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Nuevas aproximaciones a la
separación de Panamá
Recordando nexos
Diana Bonnett Vélez
Istmo No. 7 Nov-Diciembre 2003 Panamá en el Centenario de la República.
Introducción
En el último siglo, Panamá y Colombia, de manera independiente, han construido
su Historia. Esta Historia, como la de todos los pueblos expresa, en gran medida,
la necesidad de entender, recordar y guardar en la memoria los hechos más
significativos que le han dado identidad a su vida nacional.
Sin embargo, los hechos históricos se recuerdan, reconstruyen y entienden desde
diferentes representaciones: desde el objeto mismo que se recuerda, desde la
óptica de quien lo recuerda y desde el significado social del hecho que se
conmemora. Desde ésta perspectiva, la reescritura de la historia tiene el papel de
modelar la memoria cambiante de los pueblos respecto a un orden y un tiempo
determinados.
De esto se deduce que un factor de vital importancia en la reconstrucción de los
hechos históricos está en relación directa con el momento en el cual se
construyen. La cercanía con los hechos privilegia ciertos rasgos de explicación y
amplifica la importancia de factores de carácter emotivo que justifican lo
acontecido, dando respuesta a ciertas preguntas claves, que permiten conjurar y
combatir los fantasmas del pasado.
El adagio popular "el tiempo lo cura todo" puede aplicarse también a la
reconstrucción de la historia de los pueblos. Con el pasar del tiempo las sociedad-
des van cambiando y reelaborando sus percepciones sobre el pasado; los
estudiosos traducen bajo nuevos interrogantes lo que desean saber sobre sus
fechas-símbolo, abriendo puertas para entender y descifrar las acciones sociales y
políticas a las que han sido abocados los destinos de su territorio. Ésta es la razón
por la que, a través de la reescritura de la historia, se ofrecen nuevas visiones y
representaciones sobre los acontecimientos. En cada momento específico se
resalta o atenúa el papel y la participación de cada uno de los actores en el
desarrollo de los hechos.
Para entender el proceso de la Separación de Panamá, considero imprescindible
referirme en una apretada síntesis a aquella historiografía, a través de la cual
hemos conocido la historia de los acontecimientos sucedidos antes y después de
1903. De igual manera quisiera detenerme en las consecuencias que la
estructuración del territorio colonial marcó en la configuración de las fronteras, y
en los problemas regionales del hoy territorio de Colombia. La premisa
fundamental de la que parto es que la delimitación de fronteras coloniales
siempre fue dudosa, y que gran parte de la vida republicana —del siglo XIX y
principios del siglo XX— arrastró ese problema sin resolverlo plenamente.
También es preciso acercarnos al malestar que crearon en las generaciones pana-
meñas, aspectos relacionados con los regímenes administrativos del siglo XIX; si
bien aparentemente la Separación no correspondió en estricto sentido a un asunto
relacionado con el concepto de frontera física involucra el sentido de frontera
cultural y la percepción de las elites del centro del país sobre "los otros territo-
rios", entre ellos la zona costera. Con este propósito la antropóloga colombiana
Claudia Steiner nos convoca a "mirar las fronteras no sólo como lugares sino
también como procesos dinámicos en donde se desarrolla una interacción cultural
plantea la posibilidad de ver los dos lados del borde, sin pretender que las
explicaciones a su conflictiva y violenta conformación se encuentren sólo de un
lado, el nuestro".1Por lo tanto la organización administrativa del territorio
involucra, o debiera involucrar este concepto de frontera cultural.
Memoria e historiografía
En relación con la "Separación de Panamá", existe una memoria compartida a
través de la cual ambos países, Colombia y Panamá, han elaborado y guardan el
recuerdo de este acontecimiento. Desde luego, la Historia que nos ha sido
contada responde a ópticas diferentes y sus expresiones son múltiples, desde las
versiones construidas por los ciudadanos comunes y corrientes, las contadas en la
escuela primaria, las transmitidas en las familias de generación en generación, las
difundidas a través de los libros de estadistas y diplomáticos, las construidas por
las Academias de Historia, etc. Todas ellas son importantes para diseñar y
entender la gestación de nuestros proyectos nacionales. Es así como, nuestros
pueblos comparten las historias de carácter más emotivo y aquéllas construidas
por quienes tienen la misión de justificar, legitimar y hacer entender las razones
sobre las que descansan los hechos históricos.
Esa, en parte, ha sido la tarea de la historiografía que se ha escrito sobre la
separación de Panamá. Es importante mencionar que en general ha centrado su
atención sobre los procesos cercanos a la historia de la "Separación". Ha
analizado ampliamente los asuntos políticos y de coyuntura de los que se derivó
tal situación; algunos escritos, debido a la importancia y a la envergadura de los
acontecimientos, resultan altamente convencionales, deteniéndose en los
acontecimientos más próximos al hecho. Se tiene información sobre la riqueza
potencial y estratégica del Istmo; la escasa visión de los gobernantes colombia-
nos respecto a la importancia de la región; la falta de apoyo del gobierno central
al fomento de la educación y la salud en el sector; los escasos caminos y vías de
penetración que hacían difícil la comunicación, interponiéndose entre ambos la
selva del Darién, como frontera que hoy continúa siendo infranqueable en
términos formales, pero donde se ha desarrollado un constante intercambio entre
ambos territorios.
En las investigaciones se enuncia el impacto sufrido por Panamá por el fuerte
peso de las aduanas en sus puertos, el incremento de las cargas impositivas y los
devastadores efectos de las sangrientas guerras civiles del siglo XIX. También se
enuncia el malestar por parte de los panameños sobre el sistema centralista
implantado por el presidente Rafael Núñez, en un territorio cuya capital estaba
situada a cientos de kilómetros de las áreas costeñas que, a todas luces, tenían
una vocación contraria: la de las influencias extranjeras, la del tráfico y el
comercio marítimos.
La historiografía se ha detenido, igualmente, en los factores externos que incidie-
ron en la separación: las influencias inglesa, francesa y norteamericana en la
precaria economía y política de las nacientes repúblicas; los intereses mundiales
en juego sobre una zona de importancia estratégica; la trascendencia y las
restricciones de la Doctrina Monroe.
Sin embargo, poca es la mención a pensar la "región" panameña a través de
signos y símbolos de identificación relativamente arbitrarios y maleables, más
que en función de las referencias físico-naturales particulares que la envuel-
ven.2 Toda esta memoria compartida se limita al estudio del acontecimiento y de
la corta duración. La dificultad se inicia en el momento mismo en que se intenta
hacer un estudio de larga duración.
En un intento por encontrar nuevas aproximaciones a la Historia de la Separación
de Panamá, quisiera resaltar, en primer lugar, desde esta perspectiva de la larga
duración, el papel que jugó Tierra Firme —y más expresamente el Istmo— en la
Historia hispanoamericana. Esto se debe a que la provincia de Panamá se ha
constituido en el imaginario de los especialistas en historia colonial y de la
generalidad de los historiadores, en un lugar de paso, de tránsito, decisivo para
completar la carrera marítima hacia Ultramar. El Istmo ha sido visto como el
lugar de culminación de una larga faena, marítima o terrestre, proveniente de
Potosí o de la propia Lima y con dirección a Cádiz. Los estudios centrados en el
período republicano también han destacado su importante y estratégica situación
geográfica. Por eso gran parte de las explicaciones que los historiadores han
ofrecido acerca del proceso independentista de Panamá tocan de alguna manera
la importancia del Istmo, su papel protagónico respecto al comercio marítimo y
los diversos intereses internacionales relacionados con su particular importancia
geográfica.
Sin restar importancia a este factor, que desde luego ha determinado parte de la
Historia panameña, considero oportuno fijar los límites que el enfoque "territo-
rial" y estratégico-geográfico ha producido, desdibujando aspectos sociales y
humanos que permitan ampliar el espectro sobre la historia del Istmo, como un
lugar social con vida propia, moviendo sus propios hilos, como agentes de su
propia historia y su propio destino .
La perspectiva colonial: la larga duración.
Durante el período colonial los Virreinatos, las Audiencias y las Capitanías Ge-
nerales estructuraron macroterritorios con fronteras poco precisas. Generalmente
fueron accidentes geográficos los que sirvieron de límites a estos territorios. Sin
embargo los constantes conflictos jurídico administrativos y la sobreposición de
funciones de los administradores —en circunscripciones de dudosa adscripción
territorial— evidencian la falta de precisión de las fronteras. Para la historiadora
Marta Herrera "las denominaciones y las delimitaciones jurisdiccionales refleja-
ban el mayor o menor control político y económico del Estado colonial sobre las
diversas zonas del territorio y las transformaciones que sufrió esa territorialidad a
lo largo de la colonia". De este proceso nacieron distintos esfuerzos ordenadores
del territorio colombiano, que en la vida Republicana, tuvieron como propósito
remediar esta situación.3
La primera división administrativa a la que perteneció la Audiencia de Panamá
—después de la creación de Virreinatos en América— fue el virreinato del Perú.
Esta Audiencia, abarcaba todo el territorio del actual Estado de Panamá más la
región del Golfo de Urabá y la costa occidental de la Nueva Granada hasta algo
al norte de Buenaventura –Bocas del Río San Juan—. El centro administrativo
fue la ciudad de Panamá, en el Pacífico. A su vez Portobelo en el Atlántico sirvió
de enlace en la vía que a través del Istmo comunicaba con la Metrópoli.
Durante los siglos XVI y XVII, con la existencia de solo dos virreinatos, el de
Perú y el de Nueva España, el Istmo se constituyó en un lugar de primera
importancia debido al amplio tráfico mercantil en ambas direcciones: del Potosí
hacia España y viceversa. Para ese entonces, el canal interoceánico ya se plantea-
ba como una de las necesidades en la mente de los gobernantes españoles.4 Y si
bien, desde la primeras incursiones conquistadoras a Panamá, la Corona española
pensó en la posibilidad de abrir un canal interoceánico, el hermetismo y el celo
colonial frente a la arremetida de otras potencias, a más de las limitaciones
tecnológicas del momento, frenaron cualquier posibilidad de unir los dos océanos
a través del Istmo.
Sin embargo las condiciones cambiaron con la subdivisión del virreinato del
Perú, en el siglo XVIII. A los dos virreinatos iniciales, se sumaron el virreinato
del Río de la Plata —con Buenos Aires como capital— y la creación del
virreinato de la Nueva Granada. Pero lo verdaderamente importante de esta
nueva división administrativa en el ordenamiento territorial fue la incorporación
al nuevo Virreinato del Río de la Plata de dos extensos territorios: La Audiencia
de Charcas y la Audiencia de Chile.5 De ésta manera, las fuerzas mercantilistas
se inclinaron hacia el Atlántico. El puerto de Buenos Aires fue el lugar obligado
de transito para la plata de Potosí, limitándose de esta manera la participación de
Panamá en el traslado de la plata americana hacia España.
A partir de 1739, las provincias de Veraguas y Panamá formaron parte del resta-
blecido Virreinato de Santa Fe, pero las condiciones del istmo dentro del tráfico
mercantilista habían cambiado radicalmente. Humboldt en su descripción en los
inicios del siglo XIX se refirió así a la ciudad de Panamá: "con 12.000 habitantes,
situada en la costa meridional del istmo del Darién, a sesenta y cinco millas al sur
de Puerto Bello en el fondo de la Bahía de Panamá, era antes el teatro de un
movimiento comercial muy activo".6
A propósito del orden social, valdría la pena proponer un estudio detallado sobre
la caída poblacional del Istmo. Aunque no existe información demográfica
suficiente para gran parte del período colonial, sí hay algunas referencias signi-
ficativas e interesantes de analizar. A partir de la nueva división administrativa y
de la mayor participación del Rió de la Plata en el tráfico mercantil, como se ha
expresado, las condiciones fueron otras para el Istmo, y en particular para Porto-
belo. Estas condiciones se reflejaron en la caída de la población y en la definitiva
supresión de la feria. La situación se radicalizaría a partir de las leyes de libre
comercio impuestas por Carlos III a partir de 1776.
Portobelo sustituyó, al puerto Nombre de Dios a partir de 1597. Según Alfredo
Castillero Calvo "allí levantó Antonelli, en 1597, la nueva ciudad, tras la destruc-
ción de Nombre de Dios, que no volvió a repoblarse hasta muy avanzado el siglo
XIX". Portobelo permitió que se acortara la ruta a través del istmo por mar y
tierra, instaurándose allí la feria que funcionó solo el 50% de las veces que estaba
previsto.7 Como se ha visto, llama la atención la fuerte caída demográfica, en el
transcurso del siglo XIX; si en 1810 Portobelo alcanzaba cerca de los 10.000
habitantes, en 1860 tenía menos de 1.000 pobladores. ¿Qué tanto de ésta caída
estuvo vinculada con la apertura de la gran mayoría de puertos americanos a
partir de las reformas borbónicas? ¿Qué razones internas o externas limitaron el
crecimiento de dicho puerto en el siglo XIX? Estas investigaciones para el caso
de Portobelo, están por realizarse, ya que su vocación comercial se había visto
afectada por las vicisitudes del establecimiento del Proyecto de Galeones y Flotas
a partir de 1720. La proyectada feria de Portobelo se había frustrado y la apertura
de la nueva ruta hacia el Perú por el Cabo de Hornos aceleró su lugar como
centro del comercio entre el Atlántico y el Pacífico. Ya en el siglo XIX para
1828, la región del Istmo contaba con una población de 100.085 habitantes, lo
que demográficamente la ubicaba cerca de otras provincias de segundo orden
pero a gran distancia demográfica de Cartagena (176.983 habitantes), Bogotá
(188.695 habitantes) y Caracas (326.840 habitantes).
Sobre los ingresos aduaneros coloniales hay que decir que las condiciones de los
puertos de Panamá, Portobelo y Veraguas eran excepcionales en comparación
con otras provincias de la Costa Atlántica. Así lo acreditan los informes comer-
ciales escritos entre 1816 y 1822: Mientras los territorios del istmo tenían un
ingreso anual de 800.000 piastras, a Santa Marta, Riohacha y Cartagena ingresa-
ban sólo 320.000, es decir, en ellos se triplicaban los valores recibidos en el resto
del Caribe colombiano.8 Es pues explicable que la falta de autonomía de Panamá,
en el manejo de éstos ingresos, sembrara recelo y una actitud hostil frente al
gobierno central.
Según los historiadores panameños, la historiografía colonial ha acentuado la
importancia de la feria de Portobelo, descuidando otros aspectos básicos de la
economía de éste territorio, por lo menos hasta la primera mitad del siglo XVIII;
factores como la trata esclavista, el comercio regional y el contrabando son
imprescindibles para un buen estudio de la economía Panameña.9 Por otra parte,
el Situado que llegaba anualmente de Lima, inyectaba una fuerte cantidad de
numerario que vivificaba muchos sectores de la economía, tanto local como
externa.10
Para terminar con esta relación sobre la configuración colonial Panameña vale la
pena referirnos a la hipótesis planteada por Fernán González y Fabio Zambrano
acerca de lo que ellos llaman "los espacios vacíos de la época colonial". Según
los autores estos territorios coinciden con las regiones particularmente violentas
de los años cincuenta, su amplia participación en algunas guerras civiles y el
poco control de estos espacios por parte de las autoridades españolas en el siglo
XIX. Si bien Panamá no cumple con alguna de estas características propuestas
por González y Zambrano, si parece enmarcarse en aquellos territorios donde se
dio un bajo control de las autoridades y albergó muy poca población española.
Cabría preguntarse el impacto que tuvo la poca influencia de la estructura
encomienda-hacienda-resguardo. A los ojos de los investigadores panameños,
esta podría ser una diferencia importante con otros territorios enmarcados en el
sistema colonial.11
La identidad andina y "el otro"
Comenzaré por señalar que desde el marco de la larga duración es preciso
recordar la relación conflictiva entre las provincias caribeñas y los Andes Centra-
les neogranadinos. Aunque en ambos territorios —Panamá y Colombia— existió
y sigue existiendo una historia común sobre las expresiones culturales nacidas en
el pasado prehispánico, con grupos étnicos indígenas que aún perviven en las
orillas de ambos territorios y, un proceso de colonización del que surge el
mestizaje que cubrió la generalidad de nuestras poblaciones, no se puede desco-
nocer el peso de lo que un historiador colombiano, Alfonso Múnera, ha llamado
"la identidad andina como el 'yo' que representaba con mayor autenticidad una
imaginada nación colombiana".12 Este "yo" andino dejó por fuera de la mirada
oficial de la Historia otras expresiones culturales y sociales consideradas como
inferiores y desde luego como pertenecientes a "los otros".
Existía desde la época de la colonia una suerte de dicotomía que dificultaba las
relaciones fluidas entre el altiplano central y la Costa Atlántica, dicotomía mani-
fiesta en las relaciones políticas, en las costumbres sociales y en las amplias
diferencias en las percepciones de ambos territorios: costa y centro. Esta imagen
del "otro" estuvo alimentada por la profusa producción de viajeros que hacía
referencia a los territorios costeros y al de Panamá en particular, como un lugar
de escaso poblamiento, de tráfico ilegal y de refugio de exiliados.
Desde la colonia hasta comienzos del siglo XX participaron los Andes y el
Caribe Colombiano —sólo formalmente— de las mismas instituciones civiles y
eclesiásticas fundadoras, y de las mismas actividades económicas. Los represen-
tantes peninsulares y criollos en las audiencias y gobernaciones alternaban sus
cargos de gobierno en ambos lugares. A la ciudad de Panamá —al igual que a
Santa Fé—- se le honró con el título de "Muy noble y muy leal" y en sus alrede-
dorres se crearon doctrinas, sitios, parroquias y rochelas para albergar población
indígena y población vecinos españoles.
Es importante aclarar que las dificultades de las comunicaciones, invocadas en el
proceso separatista panameño, eran un fenómeno generalizado en la Nueva Gra-
nada y no un fenómeno exclusivo con respecto al territorio del Istmo. Todas las
regiones y particularmente las costeras exigían la inversión en vías que facilitaran
el desarrollo comercial. En el caso de la provincia de Panamá, era Cartagena, que
a través del Consulado de Comercio administraba el impuesto de avería, la que
debía invertirlo en las obras que esta provincia —y otras—necesitasen para la
reparación de caminos y muelles.13
El tema de las difíciles relaciones entre la costa colombiana y el centro del país
refleja en extenso las mismas limitaciones sufridas por el Istmo. En este sentido,
existía desde la colonia una suerte de dicotomía que dificultaba las relaciones
fluidas entre el altiplano central y la Costa Atlántica, dicotomía manifiesta en las
relaciones políticas, en las costumbres sociales y en las amplias diferencias en las
percepciones de ambos territorios: costa y centro.
Para el caso colombiano, el proceso histórico creciente de regionalización ha sido
estudiado por los investigadores colombianos a partir de los años 70. Este
fenómeno marcó la historia de Colombia desde el período colonial temprano y
fue, en parte, resultado de la disposición administrativa, de las deficiencias de la
autoridad central y de la creciente importancia económica y política de los líderes
locales. Cada espacio regional fue adquiriendo su propia impronta social y
cultural, diferenciándose de otros segmentos territoriales y teniendo más fuerza
que las disposiciones legales. Las autonomías regionales entraron en conflictocon
el estado central, en momentos en que éste propuso nuevas fórmulas centralistas
de administración. Este factor tuvo injerencia en el proceso separatista paname-
ño, como se verá a continuación.
Los problemas regionales
Desde el momento mismo en que Panamá, en 1821, se independizó de España
para sumarse a la Gran Colombia los intentos separatistas reflejan las limitacio-
nes sufridas por el Istmo y las difíciles relaciones con el gobierno central.14 Sin
embargo, gran parte del siglo las distintas posiciones, dentro y fuera del territorio
panameño, mantuvieron la confusión y los vaivenes de la política respecto a la
condición del territorio.
No hubo una década del siglo XIX en que Panamá no pensara en organizar un
nuevo movimiento independentista, como forma de expresar su sentimiento de
inconformidad frente a las políticas del al gobierno central. Sólo en el siglo XIX
se dieron por parte de Panamá 5 intentos separatistas hasta su final desvincula-
ción en 1903.
Respecto al problema de las regiones y la frontera, tanto el historiador Renán
Silva como otros colegas concluyen, para el caso Colombiano, sobre la falta de
coincidencia entre el Estado y el territorio. Esta inconsistencia, según Silva ha
obligado en los últimos años a un proceso de re-territorialización y refundación
de la sociedad, a través, por ejemplo, de la aparición de nuevas sociedades
regionales.15 Sin embargo este proceso, no es del todo nuevo y tiene sus antece-
dentes en otros intentos de ordenamiento territorial producidos a raíz de la
Separación de Panamá y bajo la amenaza de otros separatismos.16
Entre 1905 y 1908 el presidente Rafael Reyes propuso una reforma en el
ordenamiento territorial y más adelante se sugirieron algunos reajustes realizados
entre los años 1909 a 1914. Posteriormente se hicieron campañas para crear ocho
nuevos departamentos en las décadas de 1950 y 1960.17 En la raíz de estas
reestructuraciones territoriales se encontraba la reforma constitucional del pro-
grama de la Regeneración. La Regeneración se había opuso a los excesos ultra-
federalistas que desde 1863 habían incidido en el orden interno. La constitución
Centralista de 1886 había denominado "departamentos" a los Estados Federales;
colocando el nombramiento de los gobernadores en manos del presidente.18 El
marcado centralismo y la posible asimetría entre regiones producidas a partir de
1886 —presión y sujeción de las regiones al gobierno central— caldeó aún más
las relaciones de Panamá con el centro del territorio, creándose un sentimiento
anticentralista, aguzándose la idea de su particularidad y alimentando las
tendencias localistas.
Eran mas fuertes las bases naturales y culturales que tejieron los arraigos regio-
nales, que la importancia dada a los dictámenes del gobierno central. Desde allí
se hicieron más presentes las diferencias geográficas, las asimetrías de intercam-
bio y las particularidades regionales que impulsaron resentimientos contra las
acciones determinadas por el gobierno central. Desde entonces estas tendencias
localistas se alimentan por los dirigentes políticos regionales.
Según Fals Borda, el presidente Reyes en su afán de contrarrestar el separatismo,
después de la ruptura con Panamá, y ante nuevos intentos, particularmente en el
Cauca y en la Costa Atlántica, propuso un nuevo ordenamiento administrativo —
con la organización de nuevos entes administrativos más pequeños y maneja-
bles— asemejándose al funcionamiento de los estados soberanos de antes de
1886.19 Es bastante significativo que en esta nueva reforma, la Asamblea Nacio-
nal Constituyente de 1908, desconociendo su separación, contara a Panamá como
uno de los 34 nuevos departamentos en que se subdividió el territorio.
Consideraciones finales
Aludimos a todo esto, para decir que para llegar al punto de la Separación de
Panamá, la historia compartida de ambas naciones era larga y compleja y obliga a
pensar en una doble dirección. Por un lado debe tenerse en cuenta que Panamá
ocupaba un lugar que iba más allá del mero tránsito comercial. Además, el
propósito de su separación debe ser visto no como un acto contingente y
meramente coyuntural, sino explicarse desde las dificultades que desde un
comienzo planteó las relación de la Costa Atlántica con el altiplano interior del
país y en particular con su capital, Santa Fé.
Estas vicisitudes de la Historia de Panamá y Colombia están relacionadas con
una historia de más largo alcance. La tarea actual para los historiadores debe
enfocarse en revisar visiones, proponer nuevas aproximaciones convirtiendo el
centenario de su separación en una ocasión importante para pensar en la historia
compartida con las naciones herederas de un pasado común. A la vez, el
momento para elaborar y asimilar las condiciones históricas que ocasionaron
procesos como el de la separación; ubicarlas en su momento, despojarlas de un
enfoque meramente "territorial" y estudiarlas más allá de la visión limitada del
acontecimiento. A esto nos o obliga la configuración de un mundo cada vez más
globalizado, donde las fronteras territoriales se desdibujan cada vez más, pero
donde los vínculos anudados por la historia común no desaparecen y no deben
desaparecer.
Notas
1. Steiner, Claudia. En Silva, 1994, 146. Para Steiner "la intensa preocupación
por lo estatal ha debilitado el estudio sobre la forma como los habitantes perciben
su condición de personas de frontera".
2. A propósito ver Jimeno, Miriam. En Silva, 1994.
3. Herrera, 2001, 78.
4. Martínez Delgado, 1972, 46.
5. Ghul, 1990, 92.
6. Tomado de Ghul, Ernesto. 1990. 92.
7. Castillero Calvo, 2000, 82.
8. Laffite, 1995, 167.
9. Los altos costos trans-istmicos, como las demoras y riesgos fueron factores
que limitaron la actividad comercial en el Panamá colonial.
10. El Situado era el dinero con el que se contribuía desde las diferentes colonias,
particularmente de los grandes centros metalíferos a hacer frente a los ataques en
el Caribe. Este se convirtió en el principal y más sólido apoyo de su economía
panameña, sobretodo desde la segunda mitad del siglo XVIII, cuando aquella se
encontró en un estado de crisis profunda. Castillero Calvo, 2000, 106.
11. González, Fernán. En Silva, 1994.
12. Múnera, 1998, 53.
13. Laffite, 1995, 99 y 100.
14. Los intentos de separación respondieron a las dificultades dadas en la
economía portuaria debido a varios factores: disposiciones administrativas,
cargas impositivas, limitantes de comunicación, rivalidades regionales y
contiendas civiles.
15. Silva, 1994.
16. Según Fals Borda “Había el peligro latente de nuevos separatismos, en
especial del Cauca y de la Costa Atlántica, algunos de cuyos dirigentes fueron
castigados con el destierro en Orocué y Mocoa”. Fals Borda, 1996, 13.
17. Fals Borda, 1996, 14.
18. Bushnell, 1993.
19. Fals Borda, 1996, 14.
Bibliografía
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Panamá 1999.
Fals, Borda Orlando. Región e historia: elementos sobre ordenamiento y
equilibrio regional en Colombia, Ed. Tercer Mundo, 1996
Ghul, Ernesto. Las fronteras políticas y los límites naturales. Escritos
geográficos. Fondo FEN Colombia, 1991.
Herrera, Martha. Las divisiones político administrativas del virreinato de
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Crítica, Universidad de los Andes, 2001 pp. 77-103.
Laffite, Christiane, La Costa colombiana del Caribe (1810-1830), Banco
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McFarlane, Anthony, Colombia antes de la independencia : Economía,
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Martínez Delgado, Luis. Panamá: Su independencia de España, su
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Múnera, Alfonso. El fracaso de la Nación: Región, clase y raza en el
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Santafé de Bogotá, Amazonas Editores, 1993.
Silva, Renan Territorios, regiones, sociedades. Departamento de Ciencias
Sociales, CEREC, Bogotá, 1994.
Nuestra separación de
Colombia: Las dos leyendas y
la disyuntiva
Comentarios a la ponencia de la doctora Diana Bonnett Vélez en el Foro
Nuevas Aproximaciones a la Separación de Panamá de Colombia
Mario J. Galindo H.
Istmo No. 7 Nov-Diciembre 2003 Panamá en el Centenario de la República.
Años atrás Rodrigo Miró, cuyas credenciales para decir lo que dijo son inimpug-
nables, afirmó que la historia del Istmo de Panamá es un secreto de catacumbas1.
Tal vez, en lo que concierne a nuestra separación de Colombia, el secreto de que
habla Miró, al menos desde el punto de vista historiográfico, no lo sea tanto.
Existen no pocos textos nacionales y extranjeros que analizan y explican el
suceso con objetividad2. El secreto, en cambio, subsiste en la medida en que el
panameño medio ha demostrado tener escaso interés por enterarse del devenir de
la Nación de que forma parte y carece, por tanto, de memoria histórica.
Esta lamentable realidad ha sido, creo yo, caldo de cultivo en el que han pervivi-
do dos leyendas de signo contrario. De una parte, la crudelísima leyenda negra,
según la cual la república independiente que en 1903 nació a la vida jurídica fue,
apenas, creación artificial huérfana de legitimidad y de fundamentos históricos,
erigida sobre la base falsa de una nación inventada por el imperialismo nortéame-
ricano para cohonestar así el despojo de que, se dice, fue víctima la República de
Colombia al perder el Istmo de Panamá. Y, de la otra, una leyenda dorada, que
nos pinta un candoroso cuadro albo que, innecesariamente, escamotea, como si se
tratara de un pecado original sin redención bautismal, las transacciones dolo-
rosas, las claudicaciones forzadas, el imperialismo rampante y otras circuns-
tancias lacerantes que concurrieron a forjar la acaso irrepetible coyuntura interna-
cional que viabilizó nuestra independencia.
Ese afán de ocultamiento no tiene razón de ser. No hay por qué disimular la exis-
tencia de factores como los enunciados en el hecho independentista. Ninguno de
ellos, en efecto, le resta un ápice de legitimidad a éste. Ello es así porque de lo
que se trata, en el fondo, no es de enjuiciar la moralidad de cuantas motivaciones
e intereses, públicos y privados, incidieron en la creación de la coyuntura
secesionista, sino de determinar si la nación panameña hizo bien o no en valerse
de ella para separarse de Colombia. Esta es la cuestión clave. Lo demás es
accesorio.
En su docta ponencia, ceñida al marco conceptual de este foro, que la conmina a
plantear nuevos ángulos desde los cuales aproximarse a nuestra separación de
Colombia, la Dra. Bonnett Vélez propone enfoques que en verdad se alejan de
los habituales.
Así, luego de darse por enterada de lo que la historiografía tradicional nos enseña
al respecto y de enumerar, en apretada síntesis, las causas próximas del proceso
separatista panameño, nuestra expositora nos invita a que busquemos en la época
colonial las razones que hicieron de Panamá _un lugar social con vida propia,
moviendo sus propios hilos, como agente de su propia historia y de su propio
destino.
Dadas mis carencias historiográficas, nada sustantivo puedo decir por cuenta
propia sobre el tema. Sin embargo, me hago eco de voces ajenas para apuntar
que, en efecto, la vida colonial panameña fue distinta de la del resto de las
colonias españolas en América y, en la medida en que lo fue, es lógico pensar
que allí se inició el proceso de formación de la conciencia nacional panameña.
El hecho es insinuado por Ricaurte Soler, quien señala que la conquista y
colonización del Istmo fueron obra no de las capitulaciones o contratos otorgados
por la Corona, sino de la Corona misma. Y agrega que el sistema de encomiendas
y repartimientos, tan característico de la organización social en la América
española, casi no existió en Panamá. Estas realidades, según Soler, determinaron
que no surgieran aquí relaciones sociales acentuadamente feudales y que el
conservatismo panameño decimonónico tuviera tan poca significación3. Como no
sé qué relevancia tengan estos hechos de cara a la propuesta de la doctora
Bonnett Vélez, me limito a dejarlos anotados por si de algo sirven.
Acaso más pertinente sea señalar que Justo Arosemena, el más lúcido pensador
panameño del siglo XIX, en su estudio sobre la cuestión nacional panameña
intitulado El Estado Federal de Panamá, publicado en 1855, hizo justamente lo
que propone la doctora Bonnett Vélez: extrajo de la vida colonial panameña
argumentos geográficos, históricos, políticos, económicos y sociológicos condu-
centes a demostrar la existencia de la nacionalidad istmeña y a justificar así la
necesidad de darle al Istmo una organización política propia y distinta de la
común a las otras secciones de la Nueva Granada.
Las gestiones de Arosemena, inspiradas en un federalismo radical, desembocaron
ese mismo año en la creación del Estado Federal de Panamá, entidad a la que se
le reconocieron casi todos los atributos de la soberanía. En ocasión de aprobarse
la ley pertinente, Pedro Fernández Madrid, Presidente del senado colombiano,
dijo:
Voy a dar mi voto al proyecto de ley que crea el Estado de Panamá, porque
conozco la necesidad que tiene el Istmo de constituirse sobre las bases de self-
government, pero no se me oculta que éste no es sino el primer paso que da hacia
la independencia aquella sección de la República. Tarde o temprano, el Istmo de
Panamá será perdido para la Nueva Granada.4
Importa destacar que no por haber abogado por la autonomía en su mencionado
opúsculo abandonó Arosemena sus ideas separatistas. La independencia seguía
siendo para él el desideratum. Tanto es así que dos años después, en 1857,
sometió a la consideración del Senado colombiano un proyecto de ley que, de ha-
ber prosperado, le habría otorgado la independencia al Istmo, bajo la protección
de Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Cerdeña.5
A la luz de los perfuntorios señalamientos que anteceden, columbro que tiene
razón la Dra. Bonnett Vélez al decir que la explicación de nuestra independencia
no se encuentra, únicamente, en el acontecer del Panamá colombiano del siglo
XIX, sino en el de la época colonial. En efecto, no es creíble que en el breve
lapso que va desde nuestra voluntaria incorporación a la República de Colombia
en 1821 hasta la publicación del ensayo de Arosemena en 1855 se haya podido
forjar una nación de la que era ya posible afirmar que tenía derecho a autogo-
bernarse y de la que podía, además, vaticinarse su inevitable secesión. La forja de
la nación panameña tiene que venir de antes.
En otro orden de cosas, la Dra. Bonnet Vélez propone la conveniencia de realizar
un estudio detallado sobre la población del Istmo. Se trata, dice, de un tema
desconocido por la historiografía colombiana. Señalo que en Panamá tales estu-
dios existen. Contamos, por ejemplo, con la monumental obra de geohistoria de
Omar Jaén, La Población del Istmo de Panamá, que, entre otras cosas, contiene
un estudio general de la población panameña desde el siglo XVI hasta nuestros
días. Estoy seguro de que el ojo zahorí de nuestra expositora le permitirá encon-
trar en esa obra, y en otras de autores panameños sobre la misma temática, la cla-
ve que ella busca para aproximarse desde nuevas vertientes a la separación de
Panamá. Acaso parte de esa clave sea nuestra escasez poblacional, que Rodrigo
Miró entiende ha sido factor capital en la historia del Istmo.6
A propósito del Panama colombiano, tema respecto del cual me voy a arrogar el
derecho de hacer más adelante algunas precisiones y observaciones propias, la
Dra. Bonnett Vélez apunta que a lo largo de este período de nuestra historia
hubo, de parte de Panamá, reiteradas manifestaciones de una clara conciencia
nacional que reclamaba y reivindicaba para el Istmo la separación total o, cuando
menos, una amplia autonomía política, económica y administrativa. Y, de parte
de Colombia, una conciencia, igualmente clara, de que Panamá no era un espacio
histórico-geográfico igual a las otras secciones de Colombia.
Juzgo pertinente observar que la experiencia autonómica panameña, que se
extendió desde 1855 hasta 1885, no hizo que amainaran los sentimientos separa-
tistas en el Istmo. De ello dan fe los conceptos del Cónsul General de los Estados
Unidos, Thomas Adamson, quien en 1886 afirmó que _las tres cuartas partes de
los habitantes del Istmo desean la separación y la independencia del antiguo
Estado de Panamá. Ellos sienten apenas tanta afección por el Gobernador de
Panamá cuanto los polacos pudieran sentirla hace cuarenta años por sus
directores de San Petersburgo. Se rebelarían si pudiesen procurarse armas y
supiesen que Estados Unidos no interviniera.7
Descontando lo que puede haber de exageración en el aserto, no puede negarse
que éste, cuando menos, acredita la existencia de una fuerte corriente de opinión
separatista en Panamá. Interesa recalcar, además, que el temor panameño a la
intervención estadounidense frente a un intento secesionista no era gratuito.
Intervenciones hubo muchas y allí estaba el tratado Mallarino-Bidlack de 1846
para cohonestarlas. Este tratado, a tenor del cual Estados Unidos, entre otras
cosas, garantizó a Colombia su soberanía sobre Panamá, es, en mi criterio, un
indicio de la fragilidad de los nexos políticos de la relación colombo-panameña.
La constitución centralista promulgada en 1886, en cuyo alumbramiento no
intervino ningún panameño8 y que desmanteló el régimen de la superfederalista
constitución de 1863, vino a exacerbar las viejas contradicciones entre Panamá y
Bogotá. El nuevo régimen constitucional redujo al Istmo a la categoría de
territorio nacional al disponer, en su artículo 201, que éste quedaría sometido a la
autoridad directa del gobierno central y sería administrado con arreglo a leyes
especiales.
Es opinión generalizada la de que el ordenamiento constitucional instaurado en
1886 representó una humillación para el Departamento de Panamá, por cuanto lo
colocó en situación de inferioridad frente a los demás departamentos colom-
bianos. No cuestiono la aserción, pero sugiero que, humillante o no, el referido
precepto es también y sobre todo un explícito y muy diciente reconocimiento de
que, para los gobernantes colombianos, el Istmo seguía siendo, en 1886, una
región singular y distinta del resto del país.
Los hechos reseñados, así como los varios intentos separatistas y otros aconteci-
mientos trascendentales que la brevedad del tiempo de que dispongo me obliga a
omitir dan cuenta, como queda dicho, de la precariedad de los nexos políticos
que nos vinculaban a Colombia. A nadie puede sorprender entonces que esos ne-
xos no fueran capaces de contrarrestar las fuerzas centrífugas que desen-
cadenaron tres acontecimientos de evidente virtud determinante, como lo fueron
(a) el fracaso del canal francés, (b) la guerra de los mil días y (c) el rechazo del
Tratado Herrán-Hay por el Senado colombiano. Los dos primeros sumieron al
Istmo en una crisis económica de proporciones dramáticas. El tercero, a su vez,
vino a arrancar de cuajo toda esperanza de redención económica, esperanza que,
con razón o sin ella, los panameños fincaban en la reanudación por Estados
Unidos de las hacía tiempo interrumpidas obras de construcción del fallido canal
francés. Que tales acontecimientos no hubieran despertado y potenciado,
radicalizándolo, el germen separatista que latía en el alma del pueblo panameño
habría sido un fenómeno extremada y extrañamente insólito.
En verdad, es imposible incurrir en exageración a la hora de calibrar la
repercusión que tuvieron en la conciencia panameña el rechazo Herrán-Hay y la
inminencia de la oportunidad real de acceder a la independencia. Desde tiempos
inmemoriales el Istmo había vivido - y tal vez aún viva - embrujado por el
convencimiento, devenido en mito, de que su destino era el de servir de asiento a
la comunicación interoceánica, de la que emanaría la cornucopia de la inagotable
abundancia. Esta era, en 1903, la psicología colectiva de la mayoría de los
panameños.
Así, pues, en esa hora la nación panameña se enfrentó a una disyuntiva que la
obligaba a escoger entre dos opciones, que no tenían término medio. Esas
opciones reducidas a su mínima expresión, sin hipérboles y sin mistificaciones,
eran las siguientes:
1.- Independencia y construcción del canal en tierra panameña, con el peligro
ulterior de la dominación yanqui.
2.- Preservación de los vínculos políticos con Colombia, sin canal y, por tanto,
sin la ilusión de salir del estado de pobreza en que el país se encontraba inmerso.
Nadie que conozca la historia del Panamá colombiano puede extrañarse de que el
pueblo panameño haya optado por separarse de Colombia. El desdeñar en tales
circunstancias la posibilidad de alcanzar la independencia, único remedio para
evitar la muerte del mito, habría sido una conducta antihistórica imposible de
explicar.
No creo que caigo en una digresión al traer a colación el comportamiento que,
frente a la disyuntiva meritada, tuvo la dirigencia del ampliamente mayoritario
Partido Liberal de Panamá, cuando conoció, casi en la víspera, la existencia del
movimiento secesionista iniciado y promovido por sus adversarios conserva-
dores. A manera de botón de muestra, selecciono los casos del doctor Carlos A.
Mendoza y del General Domingo Díaz, ambos con una participación
destacadísima en la guerra de los mil días, en la que los dos perdieron parientes
muy cercanos y, aunque de extracción social distinta, ambos con marcado ascen-
diente sobre el liberalismo popular del arrabal citadino. La adhesión de los dos a
la causa separatista fue inmediata e incondicional. Lo propio hizo el resto de la
dirigencia liberal, salvo muy contadas excepciones, entre las que sobresale la de
Belisario Porras.9
El caso de Mendoza es especialmente paradigmático, puesto que éste se había
opuesto a la ratificación del Tratado Herrán-Hay por estimarlo lesivo a los
intereses de Colombia. En mi opinión, la conducta de los líderes liberales
simboliza y reproduce, a escala reducida, la que observó la mayoría del pueblo de
la ciudad de Panamá, que, lejos de mirar la separación con indiferencia, como
algunos han afirmado, se lanzó a las calles dispuesto a empuñar las armas en
defensa del movimiento.
Y eso de empuñar las armas, lo aclaro para evitar equívocos, no es frase retórica.
Quien lo piense no hace sino demostrar que para él la historia de Panamá es, en
efecto, un secreto de catacumbas. Para comprender el sentido rigurosamente
literal de la frase conviene recordar lo que ocurrió en Panamá durante la ya
mencionada guerra de los mil días, que terminó apenas un año antes de nuestra
separación de Colombia y que, para muchas cosas, representa el telón de fondo
de ésta. En esa guerra, como lo ha dicho Humberto Ricord _la flor de la juventud
liberal panameña se inmoló por su causa ideológica10. Y si eso fue así, que razón
hay para pensar que cuando el 3 de noviembre el pueblo capitalino se tomó las
calles y recibió las armas que le fueron entregados por los dirigentes del
movimiento, no estaba en verdad dispuesto a luchar, ya no por su ideología, sino
por la consolidación del país nacional?
Para mí es claro que la historia del Istmo ofrece al investigador abundantes
pruebas de la legitimidad de nuestra separación de Colombia. Pero si hicieran
falta pruebas adicionales de tal legitimidad ellas nos las obsequia la historia de la
república independiente que entonces nació, con sus gravámenes y limitaciones.
Ello es que si en el Istmo no hubiese existido en 1903 una nación consciente de
su identidad, una nación con vocación de ser fiel a su propia mismidad y de hacer
valer, por su cuenta, sus posibilidades de vida propia; si fuese acaso cierto que,
como lo afirma la leyenda negra, éramos entonces sólo poblada y engendro
artificial inventado por intereses extraños, entonces nada de lo que ha ocurrido
después tendría explicación lógica. En efecto, la dura e inicialmente solitaria lu-
cha que de inmediato emprendieron los panameños de la generación republicana,
y que luego continuaron los de las subsiguientes, por asegurar la subsistencia y el
perfeccionamiento del Estado nacional, únicamente pudo construirse y apoyarse
sobre la base y en función de la preexistencia de nuestra condición de nación
auténtica. No fue, pues, la república mediatizada de 1903 la que, como por arte
de birlibirloque, produjo, a los pocos días de su advenimiento, una especie de
nación instantánea. Fue la nación previamente consolidada la que posibilitó la
siempre inconclusa aventura de la pervivencia y el perfeccionamiento del Estado
nacional.
Notas
1. Teoría de la Nacionalidad, pág. 12, Ediciones de la Revista Tareas, Panamá,
1968.
2. En cuanto a las obras colombianas, léase, con provecho, la del miembro de las
Académias Colombianas de la Historia y de la Lengua Luis Martínez Delgado,
titulada Panamá, ediciones Lerner, Bogotá, 1972. También, la obra de Eduardo
Lemaitre, titulada Panamá y su Separación de Colombia, la cual, si bien
reconoce las razones de Panamá para separarse de Colombia, trata de manera
despectiva a los colombianos que participaron en la gesta separatista. Esta obra
contiene ciertos errores que conviene aclarar. Así, (véase pág. 515, cuarta
edición) se dice que Pablo Arosemena rehusó someterse, durante largo tiempo, a
los hechos cumplidos. Ello no es cierto. Pablo Arosemena aceptó de inmediato la
separación y, además, presidió la Asamblea Constituyente que promulgó la
Constitución panameña de 1904. Asímismo, se dice que Belisario Porras se negó,
durante casi 10 años, a reconocer el nuevo Estado y a admitir la nacionalidad
panameña. Este dato es inexacto. Acerca de Belisario Porras, véase nota No.9 de
este escrito.
3. Ricaurte Soler, A. Formas Ideológicas de la Nación Panameña, pp. 13-14,
segunda edición, Ediciones de la Revista Tareas, Panamá, 1964.
4. Martínez Delgado, Panamá, pág. 62, Ediciones Lerner, Bogotá, 1972.
5. Martínes Delgado, op. cit. supra, pág. 63.
6. Rodrigo Miró, Integración y Tolerancia, los Modos de Panamá, pág. 9,
Universidad de Panamá, Oficina de Información y Publicaciones, Panamá, 1965.
7. Luis Martínez Delgado, op. cit. supra, pág. 66.
8. Los representantes del Estado de Panamá ante el Consejo Nacional de
Delegatarios fueron los señores Felipe Paul y Miguel Antonio Caro, sin duda
personas sumamente distinguidas, pero que no tenían ningún vínculo con Panamá
y no podían, por tanto, ser voceros de las aspiraciones istmeñas.
9. El mismo Bolívar, al escribirle entonces desde Quito para felicitarlo por su
promoción a esa sede, ponía su esperanza en la generosidad del Pastor para con
los pobres. Cfr. Navas, p, 198.
10. Humberto Ricord, Panamá en la Guerra de los Mil Días, Premio Nacional
Ricardo Miró, 1989, pág. 108.