108
idea de la infancia / Giorgio Agamben largas varas / Queta Nava pibes / Walter Alberto Calzato 181 año xxxiv • abril 2014 rector Dr. Arturo Fernández Pérez vicerrector Dr. Alejandro Hernández Delgado directora escolar M.D.I. Patricia Medina Dickinson opción. Revista del alumnado director Alejandro Campos consejo editorial Comisión de redacción Alonso Ahumada Javier Yoltic Medina Juan Carlos Téllez Comisión de material gráfico Fernando L. Martínez Mariana Mejía María Zilli difusión cultural y relaciones públicas Angélica de Guadalupe Franck comité consultivo Dra. Claudia Albarrán Lic. Aldo Aldama Lic. César Guerrero Dr. Mauricio López Noriega Dra. Lucía Melgar Dr. Pedro Salmerón diseño editorial alexbrije + kpruzza cuidado de la edición Sandra Luna impresión Producciones Editoriales Nueva Visión México d.r. © opción revista del alumnado del itam Río Hondo 1, Tizapán, San Ángel, 01000 México, D.F., Tel./fax 5628-4000, ext. 4669 [email protected] http://opcion.itam.mx ISSN: 1665-4161 reserva de derechos al uso exclusivo: 04-2002- 090918011100-102 • Certificado de licitud de contenido: 8812 opción es una revista universitaria sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, en cualquier forma o medio, sea de la naturaleza que sea, sin el permiso previo, expreso y por escrito del titular de los derechos. Los artículos son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el sentir de la revista. Revista indizada por Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales (clase). Integrada al Sistema de Información Bibliográfica sobre las publicaciones científicas seriadas y periódicas, producidas en América Latina, el Caribe, España y Portugal (latindex). Tiraje: 2,000 ejemplares

Número 181: Infantia

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Número 181 de la revista Opción

Citation preview

Page 1: Número 181: Infantia

idea de la infancia / Giorgio Agambenlargas varas / Queta Navapibes / Walter Alberto Calzato

181

año xxxiv • abril 2014

rectorDr. Arturo Fernández Pérez

vicerrector

Dr. Alejandro Hernández Delgado

directora escolarM.D.I. Patricia Medina Dickinson

opción. Revista del alumnado

director Alejandro Campos

consejo editorialComisión de redacción

Alonso AhumadaJavier Yoltic MedinaJuan Carlos Téllez

Comisión de material gráficoFernando L. Martínez

Mariana Mejía María Zilli

difusión cultural y relaciones públicas

Angélica de Guadalupe Franck

comité consultivoDra. Claudia Albarrán

Lic. Aldo Aldama Lic. César Guerrero

Dr. Mauricio López Noriega Dra. Lucía Melgar

Dr. Pedro Salmerón

diseño editorialalexbrije + kpruzza

cuidado de la ediciónSandra Luna

impresión Producciones Editoriales Nueva Visión México

d.r. © opciónrevista del alumnado del itam

Río Hondo 1, Tizapán, San Ángel, 01000 México, D.F., Tel./fax 5628-4000, ext. [email protected]

http://opcion.itam.mx

ISSN: 1665-4161 reserva de derechos al uso exclusivo: 04-2002-090918011100-102 • Certificado de licitud de contenido: 8812

opción es una revista universitaria sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, en cualquier forma o medio, sea de la naturaleza que sea, sin el permiso previo, expreso y por escrito del titular de los derechos. Los artículos son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el sentir de la revista. Revista indizada por Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales (clase). Integrada al Sistema de Información Bibliográfica sobre las publicaciones científicas seriadas y periódicas, producidas en América Latina, el Caribe, España y Portugal (latindex).

Tiraje: 2,000 ejemplares

año

xxxi

v • a

bril

2014

181

Infa

nti

a

La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedrita sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo (…), lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia (…) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato.

julio cortázar

Luai Tabaza (4 años), Sin título.Museo Internacional de Arte Infantil, Oslo.

O_181_cover_ok.indd 1 10/04/14 10:50 p.m.

Page 2: Número 181: Infantia

Yo quiero suscribirme

DES

TIN

O

Rep

úblic

a M

exic

ana

Suda

mér

ica

Am

éric

a de

l Nor

te, C

entr

oam

éric

a y

el C

arib

e Re

sto

del m

undo

Des

eo s

uscr

ibir

me

a op

ción

a p

arti

r de

l núm

ero

p

or

1 sem

estr

e

1 año

Nom

bre:

Dom

icili

o:

Ciu

dad:

País

:

Telé

fono

(s):

Cor

reo

elec

trón

ico:

Lynd Ward, de la serie Madman’s Drum, 1930.

{CONTENIDO}

infantia

LITERARIAS 4 Adiós Nonino y Violentango maría magdalena batista

10 El cantar del viento isaac guzmán

14 Sonámbulo cantar benjamín castro

18 De frágiles artefactos metálicos neblinosos raquel gonzález

20 Visitantes antonio vásquez

29 La voz de mi amado / Anne pablo piceno

32 Largas varas queta nava

EXÉGESIS 34 Idea de la infancia giorgio agamben

40 Pibes walter alberto calzato

48 Gallinas ciegas: sobre una infancia y todas las demás

carlos eduardo lópez cafaggi

53 El espejo y la manzana adriana azucena rodríguez

55 La infancia en Truffaut: Análisis de las condiciones del poder en la ciencia moderna

eric m. tomasini

63 Reminiscencias infantiles fernando landa

66 Fonchito o la infancia perversa francisco martínez hoyos

GRÁFICA OCULAR 73 Trazos y balbuceos

COLUMNAS 89 fuente mnemósine javier martínez villarroya

95 dinámicas sonoras carlos spíndola

LIBROS 100 El hombre dinero I Mario Bellatin alejandro campos

104 El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos I John Gray

alonso ahumada

O_181_cover_ok.indd 2 10/04/14 10:50 p.m.

Page 3: Número 181: Infantia

Infantia

año xxxiv • abril 2014 • issn: 1665-4161

181

E. E. Cummings (10 años), Spring, 1904.

O_181_p01-33_73-104.indd 1 4/10/14 10:44 PM

Page 4: Número 181: Infantia

{E DITORIAL}

OPCIÓN 181 EDITORIAL { 2

“[El] tiempo es un niño con el corazón inmóvil parado en medio del pasillo mientras los demás juegan al caracol metafísico”, afirma Lauri García Dueñas en el número 180 y, con ello, se anticipa que la pregunta por el tiempo toca a la de la infancia. Si el niño se ha quedado parado, con el corazón inmóvil, mientras otros se mueven en forma de espiral, es quizás porque ha perdido algo. A su vez, la imagen muestra una tensión inherente al devenir del tiempo humano: aquélla que Agamben representa mediante una “curva hiperbólica que expresa una serie de distancias di-ferenciales entre diacronía y sincronía (y con respecto a la cual, por lo tanto, sincronía y diacronía sólo constituyen dos ejes de referencia asin-tóticos)”.1 El tiempo se mueve, pero también permanece. La inmovilidad del corazón expresa pérdida, escisión, y, al mismo tiempo, la posibilidad de una suspensión del reloj. Así, tanto la imagen infinitesimal de Agamben, como la casi cinematográfica de García Dueñas desvelan características importantes de la relación entre tiempo e infancia. Primero, junto con el tiempo diacrónico –aquél que medimos con exactitud todos los días, aquél con el que jugamos renovando los significados en un movimiento infinito– está un tiempo que permanece inmóvil: el sincrónico. El niño parece estar guardando aquel tiempo, sosteniendo una experiencia original, al mismo tiempo que parece como si el otro tiempo se la quisiera arrebatar. Por otra parte, el juguete se muestra como un artefacto que no necesaria-mente es propio del niño ni de su tiempo, sino que guarda una relación con el tiempo diacrónico también: “fragmentando y tergiversando el pasado o bien miniaturizando el presente –jugando pues tanto con la diacronía como con la sincronía–, [el juguete] presentifica y vuelve tangible la tem-poralidad humana en sí misma, la pura distancia diferencial entre el ‘una vez’ y el ‘ya no más’”.2 La metafísica también es un juego (de tiempos). No es gratuito que la imagen de García Dueñas sea perpleja: en ella no es el niño el que juega y, no sólo eso, sino que aparece con una actitud que fácilmente podríamos llamar adulta.

Lo anterior apunta que no le es posible al adulto separarse del infante. En su diacronía, lleva el corazón inmóvil. Como el niño, ha perdido algo. Lo que hemos perdido, dice Agamben, es a la experiencia pura: aquélla que tenían los infantes de la historia (los de la Antigüedad) y que cuidan ahora nuestros infantes. Los de ahora sólo la guardan porque ellos tam-bién están escindidos: la experiencia moderna, con la creación de un suje-to del conocimiento y de la experiencia,3 nos ha vuelto discursivos.4 Ha hecho que perdamos a la lengua –aquélla que tienen los animales y en la cual se está desde siempre– para introducirnos al habla –aquélla que necesita de un yo, que es autorreferencial.5 Pero, si bien el niño está ex-puesto a dicha pérdida desde que nace, también representa un límite: con fa-cilidad, se ríe de su yo. De ahí también que el infante guarde: con su capacidad

Risa infante

1 Giorgio Agamben, Infancia e historia, (trad. Silvio Mattoni), Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2011, p. 108.

2 Ibid., p. 101.

3 El ego cogito cartesiano.

4 Ibid., p. 62.

5 Ibid., pp. 65-71.

O_181_p01-33_73-104.indd 2 4/10/14 10:44 PM

Page 5: Número 181: Infantia

} EDITORIAL OPCIÓN 1813

de reír, guarda el vínculo con la apertura. Por eso aún le queda el nombre de in-fante: el “sin habla”, el que vuelve a la lengua ancestral. También es el que dice desdiciéndose; el que juega con el lenguaje. Para el psicoanálisis, el más cercano al ello; el más lejano al lenguaje, para Lacan. La infancia es un límite del lenguaje y de ahí su ligereza. En tanto tal, es un espacio que abre la posibilidad de experimentar la disolución del sujeto y de volver a la experiencia pura, a la experiencia auténtica del tiempo.

Es por esto que Rosario Castellanos se vale de una niña como voz narrativa para iniciar Balún Canán: para recuperar a la lengua perdida en una historia llena de habladurías. Por eso cuando la nana tiene que des-pedirse de la niña, pide a dios que la cuide:

Apiádate de sus ojos. Que no miren a su alrededor como miran los ojos del ave rapiña. (…)Apiádate de su lengua. Que no suelte amenazas como suelta chispas el cuchillo cuando su filo choca contra otro filo. (…)Guárdala, como hasta aquí la he guardado yo, de respirar desprecio.6

Un rezo por el crecimiento hacia la adultez –hacia la adopción del lenguaje y los valores religiosos; hacia la separación de lo “animal” que, interesantemente, se identifica tanto con lo infantil como con lo adulto– y, al mismo tiempo, una especie de deseo por que la niña permanezca intacta, por guardarla. “Apiádate de su lengua”, dice la nana, intentando que la niña siga in-fante. Pérdida, juego y guarida: pasado, presente y fu-turo se conjugan en el niño como en el adulto para desnudar la naturaleza histórica del hombre. Sólo que el infante aún no se toma tan en serio.

Si la infancia guarda lo que hemos perdido, nosotros debiéramos guardar a la infancia. Si la infancia conoce las formas más puras de transitar de un tiempo a otro, debiéramos alimentarnos más de su inestabilidad, de su inocencia y ligereza. Si la infancia se sitúa en el borde mismo del lenguaje, debiéramos escuchar su capacidad creadora. Si los infantes de la historia, “los antiguos”, no alienaron a la experiencia, debiéramos aprender de su apertura. Y si la voz del niño es capaz de contar los silencios, el infante se vuelve la voz literaria de lo inefable. Pero hay que recordar que la dicotomía infante-adulto es un mero ejercicio intelectual que sirve para no enredar-nos más aún de lo que exige estudiar un fenómeno tan huidizo. El infante se ríe del “nosotros debiéramos” al ver que el adulto también sabe jugar. Quizás sea hora de que la infancia pierda su estatuto de objeto directo –que requiere de un sujeto que ejerce la acción sobre ella– y comience a ser. Quizás sea hora de que la risa se desborde a través de la pluma y caiga sobre el papel; que el asombro asalte al lenguaje y tuerza a las palabras; que la insistencia canse a las ideas y las haga ceder; que los tiempos bro-ten, corran, griten; que se ría de la historia.

Alejandro Camposdirector editorial

6 Rosario Castellanos, Balún Canán, México, fce, 2007, p. 61.

O_181_p01-33_73-104.indd 3 4/10/14 10:44 PM

Page 6: Número 181: Infantia

4OPCIÓN 181 LITERARIAS {

{L ITERARIAS}

Cuando la angustia… en el estómago… aunque el cielo limpio, el volcán nevado, la libélula.

Cuando la angustia se prende, se sube a las costillas.Y hay que pagar el gas, la luz, no hay qué comer.Nada de soñar.Pero en la casa… polvo, pilas de libros en los rincones, arañas, telara-

ñas, quemazones y poemas que vuelan.Y la angustia va trepando al corazón… y crece, los papeles crecen.

El polvo como un edificio.La angustia se ha instalado.Y habrá que pagar la renta, el agua, la vida. Desenterrarse de entre el

polvo, despertar, tirar los papeles. Y hacer algo urgentemente.

Adiós Nonino y ViolentangoMaría Magdalena Batista

Ha publicado cuento y poesía en diversas

publicaciones del país, como la revista Plural.

En 1996 el maestro Francisco Toledo la

propone como candidata al Sexto Premio de

Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.

O_181_p01-33_73-104.indd 4 4/10/14 10:44 PM

Page 7: Número 181: Infantia

5} LITERARIAS OPCIÓN 1815

15 de agosto“Amoooor jodiiiidoooo…”

¿Perdido? Jodido y perdido.¿Será la despedida o la vida como reventándome en la cabeza? Es el

gesto triste, y el ladrar de perros de treinta y dos años, el desencanto, reventándome en la cabeza.

Es la lámpara en la pared del bar, la densidad del humo, la neurosis, las puertas que se van cerrando.

La memoria.El viento.Necesito salir al frío de la madrugada, aullar bajo la luna grande y

redonda.

5 de septiembreSeptiembre llegó como en terracería, tumbando, polvoso, ruinoso, cansado.

Como un blues triste lastimando una herida, hasta que se me vaya cerrando, hasta que alguien crea en mí, o hasta que me desgracien total-mente el corazón.

O_181_p01-33_73-104.indd 5 4/10/14 10:44 PM

Page 8: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 6

17 de septiembreEs domingo. Afuera, los árboles se mecen con las nubes, la noche con el aire, las luces con la gente, las antenas con los pájaros, el tráfico con la avenida, la acera con el alba.

Aquí, la luna con sus ojos, la noche con las horas, mi cuerpo con el ventanal, su cuerpo con el alba.

Afuera una ciudad.

19 de octubreDesperté con el miedo, o la soledad, o más bien, con la conciencia y nadie.

Desperté con miedo y soledad.Llegué tarde al trabajo. No conozco a los otros, hace cuatro años que

los veo a diario, nunca los conoceré.No sé si la vida es esto, un espacio preciso en un tiempo preciso,

personas lugares y cosas volando y pasando, y nada más.El café a solas. El restaurante atestado, el teatro en la calle, otros

lugares y otros tiempos, otros ruidos, otras vidas.

22 de octubreLa ciudad es oscura, aquí no crecen el sol, ni el mar, ni el aire. Aquí crecen los días, la maleza, el alcohol, los papeles.

Aquí crecen las calles, el pavor. Crece una flor roja en el balcón de enfrente, un grillo pegado en la oreja, y el deseo en un camellón.

3 de noviembreEn el espejo, un cuerpo. Los pechos densos, la enorme cicatriz en el vien-tre, el pubis… las piernas delgadas y largas. Los ojos oscuros, la perfección de mis manos, la sensualidad.

También la conciencia de no caber en ningún lugar. La desesperante continuidad de los días, el insomnio, la tormenta que soy.

Un claro de luna.Y él, una espalda desnuda, su ansiedad.

10 de noviembreSi volvieran a mis ojos los globos transparentes de los parques, el gusanito tras el telón, la rosa que me compraste en un bar de gays.

Si te amara como aquel otoño deslizándonos entre planetas.Si después los hilos no hubieran sido movidos por el diablo.

O_181_p01-33_73-104.indd 6 4/10/14 10:44 PM

Page 9: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 1817

24 de noviembreComo de un túnel, salir, caminar en la tarde, entrar al café de los locos, mirarlos… después no. Y concentrarse en un punto, no de la pared, ni de la calle, sino de adentro, que está al acecho. Luego salir, y andar y andar, sumida en el desvarío. Y llegar a la casa, y hablarle a un recuerdo, cruzar el bosque, bajar juntos la noche, traspasar el horizonte.

6 de diciembreEllos andan en las calles, caminan, hablan entre sí, se saben sus nombres, sus infancias. Yo también salgo a la calle, camino, hago señales, pero tengo un letrero que no puedo ver.

Sólo ellos saben lo que dicen.

16 de diciembreDentro de mí, aletear de palomas, campanadas, motores, claxonazos, conversaciones… risas.

El mundo se va reduciendo a sonidos solamente, y la vida, con sus imá-genes, pasa lejos… lejos.

28 de diciembre¿Y qué hago aquí? En un punto de la inmensidad del Universo, girando, mirando, delirando.

Y todo se consumirá, la imagen, de la mujer que pensaba, del pintor que cantaba.

Edificarán con muertos sobre muertos, con ventanas azules y cúpulas de vidrio, paredes violetas, amarillas, plantas artificiales, foquitos.

Y tal vez alguien mirará, o cantará…

29 de diciembre¿Son armaduras o gente? ¿Maniquíes o gente? ¿Murmullos o gente? ¿Señoras muy decentes o gente?

¿Qué son?¡Si no se dejan tocar!Si son, como parte de la decoración o la decoración, que sólo se mira

a través de un cristal.

O_181_p01-33_73-104.indd 7 4/10/14 10:44 PM

Page 10: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 8

1 de eneroYa amaneció. Tengo fiebre. No tengo a nadie pero habrá otro cielo, donde la penumbra ilumine las estrellas, donde los destellos de los astros en movimiento, en sus horas luminosas y reencuentros. Donde la mano, que necesito con fiebre. Y soles.

Sube, baja, sube, baja, sube… el chorro de agua en la fuente.El punk en la banca me mira, me mira, ¿qué me miras? ¡Abrázame!El parque desierto, será por la hora y el frío. Creo que llueve.Las piedritas son monedas encantadas que aviento a la fuente. Cerrando

los ojos, deseo el absoluto, que el hombre sea una verdad. Y ternura, y libertad, y cielo, mucho cielo. Debajo el mar.

3 de marzoSube, baja, sube… el chorro de agua en la fuente.

Vacía la banca del punk, el parque lleno y sin frío. Feliz, soy feliz, ja, ja, muy feliz…Me subo de estatua a la fuente, la orquesta me viene a tocar:—Piaantaadaaa, piaantaadaaa, estoy…Ahora, brota tintineando un manantial, y de aquí no me van a bajar…

ja, ja, ja, ja.Desfilan ángeles y aves, nubes coloreadas, yo cuelgo de un borde, los

peces van a volar…Perdió su sombrero la estatua, jua, jua, jua, jua, suembrero verde y qué,

soy fuliz, soy fuliz, ju, ju, ju.Brinquen, que va a partir la nave, mójense, anden, sueñen, si el cielo

chorrea y se desprende… que la orquesta venga a tocar. Ja, ja, ja. Ja, ja. Ju, ju, ju.

—Piaantaadaaa, piaantaadaaa, estoy…Lluevan, lluevan, diluvien, chubasqueen, tiren aguacirios, rían flores,

piántense, salten al cielo, rigálenme un simbreiro, vengan de fiesta, vuel-vansi jirafas, jii, jiii, jiiii…

Bailen con la istatua.¡Y abrácenme!

***

30 de marzoHoy, un sol brillante, un día que empieza en paz.

Y la salamandra se despereza despacio, y se acurruca junto al salaman-dro, y así, en silencio, se preguntan si sobrevivirán a otros reptiles, tantas bardas, a su propio amor platónico.

Y de nada importa si la tierra, como ellos, palpita; del árbol sale un trino si, con un giro de la cara, se descubre otro paisaje.

Hoy, seguirán tumbados de panza.

O_181_p01-33_73-104.indd 8 4/10/14 10:44 PM

Page 11: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 1819 Jan Cox, Ne fait pas le vilain…, 1950

O_181_p01-33_73-104.indd 9 4/10/14 10:44 PM

Page 12: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 10

ESCENA PRIMERAEscena cotidiana de una familia en la actualidad. La madre y las sirvientas se encuentran en la cocina preparando los alimentos. Los niños regresan de la escuela hambrientos y se dirigen al comedor. Hijo 1: ¡Hola, Madre! Hijo 2: ¡Hola, Madre! Hijo 3: ¡Hola, Madre! Madre: Un momento, a mí me parece haberlos visto antes en

alguna parte. Hijo 1: Yo también la he visto a usted en alguna parte. Hijo 2: Yo también. Hijo 3: Yo también, qué extraño.Los niños abrazan a la madre con cariño mientras se oye el armonioso cantar del viento. Después, los niños observan el interior de la casa desde la cocina. Hijo 1: ¡Qué casa tan grande! No puedo esperar a ver la sala de

juegos. Hijo 2: Yo también. Hijo 3: Yo también, qué emoción. Madre: No, ahora tienen que comer, o mejor hagan lo que les

plazca; yo estaré bastante ocupada por el trabajo. Hijo 1: Está bien, señora, lo que usted diga. Hijo 2: …diga. Hijo 3: …diga.

El cantar del vientoIsaac Guzmán Vázquez

Estudiante de Dirección

Financiera, itam.

En lo real como en tu propia casael secreto reside en olvidar los sueños.

enrique lihn

O_181_p01-33_73-104.indd 10 4/10/14 10:44 PM

Page 13: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18111

Los niños se sientan y empiezan a comer. El cantar del viento se escucha un poco más lejos. Madre: ¿Cómo les fue en la escuela?Silencio. Hijo 1: Bien.Silencio. Hijo 2: Bien.Silencio. Hijo 3: Bien.Silencio. Madre: Me alegra escuchar eso, pero es una lástima que no los

conozca.La madre se lamenta y comienza a llorar. Los hijos se quedan confundidos. Hijo 1 (dirigiéndose a sus hermanos): ¿Por qué llora? Hijo 2: No sé. Hijo 3: No me interesa.Las sirvientas interrumpen sus quehaceres y empiezan a burlarse de la des-gracia de la madre. Hijo 1: He acabado de comer. Hijo 2: Yo igual. Hijo 3: Yo igual. Hijo 1: Me iré a jugar. Hijo 2: Yo igual. Hijo 3: Yo igual.

O_181_p01-33_73-104.indd 11 4/10/14 10:44 PM

Page 14: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 12

Los hijos salen de la cocina y se dirigen a la sala de juegos. La madre y las sirvientas permanecen en la cocina y se disponen a seguir con sus deberes. La madre se recupera del llanto. Madre (dirigiéndose a las sirvientas): ¿Alguna de ustedes sabe por

qué empecé a llorar repentinamente? Sirvienta 1: No, pero fue gracioso. Sirvienta 2: No, pero fue gracioso.La madre sale de la cocina y se dirige a su recámara mientras se oye el cantar del viento todavía un poco más lejos.

ESCENA SEGUNDALa madre y el padre se encuentran en la recámara principal. El padre lee el periódico y la madre enciende el televisor. Padre (dirigiendo la mirada al periódico): Disculpa, ¿quiénes eran esos niños que entraron a la casa? Madre: No lo sé, esperaba que tú me lo dijeras. Padre: ¿Las sirvientas saben quiénes son? Madre: No. Padre: Bueno, ya se irán esos niños y regresaremos a la

normalidad.Pausa. La madre y el padre siguen con sus actividades mientras el cantar del viento se va alejando un poco más.

O_181_p01-33_73-104.indd 12 4/10/14 10:44 PM

Page 15: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18113

ESCENA TERCERALos niños siguen jugando hasta altas horas de la noche. La madre y el padre detienen sus actividades y se dirigen adondequiera que estén los niños. Madre (dirigiéndose a los hijos): Es hora de dormir. Mañana deben ir a la escuela. Hijo 1: Está bien, señora desconocida. Hijo 2: Está bien, señora desconocida. Hijo 3: Está bien, señora desconocida.Los hijos se alistan para dormir. El cantar del viento se aleja más. Hijo 1: Padre, ¿me podrías arropar? Hijo 2: … arropar. Hijo 3: … arropar. Padre (hablando por el teléfono celular con un cliente): Por supuesto, licenciado Ramírez, con mucho gusto lo arropo. Hijo 1: Gracias, padre. Hijo 2: Gracias, padre. Hijo 3: Gracias, padre. Padre (hablando por el teléfono celular): De nada, licenciado. ¿A qué hora solicitó su cita? Madre (dirigiéndose a los niños): Buenas noches, hijos. Hijo 1: Buenas noches, madre. Hijo 2: Buenas noches, madre. Hijo 3 (dirigiéndose a sus padres): Buenas noches. Ojalá tuviéramos la oportunidad de conocerlos. Madre: Ni en sueños, para eso no hay tiempo, pero siempre podrán

contar con nosotros. Padre: Para todo hay tiempo, menos para eso y ahora es tiempo de

soñar y volar a otros cielos, para que mañana sufran el lento olvido de sus sueños.

El padre y la madre apagan las luces de la recámara de los hijos y se dirigen a un lugar lejano, que sólo ellos conocen. Los niños se duermen mientras la soledad los abraza en la oscuridad profunda. El cantar del viento se pierde en la lejanía y todo se desvanece…

O_181_p01-33_73-104.indd 13 4/10/14 10:44 PM

Page 16: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 14

La noche no encuentra silencioRáspanla los grillos con su verdorCristal de luna reflejándoseVapor de herida ocultándoseFuego de entraña devorándoseLa noche no calla, ni esperaNi espera ser esperadaVuelve a sus labios el incendioRetornan sus tímpanos al clamor

Sonámbulo cantarBenjamín Castro

Estudiante de Economía y Ciencia Política, itam.

Actualmente viaja por Asia.

O_181_p01-33_73-104.indd 14 4/10/14 10:44 PM

Page 17: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18115

Soñándose –inerme– entre sueños Vuelca el costado de los errantes:Una anciana desciende en el tiempoComo ancla que lleva al caminante Tres niños con párpados de arenaDel cielo un manojo arrancanPiedras y espadas de alientoQue al mundo le comen las alasCuerpo hendido del inocenteGrito de sol ante el océanoComo el paso asiduo del ciegoComo la viuda que siembra el alba

O_181_p01-33_73-104.indd 15 4/10/14 10:44 PM

Page 18: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 16

La noche no es santo ni espejoTrémulo cuerpo distanciadoEsperando las manos despiertasO mil uñas que aruñen sus puertasO brillantes risas que la enciendanLa noche espera de todos, todo:Despliegue de alas hacia el vacíoInsaciable amor añejoY voz del arrojo más ansiado

Buscándose –extensa– entre sombrasPausa su rito, condena inicialNo fue testigo ni ignoró el hechoDel bebé hambriento y su llantoDe las hijas de tierra malditaQue perdieron su fe en un callejónTampoco recuperó el estrechoFilo de voz erguida al batallón–Ni muerte de sol, ni flor de fuegoPronunciábanle respuesta alguna–Al amanecer vislumbra un lechoQue el cielo dibuja como un rayón

O_181_p01-33_73-104.indd 16 4/10/14 10:44 PM

Page 19: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18117

Y así vamos, cediendo los díasComo acantilado hacia el albaImplorando las tonalidadesQue su propia gravedad le arrancaEnsuciándonos las caras de hoyDe horas, de días y semanasRecubrimiento estéril que azotaLo que en el cuerpo queda de alma

De lo que queda, quede el espasmoLa entrega, la piel y la andanzaUna gruta que a fuerza de ecosPronuncie sus propias palabras¡Noche siempre, para siempre nocheTu búsqueda, tu luz, tu marchaQue en ningún siglo encuentres silencioQue no cese tu intrépida danza!

O_181_p01-33_73-104.indd 17 4/10/14 10:44 PM

Page 20: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 18

El viento llama, teñido de nubes grises, a los vagadores tristes. La filosofía del vagador es explorar el mundo, cuidando que su luz titilante no se apague. Si la luz de un vagador se apaga, lágrimas errantesse esparcirán por los caminos y teñirán el viento de cálidas historias. El viento envuelve a los vagadores, los llama y los acuna entre húmedos hilos escarchados,

De frágiles artefactos metálicos neblinosos Raquel González

Investigadora de Historia del Arte, Universidad Autónoma

de Madrid.

O_181_p01-33_73-104.indd 18 4/10/14 10:44 PM

Page 21: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18119

llama a sus corazones, pequeños corazones que observan el mundo, miran el mundo y buscan sus colores extraños, sus luces escondidas y sus fuegos errantes. Los campos invernales vacíos e infinitos sonríen la soledad del vagador. Los áridos grises necesitan sus punteos de rojos encendidos. Los cabellos del viento necesitan la musicalidadde las canicas de cristalde mágicos sonidos. La soledad ayuda a los vagadores a descubrir la belleza escondida entre mentiras.

O_181_p01-33_73-104.indd 19 4/10/14 10:44 PM

Page 22: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 20

Tres luces que nadie lograba identificar recorrieron el cielo nocturno del desierto durante dos semanas. Los primeros avistamientos su-cedieron en las afueras de la ciudad, en las rancherías a donde

llegaban los turistas que buscaban un fin de semana rodeados de silencio y saguaros. Pocos en la ciudad creyeron los testimonios de los rancheros, por considerarlos ignorantes, y nadie dio mérito a los turistas, pues nadie confía en los forasteros que vienen de las grandes capitales. La verdad es que la gente de nuestra ciudad es reservada y recelosa; recriminan severamente a todo aquel que sea un extraño.

En aquella época yo ya iba en tercero de la elementary school, y seguía teniendo que acudir a la clase especial para quienes el inglés no es su idioma materno, mejor conocida como English as Second Language, o esl. La mayoría de los alumnos éramos mexicanos, los demás eran refugia-dos somalíes y uno que otro chino extraviado que vino a dar al desierto. Seguramente habían llegado por error, porque qué chino, o cualquier otro inmigrante, quisiera irse a vivir a un lugar tan árido e inhóspito, a menos que procedieran de un país como Somalia. Pero mis padres venían de México, y ni siquiera de la parte norte, sino del sur. Nunca he entendido por qué, de todas las regiones de Estados Unidos, eligieron la más calurosa. Pero uno cuando es niño acaba por acostumbrarse al calor, y al estilo de vida, que consiste en ir a la escuela de día, ver tele en la noche y acudir al mall los fines de semana.

VisitantesAntonio VásquezEx alumno del itam.

Egresado de la Escuela Mexicana de Escritores y miembro fundador de la

revista Nervadura. Formó parte de la antología Cartografía de la Literatura

Oaxaqueña Actual ii, publicada por Almadía.

O_181_p01-33_73-104.indd 20 4/10/14 10:44 PM

Page 23: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18121

Desde que entré a tercero yo ya me sentía grande; le dije a mamá que ya no era necesario que me llevara al restaurante donde ella y mi papá trabajaban día y noche, que podía quedarme solo. Ella al principio se negó; como toda madre católica, quería tener cerca a su criatura, pero al final accedió cuando me hice amigo de los hijos de los ucranianos que vivían en el apartamento de al lado, y cuya madre ortodoxa siempre se encontraba en el hogar. Eran dos hermanos, el más grande tenía mi edad y ambos iban a la misma escuela que yo. La familia acababa de huir del caos que se desató en su país después de la caída de la Unión Soviética. Y, al igual que mis compañeros del esl, los hermanos no tardaron en acostumbrarse al desierto.

Solía pasar horas en su apartamento; jugábamos videojuegos que tarda-rían en llegar a nuestras patrias. Sólo dejamos de jugar compulsivamente durante las dos semanas en que las luces hicieron sus apariciones. Aquellas luces despertaron nuestra curiosidad, queríamos ver algo tan sorpren-dente como los monstruos que combatíamos en el Nintendo. Igor, el hermano mayor, nos leyó la nota del Daily Star titulada “ufos Fly Over the Sonoran Desert”. Al terminar de leernos la noticia donde se narraba cómo un ranchero había disparado hacia las luces, Igor nos dijo que se-guramente se trataba de un proyecto secreto del ejército norteameri-cano, aeronaves avanzadas como los aviones MiG de prueba que había visto volar sobre Odessa.

O_181_p01-33_73-104.indd 21 4/10/14 10:44 PM

Page 24: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 22

Realizamos rondines por los distintos senderos de concreto del com-plejo residencial, buscando el mejor sitio para observar el cielo. Era un cielo inacabable, cubierto por brillantina. No era inusual atestiguar las luces de los meteoroides que se consumían en la atmósfera. A los pocos días después de los primeros avistamientos, el planetario de la universidad sacó un comunicado en el que desmentía las versiones de los rancheros, quienes alegaban que lo que habían visto eran platillos voladores, y ase-guraba que los objetos no identificados que tanta conmoción causaban en las afueras de la ciudad no eran más que shooting stars.

Yo aprovechaba nuestras excursiones nocturnas para tocar puertas y vender chocolates en los distintos apartamentos. Llevaba una lista donde apuntaba los pedidos, una caja para guardar el dinero y un catálogo de dis-tintos tipos de chocolates: acaramelados, con menta, rellenos de coco, cubiertos con nueces, redondos, cuadrados, blancos, hasta en polvo para preparar hot cocoa with marshmallows. Estaba obstinado en ser el mejor vendedor de chocolates de mi generación. En la escuela llevaban a cabo un fundraiser cada año para recaudar fondos para distintas causas, como construir casas o dar alimentos a los más necesitados. El mejor vendedor de cada grado ganaba un viaje en limusina, y yo deseaba ardientemente ganar ese viaje.

Quería ganar para impresionar a una compañera. Se llamaba Sarah Stapley, y para mí era la niña más linda de la escuela; era una gringuita de ojos azules, rubia, que siempre usaba unos vestidos con flores prima-verales aunque fuera otoño. Desde el primer año de la elementary school creí conocer lo que era el amor al sentarme en el desk a su lado. Recuerdo vivamente los recesos, cuando los niños solíamos correr de las niñas que nos querían besar. Una vez caí al tropezarme, y la niña que se aprovechó de mi caída fue Sarah: rozó mi boca tímidamente con sus labios rosados. Sentí raro, como cuando uno tiene los dientes sensibles y come algo dulce; un malestar placentero. Quise repetir la experiencia, pero pronto abandona-mos el juego. La última vez que volví a acercarme a sus labios fue cuando estaba formado detrás de ella para tomar agua y vi que pegaba sus labios en la boca de la drinking fountain; al terminar ella de beber yo me acerqué y besé la boca metálica mientras apagaba mi sed.

Desafortunadamente a ella le gustaba un compañero cuyo nombre he olvidado. Él siempre usaba ropa vaquera y no dejaba de cantar canciones de Garth Brooks. Un día los niños del salón nos habíamos reunidos en el playground durante el receso; hablábamos acerca de las luces misteriosas y nos preguntábamos qué eran. Todos estuvimos de acuerdo en que se trataba de platillos voladores. El problema fue la polémica que se desató cuando discutíamos si los aliens que nos visitaban venían con buenas o malas intenciones. Varios pensábamos que si querían destruir a la humanidad, ya lo habrían hecho, pues su tecnología avanzada no se comparaba con la

O_181_p01-33_73-104.indd 22 4/10/14 10:44 PM

Page 25: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18123

del gobierno estadounidense. ¿A qué venían? Quizá de vacaciones, quizá alguna catástrofe había asolado a su planeta y buscaban nuestra ayuda, o quizá querían brindarnos su ayuda. El chico Garth Brooks no estuvo de acuerdo; él dijo que eran hostiles y que no tenían ningún derecho de volar sobre el cielo americano. Yo me reí y le dije que él era un wussy y que les tenía miedo. Yo no le temía a los aliens. A la oscuridad sí; uno nunca sabe qué seres habitan escondidos en los recovecos y espacios sin luz. Y también le temía a los truenos y lluvias de los monzones que inundaban las calles mientras yo aguardaba solo en mi hogar la llegada de mamá y papá. Pero a esas luces que brillaban a plena vista no les podía guardar temor. At least when the aliens land, le dije al chico Garth Brooks, they won’t be wearing stupid cowboy hats like the ones you wear, and they sure won’t be singing country. Mis compañeros se rieron y la cara del chico Brooks se encendió. Dio unos pasos hasta estar frente a mí y lanzó un golpe que me sacó el aire. Mi vista se torno nebulosa y perdí el conocimiento.

Al despertar lo último que recordaba era haber estado frente a un ros-tro redondo, gris, con dos grandes ojos vacíos que me miraban. De pronto hubo un resplandor y me encontré en la sala de enfermería de la escuela. La enfermera me preguntó si me encontraba bien y le dije que sí. Afuera de la enfermería me esperaba Igor, que me acompañó a la cafeteria. Al cruzar uno de los pasillos de la escuela vi que el chico Brooks aguardaba sentado en la oficina del director. En la cafeteria tomé un tray y fui a la

Asger Jorn, Carl-Henning Pedersen y Egill Jacobsen, portada y contraportada del n. 1 de Cobra, 1949

O_181_p01-33_73-104.indd 23 4/10/14 10:44 PM

Page 26: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 24

barra donde servían la comida. Busqué una mesa dónde sentarme y no tardaron en rodearme varios de mis compañeros, conmocionados. Me pre-guntaron si no me sentía mal, si había visto al chico Brooks; yo les dije que no se preocuparan y que seguramente iban a suspender un par de días a mi agresor. Entonces se acercó Sarah, preocupada, y con una mirada sincera me preguntó si no me había lastimado. Yo le contesté, soberbio, que no fue nada, que sólo tuvo la suerte de darme un buen golpe, a lucky shot. En realidad yo estaba alegre de que mi gringuita estuviera conster-nada por mí. Hubiera querido tomarla de la mano.

Después del lunch break, regresamos al salón. Había llegado la hora de entregar nuestros pedidos y el dinero. Aunque tardarían un mes en enviar-nos los chocolates, el viaje en limusina se haría la siguiente semana, el mismo día en que la escuela tenía planeado un campamento dentro de sus instalaciones al finalizar las clases. Yo estaba confiado, y al ver los sobres de dinero que entregarían mis compañeros, se reafirmó mi certeza de que ganaría.

Mi mamá me había ayudado a vender los chocolates. Hubo tardes en que regresé al restaurante donde trabajaba ella. Conocía bien el lugar, desde antes de que fuera a la preschool ya había cruzado por la puerta trasera del restaurante, por la cual se entraba a la cocina, llena de bochorno y olor a comida. Todos los empleados eran hispanos y vestían jeans y playe-ras blancas, siempre portando mandiles blancos, sucios de tizne y grasa. El pequeño radio que tenían también estaba grasiento; aun así no dejaba de tocar canciones de Selena, Bronco y Juan Gabriel.

A mí me gustaba jugar con la manguera metálica que pendía sobre el fregadero, o meterme al cuarto de refrigeración y ver el vaho que salía de mi boca. Pero cuando regresé al restaurante ya no buscaba juegos, sino em-prender negocios. Varios de los trabajadores ya me habían comprado cho-colates, así que mamá le dijo a mi papá –quien desde hace poco había pasado de ser lavatrastes a busboy, y de busboy a mesero– que me ayudara. Mi papá era una persona muy despreocupada, y era gracias a esa despreo-cupación que se llevaba tan bien con los demás. Los clientes que atendía le querían y es por eso que se atrevió a presentarme con ellos antes de entregarles sus respectivas cuentas. This is my son, les decía, and he’s selling chocolates. Los clientes, que en su mayoría eran gringos jubilados que vivían en las zonas residenciales con campos de golf, sonreían y aplau-dían el hecho de que comenzara a interesarme por los negocios desde pequeño. Yo les mostraba el catálogo y ellos hacían compras dadivosas. Gracias a ellos supe que iba a ganar. Hasta un hombre, que después supe que era uno de los Beatles y cuya esposa tenía un rancho a las afueras de la ciudad, me compró cinco cajas de chocolate truffles.

El día en que anunciarían a los ganadores llegué a la escuela calma-do. Sólo fue en el transcurso de las horas que comencé a dudar: ¿y si no

O_181_p01-33_73-104.indd 24 4/10/14 10:44 PM

Page 27: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18125

ganaba?, ¿por qué habría yo de ganar? En el receso jugamos basquetbol pero yo ni siquiera intenté ir por la pelota, estaba demasiado preocupado. Ni siquiera abandoné mi ensimismamiento a la hora del lunch, cuando mis amigos platicaban acerca de los últimos avistamientos de los ufo. Sentí un vacío en mi panza, un hueco mayor que el que queda cuando te sacan el aire, al ver a unas mesas de distancia a Sarah y el chico Brooks com-partiendo la comida. Yo no iba a ganar nada.

Resignado, regresé al salón, tomé asiento en mi desk y jugué con la posibilidad de decirle a la maestra que no me sentía bien para que me mandara a la enfermería y posteriormente poder irme a mi hogar. No lo hice; ya una vez se había preocupado Sarah por mi salud, sería improbable que lo volviera a hacer. Me conformé con mirarla de reojo hasta que las clases terminaran.

Llegó la hora de anunciar al niño afortunado que viajaría en limusina. Me calmé convenciéndome de que ni siquiera tenía gran interés por su-birme a un tonto auto alargado y blanco. Yo miraba hacia una de las ven-tanas cuando entró el director a darnos un sermón acerca de lo orgulloso que estaba de nuestro trabajo y, aunque no todos podríamos ir al viaje en limusina, todos éramos ganadores. Allá afuera el cielo estaba nítido, se podían distinguir fácilmente en la lejanía las manchas que eran los cardenales en pleno vuelo. Me reprendí el haber perdido tanto tiempo vendiendo chocolates cuando lo pude haber dedicado a observar el cielo; quizá ya habría visto a los platillos voladores… El director le entregó un sobre grande y amarillento a la maestra. Se hizo un silencio mientras ella abría el sobre. Sacó una hoja y sonrió, burlándose de la expectativa del salón. Al oír mi nombre fue como si hubiera salido de mi cuerpo y me viera desde la ventana; no lo podía creer. Se me formó esa sonrisa estúpida que tienen los incrédulos y pasé al frente para recibir un reconocimiento.

Regresé a casa feliz. Cuando llegó mamá en la noche la recibí con un abrazo, contándole acerca de mi victoria, y le entregué el permission slip que debía firmar para que yo pudiera ir al paseo.

El viernes, mamá me peinó como de costumbre, sólo que esta vez me vistió con una de las camisas que me ponía cuando íbamos a misa los domingos, y me colocó mi cadena delgada de oro con un crucifijo. Llegué a la escuela y sólo tomé las dos primeras clases. Después del primer receso debía ir a la entrada de la escuela, donde partiría la limusina, sólo que no fui solo, mi maestra le dijo a los alumnos que me acompañarían. Qué felicidad la de caminar entre mis amiguitos, sentir su aprecio, el aprecio de Sarah. Mis compañeros se echaron sobre el pasto mientras yo esperaba el mo-mento para entrar a la limo. Las madres del resto de los ganadores grababan videos o tomaban fotos de sus hijos posando frente a la limusina. Yo aguardé pacientemente a que acabaran, sonriendo a mis compañeros. Cuando al fin las madres guardaron sus cámaras, el chofer, vestido elegantemente

O_181_p01-33_73-104.indd 25 4/10/14 10:44 PM

Page 28: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 26

en un traje negro y que portaba un gorro con una visera resplandeciente, abrió la puerta y fuimos entrando uno por uno al auto. Antes de entrar, me despedí de mis amigos, mirando los ojos azules de Sarah.

Adentro el auto era muy espacioso; tenía asientos de piel, una televisión y un frigobar. En la parte superior había unas lucecitas que recorrían los bordes, y desde la ventana vi por última vez a mis compañeros que no lograban verme a causa de las ventanas polarizadas. De pronto se bajó la ventana que separaba al área de los pasajeros de la del chofer; éste nos saludó y nos dijo que era un gusto atendernos, que haríamos un recorrido por la ciudad y que podíamos tomar todo el refresco guardado en el frigo-bar que quisiéramos. Volvió a subir la ventana y arrancamos.

Mis acompañantes iban muy alegres, presionaban cada botón que había y armaron un gran relajo; abrieron el quemacocos y asomaron por él sus cabezas. Yo los veía desde el lugar donde estaba sentado; no conocía a ninguno y era reservado. Aun así disfruté del viaje. Yo tenía ganas de pasar por el restaurante donde trabajaban mis papás, pero no lo hicimos. Recorrimos las calles solitarias de la ciudad, la luz del sol abrasador entrando por el quemacocos abierto. Yo miraba las pequeñas casas de madera, sus patios cubiertos de arena y cactos. Me sorprendí al ver que en varias de las ven-tanas colgaban cartulinas trazadas a mano infantil; letras pintadas con crayones, gises o acuarelas, y que daban un mensaje de bienvenida a los aliens. Me prometí hacer lo mismo una vez que regresara a mi hogar.

Después de dar algunos rodeos por la universidad y el downtown, y comer pizza hasta el hartazgo, regresamos a la escuela un poco antes de que sonara la campana de la última clase. En el pasto, desde donde me habían visto partir mis compañeros, había ahora casas de campaña erguidas. Cuando sonó la campana los niños salieron corriendo hacia la entrada de la escuela. Ahí fueron a buscar a sus familiares y a meterse en sus casas de campaña.

Esa tarde soplaba una brisa agradable que descendía desde los foothills. El viento arrastraba consigo el aroma de los montes y se mezclaba con el humo que desprendían las parrillas al asar salchichones y carne de res para hamburguesas. Olía rico, y a mí se me habría abierto el apetito de no ser por la pizza que comí. Los niños, después de comer, corrían llenos y jugaban con sus papás al frisbee; entre ellos vi a mis amigos ucranianos que aún sostenían sus hot dogs mientras lanzaban una pelota de béisbol a su papá.

Yo anduve caminando solo, hasta que un amigo me invitó a que me metiera en su casa de campaña. Adentro era enorme, no había más que unas

O_181_p01-33_73-104.indd 26 4/10/14 10:44 PM

Page 29: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18127

cobijas y algunas figuras de acción con las cuales jugamos un rato. Al salir, el crepúsculo ya había teñido de naranja unas nubes delgadas que parecían hojas arrugadas de papel. No tardaría en acabar la acampada, y aún falta-ban horas para que mis papás salieran del trabajo.

Pensé en regresar a mi hogar, estaba cansado y no sabía qué más hacer sin mis papás. Entonces distinguí, sentados al pie de una casa de campaña, a Sarah y al chico Brooks bebiendo pink lemonade. Sentí una decepción que pronto se disipó al ver que uno de los padres de familia había llevado un telescopio. Me acerqué al instrumento que estaba rodeado de niños que querían mirar a través de él. El dueño del telescopio nos dijo que nos tranquilizáramos, que era mejor esperar un poquito más a que anocheciera para que pudiéramos apreciar las estrellas.

Esperamos hasta que ya no se podía ver al sol. La débil luz que refulgía en el horizonte le daba un color púrpura al cielo. Los padres comenzaron a encender fogatas, y en el anochecer del desierto sólo se escuchaba el crujir de la madera que ardía y los gritos de júbilo de los niños. Oscureció, pero antes de que pudiéramos mirar a través del telescopio y contemplar las estrellitas que titilaban, una conmoción se apoderó de la acampada.

Algunos gritaron, otros se quedaron mirando hacia el cielo, atónitos, y no fueron pocos los niños que se escondieron en sus casas de campaña. Sobre la algarabía que se había desatado sonaba un zumbido agudo, como el que hacen las chicharras para llamar a la lluvia en verano. Tres luces nos sobrevolaban, tres luces que brillaban intensamente y que nos deslum-braron. Estábamos paralizados, mirando aquellas luces, poseídos por la fascinación y el sobresalto. Aquellas luces formaban un triángulo invisible que unas veces se invertía, y otras se desplazaba por el cielo. Yo, al ver a toda la gente pasmada, aproveché para usar el telescopio; intenté ver qué objetos destellaban tanta luz, pero sólo logré lastimar mis ojos al observar una fuerte luz metálica, como aluminio alumbrado.

El zumbido se intensificó, y con ello hubo un apagón que hundió a la ciudad en la penumbra. La luz de las fogatas agravó el semblante de los niños y de sus padres: tenían miedo. Yo deseaba que las luces aterrizaran, que bajaran sus tripulantes y les quitaran el miedo. Que nos dijeran que también ellos disfrutaban de mirar a través de telescopios, pero que ya no les bastaba contemplar los astros desde la lejanía. Sarah de pronto se acercó a mí; me dijo que el chico Brooks se había encerrado en su casa de campaña. Ella miraba llena de curiosidad, con sus ojos azules en-cendidos, las tres luces en el cielo. What are they?, me preguntó. Yo le respondí que eran tan sólo visitantes.

O_181_p01-33_73-104.indd 27 4/10/14 10:44 PM

Page 30: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 28

Representación babilónica del símbolo del cielo.

O_181_p01-33_73-104.indd 28 4/10/14 10:44 PM

Page 31: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18129

I.Refulgentes pájaros cantan

y tú estás sentada tu vientrelevanta su vientrellama apacentadapozos sin fondo

quiero pensarte asítocando la tierrabrotandocon tanto dolor hasta el tiempo se parte

anne por qué estás lejos por qué aún puedo oírte?

La voz de mi amado / Anne Pablo Piceno

Estudiante de Literatura y Filosofía, Universidad Iberoamericana de Puebla.

O_181_p01-33_73-104.indd 29 4/10/14 10:44 PM

Page 32: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 30

II.corre como una osamenta grácilcuelga del aire sube el monteescala el vértigolámparas ánforas diáfanasderraman sobrias la carneesta ciudad está desiertaexhala el alma hay alma?

porque el tiempo es circular / tambiénporque es circular el tiempopensé en ti un día fui a verte bailartú estabas casi desnuda yo soñé años largoscon tenderme sobre ti llegué lloré / llameé tu cuerpoen sueños lluevo todo el día

te haré el amorno hay llanto sobrio porque el tiempo es circularespera una hiedra espeta piedra el pie que esperael rostro de anne y luise y ruth y úrsula y hemosnacido de la prostitución y cuándo que no hay principiobesé a una en otra contra otra frente a la muertefrente a otra muerte

hay besos que se prolongan en el serel presente de las cosas pasadaspero en todas las que besé no te besé nuncatu cuerpo se irguió se alzó en vilo en dóndeque siento tus labios quedos devolvermeal pecho seco de mi madre que nunca bebíregresar al mar a qué arcadia a qué infanciaa qué agua quebrantadala memoria es metáfora del tiempoes vinagre opio lóbregocorre osamenta grácilcomo un ciervo al huerto estérilen mi mente corres como el tiempo al huertohay días que duermo en tu hendiduradías que encuentro tu hendidura entre mi pechopájaros refulgen amamantan reverberanesos días veo el cielo abierto / anneveo una piedrecita blanca cuyo nombre desconozcocuando sea elevado sobre la tierra

O_181_p01-33_73-104.indd 30 4/10/14 10:44 PM

Page 33: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18131

me pareceré a Cristotodos seremos elevados sobreese día se sceris donum dei ese día tenderme sobre tiese día ese tiempo te fecundaré

III.una vez en solsticio de inviernoyo también estuve quietocreí que había mutado en otra pielme vi en un lago hundido anudadoa un cuerpo de plancton sin poder oírotro día soñé que me caía de un puentey nunca moría pero sin poder oírcuando me golpearon en la selva regresaronlas pistolas los insultos la desolaciónen una cama llena de arañas el bote fuimosno es la luz pero estoy solo oí / oí estoy solono oí nada más.

IV.pero a ti no te he perdido no tengo miedo / vuelvo siempre / yo sé que tú no eres anne que no exhumé tu cuerpo que no existes espectro invisible / llagas dolor en la sien / contempla la fragilidad del mundo vidrio sem-piterno que no dura nada / y vuelve a la nada que nunca será quédate / siento temblor en la sien / quién pudiera ser en días como este quién golpea la puerta hace cuánto / abrí a mi amado / acunado a tu pecho me siento tranquilo/ pero no estaba / ya había pasado / dónde quedó el tiempo ene-migo que nos asestaba / sorbo tu pecho / y el alma / lamo tu cuánto dolor cabrá en cuánto dolor cabrá tu pecho que brota de mí / te partiste / te vi / de dolor / pozo de abrevación / lontananza que calma la espada que se alzó contra penetró contra me quebró la memoria / no te pierdo / no estaba / no temo apareces entiérrame / estupro / no hay finitud como el tordo que cava un hoyo / y muere tiembla de miedo el mar y muere / pero a ti no te perdí / en todas partes el mar parapetado / duérmeme pájaro refulgente / embriá-game ciervo / yérgueme / yo sé que tú no eres anne / decidle / te siento muy lejos / decidle / te vi / desde entonces el tiempo / que muero / rompió / se rompió desde entonces

que muero de amor.

O_181_p01-33_73-104.indd 31 4/10/14 10:44 PM

Page 34: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LITERARIAS { 32

Largas y flacas varas de mis piernasequilibrando mis párvulos asombros.A modo de blasones ostentan arañazosy van de charco en charcopersiguiendo a la lluvia.

Varas que bailan sonesen tarimas de lodoy corren tras azules papalotesen el oro oxidado de la tarde.

Mis infantiles piernas,cómplices de los árboles,primaverales frutos hermanados al albotransitar de la savia,cuelgan entre el ramajemientras las bruñe el sol.

Largas varasQueta NavaLicenciada en Educación

Física. Miembro fundador de la revista La Pluma del Ganso.

Concluyó el Diplomado en Creación Literaria de la sogem. Escribe cuento,

poesía y novela. Ha obtenido diversos reconocimientos.

O_181_p01-33_73-104.indd 32 4/10/14 10:44 PM

Page 35: Número 181: Infantia

} LITERARIAS OPCIÓN 18133

Pierre Alechinsky, Portada y contraportada del n. 3 de Cobra, 1949.

O_181_p01-33_73-104.indd 33 4/10/14 10:44 PM

Page 36: Número 181: Infantia

{E XÉGESIS}

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 34

Idea de la infancia*

En las aguas templadas de México vive una especie de salamandra albina que después de mucho tiempo llamó la atención de zoólogos y especialistas de la evolución animal. Cualquiera que haya tenido

la ocasión de observar un espécimen en un acuario se ha impactado por el aspecto infantil y cuasi fetal de este batracio: la cara relativamente grande y hundida en el cuerpo, la piel opalescente, apenas manchada de gris sobre la cara, resaltada de azul y rosa sobre las excrecencias febriles alrededor de las branquias y las patas delgadas en forma de lis por sus toscos dedos de pétalo.

En un primer momento, el axolotl fue considerado como una especie en sí misma, presentando la particularidad de conservar toda su vida las carac-terísticas típicamente larvarias de un batracio, como la respiración branquial y el estado exclusivamente acuático. Que se trata de una especie autónoma estaba, por lo demás, probado sin discusión posible por el hecho de que el axolotl, a pesar de su aspecto infantil, era perfectamente capaz de reproducirse. Después de una serie de experimentos se puso en evidencia que tras la administración de hormonas tiroideas, el axolotl sufría la metamorfosis habitual de los anfibios: perdía sus branquias y desarrollaba la respiración

Giorgio AgambenFilósofo italiano. Es

profesor de estética en la Universidad de Verona y de filosofía en el Colegio

Internacional de Filosofía en París. En su

juventud tomó los seminarios de Martin

Heidegger en Le Thor.

Traducción de Francisco Osorio

Estudiante de Ciencia Política, itam.

* Ensayo publicado origi-nalmente en Idée de la prose (1998) bajo el título de “Idée de l’enfance”. Agradecemos a Giorgio Agamben por permitirnos la publicación.

O_181_p034_072.indd 34 10/04/14 10:38 p.m.

Page 37: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18135

Car

l-Hen

ning

Ped

erse

n , S

tjern

ehes

t ove

r by,

1953

.

O_181_p034_072.indd 35 10/04/14 10:38 p.m.

Page 38: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 36

pulmonar, abandonaba la vida acuática para transformarse en un espécimen adulto de salamandra jaspeada (Amblistoma tygrinum). Esta circunstancia condujo a ver en el axolotl un caso de regresión evolutiva, una clase de defecto en la lucha por la vida que obliga al batracio a renunciar a la parte terrestre de su existencia y a proseguir indefinidamente su vida larval. Pero recien-temente, este infantilismo obstinado (pedomorfismo o neotenia) ha propor-cionado las claves para comprender de otro modo la evolución humana.

La evolución del hombre no se habría hecho a partir de individuos adultos, sino a partir de las crías de un primate que, como el axolotl, habría adquirido prematuramente la capacidad de reproducirse. Lo que explicaría aquellas par-ticularidades morfológicas del hombre que —de la posición del agujero occipital a la forma del pabellón auditivo, de la piel lampiña a la estructura de manos y pies— no corresponden a las de los antropoides adultos, sino a las de sus fetos. Los caracteres transitorios de los primates, que devienen definitivos en el hombre, realizaron de alguna manera, en carne y hueso, el modelo del infante eterno. Y sobre todo, esta hipótesis permite considerar de manera nueva al lenguaje y a toda esta esfera de la tradición exosomá-tica que, más allá de que no importe como huella genética, caracteriza al homo sapiens, y que la ciencia hasta ahora parece radicalmente incapaz de comprender.

Intentemos ahora imaginar a un niño que no se contentaría simplemente, como el axolotl, en fijarse a su estado larval y a sus formas incompletas, sino que sería, por así decirlo, tan abandonado a su propia infancia, tan poco espe-cializado y todo-potente, que se desviaría de todo destino específico y de todo medio determinado, para atenerse únicamente a su propia inmadurez y a su propia ignorancia. Los animales rechazan las posibilidades de su cuerpo que no están inscritas en su genética: en el fondo, no prestan ninguna atención a lo que es mortal (siendo el cuerpo para cada individuo lo que está, en todos los casos, condenado a la muerte) y cultivan únicamente las posibilidades de infinita repetición que son fijadas por el código genético. Ellos prestan atención solamente a la Ley, solamente a lo que está escrito.

El infante neoténico se encontraría, al contrario, en la condición de poder prestar atención precisamente a lo que no está escrito, a las posibi-lidades somáticas arbitrarias y no codificadas: en su infantil toda-potencia, sería llenado de asombro y lanzado fuera de sí mismo, no como los otros seres vivientes, para una aventura y un medio específico, sino por primera vez en un mundo: estaría verdaderamente a la escucha del ser. Y su voz siendo aún libre de toda prescripción genética, no teniendo absolutamente nada que decir ni que expresar— único animal de su género— podría, como Adam, nombrar las cosas en su lenguaje. En el nombre el hombre está ligado a la infancia, anclado para siempre a una apertura que tras-ciende todo destino particular y toda vocación genética.

O_181_p034_072.indd 36 10/04/14 10:38 p.m.

Page 39: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18137

Pero esta apertura, esta asombrosa estación en el ser, no es un acon-tecimiento que se le observe de alguna manera, no es ni siquiera un acontecimiento, susceptible de ser registrado endosomáticamente y alma-cenado en una memoria genética, es más bien algo que debe permanecer absolutamente exterior, que no se le observa y que, como tal, no puede ser confiado sino al olvido, es decir a una memoria exosomática y a una tradición. Se trata de no acordarse verdaderamente de nada, de nada que le sea llegado o que se haya manifestado, pero que sin embargo, en tanto que nada, anticipe toda presencia y toda memoria. Por esto, antes de trans-mitir un saber y una tradición cualquiera, el hombre debe necesariamente transmitir su propia distracción, su propia no-latencia, porque solamente ahí es devenida posible algo como una tradición histórica concreta. Lo que puede todavía expresarse por la constatación, aparentemente trivial, de que el hombre, antes de transmitir lo que sea, debe en primer lugar transmitir el lenguaje. (Esta es la razón de que un adulto no pueda aprender a hablar: son los niños, y no los adultos, los que accedieron por primera vez al len-guaje, y a pesar de los cuarenta milenios de la especie del homo sapiens, lo que constituye precisamente la más humana de sus características—el aprendizaje del lenguaje— quedó estrechamente ligado a una condición infantil y a una exterioridad: quien cree en un destino específico no puede realmente hablar).

Constant, 1950.

O_181_p034_072.indd 37 10/04/14 10:38 p.m.

Page 40: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 38

Car

l-Hen

ninr

Ped

erse

n, D

en le

ende

n, 19

53.

O_181_p034_072.indd 38 10/04/14 10:38 p.m.

Page 41: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18139

La cultura y la espiritualidad auténticas son las que no olvidan esta original vocación infantil del lenguaje humano; es entonces lo propio de una cultura degradada buscar imitar el germen natural para transmitir valores inmortales y codificados, gracias a lo cual la no-latencia neoténica se cierra en una tradición específica. Si algo, de hecho, distingue la tra-dición humana del germen natural, es el hecho de que ella quiera preservar no solamente lo que el ser puede (las características esenciales de la espe-cie) sino también lo que el ser no puede en ningún caso, y también lo que está ya para siempre perdido; mejor, lo que no ha sido jamás poseído como una propiedad específica, pero que por esa precisa razón es inolvidable: el ser, la no-latencia del soma infantil, del cual solo el mundo, solo el len-guaje son adaptados. Lo que la idea y la esencia quieren preservar es el fenómeno, lo que fue y no se puede repetir, y la intención propia al lenguaje no es la conservación de las especies, sino la resurrección de la carne.

En alguna parte de nosotros mismos, el distraído infante neoténico continúa su juego real. Y es este juego el que nos da tiempo, el que man-tiene abierta para nosotros esta no-latencia infranqueable, que los pueblos y las lenguas de la tierra, cada uno a su manera, tienen la preocupación de conservar y de aplazar—de conservar solamente en la medida en que ellos la aplazan. Las diversas naciones y las múltiples lenguas históricas son las vocaciones falsas con las cuales el hombre busca responder a su insoportable ausencia de voz, o si se le quiere, las tentativas fatalmente condenadas al fracaso de volver comprensible lo incomprensible, de devenir adulto al eterno infante. Solamente el día en que la original no-latencia infantil sea vertiginosamente asumida como tal, cuando el tiempo sea devuelto y el niño Aion distraído de su juego, los hombres podrán construir una historia y una lengua universales, imposibles de aplazar, y poner fin a su vagar errático por las tradiciones. Ese auténtico llamado de la humanidad al soma infantil tiene un nombre: el pensamiento— es decir la política.

O_181_p034_072.indd 39 10/04/14 10:38 p.m.

Page 42: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 40

PibesWalter Alberto CalzatoDocente a nivel primario. Doctorando en Ciencias

Antropológicas por la Universidad de Buenos

Aires y en Ciencias Naturales por la Universidad

Nacional de La Plata. Alumno avanzado en la

carrera de Teología de la Universidad del Norte

Santo Tomás de Aquino.

Nota del autorLa presente reflexión la realicé hace varios años. Ahora sí, no falta mucho tiempo para jubilarme. Después de veinticinco años de docencia en escuelas primarias de la provincia de Buenos Aires y Capital Federal, ¿cómo voy a hacer para alejarme de esas caras hermosas, de estar acompañado días enteros, de esas infancias de privilegio que me tocaron de cerca y de lejos, desde lo simple hasta lo más profundo? No sé. Lo que sí sé es que me llevo a cada uno de ellos en mis huesos, sonrisa tras sonrisa, dolor tras dolor.

México, 6 de febrero de 2013.

A mi hija, María Florencia

Pier

re A

lech

insk

y, L

es p

olyg

lott

es, 1

960.

O_181_p034_072.indd 40 10/04/14 10:38 p.m.

Page 43: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18141

Maestro, maestro ¿El huevo tiene cáscara? — Un alumnito.Maestro, maestro, ¿qué tienen los muñecos de nieve adentro? — Una

alumnita.A una alumna:— ¿Te gustan los dibujitos de Mickey?— No.— ¿Por qué? — Porque Mickey es un pelotudo.Dos alumnos de primer grado peleándose en una biblioteca. Uno le

dice al otro:— ¡¡¡¡Callate!!!! Si sos un gordo caca.Los pibes son las perlas que se lleva el maestro, pegadas a la retina y

al corazón. La tarea cotidiana, los problemas, las exigencias absurdas del sistema, hacen que muchas veces nos hagan enojar y perdamos de vista a esos locos bajitos que comparten con nosotros una porción de vida. Después de muchos años de trabajo, los docentes advertimos (quizás todos no, pero este autor lo vivió en carne propia) de que los chicos no son solamente nuestros alumnos. Como si esa categoría bastara para definirlos. Pero no, los pibes se convierten en parte de nuestra vida y cuando no los tenemos nos damos cuenta de que los necesitamos. Nosotros nos adaptamos a ellos.

O_181_p034_072.indd 41 10/04/14 10:38 p.m.

Page 44: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 42

Esos chiquitos que se nos prenden del guardapolvo con tanto amor recorren todo nuestro interior y se depositan quizás en la profundidad de nuestro corazón, cerebro y riñones. El abrazo de un pibe, agradecido por lo que haces por él, no tiene parangón, no tiene precio.

Mientras escribo estas líneas pasan por mi cabeza esas caritas de dolor – apesadumbradas, esperando algo de uno– que durante tantos años po-blaron mis mañanas y mis tardes. No los tengo a todos presentes. Fueron demasiados. Pero sí, determinados chicos se quedaron en alguna parte de mi cerebro y de tanto en tanto revolotean atrás de mis ojos, haciéndome recordar que el tiempo no pasa en vano y que ellos son parte de mi vida. Muchos ya son adultos. Habrán visto ya el lado oscuro. Pero en el maestro, que batalla de escuela en escuela, quedan en su mente como fueron: así, chi-quitos, rebeldes, hermosos. Pero, de ellos, nosotros también aprendemos quiénes somos, cuál es nuestro horizonte, nuestra debacle.

En el año 1987, en una escuela de provincia, me dieron un segundo grado. Eran todos repetidores, o sea, que las autoridades respectivas de-cidieron juntar a una treintena de alumnos con muy serios problemas familiares y de aprendizaje, que habían ya repetido primer y segundo grado un par de veces. Los juntaron a todos como un fardo de pasto, para que otros grados estuvieran limpios y no se contaminaran con ellos. Atendiendo a esta actitud, dispusieron de una de las peores aulas de la escuela, de fibroce-mento, incluso alejada de otros salones. Me hice cargo del grupo. Tenía chicos hasta con problemas de depresión; llegaban al salón, ponían su cabecita en la mesa y no la levantaban, la mantenían suspendida hasta que, bien entrada la mañana, lograba yo sacarlos de su encierro.

Para empezar a dar clase, tenía que hacerme el payaso, para levantarles el ánimo. Había días que en el salón había un mutismo total. No teníamos pizarrón, usaba la puerta como pizarra, pues no se quiso arreglar la puerta del aula. Dije varias veces a Cooperadora y Dirección que la puerta sin bisagra se caía a cada rato y podría aplastar a un alumno. A nadie le inte-resaba. Por lo tanto, a falta de un pizarrón, le di ese uso.

De ese grupo de alumnos, recuerdo uno en particular: Pedro. Tenía once años. Si no me equivoco, ya había repetido y desertado un par de veces. Era un chico absolutamente marginado de la escuela, incluso del gabinete escolar. Para las autoridades de la escuela, no tenía solución. Sin embargo, observé que, sólo aparentemente, no escribía. Intentaba por todos los medios escribir, pero su temor a equivocarse le impedía salir. Después de meses de intentar que las “autoridades” me ayudaran, opté por otros medios; “harto de estar harto, ya me cansé”, como diría Serrat.

Una mañana tocó el timbre del recreo, salieron todos corriendo y, por supuesto, Pedro salió de la misma manera. Lo tomé del brazo con mucho afecto y le pedí que se quedara, que quería hablar con él.

O_181_p034_072.indd 42 10/04/14 10:38 p.m.

Page 45: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18143

— Vení, Pedro, quiero hablar con vos.Recuerdo que abrió los ojos como dos huevos divorciados cuando le dije: — Mira, Pedro. Yo te quiero mucho. Yo sé que vos podés escribir. Yo

te voy a ayudar. Vos sos mi amigo y no me gusta mucho cómo escribís ahora. Desde ahora vamos a tratar juntos de que salgas adelante. ¿Está? Desde mañana empezamos a trabajar. Vos vas a salir adelante, porque te quiero mucho y yo sé que vos podés, no me falles.

Al otro día, en el aula, me miraba con unos ojos inmensos. Poco a poco y con mucha timidez, Pedro comenzó a escribir. Muy lentamente.

— Y, ¿cómo andamos? Acompañaba estas palabras con una caricia o un abrazo. Lo sentaba en

mi escritorio, le contaba chistes. Lo animaba de esa manera. Le ayudaba a redactar oraciones lindas. Hablábamos como “hombres” de las nenas del aula. Se reía mucho conmigo.

Al cabo de unos tres meses, Pedro ya armaba sus oraciones, con difi-cultad, pero las armaba. Pasado unos meses más, su lectura y su escritura eran buenas. Venía contento a mostrarme su cuaderno. Pude hacerlo pasar a tercer grado.

Cuando le llevé su nuevo cuaderno al Gabinete de asistentes educa-cionales, me dieron su veredicto:

— Lo que pasa es que vos actuaste en el momento justo de su madu-ración, esto no es un logro, dado que la capacidad psíquica de Juancito... bla, bla, bla.

Imposible de creer. Lo habían tenido como al resto del grupo, como bolsa de basura. Un simple empujón, una muestra de afecto y confianza me bastó para que este chico pudiera, por lo menos, organizar su discurso. Cuántas cosas se pueden hacer con amor. Cuántas cosas.

Margarita se me apareció en un quinto grado, en una escuela de San Antonio de Padua, por los meses de abril o mayo. Era un gatito asustado. Presa de una brutal depresión, con su piel enferma por años de falta de higiene, se apartaba de sus compañeritos. Se negaba a trabajar y quería estar sola en un rincón del aula. Vivía con su abuela. Comencé un trabajo de hormiga, por dos frentes. Por un lado, hablando mucho con sus compañeros sobre la necesidad de ayudarla, a lo que los pibes respondieron inmedia-tamente, invitándola a jugar. Por otro lado, un lento trabajo con la nena, que fue exclusivamente oral, de empuje, de confianza, de mucho hablar, de mucho afecto, de sentarme con ella, de ser duro y exigente, de enojarme cuando se obstinaba en cerrarse en un mutismo total, de no perdonarle ni una. De salir de la escuela y acompañarla a la casa, para que no se quedara por ahí, perdiendo tiempo y haciendo travesuras. Por momentos me pareció tratar con una persona adulta ya vencida. Fui muy duro con ella, lo reconozco. Durísimo. Pero dio sus frutos. Todo el grupo de pibes ganó, pero especialmente ella.

O_181_p034_072.indd 43 10/04/14 10:38 p.m.

Page 46: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 44

Karl Otoo Gotz, Pesadilla, 1945 .

O_181_p034_072.indd 44 10/04/14 10:38 p.m.

Page 47: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18145

A la directora y a mí, mirándonos, se nos cayeron las lágrimas cuando, en el acto de fin de año, vimos a Margarita bailar sobre el escenario, junto con sus compañeros, un furioso rock and roll.

Alessandro Pronzato, teólogo italiano, decía que cuando queremos a alguien le exigimos todo. No hay verdadero amor sin exigencia. Cuánta razón.

También aprendí de mis chiquitos el dolor, la marginalidad. Oscar Wilde decía que la miseria no es solamente una condición social, sino un misterio, muy profundo, porque no podemos entender por qué los seres humanos –y en este caso los chicos– tienen que pasar tanto dolor.

En un segundo grado, en un barrio del Conurbano Bonaerense, tuve dos hermanitos. Un día no vino ninguno de los dos. Al otro día vino Juancito y no Pedro. Le pregunté a Juancito por qué no había venido su hermano.

— Maestro, lo mordió la rata.Al otro día viene Pedro con una horrible marca en su mejilla. Pero

faltaba Juan.— ¿Y tu hermano, Pedro? — Lo mordió la rata, maestro. Di aviso a la asistente social de la escuela. Fueron citados los padres

y supimos la verdad. Los nenes dormían sobre una madriguera de roedores, en el piso.

No me pidan explicaciones ni sociológicas ni antropológicas. No las tengo. No las hay. No existe ni siquiera una explicación para tanto dolor de un niño. Tampoco esbocen las sinuosas aritméticas oscuras sobre eco-nomía política. Hasta con Dios me enojo.

Desde esos años, finales de los ochenta, y bajo estas circunstancias y otras muy dolorosas, comencé a tomar conciencia política, de lleno, de fondo, de bronca. Es decir, cuál era la herencia que nos había dejado la dictadura argentina, cuál era el presente político democrático. Entonces entendí, viendo a mis alumnos, que no se podía esperar nada. Absolutamente nada. Un observador en la Revolución francesa, viendo el tránsito de la supuesta libertad a la guillotina, llegó a la conclusión de que los políticos eran demonios que se encarnaron en la tierra para seguir haciendo maldades.

¿Quién puede olvidar estas situaciones?María, María. Tenía unos seis años. Muy chiquita, de primer grado.

Con anteojos de fondo de botella, cuadrados, casi miope, muy tierna, siempre volando por algún lugar que sólo ella conocía. Serias dificultades. No escribía, ni leía. Ni siquiera atisbos de aprender. Una vez, en un recreo, cerca del mes de abril, se me acerca y desde su estatura me dice:

— Maestro, usted se va pronto de la escuela.— ¿Cómo, María? –le pregunté.— Sí, usted nos deja y se va.— Pero no, María, voy a estar con ustedes hasta fin de año.— No, usted se va.

O_181_p034_072.indd 45 10/04/14 10:38 p.m.

Page 48: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 46

— No, María.— ¡Usted se va dentro de tres meses! Me llamó mucho la atención la seguridad de la nena y su afirmación,

calculando meses, siendo que recién comenzaba el primer grado y dadas sus dificultades de aprendizaje. Extraño me resultó.

A la semana me vino a ver su papá. Estaba desesperado. Me pidió ayuda. Su nena, María, tenía dotes de clarividente. Conocía de antemano situaciones que iban a pasar. No podía con ella. Tuve una larga charla con el padre sobre este tema. Ni los psicólogos podían con María. Salían espantados, por supuesto, después de dar sus sentencias académicas sobre supuestas psi-cosis inexistentes. Se decidió llevarla a un sacerdote para su tratamiento. De más está decir que, a los tres meses, la directora me propuso hacer un cambio a otro establecimiento escolar, donde necesitaban a un maestro varón para un grado superior, dado que yo solía llegar muy tarde por la lejanía de mi escuela en el turno matutino. Acepté la propuesta.

Pasados veinte años, cruzando tantos ríos y puertas, y habiéndome especializado en mi carrera antropológica en estos temas de médiums y videncia, tuve la tentación de volver a ese barrio, buscar a María y saber qué fue de su vida y cómo utilizó su clarividencia. No se dio. Quizás Dios lo quiso así. El tiempo no pasa en vano. Quizás María se enteró de mi intención y determinó que no fuera. No lo sé.

Pero también hay niños que te dejan recuerdos hermosos, aunque esto ocurre después, porque en el momento tenés ganas de matarlos.

Martita era una nena de segundo grado. Hermosa, una castañuela. Un día viene al escritorio y me muestra su cuaderno.

— A ver las oraciones que hiciste, Martita.Leo y releo: “Las ranas mean”.—¡Ay, Martita! La oración es hermosa, pero... ¿por qué no haces una

más linda?—Bueno, maestro –me dijo, y se fue a su banco saltando y bailando.Viene al rato.— A ver, ¿qué escribiste?

O_181_p034_072.indd 46 10/04/14 10:38 p.m.

Page 49: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18147

“Anoche fui con mi mamá y mi papá a chupar cerveza.”¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡No!!!!!!!!!!Pero la mayor enseñanza sobre la existencia me la enseñó un nene en

San Antonio de Padua, provincia de Buenos Aires. Con una pregunta resumió el pensamiento sartreano. Era un quinto grado muy, pero muy revoltoso. Y con niños muy inteligentes. No recuerdo qué zafarrancho habían hecho que los reté en forma. Les dije que les iba a exigir mucho durante al año y que no iba a perdonar a nadie. Iba a ser súper exigente; en un exabrupto (como tantos otros que tuve), con mucho enojo les dije que la exigencia iba a ser furiosa y “si hay que morir, hay que morir, y si hay que matar, hay que matar”.

Entonces aquel vago, colgado de la ventana del fondo, me preguntó:— Maestro, y si hay que vivir, ¿qué hay que hacer?Empecé a depositar saliva en mi garganta. No supe dónde meterme.

Sentí mucha vergüenza, mental y corporal. Gracias a Dios, tocó el timbre y salieron todos como demonios al patio. Los dejé ir y me quedé solo en el aula mirando la calle, mareado por la pregunta.

Desde aquí le digo a este alumno, que ya es un adulto, y que quizás ya haya encontrado la respuesta: por mi lado, pese a mis estudios de an-tropología y teología, y a una parva enorme de libros que cuelgan de mis ojos (que a veces pesan demasiado), apenas, a mis cuarenta y ocho años, puedo esbozar una contestación insegura. Espero que él la haya encon-trado. Se lo merece, por colocar una pregunta inteligente a una sentencia mía llena de soberbia y autoritarismo.

Hasta aquí sólo unas pocas flores, de un ramillete inmenso. Carlos Mastronardi decía que “cuando uno aspira el ramillete de los años, se siente perdido en cada olvido”. Por mi parte, dichas flores las llevo en la solapa. Me basta inclinar el rostro de lado a lado para sentir el perfume de esa infancia, de esos silencios, alegrías y dolores. Entonces soy feliz. Es, decir, esto último no es cierto. Me basta haber compartido y comprendido. Si felicidad o no felicidad, la última ráfaga tendrá la respuesta. Allá dirán.

O_181_p034_072.indd 47 10/04/14 10:38 p.m.

Page 50: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 48

Jamás pude hacer que el yoyo regresara. Tampoco podía hacer girar el trompo; sólo observaba cómo los demás metían algodón en su interior y los emulaba; el mío siempre tenía algodón adentro, pero no sabía

usarlo. Siempre fui distinto, más serio. Me jactaba de mi madurez y mis compañeros respondían burlándose de mi estatura, por debajo del promedio; yo contestaba que Napoleón fue más grande que cualquier otro hombre de sus tiempos y los nuestros, pero nadie sabía quién era, así que sólo parecía un enano pretencioso.

A pesar de mi sentimiento de alienación, jamás tuve un amigo imaginario. Cuando realmente necesitaba uno, ya era demasiado tarde para creer en la veracidad de un compinche ilusorio. Magia y hechicería se intercalan, super-ponen y asimilan mutuamente en la concepción pueril e ingenua del mundo: nube y concreto son la misma cosa. Cada detalle banal es singular y fasci-nante. Mi hermano solía ayudarme a construir fuertes de almohadas en la sala. Siempre preguntaba para qué guerra me estaba preparando. Cada paso hacia la madurez deslinda al infante de su espíritu creador. Cuando se adquiere el lenguaje para describir la realidad tangible, se pierde gradual-mente el anhelo de trazar ciudades imaginadas. Quizá sólo arquitectos y poetas engendran quimeras palpables en las postrimerías del recorrido.

Todos los martes, nos hacían escribir una carta a un amigo ficticio, como ejercicio para aprender el lenguaje de una situación determinada y poner en práctica el vocabulario que pudiera derivarse de ella. Nunca me

Gallinas ciegas: sobre una infancia y todas las demásCarlos Eduardo

López CafaggiEstudiante de Relaciones

Internacionales en El Colegio de México.

O_181_p034_072.indd 48 10/04/14 10:38 p.m.

Page 51: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18149

sentí cómodo redactando esa correspondencia irreal, porque no sabía cómo crear a alguien o escribirme a mí mismo; prefería imaginar que vivía en un programa de televisión, como un Truman Show que el protagonista, de hecho, disfrutaba. No sé si era más ambicioso o menos creativo. Aída, mi mejor amiga, siempre le escribía a su amigo imaginario, un “vaquero espacial” de 15 años, del cual estaba enamorada. En algún momento, dejó de comunicarse con él, porque, aparentemente, no correspondió a su amor. Hace poco la vi y se lo recordé burlonamente. Respondió que había sido su primera decepción amorosa. También mencioné aquel invierno en que juró haber visto a los Reyes Magos entrar a su sala, con todo y camellos. Sólo son-rió. Sigo creyendo que es una locura hablarle a alguien que no está ahí, pero lo hago todos los días al rezar.

Todos los jueves, cuando terminaba la clase de arte, mis compañeros solían vaciarse el bote de Resistol en la mano, esperaban a que se secara y luego despegaban una capa delgada de pegamento, con las líneas de sus palmas impregnadas en ella. Sólo José y yo no lo hacíamos; a mí me parecía gro-tesco y a él, aparentemente, le recordaba a un psiquiatra que lo obligaba a hacer lo mismo, pero no le permitía quitarse el pegamento durante horas, para curar su ansiedad. Escuché hace poco que se suicidó; le dio un ataque de ansiedad cuando lo corrieron de la universidad por plagiar a un acadé-mico francés. Tanto pegamento desperdiciado.

O_181_p034_072.indd 49 10/04/14 10:38 p.m.

Page 52: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 50

Los niños son esponjas: absorben todo lo que ven y escuchan. Todos empezamos a decir obscenidades en tercero de primaria, sin conocer su significado literal ni figurado, porque alguien las había escuchado en boca de algún primo y sabíamos que no teníamos permiso de decirlas. Si los límites de nuestro lenguaje eran también los de nuestro mundo, como afirmó Wittgenstein, cada día expandíamos las fronteras de nuestra rea-lidad con palabras soeces y señales profanas. La gente dice que el infante, por su etimología, es un heredero afónico, portador del silencio. Yo creo que hablábamos demasiado.

De todos nosotros, el más indecente era Polo. Un lunes, después de los honores a la bandera, me pidió que lo acompañara a un rincón detrás del salón de inglés. Sacó un cigarro de su bolsillo y dijo que ese día nos con-vertiríamos en hombres. Lo contemplé, indiferente, consciente de que había inventado un ritual para que lo acompañara en una hazaña que le aterraba. En el fondo, ambos queríamos sentirnos adultos. Así, pues, creamos ar-monía en la disonancia para consumar el ritual espurio. Le di un jalón al Marlboro, sentí la bocanada amarga en la garganta, tosí violentamente y se lo regresé a Polo; desconcertado, dijo que no necesitaba demostrar nada y enterró el cigarro con una pisada.

Jan Nieuwenhuys, Slaapwandelende han, 1949.

O_181_p034_072.indd 50 10/04/14 10:38 p.m.

Page 53: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18151

Un día, en cuarto de primaria, Polo llevó a la escuela una revista sucia que había encontrado en la habitación de su hermano; su séquito de cóm-plices se conglomeró en el salón, para admirar las curvas desmesuradas de mujeres mayores. La maestra de inglés los sorprendió en el acto: ex-pulsaron a Polo y suspendieron a los demás “niños morbosos”. Yo no tenía interés en las rubias estadounidenses que abarcaban el papel barato con sus cuerpos expuestos, porque sólo tenía ojos para Sofía, la niña más bella e inteligente del salón. En el recreo se paseaba por la explanada, entrelazada de brazos con sus mejores amigas, tan feas que resaltaban aún más la per-fección de ella.

Jamás tuve valor suficiente para hablarle, pero la admiraba todos los domingos, porque nuestros padres eran extremadamente religiosos y nos obligaban a ir a misa. Un día, el padre me pilló contemplándola y me golpeó. “El impulso de autocomplacencia es el Diablo susurrando en tu oído, niño”, me dijo, aunque yo no la observaba con lujuria, sino con ado-ración. Hace unos años, Sofía se marchó a estudiar sociología a algún país de Europa central, pero regresó dos semestres después, con un prometido alemán ocho años mayor que ella y un bebé de tres meses. Sin título, por supuesto. Su madre está tan apenada que finge ser también la progenitora de aquel niño que nació del pecado y el descuido.

La absolución nace en la percepción de ingenuidad; los errores que se perdonan en la infancia se condenan en la madurez. Los regaños se con-vierten en nalgadas y, eventualmente, en golpes –en el caso de José, incluso en quemaduras de cigarro–, que preparan al infante para los porrazos que la vida les depara. Siempre me he preguntado si quienes encuentran deleite erótico en el sadismo emulan o reproducen la crueldad de sus padres en el acto sexual. Creo que, en el fondo, todos encuentran satisfacción en el dolor, provocándolo o padeciéndolo.

Los niños, admirados por su supuesta pureza, risueños y adorables en la impertinencia incidental, también son presas de las pasiones más oscuras que permean la naturaleza humana. Cuando vimos la adaptación de El señor de las moscas, en quinto de primaria, a Nicolás –antiguo mejor amigo de Polo y quien reclamó el trono de la insubordinación tras su partida– se le ocurrió que era una idea hilarante recrear la escena donde los niños, convertidos en una tribu de salvajes, matan a Piggy, el más civilizado y prudente, obeso y con anteojos, tirándole una piedra encima. Desde el balcón, le arrojó un bote de basura metálico a Santiago, el “matado” dia-bético del salón. Estuvo en coma una semana. Expulsaron a Nicolás y sus padres fueron demandados por los de Santiago. También despidieron a la maestra que nos hizo leer el libro y ver la película.

Todos acarreamos fragmentos de un pasado más sencillo, que evocamos en ocasiones con nostalgia vehemente. Mi tío Humberto coleccionaba pe-queños coches de juguete en su niñez; ahora, a sus 58 años, decidió curar

O_181_p034_072.indd 51 10/04/14 10:38 p.m.

Page 54: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 52

su crisis de la mediana edad comprando un Cadillac. Ni siquiera puede manejarlo, porque se está quedando ciego, pero lo contempla (a medias), estacionado en su garaje, como bosquejo de su niñez. Su hijo lo chocó la semana pasada en una borrachera.

No advertí en qué momento alguien aplanó el vhs y lo volvió redondo. Se transformó la definición y, con ella, la manera de rememorar. Ya nadie necesita saber recordar, porque pueden contemplar el pasado en cualquier momento. No he vuelto a ver a la mayoría de mis amigos de la infancia. Todos tomaron caminos distintos. Algunos se perdieron en las drogas y otros se encontraron con ellas; un par se casó y otro murió en un accidente. Hace poco me encontré a Teresa, la mejor amiga de Aída, a quien le diag-nosticaron déficit de atención en tercero de primaria, pero se rehusaba a tomar sus medicamentos, así que regalaba las pastillas a sus compañeros de clase, jurando que eran caramelos. Ahora es secretaria de Hacienda.

La vida es un espejo dividido por un punto equidistante, campana de Gauss. La respuesta al enigma que permitió a Edipo coronarse rey es, en realidad, una advertencia preliminar: el cuadrúpedo aprende a marchar con dos pies y termina apoyado en uno artificial. En la infancia, primavera de la vida, uno se adapta al sufrimiento invernal mediante el júbilo pueril, alegría y angustia en convergencia, inocencia y anhelo de perderla; en la senectud, se evoca el pasado con nostalgia y se desconoce al presente con extrañeza. Niño y anciano son extranjeros: el primero llega al mundo sin com-prenderlo y el segundo se marcha de la misma manera. Porque el último juego de escondidillas es también el primer beso y el último beso es el primer adiós. Quizá todo sería más ameno bajo el encantamiento armónico del flautista de Hamelin.

O_181_p034_072.indd 52 10/04/14 10:38 p.m.

Page 55: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18153

“Cuando un fantasma se ve al espejo, cae adentro y ya nunca puede salir…” Eso decía mi abuela en una de sus historias. Contaba varias y eso que no hablaba mucho… bueno, no con

las personas, porque hablaba sola todo el día. Contaba cosas cuando coci-naba o mientras se alistaba para acostarse; entonces no había quién la parara. Hablaba de las brujas que se aparecían como bolas de fuego, pero no creía en ellas; decía que no ponía ofrenda de Día de Muertos, pero rezaba por las ánimas del purgatorio. Ella siempre iba a misa, y los padres no creen en fantasmas porque al morir nos vamos al cielo, al infierno o al purgatorio, y de ahí no salimos.

Decía que, al morir, un perro tenía que llevarnos en el lomo para cruzar el río Jordán. Por eso tuvo, a lo largo de su vida, unos doce perros. Y, cuando murió, entendí por qué su perro, El Capitán, no dejó de aullar en toda la noche y por qué lo atropellaron en esos días: tenía que ir por mi abuela para ayudarla a atravesar el río Jordán y así llegar al cielo. La maestra se rió de mí cuando lo conté a las niñas de mi salón; me dijo que eso que yo contaba eran leyendas. Nos explicó lo que eran éstas y su importancia, y todo eso. A mí me dio mucha vergüenza que ella se burlara y después todas

El espejo y la manzana Adriana Azucena

RodríguezDoctora en Literatura Hispánica y profesora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en la Universidad Nacional Autónoma de México en las área de creación y teoría literaria.

O_181_p034_072.indd 53 10/04/14 10:38 p.m.

Page 56: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 54

las niñas. No volví a hablar de las cosas que me había contado mi abuelita. Tampoco dije, por pena, que sentía a mi abue caminar por la casa y sentarse en mi cama sin hacer ruido, como antes, cuando rezaba por mí a mis pies.

En esos días, mi mamá estaba muy triste; doblaba la ropa de mi abuelita y la guardaba junto con su rosario, sus libros de oraciones y todas sus cosas en unos cajones. A veces mamá volteaba a ver la puerta de la casa, como antes, cuando adivinaba los pasos de mi abuela y la veía entrar con un ramo de flores o una bolsa de fruta. Yo imaginaba cómo sería que mi mamá muriera y entendía por qué ella estaba tan triste; entonces se me salían las lágrimas. Una vez mi mamá me descubrió llorando; no podía explicarle que no estaba triste por mi abuelita, sino por otras cosas que ni siquiera habían pasado. Mi mamá ahora tenía otra preocupación: que siempre me veía triste.

Mi preocupación era el fantasma de mi abuela. Pasaba muchas horas pensando en eso y mamá ya no sabía qué hacer conmigo; intenté decirle que sentía a mi abue, que era como una mancha muy oscura en medio de la oscuridad. No me entendió. Me dijo: “Las dos extrañamos a tu abue, ¿ver-dad? Pero ella está en el cielo, cuidándote”. Y luego se ocultaba muy cerca del clóset para ocultar que lloraba. Pero yo no la perdía de vista y me daba cuenta. En la noche le decía al fantasma que mamá la extrañaba: ella seguía in-móvil y oscura.

Se me ocurrió una idea para ayudar a mi mamá. Le pedí que me comprara un espejo que vi en el mercado, como un portarretrato con forma de man-zana. Ella no tenía dinero cuando se lo enseñé; casi nunca tenemos, pero insistí al otro día y al otro. Y al otro. Por fin, un día llegó del mercado con mi regalo: el espejo de manzanita. De tanto desearlo, ya quería quedarme con él para siempre, peinarme y pintarme la cara frente a él. Pero no podía echarme para atrás. Casi me falló el plan porque me acostaba abrazando el espejo y cuando mi mamá lo descubrió, se lo llevó para apagar la luz al salir. Otra vez lo oculté debajo de la manta y mi mamá no lo vio. Empecé a temblar de miedo. Me hubiera gustado contarle a alguien. O dormirme. Entonces sentí el suave peso de mi abuelita sobre la cama, cerca de mis pies; reconocí la mancha muy oscura en medio de la oscuridad. Me metí bajo la manta. Por un momento quise quedarme ahí abajo, dormirme. Pero fui valiente; saqué el espejo. Le hablé, se lo mostré. De pronto, el espejo pesaba mucho, mucho. Más de lo que pesaba la silueta de mi abue sobre la cama. Al otro día le llevé el espejo a mi mamá. Le dije: “Te lo regalo. Aquí adentro está mi abuelita. Si te fijas bien, de seguro la vas a ver”. Creo que tuve razón. Mi mamá lo miró con cuidado y se soltó a llorar, me abrazó y estuvo así yo creo que como media hora. Yo veía la manchita oscura en una de las orillas de mi espejo y le pedía perdón a mi abuelita por haberla encerrado ahí para siempre.

O_181_p034_072.indd 54 10/04/14 10:38 p.m.

Page 57: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18155

L’enfant sauvage (1970) forma parte de aquellas películas un tanto especiales y distintas del cineasta François Truffaut, que sabemos son eternamente personales. Lejos estamos de cintas como Jules et

Jim y Basiers volés; nada que nos acerque por el momento a las historias de Antoine Doinel, excepto dos cosas: la primera, que le dedica su filme a Jean-Pierre Léaud, l’enfant terrible de la Nouvelle Vague, y la otra, que recupera un tema perseguido por Truffaut desde su inicio con Les quatre cents coups: la infancia. La infancia es un elemento que se instala, para él, en el reino de lo simbólico, de lo que se redescubre; la edad adulta es una sucesión de viajes a la infancia, de la que nos es imposible separarnos porque nunca terminamos de redescubrirla. La historia detrás de L’enfant sauvage es un testimonio de esto.

La infancia en Truffaut:

Análisis de las condiciones del poder en la ciencia moderna Eric Tomasini

Estudiante de Ciencia Política, itam.

O_181_p034_072.indd 55 10/04/14 10:38 p.m.

Page 58: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 56

Corneille, Österlin, Appel, Constant, C. O. Hultén y Maz Walter Svanberg, Uno de estos días, 1949.

O_181_p034_072.indd 56 10/04/14 10:38 p.m.

Page 59: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18157

A finales del siglo xvii, en pleno periodo ilustrado, un “niño salvaje” de diez años que no habla ni responde es encontrado en un bosque de Aveyron, no lejos de Nîmes; capturado, se le transporta a París para ser observado y estudiado en un Instituto de Niños Sordomudos. Ante el asombro y el temor de la sociedad parisina, un científico, el doctor Itard –interpretado de forma sublime por el propio Truffaut– pide permiso para llevarse al niño a casa y educarlo en compañía de su sirvienta, madame Guérin, en contra de la opinión de doctos especialistas que ven en el pequeño a un autista digno apenas del hospital psiquiátrico y del hospicio en donde se encierra a otros locos. Victorioso en su empresa, Itard consigue entonces poco a poco “convertir” al niño salvaje en un “ser humano”: lo nombra, lo viste, le enseña las buenas costumbres, el abecedario y, de paso, la moralidad. Conforme a sus ideas ilustradas, Itard logra que el niño salvaje se vuelva Víctor, y que éste, aun cuando parte en busca de su antigua libertad, no pueda nunca más recuperarla: Víctor regresa a casa, quizás para jamás abandonarla.

A partir de este punto podemos evidenciar un cierto número de pro-blemas ligados, en primera instancia, a la tensión entre libertad y domi-nación, y en un nivel todavía más profundo, a la noción de poder inherente al discurso de lo científico. La primera tensión es de sumo interés y, en muchos sentidos, refleja aquella que en la teoría política clásica se mani-fiesta con la ruptura entre el estado de naturaleza y el estado civil. En efecto, el “niño salvaje”, desde su apelación, marca una distancia con respecto a nosotros, los herederos de la civilización. Salvaje contra civilizado, bárbaro contra educado; lo salvaje es aquello que nosotros no somos porque posee-mos algo más, dentro del discurso moderno, a saber, la cultura. Este salvaje recuerda a todas las descripciones del estado natural, o precivil, desde Hobbes hasta Rousseau. Quizás es en Rousseau precisamente donde ese estado natural –el estado en que el hombre es libre y no está preocupado por su autopreservación, ese estado ahistórico– muestra mayor correspondencia con respecto a la infancia. La infancia, admiten Rousseau y Truffaut al uní-sono, se mueve fuera de la historicidad, y la razón, ese proceso por el cual se transita a la edad adulta, al estado civil, se adquiere con el tiempo, de forma irreversible.

Si el niño salvaje no hubiera sido capturado –si no se le hubieran co-locado cadenas a su libertad–, podríamos suponer que nunca se habría deshecho de su infancia; habría sido realmente libre. Porque el estado civil, la edad adulta, implican una pérdida irreparable de libertad; es así como se explican los movimientos propiamente románticos del niño que-ya-no-es-salvaje, de Víctor: cuando hace bien uno de los ejercicios que Itard le obliga a realizar (por ejemplo, colocar una palabra, su imagen y el objeto que designa en el orden apropiado), es recompensado con un vaso de agua, que –comenta Itard– disfruta con inusual goce, contemplando len-tamente el descender del ocaso sobre el bosque desde la ventana. No hay

O_181_p034_072.indd 57 10/04/14 10:38 p.m.

Page 60: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 58

nada más romántico, nada más contrailustrado, que una escena así. Sin embargo, estamos forzados a entender que ese anhelo entrevisto en los ojos nostálgicos de Víctor es el anhelo de la sociedad civil pensando, como quien mira un ocaso, en su libertad perdida: no estamos muy seguros de qué era lo que se perdió –porque esa libertad no tenía nombre, no era pensada como libertad, no se le había añadido ningún discurso ni tenía historia–, pero estamos seguros de que, desde los muros de la casa, desde adentro, no podremos recuperarla: estamos confinados a recordarla ambi-guamente con los ojos puestos en ella. La nostalgia es característica de la adultez: sólo un Proust adulto podría haber escrito un episodio de nostalgia tan luminoso como el de la magdalena, porque esa memoria involuntaria de la infancia no es posible sino cuando se ha trascendido, cuando hemos adoptado nuestra propia razón e historia y entonces nos quedamos viendo hacia atrás con anhelo.

Otro momento de ruptura evidente es el final, apenas esbozado: Víctor escapa cuando, por una enfermedad, el doctor Itard le rehúsa sus paseos cotidianos por el bosque, su regreso simulado a la libertad. Desprovisto del simulacro –que, en términos de Baudrillard, es necesario para brindar al sujeto la idea de una realidad estable, cuando en verdad ésta se ha ido–, Víctor se rebela y, aprovechando un momento de distracción, escapa. Metáfora implícita, quizás, de estos momentos de ruptura sucinta y apa-sionada, al estilo de la Comuna de París o, todavía más fresco en la me-moria de todos, el célebre Mayo del 68 parisino. Pasan días sin que Víctor pueda recobrar auténticamente su libertad: nuevamente a la manera de Baudrillard, la libertad ya se ha perdido y los simulacros sólo aportan luz sobre el vacío evidente. En el momento en que Itard está casi seguro de que Víctor no regresará, éste reaparece en casa de su padre/educador, de su soberano: la estabilidad se ha recobrado, la ruptura se ha vuelto un simulacro en sí misma que sólo reafirma el statu quo. Después de este breve instante de supuesta libertad, estamos casi seguros de que Víctor no volverá a es-caparse: lo que lo liga a su maestro es un lazo ontológico que le da sentido al mundo. Podemos afirmar que la última frase de la cinta –pronunciada por un Itard con una renovada confianza en sí mismo– será su sentencia final: “Al rato retomaremos los ejercicios”.

O_181_p034_072.indd 58 10/04/14 10:38 p.m.

Page 61: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18159

Pierre Alechinsky, Karel Appel, Corneille, Henry Heerup, Asger Jorn, Carl-Henning Perdersen, Artistes libres, 1950.

O_181_p034_072.indd 59 10/04/14 10:38 p.m.

Page 62: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 60

Esto nos introduce de forma especialmente importante al segundo nivel del análisis, el de los discursos de poder. En efecto, entre Itard y Víctor hay una relación de poder que no puede ser entendida sin la presencia de madame Guérin, la nana/sirvienta, en el contexto de la casa donde los tres viven. Si el doctor Itard es el soberano, la figura explícita del príncipe, madame Guérin representa sin duda la otra cara del poder en Foucault, la que posibilita. En efecto, cuando Itard castiga y reprime, premia y otorga recompensas, cuando decide arbitrariamente un método educativo u otro para moldear casi plásticamente al niño salvaje, cuando decide que éste no será más un salvaje, se plantea un discurso específico acerca de lo que significa un ser humano, propio de su tiempo y de su condición. Este dis-curso lo examinaremos con cuidado más adelante.

Madame Guérin, por su parte, es una alegoría de todo lo que también se instala en el terreno de las relaciones de poder, pero no es frontal ni explíci-tamente discursivo: ella es el símbolo manifiesto de la sexualidad, el deseo, el cariño, lo materno, lo afectivo y sentimental, lo corpóreo –ella se encarga de lavar y vestir al niño, de darle un cuerpo socialmente aceptable al cortarle el cabello–, los alimentos y lo que va asociado a ello , por ejemplo, cómo sos-tener una cuchara. Ella instaura el ámbito de lo simbólico y lo místico, de lo religioso y de lo intrínsecamente social, mientras que Itard domina el de la razón y la ciencia. La presencia de un ser como madame Guérin en la vida de Víctor es tan definitiva como la del doctor Itard, porque ella guía cierta estructura práctica de las cosas que conformará a quien será después un hombre proustiano; ella es la tradición y, como tal, es de suma impor-tancia a la hora de cargar las redes de poder que se desarrollan en Víctor.

Paralelamente, el doctor Itard es el símbolo absoluto de la Ilustración científica. Un hombre de ciencia y de progreso que, a diferencia de sus con-temporáneos, se rehúsa en ver al niño –a la humanidad entera, pues– como algo defectuoso y se da a la tarea de emanciparlo, de liberarlo, de moldearlo según el modelo de la razón y no el de la superstición o la religiosidad. Precisamente por este motivo es que podemos ver al niño salvaje como una imagen del estado natural: es bueno sin saberse a sí mismo como tal, casi como un animal, pero una vez que ha de transitar al estado civil, ya no puede seguir siendo bueno; se vuelve moral, hay que guiarlo hacia la virtud y convertirlo en un hombre de provecho. Ese discurso, que jerarquiza, que establece dis-tinciones anatómicas y biológicas, es el de Itard –él mismo pretende que, siendo salvaje, el niño es inferior a los animales– y su propósito a lo largo de la película es convertirlo en un hombre.

Pero, ¿a qué concepción de hombre responde? No cabe duda de que se trata aquí de la versión más explícitamente dix-huitième posible, la más característica del iluminismo. De entrada, el niño salvaje debe ser nom-brado: nada debe escapar al lenguaje, porque el lenguaje clasifica y separa. La infancia es el periodo durante el cual aprendemos a nombrar las cosas

O_181_p034_072.indd 60 10/04/14 10:38 p.m.

Page 63: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18161

y, por ende, a atribuirles sentido; y ello es el primer proyecto del profesor. Se cierra entonces la apertura completa del niño, que nombra, que ni si-quiera habla, que existe en la totalidad sin hacer separaciones entre sujeto y objeto; al principio no se reconoce en el espejo, momento definitivo –para Lacan– de conformación de la identidad, del yo. Para Itard, esta apertura casi heideggeriana debe cerrarse: las cosas y las personas tienen nombre, y el niño pasa a ser Víctor –nombre escogido por el doctor al darse cuenta de la inclinación estética del niño por las palabras que enfatizan la “o” (en francés, Víctor se pronuncia Vic-TOR).

Procesos como este marcan toda la historia del niño: Itard le endereza la postura, le pide que hable para que pueda comunicar sus deseos, le exige que aprenda a unir palabras, símbolos y objetos, que conozca el abecedario, hasta que Víctor aprende a pedir leche disponiendo sobre la mesa de la cocina, una por una, todas las letras que conforman esa palabra. Es claro que lo comunicacional es necesario sólo en comunidad, sólo a la hora de encontrarse colocado en el estado civil; pero aquí también se abren los abismos entre juegos de lenguaje, la incomunicabilidad omnipresente, que es fuente de angustia constante para el ser. Un ser solo y no consciente, un niño salvaje, no necesita lo comunicacional, no necesita el lenguaje, ni sufre por la angustia de lo no comunicable.

Si hay algo verdaderamente foucaultiano en lo que Truffaut explicita es, sin duda, la manera en la que Víctor internaliza su educación, la hace suya. En muchas ocasiones lo vemos, por ejemplo, poniendo la mesa. En la conformación de una individualidad, de un sujeto –nos indica Foucault–, se desplazan constantemente ese tipo de elementos: Víctor era un niño salvaje hasta que un discurso sobre el hombre lo volvió sujeto; entonces todo lo que constituye su educación es una forma de poder ejercido. Al fin de cuentas, la rebelión misma es un producto de las relaciones de poder que lo forman: cuando, en una escena, Itard se propone hacerle descubrir lo justo y lo injusto, y lo encierra injustamente en un armario oscuro después de haber hecho correctamente un ejercicio, el niño se rebela y lo muerde, y cuando lo saca, llora y se contonea dando tumbos. Las palabras de Itard son muy claras: el profesor se felicita por la mordida del niño, pues ha conseguido que entienda lo que quería; es decir, que supiera que en el mundo hay actos injustos. No hay, en Foucault, una clara distinción entre libertad y poder, o más bien, entre resistencia y poder. Tal dicotomía es inexistente, pues se encuentra en todas partes un verdadero agonismo entre estos dos polos. Para que haya poder, nos dice Foucault, deben estar presentes dos ele-mentos indispensables: “que el otro [aquel sobre quien se ejerce el poder] sea plenamente reconocido y sostenido, hasta el final, como una persona actuante; y que, ante una relación de poder, se abra todo un campo de respuestas, reacciones, resultados y posibles invenciones”.1 Así, pues, te-nemos a Víctor, el “otro”, que al adquirir el estatus de ser humano será

1 Michel Foucault, “How is Power Exercised?”, en Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinaw (eds.), Michel Foucault: Beyond Structuralism and Hermeneutics, Chicago, University of Chicago Press, 1983, p. 220.

O_181_p034_072.indd 61 10/04/14 10:38 p.m.

Page 64: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 62

reconocido como persona actuante –y, por tanto, propicia para la instalación de relaciones de poder– y un campo abierto de posibilidades de reacción, permitido por el discurso civilizatorio y racionalista de Itard. Éste no con-dena al niño, no lo descarta como un loco o un retrasado bueno para el hospicio. Su proyecto de emancipación y de progreso es quizás más peligroso que eso, porque al ponerse por encima de él, al no reconocer su humanidad de entrada –al planteárselo como un proyecto, como un salvaje que puede ser humano si está bien guiado desde arriba por alguien que sí sabe–, el Itard de Truffaut anticipa la Revolución francesa –que está a la vuelta de la esquina para el verdadero Itard– y, como diría André Glucksmann, la época de los maîtres penseurs (los maestros pensadores), como Hegel y Marx, dispuestos a crear metanarrativas y a explicar el curso del mundo y su sentido, llevándose de paso a todos los seres que estén en medio, como Víctor, irreparablemente dañado/vuelto hombre. Porque Itard no es Rousseau, no se plantea tener cerca a un Emilio lo más cercano posible al estado precivil; aquí es todo lo contrario, se trata de alejarlo de ese estado irrevocablemente y, por eso, Víctor será, posiblemente, un romántico empedernido.

Una palabra final sobre el discurso científico es necesaria. En efecto, si de algo nos advierte Truffaut, es del límite al que llega la ciencia en su búsqueda por la verdad, que cada día subsume más verdades esenciales, la poética y la filosófica. Karl Jaspers introduce el límite entre las verdades de la filosofía y las verdades de la ciencia al establecer que, por más que pretenda otra cosa, la ciencia no puede llegar a conocer las cosas o a los seres en otro término que lo descriptivo. Lo esencial de la existencia, lo imprescindible, pertenece a otros reinos que retroceden con alarmante velocidad. No po-demos, dice Jaspers, pensar que la ciencia tendrá las respuestas para todo nuestro mundo porque no contesta las preguntas más profundas; para eso, afirma, está la filosofía, que es eterna búsqueda y cuestionamiento, que no agota sus posibilidades, que debe “encontrar caminos indirectos y ve-rificaciones, en medio de la compleja realidad y de su multiplicidad, para conservar la profundidad-profundidad que los niños, de todos modos, pierden la mayoría de las veces al hacerse mayores”.2 La infancia, ese mundo silente y abierto, ese mundo anterior a la historia y al poder de la razón, es un lugar donde la ciencia no puede meter las manos y retirar algo mejor. Con la infancia, hay que ser poéticos.

2 Karl Jaspers, Filosofía de la existencia, Madrid, Aguilar, 1961, p. 37.

O_181_p034_072.indd 62 10/04/14 10:38 p.m.

Page 65: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18163

Súbita como llegó en una noche de antaño, ha partido sin despedirse el hada.¿Por qué ya nadie ve?¿Por qué ya nadie creeen nada?

Mas no hablo de quimeras, magia o caballeros.Hablo de principios, bondad,valores sinceros.

Resuenan en mi mente las palabras de mi padre: “Hijo, el que con enjundia la vida labre, tendrá al alcance lo más anhelado del soñar”. Mas con los años su palabra se extingue y arde.Sordo estoy a su legado, soy esclavo del pensar.

Efímero polvo sacro es la esperanza, al más desahuciado inspira, al más desenfrenado amansa. Los niños con este elíxir juegan inocentes, gozan la esencia de su maleable potencial, mas al crecer murmuran entre dientes:“No hay polvo más puro que la fruición quincenal”.

Reminiscencias infantiles*

Fernando LandaEstudiante de Economía, itam.

* Texto escrito a la edad de 16 años.

O_181_p034_072.indd 63 10/04/14 10:38 p.m.

Page 66: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 64

He crecido, lo entiendo; lo veo con claridad. Mas no comprendo cómo mi fe se consume, desconocido esperpento que me rehúye impune, para desfallecer junto a la dichosa verdad.

Entre más ha mi ser trascendido, menos mi flama arde. El sueño eterno pierde sentido, la realidad cae ya tarde.

Porque esto es lo real. No el mundo de los cuentos, héroes, la hermandad y el sacrificio, sino el mundo del rencor, del dios dinero y del rey vicio.

Iluso fui en verdad cuando solía ser niño; burlábame del hilo de la falsedadcon el que ahora mi cabeza ciño.

Recelo puro invade la inocuamente de la conciencia criminal. Busca trascendermuriendo en lo banal.

O_181_p034_072.indd 64 10/04/14 10:38 p.m.

Page 67: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18165

Lo prohibido transgrede lo aceptado, la verdad que encierra el eufemismoen amigo torna, la realidad al infante deforma, caído está el principio amado.

La falsedad se insinúa al jovenque confundido en su ser despierta. Desconfiado su inocencia cede, para a la postre encontrarle muerta.

Desquiciado está el mundo en que vivimos. El cruel con la victoria se alza, el justo desfallece ante el latrocinio, el pasivo sólo ve matanza; se rinde vencido el raciocinio.

Abro los ojos y melancólica llega la reminiscencia de mi infancia. A veces llora, otras sonríe, mostrando de volver su ansia.Mas ahora debo portar la máscara que con infundio tiño.Madre, padre, extraño cuando era niño.

O_181_p034_072.indd 65 10/04/14 10:38 p.m.

Page 68: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 66

Fonchito o la infancia perversaFrancisco Martínez Hoyos

Historiador dedicado al estudio del cristianismo de

izquierdas, aunque en los últimos años se ha decantado

hacia América Latina. Entre sus trabajos destacan

Francisco de Miranda, el eterno revolucionario

(Arpegio, 2012), La Iglesia rebelde (Punto de Vista,

2013) y Breve Historia de Hernán Cortés

(Nowtilus, 2014).

Constant, 1949.

O_181_p034_072.indd 66 10/04/14 10:38 p.m.

Page 69: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18167

Si pudiéramos entrar en las novelas de Mario Vargas Llosa y pregun-tarle a don Rigoberto qué es la infancia, seguramente nos respondería, condescendiente, que una de tantas categorías colectivistas. Acto

seguido, nos explicaría, entre indignado y didáctico, que este tipo de fa-lacias agrupa lo disímil por naturaleza. En el caso de los niños, ¿por qué reunir bajo el criterio de la edad a seres que poco más tienen en común? Su hijo superdotado, Alfonso, Fonchito para los amigos, le proporcionaría un argumento inapelable para reafirmar esta creencia. Porque tiene la inocencia que se presupone a sus años, pero también una astucia ma-quiavélica con la que descoloca una y otra vez a su padre y a su madrastra, Lucrecia. Ellos nunca tienen la iniciativa cuando se trata de este pequeño diablo, presentado siempre como la personificación de los opuestos: luz y oscuridad, pureza y perversión…

En el comienzo de Elogio de la madrastra, nada hace suponer que Fonchito va a desencadenar el drama. Sin embargo, la felicitación de cumpleaños que dedica a Lucrecia, más allá de su cándido entusiasmo, contiene un aspecto inquietante. La presenta como la más buena y la más hermosa, con intachable devoción filial, pero de inmediato asegura que sueña todas las noches con ella. ¿Por qué esta desmesurada libertad?

O_181_p034_072.indd 67 10/04/14 10:38 p.m.

Page 70: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 68

Habla como hijo, desde luego, pero su lenguaje delata también al enamo-rado. ¿Es acaso consciente de ello? No podemos estar seguros… Pero lo cierto es que no tardará en besarla en la oreja, en buscar sus labios, con una desenvoltura que contradice su inexperiencia supuesta.

Lucrecia se resiste a pensar algo malo porque le parece imposible que en esa figura angelical haya nada pecaminoso. “¡La podrida eres tú!”, se dice en un intento de autoconvencerse de que no sucede nada fuera de lo normal. Empeño vano: las ¿simples? caricias del pequeño encienden su deseo y todo intento por contenerlo va a resultar inútil. Aún no lo sabe, pero él la espía desde el techo mientras se baña, sin importarle correr el riesgo de sufrir una caída aparatosa. La escena viene a ser una recreación de la bíblica Susana observada por los viejos. Porque Fonchito, en cierto sentido, también es un anciano. ¿Actúa con espontaneidad o con preme-ditación? Imposible discernirlo. Es, como señala Efrain Kristal, el carácter más impenetrable de la novela. Este crítico lo define, significativamente, como el “íncubo de Lucrecia”. Es decir, como un diablo que adopta forma humana para seducir a una mujer.1

Los malos augurios se cumplen, aunque por razones distintas a las esperadas. No es el odio del chico hacia la madrastra lo que pone en pe-ligro su matrimonio, sino su excesiva cercanía, su capacidad para desarmar todas sus defensas de mujer experimentada. Por la diferencia de edad, lo normal sería suponer que nos encontramos ante un caso de corrupción de menores, pero nada más lejos de la verdad. El auténtico corruptor es Fonchito, un príncipe de la ambigüedad que convierte su inteligencia en un arma irresistible de seducción. ¿Con mala fe? Queremos creer que en ningún momento tiene conciencia de que se mete en un juego peligroso. Por eso, cuando Lucrecia procura marcar distancias, él no puede entender esa frialdad repentina, entonces se desespera y amenaza con matarse, en una parodia regocijante del lenguaje desaforado de esos melodramas que tanto gustan a Vargas Llosa. Una vez más, la frontera entre el afecto hacia la madrastra y el deseo animal se vuelve muy, pero muy difusa.

Nuestro muchacho, con todo, tiene la conciencia tan limpia que aprovecha la redacción que le mandan en el colegio, de tema libre, para contar su descu-brimiento de los placeres de Venus. Con una ingenuidad provocativa: los tabús habitan en la mente sucia de los mayores. Antes de que presente el texto, Rigoberto lo lee. Naturalmente, su primera reacción es tomar la historia por un disparate calenturiento. Fonchito ni siquiera imagina que está provocando la separación de sus padres, aunque también es posible que todo sea una trampa refinada. Incrimina sin remordimientos a la madrastra porque sabe que todos la culparán a ella, la corruptora, la degenerada, mientras él quedará como la débil víctima. Tras el desastre, sorprende la indiferencia con la que habla de Lucrecia, la misma a quien antes idolatraba, pero esta es la actitud típica del depredador sexual. Sin complejos, se deshace de su presa una vez satisfecho su apetito.

1 Efrain Kristal, Tempation of the Word. The Novels of Mario Vargas Llosa, Nashville, Vanderbilt University Press, 1999, p. 170.

O_181_p034_072.indd 68 10/04/14 10:38 p.m.

Page 71: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18169

Constant, 1949.

O_181_p034_072.indd 69 10/04/14 10:38 p.m.

Page 72: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 70

Pese a todo, sigue siendo un niño. No es, como Mafalda, un adulto en un cuerpo por desarrollar. Sin embargo, mejor no prestemos demasiado crédito a lo que diga si no queremos volvernos locos. Cada vez que habla, su aparente franqueza nos convence. Tanto que una y otra vez caemos en sus celadas, sin advertir que nos medimos con un fabulador nato, a quien los dioses han bendecido con el don de la verosimilitud. Ni siquiera tenemos la certidumbre de que su aparente candidez no sea más que una pose, un arma para manipularnos y vencernos.

Tras la caída, sin embargo, viene la redención. En el inicio de Los cuadernos de don Rigoberto, Fonchito se presenta en casa de Lucrecia decidido a que sus padres se amisten, confiado en sus dotes para la per-suasión. La madrastra, al principio, siente recelo. No ha olvidado quién fue la causa de su desgracia. Poco a poco, no obstante, se deja ganar.

Ella está tentada a ver en el pequeño un escandaloso cinismo, al com-portarse como si nada hubiera ocurrido. No acierta a darse cuenta de que, en la conciencia del chiquillo, la relación sexual es una anécdota sin la mayor trascendencia. Un juego excitante, sí, pero que se arroja con tran-quilidad al desván del olvido. Eso es lo que hacen todos los niños, ¿no? Ahora sólo importa una cosa: devolver la alegría a un Rigoberto que, desde la ruptura, no ha dejado de vagar como un alma en pena. Para desespera-ción de su hijo, porque éste, aunque lo ha engañado con su mujer, no cree haber hecho nada malo. En ningún momento ve a su padre como a un rival. Lo quiere tanto o más que antes.

Será increíblemente retorcido, pero, como corresponde a su edad, no deja de tener reacciones infantiles. Aspira a que le compren una moto, en premio a sus buenas notas, o sigue con atención fanática la vida y milagros de su ídolo. Sólo que no se fija en una estrella del rock o un futbolista, como sería habitual. Su modelo a seguir es un pintor austríaco, Egon Schiele, muerto en 1918. Vargas Llosa plantea aquí un sutil juego de es-pejos entre dos jóvenes tocados por las hadas de la genialidad y lo prohibido. Fonchito, con su imaginación afiebrada, se mira en el modelo libertino de Schiele, fascinado por su sexualidad transgresora, hasta el punto de creerse un alter ego del artista, destinado, como él, a ser una estrella fugaz. Todo desde una concepción del arte como celebración libérrima del espíritu, más allá de las ataduras de los covencionalismos morales. Importan los lienzos, no con quién se acostaba su artífice. Al mismo tiempo, el pequeño se reconoce en su personalidad esquizofrénica. Ambos son dos seres en uno. La enfermedad –real en un caso, seguramente imaginaria en el otro– se convierte en un símbolo no sólo del genio, sino de una naturaleza es-cindida en la que se reúnen poderes asombrosos. ¿Fonchito, una versión amable del doctor Jekyll? Tal vez…

O_181_p034_072.indd 70 10/04/14 10:38 p.m.

Page 73: Número 181: Infantia

} EXÉGESIS OPCIÓN 18171

A Lucrecia, esta identificación tan fuerte con un pintor de desnudos la asusta. Percibe un peligro de despersonalización. ¿No sería mejor que su hijo tuviera amigos de su edad? Pide lo imposible… Para el muchacho, sus compañeros carecen por completo de interés. No son sus iguales, sino idiotas que se preocupan por tonterías. A la madrastra le gustaría llamar la atención de su ex sobre los problemas que acechan al niño, pero, en esos momentos, la reconciliación se le antoja una quimera imposible. Sólo Fonchito cree en ella, insistiendo una y otra vez en que su padre no hace otra cosa que añorarla. Es entonces cuando entran en juego unos misteriosos anónimos en los que su marido supuestamente le declara su incombustible pasión. Lucrecia, sin embargo, recela. ¿No serán obra de su enredador hijastro? Posee indicios en esa dirección, pero nunca la prueba definitiva. Cada vez que lo acusa de haberlos enviado, él niega con absoluta convicción.

Trascurren así diversos avatares, sin que el lector sepa con seguridad qué ha ocurrido realmente hasta el desenlace de la novela. Entonces sa-bemos, como quizá ya intuíamos sin estar seguros, que nuestro querubín ha urdido con mano maestra el plan que recompone su hogar. Los diez anónimos que recibe la madrastra son obra suya, un corta y pega genial a partir de los diarios privados de su padre, que ha escudriñado clandesti-namente. Se produce así una hermosa paradoja: las cartas apócrifas de don Rigoberto son, en realidad, tan suyas como si las hubiera escrito por su propia mano. Para las que él recibió mientras tanto, Fochito se inspiró en las novelas de Corín Tellado. Con un éxito completo, porque su padre no advirtió la impostura. La mentira se pone así al servicio de una buena causa, la recuperación de la armonía perdida entre los esposos. Por eso, cuando Fonchito asegura que él siempre dice la verdad, en el fondo lleva razón. Porque aquello que los ojos no pueden ver cuenta más que la epi-dermis de los acontecimientos. De no ser por su intervención providencial, Rigoberto y Lucrecia habrían permanecido separados, prisioneros de sus respectivas miopías.

La bestia cede así ante el ángel. En lo que concierne al mismo, sus progenitores, dos adultos inteligentes y seguros de sí mismos, se muestran desconcertados y dubitativos. Como si fueran dos guiñoles que Fonchito maneja según sus intereses. Por suerte, aunque el niño hubiera podido aprovecharse de su situación, escoge hacer el bien. Lucrecia, en una tremebunda confesión a Rigoberto, admite que no se ha mantenido casta durante el tiempo de separación por mérito propio. Una leve insinuación del pequeño y habría sucumbido a la tentación, impotente ante una fuerza que la sobrepasa. Comprensivo, Rigoberto la acoge. Porque la ama. Porque el otro es su propio hijo, versión corregida y aumentada de sí mismo. Porque ahora sabe que en el culebrón que han vivido los suyos no hay culpables, en el sentido

O_181_p034_072.indd 71 10/04/14 10:38 p.m.

Page 74: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 EXÉGESIS { 72

judeocristiano que su agnosticismo se niega a aceptar. Tener pensamientos turbios y deseos oscuros, de acuerdo con su ética, no es algo de lo que avergonzarse, sino un requisito indispensable para una vida plena, fecun-dada por la inteligencia y la fantasía. El concepto común de bondad, en cambio, no le atrae. A sus ojos, equivale a idiotez, a conformismo.

¿Nos situamos ante un canto a los valores tradicionales de la familia, como quiere Roland Forgues?2 Sí y no. Más bien, no, porque los protagonistas constituyen una suerte de trinidad pagana que subvierte los esquemas de la herencia católica.

Fonchito reaparecerá en El héroe discreto, la última novela del Nobel peruano hasta la fecha. En esta ocasión, la tempestad ya ha pasado, pero la felicidad del núcleo familiar no deja de conocer sobresaltos. El niño coin-cide una y otra vez con Edilberto Torres, un desconocido que parece saber mucho, demasiado, de él, mientras aparece y desaparece con el mayor de los misterios. ¿Obedecen tantos encuentros a la casualidad? Rigoberto, lógicamente, desconfía. Teme una estrategia de acoso, pero no puede estar seguro. No hay posibilidad de verificación porque sólo su hijo ha visto al extraño personaje, de manera que no hay forma de saber si se trata de un hombre o un espíritu maligno. Eso sin contar la posibilidad de que todo sea producto de una imaginación infantil exaltada, ansiosa por llamar la atención. Partimos aquí de un miedo típico: ¿qué padre o madre no acon-seja a sus retoños que no acepten caramelos de extraños? La situación, sin embargo, pronto adquiere perfiles surrealistas, con un Vargas Llosa que parece contagiarse del espíritu travieso de Fonchito, de manera que ambos juegan a confundir al lector. Al final no sabemos si el dichoso Edilberto existe o no, pero sólo nos importa cuánto hemos disfrutado con el sentido lúdico del relato.

2 Roland Forgues, Mario Vargas Llosa. Ética y crea-ción, Lima, Universidad Ricardo Palma / Editorial Universitaria, 2009, p. 156.

O_181_p034_072.indd 72 10/04/14 10:38 p.m.

Page 75: Número 181: Infantia

73} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 181

{G R Á F I C A O C U L A R}

Paul Klee, Dwarf and Mask, 1926.

Trazos y ba lbuceosTodas las imágenes fueron tomadas de: Jonathan Fineberg, When We Were Young:

New Perspectives on the Art of the Child, Canada, University of California Press /

The Phillips Collection Center for the Study of Modern Art, 2006.

O_181_p01-33_73-104.indd 73 4/10/14 10:49 PM

Page 76: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 74

Pablo Picasso (9 años), Hércules, 1890.

O_181_p01-33_73-104.indd 74 4/10/14 10:49 PM

Page 77: Número 181: Infantia

} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 18175

Pablo Picasso (9 años), Corrida de toros y seis estudios de palomas, 1890.

O_181_p01-33_73-104.indd 75 4/10/14 10:49 PM

Page 78: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 76

Louis xiii (6 años), Assisted Copy after a Master Painter’s Portrait, 1607.

O_181_p01-33_73-104.indd 76 4/10/14 10:49 PM

Page 79: Número 181: Infantia

} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 18177

Jean Auguste Dominique Ingres (9 años), Head of a Niobid, 1789.

O_181_p01-33_73-104.indd 77 4/10/14 10:49 PM

Page 80: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 78

Ernst Ludwig Kirchner (3 años), Railroad Train, 1884 .

O_181_p01-33_73-104.indd 78 4/10/14 10:49 PM

Page 81: Número 181: Infantia

} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 18179

Henri de Toulouse-Lautrec (6 años), Carriage, Cows, and Horses, 1870 .

O_181_p01-33_73-104.indd 79 4/10/14 10:49 PM

Page 82: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 80

Henri de Toulouse-Lautrec (6 años), Sin título, 1870

O_181_p01-33_73-104.indd 80 4/10/14 10:49 PM

Page 83: Número 181: Infantia

} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 18181

Henri de Toulouse-Lautrec (6 años), Horsedrawn Wagon, Man Leading a Horse and a House by a River on the lower tier; upper tier: Horses and Dogs, 1870.

O_181_p01-33_73-104.indd 81 4/10/14 10:49 PM

Page 84: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 82

Edward Hopper (10 años), Sin título, 1892

O_181_p01-33_73-104.indd 82 4/10/14 10:49 PM

Page 85: Número 181: Infantia

} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 18183

Winslow Homer (10 años), Adolescence, 1846.

O_181_p01-33_73-104.indd 83 4/10/14 10:49 PM

Page 86: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 84

Sir Edwin Henry Landseer (7 años), Sketch of a Seated Cow, 1809.

O_181_p01-33_73-104.indd 84 4/10/14 10:49 PM

Page 87: Número 181: Infantia

} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 18185

Cai Meng (10 años), Lion Drawing. Museo Internacional de Arte Infantil, Oslo.

O_181_p01-33_73-104.indd 85 4/10/14 10:49 PM

Page 88: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 86

Paul Klee (4-5 años), Sin título, 1883-85.

Paul Klee (4-6 años), Woman with Parasol, 1883-85.

O_181_p01-33_73-104.indd 86 4/10/14 10:49 PM

Page 89: Número 181: Infantia

} GRÁFICA OCULAR OPCIÓN 18187

Paul Klee (4-6 años), Woman with Parasol, 1883-85.

O_181_p01-33_73-104.indd 87 4/10/14 10:49 PM

Page 90: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 GRÁFICA OCULAR { 88

Paul Klee (10 años), The Stork’s Nest on the House, 1889.

O_181_p01-33_73-104.indd 88 4/10/14 10:49 PM

Page 91: Número 181: Infantia

89} COLUMNAS OPCIÓN 181

{CO LU M N A S}

¿Podemos pensar sin palabras? Si niños y mudos no las tienen, ¿no piensan? Evi-dentemente, para pensar no necesitamos emitir palabras y, aunque nos duela, no siempre que hablamos pensamos. La pre-gunta, entonces, es si pensamos del mismo modo con y sin palabras. Decía Catón que “la primera virtud es frenar la lengua”.1 Transgrediendo tal máxima, en este ensayo abordaremos un complejo asunto: el del niño como símbolo de la realidad.

¿Qué significa simbolizar? ¿Cómo ca-tegorizamos? Categorizar, según la rae, significa “organizar o clasificar por catego-rías”. Si bien la mayoría de los grandes pen-sadores de la historia han tratado de explicar el orden del mundo mediante el pensamiento, algunos también han tratado de responder en qué se fundamentan nuestras formas de

1 Catón, Dísticos 1, 3.

ordenar, es decir, nuestras categorías. Por ejemplo, una de las primeras divisiones de la realidad es la que hacemos separando objetos según su género: a algunos los cla-sificamos como machos, a otros como hem-bras y a unos terceros como neutros.2 ¿Pero en qué se basa esta clasificación? ¿En las características propias de los objetos o, más bien, en nuestra forma de mirarlos –y, en consecuencia, de clasificarlos–? Si respon-demos sin pensar, la mayoría tendemos a defender que lo que hace que un objeto sea clasificado en un grupo u otro “está en la realidad”: ¿tiene barba? ¿Vello abundante?

2 La distinción entre símbolos masculinos y femeninos se da ya en los más remotos signos de la humanidad, los del paleolítico. Tales signos acostumbran a acompañar figuras de animales dibujadas en las cavernas, sin quedar claro si identifican su sexo, lo complementan o tienen un significado más complejo (Leroi-Gourhan, A., Las religiones de la Prehistoria, Barcelona, Laertes, 1994, p. 84 ss.).

Expulsados del paraíso

fuente Mnemósine

Javier Martínez VillarroyaDoctor en filosofía por la Universitat de Barcelona Profesor del itam.

Isis, Osiris y Horus.

O_181_p01-33_73-104.indd 89 4/10/14 10:55 PM

Page 92: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 COLUMNAS { 90

¿Miembro viril? Sí; pues es un hombre. ¿Tiene senos? ¿Cintura estrecha? ¿Cuerpo curvo? Sí; entonces es una mujer. Sin em-bargo, la respuesta no es tan sencilla. La hermenéutica en general y el feminismo en particular defienden que el género de las cosas es una construcción cultural. Es decir, escoger los tres atributos que escogimos como definitorios de la virilidad o de la fe-minidad es algo, si no arbitrario, al menos cultural: un hombre sin vello en la cara o en el pecho no tiene por qué ser menos hombre que otro que tiene más vello, con lo cual asociar la violencia, la iniciativa, la caza y la capacidad de abstracción con un género, y la sensibilidad, pasividad, conser-vadurismo y amor por la charla con otro es algo social y no instintivo.

Habiendo aclarado esto y expuesto el problema (a saber, si las clasificaciones de las cosas tienen su fundamento en el mundo de las cosas o, por el contrario, en el de las ideas), expongamos lo que dice Platón en el Timeo, donde el hijo simboliza la realidad. Platón escribe que hay tres ámbitos: el del ser eterno, el de lo engendrado y el de lo impronunciable. Lo explica con una metá-fora tremendamente reveladora: imaginemos que la realidad es una estatua de oro. La figura de la estatua es el Ser de la estatua; el oro es el recipiente de la estatua; y la estatua real, la unión de esas dos especies anteriores, la realidad. Con tan plástica metáfora, enten-der a Platón es más fácil. En primer lugar, tenemos la realidad, el lugar donde vivimos y de donde partimos, lo ordinario, las cosas, lo que conocemos, las sombras de la caverna, el mundo de la imitación, el claroscuro del día a día… todo eso es lo que representa la estatua de oro en su conjunto. En segundo lugar, tenemos exclusivamente la figura de la estatua de oro, es decir, “el en qué consiste que la estatua sea”, la idea de la estatua, el

Ser, las condiciones de posibilidad que hacen que algo sea considerado existente, la pro-piedad que define el conjunto de las cosas habidas y por haber, la luz (en griego eidos significa figura, lo que significa que el mundo de las ideas platónico es el “mundo de las figuras”). En tercer lugar, tenemos exclusi-vamente el oro de la estatua que, sin em-bargo, es imposible imaginar sin ninguna figura: es el receptáculo de toda forma. ¿Es posible imaginar algo sin forma? Nos en-contramos en el ámbito del No Ser, de la nada, de la oscuridad, de lo receptivo, de aquello que la forma conforma, de la materia bruta sin figura, de lo que no tiene nombre.3 Las tres categorías son interdependien-tes: las figuras eternas son aplicadas como una estampa a la matriz sin nombre, y el resultado son las cosas mismas. No habría luz si no hubiese sombrío infinito.

Unos siglos después de Platón, vivió un griego todavía hoy famoso por haber escrito un texto titulado Vidas paralelas, en el que narra las biografías de algunos gloriosos compatriotas griegos y de otros famosos ro-manos por pares, comparando sus virtudes y defectos comunes: Teseo con Rómulo, Julio César con Alejandro Magno, etc. Asimis-mo, Plutarco fue magistrado y embajador y, conciliando oficios hoy incompatibles, también trabajó como interpretador de la bru-ja más conocida de toda la historia: la Pitonisa délfica. Plutarco vivió como sacerdote en el ombligo del mundo, en el recinto sagrado de Delfos, y esto le llevó a tener que inter-pretar los mensajes que Apolo, a través de la bruja, mandaba a los consultantes del oráculo.4 Con este bagaje, al que hay que

3 Un análisis detallado de este tercer ámbito de difícil clasificación lo encontramos en Sallis, J., Chorology. On Beginning in Plato’s Timaeus, Bloomington and Indianapolis, 1999.

4 Walter Burkert considera que el texto de Plutarco cono-cido como Los misterios de Isis y Osiris es el intento de

O_181_p01-33_73-104.indd 90 4/10/14 10:55 PM

Page 93: Número 181: Infantia

} COLUMNAS OPCIÓN 18191

sumar diversos viajes por el Mediterráneo (uno de ellos a Egipto), vale la pena recu-perar un pasaje de su obra que interpreta el fragmento de Platón más arriba resumido.

La naturaleza divina y más perfecta, por tanto, se compone de tres principios: lo inte-ligible, la materia y la combinación de ambos, que los griegos llaman cosmos organizado. La nomenclatura utilizada por Platón es idea, modelo o padre para referirse al principio inteligible; al principio de la materia los denomina madre, nodriza o base de la gene-ración; y al vástago de ambos, al producto de su unión, le da el nombre de descendiente o engendrado.5

Cualquier cosa que seamos capaces de concebir puede ser explicada por uno de estos tres símbolos: el de la madre, el del padre o el del niño. O tiene que ver con lo inson-dable, o tiene que ver con el orden, o tiene que ver con el eterno baile entre ambos. ¿Existe algún símbolo que integre a estos tres? Sin duda existe uno: el triángulo. Es bien sabida su importancia entre cristianos y masones, entre otros, pero aquí nos limita-remos a contextualizar la propuesta platónica. Pensemos, por ejemplo, en Tales o Pitágoras, predecesores de Platón. Ambos tienen una muy particular relación con los triángulos rectángulos.6 Si bien desde la Ilustración se nos ha hecho creer que Grecia surgió mi-lagrosamente por generación espontánea, algunos investigadores luchan por contex-tualizar tal prodigio. La Hélade fue vecina de

explicar los misterios a nivel metafísico (Burkert, W., Cultos mistéricos antiguos, Madrid, Trotta, 2006).

5 Plutarco, Los Misterios de Isis y Osiris, LVI. 6 Uno de los teoremas atribuidos a Tales dice que “Sea

B un punto de la circunferencia de diámetro AC, distinto de A y de C. Entonces el triángulo ABC, es un triángulo rectángulo”. El teorema de Pitágoras dice que, para un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.

la refinada Persia, de la bíblica Babilonia, del Egipto monumental… Algunos de los más grandes sabios griegos viajaron a Egipto, como Orfeo, Museo, Dédalo, Homero, Licurgo, Solón, Platón, Eudoxo, Demócrito y Alceo, entre otros. Estos viajes son men-cionados por Estrabón, Diógenes Laercio, Plutarco, Porfirio, etc., y es probable que los viajeros aprendieran ciencias y filosofía con los sacerdotes de Heliópolis, de Menfis y de Tebas. La conexión entre Grecia y Egipto a propósito del triángulo la encontramos en el propio Plutarco:

Parece plausible pensar que, para los egipcios, el triángulo rectángulo estuviera considerado como el más perfecto de los triángulos, com-parándolo con la figura del universo. Según parece, también Platón lo utilizó en su Repú-blica para dar imagen a su idea de matrimonio. Se aprecia en dicho rectángulo una vertical de tres unidades, una base de cuatro y una hipotenusa de cinco; el cuadrado de la hi-potenusa tiene el mismo poder que la suma de sus dos lados. Parece necesario, por tanto, figurar el rectángulo como macho, la base como hembra y la hipotenusa como el pro-ducto de uno y otro. Análogamente, consi-deraremos a Osiris como el principio, a Isis como la substancia receptiva y a Horus como el resultado de la unión del primero y del segundo […]. El cuadrado de cinco, a su vez, da un número igual al número de letras del alfabeto egipcio, e igual, asimismo, al número de años que vivió Apis.7

Es plenamente coherente pensar que el pueblo de las pirámides adorara los trián-gulos.8 ¿En qué consistía ese triángulo

7 Plutarco, Los Misterios de Isis y Osiris, lvi. 8 Sobre la importancia del triángulo egipcio, y sobre

el origen africano de los teoremas griegos, véase Obenga, T., L’Afrique dans l’Antiquité – Égypte ancienne – Afrique noire, Paris, Présence Africaine, 1969, pp. 163ss.

O_181_p01-33_73-104.indd 91 4/10/14 10:55 PM

Page 94: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 COLUMNAS { 92

rectángulo al que los egipcios honraban? El texto es claro al respecto: Osiris es el padre de los dioses, el cateto vertical, propie-tario del cetro que impone estructuras, esencia de la realeza y de lo real, el Ser, el ojo que “prefigura” el mundo (no obstante, su nombre jeroglífico está compuesto por un ojo y su atributo principal es el del cetro); Isis es el cateto horizontal, la madre sagrada, la nodriza universal, la infinita materia, el trono deificado sobre el que todo poder real se asienta (por ello, en su cabeza sostiene el mundo entero);9 y Horus es el hijo cós-mico, el niño, el dios encarnado, la hipote-nusa de irreal medida y, sin embargo, lo único real.10

Quizás el magnético símbolo explique entonces por qué algunos de los principales dioses de las diferentes religiones son ado-rados como niños: Cristo, Zeus, Dionisos, Somtus, Eros, etc. No se nos ocurre una re-ligión en la que un dios, o el dios, no sea venerado como niño. A veces, es reveren-ciado como enfant terrible de los cielos, y entonces los mitos narran su comportamiento arbitrario, desconsiderado e incontrolable. Evidentemente, tales cultos tienen signifi-cados diversos, pero para nosotros son, sobre todo, la adoración de la realidad misma, de su sacralidad, de la hipotenusa pitagórica, de

9 Cualquier imagen de Isis la muestra con una corona semicircular en su cabeza que contiene un círculo y que, normalmente, es interpretada como un trono. La hipótesis de que, en un inicio, Isis no era más que el trono y que, luego, se la personalizó la arrojó Frankfort hace tiempo, uno de los egiptólogos todavía hoy de referencia (Frankfort, Reyes y Dioses, Madrid, Alianza, 1981). Según Plutarco, a Isis también se la llamaba Mouth (madre), Athiri (habitáculo terrestre de Horus) o Mehver (lleno y causa de bien), lo que refuerza la lectura que nosotros seguimos.

10 La explicación del mundo a partir de tres categorías fundamentales es egipcia, platónica y gnóstica, entre otras, pero también hoy se utiliza combinada con la hermenéutica, el psicoanálisis y el estructuralismo (véase Durand, G., Las estructuras antropológicas del imaginario, Introducción a la arquetipología fundamen-tal, México, fce., 2004).

la encarnación irreal en lo real, un recor-datorio de que el mundo es precisamente lo inconmensurable e incontrolable. El niño es símbolo de la perfección de lo imperfec-to, y el mundo es imperfectamente perfecto. La perfección, para ser tal, no puede dejarse medir. Pessoa lo dice de forma mucho más bella.

Última estrella por desaparecer antes del día,poso en tu blanco y trémulo azular mis ojos calmosy te veo con plena independencia de mí,alegre por el triunfo que me da el poder verte.Para mí tu belleza está en que existes.Tu grandeza en que existes por entero sin mí.11

¿Cómo podíamos hablar cuando éramos niños? ¿Cómo podíamos hablar sin pala-bras? Abordemos tamaña pregunta con un experimento: pensémonos como infantes, pero no individualmente como Javier, Pelé, Cleopatra o Rasputín, sino como especie animal. Mircea Eliade dice que dos cosas definen a los seres humanos: caminar erectos y dominar el fuego.12 Antes de eso, éramos solo animales, una especie de mono, simio u orangután. Confirmando esta hipótesis, los prehistoriadores consideran que fue el homo erectus (el homo “erguido”) el primero en dominar el fuego, hace más de un millón de años en las soleadas llanuras keniatas.13 Entre las fascinantes preguntas que se ha-cen, hay una, sin embargo, para la que los arqueólogos jamás encontrarán respuesta:

11 Pessoa, F., Poemas inconjuntos, Madrid, Abara, 2011p. 89.

12 Eliade, M., Historia de las creencias y las ideas religio-sas, vol. i, “De la Edad de piedra a los misterios de Eleusis”, Barcelona, Paidós, 1999.

13 Si uno navega un rato por internet, parece que el yacimiento con evidencias más antiguas del control del fuego por el género homo es el de Koobi Fora, en Kenia.

O_181_p01-33_73-104.indd 92 4/10/14 10:55 PM

Page 95: Número 181: Infantia

} COLUMNAS OPCIÓN 18193

¿desde cuándo hablamos? El habla también define al ser humano y, hasta que no poda-mos responder a esa pregunta, seguiremos sin saber desde cuándo somos humanos.

Algunos filósofos sostienen que pensar es hablar y que, por lo tanto, la forma que te-níamos de pensar antes de hablar es “esencial-mente” diferente de la que tenemos ahora, cuando hablamos.14 Llevado al extremo –di-rían–, los que todavía no hablan no piensan. Si suponemos esto, que pensar es hablar, entonces la pregunta podríamos reformularla: ¿desde cuando pensamos como ahora? ¿Desde cuando nuestra forma de pensar es algo más que animal?

Kant tiene un excelente texto en el que conjetura una respuesta al respecto. Relata el momento en el que nos hicimos mayores y pensamos por nuestra cuenta por primera vez, el momento en el que pecamos por pri-mera vez; desde entonces no hemos dejado de hacerlo. Cuando éramos niños (como es-pecie e individualmente), vivíamos en el pa-raíso, en el jardín de los felices, en el regazo materno, pero entonces sucedió algo, algo que nos marcó por la eternidad. En el sagrado huerto siempre estuvo claro qué hacer, qué directrices seguir, las que nos marcaba el paternal instinto: “el instinto, esta voz de Dios, a la que obedecen todos los animales, es quien debe conducir al novato en sus comienzos –dice el filósofo alemán inter-pretando el libro i de Moisés–. Este instinto le permite conocer algunas cosas, le prohí-be otras”.15

Mientras el hombre niño obedeció esa voz de la Naturaleza, que era la voz de Dios, todo iba bien. Sin embargo, los inocentes ojos infantiles vieron a otro animal (por

14 Véase, por ejemplo, Valverde, J. M., “Pensar y hablar”, en isegoría 11, csic, 1995 pp. 5-41.

15 Kant, i., “Comienzo presunto de la historia humana”, en Filosofía de la Cultura, Madrid, fce., 1997, p. 70.

ejemplo una serpiente) comer lo que él no comía y, entonces, la razón pronta se pre-guntó: “¿Y si me como también yo esa man-zana? Tiene buena pinta, ¿por qué no probarla?”. Aquello pudo salir bien, y el niño mudo se fue contento a otra cosa, mas ha-biendo probado por primera vez aquel fruto, ¿quién podía pararlo? Entonces, continuó probando las mieles de la razón por las ma-ñana y, por las noches, deseos impensables (porque hasta entonces no pensaba) brotaron en su corazón y lo arrastraron a ir en contra de sus impulsos: la concupiscencia, la vo-luptuosidad… Para Kant, y esto es lo que podría sorprender a algunos, el pecado es fruto de la razón, y no del instinto.

El niño, cuando habla, no categoriza por sí mismo. Lo hace siguiendo su instinto, la voz de Dios. Cuando comienza a razonar, sin embargo, su forma de hablar cambia esen-cialmente: el pecado es condición de la ma-durez. El infante simboliza la inocencia e inconmensurabilidad de lo real, ya lo diji-mos; el ser humano, la imposición de la razón sobre esa realidad. Llega la civilización con sus deseos pecaminosos, pero, también, con o-tros que la mayoría de humanos consideran nobles y virtuosos: la abstención, la decencia, la planeación… El niño se ocupa; el adulto se preocupa. Los lloros, gritos, berridos son sustituidos por el habla, pero toda gramática conlleva preocupación, porque toda formu-lación es “en” y “desde” el tiempo. La cu-riosidad nos lleva al razonado pecado, el pecado a la azorada libertad, la libertad a hacer mapas del futuro y el futuro al miedo a la impensable muerte. Para resumir des-contextualicemos a Kundera:

El ansia de orden pretende convertir el mundo de los hombres en el reino de lo inorgánico, en el que todo marcha, funciona, sometido a un orden suprapersonal. El ansia de orden es al mismo tiempo ansia de muerte, porque

O_181_p01-33_73-104.indd 93 4/10/14 10:55 PM

Page 96: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 COLUMNAS { 94

la vida es una permanente alteración del orden.16

El sufrimiento y la negra muerte, que hasta entonces solo habían poblado nuestro cuerpo, se nos instalan entonces groseros en el cerebro. El hombre es ya un adulto, y en su anhelo por conseguirse un buen porvenir, se pregunta a dónde le lleva el camino de la vida: la amenazadora respuesta es de parcas palabras. Al final del sendero se yergue siempre la misma y lúgubre meta, una pared infranqueable que no admite descripción. La muerte, como la inmorta-lidad, no cabe en ningún cerebro humano, y por eso, si es posible alcanzar la eternidad, es alcanzable solo sin cerebro.

16 Kundera, M., La despedida, Barcelona, Tusquets, 1987, p. 104.

Diversas ideas atraviesan este texto. Una: padre, madre e hijo resumen el mundo en-tero. Dos: la realidad es caprichosa y des-ordenada como un niño. Tres: el habla nos hizo entrar en el tiempo y, por tanto, preo-cuparnos por la muerte y el más allá. Y ahora, desde que estamos condenados a ser libres, no hacemos más que tratar de encontrar el camino de vuelta a los albores de nuestro universo, a aquella maravillosa inocente tarde de jóvenes relojes sin horas, a aquel mundo sordo en el que oíamos palabras divinas y decíamos mudos cualquier cosa. No nos quejemos. No nos podría haber tocado mejor condena: la de buscar el ca-mino que nos lleve de vuelta al paraíso.

O_181_p01-33_73-104.indd 94 4/10/14 10:55 PM

Page 97: Número 181: Infantia

} COLUMNAS OPCIÓN 18195

Es el comienzo antes del comienzo. Suena un susurro. Los violines entonan una arcaica melodía de inspiración renacentista. Todo es en tono de lamento, como una plegaria. Ahora, una nueva melodía, ésta más lírica, pero en el mismo tono. Contestan los alientos pausadamente, cual caminante en peregri-naje. El Pathos y el Ethos trágicos del momento se unifican a través del tema que interpretan –de manera antifonal–, las flautas, los oboes, los clarinetes y las cuerdas. El soporte ar-mónico lo dan los cornos franceses. Todo es calmo. De pronto, cual notable visión paulina, se llega al éxtasis. El timbal redobla con misterio; sigue, aumenta su poder. Las cuerdas interpretan un tercer tema, siempre en tono triste. Ahora, aparecen los trombones. Los cellos rematan. El timbal proféticamente anuncia la redención y las cuerdas agradecen con una responsorial jaculatoria. Han pasado más de siete minutos. El escucha, no ha

tenido tregua. Esta música se ha hecho para interiorizar el dolor del mundo, en el sentido de Schopenhahuer. La pieza llega a su coda. Se cierran los ojos. Se respira hondo, aunque sin paz. ¿Qué vendrá? ¿Habrá esperanza? Las últimas notas se convierten en incienso: suaves, diáfanas, tristes, místicas. Concluye así el preludio al acto primero de la ópera Palestrina, de Hans Pfitzner. Es 10 de junio de 1949. Alemania, recientemente, acaba de perder la Segunda Guerra Mundial. El ánimo no puede ser otro, que el de la tragedia. Wilhelm Furtwängler lo ha logrado expresar a la perfección y la Filarmónica de Berlín ha tocado en estado de gracia.1 Este fue el homenaje que el pueblo alemán le rindió a Hans Pfitzner en su región sanguínea, Wiesbaden, con motivo de su fallecimiento (acaecido unos meses antes de la fecha de esta ejecución, en ese mismo 1949). Después, el silencio. Desde entonces, Hans Pfitzner es un compositor casi desconocido, a pesar de haber compuesto obras de primer orden. Como en el caso del escritor francés, Céline, su asociación con el fascismo ha sido, en buena medida, la causa de este olvido, aun-que esto es una simplificación: la historia es más compleja.

De origen alemán, Hans Pfitzner nació en Moscú, el 5 de mayo de 1869. Tres años después, su familia regresó a Alemania, concretamente a Fráncfort del Meno. De 1886 a 1890 asistió al conservatorio de Fráncfort. Para 1897, ya enseñaba compo-sición en Berlín. En 1910, obtuvo el grado de doctor en Filosofía, en la Universidad de Estrasburgo. En 1918 hizo su propia funda-ción para difundir la música alemana, acti-vidad que repitió, en 1922, en la ciudad de

1 Existe la grabación de este momento, en redes sociales vía el enlace: http://www.youtube.com/watch?v=Rz-p39opOh4, consultado el 27 de febrero de 2014.

Dinámicas sonoras

Hace falta un compositor: Hans Pfitzner (1869-1949)

Carlos Spíndola Pérez Guerrero.Maestro en Políticas Públicas por el itam.

Ardía en celo y fanatismo por la tradición musical alemana. Ante las turbulencias del

mundo, se encerró en sí mismo.friedrich herzfeld

O_181_p01-33_73-104.indd 95 4/10/14 10:55 PM

Page 98: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 COLUMNAS { 96

Viena. En 1925 fue nombrado senador de la Academia Alemana. En 1929 es hecho miembro de número de la Academia de Música de Múnich. En 1933, ingresó a la Cámara de Música del iii Reich. En 1936 fue nombrado senador de la Cámara de Cultura del Reich. En 1945 fue prohibida la ejecución de su música por parte de las autoridades aliadas, la cual fue levantada al año siguiente. En 1946 ingresó a un asilo de ancianos en los suburbios de Múnich. En 1947, inició su proceso de desnazifica-ción, testimoniando a su favor, el célebre director judío Bruno Walter. Fueron levan-tadas las sanciones contra él en 1948 y murió en Salzburgo, Austria, el 22 de mayo de 1949.2

Siendo en vida un personaje de primer orden en el campo de la música académica, y con tanto reconocimiento, dos preguntas básicas se hacen obligadas esenciales: ¿Qué ha sobrevivido de su producción? ¿Qué grandes nos esperan de él? Las respuestas comienzan por la ópera Palestrina (1917), que es con-siderada su obra maestra.

Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594) fue uno de los compositores más impor-

2 Cfr. John Williamson, The music of Hans Pfitzner, Clarendon Press Oxford, Inglaterra, 1992, pp. xii-xiv.

tantes del Renacimiento. Sus obras polifó-nicas, se cuentan entre las más bellas jamás hechas para la voz humana y es considerado como uno de los compositores más emble-máticos de la música litúrgica, dentro de la iglesia católica. El carácter religioso de sus partituras y la piedad que despiertan, le va-lieron el título del príncipe de la música.3 A Palestrina se le atribuye el haber salva-do la tradición polifónica, la cual, tras el Con-cilio de Trento(1545-1563), iba a desaparecer, por considerarse que impedía el enten-dimiento del texto sagrado, a la vez que incluía melodías con sabor profano. Ante esto, la mú-sica de Palestrina demostró que el canon de la música sacra podía perfectamente incluir la polifonía, sin caer en los señala-mientos antes mencionados. Así, se aseguró una tradición dentro de la música religiosa que tiene su origen en el canto gregoriano desde el siglo iv d.c. (fecha en la que se tie-nen registradas las primeras neumas o notas propias de este género de música sagrada, el canto llano).

Tomando este celo y alto compromiso, Pfitzner se veía a sí mismo, en el siglo xx, como un nuevo Palestrina.4 No, propiamente, como salvador de la música sacra, pero sí de algo que él consideraba inmaculado, que era la tradición de la música alemana, desde Bach hasta Wagner. Ante los cambios en el mundo, alguien debía continuar con la tradición.

Este tipo de pensamiento, desde luego, le valió las feroces críticas por parte de los modernizadores de la música. En los prime-ros años del siglo xx, la música clásica había cambiado radicalmente. Con la Consagración de la Primavera (1913), de Igor Stravinsky,

3 Este título está en la inscripción de su tumba, en la ca-pilla nueva de la basílica de san Pedro, en el Vaticano.

4 Friedrich Herzfeld, Tú y la música, Ed. Labor, España 1954, p. 293.

Romeo Gómez, 2014.

O_181_p01-33_73-104.indd 96 4/10/14 10:55 PM

Page 99: Número 181: Infantia

} COLUMNAS OPCIÓN 18197

las cosas eran ya distintas. Sumémosle a ello, la música compuesta por la llamada Nue-va Escuela de Viena, protagonizada por Alban Berg, Arnold Schoenberg y Anton von Webern. Ante tal escenario, ¿qué lugar podría ocupar alguien como Hans Pftizner ante tales nue-vos paradigmas?

En la ópera Palestrina, Pfitzner expone claramente su credo: se debía conservar la tradición, pese a todos. Para él, la tradición era la continuidad de la herencia musical germánica, así como para Palestrina lo fue de la música religiosa. Nada de rupturas bruscas, sino continuidad en el espíritu de las cosas. Hay una escena en la ópera, can-dorosa en más de un sentido, donde Pfitzner habla a través de Palestrina en su encuentro con los maestros del pasado. En esta escena, Josquin des Prés y los grandes polifonistas de la historia se le aparecen a Palestrina pa-ra decirle una sola cosa: eres la última piedra en la más maravillosa de las cadenas, debes cumplir con tu misión en la tierra. Ante tales palabras, Palestrina decide llevar a cabo su misión componiendo la más excelsa músi-ca que revalorizara la polifonía y continuara

así, la tradición de los grandes maestros que le predecieron. Un grupo de ángeles le ins-pira cada nota y, así, en éxtasis compone lo que después vino a ser la misa del Papa Marcello; la partitura que salvó la polifonía. Después, por la historia, sabemos que com-puso motetes, misas e himnos que le valen la admiración actual en el mundo de la mú-sica. En la ópera, un cardenal, Borromeo, le anima a Palestrina a no flaquear y a no dudar de su encomienda.

Al igual que Palestrina, Pfitzner se veía a sí mismo como un hombre viejo, cansado, incomprendido incapaz, por sí solo, de cam-biar el destino de la música. Sin embargo, esta ópera fue su pica en Flandes para em-prender una quijotesca lucha en pro de las formas más conservadoras de hacer sonidos y en contra de lo que él consideraba moder-nismo y ruptura con la tradición musical en occidente. Estas posiciones le valieron, prác-ticamente, el ostracismo y la amargura que le acompañaron buena parte de sus edades madura y avanzada. Con todo en contra, Pfitzner vio en el iii Reich la oportunidad de reivindicarse y, de algún modo, así fue.

Romeo Gómez, 2014.

O_181_p01-33_73-104.indd 97 4/10/14 10:55 PM

Page 100: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 COLUMNAS { 98

Los nazis aprovecharon su fama para colo-carle como modelo musical, pero el enten-dimiento entre el fascismo alemán y Pfitzner no fue del todo logrado, ya que el nazismo apuntaba al futuro y Pfitzner al pasado. Al finalizar la guerra, Pfitzner fue hecho a un lado, por esta relación y, aunque fue exo-nerado de todo cargo que le atribuyera una conducta contraria a la humanidad, ya nun-ca más pudo recuperar su posición. Solo la Filarmónica de Viena no le dio la espalda y, en 1949, le otorgó su anillo de oro que le convertía en máxima figura dentro de la esce-na musical de Europa Central.

Este trágico destino de Pfitzner no tiene razón de ser si, de manera abierta y desprejui-ciada, se escucha su música. Aunque suene paradójico, la mayoría de su música es ab-soluta; esto es, música que no tiene en sí un mensaje extramusical. Sinfonías, con-ciertos, música de cámara se suceden sin alusión alguna a algo. Solo música. Eso sí, en la tradición de Schumann, Schubert, Brahms, Mendelssohn y, por supuesto, Wagner. Lo más irónico de todo es que existe una partitura, el Cuarteto de cuerdas en do sos-tenido menor, Op. 36 que es referencial dentro de la modernidad de la música, pero

que ¡no se interpreta! Este cuarteto está a la altura del tercero de Béla Bartók; de la suite lírica de Alban Berg y de la noche transfi-gurada del Arnold Schoenberg.5 Esta sola obra colocaría a Pfitzner como uno de los máximos representantes de la música de cámara dentro de la estética posromántica alemana. El Cuarteto de cuerdas Op. 36 de Pfitzner, sobretodo en sus movimientos pri-mero y tercero, revela el alto grado de Angst (temor) que se vivía en Austria y Alemania ante lo desconocido, concretamente a las desgracias de las guerras. Fue tal su gusto personal por esta obra suya, que Pfitzner la orquestaría años después, convirtiéndola en una sinfonía. El que sus piezas se tocaran y la gente hablara de ellas fue una de las obsesiones, en vida, de Hans Pfitzner. El público, de hecho, lo apoyaba en más de una medida; no así la crítica, que fue dura con él desde el comienzo.6

5 Johann Peter Vogel, “String Quartets in D minor op. post and C sharp minor op. 36”, notas al disco cpo, 999 526-2, Alemania 1996, p.11.

6 Cfr. Walter Abendroth, Hans Pfitzner, Albert Langen-Georg Müller, Múnich-Alemania, 1935, pp.401-409. Fueron celebres sus discusiones con: Thomas Mann, Paul Beker, Feruccio Busoni y Alfred Einstein; figuras, todas ellas, de primer orden en el campo intelectual y de la crítica musical.

Romeo Gómez, 2014.

O_181_p01-33_73-104.indd 98 4/10/14 10:55 PM

Page 101: Número 181: Infantia

} COLUMNAS OPCIÓN 18199

Si el público es tan importante para reco-nocer el genio de un artista, dejemos que sea su juicio imparcial el que le posicio-ne de nuevo entre el canon de la música académica. ¿Qué escuchar, entonces, además de Palestrina? ¿Qué piezas pueden introdu-cirnos a este nuevo mundo por descubrir? He aquí una lista aleatoria sugerida y de- tallada:

• Del alma alemana, Cantata para solistas, coros y orquesta, con textos de Joseph von Eichendorff (1921).

• Scherzo para orquesta (1888).• Lieder: In Danzig y An die Mark.• Pequeña sinfonía, Op. 44 (1939), segundo

(Allegro) y tercer (Adagio) movimientos. • Sinfonía para gran orquesta, Op. 46 (1940),

primer movimiento (Allegro moderato).• Trío para piano y cuerdas en fa mayor,

Op. 8 (1896), primero (Kräftig und feurig, nicht zu schnell) y tercer (Mässig schnell, etwas frei im Vortrag) movimientos.

• Trío para piano y cuerdas en si bemol mayor (1886), tercer movimiento (Scherzo. Ziemlich schnell).

• Concierto para cello y orquesta en la menor, Op. 52, (1943), primer movimiento (Ruhig).

• Sonata para cello y piano en fa menor, Op. 1, (1890), tercer movimiento (So schnell als möglich).

• Sexteto para clarinete, violín, viola, violon-cello y contrabajo en sol menor, Op. 55 (1945), segundo (Quasi Minuetto) y tercer (Rondoletto, Allegretto) movimientos.

• Concierto para violín y orquesta en si menor, Op. 43, (1937), primer movimiento.

• Sinfonía en do sostenido menor, Op. 36a, (1932), primer movimiento (ziemlich ruhig) y tercer (Langsam, ausdrucksvoll) movimientos.

• Cuarteto de cuerdas en do sostenido menor, Op. 36, (1925), primer (ziemlich ruhig) y tercer (Langsam, ausdrucksvoll) movimientos.

• “Melodía de amor” de la ópera Das Herz Op. 39 (1930-31), para orquesta.

• Dúo para violín, violoncello y orquesta Op. 43 (1943), primer (Allegro moderato) y tercer (Rondó) movimientos.

A lo largo de cinco décadas de compo-sición, Pfitzner integró para sí toda una paleta sonora que va desde las alusiones a los scher-zos de Mendelssohn, el fuego de Schumann, el reposo de Brahms, el contrapunto de Bach hasta la redención wagneriana. Todo eso junto, forma la tradición musical a la que hacía alusión y se declaró heredero Pfitzner.7 Observando en perspectiva, la posición de Pfitzner era correcta, mas nunca debió ser la única. La música debe evolucionar. Pero el error que se ha cometido, desde el final de la segunda guerra mundial, fue el declarar esa modernidad como paradigma o, peor aún, como dogma. No salirse de él, privó a la música de un rumbo distinto, el cual solo siguió presente a través de Paul Hindemith unos cuantos años más. Con Pfitzner, y Richard Strauss su contemporáneo que falleció casi al mismo tiempo, terminó la era de la música alemana en su sentido es-tético más popularizado. Al mismo tiempo que esto ocurría, un grupo de jóvenes cam-biarían las cosas, desde Alemania misma, de manera radical: Pierre Boulez, Luigi Nono, Hans Werner Henze y Karlheinz Stockhausen. Una nueva historia de la música estaba por escribirse.

7 Hans Pfitzner, Reden, Schriften, Briefe, Compilación por Walter Abendroth, Hermann Luchterhand-editor, Alemania, 1955, p.7.

O_181_p01-33_73-104.indd 99 4/10/14 10:55 PM

Page 102: Número 181: Infantia

100OPCIÓN 181 LIBROS {

{L IBROS}

El hombre dineroMario Bellatin

¿Cuáles son las relaciones que guardan infancia, escritura, tiempo e historia? He-mos escuchado algunas respuestas. Pero ¿cuál es la relación que guardan todas éstas con el dinero? El hombre dinero agrega un ingrediente a una pregunta que quizás sea la pregunta por el ser. Pregunta por el ser, que es pregunta por el tiempo, el lengua-je, pero también pregunta por el mundo: un mundo de representaciones, símbolos y dispositivos que, en ocasiones, dejan entrever la relación que guarda lo material con lo “esencial” –en el sentido más dinámico de la palabra. Por eso la obra no es simplemente sobre el hombre, sino del hombre dinero (hombre-dinero, hombre/dinero, hombre-dinero): porque no se puede pensar al hom-bre sin su mundo de billetes.

Orfandad. Algo se nos ha perdido. Las múltiples voces narrativas de la novela lo muestran al dispersarse a cada momento y, al mismo tiempo, al corresponderse. Un

Volver a nacer con el tiempo medido no por un reloj convencional

–como era el reloj que oía desde su cama–, sino por una clepsidra.

Infancia llena de recuerdos y sensaciones, que cuenta historias en una lengua que pareciera ancestral –ya sabida. Una lengua que hace referencia al Padre Felipe, que es padre y es Padre: origen de una indigna-ción –una herida– que guía al personaje y también fuerza creadora. De la misma ma-nera, el padre es fuerza creadora para el hombre dinero –un hombre que sólo existe en los sueños del padre del narrador prin-cipal–, cuyo padre, se dice, fue un escri-tor que nunca publicó un libro. Quizás de ahí que el hombre dinero acumule bille-tes con rostros de escritores y filósofos. Quizás de ahí, también, que otra de las voces narrativas sea la Escritura. Después de todo, ¿quién es el verdadero padre? Si el hombre dinero acosa los sueños del padre del na-rrador, el padre del hombre dinero tam-bién acosa al narrador principal. Y lo acosa el Padre Felipe, padre de(sde) su Infancia. Todos se han quedado huérfanos: con un

O_181_p01-33_73-104.indd 100 4/10/14 10:55 PM

Page 103: Número 181: Infantia

} LIBROS OPCIÓN 181101

padre que un día existió, pero que ahora aparece sólo como fantasma, con la litera-tura perdida.

Las laberínticas correspondencias an-teriores nos dejan en un océano de ecos que no le harían justicia a la obra de Bellatin. Porque no podemos equiparar a los billetes con el rostro de Shakespeare o a la especie de alucinación que tiene el hombre dinero del personaje de Alicia de Lewis Carroll, con la voces narrativas denominadas Escritura e Infancia en la obra. Lo primero se queda como una especie de nostalgia apenas for-mulada, incomprendida. Lo segundo aparece como una acción performativa. La Escritura es, para el personaje principal, una escapa-toria: una cura de su enfermedad –¿es el asma?, ¿el síndrome que lo convierte en un ser tabú?, ¿o es la existencia? La escritura para el hombre dinero, en cambio, es algo que existió en un origen lejano y que fue mutilado para siempre. Los billetes se mues-tran como una especie de escritura prosti-tuida que, al deshacerse y desfigurarse, dejan que el mundo literario se vuelva “real”, aunque eventualmente el dinero habrá de volver. Tanto la escritura como el dinero son espacio vacíos, de múltiples referencias, lenguajes que se recrean infinitamente.

En realidad, no existe tal dicotomía entre el narrador principal –un hombre que ve co-rrer a sus galgas mientras narra su historia– y el hombre dinero. El narrador claramente se confiesa como un hombre dinero también; un hombre con escenas prefabricadas por el dinero. Pero la diferencia radica en el lugar literario que ocupa cada uno. El na-rrador desvela su existencia y, con ello, su mundo: se subdivide en distintas voces y se desdobla en múltiples tiempos. El hombre dinero es una representación más. En par-ticular, es una representación del mundo, que simula a las condiciones de la existencia,

pero las prostituye al mismo tiempo. Si la existencia es una Escritura que no encuen-tra piso, el “mundo” (o departamento, o sueño) es un casino cuyas referencias son azar y nihilismo. Si el narrador acumula historias, el hombre dinero acumula billetes. ¿Cuál es la diferencia? La misma que entre el tiempo medido por el reloj –que, al igual que el dinero, tiene voz propia, enajenante– y el de una clepsidra. El narrador es un narrador-dinero, pero a pesar de que es huér-fano y ha perdido, entre otros, al tiempo y a la lengua, es Escritura y es Infancia. Está prefabricado, pero fabrica, desde su iPhone. El narrador es la paradoja de la historia. El hombre dinero es, acaso, una muestra per-formativa de la existencia.

Alejandro CamposEstudiante de Economía, itam.

O_181_p01-33_73-104.indd 101 4/10/14 10:55 PM

Page 104: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LIBROS { 102

el silencio de los animales.sobre el progreso y otros mitos modernosJohn Gray

Traducción de José Antonio Pérez de Camino

¿Qué queda por decir sobre la marcha de la civilización luego de las grandes experiencias traumáticas del siglo xx?

¿Qué decir luego del desastre que conllevó la Ideología en su brutal lucha por la Utopía, esa nefasta manifestación de la psicosis colectiva bajo el mando de un Ideal? Se pensará que, ciertamente, el fin de estos epi-sodios ha marcado el inicio de una nueva etapa de avance para la humanidad; es po-sible evitar los errores del pasado y reem-prender el firme camino del progreso. Después de todo, el liberalismo democrático, aun teniendo una considerable distancia por recorrer, ha probado ser el antídoto a los grandes peligros de la Ideología. Pero la humanidad, nos recuerda John Gray, no se dirige, desde luego, a ningún sitio. Si bien la ciencia y la tecnología pueden tener un pro-greso acumulativo, en política y en ética el progreso es, en todo caso, cíclico: civili-zación y barbarie se encuentran igualmente

Siempre he deseado ser parte de la vida de afuera, estar ahí al borde de las cosas, dejar

que la impureza humana se lave en el vacío y en el silencio como el zorro se deshace de su

olfato en el agua fría de otro mundo, volver al pueblo como un extraño.1

j. a. baker

arraigadas en la naturaleza humana. La historia no nos tiene preparado ningún des-tino privilegiado. Al contrario, la historia no es sino una sucesión de accidentes que eluden cualquier clasificación teleológica, cualquier ordenamiento racional.

A lo largo de su carrera como escritor, Gray ha denunciado el peligro inherente a la ideología encarnada en un proyecto polí-tico, llámese comunismo, fascismo o li-beralismo democrático. En este sentido, se comprende su inicial simpatía por el realismo político de Thatcher –con su feroz ataque al comunismo–, pero también su posterior distanciamiento de él, conforme se iba cons-tituyendo como un proyecto liberal cuyas convicciones no eran menos dogmáticas que las que atacaba. La crítica política de Gray, pues, no busca remplazar una ideología por otra; en la medida en que está nutrida de

1 John Gray, El silencio de los animales, Editorial Sexto Piso, 2013, p. 126.

O_181_p01-33_73-104.indd 102 4/10/14 10:55 PM

Page 105: Número 181: Infantia

} LIBROS OPCIÓN 181103

ideas de progreso, de salvación y de reden-ción colectiva, la ideología se funda en mitos. La fe secular de la ciencia y el liberalismo político, las más modernas encarnaciones del humanismo, no escapan a esta crítica.

En El silencio de los animales, su más reciente entrega y, en cierto modo, una con-tinuación de su exitoso libro Straw Dogs (2002), la crítica de Gray adquiere un al-cance y una profundidad notables. Dividida en tres partes, la obra explora, primeramente, la necesidad de sentido que conduce al hom-bre al mito; segundo, vislumbra la idea de una vida sin consuelo metafísico; tercero, sugiere una posible liberación para el hom-bre, en lo que llamará misticismo sin dios. En este recorrido, la exposición se nutre por igual de novelas, recuentos históricos, me-morias, ensayos y poesía de los más diversos pensadores, construyendo una obra enor-memente rica en contenido; lo que podría faltar de rigor y argumentación, se compen-sa en fecundidad y fuerza ilustrativa. Gray aparece, en la mayor parte de los casos, como guía y seleccionador de contenido; construye su exposición a partir de referencias, pero su voz se escucha clara y contundente en cada página.

La primera parte de la obra parte de una observación clave, sin la cual la fe en el progreso podría parecer un simple delirio innecesario. Lo fundamental es comprender que esta fe es mucho más que una postura respecto al futuro; en ella el hombre mo-derno construye su propia imagen al inser-tarse de modo significativo dentro de un esquema en el cual la humanidad y la historia tienen sentido. Para el hombre moderno, perder la fe en el progreso significa perderse a sí mismo. Es por este anhelo de sentido que el mito logra penetrar en la mente del hombre con tal persuasión. Gray ofrece breves recorridos históricos que revelan la

increíble obstinación del hombre; casi in-variablemente, el ansia de sentido triunfa sobre la evidencia de los hechos: “La historia puede ser una sucesión de absurdos, tra-gedias y crímenes, pero –todos insisten en decir– el futuro todavía puede ser mejor que cualquier pasado”.2 La disonancia cog-nitiva, término tomado de la psicología, ex-plica el que los seres humanos se aferren a sus creencias aun cuando sus percep-ciones entran directamente en conflicto con ellas. Para Gray, la disonancia cognitiva es la condición normal de la humanidad.

Tal parece que, para el hombre, la vida sin mitos es imposible. Incluso la ciencia, con su frecuente crítica al dogmatismo religioso y mítico, no ha hecho más que transformar y canalizar los dos grandes mitos fundantes de occidente, el socrático y el cristiano, engendrando el moderno mito humanista de la salvación por medio del conocimiento. Y, sin embargo, la segunda parte de la obra conjetura, de la mano de Freud, la posibilidad de concebir la vida humana sin el consuelo metafísico. El pen-samiento de Freud, que suele relacionarse con toda una gama de doctrinas redentoras –desde Schopenhauer hasta Jung–, para Gray se distingue de dichas doctrinas jus-tamente en la aceptación de que no hay redención posible. No hay cura de la con-dición humana. El caos es definitivo. Conde-nado a vivir con mitos, quizá la única liberación del hombre sea la aceptación de su condición escindida, anhelante de sen-tido. A propósito del poeta inglés Wallace Stevens, citado ampliamente a lo largo de la obra, John Gray escribe:

Admitir que nuestras vidas están conforma-das por ficciones puede darnos un tipo de li-bertad, posiblemente el único tipo de libertad

2 Ibid., p. 13.

O_181_p01-33_73-104.indd 103 4/10/14 10:55 PM

Page 106: Número 181: Infantia

OPCIÓN 181 LIBROS { 104

que los seres humanos pueden alcanzar. […] El saber que no hay nada sustancial en este mundo puede dar la impresión de privar al mun-do de su valor. Sin embargo, este vacío se puede convertir en nuestra posesión más valiosa, puesto que nos abre al mundo inagota-ble que existe más allá de nosotros mismos.3

El mundo inagotable que existe más allá de nosotros mismos. En uno de los pasajes más bellos de su libro, John Gray se limita a citar y comentar brevemente fragmentos de The Peregrine, obra en la cual J. A. Baker narra sus experiencias siguiendo a un hal-cón, actividad que realizó durante una déca-da. Lo que Baker buscaba en la mirada del ave era un modo de ver fuera de sí mismo. Desde luego, Baker no podía dejar de ser humano, no podía salir de sí mismo por completo, pero, al acercarse a la frontera de la visión humana, logró ciertamente alcanzar a ver las cosas de un modo hasta entonces desconocido para él. La anulación del yo no posibilita, como lo habría querido el es-toicismo, la unión con un orden superior, ni cualquier otra forma de trascendencia, pero sí hace posible una apreciación de las cosas en su simple acontecer. Lo que Gray llama misticismo sin dios no es una forma de redención, sino justamente la liberación de la necesidad humana de redención.

Lo humano carece de sentido; a lo me-nos, no tiene el sentido privilegiado e impor-

tante que le hemos querido dar. La fe en la transformación y la construcción de la realidad a través de la acción; la idea del progreso a través del conocimiento; lejos de alcanzar la realización humana, estas con-vicciones suelen desembocar, más bien, en el desastre. Toda creencia en el poder de la acción, toda fe en el progreso, se funda en la creencia errónea de que la tragedia hu-mana no es definitiva, de que la condición humana puede ser redimida. Lo que Gray defiende es, pues, la contemplación fren-te a la acción. Sólo la contemplación permite la liberación de nuestra condición narcisista, de nuestra necesidad de encontrarnos un lugar destacado en la historia, en el universo. El nihilismo contemplativo por el que aboga Gray puede resultar, a un mismo tiempo, sumamente tentador y terriblemente reduc-cionista. El que constituya, o no, una digna aspiración para el individuo, el lector lo de-cidirá. Pero ya no lo hará al leer a Gray, sino al leer, como los tantos escritores que apa-recen a lo largo de estas fecundas páginas, la complejidad de su particular e ineludible experiencia humana –aun cuando lo humano parezca desvanecerse en su propio límite; aun cuando, como Baker, busquemos en los ojos de un halcón una mirada más allá de nosotros mismos y vislumbremos, aunque sea por un momento fugaz, el simple estar siendo de las cosas.

Alonso AhumadaEstudiante de Economía, itam. 3 Ibid., p. 92.

O_181_p01-33_73-104.indd 104 4/10/14 10:55 PM

Page 107: Número 181: Infantia

Yo quiero suscribirme

DES

TIN

O

Rep

úblic

a M

exic

ana

Suda

mér

ica

Am

éric

a de

l Nor

te, C

entr

oam

éric

a y

el C

arib

e Re

sto

del m

undo

Des

eo s

uscr

ibir

me

a op

ción

a p

arti

r de

l núm

ero

p

or

1 sem

estr

e

1 año

Nom

bre:

Dom

icili

o:

Ciu

dad:

País

:

Telé

fono

(s):

Cor

reo

elec

trón

ico:

Lynd Ward, de la serie Madman’s Drum, 1930.

{CONTENIDO}

infantia

LITERARIAS 4 Adiós Nonino y Violentango maría magdalena batista

10 El cantar del viento isaac guzmán

14 Sonámbulo cantar benjamín castro

18 De frágiles artefactos metálicos neblinosos raquel gonzález

20 Visitantes antonio vásquez

29 La voz de mi amado / Anne pablo piceno

32 Largas varas queta nava

EXÉGESIS 34 Idea de la infancia giorgio agamben

40 Pibes walter alberto calzato

48 Gallinas ciegas: sobre una infancia y todas las demás

carlos eduardo lópez cafaggi

53 El espejo y la manzana adriana azucena rodríguez

55 La infancia en Truffaut: Análisis de las condiciones del poder en la ciencia moderna

eric m. tomasini

63 Reminiscencias infantiles fernando landa

66 Fonchito o la infancia perversa francisco martínez hoyos

GRÁFICA OCULAR 73 Trazos y balbuceos

COLUMNAS 89 fuente mnemósine javier martínez villarroya

95 dinámicas sonoras carlos spíndola

LIBROS 100 El hombre dinero I Mario Bellatin alejandro campos

104 El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos I John Gray

alonso ahumada

O_181_cover_ok.indd 2 10/04/14 10:50 p.m.

Page 108: Número 181: Infantia

idea de la infancia / Giorgio Agambenlargas varas / Queta Navapibes / Walter Alberto Calzato

181

año xxxiv • abril 2014

rectorDr. Arturo Fernández Pérez

vicerrector

Dr. Alejandro Hernández Delgado

directora escolarM.D.I. Patricia Medina Dickinson

opción. Revista del alumnado

director Alejandro Campos

consejo editorialComisión de redacción

Alonso AhumadaJavier Yoltic MedinaJuan Carlos Téllez

Comisión de material gráficoFernando L. Martínez

Mariana Mejía María Zilli

difusión cultural y relaciones públicas

Angélica de Guadalupe Franck

comité consultivoDra. Claudia Albarrán

Lic. Aldo Aldama Lic. César Guerrero

Dr. Mauricio López Noriega Dra. Lucía Melgar

Dr. Pedro Salmerón

diseño editorialalexbrije + kpruzza

cuidado de la ediciónSandra Luna

impresión Producciones Editoriales Nueva Visión México

d.r. © opciónrevista del alumnado del itam

Río Hondo 1, Tizapán, San Ángel, 01000 México, D.F., Tel./fax 5628-4000, ext. [email protected]

http://opcion.itam.mx

ISSN: 1665-4161 reserva de derechos al uso exclusivo: 04-2002-090918011100-102 • Certificado de licitud de contenido: 8812

opción es una revista universitaria sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, en cualquier forma o medio, sea de la naturaleza que sea, sin el permiso previo, expreso y por escrito del titular de los derechos. Los artículos son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el sentir de la revista. Revista indizada por Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales (clase). Integrada al Sistema de Información Bibliográfica sobre las publicaciones científicas seriadas y periódicas, producidas en América Latina, el Caribe, España y Portugal (latindex).

Tiraje: 2,000 ejemplares

año

xxxi

v • a

bril

2014

181

Infa

nti

a

La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedrita sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo (…), lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia (…) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato.

julio cortázar

Luai Tabaza (4 años), Sin título.Museo Internacional de Arte Infantil, Oslo.

O_181_cover_ok.indd 1 10/04/14 10:50 p.m.