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MILENIO www.milenio.com DH 6 o Lunes 6 de mayo de 2013 É stos son tiempos de priistas robustecidos e izquierdas dismi- nuidas; de problemas cada vez más grandes y soluciones cada vez menos apetecibles. Tiempos confusos y desconcertantes en los que no se sabe a ciencia cierta adónde mirar, en quién confiar o en qué pacto por México creer. Pero aun así hay algo en lo cual yo creo con absoluta certeza, aquello que la antropóloga Margaret Mead escribió con tanta elocuencia: “Nunca dudes que un pequeño grupo de ciu- dadanos pensantes y comprometidos puede cambiar el mundo; en efecto, es la única cosa que lo ha hecho”. Por eso apoyo y convoco a aplaudir el informe y la labor de GIRE, porque las mujeres de GIRE entienden que el trabajo de toda mujer en este país es mantener vivas las aspiraciones de verdad, justicia y equidad en un sistema que con frecuencia las detiene. Ellas saben que les corresponde pararse al lado de las víctimas, representar a las personas y a las causas que muchos preferirían ignorar, defender los derechos de quienes ni siquiera saben que los tienen. GIRE contribuye a crear un contexto de exigencia y es autor de un lenguaje que busca siempre decir la verdad de las mujeres en el caso del aborto legal inseguro, la anticoncepción, la mortalidad materna, la violencia obstétrica, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, la omisión y la indiferencia sobre estos temas que aún persisten en México. Pero ser un buen grupo de defensa de los derechos de las mujeres en México no es tarea fácil; implica indagar, investigar, evidenciar y señalar viola- ciones a estos derechos, provengan de donde provengan. Para GIRE ha implicado vivir con los vituperios de quienes se sienten traicionados por el uso de anticonceptivos y su postura frente a la despenalización del aborto; resistir las críticas de quienes aún no comprenden que es más importante defender derechos funda- mentales que ser panista, defender la legalidad que ser perredista, defender ciudadanos que proteger cotos partidistas, impulsar una política de Estado en materia de salud reproductiva que una creencia personal o ideología política. Por ello hay algo de gran valor en la labor de GIRE, algo moral e intelectualmente aplaudible en encabezar la lucha por la protección de las desprotegidas. Y por eso se vuelve imperativo que haya un cambio nacional hacia lo que GIRE ha hecho en el Distrito Federal: defender a las débiles, dar voz a las vulnerables, retar a la autoridad opresiva o imperfecta, denunciar la manipulación política del aborto y la vida reproductiva, impulsar los derechos asociados con la vida laboral y la anticoncepción, resaltar los desafíos al Estado laico, pelear contra la institucionalización de la impunidad. En un país en que tantos conceden, claudican y recortan sus conciencias para ajustarlas al tamaño del puesto que aspiran a ocupar, GIRE ocupa una posición inusual: es una entidad emblemática de la inteligencia libre, sin ata- duras ni sometimiento, sin lealtades políticas o aspiraciones partidistas. Y precisamente porque es libre provoca incomodidad entre quienes querían mujeres sumisas; engendra escozor entre quienes preferirían una organización que promoviera intereses partidistas por encima de derechos femeninos; produce preocupación entre quienes desearían que emprendiera cruzadas religiosas sobre causas ciudadanas. Por ello es criticada, por hacer lo que hace y presentar los reportes que elabora; por el activismo, la independencia feroz y el feminismo responsable con que coloca la primacía de la ley sobre las preferencias personales, la decencia esencial de todas las mujeres de GIRE. Y por eso me enorgullece estar aquí hoy, al lado de tantas ciudadanas más en apoyo de quienes siempre han querido saber en dónde están pa- radas. Por eso exhortamos a los políticos a que alcen la mano y saquen al pequeño estadista que llevan dentro; y pedimos que los partidos impulsen el derecho a decidir en los estados donde es penalizado. GIRE ha demostrado que en tiempos de inercias arraigadas ha sido un agente de cambio, un grupo de mujeres que se ha negado a ser espectador de la injusticia o la arbitrariedad, cuya sola existencia se ha vuelto un antídoto contra el cinismo y el desasosiego, cuya actuación se ha convertido en una forma de abastecer la esperanza en el país posible, el país que todavía brinda oportunidades para creer en vez de razones para claudicar; en el que hay cabida para nosotros y nosotras y aquellas que triste y dolorosamente han tomado la decisión de abortar. Hace años, en medio del debate sobre la despenalización del aborto, escribí un artículo sobre una amiga: la de los ojos tristes, la ten- dida sobre una tabla cubierta con una sábana desteñida, la de la mirada nublada que decía todo sin decir nada, la que optó por abortar después de semanas de sufrir, padecer, cues- tionar –noche tras noche de desvelo y dudas–, preguntándome qué hacer y cómo, qué hacer y dónde, qué hacer y con ayuda de quién. Angustiada, atrapada, asustada; una mujer como las de hace décadas que se descubrían embarazadas sin quererlo ni desearlo, sola ante un mundo que la juzgaba sin compadecerla. Me miraba y yo la miraba, mientras a lo largo de sus ojos y los míos destilaban batallones de tristeza. Me tomó la mano y al hacerlo, en ese acto de solidaridad, confirmé mi postura en favor del derecho a decidir. Desde entonces pienso largamente en la mirada de esa mujer que podría ser como la de cualquiera, esa mirada tan honda, tan profunda y tan elemental como la de mi hija Julia, mi hija adorada; una niña deseada, espe- En opinión de... Denise Dresser** rada, anhelada, concebida en buen momento; a la que vi por primera vez a las 16 semanas en un ultrasonido y me sonrió; la que nació con prisa y ganas de estar en el mundo; la que alguna vez fue un conjunto de células y ahora es una persona de verdad… Me mira y la miro, mientras a lo largo de sus ojos destila un ejército de posibilidad. Mi Julia, que con su sola existencia confronta todas mis torpezas y asegura todas mis certezas sobre un embarazo deseado, a la que bauticé antes de que naciera, a la que comencé a sentir cuando crecía y pateaba, con quien comencé a conversar en la regadera mientras enjabonaba un abdomen dentro del cual había una persona a la cual quería cantarle; susurrarle que podía ser presidente de México –aunque ojalá aspirara a algo mejor–; enseñarle a creer en Dios y a platicar con él; prometerle una vida con libros, música, viajes, besos y caricias; con una madre para leerle en las noches y hablarle de política en el día. Había en mis brazos una nueva esperanza. Desde el primer día de su vida estuve atrapada entre dos miradas contradictorias: una de mí que ayudé a mi amiga a abortar y una de mí que concebí una hija. Parada de manera precaria en el bando de las mujeres inaugurado por una escritora que odia la idea del aborto pero más su penalización, que odia la cancelación de la vida pero comprende que en ocasiones es la única opción, dispuesta como yo a pelear por el derecho a decidir y entristecida por sus consecuencias. Por eso entendí, desde el momento en que mi amiga abortó y mi hija nació, que el aborto es la decisión correcta en ciertas ocasiones, en ciertos lugares y para ciertas mujeres: las que han sido violadas, presionadas o cohesionadas; las que no pueden o no quieren ser madres por circunstancias económicas, sociales o personales; las que se enamoraron del hombre equivocado; las que tienen cinco o seis hijos y son incapaces de mantenerlos, menos a uno más; todas las que forman parte de las esta- dísticas desconsoladoras de la Secretaría de Salud: en México, entre 2002 y 2006, 80% de las mujeres hubiera deseado no estar embara- zada; de 1 204 548 mujeres embarazadas, más de 800 mil hubieran preferido evitarlo; 36.2% de los embarazos no deseados se presenta en mujeres de menos de 20 años. Por ello muchas han actuado como mi amiga hace 30 años: arrinconadas bajo una sábana, en un lugar inhóspito –probablemente insa- lubre, seguramente clandestino–, muertas de miedo, frío y descuido; clasificadas como delincuentes o condenadas como pecadoras; Omisión e indiferencia frente a los derechos reproductivos en México* Apoyo y convoco a aplaudir la labor de GIRE, porque entiende que el trabajo femenino en este país es mantener vivas las aspiraciones de verdad, justicia y equidad Los opositores de la despenalización del aborto son personas que demuestran con palabras y acciones su molestia con las mujeres pensantes, las demandadas, las conscientes

Omisión e indiferencia frente a losderechos reproductivos en México

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Por Denise Dresser

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MILENIO www.milenio.com

DH6 o Lunes 6 de mayo de 2013

Éstos son tiempos de priistas robustecidos e izquierdas dismi-nuidas; de problemas cada vez más grandes y soluciones cada vez menos apetecibles.

Tiempos confusos y desconcertantes en los que no se sabe a ciencia cierta adónde mirar, en quién confiar o en qué pacto por México creer. Pero aun así hay algo en lo cual yo creo con absoluta certeza, aquello que la antropóloga Margaret Mead escribió con tanta elocuencia: “Nunca dudes que un pequeño grupo de ciu-dadanos pensantes y comprometidos puede cambiar el mundo; en efecto, es la única cosa que lo ha hecho”.

Por eso apoyo y convoco a aplaudir el informe y la labor de GIRE, porque las mujeres de GIRE entienden que el trabajo de toda mujer en este país es mantener vivas las aspiraciones de verdad, justicia y equidad en un sistema que con frecuencia las detiene. Ellas saben que les corresponde pararse al lado de las víctimas, representar a las personas y a las causas que muchos preferirían ignorar, defender los derechos de quienes ni siquiera saben que los tienen.

GIRE contribuye a crear un contexto de exigencia y es autor de un lenguaje que busca siempre decir la verdad de las mujeres en el caso del aborto legal inseguro, la anticoncepción, la mortalidad materna, la violencia obstétrica, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, la omisión y la indiferencia sobre estos temas que aún persisten en México. Pero ser un buen grupo de defensa de los derechos de las mujeres en México no es tarea fácil; implica indagar, investigar, evidenciar y señalar viola-ciones a estos derechos, provengan de donde provengan. Para GIRE ha implicado vivir con los vituperios de quienes se sienten traicionados por el uso de anticonceptivos y su postura frente a la despenalización del aborto; resistir las críticas de quienes aún no comprenden que es más importante defender derechos funda-mentales que ser panista, defender la legalidad que ser perredista, defender ciudadanos que proteger cotos partidistas, impulsar una política de Estado en materia de salud reproductiva que una creencia personal o ideología política.

Por ello hay algo de gran valor en la labor de GIRE, algo moral e intelectualmente aplaudible en encabezar la lucha por la protección de las desprotegidas. Y por eso se vuelve imperativo que haya un cambio nacional hacia lo que GIRE ha hecho en el Distrito Federal: defender a las débiles, dar voz a las vulnerables, retar a la autoridad opresiva o imperfecta, denunciar la manipulación política del aborto y la vida reproductiva, impulsar los derechos asociados con la vida laboral y la anticoncepción, resaltar los desafíos al Estado laico, pelear contra la institucionalización de la impunidad.

En un país en que tantos conceden, claudican y recortan sus conciencias para ajustarlas al tamaño del puesto que aspiran a ocupar, GIRE ocupa una posición inusual: es una entidad emblemática de la inteligencia libre, sin ata-duras ni sometimiento, sin lealtades políticas o aspiraciones partidistas. Y precisamente porque

es libre provoca incomodidad entre quienes querían mujeres sumisas; engendra escozor entre quienes preferirían una organización que promoviera intereses partidistas por encima de derechos femeninos; produce preocupación entre quienes desearían que emprendiera cruzadas religiosas sobre causas ciudadanas. Por ello es criticada, por hacer lo que hace y presentar los reportes que elabora; por el activismo, la independencia feroz y el feminismo responsable con que coloca la primacía de la ley sobre las preferencias personales, la decencia esencial de todas las mujeres de GIRE.

Y por eso me enorgullece estar aquí hoy, al lado de tantas ciudadanas más en apoyo de quienes siempre han querido saber en dónde están pa-radas. Por eso exhortamos a los políticos a que alcen la mano y saquen al pequeño estadista que llevan dentro; y pedimos que los partidos impulsen el derecho a decidir en los estados donde es penalizado. GIRE ha demostrado que en tiempos de inercias arraigadas ha sido un agente de cambio, un grupo de mujeres que se ha negado a ser espectador de la injusticia o la arbitrariedad, cuya sola existencia se ha vuelto un antídoto contra el cinismo y el desasosiego, cuya actuación se ha convertido en una forma de abastecer la esperanza en el país posible, el país que todavía brinda oportunidades para creer en vez de razones para claudicar; en el que hay cabida para nosotros y nosotras y aquellas que triste y dolorosamente han tomado la decisión de abortar.

Hace años, en medio del debate sobre la despenalización del aborto, escribí un artículo sobre una amiga: la de los ojos tristes, la ten-dida sobre una tabla cubierta con una sábana desteñida, la de la mirada nublada que decía todo sin decir nada, la que optó por abortar después de semanas de sufrir, padecer, cues-tionar –noche tras noche de desvelo y dudas–, preguntándome qué hacer y cómo, qué hacer y dónde, qué hacer y con ayuda de quién. Angustiada, atrapada, asustada; una mujer como las de hace décadas que se descubrían embarazadas sin quererlo ni desearlo, sola ante un mundo que la juzgaba sin compadecerla.

Me miraba y yo la miraba, mientras a lo largo de sus ojos y los míos destilaban batallones de tristeza. Me tomó la mano y al hacerlo, en ese acto de solidaridad, confirmé mi postura en favor del derecho a decidir. Desde entonces pienso largamente en la mirada de esa mujer que podría ser como la de cualquiera, esa mirada tan honda, tan profunda y tan elemental como la de mi hija Julia, mi hija adorada; una niña deseada, espe-

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rada, anhelada, concebida en buen momento; a la que vi por primera vez a las 16 semanas en un ultrasonido y me sonrió; la que nació con prisa y ganas de estar en el mundo; la que alguna vez fue un conjunto de células y ahora es una persona de verdad… Me mira y la miro, mientras a lo largo de sus ojos destila un ejército de posibilidad.

Mi Julia, que con su sola existencia confronta todas mis torpezas y asegura todas mis certezas sobre un embarazo deseado, a la que bauticé antes de que naciera, a la que comencé a sentir cuando crecía y pateaba, con quien comencé a conversar en la regadera mientras enjabonaba un abdomen dentro del cual había una persona a la cual quería cantarle; susurrarle que podía ser presidente de México –aunque ojalá aspirara a algo mejor–; enseñarle a creer en Dios y a platicar con él; prometerle una vida con libros, música, viajes, besos y caricias; con una madre para leerle en las noches y hablarle de política en el día. Había en mis brazos una nueva esperanza.

Desde el primer día de su vida estuve atrapada entre dos miradas contradictorias: una de mí que ayudé a mi amiga a abortar y una de mí que concebí una hija. Parada de manera precaria en el bando de las mujeres inaugurado por una escritora que odia la idea del aborto pero más su penalización, que odia la cancelación de la vida pero comprende que en ocasiones es la única opción, dispuesta como yo a pelear por el derecho a decidir y entristecida por sus consecuencias.

Por eso entendí, desde el momento en que mi amiga abortó y mi hija nació, que el aborto es la decisión correcta en ciertas ocasiones, en ciertos lugares y para ciertas mujeres: las que han sido violadas, presionadas o cohesionadas; las que no pueden o no quieren ser madres por circunstancias económicas, sociales o personales; las que se enamoraron del hombre equivocado; las que tienen cinco o seis hijos y son incapaces de mantenerlos, menos a uno más; todas las que forman parte de las esta-dísticas desconsoladoras de la Secretaría de Salud: en México, entre 2002 y 2006, 80% de las mujeres hubiera deseado no estar embara-zada; de 1 204 548 mujeres embarazadas, más de 800 mil hubieran preferido evitarlo; 36.2% de los embarazos no deseados se presenta en mujeres de menos de 20 años.

Por ello muchas han actuado como mi amiga hace 30 años: arrinconadas bajo una sábana, en un lugar inhóspito –probablemente insa-lubre, seguramente clandestino–, muertas de miedo, frío y descuido; clasificadas como delincuentes o condenadas como pecadoras;

Omisión e indiferencia frente a los derechos reproductivos en México*

Apoyo y convoco a aplaudir la labor de GIRE, porque entiende que el trabajo femenino en este país es mantener vivas las aspiraciones de verdad, justicia y equidad

Los opositores de la despenalización del aborto son personas que demuestran con palabras y acciones su molestia con las mujeres pensantes, las demandadas, las conscientes