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OLAF HARALDSSON Manuel Velasco Colección Territorio Vikingo

Olaf Haraldsson

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Cuentan las crónicas que Olaf Haraldsson nació en el año 995, en el reino noruego de Ringerike (Hringaríki). Era tataranieto del rey Harald I, conocido con el sobrenombre de “el de Hermosos Cabellos” (Harfrage), perteneciente a la tribu o dinastía de los Ynglingos de Uppsala, considerados como descendientes humanos del dios Frey. A aquel prolífico rey (se le atribuyen 23 hijos) fue el iniciador del amplio clan familiar Hårfagreætta, que dio lugar a un extenso linaje al que aseguraron pertenecer infinidad de pretendientes reales durante siglos, y que dio a la historia noruega nombres tan relevantes como Erik Hachasangrienta, Olaf Tryggvason, Harald Hardrada o el propio Olaf Haraldsson.

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OLAF HARALDSSON

Manuel Velasco

Colección Territorio Vikingo

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Cuentan las crónicas que Olaf Haraldsson nació en el año 995, en el reino noruego de Ringerike (Hringaríki). Era tataranieto del rey Harald I, conocido con el sobrenombre de “el de Hermosos Cabellos” (Hárfagri), perteneciente a la tribu o dinastía de los Ynglingos de Upsala, considerados como descendientes humanos del dios Frey.

A aquel prolífico rey (se le atribuyen 23 hijos) fue el iniciador del amplio clan familiar Hárfagraætt, que dio lugar a un extenso linaje al que aseguraron pertenecer infinidad de pretendientes reales durante siglos, y que dio a la historia noruega nombres tan relevantes como Erik Hachasangrienta, Olaf Tryggvason, Harald III o el propio Olaf Haraldsson.

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El padre de Olaf fue Harald Grenski (o Grenland, la tierra de los Grener), bisnieto de Harald I y rey de la región de Vestfold, al sur de Noruega. Cuando su esposa Ásta, hija de Guthbrand, que-dó embarazada, la abandonó para ir a cortejar a Sigrid la Altiva, reciente viuda de Erik el Victorioso, rey de Suecia y parte de Di-namarca. Mala decisión, ya que la reina viuda sueca, harta de pretendien-tes, lo mandó encerrar en una casa junto a Vissavald de Gardari-ki y sus respectivos acompañantes, para quemarlos vivos, evitan-do de esta drástica manera la llegada de futuros aspirantes atraí-dos por sus riquezas.

Por su parte, Ásta regresó a la casa de su padre para tener allí a su hijo, pero el embarazo se vuelve cada vez más complicado, co-rriendo peligro para madre e hijo. Entonces Hrani, hermano de Ásta, tiene un sueño en el que se le aparece un antepasado, que se identifica como Olaf el Corpulento (Olaf Geirstada-Álf, hijo de Harald I), y le pide que acuda a su túmulo para recuperar la espada, un cinturón y un anillo. Venciendo todos los posibles te-mores que tuviese al violar la tumba de un familiar, Hrani regre-sa con esos objetos, poniendo, según las instrucciones de aquel espíritu, el cinturón sobre Ásta. Y el niño nace sin complicaciones. A pesar de este incidente so-brenatural, su abuelo Guthbrand se negó a reconocer a un hijo de Harald Grenski, que tanto le había ofendido con su actitud. Así que, siguiendo las costumbres de la época, mandó que el ni-ño fuese abandonado en el bosque. Nota: Algunos investigadores creen que Olaf Geirstada-Álf pue-de ser aquel cuyos restos se hallaban en el barco de Gokstad, en-contrado en la región de Vestfold, cuyo túmulo habría sido “sa-queado” por Hrani, con permiso de su difunto ocupante.

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Olaf, niño

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Pero Hrani, tras el extraño sueño y el inquietante incidente de tener que abrir un túmulo con sus propias manos y meterse den-tro para recuperar aquellos objetos, no estuvo dispuesto a que aquel niño muriese; vio que donde fue dejado había una extra-ña luz, así que avisó a Guthbrand y entre ambos lo recuperaron. Fue Hrani quien realizase la ceremonia pagana de asperjar agua sobre el niño y darle el nombre, eligiendo el de Olaf, en ho-nor a aquel antepasado que ayudó desde el más allá. Y le regaló el cinturón y el anillo. La espada, llamada Baesing, se la dejaría a su madre, para cuando ella creyese oportuno dársela (y eso ocurrió cuando el niño tenía 8 años).Ásta se casó más tarde con el rey Sigurd Syr, otro bisnieto de Harald I (todo permanece en familia). La pareja tuvo 5 hijos, el más famoso de los cuales sería el último, que llegaría al trono noruego como Harald III.Sigurd Syr había sido uno de los primeros en aceptar voluntaria-mente el cristianismo cuando fue introducido años antes en No-ruega por Olaf Tryggvason.La saga de Snorri describe a Olaf como un fornido pelirrojo, buen arquero y nadador, hábil artesano y jugador; aunque tam-bién lo muestra como cruel y vengativo. Seguramente también se le consideraba poseedor de una gran hamingja, esa cualidad similar a la suerte o la fortuna, que también era tomada como favor de los dioses hacia alguien.

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Cuando contaba con tan solo 12 años, ya participó Olaf en su pri-mera expedición como vikingo, bajo la supervisión de Hrani, que seguramente se ocupaba de su educación, ya que la relación con su padrastro no era muy buena. Y este tipo de viajes se repetiría en los siguientes veranos, prime-ro por la cercana Suecia (llegó hasta Sigtuna internándose por el lago Malar), siguiendo después por el Báltico hasta la isla de Gotland y Finlandia. Seguramente en uno de estos viajes conoce-ría a Thorkell el Alto, que pasó un tiempo con los Jomsvikings, grupo de mercenarios vikingos que vivían en su propia isla (la actual Wolin, Polonia), con quien embarcaría posteriormente hacia Inglaterra. Allí lucharon para el rey sajón Aethelred, al que ayudaron a tomar Londres, que estaba en manos del rey da-nés Knut. Las crónicas cuentan cómo resolvió la batalla derri-bando el puente de Londres sobre el Támesis: desde los barcos hizo atar cuerdas sobre los gastados pilares de madera para lue-go ordenar que remaran con todas las fuerzas hasta romperlos. Nota: Aquel incidente daría lugar a una canción popular infantil que se ha cantado durante siglos con diferentes letras pero con el mismo estribillo (The London bridge is falling down).

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Olaf, vikingo

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Tal vez porque las ga-nancias como merce-narios no fueron tan-tas como esperaban, aquel pequeño ejérci-to vikingo se dedicó a asediar o saquear va-rios poblados sajones, incluyendo el secues-tro de algún persona-

je importante por el que debían pagar un buen rescate (dane-geld). Así ocurrió con Ælfheah, arzobispo de Canterbury; poste-riormente sería conocido como san Alphege, a pesar de no ha-ber muerto por motivos religiosos, como requería la tradición, sino porque el mismo prohibió el pago de su propio rescate.A Inglaterra llegó un mensajero del Duque Ricardo II de Nor-mandía, buscando mercenarios para solucionar un problema que tenía en el sur de Francia con un duque franco. Thorkell op-tó por volver al servicio del rey Aethelred, pero Olaf puso rum-bo a lo que prometía ser una nueva aventura en aquella Nor-mandía. La mera presencia de una tropa vikinga hizo que ambos duques firmasen un tratado, por lo cual no hizo falta entrar en comba-te. Y Olaf, que necesitaba acción, decidió unirse a una expedi-ción que iba rumbo sur, hacia las costas hispanas, aunque no todos los historiadores están de acuerdo en este punto.Parece ser que, tras atacar varios enclaves de la cornisa cantá-brica y la costa gallega (donde supuestamente habría puertos daneses), hicieron una parada en Karlsá (considerado como al-gún lugar de la costa de Cádiz), mientras esperaba buenos vien-tos para adentrarse en el Mediterráneo. Se cuenta que Olaf tuvo allí un sueño en el que “alguien fuerte y temible” le previno de seguir los planes previstos y lo instó a regresar a Noruega, don-

de sería rey para siempre. La saga no cuenta nada al respecto, pero seguro que más de uno pensó que tal aparición sería de aquel Olaf al que debía su nombre, cuyo espíritu seguía prote-giéndolo. La expedición regresó a Noruega, pero él prefirió quedarse en Normandía con un barco y algunos de sus incondicionales; allí es bien recibido por el duque Ricardo, que lo invita a pasar el invierno en Ruán. Y, tras largas conversaciones, más lo que es-cuchase durante varios meses de convivencia con otros nórdi-cos cristianos, Olaf acepta recibir el bautismo, y lo hace de las manos del arzobispo Robert, hermano del duque. Nota: En aquellos tiempos, en muchas ciudades-mercado se ne-gaban hacer tratos con mercaderes paganos, por lo que los nór-dicos que quisiesen comerciar allí debían hacer al menos un ri-tual de prima signatio, una especie de periodo de prueba antes de la conversión definitiva, lo que fue ampliamente aceptado por motivos meramente comerciales. Pero, como se decía para las bodas de conveniencia, “con el roce llega el cariño”.Olaf seguramente acabó viendo más práctica la nueva religión de cara a sus planes de reinar sobre toda Noruega, tal vez unien-do las ideas de sus antepasados: por un lado, Harald I, el prime-ro en unificar el territorio, y por otro, Hákon Eiríksson y Olaf Tryggvason, los primeros en introducir el cristianismo. Él sería el colofón de aquella gran dinastía descendiente de un dios pa-gano: una tierra, un rey, una religión.

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Pero como para llevar adelante sus planes necesitaba más rique-zas de las que tenía en ese momento, antes de regresar definiti-vamente a Noruega, volvió a las costas inglesas, consiguiendo un cuantioso botín. Por aquel entonces tenía 20 años (o invier-nos, según contaban los vikingos). Finalmente Olaf llegó a Noruega, que estaba gobernada por el jarl Eirikr y, bajo el reinado del rey Knut de Dinamarca, excep-to una pequeña zona del sur, donde estaba su hermano, el jarl

Sveinn, bajo el mandato del rey sueco Olaf Skötkonung. Aprovechando que los dane-ses estaban ocupados consolidando su posi-ción real en Inglaterra, ayudados por el pro-pio jarl Eirikr, Olaf dirigió su flota, a la que se habían unido aliados del sur de Noruega, hacia la región de Trøndelag, consiguiendo una victoria definitiva, en Nesjar. El jarl Sveinn, tuvo que huir a Suecia, muriendo antes de poder reorganizar su ejército.Nota: Los jarlar de Lade, pertenecientes a la tribu de Háleyg (considerados como des-cendientes del mismísimo Odin a través del antepasado común Saeming), llevaban va-rias generaciones gobernado Trøndelag y, en ocasiones, toda Noruega, sin haber llega-do nunca a ser reyes. Tradicionales rivales de los Ynglingos, ya habían tenido serios enfrentamientos con Harald I y sobre todo con Olaf Tryggvason.

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Una vez reconocido como rey de Noruega, Olaf estableció la capi-tal en Borg, ciudad fortificada que él mismo fundase al sur y tie-rra adentro, y que sería residencia real de invierno durante si-glos, organizando allí el Borgarthing, una de las asambleas más importantes de Noruega.

Prohibiendo el comercio de alimentos con Suecia, de los que dependían en el sur de ese país, forzó un pacto con el rey sueco Olaf Skötkonung, en el que se incluyó la boda con su hija Astrid; de aquella unión nacería su hija Ulvhild. Nota: Olaf Skötkonung, hijo de Erik el Victorioso, fue el primero en recibir el título de rex Sveorum Gotho-rumque (rey de los suecos y los godos). Su otra hija, Ingegerd, se casaría más tarde con el príncipe Yaros-lav, de Kievan Rus. También sería el introductor del cristianismo en Suecia, aunque algunas malas decisio-nes ocasionó que fuese destituido por los suyos, tal co-mo eran las viejas leyes vikingas.Una vez conquistado todo el país, usó los métodos más sanguinarios para imponer cristianismo como re-ligión oficial y un sistema político al modo del feuda-lismo europeo; todos los territorio que antes funciona-ban de manera autónoma e incluso independiente, pa-saron a pertenecer a la corona, correspondiendo al rey

ceder las tierras a sus incondicionales.

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Olaf, rey

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Por otro lado, habían llegado desde Inglaterra cuatro obispos (Grimkell, Bernardo, Rodolfo y Sigfrido) que continuaron la ta-rea de construir iglesias por todo el país, iniciada por aquellos otros que, igualmente desde Inglaterra, llegaron con Olaf Tryggvason.La vida pública y privada tuvo que adaptarse a las normas ecle-siásticas llevadas por estos obispos ingleses: se prohibió la poli-gamia o el abandono de bebés deformes o enfermos en el bos-que, todos los recién nacidos tenían que ser bautizados y todos los muertos enterrados en campo santo (con la excepción de cri-minales, suicidas y traidores al rey). Se estableció la pena de muerte o de mutilación a quien se negase a aceptar el bautismo (la saga menciona casos de manos y lenguas cortadas, ojos va-ciados y gente ahorcada o decapitada). Se quemaron lugares de culto y objetos relacionados con el paganismo. Los que come-tían delitos “menores” debían pagar una multa al obispo. Tal transformación de la vida tradicional nórdica hizo que el propio Olaf tuviera que recorrer en los siguientes años el país de arriba abajo para hacer cumplir las nuevas leyes, con los con-siguientes castigos ejemplares para quien no las aceptase a raja-tabla. Esto ocasionó muchos resquemores entre los nobles su-pervivientes, que habían tenido que doblegarse para salvar la vida y la tierra, e incluso tuvieron que entregar a sus hijos como rehenes, para asegurar tanto la sumisión política como la reli-giosa al rey.Pero Olaf incluso se buscó enemigos entre sus incondicionales cuando promulgó que la nobleza también estaba sujeta a las le-yes y tenía que responder (y ser castigados) de la misma mane-ra que cualquier campesino. También tuvieron que liberar a sus esclavos, que eran en gran medida la base de su sustento. Por si fuera poco, Olaf necesitaba más tributos para mantener su cam-paña a lo largo y ancho del país. Algunos jefes territoriales que más ayuda le proporcionan se lo dejaron bien claro: “Mantén

nuestros arcones llenos de plata y oro y nosotros prote-geremos la tierra para ti”.Parece ser que una de las co-sas que peor aceptaron los viejos terratenientes fue la obligación de ser enterrados en un cementerio, cuando, por tradición, eran enterra-dos en su propia granja, sim-bolizando así la continuidad de la unión de la tierra y sus antepasados, más allá de las

ideas religiosas. Eso se resolvió construyendo pequeñas iglesias en los terrenos de la granjas, iniciándose la costumbre del ente-rramiento bajo el suelo de la propia iglesia o alrededor, que aho-ra era tierra consagrada.Todos aquellos cambios debieron dar lugar a un nuevo éxodo migratorio, tal como ocurriese en tiempos de su tatarabuelo Ha-rald I, del que se dice que dividió a los noruegos en tres clases: súbditos, muertos o exiliados. Muchos de estos últimos fueron bien recibidos en Londres por el rey danés (e inglés) Knut II, que, ya solidificada su posición en Inglaterra, volvió su mirada hacia Noruega. Además de reci-bir a los exiliados, mantuvo contactos con otros que se habían quedado en su tierra, soportando como podían el nuevo orden. Con lo cual tuvo una idea bastante aproximada sobre los alia-dos con que podía contar cada rey.

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También envió un mensajero a Olaf proponiéndole dejarlo co-mo rey de Noruega siempre que se la ofreciera como feudo y le pagase tributos. Ni qué decir tiene que Olaf se negó rotunda-mente. En 1027, Knut embarcó desde Londres poniendo su flota rum-bo a Dinamarca, donde amplió su fuerza, pero antes de dirigir-se hacia Noruega se encontró con que Olaf estaba atacando algu-nos territorios daneses. Hubo una batalla naval cerca de Scania y Olaf tuvo que ir a tierra, abandonando sus barcos, para salvar la vida. Knut fue desembarcando en distintos lugares de la costa Norue-ga (seguramente donde estaban los principales things o asam-bleas) sin encontrar ningún rechazo. Tras ser reconocido en to-das partes como el nuevo rey, revocó las leyes impuestas por

Olaf y regresó a Dinamarca, sin haber entablado una sola bata-lla en tierra noruega.El gobierno de Noruega lo dejó en manos de Hákon Eiriksson, (hijo del anterior jarl de Lade), que había estado exiliado en In-glaterra, bajo su protección, tras el ataque de Olaf, de modo si-milar a cómo le ocurrió a su padre, Eiríkr Hákonarson, exiliado en Dinamarca, bajo la protección de Sveinn Barba partida (abuelo de Knut), tras el ataque de Olaf Tryggvason; en ambos casos, los jarlar de Lade regresaron para seguir gobernando su tierra.

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Y Olaf se encontró con que apenas le quedaban unos cuantos seguido-res. En vista de lo cual, aun siendo in-vierno, atravesó las montañas para lle-gar a la corte de su aliado, el rey sueco Önund Jakob. Allí dejó a su esposa As-trid y su concubina Álfhild (Olaf prohi-bió la poligamia, pero no el concubi-nato), llevándose consigo a Magnus, el hijo ilegítimo que ambos tuvieron. Nota: Parece que Magnus nació muy debilucho y fue bautizado inmediatamente por si se moría, sin tan siquiera avisar a Olaf; su entonces inusual nombre fue una especie de homenaje a Car-lomagno (Carolus Magnus). Seguramente, de haber sido su pa-

dre pagano, lo hubiese decla-rado útborið barn (niño no aceptado y dejado en el bos-que).Rey sin reino, el otrora orgu-lloso y arrogante Olaf nave-gó hacia el fondo del Bálti-co, internándose por la Ruta del Este hacia Gardariki (ac-tual Rusia), llegando al terri-torio vikingo de Kievan Rus, donde fue bien acogido por el príncipe Jarizleif (Yaros-lav) y alguien que ya cono-cía: su cuñada Ingegerd. Los centros de poder del Kie-van Rus eran Novgorod y so-

bre todo Kiev, que era una ciudad comparable en tamaño a Lon-dres. Gozaba de una gran prosperidad y era territorio cristianiza-do por la iglesia ortodoxa.

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Olaf, exiliado

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Olaf pasó por muchos momentos de duda. ¿Qué hacer, tan lejos de su tierra, con un historial como el suyo, empezando por ser un vikingo sanguinario y terminando como uno de los reyes más crueles habidos en Noruega? Finalmente, tanto su gente como su dios le habían abandonado. Por si fuera poco, los fieles que le habían seguido sentían nostalgia por sus granjas y sus gentes. Al parecer, barajó la posibilidad de hacerse monje o em-prender un peregrinaje a Tierra Santa. Entonces Olaf tuvo otro de sus especiales sueños en el cual se le aparecía un hombre alto y bien vestido, que creyó identificar con su tío Olaf Tryggvason. Este disolvió sus dudas sobre qué camino tomar; le recriminó que hubiese huido de Noruega para vivir en territorios extranjeros, cuando él había sido elegido por el mismo Dios. “La gloria de un rey consiste en triunfar contra sus enemigos, y es una muerte honorable caer en el campo de batalla junto a tus hombres”. Y Olaf, al igual que ocurriese con la visión que tuvo años antes en aquella lejana Karlsá, tuvo muy claro cual era su destino: regresar a Noruega y reclamar el tro-no perdido, o morir en el intento.Por si fuera poco, llegó la esperanzadora noticia de la muerte en un naufragio de Hákon, último jarl de Lade. Posiblemente lo tomase Olaf como una señal divina, que le dio fuerzas para con-tinuar su plan. Así que, se despidió de los príncipes de Kiev, ba-jo cuya custodia dejó a su hijo Magnus, y embarcó con unos 200 hombres.Pasó algún tiempo en Suecia y las noticias corrieron en los dos sentidos. Sus enemigos noruegos empezaron a reunir un ejérci-to, mientras que quienes aun le apoyaban marcharon a su en-cuentro. En la saga se dice que por el camino se cruzó con gente dispuesta a unírsele, pero que a muchos no los aceptó por no estar bautizados; cosa difícil de creer teniendo en cuenta que le acompañaba un obispo que podría haber hecho bautismos colec-tivos en el primer río que se cruzasen. Incluso mandó que se vol-

viesen los que fuesen paganos entre los suecos que le acompaña-ban, cedidos por el rey Önund, por muy dispuestos que estuvie-sen a luchar por él.Así, con los hombres que llevaba, los pocos suecos que queda-ron, mas los noruegos que se le unieron, entre los que estaba su hermanastro Harald, tuvo un total de 3.660 hombres, demasia-do pocos para reconquistar su país… a no ser que contara con la ayuda de Dios, como seguramente debió pensar.Pero, en vez de entrar en Noruega desde el sur, donde posible-mente hubiera encontrado más aliados, se fue directamente ha-cia Trøndelag, donde se encontraba la tierra de la familia Lade, tal vez por el buen recuerdo que tenía por su victoria en la bata-lla de Nesjar. Tal vez pasó Olaf demasiado tiempo en Suecia, tal vez atravesó las montañas demasiado lento, el caso es que sus enemigos sa-ben exactamente hacia donde se dirige y allí lo esperan con un contingente militar considerablemente superior al suyo.Olaf se encontró con su viejo amigo, el obispo Grímkell, a quien contó una visión que había tenido, en la que pudo ver en toda su extensión y con todo detalle el condado de Trøndelag y des-pués todos los distritos de Noruega, para seguir subiendo y con-templar la tierra y el mar, reconociendo claramente los lugares por donde había pasado y viendo otros totalmente desconoci-dos, habitados o deshabitados, allá por donde el mundo se ex-tendía.

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29 de julio de 1030. El campo de batalla estuvo en Stiklestad (Stiklarstaðir). Las crónicas mencio-nan 7.000 noruegos al grito de Fram! Fram! Bøn-der (Adelante, adelante, “granjeros”), siendo estos granjeros aquellos terratenientes libres a quienes Olaf desposeyó de sus viejos derechos; en esta oca-sión están al mando Erling Skjálgsson y Kálf Árna-son. Al otro lado, solo 3.600 hombres al grito de Fram! Fram! Kristmenn, krossmenn, kongsmenn (Adelante, adelante, hombres de Cristo, hombres de la Cruz, hombres del Rey). No se produce el milagro que tal vez muchos espe-raban. Aunque Olaf ha llegado antes al campo de batalla y ha elegido la posición más favorable, la desproporción de fuerzas decide el resultado. Olaf, con 35 años, muere apoyado en un piedra tras recibir varias heridas; la crónica es tan minu-ciosa en esta parte de lo que llama “martirio del rey” que hasta sabemos los nombres de quienes le produjeron cada herida, a saber: Thorstein, en la pierna izquierda, con su hacha; Thorir, en el bajo vientre (por debajo de la cota de malla, como se representa en algunos gra-bados antiguos y sobre todo en la extraordinaria pintura de Pe-ter Nicolai Arbo); y finalmente, Klav, que le da un corte en el cuello con su hacha. Olaf deja caer su espada, aquella Blaesing que su padrino Hrani sacase de la tumba de su antepasado, y su madre le entregase cuando tenía 8 años, y muere.Alguna crónica monacal añadiría que murió por las “artes de magia”, tal vez justificando así que el dios cristiano permitiese la muerte de su más fiel seguidor.

Nota: Unos días después, se produjo un eclipse de sol rojo, pero los cronistas lo hacen coincidir con el día de la batalla para acentuar el dramatismo y los oscuros augurios ("sol rojo desdi-chado de pura sangre”). El cadáver fue llevado por unos campesinos a la orilla del río Ni-delven, a la altura de Nídaros (Trondheim) y muy pronto empe-zó su leyenda como santo. Un año después, el obispo Grimkell manda desenterrarlo, encontrando el cuerpo incorrupto, que es trasladado a la capilla de san Klement.

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Cien años después sería devuelto a aquel otro lugar, donde se estaba construyendo la catedral de Nídaros, que se convertiría desde entonces hasta la actualidad en un centro de peregrinaje. En aquellos tiempos, los peregrinos podían ver el féretro de plata situado tras el altar mayor; pe-saba más de 80 kg. y era transportado por 60 hombres cuando lo sacaban en procesión. Al lle-gar la Reforma protestante, el féretro fue llevado a Copenhague y fundido para acuñar moneda. El cuerpo fue enterrado en algún lugar que aun se desconoce.

Nota: Aquellos “granjeros” lucharon contra Olaf por mantener su tierra y su libertad (sus derechos tradicionales), mientras que el rey re-calcó continuamente las implicaciones religio-sas de aquel enfrentamiento; pero realmente nunca fue una guerra religiosa, ya que el princi-pal enemigo de Olaf, no presente en el campo de batalla, era el rey Knut, también cristiano, re-presentado por el obispo danés Sigurd. Y ni antes ni después de la batalla de Stiklestad hubo quema de iglesias ni matanza de religio-sos, como sí ocurrió en otras épocas.

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Se dice que cuando murió el rey, nació el santo. La fama milagro-sa de Olaf, (nombrado rex perpetuus Norvegiae, además de san-to patrón de Noruega), atrae a infinidad de peregrinos: hay cie-gos que recuperan la vista, un niño que recupera la lengua que le había sido cortada, una mujer curada de epilepsia, un joven sanado de la lepra… Su culto llega a todo el mundo nórdico, ex-pandiéndose hasta Inglaterra y las costas bálticas, dando nom-bre a varios cientos de iglesias, en muchas de las cuales se repi-ten milagros similares, y a que se celebrase especialmente el Ol-sok (la Vigilia de Olaf) hasta la llegada de la Reforma, en el siglo XVI. En 1930, coincidiendo con el 900 aniversario, se proclamó en Noruega el 29 de julio como día festivo (Olsokdagen). Y en algu-nos lugares se han recuperado nuevas formas de la vieja celebra-ción, tal como ocurre con el Ólavsøka de las islas Feroe.En Stiklestad, donde tras la batalla se levantó otra iglesia utili-zando como altar la piedra sobre la que Olaf murió, se celebra un festival conocido principalmente por la representación al ai-re libre, desde 1954, de Spelet om Heilag Olaf (El drama de San Olaf), escrito por Olaf Gullvåg.También quedó establecido el Pilegrimsleden (Camino de Pere-grinos), con rutas a través de los 3 países escandinavos, aunque la principal es la que va desde Oslo hasta Trondheim (650 km,

unos 40 días). Estos ca-minos están señalizados con una cruz roja y el nu-do cuadrado, viejo sím-bolo presente en las pie-dras rúnicas vikingas y que se puede ver tam-bién como señal de luga-res de interés arqueológi-co (también en la tecla cmd de Apple).

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Olaf, santo

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En la Islandia del siglo XIII, el escritor, historiador, político Snorri Sturluson escribió su saga estructurando y dando unidad a muchos documentos sueltos que habían circulado de boca en boca durante generaciones (y algunos pocos por escrito). Una vez acabada, añadió la historia de reyes anteriores y posterio-res, dando así forma al Heimskringla (el Círculo del Mundo): diecisiete relatos que comienzan en un tiempo indeterminado con la vieja dinastía Ynglinga hasta Magnus Erlingson (muerto en 1184). Seguramente Sturluson, allá en Islandia o en sus viajes a Norue-ga, pudo leer todo lo que hasta entonces se había escrito sobre Olaf como Passio et miracula beato Olafi, de Øystein Er-lendsson, la Saga legendaria, llena de hechos sobrenaturales;

también la Saga de la vida de San Olaf, de Styrmir Kárason, el Sabio, que no ha llegado a nuestros días. Y con todo esto, compuso su extensa saga, en la que además in-cluyó 146 poesías de skáld contemporáneos del rey, como el is-landés Sigvat Thordarsson, que lo acompañó en numerosas oca-siones (excepto en la batalla donde murió, por encontrarse en Roma, a donde acudió como peregrino cuando el rey vivía su exilio en Kievan Rus).

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El Camino de San Olaf en España

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• Óláf, Viking and saint. Corten Myklebust (Fantasi-Fabri-kken, 1997, 2ª edición 2003)

• San Olaf, rey perpetuo de Noruega. Vicente Almazán (Xun-ta de Galicia, 2002)

• Varios artículos de la Wikipedia sobre Olaf Haraldsson y per-sonajes o sucesos relacionados.

• Y un agradecimiento especial a Mariano González Campo por la corrección de algunos términos nórdicos.

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Bibliografía consultada

La novela histórica La Saga de Yago está ambientada en la época de Olaf Haraldsson, apareciendo como perso-naje secundario y como motivo de noticias y conversacio-nes acerca de su reinado y su esfuerzo por cristianizar Noruega.

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