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Orígenes de la violencia y la corrupción en México Arturo Arango Durán Ciudad de México, 24 de febrero de 2019 Si desea ver un análisis más detallado haga click aquí “…Que de donde, amigo, vengo de una casita que tengo por allá en el pedregal…” Canción Popular sobre la corrupción Problema Como se incrementaron los índices de la delincuencia en México, al grado que la conocemos ahora. La idea central que permea en este trabajo es que ésta viene de la inexistencia de un Estado de derecho democrático real ya que en México existe un Estado paralelo 1 que forma parte del poder político. Si el propósito inicial del Estado de derecho democrático es el proporcionar seguridad a la población, en un marco de seguridad donde se pueden ejercer todas las demás libertades, es necesario formular una política que penetre las entrañas del poder establecido para combatir el Estado paralelo. El concepto "seguridad" como paz o tranquilidad de la vida de los súbditos y el comercio en las ciudades y caminos fue, desde el siglo XV, elemento o categoría- institución constituyente de la génesis del Estado moderno. (González et al, p. 25) Obviamente la seguridad debería concebirse como un monopolio de la violencia ejercido desde el Estado o de quién encabeza el Estado. Preguntar sobre quien tiene el poder en México, es preguntar quién ejerce ese monopolio de la violencia, y entonces surgen bastantes dificultades en virtud que se dan relaciones difíciles entre el Estado y la clase dominante, ya que “…el Estado no sólo es un mero instrumento de poder de la clase dominante, sino que posee una cierta autonomía respecto a la sociedad civil, subsiste la dificultad de saber qué tipo de articulación se produce con los otros sectores hegemónicos, así como la de precisar quiénes son los que detentan el poder del Estado: ¿una casta, una élite, una burocracia o una clase? Los analistas no se han puesto de acuerdo; a veces se refieren a una élite política; otros hablan de burocracia política, burguesía política o clase política; por último, hay quienes utilizan términos más vagos, como grupo en el poder, familia revolucionaria, coalición revolucionaria, buscadores de poder, etc.” (Revueltas, p. 157). 1 El Estado paralelo corrompe las instituciones del Estado Democrático de Derecho y está conformado por la relación que se establece entre las organizaciones criminales y las instituciones del Estado Democrática.

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Orígenes de la violencia y la corrupción en México Arturo Arango Durán

Ciudad de México, 24 de febrero de 2019

Si desea ver un análisis más detallado haga click aquí

“…Que de donde, amigo, vengo de una casita que tengo

por allá en el pedregal…” Canción Popular sobre la corrupción

Problema

Como se incrementaron los índices de la delincuencia en México, al grado que la conocemos ahora. La idea central que permea en este trabajo es que ésta viene de la inexistencia de un Estado de derecho democrático real ya que en México existe un Estado paralelo1 que forma parte del poder político.

Si el propósito inicial del Estado de derecho democrático es el proporcionar seguridad a la población, en un marco de seguridad donde se pueden ejercer todas las demás libertades, es necesario formular una política que penetre las entrañas del poder establecido para combatir el Estado paralelo.

El concepto "seguridad" como paz o tranquilidad de la vida de los súbditos y el comercio en las ciudades y caminos fue, desde el siglo XV, elemento o categoría- institución constituyente de la génesis del Estado moderno. (González et al, p. 25)

Obviamente la seguridad debería concebirse como un monopolio de la violencia ejercido desde el Estado o de quién encabeza el Estado.

Preguntar sobre quien tiene el poder en México, es preguntar quién ejerce ese monopolio de la violencia, y entonces surgen bastantes dificultades en virtud que se dan relaciones difíciles entre el Estado y la clase dominante, ya que “…el Estado no sólo es un mero instrumento de poder de la clase dominante, sino que posee una cierta autonomía respecto a la sociedad civil, subsiste la dificultad de saber qué tipo de articulación se produce con los otros sectores hegemónicos, así como la de precisar quiénes son los que detentan el poder del Estado: ¿una casta, una élite, una burocracia o una clase? Los analistas no se han puesto de acuerdo; a veces se refieren a una élite política; otros hablan de burocracia política, burguesía política o clase política; por último, hay quienes utilizan términos más vagos, como grupo en el poder, familia revolucionaria, coalición revolucionaria, buscadores de poder, etc.” (Revueltas, p. 157).

1 El Estado paralelo corrompe las instituciones del Estado Democrático de Derecho y está conformado por la relación que se establece entre las organizaciones criminales y las instituciones del Estado Democrática.

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Además, si observamos la realidad, encontramos que el monopolio de la violencia en México no es tal, y no sólo se ejerce desde el Estado. Los grupos de poder se manifiestan en su capacidad de actuar con violencia y de arruinar o cambiar el rumbo de lo que pretende la sociedad en su conjunto. Tal pareciere que el Estado ha perdido el uso exclusivo de la violencia y tiene que ceder o se ve obligado a dar voz y voto a esos grupos no legítimos, pero con la capacidad y la organización violenta suficiente para cambiar y reorientar el rumbo del Estado y con ello de la sociedad.

Este dilema nos lleva a preguntarnos ¿Cómo ocurre el acceso a la modernidad de países periféricos como México? Tal vez la respuesta a esta cuestión nos indique la forma en que las cosas llegaron al Estado en que se encuentran.

Antecedentes

Con la conformación del Estado Moderno se inicia un proceso de concentración del poder en manos de los monarcas y de la regulación de los conflictos entre los individuos a través del derecho. La relación entre los individuos o grupos, a medida que la máquina burocrática del Estado se perfecciona, se objetivan y supeditan a las leyes. La venganza, los duelos, y todas las formas de respuesta personal quedan excluidos y son reemplazados por el poder mediador del soberano. Este desplazamiento supone el progresivo establecimiento de un aparato judicial, que abarca todos los rincones del Estado, y la promulgación de leyes generales que sustituyan las particulares y consuetudinarias. (Fernández, p. 18)

En ese momento el Estado adquiere la obligación primera y como fundamento de su existencia, el salvaguardar la seguridad pública. A partir de ese momento los gobiernos imponen las condiciones necesarias para la convivencia y se considera a la seguridad como el principal elemento a partir del cual pueden darse todas las demás acciones sociales.

A México le ha tocado jugar el papel pasivo de las periferias, sin que dejara de haber lucha y deseo de autonomía; pero nuestra dependencia, sobre todo en la crisis actual, parece volverse el condicionante principal de la vida y del destino del país. (Revueltas, p. 172)

Periodo Virreinal

Desde la Conquista en el siglo XVI, nuestra historia quedó vinculada a la de Occidente a través de España, entidad excéntrica respecto al desarrollo capitalista que se estaba produciendo en Europa. (Revueltas, p. 172)

Los conquistadores trajeron consigo las ideas y las formas de organización que regían en esa época en España. Predominando sobre todas la de obtener riqueza y señorío en forma rápida y sin importar nada.

La sociedad virreinal estaba dividida en dos repúblicas: la española y la india; sin embargo, desde el comienzo de la conquista surgirá un mundo intermedio, el de los mestizos, quienes, sin lugar fijo en la sociedad, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por las dos repúblicas. (Pérez Miranda, p. 177).

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Es a partir de estas dos repúblicas como se instrumenta el derecho para los españoles y la simulación para los indígenas.

En esa sociedad el soberano detenta todo el poder; de él dependen las últimas decisiones, sin instituciones ni organismos dotados de poder autónomo que lo equilibren. Las Colonias fueron consideradas como propiedad patrimonial de la Corona. (Pérez Miranda, p. 177)

En virtud que toda la Colonia es patrimonio de la corona y ante la imposibilidad física de ésta tiene que ceder parte de ese patrimonio a diversas instituciones para que administren en su nombre.

La nobleza, junto con la iglesia, serán las dos columnas sobre las que se asienta el gobierno de la población, a cambio de las funciones que cumplen tendrán un conjunto de privilegios legales y exenciones tributarias, así como un alto grado de autonomía que limitarán, a su vez, la capacidad del gobierno de los monarcas. El gobierno sobre los súbditos tampoco se ejerce de forma directa y la fuerza de las costumbres limita la capacidad de acción de las leyes reales y sus representantes. Tampoco existen fuerzas de seguridad unificadas que mantengan el orden y hagan respetar las leyes, basta con seguir la abundante legislación que se promulga sobre una misma cuestión. Aunque se criminalicen numerosas conductas que anteriormente no caían bajo el ámbito de las leyes, y aumente la implicación de la justicia real, se mantendrá un amplio margen de autonomía en la solución de los conflictos entre los particulares y los ilegalismos permanecerán extendidos de forma difusa sobre el cuerpo social. (Fernández, p. 19)

En esta sociedad no existen contrapesos y el único criterio que impera es el del poder regio, haciendo girar todas las decisiones importantes en su voluntad y la de sus delegados.

Es por ello que, en teoría, el proceso judicial perseguía favorecer las acciones de la justicia y aumentar su celo en la persecución de los infractores de las leyes, pero, por la estructura de privilegios de la sociedad estamental, en la práctica, la justicia real tiene en la nobleza y la iglesia un límite para sus acciones. Las desigualdades y distancias que existen entre los grupos sociales son las mismas que se manifiestan ante las leyes y su aplicación. La penalidad de las monarquías absolutas encuentra su explicación en la forma del ejercicio del poder, que es fundamentalmente intimidatorio. A falta de una vigilancia sobre la población, cada manifestación del poder real tenía que multiplicarse al máximo. Para ello, las ejecuciones se convertían en ceremonias espectaculares. El pueblo, que no participaba de los saberes ni de las decisiones de la justicia, era llamado a colaborar en el último acto: así encuentra la justicia del rey en acción y, mediante un conjunto de signos se le enseña cuáles eran las razones del castigo, se le educa sobre lo justo e injusto y donde está el bien y el mal.2 (Fernández, pp. 20 y 21).

2 Así actúa la delincuencia en nuestros días, con una crueldad extrema para que la sociedad, su rehén, entienda que no debe oponerse a la violencia.

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Desde entonces comienza a producirse una contradicción entre las instituciones formales (a veces muy humanitarias, como las leyes de Indias que protegían al aborigen) y la realidad, contradicción que se resumía en la frase que era de uso corriente: "obedézcase, pero no se cumpla". (Pérez Miranda, p. 177)

En la Nueva España, se instauró a su vez una sólida organización estatal, con un poder centralizado que compartían Corona e Iglesia, una gran burocracia y una sede del poder: la ciudad de México. La pobreza crónica del erario real estableció la práctica de vender oficios, sin que pudieran heredarse, práctica que engendró una gran corrupción. (Pérez Miranda, p. 177)

Esto fue así en virtud que los compradores buscaban resarcirse rápidamente de la inversión realizada. De hecho, no sólo se vendieron los oficios sino los puestos públicos, los cuales eran propiedad de pocas familias, nobles la mayoría, las cuales sí tenían la capacidad de heredar los cargos.

Era la Colonia una sociedad dividida en estamentos: en la cúspide los funcionarios y religiosos, junto con los españoles que detentan poder económico; en la base la masa de la población indígena; estos últimos sufren la explotación y la opresión (el funcionario quiere resarcirse con creces de lo que ha invertido en la compra de su puesto). El indio, que padece en carne propia la contradicción entre las instituciones formales y la realidad, comienza a ver a las primeras como algo extraño que a lo más pertenece al espectáculo del poder (que por otra parte era impresionante: basta recordar ceremonias, arcos triunfales, representaciones que se realizaban a la llegada de los virreyes). Esta actitud perdura en el mexicano actual. Leyes e instituciones no se crean realmente para protegerlo, aunque así lo manifiesten: son algo ajeno, extraño, que forma parte de los ritos del poder; la realidad siempre es otra. (Pérez Miranda, p. 177)

Los clientelismos, las alianzas familiares y la corrupción juegan un papel importante en la repartición del poder político, y este poder permanece a pesar de todos los intentos de la corona de cambiar las cosas.

En la Colonia tenemos un Estado patrimonialista, absolutista y centralizado, una nobleza parasitaria, dependiente del favor real y recompensada con privilegios y prebendas, que se hace acompañar de un enorme séquito de servidores, amigos y familiares igualmente parásitos; un estilo de vida suntuario que mira con desprecio al trabajo manual; un aparato estatal que crece monstruosamente y que, en lugar de impulsar el cambio, sirve para mantener el estado de cosas, es decir, los privilegios de nobleza y clero; España termina por convertirse en una mera intermediaria comercial entre las actividades de los otros países europeos y sus propias Colonias. La explotación de estas últimas, la prohibición de que en ellas se creen economías autónomas, se vuelven objetivos fundamentales; la riqueza extraída beneficia a una minoría y esto basta. La unión con el Sacro Imperio, la Contrarreforma y el escolasticismo van a cimentar y fijar aún más a esta sociedad; la revolución cultural, política e ideológica que se produjo en el resto de Europa durante esos siglos van a pasar de lado para España y sus Colonias que van a vivir en el aislamiento y el retraso que la inquisición impone. (Revueltas, p. 176)

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El marasmo intelectual del régimen español, las tradiciones de servidumbre de la raza indígena y las ideas reinantes de resignación cristiana en toda la masa de la población son bastantes para explicar el secular letargo en que vivió este país durante aquel régimen de monopolios y de incapacidad, apatía y parasitismo conventual.

Periodo Independiente

La Independencia se inicia como un movimiento popular, las masas toman las armas y abandonan su sujeción tradicional. Revolución agraria en germen acaudillada por elementos de los sectores medios, será consumada y confiscada por la élite criolla. En un primer momento, sólo se produce un desplazamiento del poder: de manos de los españoles pasa a las de los criollos, pero las estructuras no cambian. El país confronta un gran atraso económico, social y cultural; en la sociedad cerrada y compartimentada que se había heredado de la Colonia había poco lugar para los elementos nuevos que están surgiendo, principalmente mestizos que con la abolición de las castas van a crecer numéricamente. Estos últimos, ambiciosos, se ubican socialmente encima del indígena; poseen rudimentos de educación, cuando no forman ya parte de las clases medias instruidas; otorgan un gran valor al poder y a su prestigio; su condición de marginados los ha hecho disimulados, pero saben aprovechar cualquier oportunidad para ascender. La sociedad atrasada y cerrada en la que viven les brinda escasas posibilidades de movilidad; la limitada actividad económica está controlada por criollos e inmigrantes, las tierras monopolizadas por los latifundios criollos y las órdenes religiosas. Por lo demás, carecen de fortuna y de espíritu empresarial. La única vía de acceso al poder y a la riqueza serán la administración y el ejército. La primera mitad del siglo XIX va a estar marcada por la lucha entre criollos y mestizos. La lucha por el poder entre las dos facciones y entre ellos mismos, se va a cubrir de representaciones ideológicas que ocultan las ambiciones personales. (Pérez Miranda, p. 177)

Realmente los criollos y mestizos no van más allá que aplicar las enseñanzas recibidas durante la Colonia, en forma tal que la lucha empieza dirigida por una élite, que proviene de la parte más educada de la sociedad Colonial y a la cual le está vedado el acceso al poder.

Cada una de las nuevas naciones tuvo, al otro día de la Independencia, una Constitución más o menos (casi siempre menos que más) liberal y democrática. En Europa y en los Estados Unidos esas leyes correspondían a una realidad histórica, eran la expresión del ascenso de la burguesía, la consecuencia de la revolución industrial o de la destrucción del antiguo régimen. En Hispanoamérica sólo servían para vestir a la moderna la supervivencia del sistema Colonial. La ideología liberal y democrática, lejos de expresar nuestra situación histórica concreta, la ocultaba. La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. (Pérez Miranda, p. 178)

Así los representantes del congreso constituyente de 1824 se organizan bajo un régimen republicano de división de poderes, sin embargo, dejan pasar a los vínculos tradicionales como los monopolios religiosos, los fueros y privilegios que venían de la Colonia, etc.

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Sobra decir que este régimen de división de poderes responde a la intención de crear los mecanismos de pesos y contrapesos, con objeto de evitar los abusos en y desde el poder, sin embargo, esta intención se da sólo en el papel ya que nunca funcionó en la realidad.

La Independencia va a marcar el comienzo del ascenso al poder de las clases medias mestizas a través de sus élites ilustradas. La estructura rígida y vertical que constituía el aparato Colonial, al desaparecer la administración española, será sustituida por un período de anarquía y una progresiva construcción del Estado que, para finales del siglo, volverá a detentar una estructura piramidal, patrimonial y dictatorial. (Pérez Miranda, p. 179)

La guerra de independencia término con una componenda en la que los españoles, el clero y los latifundistas criollos quedaron dueños de la situación política y el gobierno

El período comprendido entre 1820 y 1850 ha sido correctamente descrito como de alineaciones efímeras para un asalto masivo al tesoro público. Al principio, los grupos que luchan por el poder se sirven más bien de la corrupción e intimidación para triunfar, e incluso de acusaciones personales, pero no del debate ideológico; las representaciones ideológicas no son claras, unas veces se dicen centralistas, más tarde federalistas o viceversa; sin embargo, poco a poco los campos se van delimitando: por un lado, los conservadores, predominantemente criollos y detentores del poder económico, por otro, los liberales, predominantemente mestizos y provenientes de las clases medias ilustradas. (Pérez Miranda, p. 180)

El movimiento reformista se dirigió principalmente contra el clero y una vez destruida esta fuerza no se cambió la forma de organización social. Lo único fue que se puso otro grupo en lugar del clero, y se tuvieron privilegios mayores para esta nueva élite. Sin embargo, al no desmantelar la influencia ejercida por el clero, éste conserva toda su pujanza.

El periodo que va desde la Independencia hasta la muerte de Juárez contempla los vaivenes e intentos, infructuosos todos ellos, de establecer un sistema de contrapesos, al que los grupos que detentan el poder se oponen. Consideran que el Estado es su patrimonio y hacen todo lo posible por conservar el poder. Este es un periodo donde los intereses particulares y de grupo se mantienen por encima de los intereses nacionales y se inicia un periodo de anarquía, cuartelazos, pronunciamientos y constante guerra civil. Todos al asalto del poder.

La importación de ideologías liberales y democráticas europeas sólo sirve para ocultar la voluntad de poder, la confiscación de los bienes del Clero para el propio enriquecimiento de la élite ascendente. Desde entonces, en su lucha para acceder al poder, el mestizo de clase media ha Estado dispuesto a adoptar ideologías ajenas, mentiras políticas, que ocultan sus ambiciones personales, primero el liberalismo, después el positivismo. Más tarde, después de la Revolución de 1910, un radicalismo populista con ciertas notas de marxismo; crea una especie de doble lenguaje que divorciado de la realidad la oculta y la mitifica, pero que le ha servido para atraer a las masas populares, quienes les han brindado su apoyo en su lucha para conquistar el poder. (Pérez Miranda, p. 181)

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Todas las fuerzas políticas de la época luchan ferozmente, en todos los escenarios, por el poder. Y en ninguno de los casos el pueblo interviene, como no sea de combatiente, de carne de cañón.

Con el Porfirismo, los miembros de la nueva élite acceden finalmente al Estado. Herederos de la generación de la Reforma, sin dejar de hablar de progreso, de ciencia, industria y libre comercio, se vuelven grandes latifundistas, enriquecidos por la compra de los bienes de la Iglesia o su participación en los negocios públicos del régimen; pronto asumen el estilo de vida y las representaciones del poder de las clases vencidas, mientras que el Estado cobijado por la Constitución liberal de 1857 lleva a cabo una política represiva. El aparato estatal va consolidándose y creciendo, dando medidas emergentes; pero este sistema llevaba en sí mismo sus propias contradicciones, que lo iban a conducir a un callejón sin salida. No era un modelo dinámico que pudiera romper las estructuras tradicionales y permitir el desarrollo de fuerzas nuevas. En los albores de este siglo, la sociedad comienza a estancarse; la élite del poder, vieja y anquilosada, no se renueva, impide el acceso a las nuevas generaciones; la situación en el campo, de gran desigualdad social, provocará el gran estallido popular de 1910 que durará más de diez años y en el cual perderán la vida un millón de gentes del pueblo. Los sectores medios se sumarán al descontento popular, terminarán por controlarlo asumiendo su dirección, conquistando y reconstruyendo más tarde el Estado. (Pérez Miranda, p. 181)

Período Revolucionario

La revolución, movimiento popular fundamentalmente campesino, termina por ser mediatizada por elementos de la clase media, caudillos e ideólogos; estos últimos, sobre la marcha, van a crear una ideología mitificada de la Revolución que, bajo una retórica "social y nacionalista" oculta la verdadera naturaleza del grupo que se apodera del poder, grupo en el que se esconde una gran voluntad de poder y de riqueza. (Pérez Miranda, p. 182)

En los períodos hasta aquí analizados, la clase media, que a través de sus élites lucha por acceder al poder, va conformando un cierto tipo de práctica política, primero de manera empírica y oportunista, hasta volverse ya en el siglo XX una verdadera cultura política. Algunos de los rasgos que la caracterizan son los siguientes: el Estado es considerado como medio de acceso al poder y a la riqueza; en las fases convulsivas los medios de movilidad fueron el ejército o la posesión de una cierta ilustración, una vez constituido el Estado la vía pasa por la universidad y la política; empleo de un lenguaje y una ideología liberal y positivista que más tarde van a conformar una ideología estatista con matices socializantes que oculta y disfraza una inmensa voluntad de poder y un desprecio profundo a toda norma democrática real, pero que es eficaz para obtener el apoyo popular. Una capacidad constructiva e innovadora, es decir, modernizadora, siempre que en ella encuentre un beneficio personal, un afán de riqueza que no se detiene ante la corrupción, una tendencia a asumir hábitos tradicionales de poder y riqueza, una vez que se encuentran instalados y afianzados en el poder, juzgando más atractivo vivir del Estado, volverse rentista y realizar gastos suntuarios, que arriesgar dinero en empresas que no garanticen beneficios altos, seguros y tranquilos. Una pérdida gradual del sentido histórico

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y social que no impide el uso de la retórica populista y de instituciones liberales que legitiman su función. (Pérez Miranda, p. 182)

Podemos decir que tanto en el porfiriato, como después de la revolución se intentó crear un sistema de intereses, con pesos y contrapesos que permitiera el desarrollo de las fuerzas sociales; sin embargo, la inercia cultural y educacional es muy fuerte de tal manera que acaba, nuevamente siendo un discurso clientelar. El sistema considera al Estado como su patrimonio y no se responde sino ante un grupo limitado de actores políticos.

Desde 1917 este grupo, a la vez que va consolidando y modernizando la estructura del Estado, afianza su dominio; primero logra encauzar e institucionalizar la lucha fratricida entre los propios caudillos militares a través de la creación del partido, y más tarde termina por institucionalizar las relaciones con toda la sociedad civil, integrando a los sectores populares al partido y creando organizaciones para agrupar a los empresarios. (Pérez Miranda, p. 182)

Período de Partido Único

El sistema político se estructuró a partir de la culminación de la revolución y, sobre todo, a partir de la fundación del Partido Nacional Revolucionario. El objeto de la formación del partido era doble, por un lado, responder a la necesidad de encauzar institucionalmente ese asalto al poder; por el otro el de no destruir la gallina de los huevos de oro, por lo que se procuró incorporar a todas las fuerzas productivas en la participación del sistema económico, dentro de un esquema de control político.

Nuevamente este sistema queda en el papel. La institución presidencial adquiere un peso muy grande destruyendo con ello el precario equilibrio del sistema, y se vuelve a girar, ya no en torno a una sola persona, sino en torno a un partido que institucionaliza el acceso al poder y las canonjías políticas.

Si sólo se tomara en cuenta lo dicho hasta aquí, habría suficientes motivos como para pensar que, después de la revolución quienes se han encumbrado en el poder son los directos beneficiarios de la transformación institucional. En los años veinte y en la segunda posguerra se pensaba a menudo que la mejor forma de hacer negocios era "meterse a la política". Todavía hasta hace algunos años la expresión "nuevos ricos” era usada para designar a los grupos de políticos que fueron pasando por el Estado. Y en efecto, después de 1917, muchas de las grandes fortunas privadas de México se han hecho desde los puestos públicos. Parecería como si una historia que era abundante y generosa durante el Porfirismo (los revolucionarios gustaban de referirse con frecuencia a las grandes riquezas amasadas por el grupo de los científicos) se hubiese repetido y multiplicado durante todo el régimen de la revolución. En los años veinte ya don Francisco Bulnes denunciaba la formación de una "burguesía burocrática". Y en nuestros días todo el mundo adivina que detrás de muchos burós públicos fluyen riquezas que nadie logra precisar. Por otra parte, uno de los medios más eficaces para terminar con las divisiones políticas que resolvían en los cuarteles sus diferencias, parecen haber sido las desviaciones del erario que facilitaban la transformación de los militares en empresarios.

Sin embargo, el proceso de modernización del país, que un autor ha llamado de

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"occidentalización", significa, sin duda, algo mucho más complicado que la corrupción gubernamental y la existencia crónica de funcionarios ladrones: supone toda la problemática del desarrollo de un país atrasado y dependiente como lo es el nuestro, una problemática que abarca por completo el proceso político del país, incluyendo corruptelas y latrocinios, e implica, desde luego, algo más que simples "valores ideológicos". (Córdova, pp. 40 y 41)

Sin duda, la Constitución de 1917 puede ser considerada en más de un sentido como un documento que no se ha aplicado; pero también es verdad que la Constitución ha sido desde un principio un formidable instrumento de poder, a un grado en que no lo fue para Díaz la Constitución de 1857. Al término de los primeros 90 años de vida independiente, incluida por tanto la época porfiriana, ha escrito un autor estadounidense, "la Presidencia se había convertido en un puesto dictatorial que guardaba poco respeto de las normas constitucionales. El uso caprichoso de facultades extraordinarias se hizo tradicional, así como el desprecio por los poderes Legislativo y Judicial. Siempre que era necesario, el Ejército se encontraba a la mano. Pocas tradiciones de gobierno se desarrollaron además de ésta. Las gentes se agrupaban en torno de individuos y no de principios. Los presidentes, los auxiliares del Ejecutivo y los diputados al Congreso a nadie tenían que dar cuenta de sus actos, salvo al pequeño grupo que los había llevado al poder". Hay suficientes motivos para pensar que, de hecho, las cosas no han cambiado mucho. (Córdova, pp. 16 y 17)

De hecho, el sistema creado por la revolución viene a ser una nueva edición de la vieja simulación política que los mexicanos han padecido desde la época de la Colonia. Si bien la Constitución reconoce y establece la división de poderes, en la práctica se observa una abdicación tanto del Congreso de la Unión como del Poder Judicial en favor del Poder Ejecutivo. Esto ha llevado una vez más a la anulación del Estado de derecho, donde la justicia se encuentra sometida a todo tipo de cuestiones políticas y en donde la autoridad no acata la ley ni reconoce más derecho que la violencia ejecutada desde el poder.

Entonces, el Estado en cuanto tal no representa un poder legítimo sino usurpado en virtud que el Estado promueve el acatamiento de las leyes entre los ciudadanos, pero ni él ni sus representantes las cumplen.

En ese sentido no se puede pedir que se cumpla la ley cuando el primer representante del Estado, el poder ejecutivo personalizado por el presidente de la república viola ésta todos los días. Y en la mayoría de los casos la ley se reforma constantemente para servir al poder, al “soberano” que no al pueblo.

De hecho, sería muy costoso para el proceso democratizador ignorar que las opciones contrapuestas a la de la gobernabilidad democrática son, o bien la del autoritarismo centralista que inhibe la pluralidad y no admite réplicas y disensos, o bien la de la anarquía social que ante la ausencia de mecanismos de cohesión social legítimamente acordados entre los diversos actores, deja vía libre a la incertidumbre y la arbitrariedad. (Gutiérrez, p. 102)

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Con una organización tan acabada en contra del pueblo, éste se encuentra completamente subyugado y sólo por medio de explosiones revolucionarias revela su existencia. En los intervalos de éstas se resigna a todo y es víctima de todos los abusos sin que tenga ninguna institución que se encargue de auxiliarle o de hacerle justicia. Las autoridades hechura de las clases dominantes, y atentas sólo a servir a éstas, no hacen justicia a los pobres en contra de los ricos y así pierden toda esperanza en alcanzar nada con la intervención de las autoridades en sus asuntos. Las leyes que pudieran favorecerlos son violadas sin obstáculos, y el régimen se consolida.

Periodo Actual

En México la transición partió del poder, sin embargo, esta élite política no contempló entre sus objetivos prioritarios, más allá del discurso, la democratización del país, ni más allá de la formalidad jurídica, la liberalización de la sociedad.

Los constituyentes pensaron en la separación de poderes, como una forma de llevar a México a la modernidad. Así se plasman los anhelos de libertad, justicia, igualdad y seguridad pública. Para ello escogen como forma de organización la de república representativa, democrática y federal, compuesta de Estados y municipios soberanos.

La Constitución señala los criterios que debe seguir la elite gobernante con objeto de garantizar la estabilidad política, y asegurar un gobierno eficiente, expresión de un parlamento electivo capaz de expresar los intereses generales del país y exclusivamente comprometido a elaborar medidas legislativas de carácter general compatibles con los reales recursos económicos del país, un poder judicial autónomo que sea capaz de impartir justicia conforme con el espíritu y con el contenido de las leyes con diligencia y las debidas garantías, una administración pública descentralizada; en el aspecto económico tendiente a estimular al máximo la productividad del sistema, en el marco de una equitativa distribución del ingreso garantizada por el derecho de huelga; en el plano progreso civil tendiente a garantizar el ejercicio efectivo de la libertad de prensa, de enseñanza y de asociación. (Fiorot, p.)

El Estado mexicano, según la Constitución, es un Estado democrático porque el poder emana del pueblo y todo gobernante en uso de este poder debe rendir cuentas al pueblo que lo eligió.

Debemos admitir que esta aspiración no se ha cumplido, que el pueblo sigue insatisfecho esperando que el sistema político que se nos tiene prometido acabe de llegar.

La formación del Estado moderno mexicano, la consolidación de la élite que detenta el poder, así como del tipo de relaciones que se establecen con la sociedad civil, son productos de una evolución histórica en la que se observan momentos de continuidad y ruptura, avances y retrocesos, oposiciones y contradicciones, el todo cubierto de espesos velos ideológicos que ocultan y disfrazan la realidad. En México nos encontramos ante la presencia de un Estado fuerte y centralizado, que tiende a tener autonomía relativa respecto á la sociedad civil, que desempeña un papel activo en la vida económica, social y política, y ha sido la palanca de la modernización del país; su intervención se produce de

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manera directa o indirecta, utilizando según el caso la persuasión o la coacción. (Revueltas, p. 172)

Esta estructura de poder se recubre de toda una serie de instituciones formales y de mitos, que tienen como función otorgarle una apariencia democrática. División de poderes: ejecutivo, judicial y legislativo, cámaras de diputados y de senadores, existencia de partidos de oposición, mito del Estado benefactor, del pueblo y para el pueblo, etc. Instituciones, mitos e ideologías que ocultan la verdadera esencia del poder, a saber, la carencia de democracia real, de participación social autónoma e independiente, de crítica que salga fuera de los controles que el propio Estado delimita. (Revueltas, p. 174)

Su poder se ejerce sobre una sociedad civil aparentemente manipulada, pasiva, apática y apolítica. La relación entre Estado y sociedad civil se realiza a través de un sistema jerarquizado y vertical de control político en cuya cabeza se encuentra un ejecutivo todopoderoso, sistema en el que se mezclan métodos autoritarios y mecanismos institucionales. Instrumento clave de control político es el partido oficial, organización burocrática con funciones políticas y administrativas, en el que se integran de manera corporativa obreros, campesinos y miembros de las clases medias, mientras que los empresarios (que en principio tienen vedado el acceso al partido) se agrupan en las cámaras patronales. (Revueltas, p. 175)

El pueblo sigue en busca de la democracia que tantas veces le ha sido negada. Esa democracia que le permita por fin, controlar el poder abusivo y corrupto que los funcionarios impuestos ejercen. Controlar democráticamente ese “monopolio” de la violencia que se ejerce desde el Estado, con la ley o sin ella, a través de la expoliación delincuencial promovida y apoyada desde el Estado.

En la élite política mexicana, observamos el predominio de una ideología estatista, basada en la fetichización del Estado y de sus funciones, y de la que se deriva un ethos burocrático que sobrevalora el poder y la suficiencia, la jerarquía y la subordinación, pero que no impide la corrupción, élite que por lo demás se encuentra habituada al uso de un lenguaje la más de las veces triunfalista, compuesto de retórica populista y tecnocrática, misma que frecuentemente los aísla de la realidad viva y compleja del país. (Revueltas, p. 175)

El Estado y la economía

Desde el Estado, la élite ha tenido un papel activo en la economía, elabora estrategias de crecimiento, invierte en una infraestructura, se vuelve empresario y a la vez crea a una nueva burguesía muchas veces salida de la misma élite gobernante. Podemos definir al grupo gobernante como élite política que ejerce su hegemonía sobre la sociedad civil; sigue teniendo un gran margen de decisión autónoma que coloca a la élite económica, a pesar de los enormes beneficios que recibe del Estado, en posición subordinada y dependiente, como lo prueba la débil protesta que provocó en la burguesía la nacionalización de la banca en 1982. Sin embargo, no puede considerarse como clase porque comparte el poder con la élite económica y el capital internacional que ejerce una presión cada vez más fuerte sobre el Estado robándole independencia. La élite gobernante ha sido la promotora principal de la modernización, aunque se observa que este papel

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directivo y constructivo se vuelve cada vez más aparente e ineficaz, su posición cada vez más parasitaria y menos productiva; su visión histórica se ha ido reduciendo a los estrechos límites del interés personal y egoísta que los lleva a practicar ampliamente la corrupción; su existencia descansa en la explotación y manipulación de las masas, sin que se adviertan síntomas de renovación de su práctica política. (Gálvez, p. 210)

Al igual que sucede con la simulación política que hemos reseñado, el Estado tiene a bien jugar también con la simulación económica. El ataque al poder no se dio sólo en la política, sino también en la economía y en general en todas las áreas de la vida social como en la educación, la salud, la vivienda, el empleo, etc. A partir de la ficción política se instrumenta desde el Estado la ficción en todos los ámbitos sociales. Basta leer los discursos de la élite gobernante para darnos cuenta que viven en otro mundo; un mundo sin crisis.

El control sobre la sociedad civil todavía tiene eficacia, pero los problemas cada vez más agudos que padece una población predominantemente joven, que tiene uno de los más altos índices de crecimiento demográfico, una inflación muy alta y que día a día paraliza cada vez más el aparato productivo, hace temer a corto plazo, si no se cambia de estrategia, estallidos de rebeldía incontrolables, dada la ausencia de justicia social y de canales de expresión independiente y crítica que sirvan de contrapeso y freno a la élite. (Gálvez, p. 210)

Esta simulación ha llevado a una enfermedad que aqueja al sistema en su conjunto y cuya cura es la verdadera democracia, no la caricatura que actualmente encontramos.

La existencia de cotidianos y graves actos de violencia política verifican el ambiente de conflicto social originado por la violación sistemática, permanente y generalizada de derechos humanos en la nación mexicana y por la deshonestidad, corrupción e impunidad de funcionarios públicos y aprovechamiento de las estructuras de gobierno para fines ajenos a los institucionales. (Pérez Agustin, p. 57)

En México encontramos que los principales grupos de crimen organizado se estructuran y manejan desde el Estado, desde los propios órganos encargados de velar por el bienestar y la seguridad pública.

Monopolio de la violencia y Elementos del Estado de Derecho

Elías ha estudiado un proceso de creación y establecimiento de monopolios estables de violencia física fundamentales para entender el origen y las características psicosociales del hombre moderno. Este proceso es parte básica de la pacificación necesaria de convivencia urbana que en los principios de la edad moderna estuvo acompañada de cierta incipiente garantía de protección que todo príncipe debía otorgar a sus súbditos. Los asuntos de este acuerdo eran: los antiguos derechos, la libertad habitual, la inviolabilidad del domicilio, la protección contra detenciones arbitrarias (habeas corpus), condiciones de imposición y pago de impuestos, etc. (González et al, pp. 22 y 23)

Siendo una sola institución política de seguridad y policía, la vertiente dominante de la policía liberal triunfante consideró que ningún poder estatal debía ser activo dispositivo

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de seguridad de los derechos del ciudadano, y la monopolización como exclusiva fuerza de seguridad estatal. Queda claro que en la policía está el principio básico de reproducción del poder del Estado, principio político encubierto; la fuerza física, la violencia legítima monopolizada por el aparato estatal. (González et al, p. 36)

Sin embargo, encontramos que la violencia ni es legítima porque se deriva de un aparato estatal ilegítimo, en virtud que tiene el poder en virtud del fraude y la violencia instrumentada desde el mismo gobierno, ni ésta es un monopolio del Estado.

El subsistema policial o de seguridad pública tiene una función primordial para el resto de los subsistemas políticos y para los otros componentes del sistema social en su conjunto en la medida en que es una estructura aseguradora de las zonas limítrofes de los componentes del sistema social. Este proceso de interacción supone las interdependencias cuya importancia está determinada por los valores que se intercambian; siendo la protección a la vida de los individuos y los bienes materiales de su propiedad, así como la defensa de la ley y la paz pública. (González et al, p. 37)

El objeto que se propone la administración de justicia es impedir los medios de hecho o violencias que los súbditos pueden tener entre sí, y mantener la quietud y tranquilidad del Estado. Es obligación de la policía el prevenir la violencia y obviar todo lo posible aquello que pueda turbar la tranquilidad del Estado. El modo con que está administrada la justicia influye mucho sobre la felicidad del Estado. Cuando las leyes no son claras ni seguras es fácil comprender que una administración no puede servir sino de prejuicio al Estado y de ruina al público. Se debe tener por máxima general que todas las leyes que hace el Gobierno relativamente al orden económico de nada sirven cuando la justicia esta mal administrada. (Von Justi)

En nuestra realidad encontramos una desconexión entre los planos material y formal, ya que la vigencia de las leyes y el “Estado de derecho” se encuentran seriamente cuestionadas. Sobre todo, en lo que se refiere a la impunidad y la corrupción por parte de los funcionarios estatales. Ante esto la respuesta oficial ha sido, por lo general, inadecuada e inoportuna, propiciando con ello mayor impunidad y corrupción.

Producir buenos gobiernos significa diseñar y construir un entramado legal e institucional capaz de generar gobernabilidad en el marco de la democracia representativa. En última instancia, este entramado no sería otra cosa que el dispositivo capaz de ordenar la pluralidad sociopolítica y de dar cauce y propiciar, para utilizar la propia metáfora de Sartori, una vialidad que evite las obstrucciones y que permita un tráfico ordenado y manejable dentro de una interacción social crecientemente compleja. (Alfie, p. 86)

En el mundo sólo existen dos poderes, uno ilegítimo, la fuerza, y otro legítimo, la voluntad general. Pero al par que se reconocen los derechos de esta voluntad, es decir, la soberanía del pueblo es necesario establecer su naturaleza y determinar bien su extensión. (Constant, p. 18)

Un poder coactivo para ser considerado como poder político debe ser de un lado exclusivo, en el sentido de que debe impedir el recurso de la fuerza por parte de los sujetos no autorizados y por el otro lado debe ser legítimo. Bobbio afirma que sólo la

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justificación hace del poder de mandar un derecho y de la obediencia un deber. Ninguna fuerza puede constituirse en un poder legítimo si no cuenta con el consenso libre y voluntario de los que se someten a ella, así pues, el único principio válido de legitimidad del poder político y jurídico es el consenso. La legitimidad se refiere al título de poder, la legalidad al ejercicio del poder. Si se quiere distinguir el mandato del Estado de la intimidación del bandido es necesario concebir el poder político como poder "autorizado". (Bobbio, 1993, p. 48)

Se puede decir que el mayor logro de una sociedad en donde impera el derecho es la vigencia de la justicia. Es la vigencia de un Estado de leyes, en donde toda la sociedad, sin excepciones, vive bajo las normas legales establecidas. Cuando aparecen las excepciones, sea por poder político, económico o de cualquier otro tipo, cuando se pone a un sólo miembro de la sociedad por encima de las leyes, en ese momento se estará actuando fuera de un Estado de derecho.

El problema de la legitimidad del Estado contemporáneo atraviesa la cotidianeidad social en la medida en que su ausencia, o presencia abusiva, en los actos públicos de autoridad, hace de los ciudadanos rehenes del autoritarismo y por lo tanto víctimas potenciales del abuso de poder en todas sus expresiones, entre las cuales, la relativa a la forma en la que se ha construido el problema de la seguridad pública se ha caracterizado por el recurso «legal» e ilegal a prácticas ilegítimas, sustentado en una falsa disyuntiva que plantea la supremacía del «orden público», por encima de las garantías individuales. (González, p. 6)

Para que un Estado sea considerado Estado de derecho, no sólo debe contar con un cuerpo de leyes y poseer un orden jurídico, sino que esas leyes y ese orden deben respetarse, es decir ese orden no sólo debe estar en los discursos sino en todos los actos de la vida cotidiana de los ciudadanos de ese Estado, y por ello el orden y el acatamiento a las leyes debe manifestarse en todo acto de ejercicio del poder, ya sea desde el Estado o de cada uno de sus miembros.

La incapacidad demostrada por las autoridades para enfrentar adecuadamente los riesgos vinculados al problema del delito han motivado que para el enfrentamiento de estos fenómenos, se haya recurrido al virtual establecimiento de un Estado de excepción, que funciona no obstante dentro del marco legal del Estado, al menos en dos sentidos: Por una parte, a través de la incorporación de normas especiales - emanadas incluso de acuerdos y convenciones internacionales- que se materializan en la supresión de los límites ético-jurídicos a las potestades del Estado frente al ciudadano. Por la otra, en la instrumentación oficial y extraoficial de medidas más severas para la prevención, la disuasión y la represión respecto de las conductas consideradas delictivas (como es el caso de los operativos policiales y militares). Esta actitud, justificada fundamentalmente en nombre de la seguridad de los ciudadanos, ha constituido una de las más serias amenazas al respeto efectivo de sus derechos. En principio porque ha significado la incorporación de atribuciones extra constitucionales a las instituciones encargadas de la seguridad y de la persecución del delito, un control absoluto de la ejecución de penas por parte del Ejecutivo, y una amenaza latente a la autonomía del Poder Judicial; enseguida, porque ha sido el escenario para la expresión de fenómenos de «fragmentación de la potestad

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punitiva del Estado» que, desde el propio Estado, pueden caracterizarse por una fuerte tendencia a la administrativización de la justicia, al fortalecimiento del poder de policía, y al fomento y protección de grupos de contrainsurgencia, y que desde la esfera de lo público han tenido su expresión en el cada vez más frecuente recurso a la seguridad privada y a la privatización del control social, cuando no en brotes de venganza multitudinaria y linchamiento público. (González, p. 7)

Sin embargo, y en virtud de lo que se ha mencionado a lo largo de este documento, el dejar que, en las condiciones actuales, el Estado instrumente estas “políticas de prevención” cuando sabemos que éste es justamente la ocasión de lo mismo que juzgan3. Cuando el Estado promueve el delito institucional, cuando las policías y las mafias organizadas desde el Estado son un elemento esencial en la creación del problema que luego simulan combatir, se cae en proyectos y políticas represivas que generan malestar y no resuelven nada.

Las políticas oficiales en materia de seguridad pública seguidas por los diversos gobiernos de México, tanto en el ámbito federal como en los estatales y municipales, se caracterizan por una tendencia cada vez más punitiva y policiaca respecto de los actos y los sujetos sociales que son representados por la opinión pública como desórdenes sociales o molestias a la ciudadanía, y por una creciente falta de respeto a las garantías del debido proceso penal y los derechos humanos. (Romero, p. 14)

No obstante, dada la naturaleza de los problemas que figuran el escenario en el que esta situación se desenvuelve (el elevado grado de sistematización y de incorporación a procesos legales que posee el crimen organizado, la ambivalencia de definiciones como seguridad pública u orden público, la confusión respecto al significado jurídico garantista de la idea de prevención, y la prevalencia de mitos relacionados con una formulación autoritaria y en ese sentido errónea del derecho a la seguridad) la (escasa) certeza producida en términos de posibilidades reales de enfrentamiento del problema se va transformando más bien en una creciente incertidumbre que, ante la falta de protección estatal, lo que ha producido es una comunidad auto secuestrada, una comunidad que paulatinamente ha abandonado el espacio público para hacerse a sí misma presa de su propia inseguridad. (González, p. 10)

Otros elementos

Es justo decir que no toda la delincuencia está orquestada desde el Estado, sino que hay ahora una gran cantidad de delincuentes que se enfrentan abierta y francamente. La impunidad y la delincuencia no sólo son resultado de la omisión, incompetencia, corrupción y connivencia de las autoridades. Sin embargo, si realmente se tuviera voluntad para, ya no digamos controlar, sino disminuir el problema, éstas tendrían el apoyo incondicional de todas las fuerzas sociales.

Ciertamente, la emergencia de los tráficos ilegales de drogas, armas y más recientemente de órganos, de inmigrantes, de autopartes, entre muchos otros, evidenciaron también la

3 Como diría Sor Juana Inés de la Cruz

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dimensión empresarial de la organización de grandes grupos delictivos, así como las facilidades que el sistema financiero mundial ha otorgado para la incorporación de capitales provenientes del mercado negro y para su reciclaje a través del lavado de dinero; más allá, se evidenció también que para la criminalidad organizada, en un momento en el que el capitalismo se desbordó de sus límites, la posibilidad de comprarlo todo incluye, como mercancías de diversos valores, la protección institucional, la colaboración gubernamental, la participación oficial, la procuración, la administración de justicia y hasta los espacios de castigo en los que se ha de compurgar de acuerdo con pactos de valores entendidos. (González, p. 9)

Diversos estudios han determinado que la eficacia del sistema criminal es menor a un 5%. Por otra parte, sabemos también que este 5% es seleccionado en términos desiguales en función de las diferencias sociales. Esta selectividad es a su vez, una variable importante en el mantenimiento y en la generación de la desigualdad social. Si todas estas irregularidades fuesen superadas; si el sistema de justicia criminal reprimiera sólo las violaciones más significativas y los delitos más graves; si eludiera la selectividad de clase, así incluso, la respuesta reactiva al fenómeno de la criminalidad y al fenómeno de la inseguridad sería de todas maneras insatisfactoria. En primer lugar, el control penal puede intervenir e interviene únicamente sobre los efectos. No puede intervenir, ni queremos que pretenda hacerlo, sobre las causas de la violencia y de la violación de derechos; en resumen, actúa sobre los resultados y no sobre las causas de los conflictos sociales. En segundo lugar, el sistema penal actúa contra las personas y no sobre las situaciones y considera a los individuos por medio del principio de culpa - que es un criterio de garantía y de autolimitación del sistema - como variables independientes y no como dependientes de situaciones. En tercer lugar, actúa de manera reactiva y no preventiva; en otras palabras: interviene cuando las consecuencias de las infracciones ya se han producido, y no para evitarlas. Procede como la venganza, simbólicamente hablando, ya que no puede olvidar la ofensa cuando ésta se haya consumado. En fin, el sistema penal protege, más que a las víctimas potenciales y reales, la validez de las normas. (Baratta, p. 5)

La combinación de estos factores, ha tenido como resultado indefiniciones y titubeos, en los que todos los integrantes del sistema político, comenzando por el gobierno, dejaron pasar el tiempo administrando los problemas, acumulando fuerzas y posiciones en favor de sus intereses, y aplazando las soluciones de fondo a la problemática nacional. Como resultado de esta situación, en este “punto de quiebre” a final del sexenio, se han revitalizado dos procesos fundamentales que parecen favorecer la transformación del régimen y que corren paralelos: a) un nuevo equilibrio de fuerzas políticas en toda la estructura institucional del país y b) las perspectivas de una sucesión presidencial no tradicional. (Gutiérrez, p. 72)

Conclusiones

El Derecho, ante todo, pretende evitar la venganza privada. Sin embargo, cuando la ineptitud - en el mejor de los casos- se enmascara con argumentos en favor de una pretendida seguridad pública, sustentada en la lucha frontal contra la delincuencia, en la que, el principio de legalidad es más un obstáculo que una garantía para la convivencia

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social, se está promoviendo irresponsablemente el rompimiento del Estado de Derecho democrático, creando así las condiciones propicias para el resurgimiento del totalitarismo. (Romero, p. 28)

Esa convivencia sólo es posible en un Estado de derecho en el que los poderes públicos son regulados por normas generales (las leyes fundamentales o constitucionales) y deben ser ejercidos en el ámbito de 1as leyes que los regulan, salvo el derecho del ciudadano de recurrir a un juez independiente para hacer reconocer y rechazar el abuso o exceso de poder. Cuando se habla del Estado de derecho en el ámbito de la doctrina liberal del Estado, es preciso agregar una determinación subsecuente: la de los derechos naturales, o sea, la transformación de estos derechos en derechos protegidos jurídicamente. (Bobbio, p. 18)

Cuando no se respetan las leyes y al menos un ciudadano o una institución están por encima de la ley, se cae en lo arbitrario.

Lo arbitrario destruye lo moral, porque no hay moral sin seguridad. La arbitrariedad es el enemigo de todas las transacciones que fundan la prosperidad de los pueblos. Cuando la arbitrariedad es tolerada, se disemina de manera que el ciudadano más desconocido puede, encontrarla de pronto armada contra él.

Lo arbitrario es incompatible con la existencia del Gobierno; porque las instituciones políticas son contratos; la naturaleza de los contratos exige límites fijos y siendo la arbitrariedad lo más opuesto a lo que constituye un contrato, quebranta en su base la institución política. La arbitrariedad no presta ayuda a un Gobierno en lo que concierne a su seguridad. Lo que un Gobierno hace por la ley contra sus enemigos, no pueden esos enemigos hacerlo contra él, porque la ley es precisa y formal; pero lo que hace contra sus enemigos por la arbitrariedad, pueden hacerlo también contra él sus enemigos arbitrariamente; porque la arbitrariedad es vaga y sin límites. (Constant, p. 170)

La razón postula por ello, un contrato social entre los pueblos, un contrato inspirado en los principios del derecho que asegure lo suyo de cada uno. Su dignidad no radica en la fuerza bruta, ni en la opresión de unos por otros ni en victorias vergonzantes de uno sobre otros, sino en el derecho de todos a vivir en paz. (Córdoba, p. 148)

El barón de Montesquieu declaraba que la libertad política está garantizada por la libertad de hacer lo que las leyes permiten y por la limitación y división del poder del Estado; pero también dice que "la libertad política del ciudadano depende de la tranquilidad de espíritu que nace de la opinión que cada uno tiene de su seguridad. Y para que exista libertad es necesario que el gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro." (González et al, p. 31)

Los mecanismos constitucionales que caracterizan al Estado de derecho tienen el propósito de defender al individuo de los abusos de poder. Son garantías de libertad.

Para el pensamiento liberal la libertad individual está garantizada, no sólo por los mecanismos constitucionales del Estado derecho, sino también porque al Estado se le reconocen funciones limitadas en el mantenimiento del orden público. (Bobbio, p. 21)

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El conflicto social que se padece en la nación mexicana no está atendido adecuadamente, porque sólo se enfrentan, sin éxito, algunos de sus síntomas, lo cual implica falta de comprensión de la magnitud del conflicto y de la naturaleza de los síntomas; se presenta y desarrolla una escalada de violencia en general y de violencia política y se continúa perjudicando a personas, familias y grupos por la insatisfacción de necesidades humanas fundamentales. (Pérez, p. 55)

La sociedad a la que llamamos sociedad de la Edad Moderna está determinada, por un grado muy elevado de organización monopolista: los medios financieros que afluyen a este poder central, sostienen el monopolio de la violencia; y el monopolio de la violencia sostiene al monopolio fiscal. Si estos monopolios desaparecen, desaparecen todos los otros, desaparece el "Estado". (Elias, p. 344)

El Estado es un medio "para la formación del hombre (Humboldt)", el fin del Estado solamente es la "seguridad", entendida como la "certeza de la libertad en el ámbito de la ley”. ((Bobbio, p. 26)

En este sentido, el Estado redefine su relación con respecto al mercado, no sólo como garante de su desarrollo, sino a partir de su papel como custodio de esas oportunidades de vida, en términos de posibilidades reales de elección y acceso a la educación, al trabajo, y a otros satisfactores sociales mediante una política social seria. Como horizonte democrático, es este el contexto en el que gobierno y gobernados diluyen la falsa disyuntiva entre seguridad y libertad y donde, en todo caso, ponderan a la segunda como condición sine quan non de la primera. (González, p. 10)

La seguridad pública es disfuncional al no cumplir con las expectativas que le corresponde integrar, por lo que el nivel de demanda de los otros sistemas y subsistemas aumente en la medida en que el sistema político en conjunto adquiere rasgos que obstaculizan la reproducción pacífica de la sociedad. La seguridad de las personas es lo mínimo que garantiza la soberanía de un Estado. La seguridad pública no puede auxiliar a otros elementos del sistema político que no estén respondiendo a las expectativas, y tampoco puede ser sometida a la lógica funcional de otros componentes de la estructura social. Inversamente, la falla en el cumplimiento de las expectativas del sistema de seguridad pública sufre un efecto distorsionante inducido por un sistema político que tampoco está siendo funcional al conjunto de relaciones macroestructurales del sistema social. (González et al, p. 38)

Los distintos grupos de interés no pueden alejarse ni ignorarse, pues si quieren conservar su existencia social real están obligados a depender de un órgano central y supremo de coordinación, o mejor dicho "un mecanismo real" de interdependencia. Las leyes de la mecánica social ponen al señor central y a su aparato en una situación peculiar, tanto más claramente cuanto más especializado es el aparato y sus órganos. (Elias, p. 400)

En este sentido, y a causa de la creciente división de funciones, son ambivalentes las relaciones entre las distintas unidades políticas, por lo que se hacen también ambivalentes las relaciones entre los distintos grupos sociales, y, se puede decir que estos grupos son enemigos y socios al mismo tiempo. (Elias, p. 398)

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La fictio del contrato social indica que el poder político se desvanece cuando ya no sea en cierta manera y medida aceptado y reconocido; esto sugiere que la continuidad de un poder coactivo exclusivo se explica no tanto por su misma fuerza, como por la justificación para los asociados. (Bobbio, 1993, p. 50)

La Seguridad de los ciudadanos no puede quedar exclusivamente en manos del Estado, pues en tanto asunto Prioritario de la “agenda pública”, sólo podrá alcanzarse gracias a la participación de todos los sectores de la sociedad y mediante la construcción de consensos sociales sobre las medidas preventivas viables y legítimas. Sin embargo, no todas las estrategias encaminadas a conseguir esa seguridad pueden ponderarse de igual modo, pues no todas son igualmente legítimas, viables y orientadas al interés común. (Romero, p. 19)

Con estos planteamientos pretendemos evidenciar que la propias normas existentes en un Estado de Derecho, así como sus instancias de aplicación, incluso la sociedad misma genera la conducta delictiva así como la no delictiva, y frecuentemente, son los mismos organismos encargados de la prevención, persecución y represión de los delitos quienes cronifican tales conductas e incluso las amplifican. (Zamora, p. 35)

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