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Derecho Civil: Derecho de Obligaciones y Contratos Tema 1. La obligación y sus fuentes Esta asignatura se puede dividir, grosso modo, en dos grandes bloques: el Derecho de Obligaciones, y el Derecho de Contratos (que constituyen un tipo de obligaciones). Por ahora, sin embargo, centrémonos en el primero. I. La Obligación y sus fuentes I.1.Historia El Derecho de obligaciones regula las obligaciones, es decir, aquellas relaciones jurídicas que unen a dos partes con la finalidad de que una (o ambas, de forma recíproca) reciba bienes o servicios de la otra. De acuerdo con el 1088CC, toda obligación consiste en un dar, hacer o no hacer. Algunos casos que dan lugar a obligaciones serían: A: X quiere vender una casa en la playa; Y quiere comprar una casa en la playa; X le vende su casa a Y. B: X vende cuero a Y, que es zapatero; Y hace zapatos con ese cuero y se los vende a Z. C: X es una gran marca de ordenadores; Y es un consumidor que quiere un ordenador; Y le compra a X un ordenador. Esta rama del Derecho sirve, pues, para que las personas se beneficien, resuelvan conflictos y alcancen sus objetivos. Del mismo modo, y como el resto del Derecho, no es un derecho neutro; es decir, que la solución que nos presenta no es necesaria, sino la que el legislador (e intérpretes) han considerado mejor entre varias soluciones posibles. Entendido esto, conviene conocer los cinco grandes hitos históricos que han ayudado a configurar este derecho: El Derecho Romano; "Introducción a la Jurisprudencia de Holanda"' de Grocio; "Leyes Civiles en su Orden Natural", de Domat; "Tratado de las Obligaciones", de Pothier, volcado casi literalmente en el Código Civil Francés; La obra de Savigny. Por supuesto, también encontramos como motor de cambio la economía, en la que influye (y por la que es influido) el Derecho de Obligaciones: sus transformaciones, el paso de la economía agraria a la Revolución Industrial y, actualmente, a la Revolución Tecnológica, exigen y necesitan que el Derecho se adapte. Lo mismo sucede con la sociedad, que constituye otro gran impulso de adaptación del Derecho: actualmente, por ejemplo, vivimos en una sociedad de consumo (nacida en 1960 con JFK), cuya aparición supuso una ampliación del terreno a regular, la implantación de una nueva forma de hacerlo, la aparición de la contratación en masa (donde las negociaciones no se dan entre dos partes iguales, sino que una se impone a la otra)… 1

Obligaciones y Contratos

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Derecho Civil: Derecho de Obligaciones y Contratos

Tema 1. La obligación y sus fuentes

Esta asignatura se puede dividir, grosso modo, en dos grandes bloques: el Derecho de Obligaciones, y el Derecho de Contratos (que constituyen un tipo de obligaciones). Por ahora, sin embargo, centrémonos en el primero.

I. La Obligación y sus fuentes

I.1.Historia

El Derecho de obligaciones regula las obligaciones, es decir, aquellas relaciones jurídicas que unen a dos partes con la finalidad de que una (o ambas, de forma recíproca) reciba bienes o servicios de la otra. De acuerdo con el 1088CC, toda obligación consiste en un dar, hacer o no hacer.

Algunos casos que dan lugar a obligaciones serían:

A: X quiere vender una casa en la playa; Y quiere comprar una casa en la playa; X le vende su casa a Y.

B: X vende cuero a Y, que es zapatero; Y hace zapatos con ese cuero y se los vende a Z.

C: X es una gran marca de ordenadores; Y es un consumidor que quiere un ordenador; Y le compra a X un ordenador.

Esta rama del Derecho sirve, pues, para que las personas se beneficien, resuelvan conflictos y alcancen sus objetivos. Del mismo modo, y como el resto del Derecho, no es un derecho neutro; es decir, que la solución que nos presenta no es necesaria, sino la que el legislador (e intérpretes) han considerado mejor entre varias soluciones posibles.

Entendido esto, conviene conocer los cinco grandes hitos históricos que han ayudado a configurar este derecho:

El Derecho Romano;

"Introducción a la Jurisprudencia de Holanda"' de Grocio;

"Leyes Civiles en su Orden Natural", de Domat;

"Tratado de las Obligaciones", de Pothier, volcado casi literalmente en el Código Civil Francés;

La obra de Savigny.

Por supuesto, también encontramos como motor de cambio la economía, en la que influye (y por la que es influido) el Derecho de Obligaciones: sus transformaciones, el paso de la economía agraria a la Revolución Industrial y, actualmente, a la Revolución Tecnológica, exigen y necesitan que el Derecho se adapte. Lo mismo sucede con la sociedad, que constituye otro gran impulso de adaptación del Derecho: actualmente, por ejemplo, vivimos en una sociedad de consumo (nacida en 1960 con JFK), cuya aparición supuso una ampliación del terreno a regular, la implantación de una nueva forma de hacerlo, la aparición de la contratación en masa (donde las negociaciones no se dan entre dos partes iguales, sino que una se impone a la otra)…

En este Derecho es muy importante fijarse en los sujetos entre los que se establece la relación jurídica, pues de ellos depende el cuerpo normativo de aplicación. Recuperando los ejemplos antes mencionados, diremos que:

A: Se trata de una relación obligatoria entre particulares, por lo que la normativa de aplicación será el Código Civil.

B: Se trata de una relación obligatoria entre dos empresarios, regida por el Código de Comercio.

C: Se trata de una relación obligatoria entre un empresario y un consumidor, regulada por el TRLGDCU (Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de Consumidores y Usuarios).

En esta asignatura nos centraremos en las relaciones entre particulares, con alguna mención al TRLGDCU. Por consiguiente, nuestro principal documento de consulta será el Código Civil que se caracteriza por:

Ideología liberal: el Código nace en 1889, en pleno auge del Liberalismo. Por lo tanto, la reina del apartado de obligaciones y contratos es la autonomía privada, lo que se traduce en que las partes pueden acordar lo que quieran —siempre dentro de los límites del 1255CC ("no ir contra las leyes, la moral ni el orden público"). No

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encontraremos entonces muchas normas de derecho imperativo, sino una clara predominancia del derecho dispositivo.

Técnicamente inspirado en el Código Civil Francés. Tiene, por tanto, profunda influencia del Derecho Romano, y se guía por una sistematización iusnaturalista. Carece, sin embargo, de una parte general como el Código Alemán.

Obsolescencia: la regulación que contiene, por desgracia, no se ajusta a las exigencias del tráfico actual, ya que no ha habido una reforma sustancial de sus artículos.

A razón de esta última característica, nos encontramos actualmente en un proceso de renovación del Derecho de Obligaciones, integrado por varias vías. Estas serían:

Vía legislativa: la Comisión General de Codificación ha elaborado múltiples propuestas de renovación, incluyendo una de los artículos que rigen el contrato (contenido en el apartado de Derecho de Obligaciones en el Código Civil), pero el legislador no se ha decidido a ponerlas en marcha. Además, existen varias Leyes Especiales fuera del Código Civil para corregir su Liberalismo en algunos sectores (contrato de trabajo, arrendamientos urbanos, etc.), y Leyes de Protección de Consumidores (principalmente el TRLGDCU, original de 1989 y renovado por última vez en 2007).

Jurisprudencia del Tribunal Supremo, que ha servido para modernizar el Derecho de Obligaciones.

Influencia del Derecho Uniforme: son Convenciones, como la Convención de Viena para la Compraventa Internacional de Mercaderías (CISG), y principios a los que las partes se pueden someter voluntariamente y que los jueces pueden utilizar, como los Principios UNIDROIT. Es importante destacar que, mientras que las Convenciones son derecho vigente, los principios no gozan del mismo estatus.

Derecho Europeo: este nos influye por medio de Directivas Europeas (que son origen de las antes mencionadas Leyes de Protección de Consumidores) y principios que, pese a no ser derecho vigente ni de aplicación directa, sirven para orientar al intérprete (como los Principios Europeos de Leyes de Contrato —PECL, el Marco Común de Referencia —CFR, o los ACQUIS Principles).

Reformas de otros países de sus Derechos de Obligaciones, a través de las cuales han introducido las transformaciones pertinentes para nuestra sociedad actual y nos pueden servir de guía.

I.2.Concepto

Entendido el marco histórico, se hace necesario ahora entender algunos conceptos, siendo el más importante la relación obligatoria. Esta es una relación bipolar que une al acreedor (titular de un derecho de crédito que le permite exigir un determinado comportamiento del deudor) y al deudor (aquel obligado a realizar un comportamiento para el acreedor). De esta definición se deduce que existen dos posiciones, cuyo contenido desglosaremos a continuación.

Posición Deudora:

Deuda: es el deber jurídico consistente en la adopción (u omisión) de un determinado comportamiento, el deber de prestación.

Facultades: el deudor tiene, principalmente, la facultad de liberarse de la deuda con el cumplimiento del comportamiento exigido y la de defenderse frente a pretensiones extralimitadas o abusivas del acreedor.

Responsabilidad: el deudor tiene la responsabilidad de cumplir con la obligación, respondiendo en caso de no poder hacerlo con todos sus bienes presentes y futuros (principio de responsabilidad universal, 1911CC). Esto supone una muestra de sometimiento al poder coactivo del acreedor. Existe, sin embargo, una excepción a este artículo, la denominada responsabilidad limitada, con la cual el deudor solo responde con uno o varios bienes de su patrimonio (por ejemplo, la hipoteca de responsabilidad limitada).

Aunque los conceptos de deuda y responsabilidad son distintos, debemos preguntarnos si son autónomos e independientes. A este respecto, la doctrina está dividida: algunos sectores opinan que no, y que es imposible hablar de deuda sin responsabilidad o viceversa; otros, sin embargo, creen que son autónomos, y defienden su postura con los ejemplos de la obligación natural (deuda que surge sin responsabilidad, pues no se puede exigir su cumplimiento, pero que una vez pagada permite la justa retención de la prestación), la figura del fiador (aquel que se convierte en

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responsable frente al acreedor en caso de que el deudor no cumpla) o la deuda con responsabilidad limitada (aquella en la que el poder de agresión del acreedor queda reducido a determinados bienes del patrimonio del deudor).

Posición Acreedora: como titular de un derecho subjetivo de crédito, debemos estudiar los componentes de este para entender su posición. Estos son:

Contenido: su núcleo central, como estudiaremos en los Temas 6 y 7, es el derecho a exigir al deudor el cumplimiento de la prestación, incluyendo su poder coactivo frente a él. Aparte, tiene facultades de disposición sobre el crédito (capacidad para venderlo, cederlo...; estudiado en el Tema 8), para conservarlo y tutelarlo preventivamente (controlar que el deudor no haga donaciones desmesuradas con la intención de desintegrar su patrimonio, impidiendo el cumplimiento de la deuda; estudiado en el Tema 7), para controlar los bienes del deudor (Tema 7) y para promover el concurso de acreedores.

Límites: son dos, la buena fe y el abuso de derecho.

Cargas: estas se dirigen principalmente a facilitar al deudor el cumplimiento de la deuda y a que el acreedor ejerza diligentemente su derecho.

Dicho esto, solo queda a este respecto señalar que la obligación, en contra de lo que se defendiere en el pasado, no tiene por qué ser patrimonial, sino que basta con que redonda a un interés serio y digno de tutela. Sin embargo, cuando este interés no sea económico, será necesario que la prestación sí que tenga un valor patrimonial (o ir acompañada de medios e instrumentos a través de los cuales se logre una satisfacción económica por su incumplimiento). Es decir, que solo cuando se inserta en una obligación basada en un interés económico cabe incluir una prestación sin valor patrimonial (por ejemplo, insertar en un contrato de arrendamiento la prohibición de tener perro, cuyo incumplimiento supondría ruptura de contrato y permitiría calcular una indemnización).

I.3. Fuentes

Por último, nos interesa ahora estudiar las fuentes de las obligaciones, o sea, qué hechos jurídicos son necesarios para que surja la relación obligatoria. Estas están enumeradas en el 1089CC y ampliadas en los artículos posteriores, y son:

Ley (1090CC): son obligaciones que no se presumen, por lo que solo son exigibles las determinadas en el Código Civil y en otras Leyes Especiales. El supuesto de hecho para su existencia, por lo tanto, es el nacimiento de una ley que fija y determina expresamente una obligación. Estas obligaciones se rigen por la ley que las crea y, en su defecto, por el Código Civil.

Contrato (1091CC): son obligaciones que solo tienen fuerza de ley entre las partes (1257.1CC, principio de relatividad de los contratos: "los contratos solo surten efecto entre las partes y sus herederos"), y que deben cumplirse al tenor de los contratos de los que nacen.

Delito o Falta (1092CC): son obligaciones que se rigen por las disposiciones 109-115 del Código Penal, donde se ubicaron bajo el incorrecto término de "responsabilidad civil derivada de delito" a causa de la tardía redacción del Código Civil.

Responsabilidad Civil Extracontractual (1093 CC): también reguladas en los artículos 1902-1920 del Código Civil, son aquellas obligaciones que surgen de los actos y omisiones en los que acontezca culpa o negligencia y generen daño a otro (daño que, obviamente, se debe reparar). La noción de responsabilidad extracontractual es una de las zonas grises del Derecho, así que nosotros la definiremos como "aquella responsabilidad en la que deudor y acreedor se conocen a raíz de la provocación de un daño".

Cuasicontratos (1887CC): se considera así a los hechos lícitos y puramente voluntarios de los que resulta obligado su autor para con un tercero y, a veces, una obligación recíproca entre los interesados. Los dos casos regulados en el Código Civil son:

o Gestión de los negocios ajenos sin mandato (1888CC): el tercero queda obligado si ratifica la gestión del otro o se beneficia de ella.

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o Cobro de lo indebido (1895CC): aquella situación en que se recibe alguna cosa que no había derecho a cobrar y que por error ha sido indebidamente entregada da lugar a una obligación de restituir la misma.

La doctrina más moderna, sin embargo, nos dice que la figura de los cuasicontratos es anticuada e inútil, por lo que engloba la gestión de los negocios ajenos sin mandato dentro del contrato de mandato y el cobro de lo indebido en la regulación del enriquecimiento injustificado.

Estas fuentes, sin embargo, cambiarían de llevarse a cabo la Propuesta de Modernización de la Comisión de Codificación, que en su artículo 1092 considera fuentes de obligaciones: los contratos, los daños por los que se responde extracontractualmente, la gestión de negocios ajenos sin mandato y el cobro de lo indebido (sin utilizar el vocablo cuasicontrato), y la promesa unilateral de prestación*. Según esta definición, pues, no entran en las fuentes los delitos y faltas (pues los incluye en la responsabilidad extracontractual).

*La promesa unilateral de prestación es una figura a la que la Propuesta de Modernización dedica algunos artículos y que la doctrina reciente ha aplicado, a pesar de no estar en el Código Civil. Esta consiste en el surgimiento de una obligación a través de una declaración de voluntad unilateral, sin necesidad de que la otra parte acepte, y solo se da en dos casos:

Promesa Pública: esta, para obligar, debe tener carácter público y perseguir un determinado resultado o una actividad. La recompensa puede ser pecuniaria, en especies... y el prominente está obligado a entregarla a quien alcance el objetivo o cumpla con la actividad, incluso si no supiere de la promesa. Si cumplen varios, la jurisprudencia tiende a fallar a favor de quien primero se lo comunicase al promitente. La única forma de liberarse de esta obligación es la revocación de la recompensa, que, para ser efectiva, debe ser tan pública como lo fuera en su momento la promesa, además de anterior al cumplimiento.

Concurso con premio: es una modalidad de la promesa pública en la que el prominente debe elegir entre las distintas personas que han desarrollado la actividad o alcanzado el objetivo exigidos.

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Tema 2. Los sujetos de la relación obligatoria

Como hemos visto en el tema anterior, en la relación obligatoria encontramos dos partes, la deudora y la acreedora. Esto no significa, sin embargo, que solo podamos hablar de dos personas: en ambas posiciones podemos encontrar pluralidad de sujetos. Así, cuando se da en la parte acreedora, se considera que hay pluralidad en la parte activa; si en la deudora, pasiva; y, si se da en ambas, mixta.

Esta multiplicidad de sujetos, lógicamente, requiere de una organización. En este sentido, el Código Civil recoge tres formas (posibles en ambas partes): solidaridad, mancomunidad y parciariedad/mancomunidad divisible. Adelantemos algunas de sus características:

1. Solidaridad: cualquiera de los acreedores tiene la facultad de exigir al deudor el cumplimiento de la prestación por entero (solidaridad activa), o cualquiera de los deudores puede ser obligado a realizar la prestación por entero (solidaridad pasiva).

2. Mancomunidad: el deber de prestación tiene que ser exigido por la totalidad de los acreedores (mancomunidad activa), o ser cumplido por entero por la totalidad de los deudores (mancomunidad pasiva).

3. Parciariedad: se considera el crédito dividido en tantos créditos independientes como acreedores hubiere, pudiendo cada uno exigir su parte (parciariedad activa); o se divide la deuda en tantas deudas independientes como deudores hubiere, de tal modo que solo se le puede exigir el cumplimiento de su parte.

Aparte de estos existen otros regímenes especiales, como la sociedad de gananciales (en casos de matrimonio). Sin embargo, por ahora nos centraremos en los regímenes generales.

Debemos entonces preguntarnos cómo determinar en cada caso concreto el régimen que se aplica. Para responder, deberemos atender a tres claves:

Principio de no presunción de la solidaridad: la doctrina ha venido a matizar que no tiene por qué hablarse expresamente de solidaridad, pero es necesario que del texto se desprenda la clara voluntad de las partes de unirse en un régimen de este tipo.

Carácter divisible o indivisible de la prestación (es indivisible cuando es una obligación de dar un cuerpo cierto, cuando no es susceptible de cumplimiento parcial o cuando, incluso siéndolo, así se haya convenido).

Presunción, a falta de pacto, de la parciariedad (1138CC).

O, en forma de esquema:

Obligación:

Divisible:

No pacto: parciariedad

Pacto: mancomunidad, solidaridad o parciariedad

*Naturaleza de la obligación: mancomunidad (casos especiales, como una herencia a la que son llamados varios herederos)

Indivisible:

No pacto: mancomunidad

Pacto: solidaridad o mancomunidad

*Norma jurídica: solidaridad (en algunos casos)

Aclarado este punto, conviene ahora profundizar en los regímenes generales antes mencionados.

1. Solidaridad:

A nivel de relación interna (aquella que se establece entre la pluralidad de sujetos dentro de una de las partes) encontramos que, en la solidaridad activa, el acreedor que cobre la prestación en su totalidad queda obligado para

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con los otros; y, en la pasiva, que el deudor que cumple con la obligación queda facultado para exigir a los otros deudores sus correspondientes partes de la deuda. Esto significa que, en la solidaridad, las personas tienen una legitimación (activa o pasiva) más amplia que la de su efectiva participación en el crédito o la deuda.

De los tres regímenes, se considera que la solidaridad es el más grave y oneroso, pues en la activa cualquiera puede llevárselo todo (lo que supone un riesgo, aunque luego se le pueda reclamar) y, en la pasiva, cualquiera puede ser exigido cumplir con el total de la deuda. Sin embargo, también es cierto que aporta algunas ventajas: activamente, al deudor, que se puede liberar pagando a cualquiera de los acreedores; y, pasivamente, al acreedor, que tiene mayores garantías para cobrarse la deuda.

Los dos principios que rigen la solidaridad son:

Principio de no presunción de la solidaridad (1137CC): como ya hemos visto, la jurisprudencia del Tribunal Supremo ha suavizado bastante este principio. Primero, al no exigir que se especifique expresamente el régimen de solidaridad, y segundo, al aplicarlo en casos de solidaridad pasiva (con finalidad protectora) y en casos de responsabilidad civil extracontractual cuando se desconozca quién de un grupo pudiere haber causado el daño (este es el único caso que contemplamos de solidaridad impropia, aquella que no viene dada por pacto o ley).

1140CC: la solidaridad puede existir aunque los deudores y acreedores no estén ligados del propio modo y por unos mismos plazos y condiciones.

Por último, debemos interesarnos por las normas concretas que rigen cada tipo de solidaridad.

Solidaridad Activa: para comprender sus reglas hay que distinguir entre la relación externa e interna.

A nivel externo, desde el punto de vista de los acreedores: cualquiera de los acreedores se encuentra individualmente facultado para exigir y recibir del deudor el cumplimiento de la prestación debida; cualquiera de los acreedores puede ejercer individualmente actos conservativos del crédito; y cualquier acreedor puede, individualmente, realizar actos dispositivos del crédito (1141CC: su único límite es no prejudicar con ellos a los otros acreedores, pero la jurisprudencia ha venido a considerar que a nivel externo sí que puede hacerlo, aunque al hacerlo queda, a nivel interno, obligado a reparar a los otros acreedores). Y, desde el punto de vista de deudor: se puede liberar enteramente de la obligación con pagar a uno de sus acreedores; y está facultado para elegir a quién pagar (1142CC: el deudor pierde esta facultad cuando es judicialmente demandado por alguno de los acreedores, al que está obligado a pagar).

A nivel interno, únicamente necesitamos conocer dos reglas: el reparto de lo cobrado, y la satisfacción al resto de los acreedores de lo que habrían cobrado de no haber realizado uno de los acreedores el hipotético acto perjudicial.

Solidaridad Pasiva: de nuevo, debemos separar la relación interna y externa.

A nivel externo, tenemos que atender a varios principios: primero, que cualquiera de los deudores responde por la totalidad de la deuda; segundo, que cualquiera puede pagar por entero, con efectos liberatorios para los demás deudores; tercero, el principio de ius electionis, o sea, que el acreedor puede elegir a qué deudor reclamarle la deuda; cuarto, el principio del ius variandi, es decir, que el acreedor puede dirigirse a cada uno de los deudores uno detrás de otro hasta que vea su deuda satisfecha, incluso si ha reclamado judicialmente a alguno de ellos; quinto, el principio de comunicación de la culpa, que se traduce en que, aunque uno de los deudores imposibilite el cumplimiento de la prestación, todos responden del valor de la misma ante el acreedor; sexto, que, en caso de constitución en mora (retraso al pagar sumado a una intimación judicial), todos compartes las consecuencias que esto conlleva; séptimo, que el acreedor puede interrumpir la prescripción con avisar a uno solo de los deudores (según el 1974CC, aunque ha sido matizado por el TS, que considera que no es así en casos de responsabilidad impropia); octavo, que, según el 1148CC, cualquiera de los deudores al que se le reclame la deuda puede interponer todas las excepciones (medios de defensa que el deudor puede interponer frente a la reclamación del acreedor) que derivan de la naturaleza de la obligación (excepciones reales), las personales y personalísimas (minoría de edad e incapacitación) que le correspondan, y las personales que correspondan a los otros deudores en la medida en que se le reclame la proporción de deuda de los otros (no así las puramente personales).

A nivel interno: la deuda se considera dividida entre los deudores (en principio, y a falta de pacto, en partes iguales), por lo que, si uno paga el total de la deuda, adquiere una acción de reembolso contra los restantes por sus

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partes de la deuda más los intereses de pronto cumplimiento (evitando así el enriquecimiento injustificado de los otros); en él se subroga, además, la posición del acreedor (1212CC), de tal forma que adquiere todos los derechos anexos a la misma, como exigir el pago a un fiador; las excepciones reales que el deudor que paga no haya opuesto, aún pudiendo, se las pueden oponer los otros deudores a nivel interno; en casos de insolvencia de uno de los deudores, su parte será, según el 1145.IIICC, cubierta por los otros deudores a prorrata de su participación en la deuda; en casos de incumplimiento culposo, el deudor negligente puede ser objeto de acciones por parte de los otros deudores para resarcirse. En cuanto a la quita o remisión de la deuda, debemos considerar dos casos: que el acreedor perdone la totalidad de la deuda (para lo que basta con informar a uno de los deudores para liberar a todos); o que perdone solo a uno de los deudores, en cuyo caso, y si luego reclamase a otro de los deudores el total de la deuda, habrá que considerar si este estaba informado de la quita (en cuyo caso debió oponer la excepción correspondiente, por lo que el deudor perdonado no está obligado a pagarle y adquiere una acción contra el enriquecimiento injustificado contra el acreedor) o no lo estaba (en cuyo caso, el deudor perdonado sí debería pagarle, y sería este quien adquiriría la acción contra el enriquecimiento injustificado). A nivel procesal, es importante señalar que la LEC no contempla si una sentencia positiva que obtiene el acreedor contra uno de los deudores tiene efectos de cosa juzgada para con los otros deudores que no formaron parte del proceso. Y, en cuanto a la ejecución forzosa, el título ejecutivo judicial vale solo contra el deudor al que se dirige el mismo, mientras que el extrajudicial tiene fuerza contra quienes aparezcan mencionados en el mismo como deudores solidarios.

2. Mancomunidad:

Apenas está regulada en el Código Civil, así que se aplican análogamente las normas de la comunidad de bienes (392ss.CC), lo que se concreta en unas normas distintas según la vertiente que consideremos.

Mancomunidad Activa: los acreedores deben reclamar el crédito y realizar actos que les perjudiquen y de disposición del crédito conjuntamente. Independientemente solo pueden realizar los actos que beneficien a todos.

Mancomunidad Pasiva: las reglas básicas en este régimen son que el acreedor debe proceder conjuntamente contra todos los deudores, judicial o extrajudicialmente; que el incumplimiento de uno de los deudores mancomunados se considera incumplimiento total, aunque los otros deudores que estaban dispuestos a cumplir solo responderán ante el acreedor hasta el límite del precio de la cosa o prestación (en la indemnización que se imponga por el incumplimiento); y que opera la regla de la no cobertura de la insolvencia (seguramente en relación con la susodicha indemnización).

3. Parciariedad: nos remitiremos a las normas antes mencionadas, pues no hay mucho más que decir.

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Tema 3. El objeto de la relación obligatoria

La prestación consiste en un comportamiento, que debe ser posible, lícito y determinado. Sin embargo, hay diversas clasificaciones.

El 1088CC dice que toda obligación consiste en dar, hacer o no hacer:

Dar: son aquellas obligaciones en las que el deudor se obliga a entregar una cosa. Están reguladas en los artículos 1094CC, 1095CC y 1097CC, referidos a:

o Frutos (1095CC): el acreedor tiene derecho a los frutos desde que surge la obligación de entregar la cosa, aunque el derecho real sobre ella no surgirá hasta la entrega.

o Bienes accesorios (1097CC): la entrega debe incluir la de sus bienes accesorios, aunque no se mencionasen, sea por ley o porque el bien se entregó con los mismos.

o Deber de custodia (1094CC): hasta el momento de entrega de la cosa, el deudor está obligado a conservarla con la diligencia correspondiente.

Hacer: en estas obligaciones, el deudor se obliga a desarrollar una actividad para satisfacer el interés del deudor. Tradicionalmente, estas obligaciones se han subclasificado en otras dos categorías:

o Según quién debe cumplirla, podemos hablar de obligaciones fungibles o no personalísimas (donde la actividad del deudor es sustituible o intercambiable) y de obligaciones infungibles o personalísimas (en las que es necesario no solo que se desarrolle una actividad, sino que lo haga precisamente el deudor).

o Según qué sea necesario para que se considere la obligación satisfecha , consideramos que hay obligaciones de medios (del deudor se exige que despliegue una pura actividad de acuerdo con la diligencia exigible, y cumple con el despliegue de la misma con diligencia, sin importar si alcanza o no el objetivo) y obligaciones de resultado (en las que no basta con que el deudor despliegue toda la diligencia exigible, sino que también es necesario que se cumpla con el objetivo determinado).

No hacer: en ellas, el deudor se obliga a omitir una actividad (un acto, material o jurídico). Dentro de estas, podemos distinguir entre:

o Obligaciones puramente de no hacer ( in non faciendo ): el deudor está obligado a no hacer determinada cosa.

o Obligaciones de soportar o de tolerancia ( in patiendo ): el deudor está obligado a soportar un comportamiento del acreedor.

Otra distinción importante nos refiere a obligaciones:

Específicas: aquellas en las que el deudor se obliga a entregar una cosa concreta y determinada, y solo cumple al entregar esa misma cosa. En este caso, según el 1182CC, la obligación se extingue si la cosa se pierde fortuitamente antes de que el deudor sea puesto en mora.

Genéricas: la cosa que el deudor está obligado a entregar está determinada por su pertenencia a un género, entendiendo como tal un conjunto más o menos amplio de cosas que tienen unas características en común. El Código Civil se ocupa de ellas en varios artículos:

o 1096.IICC: se puede exigir el cumplimiento a expensas del deudor.

o 1167CC: si no se especifica la calidad de la cosa, se presume una calidad media, no pudiendo el acreedor exigir una calidad superior ni el deudor entregar una inferior.

o 1182CC ( a sensu contrario ): es el principio de genus numquam perit, o sea, que si la cosa se pierde fortuitamente el riesgo corre a cargo del deudor.

o La especificación: es el acto por el cual una deuda pasa de ser genérica a específica, rigiéndose entonces por sus normas. El encargado de hacerlo, salvo que se acuerde lo contrario o los usos lo desmientan, es el deudor, y el momento en el que acontece depende del supuesto en el que nos encontremos:

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Entrega efectiva: en estos casos, el deudor entrega directamente la cosa al acreedor, por lo que la especificación se produce en el momento de la entrega efectiva.

Remisión: aquí el deudor entrega la cosa al acreedor a través de otra(s) persona(s), por lo que la especificación se produce en el momento en que pone la cosa en manos del primer porteador.

Puesta disposición: aquí se considera que la especificación acontece cuando el deudor tiene la cosa y avisa al acreedor.

Género limitado: aquí la cosa a entregar se determina por la pertenencia a un género, además de alguna otra característica. Esto reduce en cierta medida el campo de aplicación del genus numquam perit, pero no del todo.

Una última clasificación nos habla de obligaciones alternativas y con facultad alternativa.

Alternativas (1131-1136CC, 874CC): son aquellas en las que hay una pluralidad de prestaciones, estando el deudor obligado a cumplir solo una de ellas (debe hacerlo por entero, no vale con partes de varias prestaciones). Aquí la elección (que es un derecho potestativo o de configuración jurídica) la toma, según el 1132CC, el deudor, salvo que se pacte que lo haga el acreedor (o, incluso, un tercero, o el azar). Además, y según se desprende de los artículos 1133 y 1136.ICC, la elección se considera una declaración de voluntad de carácter recepticio, irrevocable, y cuyo efecto básico consiste en la transformación de la obligación alternativa en una obligación normal (el deudor debe cumplir esa obligación, no otra, ni parte de una y de otra). ¿Qué pasa entonces cuando una de las obligaciones se vuelve imposible? La respuesta la encontramos en los artículos 1135 y 1136CC:

o Si la facultad de elección correspondía al deudor:

Y la cosa se pierde por caso fortuito:

Y solo se pierde una o varias de las alternativas: el deudor conserva la facultad de elegir entre las restantes.

Y se pierden todas las alternativas: el deudor queda liberado de la obligación.

Y la cosa se pierde por culpa del deudor:

Y solo se pierde una o varias de las alternativas: el deudor conserva la facultad de elegir entre las restantes.

Y se pierden todas las alternativas: el deudor está obligado a pagar el valor equivalente de la última cosa perdida.

o Si la facultad de elección correspondía al acreedor:

Y la cosa se pierde por caso fortuito:

Y solo se pierde una o varias de las alternativas: el acreedor conserva la facultad de elegir entre las restantes.

Y se pierden todas las alternativas: el deudor queda liberado de la obligación.

Y la cosa se pierde por culpa del deudor:

Y solo se pierde una o variad de las alternativas: el acreedor elige entre el resto de las alternativas o el precio de la que se hubiere perdido.

Y se pierden todas las alternativas: la elección del acreedor recae sobre su precio (léase, elige entre los precios de todas las alternativas).

Con facultad alternativa: son aquellas en las que hay una única prestación, pero en el momento del pago el deudor puede liberarse con una prestación distinta. La forma más fácil de distinguirlas de las obligaciones alternativas es que aquí, si se pierde la prestación, el deudor queda liberado sin necesidad de pagar esta segunda prestación.

Nos interesa ahora centrarnos en las obligaciones pecuniarias, una vertiente de la obligación de dar en la que lo entregado es una suma de dinero. En estos casos, la duda más importante que debemos resolver es qué cantidad de

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dinero hay que pagar, es decir, si los cambios de valor del dinero afectan o no a la cantidad a entregar. A esta pregunta, la doctrina nos ofrece dos respuestas:

Nominalismo: esta corriente considera que el deudor cumple entregando el mismo número de unidades monetarias pactadas, sin importar que cambie el valor del dinero.

Valorismo: estos doctrinarios opinan que el deudor debe entregar in poder adquisitivo equivalente al de las unidades pactadas cuando se acordó la obligación pecuniaria.

Los ordenamientos jurídicos más modernos han tendido a esta última vertiente. Sin embargo, y como ya hemos mencionado, nuestro Código Civil está obsoleto, así que opta por el Nominalismo. La doctrina también ha favorecido esta vía, aunque con medidas correctoras, que pueden ser de origen convencional o legal:

Legales: son decisiones del legislador ante determinadas situaciones graves de revalorizar el valor de los créditos (puntual y excepcional).

Convencionales: pactadas por las propias partes, pueden ser de dos tipos:

o Cláusulas de estabilización: en el momento de constituir la obligación, ambas partes fijan la proporción que existe entre la suma pactada y otro índice (moneda extranjera, oro...), de tal forma que a la hora del pago esta deba ser la misma.

o Cláusula rebus sic stantibus ("estando así las cosas"): si acontece un cambio imprevisible, sobrevenido y que quebranta la economía de la relación en las circunstancias, se pueden adaptar las condiciones del contrato o incluso llegar a la resolución.

El pago de las deudas pecuniarias se menciona en el 1170CC, que nos refiere al pago mediante la entrega de un documento mercantil (léase, cheques, pagarés, etc.). Este solo puede realizarse con el consentimiento del acreedor, y sólo se considera realizado en el momento en que el documento se haga efectivo (salvo que haya sido perjudicado por culpa del acreedor). Esto significa que hay un plazo entre la entrega y el cobro durante el cual la acción derivada de la obligación primitiva se paraliza, es decir, que el acreedor no puede reclamarle otra vez el pago.

Muy relacionadas con estas deudas están las deudas de intereses, una subdivisión de las deudas pecuniarias clasificada como fruto civil y una obligación accesoria, donde la principal es devolver el capital. Las deudas de intereses se clasifican según dos criterios:

Causa:

o Remuneratorios: los intereses que genera en el patrimonio del deudor deben ser entregados también, es decir, se remunera el disfrute del capital.

o Moratorios: su finalidad es indemnizar el daño que sufre el acreedor como consecuencia del retraso en el pago. Estos están regulados de forma general en el 1108CC, y de forma específica en otros artículos: en el 576LEC la mora procesal, y en el 20 de la Ley 50/1980 el contrato de seguro.

Fuente:

o Legales: se producen cuando la obligación de pago se encuentra establecida en la ley, y su cuantía se establece anualmente en la Ley de Presupuestos Generales del Estado (4% para remuneratorios, 5% los moratorios).

o Convencionales: pactados por las partes, en principio hay libertad para fijar el porcentaje, pero esta libertad tiene límites. En la Ley de Represión de la Usura (1908) se establece que un interés es usurario si es notablemente superior al interés legal del dinero, y notablemente desproporcionado en relación con las circunstancias del caso.

Dentro de las deudas de intereses, conviene hablar del anatocismo, o sea , los intereses de intereses: los intereses se calculan sobre el capital, sobre el que se vierten los intereses ya devengados. De nuevo, hay que distinguir entre:

Legal (1109CC): es necesario que hayan vencido y que hayan sido judicialmente reclamados, aunque las partes no lo pactasen.

Convencional: se pueden pactar, aunque con límites (también en la Ley de Represión de la Usura).10

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Las obligaciones, como ya vimos, pueden ser divisibles o indivisibles, sin que su carácter divisible altere el régimen de cumplimiento. Otra clasificación que conviene recalcar ahora es la que distingue entre deudas principales y accesorias (aquellas que cumplen una función de servicio a la obligación principal). Además, y ya para terminar, nos interesa explicar una última distinción, la que nos habla de obligaciones unilaterales y bilaterales. Las bilaterales son aquellas en las que surgen obligaciones y derechos a cargo de ambas partes; las unilaterales, por el contrario, solo generan obligaciones a cargo de una de las partes. Dentro de las bilaterales, además, distinguimos entre:

Recíprocas/sinalagmáticas: aunque no están definidas en el Código Civil, sí que se refieren a ellas algunos artículos, y su ejemplo más claro es la compraventa. El sinalagma (nexo que existe emtre ambas prestaciones) puede ser:

o Genético: la causa por la que una parte acepta sacrificios es porque la otra también se sacrifica en su beneficio.

o Funcional: ambas prestaciones se cumplen simultáneamente.

Imperfectas: son aquellas que, aunque originalmente son unilaterales, pueden volverse bilaterales (ej., el depósito si surgen pagos que corran a cargo del depositante).

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Tema 4. El término y la condición en la relación obligatoria

Al hablar de tiempo en una relación obligatoria podemos estar refiriéndonos a varias cosas. Por ejemplo, podemos referirnos a si una obligación es de tracto único (puntual) o duradero (constante), o al momento en que termina la prestación, o al momento en el que es exigible. Es este último caso, sin embargo, el que nos interesa ahora para hablar de las obligaciones a plazo.

Las obligaciones a plazo, reguladas en 1125-1130CC, son aquellas en las que el deudor debe cumplir el día que se haya señalado, momento a partir del cual el acreedor puede exigirle la prestación. A su vez, distinguimos entre:

Las sometidas a un término cierto: el pago se fija para una fecha concreta.

Las sometidas a un término incierto: en estas se sabe que el día del pago llegará, pero no hay una fecha exacta.

Como se puede ver, en ambos casos hay certidumbre de que el día va a llegar. Esto las distingue de las obligaciones condicionales, en las que no hay tal certeza, y de las obligaciones puras, que no están sometidas a ningún plazo. Veamos ahora cómo se regulan estas obligaciones a plazo.

En primer lugar, deberemos considerar qué sucede si el deudor paga antes de plazo. El 1126CC nos dice que, en estos casos, el deudor no puede exigir que se le devuelva lo pagado, pues le corresponde al acreedor y no se le puede reclamar. Sin embargo, si el deudor desconocía el plazo sí que puede exigirle al acreedor los intereses que habría generado lo pagado en el tiempo entre el cumplimiento efectivo y el plazo fijado.

En segundo lugar, para saber a quién se beneficia del plazo, debemos recurrir al 1127CC, que nos dice que, salvo pacto en contrario, se considera puesto en beneficio del deudor y del acreedor. Pero, ¿qué significación tiene que el plazo se fije en beneficio de uno u otro, o de ambos?

Si se fija en beneficio de ambos, ni el acreedor podrá exigir el cumplimiento ni el deudor imponerlo antes de tiempo.

Si se fija en beneficio del acreedor, este podrá exigir el pago antes de plazo, pero el deudor no puede imponérselo.

Si se fija en beneficio del deudor, este podrá imponerle el cumplimiento al acreedor antes de que venza el plazo, pero el acreedor no podrá exigírselo.

En tercer lugar, conviene hablar del plazo tácito al que se refiere el 1128CC. Como tal se entiende el plazo que, aunque no se fijase en la obligación, se deduce que sí se quiso poner, bien por la naturaleza de la obligación, bien por el texto en que se plasmare esta. En estos casos, así como cuando la determinación del plazo quede sujeta a la voluntad del deudor, serán los Tribunales los que lo fijen.

En cuarto lugar, debemos hablar del vencimiento anticipado. Contemplado en el 1129CC, supone, para el deudor, la pérdida de utilización del plazo antes de su vencimiento (ergo, solo puede acontecer si el plazo estaba fijado en su favor o en el de ambos). Este se puede dar por varias razones: cuando el deudor resulte insolvente después de contraer la obligación (salvo que garantice), cuando no entregue las garantías a las que se hubiere comprometido, o cuando por sus propios actos disminuya el valor de las garantías después de establecidas (o desaparezcan fortuitamente), salvo que las sustituya por otras nuevas e igualmente seguras.

Por último, y a modo de mención, es importante señalar que, en algunas obligaciones, el plazo puede ser una parte esencial de las mismas. En estos casos, el plazo que se fija es inamovible, y el cumplimiento tardío no satisface al acreedor.

Explicada la regulación de las obligaciones a plazo, pasemos ahora a explicar las ya mencionadas (aunque brevemente) obligaciones condicionales. Estas, reguladas en 1113-1123CC (no el 1124CC, según la jurisprudencia y doctrina recientes, que lo relacionan con las obligaciones sinalagmáticas), son, como ya dijimos, aquellas obligaciones en las que hay incertidumbre sobre la llegada o no del día en que hay que cumplir. Es decir, que la eficacia de la obligación depende de un suceso futuro e incierto (incertidumbre objetiva), o de uno pasado que las

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partes ignoran (incertidumbre subjetiva). Esta condición se dará por cumplida cuando devenga imposible a causa de la actuación voluntaria del obligado (1119CC).

Dentro de estas encontramos varias clasificaciones:

Según de qué dependa el cumplimiento del evento:

o Obligaciones condicionales potestativas: la realización del suceso depende de la voluntad fe una de las partes. Se distingue, a su vez, entre:

Puramente potestativas (1115CC): dependen de la exclusiva voluntad del deudor, y en consecuencia son nulas.

Simplemente potestativas: dependen de la voluntad del deudor y de otros hechos externos, por lo que no son nulas.

o Obligaciones condicionales casuales: la realización del suceso depende de la suerte, del azar o de un tercero.

o Obligaciones condicionales mixtas: la realización del suceso depende tanto de la voluntad de las partes como del azar, la suerte o un tercero.

Según su validez o no:

o Obligaciones condicionales imposibles, inmorales o prohibidas (1116CC): son nulas.

o Obligaciones condicionales posibles, morales y permitidas (1116CC, a sensu contrario): son válidas.

Según los efectos del cumplimiento de la condición:

o Obligaciones condicionales sometidas a condición resolutoria: la realización de la condición revoca el derecho ya adquirido. Esta resolución puede ser absoluta, cuando borra todos los efectos producidos (típico en las obligaciones de tracto único), o relativa, cuando solo extingue para el futuro la relación (con unos deberes anejos de liquidación, pero sin borrar todos los efectos; típico en las obligaciones de tracto sucesivo).

o Obligaciones condicionales sometidas a condición suspensiva: la adquisición del derecho depende de que la condición se cumpla. Tenemos, por lo tanto, una fase de pendencia que se extiende desde que se constituye la obligación hasta que sucede (o se vuelve imposible) el hecho incierto, según el 1121CC. Durante este plazo:

Acreedor: no es titular definitivo de un derecho, pero tiene la titularidad de un derecho eventual que le proporciona cierta protección (ejercer acciones que le protejan para que, si llega a ser titular definitivo, el derecho se pueda cumplir) y poder de disposición (posibilidad de ceder el derecho a otro).

Deudor: tiene poder de disposición sobre la cosa, aunque sus negocios están a merced de lo que finalmente suceda. El deudor tiene durante esta fase derecho de repetición del pago anticipado (es incierto si llegará realmente a ser deudor, se le permite repetir el pago, o sea, recuperar lo pagado), así como el deber de diligente conservación de la cosa, con independencia de su destino final.

Si no se pacta un plazo máximo para que la condición se cumpla, solo se deberá esperar el tiempo que verosímilmente se hubiese querido señalar atendiendo a la naturaleza de la obligación (1118.2CC).

Una vez cumplida la obligación, termina la fase de pendencia y surge una obligación de dar que se retrotrae hasta el momento de establecimiento de la obligación, regulada en 1120 y 1122CC. En estos casos, puede ser que:

Haya deterioros: si son por obra de la naturaleza o del tiempo, deberá ser el acreedor quien los cubra. Si, por el contrario, son por culpa del deudor, el acreedor podrá optar por la resolución o por el cumplimiento, pero en cualquier caso podrá exigir una indemnización por daños y perjuicios.

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Hay mejoras: de nuevo, si son por obra de la naturaleza o del tiempo, beneficiarán al deudor, mientras que si son por obra del deudor será él quien se beneficie (aplicación analógica de 487 y 488CC, sobre usufructuario: no podrá exigir una indemnización, pero podrá retirar las mejoras).

Haya frutos e intereses: a pesar de la retroactividad de las obligaciones condicionales, cuando la obligación imponga prestaciones recíprocas a los interesados estos se compensan. Esto significa, visto con un ejemplo, que los frutos que pueda generar una finca vendida se compensan con los intereses del dinero a pagar por ella.

Haya imposibilidad sobrevenida de entregar la cosa: si es fortuita, el deudor queda liberado; si es por su culpa, por el contrario, deberá pagar al acreedor una indemnización por daños y perjuicios.

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Tema 5. El cumplimiento de la obligación y sus subrogados

El pago es, según el 1156CC, una de las formas de extinguir la relación obligatoria, consistente en el cumplimiento exacto de la obligación contraída. Para comprenderlo, debemos estudiar sus sujetos y su objeto:

1. El solvens :

En principio, quien puede pagar con efectos liberatorios es el deudor. Sin embargo, también pueden hacerlo su representante legal, el representante voluntario, el heredero del deudor (si la obligación es transmisible) o, incluso, un tercero (salvo en obligaciones personalísimas de hacer, según el 1161CC). Este último caso es el que más atención requiere, pues debemos ver qué vías tiene para recuperar lo pagado.

Si el tercero paga con conocimiento y aprobación por parte del deudor: adquiere una acción subrogatoria (1210.2ºCC), por lo que se sitúa en la posición del deudor (1212CC, se le transfiere el crédito con todos los derechos a él anexos); además, obtiene una acción de reembolso (1158.IICC). Sin embargo, no puede utilizar ambas vías a la vez, pues estaría reclamando el pago dos veces.

Si el tercero paga ignorándolo el deudor: únicamente adquiere una acción de reembolso (1159CC).

Si el tercero paga en contra de la expresa voluntad del deudor: según el 1158.II y IIICC, solo puede reclamarle la devolución en aquello que le haya sido útil al deudor (acción de repetición).

(Además, en estos dos últimos casos, el deudor puede oponer al tercero las excepciones que podría haberle opuesto al acreedor)

El 1160CC nos habla de la capacidad que se le exige al solvens para poder pagar en aquellas obligaciones en las que el cumplimiento implica la transmisión de la propiedad o de la titularidad de un derecho. En estos casos, necesita tener libre disposición sobre la cosa debida, capacidad legal para enajenarla y ser su propietario. De no cumplirse estas condiciones, el pago no es válido y no libera, lo que genera una acción de repetición para recuperar lo pagado, salvo cuando, en pagos de dinero o cosas fungibles, el acreedor lo haya consumido de buena fe.

2. El accipiens :

El pago puede recibirlo, en principio, el acreedor. También pueden hacerlo la persona autorizada por el acreedor (1162CC), el acreedor aparente (1164CC: este tiene que estar en posesión del crédito, y el deudor debe pagarle de buena fe), o incluso un tercero (1162.IICC), si pagarle a él tuviera utilidad para el acreedor.

En el caso del accipiens, de acuerdo con el 1163.ICC, la capacidad que se le requiere es la exigida para administrar sus bienes; pero, incluso si fuera incapaz, también podría recibirlo si se hubiese convertido en su utilidad.

3. El objeto del pago:

Para que un pago sea válido y libere al deudor es necesario que sea exacto (1157CC), para lo que debe cumplir con la identidad y la integridad del pago:

Identidad (1166CC): en las obligaciones de dar, el deudor no puede imponer el pago con otra cosa que no sea la debida, aún cuando esta fuere de igual o mayor valor que aquella (1166.ICC); en las obligaciones de hacer, tampoco un hecho podrá ser sustituido por otro contra la voluntad del acreedor (1166.IICC).

Integridad (1169.ICC): salvo que esté expresamente pactado, el pago parciario de las prestaciones en que consista la obligación no podrá imponérsele al acreedor.

Debemos ahora estudiar la imputación de pagos (1172-1174CC), es decir, qué deuda debemos considerar que está pagando el deudor si tiene varias de la misma especie con el acreedor. En otras palabras, las condiciones para encontrarnos en esta situación son: que haya pluralidad de deudas entre el acreedor y el deudor, procedentes de diferentes relaciones obligatorias (esto último es discutible; ej., retraso de varios meses en el alquiler); que sean de la misma especie (en consecuencia, solo puede suceder con obligaciones genéricas y pecuniarias); y que hayan vencido.

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En principio, en estos casos es el deudor el que decide qué deuda está pagando en el momento del cumplimiento; e, incluso si no lo hace, el acreedor solo puede elegirlo si cuenta con el consentimiento del deudor (este debe aceptar del acreedor el recibo en que se hiciese la aplicación del pago; e incluso si lo acepta, podrá impugnarlo si hubiera una causa válida). Y, en aquellos casos en los que ninguno de los dos diga nada, se considerará imputado el pago a la más onerosa o, de serlo todas por igual, a todas a prorrata.

Por último, y con respecto al caso especial de las deudas de intereses, el 1173CC nos dice que no se podrá considerar pagado el capital hasta que se hayan cubierto los intereses (aunque admite pacto en contrario).

Sin embargo, y como ya hemos mencionado, hay otras formas de extinguir la obligación aparte del pago, figuras que hacen las veces de cumplimiento: los subrogados del pago. Estos son:

Consignación (1176-1181CC): esta se da en casos en los que el deudor no consigue pagarle al acreedor porque este no quiere recibir el pago. Para que uno pueda considerarse liberado de la obligación en estos casos, es necesario que se cumplan una serie de reglas: haber ofrecido al acreedor el pago (que debe cumplir todos los requisitos) y que este lo haya rechazado sin razón; habérselo anunciado a las personas interesadas en el cumplimiento; haber depositado el pago en manos de la autoridad judicial; y haber pedido al juez la cancelación de la deuda (esta se le concederá si el acreedor acepta el pago o si el juez señala que este está bien hecho). Si retira la cantidad antes de que el acreedor la acepte o el juez señale que está bien hecho, no procederá la consignación. Si, después de que el juez lo señale, lo retira con autorización del acreedor, se considera que se crea una nueva deuda.

También procede la consignación sin necesidad de ofrecer el pago en cuatro supuestos (1176CC): cuando el acreedor esté ausente; cuando esté incapacitado (materialmente, no legalmente); cuando haya varias personas que pretenden tener derecho a cobrar; y cuando el título de la obligación se haya extraviado.

Compensación (1195-1202CC): el 1195CC la define como aquella situación en la que dos personas son recíprocamente acreedoras y deudoras, donde sus deudas se restan para reducir al máximo las transacciones de dinero innecesarias. Esta puede ser legal, voluntaria o judicial, pero aquí nos centraremos en el primer tipo, que solo puede operar cuando se cumplen las condiciones del 1196CC: que ambos sean acreedor y deudor principales de las deudas recíprocas; que las deudas consistan en una cantidad de dinero o en bienes fungibles de la misma calidad y especie; que ambas hayan vencido; que sean líquidas (se conozca qué y cuánto se debe) y exigibles; y que sobre ninguna de ellas exista contienda o retención promovida por terceros y notificada oportunamente al deudor. Se excluye en todo caso cuando deudor y acreedor así lo hicieren en sus relaciones, cuando alguna de las deudas proviniere de depósito o de las obligaciones del depositario o comodatario, o consistiere en entrega de alimentos debidos por título gratuito, o fuere inembargable. Respecto a cómo genera efectos la compensación (1202CC), encontramos dos interpretaciones distintas:

o La compensación opera ope legis, o sea, automáticamente una vez que se dan los requisitos.

o Para que opere, es necesario que alguno de los interesados emita una declaración de voluntad, que tendrá efectos retroactivos hasta el momento en que se dieron los requisitos para exigirla. Esta teoría es defendida por la doctrina mayoritaria, y encaja mejor con la idea extendida de que la compensación no es considerable de oficio.

Dación en pago (1175CC): consiste en la entrega de un bien en sustitución del pago pactado originalmente, para lo cual es necesario el acuerdo entre deudor y acreedor. Se considera que a través de este convenio se está produciendo una "novación" de la obligación, pero que no libera a los fiadores de la prestación primeramente convenida.

Remisión/Condonación de la deuda: consiste en que el acreedor, voluntariamente, decide no reclamar el crédito al deudor (que deberá aceptar esta condonación). Se presume que hay condonación de la deuda principal cuando se entrega al dejdor el documento privado justificativo del crédito, y de la accesoria de garantía cuando se entregue la cosa pignorada. Nuestro Código Civil solo considera la condonación con causa gratuita (1187-1191CC), además de distinguir entre la condonación expresa (que debe cumplir con los requisitos formales de la donación, en los artículos 632 y 663CC) y la tácita (se desprende del análisis de la voluntad de las partes).

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Confusión (1192-1194CC): esta se da cuando se reúnen en la misma persona las posiciones de acreedor y deudor de la misma deuda, lo que la extingue. El ejemplo más paradigmático de este subrogado es que el acreedor sea heredero del deudor, salvo que acepte la herencia a beneficio de inventario.

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Tema 6. El incumplimiento de la obligación y sus consecuencias

La premisa de la que partimos es que, actualmente, nuestro modelo de incumplimiento difiere bastante del plasmado en el Código Civil. El tratamiento que este le da es fragmentario (diseminado por varios artículos, algunos dirigidos solo a un tipo concreto de contratos...), por lo que no podemos hablar de un modelo unificado; por contraposición, la CISG, los PECL y el DCFR han perfilado un modelo que incluso la Propuesta de Modernización recoge, que el Tribunal Supremo ha utilizado en su jurisprudencia, y que los autores (especialmente Pantaleón y Morales Moreno) han defendido en su doctrina.

Este nuevo modelo pivota sobre dos pilares: el concepto unitario del incumplimiento, y un sistema integrado de remedios (cada uno con un supuesto de aplicación).

1. El concepto unitario de incumplimiento:

Se considera que hay incumplimiento cuando el deudor no cumple exactamente aquello que le es exigible de conformidad con la obligación (idea que el Código Civil no recoge, pero sí la Propuesta de Modernización en el artículo 1188). Lo que se traduce, en otras palabras, en que, desde el punto de vista del deudor, no se está realizando exactamente lo que le es exigible, mientras que, desde el punto de vista del acreedor, no se ve satisfecho su interés.

En este modelo, se considera que el incumplimiento puede manifestarse en las siguientes tres maneras:

El retraso en el cumplimiento : se trata de un retraso en el pago que, sin embargo, al producirse sí que satisface los intereses del acreedor. Debemos, a su vez, distinguir dentro del retraso entre la mora y la mora automática:

o Mora (1100CC): requiere, por parte del acreedor, la intimación del deudor. Es decir, que debe requerirle para que cumpla, judicial o extrajudicialmente. Esta declarción de voluntad es de carácter recepticio, por lo que, para que surta efectos, es necesario que llegue (o por lo menos intentarlo con diligencia) al deudor. Además, solo puede haber mora en las deudas pecuniarias si son líquidas.

o Mora automática (1100CC): son aquellas excepciones en las que no es necesaria la intimación, pues sucede automáticamente. Estos casos son:

Los que se establezcan en la ley o en la obligación;

Aquellos para los que el tiempo fuera un motivo determinante (NO esencial);

La obligaciones recíprocas de cumplimiento simultáneo, en cuanto una de las partes cumpla (mientras ninguno lo haga, ninguno está en mora).

Los efectos de la mora no son la extinción de la obligación de cumplir. En su lugar, el deudor no queda ya solo obligado a cumplir (satisfaciendo el interés del acreedor), sino que deberá pagar una indemnización de daños perjuicios por el retraso. Si la prestación fuese ya imposible, a esta indemnización se añadirá otra por el incumplimiento definitivo.

La mora puede ser purgada (cancelación total o parcial de sus efectos por voluntad expresa o tácita del acreedor) y cesada (cesan los efectos desde el momento en que se produce la cesación, que puede deberse al cumplimiento, a la prórroga o a la mora del acreedor).

Del mismo modo, la mora puede deberse al comportamiento del acreedor (deudor está dispuesto a cumplir lo pactado, se lo comunica, etc. y aquel se niega a recibirlo), lo que supone que: se compensa la mora del deudor, si estuviese incursión en ella, y se excluye para lo sucesivo; el riesgo por la pérdida de la cosa o imposibilidad sobrevenida pasa a cargo del acreedor; y el deudor puede liberarse por consignación.

Incumplimiento definitivo de la prestación: supone que el acreedor no va a recibir del deudor la prestación. Encontramos, a su vez, tres sbmanifestaciones:

o Imposibilidad sobrevenida de la prestación (1182-1186CC): se entiende como tal a la situación en que la prestación, en el momento de constituirse la obligación, era posible, pero, entre ese momento y aquel

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a partir del cual es exigible, se ha vuelto imposible. Esta puede darse en las obligaciones de hacer (donde, si la acción se vuelve imposible legal o físicamente por caso fortuito, el deudor queda liberado) y en las de dar (únicamente con cosas determinadas), con dos posibles situaciones:

Si no hay culpa del deudor y este no está constituido en mora, la obligación se extingue. Sin embargo, el 1186CC (commodum ex re) nos dice que, en este caso, al acreedor le corresponden todas las acciones que el deudor tuviere contra terceros por razón de la cosa perdida.

Si hay culpa del deudor (cosa que se presupone iuris tantum salvo prueba en contrario, según el 1183CC), el acreedor adquiere un remedio indemnizatorio.

o Frustración del fin del negocio: esta se produce, generalmente, cuando el deudor se retrasa de tal manera que ya no es posible satisfacer el interés del acreedor. Los casos concretos son:

Término esencial (por ejemplo, retraso en la entrega del vestido de novia más allá de la boda);

Imposibilidad transitoria o temporal sobrevenida (por ejemplo, muchos negocios se vieron frustrados por la Guerra Civil Española, y para cuando volvieron a poderse realizar ya habían perdido su finalidad).

o Manifiesta voluntad del deudor de no cumplir: se da en aquellos casos en que, aunque al acreedor le sigue satisfaciendo el pago, el deudor demuestra no estar dispuesto a hacerlo. Para establecer si se da, es necesario un juicio sobre la conducta del deudor: o bien manifiesta expresamente su voluntad de no cumplir (inhabitual), o así se desprende de sus actos u omisiones concluyentes.

Cumplimiento defectuoso de la obligación: se da cuando el deudor ha ejecutado la obligación, pero no conforme a las expectativas que le eran exigibles. En el Código Civil solo se contempla en sede de compraventa, y distingue dos tipos:

o Cumplimiento defectuoso material: se da cuando el bien no es útil para el fin, es decir, que hay falta de conformidad del bien (término contemplado en 116.1ºTRLGDCU). Se regula en el Código Civil en el saneamiento por vicios ocultos.

o Cumplimiento defectuoso jurídico: se da cuando sobre el bien existan derechos de terceros no previstos en el contrato. El Código Civil los regula en el saneamiento por evicción.

A la hora de determinar los remedios con que cuente el acreedor, en el caso del cumplimiento defectuoso, es importante considerar si los defectos son ocultos (más grave, el acreedor no podía conocerlos) o aparentes (el acreedor podía conocerlos y aún así aceptar la prestación, con o sin reservas).

2. Las consecuencias o remedios del incumplimiento:

Una vez que se ha constatado el incumplimiento del deudor, debemos estudiar qué puede hacer el acreedor en respuesta. Encontramos dos grandes grupos de remedios:

Los aplicables a todas las obligaciones:

o Pretensión de cumplimiento: en este caso, lo que el acreedor busca es que el deudor cumpla la prestación a la que se había obligado. Para hacerlo dispone de dos procedimientos:

Cumplimiento forzoso: el Código Civil lo considera en los artículo 1096, 1098 y 1099, y será distinto dependiendo de si la obligación es de dar, hacer o no hacer.

Dar (1096CC): debemos hacer distinción dependiendo de si la cosa es específica (el acreedor puede compeler al deudor a que la entregue) o genérica (entonces puede exigir el cumplimiento de la obligación a costa del deudor, o sea, adquirir la cosa a un tercero a costa del deudor, que también se hará cargo de la posible diferencia de precio).

Hacer (1098CC): también aquí debemos distinguir si el deudor no ha cumplido (el acreedor puede pedir la ejecución a su costa) o si lo ha hecho mal (además de exigir la ejecución a

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su costa, también se le requiere deshacer lo mal hecho). Aunque, claro está, ambas posibilidades solo se pueden dar con obligaciones no personalísimas.

No hacer (1099CC): si el deudor ejecuta la prestación prohibida, el cumplimiento forzoso implica deshacer lo hecho y abstenerse de repetirlo.

Subsanación del cumplimiento defectuoso de la obligación (46CISG, 118TRLGDCU): esta se puede dar cuando el deudor ha cumplido defectuosamente, y puede consistir en:

Reparación: exigir al deudor que repare el defecto encontrado en la cosa.

Sustitución: exigir al deudor que cambie la cosa defectuosa por otra igual que no tenga ese defecto.

o Indemnización de daños: aquí el acreedor busca del deudor una compensación económica de los daños sufridos. En primer lugar, debemos considerar qué daños son indemnizables:

Daños emergentes: consiste en el valor de la pérdida sufrida, según han delimitado la jurisprudencia y la doctrina. Estos serían los gastos en los que se ha incurrido para la preparación de un contrato, la diferencia de precios si se ha tenido que acudir a un tercero a costa del deudor, etc.

Lucro cesante: se trata de la ganancia que se ha dejado de obtener como consecuencia del incumplimiento del deudor. Son difíciles de medir (el cuento de la lechera), por lo que el Tribunal Supremo nos dice que solo son lucro cesante las ganancias que tendrían altas probabilidades de suceder de haber cumplido el deudor; los Tribunales han traducido esta idea en una gran cautela para aplicarlos.

Daño moral contractual: se trata de aquellos daños que no afectan en el plano material, sino a un nivel más espiritual. Han sido muy recientemente admitidas por la jurisprudencia, por lo que no se conceden a la ligera.

Sin embargo, no basta con haber sufrido unos daños: son necesarios también otros requisitos para poder obligar al deudor a sufrir en su patrimonio la reparación del daño. Estos son:

Imputación subjetiva de responsabilidad: este primer requisito nos indica si el deudor tiene o no que indemnizar el daño. Dependiendo del país, hay dos sistemas de responsabilidad distintos:

Objetiva: sin importar que el deudor incurra en culpa o no, se considera que debe responder, con ciertas causas de exoneración. Se aplica en España en algunas leyes específicas.

Subjetiva: el deudor solo responde si ha actuado con culpa o dolo, y es el sistema que se sigue generalmente en España, como se indica en el 1104CC. Se considera que hay culpa cuando el deudor no actúa con la diligencia que se exigiera en el contrato, si se fijó, o con la diligencia de un buen padre de familia (diligencia media) si no. Por otro lado, se considera que hay dolo cuando el deudor incumple a sabiendas de estar haciéndolo (no se presume, el acreedor debe probarlo). Respecto a esta responsabilidad, diremos que las partes no pueden pactar la renuncia preventiva a la acción para exigir responsabilidad por dolo o culpa, ni pactar una cantidad a pagar tan exigua que resulte manifiestamente desproporcionada. Agravarla, por el contrario, sí que está permitido.

En el 1105CC se consideran ciertas situaciones que exoneran al deudor en las situaciones siguientes:

Caso fortuito: situación que no era previsible usando de una diligencia normal pero, de haberse podido prever, se habría evitado.

Fuerza mayor : situación imprevisible que, incluso si pudiera haber sido prevista, no podría haberse evitado.

Esta previsibilidad que se exige al deudor estará en relación con la diligencia que se le pueda exigir.

Por último, debemos considerar que, para cumplir, a menudo el deudor se sirve de auxiliares. En estos casos, ¿la actuación de estos, aún así, supone responsabilidad para el deudor? En nuestro Código Civil

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no hay una regulación general, solo se contempla en supuestos concretos (1596CC, 1564CC...). La doctrina nos ha venido a ofrecer dos soluciones:

Subjetiva: considera que el deudor solo responde si ha incurrido en culpa in eligendo (si eligió mal al auxiliar) o in vigilando (incurrió en culpa al vigilar que el auxiliar cumpliera correctamente).

Objetiva: considera que el deudor responde en cualquier caso, idea que queda justificada por el principio de confianza.

Imputación objetiva de los daños al incumplimiento: una vez que el primer requisito se ha cumplido, es necesario ver cuáles de entre los daños causados debe indemnizar el deudor (entre incumplimiento y daños debe haber una relación de causalidad, pero esto se limita al nivel fáctico y es insuficiente; debemos entrar en el nivel jurídico y determinar qué daños son imputables al incumplimiento). Está contemplada en el 1107CC, que nos distingue entre:

Deudor de buena fe: el deudor solo responde de los daños previstos o que se hayan podido prever al tiempo de constitucion de la obligación, así como de los que son consecuencia necesaria del incumplimiento.

Deudor doloso: en este caso, el deudor responde de todos los daños que conocidamente se deriven de la falta de cumplimiento de la obligación.

En caso de mora con deudas pecuniarias, la indemnización consistirá en el pago de los intereses convenidos o, si no se hizo, del legal (1108CC).

La indemnización (que es una deuda de valor, no de precio), sin embargo, tiene unos límites:

Límites de la imputación subjetiva de responsabilidad: el deudor no tendrá que indemnizar si el incumplimiento es imputable al acreedor (mora del acreedor) o a un tercero (no auxiliar).

Deber del acreedor de mitigar el daño: el acreedor, ante la perspectiva del incumplimiento, debe actuar con diligencia para minimizar los daños (tomar medidas razonables, tampoco se le exige mover cielo y tierra). Estas medidas, aunque infructuosas, correrán a cargo del deudor.

Ventaja del ejercicio de otros remedios: cuando ya ha recurrido a otros remedios, las partidas de daños ya recuperadas no puede volver a exigirlas por indemnización de daños.

Moderación judicial de la cuantía a indemnizar si el deudor actuó de buena fe (1103CC).

o Los aplicables solo a las obligaciones sinalagmáticas:

Suspensión del cumplimiento (exceptio non adimpleti contractus): consiste en la posibilidad que tiene cada una de las partes de negarse a cumplir mientras la otra no lo haga. De nuevo, el Código Civil no la regula de forma general, sino en sede de compraventa, pero esto no ha impedido que la doctrina la considere aplicable a todas las obligaciones sinalagmáticas. No se puede utilizar cuando quien la invoca ha provocado el incumplimiento de a otra parte, o el incumplimiento es tan nimio que no justifica una negativa de las prestación demandada. Las mismas exigencias se impone cuando se quiere suspender el cumplimiento no porque la otra parte haya incumplido sino porque lo ha hecho defectuosamente (exceptio non rite adimpleti contractus).

Resolución: contemplada en el 1124CC, es una facultad que tiene el acreedor y que puede utilizar o no, consistente en la desvinculación del contrato. Es el remedio más fuerte, por lo que el incumplimiento debe ser esencial para poder utilizarlo. Otro requisito que la jurisprudencia ha señalado es que el que pide la resolución haya cumplido ya o esté dispuesto a hacerlo pero no haya podido hacerlo por causa del deudor.

La resolución puede ejercerse judicialmente (1124CC) o extrajudicialmente (admitido por la doctrina y la jurisprudencia contra la literalidad del precepto), y genera efectos liberatorios (ambos quedan liberados de la obligación) y restitutorios (las partes se restituyen recíprocamente las prestaciones). En los casos en que

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se pueda dar la resolución, el acreedor puede optar por la resolución o por el cumplimiento, igual que puede acumular la indemnización de daños si opta por la primera (es decir, que aparte de la restitución, también puede pedir que se indemnicen los daños que haya causado la prestación defectuosa).

o Reducción de la contraprestación: consiste en disminuir el pago que tiene que hacer una de las partes cuando la otra se ha retrasado, cumplido defectuosamente, etc. De nuevo, no hay una regulación general, sino que se contempla en supuestos concretos como la compraventa (1186.ICC) o el arrendamiento (1558CC). Además, también puede aplicarse a casos de cumplimiento defectuoso cuando el deudor decida quedarse con la prestación.

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Tema 7. Medidas de protección del derecho de crédito

En este tema veremos las medidas de que dispone el acreedor para prevenir que el deudor incumpla o para que, si incumple, poderse resarcir. Para ello, acometeremos su estudio en tres bloques: garantías, las acciones del 1111CC y la insuficiencia del patrimonio del deudor.

La garantía en general se define como aquel derecho accesorio a la obligación principal que se constituye para dar seguridad al acreedor de que su crédito se cumplirá. Estas pueden ser de distintos tipos, como la hipoteca (garantía real, pues recae sobre una cosa) o el fiador (garantía personal), pero aquí nos centraremos en la cláusula penal, las arras y el derecho de retención.

Cláusula penal (1152-1155CC): este es un pacto entre las partes (que se suele incluir en el mismo contrato) en virtud del cual el deudor se compromete a pagar una determinada cantidad de dinero en caso de incumplimiento contractual, lo que facilita al acreedor la obtención y prueba de la indemnización de daños y perjuicios. Como obligación accesoria, su nulidad no implica la de la obligación principal (no así en el caso contrario), y cumple dos funciones: la de coercionar al deudor para que cumpla, y la de disuadirle de que incumpla. A su vez, las cláusulas penales pueden ser de tres tipos:

o Sustitutiva (1152.1CC): este tipo de cláusula es el que se presupone cuando no se pacta lo contrario, y se traduce en la sustitución de la indemnización de daños y perjuicios por la pena pactada.

o Cumulativa (1153.2CC): para que se dé es preciso el pacto expreso, e implica la suma de la pena al cumplimiento de la prestación.

o Penitencial (1153.1CC): de nuevo, es necesario el pacto expreso. Este tipo de cláusula se considera obligación con facultad alternativa, pues permite al deudor liberarse de la deuda pagando la pena.

Por último, debemos hacer mención a la moderación judicial de la pena (1154CC): esta solo puede aplicarse cuando el deudor ha cumplido de forma parcial, y supone que el juez puede ajustar la pena al caso (rebaja proporcional de la pena).

Arras: se definen como aquella cantidad de dinero que se entrega en el momento de celebración del contrato, con una función distinta según el tipo de arras que sean:

o Confirmatorias: sirven como prueba de que se ha celebrado el contrato, y normalmente se entrega a cuenta del precio.

o Penales: su pacto supone, en casos de incumplimiento, la no devolución de las mismas, si el que incumple es el que las entregare, o su devolución doblada, si es el que las recibió.

o Penitenciales: en este caso, la devolución doblada de las arras o la renuncia a recuperarlas libera de la obligación (de nuevo, es una obligación con facultad alternativa).

Derecho de retención: se contempla en varios preceptos, como el 1600CC, y supone la capacidad de prorrogar la posesión sobre una cosa con finalidad de garantía. Esta retención es oponible erga omnes (deudores, herederos...), y comporta para el que retiene la protección legal de la posesión, así como sus obligaciones (conservar la cosa en buen estado con diligencia media, recoger los frutos, no usarla ni disponer de ella...).

Del 1111CC se derivan dos medidas orientadas a la reintegración del patrimonio del deudor (la acción subrogatoria y la acción pauliana) que tienen carácter subsidiario, ya que el acreedor solo puede recurrir a ellas cuando no tenga otra forma de resarcirse.

Acción subrogatoria: supone para el acreedor colocarse en la posición del deudor, pudiendo así ejercer las acciones de que este disponga y cuyo ejercicio está postergando (salvo las personalísimas). Se reintegra de este modo el patrimonio del deudor, para que el acreedor (o acreedores) puedan ver sus intereses cumplidos. Esto solo puede hacerse cuando hay "insolvencia" del deudor (aparente, se deriva de no ejercitar sus acciones contra otros), sin necesidad de que esta se pruebe en un proceso anterior (jurisprudencia del TS), y solo si el crédito es

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cierto, líquido y exigible. El ejercicio de la acción subrogatoria no supone la representación del deudor, sino su sustitución, y tiene legitimación activa para utilizarla cualquiera de sus múltiples e hipotéticos acreedores. Sobre sus efectos, tenemos dos posibilidades:

o Que lo recibido a través del ejercicio de las acciones de que dispusiere el deudor pase al patrimonio del acreedor diligente, quedando lo sobrante en el del deudor.

o Que lo recibido de la forma descrita se quede en el patrimonio del deudor, desde donde se repartirá entre los acreedores. Esta es la opción correcta, ya que hay igualdad de los acreedores (par conditio creditorum) y todos deben sufrir de la insolvencia del deudor en la misma medida (salvo los contratos con privilegios, que serán los primeros en cobrar). Sin embargo, debemos señalar que los gastos de ejercer la acción subrogatoria se dividirán entre todos los acreedores, en tanto que su ejercicio les beneficia a todos.

La acción pauliana: con ella se pretende combatir el fraude de acreedores que comete el deudor cuando realiza ciertos actos que le ponen en imposibilidad de pagar a su acreedor, perjudicándole. El acreedor puede así impugnar los actos del deudor que obedezcan a este fin, aunque para hacerlo son necesarios tres requisitos:

o Que el deudor sea insolvente: a través del acto impugnado el deudor está perjudicando al acreedor (1291.3ºCC), dificultándole el cobro de la obligación. El Tribunal Supremo ha suavizado este requisito, y considera que no es necesario incoar un proceso previo a la acción pauliana donde se pruebe la insolvencia del deudor, sino que esta se da cuando el deudor no tiene (o no se le conocen) bienes en su patrimonio suficientes para pagar a sus acreedores.

o Que los actos cometidos por el deudor pertenezcan a uno de los tres tipos que son impugnables:

Actos dispositivos : por ejemplo, las enajenaciones, la constitución de derechos reales sobre los bienes del deudor, la condonación de deudas o la aportación de bienes a una sociedad.

Asunción de obligaciones: el deudor inicia nuevas relaciones obligatorias que suponen un empobrecimiento de su patrimonio.

Pago de otras obligaciones (1292CC): solo es rescindible si las obligaciones que se están pagando eran inexigibles en el momento de hacerlo, es decir, cuando el pago sea anticipado (salvo en la ejecución forzosa donde el deudor pierde derecho a utilizar el plazo, que no es impugnable).

o Que haya fraude: es decir, que cometa unos actos reales (si son ficticios no hay impugnabilidad, sino nulidad) con la intención de perjudicar al acreedor. Es difícil de determinar, así que para hacerlo es necesario tener en cuenta:

Que el deudor tenga la necesaria intención de perjudicar a sus acreedores . Sin embargo, esto es casi imposible de demostrar, así que se entiende que basta con que sepa que su acto está perjudicando a sus acreedores para que haya fraude (cuando el acto impugnable esté muy próximo temporalmente al momento de cumplimiento del crédito, cuando el tercero sea un familiar próximo, etc.).

Que el tercero sea de mala fe, es decir, que conozca el fraude, cuando el acto impugnable sea a título oneroso.

Que concurra alguna de las presunciones de fraude (situaciones en las que se presupone que lo hay) que el Código Civil contempla. Estas pueden ser:

Iuris et de iure (no cabe prueba en contrario): los actos realizados a título gratuito son fraudulentos (1297.1ºCC; también el 643CC, en sede de donación, nos dice que se presumirá fraudulenta cuando el donante no se reserve bienes para pagar a sus acreedores).

Iuris tantum (se parte de esta presunción, pero se admite prueba en contrario): según el 1297CC, determinadas enajenaciones a título oneroso se presumen fraudulentas salvo que se demuestre lo contrario.

Una vez estudiados los tres requisitos, nos interesa ver la legitimación de esta acción. Activamente, se considera que puede ejercerla cualquiera de los acreedores por su cuenta, siempre que su crédito sea vencido,

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exigible y anterior al acto fraudulento que quiere impugnar (según el Tribunal Supremo, este último requisito no es necesario en los créditos de seguro nacimiento cercanos al acto impugnable). Pasivamente, puede ser ejercida contra el deudor, contra el tercero de mala fe o, incluso, contra subadquirentes (siempre que se aprecie mala fe).

El plazo con el que contarán los acreedores para ejercitarla, según el 1299.1ºCC, es de caducidad, y dura cuatro años. Estos empiezan a contar (dies a quo) desde la fecha de celebración del acto impugnable o, según la jurisprudencia, desde que el acreedor conoce que se ha realizado el acto.

Por último, en el 1295CC encontramos los efectos de la acción pauliana, según el cual la rescisión obliga a devolver las cosas que fueron objeto del contrato (más los frutos y el precio de sus intereses), aunque no es el acreedor el que tiene que devolverle nada al tercero, sino el deudor. Y, en caso de que no sea posible devolver el bien (por subadquirentes de buena fe o cualquier otro motivo), se debe pagar una indemnización por daños y perjuicios.

Vistas las garantías y las acciones del 1111CC, debemos ahora hablar de la insuficiencia del patrimonio del deudor. Nos referimos con esto a casos en los que el patrimonio del deudor no es suficiente para pagar todas sus deudas, y que nos obligan a organizarnos para ver en qué orden y cómo podrán cobrar los acreedores sus créditos.

Partimos, para ello, de la base de la par conditio creditorum, es decir, que todos los acreedores son iguales y deben sacrificarse del mismo modo para cobrar sus créditos. Sin embargo, puede suceder que nos encontremos con que alguno de los acreedores tiene un crédito privilegiado, es decir, un crédito que tiene preferencia para ser cobrado antes que los demás, sea especial (recaen sobre un bien determinado) o general (sobre todo el patrimonio del deudor). Estos privilegios se caracterizan por: estar establecidos taxativamente por la ley; ser de interpretación estricta (en tanto que son una excepción a la regla general de la par conditio creditorum); recaer sobre el precio del bien sobre el que tiene privilegio el acreedor (no puede quedarse con el bien en sí, sino con el precio obtenido de su ejecución); y ser accesorios del crédito.

Las normas por las que nos regiremos para fijar el orden de prelación de créditos nos vendrán dadas por distintas leyes según las circunstancias en que nos encontremos:

Cuando haya un proceso de ejecución colectiva (concurso de acreedores), por la Ley Concursal.

Cuando haya un proceso de ejecución singular (un acreedor se dirige individualmente contra el deudor para cobrar, y otro acreedor con crédito privilegiado interpone la tercería de mejor derecho), por la Ley de Enjuiciamiento Civil (si es un proceso de ejecución singular procesal) o por el Código Civil (1921ss., si es un proceso de ejecución singular sustantiva).

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Tema 8. Modificación y extinción de la relación obligatoria

Por novación se entiende, según el 1203CC, el cambio o modificación de alguno de los elementos estructurales de la relación obligatoria, es decir, de los sujetos o del objeto. Así, tenemos:

Novación objetiva: puede proceder del pacto de las partes o de la ley, y ser meramente modificativa (cambia el objeto de la obligación) o extintiva (extingue la obligación original y surge una nueva). Este último tipo, contemplado por el 1204CC, se dará cuando las partes lo digan expresamente o se desprenda de la absoluta incompatibilidad entre ambas obligaciones, lo que puede hacer difícil distinguirlo del anterior (ante la duda, se tiende a la medida que menos afecta, léase, la modificativa). También respecto a la novación objetiva extintiva, es importante señalar que esta no se puede oponer a aquellos terceros que tienen un derecho en virtud de la obligación primitiva, ni a los obligados en virtud de la misma.

Novación subjetiva: obviamente, supone la novación de alguno de los sujetos. Puede, a su vez, ser:

o Novación del acreedor: esta puede, a su vez, acontecer por:

Cesión de créditos : es un mecanismo de financiación habitual que consiste en la cesión o venta de los créditos que posee el acreedor (cedente) a un tercero (cesionario) respecto del deudor (deudor cedido). Se encuentra regulada en sede de compraventa (1526ss CC), y supone la transmisión voluntaria de un derecho de crédito, con causa onerosa o gratuita. Para estudiarla mejor, conviene separar la relación que se establece entre cedente y cesionario (1) de la que surge entre cesionario y deudor (2), y al margen el caso de las cesiones pro soluto y pro solvendo (3).

(1) En cuanto a las partes de la cesión (cedente y cesionario), debemos apuntar que no necesitan del consentimiento del deudor para realizarla, ni tan siquiera del conocimiento (1527CC), aunque comunicárselo es una cautela razonable ya que, en caso contrario, el deudor podrá liberarse pagando al acreedor aparente y será este el que tenga que arreglarse con el cesionario.

Aclarado esto, nos centramos en el objeto de la cesión. La regla general es la cedibilidad de los créditos, es decir, que todos los créditos son cedibles; sin embargo, hay dos excepciones: cuando la ley prohíba la cesión de ese derecho de crédito (por ejemplo, el crédito de alimentos), o cuando las partes pacten que el crédito no es cedible. Además, los accesorios del crédito, en principio, le siguen en la cesión, aunque se puede pactar lo contrario. En cuanto al crédito litigioso (lo es desde que se contesta a la demanda), es importante señalar que el deudor cedido puede liberarse pagando al cesionario el precio que aquel pagare al cedente en un plazo máximo de 9 días, a contar desde que el cesionario le reclame el pago, salvo en los casos excepcionales del 1536CC.

Sobre la forma de la cesión, no se exige ninguna especial. Sin embargo, para que tenga efectos frente a terceros será conveniente elevarlo a escritura pública.

En cuanto a la responsabilidad que tiene el cedente frente al cesionario, podemos encontrar varios supuestos:

Que el cedente sea de buena fe:

o Y la cesión tenga causa onerosa (1529-1530CC): en este caso, el cedente responde de la existencia y legitimidad del crédito, es decir, de que el crédito se ha constituido válidamente, de que le pertenece y tiene facultad para cederlo, salvo que se haya cedido como dudoso. Sin embargo, solo responde de la insolvencia del deudor cuando se pacte así en la cesión o la insolvencia del deudor fuera anterior y pública; en este caso, la responsabilidad del cedente alcanza al precio del crédito y los gastos, que podrá reclamársele en un plazo de un año (desde que venza el plazo) o de diez si consiste en una renta perpetua.

o Y la cesión tenga causa gratuita : el cedente no responde de nada y el cesionario nada puede exigirle.

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Que el cedente sea de mala fe: en este caso, responde siempre del pago de todos los gastos, así como de daños y perjuicios.

Respecto a los efectos de la cesión frente a terceros, el 1526CC nos dice que estos solo surten desde la fecha que se tenga por cierta en conformidad con los artículos 1218 y 1227CC (o sea, cuando la cesión se eleve a escritura pública), o, en el caso de créditos hipotecarios, desde la inscripción de la cesión en el Registro de la Propiedad (además de las condiciones del 34 de la Ley Hipotecaria).

(2) En cuanto a la relación que se establece entre el cesionario y el deudor cedido, nos interesa ver con las excepciones. En principio, se supone que cuenta con todas las que pudiera oponerle al cedente; sin embargo, y en el caso de la compensación, el que pueda utilizarla o no (y en qué medida) dependerá del supuesto en que nos encontremos:

Si el deudor consintió la cesión, no puede oponérsela en ningún caso.

Si el deudor no consintió pero fue informado, podrá oponerle la compensación por deudas anteriores a la cesión.

Si el deudor no conocía la cesión, podrá oponerle la compensación por todas las deudas anteriores a su conocimiento, sean anteriores o posteriores a la cesión.

(3) En cuanto a la cesión pro soluto y la pro solvendo , nos encontramos en ambos casos ante transmisiones plenas de la propiedad del crédito que surgen cuando el cedente y el cesionario están vinculados por una relación obligatoria previa (donde son deudor y acreedor, respectivamente). La cesión, entonces, es una forma de pago con la cual el cedente busca liberarse. Sin embargo, el momento en que esta obligación se extinga será distinto según el tipo de cesión que sea:

Pro soluto: la obligación se extingue en el mismo momento de la cesión. Así, el cedente no responde por la insolvencia del deudor cedido.

Pro solvendo: la obligación no se extingue hasta que el cesionario consigue cobrar el crédito cedido. Su acción contra el cedente queda durante este plazo en suspenso, pero podrá reavivarse si al final el deudor resulta insolvente.

Subrogación: en estos casos, un tercero se pone en la posición del acreedor, transmitiéndosele el crédito con todos los derechos a él anexos. Sus principales diferencias con la cesión de créditos son:

Función: la cesión de créditos es un instrumento jurídico para la circulación de los créditos; la subrogación, por otro lado, sirve para satisfacer el interés del subrogado (le permite recuperar por vía de regreso un desembolso patrimonial efectuado en favor del acreedor primitivo) o para aligerar al deudor las condiciones de su crédito (1211CC).

Responsabilidad que asume el acreedor primitivo: como acabamos de ver, el cedente responde de la existencia y legitimidad del crédito, e incluso puede tener que responder por la insolvencia del deudor; en la subrogación, sin embargo, el acreedor no responde de ninguna de las tres.

Una vez diferenciada de la cesión, conviene ahora centrarse en la subrogación, que puede ser de tres tipos:

Legal: se da en determinados supuestos en los que la ley lo exige (1210CC).

Convencional: se produce por acuerdo entre acreedor primitivo y subrogado, sin necesidad del consentimiento o conocimiento del deudor.

Por voluntad del deudor (1211CC): este es un caso especial, en el cual el deudor puede mejorar las condiciones de su crédito sin necesidad de que el acreedor primitivo consienta. Aquí el deudor pide dinero al subrogado por escritura pública para pagar al acreedor primitivo (esta intención debe constar en la escritura), y expresa en la carta de pago la procedencia de la cantidad pagada.

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o Novación del deudor: podemos encontrarnos una novación del deudor a través de tres figuras —asunción de la deuda, expromisión y delegación. Aunque en cada caso rijan unas normas distintas, es importante señalar que en todos ellos debemos contar con la aprobación del acreedor, ya que a él no le es indiferente quién sea su deudor (confianza).

Asunción de deuda: supone un pacto entre el deudor primitivo y un tercero, por el cual este se compromete a pagar la deuda. Si el acreedor acepta este pacto, la asunción podrá ser liberatoria (el deudor primitivo queda liberado de la obligación y no responde de la insolvencia del nuevo deudor, como dice el 1206CC, salvo que la insolvencia de aquel fuera anterior y pública o conocida por el deudor primitivo) o cumulativa (ambos deudores responden solidariamente de la deuda); si, por el contrario, no lo acepta, se considera que no hay efectos en la relación entre el acreedor y el deudor, pero sí que surge un compromiso de pago por parte del tercero frente al deudor. También es necesario, para que no se extingan las garantías personales con el cambio de deudor, que los garantes personales den su consentimiento. En el caso de que finalmente se produzca un cambio de deudor, el nuevo podrá oponerle al acreedor las excepciones que dimanen de la relación acreedor-deudor primitivo, así como de la relación acreedor-nuevo deudor; e, incluso, algunas de las que surjan de la relación entre deudores (cuando haya vicios en el pacto de asunción de la deuda, o cuando así lo pacten el acreedor y el nuevo deudor).

Expromisión: el cambio del deudor se produce aquí por un pacto entre el acreedor y un tercero. También esta figura de novación puede ser liberatoria o cumulativa, pero en ningún caso responderá el deudor de la insolvencia del otro (la elección del nuevo es una decisión del acreedor en la que él no participa).

Delegación: esta figura, aunque fundamental, es difícil de explicar. Nos centraremos aquí en la delegación pasiva, donde el deudor (delegante) invita a un tercero (delegado) a que se presente frente al acreedor (delegatario) y cumpla por él, aceptándolo el delegatario. La relación que existe aquí entre delegante y delegado (que suelen ser acreedor y deudor de una relación previa) se denomina relación de cobertura, mientras que la que une al delegante y al delegatario es la relación de valuta. Este tipo de novación sirve para simplificar la extinción de varias relaciones obligatorias a la vez.

Aparte tenemos la cesión de contrato, donde una de las partes originales (deudor o acreedor) cede en bloque toda la relación obligatoria (que debe componerse de prestaciones recíprocas) a un tercero, para lo que es imprescindible el consentimiento de la otra parte (contratante cedido). Este nuevo contratante (el tercero) podrá oponer todas las excepciones que deriven del propio contrato y las que tenga frente al otro; las que tuviera frente al que le cedió el contrato, si el que cambia es el deudor, no son oponibles (1257CC), pero si es el acreedor y hay reserva expresa de las mismas, sí podrá oponerlas.

Por último, y respecto a la extinción de la relación obligatoria, encontramos dos posibilidades:

Mutuo disenso: las partes, por mutuo acuerdo, deciden dejar sin efecto la relación obligatoria.

Desistimiento: es una declaración unilateral, una facultad que se otorga a alguna de las partes para poner fin a la relación obligatoria por su mera voluntad. La regulación de este supuesto no está en el Código Civil, sino en los artículos 68-79 TRLGDCU. Puede proceder de la ley, del pacto entre las partes o de la misma naturaleza de la obligación (basada en la confianza, de tracto sucesivo, sin plazo fijo...), y se ejercita mediante una declaración de voluntad de carácter recepticio que debe hacerse de buena fe, de lo que se deriva la necesidad de prolongar la realización por el tiempo necesario para que la otra parte tome sus medidas.

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Tema 9. El contrato (I)

El contrato es, como ya hemos visto, una de las fuentes de obligaciones que contempla el 1089CC. Veamos algunas definiciones:

1254CC: es el pacto por el que una o varias personas consienten en obligarse las unas respecto de las otras para dar alguna cosa o prestar algún servicio.

Derecho Estadounidense: es el acuerdo cuyo incumplimiento da derecho a utilizar los remedios.

1236 Propuesta de Modernización: acuerdo por el que dos o más personas crean, modifican o extinguen relaciones jurídicas patrimoniales y establecen reglas para ellas.

Se induce, pues, que el contrato es principalmente un acuerdo de voluntades.

Nos centraremos en este tema en la teoría general del contrato, es decir, en las normas que se aplican a todos los tipos de contrato (idea NO heredada del Derecho Romano, donde se plasmaba la voluntad en una determinada forma y en unos tipos de contrato permitidos; origen en Iusnaturalismo Jurídico).

Partimos de la base de que los contratos son un instrumento fundamental para el intercambio de bienes, servicios y dinero. Esto se traduce, desde el punto de vista colectivo, en que son un instrumento esencial para el funcionamiento del sistema económico; y, desde el punto de vista individual, un instrumento al servicio de la autonomía individual. En esta última definición se sustenta la libertad de contrato (que es manifestación de la autonomía de la voluntad, relacionada con la autonomía individual), que se proyecta de tres formas:

Libertad de decisión: es decir, la capacidad de decidir si contratar o no.

Libertad de elección: una vez que se decide contratar, se tiene además capacidad de decidir con quién hacerlo.

Libertad de configuración: tras decidir contratar y con quién, hay libertad para establecer el contenido del contrato, aunque siempre dentro de los límites del derecho imperativo.

Es importante señalar, sin embargo, que esta libertad de contrato no siempre se da: en los contratos con la Administración, por ejemplo, las condiciones nos vienen impuestas, igual que en los contratos de masas (una de las partes se impone a la otra). En estos casos, donde el poder negociador no está equilibrado, encontramos normas especiales supletorias del Código Civil para proteger al más débil.

Tras esta primera aproximación, nos interesa ahora ver algunas clasificaciones:

Según dónde estén regulados, pueden ser:

o Contratos típicos: regulados en la ley. Por ejemplo, el contrato de compraventa civil.

o Contratos atípicos: no cuentan con regulación legal, sino que los han creado las partes en uso de la autonomía de su voluntad. Este es el caso de los contratos SWAP.

Según el número de obligaciones que se generen y su estructura:

o Contratos unilaterales: la obligación surge únicamente a cargo de una de las partes, como en el préstamo civil.

o Contratos bilaterales: aquí surgen obligaciones a cargo de ambas partes, que se sacrifican y benefician mutuamente. El caso paradigmático es la compraventa.

o Contratos plurilaterales: las partes obtienen un beneficio a través de la colaboración organizada entre los propios contratantes. Por ejemplo, la sociedad civil.

Según quién se beneficie o sacrifique:

o Contratos lucrativos: una parte se beneficia sin ningún sacrificio. Así, la donación.

o Contratos onerosos: los sacrificios que las partes sufren tienen equivalencia en los beneficios que obtiene. Dependiendo de cómo se fije esta equivalencia, pueden ser:

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Contratos conmutativos: la equivalencia entre las prestaciones se fija de antemano de modo inmodificable.

Contratos aleatorios: la equivalencia entre las prestaciones dependerá de un hecho incierto o de un tiempo indeterminado (1790CC).

Según cómo se perfeccione el contrato:

o Contratos consensuales: son aquellos que se perfeccionan por el solo consentimiento, y actualmente son la mayoría.

o Contratos reales: en ellos, el perfeccionamiento se logra por la entrega de la cosa.

o Contratos formales: se trata de contratos que requieren una forma especial para su perfeccionamiento.

Hay algunos requisitos comunes para todos los contratos. Estos, según el 1261CC, son:

Consentimiento: el acuerdo de voluntades, es decir, la declaración de voluntad. Aquí podemos encontrar defectos cuando uno de los contratantes no tenga capacidad para contratar, y cuando se den determinados vicios, que permiten la anulación del contrato:

o Violencia: es la coacción, física o psicológica, que determina consentimiento. Está regulada en el 1267CC.

o Intimidación: temor que lleva una persona a realizar un negocio que si no no habría hecho. Se necesita una situación de temor racional y fundada (1267.II-IV CC) provocada por una amenaza, que debe ser determinante de la voluntad y antijurídica/contraria derecho. Se define como el temor racional y fundado de sufrir un mal inminente y grave en la persona o bienes del contratante, de su cónyuge, descendientes o ascendientes. Esta situación de temor no anula cuando se trata simplemente de un temor reverencial (temor de desagradar a quien se debe sumisión o respeto).

En ambos casos, la intimidación o la violencia pueden proceder de uno de los contratantes o de un tercero.

o Error: puede ser error vicio, que supone una falsa idea de la realidad (falsa representación de una situación de hecho o de derecho, a la hora de formarse la voluntad negocial; este error puede recaer sobre la sustancia o cualidades, sobre la persona, sobre los motivos incorporados a la causa del contrato, en el negocio...), o error obstativo (se produce al expresar la voluntad, no al formarla: equivocación al declararla/lapsus). En contraposición con anteriores vicios, no tiene por qué haber un acto ilícito (si lo hay, nos encontramos en suma de error y dolo), y por lo tanto tiene carácter excepcional como anulador; por ello, se exigen dos requisitos para que sea relevante (al menos en contratos):

Esencial (1266 CC): recae sobre una circunstancia que fue determinante de la voluntad del contratante (un error por un motivo personal en principio no lo es; es necesario comunicar al otro que ese motivo es determinante de la voluntad para que se incorpore a la causa del contrato).

Excusable (doctrina del Tribunal Supremo): no es imputable a quien lo sufre (inevitable aunque se sea cauteloso); además, también es excusable cuando es provocado por la otra parte (dolosamente o no), y para determinar si se da es importante tener en cuenta las circunstancias del perjudicado (si es un profesional o no, si tiene estudios...).

o Dolo: también denominado error inducido, es el acto ilícito por el cual una de las partes engaña a la otra (también en ocasiones por omisión de información relevante, lo que se llama dolo omisivo), determinando así su voluntad, haya o no intención de dañar. Los requisitos de este vicio son: que proceda de uno de los contratantes (no de un tercero, ni de ambas partes) y que sea grave (determinante de la voluntad contractual, decisivo: si no lo es, se trata de "dolo incidental" y no anula, solo obliga a indemnizar daños y perjuicios). La indemnización a la que se refiere en 1270 CC se refiere al dolo incidental, pero por argumento mayor se extiende también al grave. Tampoco se puede anular por dolus bonus, es decir, las excesivas alabanzas que haga la parte vendedora del producto.

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Objeto: el objeto sobre el que recae el contrato debe ser cierto, lícito y posible (imposibilidad originaria: si el objeto no existe cuando se redacta el contrato, es nulo; en la regulación más moderna, como 4.102PECL, esta idea se ha superado). También se puede contratr sobre un objeto futuro, aunque con las mismas condiciones.

Causa (1274-1277CC): nos referimos con este término, en este caso, al propósito práctico perseguido por las partes que intervienen (tiene que ser lícita), o, si no lo expresan (lo que es frecuente), la finalidad típica del contrato. De este elemento se derivan una serie de vicios: ilicitud (1275 CC), inexistencia (1275 CC) y falsedad (1276 CC). Todos ellos hacen el negocio totalmente nulo, y permiten emprender una acción de nulidad, que es imprescriptible (esta se permite cuando hay falta de forma negocios formales y por los vicios expresados aquí respecto a la causa) y que tiene efecto restitutorio (1303 CC), salvo las excepciones del 1305 CC y el 1306 CC.

Forma (ocasionalmente): en principio, en materia de contratos hay libertad de forma, pero algunos contratos (los que creen o modifiquen derechos reales sobre bienes inmuebles, arrendamientos de inmuebles por seis años o más cuando deban perjudicar a terceros, capitulaciones matrimoniales y sus modificaciones...) deben revestir una determinada para perfeccionarse. Según el 1279CC (en relación con el 1280CC), este requisito no es condición de validez, pero sí que es necesario cumplimentarlo para que surta efectos frente a terceros. Las partes pueden exigiese mutuamente la documentación del contrato, o someterla a condiciones, del mismo modo que pueden pactar que el contrato se haga por una determinada forma aunque la ley no lo exigía así.

Vistos los requisitos del contrato, conviene ahora estudiar la reglamentación contractual, es decir, a qué se considera que se están obligando las partes. Las fuentes de las que deriva son, según el 1258CC:

Voluntad: a lo que quisieron obligarse las partes. El instrumento para conocerla es la interpretación del contrato, que está regulada en los artículos 1281-1289CC:

o 1281.1CC: es el principio in claris non fit interpretatio (si está claro literalmente lo que han querido pactar las partes, no cabe la interpretación).

o 1281.2 y 1283CC: si hay contradicción entre las palabras y la voluntad evidente, es esta la que prevalece.

o 1282CC: los actos de las partes (coetáneos y anteriores al contrato; también los posteriores, según el Tribunal Supremo) deben tenerse en cuenta para la interpretación.

o 1284CC: cuando alguna de las cláusulas tenga sentido diverso, es necesario inclinarse por el que haga producir más efectos al contrato.

o 1285CC: no se debe interpretar cada cláusula por separado, sino conjuntamente. La interpretación debe, pues, ser sistemática, de modo que a las cláusulas dudosas se les atribuye el significado desprendido del total.

o 1288CC: es la concreción del principio de buena fe en la interpretación, y supone que, si alguna de las cláusulas es oscura, nunca se interpretará a favor de quien haya favorecido esa oscuridad.

o 1286CC: para determinar cuál de las varias acepciones de las palabras debemos interpretar que se quiso utilizar, es necesario atender a la naturaleza y objeto del contrato.

o 1289CC: cuando las reglas anteriores no son suficientes para determinar la voluntad de las partes, es necesario fijarse en si la duda recae en circunstancias accidentales (y, a su vez, si es gratuito, donde la duda queda resuelta de forma que se transmitan menos derechos e intereses; u oneroso, donde se interpreta para favorecer la mayor reciprocidad de intereses) o en el objeto principal (es nulo).

o 1287CC: los usos, en su función interpretativa, deben tenerse en cuenta para resolver ambigüedades, supliendo las cláusulas que de ordinario se incluyen en el sector del tráfico concreto en que nos encontremos. Si este no es conocido o es expresamente excluido por las partes, no se podrá utilizar para interpretar el contrato.

Ley: cuando es imperativa, supone un límite para la autonomía de la voluntad e integra la regulación contractual; cuando es dispositiva, las partes pueden modificarla o excluirla, pero si no lo hacen su contenido se integra en la regulación contractual.

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Usos: en su función integradora, el uso no corrige ambigüedades en el contrato, sino que llena una laguna cuando las partes no hayan dicho nada sobre un aspecto, independientemente de que lo conozcan o no.

Buena fe: es un estándar jurídico que crea unos especiales deberes de conducta exigibles entre las partes contratantes aunque nada se haya pactado al respecto.

Pero, una vez que tenemos el contrato, ¿a quiénes consideramos que obliga? Como regla general partimos de la relatividad de los contratos (1257CC), es decir, de la idea de que el contrato solo tiene efectos entre las partes contratantes (además de herederos, donatarios... cuando la obligación es transmisible). Sin embargo, el 1257.2CC incluye una excepción, y es que el contrato puede tener estipulaciones a favor de un tercero. Se hace necesario entonces estudiar de qué formas pueden participar terceros en los contratos:

Contratos en favor de terceros: en esta modalidad, el estipulante inicia un contrato con un promitente en favor de un tercero. La relación entre estipulante y promitente se denomina relación de cobertura, y la que hay entre estipulante y tercero, relación de valuta. Hay que estudiar, entonces, los tres lados de este triángulo para entender correctamente como funcionan estos contratos:

o Relación de valuta : desde esta perspectiva, descubrimos la causa por la que el estipulante atribuye un derecho al tercero. Esta causa puede ser donandi (el estipulante quiere hacerle una donación), credendi (le hace un préstamo que el tercero habrá de devolver) o solvendi (a través de él se quiere pagar un crédito).

En cualquier caso, el tercero no llega a formar parte del contrato en ningún momento. El único acto que puede realizar con cierta relevancia es la aceptación, que es una declaración de voluntad recepticia dirigida al promitente por la cual afirma que quiere aprovecharse de la estipulación a su favor que le están ofreciendo. Aunque de ella no depende el perfeccionamiento del contrato, esta aceptación es un presupuesto para que el tercero pueda exigir al promitente la prestación, o incluso, según algunos sectores de la doctrina, para que nazca su derecho (otros dicen que nace en la relación de cobertura).

o Relación de cobertura: el contrato en favor de tercero se establece únicamente entre el estipulante y el promitente. De ahí se deriva que la perfección del mismo es independiente de la aceptación, y que puede ser revocado por el estipulante (la revocación es una declaración de voluntad de carácter recepticio dirigida al promitente y al tercero) antes de que se dé la aceptación.

o Relación entre el tercero y el promitente: esta relación está marcada por la obligación que tiene el promitente de cumplir una prestación para el tercero. Sin embargo, el promitente cuenta con algunas excepciones que puede oponerle: las que se derivan de la relación de cobertura (de su contrato con el estipulante) y las relativas al derecho del tercero frente al promitente (negarse a pagar antes de que venza el plazo, por ejemplo). No podrá, por el contrario, oponerle las excepciones que surjan de la relación de valuta, ni las excepciones derivadas de cualquier otra relación entre el estipulante y el promitente distintas de la relación de cobertura.

Contratos con cargo a tercero: en ellos, un sujeto (promitente) se obliga frente a otro (promisario) a que un tercero se obligará a dar, hacer o no hacer algo en beneficio del otro contratante. En el momento en que este tercero acepta obligarse (o si muere, o deviene incapaz de cumplir la prestación), el promitente se libera de la obligación y no responde por él (salvo que se estipule expresamente que sí, convirtiéndose en fiador del tercero); pero si no lo hace, el promitente responde por él con una indemnización por daños y perjuicios.

Contratos por persona a designar: aquí, uno de los sujetos (estipulante) se reserva la facultad de colocar en su posición en un determinado plazo a otro sujeto (el tercero, que si acepta se convierte en el designado) que en el momento de celebración del contrato se desconoce o ha quedado indeterminado. Una vez tomada la decisión, debe comunicarse al promitente y al tercero (que deberá aceptar), y desde ese momento el estipulante saldrá de la escena jurídica, sustituido por el designado (que deberá ser capaz, no tener vicios de la voluntad, etc. para liberar al estipulante; si no elige a nadie o la elección no se ajusta a lo pactado, será él quien quede obligado).

Por último, nos interesa ver las causas de ineficacia del contrato (si se tienen dudas, se recomienda acudir al Tema 14 de Fundamentos de Derecho Privado). Dependiendo de ante cual nos encontremos, el régimen jurídico será distinto, así que estudiémoslas por separado:

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Nulidad: cuando se identifica un contrato como nulo, la consecuencia es que no produce efectos jurídicos. Las principales e indiscutidas causas de nulidad son que el contrato traspase los límites en los que puede operar la autonomía privada (1255CC: ley, moral y orden público), que carezca de alguno de los requisitos del 1261CC (consentimiento, objeto cierto y causa) o que tenga causa ilícita. Las características de la nulidad son: que el contrato no despliega efectos en ningún momento; que no puede subsanarse por el paso del tiempo y opera automáticamente (se aprecia de oficio); y que la acción para pedirla es imprescriptible, estando legitimado para interponerla cualquier interesado en que se declare la nulidad contra los contratantes y sus herederos. La sentencia que responda a esta acción será declarativa (no constitutiva), y los efectos de la misma serán restitutorios (1303-1308CC: restitución simultánea de las prestaciones, además de los frutos e intereses que hayan generado; si no se puede hacer la restitución in natura, se devolverá el valor de la cosa en el momento de la pérdida, junto con los intereses generados desde la pérdida hasta la restitución y los frutos percibidos en su caso), salvo en los casos del 1305CC (nulidad por ilicitud de la causa o del objeto que constituye falta o delito: contratantes carecen de acciones entre sí si es culpa de ambos, si solo de uno de ellos el otro puede reclamar lo dado y no cumplir lo prometido; serán procesados conforme al Código Penal) y del 1306CC (nulidad por causa torpe que no es delito ni falta: mismas reglas, pero sin proceso por Código Penal).

Cuando un contrato sea nulo pero cumpla con todos los requisitos de otro contrato, puede procederse a una conversión, que será formal (cambiar la forma del contrato para salvar el contenido, que es aceptable) o material (cambiar el tipo de negocio; es más difícil, pues depende de la voluntad de las partes).

En cuanto a la nulidad parcial, diremos simplemente que la parte nula se considera como no puesta y que no arrastrará necesariamente a todo el contrato a la nulidad (principio de conservación del contrato), que tratará de integrarse por los medios antes explicados.

Anulabilidad: es una creación doctrinal aceptada por la jurisprudencia, muy difícil de rastrear en el Código Civil. Aquí el contrato produce efectos desde su creación, pero estos son claudicantes. Las causas de anulabilidad son la falta de capacidad (por incapacitación o minoría de edad), los vicios de la voluntad y la toma de decisiones sin el consentimiento necesario del cónyuge. La anulabilidad se caracteriza por no poder ser acogida de oficio por los tribunales, y porque su acción solo puede ser interpuesta por el obligado principal y los subsidiarios frente a la parte que no sufrió la causa de anulabilidad (y todas las partes que deriven derechos del contrato), en un plazo de caducidad de cuatro años (1301CC señala el dies a quo). Los efectos de la anulabilidad son los mismos que la nulidad, salvo los artículos 1305 y 1306CC, y que cuando procede de la incapacidad de uno de los contratantes no está obligado a restituir sino en cuanto se enriqueció con la cosa o precio que recibiera.

Se debe señalar que el contrato anulable sí es subsanable con efectos retroactivos, a través de la confirmación del contrato. Este es un acto de la persona afectada por la causa de anulabilidad por la que confirma el contrato, expresa o tácitamente. Es necesario que se cumplan unos requisitos: que la causa de anulabilidad haya cesado, y que el confirmante tenga conocimiento de la causa de la misma.

Rescisión : consiste en la ineficacia sobrevenida del contrato porque perjudica a determinadas personas. Está definida en el 1290CC, y en el 1291CC se nos da una lista (abierta) de causas, englobables en tres grupos: que una parte sufra una lesión económica de cierta entidad (1291.1 y 2CC, 1274CC...); que el contrato se establezca sobre codas litigiosas; o que se haga en fraude de acreedores. La rescisión no opera automáticamente y no es apreciable de oficio. El plazo en que puede ejercerse es de cuatro años (caducidad), y los efectos que produce son restitutorios (aunque si es un tercero de buena fe el que está en posesión de la prestación se sustituye por una indemnización por daños y perjuicios). Aparte deberá verse el desistimiento, relacionado con la acción pauliana.

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Tema 10. El contrato (II)

El contrato tiene tres grandes fases: los tratos preliminares, la perfección del contrato y su ejecución. Aquí, sin embargo, nos centraremos en las dos primeras:

Tratos preliminares: son las negociaciones que se dan en un primer momento, y que pueden desembocar (o no) en contrato. En el Código Civil no se contemplan, así que deberemos recurrir a la Propuesta de Modernización: aquí, el 1245PM nos dice que en principio se pueden romper sin ningún tipo de responsabilidad, pero si una parte procede de mala fe al entablar o interrumpir las negociaciones (por ejemplo, entrar en negociaciones sin intención de llegar a un acuerdo) deberá indemnizar a la otra los daños provocados (solo el interés negativo, no el lucro cesante). Este tipo de responsabilidad se denomina responsabilidad precontractual.

Perfeccionamiento: este sí que está regulado por el Código Civil que en el 1261CC nos dice que se da por el concurso de la oferta y la aceptación. Sin embargo, ambas ideas se desarrollan en la CISG.

o Oferta: es una declaración de voluntad recepticia dirigida a otra(s) persona(s) en la que se propone la celebración de un contrato (para que se considere como tal es necesario añadir varios elementos: mercadería en cuestión, cantidad y precio; si no, se considera que es una invitación a hacer ofertas), y que puede ir dirigida a una persona concreta determinada, a varias personas concretas determinadas o al público. Esta oferta (15CISG) es eficaz desde que llega a su destinatario, por lo que se hace necesario distinguir entre:

Retirada de la oferta: el oferente, antes de que la oferta llegue a ser eficaz, retira la oferta, por lo que nunca llega a haber eficacia (15.2CISG).

Revocación de la oferta: aquí lo que se hace es privar de eficacia a la oferta. Es decir, que esta ya ha llegado al destinatario y es eficaz, pero se revoca antes de que aquel haya enviado su aceptación (16.1CISG). Hay ofertas, sin embargo, que son irrevocables, y que, aunque sí pueden retirarse, no se pueden revocar.

Caducidad de la oferta: la oferta aquí va acompañada de un plazo durante el cual tiene vigencia. En el momento en que transcurre el mismo, pierde esta eficacia.

o Aceptación: es toda o acto del destinatario que manifiesta su voluntad de celebrar el contrato de acuerdo con lo indicado en la oferta. Esta aceptación puede ser expresa o tácita (no debe entenderse por aceptación tácita el silencio/inactividad, que solo tiene valor jurídico cuando hay obligación de hablar), y tiene eficacia desde que llega a su destinatario, aunque se puede retirar antes de que llegue a él. Es posible, cuando la oferta esté sometida a un plazo, que esta aceptación sea tardía, en cuyo caso (21CISG) no surtirá efectos (salvo que el oferente comunique lo contrario al aceptante).

Esta sucesión de oferta y aceptación no tiene por qué hacerse personalmente, sino que se admite el contrato entre ausentes (aquel que se celebra estando cada uno en lugares distintos, de forma sucesiva o instantánea). Recogida tal idea en el 1262.2CC, partimos (en su actual redacción, orientada por la jurisprudencia del Tribunal Supremo) de una teoría de la cognición (la aceptación surte efecto desde que llega a conocimiento del oferente), matizada con tintes de la teoría de la recepción (una vez que la aceptación llega al círculo de intereses del oferente, si depende de su voluntad recibirla y no lo hace en contra de la buena fe, se entiende que ha sido recibida).

Cabe preguntarse, por último, si es necesaria la correspondencia exacta entre la oferta y la aceptación para que haya contrato. En principio, y salvo que el oferente diga lo contrario (19CISG), no, no es necesaria; pero cuando el cambio afecte a elementos esenciales se considerará que, en lugar de ante una aceptación, nos encontramos ante un rechazo de la misma una contraoferta, que deberá ser aceptada por el oferente (19CISG).

Nos interesa ahora centrarnos en las condiciones generales de contratación. Con este término nos referimos a las cláusulas que preparan los oferentes de antemano y que son una herramienta muy eficaz en el tráfico económico (mismo contrato para todos los clientes del mismo perfil, más rápido que redactar un contrato específico para cada uno), al tiempo que un arma muy poderosa (la otra parte pierde capacidad de negociación: o acepta, o lo deja, sin

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más). De ahí que el ordenamiento (Ley de Condiciones Generales de Contratación, transposición de normativa europea) intervenga para proteger al consumidor.

Una condición, para ser general, necesita cumplir tres requisitos cumulativamente:

Predisposición: es decir, la cláusula tiene que estar ya redactada antes de la celebración del contrato.

Imposición: la cláusula no puede ser negociada por el adherente.

Pluralidad: la cláusula tiene que estar redactada con la finalidad de incorporarse a una pluralidad de contratos. Si esta característica no se da, nos encontramos ante cláusulas no negociables individualmente, que no son exactamente lo mismo.

En los contratos con condiciones generales, los sujetos que intervienen se denominan predisponente (el que ha preparado el contrato, que siempre debe ser un profesional*) y el adherente (quien se adhiere o no a él; este puede ser un profesional o un consumidor, la LCGC cubre ambos). Es a este segundo al que protege el legislador, a través de un sistema de protección en tres controles:

Control de incorporación: las condiciones generales están jurídicamente incorporadas cuando se haya superado este control, que consiste en que el adherente conozca estas condiciones. Para ello, se exige que sean claras, transparentes, concretas y sencillas en su redacción, así como firmadas por todos los contratantes. Además, al adherente debe entregársele un ejemplar del contrato e informársele expresamente de las condiciones del mismo.

Control de interpretación: para lo no previsto en la LCGC, se nos remite a las normas de interpretación contenidas en el Código Civil. A estas se les añaden dos especiales:

o Si en el contrato hay condiciones generales y particulares, y hay contradicción entre ellas, primas las particulares.

o Si la cláusula en cuestión es oscura, se interpreta en beneficio del adherente (concreción del 1288CC).

Control de contenido: para ello, tiene dos herramientas:

o Una es aplicable a todo adherente, y supone que las cláusulas generales no pueden contradecir en perjuicio del adherentes lo dispuesto en la LCGC ni en ninguna otra norma de carácter imperativo o prohibitivo.

o Otra es aplicable únicamente a los adherentes consumidores, y es la posibilidad de declarar determinadas cláusulas como abusivas (aquellas que producen un desequilibrio importante entre derechos y obligaciones ora las partes contractuales: 85 y 90 TRLGDCU, lista abierta).

Si la condición general no supera alguno de estos controles, se considerará como no incorporada o nula, y se intentará integrar el contrato con la ley, los usos y la buena fe (principio de conservación del contrato). Pero, ¿qué puede hacer el consumidor frente a estos abusos? Por supuesto, puede recurrir a acciones individuales; pero también puede recurrir a diversas asociaciones de consumidores y presentar acciones colectivas, que tienen más fuerza. Estas pueden ser de tres tipos:

Acción de cesación: busca que se dicte una sentencia en la que se condene a predisponente a eliminar (y dejar de utilizar en el futuro) las condiciones generales que se consideran nulas.

Acción de retractación: se interpone frente a alguien que ha recomendado utilizar determinadas condiciones generales que se consideran nulas, para que no siga haciéndolo.

Acción declarativa: busca que una sentencia declare que una determinada condición general es nula, y su inclusión en el Registro de Condiciones Generales de la Contratación.

Por último, debemos hablar del precontrato. Sobre él hay muchas construcciones doctrinales, pero aquí seguiremos la que mayor recorrido ha tenido en nuestro ordenamiento: la de Federico de Castro. Para esta teoría, el precontrato es un diseño de contrato (de sus elementos esenciales) que todavía no entra en vigor (es decir, que las partes no tienen todavía las obligaciones y derechos que derivan del contrato), pero sí les concede a los contratantes la facultad de exigir que el contrato se ponga en vigor. El precontrato se perfecciona entonces cuando se concede

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esta facultad, y se consuma cuando se ejercita; a su vez, el contrato definitivo se perfecciona al ejercitar el precontrato, y se ejecuta según las reglas del propio contrato. En principio, aquí rige la libertad de forma; cuando el contrato que se pretende llegar a realizar requiere de una determinada forma, la misma deberá darse al precontrato. Del mismo modo, la capacidad que se exige a los precontratantes es la que se le exigirá a los contratantes al ponerlo en vigor.

*Por profesional entendemos (2.2LCGC) a la persona que actúa en el marco de su actividad empresarial, pública o privada.

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Tema 11. Compraventa y Permuta

La compraventa está regulada en diversos códigos: la mercantil, en el Código de Comercio; la internacional, en la CISG; la de consumo, en el TRLGDCU; y la general, en el Código Civil.

La compraventa se define en el 1145CC como el contrato por el que uno de los contratantes se obliga a entregar una cosa determinada y el otro a pagar por ella un precio cierto, en dinero o signo que lo represente. Las características principales de este contrato son:

Consensual: el contrato está perfeccionado desde que las partes convienen en la cosa y precio del contrato, aunque ninguno se haya entregado todavía.

Sinalagmático: ante el incumplimiento del contrato por una de las partes se puede recurrir no solo a los remedios generales, sino también a los sinalagmáticos.

Oneroso, y dentro de estos, conmutativo.

Traslativo del dominio: para transmitir la propiedad, nuestro ordenamiento exige tres requisitos:

o Que el transmitente sea dueño de la cosa.

o Que haya un título apto para transmitir la propiedad.

o Que haya modo o entrega.

Los sujetos que intervienen en él se denominan comprador y vendedor. En principio, cualquiera de los que pueden obligarse según el Código Civil puede participar en una compraventa (1457CC), aunque hay algunas excepciones contenidas en el 1459CC:

El tutor no puede celebrar contratos de compraventa para adquirir bienes de sus tutelados.

El mandatario no puede celebrar contratos de compraventa para adquirir bienes de cuya administración o enajenación estuviese encargado.

El albacea no puede celebrar contratos de compraventa para adquirir bienes confiados a su cargo.

El funcionario público no puede celebrar contratos de compraventa para adquirir bienes del Estado, de los municipios, de las Comunidades Autónomas, establecimientos públicos... de cuya administración estuviese encargado.

Magistrados, jueces, individuos del Ministerio Fiscal... no pueden celebrar contratos de compraventa para adquirir bienes y derechos ante el Tribunal, incluso por cesión.

La razón que motiva estas excepciones es que en estos casos hay conflictos de intereses. Sin embargo, estos conflictos no son todos iguales: algunos son indisponibles (1º, 4º y 5º) y, por tanto, el contrato en su contra es absolutamente nulo; y otros son disponibles (2º y 3º), es decir, que la persona puede ser autorizado para comprar (y, si no se da, la sanción es la anulabilidad).

En cuanto al objeto del contrato de compraventa, debe cumplir unos requisitos:

Determinación.

Licitud.

Existencia. En el Código Civil se plantean dos casos a este respecto:

o Pérdida de la cosa en el momento de celebración del contrato:

Si el vendedor actúa de mala fe, el comprador tiene derecho a una indemnización de daños y perjuicios (según la doctrina).

Si actúa de buena fe, será necesario distinguir si esta pérdida es:

Total: equivale a la nulidad del contrato (1460.1CC).

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Parcial: el comprador puede desistir del contrato o decidir que se le la cosa que resta abonando el precio en proporción (1460.2CC).

o Venta de una cosa futura: está aceptada, y puede ser de dos tipos:

Emptio rei speratae: cuando se hace el contrato, hay esperanza de que el objeto exista.

Emptio rei spei: aquí no hay seguridad de que el objeto vaya a existir, por lo que es un contrato aleatorio.

Del contrato, por supuesto, derivan ciertas obligaciones para las partes.

Vendedor: visto desde su posición de deudor, sus obligaciones son tres:

o Entrega: el vendedor está obligado a dar la cosa, con lo que, en un sistema como el nuestro, se transmite la propiedad. El vendedor cumple esta obligación de muchas formas:

Puesta en poder y posesión de la cosa:

Bienes inmuebles: se hace por entrega de las llaves o dejando que el comprador entre en el bien inmueble.

Bienes muebles: se puede hacer una entrega de mano a mano, de las llaves del lugar donde está almacenado el bien, o por medio de transporte. En este último caso, y dependiendo de lo pactado, la entrega se considera hecha en el momento de puesta a disposición del comprador (llamarle para informarle de que puede recogerlo), en el de remisión (se pone en poder del primer porteador) o en el de traslación (cuando llega al lugar donde está el comprador).

Pactos traditorios (1463 in fine CC):

Entrega brevi manu: el bien ya estaba en posesión del comprador, pero no en concepto de propietario.

Constitutum possessorium: el bien se vende pero no se puede trasladar a poder del comprador (por ejemplo, la venta de un piso donde el propietario se queda de arrendatario).

Escritura pública: según el 1462.2CC, la elevación a escritura pública equivale a la entrega, salvo que de la escritura se derivase lo contrario.

Entrega de bienes incorporales (1464CC): no nos interesa profundizar en ello.

No hay obligación de entrega, sin embargo, en determinadas situaciones excepcionales: cuando el comprador no haya pagado el precio; y cuando se otorga un plazo al comprador para la entrega del precio (pago aplazado) y después, tras el perfeccionamiento del contrato, el vendedor descubre que el comprador es insolvente (sea esta insolvencia anterior o posterior a la compraventa).

Frente al incumplimiento del vendedor, por otra parte, el comprador cuenta con los remedios generales. Además, en los artículos 1469—1471CC se nos dan otras reglas especiales sobre la venta de bienes inmuebles (no las estudiaremos aquí porque son muy específicas y la doctrina reciente considera que los remedios generales son suficiente).

Por último, y en lo que se refiere al riesgo de pérdida fortuita de la cosa, encontramos que el Código Civil no nos da una respuesta clara (1452.1CC en relación con 1182CC); en consecuencia, la doctrina se encuentra dividida entre quienes consideran que el comprador sigue obligado a pagar el precio (consideran que el riesgo corre a su cargo) y quienes no lo tienen tan claro (está claro, en estos preceptos, que la obligación del vendedor se extingue, pero nada se nos dice de la del comprador).

o Saneamientos: son sistemas especiales de responsabilidad del vendedor, que surgen en tres tipos de casos.

Saneamiento por evicción (1475-1482CC): se da cuando (por parte de un tercero) se priva al comprador de todo o parte de la cosa comprada por sentencia firme y en virtud de un derecho anterior a la compra. Para poder exigirlo, además, es obligatoria la llamada de garantía (el comprador debe notificar

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al vendedor del proceso de evicción para que pueda personarse y defenderse en el juicio: 1481 y 1482CC).

Una vez que se comprueban todos estos requisitos, y para saber qué partidas puede exigirle el comprador al deudor, es necesario distinguir también si el vendedor actuó de buena fe [debe devolver el valor de la cosa al tiempo de la evicción, además de los frutos y rendimientos de la cosa (siempre que en el pleito se hubiera condenado al comprador a entregárselos al tercero), las costas del pleito de evicción, las posibles costas del pleito entre comprador y vendedor para exigir el saneamiento, y los gastos del contrato de compraventa (si fue el comprador el que los pagó)] o de mala fe (las mismas partidas señaladas, además de los daños, intereses, gastos voluntarios y de puro recreo).

Por otro lado, cuando la evicción es parcial no hay responsabilidad automática del comprador (1479CC), sino que es necesario que la pérdida sea de tal magnitud que, sin esa parte, el comprador no habría celebrado el contrato de compraventa. Si se cumple este requisito, el comprador puede instar la resolución del contrato (en tal caso deberá restituirle al vendedor lo que quede de la cosa, sin más gravámenes que los que tuviera en el momento de compraventa), o pedirle las partidas anteriores de forma proporcional a la pérdida (interpretación de la doctrina). Las mismas ideas se aplican cuando en el contrato de compraventa se vendían dos cosas conjuntamente y una es arrebatada por evicción.

Es importante señalar que la responsabilidad por evicción es un efecto natural del contrato de compraventa, es decir, que no hace falta pactarla para que surja. Sin embargo, según el 1475.3CC, en uso de su autonomía de la voluntad las partes pueden pactar aumentarla, disminuirla (1476CC: si el vendedor es doloso, este pacto es nulo) o renunciar a ella (1476CC: ídem). Esta última renuncia, además, puede ser simple (el vendedor solo está obligado a entregar el valor de la cosa en el momento de la evicción) o a riesgo y ventura (si el comprador renuncia sabiendo que existen riesgos de evicción y se somete a sus consecuencias, no puede exigirle nada al vendedor).

Como podemos ver de todas estas reglas, el saneamiento por evicción no favorece demasiado al comprador (tiene que esperar a que haya una sentencia firme para poder recurrir contra el vendedor). Es por ello que, en el 1502CC, se flexibiliza un poco la norma, permitiendo al comprador suspender el pago del precio hasta que el riesgo de pérdida por evicción cese.

Saneamiento por cargas o gravámenes ocultos (1483CC): este se aplica únicamente a la venta de bienes inmuebles en los que hay una carga o servidumbre no aparente que el comprador descubre a posteriori. En estos casos, puede optar por la resolución del contrato (en un plazo de un año desde el otorgamiento de escritura, prescripción) o solicitar una indemnización por daños y perjuicios (en un plazo de un año desde que descubrió la carga). En cuanto a qué pasa cuando la carga no era aparente pero estaba inscrita en el Registro de la Propiedad, el comprador podía conocerla, así que es un terreno un poco más farragoso.

Saneamiento por vicios ocultos: un vicio se define como el defecto que tiene la cosa que le priva de las cualidades razonablemente esperables de la misma cuando se hizo el contrato. Su regulación general la encontramos en 1484-1490CC (para venta de ganado y animales hay regulación específica: 1491-1499CC), donde se requiere, para poder exigir el saneamiento, que el vicio sea: grave (la hace tan impropia para el uso al que se la destina o disminuye de tal modo este uso que, de haberlo sabido, el comprador no habría adquirido, o no por ese precio, la cosa); oculto (si es aparente, el comprador podría haber exigido que le entregasen una cosa no defectuosa, no haber celebrado el contrato...; para saber lo aparente o no del defecto, habrá que atender a la condición de perito o no del comprador, teniendo el perito más difícil probar su desconocimiento); y existente en el momento de celebración del contrato (aunque puede manifestarse después). Si se dan todos estos requisitos, el comprador cuenta con los remedios del 1486CC, que puede ejercitar en un plazo de 6 meses (caducidad):

Acción redhibitoria (similar a la resolución): desiste del contrato y se le abonan los gastos que pagó.

Acción quanti minoris: se rebaja proporcionalmente el precio a juicio de peritos.

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Indemnización de daños y perjuicios: solo cuando opta por la redhibición y el vendedor actúa con dolo (la doctrina lo ha extendido también a la acción quanti minoris).

Es obvio, entonces, que este saneamiento adolece dos problemas graves: primero, que limita los remedios de los que dispone el vendedor; y, segundo, que disminuye drásticamente el plazo (las acciones generales por incumplimiento duran 15 años). Es por ello que la jurisprudencia ha esquivado estas limitaciones mediante dos expedientes:

Aplicación generosa de la doctrina del aliud pro alio: como ya hemos mencionado, entregar una cosa distinta de la debida se considera incumplimiento esencial, lo que permite recurrir a los remedios generales. Se interpreta entonces que los vicios ocultos especialmente graves suponen la entrega de algo distinto de lo pactado, y se aplican sus reglas.

Huida de las acciones edilicias (permitida por el Tribunal Supremo): se permite al comprador construir su demanda sobre preceptos del Código Civil distintos del saneamiento (por ejemplo, el error vicio del consentimiento) que sí permiten las acciones generales.

Por último, nos interesa señalar que, en uso de su autonomía de la voluntad, comprador y vendedor pueden pactar la renuncia a esta responsabilidad (1485CC: pacto expreso y vendedor de buena fe).

o Transmisión de la propiedad: nos encontramos aquí ante otro aspecto sobre el que el Código Civil no se pronuncia, lo que ha llevado a la doctrina a dividirse entre quienes sí creen que es una de las obligaciones del vendedor (si no hay transmisión, hay incumplimiento esencial y el comprador puede resolver) y quienes opinan que no (habrá que esperar a que se reclame la cosa, termine el juicio...). Aquí nos adheriremos a la primera teoría.

En este sentido, se permite en nuestro ordenamiento la venta de cosa ajena (nuestro Código Civil no nos da una respuesta clara, así que se supone que es válida). Por otra parte, y en lo que se refiere a la doble venta (1473CC: venta a diferentes compradores), nuestro Código nos dice que el nuevo propietario es el primero que, de buena fe, toma posesión de la cosa, si es un bien mueble, o el primero que la inscribe en el Registro de la Propiedad, si es un bien inmueble (si ninguno lo registra, será el primero que tome posesión; si tampoco, se transmitirá la propiedad a quien presente el título de fecha más antigua). En casos de doble venta, aquel que termine no siendo propietario podrá resolver el contrato por incumplimiento esencial y exigir, además, una indemnización por daños y perjuicios.

También se permite en nuestro ordenamiento el pacto de reserva de dominio, donde los contratantes pueden pactar que hasta que no se entregue el precio el comprador no devendrá propietario de la cosa.

Comprador: observado ahora como deudor, su obligación principal es el pago del precio, que debe ser cierto, en dinero o signo que lo represente. Esto no quiere decir que sea imprescindible fijar cuantitativamente en el momento de celebrar el contrato, sino que entonces deberá establecerse un proceso que lo arbitre en el futuro sin necesidad de que las partes vuelvan a ponerse de acuerdo (como que lo determine un tercero ajeno a las partes; en tal caso, si el tercero no puede o no quiere determinar el precio, la compraventa será ineficaz).

El lugar y momento del pago pueden ser pactados por las partes, pero si no lo hacen se deberá pagar en el momento y lugar de la entrega. En caso de que se pacte aplazar el pago del precio, solo deberán pagarse intereses si así se pactó, si la cosa objeto de entrega ha producido frutos, o si el comprador está constituido en mora.

Contra el impago del comprador, el vendedor cuenta con varios remedios: la pretensión de cumplimiento y la suspensión de la propia prestación, según los artículos 1466 y 1467CC; y la resolución, regulada en supuestos específicos en los siguientes preceptos:

o 1503CC: cuando se pacta el pago aplazado de un bien inmueble y surge un motivo fundado de que se pueden perder la cosa y el precio, el vendedor podrá resolver el contrato.

o 1504CC: cuando en la compraventa de un bien inmueble se opta por el pago aplazado, si no se paga en el plazo determinado, aunque se pacte la resolución de pleno derecho, el comprador aún podrá pagar hasta que el comprador le reclame judicialmente o por acta notarial (desde entonces ya no podrá hacerlo, ni el juez podrá concederle el plazo de gracia que el 1124.3CC permite para la generalidad de los contratos).

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Con esto se beneficia al comprador, pues le permite retrasarse en el pago, a la vez que se le perjudica (se le quita el plazo de gracia); del mismo modo, que la resolución no opere de forma automática (como si fuera una condición resolutoria) favorece al comprador o al vendedor, dependiendo de a quién beneficie en cada caso la resolución. Sin embargo, este precepto también ha despertado críticas entre la doctrina reciente, pues si ya no es necesaria la reclamación judicial para resolver los contratos, poco sentido tiene que aquí sí sea necesaria.

o 1505CC: este artículo trata sobre la venta de bienes muebles de pago y entrega aplazados. En tal caso, cuando la resolución beneficie al vendedor podrá resolver (sin intervención judicial ni acta notarial) cuando el comprador no se presente a recibir la cosa o no entregue el precio (salvo que tuviera un plazo más largo para hacerlo).

De la compraventa internacional, que está regulada en la CISG (comprador y vendedor profesionales en distintos Estados), solo señalaremos algunos aspectos concretos, pues su regulación, aunque es una pieza clave para la modernización de los derechos de obligaciones y contratos de muchos Estados europeos, es demasiado amplia. Los elementos que destacamos son dos:

La falta de conformidad: con este término nos referimos a problemas de utilidad de las mercaderías, lo que en el Código Civil se regula como saneamiento por vicios ocultos. En el 35CISG se nos dice que una mercadería es conforme cuando:

o La cantidad, calidad y tipo de la misma coinciden con lo pactado.

o Esté envasada o embalada en la forma pactada, o en la forma que suelan embalarse o envasarse tales mercaderías (en todo caso, será suficiente para la conservación y protección de la mercadería).

o Cumple el uso general de la cosa, así como el uso especial que el comprador va a darle, siempre que el comprador se lo hubiera comunicado y el vendedor afirmase (expresa o tácitamente) que sirve para tal uso.

o Lo entregado coincide con la muestra o modelo que el comprador vio a la hora del contrato.

Son requisitos cumulativos, así que, si alguno falta, se activan los remedios con que cuenta el comprador (salvo que el motivo de la falta de conformidad no estuviese oculto), que son la pretensión de cumplimiento (consistirá en la reparación o en la sustitución; para que esta segunda sea posible, el incumplimiento debe ser esencial), la resolución del contrato (también es necesario que el incumplimiento sea esencial), la reducción del precio y la indemnización por daños y perjuicios.

La transmisión del riesgo: es el momento a partir del cual el comprador ya no queda liberado de su obligación de pago por la pérdida o deterioro de la cosa. En este sentido, la CISG no recoge una única respuesta, sino que se plantea los supuestos más típicos y da una solución distinta pra cada uno (66-71CISG). En comparación, el Código Civil solo plantea la respuesta incompleta del 1452CC.

En el TRLGDCU encontramos la regulación de la compraventa con consumidores. En tanto que se inspira en la CISG, también aquí hablamos de falta de conformidad y no de saneamiento, y consideramos que hay conformidad cuando la cosa (116.1TRLGDCU):

Se adecua a la descripción del vendedor, y a la muestra o modelo que vio el comprador.

Es apta para el uso ordinario que se le da, así como al uso especial que el comprador quiere darle, siempre que se lo comunicase al vendedor y este afirmase que es apta para el mismo.

Tiene las prestaciones habituales para esa mercadería, además de las señaladas en declaraciones públicas sobre el producto (publicidad).

Si falta alguno de estos requisitos, y el motivo de la falta de conformidad estaba oculto (lit. "no lo conoció ni pudo conocerlo"), el comprador podrá ejercer los remedios correspondientes, que aquí están jerarquizados:

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En primer lugar, deberá ejercer la pretensión de cumplimiento, pidiendo la reparación o la sustitución de la mercadería (serán gratuitas y deberán hacerse en un plazo razonable). El comprador podrá elegir cuál prefiere.

En segundo lugar, y tras haber ejercitado la pretensión de cumplimiento (una de las dos versiones, o las dos consecutivamente), el comprador puede exigir la resolución o la reducción del precio. En los casos en que recurrir contra el vendedor resulte gravoso en exceso, se concede al comprador una acción directa contra el productor.

Por último, y en paralelo a cualquiera de los remedios anteriores, el comprador puede exigir la indemnización de daños y perjuicios.

No es un remedio exactamente, pero el vendedor está obligado a tener repuestos a disposición del comprador durante, como poco, cinco años.

Estos remedios no proceden cuando la causa de disconformidad es de escasa importancia. Del mismo modo, tampoco son compatibles con las acciones de saneamiento por vicios ocultos del Código Civil.

Es importante, por último, señalar unos cuantos plazos:

Manifestación: la disconformidad debe presentarse en los primeros dos años desde la entrega para poder recurrir a los remedios. Además, si se produce durante los seis primeros meses, se presumirá iuris tantum que la falta de conformidad existía en el momento de celebración del contrato.

Denuncia: para poder ejercer los remedios, el consumidor tendrá que haber comunicado la disconformidad al vendedor en cuanto la conociera (es decir, en los dos años señalados).

Interposición de la acción: los remedios pueden ejercitarse en los tres años posteriores a la entrega de la cosa.

También reguladas en el Código Civil, pero con características especiales, son las siguientes compraventas:

Compraventa con pacto de retro (1507CC): en esta compraventa, hay un pacto por el que el vendedor puede recuperar la cosa vendida pagando el precio de la cosa, los gastos de contrato (si los pagó el comprador) y cualquier otro gasto, necesario y útil, que el comprador haya hecho en la cosa (1518CC). Si no se pacta un plazo máximo para ejercer el derecho de retracto, se considerará que es de cuatro años desde la fecha del contrato (1508.1CC); si se pacta, nunca se podrá extender más allá de diez años (1508.2CC).

Si el comprador vende el bien a un tercero y luego el vendedor ejerce su derecho de retracto, el tercero estará obligado a devolverle la cosa, salvo que se trate de un bien inmueble y esté protegido por la Ley Hipotecaria (34LH). Será conveniente entonces, para evitar que esto suceda, que el derecho de retracto se inscriba en el Registro de la Propiedad.

Compraventa de bienes muebles a plazo (Ley 28/1998, de Venta a Plazos de Bienes Muebles): en el artículo 3 de la susodicha ley, se define esta compraventa como el contrato por el que el vendedor se obliga a entregar una cosa mueble al comprador a cambio de un precio cierto, que se pagará de forma aplazada en tiempo superior a tres meses desde la perfección del mismo. Este régimen no será aplicable, según el artículo 5, en determinadas situaciones: compraventas de bienes muebles destinadas a la reventa pública, las ventas ocasionales sin finalidad de lucro, los contratos de arrendamiento financiero... Para que este contrato sea válido, es necesario hacerlo por escrito, y en tal documento deberán hacerse constar una serie de estipulaciones exigidas (o permitidas) por el artículo 7 (la inexactud u omisión se sanciona económicamente).

En estos casos, es válido el pacto que somete la compraventa a la obtención de financiación de otra entidad para pagar la compra; pero no lo es el pacto por el que el comprador se compromete a buscar financiación, a la par que se obliga a pagar al contado si no la encontrase. Además, si hay demora del pago (entendida como falta del mismo, no mero retraso) de dos o más plazos, o del último plazo, el vendedor podrá optar entre la pretensión de cumplimiento y la resolución.

En este tipo de compraventa hay prohibición de disponer para el comprador, es decir, que no se le permite establecer derechos reales sobre la cosa, venderla... hasta haber terminado de pagar. Por el contrario, sí que se puede pactar la reserva de dominio en favor del comprador.

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Por último, debemos señalar que cualquiera de estos pactos sea oponible a terceros, será necesario inscribirlos en el Registro de Venta a Plazos de Bienes Muebles.

Por último, debemos referirnos brevemente a la permuta, que se define como el trueque de derechos de propiedad (habitual en el ámbito de la edificación: permuta solar por obra). En tanto que el Código Civil se remite en muchos preceptos al contrato de compraventa para regularla, aquí nos centraremos únicamente en señalar algunas diferencias:

1539CC: en casos de permuta de cosa ajena, puede resolverse el contrato.

En casos de evicción, el que pierde la cosa puede optar por reclamar al otro la indemnización por daños y perjuicios o recuperar la cosa que trocó (solo será posible mientras subsista en poder del otro contratante, y sin perjuicio de los derechos que hayan adquirido terceros de buena fe sobre la cosa en cuestión).

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Tema 12. La donación

El primer problema con que nos encontramos cuando hablamos de la donación es su naturaleza jurídica, y es que, aunque la estudiemos como contrato, se trata más de un acto dispositivo, pues no hay una obligación de entregar una cosa, sino una entrega efectiva.

Dicho esto, empecemos por señalar que es uno de los medios para adquirir la propiedad enumerados en el 609CC, y que se define (618CC) como el acto de liberalidad por el que un sujeto (el donante) dispone gratuitamente de una cosa en favor de otro (donatario), que la acepta. Se caracteriza, entonces, porque:

Tiene causa gratuita: o sea, que una de las partes se empobrece y la otra se enriquece.

Es necesaria la aceptación del donatario: si el donatario no la acepta, la donación es nula (630CC). Respecto al momento en que se considera perfeccionada la donación, depende del caso (632CC):

o Cuando la donación es de bienes muebles y hay entrega simultánea de la cosa, se perfecciona cuando acepta el donatario.

o Cuando la donación es de bienes inmuebles y en la escritura pública comparecen donante y donatario manifestado sus voluntades de donar y de aceptar lo donado, se perfecciona cuando el donatario acepta.

o Cuando la donación es de bienes muebles y se ha hecho por escrito, la donación se perfecciona cuando el donante conoce de la aceptación del donatario.

o Cuando la donación es de bienes inmuebles y la aceptación se manifiesta en una escritura pública distinta, la donación se perfecciona cuando el donante conoce de la aceptación del donatario.

Es un contrato formal: es decir, que se hace necesario seguir una serie de formalidades. Estas se encuentran definidas en los arts. 632 y 633CC:

o Si se trata de una donación verbal de bienes muebles, se requiere la entrega simultánea de la cosa.

o Si se trata de una donación por escrito de bienes muebles, se exige que la aceptación también sea por escrito.

o Cuando se refiere a bienes inmuebles, tiene que constar en escritura pública. En ella pueden comparecer ambas partes en manifestación de sus voluntades, o puede hacerlo en escrituras públicas separadas, pero en este último caso, para que surta efecto, es necesario que la aceptación se haga en vida del donante.

La donación puede ser de varios tipos:

Mortis causa (no la vemos aquí).

Donación modal y donación onerosa: en ambos tipos, al donatario se le impone, junto con la donación, una carga. La diferencia radica en la cantidad de esta carga: si es inferior a la de lo donado, se trata de una donación modal; si es igual o superior, se trata de una donación onerosa.

Donación remuneratoria: es aquella donación que se realiza en recompensa por servicios prestados al donante.

Donación con reserva de la facultad de disponer por el donante (639CC): consiste en una donación donde el donante aún puede disponer de alguno o todos los bienes donados, o de alguna cantidad con cargo de ellos (si ejerce esta última modalidad, la donación se convierte en modal u onerosa, en función de la cantidad). Es importante señalar que esta facultad no se puede transmitir a los herederos, ni siquiera pactándolo (pacto nulo), y que las partes pueden pactar un plazo de extinción más breve que la muerte del donante.

Si el donante conservaba esta facultad y el donatario transmite la cosa a un tercero, ¿le alcanza? Para responder debemos atender al 464CC y al 34LH, sobre la protección de la apariencia jurídica.

Donación con cláusula de reversión: se denomina así aquella en la que el donante somete la donación a una condición o plazo. Si el donante fallece antes de que se cumpla, el donatario purifica su titularidad; si, por el

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contrato, la condición o plazo se cumple, sucede la adquisición automática del bien por el donante, sin que el donatario tenga derecho a ninguna liquidación.

Esta reversión, además, se puede establecer en favor de terceros (es decir, que cumplida tal condición el bien pase a T). En tales casos, y como también son donatarios, se requiere su aceptación para poder recibir la cosa. Si no se da, o el tercero no existe en el momento en que se cumple la condición o plazo, el donatario purifica su titularidad.

Donación de nuda propiedad y de usufructo: entendiendo el usufructo como el derecho real de uso y disfrute de la cosa, que vacía la figura de la propiedad, una donación en estas de este tipo hace que un donatario se quede con el primero, mientras concede al otro la nuda propiedad.

Respecto a la capacidad necesaria para la donación, debemos señalar que:

El donante debe tener la capacidad necesaria para disponer del bien (624CC).

Al donatario le basta con no estar especialmente incapacitado para aceptar donaciones (625CC). Sin embargo, cuando se trata de donaciones condicionales u onerosas, el donatario necesita tener capacidad suficiente para contratar (o que su representante legal acepte en su lugar). En casos de donaciones a un nasciturus, aceptará quien, de haber ya nacido, sería su representante legítimo.

En cuanto al objeto de las donaciones, está prohibida la donación de bienes futuros (aquellos de los que no se puede disponer en el momento de la donación). Además, y dentro de los bienes presentes, hay unos límites:

634CC: el donante tiene que reservarse en plena propiedad o usufructo lo necesario para vivir conforme a sus circunstancias.

636CC: no se pueden entregar por vía de donación más de lo que se podría dar por vía de testamento, para no lesionar los derechos sus legitimarios.

Sobre los deberes de las partes, lo mejor es estudiarlos desde la perspectiva de cada uno:

Donante: su primer (y a menudo único) deber es la entrega de la cosa donada. Aparte, deberá responder de saneamientos por evicción o vicios ocultos cuando se trate de una donación onerosa hasta la concurrencia del gravamen (638CC); en los demás casos, la regla general es que no responda por ellos, aunque el donatario se subroga en la posición del donante, con todos los derechos y acciones que le correspondiesen contra la evicción o los vicios ocultos.

Donatario: en primer lugar, tiene un deber de gratitud frente al donante. En las donaciones modales u onerosas, además, deberá pagar las deudas del donante, en contra de la regla general (si no se pacta nada, el donatario no responde por las deudas del donante, aunque sí le alcanzan las acciones de rescisión por fraude de acreedores de aquel).

En el caso de que haya múltiples donatarios, señalaremos que en principio no hay derecho de acrecer (su parte correspondiente de la donación se divide entre los otros), salvo que así se pacte o que se trate de una donación realizada conjuntamente a dos cónyuges (637CC).

Por último, debemos hablar de la revocación de las donaciones, que es un sistema especial de ineficacia. Sus causas pueden ser:

Supervivencia o superveniencia de hijos (644-646CC): cuando un hijo que se creía muerto reaparece vivo, o cuando tiene hijos tras la donación, incluso de forma póstuma, respectivamente.

Incumplimiento de las cargas (647CC), cuando se trate de donaciones modales u onerosas.

Ingratitud del donatario (648CC): es decir, cuando el donatario adopte una conducta reprochable respecto al donante (cometer un delito contra él, negarle el alimento indebidamente...).

Lesión de los derechos de los legitimarios (636CC): hace que la donación sea inoficiosa.

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Tema 13. El arrendamiento de cosas

El arrendamiento, según el 1543CC, es el contrato por el que un sujeto (arrendador) cede el uso de una cosa a otro (arrendatario) a cambio de un precio cierto (renta). Se trata de un contrato consensual, oneroso, sinalagmático y de tracto sucesivo. En nuestro ordenamiento, el régimen general se encuentra regulado en el Código Civil, pero además tenemos dos regímenes especiales (arrendamientos urbanos y rústicos) en sendas leyes especiales. Veámoslos por orden.

Lo primero que debemos señalar es que la configuración que hace el Código Civil del arrendamiento está obsoleta y ampliamente superada por la doctrina. Así, el Código Civil incluye en materia de arrendamientos los de obra y servicios, que actualmente son contratos independientes al arrendamiento (contrato de obras y contrato de prestación de servicios).

Tampoco debemos pasar por alto el hecho de que su ámbito de aplicación se ha reducido gravemente, porque, aunque se creó pensando en el arrendamiento de bienes inmuebles, el desarrollo de las leyes especiales que ya hemos mencionado le ha quitado terreno, de tal modo que ahora sus normas solo sirven para los inmuebles que no encajan en ellas (por ejemplo, el arrendamiento de solares) y pra bienes muebles.

Señaladas tales características, centrémonos ahora en las obligaciones de cada sujeto y en los remedios con que cuenta el otro frente a su incumplimiento:

Arrendador: su primera obligación, obviamente, es la entrega de la cosa al arrendatario. Además, está obligado a hacer las reparaciones necesarias (las que deben hacerse sobre la cosa durante la duración del contrato para que se conserve en el estado correcto para destinarla al uso que se le da) y urgentes (las que no pueden diferirse hasta el fin del arriendo), que correrán a su cargo.

Igualmente, también debe proporcionar al arrendatario el goce pacífico de la cosa, es decir, evitar perturbaciones procedentes de sí mismo y de otros, cuando estas sean de derecho (es decir, cuando un tercero ejercita un derecho sobre la cosa; el arrendador debe defender al arrendatario). Cuando sean de hecho, sin embargo, no tendrá obligación de defenderle, sino que será el propio arrendatario quien cuente con acciones a ejercer frente al perturbador para protegerse.

Su última obligación consiste en el saneamiento de la cosa arrendada. El Código Civil nos remite para ello al saneamiento contemplado en materia de compraventa, pero la doctrina ve esta referencia innecesaria: cuando sea un saneamiento por vicios ocultos, basta con recurrir a la obligación del arrendador de hacer las reparaciones necesarias y urgentes; y cuando sea un saneamiento por evicción, podemos encajarlo en la perturbación de derecho del goce pacífico, por lo que está obligado a defenderle.

Si el arrendador incumple alguna de estas obligaciones, el arrendatario puede, según el 1556CC, exigir una indemnización por daños y perjuicios, además de optar entre la conservación y la resolución del contrato.

Arrendatario: su primera obligación es el pago de la renta. Además, debe usar adecuadamente la cosa, es decir, no puede variar su forma (se le permite introducir mejoras útiles y voluntarias, que podrá retirar luego, pero no tiene derecho a su reembolso); y a su cargo corren los gastos de escritura, si los hay. También tiene el deber de tolerar las reparaciones urgentes, aunque sean molestas o incluso le priven del uso de la cosa (1558CC), pero si duran más de 40 días tiene derecho a que se le disminuya la renta proporcionalmente al tiempo de reparación y a la parte de la cosa de la que sea privado. Además, si esta privación hiciese inhabitable la parte de la finca arrendada que necesita para vivir puede optar por la resolución.

Según el 1559CC, tiene el deber de comunicación, o sea, la obligación de avisar al arrendador de las reparaciones necesarias y de las usurpaciones y eventos dañosos que otro haya realizado sobre la cosa, facilitando el cumplimiento del arrendador. Por último, al término del contrato de arrendamiento, el arrendatario debe devolver la cosa en la forma que se entregó, y responderá por el deterioro o pérdida de la misma (cuando se deba a su persona o a las de su casa, no cuando se pruebe que no es culpa suya).

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Frente a su incumplimiento, el arrendador puede exigir los mismos remedios, es decir, la indemnización por daños y perjuicios, y optar por la resolución o la conservación del contrato.

Vistos los sujetos, nos interesa ahora ver las causas de terminación del arrendamiento, que son:

El vencimiento del término, si se pactó un plazo de duración. Sin embargo, a este respecto es importante la figura de la tácita reconducción (1566CC), que nos dice que, si tras el término del contrato el arrendatario permanece 15 días en posesión de la cosa con aquiescencia del arrendador, el contrato se prolongará (un año si se fijó una renta anual, un mes si mensual...), salvo que haya requerimiento por parte del arrendador en esos quince días. También es posible pactar una prórroga, antes del vencimiento del contrato, evitando que termine.

La venta de la cosa arrendada, o sea, cuando el arrendador venda a un tercero la cosa (esto es una manifestación del principio "venta quita renta"), según el 1571CC. A cambio, deberá indemnizar al arrendatario. Hay, sin embargo, determinados casos en que no sucede así: cuando comprador y vendedor así lo pacten en el contrato de compraventa; y cuando el arriendo esté inscrito en el Registro de la Propiedad. En estos casos, el comprador se subroga en la posición del arrendador.

La pérdida de la cosa arrendada (1568CC, que nos remite a los arts. 1182 y 1183CC).

La muerte de una de las partes.

La doctrina está dividida sobre si esta es o no una causa de terminación.

Los últimos dos casos que nos interesa estudiar del arriendo implican la transmisión de la cosa a un nuevo sujeto: el subarriendo y la cesión.

El subarrendamiento supone la existencia de dos contratos: uno entre el arrendador y el arrendatario, y otro sobre la base de este primero entre el subarrendador (el arrendatario) y el subarrendatario. El Código Civil lo permite en el art. 1550, salvo que se excluya expresamente en el contrato. Sobre su funcionamiento, nos interesan tres reglas:

o El subarrendatario se obliga frente al arrendador y al subarrendador a dar el uso correcto a la cosa (el convenido en el primer contrato, entre arrendador y arrendatario).

o El arrendador tiene una acción directa contra el subarrendatario para cobrarse lo que le deba el arrendatario, en contra del principio de relatividad de los contrarios.

o Aparte de por las causas normales, el subarriendo se extingue por la extinción del arrendamiento.

La cesión supone que el arrendatario sale de la escena jurídica, dejando que otro ocupe su lugar. No está regulada en el Código Civil, pero por las reglas generales que ya hemos estudiado (novación del deudor) es necesario que el arrendador consienta.

Centrémonos ahora en el régimen especial de los arrendamientos urbanos, regulado en la Ley 29/1994 de Arrendamientos Urbanos y recientemente reformado en 2013 para introducir medidas de flexibilización y fomento del mercado de alquiler de viviendas. La susodicha ley distingue entre dos tipos de arrendamientos, según al fin a que se destine el arriendo:

Arrendamiento de vivienda: se define, según el 2LAU, como aquel que recae sobre una edificación habitable cuyo destino primordial sea satisfacer la necesidad permanente de vivienda del arrendatario. Según el 4.2LAU, este arrendamiento se rige jurídicamente por lo que pacten las partes, en el marco establecido en el Título II de la LAU, y, supletoriamente, por lo dispuesto en el Código Civil.

La duración del contrato se encuentra regulada en los arts. 9, 10 y 11 LAU. Respecto a ella, debemos estudiar algunos casos:

o Duración mínima: el contrato, como mínimo, durará tres años. Las partes pueden pactar el plazo que prefieran, pero si queda por debajo de este límite, llegado el día del vencimiento, el contrato se prorroga obligatoriamente por plazos anuales hasta alcanzar esta duración mínima. Esta prórroga no procede si, una vez termina el primer año de duración del contrato, el arrendador comunica al arrendatario (con dos meses de antelación) que necesita la vivienda arrendada para destinarla a vivienda permanente para sí o ciertos

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familiares, o para su cónyuge en los supuestos de sentencia firme de separación, divorcio o nulidad matrimonial.

En tanto que esta duración mínima está destinada a proteger al arrendatario, se entiende que puede renunciar a ella, manifestando al arrendador tal voluntad con 30 días de antelación a la fecha de terminación del contrato o de cualquiera de las prórrogas.

o La prórroga: además de lo mencionado en el apartado anterior, el contrato se prorroga durante un año más cuando, pasados los tres años mínimos, ninguna de las partes notifique a la otra su voluntad de no renovarlo con 30 días de antelación.

o Duración en caso de falta de pacto : si las partes no especificaron el plazo de duración del contrato o fijaron un plazo indeterminado, debe entenderse que el contrato se ha celebrado por el plazo de un año, sin perjuicio del derecho de prórroga anual.

o Derecho de desistimiento: conforme al 11LAU, es una facultad que corresponde al arrendatario, y que puede ejercer una vez hayan transcurrido seis meses, aunque comunicándoselo al arrendador con una antelación mínima de 30 días.

En cuanto a la renta, el 17LAU especifica que serán las partes quienes la estipulen libremente. Así, por ejemplo, pueden pactar que, durante un plazo determinado, la obligación de pago de la renta se reemplace total o parcialmente por el compromiso del arrendatario de reformar o rehabilitar el inmueble (en los términos y condiciones que pacten). Además, según el 18LAU, la renta se puede actualizar desde el inicio del contrato en la fecha que se cumpla cada año de vigencia del contrato, en los términos que pacten, y es posible elevarla por mejoras, siempre que hayan transcurrido tres años de duración del contrato (19LAU).

En materia de obras, debemos ver cuáles deben, pueden o no pueden realizar arrendatario y arrendador sobre la vivienda:

o Arrendatario: previa notificación escrita al arrendador, puede realizar en la vivienda las obras necesarias para adaptarla a su discapacidad o a su edad superior a 70 años (o la de su cónyuge o persona con quien conviva de forma permanente en análoga relación de afectividad, o la de los familiares que con él convivan: 21LAU), que luego deberá retirar al término del contrato si así lo exige el arrendador (24.2LAU). Del mismo modo, está obligado a realizar las pequeñas reparaciones que exija el desgaste por el uso ordinario de la vivienda, que correrán a su cargo (21.4LAU). Para realizar obras que modifiquen la configuración de la vivienda o de sus accesorios, necesita el consentimiento por escrito del arrendador (23.2LAU); de omitirse, el arrendador podrá exigir que el arrendatario reponga las cosas al estado anterior (23.2.IILAU). Por último, en ningún caso se le permite realizar obras que disminuyan la estabilidad o seguridad de la vivienda (23.1LAU).

o Arrendador: está obligado (sin derecho a elevar por ello la renta) a hacer todas las reparaciones necesarias para conservar la vivienda en condiciones de habitabilidad para servir al uso convenido, salvo que el deterioro sea imputable al arrendatario (en virtud de los arts. 1563 y 1564CC) o que la vivienda sea destruida por causa no imputable al arrendador (21.1LAU). El arrendatario habrá de soportar tales obras cuando no puedan diferirse hasta la terminación del arrendamiento, aunque le sean molestas o durante ellas se vea privado de una parte de la vivienda, y deberá poner en conocimiento del arrendador la necesidad de las mismas en el plazo más breve posible (21.3LAU); pero si la obra dura más de 20 días, la renta deberá disminuirse en proporción a la parte de la vivienda de que se vea privado (21.2LAU)

También debe entregar al arrendatario el importe de la realización de reparaciones urgentes que aquel realice para evitar un daño inminente o una incomodidad grave, aunque tendrá que habérselas comunicado al arrendador dentro de lo razonable (21.3LAU).

Por último, según el 22LAU el arrendador puede realizar obras de mejora cuya ejecución no pueda diferirse razonablemente hasta la conclusión del arrendamiento, aunque deberá notificar al arrendatario con al menos tres meses de antelación la naturaleza, comienzo, duración y coste previsible de las obras. En el mes siguiente a tal notificación, el arrendatario dispone de un derecho de desistimiento, salvo que las obras no afecten o afecten de modo irrelevante a la vivienda arrendada; en cualquier caso, el arrendatario que soporte las obras tendrá derecho a una reducción de la renta proporcional a la parte de la vivienda de la que

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se vea privado por causa de aquellas, así como a la indemnización de los gastos que las obras le obliguen a efectuar.

En cuanto a la posible enajenación de la vivienda por parte del arrendador, debemos distinguir dos casos distintos, según el 14LAU:

o Si la finca arrendada está inscrita en el Registro de la Propiedad con anterioridad a la enajenación, y el contrato de arrendamiento está inscrito, el adquiriente se subroga en los derechos y obligaciones del arrendador, y el arriendo se mantiene por la duración pactada más las prórrogas legales. Si el arriendo no estuviera inscrito, sin embargo, el adquirente que reúna los requisitos del 34LH (de buena fe y a título oneroso) no quedará subrogado en la posición del arrendador.

o Si la finca arrendada no está inscrita, el 14LAU nos remite al 1571CC.

En casos de separación, nulidad o divorcio del arrendatario, el cónyuge a quien se atribuya el uso de la vivienda arrendada de forma permanente o en plazo superior al que reste por cumplir el contrato de arrendamiento pasará a ser el titular del contrato (15LAU).

En caso de que el arrendatario muera, se permite la subrogación en su posición para determinadas personas enumeradas en el 16LAU (cónyuge o pareja sentimental estable, descendientes, ascendientes que hubieran convivido con él habitualmente...). Sin embargo, en arrendamientos con duración inicial superior a tres años, las partes pueden pactar que no haya tal derecho de subrogación cuando el fallecimiento tenga lugar después de transcurridos los tres primeros años, o que el arrendamiento se extinga a los tres años cuando el fallecimiento se produzca con anterioridad.

Arrendamiento para uso distinto del de vivienda: según el 3.1LAU, el arrendamiento es para uso distinto del de vivienda cuando, recayendo sobre una edificación, tenga como destino primordial un uso distinto a la satisfacción de la necesidad permanente de vivienda del arrendatario (según los ejemplos que añade a continuación, podemos considerar que en esta figura encajan los arrendamientos de segunda residencia, los de temporada, los tradicionales de local de negocio y los asimilados a estos).

En esta figura, la enajenación de la finca arrendada supone, en principio, la subrogación del adquirente en la relación arrendaticia (29LAU), salvo que el arrendatario no tenga su derecho inscrito en el Registro de la Propiedad. Además, la cesión del contrato y el subarriendo se permiten cuando el arrendatario ejerza una actividad empresarial o comercial, sin necesidad del consentimiento del arrendador (32LAU), aunque deberá notificárselo al arrendador, que tendrá derecho a que se eleve la renta en el porcentaje que se fija legalmente.

Para obras, la legislación nos remite a lo dispuestos para los arrendamientos de vivienda.

En casos de fallecimiento del arrendatario, cuando aquel ejerciera en el local alguna actividad empresarial o profesional, se permite que el heredero o legatario que continúe tal actividad se subrogue en el contrato (33LAU).

Por último, el 34LAU confiere al arrendatario una indemnización a la extinción del contrato, a cargo del arrendador, bajo ciertas circunstancias (pérdida de clientela o aprovechamiento por el arrendador o por un tercero).

El último aspecto que nos interesa estudiar de este régimen especial es la fianza (aquella cantidad de dinero en metálico que el arrendador está obligado a exigir y el arrendatario a prestar en el momento de celebración del contrato), contemplada en el 36LAU. La cantidad de esta será la equivalente a un mes de renta, en casos de arrendamiento de vivienda, o a dos mensualidades, en caso de arrendamiento para uso distinto del de vivienda. Su finalidad es garantizar el cumplimiento de las obligaciones por parte del arrendatario, pero no impide que, además de esta garantía obligatoria, las partes pacten cualquier otra adicional.

Por último, aunque más brevemente, nos interesa estudiar el régimen de la Ley 49/2003 de Arrendamientos Rústicos, modificada en 2005, ya que la política de los arrendamientos rústicos es una pieza clave en la política agraria por el amplio número de personas y gran extensión de tierras (se estima que una tercera parte de las 26 millones de hectáreas destinadas a cultivo se hallan arrendadas bajo diferentes tipos de contrato) implicadas.

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Debemos señalar, en primer lugar, que esta ley solo se aplica a los profesionales de la agricultura y a determinadas sociedades (14 y 16LAR), siempre y cuando no sobrepasen el límite en la cuantía de tierras en explotación (18LAR). Y, en segundo lugar, solo queremos apuntar que la duración mínima establecida es de cinco años.

Lo único que debemos tener en cuenta, aparte de lo citado, es que el Gobierno prepara una reforma de la Ley de Arrendamientos Rústicos, que prevé, entre otras cosas, disminuir el tiempo mínimo de duración del contrato a dos años (aunque se permite a las partes pactar un período distinto de duración), e incrementar el tamaño de las explotaciones para mejorar su eficiencia, productividad y competitividad.

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Tema 14. El contrato de préstamo

Se trata de un contrato real (discutible) por el cual un sujeto entrega a otro una cosa, que puede ser fungible/consumible (mutuo) o infungible (comodato), a condición de que, pasado un tiempo, se la devuelva. Dependiendo de si es mutuo o comodato, las reglas serán distintas, así que estudiémoslas por separado:

Comodato: se trata del contrato por el que una parte (comodante) entrega a otro (comodatario) una cosa para su uso (no los frutos que genere), pero conservando la propiedad de la cosa. La cosa en cuestión debe ser un bien no consumible, o un bien consumible que se presta para un uso que no lo consume.

Es un contrato esencialmente gratuito (1740.3CC), por lo que, si se pacta un precio, deja de ser comodato. Además, acepta la sucesión mortis causa (ser heredado por los herederos del comodatario y comodante), salvo que se estableciese en atención a la persona del comodatario; pero, puesto que nada se dice de la cesión inter vivos, cabe deducir que para hacerla se necesitará el consentimiento del comodante, como en cualquier otro contrato.

Su duración será la que fijen las partes. Si nada se dice, habrá de deducirse la duración de lo que dure el uso pactado. Si tampoco se pactó un uso, este deberá completarse con la costumbre del lugar. Y si tampoco hubiera costumbre, será el comodante quien decida cuando revocarlos. Del mismo modo, si sobrevenidamente surge por su parte una urgente necesidad del bien, puede ponerle fin antes del plazo pactado.

Respecto a las obligaciones y derechos de las partes, es mejor verlos por separado:

o Comodatario: tiene derecho al uso de la cosa, pero no a sus frutos. A cambio, debe cuidar la cosa con la diligencia de un buen padre de familia, y restituir el bien al término del contrato (no cuenta con un derecho de retención). A su cargo corren los gastos ordinarios de manutención de la cosa, pero no los extraordinarios (que deberá comunicar al comodante: 1751CC). Además, deberá responder por la pérdida o deterioro de la cosa en determinados casos:

Cuando se haya producido por su dolo o culpa.

Cuando se haya producido por caso fortuito, siempre que: destinase el bien a un uso distinto del pactado; ya hubiese obligación de restituirla en el momento de producirse; o la cosa se prestase con tasación.

o Comodante: según el 1752CC, debe responder de los daños que la cosa prestada provoque al comodatario, cuando estos derivasen de vicios ocultos y se lo prestase de mala fe (con dolo o culpa lata).

Por último, debemos mencionar que el comodato, cuando no tenga plazo y el comodante pueda exigir en cualquier momento la devolución del bien, puede dar lugar al precario (una figura posesoria que se caracteriza por la incertidumbre, donde el comodatario puede ser privado de la cosa en cualquier momento).

Mutuo: se trata del préstamo donde un sujeto (prestamista) transmite a otro (prestatario) la propiedad de un dinero u otra cosa consumible, a cambio de que el otro le devuelva la misma cantidad (y de la misma calidad) de dinero o de la cosa consumible. Al ser un contrato que transmite la propiedad, la capacidad exigida a las partes es la necesaria para enajenar las cosas, de las que además deberán ser propietarios. Se trata de un contrato gratuito por naturaleza, por lo que no se impide el pacto de intereses. En caso de hacerse, deberemos comprobar si nos encontramos ante un supuesto de usura (Ley Azcárate, de 1908, requisitos cumulativos: los intereses pactados son notablemente superiores al interés normal del dinero; son manifiestamente desproporcionados a las circunstancias del caso, o se ha establecido en tales condiciones que pueda resultar leonino; y existen motivos para suponer que el prestatario ha aceptado los bienes bien por su situación de angustia, bien por inexperiencia, bien por su escasez de facultades mentales), porque, de ser así, el contrato se anula. En caso de haberse pagado, el prestamista deberá devolver la parte del préstamo que exceda de lo aceptable.

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Tema 15. Contrato de servicios. Mandato. Depósito

La regulación que nos ofrece el Código Civil sobre el contrato de prestación de servicios, bajo el nombre de arrendamiento de servicios (1583-1587CC), es parca, obsoleta e insuficiente. Es por ello que ha habido un fuerte desarrollo de este contrato al margen del Código, a través de otras leyes, estatutos, etc. Sin embargo, tales cuestiones no son materia de esta asignatura, por lo que aquí nos centraremos en lo regulado por el Código Civil, aunque siempre desde la óptica que la doctrina ha desarrollado.

Empezaremos entonces por denominarlo contrato de prestación de servicios, y no arrendamiento de servicios. Se trata de un contrato consensual, sinalagmático y no sujeto a ninguna formalidad, cuyo objeto es el desarrollo de una determinada actividad por parte de un sujeto (prestador) en beneficio de otro (cliente), a cambio de un precio. Esta obligación que asume el prestador de servicios es de medios, no de resultado, por lo que basta con actuar con la diligencia que le sea exigible para liberarse.

Veamos ahora las obligaciones de cada parte:

Prestador de servicios: su única obligación consiste en prestar el servicio contratado. En principio debe hacerlo personalmente (aunque esto no impide recurrir a auxiliares, lo que estos hagan queda bajo su supervisión y responsabilidad), y actuando con la diligencia exigible (la que exige la lex artis ad hoc: la propia del sector de servicios en el que desempeña su actividad; los usos sociales integran el contrato).

Cliente: está obligado, según el 1583CC, a pagar el precio cierto. Según la jurisprudencia del Tribunal Supremo, no es necesario pactarlo expresamente, sino que puede ser el conocido por costumbre y usos en el lugar correspondiente (los Colegios Profesionales suelen publicar tarifas generales para cada zona en caso de que no se pacte nada, aunque el cliente puede impugnarlas).

En cuanto a la duración, queda expresamente prohibido que se establezca para toda la vida (1583CC), siendo tal pacto nulo. Se permite entonces que sea determinada, cuando se trate de un servicio determinado, o indeterminada, cuando el servicio sea indeterminado (en tal caso, el cliente puede poner fin al contrato sin indemnizar al prestador).

Sobre la extinción de este contrato, en principio son de aplicación las causas generales, aunque se incluye una específica: el fallecimiento del prestador de servicios.

Por último, y en lo que se refiere al incumplimiento, diremos simplemente que se aplican los remedios generales.

Entramos ahora en el segundo de los tres contratos que vamos a estudiar en este tema: el contrato de mandato (1709-1739CC). Muchas de sus reglas ya las hemos estudiado el curso pasado porque, a falta de una regulación específica para la representación, esta se ha construido principalmente sobre el mandato.

En el contrato de mandato tenemos a una parte (mandatario) que se obliga a prestar algún servicio o hacer alguna cosa por cuenta o encargo de la otra (mandante). Es un contrato consensual, que admite consentimiento tácito o expreso, y naturalmente gratuito, salvo en el caso del 1711.2CC (cuando el mandatario tiene por ocupación el desempeño de servicios de la misma especie a que se refiere el mandado), donde se presume que hay obligación de retribuirlo.

Respecto a las obligaciones de las partes, diremos:

Mandatario: está obligado a ejecutar el mandato, dentro de los límites que se le impongan (si es que se le dan instrucciones) y actuando siempre con la diligencia de un buen padre de familia (salvo que se pacte aumentarla). Debe, además, rendir cuentas de su gestión ante el mandante, y entregarle todo lo recibido, incluso cuando no se debiera al mandante (según el 1720CC; esta obligación está pensada en principio para la representación directa, porque en ella es en la que el tercero puede reclamarle directamente al dominus).

En caso de incumplir alguna de estas obligaciones, el mandante puede resolver el contrato y pedirle la indemnización por los daños sufridos por causa del mandatario (1718CC). Si esto sucede cuando hay varios mandatarios, no responden solidariamente de tales daños, salvo que así se exprese (1723CC).

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Mandante: su primera obligación es la de anticipo, es decir, abonar al mandatario las cantidades necesarias para el desempeño del mandato. Si fue el mandatario quien las adelantó, deberá remunerárselas, incluso si el negocio no hubiera salido bien (salvo que la infructuosidad del mandato se debiera a la culpa del mandatario, según 1728CC). Además, debe indemnizar al mandatario los daños y perjuicios que sean consecuencia del cumplimiento del mandato (siempre que el mandatario no haya actuado con culpa o negligencia), y retribuir al mandatario en su caso.

En caso de que incumpla, el 1730CC concede al mandatario derecho de retención de las cosas que son objeto del contrato de mandato. Si esto sucede en casos en que hay varios mandantes, se presume que responden solidariamente, salvo pacto en contrario (1731CC).

En cuanto a las posibles causas de extinción del mandato, tenemos:

Revocación del mandato: puede hacerse en cualquier momento. Sin embargo, si el mandato se estableció para contratar con terceros, no pueden ser perjudicados si no se les comunica la revocación (1734CC).

Renuncia del mandatario (1736CC): es una declaración de voluntad de carácter recepticio, por la cual el mandatario se libera de su obligación. Si esta renuncia no tiene justa causa (una causa que supone que no puede continuar el mandato sin un grave detrimento suyo), deberá indemnizar al mandante por los daños y perjuicios que deriven de la renuncia; si la tiene, sin embargo, no tendrá que indemnizar al mandante, pero deberá continuar ejecutando el mandato hasta que aquel pueda tomar las medidas necesarias para ocurrir a esta falta (1737CC).

Muerte del mandante o mandatario: esta causa de extinción se debe a que el contrato de mandato se basa en la confianza. La muerte de una de las partes, por tanto, conlleva la extinción del contrato.

Incapacidad del mandatario.

Declaración de prodigalidad de cualquiera de las partes (dilapidación de sus bienes...).

Insolvencia de cualquiera de ellos.

Debemos señalar que, como regla general, se entiende que el mandatario puede transferir (queda entonces fuera del negocio, y debe aceptarlo el mandante) o delegar (sigue siendo parte de él, es una especie de subapoderamiento, y no necesita autorización) el mandato en un sustituto, pero en este último caso responde por la actuación del mismo.

Para terminar, nos interesa hablar brevemente de la gestión de negocios ajenos sin mandato, ya que, aunque se encuentra regulada en materia de cuasicontratos (1888-1894CC), la doctrina la ha reubicado en el mandato. Esta se da cuando un sujeto (gestor), sin ninguna obligación legal ni voluntaria, gestiona un negocio ajeno (del dominus) que está abandonado y que es lícito sin contar con su autorización, para evitar un perjuicio evidente y manifiesto en una situación de urgencia, pudiendo para hacerlo delegar en un tercero (que responderá solidariamente con él ante el dominus). El objeto de tal gestión puede, entonces, ser un acto material, o un acto o negocio jurídico.

Las obligaciones que tienen las partes en esta gestión son:

Gestor: si ha iniciado la gestión, debe continuarla hasta el término del asunto, o requerir al interesado para que le sustituya (1888CC). Además, debe actuar con la diligencia de un buen padre de familia (si por su culpa o negligencia se irrogan perjuicios al dominus, deberá indemnizarle), aunque puede acometer gestiones arriesgadas si el dominus tenía por costumbre hacerlas, y rendir cuentas de su gestión. No puede ser gestor aquel a quien se ha prohibido expresamente serlo.

Dominus: debe responder de las obligaciones haya acometido en su interés cuando las ratifique (se aplican, según el 1892CC, las reglas del mandato para la ratificación), se aproveche de la gestión o cuando, actuando, el gestor evitó un peligro evidente y manifiesto, aunque no resultase ningún provecho.

Por último, entramos ahora en el tercer contrato de este tema: el depósito. Regulado en 1758-1789CC, se define como el contrato por el que un sujeto (depositario) recibe una cosa ajena (del depositante, que puede ser una o varias personas,) para custodiarla (conservarla adecuadamente sin disponer de ella) y luego restituirla. El depósito es un contrato naturalmente gratuito, y del que solo pueden ser objeto cosas muebles (infungibles o fungibles,

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clasificables estas a su vez entre susceptibles de identificación o no), admitiéndose incluso las cosas hurtadas (el depositario no tiene por qué comprobar la procedencia de la cosa; si, aún así, descubre que la coda es hurtada, deberá comunicárselo al propietario, y si aquel no responde en el plazo de un mes, se liberará de la obligación), que se puede subdividir en dos clases según el 1759CC:

Judicial (no lo estudiamos aquí).

Extrajudicial: este, a su vez, puede ser de dos clases, según el 1762CC:

o Depósito voluntario (1763CC): un depósito es voluntario cuando se entrega la cosa por voluntad del depositante. Se trata de un contrato real, naturalmente gratuito y, en principio, unilateral (solo genera obligaciones para una de las partes), salvo que se pacte la retribución o surjan obligaciones posteriores.

En cuanto a la capacidad necesaria para acometerlo, podemos encontrarnos con que:

El depositario sea incapaz (1765CC): el depositante podrá recuperar la cosa ejerciendo una acción de restitución derivada del contrato de depósito, una acción de nulidad por falta de capacidad, o por acción reivindicatoria contra el tercero al que el depositario haya enajenado la cosa. Su éxito, sin embargo, dependerá del juego de la apariencia jurídica y del 464CC.

El depositante sea incapaz: el depositario deberá, entonces, restituir la cosa a su representante legal, o al depositante una vez que haya recuperado la capacidad.

El depositario devenga incapaz sobrevenidamente: sus representantes legales deberán entregar la cosa al depositante.

El depositante devenga incapaz sobrevenidamente: el depositario deberá devolver la cosa al representante legal.

En cuanto a las obligaciones de las partes, tenemos que:

Depositario: tiene una obligación de custodia de la cosa; y una obligación de restitución, es decir, el deber de devolver la misma cosa con sus productos y accesorios (o una cosa de la misma especie, calidad y cantidad, si era un bien fungible no susceptible de identificación) en el lugar designado para ello (en su defecto, en el mismo lugar en que se hallare depositada) en el momento en que expire el plazo o antes, si se lo exige el depositante o el depositario renuncia con justa causa.

Depositante: si se trata de un depósito oneroso, deberá retribuir al depositario. Además, deberá hacerse cargo de los gastos de mantenimiento de la cosa en que haya incurrido, y de los daños y perjuicios que el depósito haya generado al depositario. En caso de incumplimiento, el depositario tiene un derecho de retención.

o Depósito necesario: según el 1781 y 1783CC, el depósito es necesario en tres casos:

Cuando se hace en cumplimiento de una obligación legal.

Cuando se hace como consecuencia de una calamidad (se rige entonces por las reglas de depósito voluntario).

Cuando se trate de los objetos que los viajeros entren en "fondas y mesones" (1783-1784CC); en este caso, la responsabilidad surge ex lege en el momento que se introducen los efectos y se anuncia al hostelero o dependiente. La "fonda" o "mesón" responderá, sin embargo, únicamente por los acontecimientos que procedan de acontecimientos dentro de su ámbito de control (no, por ejemplo, de un atraco...).

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Tema 16. El contrato de obra

La regulación del contrato de obras la encontramos en dos textos: en el Código Civil (1588-1600CC), y en la Ley de Ordenación de Edificación, de 1999 (regulación más clara y protectora de los adquirentes de viviendas). Nos centraremos en primer lugar en la regulación del Código, para acometer luego la de la LOE.

Este contrato se define como aquel por el que un sujeto (dueño de la obra o comitente) encarga la ejecución de la obra (construcción, reparación de un bien mueble, elaboración de un dictamen...) a otro sujeto (contratista), que se compromete a realizarla, adquiriendo una obligación de resultado. Según el 1588CC, el contratista puede obligarse únicamente a la realización de la obra, o también a suministrar los materiales (este segundo caso es más complejo: ¿se trata de un contrato de obra, o de obra y venta de materiales?). En cualquier caso, es un contrato consensual y sinalagmático, donde rige el principio de libertad de forma.

Las obligaciones que asumen las partes son:

Contratista: está obligado, principalmente, a realizar la obra en el plazo pactado, con la diligencia que se le exigiera en el contrato y, en su defecto, la que dicte la lex artis, de tal forma que se considera que cumple cuando pone la obra a disposición del comitente (aunque se admite pactar que esta entrega se haga por piezas o medida). Además, debe conservar la obra hasta el momento de la entrega, y responder por los actos de sus auxiliares.

Comitente: sus obligaciones principales son pagar el precio convenido (puede pactarse que se haga por plazos, antes de la obra, después...) y recibir la obra (esta recepción solo es exigible cuando la obra se ajusta a lo pactado, y puede hacerse tácita o expresamente). Además, debe poner al contratista en situación de poder realizarla.

En cuanto a los riesgos de pérdida y deterioro de la cosa por caso fortuito antes de la entrega , quien los sufra dependerá de la modalidad de obra en que nos encontremos:

Si es el contratista quien suministra los materiales, la regla general es que sea él quien asuma el riesgo, salvo que haya morosidad en la recepción de la obra por el comitente.

Si es el comitente el que suministra, la regla general sigue siendo que el contratista sea quien asuma el riesgo, pero se puede librar si hay morosidad en la recepción de la obra o la causa de la pérdida de la cosa estriba en la mala calidad de los materiales que el comitente le suministró.

En cuanto a la protección de los créditos nacidos de contratos de obra, tenemos tres ámbitos:

Concesión de una acción directa (1597CC): la acción directa es una acción que pasa por encima del principio de relatividad de los contratos, pues permite al contratista, si tiene una deuda con un tercero (relacionada con la obra), obligar a que sea el comitente quien la pague, con el límite, claro está, en lo que aquel le debiera al contratista. Para que la acción proceda, es necesario que se trate de una obra contratada por precio alzado, que la deuda tenga causa en la propia obra, y que la cantidad reclamada sea igual o inferior a la que el dueño de la obra debe al contratista. No se trata, sin embargo, de una acción subsidiaria (puede procederse a interponer una acción personal contra el contratista, y otra contra el comitente).

No son presupuesto de la acción directa (o sea, no es necesario que se den para poder ejercerla) ni la insolvencia del contratista, ni la prueba de que la deuda en cuestión existe (en este caso, el comitente será quien pruebe lo contrario).

Derecho de retención (1600CC): permite al contratista retener la entrega de la cosa mueble hasta el pago.

Concesión de privilegio de créditos: en la tabla que colgó la profesora en Moodle se explica que algunos créditos derivados del contrato de obra tienen privilegio para ser cobrados (1921ss.CC).

Por último, el Código contempla, aparte de las causas de extinción generales, tres causas específicas que extinguen este contrato:

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Desistimiento del dueño de la obra (1594CC): por su sola voluntad, el comitente puede desistir de la realización de la obra. Si esta ya se hubiera iniciado, sin embargo, tendrá que indemnizar al contratista todos los gastos, trabajos y utilidad que pudiera obtener de ella.

Muerte del contratista(1595CC), si el contrato se realizó en atención a las cualidades personales del contratista.

Imposibilidad de acabar la obra (1595.IIICC), por causa independiente de la voluntad del contratista (cambio en la legislación, por ejemplo).

Entramos ahora en la regulación de la Ley de Ordenación de la Edificación (de 1999). Con esta ley, que profundiza en el contrato de obra del sector inmobiliario, se pretendía dar respuesta a una multiplicidad de casos que se daban en la práctica (defectos en una casa recién comprada, problemas graves en la estructura...) y por los que, dado el principio de relatividad de los contratos, los propietarios solo podían reclamar al promotor. Ya antes había hecho el Tribunal Supremo una interpretación bastante extensiva del 1591CC para proteger a los propietarios en estos casos, pero con esta ley se cristaliza gran parte de su jurisprudencia en un único texto, facilitando su protección.

En primer lugar, el artículo 2LOE señala el objeto de aplicación de la ley: el proceso de edificación, entendido como la construcción de un edificio de carácter permanente (privado o público), así como los de reparación, intervención, reconfiguración... Respecto a lo que debemos entender por edificio, tenemos dos teorías:

Interpretación estricta: solo es edificio la construcción destinada a la habitación humana.

Interpretación amplia: aparte de la construcción destinada a la habitación humana, también es edificio toda obra de ingeniería.

En segundo lugar, diremos que esta ley no contempla todo tipo de incumplimiento, sino solo los que suponen defectos en lo edificado (no los de retraso en la entrega, ni incumplimiento en la calidad del edificio...). Estos defectos, asp su vez, son de tres tipos:

Estructurales: comprometen la estabilidad y seguridad del edificio.

De habitabilidad: denominados en la jurisprudencia del Tribunal Supremo como "ruina funcional", son defectos que dificultan el uso adecuado del edificio (pendiente excesiva en la rampa del garaje, defectos en el pavimento de entrada al edificio...).

De terminación o acabado: se trata de defectos menores que afectan sobre todo a la estética, como una mala colocación de los azulejos. La jurisprudencia ha interpretado restrictivamente estos defectos en favor de los de habitabilidad, que tienen plazos de garantía más amplios.

En tercer lugar, debemos acotar aún más el ámbito de esta ley, y es que, para poder aplicarla, es necesario que el defecto se manifieste durante el plazo de garantía: 10 años, si son estructurales; 3¡ Si de habitabilidad; o 1, si de terminación. Este plazo empieza a correr desde que se realiza el acto formal de recepción de la obra entre el constructor y el promotor (6LOE) o, si puso reservas a la recepción (percibió defectos que había que subsanar), desde que el constructor las subsanase. Una vez que el defecto se manifiesta (desde que es objetivamente perceptible), se tienen dos años para ejercitar las acciones correspondientes (18.1LOE).

En cuanto a la legitimación, diremos que:

Activamente, pueden interponer acciones los propietarios del edificio o de parte del él, aunque no sean parte del contrato de obra. Hay discrepancia, sin embargo, sobre si también puede hacerlo el promotor o no (en este segundo caso, se argumenta que lo que tiene son las acciones del contrato de obra).

Pasivamente, pueden ser objeto de acciones todos los agentes de edificación (enumerados, junto con sus competencias, en 9-16LOE: promotor, constructor, director de obra, director de ejecución de la obra, proyectistas, profesionales, subcontratatarios...). En principio no responden solidariamente, salvo que sea imposible individualizar la causa del daño, o que haya pluralidad de causas pero no se pueda determinar el grado de intervención de cada uno. En todo caso, el promotor responderá solidariamente con los demás

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agentes de la edificación (es la cabeza visible para los adquirentes y subadquirentes), pero luego tendrá, a nivel interno, acciones de repetición contra los otros.

Respecto al carácter de esta responsabilidad, la doctrina está dividida entre quienes creen que es objetiva (es indiferente si hubo culpa para que respondan) o subjetiva con inversión de la carga de la prueba (se responde salvo que se pueda probar que no hubo culpa).

Por último, debemos señalar que los agentes de edificación solo responderán (a través de esta ley) de los daños materiales en el edificio, pero no de daños patrimoniales, morales, sobre bienes muebles dentro del edificio... En el 19LOE se regulan una serie de seguros que cubren los posibles daños materiales en el edificio, cuyos plazos son iguales al plazo de garantía de cada tipo de defecto, pero solo es obligatorio el de vicios estructurales (y únicamente cuando su destino principal sea la vivienda).

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Derecho Civil: Derecho de Obligaciones y Contratos

Tema 17. El contrato de sociedad civil

En este tema nos dedicaremos al estudio de la sociedad civil, que nos servirá como base de otras tantas sociedades (mercantiles, matrimoniales, deportivas...) que estudiaremos en otras asignaturas. Para hacerlo, sin embargo, debemos primero resolver una cuestión fundamental que tiene a la doctrina dividida: ¿qué es una sociedad civil?

Diremos, en primer lugar, que se trata de una asociación (grupo de personas que se unen para un fin común) con un interés particular, del mismo tipo que las sociedades mercantiles o industriales. En segundo lugar, tampoco se discute que se trata de un contrato asociativo (es decir, que las partes no persiguen intereses contrapuestos, como en los contratos conmutativos, sino que comparten los mismos intereses y cooperan para alcanzarlos), ni que supone la puesta en común de un fondo de bienes, servicios, industrias... (1665CC). Sin embargo, hay ciertos elementos que son más controvertidos:

¿Es necesario que busque el lucro?: la doctrina clásica considera que el lucro es un requisito esencial para poder hablar de una sociedad civil; la moderna, por el contrario, no considera que tener tal ánimo sea indispensable.

¿Es necesaria la affectio societatis?: en tiempos del Derecho Romano se exigía ya esta especie de voluntad mística de que las partes quisieran unirse, y se mantuvo ampliamente a lo largo del tiempo. Actualmente, sin embargo, esta idea se encuentra superada, pues la mayoría acepta que esta voluntad se cristaliza en el consentimiento para unirse, que es suficiente.

¿Es necesario que tenga personalidad jurídica (38CC: unificación del grupo y patrimonio separado del de los socios)?: de nuevo, encontramos las posturas contrapuestas de la doctrina clásica (creen que es un requisito esencial) y de la moderna (no creen que sea indispensable).

En pocas palabras, tenemos dos conceptos:

Para la doctrina clásica, la sociedad civil es una asociación voluntaria de personas que crean un fondo patrimonial autónomo para el ejercicio de una actividad económica con ánimo de lucro, directa o indirectamente, con beneficio para los socios.

Para la doctrina moderna, es sociedad civil cualquier asociación voluntaria dirigida a la consecución de una finalidad común mediante la contribución de todos sus miembros.

En cualquier caso, las sociedades civiles pueden clasificarse atendiendo a varios criterios:

Aportaciones de los socios (1671CC):

o Sociedad particular (1678CC): tienen por objeto cosas determinadas, su uso o sus frutos, o una empresa señalada, o el ejercicio de una profesión o arte. Tienen, entonces, dos límites: en las aportaciones de los socios (no se aportan todos sus bienes), y en el objeto o finalidad (debe estar determinado).

o Sociedad universal (1672CC):

De bienes presentes (1673CC): los socios aportan a la sociedad todos los bienes que actualmente les pertenecen en el momento de la constitución con ánimo de partirlos entre sí, e igualmente todas las ganancias que adquieran con ellos.

De ganancias (1675CC): comprende todo lo que adquieren los socios por su industria o trabajo mientras dure la sociedad. La sociedad será usufructuaria de los bienes que las partes aporten en la constitución, pero las aportaciones de cada socio seguirán siendo de dominio particular.

Objeto de la sociedad: en un primer momento, el Código de Comercio (1885) afirmó que eran sociedades mercantiles las que adoptasen tal forma o tuviesen por objeto alguna actividad mercantil, incluido el comercio. Cuatro años después, sin embargo, con la redacción del Código Civil, la distinción se hizo basar en si el objeto de la misma era civil (no un acto de comercio; por ejemplo, actividades agrícolas, artesanales o profesionales) o mercantil (actos de comercio). Por último, tenemos las Leyes que regulan las Sociedades Anónimas y las Sociedades de Responsabilidad Limitada (de 1951 y 1953, respectivamente), que nos dicen que si una sociedad

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adopta una de estas dos formas es necesariamente mercantil, sea cual sea el objeto a que se dedique. Por lo tanto, tenemos que una sociedad es:

o Sociedad civil: cuando tenga objeto civil, independientemente de si tiene forma mercantil o civil, salvo que se constituya como SA o SLR.

o Sociedad mercantil: todas las SA y SLR, así como las que tengan objeto mercantil, independientemente de su forma.

Personalidad jurídica:

o Sociedad externa: es la sociedad que tiene personalidad jurídica.

o Sociedad interna: es la sociedad que carece de ella.

Se hace necesario entonces preguntarse cuándo adquiere una sociedad su personalidad jurídica:

o Según un sector de la doctrina, la sociedad tiene personalidad jurídica desde el momento en que se celebra el contrato de sociedad y los socios manifiestan su voluntad de darle personalidad jurídica.

o Según otro sector, la sociedad tiene personalidad jurídica desde que hay publicidad de la misma en el tráfico. Estos doctrinarios, a su vez, están divididos:

Radicales: consideran que no hay personalidad jurídica hasta que hay inscripción registral. Esta construcción se acogió en el 269 bis del Reglamento del Registro Mercantil, que la Sala Tercera del Tribunal Supremo declaró nulo por sentencia de 29 de febrero del 2000.

Moderados: la publicidad coincide con el momento de manifestación de la existencia de la sociedad, mediante el ejercicio por los socios de la actividad en nombre de la sociedad.

Respecto a los elementos del contrato de sociedad, tenemos:

El consentimiento para unirse de las partes, que deben tener capacidad para obligarse (1677CC: en caso de sociedades universales, se excluye a las personas que no puedan otorgarse recíprocamente donaciones o ventajas).

El objeto de la sociedad. Este puede ser el fin para el qe se unen los socios, la causa de la sociedad, o las aportaciones de los socios.

Respecto a las aportaciones, debemos hacer una diferenciación entre el socio aporta dinero u otros bienes, en propiedad o en uso y derecho a percibir sus frutos (socio capitalista: debe intereses a la sociedad desde que se constituye hasta que aporta efectivamente el dinero), y el que aporta industria u otros trabajos (socio de industria: debe aportar la ganancia o beneficio que pueda obtener en el ramo de la industria que constituye el objeto de su aportación).

La forma: en general, rige el principio de libertad de forma. Sin embargo, cuando a la sociedad se le aporten bienes inmuebles o derechos reales, el 1667CC exige la escritura pública. Este requisito, sin embargo, no es una exigencia de forma ad substantiam, sino que solo significa que las partes pueden exigirse recíprocamente llenar la forma exigida por el Código.

En principio, la condición de socio es intransmisible, salvo que haya consentimiento de todos los miembros, porque se trata de un contrato bastado en una relacion de confianza entre las partes.

Respecto a la distribución de las pérdidas y ganancias , dependerá de si hay pacto o no:

Hay pacto:

o El pacto es completo: la distribución se rige entonces por sus reglas, pudiendo incluso dejarse en manos de un tercero que decida el reparto. Es nulo, sin embargo, pactar la exclusión de uno o varios socios de toda participación en las ganancias o pérdidas de la sociedad, salvo que sea el socio de industria (se permite excluirle de las pérdidas, no de las ganancias).

o El pacto es incompleto: el Código Civil nos da entonces reglas para completarlo, como que si solo se fija la participación en ganancias, el mismo porcentaje se aplicará a las perdidas, o que si no se indica la

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participación del socio de industria se entendrá como igual a la del socio capitalista que menos haya aportado.

No hay pacto (1689.2CC): la distribución de ganancias y pérdidas será entonces proporcional a la aportación en hecha por cada socio.

En cuanto a la responsabilidad por las deudas de la sociedad constituidas por los actos de uno de los socios (actuando por cuenta de la sociedad, teniendo poder para hacerlo en virtud de un mandato y obrando dentro de los límites que aquel tenga, 1697CC), cosa que solo es posible cuando se trata de una sociedad externa, en principio corre a cargo del patrimonio de la sociedad, pero subsidiariamente puede ser que respondan los patrimonios personales de los socios. En el caso de que concurran acreedores de uno o más socios y de la sociedad, según el 1699CC, los acreedores de la sociedad tienen preferencia frente a los otros para cobrarse sobre el patrimonio de la sociedad, y solo después podrán los otros acreedores pedir el embargo y remate de la parte que le corresponda al socio en el patrimonio social.

Respecto a la administración de la sociedad, distinguiremos de nuevo entre si hay pacto o no:

Si hay pacto, las partes pueden a su vez nombrar administrador a uno de los socios o a varios (o incluso a un tercero, pues el Código no lo prohibe):

o Uno solo: si se le nombró en el momento de constitución de la sociedad, puede hacer (de buena fe) todo lo necesario para la administración de la sociedad sin que los otros puedan oponerse, siendo este un poder irrevocable sin causa legítima. Si, por el contrario, se le nombró después, el poder será revocable en cualquier momento.

o Varios: si nada se ha pactado, responden solidariamente de la administración de la sociedad.

Si no hay pacto, el 1695CC exporta las reglas de la comunidad de bienes (todos los socios se consideran apoderados y pueden hacer lo que mejor consideren, aunque los otros pueden oponerse a sus actos antes de que desplieguen efectos; cada socio ouede servirse de las cosas que componen el fondo social, siempre que no vaya en contra del interés de la sociedad y lo haga conforme a la costumbre de la tierra; todo socio puede obligar a los demás a costear con él lo gastos necesarios para la conservación de las cosas comunes...)

Para que la sociedad quede vinculada por la actuación de un socio, es necesario que este actuase por cuenta y en nombre de la sociedad, que tuviese poder para hacerlo (mandato) y que se ajustase a sus límites. En caso de que no se den estos elementos (que actúe en nombre propio o sin derecho a hacerlo), los demás socios no quedan obligados por su actuación, pero la sociedad sí que queda obligada para él si se actuó en beneficio de ella.

Por último, y en cuanto a la extinción, diremos que es un proceso largo y complejo, con varias fases:

Disolución: para que una sociedad se disuelva, es necesaria una causa de disolución. Estas se encuentran enumeradas (aunque no son numerus clausus) en el 1700CC:

o Expiración del término para el que se constituyó la sociedad. Esta puede darse por la expiración del plazo, si se pactó uno y no se prorrogó (antes de que acabase, o incluso después, aunque esto más bien es un nuevo contrato de sociedad), o por la finalización del negocio para el que se constituyó.

o Pérdida de la cosa que uno o varios de los socios iban a aportar a la sociedad , si esta sucede antes de transmitírsela a la sociedad. Si acontece después, en principio no se disuelve, salvo que la sociedad se hallase limitada solo a esa cosa.

o Imposibilidad sobrevenida de desarrollar el negocio para el que se constituyó.

o Muerte de alguno de los socios, salvo que los supervivientes pacten continuar la sociedad, solos o con los herederos del socio premuerto.

o Insolvencia, incapacitación o declaración de prodigalidad de alguno de los socios.

o Embargo de la parte correspondiente a alguno de los socios.

o Voluntad de uno de los socios (1707CC): si no se señaló tiempo de duración de la sociedad (y este plazo no se pudiera derivar de la naturaleza del negocio), se puede hacer en cualquier momento, aunque de buena fe y en tiempo oportuno; si la sociedad tenía una duración determinada, solo se podrá exigir la

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disolución si hay un justo motivo para ello (incumplimiento de los otros socios, o alteración sobrevenida de las circunstancias).

o Mutuo disenso, que debe ser unánime (no recogido en el 1700CC).

Liquidación: supone el cobro de los créditos que tenga pendientes la sociedad, el pago de las deudas que tuviere...

Partición (1708CC): supone la división de lo que reste del patrimonio de la sociedad entre los socios, una vez que se ha liquidado. Se nos remite, para ello, a las reglas de la partición de la herencia.

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Derecho Civil: Derecho de Obligaciones y Contratos

Tema 18. Los contratos aleatorios

Bajo esta denominación englobamos una serie de contratos en los que interviene el alea o incertidumbre, que puede recaer sobre algunos de sus elementos (partes, plazo, objeto...). La regulación que nos da el Código Civil (1790-1808CC) de estos contratos está bastante superada, empezando por su definición (1790CC: "Por el contrato aleatorio, una de las partes, o ambas recíprocamente, se obligan a dar o hacer alguna cosa en equivalencia de lo que la otra parte ha de dar o hacer ora el caso de un acontecimiento incierto, o que ha de ocurrir en tiempo indeterminado"-> no todos los supuestos que vamos a estudiar encajan aquí), pero, aún con todo, en este tema nos centraremos en sus reglas y estudiaremos los tres contratos aleatorios típicos (tipificados en el Código) que contempla, sin entrar en los atípicos:

Juego y apuesta (1798-1801CC): la principal diferencia entre ambos es que, mientras que en el primero las partes pueden intervenir en el resultado, en la segunda no. Sin embargo, lo cierto es que esta diferenciación es innecesaria, pues el 1799CC nos dice que todo lo dispuesto para el juego se aplica igualmente a la apuesta.

Lo primero que debemos saber es que el Código considera que se derivan distintas obligaciones dependiendo de si el juego está permitido (1800CC: solo aquellos en los que influye la destreza, técnica o inteligencia del jugador; la actualización que ha sufrido este contrato ha aumentado la lista en detrimento de los prohibidos), en cuyo caso el que pierde queda civilmente obligado a pagar lo acordado (1801CC; la autoridad judicial puede, sin embargo, desestimar la demanda si la cuantía es excesiva, o reducirla en lo que exceda de los usos de un buen padre de familia), o si está prohibido (1798CC: juegos de pura suerte, envite o azar), en cuyo caso, aunque no se genera obligación civil, el que pierde no puede repetir lo pagado voluntariamente, salvo que mediase dolo, fuese menor de edad o estuviese inhabilitado para administrar sus bienes.

En segundo lugar, y de acuerdo con el RD444/1997, debemos resaltar que se prohibe hacer préstamos en lugares de juego.

Por último, debemos señalar que la regulación de la apuesta está empezando a ser revisada, especialmente a raíz de la llegada de los SWAP (productos bancarios atípicos en los que cliente y banco fijan, sobre una cantidad de dinero y en función de si el mercado baja o sube, quién gana), en los que hay una clara desproporción entre las partes (el banco cuenta con más conocimientos, tiene acceso a mejor conocimiento del mercado...).

Renta vitalicia (1802-1808CC): se trata de un contrato por el que el deudor (deudor de la renta) se obliga a pagar, a cambio de un capital en bienes muebles o inmuebles (aunque también se puede hacer a título gratuito), una pensión o rédito anual al acreedor de la renta (1803CC: puede ser la misma persona que le transfirió el capital, o un tercero) durante la vida de una o más personas (en este caso, termina cuando fallece la última), que tienen que existir en el momento de perfección del contrato.

En este contrato tenemos, por tanto, dos objetos: el capital que se transfiere al deudor de la renta (inmuebles, muebles, titularidad de derechos reales o simples créditos), y el objeto de la pensión (debe ser fija y determinada, aunque se admiten cláusulas de estabilización). Los efectos del mismo se pueden pactar por años o por periodos más cortos, y si la persona muere a mitad de un plazo, se paga la renta en proporción a los días vividos (1806CC), salvo que se pactase hacer el pago por adelantado (se le paga por entero el plazo que había empezado a correr cuando murió).

En casos de incumplimiento del deudor, el 1805CC no autoriza a exigir el reembolso del capital entregado; en su lugar, permite la reclamación judicial del pago de las rentas atrasadas y el aseguramiento de las futuras (pretensión de cumplimiento). Sin embargo, a pesar de que su lectura literal parezca apuntar a la imposibilidad de resolver el contrato, la doctrina ha venido a interpretarlo unánimemente como un precepto dispositivos para permitirlo.

Por último, en cuanto a nulidad, debemos señalar que, aparte de las causas generales, el 1804CC añade una específica: que la persona sobre cuya vida se realiza el contrato esté muerta en el momento de celebración del contrato, o si está gravemente enferma y fallece en los 20 días siguientes.

Contrato de alimentos (1791-1797CC): en este contrato, una parte (alimentante) queda obligada a proporcionar a la otra (alimentista) vivienda, manutención o asistencia de todo tipo (por convivencia o a través

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de una renta) durante toda su vida, a cambio de un capital. De acuerdo con el 1793CC, las partes pueden pactar la extensión y calidad de estos "alimentos"; en su defecto, se deberá calcular de manera independiente de las vicisitudes de las partes, salvo que pacten lo contrario.

En casos de incumplimiento del alimentante, el 1795CC permite expresamente al alimentista elegir entre la resolución de contrato y la pretensión de cumplimiento. En caso de optar por la primera, sin embargo, hay dos reglas especiales (1795.2 y 1796CC): la primera, que, aunque el alimentante debe restituirle automáticamente el capital recibido, el alimentista puede, por resolución judicial, aplazar su obligación de restitución (en atención a las circunstancias del caso); la segunda, que el alimentista debe, con la resolución, quedar en una situación de superávit tal que pueda celebrar un nuevo contrato de alimentos con otro.

Por último, debemos estudiar lo que sucede en caso de muerte: lógicamente, si muere el alimentista se extingue el contrato; pero si el que fallece es el alimentante, aún se debe pagar una pensión al alimentista, según lo que pactasen o, en su defecto, lo que determine el juez (1795CC).

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Tema 19. La fianza

Nos encontramos aquí con un contrato "complicado", que se puede definir, en pocas palabras, como aquel por el que una parte (fiador) se obliga a cumplir por un tercero (deudor) la obligación que este tenga frente a su acreedor en caso de que no lo haga. Se beneficia así al acreedor, que tiene más de un patrimonio contra el que dirigirse para cobrarse su crédito.

Nos encontramos entonces con un escenario de relaciones triangulares, donde hay una obligación principal que une al acreedor y al deudor (obligación garantizada) y una accesoria entre el acreedor y el fiador (obligación fideiusoria). Por su carácter accesorio, la fianza no tiene sentido sin la obligación garantizada, y se extingue con ella. Además, tiene también carácter subsidiario, por lo que solo se puede recurrir a ella después de haberse intentado cobrar del deudor su deuda. Para comprenderlo mejor, es necesario separar ambas obligaciones:

Obligación garantizada: se trata de aquella que se establece entre el acreedor y el deudor, cuyo cumplimiento se garantiza por la constitución de una fianza. El único requisito para garantizarla es que sea una deuda válida (si es nula, también lo es la obligación fideiusoria; si es anulable, sin embargo, aún se podrá constituir la fianza, salvo préstamo al hijo de familia), aunque esto no excluye las deudas futuras (aquella que existe, pero cuya cuantía se sabrá en el futuro; en tal caso, el 1825CC prohibe dirigirse contra el fiador hasta que sea líquida) ni las que todavía no existen pero que existirán (intepretación jurisprudencial del 1825CC).

Obligación fideiusoria: se trata de la obligación que se establece entre fiador y acreedor, por la que aquel se compromete a cumplir por el deudor en caso de que no lo haga. No necesita, para hacerlo, ni el conocimiento ni la aprobación del deudor, sino solo del acreedor (hasta que ni acepta, sigue siendo una oferta que se puede revocar). Su objeto, sin embargo, no tiene por qué ser el mismo que el de la obligación garantizada, y su extensión nunca puede ser mayor que la del deudor (sí menor o igual; en caso de que se pacte que sea mayor, hay nulidad parcial en lo que exceda el límite y se reduce al máximo del deudor). Además, si se trata de una fianza simple o indefinida, el 1827CC incluye en su cumplimiento la obligación garantizada y las accesorias (intereses, gastos de los juicios...).

Debemos señalar dos características de este contrato que ya hemos adelantado antes: su accesoriedad (no puede existir sin la obligación garantizada) y la subsidiariedad (el acreedor no puede dirigirse directamente contra el fiador, sino que debe proceder primero a la excusión de bienes del deudor principal). Por último, y por lo que se refiere a la capacidad del fiador, diremos que es la general para obligarse, y que la mayoría de la doctrina incluye aquí al menor emancipado.

En cuanto a las posibles fuentes u orígenes de la fianza, las encontramos enumeradas en el 1823CC:

Fianza convencional: es la más habitual, aquella que surge de un contrato entre el acreedor y el fiador, con o sin el conocimiento o consentimiento del deudor. Los motivos, claro está, pueden ser muchos, pero lo más habitual es que exista un convenio previo entre el deudor y el fiador; y, a su vez, lo más habitual es que este convenio se origine en la exigencia del acreedor al deudor de presentar un fiador. En este caso, el fiador debe cumplir los requisitos del 1828 y 1829CC (capacidad para obligarse y bienes suficientes para responder de la obligación garantizada), y si deviene insolvente el acreedor puede exigir un nuevo fiador que cumpla los requisitos (salvo que fuera él quien exigiese a la persona que había de ser fiador).

La fianza puede aquí (y en los demás casos) ser gratuita (el fiador no recibe nada por serlo) u onerosa (recibe una contraprestación, que puede proceder del acreedor o del deudor dependiendo del caso).

Fianza legal: el fiador debe cumplir los requisitos del 1828 y 1829CC

Fianza judicial: ídem.

Fianza derivada de un testamento: no la estudiaremos aquí.

Debemos estudiar ahora las relaciones que tiene el fiador en este contrato:

Con el acreedor: destacamos dos aspectos:

o Beneficio de excusión: definido en el 1830CC, supone que, antes de pagar el fiador, este puede exigir al acreedor que persiga, embargue y ejecute bienes del deudor para cobrar el importe de su crédito.

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Derecho Civil: Derecho de Obligaciones y Contratos

Para que este beneficio opere, es necesario que el fiador se lo oponga al acreedor (1832CC: no opera ipso iure, ni es apreciable de oficio), y que lo haga inmediatamente; y, además, debe señalar bienes del deudor realizables dentro del territorio español, suficientes para cubrir el importe de la deuda.

Si el acreedor es negligente en esta persecución (no persigue alguno de los bienes señalados por el fiador), el 1833CC nos dice que el fiador no responderá de la parte de la deuda que se hubiera podido cobrar de no haber actuado con negligencia.

El beneficio de excusión no opera, de acuerdo con el 1831CC, cuando: el fiador renuncia expresamente a ello; se trata de una fianza solidaria; sucede concurso o quiebra del deudor (regulado en la ley concursal); los juzgados españoles no tengan competencia; o cuando se constituya por disposición judicial (esto último, según el 1856CC).

o Excepciones oponibles al acreedor por el fiador: reguladas en el 1853CC, se le permite oponer todas las que competan al deudor principal y que sean inherentes a la deuda (según un sector doctrinal, se incluyen aquí las excepciones relativas a vicios del consentimiento), pero no las puramente personales. Además, en casos de excepciones por prescripción, aunque el deudor hubiere renunciado a ellas el fiador puede oponérselas al acreedor (1937CC).

Con el deudor: esta relación es distinta, según el momento en que nos encontremos:

o Antes de efectuar el pago: tiene entonces, frente al deudor, una acción de relevación (1843.2CC), con la que puede buscar que el deudor le releve (que le libere; necesita el consentimiento del acreedor o que el deudor pague su deuda) o que le aporte garantías (asegurarse moderadamente el reembolso en caso de que al final tenga que pagarle al acreedor). Puede interponerla cuando: el acreedor le demanda para el pago; el deudor esté en concurso de acreedores o en situación de insolvencia; se pactase que así se haría pasado un plazo y el mismo haya expirado; la deuda llega a hacerse exigible; o hayan pasado 10 años, si la obligación principal no tiene un término fijo para su vencimiento.

o Tras efectuar el pago: tiene dos acciones frente al deudor para repetir lo pagado: la acción de reembolso (1838CC: se le debe reembolsar la cantidad pagada de la deuda, más los intereses legales de aquella, los gastos ocasionados y, si proceden, los daños y perjuicios) y la acción de subrogación (1839CC: con ella, el fiador se sitúa en la posición del acreedor, con todos los derechos anexos a su derecho de crédito). En ambos casos, si el fiador y el acreedor han transigido (rebajado la deuda), solo podrá reclamarle al deudor lo que realmente haya pagado.

En cuanto a las excepciones que puede oponerle el deudor, debemos señalar que: si el fiador paga sin comunicárselo al acreedor, puede oponerle todas las excepciones que podría haber hecho valer frente al acreedor en el momento de realizarse el pago (1840CC); si pagan los dos (por no haberse informado mutuamente de que iban a hacerlo), el fiador no puede exigirle el reembolso al deudor, sino al acreedor, que se ha enriquecido sin causa (1842CC); y si se trata de una obligación a plazo y el fiador paga antes, solo podrá reclamarle al deudor cuando haya vencido la deuda (1841CC).

Veamos ahora la extinción de la obligación fideiusoria, a través de la tabla colgada en Moodle:

SUPUESTO VARIABLES DEL SUPUESTO

EXTINCIÓN DE OBLIGACIÓN GARANTIZADA

EXTINCIÓN DE OBLIGACIÓN FIDEIUSORIA

Extinción de la Obligación Garantizada

(En todo caso) ✓ ✓

Dación en pago (1849CC)

(En todo caso) ✓ ✓

Prórroga (1851CC) Sin consentimiento del fiador

X ✓

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Derecho Civil: Derecho de Obligaciones y Contratos

Con consentimiento del fiador

X X

Perjuicio en la subrogación (1852CC)

Por conducta del acreedor

X ✓

Por otras causas X X

Condonación De la Obl. Garantizada ✓ ✓

De la Obl. Fideiusoria X ✓

Remisión en beneficio exclusivo del Fiador

X ✓

Confusión en las personas de

Deudor y Acreedor ✓ ✓

Acreedor y Fiador X ✓

Deudor y Fiador X ✓

Por último, debemos entrar en ciertos casos en los que la fianza se vuelve más complicada:

Fianza solidaria: permitida expresamente por el 1822.2CC, supone que en la relacion externa se aplican las normas de la solidaridad (el acreedor puede reclamarle a cualquiera de los dos el pago, etc.), mientras que en la interna rigen las normas de la fianza. Dicho muy a grosso modo, es una fianza sin beneficio de excusión.

Fianza con pluralidad de fiadores:

o Pluralidad de fiadores autónomos: se trata de distintos fiadores que asumen individualmente el riesgo. No las estudiaremos aquí.

o Cofianza : se trata de distintos fiadores que asumen conjuntamente el riesgo. A su vez, puede ser:

Simple: los cofiadores tienen, frente al acreedor, un beneficio de división (1837CC: cada fiador responde únicamente de una parte de la deuda), así como el beneficio de excusión (respecto del patrimonio del deudor principal).

Solidaria: el acreedor puede exigir a cualquiera de los fiadores el total de la deuda, pues estos han renunciado a su beneficio de división. Esto no quita, sin embargo, para que sigan teniendo el beneficio de excusión.

En cualquier caso, liberar a uno de la cofiadores (condonación de su deuda) sin consentimiento de los otros aprovecha a todos los cofiadores hasta donde alcance la parte del fiador liberado (1850CC), aunque esta liberación no le excluirá de la obligación de responder de la insolvencia de cualquier otro fiador. Si se tiene su consentimiento, sin embargo, la parte del liberado se divide entre los cofiadores que consientan. Los demás medios de extinción funcionan como en la fianza corriente.

En cuanto a la relación entre los cofiadores, debemos subrayar algunas cuestiones (1844CC): si uno paga por entero, puede exigir a los otros el reembolso de sus partes a través de una acción de reembolso (1844.3CC: en principio, solo si ha pagado en virtud de demanda judicial, aunque se ha interpretado extensivamente a todos los pagos); si alguno resulta insolvente, su parte recae sobre los otros; y, frente al cofiador que paga, los otros pueden oponer todas las excepciones que el deudor tuviere frente al acreedor, salvo las puramente personales (1845CC).

Por lo que se refiere a su relación con el deudor, solo debemos señalar que los cofiadores tienen las acciones para repetir el pago típicas de todo fiador.

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Derecho Civil: Derecho de Obligaciones y Contratos

Subfianza: admitida expresamente en el 1823CC, consiste en la existencia de un fiador del fiador principal, que se denomina subfiador. Tres son las reglas que debemos estudiar respecta esta figura:

o El subfiador puede utilizar el beneficio de excusión respecto del deudor Y del fiador principal (1836CC).

o Se admite la existencia de un subfiador de un cofiador (1846CC).

o Si se produce confusión entre las personas del deudor y del fiador principal, el subfiador pasa a ser el fiador principal (1848CC).

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Tema 20. Transacción y arbitraje de Derecho Privado. Mediación

Cuando surgen controversias jurídicas, lo más frecuente es recurrir a los tribunales para resolverlas. Aparte, sin embargo, existen otros medios que permiten su resolución extrajudicial:

Transacción (1809-1819CC): es un contrato cuya finalidad es resolver una controversia que existe entre las partes, a cuya solución llegan a través de recíprocas concesiones (por tanto, bilateral y oneroso), y en el que rige el principio de libertad de forma. Con la transacción, las partes quieren evitar un proceso, o poner fin al que ya se ha iniciado.

El contenido de estos acuerdos suele ser, o bien cerrar las cuestiones discutidas definiendo los propios derechos (ej., determinar la extensión de dos fincas colindantes cuando no está claro el límite entre ambas), o bien crear obligaciones a cargo de las partes (ej., pactar que la parte de tierra discutida corresponderá a cada uno durante un año sucesivamente).

Sobre su naturaleza jurídica, hay tres opiniones: unos consideran que es traslativa de derechos litigiosos; otros, que es un acto de disposición; y otros, que no es ninguna de ellas, sino que solo busca aclarar una situación jurídica.

La capacidad exigida para transigir no está clarificada en una norma general, pero de la especificada para casos especiales (1810-1812CC) se desprende que se requiere la capacidad necesaria para disponer sobre las relaciones jurídicas establecidas.

Sobre el objeto (que será una relación jurídica), debemos decir que es necesario que las partes tengan plena capacidad de disposición sobre él; y que se excluyen, según el 1814CC, la transacción sobre el estado civil, sobre cuestiones matrimoniales y sobre los alimentos futuros (alimentos legales en Derecho de Familia). Se admite la transacción sobre responsabilidad civil derivada de delito, aunque esto no supone una extinción de las acciones públicas para imponer la pena legal. En cuanto a la interpretación de que se incluye en la transacción, según el 1815CC debe ser una interpretación restrictiva.

La transacción tiene efectos de cosa juzgada. Sin embargo, no es un título hábil para la ejecución, ni para la usucapión (modo de adquirir la propiedad a través de la posesión pacífica prolongada...), salvo que se trate de transacción judicial (transacción que pone fin a la disputa, y que requiere la mediación de una resolución judicial que la homologue por el tribunal que conoce del litigio). Por otro lado, puede ser ineficaz por vicios en el consentimiento, aunque hay además determinadas reglas específicas (1817.2, 1818 y 1819CC): el error* de hecho no puede oponerse a aquel que se apartó de un pleito para poder transigir; si hay falsedad de los documentos sobre los que se construye la pretensión de una de las partes, el contrato de transacción se puede anular por error y dolo por la otra parte; si aparecen nuevos documentos, será anulable por dolo (y será necesaria, por tanto, la mala fe: una de las partes lo ocultó, o no la reveló); y si se ignoraba que había sentencia firme sobre la cuestión sobre la que luego se hizo transacción, esta es anulable por dolo y error. Igualmente, se permite la resolución del contrato de transacción.

*El error, en esta materia, puede ser de dos tipos: error in caput controversum (error sobre la cuestión debatida: por ejemplo, se transige en la propiedad de un cuadro que A y B se disputan, y luego surge un documento en que se demuestra que A es necesariamente el propietario) y error in caput non controversum (error sobre extremos que las aportes toman como base o premisa: por ejemplo, que el cuadro en cuestión resulte falso). Solo se puede anular cuando el error es del primer tipo.

Convenio arbitral: es un método de resolución de controversias muy extendido en contratos importantes (de grandes empresas con otras multinacionales...), regulado en la Ley 60/2003 (aunque en ciertos casos se deba tener en cuenta también la Ley de Condiciones Generales de la Contratación, si esta cláusula se incluye en el contrato de adhesión). Su objeto es una materia de libre disposición conforme a derecho (no, por lo tanto, una controversia sobre el estado civil, por ejemplo), que se decide llevar por convenio arbitral en lugar de ante los tribunales, por ser así más rápido. Debe hacerse por escrito, aunque no hay mayores rigores (e-mail, cláusula en contrato, etc.), y su efecto es que los tribunales no pueden conocer de la materia reservada al arbitraje (renunciable: la parte interesada tiene que plantear declinatoria, es decir, señalar que la materia no se puede juzgar por tribunales, pero puede decidir no hacerlo). En su lugar, la cuestión será resuelta por unos árbitros,

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determinados por las partes o por ciertas instituciones señaladas legalmente (necesario número impar; si no pactan nada, será solo uno) y obligados a cumplir con el encargo (en caso de no hacerlo, responden por daños y perjuicios cuando concurra en ellos dolo, mala fe o temeridad), que concluirán su decisión mediante laudo motivado, por escrito y con efectos de cosa juzgada. Su ejecución se hará por las normas de la Ley 60/2003 y de la LEC, y podrá recurrirse ante los tribunales a posteriori.

Por último, se hace necesario hablar de la mediación, un contrato atípico que, por lo tanto, se rige principalmente por la voluntad de las partes y, subsidiariamente, por la regulación general sobre la contratación, los usos y las costumbres, y de forma analógica por las normas de algún contrato afín. Por este contrato, el comitente encarga al mediador que le asesore sobre un negocio jurídico con un tercero (ej., contratar a una inmobiliaria para alquilar un piso) a cambio de una retribución, de tal modo que este mediador pone en relación a las dos partes, sin ser representante de ninguno. Es en este momento, cuando el contrato entre el tercero y el comitente se perfecciona (no basta con haberlos puesto en contacto, pues el comitente tiene libertad absoluta para negarse a contratar con ese tercero sin justificarse), que surge el derecho de retribución del mediador. Para exigírsela, contará con una acción con un plazo de 15 años, si el mediador no se dedica profesionalmente a ello, o de 3 años, si sí lo hace.

El contrato de mediación puede extinguirse, aparte de por las causas generales, por tres causas específicas: la conclusión del negocio entre comitente y tercero; la renuncia del comitente; y la renuncia del mediador. Estas renuncias, claro, no pueden ser fraudulentas (ej., despedir a la inmobiliaria y acto seguido contratar con un tercero conocido a través de ella), porque de serlo no se extingue la obligación de retribución.

Por último, y como nota aparte, nos interesa estudiar el caso de que el mediador se ofrezca a ser el tercero. En tal caso, la situación se puede construir de dos formas: o bien se considera que ha encontrado un sujeto, aunque sea él, y se hace depender su derecho de retribución de su buena o mala fe; o se considera que no ha encontrado un tercero, sino que está renunciando tácitamente al contrato de mediación y pierde, por tanto, el derecho a la retribución.

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Tema 21. La responsabilidad civil extracontractual

La responsabilidad civil extracontractual es una de las fuentes de obligaciones enumeradas en el 1089CC, que podemos definir como aquella relación obligatoria en la que el agente del daño y la víctima del mismo se conocen con ocasión del daño. Se encuentra regulada en el Código Civil (1902ss.CC), aunque extensamente desarrollada por la jurisprudencia, y, aunque en principio pudiera parecer fácil reconocerla, la práctica ha venido a demostrar que puede resultar difícil distinguirla de la responsabilidad contractual ("zonas grises"). Ante estas situaciones, existen tres teorías sobre cómo plantearlo ante los tribunales:

La víctima puede optar por una u otra, de forma alternativa y subsidiaria.

La existencia de un contrato desplaza siempre la responsabilidad civil extracontractual.

Por ambas acciones se persigue lo mismo, la reparación, así que hay concurso de normas (unidad de culpa civil) y deben ser los tribunales, sobre los que pesa el iura novit curia, los que decidan qué grupo de normas es aplicables cada caso.

La función de este derecho de daños es reparar el daño causado (1902CC). Se distingue así nuestro ordenamiento de otros, como el estadounidense, donde con la tort law se persigue, aparte de la reparación, el castigo de quien lo genera (indemnización punitiva), ya que, en nuestro sistema, el encargado de castigar es exclusivamente el Derecho Penal (y en cierta medida el Administrativo).

Para que haya responsabilidad civil extracontractual son necesarios una serie de presupuestos:

Debe haber un comportamiento, que puede consistir en una acción o una omisión. Sobre la cuestión de si tiene que ser antijurídico (violar una norma), la doctrina se encuentra dividida: un sector mayoritario considera que la antijuridicidad es requisito imprescindible, y si no hay una norma expresa considera que lo que se infringe es el principio general de no dañar a otros (alterum non caedere); otro sector, minoritario (incluyendo a Díez-Picazo y Gullón), opina que la antijuridicidad no aporta nada, y que tal principio general es suficiente por sí solo.

Debe producirse un daño. No son pocos los casos que el Tribunal Supremo ha desestimado por faltar este requisito, que es tan imprescindible como los demás. Estos daños, sin embargo, pueden atender a distintas clasificaciones:

o En función de los bienes o derechos lesionados, el daño puede ser:

Patrimonial: surge como consecuencia de una lesión de una propiedad o bienes de naturaleza patrimonial. Dentro de este tipo de daños se incluye el daño emergente (1116CC) y el lucro cesante. Se trata, en cualquier caso, de un daño relativamente sencillo de valorar, pues tenemos la referencia del valor de mercado de lo que es dañado.

Extrapatrimonial: surge como consecuencia de la lesión de bienes y derechos de la persona. Puede consistir, por tanto, en un daño a la salud, o en un daño estrictamente moral. Este último, cuya indemnización se ha admitido en nuestro ordenamiento, debe ser interpretado (según algunos sectores) de forma restrictiva, de tal modo que no cualquier molestia de este tipo genera responsabilidad civil extracontractual (jurisprudencia del Tribunal Supremo: no son daño las molestias que todos los seres humanos estamos obligados a soportar a causa de la convivencia social). El problema básico de los daños extrapatrimoniales es cómo valorarlos, en tanto que no hay una referencia al valor de mercado (con ellos se busca compensar a la víctima con la compra de otros bienes en el mercado); ante esta cuestión, algún sector de la doctrina ha abogado por la introducción de baremos, como los que hay en materia de lesiones en accidentes de tráfico, para valorar igual los daños morales a todos. Por ahora, sin embargo, es el juzgador el que decide si hay daños y cómo valorarlos (salvo en materia de Derechos de la Personalidad, donde la LO1/1985 da unos criterios para identificar si hay lesión).

o En función de la vertiente del daño en que nos fijemos, tenemos:

Daño evento: desde esta perspectiva, solo se tiene en cuenta el bien lesionado.

Daño consecuente: aquí, lo importante son las consecuencias de la lesión del bien.70

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El principal problema en este apartado es si la muerte debe considerarse un daño. Es innegable que esta puede dar lugar a varios tipos de daños, patrimoniales (daño emergente: los gastos de entierro y funeral, que corresponden a la herencia del fallecido, pueden reclamarlo los herederos al agente del daño; lucro cesante: lo sufren quienes dependían económicamente del fallecido) y extrapatrimoniales (daño moral a parientes y allegados), pero, ¿la muerte es en sí un daño? Unos dicen que sí,que es un daño sufrido por el fallecido; otros dicen que la muerte extingue la personalidad jurídica y todos los derechos que esta conlleva; y otros abogan por una teoría intermedia, en la que la muerte instantánea extingue los derechos de la personalidad jurídica, mientras que la prolongada da tiempo a que el daño-muerte entre en el patrimonio. Por ahora, la jurisprudencia del Tribunal Supremo ha favorecido la segunda de estas tres teorías.

Relación de causalidad entre el comportamiento y el daño. Los civilistas, gracias a Pantaleón, han importado esta teoría de la imputación objetiva (Derecho Penal), y han logrado que la adopte hasta el Tribunal Supremo. De acuerdo con ella, se distingue entre un plano fáctico y otro plano normativo, siendo necesario observar causalidad en ambos para que se cumpla este requisito:

o La causalidad en el plano fáctico es fácil de observar. De acuerdo con la teoría conditio sine qua non, es causa de un daño todo hecho que, si lo suprimiéramos, haría que el daño no se produjese. Este nivel, obviamente, permite remontarse al infinito, así que se requiere también el siguiente.

o La causalidad en el plano normativo supone desgranar solo lo que es importante a nivel jurídico. Para hacerlo, se han desarrollado unos criterios de imputación objetiva que excluyen aquellas causas que no son jurídicamente relevantes:

Adecuación: hay que descartar aquello que es altamente improbable que vaya a causar un daño. Se trata del criterio más manejado por el Supremo, y supone que la causa tiene que ser adecuada para producir el resultado. Ej.: un cortocircuito en un coche provocado por no hacer una revisión que genera un incendio desmesurado, imposible de prever para el dueño o cualquier otro.

Riesgo general de la vida: si el daño es imputable al riesgo que todos corremos (el general de la vida), no lo es al comportamiento del agente. Ej.: alguien golpea a otra persona, se producen ciertos daños y se lo llevan en ambulancia; la ambulancia choca y la segunda persona muere por el accidente.

Prohibición de regreso: no es posible imputar un daño a alguien si hay una intervención dolosa o gravemente negligente de un tercero. Ej.: en el Hotel Corona de Aragón se produjo un incendio en la cocina, que se vio aumentado porque alguien había colocado una sustancia aceleraste en la misma.

Provocación: los daños provocados como consecuencia de salvar la propia vida o bienes, o la vida o bienes de otros, no es imputable a quien los causas. Ej.: quien persigue a un ladrón y, en la persecución, rompe un escaparate, puesto de fruta...

Incremento del riesgo: si el comportamiento del agente del daño no aumenta el riesgo que si hubiera actuado bien, es decir, si el daño ocurriría de todos modos, no le es imputable. Ej.: un camión toma una curva por encima del límite de velocidad permitido, en una tarde de lluvia; al mismo tiempo, un coche entra en la curva en sentido contrario; el camión derrapa y golpea el coche, aplastándolo; los peritos demuestran que, aunque hubiera ido a la velocidad adecuada, el camión habría derrapado, provocando esos daños, por lo que su conducta no supone un incremento del riesgo.

Fin de protección de la norma fundamentados de la responsabilidad: si la finalidad de la norma infringida no es evitar daños, no es imputable al agente. Ej.: el dueño de una mina obliga a los trabajadores a acudir al trabajo el domingo, en contra del descanso semanal, con la mala suerte de que se produce una explosión y mueren aplastados.

Imputación subjetiva al agente del daño. Dicho con otras palabras, tiene que existir una buena razón para que el patrimonio sobre el que acabe pesando la indemnización del daño sea el del agente. Esta buena razón, según el ordenamiento jurídico, puede ser la culpa, en sistemas de responsabilidad subjetiva, o criterios objetivos ajenos a la culpa (sistemas de responsabilidad objetiva).

Nuestro 1902CC apunta a la primera, al exigir que concurra negligencia o culpa. Sin embargo, el ordenamiento ha matizado mucho este sistema, especialmente desde la Revolución Industrial del S.XIX (se empiezan a crear y

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utilizar unas máquinas que producen un riesgo; la sociedad acepta este riesgo, en tanto que se beneficia, pero si llega a materializarse, haya culpa del dueño o no, debe responder, pues él es el que más se está beneficiando), de tal modo que en muchas leyes especiales se ha ido tendiendo a la responsabilidad objetiva. Entre ambos extremos, sin embargo, hay grupos de casos, en los cuales el Tribunal Supremo ha optado por una responsabilidad subjetiva con inversión de la carga de la prueba (a veces esta prueba es tan exigente que se da, de facto, una auténtica responsabilidad objetiva).

Especial es el caso de que haya culpa (o dolo, por argumento a mayor del 1902CC), no solo en el agente, sino también en la víctima, se deberá comprobar si esta culpa de la víctima es exclusiva (se excluye la responsabilidad del agente) o concurrente (se reduce la cuantía de su indemnización).

Una vez comprobados estos cuatro presupuestos, sin embargo, aún hay ciertos casos en los que se exime al agente de su responsabilidad: las situaciones de legítima defensa (extraída del Código Penal), el estado de necesidad (ídem), el consentimiento del perjudicado, y el caso fortuito (suceso imprevisto o inevitable). Fuera de estos casos, cuando se cumplen los presupuestos surge para el gente una obligación de reparar el daño (una deuda que es de valor, ni de precio), que puede ser in natura o mediante indemnización.

La acción para reclamar esta reparación tiene un plazo de un año (1768.2CC), que es de prescripción, y empieza a contar desde el momento en que el agraviado conoce el daño (salvo en casos especiales, como las lesiones, donde empieza desde el alta médica). Esta acción se emprende contra el agente, el deudor en esta relación, que puede ser:

Una persona física individual (no presenta mayores problemas).

Una persona jurídica (durante mucho tiempo se discutió si podían responder civilmente por los actos u omisiones de sus representantes).

Una pluralidad de agentes (de acuerdo con el Supremo, cuando no es posible individualizar la contribución causal de los distintos agentes del daño, deben responder solidariamente frente a la víctima: solidaridad impropia).

Merece nuestra atención ahora una figura que suele utilizarse para cumplir con esta reparación: el seguro de responsabilidad civil. Este interviene cuando el sujeto se ha asegurado para el caso de que se produzca cierto daño y tal daño se materializa, y concede a la víctima (o a sus herederos) una acción directa frente a la aseguradora (76 Ley de Contratación de Seguros), de modo que no es necesario esperar que la aseguradora pague al agente, reclamarle, etc. Esta indemnización también se podrá rebajar si concurre culpa de la víctima, y la aseguradora tendrá derecho a repetir lo pagado frente a su cliente si actuó con culpa.

Explicada la responsabilidad civil extracontractual, nos interesa estudiar ciertas vertientes especiales. La primera es la (mal llamada) responsabilidad civil derivada de delito; la segunda, la responsabilidad por hecho ajeno; y la tercera, el daño provocado por animal o cosa.

Responsabilidad civil derivada con ocasión de delito: regulada por razones exclusivamente históricas en el Código Penal (109-122CP), coincide, en lo general, con la responsabilidad civil extracontractual normal. Sin embargo, hay ciertos aspectos que nos interesan:

o El sujeto civilmente obligado es el responsable criminalmente. De haber varios responsables, responden solidariamente a nivel externo, mientras que a nivel interno siguen un sistema de cuotas fijado por el juez.

o Los daños cubiertos son tanto los materiales como los morales causados a la propia víctima, familiares o a terceros. Su reparación se hará in natura o con una indemnización por su valor.

o Si hay culpa de la víctima, el juez puede reducir la indemnización.

o Si al final resulta que no hay responsabilidad criminal, no por ello se extinguirá la responsabilidad civil, que se reconducirá por la responsabilidad civil extracontractual.

o El plazo no está especificado por el Código Penal, lo que ha hecho que la doctrina se divisa entre quienes consideran que debe ser el general (15 años) y quienes optan por hacer que se adapte al de la

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responsabilidad civil extracontractual (1 año). El dies a quo se sitúa en la firmeza de la sentencia o en la notificación del auto de sobreseimiento de las actuaciones penales.

Responsabilidad por hecho ajeno: se trata de determinados supuestos en los que el obligado a indemnizar no es el agente del daño, sino un tercero (responsabilidad indirecta). Están regulados, aunque no es una lista cerrada, en el 1903CC, y en todos ellos podemos encontrar una relacion de dependencia o jerarquía subyacente. Partiendo de que se trata de una responsabilidad subjetiva con inversión de la carga de la prueba (1903CC), puede variar dependiendo del caso:

o Responsabilidad de los padres: estos responden por los acto de los hijos menores sujetos a patria potestad y sometidos a su guardia (esto último es especialmente importante en circunstancias de separación, divorcio o nulidad matrimonial), que son los verdaderos agentes del daño. Resulta difícil exigirles que siempre estén vigilando a sus hijos a partir de cierta edad (culpa in vigilando), o demostrar que no han sido buenos educadores (culpa in educando), etc., así que se opta porque sea una responsabilidad objetiva.

o Responsabilidad de los tutores: responden por los actos de quien está sujeto a su tutela (o sea, menores no sujetos a patria potestad e incapaces). Por los mismos motivos que en el caso anterior, es una responsabilidad objetiva. Y, del mismo modos que quien responde es el padre con la guarda del hijo, el tutor obligado a promover tutela, aunque no lo haya hecho efectivamente, debe ser quien responda.

o Responsabilidad de empresarios: deben responder por los actos de sus empleados cumpliendo sus instrucciones. Para que esto sea así, es necesario que el daño se haya producido en el servicio de los ramos para los que los tuviera empleados, o con ocasión de sus funciones. Se trata de una responsabilidad subjetiva, que se basa en la culpa in eligendo o in vigilando, pero la jurisprudencia requiere que sea el empresario el que pruebe su diligencia (prueba tan exigente que se puede hablar de una verdadera responsabilidad objetiva). Además, aquí el empresario puede repetir lo pagado frente a sus empleados (1904Cc), con una acción que dura 15 años.

o Responsabilidad de los educadores: el titular del centro docente de enseñanza no superior (privado) responde por los daños provocados por sus alumnos menores de edad. Se requiere que los daños se produzcan durante los periodos de tiempo en que los alumnos se hallen bajo su responsabilidad (en actividades escolares como extra escolares). Esta responsabilidad es subjetiva, y puede repetirse lo pagado frente al profesor encargado si en él concurre dolo o culpa (1904CC).

Responsabilidad por los daños causados por un animal o cosa:

o Animal:

Mascotas y similares: según el 1905CC, el poseedor de un animal o quien se sirva de él debe responder por los daños que genere. Esta responsabilidad es objetiva, y solo puede eximirse por fuerza mayor o culpa de la víctima.

Piezas de caza: de acuerdo con el 1906CC, el propietario de la heredad de caza responde por los daños que causen estos animales. Se trata de una responsabilidad subjetiva, que se hace depender de que no haya hecho lo necesario para limitar la proliferación peligrosa, etc.

o Cosa:

Ruina de lo edificado: cuando haya amenaza de ruina, el propietario debe demolerlo, o acometer las obras necesarias para asegurarlo (389CC); si la ruina se produce por omitir estas obras, será responsable de los daños (1907CC). Si, por el contrario, se produce por defectos en la construcción, responderán los agentes de la edificación (1909CC), siguiendo los plazos de la LOE.

Actividades insalubres (1908CC):

El propietario responde por la explosión de máquinas que no hubiesen sido cuidadas con la debida diligencia, y la inflamación de sustancias explosivas que no estuviesen colocadas en lugar seguro y adecuado. Se trata de una responsabilidad subjetiva, en la que la jurisprudencia ha invertido la carga de la prueba.

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También responde por los humos excesivos, nocivos a las personas o a las propiedades. Se trata de responsabilidad objetiva.

Responde asimismo por la caída de árboles colocados en sitios de tránsito. Esta es una responsabilidad objetiva, con la única excepción de la fuerza mayor.

Por último, responde por las emanaciones de cloacas o depósitos de materias infectantes construidos sin las precauciones adecuadas (responsabilidad subjetiva).

Responsabilidad del "cabeza de familia": quien habita la casa responde por los daños que causen las cosas que se arrojen o caiga de la misma, siendo esta una responsabilidad objetiva. Si puede demostrar que fue otro quien lo causó, puede repetir lo pagado frente a quien causó el daño.

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Tema 22. El enriquecimiento injustificado

Como bien indica el título, en este tema estudiaremos una figura que ya nos hemos encontrado antes (solidaridad, por ejemplo): el enriquecimiento sin causa o injustificado.

Para regularlo, nuestro Código sigue un modelo casuístico (reglas concretas para casos concretos) al estilo francés, en lugar del modelo de regulación general alemán. Sin embargo, en todos los casos encontramos unas señas de identidad comunes:

En primer lugar, aunque suene redundante, es necesario un enriquecimiento del demandado, que puede consistir en un aumento de su patrimonio o una falta de disminución del mismo.

En segundo lugar, debe haber un empobrecimiento del actor/demandante, bien por descenso de su patrimonio, bien por falta de aumento.

En tercer lugar, es requisito que haya una relacion de causalidad entre el enriquecimiento y empobrecimiento mencionados.

Y, por último, es necesario que no haya una causa de atribución de ese enriquecimiento.

Los supuestos de enriquecimiento sin causa se pueden clasificar, a su vez, en dos grandes tipos:

Enriquecimiento por un desplazamiento patrimonial, cuyas características estudiaremos con el cobro de lo indebido.

Enriquecimiento por obtención de provecho o ventaja de los bienes ajenos sin justificación: también denominado enriquecimiento por intromisión, consiste en el uso o venta de un bien ajeno sin que haya causa que lo justifique. Para calcular la restitución en estos casos existen dos modelos (ninguno se impone totalmente al otro): la devolución de toda la ganancia que se ha obtenido, o la devolución del precio en el mercado del aprovechamiento utilizado.

La acción que se genera cuando se produce un enriquecimiento injustificado es de naturaleza personal, con un plazo de prescripción general (15 años), y con ella se busca restituir los bienes al patrimonio al que justamente pertenecen (así, si el enriquecimiento es mayor que el empobrecimiento, no hay deber de entregar la totalidad del beneficio, sino solo en la medida en que se empobreciese el otro). En los casos en que concurran las hipótesis para ejercitar las acciones de responsabilidad civil por daño aquiliano (1902CC) y de enriquecimiento sin causa, el dañado puede elegir cuál ejercitar.

Entramos ya por último en el cobro de lo indebido, regulado en 1895-1901CC. Se trata de un supuesto de enriquecimiento indebido, que se caracteriza por la ejecución de una prestación que no es debida hecha por error (sea este de hecho o de derecho, excusable o no). Para facilitar su prueba, los arts. 1900 y 1901CC nos proporcionan algunos elementos:

En principio, la prueba del pago corresponde al solvens (el que ejecuta la prestación indebida), que además deberá probar el error. Sin embargo, si el accipiens (el que recibe la prestación) niega haber recibido la cosa y se prueba que sí lo hizo, no es necesario probar también el error.

Además, se presume que hay error cuando se entregó una cosa que nunca se debió o que ya estaba pagada. Será, en estos casos, el accipiens quien deberá probar que la entrega se hizo por alguna otra causa (es, por tanto, una presunción iuris tantum).

Lógicamente, lo que el solvens busca al ejercitar esta acción es la restitución de lo pagado indebidamente. Sin embargo, su objeto será diferente dependiendo de si era una cosa cierta y determinada (restitución in natura) o dinero o cosa fungible (restitución tantundem eiusdem generis). El Código, a su vez, distingue según si el accipiens era de buena o mala fe (1896 y 1897CC):

Si era una cosa cierta y determinada, el accipiens de mala fe deberá también responder por la pérdida por caso fortuito (salvo que también se hubiera producido de estar la cosa en manos del solvens), con el valor de la

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cosa en el momento de la entrega o de perecimiento (el mayor). Además, deberá entregar todos los frutos de la cosa (percibidos y que pudiera haber percibido, aunque no lo hiciera), y los daños sufridos por el solvens.

Si era dinero o cosa fungible, el accipiens de mala fe está obligado a restituir los intereses legales del dinero, o todos los frutos (percibidos o que pudieran haberlo sido, aunque no lo hiciera) de la cosa.

Las mismas reglas se aplican cuando el accipiens sea de mala fe sobrevenida, en cualquiera de los dos supuestos.

En cualquiera de los dos casos, si el accipiens era de buena fe solo deberá responder de pérdidas y mejoras cuando se haya enriquecido.

El 1898CC añade que, en lo que se refiere al abono de mejoras y gastos hechos por el que indebidamente recibió la cosa (sea de buena o mala fe), se aplican las reglas de la liquidación del estado posesorio.

En caso de que el accipiens haya realizado actos dispositivos sobre la cosa, distinguiremos de nuevo entre:

Accipiens de buena fe: el solvens tiene una acción personal contra él por el precio del acto (si ya lo ha cobrado), o por la cesión de la acción para cobrar el precio (si todavía no lo ha hecho). Respecto a la posibilidad de una acción reivindicatoria contra el tercero que adquiere la cosa, la cuestión es controvertida:

o Si consideramos que el accipiens obtuvo la propiedad de la cosa al recibirla del solvens, la acción reivindicatoria no procede.

o Si consideramos que no obtuvo la propiedad, el éxito de tal acción dependerá del juego de la apariencia jurídica (464CC si era una cosa mueble, 34LH si era inmueble).

Accipiens de mala fe: deberá entregar al solvens el valor de la cosa en el momento en que la obtuvo o la entregó (el mayor de los dos).

Para terminar, debemos estudiar el 1899CC, donde se nos plantea un supuesto en el que no hay obligación de restituir:

1. Existe un crédito (verdadero, legítimo y existente) entre A y B.

2. C, creyéndose deudor de A, paga a B, y A entiende, de buena fe, que su crédito está pagado. C se convierte entonces en solvens, y A en accipiens.

3. A, que considera que su crédito está pagado, deja expirar sus acciones, garantías, etc.

En tal caso, el accipiens no tiene que asumir la situación. Sin embargo, el solvens adquirirá una acción de enriquecimiento injustificado contra el verdadero deudor de A, y contra los fiadores de A respecto de los cuales la acción todavía estuviese viva. En última instancia (si no consigue cobrarse de los ya mencionados lo que le corresponde), podrá también dirigirse contra el tercero por el enriquecimiento que experimenta su patrimonio al liberarse del pasivo que representaba la deuda.

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