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RÜFDUNGUN

Onnet Vizcacha - Rüfdungun

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Proclama antiesclavista

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  • RFDUNGUN

  • Primera edicin: Junio 2013

    Las fotografas de la tapa y la contratapa fueron realizadas por el autor en colaboracin de un perro callejero. Se admite la libre copia y distribucin de los contenidos.

    Se utiliz para la presente edicin la aplicacin IBooks, desarrollada por Apple.

    Obra concebida desde la ms profunda oscuridad.

    EDITORIAL CLINAMEN

    ONNET VIZCACHA

    EDICIONES CLINAMEN

    i

  • El lenguaje nos rene

    Nuestra voluntad nos presenta

    Nuestra presencia nos constituye y fuerza la resistencia

    ii

  • IYa no estamos vivos cuando la pesadumbre coagula nuestros movimientos y nos fuerza a la quietud. La vida mediocre siempre est al acecho.

    Y es esa pesadumbre la que nos recuerda siglos y siglos de latigazos y ceremonias, de abusos, de vergenzas, de humillaciones, de sacrificios, de cabizbajas filas mar-chando al matadero... as aparecen frente a nosotros los sin-sentidos de la vida de-rramada, desperdiciada, robada, menospreciada, sometida...

    Nos preguntamos entonces si vale la pena seguir algn camino, alguna idea, algo que escape a esta ausencia de vitalidad. La cultura dominante, tirana de toda ma-temtica explicativa, no es ms que un maloliente envoltorio de la basura, de la mierda, de la infeccin rabiosa que roe nuestro ambiente, nuestros pasos, nuestra mirada.

    La cultura devenida ruido slo nos ha enseado a que no es necesario pensar, a que no es importante sentir. Nos han reducido a temer, a llorar, a temblar... nos han se-parado de lo que nos es propio; de respirar a pulmn lleno, de gritar vaciando nuestras penas y nuestras alegras. Nos han alejado de los rboles, de su lenguaje, y tambin de su longeva sabidura...

    Al final, hemos crecido como el cmulo de nuestros impedimentos. Cados a una sa-lud deteriorada, buscamos en las sombras de la vida un sof donde arrobarnos, al-guna resplandeciente pantalla para dirigir nuestra atencin, y un buen par de man-tas tejidas con hebras de flojera y comodidad, tan afines al mal gusto de la medio-cridad imperante.

    Todo contacto con el mundo slo lo realizamos a travs de intermediarios, de co-merciantes y traficantes de la conciencia... buscamos mundo en la televisin, en internet, en los libros, en las drogas, porque no tenemos mundo ms all de nues-tra opresin inmediata, de la pesadumbre que nos aflige constantemente.

    La opresin es el circuito, el circuito de nuestra vida.

    iii

  • IIVer la opresin como una conspiracin es no tener perspectiva histrica... su conse-cuencia poltica es la pequeez.

    La explotacin, la esclavitud y el sometimiento han sido el modo de ser del hom-bre, y por lo tanto: el hombre mismo. El hombre es esclavitud... se permean en to-dos sus smbolos los signos de la impotencia frente a los senderos de la libertad. Cambiar al hombre es asesinarlo, y para aquello no es suficiente con eliminar algu-nos tantos. El hombre ha de ser erradicado si se busca la belleza.

    Buscar en la historia lo que ha sido el hombre no es una labor matemtica... las reducciones conceptuales son simplistas y burdas. Hacerlo denota intenciones de diminuta pretensin.

    Si tan slo se tratara de conflictos entre clases sociales, de negaciones mutuas en-tre asociaciones de poder, el asunto sera sencillo y no tendra otra resolucin que la guerra entre ejrcitos establecidos de antemano por EL camino que ha tomado la historia. Por un lado estaran los que defienden esto, por all se encontraran los que defienden aquello... del vencedor quedara escrita la verdad, y la resis-tencia de los vencidos mantendra la tensin que da movimiento a los engranajes del curso histrico. Cada ejrcito contara su victoria como la realizacin definiti-va de su valoracin moral del mundo, de su manera en que mide los relieves de la existencia... La medicin exige matemtica, y la matemtica explica a la historia as entendida.

    No obstante, la historia florece y ha florecido en miles de posibilidades, intentos, glorias y miserias que bosquejan con distintos trazos el dibujo de nuestra vida co-mn.

    Se han levantado civilizaciones en las selvas, en los desiertos, en las estepas. Cada una con sus colores, sus sonidos, sus herramientas, su transformacin particular de la tierra, de las aguas, de los elementos. Pero tambin han cado civilizaciones por guerras, por carencias, por agotamiento o por simple abandono.

    iv

  • La vida en ciudad, la cultura comn, el trabajo comn, determinado, establecido, normado y sealado, ha sido tan solo una posibilidad, no una necesidad. La socie-dad tal como la conocemos no es la nica posible, y nuestro foco de resistencia no va solamente a una de sus formas, a un tipo de sociedad, sino a la sociedad como modo de vida, como historia, como civilizacin. La esclavitud ha sido su fundamen-to, y es la esclavitud lo que deseamos aniquilar.

    IIILlamamos opresin a la degeneracin de la vida a un mero circuito, y entendemos la vida hecha circuito como la experiencia administrada para la mantencin de lo mismo.

    Nuestra experiencia del mundo es configurada por los caminos ya establecidos, por los tiempos ya reglamentados; tenemos lugares en donde podemos deambular, pe-ro tambin lugares a los que se nos prohbe ingresar. Tenemos tiempo para hacer esto o aquello, pero siempre en funcin de trabajar.

    Con el trabajo se obtiene dinero y con el dinero podemos mantenernos trabajando; el dinero es nuestra verdadera impotencia, las cadenas que nos amarran a la cel-da.

    Los mismos lugares a la misma hora... el colegio, la casa, el trabajo, el hospital, las carreteras, los subterrneos, las vacaciones... quizs algo distinto, pero siem-pre como excepcin a lo de siempre, a lo mismo... La vida resulta un circuito, nos dicen a dnde podemos ir y en qu momento hacerlo.

    Ms, no somos simples vctimas, sino que nos adecuamos a este modo de vida, no lo cuestionamos sino que lo reproducimos, nos amoldamos a la rutina de nuestros espacios, usamos con astucia la disponibilidad de nuestro tiempo, es decir, de nuestra vida.

    No bastara con eliminar al esclavista si el esclavo no conoce otra vida que la de es-clavo. Los esclavos jams se liberarn en tanto que esclavos... por eso estn forza-dos a crear, a hacer de su vida una emancipacin, y de la emancipacin un arte de

    v

  • lo que siempre es nuevo y desafa a lo mismo... slo a esto nos atrevemos a llamar historia.

    IVExisten grupos dirigentes, clases dominantes... qu duda hay. La ciudad se funda en la administracin de la vida, en la especializacin de las labores; de tal manera que algunos hacen esto y aquello. Las personas se individualizan en sus funciones, en su trabajo, la vida asume como sentido el trabajo. As nacen los campesinos, los artesanos, los comerciantes, los trabajadores, los artistas, los funcionarios, los sacerdotes.

    Todo pareciera ser justo, cada uno en su funcin complementando a los otros... pe-ro las diferencias se encuentran precisamente en los tiempos y en los espacios que dan vida a nuestra experiencia del mundo, vale decir, en la configuracin de nues-tros circuitos.

    El tiempo de trabajo para algunos, es el tiempo de ocio para los otros. Las celdas que habitan algunos, son las mansiones y los jardines de los otros.

    Cmo se levantan las clases dominantes? Dirigiendo, administrando, determinando y por lo tanto imponiendo. Dirigen el intercambio de lo que se produce y se vuel-ven comerciantes. Administran las normas del espacio comn y se levantan como polticos. Adornan la existencia con promesas y se presentan como sacerdotes. Ame-nazan a lo que se levanta como diferente y se envisten de militares. Personifican ordenamientos y asumen los smbolos de la dominacin.

    Tienen tiempo y lo disfrutan, pero tambin crean nuestra existencia comn con ese tiempo, con esa vida que succionan de los explotados. An as, su arte, su crea-cin, est sometida al imperativo de mantener constantemente domeada la escla-vitud.

    No pueden ir ms lejos porque su fuerza les pertenece a otros. Sus proyectos, sus metas, sus alturas se levantan sobre los hombros de una mayora de hombres y mu-jeres a quienes hay que mantener en su estado de opresin, puesto que aunque to-do parezca desfavorable, la vida y su anhelo de cambio siempre puede porfiar.

    vi

  • Tanto el amo como el siervo caminan bajo la tutela de la esclavitud. Pero los bene-ficios de la servidumbre se levantan sobre las sombras de su propia impotencia. Es-clavos de ser esclavistas, la historia han sido las mrbidas civilizaciones que se han refinado en el arte de la destruccin y la hecatombe.

    Un avasallamiento no tan solo del hombre, sino de las dems especies vivas; de los animales, de las plantas, de la naturaleza en general. Pero tambin del aire, del mar, de nuestro ambiente, de nuestro mundo, de nuestras estrellas... de los silen-cios y de la noche que dan el espacio para la reflexin.

    VTodo este ordenamiento responde a una idea, a una forma, a una razn. El pensa-miento dicta lo que debe ser, puesto que en su seno se dice que habita la verdad. Los sometidos y explotados alimentan las barrigas de quienes se dedican a pensar; a descubrir bajo las telaraas de la ignorancia los ocultos secretos en los que se sustenta la realidad.

    As nace el fundamento que genera la diferenciacin esencial de todo esclavismo: el saber, es decir, las ideas que permiten ordenar y administrar la realidad.

    Se administra en relacin al saber, se ordena en funcin de su razonamiento, se mo-raliza con vista hacia su verdad. El orden social, la quietud, la paz, nacen de la administracin de las fuerzas vivas de la realidad, y por lo tanto, de su apacigua-miento, de su estancamiento y posterior putrefaccin. Las civilizaciones han tendi-do a ser los pantanos de la humanidad.

    Pero el saber como administracin debe afirmarse como una certeza, la certeza de que lo vivo se mantendr tal cual, alimentando su estancamiento vital hasta que ya no tenga mayor utilidad. El saber es la certeza que asegura que lo mismo continuar siendo lo mismo, al mismo tiempo que lo reitera y lo reivindica.

    El saber es orden porque son ideas, y las ideas incuestionadas se mantienen siem-pre en perpetua obediencia y justificacin. La opresin se legitima en el orden que establecen determinadas ideas que modelan cmo deben ser las cosas; en la servi-

    vii

  • dumbre de la realidad hacia las ideas; en la explotacin de lo vivo hacia lo inexis-tente; es decir, en el sometimiento de lo que es hacia lo que no-es.

    Somos esclavos de la nada, y los esclavistas son tan solo vehculo de tan absurda prctica. La historia humana nace de una serie de absurdos, y es por eso que sus ci-mientos deben ser derribados.

    Para ello, todos los prejuicios deben ser eliminados, y por lo tanto, debemos morir como hombres, como mujeres, como estudiantes, como trabajadores, como someti-dos, como explotados, como esclavos, y debemos renacer como vida fluyente y bor-boteante, como habitantes del cosmos que nacen y mueren a lo largo de la infini-tud.

    VIEl enfrentamiento y la guerra nacen por la porfa hacia todo cerco e impedimento, por la insalubridad del ambiente, por la mediocridad actuante, por el absurdo de la vida que se mantiene en su corrupcin.

    Por la imposibilidad misma de que la vida regale vida, por el impedimento de que nuestra existencia se permita florecer en cada nueva estacin.

    Y ya se vislumbra que el combate real no puede ser una gua o algn tipo de indica-cin universal. No es convencimiento ni obligacin, y por lo tanto, no es ni puede ser algo abstracto o estandarizado, y en buena hora que jams lo sea. Pero esto sig-nifica que no es extensible a todos sino que es privativo para quienes constante-mente se fortalecen, para quienes deciden resistir la sumisin en su inmediatez, en sus intenciones, es decir: en lo que anima y palpita en toda soberana existen-cia.

    Anuncio que hay que estar precavidos. El anhelo de belleza, de salud, de alegra no puede dejarse subordinar por los venenos del odio y la venganza, puesto que nuestra salud es precisamente nuestra primera conquista.

    viii

  • El resentimiento nace del animal engrillado, impotente en su sometimiento, y a quien en su desesperacin no lo orienta la vida sino la muerte. Nosotros rendimos culto a la vida, porque el culto a la muerte es el signo de nuestros enemigos.

    Pero la vida se enfrenta a la muerte y su combate riega con sangre los prados por donde caminarn los que buscan la emancipacin. Cuando llegue nuestra hora cs-mica, ser el momento de erizarnos con todas la lanzas que se forjaron con nues-tra nueva vitalidad, con nuestra afirmacin que no tiene otro destino que inscribir-se en la historia.

    Un arte que brota y crece, un camino que conduce hacia un incierto florecer.

    ix