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LA HECHICERA DE CASTILLA SCHOLEM ASCH Ediciones elaleph.com

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    S C H O L E M A S C H

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

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    PREFACIO

    En las cercanas de la Ciudad Antigua, junto alTber, all donde terminaba la Va Apia, junto a lostemplos de Venus y Apolo y del Arco de Triunfo deCsar y Tito, se encontraba el "ghetto" cercado poraltos y slidos muros. Por encima de la entrada, en-clavada bajo el arco de Augusto penda, por ordendel Papa, una cruz de hierro amplia y aguzada de-bajo de la cual se lea en caracteres hebreos las si-guientes palabras del profeta Isaas: "Paraschti etiadai Kol haiom al am sorer"1.

    Pero este pueblo rebelde contra Dios no habatenido casi en cuenta la orden que inscribiera laSanta Iglesia.

    1 Extend mis manos todo el da al pueblo rebelde, el cualanda por camino no bueno, en pos de sus pensamientos.

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    Por eso, cuando los judos salan y entraban tar-de y maana por la puerta del "ghetto", no hacanms que inclinar la cabeza para no ver las sagradaspalabras del profeta que resaltaban de la cruz, en lasangrienta vergenza de su dorada luminosidad.

    En aquel barrio, a orillas del Tber donde se en-contraba el "ghetto" venan viviendo los judos des-de la poca del Segundo Templo. Pareca que losjudos no queran abandonar a sus viejos enemigos,ni alejarse de los templos de Apolo y de Venus, concuyos dioses competa su Dios; ni tampoco de losArcos de Triunfo dedicados a sus hroes. Adosadoestaba el "ghetto" a la Ciudad Antigua, perdido yolvidado en medio de sus ruinas, como cubierto devergenza ante las altas torres levantadas por enci-ma de las colinas de Roma en homenaje a Cristo, elnuevo Dios. Desde tiempo atrs, a travs de largosperodos y generaciones, desde la antigua y clsicaRoma hasta bien entrada la poca del Renacimiento,habitaban ya los judos a orillas del Tber, en aque-llos lugares hmedos y mugrientos. Pero durante elPapado de Alejandro, Julio, Clemente y Pablo III -que fueron ms bien apstoles de los dioses paga-nos de la vieja Roma, que de Cristo- comenzaronlos judos a afluir en grandes masas a Roma, llegan-

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    do de todas partes del mundo cristiano, donde eranperseguidos por la Iglesia y la inquisicin. Y en Ro-ma, bajo el dominio de aquellos Papas, encontrabanmejor refugio que en los dems pases cristianos. Sefundaron asociaciones y se construyeron sinagogas.Tambin los judos de Espaa acudieron a vivir aesa ciudad, a pesar de las vergonzosas maniobras desus hermanos de raza, que ofrecieron dinero al Papapara que les fuese prohibida la entrada. Los judosde Castilla formaron su comunidad aparte. Los ju-dos de Francia desempearon altos puestos en lospalacios del Papa y de los cardenales, fueron mdi-cos y banqueros; hasta de Alemania llegaron tam-bin, establecindose en todos los puntos de laciudad y construyeron all sinagogas. Pero el PapaPablo IV los encerr nuevamente dentro de los mu-ros del "ghetto", levant an ms altas murallas,indicando un pequeo lugar para que esos miles ymiles de desdichados con sus familias, pudiesen vi-vir y multiplicarse... Y renovando los viejos opro-bios rescriptos de los Papas precedentes, agregotros nuevos.

    Los judos se inclinaban dolorosamente bajo elyugo impuesto por el representante de Cristo enRoma.

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    En aquel barrio hmedo y sucio, Israel se mul-tiplicaba y desarrollaba, y, no pudiendo extenderse alo ancho del "ghetto", tena que hacerlo a lo alto,construyendo sus viviendas una encima de la otrahaciendo puentes por sobre los angostos callejones,levantaban encima de esos puentes una nueva ciu-dad: casas, torres, etc. De esta manera emergan porsobre los muros del "ghetto", una casa levantadapor encima de la otra, una torre erguida por encimade la otra.

    Esto agrad muy poco al Papa, que orden quetodo aquello se demoliera. Entonces los judos sevieron obligados a cavar la tierra, a hacer viviendassubterrneas que albergaban a muchas familias, yque se comunicaban por medio de largos tneles.

    Amontonados en las lbregas cuevas del"ghetto", los judos oan trabajosamente el toque dela trompeta, cuando les daba la seal para que loabandonaran y salieran a comerciar fuera de su pe-rmetro. A pesar de que el Papa tena estrictamenteprohibido bajo pena de excomunin el comerciocon los cristianos, se sobornaba a los inspectoresdel Santo Padre, y se burlaban as todas las prohibi-ciones. Las gentes acudan de todas partes a laspuertas del "ghetto" a comprar mercancas a los ju-

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    dos; los mejores damascos, mltiples variedades degneros orientales, especias, perfumes diversos, lle-gaban hasta all trados por los judos, a travs derutas secretas, desde la libre Repblica de Venecia,adonde llegaban con los barcos de Constantinopla,Esmirna y otros puntos del Asia Menor.

    Entre las altas murallas del "ghetto" se hunda,en la humedad y la mugre, el esplendor y la gloria deIsrael. Los templos de Venus y Apolo, convertidosen ruinas, y los Arcos de Triunfo que fueron levan-tados en honor y recuerdo de los vencedores de losjudos, Tito y Csar, Augusto y Constantino, erancosas ya olvidadas. Los dioses que emergan del lo-do pisoteados por los transentes, fueron recogidospor Miguel Angel para enriquecer el museo del Va-ticano. Sacaba las piedras de mrmol de los antiguostemplos y construa con ellas iglesias de Cristo. ElArco de Triunfo de Augusto se transform en unamuralla para el "ghetto"; los nios judos hacansaltar a pedradas los relieve, del Arco de Tito, y so-bre las ruinas de los templos de Afrodita los ambu-lantes judos exhiban sus telas; se sacaron las placasde mrmol de los templos derrumbados y se coloca-ron encima las especias orientales, mientras que,

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    sobre las piedras de los Arcos de Triunfo de Tito,los pescadores vendan la pesca del Tber.

    Desde muchos siglos atrs resonaban las carca-jadas de los ambulantes judos sobre las ruinas delos viejos dioses, y era como si se vengaran de susvencedores, pensando mas o menos en esta forma:"As como nosotros vendemos ahora pescados yespecias sobre las ruinas de los Templos de Venus yApolo, nuestros hijos exhibirn algn da sus mer-cancas sobre las ruinas de los templos cristianosque hoy miran hacia el mundo romano con tantasoberbia..."

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    CAPITULO ITESOROS OCULTOS

    En el "ghetto" de Roma, por la Plaza de Judea,que el Papa Julio II hiciera embrear y embellecercon fuentes del Renacimiento, pasebase el pintorveneciano Csar Pastillo.

    Era un hombre de juvenil apariencia, de unosveintitantos aos, de rostro alargado y ojos morte-cinos, que le daban un aspecto notablemente me-lanclico. Sus cabellos recios, cados sobre loshombros, denotaban el descuido en que el maestrolos tena. Sus mejillas, cubiertas de una barba hirsu-ta, le prestaban un aspecto an ms triste. Como nollevaba rumbo determinado se encontr de casuali-dad en el "ghetto". Haba llegado hasta all, vagandopor las sucias callejuelas que conducan al Tber, acuyas mrgenes medraban desde haca tiempo, los

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    ladrones y las prostitutas. Llambanle la atencin lascalles angostas, las casas superpuestas, las torres ylos puentes sobre los cuales se construan ms casasan, y que iban a perderse en lo alto. Le intrigabaaquel espectculo extrao y desconocido; los judos,algunos con tnicas amarillas y con parches delmismo color en forma de "o" sobre el pech2, ibancon los birretes habituales y las manos descarnadasy exanges; las mujeres con el rostro embolado lle-vaban dos seales celestes estampadas que testimo-niaban su origen; la cantidad de brillantes y piedraspreciosas que lucan en sus cabellos; los largos sacosde terciopelo, que llevaban algunos de los tran-sentes denotaba en ellos a una clase ms rica y res-petable, algo as como los Dux de Venecia; losnios llevaban sobre sus tnicas amarillas pequeosmantos sagrados con encajes dorados y celestes, ylos "tzitzot"3 se agitaban en el aire fustigndoles elrostro. Toda aquella compra y venta, todo aquelregateo, todo aquel trfico callejero de vestimentasde color, cortes de lana, de seda y terciopelo, todo 2 Parches amarillos: Seal que llevaban obligatoriamente losjudos en tiempos de los "ghettos" y que atestiguaban suorigen judo.3 Tzitzot: Flecos que contienen los cuatro ngulos del mantosagrado.

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    aquello lo atraa. Se sinti fuertemente subyugadopor lo desconocido y precioso que se descubra antesu vista. Le pareca que se encontraba perdido enuna ciudad del lejano Oriente, en una feria de Ara-bia, en el reino del Sultn del cual tanto oa contar alos mercaderes y marineros que hacan viajes alOriente, llevando sus mercancas de Turqua a Ve-necia.

    Su mirada se detuvo en una persona sentada enel umbral de una puerta. Era un judo delgado y fi-no, de rostro alargado, barba puntiaguda, prolonga-da y amplia frente. Aquel rostro que asomaba bajoel gran birrete semejaba el de un santo de aquellosque se ven en ciertos cuadros de Bizancio que fre-cuentemente se encontraban en las viejas iglesias deItalia. Pastillo, sorprendido, se dirigi hacia esa per-sona, y cuanto ms se acercaba, la figura parecaidentificarse ms an con la de un santo bizantino.Los ojos del judo, redondos y celestes, permane-can fijos en sus rbitas, debajo de las cejas arquea-das. El umbral donde estaba sentado no era unumbral; en realidad, poda decirse que era ms bienel escaparate de un negocio, abierto hasta la mitad,que le serva de mesa. El judo, sentado sobre ella,tena a su alrededor un gran surtido de gneros,

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    viejos y nuevos; mantos multicolores, tnicas pinta-das, gneros de seda brillantes y matizados de rojo,y otros que, al plegarse, parecan descomponer laluz en infinidad de matices, reluciendo como lasescamas de los peces o las alas de las mariposas.Estaban amontonados en gran desorden, perocuando el judo vio que el apuesto seor se le acer-caba, recogi las mercaderas y los gneros debajode los anchos y largos faldones de su manto.

    -Se le saluda, mi seor -dijo el judo, inclinndo-se ante el pintor-. -Buenos das, judo -contestlePastillo, y antes de que ste tuviera tiempo de pro-nunciar palabra, continu diciendo-: No tienes porqu esconder tus mercancas; no soy ningn repre-sentante del Tesoro del Papa, ningn inspector de laSanta Iglesia, ni vengo tampoco a investigar tu con-ducta. Soy un pintor de la ciudad de Venecia y sb-dito de la Repblica Veneciana, servidor de SuSantidad el Cardenal de Venecia; he venido al"ghetto" para comprar las mejores sedas; quieroadornar con ellas a los modelos de los frescos quepinto para la Iglesia del "Sagrado Corazn". Mus-trame tus gneros, judo, y yo te pagar por elloscon los ms caros ducados de oro.

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    Y al decir esto agitaba una bolsa de cuero, re-pleta de monedas, que le colgaba del cinto.

    El judo, al or la palabra "Venecia", sinti unagran simpata hacia aquel extranjero, porque Vene-cia era un lugar de amparo para todos aquellos ju-dos y marranos4 a que haban sido oprimidos por elPapado. A pesar de ello, tuvo cierta prevencin,porque las leyes que prohiban las relaciones y elcomercio entre judos y cristianos eran muy riguro-sas.

    -Oh, caro seor! Perdname por lo que te diga.El seor sabe muy bien que el Santo Padre, PabloIV, a quien Dios bendiga, le d muchos aos devida y lo haga vencedor de todos sus enemigos, nosprohibi comerciar con cristianos. Por qu quierestentar a un pobre judo? T sabes que el dinero tie-ne su atractivo, y por aadidura, tratndose de du-cados de oro venecianos, que son aceptados entodo el reino del Sultn -agreg, queriendo adivinaren esa forma lo que aqul tena en su bolso.

    4 Marranos: Judos que, no pudiendo soportar las torturas dela Inquisicin, cedan finalmente, adoptando la fe cristiana,pero profesando en secreto la religin mosaica.

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    -Has adivinado; puros ducados venecianos -contest el pintor, mientras haca sonar las monedasen su bolso-.

    No son nqueles como los que nuestro SantoPadre obliga a sus sbditos a aceptar como monedaverdadera -rea el pintor-. No temas, judo; vndemetus gneros, que son para el cardenal de Venecia; losvenecianos sabemos guardar un secreto -aadi,haciendo un guio-. Y, adems, como t sabes,nuestro Santo Padre prohibi slo al plebeyo nego-ciar con los judos, pero no a los cardenales, contralos que no se sancionan leyes.

    -Oh! Para el Cardenal de Venecia? Quin seatrevera a rehusar los tesoros de Su santidad? Elseor se sirva pasar.

    Tengo riquezas con las cuales se podra adornarel palacio del Sultn de toda la Turqua. -Se levanty desapareci en el interior, para sacar de nuevo lacabeza por una pequea puerta que se vea a travsde la vidriera semiabierta, e hizo pasar al pintor ha-cia el interior.

    Ya adentro, Pastillo se qued asombrado. Alltodo estaba oscuro. Una viga baja, hexagonal, atra-vesaba por sobre su cabeza; no se distinguan lasparedes; slo aqu y all se descubra un rincn

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    alumbrado por la leve luz de una pequea buja queflotaba en un recipiente de aceite. Gracias a esa luzpudo apreciar cmo brillaban y relucan las distintastelas. El terciopelo rojo semejaba una llama que seretorca formando pliegues, en cuyas sinuosidadesatesoraba vivsimas coloraciones. Ms all refulgaotro y otro ms.

    Cuando el judo introdujo un arcn, y lo abriluego, el pintor se qued admirado viendo los teso-ros que aparecieron ante su vista.

    El arcn estaba repleto de sedas, de diferentesclases de velvet y brocados, de tejidos italianos yorientales que irradiaban una luminosidad policro-ma. El judo fue sacando del arca un corte de sedatras otro, y acercndolos a la pequea ventana dereja, cruzada por gruesas barras de hierro, a travsde la cual se infiltraban leves rayos de luz, a fin deque Pastillo pudiese apreciar mejor la calidad y elbrillo de los colores.

    El pintor veneciano, familiarizado con los colo-res de las sedas, que tanto abundaban en su patria,no retiraba la vista de encima. Su brillo dorado tenatal riqueza de matices, que lo embriagaba como unvino de cepa antigua. Haba sedas de Persia, quebrillaban como sierpes relucientes; otras, que irra-

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    diaban destellos como si estuvieran cuajadas de pie-dras preciosas; otras, que guardaban en s el delica-do atractivo femenino de las perlas finas. Habaadems, terciopelo color de azabache, tan negrocomo la profunda oscuridad de la noche, y mil otrosms. Cuando el judo los exhiba ante la luz de lapequea ventana, entonces pareca que los rayos delsol se plasmaban en la seda e iban deslizndose so-bre su pulida superficie como si el mercader hubieratenido en sus manos un crepsculo mgico.

    La luz del da se proyectaba tambin escasa-mente sobre la barba blanca y larga, sobre el plidorostro del judo atareado con sus sedas junto a laventanilla. Pastillo estaba subyugado tanto por lassedas como por el aspecto de santidad del anciano.La apariencia del judo lo impresionaba tanto y es-timulaba de tal manera su genio artstico, que hastalleg a olvidar el objeto que lo atraa. Haca que eljudo le mostrara sus gneros para tener tiempo deobservar su rostro con ms detenimiento. Meditaba,como todo artista, en la manera cmo podra em-plear la cara del judo para uno de sus cuadros sa-grados, pero record que el rostro aqul era de unhereje, y como buen devoto que era, renunci in-mediatamente a esa idea...

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    Durante todo el tiempo que permaneci en elstano, oy el pintor una voz que resonaba all, co-mo si llegara desde muy lejos, atravesando gruesosmuros. La voz era de mujer. Una mezcla de msicaarmoniosa, de quejidos y ruegos a Dios. A pesar detan lejana y confusa, percibi palabras extraas eininteligibles. A Pastillo le intrigaba el trmolo deaquella voz y su misterio. Haca ya rato que obser-vaba una ventanilla, situada en uno de esos rinconesperdidos, a travs de la cual llegaban algunos rayosde luz. Comprendi que detrs de aquella ventanillase encontraban los habitantes de la vivienda del ju-do, y que de all llegaba la melodiosa voz de mujer.Sinti curiosidad de mirar por la ventanilla y ver loque all pasaba. Pero no tuvo oportunidad de acer-carse a aquel rincn. El judo lo mantena cerca dela ventanilla que daba hacia la calle, y le seguamostrando sus gneros, pero a Pastillo haca ya ratoque haban dejado de interesarle las sedas. La insis-tencia obsesionante de aquella voz era ya toda supreocupacin. Al principio le prest escasa aten-cin, pero cada vez se empeaba en escucharlamejor; se iba adentrando ms en l, a pesar de loincomprensible y extrao que le resultaba tanto laletra como la msica aquella. Pero de su temblor, de

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    su profundidad tranquila, emanaba una casta delica-deza que lo conmova cada vez ms. Al fin, en uninstante dado, cuando el judo comenz a abrir otroarcn de solas, y mientras estaba ocupado en sacarlos gruesos arcos de hierro que lo aseguraban, Pas-tillo se acerc a la ventana y mir al interior, que-dando asomado a ella. A la luz de una lamparilla vioa un anciano envuelto en un manto, y a una mucha-cha, sentada a sus pies sobre un banquillo, cantandoalgo de un libro. El anciano deba ser ciego; tenalos ojos cerrados y su rostro estaba surcado por unsinfn de arrugas. Algunos cabellos grises de su bar-ba agitbanse sobre su pecho. Al principio no pudonotar el rostro de la muchacha, inclinada sobre ellibro abierto en sus rodillas; vio solamente los plie-gues del terciopelo celeste que caan de sus hom-bros redondos. La luz de la lamparilla, que pendade una gruesa viga sobre su cabeza, irradiaba sobreella un surtidor luminoso. El brillo de su cabelleraresplandeca con el mismo brillo perlado del tercio-pelo que llevaba sobre los hombros, como si estu-viera ntegramente cubierta de gotas de roco. Depronto, volvi la cabeza, un tanto asustada, comobuscando a alguien; todava no haba visto al pintor

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    en la ventanilla, y ste dispuso de un instante paraobservarla.

    Una emocin sutil colm su corazn; aparecie-ron lgrimas en sus ojos y se llen de fervor religio-so.

    Se le antojaba una extraordinaria aparicin, unmilagro divino.

    Poco despus lo miraron dos ojos melanclicosy apagados. Nunca haba visto en su vida ojos tantristes. Eran alargados como los de los egipcios, ylos prpados descendan temblorosos sobre un parde largas pestaas arqueadas en una expresin depaloma que reclama dolorosa compasin. Pero ensu mirada ella no reflejaba compasin alguna; slouna honda tristeza, la tristeza de un dolor desvincu-lado del mundo. Su frente combada y alta se pro-longaba desmesuradamente hacia arriba, como lafrente de la Santa Ana de Leonardo da Vinci. Eratan amplia como la de su padre, pero al descendercada vez ms para ir a perderse en las sienes, haciaatrs, le asignaba la prestancia de un joven y nobleciervo. El hondo dolor y la tristeza incomprensibleque expresaba su rostro radicaba especialmente enla expresin de su boca. En realidad, no era una bo-ca, sino un tajo vvido en su cara, extremadamente

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    pequeo, as como si los labios se hubieran confun-dido y no fuera sino un pequeo corte. Pero habaall tanto amor y ternura, como si la mano de unmaestro lo hubiera retocado cuidadosamente, im-primiendo unos labios como dos ptalos de un bo-tn de flor. Esa boca volva a cerrarse como secierra una flor salpicada del roco de la noche, tanfresca le pareca; y cuando miraba, le pareca alpintor que la muchacha vea ms con los labios quecon los mismos ojos...

    Pastillo senta que iba invadindole la suavemelancola, la uncin que irradiaba de aquellos ojosy de aquella boca entreabierta. No crea en la reali-dad de lo que estaba viendo; aquello no poda serms que una visin.

    A la luz de la buja, el brillo de las sedas y de losmetales que resplandecan en los ngulos sombrosde la habitacin, lo aprisionaban como en una ne-blina, acometindole una extraa sensacin de em-briaguez.

    Ella no se atemoriz al notar aquel rostro extra-o que miraba a travs de la ventana. No hubo lamenor reaccin de asombro en sus pupilas; sloatin a levantarse de su asiento. Pastillo vio cmosu pesada capa de terciopelo le caa de los hombros,

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    oyndose el suave rumor de los encajes. La cabelleraensortijada caa bellamente sobre su vestido, con-fundindose con el tono del terciopelo.

    Se levant, y acercndose al anciano, psole so-bre el hombro sus manos esculpidas y finas. Luego,repentinamente, desapareci todo como una ilusin.Ante los ojos del pintor relampaguearon rayos do-rados y celestes. Volvise, y vio entonces que el ju-do a quien compraba los gneros haba echado uncorte por encima de la ventanilla, haciendo desapa-recer la visin.

    -Damasco legtimo de Florencia -dijo, ensen-dole un gnero bordado en oro y prpura.

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    CAPITULO IISAGRADO SILENCIO

    Pastillo buscaba una oportunidad para encon-trarse nuevamente con la muchacha juda, la hija delmercader a quien haba visto en otra ocasin a tra-vs de la ventana. Pero esa oportunidad no se pre-sentaba. Cada vez que se llegaba al "ghetto"encontraba cerrada la casa de la Playa de Judea. Eradifcil dar con la tienda aquella. Resultaba imposiblereconocer que all haba existido alguna vez unapuerta con cortinas. La casa permaneca silenciosa.Las pequeas ventanas que se divisaban desde loalto aparecan hermticamente cerradas detrs desus gruesas rejas de hierro, de tal modo que el pin-tor no pudo saber si all dentro an moraba alguien.En la banderilla de hierro que oscilaba sobre elposte pudo reconocer, un tanto borrosas, las insig-

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    nias de la vieja Castilla; interrogando a los vecinosque de vez en cuando cruzaban rpidamente la pla-za, nada pudo obtener. Los judos parecan temerley trataban de esquivarlo. Al fin logr saber que aljudo que viva en aquella casa lo llamaban "el Mer-cader de Castilla", era hombre adinerado y repre-sentaba a la famosa firma de la rica marrana doaGracia de Mendoza, madre de los marranos, que seradic finalmente en Constantinopla para extenderdesde all sus negocios por todos los pases.

    Pastillo se encontr una vez ms en la plaza del"ghetto". Deba ser sbado, porque se extra delsilencia que reinaba a su alrededor. Todas las casaspermanecan cerradas. Raramente se vea cruzar aalguien la plaza o asomarse a alguna ventana. Depronto oy un clamoreo, y luego vio que de distin-tas casas sacaban a viva fuerza, los inspectores delPapado y los soldados de la Iglesia, a doncellas yadolescentes, llevndolos a un lugar que l descono-ca. Tal hecho produca un coro de lamentaciones ylas lgrimas paternales, que parecan ordenar algo enun idioma desconocido para l. Pastillo se quedsorprendido; no daba crdito a sus propios ojos; enla casa de Castilla, donde viva el mercader judo,que siempre encontraba cerrada y desierta, se abri

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    repentinamente la vieja puerta que le era conocida,cuyo umbral descenda en escalones hacia la calle;luego oy un crujir de terciopelo y apareci la mu-chacha a quien viera aquella vez por la ventana, lle-vada por dos alabarderos papales. No pudo ver surostro, pues iba cubierto con un velo verde, seal desu condicin de doncella juda. Pero s pudo notarcmo inclinaba la cabeza, esa testa pequea y escul-pida que emerga del velo como una manzana pe-quea y lozana. Detrs la segua el judo, queinclinaba tambin la cabeza, sin prestar atencin alpintor, a pesar de haber notado su presencia.

    Pastillo sigui los pasos de la muchacha.A la entrada del "ghetto" estaba la iglesia de

    Sant'Angelo, all donde el portal de entrada al"ghetto" ostentaba, debajo del gran crucifijo, la ins-cripcin hebraica de la clebre admonicin del pro-feta Isaas: "Paraschti et iadai kol haiom al amsorer." Aquella iglesia haba sido edificada especial-mente para los judos, y un viejo decreto papal losobligaba a concurrir a ella todos los sbados por latarde y escuchar los sermones de los sacerdotescristianos. Pero los judos no cumplieron nunca estaprescripcin. La eludieron por medio del soborno,valindose de unos diez torpes que eximan a los

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    dems de asistir. De esta manera cumpla toda lapoblacin con la orden del papa; por otra parte, es-tas personas se eligieron entre los ms sordos. Co-mo adems les tapaban los odos, evitaban de esemodo la influencia que hubieran podido ejercer so-bre ellos las exhortaciones de los representantes dela Iglesia.

    En los tiempos de Clemente VII, cuando Salo-mn Malco5 estuvo en Roma y aprovech su ascen-diente mstico sobre el Pontfice para favorecer a losmarranos, caduc definitivamente la vieja ordenan-za papal y la Iglesia del "ghetto" permaneci cerra-da. Pero al advenimiento del "Papa Amn", comolos judos denominaban a Pablo IV, esa imposicinse renov con mayor rigor. El Papa design sacer-dote de aquella Iglesia al judo converso Yosef Ma- 5 Salomn Malco: Uno de los falsos Mesas, que aparece enla historia juda a principios del siglo XVI, cuyo verdaderonombre era Diego Pires. Se convierte al judasmo y adopta elnombre de Malco. Junto con David Rubeni se entrevista conel Papa, el cual, por razones desconocidas, dispensa al con-verso su favor. Trata de convencer al emperador de Alema-nia. Carlos V, para que les facilite su ayuda en una posibleguerra contra Turqua; guerra que se llevara a cabo por to-dos los judos del mundo con el objeto de conquistar la Pa-lestina, no obteniendo ningn resultado. Es entregado amanos de los inquisidores y quemado pblicamente en elao 7533, por halar abandonado su propia fe.

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    ra. Este sacerdote obligaba a todos los judos del"ghetto" a que asistieran regularmente todos los s-bados a los oficios divinos. Los judos teman por lajuventud, porque Yosef Mara posea grandes facul-tades oratorias y era considerado el mejor predica-dor de toda Italia. Los padres de familia, por naturalprevencin, ocultaban a sus hijos y concurran solosa la iglesia. Al tratarse de ellos no poda haber peli-gro. Pero el sacerdote quiso sobre todo tener en suauditorio a los inocentes corazones y a los odospuros y limpios. Todos los sbados enviaba a lossoldados de la Iglesia a los hogares judos, para quetrajeran de cualquier modo a los jvenes al templo.

    Cuando Pastillo entr en la iglesia, siguiendo almercader de Castilla y su hija, la encontr llena demujeres y hombres, doncellas, muchachos y nios,con sus correspondientes "arpa kanfoth"6. La iglesiapareca una sinagoga; por todas partes se lean ins-cripciones hebraicas de frases clebres de los pro-fetas, que predijeron el advenimiento de la fecristiana. En el extremo oriental haba un tabern-culo regiamente esculpido, encima del cual apareca

    6 Arba Kanfoth: Pequeo manto sagrado, que los judoscreyentes llevan puesto permanentemente en seal del trata-do de fidelidad a Jehov.

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    una gran cruz de plata. Grandes velas de cera car-mes ardan en un candelabro judo de plata, colo-cado delante de la Sagrada Efigie, y Yosef Mara,envuelto en el "taleth"7, de pie en el altar delante deltabernculo, sosteniendo en una mano el rollo sa-grado y en la otra una cruz, hablaba a los sefarditas.

    Hablbales en su idioma, en castellano, citandocaptulos de la "Torah"8 de los profetas, mencio-nando pasajes del "Midrasch" y del "'Talmud"9 eintentando demostraciones cabalsticas. Los amena-zaba con el infierno y les prometa el ciclo, descri-biendo con sombros colores las penurias ysufrimientos del primero, y pintndoles, en cambio,con vividas luces las delicias del paraso.

    -Y dnde est El, vuestro Dios? -preguntaba-.Y dnde El, vuestro Mesas? Por qu no se haceor? Por qu no da seal de su existencia? Es quesois vosotros inferiores a los dems? Por qu oshabis convertido en blanco de la burla y de la per-secucin?

    7 Taleth: El manto sagrado que se lleva durante la oracin dela maana.8 Torah: As se denomina la Santa Doctrina.9 Talmud y Midrasch: Las enseanzas y ttulo de un grannmero de libros y comentario sobre la Biblia y otros...

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    Y extendiendo hacia ellos el rollo de la Biblia yla cruz, les rogaba:

    -Venid, venid y colocaos bajo la proteccin queos brindan estos smbolos excelsos!

    Y sus acentos tenan una resonancia metlicaque produca una extraa sensacin de temor queaterrorizaba a sus oyentes. Su mirada era llameante,y su rostro, plido y triste.

    Cerca de l se encontraba sentado el notario delPapa con una pluma de pavo real en la mano y unlargo rollo de pergamino. Cualquier juda que seacercaba al altar e inclinaba la cabeza, dejndoserociar con el agua bendita, reciba inmediatamentede aqul una credencial que le otorgaba todos losderechos de ciudadano de Roma y lo institua nicoheredero de sus padres, devolvindole al mismotiempo todos sus bienes que se encontraran fueradel "ghetto" y que el Papa haba confiscado.

    El primer banco, delante del altar, donde estabael sacerdote, apareca ocupado pon los diez "batlo-nim";10 dos de ellos, Jaime Adoini y Marcos Alfi, losms tontos del "ghetto", representaban en todas las

    10 Batlonim: Holgazanes, perezosos, despreocupados gene-ralmente por su propio sosten, y mantenidos por la comuni-dad.

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    fiestas y casamientos la "danza de la muerte" y eranlos llamados a escuchar la "tojaj"11. Tenan tambinla misin de representar a la comunidad juda ante laIglesia en Roma. Jaime Adoini, de juvenil aparien-cia, deba tener la mejilla inflamada a causa de lasmuelas, pues llevaba la cara casi cubierta con unpedazo de gnero de lana que hubiese podido al-canzar para hacer todo un vestido; como debe su-ponerse, no se vea ni vestigios de las orejas. La vozdel sacerdote, por ms metlica que fuera, no hu-biera atravesado su vendaje. Ni an el estampido delcan hubiese llegado a sus odos. Su colega, simu-lando dolor de caliza, atse con una larga toalla,aplicndose unas rodajas de limn, de modo que asus odos tampoco poda llegar el sermn del sacer-dote. Este enrojeci de clera, baj del altar, seacerc al banco, aproxim la cruz que llevaba en la

    11 Tojaj: significa reproche, castigo, reprensin. Se denomi-na tambin con este trmino a dos pasajes del Viejo Testa-mento: el primero en el Tercer Libro (Levtico), cap. 26 vers.14 al 44, y el otro en el Quinto Libro (Deuteronomio), cap.28, vers. 15 al 61, donde Dios reprocha y predice a Israel elcastigo que le sobrevendr por su desobediencia a la palabradel Todopoderoso. Por eso, los sbados, al darse lectura alrollo sagrado y cuando tocaba esta parte, se llamaba a estospobres sujetos, porque nadie quera ser aquel ante quien seleyeran aquellas reprensiones.

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    mano a la cara de los tontos y les oblig a que lamiraran. Arranc el trapo de la cara de uno y la toa-lla de la cabeza del otro y orden que besaran lacruz. Los "tontos" gritaron a su vez tan escandalo-samente, quejndose de sus respectivos dolores, quetuvieron que ser expulsados de la iglesia.

    Yosef Mara se diriga a los padres de los jvenescon su voz metlica, tratando de infundirles temor.

    -Tened compasin! Tened compasin porvuestros pobres hijos, a los que educis en la ver-genza y en el desprecio, injuriados y perseguidospor todos! Dadles la proteccin de esta cruz! -rogaba el converso.

    Pero los jvenes se acurrucaban junto a sus pa-dres, mientras de odo a odo, de padre a hijo y demadre a hija recorra el murmullo de una sola pala-bra: "Schmah Israel"12.

    Y era como si esta palabra poseyera un mgicopoder. Palpitaban vivamente los corazones. Se oanvoces de generaciones pasadas. Aparecan visioneslamgeras ante los ojos. Cuerpos humanos que ar-

    12 Schmah Israel: "Oye, Israel, el Seor nuestro Dios, es uno,frase que se encuentra repetida varias veces en las oracionesjudas.

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    dan, grandes ojos horrorizados, voces temblorosas:"Schmah Israel."

    De pie, jvenes y viejos, grandes y pequeos in-clinaban las cabezas y retumbaban con entonacio-nes extrahumanas las palabras "iSchmah Israel!"

    Al escuchar esas voces, Yosef Mara se quedenmudecido y atemorizado. Un raro temblor agit-bale el pecho, su sangre apresuraba su curso a travsde sus venas y tambin los acompaaba murmuran-do: "Schmah Israel!"

    En un ngulo de la iglesia se encontraba Pasti-llo.

    Le impresionaba hondamente aquel espectcu-lo, extrao y sublime a la vez. Admiraba a los niosque inclinaban las cabezas, manteniendo una rigideztal, que no movan un solo msculo del cuerpo;ningn movimiento, ninguna mirada hacia la cruzque el sacerdote tena en la diestra extendida haciaellos, la cruz que significaba la salvacin para estemundo y para el otro...

    No comprenda por qu se empecinaban en re-pudiar el nuevo credo que pondra fin a todos sussufrimientos y que era el nico y verdadero. Porqu?... Por qu?

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    Mirando al mercader de Castilla y a su hija, se leagitaba el corazn. Crey que ella extendera la ma-no hacia la cruz. Pero no; inclin la cabeza como losdems, y permaneci inmvil, murmurando algo.

    No pareca ella tan cristiana, tan divina, pura ycasta? Acaso no se pareca a la Santa Virgen? Nose pareca acaso a aquella santa doncella con quienDios celebr su alianza?

    Slo en ese instante pudo observar su cabezainclinada, y el dolor, ese dolor inigualable impresoalrededor de su boca infantil. Era como si el dolordel mundo entero hubiera estado vivo en su rostro.Sus ojos parecan el refugio de la tristeza, y en sualta frente airosa brillaba la fe misma. Pastillo sintiel deseo de arrodillarse ante ella, de levantar haciaella las manos y rogarle:

    "Santa Mara Pursima, t, alma la ms pura delas almas puras, t, que llevas en ti el dolor delmundo, ten compasin, ten compasin!..."

    Desde el instante que la haba visto por primeravez pens servirse de ella para pintar una Santa Ma-ra, la Madre de Dios, tanto se pareca a la Virgen, aaquella ante quien se mostr el Seor, la que debahaber tenido los ojos tristes, y la expresin de ungran dolor en los labios. En su rostro deba estar

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    grabado el grito, el grito ahogado del sufrimiento yde la piedad infinita.

    Ante este rostro tendran que arrodillarse lasgentes; hacia su imagen extenderan las manos yrogaran, y los ojos divinos infiltraran en los cora-zones un suave dolor de pasin y un amor puro ysilencioso hacia todos, un perdn sin lmites y unahonda piedad para todo el mundo, as como ella loinfiltraba en el suyo...

    Era veneciano en cuerpo y alma. Odiaba a Ro-ma, a la Roma triunfadora, satisfecha y dominante.Odiaba su arte, y ms que todo a Rafael, su jovendios pintor, que haba ya vencido al mundo cristianocon la belleza de sus cuerpos de mujeres.

    Oh, Venecia, traficada por los veleros de todoslos ros y mares! Oh, Venecia, que parece una vi-sin del cielo, esculpida en mrmol blanco! Oh,Venecia, la ciudad de los templos y palacios que pa-recen tener alas y agitarse en el aire!

    Adoraba sobre corlo a los pintores venecianos.Sus maestros eran Tintoretto, Giorgione, Bellini, ycon preferencia el viejo Fray Anglico, cuyas "Sa-gradas Madres" vio en Florencia, el mismo FrayAnglico que haca descender del cielo las figurasinefables, vistindolas de infantil inocencia.

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    Pero Roma fue conquistada por Rafael, quecruz la tierra como un relmpago. Toda Roma,todo el mundo cristiano se arrodillaba para rezarante sus madonas, pintarlas segn el modelo de suamada, la hija del panadero. Someti y esclaviz asu pincel y a su paleta a todos los artistas que vinie-ron despus de l. Toda madona deba parecerse ala amada de Rafael, la hija del panadero de Roma;en caso de no ser as, no tena ninguna probabilidadde ser aceptada en la Iglesia, y el artista mora en lamayor indigencia.

    Pero Pastillo, como otros artistas jvenes, ya le-vantaba entonces la protesta contra el dominio deRafael. No, se deca: la mujer que Dios eligi paraque revelara el dolor del Universo no deba poseersolamente la belleza humana perfecta y el incompa-rable amor materno, no; esa mujer deba ser msprofunda, deba trocar el amor materno en un idealms elevado, en un amor infinito hacia toda la hu-manidad. Su rostro debera poseer una belleza ms-tica tal, que al mirarla nos hiciera olvidar la bellezadel amor terreno y nos anegara en un amor elevado,extrahumano, incomprensible e infinito...

    Y todo eso lo expresaba el aspecto de la mucha-cha juda, la hija del mercader de Castilla. En su

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    rostro vea el pintor aquella misteriosa belleza que ledescubra lo ms ntimo de un mundo que tantotiempo vena anhelando.

    El rebao rogara ante ella con mayor uncin;rogaranle con otras invocaciones, con corazonespuros y no para mendigar un poco de felicidad hu-mana, como se haca con la madona de Rafael. Serauna oracin distinta, completamente distinta, des-pojada de todo anhelo personal, de toda pequeafelicidad. Las gentes pondran en esa oracin todaslas ansias de una emancipacin ms elevada, de unafelicidad casi inasible.

    Pero cmo? Cmo podra l, tan buen cristia-no, servirse de la hija de un hereje para lograr unaconcepcin semejante a la Madre de Dios? Cmopodran arrodillarse los verdaderos cristianos anteuna imagen inspirada en el rostro de una hereje?

    Sbitamente record la leyenda de Cristo; en-tonces se pregunt: Acaso Dios mismo no ungicon su divina predileccin a una hija de este pueblo?Ella misma, la eterna virginidad, la Madre de Dios,no perteneca acaso a este pueblo?

    Aqu reside lo incomparable, lo elevado y lomstico que posee este pueblo elegido de Dios, paraque de l salga la salvacin del mundo.

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    Esperaba al padre y a la hija en el atrio de laiglesia, de modo que, cuando salieron, el pintor sepuso de rodillas ante ella.

    -Oh, madona! T, que tienes un rostro que ins-pira fe y ternura en el corazn humano, no tienes elderecho de guardarlo slo para ti. Dios te lo ha da-do para que despiertes en las gentes el sentimientode la belleza inmarcesible. Quiero tomarte de mo-delo para la Santa Virgen destinada a la Iglesia delSagrado Corazn. Las gentes vern tu rostro, searrodillarn y rogarn con el corazn purificado.Oh, madona! Djame crear la obra de Dios, paragloria y santidad de su nombre!

    La muchacha callaba e inclinaba la cabeza, ascomo lo habra hecho en la Iglesia ante el sacerdote;lo escuchaba con temeroso respeto; despus, a pasomenudo, se alej siguiendo a su padre.

    El pintor permaneci arrodillado sobre una solapierna en el mismo lugar.

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    CAPITULO IIILA EXCOMUNION

    En el mes de mayo de 1556, por decreto del re-presentante de Jesucristo, el Papa, la Inquisicinconden a la hoguera a veintisis marranos; aquellosque aceptaron voluntariamente la fe cristiana, fue-ron enviados con esposas a la solitaria isla de Malta.El infierno inquisitorial de Ancona conmovi a losjudos de todo el mundo, y sobre todo a los de Ita-lia.

    Haca ya muchos aos que los marranos dePortugal y Espaa haban abandonado sus hogares,envueltos en fuego y en sangre, para dirigirse a lasamadas y libres Repblicas de Italia, donde en aque-llos tiempos reinaba el espritu de progreso, de cul-tura y de humanidad. Los Papas Clemente II, PabloIII y Julio III, permitieron a los marranos fugitivos

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    de la Inquisicin, volver abiertamente al judasmo,adoptar nuevamente sus nombres judos, y hacervida judaica. En la libre Repblica de Venecia fue-ron recibidos con los brazos abiertos. Iniciaron alllas relaciones comerciales con sus hermanos que seencontraban en los pases del Sultn, contribuyendoas al desarrollo y enriquecimiento de la Repblica.

    Enviando a estas Repblicas, y queriendo atraera los marranos de Venecia a sus pases, para enri-quecer, por su intermedio, sus puertos con el co-mercio de Oriente, los ducados de Ferrara lesaseguraban una infinidad de derechos, permitin-doles edificar sinagogas, instalar imprentas judas -hecho que significaba en aquellos tiempos el expo-nente ms avanzado de la tolerancia religiosa- y dara sus hijos la educacin de sus padres.

    En Ferrara, aquel paraso en miniatura, dondelos duques congregaban a su alrededor poetas ypintores y en cuyas residencias se discuta ms sobreVirgilio y Dante que sobre asuntos de Estado, de-sempeaban los marranos el papel ms importante.Eran los ministros de Comercio y finanzas y ocupa-ban los ms altos puestos en la vida social y poltica.En el ao 1543, Pablo III, por delacin de YosefMara, hizo quemar pblicamente en Roma todos los

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    libros judos, exceptuando el "Zohar"13. Por estarazn, los judos de Roma y de otras ciudades deItalia enviaron clandestinamente sus libros sagradosa Ferrara y Ravena, a fin de que los marranos losguardaran debidamente, e impidieran su desapari-cin.

    Pero durante el dominio de Pablo IV, termintodo; por un decreto privado, todos los marranosdel puerto de Ancona fueron arrojados a los sta-nos inquisitoriales de tormento. Muchos de elloseran sbditos turcos que haban venido por un 13 Zohar: Es el libro principal de la Cbala, el que sirve hastahoy como base de aquella ciencia oculta. El significado de lapalabra "zohar" es brillo, y proviene de un versculo de unpasaje del libro de Daniel donde dice: "y los sabios brillarncomo la luminosidad del cielo". Segn la leyenda, este librolleg en la segunda mitad de la XV centuria a manos delmstico Moiss de Len, residente de Espaa, un manuscritodel sabio R. Simn ben Iojoai que viva en el sigo XI de laEra Cristiana. Otros lo niegan y le otorgan la paternidad alprimero. Se compone de una cantidad de enunciados de laBiblia, sus interpretaciones y comentarios. Pero esas inter-pretaciones y comentarios parecen no tener a simple vistaninguna relacin con tales frases, y requieren profunda me-ditacin: adems contiene poesa, filosofa, quiromancia,relatos sobre la creacin del mundo, meditaciones sobreDios y lo divino, sobre los deberes del buen judo y sobrelos tiempos del Mesas. Ensea que el infinito es perfecto einmulalde y lo nico que cambia y se perfecciona es la for-ma.

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    corto tiempo a negociar en Ancona. Algunos deellos se salvaron a ltimo momento, huyendo a losotros pequeos ducados de Italia, fuera de la juris-diccin del Papa. Pero la mayora muri bajo la bar-barie de los inquisidores, muchos fueron enviados alas islas, y veintisis sufrieron pblicamente el tor-mento de la hoguera.

    Podra decirse que ste fue el primer fuego queencendi la Inquisicin en tierra de Italia, y provocel pnico, tanto entre los judos como entre los ma-rranos.

    En la casa de don Jos Pinsi, el mercader deCastilla, como se le llamaba en el "ghetto", los ma-rranos se reunan ocultamente, para orar y hacersemutuas consultas. A los judos tambin, a pesar deno haberles sido prohibido an profesar la fe mo-saica, les clausuraron todas las sinagogas, dejndolesabierta una sola; comenzaron entonces, tanto elloscomo los marranos, a usar un viejo sistema que ha-ban practicado en Espaa y Portugal: el de reunirseen stanos secretos para cumplir los oficios divinosy realizar all sus asambleas.

    Jos Pinsi era en Roma representante de doaGracia de Mendoza, la que ya entonces, con su yer-no Jos Nasi y otros judos y marranos, que conta-

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    ban en total unos quinientos, haban huido de Fe-rrara a Constantinopla para colocarse ellos mismosy colocar sus riquezas bajo la proteccin del Sultn.Muchos de sus bienes fueron confiscados por el reyde Francia, por el Papa y por otros pequeos reinos,a quienes doa Gracia facilitaba dinero prestado. Apesar de eso, segua manteniendo comercio clan-destino con los puertos de Italia, adonde enviabasus barcos cargados de mercancas de Constantino-pla, en combinacin con los agentes que tena entodas partes. Estos eran al propio tiempo los em-bajadores de los marranos; tenan a doa Graciasiempre informada de las cuestiones pertinentes yfacilitaban la huida de los perseguidos hasta poner-los en las tierras del Sultn.

    En el stano profundo y abovedado donde en-contramos por primera vez al pintor, se encontra-ban reunidos los judos de Roma.

    Era una noche de verano, despus de un dabochornoso, y casi toda la poblacin de Roma des-cansaba a orillas del Tber.

    Las callejuelas, oscuras y tortuosas, eran comonegras fauces, y las casas, altas y silenciosas, semeja-ban sombras gigantescas animadas de extraos mo-vimientos. Por las callejuelas del "ghetto" se

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    deslizaban junto a las paredes sombras solitarias,que desaparecan por una entrada secreta que con-duca al stano de Jos Pinsi.

    El stano estaba alumbrado -nico lugar que seencontraba as en toda Roma-. En un gran candela-bro de plata ardan lamparillas de aceite. Junto a lasnegras paredes, aqu y all, se agrupaban sombras dejvenes y viejos que cuchicheaban entre s. Sus abri-gos y sombreros negros proyectaban sombras es-pectrales sobre los muros del stano. De prontotodo qued en silencio, mientras la reunin se con-centraba en un mismo lugar.

    Cuando poco despus se abri una puerta, apa-reci el viejo judo ciego, cuyos ojos muertos brilla-ban, no obstante, en sus amplias rbitas con taldestello de vida, como si vieran, no las vanidades deeste mundo, sino la verdadera luz de un mundo jus-ticiero... Llegaba conducido por la muchacha, por lahija del mercader de Castilla. El nombre de ella eraIfatah. Pero, en realidad, no era hija de aquel co-merciante, sino nieta del anciano ciego, que se lla-maba Reb Jacob Mediga, de la familia de losAbarbanel; se consideraba como miembro de aque-lla familia y as tambin lo consideraban los marra-nos y los judos de Roma. Su autoridad era

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    reconocida por todos los judos espaoles de aque-lla ciudad. Su familia habase perdido a causa de suscontinuas peregrinaciones por el mundo. Muchosde los suyos haban sido secuestrados en el mar porlos piratas y vendidos como esclavos; muchos nioshaban sido cristianizados a viva fuerza y contra lavoluntad de sus padres. De toda la familia slo que-daba, pues, el anciano con su nieta, que vivan en lacasa de Jos Pinsi, el agente de la rica doa Gracia.Con el ciego entraron dos emisarios enviados a losjudos de Roma, uno de ellos huido de Ancona, y elsegundo, de Constantinopla. En realidad este ltimoera un enviado del Sultn Solimn ante el Papa, yllevaba la misin de interceder por los sbditos tur-cos. Sin embargo, llevaba tambin una misin clan-destina de la opulenta doa Gracia ante los judosde Roma.

    En el stano rein un profundo silencio, y slose oa el chisporroteo de las mechas. Inmvilesquedaron tambin las sombras sobre las paredes,como inmviles los cuerpos de los judos en el s-tano. El viejo Reb Jacob se arrellan en una hondapoltrona. Y, como de costumbre entre los judos deEspaa y los marranos, desfilaron ante el patriarca yle besaron la mano, uno despus de otro. El anciano

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    colocaba la diestra sobre sus cabezas, y, murmuran-do algo, los bendeca. Despus se acerc el dueodel stano, don Jos Pinsi, a un lugar secreto, y diorepetidos golpes en la pared que comunicaba con lacalle. Afuera estaban haciendo de centinelas, en to-das las esquinas, algunos jvenes marranos que de-ban tener cuidado de los inspectores de laInquisicin. Ellos le contestaron, por medio de unaseal convenida, que todo estaba tranquilo. Corriuna cortina disimulada hasta entonces, y apareci eltabernculo; los asistentes comenzaron la oracinde "Marev".14

    Todos callaban; slo se oa el murmullo delcantor a quien los dems seguan palabra por pala-bra. Al terminar la "Schmonah Asarah"15 el ancianoextendi la mano en seal de que se guardara silen-cio. Todos enmudecieron. El enviado de Ancona sepuso entonces de pie, se acerc al tabernculo ycomenz a contar lo que all ocurra.

    Contaba cmo un sbado por la tarde, inespe-radamente, tomaron por asalto las sinagogas yarrastraron a todos los marranos con sus mujeres e 14 Marev: Oracin de la tarde.

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    hijos a los stanos de la Inquisicin, donde fuerontorturados en las formas ms atroces. Los habanamarrado a grandes ruedas trituradoras. Muchosperecieron en estas torturas; los sobrevivientes ha-ban tenido la fe cristiana. As fueron esposados ymandados a la isla de Malta; pero veintisis que semantuvieron firmes en la creencia de sus padresfueron llevados, al son de cnticos religiosos y bajolos estandartes de la Iglesia, hacia las hogueras quelos esperaban en la plaza de la ciudad. La vieja doaMaiara infundales fidelidad y valenta en su credocon la exaltada vehemencia de su "Schmah Israel", yas fueron todos quemados.

    Un silencio religioso reinaba en el stano; cadacual, con la cabeza gacha sobre el pecho, se imagi-naba el momento en que le llegara su turno...

    D pronto, levantse el viejo Reb Jacob, estirsus delgadas manos, como si viera a alguien, y convoz trmula exclam:

    -Consagrados a Dios! Consagrados a Dios!Todos contestaron a la vez:-Consagrados a Dios!

    15 Schmonah Asarah: Oracin de las dieciocho bendiciones,que se repite diariamente tres veces, y que debe pronunciarsede pie y sin interrupcin.

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    De mltiples bocas se oa:-Exaltado y santificado sea el nombre de Dios!

    Exaltado y santificado sea!Cuando volvi a reinar el silencio, levantse el

    enviado de Constantinopla y dijo:-Respecto a los marranos desterrados a Malta,

    puedo comunicarles que todos se encuentran ac-tualmente bajo la proteccin del bondadoso SultnSolimn, bendito sea su nombre, y sirven al nicoDios existente, sin que nadie pueda impedirles.

    -Y cmo? Cmo? -preguntaron algunas voces.-La bondadosa dama doa Gracia de Mendoza,

    joya para nuestro pueblo, con su yerno el generosoduque don Jos Nasi, llegaron a presencia del Sultny se arrojaron a sus pies, solicitando compasin parasus hermanos. El Sultn atendi su solicitud, con-movido por sus lgrimas, y as pudo ella enviar unode sus buques y embarcar a todos los marranos dela Isla con destino a la capital de su gran Imperio.

    -El nombre de Dios sea loado en todas partes ypor siempre! -exclam el anciano, levantando lasmanos al cielo.

    Todos contestaron:-Amn!

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    -Y yo he sido enviado a vosotros por la bonda-dosa duquesa Gracia y por el duque don Jos Nasi,para advertiros que ninguno de vosotros debe an-clar sus barcos en Ancona. Que nadie venda all susmercaderas. Entre el principado de Ravena, enemi-go del Papa y amigo de los marranas, y los judos delas tierras del Sultn, se ha pactado para siempreque, desde hoy en adelante, todos los barcos quelleguen de Oriente eviten el puerto de Ancona ytiren anclas en Ravena. Que Psaro, el puerto deRavena, se haga el centro del comercio judo. Queall proyecten su sombra las velas de los barcos deOriente y, bajo su refugio, descansen en paz los ma-rranos.

    Despus de l, Ievantse nuevamente el ancia-no, dirigindose a los asistentes:

    -Hijos de Israel: por la memoria de los sacrifica-dos y purifi-cados, od el verbo divino; od a vuestroDios. En nombre de los sacrificados, en nombre dela sangre juda que fue derramada y de los huesosjudos que fueron devorados por el fuego, declaro laexcomunin flamgera de Ancona, el pas enemigoregado por la sangre de nuestros hermanos. Malditoser aquel que anclare sus buques en los puertos delPapa. Maldito aquel que ofreciere el pan a nuestro

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    enemigo, aquel que ayudare su comercio y que en-riqueciere su tierra. Desierta y olvidada quede An-cona sobre la faz de la Tierra. Excomulgada sea!Excomulgada sea!

    Y un murmullo circul por toda la reunin:-Excomulgada sea! Excomulgada sea!-No duerme ni descansa el protector de Israel -

    deca Reb Jacob, y sus manos temblaban-. Dios tu-vo piedad de su pueblo y le envi un Salvador y undefensor en la persona del Sultn Solimn. QueDios lo fortifique ante sus enemigos! Oh! No sederramar ya ms en vano la sangre juda en Italia.Ya no ardern ms los cuerpos de inocentes judosen las hogueras. Dios est junto a nosotros de da yde noche. Y en cada generacin nos enva su Salva-dor. Digamos nuestra alabanza a Dios por la justiciaque nos otorga.

    Nadie saba lo que el anciano Jacob quiso ex-presar con estas palabras, pero entendieron que algoimportante haba sucedido. Entonces levantaron susmanos al ciclo, como l lo haca, y agradecieron aDios. Al da siguiente, todos los judos de Roma, enla misma forma que los propios romanos, se queda-ron sorprendidos, asombrados por las noticias querecorran toda la ciudad.

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    Un enviado especial haba manifestado al Papa,en nombre de su Majestad Solimn, que los marra-nos de Italia haban sido declarados por su voluntadsbditos turcos, y que por cada marrano que lucratorturado en los stanos de la Inquisicin, ordenarael Sultn torturar a un cristiano, y por cada marranoque fuera quemado en las hogueras de Italia, se ha-ra lo mismo con un cristiano, ante su propio pala-cio.

    A raz de esa gestin se abrieron los stanos dela Inquisicin y todos los marranos, sbditos turcos,fueron puestos en libertad por orden del Papa.

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    CAPITULO IVFUEGO Y AGUA

    En el trono de Cristo, en Roma, se encontrabael viejo tirano, el octogenario Juan Pedro Caraffa,bajo el nombre de Pablo IV. Ya en tiempos en queejerciera su investidura cardenalicia, bajo la direc-cin de Pablo III, haba hecho incinerar los sagra-dos textos.

    Pablo IV ascendi al trono de Cristo para que,con el veneno de su fanatismo y el poder de lastorturas inquisitoriales, mantuviese el poder papal,que comenzaba a debilitarse sensiblemente, debidoa la enorme influencia de los reformadores, Luteroen Alemania, y Calvino en Ginebra. Pablo IV, alsentirse ya demasiado dbil para ahogar el movi-miento protestante, que se desarrollaba inconteni-blemente en toda Alemania, arroj los dardos de su

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    clera contra los herejes de su reino; contra los ju-dos, los moros y los marranos.

    En la cmara de su templo, arreglado a lo jesu-tico, arriba, por encima de los departamentos delVaticano, sentada en un asiento duro, la alta figuradel Papa se mostraba sumida en melanclica con-goja. Su rostro, surcado profundamente de arrugas,semejaba un mar revuelto. La spera pelambre de sutupida y blanca barba se mova con una rigidez dealambre, pero entre las arrugas de su cara y por de-bajo de las pesadas cejas que casi cubran los prpa-dos, asomaba un par de pequeos ojos celestes, casiinfantiles, mortecinos e inmviles como dos ascuasa punto de extinguirse.

    -Desde cundo se rige el trono de Pedro por lavoluntad del Sultn y los herejes? -preguntbale elPapa al menudo y tranquilo cardenal Alejandro Far-nesio, quien diriga la poltica externa del Vaticano.

    -El judo Jos Nasi se gan la simpata del Sul-tn, y es ahora su consejero. Nosotros, a la ver, de-bemos ganar su amistad. El fuego de Ancona noscost el comercio con el Oriente -repeta queda-mente el cardenal.

    -El Sultn podr acaso ordenar al representantede Cristo cmo tiene que conducirse con los refor-

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    madores y enemigos del cristianismo? -volvi a pre-guntar el Papa.

    -Roma no es tan slo la sede de la Iglesia cris-tiana; lo es tambin del reino romano. Los otrosreinos de Italia se enriquecieron con el comercio deOriente, gracias a los judos. Venecia, Ferrara y Ra-vena conquistaron la amistad de los consejeros ju-dos del Sultn. Y hasta Espaa, la ms acrrimaenemiga de los judos, trata ahora de relacionarsecon el ministro judo Jos Nasi, y ha ordenado a suEmbajador en Constantinopla que entre en tratossecretos con l. As nos comunican de fuente fide-digna.

    El Papa, al or la palabra Espaa, mont en c-lera; su cara enrojeci y sus ojos perdieron su quie-tud, porque por poco que quisiera a los judos ymarranos, odiaba mucho ms a los espaoles, que leconducan incesantemente a la guerra.

    -Mostrar al Sultn de todos los musulmanes, alos judos, espaoles y otros reformadores, que enRoma se encuentra todava el representante deCristo -exclam el Papa, incorporndose. Ve y ll-mame a mi primo, el Gobernador de Roma.

    En la noche, cuando el cardenal Farnesio asistaa la cena que ofreca la famosa cortesana Imperio,

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    festejando un gran acontecimiento, es decir, el he-cho de que su papagayo africano haba aprendido adeclamar unos versos de Virgilio, entr en la villajunto al Tber, en el momento de los bailes de ado-lescentes y doncellas, desnudos, un hombre enmas-carado, que solicit hablar con el cardenal. Ycuando ste le pregunt lo que quera, el desconoci-do le dijo al odo:

    -El Papa acaba de ordenar al Gobernador deRoma que in-cendie el "ghetto" por los cuatro cos-tados, y que cuide que ningn judo se salve del fue-go.

    El cardenal, palideciendo, pregunt:-Cmo lo sabes?-Soy de la casa del cardenal de Venecia -le con-

    test el desconocido.El cardenal no hizo ms preguntas, pues bien

    saba que el cardenal de Venecia estaba mejor quenadie informado de todos los secretos, y que noslo era representante de la Iglesia, sino, ante todo,Embajador de la Repblica de Venecia. Y por otraparte, saba que los sabuesos de quienes se serva elcardenal saban antes y mejor que los mismos car-denales lo que suceda en el Palacio del Papa; por lotanto, poda confiar en sus palabras.

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    -No s quin eres, joven, pero lo cierto es quehas favorecido en mucho a la Iglesia con tu mensaje-le dijo-. Recibe mi agradecimiento.

    -Un favor con otro favor se paga; quiero que encambio me enteris de todos los males que amena-zan al "ghetto" de Roma.

    -Cmo? Un amigo de los judos?-No, un amigo de la Iglesia!El joven se retir la mscara, y el cardenal reco-

    noci al pintor Pastillo.-Pastillo, el pintor de Venecia! -exclam asom-

    brado el cardenal-. Qu tienes que hacer t en el"ghetto"?

    -All se extravi m corazn!-Y el ojo vigila siempre all donde ei corazn

    descansa! -afirm sonriendo el cardenal.Y sin importarle nada que la bella Imperio co-

    queteara con sus ojos de zafiro sin par, segn seafirmaba en todo el reino de Italia, invit al jovenpara que se quedara hasta el momento en que supapagayo fuera introducido en una jaula de oro, ydeclamara a Virgilio, luego se excus de tener queretirarse, porque comprendi que la vida de milesde almas era ms importante que el papagayo. Apesar de que no lo hizo por los miles de almas, ni

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    tampoco en homenaje a la fe cristiana, y slo con-templando los intereses bastardos de la Iglesia.

    Despus de media hora yaca a los pies del Pa-pa, en su dormitorio, rogndole:

    -Santo Padre, la Iglesia est en peligro. De Ale-mania recibimos noticias de que las teoras herejesde Lutero, el reformador, se propagan por el pascomo una epidemia. Tambin Inglaterra se nos vade las manos. En Francia se divulgan las ideas ateas.Incendian pblicamente en las plazas las bulas delPapa. La silla de San Pedro tambalea. Los reforma-dores ganan cada vez ms adeptos. Y ahora, si llega-ra a saberse en todo el mundo que han perecidoquemadas miles de personas, nadie dudar de que elautor de esas muertes fue el Vaticano, y como losjudos tienen en todas partes sus agentes, y en todaslas cortes hay mdicos y financistas judos, aprove-charn la coyuntura para luchar contra la Iglesia, yesto dar ms nimo a los reformadores en sus ata-ques contra la iglesia y nos restarn pueblos enteros.

    El Papa cerr lentamente los prpados, como sise durmiera, y call.

    En un rincn, cerca de la puerta, estaba el Go-bernador de Roma con el decreto en la mano, espe-rando la refrendacin del Santo Padre.

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    -Y cunto te pagaron los judos para que hagasesta gestin? -pregunt finalmente el Papa.

    El cardenal call un momento; se levant de susitio, se persign y dijo:

    -Dios es testigo de que lo hago slo en intersde la Iglesia. Inventad para los judos toda clase detorturas. Pero castigadlos de modo que no sea lamano de la Iglesia. Los judos se han conquistado alSultn. Reyes y prncipes buscan su amistad. Estndispersos por todo el mundo y pueden ser una granayuda para nuestros enemigos.

    -Que los reyes y prncipes busquen la amistaddel judo y del Sultn, pero eso no lo har nunca elPapa de la fe cristiana; con los enemigos de Cristono tengo nada que ver -afirm el Papa con tonoenrgico.

    El Gobernador de Roma intercedi entonces:-Santo Padre, si no podis castigarlos con fuego,

    hacedlo con agua.-Qu quieres decir con ello? -pregunt el Papa.El Gobernador mir al cardenal.El Papa hizo una sea con la mano, y el carde-

    nal sali del aposento del Santo Padre, dejndolo asolas con el Gobernador.

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    -Las aguas del Tber salen todos los aos de sulecho e inundan el "ghetto" dijo el Gobernador-, ycuando vos obligasteis a los judos a que levantaranlos muros, ellos aprovecharon en una forma taninteligente, que aseguraron las orillas del ro hacien-do altas murallas para que el agua del Tber no pe-netre en sus viviendas. En setiembre esperamos unanueva inundacin del Tber; ordenad, y nosotrosdesharemos secretamente las fuertes barreras, ycuando las aguas alcancen su ms alto nivel, se in-troducirn en el "ghetto" e inundarn todo lo que seencuentra en aquellos stanos -aadi el Goberna-dor con voz apagada.

    -Y t -orden el Papa- pon en guardia a misfieles soldados alemanes y suizos, para que no per-mitan, hasta despus de veinticuatro horas de lainundacin, que ninguna alma abandone el"ghetto".

    -Seris obedecido -e inclinse ante Su Santidad.-Y ahora, llmame a ese Judas, el cardenal.Cuando el cardenal Farnesio hubo entrado, el

    Papa le dijo con voz melosa, levantando los ojos alcielo.

    -No por amor a los infieles lo hemos hecho, nipor la necesidad material de nuestra vida en este

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    mundo, sino slo por la Santa Iglesia, que nos ense-a a amar a nuestros enemigos.

    Y al decir estas palabras, el Santo Padre tom eldecreto de manos del Gobernador y lo ech al fue-go del hogar.

    Pero el cardenal descubri en el fondo de loscelestes ojos del Papa una centella oculta.

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    CAPITULO VLA INUNDACION

    El 15 de setiembre de 1557 Roma despert conla sensacional noticia de que las aguas del Tber ha-ban inundado el "ghetto". La poblacin de Roma,fiel a la tradicin de sus juegos y exaltaciones, aban-don sus labores cotidianas y, presurosa, baj enmasa al lugar del siniestro con un entusiasmo desen-frenado, impaciente por presenciar el gran juegodonde miles de personas estaran luchando con lamuerte.

    Las callejuelas estrechas y tortuosas de los alre-dedores del "ghetto", se encontraban hacia horasatestadas de muchedumbre que iba y venia entu-siasta de contemplar el espectculo; todas las gentesestaban acaloradas, con caras sudorosas, ojos bri-llantes y sonrientes, comunicndose unas a otras la

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    gran noticia. El Papa prohibi abrir las puertas del"ghetto" hasta que el agua cubriese la plaza de Ju-dea, exceptuando a aquellos que extendiesen lasmanos hacia la cruz y quisieran colocarse bajo lasalas protectoras de la Iglesia, para gloria de la Iglesiay regocijo de los cristianos.

    Los respetables patricios romanos iban vestidoscon ricas tnicas de color, envueltos en mantos deterciopelo celeste, acompaados de una infinidad desirvientes y esclavos, que llevaban almohadones pa-ra que sus amos se acomodasen sobre los muros del"ghetto"; para colmo del boato, llevaban tambinlos ms ricos tapices, y aun sombrillas para preser-varse de los rayos solares. Canastos con frutos, vi-nos, dulces y confites llevaban tras de ellos pararefrescarse mientras presenciaban el gran juego.Iban tambin jornaleros, semidesnudos y descalzos,que llevaban sus hijos sobre sus cabezas, con sem-blantes esculidos de hambre y ojos afiebrados desed, vidos de juego, de diversiones y de emocionesexcitantes... Iban tambin mozos de labranza, sol-dados suizos que servan en el ejrcito del Papa, consus vestimentas fantsticas, pantalones coloreados, ycada pie envuelto en un pao distinto. Iban frailesde distintas rdenes, franciscanos, dominicos, en

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    sus hbitos pesados y grises, con las capas tiradaspor encima de la cabeza, descalzos; grupos demonjas vestidas de negro, en procesin, llevandolos estandartes de la Iglesia y entonando cantos reli-giosos. Tambin iban, prostitutas, las ms bellascortesanas de Roma, universalmente reconocidas, ylas hermosas mantenidas de la aristocracia romana;los sirvientes llevaban, delante de ellas, loros enjaulas de oro, que acreditaban su profesin, consti-tuyendo para ellas un orgullo mostrarse en pblicocon tales atributos... Iban acompaadas por uncortejo de jvenes -hombres y mujeres- ricamentevestidos -el orgullo de Roma. Estos eran los rendi-dos admiradores de su belleza, prisioneros de susatractivos, el botn de su victoria; cuanto ms nume-roso era el cortejo de sus enamorados, tanto msorgullosa e imponente balancebase la cortesana enel silln, sobre los hombros de sus esclavos... Comoun torrente de distintos colores que arde en unafantstica puesta de sol, aflua todo aquello parapresenciar la inundacin.

    Los muros del "ghetto" estaban invadidos yapor gentes de distinta clase, sexo y edad. Algunosesclavos rean para conseguir la mejor ubicacinpara sus amos; otros desplegaban los ms ricos tapi-

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    ces y almohadones de distintos colores sobre losanchos muros, para mayor comodidad de sus seo-res y amas, los dueos de sus vidas y muertes. Losmuros del "ghetto" desaparecan debajo de los dis-tintos colores de gneros, sedas, terciopelos multi-colores con los que se adornaba la aristocraciaromana, concurriendo con su profunda opulencia alas puertas del barrio judo... Se agitaban al sol losdiseos y paisajes de los ms caros tapices orienta-les, con dibujos de diversas frutas y animales. Rugacomo el oleaje furioso de un ro desbordado lagente del pueblo que se enracimaba sobre los mu-ros, y, de vez en cuando, estallaba un trueno de risasy alegres exclamaciones que traducan el entusiasmopor el gran juego. Era la danza de la muerte dehombres agonizantes, la que se presentaba ante suvista, en el interior del "ghetto"...

    Aquella danza de la muerte se inici as: de no-che, oyeron los que, debido a la escasez del lugarhabitaban los stanos del "ghetto", un salvaje rugiry golpear en las paredes de sus viviendas, como siun enemigo pugnase por llegar hasta ellos. Los ha-bitantes del "ghetto" -como ya se ha dicho-, obliga-dos por prohibicin del Papa a no ensanchar losmuros, se vean en la premiosa necesidad de buscar-

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    se un lugar donde vivir; entonces cavaron cuevascomo las vizcachas, haciendo subterrneamente susviviendas. Los habitantes de los stanos saban ya loque significaban aquellos extraos ruidos en las pa-redes de sus viviendas, y quin era el enemigo queavanzaba contra ellos. Bajaron de sus lechos comosorprendidos por un incendio, se llevaron a sus ni-os, a sus enfermos y ancianos, y quien poda y antena tiempo, llev consigo lo que tenia a mano,aprestndose a subir a lo alto de las construcciones.Por medio de golpes en las pared, se comunicabanunos a otros que se acercaba un enemigo rpido ypoderoso: "El agua llega!". Esta exclamacin, "Elagua llega!", se transmiti como un fuido terrorfico,de una casa a otra, y despert de su profundo sueoa todos los habitantes del "ghetto". Pero el aguallegaba an ms rpidamente que el miedo. Losabrazaba ms rpidamente que el fuego. De prontovieron que el agua comenz a cubrir la planta balade las casas; algunos se hundieron con sus camas ydems enseres domsticos antes que atinasen a huir.El suelo hmedo comenz a hundirse bajo sus pies.Pareca como si la tierra desapareciese tras los pasosde los desesperados. El nivel del agua suba brus-

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    camente, aumentando ms y ms su profundidad enuna forma terrible...

    Cuando los judos vieron que el agua creca sinpausa y sin tregua, corrieron en masa clamando so-corro, llevando sobre los hombros a los nios y an-cianos, y pequeas bolsas con lo poco que podansalvar de sus bienes, dirigindose a las salidas del"ghetto". Pero intiles fueron los ruegos e intileslos golpes en las puertas. Afuera slo se oan lospasos silenciosos de los centinelas que vigilaban laentrada, armados de alabardas y caminando de unlado para otro.

    -En nombre de Dios, abridnos las puertas, quenos ahogamos! -gritaban, golpeando.

    -No tenemos orden para hacerlo -contestabanlas voces de afuera, y volvan a orse pasos tranqui-los.

    La gente anciana lo tomaba por bien, y esperabaun milagro; fueron los primeros en ponerse a salvoen los altillos de las casas; en los jvenes, la vida enflor y la sangre nueva los acuciaba en procura desalvacin y buscaban un lugar donde pudieransubstraerse al peligro; muchos de ellos lograron sal-varse momentneamente trepndose a los muros,pero inmediatamente aparecieron los guardianes y

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    les golpearon las manos con las alabardos, oblign-doles a descender. Entonces no les qued otro re-curso que subir a lo alto de las casas, esperando elmilagro de su salvacin.

    Cuando la poblacin romana acuda, agolpn-dose alrededor de los muros, se encontr con que elagua dominaba ya majestuosamente la superficie delrecinto. La plaza de Judea estaba totalmente cu-bierta; slo el canto de la fuente emerga an enmedio de ella. Y en la Piaza di Temple tampoco sevea nada, pero el agua chocaba contra las macizasparedes de las casas, cuyas puertas y ventanas sehallaban hermticamente cerradas, buscando algunagrieta o hendidura por donde hacer irrupcin. Enlas ventanas ms altas de las casas, en los techos ypuentes que comunicaban una casa con otra, en to-das las aberturas aparecan gentes de rostro despa-vorido, extendidas en alto las manos exanges. Unoempujaba al otro, una cabeza se ergua sobre la otra,un rostro se asomaba encima de otro, y las manosse alzaban unas por encima de otras, implorandosocorro a los espectadores. Algunas madres levanta-ron sus criaturas por encima de sus cabezas, mos-trndolas a travs de las ventanas para que losromanos salvasen por lo menos a sus hijos. Los j-

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    venes cedieron sus lugares en las ventanas a losviejos, que solicitaban quejumbrosamente ayuda alos que los observaban desde los muros.

    Pero el ruego de los ancianos, las lgrimas de lasmadres y los ojos atemorizados de las criaturas pro-vocaban cada vez ms la algazara, el desenfreno y lalibre diversin, aumentando a su vez ms y ms eldesprecio y la burla.

    -Enseadles la cruz! Que se prosternen! Quela besen!

    Los frailes, dominicos y franciscanos levantabanen todas partes sus cruces, mostrndolas ante losrostros asomados a las ventanas. En el otro extre-mo, un grupo de monjas exhibi un cuadro sagrado,hacindoles entender por medio de seales que solosu Dios, Jesucristo, era el que poda ayudarlos.

    Pero apenas vieron los judos las cruces, loscuadros sagrados y los estandartes, tornaron las ca-bezas, los ancianos cerraron los ojos y se cubrieronlos rostros con las manos para no ver; las mujeresescondieron de nuevo a sus hijos y los envolvieronen sus tnicas, para que no viesen los dioses ajenos.

    -Pueblo terco! Cmo cierra los ojos ante las in-signias de Dios! Cun enceguecido est, como di-cen las Santas Escrituras! -referale un fraile a otro.

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    -Todo eso lo hace Satans, que no les deja ver elDivino Rostro. Desde la hora en que torturaron anuestro Seor, Sata-ns se les meti en el alma, poreso cuando ven Su Efigie, llora en ellos el ngel ma-ligno y no les permite mirarle.

    -Esto se debe a que los maldijo Santa Mara,cuando descendieron a su Hijo de la cruz. Al ver lasheridas de sus manos, lanz su maldicin para quejamas les fuera dado mirar su rostro bienaventura-do. El sol los tortura y ellos no pueden fijar sus ojosen El sin avergonzarse.

    -Habra que echarlos al agua! Ahogarlos comoratas!

    -Como ratas! Como ratas! -gritaba el popula-cho, excitndose cada vez ms. No les bastaba sola-zarse en el terror de sus vctimas sitiadas en lostechos y torres del "ghetto" y en las ventanas de lascasas. Queran verlas luchar realmente con lamuerte. Se impacientaban con la montona co-rriente de agua; an no haban visto ahogarse a na-die.

    -Arrojadlos de los techos!. Como a las ratas,como a las ratas! -segua gritando el pueblo.

    Pero su sed aviesa no tard mucho en calmarse;desde los stanos abiertos y de los subterrneos

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    comenz el agua a arrastrar los enseres; sobre lasaguas flotaban mesas, sillas, cajones de mercaderas,trozos de telas, libros y jirones de pergaminos yotros utensilios, animales y aves domsticas ahoga-das. El pueblo, en expectativa, se exaltaba, y cadamueble, cada vestido u otro objeto que apareca so-bre el agua provocaba de nuevo el vocero y las ma-nifestaciones de loca alegra. Pronto aparecierontambin cuerpos humanos, de nios y ancianos; lavisin de los cadveres hizo arder la sangre del pue-blo romano. Por encima de los muros se oa tantogritero, exclamaciones tales, como si el pueblo tu-viera ante s a su salvador, a su hroe, o a su liberta-dor.

    -El mar de faran! Dios ha lanzado sobre losjudos el mar de faran!

    -Lleg el da de la venganza divina contra susenemigos! - deca otro.

    -Viva el Santo Padre, Pablo IV, el fiel servidorde Dios, que cuida de su prestigio!

    -La sangre de Dios ha sido vengada!Aqu y all, monjes y frailes se arrodillaron, le-

    vantando los ojos al ciclo, y rezaron rogando por laspobres almas que se iban, para que Dios tuviesecompasin de ellas y les permitiese la entrada en el

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    reino de los cielos. Despus extendieron las crucessobre el agua donde flotaban los cuerpos.

    A lo lejos se oa el montono doblar de lascampanas de la Iglesia; el pueblo inclin rpida-mente la cabeza, las monjas se arrodillaron y ento-naron cantos religiosos.

    En un instante dado apareci sobre los muros,en una silla de mano, el Santo Padre, vestido de ro-jo, acompaado de un gran cortejo de cardenales yotros altos funcionarios de la Iglesia. Sobre la mura-lla haba sido especialmente engalanado de brocadosy otras telas riqusimas, un sitial para que el SantoPadre pudiese contemplar cmodamente el espect-culo. El pueblo call a la sola mirada del Papa, ytodos esperaron agitada y curiosamente lo que iba asuceder.

    Los judos encaramados en las torres, en lasventanas y en las puertas, viendo al Santo Pontfice,comenzaron a gritar y llorar desesperadamente, sa-caron por las ventanillas los rollos de la ley; las ma-dres le ensearon sus criaturas y comenzaron arogarle:

    -En nombre de Dios, slvanos, slvanos!-Abrid las puertas! Nos estamos ahogando con

    nuestras familias!

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    Todas las miradas se concentraron en el Papa,cuyo rostro cambi de color y cuyas arrugas se mo-vieron como un ocano Iagitado. Los ojos delSanto Padre parecan adormilados: tan hundidos sevean entre las arrugas de su rostro entenebrecido.

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    CAPITULO VIEL MILAGRO

    Poco despus el pueblo de Roma consigui loque tanto esperaba. Los judos, sea porque fueranarrastrados por las aguas, sea porque tuvieran la es-peranza de que la presencia del Santo Padre los sal-vara, salieron de pronto de sus casas, saltaron desdelas ventanas al agua, y levantando a las criaturas y alos ancianos por encima de sus cabezas, empezarona caminar. El agua les llegaba a algunos hasta lacintura, a otros hasta el cuello, pero todos marcha-ban. Iban madres con los hijos sobre sus cabezas;padres que llevaban a sus retoos en alto. Algunosjudos que enarbolaban los rollos de las SagradasEscrituras, y se acercaban al sitial del Papa, rogaronen un instante dado con desesperada vehemencia:

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    -Abre las puertas del "ghetto", que nos ahoga-mos!

    -En nombre de Dios, slvanos!-Somos todos ciudadanos de Roma! Los Papas

    siempre nos han protegido!...El Papa escuch los ruegos de las vctimas, e hi-

    zo seas al gobernador de Roma, que formaba partede su cortejo, para que los tranquilizara. El gober-nador se levant de su asiento, y dijo dirigindose alos judos:

    -Nuestro Santo Padre no puede permanecerimpasible, sabiendo la gran desgracia que ocurre enel "ghetto", y ha venido a ayudaros; no porque lomerezcis, sino porque Dios nos obliga a querer anuestros enemigos -dijo el gobernador.

    -Sabamos que el Santo Padre nos tendra com-pasin -exclamaron los judos desde el agua, congritos de alegra.

    -No podemos abrir las puertas del "ghetto" -prosigui el gobernador-, porque el agua inundaralas calles cercanas y podra producir averas en laSanta Iglesia de Santa Anglica.

    -Y entonces? Ten piedad de nuestros hijos,Santo Padre!Que nos ahogamos!

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    -No os ahogareis, no os ahogaris -repeta concierto acento de burla el gobernador, avivando asms la alegra y las risas de los espectadores, con suretumbar horrsono, que iba a repetirse en un ecosalvaje-. El Santo Padre ya ha dado sus rdenes, yquinientos soldados cristianos trabajan para voso-tros, malditos judos, asegurando nuevamente losdiques que el agua destruy. Dentro de unas doshoras esperamos que comenzar el descenso de lasaguas.

    -Pero hasta que llegue ese instante nos ahoga-remos -lloraban los pobres.

    -No os ahogaris -insista el gobernador burlo-namente, mientras la boca monstruosa de la canallavomitaba la pestilencia de su mofa.

    Inmediatamente comenzaron los soldados sui-zos a arrojar a los judas con las alabardas. Los des-dichados levantaron los ojos al ciclo, sin saber quhacer. All se encontraban judos de distintas eda-des, hombres y mujeres, hundidos en el agua y se-midesnudos; pechos velludos, espaldas encorvadas,cabezas gachas y ojos llenos de temor a la muerte.

    Las caras barbudas que asomaban del agua ex-citaban la risa, y el pueblo explotaba el contraste desu diversin en las fisonomas cmicas y llorosas,

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    hartndose de gozo. Algunas vctimas, sobre todoslas mujeres, no podan ya mantenerse en pie y eranarrastradas por la corriente como astillas; las vesti-duras se arrancaban a jirones y aparecan los cuer-pos desnudos. Los senos flccidos de las ancianas,los cuerpos menudos y delgados de los viejos quean resistan con aliento tantas penurias, desperta-ban la burla y el desprecio popular; esa debilidad yese desamparo de las gentes maniatadas de impo-tencia, slo provoc, en lugar decompasin, la burlaque suscita todo lo cmico y lo despreciable.

    En el pueblo volvieron a repetirse los goces de-lirantes de los juegos.

    Perdido todo sentimiento de humanidad, lacompasin estaba proscripta de su espritu de masaentregado a los bajos apetitos. Esas gentes veansolamente, en las figuras cmicas que se agitaban enel agua con ojos de terror, un estmulo de risa, co-mo si hubiesen sido perros, gatos o ratas que seahogasen en el agua. Y esa risa contagiaba a todos,ricos y pobres, plebe y aristocracia. Rean cardenalesy artesanos, frailes y soldados, monjas y prostitutas;todos; todos estaban enajenados por el entusiasmodel juego cruento. Todos, desde el Santo Padrehasta el ltimo esclavo, regocijbanse desenfrena-

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    damente; rean en el vrtigo de la danza de lamuerte que Satans bailaba para fiesta de sus ojos.Los rostros excitados se acaloraban; los ojos reful-gan como ascuas, y rean desenfrenadamente, agi-tando las manos. Los seores con sus mantos, lasamas con sus mantones, los monjes con sus hbitos,los esclavos con sus lanzas; todo rea, rea, rea...

    -Ved all aquel pimentn con su barba roja; vedsu rojo y velludo pecho; mirad, mirad, cmo setambalea como un borracho!

    -Borracho de agua! Ha tomado suficiente porhoy!

    -Venerada, t, bella diosa! Tienes que pedirle alPapa que te lo regale. Lo hars el dios Pan de tushermosos jardines; t sers la nica Venerada, quetenga un rojo Pan. Los dioses te envidiarn -deca elcardenal Farnesio a la bella cortesana Imperio, quedominaba con su cortejo de enamorados y enamo-radas uno de los lugares privilegiados de las murallasdel "ghetto".

    -No le deseada a este judo la suerte de estar enlos jardines de la Venerada y contemplarla todos losdas entre el ramaje, cuando toma su bao en losmanantiales de las "aguas del amor". Oh! Estaradispuesto a cambiarme inmediatamente por l -

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    decale el Embajador de Florencia a la bella Impe-rio. La cortesana le permiti entonces, en gracia delrequiebro, besar la ua minscula de su dedo mei-que...

    -Mirad, mirad aquel barrign que tambalea so-bre sus pies! Aguardad un minuto ms, y veris c-mo su cabeza calva desaparece bajo el agua comouna luna llena -deca un espectador mientras seala-ba con la mano a otro de un grupo cercano.

    -Qu lstima, que un cuerpo tan adiposo tengaque perderse! -reta un segundo.

    -Qu puedes acaso hacer con l?-Sera buena carnada para la pesca!Y un trueno de risas retumb sobre las aguas.-Mirad, mirad, un instante! Ved, ved! Quin

    nada all?-Qu es eso? Qu es eso?Las risas comenzaron a apagarse poco a poco, y

    un temor a lo incomprensible ocup su lugar. Lasgentes que se encontraban sobre los muros, azora-das ante el prodigio que se desplazaba ante su vistaquedaron atnitas y amedrentadas.

    Saliendo de un callejn, apareci, sobre una ta-bla o trozo de mueble que arrastraba la corriente,una mujer joven. A sus pies, sobre un jirn de tela,

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    yaca un anciano canoso. La mujer apareca casidesnuda; la delgada tnica amarilla que cubra sucuerpo se deslizaba de sus espaldas, descubriendo latentadora redondez de un hombro, que descendasuavemente perfilado como un arco de agua crista-lina. En su espalda bien modelada se reflejaban losrayos del sol como una llamarada, jugueteando consus msculos y disponindose en visajes y sonrisas;su tupida cabellera, negra y brillante como el azaba-che, caa graciosamente sobre su cuerpo, cubriendosus senos redondeados e incipientes y dejando versolamente pequeos claros nacarados como rayosde sol a travs de un tupido follaje... No rogaba, nolevantaba las manos al cielo pidiendo ayuda comosus hermanos. Como si estuviera avergonzada porsu desnudez, llevaba la cabeza inclinada, y miraba derodillas, compasivamente, al anciano que yaca co-mo un sacrificado a sus pies. Y su rostro, su figura,todo expresaba tanta lstima, tanto sufrimiento ytan hondo dolor, que el pueblo se avergonz de smismo, de todo ese juego y de todo lo que all pasa-ba. Poco a poco fueron apagndose los gritos, lasrisas, los murmullos y un amplio silencio domin elambiente.

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    El pueblo romano, habituado a ver siempre enlo bello lo sagrado, crea que la aparicin de esadoncella era una visin celestial. Le pareca que ya lahaban visto en alguna parte. Muchos sintieron laimpresin de algo ultraterreno, sobrenatural. Creye-ron que algo extraordinario haba aparecido ante suvista.

    La desnudez de la muchacha, su mirada llena desufrimiento, su cuerpo flexible y su rostro, en el queafloraba una casta sonrisa, parecan inspirar un sen-timiento de devocin y de arrepentimiento. Ya novean tambalearse pesadamente a los judos. Ya norean de las mujeres desnudas en el agua. Por elcontrario, el cuadro de los judos con los rollos de laley, la afliccin de las ancianas con los nios en bra-zos, sus lamentos, sus ruegos, gracias al sortilegio dela doncella desnuda, despertaron en el nimo de losconcurrentes una reaccin distinta, y aquello parecala visin de un cuadro bblico, de un grupo de san-tos que cruzase el mar, precedido por la Santa Ma-dre, la Madre de la Misericordia.

    Por todas partes se oy el cuchicheo del pueblo,que se extenda como el murmullo de un vientosuave.

    -Salvadlos!

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    -Las gentes se ahogan!-Es una vergenza ante Dios!-Pecado! Pecado!Inesperadamente apareci alguien en el agua,

    hundido hasta el cuello; pareca de alta estatura; apa-reci por un callejn y acercndose a la tabla queflotaba en el agua, encima de la cual se hallaba lamuchacha semidesnuda con el anciano, sac de bajodel agua un gran crucifijo, y levantndolo en alto,por encima de las cabezas de los judos, lo mostr alpueblo...

    Un temor inusitado se apoder de la masa es-pectadora. Aqu y all, grupos de monjes se arrodi-llaron, y seguidamente se enton una cancinsagrada que reson en las murallas, en el agua, entodo el "ghetto" y tambin por toda Roma:

    -La santa madre flota! La Virgen de la Miseri-cordia!

    -Pueblo cristiano! Mirad, mirad! La Madre deDios flota!

    D todas partes miraron hacia el sitial del SantoPadre y su cortejo. Pablo IV cubrise el rostro consu manto rojo, para no ver. De pronto estall unatormenta de alarmas, sealando cada cual a PabloIV.

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    -Salvadlos!-Abrid las puertas del "ghetto"!-Salvadlos! Salvadlos!-Pecador! -vocifer un monje, sealando al Pa-

    pa con la cruz.-Anticristiano!-Satans que usurpa el trono de Cristo!-Anticristiano!Con sus alarbadas y picas protegan los soldados

    suizos al Papa, abrindole paso por entre la masarevuelta, hasta que desapareci de las murallas del"ghetto" seguido de su cortejo. As tambin desapa-recieron, uno tras otro, los cardenales, los cortesa-nos, los seores, los altos funcionarios de la Iglesia,los personajes notables de Roma y del mundo ente-ro, abandonando sus tapices multicolores que seagitaban, jaspeados por los rayos del sol.

    De pronto saltaron las puertas del "ghetto", pa-ra dar paso a una corriente que pareca abalanzarsepara inundar toda Roma.

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    CAPITULO VIILA LEYENDA

    Por toda Roma se propag rpidamente la noti-cia de que la madre de Dios haba hecho su apari-cin sobre la Tierra. Que se encontraba oculta en el"ghetto", entre los judos, a quienes salv de unamuerte segura, guiada por motivos extraos y pro-psitos desconocidas. Monjes de distintas rdenes,monjas y fieles llegaron clandestinamente al"ghetto" e inspeccionaron minuciosamente todoslos negocios y casas cerradas, quiz con la secretaesperanza de ver a aquella virgen ante quien seprosternaban, aquella divinidad en cuyas manos seencontraba la llave de este mundo y del otro, quehaba aceptado ser hija del pueblo maldecido paraocultarse en l.

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    Intiles resultaron las rdenes impartidas porlos