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Retos contemporáneos a la imaginación sociológica Jorge Enrique González DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA o s o s 9 789587 193282

NOVEDAD 2012: Retos contemporáneos a la imaginación sociológica

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Retos contemporáneos a la imaginación sociológica

Jorge Enrique González

DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA

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Retos contemporáneos a la imaginación sociológica

Jorge Enrique González

Universidad Nacional de ColombiaFacultad de Ciencias Humanas Departamento de SociologíaBogotá D. C.

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Retos contemporáneos a la imaginación sociológica

© 2009 Jorge Enrique González

© 2009 Universidad Nacional de Colombia Facultad de Ciencias Humanas Departamento de Sociología Bogotá D. C.

isbn: 978-958-719-328-2

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Presentación

En el marco de la celebración de los cincuenta años de la creación del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, hemos querido destacar algunos textos con el ánimo de que sean co-nocidos en un ámbito mayor de aquel en el cual origi-nalmente se publicaron y porque son pertinentes para el propósito de la conmemoración. Este es el caso del escrito del profesor Jorge Enrique González, texto leído con ocasión de la recepción de los nuevos estu-diantes de Sociología, en el primer semestre del 2009.

El texto del profesor González es altamente su-gestivo y, desde su título, es una invitación a la re-flexión sociológica y académica sobre los procesos de formación, al modo en que Charles Wright Mills (1916-1962) lo hizo en su momento y respecto de la sociología norteamericana, llamando su atención más allá del empirismo y más acá de la especulación

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teórica1. Pero el escrito no sólo invoca a Mills, sino que se enraíza en un tema que el profesor González conoce bien en sus estudios sobre cultura y sobre formación de nuestra cultura, respecto al movi-miento de pensamiento del siglo XIX y la gran in-quietud que la nueva ciencia (la sociología) produjo en algunos connotados intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, como Salvador Camacho Rol-dán, a quien la sociología colombiana elevó a los al-tares de pionero de nuestra disciplina.

En un segundo apartado el autor refiere la for-mación del Departamento de Sociología en el mar-co del periodo denominado del Frente Nacional y la caracterización de este periodo en trazos grue-sos, llamando la atención del trágico desenlace de la muerte de uno de nuestros fundadores, el padre Ca-milo Torres Restrepo. En una tercera parte del es-crito, el profesor González se hace vocero de temas que podrían llamar —y aún más, para él deberían hacerlo— la atención de la reflexión de los sociólo-

1 Mills convocaba a lo siguiente: «Sed buenos artesanos. Huid de todo procedimiento rígido. Sobre todo, desarrollad y usad la imaginación sociológica. Evitad el fetichismo del método y la técnica. Impulsad la rehabilitación del artesano intelectual sin pretensiones y esforzaos en llegar a serlo vosotros mismos. Que cada individuo sea su propio metodólogo; que cada individuo sea su propio teórico; que la teoría y el método vuelvan a ser parte del ejercicio de un oficio». (Charles Wright Mills, La imaginación sociológica. México: fce, 1997, 233-234).

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gos y sociólogas, en el conjunto de lo que se avizora con un nuevo capitalismo mundial que se inicia por la severa crisis que estamos viviendo a nivel global. Pero no se refiere el autor exclusivamente a la glo-balización económica, sino también a la globaliza-ción cultural, tema quizás menos visible, insistido y tratado que el primero. Como parte de esta última, resalta el fenómeno del consumismo («consumo, luego existo»), especialmente en los jóvenes, y la posibilidad de naufragar en la atractiva navegación del ciberespacio. Aboga el autor por escapar de un «eterno presente» que pierde la memoria histórica y pareciera conducir al pretencioso fin de la historia.

Hay retos pues para la reflexión sociológica, y el autor los resume y destaca bien para considerarlo un programa o al menos una propuesta que muestra la desafiante tarea para los que pretenden el viaje académico de formación en nuestra disciplina, que es un viaje a la imaginación. Como todo viaje, lle-no de vicisitudes, quizás desencantos, y también, y sobre todo, ganancias. Experiencias formativas que pretenderán un viaje sin destino final por el mundo del conocimiento social.

En las preguntas por la sociología se puede ser discrepante; se puede ser matizador o estilista y quizás pintor, pero no indiferente. Esta «pregunta-dera» de los sociólogos(as) es la clave de este oficio, que se hace muchas preguntas a sí mismo para dar respuestas que pueden incomodar, sorprender, apa-ciguar o encender, pero hay que darlas, quizás no

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como las que se esperaban de los oráculos de la an-tigüedad griega.

El texto es, pues, una invitación razonada a lo que Pierre Bourdieu llama una disciplina reflexiva y desencantadora. «El discurso de la ciencia no puede parecer desencantador sino a los que tienen una vi-sión encantada del mundo social»2.

Invitamos a leer estas páginas, especialmente a los estudiantes, con la atención de unas recomen-daciones de viaje, que más pronto que tarde serán refrendadas por la experiencia misma del itinerario emprendido.

víctor reyes morrisDirector del Departamento de Sociología

Bogotá, septiembre de 2009

2 Pierre Bourdieu, «Declaración de la intención del n.º 1 de Actes de la recherche en sciences sociales» (enero de 1975). En Intervenciones. Córdoba, Argentina: Ferreyra Editor, 2005.

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Retos contemporáneos a la imaginación sociológica*

Jorge Enrique González**

La imaginación sociológica se ve constantemente so-metida a los retos que la experiencia humana enfren-ta en cada periodo histórico. Fue el sociólogo Charles Wright Mills (1916-1962) quien propuso hace cincuen-ta años entender la imaginación sociológica1 como la capacidad que tiene un individuo para comprender su propia experiencia y evaluar su propio destino lo-calizándose a sí mismo en su época (Mills, 1969: 25). Quisiera en esta oportunidad, en la que después de medio siglo de iniciado el programa de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia damos la bien-

* Lección inaugural en la recepción de estudiantes de primer semestre de la carrera de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Febrero 16 de 2009.

** Profesor asociado del Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.

1 Edición original The sociological imagination, Oxford University Press, 1959.

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z venida a nuevos y nuevas estudiantes de esta carrera, mostrar tres momentos que marcan hitos en el desa-rrollo de esta disciplina en nuestro medio. Por una afortunada coincidencia, buen augurio esperamos, exactamente hoy, 16 de febrero, se cumplen los cin-cuenta años de expedido el Acuerdo n.º 14 del Conse-jo Académico de la Universidad Nacional, por medio del cual se creó la carrera de Sociología y se organizó el Departamento del mismo nombre, en el marco de la Facultad de Ciencias Económicas.

1.

10 de diciembre de 1882. Salvador Camacho Rol-dán (1827-1900) pronuncia el discurso de clausura en la sesión solemne de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia para la distribu-ción de premios a los alumnos de esta Alma Máter, dedicado a explicar la importancia del estudio de la sociología (de paso, deben ustedes saber que esa es la razón por la cual se acordó como día de la socio-logía colombiana esa fecha de cada año).

Camacho fue uno de los dirigentes del Radica-lismo liberal del siglo XIX colombiano, movimiento ideológico que inspiró la Constitución Política de 1863, con la cual se formó el régimen político federal de los Estados Unidos de Colombia hasta su aboli-ción en 1886. Ese movimiento fue el responsable de una de las mayores transformaciones de la educa-ción pública en Colombia, uno de cuyos frutos fue precisamente la organización de esta Universidad

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según el Decreto del 22 de septiembre de 1866. Para los propósitos políticos del Radicalismo liberal co-lombiano, la formación de una universidad laica fue uno de sus objetivos estratégicos en el empeño de lograr una sensible transformación de la cultura na-cional, a partir de la cual garantizar una fuente de la legitimidad del poder político desligada del poder del tradicionalismo católico.

En ese orden de ideas se puede comprender por qué Salvador Camacho da cuenta de la importancia de la entonces nueva disciplina científica de la so-ciología, entendida como un recurso poderoso del racionalismo moderno para comprender los pro-fundos cambios que se produjeron a lo largo del si-glo XIX, uno de los más notables representado por la abolición de algunas de las principales monarquías europeas y la formación de los Estados nacionales. La Nueva Granada no fue ajena a ese proceso y la formación del Estado nacional colombiano se vio sometida a continuos vaivenes a lo largo de ese si-glo, dando lugar a debates ideológicos en torno a las fuentes que debían servir de sustento a la organi-zación estatal, debates que en algunos casos dieron lugar al desencadenamiento de guerras civiles, tal como fue el caso de la denominada «Guerra de las escuelas» entre 1876 y 1877.

En el aspecto central de su exposición sobre el estudio de la sociología, Camacho Roldán formula una pregunta: ¿Qué es una nacionalidad? Consideró que este debía ser el principal interrogante al que

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z tendría que consagrarse esta disciplina en nuestro medio, vista la inmadurez de nuestra propia organi-zación causada en gran parte por el propósito cons-tante de adaptar instituciones sociales y políticas sin el conocimiento profundo y detallado de nues-tra propia condición nacional. Por esta razón, Ca-macho encuentra en esta disciplina el camino que podía llevarnos al conocimiento de nuestra propia realidad gracias a los recursos de la observación y la experiencia metódica, según los preceptos de la filosofía positiva, paradigma científico en consoli-dación para esa época.

La respuesta que aporta Camacho se agrupa en torno a una idea central: «la comunidad del derecho individual ha reemplazado en los tiempos moder-nos la de la religión y de raza de otros tiempos» (Ca-macho, 1997: 83). Su empeño consistió en mostrar que la entonces novedosa disciplina de la sociología debía dar cuenta del proceso social de seculariza-ción que posteriormente Max Weber, retomando la expresión acuñada por Friedrich Schiller, acordó denominar «el desencantamiento del mundo» (Ent-zauberung der Welt).

La solución que aporta Camacho se encuadra en el universo de un intelectual liberal de finales del siglo XIX. Intelectual es su respuesta en el sentido en que lo sugiere el mismo Weber cuando señala que este se caracteriza por buscar, «por caminos cuya casuística llega al infinito, dar un ‘sentido’ único a su vida; busca ‘unidad’ consigo mismo, con los

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hombres, con el cosmos» (Weber, 1977: 403). Libe-ral fue también la concepción de Camacho acerca del papel central de la propiedad en la organización social: «La propiedad es, pues, quizás el eje sobre el cual el mundo ha dado vuelta de la tiranía a la libertad, del reinado de la fuerza al imperio de la razón, de la humanidad esclava al contrato social» (Camacho, 1987: 80).

Ahora bien, en nuestro medio la imaginación so-ciológica que desarrolla un intelectual como Cama-cho Roldán va a diferir notablemente de aquella que propuso e implementó Rafael Núñez (1825-1894), quien accedió por primera vez a la Presidencia de la Repúbli-ca en 1880 luego de transformar su ideología política liberal radical para inspirar junto a Miguel Antonio Caro la corriente del tradicionalismo conservador. La concepción sociológica que encarnó Núñez se inclinó por ubicar la filosofía cristiana del catolicismo como la base de todo progreso social estable y le define a la sociología, así fundamentada, la función de conducir a la opinión pública nacional para garantizar lo que consideraba como el centro de gravedad de la organi-zación social (González, 2005: 216).

Ese tipo de interpretación de la imaginación so-ciológica ha tenido un papel protagónico en nuestra organización social, pues recordemos que no sólo sirvió para legitimar la Hegemonía conservado-ra de las postrimerías del siglo XiX y primeras tres décadas del siglo XX, sino que se entronizó en el ordenamiento constitucional de la Carta de 1886,

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z para mantener una larga vigencia, por momentos larvada, como ocurrió durante la discusión de la Asamblea Nacional Constituyente que dio origen a la Constitución Política de 1991, pero explícita la mayor parte de nuestra historia reciente, tal como lo demuestra el recurso frecuente del régimen de la de-nominada «seguridad democrática» a las vertientes más reaccionarias del catolicismo contemporáneo.

2.

El segundo momento que quiero destacar se ubica en las postrimerías de la década de los cincuenta del siglo XX. En 1959 se inicia el programa de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, impulsado por el trabajo de Orlando Fals Borda en compañía de Camilo Torres Restrepo, Eduardo Umaña Luna y otros. Era el momento inicial del pacto bipartidista entre liberales y conservadores denominado Frente Nacional, con el cual se trató de reorganizar el ré-gimen democrático colombiano luego del paréntesis de la dictadura militar (1953-1957), en una alternan-cia en el poder público que limitó considerablemente la formación de partidos de oposición democráticos y la efectiva participación ciudadana.

En el campo colombiano se vivía con intensidad el latifundismo y sus habitantes mantenían con-diciones de pobreza extrema. Al estudio de estos temas dedicó Orlando Fals sus primeros trabajos (1957; 1960), tema que no abandonó a lo largo de su extensa y fecunda carrera ya que consideraba que en

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el campo estaba una de las principales claves para sustentar una paz duradera, fruto de una reforma agraria de fondo y de un reordenamiento territorial que diera autonomía efectiva a los entes territoria-les y dotara de poder a sus ciudadanos, entre otros factores. De esas condiciones de miseria extrema en los campos escaparon miles de colombianos y co-lombianas migrando hacia las ciudades y las zonas de colonización, unas veces en forma voluntaria buscando mejores oportunidades laborales y educa-tivas, otras en forma violenta desplazados por los actores armados de la época. En las ciudades bue-na parte de esa población migrante vino a engro-sar los cordones de miseria, fenómeno que retuvo la atención del entonces capellán de la Universidad Nacional y cofundador del programa de Sociología, Camilo Torres Restrepo (1987).

La investigación sociológica en nuestro medio se enfrentó desde el comienzo con el análisis y solución de algunos de los principales problemas sociales de su época. Solicitada por el gobierno de Alberto Lle-ras Camargo (1958-1962), una investigación sobre las causas de la violencia partidista (Guzmán, Fals, Umaña, 1962) permitió el desarrollo del primer tra-bajo sistemático sobre ese fenómeno que desde hace más de sesenta años lacera a Colombia. El libro La violencia en Colombia. Estudio de un proceso social, que originalmente apareció como número 19 de la se-rie Monografías sociológicas de la entonces Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colom-

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z bia, marcó el inicio de una serie de estudios en los que confluyen especialmente la sociología y la cien-cia política para dar lugar al nacimiento de un área especializada de la investigación social denominada comúnmente como «violentología».

El inicio del programa universitario de Sociolo-gía en la Universidad Nacional de Colombia coinci-dió en Latinoamérica con el triunfo de la Revolución cubana. Iniciada como una forma de resistencia y lucha armada contra la dictadura militar de Fulgen-cio Batista en Cuba (1952-1959), la guerrilla tomó el poder y al poco tiempo adoptó posturas radicales de rechazo al intervencionismo de los Estados Unidos para radicalizarse en una concepción marxista-le-ninista del movimiento insurreccional en el poder, muy cercana de los lineamientos del partido comu-nista de la Unión Soviética de entonces. El ejemplo cubano se extendió por toda América Latina y a la luz de la experiencia de la guerra de guerrillas y los focos guerrilleros (foquismo) llegó a Colombia para fomentar el desarrollo de la resistencia arma-da campesina (FARC), o para formar nuevos grupos guerrilleros, como fue el caso del Ejército de Libera-ción Nacional (ELN).

Surgido el ELN de la denominada «Brigada pro-liberación José Antonio Galán», formada por seis estudiantes colombianos en Cuba en el año 1962, dos años más tarde se estructura su organización y, lue-go, a finales de 1965, el entonces profesor de sociolo-gía Camilo Torres Restrepo, avanzado en su trabajo

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político en Colombia y uno de los propulsores de la Teología de la liberación en América Latina, toma la decisión de unirse a la lucha guerrillera. Muerto en combate a comienzos de 1966 (15 de febrero) podría decirse que la imaginación sociológica y sus convic-ciones político-teológicas lo condujeron a abrazar un sueño de liberación nacional por la vía armada que, a la postre, se degradó en pesadilla y tragedia.

3.

Con el comienzo del año 2009 iniciamos el segun-do medio siglo de la sociología en la Universidad Na-cional de Colombia. Para quienes se interesen en de-sarrollar su imaginación sociológica aparecen nuevos retos. Para ustedes y nosotros el momento histórico se muestra pletórico de problemas que necesitamos comprender y ayudar a resolver. A continuación voy a esbozar una revisión de tan sólo algunos de esos problemas, adoptando la perspectiva de los grupos de jóvenes estudiantes con quienes tenemos contacto frecuente en la vida universitaria.

En primer término, hagamos conciencia de que nos ha correspondido vivir una coyuntura muy espe-cial del desarrollo del capitalismo, a saber, una nota-ble crisis en la forma de acumulación del capital. Ya se ha señalado por parte de los especialistas que se trata de una crisis superior a la presenciada en 1929, en la medida en que el más reciente proceso de globaliza-ción del sistema económico logró la desregulación de los mercados nacionales y permitió el rápido flujo de

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z capitales financieros, literalmente por todo el mun-do. Se inicia ahora lo que ha sido denominado como el año cero del nuevo capitalismo. ¿Cuáles serán sus nuevas instituciones? ¿Cómo se transformarán las relaciones sociales? ¿Qué nuevas articulaciones se presentarán entre el Mercado, el Estado y la Comuni-dad? ¿Qué consecuencias trágicas traerá para los más pobres? ¿Qué nuevos credos cuasi religiosos profesa-rán los sanedrines de economistas?

Uno solo de los problemas actuales posee ya la dimensión de un genocidio. Me refiero a las conse-cuencias de la pobreza extrema. ¿Qué grado de ace-leración se presentará con la crisis actual del siste-ma capitalista? A comienzos del 2008, el sociólogo suizo Jean Ziegler, profesor emérito de la Universi-dad de Ginebra y Consejero especial de las Nacio-nes Unidas en el Consejo de Derechos del Hombre sobre el derecho a la alimentación, recordaba que, para esa fecha, cada cinco segundos murió de ham-bre un niño menor de diez años. Según Ziegler: «En el año 2007 fueron un total de 6 millones de niños muertos. Cada cuatro minutos alguien pierde la vida a causa de falta de vitamina A. En total son 854 millones de seres humanos que están gravemente subalimentados, mutilados permanentemente por el hambre» (Ziegler, 2008: 13).

La distribución geopolítica del hambre nos muestra una clara concentración de este lacerante fenómeno en los países del Tercer Mundo. Cabe su-poner que, a pesar de las medidas que se adopten

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por parte de algunos gobiernos nacionales y de la ayuda humanitaria internacional, este grave proble-ma se va a acentuar en la medida en que se anuncia desde ya una contracción del circuito monetario que traerá consigo la disminución general del poder adquisitivo. Este anuncio representa el anuncio de pena de muerte para más condenados del planeta tierra. ¿Qué puede hacer la imaginación sociológica en su esfera de la acción colectiva? ¿Cómo organi-zarse para hacer valer derechos fundamentales de la condición ciudadana, en este caso el derecho a la alimentación para los más pobres?

De manera paralela a los cambios de las rela-ciones sociales de producción, en esta nueva etapa del modo de producción capitalista presenciamos la transformación de los procesos sociales de produc-ción del sentido, es decir, que la globalización eco-nómica se libró conjuntamente con la globalización cultural (Ortiz, 2004; Appadurai, 2001; Brunner, 1999; García, 1999; Bauman, 1998). Este fenóme-no ha sido especialmente sensible para las nuevas generaciones que han recibido de lleno el impacto de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, al cambiar de manera sustancial sus concepciones acerca del tiempo y el espacio.

Para decirlo con un término de Walter Benjamin, el entorno sensorial («sensorium») de la especie hu-mana se ha transformado en las dos últimas décadas a un ritmo vertiginoso, acarreando notables oportu-nidades tanto como enormes retos: ¿Cómo enfren-

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z tar el desequilibrio original en la información entre quienes la producen y quienes la consumen? ¿Cómo navegar en la red (WWW) sin naufragar para siempre en ella? ¿De qué manera afrontar la realidad virtual que nos ofrecen estas nuevas mediaciones tecnoló-gicas y culturales? ¿Cómo asumir el compromiso de comprender los usos sociales de la tecnología y supe-rar los riesgos de un uso enajenado?

Este fenómeno del consumo de información nos puede conducir al fenómeno más extenso del consumismo que tanto afecta hoy a los actores so-ciales, particularmente a los jóvenes. «Consumo luego existo» parece ser la reformulación actual del célebre apotegma cartesiano. En efecto, para existir es necesario el consumo, pero cosa muy diferente son las reglas sociales del consumo que impone el actual sistema productivo. El sociólogo polaco Zig-munt Bauman ha dedicado una de sus más recien-tes trabajos al estudio de este problema que posee una dimensión irónica y paradójica debido a las desigualdades sociales: mientras literalmente unos mueren de hambre, otros «perecen» en las trampas del mercado.

Según Bauman:El consumismo es un tipo de acuerdo social que

resulta de la reconversión de los deseos, ganas o an-helos humanos en la principal fuerza de impulso y de operaciones de la sociedad, una fuerza que coor-dina la reproducción sistémica, la integración social, la estratificación social y la formación del individuo

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humano, así como también desempeña un papel pre-ponderante en los procesos de autoidentificación, y en la selección y consecución de políticas de vida in-dividuales. (Bauman, 2007: 47)

Uno de los principales problemas de este fenó-meno sistémico es que convierte a los consumido-res en objetos, en seres alienados que van al arbitrio de las fuerzas del mercado (Klein, 2002). Se trata, ni más ni menos, de la principal fuente de enaje-nación actual del sistema capitalista. ¿Cómo lograr evadir el cerco interminable en el que nos encierra la sociedad consumista? ¿De qué manera restituir la autonomía del individuo en medio de las poderosas corrientes del mercado y la publicidad?

Estos problemas hacen referencia directa al asun-to de la identidad, o mejor decir, de las identidades de los actores sociales contemporáneos. Me refiero a que, incluso en un mismo actor, es necesario re-conocer la coexistencia de identidades múltiples. Nos encontramos distantes del momento histórico de la Modernidad en el que se logró concentrar las necesidades identitarias del ser humano en la fór-mula de una comunidad imaginada organizada en torno al Estado nacional (Anderson, 1992). El deno-minado por Anthony D. Smith como «nacionalismo metodológico» (Smith, 1979: 99) por medio del cual se equiparó la sociedad con el Estado, concibién-dolos de manera orgánica y en forma coincidente, permitió que la identidad nacional obrase durante

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z una larga duración como la principal, si no es que la única, fuente de identificación.

En la época en que vivimos han salido a la su-perficie con todo su vigor los problemas latentes de la identidad de género, la identidad étnica, de grupo generacional, religiosa, entre otras, que coexisten con la identidad nacional o, en no pocos casos, compiten con ésta. ¿Cómo organizar nuestro propio régimen de significación para lograr armonizar estas varia-das expresiones de la identidad, en el marco de un proyecto colectivo que nos permita la búsqueda de consensos transitorios? ¿De qué forma dar expresión cultural a las identidades reprimidas o relegadas para que se manifiesten como formas sociales y políticas?

La política así expresada hace relación a una com-prensión ampliada de las formas del poder y, sobre todo, de las formas de la dominación. Fue Max We-ber quien precisó que desde el punto de vista socioló-gico el poder es amorfo, en tanto que las formas de la dominación nos ubican en el contexto de las relacio-nes sociales en el mundo de los actores, en el ámbito de su vida cotidiana. Es allí donde la confrontación identitaria encuentra su entorno habitual y es desde allí donde la búsqueda de un proyecto de vida colec-tivo liberado de la dominación opresiva cobra senti-do. Por eso, el ámbito de lo político se ve ampliado en la esfera de lo denominado como microsocial. Ya no es sólo en la esfera de lo macrosocial, el orden de lo estatal, donde se deben librar esos combates; ahora

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nos vemos empujados a batirnos en múltiples ámbi-tos donde se escenifica la dominación.

De lo enunciado anteriormente un asunto es cla-ro: esta concepción agonística, de lucha y confron-tación contra las formas de dominación social que oprimen las potencialidades del actor social, exige la superación del individualismo, entendido este como la degradación que ha sufrido el ideal emancipatorio de la modernidad, que concibió el ámbito del indivi-duo como una instancia suprema frente a los reque-rimientos de la sociedad, pero sobre todo del Estado (Santos, 1998: 92), hasta convertirse en la forma más difundida del egoísmo. No olvidemos que las formas de dominación opresiva proceden por medio de la enajenación de la capacidad de los actores sociales para formularse proyectos de vida emancipatorios, ya que conciben el ámbito de la libertad individual de manera ahistórica, a la manera de esencias pro-pias de la condición humana que serían garantiza-das por la Ley. Una de sus principales expresiones en el desarrollo del estilo de vida contemporáneo es precisamente el individualismo enajenado, propio de la condición del hombre moderno, en la que la perversión de los ideales emancipatorios del libera-lismo ha preparado el terreno para las más abomina-bles formas de discriminación y opresión.

Se trata de confinar al actor en la jaula de hierro del consumismo y la sumisión, bombardeado sin cesar por los regímenes de producción del sentido que le dicen cómo pensar, o mejor decir, cómo no

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z pensar, que le dirigen sus gustos y sus preferencias, que le seducen sin cesar en lo que Román Gubern llamó el ideal claustrofílico (2000: 164), con sus nuevas formas de servidumbre. ¿Cómo superar ese confinamiento del individualismo contemporáneo, para propiciar la acción colectiva emancipatoria?

Encontramos en los planteamientos contempo-ráneos de Alain Touraine algunos elementos de res-puesta muy valiosos. Al respecto señala que cuando los actores sociales se hacen plenamente conscientes de un proyecto para sus vidas se pasa a la condición de Sujeto, que estaría conformada por tres elementos básicos, a saber, 1) la resistencia a las formas de domi-nación que mantienen la enajenación de la condición humana, 2) «el amor a sí mismo, mediante el cual el individuo postula su libertad como la condición prin-cipal de su felicidad y como un objetivo central», 3) el reconocimiento a los demás y el respaldo dado a las reglas políticas y jurídicas que dan al mayor número de personas las mayores posibilidades de vivir como sujetos (Touraine, 2001: 183). Estos elementos forman lo que denomina una «política del Sujeto» que entra en buena sintonía con los propósitos de la imagina-ción sociológica y de la sociología crítica.

Estas opciones desarrolladas por la sociología contemporánea constituyen una respuesta eviden-te y progresista frente a aquellas posturas conser-vadoras que desde comienzos de la década de 1960 se encargaron de proclamar el fin de las ideologías (Bell, 1964), para luego refinar el argumento, a prin-

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cipios de la década de 1990, con la proclamación del fin de la historia (Fukuyama, 1992), entendido esto como el fin de la confrontación entre ideologías y el triunfo de la economía de mercado y el sistema político al estilo estadounidense, lo que conforma el armazón del denominado «pensamiento único» que sustenta la geopolítica de un mundo unipolar. Con este tipo de posturas retrógradas en lo político y riesgosas en lo social, se pretendió dictaminar el fin de las utopías al denostar respecto de su valor heurístico y de proyección de las potencialidades del ser humano. Así simplificado el panorama, po-cas opciones quedaron para las nuevas generaciones que deberían someterse a las reglas y las fuerzas del mercado capitalista, hasta volverse actores y objetos del consumismo.

Ausentes de utopías sólo restaría vivir el «eter-no presente»; sin el molesto pasado; sin preocupar-se por el futuro; sólo «siendo» en el mercado, esto es, sólo consumiendo-se. La ausencia de futuro de las nuevas generaciones se pudo ver apuntalada por algunos rumbos a la deriva del denominado pensa-miento posmoderno que al proclamar a su manera la sospecha profunda por los llamados «metarrelatos» o «metanarrativas» y presentar como camino de la emancipación la puesta en evidencia del disenso, de la discontinuidad de la historia y la experiencia hu-mana (paralogía, según J. F. Lyotard, 1994), abrió la vía para las interpretaciones en términos del relati-vismo moral y cultural, en el que todo cabe y todo

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z se vale con tal de mantener el ideal de la libertad humana en abstracto.

Estos problemas nos conducen a enfocar la aten-ción sobre uno de los principales escollos para la imaginación sociológica: el olvido. Recordamos al comienzo de este escrito que, según C. W. Mills, la capacidad que tiene un individuo para comprender su propia experiencia y evaluar su propio destino localizándose a sí mismo en su época, es aquello que puede denominarse como la imaginación socioló-gica. Pues bien, resulta evidente que el desarrollo de esta facultad requiere, de manera indispensable, del uso y fomento de la memoria histórica, como la denomina Pierre Nora (1984), a través de la cual los propios actores sociales se comprometen con la re-construcción e interpretación vivencial de su pasado. Esa dimensión vivencial, que apela a la subjetividad de los actores, toma de los relatos historiográficos, de la tradición oral, del patrimonio cultural (mue-ble e inmueble), de la iconografía, de los medios de comunicación, en fin, de los productos artísticos y culturales, información que le permite construir su propia imagen del pasado y con ésta construir su proyecto de vida, su propia imagen del futuro, expresada en los modelos culturales alternativos al modelo de historicidad dominante, según el cual se orientan prioritariamente las relaciones sociales en una época.

En ese proyecto de vida resulta indispensable el desarrollo de la memoria histórica. Vivir a toda, en

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el torbellino del eterno presente signado por la fuga-cidad de cada instante y la bulimia de experiencias para el olvido, representa el principal obstáculo para la construcción de la memoria. Ya lo expresó en for-ma elocuente Jorge Luis Borges (1972) cuando señaló que la memoria es el nombre que le damos a las grie-tas del obstinado olvido2. En esa bella imagen descu-brimos que el sino trágico de la condición humana sería vernos consumidos por la lava del olvido, contra lo cual estamos condenados a elaborar pacientemen-te nuestra memoria. ¿Podrá el hedonismo propio de la vida de consumo, convertida en vorágine, asestar un golpe mortal a la esperanza de construcción de la memoria histórica en las nuevas generaciones?

No podremos negar que, por instantes, la marcha de los hechos nos pueden instalar un mal presenti-miento al respecto, pero parte vital de la utopía pro-pia de la educación consiste en la confianza vital en las potencialidades del ser humano para preservar su libertad. Por esa razón, frente a un gran volumen de preguntas acuciantes como las que se han formu-lado en esta oportunidad cabe esperar que quienes se interesan por desarrollar su imaginación socioló-gica buscarán sin cesar respuestas a sus inquietudes que, en última instancia, forman parte de las pre-guntas que debe responder cada generación. No de-

2 Los días y las noches / están entretejidos de memoria y de miedo. / De miedo, que es un modo de la esperanza / De memoria, nombre que le damos a las grietas del obstinado olvido. «East Lansing».

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z bemos olvidar que otro aspecto vital de la esperanza de los educadores consiste en la evidencia de que los buenos alumnos suelen superar a sus maestros y, en ese sentido, albergamos la confianza de que muchos de ustedes nos superarán con creces.

Tal vez a alguien le podría parecer que son mu-chas preguntas las que hemos formulado, pero en realidad no pocos asuntos claves quedaron para posteriores formulaciones. No obstante, no dejaré de mencionar la urgencia de tomar en cuenta asuntos tales como el deterioro del medio ambiente, el cam-bio climático, la precariedad del empleo, los con-flictos armados de mediana y de baja intensidad, el deterioro de los servicios de salud, las migraciones, las discriminaciones, etc. Son tantos los interrogan-tes que se agolpan en torno nuestro que algunos de ustedes podrían sentirse incómodos, molestos. Pues bien, ese sería un buen indicio de que la imaginación sociológica está rindiendo sus frutos, porque como lo sintetizó Pierre Bourdieu: para que la sociología sea pertinente, debe ser impertinente. No sólo eso, desde los momentos fundacionales esta disciplina se inscribió en los causes del pensamiento crítico, que asume la crítica como la acción que logra supe-rar un estado de cosas conservando y desarrollando lo sustancial de la condición humana. En un sentido semejante se expresa también el actual presidente de la Asociación Internacional de Sociología, Mi-chel Wieviorka (González, 2007: 2) cuando señala que la sociología debe ser crítica al mismo tiempo

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que debe proponer y aplicar posibles soluciones a l0s problemas de nuestra época.

Sean pues bienvenidas y bienvenidos al pregrado de Sociología y a la Universidad Nacional de Colom-bia donde tendrán ustedes la oportunidad de desa-rrollar su imaginación sociológica y prepararse para dar, desde ya, los combates necesarios para encontrar respuestas valederas para los acuciantes interrogan-tes que se nos presentan en nuestra existencia.

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