes. Nunca se admita a ningún medio de
comunicación social mientras se realiza el exorcismo, ni tampoco antes de llevarlo a
cabo y una vez celebrado, ni el exorcista ni los presentes divulguen la noticia,
guardando la debida discreción.
IV
LA CELEBRACIÓN DEL RITO
20. En la celebración del rito del exorcismo, póngase especial atención, además de en
las fórmulas mismas del exorcismo, en los gestos y ritos, que tienen su primer lugar y
sentido por emplearse dentro del tiempo de purificación en el camino catecumenal.
Tales son el signo de la cruz, la imposición de manos, la insuflación y la aspersión con
agua bendita.
21. El rito comienza con la aspersión del agua bendita, que siendo memorial de la
purificación recibida en el Bautismo, defiende al fiel vejado contra las asechanzas del
enemigo.
El agua puede ser bendecida antes del rito o en el mismo rito antes de la aspersión, y,
según la oportunidad, con una mezcla de sal.
22. Sigue la letanía, en la que se invoca la misericordia de Dios sobre el fiel vejado, por
intercesión de todos los Santos.
23. Después de la letanía el exorcista puede recitar uno o varios salmos, de los que
imploran la protección del Altísimo y celebran la victoria de Cristo sobre el Maligno.
Los salmos se recitan o en forma seguida o en forma responsorial. Terminado el salmo,
el mismo exorcista puede añadir la oración después del salmo.
24. Después se proclama el Evangelio, como signo de la presencia de Cristo, que por su
propia palabra proclamada en la Iglesia cura las enfermedades de los hombres.
25. A continuación, el exorcista, imponiendo las manos sobre el fiel vejado, invoca al
Espíritu Santo, para que el diablo salga de aquél que fue hecho por el Bautismo templo
de Dios. Al mismo tiempo puede soplar suavemente sobre el rostro del fiel vejado.
26. Entonces se recita el Símbolo de los Apóstoles o se renuevan las promesas de fe
bautismales con la renuncia a Satanás. Sigue la Oración dominical, en la que se pide a
Dios y Padre nuestro que nos libre del Mal.
27. Realizados estos ritos, el exorcista muestra al fiel vejado la cruz del Señor, que es
fuente de toda bendición y gracia, y hace la señal de la cruz sobre él, mediante la cual se
manifiesta el poder de Cristo sobre el diablo.
28. Finalmente, pronuncia la fórmula deprecativa, por la que se invoca a Dios, y la
fórmula imperativa, por la que en nombre de Cristo se conjura directamente al diablo
para que salga del fiel vejado. No se utilice la fórmula imperativa sin haber pronunciado
antes la fórmula deprecativa. En cambio, la fórmula deprecativa puede emplearse
incluso sin la imperativa.
29. Todo lo dicho, en la medida en que sea necesario, puede repetirse, atendiendo a lo
que se advierte más abajo en el número 34, en la misma celebración, o en otro tiempo,
hasta que el fiel vejado sea liberado del todo.
30. El rito se concluye con la fórmula de acción de gracias, oración y bendición.
V
COMPLEMENTOS Y ACOMODACIONES
31. El exorcista, recordando que el linaje de los demonios no se puede expulsar si no es
por la oración y el ayuno, procure que, a ejemplo de los Santos Padres, para impetrar el
auxilio divino se pongan ante todo estos dos remedios en cuanto sea posible, ya sea por
sí mismo o por otros.
32. El fiel vejado debe, si le es posible, especialmente antes del exorcismo, orar a Dios,
practicar la mortificación, renovar frecuentemente la fe del Bautismo recibido,
acercarse más a menudo al sacramento de la reconciliación y fortalecerse con la
sagrada Eucaristía. Pueden ayudarle en la oración familiares, amigos, el confesor o
director espiritual, si su oración se facilita por la caridad y presencia de otros fieles.
33. El exorcismo, a ser posible, realícese en un oratorio o en otro lugar oportuno,
alejado de la multitud, donde esté presente de manera relevante la imagen del
Crucificado. También debe tenerse allí una imagen de la Virgen María.
34. Teniendo presentes las condiciones y las circunstancias del fiel vejado, el exorcista
use libremente las distintas posibilidades propuestas en el rito. Por tanto, en la
celebración mantenga la estructura, determine y escoja las fórmulas y oraciones que
sean necesarias, acomodando todo a las circunstancias de cada persona:
a) Ante todo atienda al estado físico y psicológico del fiel vejado, y a las variaciones
posibles en su estado dentro del día o incluso la hora.
b) Cuando no está presente ningún grupo de fieles, ni siquiera pequeño, no olvide el
exorcista, como lo exige la prudencia y la sabiduría de la fe, que en sí mismo y en el fiel
vejado está ya la Iglesia; recuérdese al mismo fiel.
c) Procure siempre con empeño que el fiel vejado, durante el exorcismo, si es posible, se
recoja totalmente, se vuelva hacia Dios y le pida la liberación con fe firme y con toda
humildad. Y cuando sea vejado con más fuerza, sopórtelo pacientemente, no
desconfiando nunca de la ayuda de Dios recibida por el ministerio de la Iglesia.
35. Si parece conveniente admitir a la celebración del exorcismo a algunos
acompañantes escogidos, se les debe exhortar a que oren con empeño por el hermano
atribulado, bien privadamente, bien según el modo indicado en el rito, pero
absteniéndose de utilizar cualquiera de las fórmulas del exorcismo, ya sea deprecativa o
imperativa, que sólo deben ser pronunciadas por el exorcista.
36. Conviene que el fiel, una vez liberado del acoso, ya sea a solas ya en compañía de
sus familiares, dé gracias a Dios por la paz recibida. Además, se le ha de recomendar
que persevere en la oración, inspirándose principalmente en la Sagrada Escritura, que
frecuente los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, y lleve una vida cristiana
llena de obras de caridad y amor fraterno para con todos.
VI
LAS ADAPTACIONES QUE COMPETEN A
LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES
37. Es propio de las Conferencias de los Obispos:
a) Preparar las traducciones de los textos, guardadas exactamente la integridad y la
fidelidad.
b) Adaptar, con la aprobación de la Santa Sede, los signos y gestos del mismo rito, si se
juzga oportuno o útil, teniendo en cuenta la cultura y el carácter del propio pueblo.
38. Además de la traducción de los Prænotanda , que debe ser íntegra, las Conferencias
de los Obispos, si les parece oportuno, pueden añadir el Directorio pastoral sobre el uso
del exorcismo mayor , para que los exorcistas no sólo entiendan más profundamente la
doctrina de los Prænotanda y aprendan más plenamente el significado de los ritos, sino
también para que se recojan de maestros probados las orientaciones acerca del modo de
obrar, hablar, interrogar, y juzgar. A tenor del derecho, estos directorios, en cuya
preparación pueden colaborar sacerdotes expertos por su formación científica y madura
experiencia en el ejercicio prolongado de este ministerio del exorcismo por diversas
regiones y culturas, han de ser confirmados por la Sede Apostólica.
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 332, 391, 414, 2851.
[2] Cf., ibidem , nn. 391-395, 397.
[3] Cf. ibidem , n. 394.
[4] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual
Gaudium et spes , n. 37.
[5] Cf. ibidem , n. 12.
[6] Cf. Conc. Lateran. IV, Cap. 1 De fide catholica , Denz-Schönm. 800; cf. Pablo VI,
Profesión de fe : AAS.60 (1968) 436.
[7] Cf. Conc. Vatican. I, Const. dogm. Dei Filius sobre la fe católica, cap. I. Sobre la
creación de todas las cosas, Denz.-Schönm. 3003.
[8] Cf. San León Magno, Carta Quam laudabiliter a Turribio, c. 6, Sobre la naturaleza
del diablo, Denz.-Schönm. 286.
[9] Conc. Lateran. IV, Cap. 1 De fide catholica , Denz-Schönm. 800.
[10] Cf. San León Magno, Carta Quam laudabiliter a Turribio, c. 6, Sobre la naturaleza
del diablo, Denz.-Schönm. 286.
[11] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual
Gaudium et spes , n. 17.
[12] Cf. Conc. Trid., Sesión V, Decreto sobre el pecado original, nn. 1-2, Denz.-
Schönm. 1511-1512.
[13] Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual
Gaudium et spes , n. 37.; cf. ibidem , n. 13; 1Jn 5, 19; Catecismo de la Iglesia Católica ,
nn. 401, 407, 409, 1717.
[14] Cf. 2Co 5, 17.
[15] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica , nn. 517, 549-550.
[16] Cf. Misal Romano , Prefacio I de Pasión.
[17] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica , nn. 2859-2854.
[18] Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1673.
[19] Cf. Ritual Romano , Ritual de Iniciación cristiana de adultos, n. 101; cf. Catecismo
de la Iglesia Católica , n. 1673.
[20] Cf. ibid. , n. 156.
[21] Cf. Ritual Romano , Ritual del Bautismo de Niños, n. 215, p. 142.
[22] Conc. Trid., Sesión VI, Decreto de la justificación, Cap.IV, Denz-Schönm. 1524.
[23] Cf. Misal Romano , Embolismo después del Padrenuestro.
[24] Cf. Gal 5, 1; Ritual Romano , Ritual de la Penitencia, n. 7.
[25] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia , nn. 14-22:
AAS 77 (1985) 206-207 y la Carta Encíclica Dominum et vivificantem , n. 18: AAS 79
(1986) 826.
[26] Cf. Conc. Trid., Sesión V, Decreto sobre el pecado original, can. 4 y 5, Denz-
Schönm. 1514-1515.
[27] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1673.
[28] Cf. ibidem.
[29] Conc. Vat. II, Const. de Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium , n. 60.
[30] Cf. C.I.C ., can. 1172, 1.
[31] Cf. ibid., 1172, 2
[32] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1673.
[33] Cf. Benedicto XIV, Ep. Sollicitudini (1 oct. 1745), n. 43; cf. C.I.C . a. 1917, can.
1152, 2.