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Orientalismo: De Scheherezade a… ¡La Alhambra! [Con permiso de los pólovtsy e Islamey] por Luis Mazorra Incera Página 1 de 10
Orientalismo
De Scheherezade a… ¡La Alhambra!
[Con permiso de los pólovtsy e Islamey]
… por Luis Mazorra Incera
El “orientalismo” representa una amplia tendencia artística que comenzara a finales del
siglo XVIII y se desarrollara, con profusión, a todo lo largo y ancho del siglo XIX y principios del
XX, periodos denominados, respectivamente, como: clasicismo -neoclasicismo en las artes no
musicales- y romanticismo -y otros “ismos” en cierto modo derivados de éste… como
nacionalismo, post-romanticismo, impresionismo, expresionismo…-.
Aunque la aspiración de ambos (macro-) periodos, en relación a este “orientalismo”, sea en
verdad, diversa. El clasicismo, por ejemplo, estará más relacionado con las conquistas
militares y sus consecuencias sociales y políticas inmediatas, y, sin embrago, el romanticismo y
sus asimilados, explorarán, distorsionarán también a su antojo y explotarán en su propio
interés -el interés de sus autores y de la sociedad a la que sirven-, las condiciones culturales
dispares de ambas comunidades, históricamente tan alejadas.
• A MODO DE BREVE DEFINICIÓN
Y os preguntaréis entonces, qué se entiende, en concreto, por “orientalismo” en arte y
literatura en general, y en música en particular. Pues nada más -¡y nada menos!- que
representar, siempre desde la mentalidad de occidente y para dicha mentalidad, aquello que,
Orientalismo: De Scheherezade a… ¡La Alhambra! [Con permiso de los pólovtsy e Islamey] por Luis Mazorra Incera Página 2 de 10
de alguna manera, inspiraba -“nos” inspiraba- el distante, extraño y, por ende, versátil
“exotismo” oriental.
Profundizar y, sobre todo, sentir en nuestra piel a través de la música, en la medida de lo
posible, esta corriente que trastocó y aún trastoca los aspectos más primitivos de un ser
humano enquistado en la cultura occidental -una cultura brillante, autocomplaciente, pero que,
ya por entonces, era consciente de su limitación-, es lo que pretendo como cicerone de este
viaje apasionante… Una travesía llena de peligros, de tormentas, tesoros y… revelaciones…
• EL ORIENTALISMO Y SUS CAUSAS
Las razones para abordar el tema oriental u orientalista, en el arte y la literatura en general,
y en la música en particular, han estado inicialmente relacionadas, como podréis ya imaginar,
con acontecimientos transcendentales en el devenir histórico de estos pueblos, de estas
naciones europeas… Trances habitualmente de carácter bélico.
Y, claro, de entre estos acontecimientos históricos de “encuentro/desencuentro” entre
occidente y oriente -o viceversa-, relacionados en principio, con África -especialmente el norte
del continente- y los orientes próximo y medio, se destacan: las conquistas napoleónicas en la
citada franja norte-africana -y, en especial, en Egipto- y, a la inversa, la fluctuante -y conflictiva
donde las haya- presencia otomana y turca intermitente en el este de Europa.
• AVISO A… ¡NAVEGANTES!
Tampoco son de desdeñar, en este
orden de cosas, los avances propiciados
por la revolución industrial y la
consecuente expansión del ferrocarril,
además de la mayor facilidad en la
navegación marítima que aquel
desarrollo tecnológico supuso.
Unas ventajas que permitieron a los
artistas, almas inquietas por definición,
desplazarse con relativa comodidad y
beber así, directamente, de las fuentes
de aquel atractivo “orientalismo”, tan en
boga. Aunque aquel acercamiento nunca
podía ser demasiado profundo, por
lógicas limitaciones de tiempo y
convivencia, al menos, ahora podía ser
directo, sin intermediarios.
De hecho, alguno de estos compositores
del periodo romántico eran también
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notables viajeros… e, incluso, navegantes por vocación y formación. Como es el caso de uno
de los más exitosos músicos en esta línea “orientalista”, cuya experiencia, la de navegante y
militar, le venía además de familia. Una experiencia que le permitiera añadir a sus frescos
sinfónicos y dramáticos, portentosas, sugestivas y creíbles representaciones orquestales de
tempestades marinas como las que ilustran su obra sinfónica más recordada, siempre a bordo
de la frágil embarcación de un marino de fantasía…: ¡Simbad!
- ¿A qué compositor me estoy refiriendo…? ¿Y a qué obra suya…? Id cavilando… según dejo caer
alguna pista más.
• EXPOSICIONES UNIVERSALES
A fines del siglo XIX y principios del XX, las exposiciones universales, realizadas
mayormente en París durante aquel paso de siglo, fueron también escenario inestimable para
exhibirse, de un lado, y aprender, del otro, de otras culturas, por lejanas que éstas fueran. Es
más… ¡Especialmente, si éstas eran lejanas! Eso sí, desde su escaparate. Exposiciones
universales ligadas a aquella revolución industrial y sus nuevos, comercializables y lucrativos
artilugios y mercancías… y para esto, no hay más que ver uno de los monumentos que se
mantienen de las exposiciones de aquella época, que no es sino la emblemática Torre Eiffel,
erigida para la Exposición Universal de París de 1889, y que, afortunadamente para todos,
no fue desmantelada después.
• UNA OBRA SINFÓNICA “ORIENTALISTA” MONUMENTAL Y EMBLEMÁTICA
Sí, aquel año de 1889 que siguiera al de la composición -en 1888, claro está- de la
monumental y emblemática obra sinfónica “orientalista” a la que nos referimos hace rato.
Una gran obra un poco a rebufo de la inclasificable Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz que
se emplaza así a medio camino entre la sinfonía de tomo y lomo, con sus preceptivos cuatro
movimientos contrastantes, y el poema sinfónico “alla Liszt”.
Nos referimos, ya lo habréis adivinado hace tiempo, a Scheherezade. Un imaginario fresco
sinfónico, compuesto por aquel militar y navegante que recalara también en España -en
Asturias-, compositor, director de orquesta y pedagogo de postín en la Rusia zarista,
considerado uno de los grandes maestros históricos de la orquestación moderna junto con,
dos compositores -precisamente
franceses-: el citado Berlioz -antes
que él- y Ravel -después-.
Creo que, a estas alturas de la
película, sabéis ya todos el nombre
de este músico ruso… ¿verdad…?:
Nikolai Rimsky-Korsakov.
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Un “orientalismo” un tanto engañoso,
si queréis, sobre todo ahora que, por
los medios de comunicación,
conocemos mucho más de aquellas
culturas, sus artes y sus músicas. Y es
que, en ningún momento, ni en sus
primeros acercamientos clásicos ni en
su desarrollo romántico, ni tan
siquiera en sus más respetuosas
propuestas en pleno siglo XX -post-
románticas o impresionistas-, buscaría
alguna similitud milimétrica con el
tema tratado. Aunque también es
cierto, al menos en el caso que aquí
nos ataña, en el de la música, la
música orientalista, sí que empleará
de cuando en cuando algunas técnicas de aquellas culturas, como pueden ser ciertas escalas
alteradas y, especialmente, la recurrente escala de tonos enteros que caracterizara, por citar
al paso un ejemplo cercano, el imponente tema inicial de nuestra popular Scheherezade de
Rimsky-Korsakov.
• UN ENTORNO EXÓTICO, SENSUAL Y… ¡LIBRE!
Este orientalismo, en términos generales, era un orientalismo, con “buena” intención pero
de caricatura… e interesado además -como ya dijimos-, y servía a una imagen occidental,
preconcebida en cada periodo histórico, respecto de la cultura de aquellos pueblos. No nos
olvidemos que hablamos de una Europa con profunda y extendida mentalidad colonial, aún
en sus mentes más preclaras. Mentes entre las que incluyo a los intelectuales y artistas
mencionados aquí. Una imagen artificial que, así, diera oportuna coartada, en un entorno
exótico, exento de toda regla, justicia o moral -explícitas o conocidas aquí-, y, ante todo, un
entorno libre para plantearse situaciones cómicas, dramáticas o trágicas, a veces en extremo
luctuosas, en otros casos, abiertamente fantasiosas o disparatadas, y las más sensuales o,
directamente, eróticas que, a buen seguro, en sus propios países, y más aún en aquella
encorsetada coyuntura histórica, serían en todo punto imposibles. Al menos, imposibles sin…
(comillas…) “consecuencias…”
• EL PRÍNCIPE IGOR
Una sensualidad como la que destila la “sinfonía/poema-sinfónico/suite” Scheherezade o
como la que se muestra en el meloso y cautivador arranque de unas Danzas polovtsianas
insertas en aquella magna ópera inacabada de Alexander Borodin. El Príncipe Igor. Una ópera
que, tras ser completada por dos ilustres colegas compositores -y sin embrago, amigos-, fuera
estrenada tres años después de la muerte de Borodin, en 1890 -como ya habréis calculado
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mentalmente, fechas consecutivas, justo al año siguiente de la elevación de la Torre Eiffel y dos
después de la creación de la Scheherezade de Rimsky-Korsakov-.
“…Allí el sol brilla tan intensamente bañando de luz nuestras montañas, rosas
espléndidas florecen en los valles, los ruiseñores cantan en los bosques verdes y
las dulces uvas crecen. Allí estás libre, canción… Vuela a casa…”
[Danzas polovtsianas de El Príncipe Igor de Alexander Borodin]
Una ópera, “El Príncipe Igor”,
que, en un cruce de fechas y
autorías, acabaría siendo, por
cierto, la motivación última de
aquella misma Scherehrezade.
Y es que, justamente en el
invierno del año anterior a la
composición de ésta, de la
creación de Scheherezade -esto
es, en 1887-, el propio Nikolai
Rimsky-Korsakov junto a
Alexander Glazunov, estaban a
marchas forzadas -tras
repartirse como buenos
camaradas el trabajo-,
enfrascados en la culminación de
este gran proyecto operístico
inacabado de Borodin tras su
fallecimiento. Una ópera escrita,
nada menos, que a imagen del
monumental y admirable Boris
Godunov, estrenado quince años
antes -en 1874-, de su
compatriota Boris Mussorgsky.
Bueno… y tal fue su empeño, el de todos los implicados en esta empresa, que no sería nada
extraño que esta ópera la consideraran como propia, cada uno de los tres músicos citados:
Alexander Borodin, por descontado ¡el padre de la criatura! -idea original, esquema general en
cuatro actos y la mayor parte de la partitura-, pero Glazunov y Rimsky-Korsakov, también.
Una experiencia que le empujara a Rimsky-Korsakov a acometer al año siguiente -1888-,
aquella creación musical basada en la célebre recopilación medieval en lengua árabe de
cuentos tradicionales del Oriente Medio: Las mil y una noches. Una gran obra sinfónica de
ambiciosa orquestación, titulada como ya sabemos, por el nombre de la protagonista de la
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historia que vertebra dicha recopilación, Scheherezade, y que, finalmente, acabaría
estrenándose antes que el costoso despliegue que supusiera la première de la ópera El Príncipe
Igor que la había estimulado.
- ¡Menudo lío de fechas consecutivas cruzadas! -exclamará alguien a buen seguro-.
• LOS PÓLOVTSY O CUMANOS
Una sensualidad musical que se encuentra ejemplarmente plasmada en estas danzas que
cantan de inicio la extrañeza que sienten los pólovtsy -o polovtsianos- que las dan nombre, del
voluptuoso vergel de su añorada tierra natal. Un poco, si queréis verlo así, en la línea de
algunos salmos bíblicos ampliamente musicados históricamente en todos los tiempos -como
aquel Super flumina Babylonis…-.
Los polovtsianos, también llamados cumanos, eran un pueblo nómada, del grupo túrquico por
idioma y cultura, que ocupaba el norte de los mares Negro y Caspio en el momento de los
hechos legendarios -en pleno siglo XII- que relata esta ópera El Príncipe Igor. Un pueblo que,
andando el tiempo, llegaría al mismo Volga y, también, a Bulgaria, Hungría o Rumanía.
“¡Cantad himnos de alabanza al Khan! ¡Cantad!
¡Alabado sea el poder y el valor del Khan!
¡Alabado sea el Khan glorioso!
¡En el resplandor de su gloria, el Khan es igual al sol!
El Khan no tiene igual en su gloria ¡Ninguno!”
“¡Cantad canciones de alabanza al Khan! ¡Cantad!
¡Alabada sea su generosidad, alabada su misericordia! ¡Alabadle!
Contra sus enemigos, el Khan es despiadado.
¡Él, nuestro Khan! ¿Quién puede igualarle en gloria? ¿Quién?”
• DEVANEOS CON EL POP, HIP-HOP, RAP Y… ROCK DURO
Un potencial de pasión, sensualidad y sublimado erotismo que no ha pasado desapercibido
a la canción moderna, a la música de consumo me refiero, a la que nos envuelve desde la
televisión hasta el supermercado… Como en aquel tema del musical Kismet firmado por
Robert Wright, George Forrest…, y… ¡claro está…! -con carácter póstumo- ¡Alexander Borodin!
Tema que se ha convertido en todo un clásico… en todo un standard en galas y para la
improvisación: Stranger in Paradise [Extraños en el paraíso].
O en canciones hip-hop, como la titulada, expresamente: Prince Igor, de Sissel Kyrkjebø y
Warren G en su álbum The Rhapsody. Un tema que alterna, con relativo buen gusto, la voz
angelical en el registro agudo de la soprano noruega citada -voz que reproduce, literalmente,
esta primera y más delicada danza polovtsiana a que nos referimos aquí- y los devaneos más
terrenos de verborrea rapera de Warren Griffin III.
Orientalismo: De Scheherezade a… ¡La Alhambra! [Con permiso de los pólovtsy e Islamey] por Luis Mazorra Incera Página 7 de 10
O siguiendo a ras de suelo... del rock… del rock, sí, y, como suelo decir en estos casos…, de rock
como el turrón… rock del duro, del duro… Todo un reto para esta sutil primera danza
polovtsiana de Alexander Borodin… sobresalir de tamaña, aplastante y “decibélica” textura
electroacústica distorsionada… ¡escuchar para creer…!: Karmacoma por Massive Attack en su
álbum Protection.
O, cambiando diametralmente de tercio, en una de las canciones más almibaradas de un gran
crooner… - ¡No…! Creo que os equivocáis esta vez… que no es Frank Sinatra, por si a alguien se
le había pasado por la cabeza… - Que es otro, más actual… ¡y mucho mejor…! ¡Dónde vamos a
parar!: Julio Iglesias con su tema… Quiéreme.
• UN PRECEDENTE PIANÍSTICO DE ALTOS VUELOS
Ambas obras, tanto el poema sinfónico o, si queréis mejor, sinfonía con todas las de la ley,
Scheherezade de Rimsky-Korsakov, como la ópera El Príncipe Igor del consorcio formado por
Borodin, junto con Glazunov y Rimsky-Korsakov, beben tanto del Boris Godunov del citado
Mussorgsky, como de otra célebre obra, escrita antes aún del 1874 del estreno del Boris en San
Petersburgo. Una obra que firma además, uno de los pocos -sólo quedan dos- compositores que
nos resta por mencionar aquí del
llamado Grupo de los cinco -los cinco
rusos, lógicamente-.
Nos estamos refiriendo a la “fantasía
oriental” para piano escrita en 1869 por
Milij Balakirev, caballo de batalla
temido por los intérpretes de todo
tiempo y lugar: Islamey.
Una página de virtuosismo destacada
por su descomunal despliegue
técnico. Un despliegue tal que no debe
extrañarnos el hecho de que su
partitura esté llena, a diestro y
siniestro, de “ossias”, esto es, de
alternativas facilitadas escritas por
diversos pianistas y editores con la
“mejor voluntad” del mundo…
Una endiablada obra pianística, pues,
Islamey, que, dada su celebridad,
también recibiera pronto sus versiones
orquestales; como la que realizara
Alfredo Casella pocos años antes de la
muerte del propio Balakirev en 1910.
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Autorizada además expresamente por éste último. Algo, por cierto, no demasiado corriente
entre grandes compositores -al menos fuera de esta Rusia romántica-.
“La belleza majestuosa de la naturaleza lujuriante de allí [el Cáucaso] y de sus
habitantes que armonizan con ella, me causaron profunda impresión (...)“
“Me interesé por su música vocal y conocí a un príncipe circasiano que venía
conmigo a menudo y tocaba melodías del folclore local con su instrumento, algo
parecido a un violín. Una de las melodías, llamada Islamey, una danza, me
agradó enormemente (…). El segundo tema, sin embargo, me lo transmitió, en
Moscú mismo, un actor armenio venido de Crimea, donde es, me aseguró, muy
conocido entre los tártaros."
[Milij Balakirev]
Una obra portentosa para piano, Islamey, más popular en tiempos pretéritos de lo que lo
pueda ser en este momento, que está en la base espiritual, pero también incluso melódica, de
buena parte de aquellos dos monumentos musicales del comienzo de esta sección. Tanto de
Scheherezade como de la ópera El Príncipe Igor.
• UN VIAJE DE PUNTA A PUNTA EN EL CONTINENTE EUROPEO
Y es, precisamente, este aterciopelado, dinámico y vigoroso a un tiempo, timbre del piano
en Islamey, junto con la impresión envolvente del orientalismo en la música, nos van a servir de
oportuno nexo de unión con otra gran obra musical romántica de esta corriente que nos toca
directamente.
Dirijámonos, pues, sin demora de “todas las Rusias” hacia occidente… ¿A dónde? Al otro
extremo del continente europeo… ¡… a España! Sí, a nuestro país. El arte español, que, todo sea
dicho, ha sido también “objeto exótico” a lo largo de este mismo periodo para creadores
literarios, plásticos y musicales foráneos -de Rusia misma también, pensemos en el Capricho
español de Rimsky-Korsakov que arranca con una alborada asturiana, o la Jota de Mihail
Glilnka, sin ir más lejos-, no se ha sustraído de ser “sujeto creador” de esta fructífera corriente
de la cultura occidental. Un sujeto creador de un particular orientalismo en todas las artes y la
literatura, que ya se entrevé en la denominación que le define.
• “ALHAMBRISMO”: METONIMIA Y SINÉCDOQUE
En una singular metonimia que nos ataña a nosotros, esta corriente en España ha recibido, a
menudo, el nombre más preciso de corriente…: Alhambrista. Una sinécdoque que, con esta
denominación general, toma la parte por el todo -por el todo orientalista, quiero decir-, en
referencia, como ya comprenderéis, a la envergadura y calibre del espléndido palacio de La
Alhambra de Granada, inspiración emblemática de todo tipo de literatos, artistas y, claro está,
de músicos… dentro y fuera de nuestras fronteras.
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• POR LAS NOCHES, LOS JARDINES DE ESPAÑA… NO SON PARDOS
En música, quizás sea en las aterciopeladas y atmosféricas Noches en los jardines de España
para piano y orquesta de Manuel de Falla donde adquiera su más sugerente y representativa
plasmación artística. No en vano, las Noches de Falla comienzan con un primer movimiento
situado precisamente “En el Generalife”. La villa con espléndidos jardines utilizada por los reyes
musulmanes de Granada como lugar de retiro y descanso.
Una obra insinuante que, pese a su
título, despliega tal inusitado
colorido tímbrico y armónico, en el
corsé de una partitura de relativa
dificultad técnica, que puede
considerarse, sin complejo alguno,
todo un concierto para piano
solista y orquesta, aunque quizás
necesitara algún minuto más de
duración para entrar en el selecto
“top” de este catálogo de grandes
conciertos de virtuosismo.
Un concierto, pues, encubierto en
un poema sinfónico, o viceversa, si
lo quieren ver así, estructurado en
tres movimientos -“nocturnos”- y
que se seguirá, tras aquel En el
Generalife -nocturno inicial de inequívoco corte alhambrista-, de una más enigmática… Danza
lejana… para finalizar con: En los jardines de la Sierra de Córdoba.
Una sierra, la cordobesa, cuyo habitante más renombrado fuera el pensador, uno de los
primeros maestros de la filosofía en el mundo islámico de Al-Ándalus, Muhammed Ibn Masarra,
sobre quien, justamente, apareció un libro dos años antes de la composición de estas Noches en
los jardines de España. Una inspiración que se remonta así, a esta corriente sufí y a los aromas,
algo más turbulentos, eso sí, de los jardines de aquella imaginada serranía cordobesa…
• LOS GRITOS… ¡DEL SILENCIO!
Un “alhambrismo” en clave peninsular, que ha inspirado a músicos de nuestro tiempo de
todas las latitudes, como Mike Oldfield, quien no dudaría en orquestar, bajo el modesto título
de Étude -“estudio”, en francés-, el plácido tremolar de los Recuerdos de la Alhambra -para
guitarra sola- de Francisco Tárrega, e incorporarla así nada menos que a la banda sonora de
una película británica para el gran público: The Killing Fields. Una película que probablemente
pocos de los que nos escuchen, conocerán por éste su título original en inglés, pero
Orientalismo: De Scheherezade a… ¡La Alhambra! [Con permiso de los pólovtsy e Islamey] por Luis Mazorra Incera Página 10 de 10
probablemente sí por el título -tan musical, por cierto- que recibiera en España y México: Los
gritos del silencio.
Una trama que, en trágicas circunstancias, también estaba ambientada en oriente, ahora bien,
en extremo oriente, pero que, sin embargo, en un conmovedor final donde se fusionan dramas
personales e históricos, la música, la música de nuestro Tárrega arreglada, eso sí, por todo un
Oldfield, es un bálsamo milagroso sobre los créditos. Un bálsamo con el que ya uno no puede ni
levantarse de la butaca. Un bálsamo… -¡nunca mejor dicho!- “…de otro mundo”.
• UNA IMAGEN MARINA… (POR MIL PALABRAS)
Y así, con las lejanas resonancias de estos vibrantes gritos del silencio me despido de
vosotros allí donde comencé, a vueltas con este orientalismo de ilusión y fantasía… con el
orientalismo español de La Alhambra… o el ruso del Cáucaso, de los Polovtsi y de las Mil y una
noches…
¡Scheherezade, el Príncipe Kalendar y Simbad el marino…! Zarandeados por mares y vientos
bravíos… el frágil barco zozobra… se escora… hunde la proa… y se levanta en el vacío… a
babor… a estribor… Roto el timón, navega sin rumbo, a la deriva… y… fatalmente, se estrella en
mil pedazos contra un acantilado… Un acantilado prodigioso, coronado por un guerrero de
bronce…
Luis Mazorra Incera
Madrid, enero de 2019